El documento describe la imparcialidad de Dios en Su juicio. En 3 oraciones o menos:
1) Dios juzgará a todas las personas por igual, sin tomar en cuenta factores como riqueza, posición social o género. 2) Todos los seres humanos necesitan salvación y Dios provee la misma oportunidad y el mismo salvador, Jesucristo, para todos. 3) Para ser salvos, todos deben obedecer los mismos mandamientos de Dios encontrados en el evangelio, como creer, arrepentirse, confesar a Cristo,
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El documento describe la imparcialidad de Dios en Su juicio. En 3 oraciones o menos:
1) Dios juzgará a todas las personas por igual, sin tomar en cuenta factores como riqueza, posición social o género. 2) Todos los seres humanos necesitan salvación y Dios provee la misma oportunidad y el mismo salvador, Jesucristo, para todos. 3) Para ser salvos, todos deben obedecer los mismos mandamientos de Dios encontrados en el evangelio, como creer, arrepentirse, confesar a Cristo,
El documento describe la imparcialidad de Dios en Su juicio. En 3 oraciones o menos:
1) Dios juzgará a todas las personas por igual, sin tomar en cuenta factores como riqueza, posición social o género. 2) Todos los seres humanos necesitan salvación y Dios provee la misma oportunidad y el mismo salvador, Jesucristo, para todos. 3) Para ser salvos, todos deben obedecer los mismos mandamientos de Dios encontrados en el evangelio, como creer, arrepentirse, confesar a Cristo,
El documento describe la imparcialidad de Dios en Su juicio. En 3 oraciones o menos:
1) Dios juzgará a todas las personas por igual, sin tomar en cuenta factores como riqueza, posición social o género. 2) Todos los seres humanos necesitan salvación y Dios provee la misma oportunidad y el mismo salvador, Jesucristo, para todos. 3) Para ser salvos, todos deben obedecer los mismos mandamientos de Dios encontrados en el evangelio, como creer, arrepentirse, confesar a Cristo,
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Romanos 2:11 Porque en Dios no hay acepción de
personas.
Queridos hermanos y amigos lectores: En esta ocasión
quiero hablar de una característica de suma importancia del juicio de Dios, la imparcialidad.
Hacer acepción de personas es algo muy común entre
los seres humanos. Muchas veces la balanza se inclina por el peso del poder económico de las personas.
Otras veces es el peso político el que prevalece a favor
de alguno. Algunos tienden a favorecer a los ricos para ganar ventajas con el poder económico, otros favorecen a los más pobres para ganar ventajas con las mayorías.
Aún entre los religiosos se manejan las influencias y el
poder económico para favorecerse o favorecer a algunos sobre otros. Sin embargo, debemos estar agradecidos que esto no sucede en lo que respecta al juicio de Dios.
En lo que a Dios concierne, todos los seres humanos son
iguales. Todos tienen la misma necesidad de salvación: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Para con Dios no hay ninguna diferencia entre las personas por su nacionalidad: “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (Romanos 10:12).
Tampoco hay diferencia por su condición social,
económica o de género: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28).
La justicia de Dios no toma en cuenta el grado de
estudio, la posición social o económica del hombre “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Dios no favorece ni quiere que se favorezca al pobre solo por ser pobre y tampoco que se favorezca al rico “No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo” (Levítico 19:15).
En primer lugar veamos que la imparcialidad de Dios
permite que todos los hombres tengan la misma oportunidad de ser salvos.
En realidad Dios desea la salvación de todos: “Porque
esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3-4).
Para esto Dios hace beneficiarios de su paciencia a
todos por igual: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
En segundo lugar, La imparcialidad de Dios, hace que
provea un mismo salvador para todos los hombres: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Dios dio a su Hijo unigénito para proveer salvación a
todos los hombres sin excepción. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). No hay un salvador para los Judíos y otro para los Gentiles.
Tampoco hay un salvador diferente para los ricos y otro
para los pobres, o uno para los intelectuales y otro para los incultos: “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (Romanos 10:12). En tercer lugar, así como Dios provee un mismo salvador para todos, también establece una sola forma de ser salvos: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). Hay un solo camino y una sola verdad para ser salvos.
“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la
obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:8-9). Cristo es el autor de la salvación para todos los que le obedecen.
Esta es la única forma como se puede ser salvo y es la
misma para todos los hombres. En este punto la imparcialidad de Dios nos tranquiliza siempre y cuando el esfuerzo, sacrificio y dedicación de cada uno esté encaminado a la obediencia a los mandamientos de Dios, que son entregados por medio de Cristo.
Pero si es de otra manera debemos preocuparnos porque
no hay otra forma de entrar en el reino de Dios: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de
mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23). No son los grandes misioneros los que tienen su entrada asegurada en el reino de los cielos. No son, tampoco los realizadores de milagros los que entrarán en el reino de Dios.
La única manera de asegurar su entrada en la vida
eterna, es haciendo la voluntad de Dios. Esto nos lleva a la siguiente consideración.
En cuarto lugar, la voluntad de Dios debe ser la misma
para todos los hombres. La imparcialidad de Dios nos asegura que todos los hombres deberán obedecer los mismos mandamientos para ser salvos: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Una vez destituidos de la gloria de Dios, se requiere de la
obediencia a su voluntad para ser salvos. El evangelio de Cristo es la voluntad de Dios para salvación:
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es
poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16).
El evangelio es el único poder de salvación para todos
los hombres: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13).
De acuerdo con el evangelio, la voluntad de Dios es, a
grandes rasgos: Que el hombre crea en Cristo como el Hijo de Dios: “Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24). Que se arrepienta de sus pecados: “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3).
Que confiese, delante de los hombres, su fe en Cristo
como el Hijo de Dios: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:32-33).
Que se bautice con el bautismo ordenado por Cristo: “Por
tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).
Por último, es necesario perseverar hasta el fin,
guardando todas las cosas que Cristo ha mandado: “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Amén” (Mateo 28:20). “Mas el que persevere hasta el fin,
éste será salvo” (Mateo 24:13). Con respecto a la obediencia a los mandamientos encontrados en el evangelio, debemos considerar que la imparcialidad de Dios nos asegura que si una sola persona está sujeta a obedecer uno estos mandamientos, entonces todos lo estamos.
Con esto quiero decir que Dios no requiere de una
persona solamente creer para que tenga entrada en su reino y que de otra requiere solamente arrepentimiento y de otra bautismo o confesión etc. Sino que lo que Dios le requiere a una, se lo requiere a todas. Permítanme extenderme un poco en esta explicación. Si una persona es requerida a creer para ser salva, todos requerimos creer por la misma causa.
Si otra persona es requerida a arrepentirse, entonces
todos somos requeridos a lo mismo, incluyendo a la persona que fue requerida a creer.
Si otra persona es requerida a confesar su fe en Cristo
delante de los hombres, entonces todos somos requeridos a lo mismo.
Esto quiere decir que la persona que fue requerida a
creer, también es requerida a arrepentirse y a confesar también, y así podemos ir agregando mandamientos cuya obediencia es requerida para la salvación.
Hablando del bautismo, dice la Escritura: “El que
creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16).
Este versículo de la Escritura nos habla de dos
mandamientos necesarios para ser salvos: Creer y ser bautizado, pero, además específicamente afirma que con solo ser bautizado no se puede ser salvo.
Esto nos enseña que si el bautismo le fuera requerido a
un infante para su salvación, entonces también le es requerido creer. Esto nos lleva a la conclusión que si al infante no le es requerido creer, tampoco le es requerido el bautismo por la misma razón.
Luego, hablando de la fe, hay doctrinas que afirman que
con solo creer la persona es salva, sin embargo el apóstol Santiago los desmiente diciendo: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Santiago 2:14). No basta con la fe para ser salvos.
Se necesita también arrepentimiento, confesión,
bautismo y perseverancia en guardar todo lo que Cristo ha mandado. Esto nos lleva a considerar lo siguiente: Hay una sola forma de guardar lo que Cristo ha mandado: El bautismo, por ejemplo, es un mandamiento que ha sido adulterado de diversas maneras.
Unos afirman que con solo rociar agua sobre la persona,
es suficiente para ser considerado como bautismo. Otros derraman agua sobre la cabeza de la persona y dicen que eso es bautismo. Otros bautizan invocando solo el nombre de Jesús. Otros bautizan, pero no para el perdón de pecados etc.
Sin embargo hay un solo bautismo ordenado por Cristo:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19).
Este bautismo es para perdón de los pecados: “Pedro les
dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
Y es una sepultura en agua: “Porque somos sepultados
juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4).
Al ahondar un poco más en los motivos, de aquellos que
aquellos que han cambiado la inmersión por rociamiento y también que uno de los propósitos del bautismo es el perdón de los pecados, al final se concluye que es por comodidad y conveniencia.
Por comodidad para facilitar la observancia del
mandamiento y conveniencia para que no sea absolutamente necesario para salvación. Pero Cristo dice: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27).
La imparcialidad de Dios nos enseña que si uno fue
requerido a ser sumergido en agua para su bautismo, el inconveniente que esto signifique, no será disculpado para otros.
También nos asegura que si otra persona se le indicó
que era para lavar sus pecados, esto no será disculpado para el perdón de los pecados de nadie. Otro mandamiento que ha sido adulterado por los inconvenientes que representa su observancia conforme a la Escritura, es la Cena del Señor.
Para el cumplimento de este mandamiento Cristo ordenó
beber de una copa todos. “Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos” (Mateo 26:27).
El argumento es la higiene. Una vez más, debemos
recordar que, si es una cruz para nosotros beber todos de una misma copa, debemos aceptarla y llevarla a cuestas para poder ser discípulos de Cristo, porque Dios no hace acepción de personas y no disculpará a nadie de cumplir con este mandamiento como fue ordenado por Cristo.
Quinto: Dios ha provisto una iglesia donde deben estar
todos los que han de ser salvos. Dice la Escritura: “alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47).
En este punto quiero hablar un poco de la iglesia.
¿Tendrá algo que ver la iglesia en relación con la imparcialidad de Dios? Muchos piensan que la iglesia no es importante. Hasta piensan que en realidad algunas personas de cada iglesia serán salvas.
Sin embargo, el versículo anterior dice que el Señor
añadía a la iglesia los que habían de ser salvos. ¿A cuál iglesia eran añadidos? Cristo dijo: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18).
Lógicamente a la iglesia que Cristo había profetizado que
iba a edificar, la iglesia de Cristo. Esta iglesia es la que Cristo amó y se entregó a sí mismo por ella: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Cristo se entregó a sí mismo, pagando el precio de su sangre por la iglesia: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:28).
La imparcialidad de Dios indica que solamente los que
han obedecido los mandamientos de Dios, y han sido añadidos a la iglesia de Cristo, por el Señor, son los herederos de la vida eterna. Ninguna persona que esté en otra iglesia puede hacer los méritos suficientes para que Dios pase por alto lo anterior.
Por último, la imparcialidad de Dios ha provisto un solo
juez y una sola ley por la que todos seremos juzgados: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10).
El juez es Cristo. Juez justo: “Por lo demás, me está
guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8).
Que no hace acepción de personas: “Y vosotros, amos,
haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas” (Efesios 6:9).
La ley por la que seremos juzgados es la misma para
todos: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad” (Santiago 2:12).
Esta ley es el evangelio de Cristo: “en el día en que Dios
juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio” (Romanos 2:16).
La imparcialidad de Dios, y de Jesucristo, el juez justo,
nos asegura que la ley por la que hemos de ser juzgados no cambiará jamás: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (Lucas 21:33).
Conclusión: La imparcialidad de Dios es una gran
bendición para todo el que se esfuerce en obedecer la voluntad de Dios por lo cual debemos alegrarnos y estar agradecidos.
Al mismo tiempo es una razón por la cual se debe poner
mucho cuidado si algún mandamiento no está siendo obedecido como el evangelio lo enseña, porque Dios no lo pasará por alto. Dios los bendiga y hasta la próxima. Ω