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Artes y artesanos en la construcción nacional

Por: Martínez Carreño, Aida, 1940-


REVISTA
Credencial
Historia
EDICIÓN 87 - MARZO 1997

ARTES Y ARTESANOS EN LA CONSTRUCCIÓN NACIONAL


Aída Martínez Carreño

Panaderos. Miniatura atribuida a Jean Colombe,


de Bourges, siglo XV. Biblioteca Nacional, París .

Tres grandes grupos conformaban las sociedades renacentistas europeas: la


nobleza, el clero y la clase trabajadora. Esta, a su vez, como parte de un mundo
claramente estratificado, estaba dividida en numerosísimos compartimentos que a
manera de células se agrupaban de acuerdo con la función que cumplieran; los
trabajos manuales especializados recibían la denominación de artes, y artesanos
eran quienes los desempeñaban. Los gremios, consolidados desde la Edad Media,
reunían a quienes ejecutaran un mismo arte u oficio (para entonces ya se habían
definido cien oficios bien organizados).

Cada gremio contaba con un cuerpo rector encargado de vigilar la calidad y el precio
del producto acabado, el bienestar y la conducta de los asociados y las instancias
del aprendizaje, además del cumplimiento de los compromisos del organismo con
la comunidad; se accedía a la categoría de maestro (al cual se le permitía recibir
contratos y poner tienda), tras riguroso proceso cumplido en talleres reconocidos y
luego de haber pasado las correspondientes pruebas de habilidad para el
desempeño del oficio, que bien podía ser navegación, agricultura, medicina,
tejeduría, escultura o sastrería, para citar ejemplos bien disímiles. La separación de
cada actividad exigía que para producir objetos aparentemente corrientes, se
debiera recurrir a varios talleres inscritos en diferentes gremios: "...Para vestir a un
hombrecito han de estar ocupados tanto número de oficios y oficiales que no sé
decillo [...] para el zapato que ha de calzar el curtidor que curte el cuero, el zurrador
que lo zurre y el tintorero que lo tiña y el maestro que lo corte y lo entalle y el oficial
y cosedor que lo cosga, y el hormador que haga la horma y el broslador [bordador]
que heche [sic] los pasamanos y aun el lapidario que labre las perlas que le ha de
poner y el otro que le pique y harpe...", lamentaba en 1570 el oidor Tomás López
Medel.

Pese a que la fuerza de la organización gremial ya había decaído en otros lugares


de Europa, fue durante el reinado de los Reyes Católicos cuando se implantó en
Castilla; por ello debemos suponer que se introdujo como parte del modelo social
que España trasladó a América. Como indicativo de la organización del trabajo sirve
un listado de 2.915 españoles que emigraron antes de 1519, en el cual se han
podido clasificar 653 empleados civiles, 115 mercaderes, 235 empleados militares,
457 marinos, 221 artesanos, 91 profesionales, 107 eclesiásticos, 97 nobles, 321
criados de ambos sexos, 47 industriales, 291 encomenderos y 47 labradores y
pastores. Bajo el mando de un capitán general, las expediciones conquistadoras
estaban compuestas por diferentes estamentos: soldados de a caballo y de a pie,
organizados los últimos en arcabuceros, ballesteros, rodeleros, macheteros y
azadoneros; resultaban indispensables otros oficiales como cirujanos, boticarios,
cuidadores de caballos, herreros, carpinteros, calafateadores y curtidores, y ello,
sólo para avanzar por el territorio. Otra cosa era para fundar un poblado: con la
expedición de Alonso Luis de Lugo llegaron a Santafé en 1540 carpinteros, albañiles
y hasta un experto fabricante de tejas y ladrillos.

Alfarero. Miniatura del siglo XVI

Los conquistadores buscaron ser reconocidos "hidalgos notorios", circunstancia que


dentro de la mentalidad de la época los mantendría alejados de los denigrantes
trabajos manuales; si no pudieron alcanzar sus ambiciones de nobleza, su condición
de beneméritos los equiparó en privilegios que les permitieron retener por varias
vidas el poder político y económico, únicamente compartido con las órdenes
religiosas. Sobre la otra tercera parte de la población, la más numerosa, integrada
por indígenas y esclavos, recayó la tarea productiva que fue tornándose más y más
compleja en la medida en que se desarrollaron centros urbanos con diversas
necesidades de abastecimiento y de servicios. El orden de una ciudad colonial
exigía la presencia de funcionarios, comerciantes, profesionales liberales, artesanos
y personal de servicio. También en las primitivas empresas creadas por los
encomenderos los oficios debieron especializarse. Buen ejemplo se encuentra en
los obrajes organizados durante el siglo XVI para producir tejidos de lana, cuyos
trabajadores indígenas debieron aprender a desempeñarse como hilanderos,
canilleros, cañoneros, emprimadores, emborradores, tejedores, tintoreros,
cardadores, bataneros, percheros, tundidores, etc. Como contrapunto de este
estricto ordenamiento, la vagancia y trashumancia de indios y mestizos fue un
problema corriente para las autoridades coloniales.
En 1777, el virrey Manuel Antonio Flores promulgó la Instrucción general para los
gremios, que es copia casi textual de la expedida en Madrid con el propósito de
elevar el nivel del artesanado; para ello se pretendía vigilar la actividad de los
maestros y talleres, la calidad y precios de sus obras, además de las instancias del
aprendizaje que eran bastante complejas: un discípulo podía durar diez o más años
trabajando sin otra remuneración que la comida en el taller del maestro, antes de
ser recibido a examen (en el caso de los sastres éste consistía en la ejecución de
una pieza ante dos veedores del gremio). Este filtro contribuyó a reforzar el carácter
hereditario de muchos oficios que en la práctica cotidiana se trasmitían de padres a
hijos, pero también a disminuir los niveles de conocimientos de los artesanos, cuya
instrucción no superaría la del maestro. Las mujeres y los esclavos estaban
formalmente excluídos de los gremios.

Las ciudades tenían sectores donde se agrupaban los artesanos y en la Nueva


Granada esta organización se detecta en el censo de 1778: el barrio de Las Nieves
en Santafé congregaba a 109 hombres y 31 mujeres ocupados en 31 oficios
diferentes: zapateros, sastres, mieleros, panaderos, amasanderos, plateros,
tabaqueros, canteros, pintores, sombrereros, carpinteros, albañiles, aserradores,
talabarteros, fuelleros, tejedores, carrajeros, impresores, costureros (dos hombres,
ocho mujeres), fundidores, un empapeladores, tintoreros, fresaderos, curtidores,
tipleros, alpargateros, manteros, hilanderos, fundera (una mujer). Más numeroso, el
artesanado cartagenero estaba ubicado en los sectores de Getsemaní (186
artesanos distribuídos en 23 oficios) y Santa Catalina (250 artesanos en 14 oficios).
Abundaban en todo lado los zapateros, sastres, carpinteros, barberos y albañiles,
pero incidían las variantes regionales: en Santafé, zona productora de trigo, eran
numerosos los panaderos; mientras que en Cartagena, ciudad comercial y marítima,
lo eran los galafateadores y enfardeladores; en Popayán, los fundidores, plateros y
batihojeros.

Los gremios más importantes tenían a su cargo, entre varios compromisos, la


celebración de la fiesta del santo patrono: los plateros y oribes veneraban a san
Eloy, los albañiles a san Macario, los carpinteros a los santos Paulino y Cicero, los
sastres a san Homobono, los talabarteros a san Bartolomé, los herreros a santa
Apolonia, los barberos a los santos Cosme y Damián y, finalmente, los zapateros
estaban bajo la protección de Crispín y Crispiniano. Los miembros de cada gremio
usaban una indumentaria que los identificaba: los sastres vestían con mayor
pulcritud y, según descripción de José Manuel Groot, a comienzos del siglo XIX un
maestro barbero usaba gorro almidonado y casaca de paño, capa, calzón corto con
charnelas y medias de algodón, todo de color blanco. Imagen aséptica adecuada
aséptica actividades de sangrador y sacamuelas. La Instrucción del virrey Flores
insistía en la importancia del aseo personal, recomendando a los maestros hacer
calzar y vestir a sus discípulos con ropas cortas, como sayos, anguarinas y casacas,
abandonar la ruana y dejar de lado gorros o redecillas, considerando que al desaseo
y desaliño de oficiales y maestros "puede atribuirse el menosprecio en que las artes
se hallan".
Hilandera. Miniatura del siglo XVI

Para entonces ya se habían separado los oficios artesanales de las profesiones


liberales como la medicina o las leyes, que exigían estudios en una institución
universitaria. Sin embargo, la arquitectura, la escultura, la pintura y la música
continuaban en el limbo de los oficios artesanales: una casa era obra de un alarife
o maestro, ayudado por oficiales albañiles, ensayadores, carpinteros, picapedreros,
empajadores, talladores, cerrajeros y fontaneros, entre muchos otros. Todos
confiaban en que la experiencia del maestro mantuviera la obra en pie, hazaña más
difícil cuando se trataba de empresas complejas como la construcción de iglesias,
puentes o edificios. La catedral de Santafé se desplomó en varias oportunidades y
sólo hasta comienzos del siglo XIX el dominico fray Domingo Petrés pudo sacarla
adelante; otro tanto ocurrió con la de Chiquinquirá. A un pintor se le podía pedir que
ornamentara los muros de una casa, arreglara los altares de Corpus Christi,
decorara los escenarios de las fiestas públicas, adornara los tablados de las corridas
de toros y hasta las bandejas de dulces (ramilletes) que se ofrecían en los
banquetes. Un escultor fabricaba réplicas en yeso de columnas y arcos clásicos,
vestía imágenes, diseñaba altares y, si era un buen tallador, lograría crear algunas
piezas tridimensionales; todo dependía de su suerte. Y si de probar suerte se
trataba, la mejor opción era ejercer de mercader, puesto que el comercio se había
constituido durante el siglo XVIII en un sector privilegiado de la economía, agrupado
en su propia institución: el Consulado del Comercio.

La arcaica estructura gremial fue suprimida con la Independencia, que estableció


como norma constitucional la libertad de trabajo y de empresa. Surgió así el
artesano libre, pero también desprotegido, que debió enfrentarse a los azares de la
competencia interna y sobre todo a la que le planteó el comercio internacional.
Desde 1825, cuando apareció en un periódico bogotano la primera denuncia de esa
situación, los reclamos y solicitudes de protección gubernamental fueron continuos
en las décadas siguientes. Cuando en 1847 surgió la primera Sociedad Democrática
de Artesanos, la propuesta tuvo tal éxito que en menos de tres años ya existían
sesenta y seis sociedades similares dispersas por todo el país. Los propósitos
teóricos de estas sociedades insistían en la instrucción de sus miembros, sobre todo
en los ramos que beneficiaran su industria; se destacaban como fines de la
agrupación la igualdad y la libertad, y como medios, la honradez, el patriotismo y la
virtud. La rápida acogida que tuvieron las convirtieron casi que de inmediato en una
visible fuerza política, área de acción para la cual los artesanos no estaban
preparados y así terminaron, sin pretenderlo, constituyéndose en el factor
desencadenante de la guerra civil de 1851, terminada la cual su situación había
empeorado por la ruina generalizada del país. Adicionalmente, algunos artesanos
que habían encabezado el movimiento fueron llevados a presidio.

Ya para entonces, Colombia estaba al borde de iniciar su etapa de desarrollo


industrial, que terminaría definitivamente con la vieja organización del trabajo. El
arte del maestro especializado, el taller doméstico al cual acudían los aprendices,
la solidaridad y el orgullo de ejercer, tal vez por varias generaciones, un oficio, eran
cosas del pasado. En la década de 1880 el Estado proponía como alternativa,
acorde con un nuevo afán de industrialización, la apertura de Escuelas de Artes y
Oficios destinadas a formar "ciudadanos modestos y laboriosos que han de
componer ese gremio de respetables y honrados artesanos", mediante un
aprendizaje que les permitiera la aplicación de "la ciencia a las artes". Estas
escuelas podían otorgar los grados de maestro, oficial u obrero en guarnicionería,
carpintería, zapatería, sastrería, artes gráficas, fundición, ornamentación,
ebanistería y herrería, todo ello encaminado a convertir el país en un gran taller
industrial. La obra tuvo continuidad, ya bien avanzado el presente siglo, en los
Institutos Técnicos regentados por los hermanos lasallistas y salesianos.

Cuando a finales de siglo se constituyeron sociedades de capitalistas para fundar


industrias de cerveza, textiles o cigarros, una nueva figura, la del obrero asalariado,
alentaba las esperanzas y los anhelos de las gentes que soñaban con un futuro
promisorio y estable, vinculado a los centros urbanos y a sus promesas de
modernidad y progreso. La población rural, atraída por las incipientes fábricas,
buscaba la manera de situarse en las ciudades, aunque para ello sacrificara calidad
de vida y espacio vital.

Ignacio Torres Giraldo, historiador del movimiento obrero, ubica hacia 1910 la
aparición de pequeñas fábricas y talleres, cultivos, criaderos, fundiciones y
edificaciones que marcan una nueva etapa en la vida de los trabajadores. La oferta
de nuevas formas de producción y de vinculación laboral llevaría en pocos años al
plano de los conflictos de intereses entre patronos y trabajadores y conducirían a
una organización más beligerante.

Antes de 1920 ya había tomado cuerpo la idea de constituir un partido obrero que
organizara a su miembros, les ayudara a obtener una legislación protectora, a crear
instituciones que elevaran su nivel educacional y el de sus familias, además de
unirlos para brindarse protección y cooperación. En resumen, subsistían, aún
insatisfechas, las mismas necesidades que habían cohesionado a los antiguos
gremios y a las frustradas Sociedades Democráticas. La única innovación se refería
a la demanda de plazas de trabajo para la mujer.
BIBLIOGRAFÍA

ESCOBAR RODRIGUEZ, CARMEN. La revolución liberal y la protesta del


artesanado. Bogotá, Fondo Editorial Suramericana, 1990

OSPINA VASQUEZ, LUIS. Industria y protección en Colombia, 1810-1930.


Medellín, ESF, 1955.

SOLANO, SERGIO PAOLO. El artesanado en el Caribe colombiano, 1850-1900. Su


formación social. En Historia Y Pensamiento. Vol. 1, Nº 1, Barranquilla (1996)

TORRES GIRALDO, IGNACIO. Los inconformes, Bogotá, Editorial Margen


Izquierdo, s.f.

ARTESANOS EN EL PADRON GENERAL DEL BARRIO DE SANTA CATHALINA.


CARTAGENA, 1778 31 Zapateros 62 Sastres 38 Carpinteros 8 Plateros 5 Pintores
10 Albañiles 7 Torneros 4 Talabarteros 2 Tintoreros 6 Tallistas 4 Peluqueros 1
Paylero 4 Armeros 3 Cozineros 1 Farolero 2 Herreros 2 Reloxeros 32 Pulperos 19
Barberos 3 Ensayadores 3 Botoneros 2 Confiteros

Total: 250

En este censo se observa la presencia de aprendices de diez años en adelante


frecuentemente en el taller paterno y sólo se encuentra una mujer, la niña Pilar de
Cuesta, de diez años, trabajando en platería.

Fuente: Archivo General de la Nación. Censos Redimibles, Tomo 21, f 615.

ÍNDICE
Título: Artes y artesanos en la construcción nacional
Autor: Martínez Carreño, Aida, 1940-
Colección: Cultura y entretenimiento en Colombia; Credencial Historia
Palabras clave: arte colombiano; Artesanos; Colombia; Historia
Temas: Arte colombiano; Artesanos; Historia
Lugar: Colombia

Para referenciar este texto:


Martínez, A. (1997). Artes y artesanos en la construcción nacional''. Credencial
Historia no, 87.

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