Talita Kum

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Introducción

Este pasaje, junto con los dos anteriores, completan una


serie de historias en las que el Señor Jesucristo se enfrentó
a cuatro elementos adversos para el hombre y contra los
cuales se encuentra impotente.
Las fuerzas hostiles de la naturaleza (Mr 4:35-41).
Los poderes espirituales de maldad (Mr 5:1-20).
Las enfermedades incurables y la muerte (Mr 5:21-43).

En todos los casos, el Señor mostró su poder divino,


venciendo sin ninguna dificultad aquellas cosas que para el
hombre resultan imposibles. Al hacerlo, su propósito es
mostrarnos anticipadamente algunas de las características
de su Reino, en el que los límites impuestos por la caída son
superados por la Obra de Cristo. Así por ejemplo, en este
pasaje veremos que el dolor y la muerte son superados por
su poder para sanar y resucitar.

Otra de las características principales de este pasaje, es que


este poder restaurador del Señor llega hasta nosotros a
través de la fe. Así fue tanto en el caso de la mujer con flujo
de sangre, como en el de Jairo, que vieron su fe
recompensada, la primera con la sanidad de su enfermedad
y el segundo con la resurrección de su hija. Pero tendremos
ocasión de considerar también, que en ambos casos su fe
fue probada y tuvo que vencer grandes obstáculos.

Las circunstancias
Jesús acababa de ser rechazado por los gadarenos que le
rogaron que se fuera de sus contornos (Mr 5:17), pero
ahora, al regresar al lado occidental del lago, probablemente
a Capernaum, nada más llegar salió a su encuentro un
hombre llamado Jairo, principal de la sinagoga, que le
rogaba insistentemente que fuera con él a su casa.

¡Qué contraste! Mientras unos le rechazan y le piden salir de


sus contornos, otros le esperan con el fin de acercarse a él e
invitarle a venir a su casa. Y esta misma situación se repite
en nuestros días constantemente, donde personas, e incluso
pueblos enteros, manifiestan posturas completamente
opuestas frente a Jesús.
También nos llama la atención la actitud de la multitud, que
según nos dice Lucas, "cuando volvió Jesús, le recibió con
gozo; porque todos le esperaban" (Lc 8:40). ¿Cuáles eran
sus expectativas? Tal vez eran llevadas por su curiosidad por
presenciar alguno de los milagros de Jesús. No lo sabemos.

"Jairo, uno de los principales de la sinagoga"


Jairo era uno de los que esperaba ansiosamente el retorno
del Señor. La razón es que su hija yacía moribunda y su
tiempo se acababa sin que pudieran hacer nada por ella. Así
que, tan pronto como Jesús llegó, vino a su encuentro y le
pidió desesperadamente que le acompañara a su casa. Sin
duda, fue un acto evidente de fe, pero como decíamos antes,
su fe tuvo que superar diferentes obstáculos, algunos de
ellos muy difíciles.

El evangelista nos dice que Jairo era uno de los principales


de la sinagoga, y como ya hemos considerado en pasajes
anteriores, en este momento, las sinagogas estaban
prácticamente cerradas para Jesús. Recordemos que la
última vez que había estado en la sinagoga de Capernaum,
los fariseos se unieron a los herodianos con el fin de
destruirle, porque en un día de reposo había sanado a un
hombre con una mano seca (Mr 3:1-6).

Y ahora Jairo, uno de los principales de la sinagoga, quizá de


esa misma sinagoga en Capernaum, acudió a Jesús para que
sanara a su hija enferma. No es difícil imaginar lo difícil que
tuvo que ser para él pedir ayuda a Jesús.

Siempre nos resulta humillante tener que pedir ayuda a


otros, pero en este caso aún era más doloroso, porque Jairo
era uno de los gobernantes judíos y Jesús era un rabí
despreciado y tenido por endemoniado por los líderes
religiosos (Mr 3:22). ¡Qué difícil tuvo que resultarle superar
"el qué dirán" de sus correligionarios judíos! Y tal vez, si él
mismo había participado en el rechazo a Jesús, tendría
también que haberse arrepentido y confesado su
equivocación y pecado.
Pero la auténtica fe siempre se encuentra con estos
obstáculos y para que pueda obtener su recompensa, tendrá
que superarlos. ¡Pero qué difícil resulta para el orgullo
humano reconocer que necesitamos a Dios, al mismo Dios al
que muchas veces hemos ignorado y menospreciado, y pasar
por encima del "qué dirán" de la gente cuando nos ven
acercarnos a Jesús!

La petición de Jairo y la respuesta de Jesús


Así que Jairo, un hombre respetable en su comunidad, llegó
a los pies de Jesús y le pidió por su hija moribunda. Todos
los que somos padres sabemos el dolor que se siente cuando
vemos a nuestros pequeños enfermos o amenazados por la
muerte. Así que, postrado a los pies de Jesús, con una
intensa ansiedad y un tierno afecto hizo su ruego: "mi hijita
está agonizando, ven..."

Es evidente que Jairo tenía fe en Jesús. ¿Por qué entonces el


Señor no hizo como en la historia del centurión en que con
una palabra bastó para sanarlo (Lc 7:1-10), evitando así el
sufrimiento del padre y la misma muerte de la niña?
Seguramente quería enseñar a Jairo, y también a todos
nosotros, un principio fundamental: allí donde hay fe, el
Señor la probará para que crezca.

La fe de Jairo alcanzaba a saber que Jesús podía sanar a su


hija gravemente enferma, pero el Señor quería que avanzara
hasta llegar a comprender que también tenía poder para
resucitar a los muertos. Pero para poder llegar a aprender
esto, no había otra manera que esperar hasta que su hija
muriera, lo que sin duda convirtió aquellos momentos en
que Jairo intentaba abrirse paso entre la multitud junto a
Jesús camino de su casa, en una angustia inimaginable.

Algo similar ocurrió en el caso de Lázaro y sus dos hermanas


y que relata Juan. Cuando le llegó la noticia a Jesús de que
su amigo Lázaro estaba enfermo, aún se quedó dos días más
en donde estaba antes de ir (Jn 11:3-6). Este retraso tuvo
como finalidad enseñar a Marta y a María que Jesús no sólo
tenía poder para sanar a su hermano enfermo, sino que él
mismo era la resurrección y la vida (Jn 11:21-27).

"Una mujer que desde hacía doce años padecía


de flujo de sangre"
Pero en el camino a casa de Jairo, el Señor tuvo que
detenerse para atender a otra mujer enferma y que también
le estaba buscando. Este "retraso" fue sin duda otra dura
prueba para la fe de Jairo.

Marcos nos ofrece algunos datos acerca de la enfermedad de


esta mujer que nos sirven para hacernos una idea de su
estado. Padecía de flujo de sangre desde hacía doce años,
por lo que podemos imaginar que se encontraría muy débil
físicamente. Además, una enfermedad de tan larga duración,
siempre resulta agotadora tanto para el que la sufre como
para los que le cuidan.

Pero la enfermedad no sólo había minado sus fuerzas físicas,


sino que también había terminado con todos sus recursos
económicos, gastados inútilmente en médicos que no habían
logrado dar con una solución para su enfermedad, incluso,
"antes le iba peor". Nos podemos hacer una idea de lo que
aquella mujer tuvo que haber sufrido a manos de los
médicos, en una época en la que la medicina y sus
tratamientos tenía mucho más de superstición que de
ciencia. Y esto, para que finalmente perdiera todo cuanto
tenía y fuera desahuciada por los médicos que no lograron
encontrar una solución para ella. Su situación era totalmente
desesperante, sin solución humana posible. Por todo esto,
Marcos dice que su enfermedad era un "azote", como un
látigo de los empleados por los romanos para castigar a los
malhechores.

En muchos sentidos, el caso de esta mujer es un buen


ejemplo de la situación de miles de personas que pasan años
de angustia en busca de paz en sus corazones sin lograr
encontrarla. La buscan a través de diferentes remedios
humanos sin encontrar ningún alivio. Van de una iglesia a
otra sin sentir ningún tipo de mejoría para su estado
espiritual, antes se encuentran cada vez más desengañados
de todo y desanimados. Lo que necesitan urgentemente es ir
a Jesús, cueste lo que cueste.
Pero una enfermedad de este tipo tenía también ciertas
implicaciones religiosas que sin duda vendrían a aumentar
su dolor. Según la ley levítica (Lv 15:25-27), una mujer con
flujo de sangre se encontraba en una condición de impureza
ceremonial, que le impedía participar en el culto a Dios.
Podemos imaginarnos cómo esta enfermedad habría
condicionado su relación con Dios a lo largo de los años.

Pero también impedía su trato normal con sus semejantes,


ya que cualquiera que tuviera contacto con ella quedaría en
la misma condición de impureza. De hecho, cuando gastando
sus escasas fuerzas logró abrirse paso entre la multitud que
apretaba a Jesús, "contaminó" su impureza ceremonial a
todos ellos, y finalmente, al mismo Jesús cuando le tocó.

¡Qué curiosa situación! En aquel camino, Jesús se


encontraba en medio de Jairo y de la mujer enferma. Dadas
las implicaciones religiosas de su enfermedad, aquella mujer
nunca habría ido a la sinagoga que presidía Jairo, así que,
difícilmente se conocerían, pero ahora, por circunstancias
muy diferentes, los dos estaba junto a Jesús, ambos
igualmente necesitados de él.

La fe de la mujer enferma
No cabe duda que la mujer sentía hondamente su necesidad,
y fue a raíz de escuchar hablar de Jesús y de las maravillas
que hacía (Mr 5:27), cuando surgió en ella la fe. Como en el
caso de Jairo, se trataba de una fe auténtica, que lograba
superar los obstáculos.

Como ya hemos dicho, su fe le dio las fuerzas necesarias


para lograr abrirse paso entre la gente y llegar hasta Jesús.
Y cuando finalmente fue sanada, la fe le llevó a confesar
toda la verdad acerca del bien que había recibido de Jesús,
venciendo las posibles críticas de aquellos que habían
llegado a estar inmundos ceremonialmente por causa del
contacto con ella.
Algunos han pensado, que puesto que lo que la mujer se
había propuesto era tocar el borde del manto de Jesús, no se
trataba tanto de fe sino de superstición. Otros han intentado
usar el incidente para justificar su confianza en las reliquias;
una práctica muy extendida en el catolicismo por muchos
siglos. Pero debemos notar que Jesús subrayó que lo que le
había salvado era su fe en él: "Hija, tu fe te ha hecho salva;
vé en paz, y queda sana de tu azote". El toque del manto de
Jesús fue sólo una expresión de la fe que ella tenía en el
poder de Jesús.

"¿Quién me ha tocado?"
La mujer fue sanada por el hecho de tocar con fe el borde del
mando de Jesús, pero al hacerlo, intentó pasar
desapercibida entre la multitud. Su actitud podía ser
razonable, dado que los judíos no habrían aceptado que una
mujer inmunda ceremonialmente les tocara. Pero sin
embargo, Jesús percibió con total claridad que había salido
poder de él. Este es un hecho muy interesante que no
debemos pasar por alto.

Por un lado, es importante notar que aunque eran muchas


las personas que iban con Jesús y que incluso le apretaban,
sólo una de ellas tocó con fe a Jesús y fue sanada. Tal vez la
multitud acompañaba a Jesús en un ambiente festivo,
esperando ver un milagro en la casa de Jairo. En este
estado, un tanto alocado, se daban empujones e incluso
apretaban a Jesús desconsideradamente. Por el contrario, la
mujer enferma buscaba cómo aproximarse a Jesús con un
propósito completamente diferente. Ella era movida por su
profunda sensación de necesidad y con un corazón lleno de
fe y esperanza en Jesús. ¡Qué contraste! Pero esto mismo
ocurre constantemente en la iglesia de Cristo en el presente.
Muchos acuden a escuchar acerca de él, pero muy pocos son
los que se acercan a él con una fe personal que les puede
salvar.
Observamos también la actitud de los discípulos cuando
Jesús hizo la pregunta: "Ves que la multitud te aprieta, y
dices: ¿Quién me ha tocado?". Esto pone en evidencia no
sólo una falta de entendimiento de los discípulos, sino que
también revela cierta ausencia de respeto y sensibilidad
hacia Jesús. Si el Maestro se detuvo para hacer aquella
observación, a ellos les tocaba preguntarse la razón por la
que lo hacía y no criticarle de esta forma un tanto cruda y
ruda en que contestaron a su pregunta. Ellos también
necesitaban aprender algo muy importante.

"Jesús, conociendo en sí mismo el poder que


había salido de él"
Los discípulos no entendían el "desgaste" de Jesús por todas
esas sanidades. Probablemente se habían acostumbrado a
ver fluir el poder de Jesús sin ningún tipo de limitación y
pensaron que era algo "natural" en él. Pero el Señor tenía
que enseñarles que había un coste y que era alto.

Humanamente hablando, podríamos decir que cuando el


Señor Jesucristo creó este inmenso universo, no sufrió
ningún tipo de "desgaste". Pero una cosa totalmente
diferente era tratar con el pecado del hombre. En algún
sentido que es imposible explicar y cuantificar, la salvación
del hombre sí que ha supuesto fatiga, cansancio y mucho
dolor para el Hijo de Dios. Recordemos que la misma Ley de
Dios decía que Jesús había quedado religiosamente impuro
cuando la mujer con flujo de sangre le tocó (Lv 15:25-27). Y
todo esto, como explica el apóstol Pablo, con la finalidad de
llevar nuestra maldición para que nosotros pudiéramos ser
salvados: (Ga 3:13) "Cristo nos redimió de la maldición de la
ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito:
Maldito todo el que es colgado en un madero)". No podemos
ir más allá en nuestros razonamientos por temor a
equivocarnos, pero sí que debemos detenernos a adorar a
Dios por su amor hacia cada uno de nosotros.
Vemos entonces, que los discípulos que estaban tan cerca
del Señor, ignoraban lo que estaba pasando. Por eso, el
Señor se detuvo para enseñarles un principio fundamental
que nosotros debemos aprender también. Nunca podremos
hacer algo digno para el Señor a menos que pongamos en
ello algo de nosotros, de nuestra propia vida. El rey David lo
expresó magníficamente cuando dijo: "No ofreceré a Jehová
mi Dios holocaustos que no me cuesten nada" (2 S 24:24).

Nos resultan incomprensibles aquellos creyentes que dicen


estar dispuestos a servir al Señor, pero "con calma", cuando
les apetezca y se sientan con ánimos, sin agobios ni prisas.
Esta actitud es incompatible con lo que el Señor ha hecho
por nosotros y nos ha enseñado. Si queremos seguir sus
huellas, tendremos que estar dispuestos, no sólo a gastar lo
nuestro, sino especialmente a gastarnos a nosotros mismos.

"La mujer, temiendo y temblando, vino y se


postró delante de él, y le dijo toda la verdad"
El Señor Jesús cumplía con todo el programa que su Padre le
había encomendado, y aunque una niña moribunda esperaba
el toque de su mano, debía detenerse para atender a la
mujer y sacar del incidente todo el perfume de su fe. Para
ello era necesario que la mujer no quedara en el anonimato,
sino que confesara lo que había pasado. Fue entonces
cuando Jesús preguntó: "¿Quién ha tocado mis vestidos?".

Por supuesto, Cristo sabía quién era la persona que había


sido sanada, pero era necesario que la mujer se identificara
y diera testimonio público de la obra de Dios en su vida. Esto
era necesario por varias razones:
Confirmaba el principio que el apóstol Pablo expresó:
"Porque con el corazón se cree para justicia, pero con
la boca se confiesa para salvación" (Ro 10:10).
Permitía a Cristo llegar a tener una relación personal
con la mujer. Nunca es su deseo que seamos salvados
por su poder, pero que no tengamos nada que ver con
él. Por eso, después de la sanidad, buscó el diálogo
personal con la mujer.
Además, tan precioso ejemplo de fe no debía quedar
oculto a los ojos de la multitud de curiosos, que debían
aprender que sólo por la fe es posible obtener los
beneficios de Cristo.

En un principio, la mujer intentó esconderse, probablemente


para no tener que ruborizarse contando públicamente la
naturaleza de su enfermedad y la manera en la que había
recibido su sanidad. Pero como cristianos, debemos recordar
que nunca hemos de avergonzarnos de confesar ante los
hombres lo que Cristo ha hecho por nosotros. De hecho,
debemos esforzarnos en buscar la oportunidad para hacerlo.

Finalmente, la fe de la mujer le hizo vencer todos los


obstáculos e hizo una conmovedora confesión, donde de
manera maravillosa se combinaba humildad y franqueza en
cuanto a su necesidad, y la debida gratitud y adoración en
vista de su curación.

Tal vez ella esperaba alguna reprensión de parte del Señor


por haberle tocado estando inmunda ceremonialmente, pero
nada más lejos de eso. El Señor le animó y confirmó su
sanidad con unas cariñosas palabras: "Hija, tu fe te ha hecho
salva; ve en paz y queda sana de tu azote".

Fácilmente podemos imaginar el alivio de la mujer después


de haber confesado a Cristo públicamente.

Y a partir de este momento, la mujer volvió a formar parte


de la vida social y religiosa del pueblo de Dios.

"Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al


Maestro?"
Pero mientras la mujer sentía el profundo alivio de su
sanidad, no debemos olvidar que Jairo seguía al lado de
Jesús, impaciente, consumiéndose en su angustia,
preguntándose una y otra vez por qué el Señor se demoraba
tanto con aquella mujer mientras su hija agonizaba.
Muchas veces llegamos a sentir lo mismo, viendo cómo Dios
soluciona los problemas de otros, mientras que nosotros nos
consumimos en la impaciencia esperando que obre también
en nuestra situación. Es entonces cuando debemos recordar
que el Señor tiene propósitos diferentes con cada uno de
nosotros.

Fue en ese momento cuando llegó la trágica noticia desde la


casa de Jairo: "Tu hija ha muerto, ¿para qué molestas más al
Maestro".

No es difícil imaginar el estado de ánimo de Jairo. La muerte


siempre es dolorosa, pero si se trata de un niño pequeño, y
es nuestro propio hijo, entonces se convierte en una
experiencia desgarradora. Ante una situación así parece que
ya no queda lugar para la esperanza. Como muchos dicen:
"todo tiene solución, menos la muerte". De hecho, esta fue
la actitud de los que le dieron la noticia a Jairo: "¿Para qué
molestas más al Maestro?", ya no hay nada más que se
pueda hacer.

Pero si esto no era suficiente, el ambiente al llegar a casa,


con todas las plañideras llorando, gritando, gesticulando,
hacían que la desesperación y la desolación fueran totales.

Pero en ese mismo instante el Señor intervino: "No temas,


cree solamente". Si alguien podía transmitir algún tipo de
esperanza en una situación así, ese sólo podía ser Cristo.
Cuando todos los recursos humanos fallan, sólo quedan los
divinos.

Ya comentamos al principio, que el propósito de Cristo era


elevar la fe de Jairo a nuevos horizontes. Quería que llegara
a entender que él no sólo tiene poder para sanar enfermos,
sino también para resucitar muertos. Pero para ello, tendría
que vencer nuevos obstáculos. Para empezar, debía creer
que Jesús podía hacer lo que todos los demás hombres
consideran que es imposible: resucitar un muerto. Tenía que
creer que con Cristo la muerte no es el fin de todas las
esperanzas humanas. Y más tarde, cuando llegaron a la
casa, tendría que soportar también las burlas de la gente
que se rieron de Cristo cuando dijo que la niña no estaba
muerta sino que dormía.

"No permitió que le siguiese nadie"


Cuando llegaron a la casa de Jairo, Cristo echó a todos fuera,
quedándose sólo con los padres de la niña y tres de sus
discípulos; Pedro, Juan y Jacobo. ¿Por qué no permitió que
otros entraran? ¿Por qué después de resucitar a la niña
mandó a los padres que no dijeran nada a nadie?

Probablemente, una de las razones para sacar fuera a las


plañideras y muchos otros de los presentes, era porque su
actitud constituía un estorbo para la manifestación del poder
del Señor. No nos olvidemos que muchos de ellos se estaban
burlando de Jesús cuando dijo que la niña estaba
durmiendo.

Por otro lado, el escoger a estos tres discípulos, tal vez se


debió al hecho de que éste era el número de testigos que
exigía la ley para que un testimonio fuera válido (Dt 17:6).
Aunque curiosamente, este grupo de tres discípulos fue el
mismo con el que el Señor se apartó también en el monte de
la transfiguración y más tarde en el huerto del Getsemaní.
Debemos deducir que estos tres apóstoles formaban un
grupo más íntimo con el Señor y que los estaba formando
para tareas especiales.

Y en cuanto a la insistencia del Señor por mantener sus


milagros en secreto, ya hemos señalado en otras ocasiones,
que él no quería encender el fervor popular hasta el punto
en que las multitudes lo tomaran para dirigir un
levantamiento contra los romanos.

En el comportamiento de Jesús nunca encontramos la


actitud de algunos hacedores de milagros de nuestro tiempo,
que se ufanan de lo que hacen y buscan toda la publicidad
posible para sí mismos. Y el Señor tampoco se prestaba
nunca para satisfacer la curiosidad de la gente que sólo
andaba en busca de lo espectacular.

"Talita cumi"
Otro detalle muy interesante es la forma en la que Jesús
resucitó a la niña. El le dijo: "Talita cumi; que traducido es:
Niña, a ti te digo, levántate". Ya hemos visto que Marcos fue
el intérprete de Pedro, uno de los tres discípulos que
acompañaron a Jesús en esa ocasión. Y en su memoria él
siguió escuchando aquel "talita cumi" toda su vida. El amor,
la dulzura, el cariño con que Jesús dijo aquellas palabras no
llegaron a borrarse nunca de su mente. Así que, cuando él
contara esta historia a Marcos, seguiría pronunciando estas
mismas palabras.

Pero por otro lado, el Señor había dicho que la niña no


estaba muerta, sino que dormía. Esto llegó a ser algo
característico del mensaje cristiano; la muerte es como un
sueño del que finalmente nos despertará el Señor en su
venida (1 Ts 4:14-17). Por esta razón, algunos han pensado
que estas cariñosas palabras de Jesús a la niña, "talita
cumi", eran las mismas con las que su madre le despertaría
cada día.

Reflexión final
Probablemente, muchos de nosotros estemos pensando en
este momento que aunque Jesús sanó a esta mujer y
resucitó a esta niña, sin embargo, no hace lo mismo con
nosotros en este tiempo. Nosotros también tenemos fe en
Cristo, pero sin embargo, aunque deseamos ver sanados a
nuestros seres queridos, no siempre vemos que esto ocurra,
y en muchas ocasiones, la muerte nos separa de ellos de
manera irremediable. ¿Por qué Dios no actúa de la misma
forma hoy en día?

Es evidente que este relato no tiene como finalidad


animarnos a que nosotros esperemos lo mismo en el día de
hoy. Tal vez esa sea una de las razones por las que Cristo
encargó a todos que mantuvieran el secreto tanto como
fuera posible para que nadie lo supiese.

Pero lo que sí que se proponía enseñarnos por medio de


estos milagros, es que nuestra fe en él nos debe llevar a
tener una visión completamente nueva de la enfermedad y
de la muerte, una visión que el mundo no compartirá nunca.
Ni la enfermedad ni la muerte tienen un poder permanente
sobre los que hemos creído en Cristo. Ambas han sido
vencidas por él y en su Reino ya no existirán más.

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