En Modo Fiesta - Blázquez y Castro PDF

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En modo fiesta.

El montaje de cuerpos extáticos


entre jóvenes en la Córdoba contemporánea.
Gustavo Blázquez (Instituto de Humanidades. Conicet/ UNC)
Cecilia Castro (Instituto de Humanidades. Conicet/ UNC)

En este capítulo nos detenemos en la producción de una


experiencia alegre llamada bien arriba y en el montaje de cuerpos
en modo fiesta, entre jóvenes urbanos en la Córdoba
contemporánea.1 El análisis que proponemos se apoya en una
extensa etnografía de la noche que transcurrió entre bailes de
Cuarteto, clubs de música electrónica, fiestas variadas, recitales y
festivales musicales donde les jóvenes resultaban les principales
consumidores y productores de la diversión y la joda (Blázquez,
2009; 2014; 2016). También, y como parte de ese continuum festivo,
estudiamos festejos de cumpleaños infantiles realizados en espacios
mercantilizados en los que personas jóvenes se desempeñaban
como animadores/as responsables de producir la alegría que
consumían les niñes (Castro, 2016; 2019).
En términos metodológicos, esta etnografía de la fiesta se funda en
el cultivo de lo que llamamos anthropological groove (Blázquez y
Liartes, 2018).2 Para ello, antes que distanciamiento y cultivo de una
“perspectiva”, proponemos una epistemología de inmersión que
eche mano a la deriva situacionista (Debord, 2010) con su doble
énfasis en el azar y el cálculo a la vez que en el carácter lúdico y
constructivo del procedimiento. También retomamos la noción de
“atención flotante” elaborada por Sigmund Freud para describir el
estado de conciencia del analista y cultivamos explícitamente un
“cuerpo flotante” capaz de situarse, de saber sobre su posición y
hacer saber acerca de sus intereses científicos, pero que al mismo
tiempo fuera capaz de fluir y entrar en la serie de interacciones,
consumos y prácticas que (trans)formaban las noches pesquisadas.
Bajo la influencia de este anthropological groove, nuestro oficio
etnográfico consistió en construir explícitamente un cuerpo flotante

1
La tipografía itálica se utiliza para términos en lengua extranjera y para señalar
palabras, formas de nominación o frases recolectadas durante el trabajo de campo.
Las comillas indican citas textuales o relativizan conceptos de uso común. A lo largo
de todo el escrito, siguiendo la Resolución del Consejo Superior HCS-UNC 208/2019,
recurrimos al uso del lenguaje inclusivo, excepto cuando se trata de términos
recolectados en la etnografía.
2
El término groove describe la sensación de fluir que surge a partir de la
manipulación de propiedades rítmicas de la música que llevan a les individues a
“sentir” dichas sonoridades e incorporar aquellos bits en sus movimientos. Se trataría
de un “sentimiento” que incita al oyente a introducirse en un ciclo de desplazamientos
corporales, combinando los sonidos externos con sus pulsiones internas.
en situación de deriva, atento a los excesos y capaz de entregarse a
ellos hasta cruzar las fronteras que lo separaban de les
interlocutores, pero también capaz de recuperar esas experiencias
para la textualización crítica del análisis social.
Las cuestiones aquí abordadas forman parte de un conjunto mayor
de preocupaciones sobre los procesos de transformación en las
subjetividades y sujeciones juveniles en el marco de las dinámicas
propias del capitalismo contemporáneo cuando los estados
anímicos, al igual que la cultura (Yúdice, 2002), devinieron un
recurso susceptible de ser gestionado. Luego de presentar las
modulaciones corporales y afectivas que se producían en las
performances festivas estudiadas y las diferentes tecnologías
puestas en juego, el capítulo, avanza en el análisis de les jóvenes
que ocupaban de la “gestión de la alegría”.

1. La alegría como recurso


Ya sea que analicemos los cambios en los modos de vida urbanos
en términos de “sociedad del espectáculo” (Debord, 1991) o lo
hagamos pensando en el desarrollo del “capitalismo cultural” (Rifkin,
2000) no podemos dejar de reconocer el incremento inflacionario del
valor social de la diversión, el ocio y el tiempo libre. En las
sociedades posteriores a la II Guerra Mundial, divertirse, estar
alegre, ser feliz se transformaron en obligaciones sociales y
derechos consagrados. Como parte de ese proceso se generó un
importante mercado de bienes y servicios destinado a asegurar y
expandir la (re)producción de la alegría y también un cuerpo de
especialistas, devenides profesionales, en la materia. No sólo el
consumo ofrecía felicidad sino que la propia felicidad se presentó
como una experiencia comprable en forma de “las vacaciones”, “el
fin de semana”, “la noche”. El “imperativo de la alegría” (Ahmed,
2019) se volvió una de las expresiones más recurrentes en muy
diversos discursos. En 1972 el rey de Bután propuso que “la
Felicidad Nacional Bruta es más importante que el Producto Bruto
Interno” y cuarenta años después, las Naciones Unidas declararon
al 20 de marzo como “Día de la Felicidad”. En Argentina, la alianza
de centro-derecha que ganó las elecciones presidenciales en 2015
prometía una “Revolución de la alegría” que promocionaba con
turgentes globos amarillos (Vommaro y Morresi, 2015).
La música y la danza jugaron un rol fundamental en el proceso de
expansión de la lógica capitalista al “tiempo libre”, un subproducto
de la imposición de esa misma lógica, y en la definición del “trabajo”
(Turner, 1982). Hacer música, escucharla, y bailar se convirtieron en
actividades privilegiadas para los momentos de ocio. De manera
semejante, los festejos de cumpleaños (infantiles, de quince años o
de décadas) se volvieron cada vez más relevantes y se multiplicaron
las fechas que debían celebrarse. Se reprodujeron los “Días” como
el “Día de los enamorados”, “de los amantes”, “de los solteros”, “de
los hermanos”, “de la suegra”, “los abuelos”, “la secretaria”, “la
mujer” y con ellos, la industria del merchandising celebratorio
específico.
Esas dinámicas, especialmente aquellas relacionadas con la
diversión nocturna urbana, no pueden pensarse por fuera de los
procesos de invención de la juventud, la extensión de los años de
formación escolar, el aplazamiento del ingreso de nuevas
generaciones al mercado laboral y la creación de una “moratoria
social” que ubicó a les jóvenes en un tiempo “entre”. Ese carácter
pasajero, efímero, liminar, con el que se definía a la juventud
contribuyó a imponer sobre una población delimitada en términos
etarios la obligación de ser feliz y cultivar el tiempo libre.
Pensar en jóvenes es pensar en un estado particular de los cuerpos.
La imaginería hegemónica de nuestro mundo asocia sus cuerpos
con el florecimiento y la adquisición de su forma más bella y efímera.
El “Día de la primavera” es el “Día de la juventud y de los
estudiantes”. Esos cuerpos también se figuran como una fruta
fresca, carnosa y aun firme. Los músculos se desarrollan y los
órganos maduran sin marcas del inminente quebranto como en
Adonis o Britney Spears en Baby one more time. Según parece
habría en estos cuerpos una fuerza expansiva, anabólica, que se
transforma en materia y calor; en carne y fogosidad.
Esa “energía juvenil”, una forma específica de la capacidad de
excitación o potentia gaudendi de la materia viva (Preciado, 2017),
sería uno de los principales recursos del mercado de la diversión y
las industrias culturales. Con una intensidad creciente, y en una
temporalidad variable en función de cuestiones geopolíticas, les
jóvenes se transformaron en les principales protagonistas de esta
expansión del capitalismo cultural. Posteriormente fue el turno de
adolescentes, teens, y niñes, quienes se encontraron en y con
mercados de divertimento específicos donde podían celebrarse y ser
celebrades en función de su edad. Matinés bailables, fiestas de
quince años, salidas al shopping o el cine sin compañía de adultes,
pijama-party, festejos de cumpleaños en salones de alquiler pero
también ferias del libro infanto-juvenil, telenovelas, revistas y
recitales de Tini Stoessel (Violetta), Karol Sevilla (Soy Luna), eran
algunas de las performances que realizaban el tiempo libre y
producían nuevas subjetividades.
El género y la sexualidad fueron otras formas de la diferencia social
fuertemente explotadas en la (re)producción de la alegría. La
emergencia de un pink market y la noche gay, clubes para mujeres
(heterosexuales) con espectáculos de strippers, fiestas swingers o
BDSM3, festivales musicales sólo con artistas femeninas como el
Girl Power o GRL PWR que se realiza en Córdoba desde 2018, dan
cuenta de esas transformaciones.
Como parte de este proceso, algunas ciudades procuraron devenir
polos de atracción y constituirse en escenarios privilegiados para la
diversión y la alegría. Según explica Yúdice (2002), con el objetivo
de convocar y conservar a trabajadores calificades y profesionales
jóvenes que se integraran al sector de servicios como el diseño y la
programación digital o a las diferentes industrias culturales, Miami
debió hacerse interesante para eses sujetes a partir de la gestión de
una vasta oferta festiva. Una dinámica semejante se observa en
muy diversas ciudades como Córdoba donde, en las últimas
décadas, se implementaron una serie de políticas culturales que
incluyeron la creación de “corredores culturales” y circuitos
“gastronómicos”; el montaje, bajo la supervisión estatal, de una red
nocturna de espacios recreativos integrada por bares y clubs
bailables; la organización de eventos como “la noche de los museos”
o “de las librerías”, ferias del libro, festivales de música, danza,
teatro, literatura, cine. Esas acciones reunían a muy diverses
agentes, empresaries, polítiques, artistas, gestores y públicos que
coincidían en la necesidad de propiciar el desarrollo de la ciudad por
medio del ocio y la alegría. Como parte del proceso se produjo la
potenciación entre la reproducción lúdica y festiva de la fuerza de
trabajo y su venta en el mercado, para fundar una temporalidad que
trascendería la dicotomía producción/consumo. En esta redefinición
del tiempo y el trabajo, algunos agentes, especialmente jóvenes,
procuraban su reproducción social transformando a la alegría en un
recurso y a sus hobbies en un “emprendimiento”. Así devenían
artistas o animadores/as que intentaban, no siempre de manera
exitosa, incorporarse a un mercado laboral. En este mercado, que
se volvía cada vez más flexibilizado, se esperaba de manera ideal
que les más “emprendedores” ocuparan posiciones ventajosas
(Beltrán y Miguel, 2011; García Canclini y Urteaga 2012; Vargas y
Viotti, 2013; Moruno, 2015)
Situado en este torbellino, según se experimentaba en la ciudad de
Córdoba durante las primeras décadas del siglo XXI, el capítulo
describe, a continuación, las representaciones, significados y
dinámicas que se desplegaban en el montaje de una experiencia

3
La sigla BDSM refiere a prácticas eróticas consensuadas y combina las iniciales de
los siguientes pares de palabras: Bondage y Disciplina; Dominación y Sumisión;
Sadismo y Masoquismo.
bien arriba y en la construcción de una modulación corporal de
carácter festivo y alegre.

2. Modo fiesta
La participación etnográfica en un mundo de festejos e ingresar en
el groove permitió reconocer la formación de una experiencia alegre,
de carácter agitato y con un tempo vivace, que productores y
consumidores describían como bien arriba. Esa emoción suponía la
conquista de un estado extático, de intenso placer y bienestar que
incluía la estimulación multisensorial, movimientos corporales
aeróbicos como correr, saltar, cantar, bailar y en ocasiones, la
ingesta de sustancias estimulantes. En esos momentos se consumía
calorías, la respiración y el ritmo cardíaco se aceleraban, una ola de
adrenalina y serotonina corría por el torrente sanguíneo, los órganos
abdominales sentían las vibraciones sonoras, las sensaciones
cenestésicas aumentaban intensificando la propiocepción, los
sentidos estaban tan aturdidos como alerta y las emociones
exaltadas.
El ethos o sistema culturalmente organizado de las emociones
(Bateson, 1986) reinante en los espacios festivos predisponía y
obligaba a les participantes a mantener relaciones, más o menos
armónicas, animadas por un común interés en la fruición del estar
juntes. Bien arriba se oponía a estar para abajo, triste o deprimide.
En estos contextos, esta era la expresión obligatoria de sentimientos
(Mauss, 1968) que se asociaban con la fiesta, el bienestar y la
alegría. Antes que un signo de la vida psíquica y el humor personal,
esa emoción resultaba un “índice de la relación social” (Lutz, 1988:4)
imaginada y efectivamente realizada en las diferentes fiestas.
Las distintas performances montaban una intensa experiencia
sensorial que permitía a les sujetes formarse y formar en otres una
determina imagen de sí. En este proceso, la música y la danza, por
su carácter fuertemente corporal, resultaban artefactos culturales
altamente significativos que posibilitaban "una experiencia real de lo
que podría ser el ideal" (Frith, 1996:122). Según el relato de muy
diverses interlocutores, parte de la comprensión de su identidad
(siempre imaginaria) se producía al enredarse en el placer corporal
del baile. Ese, para muches, descubrimiento resultaba un viaje o un
cuelgue. “Me gustan los bailes y me siento en el aire si tengo que
cantar” afirmaba Rodrigo en su tema “Soy Cordobés”.
Esos términos describían una experiencia donde les sujetes
estaban, de algún modo, fuera de sí y desde esa posición excéntrica
lograban percibirse como si fueran otres. Algunes interlocutores
relataban esa vivencia con palabras que tomaban del discurso
místico y había quienes decían sentirse transportados. Esa
experiencia hacía posible un cierto conocimiento de sí, un pliegue de
subjetividad, que se encarnaba en un cuerpo en modo fiesta.
En la materialización de esa corporalidad que constituye el modo
fiesta reconocimos la participación de distintas “tecnologías del Yo”
(Foucault, 1996).4 Entre las más frecuentemente utilizadas
encontramos aquellas que modificaban el medio interno mediante la
incorporación de diversas sustancias psicoactivas. Estas tecnologías
químicas del Yo (Blázquez, 2009) posibilitaban entrar en calor y se
accionaban en diferentes momentos de la fiesta.
Durante la previa, una reunión que se realizaba en un espacio
doméstico antes de partir hacia el baile, el club, el boliche o el
recital, se consumía alcohol y quizá otras sustancias. A través de la
incorporación de esas moléculas se producía una experiencia
corporal agitada significada como alegre y propia del modo fiesta
que preparaba a les agentes para la alegría por venir. En las fiestas
de cumpleaños infantiles, los salones montaban una mesa repleta
recipientes atiborrados de chizitos, papas fritas, tutucas, palitos,
puflitos, entre otros alimentos coloridos. La mayoría de rápida
digestión y con alto contenido de azúcar y sodio. También había
vasos repletos de bebidas abrumadoramente dulces. Les niñes,
alejades de la mirada de las familias, jugaban a suspender las reglas
de decoro y eran frecuentes los chistes con contenido escatológico.
Les animadores/as vigilaban la situación y se ocupaban de poner
orden y hacer divertida la ingesta que permitía incorporar el
combustible que pronto se quemaría en saltos, gritos, carcajadas y
llantos.
Las tecnologías químicas del Yo permitían el pasaje de un estado de
cara a estar de la cabeza. Por medio de diversas sustancias
psicotrópicas (azúcares, alcohol, marihuana, cocaína,
metanfetamina, la hiper-oxigenación producto del movimiento
intenso) se producía un estado de conciencia diferente al cotidiano.
En el día a día se vivía de cara, es decir usando una máscara social
que variaba según las situaciones sociales (Goffman, 1981) en las
que se encontraban les agentes. Pero el acceso a la fiesta suponía
una transformación corporal, el abandono de la cara y la
construcción de otra cara, en el sentido goffmaniano. Estar de la
cabeza implicaba ingresar en otro estado de conciencia y acercarse
al disfrute de placeres (in)imaginados. Experiencias tantas veces

4
Foucault (1996:48) las describe como aquellas tecnologías “que permiten a los
individuos efectuar, por cuenta propia o con la ayuda de otros, cierto número de
operaciones sobre su cuerpo y su alma, pensamientos o conductas, o cualquier forma
de ser, obteniendo así una transformación de sí mismos con el fin de alcanzar cierto
estado de felicidad, pureza, sabiduría o inmortalidad.”
deseadas como la locura del baile de Cuarteto, el éxtasis del club
electrónico, el pogo del recital, el frenesí del pelotero y los castillos
inflables, disfrazarse de un personaje favorito en las fiestas
infantiles, se hacían realidad. En este otro estado, un tanto
alucinatorio, los deseos se satisfacían junto con la expansión de las
fronteras del Yo más allá de la propia piel. En el centro caliente de la
fiesta, como por ejemplo las pistas de baile, se montaba un cuerpo
colectivo articulado en una misma coreografía.
De manera más reciente encontramos la incorporación de
tecnologías lumínicas del Yo destinadas a modular la superficie
tegumentaria de los cuerpos para hacerlos brillar. Quienes estaban
en modo fiesta procuraban encenderse también por fuera y captar
así la atención de quienes estaban en derredor. Maquillajes a base
de glitters, gloss, strass autoadhesivos, purpurina, iluminaban y
destacaban, por su efecto tridimensional, pómulos, parpados, labios,
hombros y algunas veces el pecho de los cuerpos de diferentes
participantes. Esas tecnologías producían cejas cubiertas de brillos,
cabellos teñidos de colores fluorescentes y destacaban la mirada
mediante el uso de pestañas postizas. Los recursos necesarios para
ese montaje estaban disponibles en los camarines pero también en
carteras y mochilas del público asistente a diversas fiestas.
Diferentes tutoriales democratizaban el uso de estas tecnologías y
según repetían personas entrevistadas: “el glitter es para compartir,
el brisho es político”.5 En otras performances, esas tecnologías las
administraban maquilladores profesionales y formaban parte de los
combos que se ofrecían como servicios. Así se emprendían diseños
de pintura facial para darle un toque “divertido” al look de les
agasajades y el público durante los festejos de bodas, cumpleaños
de quince e infantiles. Esos cuerpos brillantes, espectaculares y
animades, eran captados a través de dispositivos celulares y
cámaras fotográficas que (re)hacían el estado festivo en retratos y
recuerdos compartidos en redes sociales.
Estas tecnologías del Yo montaban un cuerpo en modo fiesta,
dispuesto y disponible para la alegría. Bajo esa particular
modulación, según se lo representaba y experimentaba, el cuerpo
estaba encendido y brillaba en la oscuridad de la noche; irradiaba
calor y alegría. Al estar bien arriba los cuerpos se extendían más
allá de la piel, se desbordaban y fundían con otros en besos y
abrazos.

5
Por cuestiones de espacio no podemos desarrollar aquí la continuidad entre esos
usos y los que se deban en marchas políticas cuando algunes daban brillo al rostro
invocando las coloraciones del arcoíris y otras recurrían a la purpurina de color violeta
y verde furioso. El brillo incandescente de la identidad hecha cuerpo, la militancia y la
alegría del modo fiesta se articulaban en un mismo maquillaje.
3. La división social del trabajo festivo
En las diversas fiestas estudiadas, la producción de cuerpos en
modo fiesta no se alcanzaba sin la mediación de especialistas.
Cantantes, artistas, deejays y animadores/as eran les más
destacades. Sin su presencia no se producía la fiesta. También
existía un grupo heterogéneo que incluía sonidistas, iluminadores,
plomos, productores comerciales, managers, gestores, fotógrafes,
productores de contenidos para redes sociales, maquilladores,
hacedores de tortas, dylers que, en términos de Howard Becker
(2008) resultaban parte del “personal de apoyo”. Todes elles
encontraban en las fiestas una oportunidad para su reproducción
social y económica. Para ello realizaban un conjunto de diligencias
conducentes al montaje de performances capaces de gestar y
administrar una experiencia de communitas (Turner, 1982).
Según observamos, en tiempos de transformación de la alegría en
un recurso, la materialización de cuerpos en modo fiesta se
organizaba a partir de la división entre “gestores de la alegría” y
gestionades. Les primeres eran un grupo de jóvenes
emprendedores que se encargaban de y eran recompensades
económicamente por gestionar la experiencia mercantilizada que
consumían les segundes (niñes y jóvenes). La mayor parte de eses
jóvenes, generalmente cisvarones heterosexuales, de camadas
medias, con estudios secundarios completos, hijes de trabajadores
en el sector de servicios, profesionales independientes o pequeñes
comerciantes cuentapropistas, hicieron de sus entretenimientos,
pasiones y gustos, un recurso para su reproducción económica. Un
gran número de elles desarrollaban actividades comerciales y
artísticas desde la adolescencia como organizar eventos festivos
escolares para recaudar fondos para viajes o musicalizarlos. Había
quienes relacionaban su interés con la figura de algún amigo o
pariente, hermano o primo, de mayor edad, que les inició en la
actividad. Varios de los varones, una vez que concluyeron la escuela
media, optaron por integrarse al mundo laboral antes que continuar
con sus estudios universitarios. Las mujeres, especialmente
aquellas que devenían animadoras contaban con estudios
superiores y varias eran maestras, profesoras de teatro o de
educación física. 6
Trabajar en la animación infantil o en la noche permitía a eses
jóvenes articular y poner en funcionamiento saberes adquiridos en
determinados trayectos universitarios que podían concluir o no. La

6
En otros textos hemos indagado los modos de hacer género y raza/clase que no
podemos abordar aquí (Blázquez, 2014; Castro, 2019).
mayoría de elles eran empleades informales, contratados “de
palabra” por los dueños de los comercios, generalmente cisvarones
heterosexuales y de mayor edad, donde se hacían las fiestas. 7
Como bien sabían les interlocutores, las relaciones de parentesco y
amistad facilitaban el ingreso a una red de jóvenes emprendedores
y les aseguraba trabajo. Algunes intentaban o soñaban montar su
propia empresa y varies apostaban a lo que llamaban producción
independiente y autogestión. En su relato, inscribían su carrera en
una especie de “destino natural” y la mayoría tendían a
representarse como personas que amaban su trabajo. Estaban
felices con lo que hacían y decían divertirse al trabajar para lo cual
también ponían sus cuerpos en modo fiesta.

4. Gestionar la fiesta
Les gestores de un tipo particular de emociones realizaban una
administración más o menos precisa, repetida y repetible, de
tiempos, espacios y estímulos, consumos y guiones dramáticos. En
su tarea, regulaban los flujos afectivos y determinaban los ritmos del
humor que proponían e imponían mediante el “calentamiento” o
“enfriamiento” (Schechner, 2000) de las performances. Su actividad
consistía en orientar y hacer deseables ciertos comportamientos y
relaciones interpersonales a partir del ejercicio de diversas
“tecnologías de gobierno de sí y de los otros” (Foucault, 2009),
asociadas con la gestión de la alegría. Si bien la descripción de esas
tecnologías escapa a los límites de este capítulo, la etnografía nos
permitió reconocer algunas destinadas a la organización del tiempo,
el espacio y la construcción de un ritmo. Otras, posibilitaban la
administración de los cuerpos y su coordinación mediante la música
o los juegos. También encontramos otras técnicas preocupadas por
la (re)codificación de las condiciones perceptuales y la
administración del sensorium (Blázquez y Castro, 2015).
Ingresar a un club electrónico, baile, recital o festival suponía
acceder a un espacio donde las condiciones perceptivas cambiaban
radicalmente. La iluminación más o menos tenue de la calle daba
lugar a la oscuridad interrumpida por luces de colores y
estroboscópicas. El sonido que antes era ruido ambiente se hacía
una música estridente. Era difícil reconocer con precisión las formas
o escuchar las palabras de quien estaba cerca. En las fiestas

7
Las formas de organización esos sujetos eran muy variadas. En algunos casos,
como las grandes orquestas de Cuarteto y boliches bailables eran empresas,
legalmente registradas, que incluían a varios socios. En otras oportunidades se
trataba de pequeños emprendimientos familiares.
infantiles se (re)creaba la noche, en el día, al montarse minidiscos,
en garajes refuncionalizados y/o habitaciones, que reproducían
determinados estados perceptuales y auditivos. Un continuo proceso
de socialización, instruía a les niñes en los guiones que organizaban
la alegría festiva. Como parte del mismo, cabe destacarse la cadena
de festejos que hacían con que cualquier niñe que festejara su
cumpleaños en un salón comercial ya hubiera participado en el de
sus hermanes mayores, primes, vecines o compañeres de colegio.
Artistas y animadores disponían y manejaban, con mayor o menor
maestría, esos distintos repertorios y protocolos técnicos capaces de
gestionar las emociones y llevar los cuerpos -que tendían a
dispersarse- al centro de la escena para mantenerlos todos juntos y
bien arriba. En complicidad con sus públicos, eses gestores
dramatizaban unos guiones festivos que suponían una sensación de
plenitud y bienestar, de conexión con sí mismes y con les otres, que
se expresaba por medio de comportamientos exaltados,
embriagados, extáticos. Ese cuerpo en modo fiesta se alcanzaba, en
relación con otros cuerpos en el mismo estado, en condiciones,
espacios y momentos caracterizados por una gran estimulación
sensorial.
En la gestión de ese modo corporal ciertas rutinas resultaban más
eficientes, en el sentido de que demandaban menos recursos para
conseguir sus objetivos, y más efectivas en tanto los resolvían con
mayor asertividad. Cuando en el club electrónico se quería indicar
que había llegado la hora de bailar se disminuía la luz ambiente, se
elevaba el volumen de los sonidos y se aceleraba el tempo de la
música. Si, avanzada la noche, se buscaba agitar aún más ese
clima festivo, les dueñes podían ofrecer descuentos en el precio de
las bebidas alcohólicas e incluso regalarlas. De manera semejante,
la iluminación estridente indicaba los momentos más agitados
mientras que los climas más introspectivos o deep se acompañaban
de una iluminación más intimista.
En los cumpleaños a través del micrófono y otros elementos como
silbatos se anunciaban las diversas rutinas lúdicas y reunía a les
participantes con el propósito de coordinar los movimientos en cada
tramo del circuito de la fiesta (bienvenida, comida, juegos, baile,
corte de la torta, entrega de souvenirs). Asimismo para el canto del
“Feliz Cumpleaños”, se creaba una atmósfera especial que ponía el
festejo a full. Luego, con la distribución de la torta, disminuía el
estado de euforia colectiva para reactivarse con nuevos juegos y/o
ruptura de la piñata. El final de la fiesta se anunciaba bajando el
volumen de la música, seleccionando melodías más relajadas, y
desarmando la escenografía. Al llegar les parientes, les
animadores/as devolvían a les niñes sus abrigos y les entregaban
los souvenirs elaborados por familiares de les festejades.
La calidad de la gestión de eses gestores se medía en función de su
capacidad para armar la fiesta, la alegría, y el manejo los tiempos.
En el caso de las pistas de baile se buscaba un calentamiento
progresivo hasta que el lugar hervía al finalizar la performance
mientras que en las celebraciones infantiles se trataba de “calentar”
los cuerpos y luego “enfriarlos” para que reanudaran sus actividades
cotidianas. Esas habilidades se relacionaban con el conocimiento de
las “partituras” (Schechner, 2000) de las performances que poseían
les gestores de la alegría y de la correcta elección de las técnicas
adecuadas para gestar una experiencia extraordinaria.

5. Consideraciones finales
Las distintas performances liminoides (Turner, 1982), desde las
pistas de baile, recitales y festivales de música a las celebraciones
de cumpleaños infantiles permiten observar cómo la fiesta resultaba
una experiencia colectiva altamente significativa y vigorosamente
diseñada que se ofrecía a un público ávido por consumirla. En el
montaje de cuerpos en modo fiesta, las acciones estimuladas por
drogas de diseño como el Éxtasis, hacían de cierta vivencia
subjetiva una realidad objetiva que se objetivaba, una vez más, en la
escena ofrecida por la pista de baile. El Yo en éxtasis construido a
través de las tecnologías químicas cristalizaba al contacto con el
medio sinestésico producido por las tecnologías audiovisuales
orquestadas por artistas como deejays y veejays. Dinámicas
semejantes se daban en las fiestas infantiles.
El ensamble de cuerpos extasiados suponía el clivaje entre
“gestores de la alegría” y sus gestionades. Como parte de ese
proceso de producción de subjetividades emergió un cuerpo de
especialistas formado por jóvenes que se integraban de manera
precaria al mercado laboral. No todes eses gestores imaginaban un
futuro laboral en términos de estabilidad y carrera profesional en los
mundos que integraban. Para algunes era tan sólo una ocupación
ocasional. Pero para otres, especialmente cisvarones, representaba
una actividad altamente significativa y muchos de ellos cultivaron
desde temprana edad “un estilo de vida emprendedor”, asociado con
la producción de la alegría y desarrollaron estrategias para
autoproducirse poniendo en juego diferentes capitales (Landa,
Blázquez y Castro, 2019).
La alegría era un recurso para la producción y reproducción de
agentes en cuya gestión participaban diversas “tecnologías del yo”
(Foucault, 1996) y “de gobierno de sí y de los otros” (Foucault,
2009). Como parte de su trabajo, quienes se ocupaban de la gestión
de la alegría debían convertirse en aquello que decían ser, encarnar
esas emociones y conjugar la procura del placer con el
gerenciamiento de sí (Bröckling, 2015). El gobierno de las conductas
de les otres se vinculaba íntimamente con la relación que les
gestores establecían consigo mismos, con sus cuerpos y placeres.
Elles, antes que ningune, debían colocarse en modo fiesta y para
ello recurrían también a tecnologías químicas y lumínicas del Yo.
Algunos animadores que gestionaban hasta tres fiestas de
cumpleaños seguidas, consumían bebidas energéticas o
hipertónicas. Según indicaban, su intención era aumentar la
resistencia física y evitar la fatiga y agotamiento. También
consumían otras sustancias psicoactivas para ablandar el cuerpo y
pasarlo rápidamente a un modo festivo. En el caso de las
animadoras observamos cómo algunas colocaban en partes
específicas del cuerpo aceites esenciales elaborados con hierbas
medicinales para armonizarse y otras ingerían antiinflamatorios no
esteroideos que aliviaban el malestar corporal que generaba el
esfuerzo físico y la larga exposición al ruido de los motores de
inflables, silbatos, gritos propios y ajenos. Esta diferencial
distribución de las tecnologías químicas en función del género, no se
daba en las escenas nocturnas.
El análisis de esas diferencias y las “tecnologías del género” (De
Lauretis, 2000) que participaban en esos procesos rebasa los
objetivos de este capítulo que sólo procuró describir cómo se
montaban subjetividades encarnadas capaces de disfrutar y
gestionar la alegría. Sin embargo, no es posible dejar de advertir e
invitar a mayores reflexiones sobre cómo se hacía género, y también
clase/raza, en la producción de esos cuerpos extasiados en modo
fiesta.

6. Bibliografía
Ahmed, S. (2019). La promesa de la felicidad. Una crítica cultural al
imperativo de la alegría. Buenos Aires: Caja Negra.

Becker, H. (2008). Los mundos del arte. Sociología del trabajo


artístico. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes.

Beltrán, G. y Miguel, P. (2011). “Emprendedores creativos.


Reacomodamientos en trayectorias de la clase media por la vía de
la inversión simbólica”. En L. Rubinich y P. Miguel.
(eds.).Creatividad, economía, cultura en la ciudad de Buenos Aires.
Buenos Aires: Aurelia Rivera
Blázquez, G. (2009). “Las tecnologías químicas del yo y los
procesos de subjetivación: Etnografía en la pista de baile”. En Actas
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