La Oración Puede Cambiar El Curso de Los Acontecimientos

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La Oración puede cambiar el curso de los

acontecimientos:
casos concretos
Aquí hay historias de vida, casos cotidianos y milagrosos que han sucedido a
personas notorias y por eso se difunden más, pero le sucede a todos los que piden
con fe. Dios actúa con amor, cuando se lo pedimos con fe. Dios es el Señor de la
historia y del universo. Nada ocurre sin su consentimiento; pero, para que actúe a
nuestro favor, debemos pedirlo, porque no quiere obrar en contra de nuestra
voluntad.

Realmente, Dios es maravilloso y amoroso con sus queridos hijos. Por eso, desea
que le pidamos lo que necesitamos con toda confianza: Pedid y se os dará (Mt 7,7).
Si vosotros, siendo malos, dais cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro
Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pide! (Mt 7,11). Dios quiere que le
pidamos, pero también quiere que compartamos lo que tenemos para poder
darnos el ciento por uno. Cada uno dé según se ha propuesto en su corazón, no de
mala gana ni obligado, que Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para
acrecentar en vosotros toda clase de gracias, para que, teniendo siempre y en todo lo
bastante, abundéis en toda obra buena (2 Co 9,7-8).  

Ciertamente, en algunos casos, Dios actúa de modo extraordinario en nuestra vida por
medio de milagros o de sucesos fuera de lo común. Pero lo normal es que actúe de
modo sencillo. Por lo cual, no debemos esperar cosas milagrosas en nuestra vida. Dios
nos las puede dar, si es lo más conveniente para nosotros, pero no debemos desearlas
ni pedirlas, sino en la medida en que sean la voluntad de Dios para nosotros.

En una estación del metro de Milán, alguien escribió: Dios es la respuesta. Después de
algunos días, alguien volvió a escribir: ¿cuál es la pregunta? La pregunta para saber que
Dios es la respuesta es: ¿cuál es el sentido de tu vida? Pero todavía muchos jóvenes y no
tan jóvenes no han encontrado la respuesta al sentido de su vida y viven errantes por un
mundo, que los ciega con su afán de placer y los aparta de Dios.

Por eso, es importante descubrir el amor de Dios en las pequeñas cosas de la vida: en
una flor, en una puesta de sol, en el murmullo de las hojas de los árboles, en la sonrisa
de un niño, en un paisaje hermoso, en un pájaro… ¡Hay tantas cosas a través de las
cuales uno puede descubrir a Dios! A veces, el amor desinteresado de otras personas,
especialmente familiares, nos puede ayudar a descubrir que Dios nos ama. Para él, no
somos un número más en la lista de los millones de seres humanos, que habitan el
planeta. Para él cada uno, es un ser único e irrepetible y tiene una plan maravilloso para
cada uno.

Dios nos ama con un amor personalizado. Por eso, quiere que nosotros lo amemos
personalmente y le hablemos y le pidamos lo que necesitamos. Es decir, quiere que
oremos, pues, como un Padre bueno, no quiere regalarnos a la fuerza sus dones. Quiere
que los deseemos y los pidamos: Pedid y recibiréis.

LO QUE LE DICE EL PADRE A SANTA CATALINA DE SIENA


Santa Catalina de Siena, en su obra El diálogo, nos habla de lo que le dice el Padre Dios
sobre la providencia divina:

Manifesté mi providencia, de modo general, por medio de la ley de Moisés y por


muchos otros santos profetas del Antiguo Testamento… Después de ellos, mi
providencia envió al Verbo, que fue vuestro mediador entre mí, Dios eterno, y vosotros.
Le siguieron los apóstoles, mártires, doctores y confesores, como te he dicho en otro
lugar. Todo esto lo hizo mi providencia y te repito que, del mismo modo, proveerá hasta
el fin… Todo lo doy a través de mi providencia: la vida y la muerte, la sed, la pérdida de
posición social, la desnudez, el frío, el calor, las injurias, los escarnios y las villanías.
Todas estas cosas permito que las hagan los hombres. No que yo sea el autor del mal o
de la mala voluntad de los que hacen el mal… Parecerá alguna vez al hombre que el
granizo, la tempestad, el rayo que yo envío sobre una criatura, es una crueldad,
juzgando que no he mirado por su salud; y lo he hecho para librarle de la muerte
eterna, aunque piense lo contrario… Todo lo que hago lo llevo a cabo con providencia,
buscando siempre únicamente la salvación del hombre…  

Yo soy la providencia suprema que nunca falta ni en el alma ni en el cuerpo a los que
confían en mí. ¿Cómo puede sospechar el hombre que me ve alimentar al gusano en el
interior de un madero seco, apacentar a los animales, dar de comer a los peces del
mar, a todos los animales de la tierra y a los pájaros del aire, que envío el sol sobre las
plantas y el rocío que empapa la tierra, ¿cómo cree que no le voy a dar el alimento a él
que es mi criatura, formada a mi imagen y semejanza? Todo lo ha creado mi bondad
para su servicio. Por eso, a cualquier parte que mire, espiritual o temporalmente, no
encontrará otra cosa que el fuego y la grandeza de mi amor con la mayor y más
perfecta providencia… Infinitas son las maneras de la providencia que empleo con el
alma pecadora para sacarla de la culpa del pecado mortal… Y, si vuelves la vista al
purgatorio, encontrarás en él mi dulce e inestimable providencia en aquellas pobres
almas, que perdieron el tiempo por ignorancia… Te voy a explicar ahora algo sobre los
modos que tengo de socorrer a mis servidores que confían en mí… A veces, los purifico
con muchas tribulaciones para que den mejor y más suave fruto (espiritual). ¡Oh, cuán
suave y dulce es este fruto y de cuánta utilidad para el alma que sufre sin culpa! Si ella
lo entendiese, no habría nada que con celo y alegría no lo intentase sufrir.  

¿Te acuerdas de aquella alma que, llegando a la iglesia con grandes deseos de
comulgar y acercándose al ministro que estaba en el altar, él respondió que no le daría
la comunión? Creció en ella el llanto y el deseo, y en el ministro, cuando llegó el
ofertorio del cáliz, el remordimiento de conciencia. Y como yo trabajaba dentro de
aquel corazón, el ministro lo manifestó, diciendo al monaguillo: “Pregúntale, si quiere
comulgar, que le daré la comunión”. Yo lo había permitido para hacerla crecer en
fidelidad y esperanza… Recuerda a tu glorioso Padre Domingo, cuando hallándose los
hermanos en necesidad, habiendo llegado la hora y no teniendo qué comer, mi amado
servidor Domingo, confiando en mi providencia, dijo: Hijos, poneos a la mesa.
Obedeciendo los hermanos a su mandato, se pusieron a las mesa. Entonces, yo que
socorro a quien confía en Mí, envié dos ángeles con pan blanquísimo, en tanta
abundancia, que tuvieron para muchos días…  

Algunas veces, proveo multiplicando una pequeña cantidad, que no alcanzaría para
ellos, como sabes de la dulce virgen santa Inés (de Montepulciano)… Ella fundó un
monasterio y en él reunió, al principio, a dieciocho doncellas sin nada, sólo con mi
providencia. Una vez, entre otras, permití que durante tres días estuvieran sin pan,
únicamente con verduras. Si me preguntas: ¿Por qué las tuviste de ese modo, cuando
acabas de decirme que jamás faltas a tus siervos que esperan en ti y sufren necesidad?,
te respondería que lo hice y permití para embriagarlas de mi providencia, a fin de que
por el milagro que después siguió, tuviesen materia para poner su principio y
fundamento en la luz de la fe. A quien ocurriese algo semejante o distinto, sepa que en
aquella verdura o en otra cosa, ponía, daba y doy una disposición para el cuerpo
humano de modo que se sentirá mejor con ella y, algunas veces, sin nada en absoluto,
que lo que estaba antes con pan o con otras cosas que se dan para la vida del hombre.  

Estando Inés volviendo los ojos de su espíritu hacia mí con la luz de la fe, dijo: “Padre y
Señor mío, esposo eterno, ¿me has hecho sacar a estas hijas de las casas de sus padres
para que mueran de hambre? Provee, Señor, a su necesidad”. Yo mismo era quien la
hacía que pidiera. Me alegraba, comprobando su fe y su humilde oración, que me era
grata. Extendí mi providencia a lo que me pedía y, por inspiración, hice que una
persona le llevase cinco panecillos. Se lo manifesté al espíritu de Inés y ella dijo,
volviéndose a las hermanas: “Id, hijas mías, contestad al torno y tomad el pan”. Le di
tanto poder al partir el pan que todas se saciaron y recogieron tanto del que había en
la mesa, que tuvieron cumplidamente para satisfacer con abundancia la necesidad del
cuerpo… Enamórate, hija, de mi providencia.
 

CASOS EXTRAORDINARIOS
Dios puede intervenir en los acontecimientos del mundo, de modo que puede
inclinar la balanza al lado de los que le piden ayuda y protección. Un ejemplo
concreto es el caso de santa Clara de Asís. Una mañana de setiembre de 1240,
llegaron los sarracenos y entraron hasta el claustro del convento. Dice Celano que Clara
sin temor, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a
los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil donde se
guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos (LC 1,21). Una de las religiosas,
testigo del acontecimiento, dijo en el Proceso de su canonización que una vez que
entraron los sarracenos al claustro del monasterio, madonna Clara se hizo conducir hasta la
puerta del refectorio y mandó que trajesen ante ella un cofrecito, donde se guardaba el
Santísimo sacramento del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo y, postrándose en tierra en
oración, rogó con lágrimas diciendo: “Señor, guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no
las puedo guardar”. Entonces, la testigo oyó una voz de maravillosa suavidad que
decía: Yo te defenderé siempre… Entonces, la dicha madonna se volvió a las hermanas
y les dijo: “No temáis, porque yo soy fiadora de que no sufriréis mal alguno ni ahora ni
en el futuro, mientras obedezcáis los mandamientos de Dios”. Y los sarracenos se
marcharon sin causar mal ni daño alguno (Proceso 9,2).

Todos los testigos expresan el rechazo milagroso de los sarracenos ante la oración de
Clara ante el Santísimo sacramento. Por eso, la piedad popular la ha representado
siempre con una custodia en la mano. Dios la salvó y salvó a su convento e, incluso, a la
ciudad de Asís. Pero, al año siguiente, se volvió a repetir algo parecido.

Vital de Aversa amenazó de nuevo la ciudad de Asís y Clara movilizó a sus hermanas en
oración y penitencia para obtener la protección de Dios. Dice una testigo que después
de haberse echado ceniza en la cabeza como señal de penitencia, mandó a todas a
la capilla a hacer oración. Y, de tal modo lo cumplieron, que, al día siguiente, de
mañana, huyó aquel ejército roto y a la desbandada (Proceso 9,3).

Como vemos, la oración hecha con fe es capaz de cambiar el curso normal de los
acontecimientos por el poder de Dios, para bien de los que le aman.  

También en la vida de santa Rosa de Lima se cuenta algo parecido. El 21 de julio de


1615, una expedición de piratas holandeses al mando de Jorge Spilbergen, había
derrotado a la armada virreinal frente a Cañete y se dirigía al puerto del Callao para
apoderarse de Lima, que estaba con poca protección. Rosa de Lima oró con fervor y la
población consiguió rechazar con éxito a los piratas, que tuvieron que huir a las naves
sin hacer ningún daño a la ciudad.

Otro suceso, que he leído en diferentes libros y revistas, se refiere a la vida del santo
Padre Pío de Pietrelcina. Durante la segunda guerra mundial, varias veces, quisieron
los aliados bombardear san Giovanni Rotondo, el pueblo donde él vivía, pero no
pudieron. Algunos aviadores contaban que, cuando estaban llegando al lugar, se les
aparecía en las nubes el Padre Pío, y con mala cara les decía que se fueran. Alguno de
ellos lo reconoció después de la guerra al verlo personalmente.

Y ¡cuántas veces Dios detiene el curso normal de las enfermedades y sana


milagrosamente a aquéllos por quienes se reza con fe! Por eso, podemos decir sin
temor a equivocarnos: La oración hecha con fe realiza milagros. Dios hace milagros
cuando se lo pedimos con fe y amor. Muchos se sanan por sus oraciones o las de
sus familiares. Otros se mueren, porque no hay quien rece por ellos. Muchos
lugares de la tierra se salvan de graves peligros de guerras o epidemias o
catástrofes naturales por la oración de sus habitantes.  

Recordemos el éxito de la batalla de Lepanto contra los mahometanos, el 7 de


octubre de 1571, por el rezo del rosario en toda la cristiandad por iniciativa del Papa san
Pío V.

Otro suceso, entre miles que se podrían citar. El 25 de agosto de 1675, 6.000 polacos
derrotaron a 300.000 turcos, que asediaban la ciudad de Lwow en Polonia. La
victoria fue atribuida a la intercesión de María. Aquel día, todo el pueblo se había
reunido en oración y vio cómo el cielo se nubló de improviso y un extraño temporal se
avalanzó contra el ejército enemigo con granizo, rayos, truenos y relámpagos, que los
hizo huir despavoridos.

En la guerra francoprusiana de 1871, en el pueblo de Pontmain, la Virgen se


apareció a dos niños. En ese pueblo, toda la población oraba para ser protegida del
avance alemán. El párroco había consagrado a la Virgen María a los 38 jóvenes que
fueron a la guerra y que regresaron sanos y salvos. Los alemanes no entraron en el
pueblo. En la guerra de 1914, igualmente, la Virgen protegió el pueblo. Y, en la segunda
guerra mundial, todos sus soldados regresaron del frente con vida.

PROVIDENCIA Y MILAGROS
Nunca me olvidaré de lo que dijo una vez una madre de familia: Muchos niños mueren,
porque sus padres no rezan. De la misma manera, podríamos decir que muchos milagros
no ocurren y muchos enfermos no se sanan, porque no se reza. Orar es darle permiso a
Dios para que intervenga en nuestra vida para nuestro bien. Y, entonces, muchas cosas
buenas suceden que, de otro modo, podrían normalmente llevarnos a la muerte o a la
invalidez o al desastre total.

Ya hemos hablado de casos extraordinarios, milagrosos, obrados por Dios. Pero la


intervención de Dios debería ser normal, aun en casos extremos, si tuviéramos fe y se lo
pidiéramos con confianza de hijos.

La Madre Briege Mckenna ha escrito un libro “Los milagros sí ocurren”, donde relata
casos de curaciones extraordinarias, producidas por la fe. Dice que un día llevaron
a un niño que sufría de quemaduras muy severas y de ampollas en todo su cuerpo.
Recuerdo haber pensado: ¡Dios mío, no hay realmente nada que hacer! Está muy mal.
No tenemos médicos ni medicinas aquí. Oramos por el pequeño y, después, el
sacerdote le dijo a la anciana mujer que lo había llevado a la misa: “Déjalo ahí y
comencemos la celebración de la misa”… Al terminar la misa, fui a ver cómo estaba el
niño. Lo habían colocado debajo de la mesa, que sirvió de altar, pero ya no estaba ahí.
Yo le pregunté a la mujer: ¿Dónde está? Ella me señaló un grupo de niños que jugaban
ahí cerca. Vi al niño y se veía muy bien. No había nada malo en él. Y le pregunté: ¿Qué
le pasó? Y la anciana me miró y me dijo: “¿Cómo que qué le pasó? ¿Acaso no vino
Jesús?”.

Sí, Jesús Eucaristía es la mayor fuente de milagros en cualquier lugar del mundo y no
sólo en los grandes santuarios marianos como Lourdes o Fátima.

Otro día le telefoneó un joven sacerdote para que orara por él, porque tenía cáncer en
las cuerdas vocales y dentro de tres semanas debían operarlo para extirparle la laringe.
Ella le dijo: Padre, cada día, cuando celebra la misa y consume la hostia consagrada,
usted se encuentra con Jesús. Usted toca a Jesús y lo recibe en su cuerpo y no sólo como
la mujer hemorroísa que le tocó el borde del manto. Pídale a Jesús Eucaristía que lo
sane.  

Tres semanas después, ingresó al hospital para ser operado. Me llamó más tarde para
decirme que la cirugía no se realizó. Los médicos descubrieron que el cáncer había
desaparecido y sus cuerdas vocales estaban como nuevas.
He conocido sacerdotes extraordinarios como el padre Emiliano Tardif o el padre James
Manjackal con un ministerio extraordinario de sanación de enfermos. Dios ha obrado
maravillas a través de ellos. Y así otros más.

Y Dios sigue obrando maravillas en la medida de nuestra fe y de nuestra confianza en Él.


Recuerdo al padre Feliciano Díez, agustino recoleto, que siempre contaba que, cuando
era un niño, estaba gravemente enfermo con las piernas paralizadas. Su padre lo
llevó al santuario de la Virgen del Pilar de Zaragoza a rezar por él. Al día siguiente
al despertar, estaba completamente curado.

Un joven sacerdote de Lima me contaba que, cuando era un bebé, estuvo muy grave
con una fuerte neumonía. Como sus padres vivían en la Sierra del Perú y no había
médico ni posibilidades de llevarlo al hospital más cercano, su madre lo llevó a la
iglesia y lo consagró a la Virgen, ofreciéndoselo para que, si se sanaba, fuera
sacerdote. A los tres días, sin ninguna medicina, estaba totalmente curado. Siendo
joven, no estaba muy dispuesto a ser sacerdote; pero, poco a poco, el Señor lo guió
al Seminario y se ordenó de sacerdote con 29 años el 7 de marzo de 2004. Su
nombre Iván Luna.

El padre Giovanni Salerno. Dice:

Durante mis años de misionero he visto muchos milagros. Hablo de milagros


extraordinarios, no sólo de curaciones de una fuerte fiebre o cosas parecidas, sino
incluso de enfermedades o traumas que necesitaban de una intervención quirúrgica.
Jamás olvidaré el caso de Justo, quien cayendo del caballo se había roto la espina
dorsal. El curandero lo curaba con orines sedimentados, mezclados con hojas de coca. Y
esto, durante dos largos meses. ¡Es fácil imaginarse la infección que resultó!… En la
espina dorsal de Justo hormigueaban los gusanos. Le faltaban al menos tres kilos de
carne: sus muslos habían desaparecido completamente, consumidos por la
enfermedad. En su lugar, había como una caverna… Preferí no tocarlo en absoluto.
Dije: “No puedo hacer nada. Si tienes fe (le dije a su madre), Dios te ayudará”. Y ella me
dijo: “¿Qué tengo que hacer para tener fe y conseguir este milagro? Ya no tengo nada:
el curandero ya se ha llevado mis gallinas y mis cuyes”. Para conseguir el milagro, le
dije, sólo debes pedírselo a Dios: no se necesita dinero ni animalitos, sino solamente
rezar con fe. Reza tres Avemarías, pidiéndole a la Virgen Santísima que te haga el
milagro…  

A los tres días, fui a visitarlo y ¡cuál no sería mi asombro, cuando constaté que Justo
tenía abundante carne, donde antes sólo se veía una especie de caverna! Y era carne
tierna y rosada como la de un recién nacido. Me quedé boquiabierto, preso de
escalofrío. Al quinto día, Justo volvió a su condición de salud más que normal.  
Teodosia tenía un brazo roído por la uta, un tipo de lepra que despedía un olor
pestilente. Yo había preparado el instrumental quirúrgico para amputárselo y me decía
a mí mismo: ¿Qué hago? Amputándole el brazo la volveré aún más pobre. Entonces, con
miras a ganar un poco de tiempo para decidir mejor cómo proceder, le dije: Mañana
vienes para que te haga la operación de amputarte el brazo. Al despedirme, le dije:
“¿Por qué no le pides a la Virgen María que te haga el milagro?”.  

Ella me preguntó: ¿Qué debo hacer? Le di un poco de agua santa de Lourdes, diciéndole:
“Tómala y, durante la noche, pídele a la Virgen María que te haga este milagro”. Al día
siguiente, la estuve esperando, decidido a amputarle el brazo… De pronto, escuché una
algarabía creciente en las afueras del dispensario. Era Teodosia, que,
inconteniblemente feliz, enseñaba su brazo a los demás enfermos que la rodeaban y
les decía: “Miren mi brazo. Hasta ayer lo han visto cómo se caía a pedazos y apestaba.
Ahora está sano”. Y sobre sus hombros cargaba un corderito como regalo.  

Basilio, un niño de nueve años, sufría de hidrocele. Esta infección se había extendido a
todo su cuerpo, de forma que parecía una gran pelota inflada. En cualquier parte de su
piel, donde se apoyara un dedo, éste se hundía. Le suministré cierto tipo de medicinas,
pero inútilmente: el muchacho no se curaba, sino que, por el contrario, empeoraba
cada vez más… Le dije a su madre, entregándole un poco de agua bendita: “Pídele este
milagro a la Virgen María. Ninguna medicina puede curarlo”.  

Al día siguiente, vino su madre y me dice: “Basilio tiene hambre. Tienes que darme algo
de comida”… Fui a la cabaña de Basilio. No podía creer lo que estaba viendo. Todo
había vuelto a la normalidad. En el dispensario volví a examinarlo con mayor rigor y
tuve que admitir que Basilio se había curado..  

Un día llegué a Coyllurqui al anochecer. Me trajeron a un cabo de la guardia civil


tendido sobre una camilla improvisada. Los parientes que lo cargaban, me dijeron que,
desde hacía ocho días, no comía y que echaba continuamente sangre por la boca.
También en mi presencia siguió arrojando sangre hasta llenar una vasijita. Estaba
realmente muy grave y yo no tenía medicinas ni siquiera para cortar la hemorragia…  

La mujer del enfermo me suplicaba que hiciera todo lo posible para salvarlo. Entonces,
tuve que hablarle muy claro, diciéndole que se necesitaba un milagro de la Virgen
María para poderlo curar. Debo decir que, curando a los enfermos, he recurrido
siempre mucho a la medalla milagrosa y también en este caso les hablé al enfermo y a
su mujer de las grandes gracias que la Virgen Santísima concede a los que con mucha
fe llevan consigo su medalla milagrosa. Viendo la viva fe de los dos, puse la medalla
milagrosa al cuello del enfermo y, junto con su esposa, recitamos tres Avemarías.  
Hacia la medianoche, un fuerte estruendo, proveniente de la verja del dispensario, me
despertó sobresaltado, mientras un extraño calor inundaba mi habitación. Me levanté
a toda prisa para comprobar qué había sucedido, pero pensé que lo que había
provocado aquel estruendo podía haber sido uno de los hijos del enfermo al visitar a su
padre.  

A la mañana siguiente, fue grande mi asombro, cuando lo encontré sentado sobre la


cama. ¡Estaba comiendo un buen trozo de pollo! Con calma me contó que hacia
medianoche, la Señora representada en la medalla milagrosa le había visitado y le
había tocado la frente y él había sanado inmediatamente. Más adelante quiso que le
diera una gran cantidad de aquellas medallas para dar a conocer a todos el poder
misericordioso y materno de la Virgen María. ¡Cuántos kilos de medallas milagrosas
hemos repartido entre los pobres! Podría narrar muchos otros prodigios obrados por la
Virgen Santísima por medio de la medalla milagrosa, cuando ésta se lleva puesta con
mucha fe.

La Madre Teresa de Calcuta contaba en una ocasión: Uno de nuestros doctores,


oculista, trabaja mucho con nuestros pobres y es muy amable con ellos. Dedica dos
horas diarias a ellos. Durante esas dos horas no atiende a nadie más que a los pobres,
todo gratis: consulta, lentes, medicinas… Un día me dijo: “Madre, tengo un cáncer
maligno y dentro de tres meses moriré”.  

Fue a USA y le dijeron lo mismo. Regresó a Calcuta y su familia lo llevó al hospital. Fui a
visitarlo al hospital, llevé una medalla de la Virgen Milagrosa y le pedí que dijera:
“María, Madre de Jesús, dame la salud”.  

Encargué a su familia que rezara también a Nuestra Señora. A pesar de ser una familia
hindú, debieron rezar con mucha fe. Después de tres meses, tiempo al cabo del cual
supuestamente tenía que morir, el oculista vino a mi casa y me dijo: “Madre, fui al
doctor, me examinó con rayos X, me hizo análisis y no encontró ni rastro del cáncer”.
Un auténtico milagro. Ahora lleva una cadenas al cuello con la medalla milagrosa.

Dios hace milagros con las cosas más sencillas, cuando hay fe. Santa Margarita María
de Alacoque, a veces, escribía en un pequeño papel Sagrado Corazón de Jesús, en Vos
confío y lo hacía tomar al enfermo para que sanara.

De san Juan Bosco se cuenta que desde que estaba en el Seminario, se valía de una
estratagema para ayudar a los enfermos con la invocación de María. Consistía en
repartir píldoras de miga de pan o bien sobrecitos con una mezcla de azúcar y harina,
imponiendo a los que recurrían a su ciencia médica, la obligación de acercarse a los
sacramentos, rezar un número determinado de Avemarías a la Virgen o la Salve. La
prescripción de las medicinas y de las plegarias eran de tres días, a veces de nueve. Los
enfermos, incluidos los más graves, se curaban.  

¡Cuántos prodigios sigue obrando nuestro buen Dios entre la gente que tiene fe! Dios
ama a todos, porque para él, ricos o pobres, sabios o ignorantes, todos son sus hijos y a
todos ama con amor infinito y a todos quiere bendecir con abundantes gracias y
milagros.

MILAGROS COTIDIANOS
La providencia de Dios se manifiesta hasta en los más pequeños detalles de la vida.
Veamos algunos ejemplos..

Un día, Chiara Lubich, la fundadora del movimiento de los focolares, se encontró


por la calle con un pobre que le dice: ¿Puede darme un par de zapatos número 42?
¿Cómo encontrar en plena guerra (era el año 1943), cuando faltaba de todo, un par de
zapatos? ¿Y además tan preciso?  

Chiara divisa una iglesia allí cerca y entra. Estaba vacía, pero la lucecita roja indica que
allí esta Jesús. Y le pide de rodillas: Jesús, dame un par de zapatos de número 42 para
ese pobre.  

A la salida, abre la puerta y ve una señora conocida, que le pone un paquete en las
manos, diciéndole: Para tus pobres. Lo desenvuelve y era un par de zapatos del número
42.

Otro día Chiara estaba preparando la comida, cuando llaman a la puerta. Era una
mujer pobre que pedía ayuda para su familia. Chiara fue y sacó de un cajón un sobre
que contenía la cantidad necesaria para pagar el alquiler, el gas y la luz del mes, y se lo
dio a la mujer. Luego le dijo a Jesús: Te dejo el sobre abierto, mira tú cómo llenarlo
para que podamos pagar lo que debemos. Y siguió trabajando.

Al poco rato, llega Natalia, una de sus primeras compañeras, corriendo en bicicleta y le
dice: Esta mañana me han subido el sueldo y se me ha ocurrido traerlo
inmediatamente por si te hace falta. Era el doble de lo que Chiara había dado.

Una mañana Chiara comentó con nosotras: No tenemos ni un céntimo ni para


desayunar. Pero Jesús es nuestro esposo. Él se ocupará… De vuelta a casa, nos
encontramos la mesa puesta y, al lado de las tazas, una jarra de leche, un pan con
pasas y un paquete de cacao. Más tarde, nos enteramos de que una señora mayor,
vecina nuestra, nos había querido dar esta sorpresa. Y como la llave estaba colgada al
lado de la puerta, había entrado.
Un día le llegó a Chiara Lubich la cuenta de la intervención quirúrgica de una focolarina
y de su estancia en el hospital. Eran cien millones de liras. La verdad es que se llevó un
susto. Pero, como siempre, confió esta preocupación a la providencia de Dios. Justo en
esos días, una adherente al movimiento de los focolares recibió una herencia. A sus
hijos les dio la casa y a Chiara el dinero contante: Exactamente, cien millones de liras.

Había llegado al focolar un par de zapatos de señora, nuevos, bonitos, de tacón alto,
pero pequeñísimos, de número 33. ¿A quién le podrán hacer falta? me pregunté. Al poco
rato, llaman a la puerta, es Vilma, una mujer joven, muy pobre, que viene a vernos de
vez en cuando con su niña. Vilma es menuda, muy pequeña. Le miro instintivamente los
pies, y le ofrezco los zapatos. Con gran alegría suya, le van que ni pintados.

Un sacerdote nos contó que deseaba ir a Italia a un encuentro para sacerdotes del
movimiento de los focolares, pero no tenía dinero. Entonces, se encomendó a la
providencia, pensando: Si es voluntad de Dios, Él me mandará el dinero.

Un día, al abrir el correo, sacó un sobre con un cheque: Era de la diócesis, que le
comunicaba la muerte de un sacerdote anciano, que deseaba dejar una suma de dinero
al sacerdote más pobre de la diócesis y el obispo había pensado en él. Contenía,
exactamente, el dinero necesario para el viaje.

El cardenal Ersilio Tonini dice que un día lo llamó por teléfono el arzobispo de Gitega, en
Burundi, para pedirle ayuda para construir una clínica de maternidad en Gitega, donde la
mortalidad infantil era muy alta. Al día siguiente, llega una señora de Forlí, cuya hija se
había suicidado y le da el dinero de la venta del piso de su hija. Con él pudo atender la
petición del arzobispo de Gitega y, al año siguiente, fue construida la clínica de
maternidad. Pareciera que el Señor hubiera dispuesto las cosas para que todo llegara a
feliz término en el mínimo plazo posible. Dios se preocupaba también de aquellos niños
burundeses, que tanto necesitaban, y lo hacía a través del cardenal Ersilio Tonini.

EJEMPLOS DE VIDA

CARLO CARRETTO
Carlo Carretto era un religioso que soñaba con fundar un convento en los Alpes y
una inyección mal puesta lo dejó cojo para toda la vida. Y en vez de ir a los Alpes, se
fue 10 años al desierto del Sahara, donde, en el silencio y la soledad, aprendió a
amar más a Dios y escribió libros hermosos, que se leen en todo el mundo. Por eso,
pudo escribir: Ahora le doy gracias a Dios por lo que ha hecho conmigo y por mi pierna
coja que estoy arrastrando con un bastón desde hace treinta años.
Con toda seguridad, muchos santos no lo hubieran sido nunca, si Dios no hubiera
permitido en su vida fracasos o enfermedades, que les hicieran acercarse más a Él.
Muchos más se acercan a Dios a través de los sufrimientos que a través de la vida sana y
placentera. Por eso, debemos agradecer a Dios muchas de sus intervenciones dolorosas
en nuestra vida, porque nos ha hecho madurar y crecer espiritualmente mucho más en
unos meses de enfermedad que en años de vida sana y normal.

Dice Carlo Carretto: Dios nunca está ausente de nuestra vida ni puede estarlo. En Él vivimos,
nos movemos y existimos (Hech 17,28). Pero ¡cuántos actos de fe para aprender a navegar
por el mar de Dios a ojos cerrados y con la convicción de que, si nos hundimos, nos hundimos
en Él, en el divino y eterno Presente! Dichoso el que aprende a vivir esta navegación en Dios y
sabe permanecer sereno, aun cuando arrecia la tempestad.

Sí, dichoso el hombre que sabe que Dios es el compañero de la vida, que nunca lo dejará
solo, y que le sigue diciendo a todas horas y, especialmente, en los momentos más
difíciles de la vida: Yo nunca te dejaré ni te abandonaré (Jos 1,5). Por eso, no tengas miedo
ni te acobardes, porque Yahvé tu Dios estará contigo dondequiera que tú vayas (Jos 1,9).

NGUYEN VAN THUAN


Nguyen van Thuan, siendo ya obispo, estuvo en una cárcel vietnamita trece años,
de los cuales nueve años en régimen de aislamiento total. El día que lo apresaron,
el 15 de agosto de 1975, llevaba un rosario en el bolsillo. Dice: Durante el viaje a
prisión, me di cuenta de que sólo me quedaba confiar en la providencia de Dios.

En la cárcel pasó mucha hambre y muchos momentos de enfermedad y de tristeza, de


los que nunca pensó que pudiera salir vivo; pero la providencia de Dios velaba sobre él.
Por eso, pudo decir después de liberado: En mi vida, que ha sido larga y accidentada, he
hecho esta experiencia: si sigo fielmente, paso a paso, a Jesús, Él me conduce a la meta.
Caminaréis por senderos imprevisibles, a veces, tortuosos, oscuros, dramáticos, pero
tened confianza: ¡Estáis con Jesús! Arrojad sobre Él todas vuestras ansias y
preocupaciones.

El año 2000 dio los ejercicios espirituales ante el Papa en el Vaticano. Y dice: Hace 24
años, cuando celebraba la misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de mi
mano, no me habría esperado que el Santo Padre hoy me regalaría un cáliz dorado. Hace 24
años nunca habría pensado que hoy, fiesta de san José del 2000, mi sucesor consagraría,
precisamente, en el lugar donde viví en arresto domiciliario, la iglesia más bella dedicada a
san José en Vietnam. Hace 24 años no habría esperado nunca poder recibir hoy, de un
cardenal, una suma consistente para los pobres de aquella parroquia.

El Papa Juan Pablo II lo nombró presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz y
cardenal de la santa Iglesia. Evidentemente, los caminos de Dios son incomprensibles
para nosotros, pero Dios escribe derecho con renglones torcidos. Cambia nuestros
planes humanos con fracasos y sufrimientos de toda índole. Para cada uno tiene una
misión concreta y específica. A cada uno, su providencia lo guía por caminos diferentes.
Cada uno tiene su camino personal. Dios no hace fotocopias. ¿Cuál será tu camino?
Cumple la voluntad de Dios en cada momento, porque, como diría Raissa Maritain: Bajo
sus oscuras apariencias, los deberes de cada instante esconden la verdad de la voluntad
divina; son como los sacramentos del momento presente.

MADRE ANGÉLICA
Nació en 1923 en Canton (Ohio), USA. Sus padres se divorciaron, cuando ella tenía 6
años. A partir de entonces, vivió sola con su madre, pasando hambre y frío y
sobreviviendo con trabajos ocasionales. Aparte de eso, su madre tenía problemas de
depresión, que, a veces, la llevaban a querer suicidarse. Por eso, desde muy pequeñita
tuvo que ganarse la vida para poder sobrevivir y ayudar a su madre, lo que hizo que sus
calificaciones escolares fueran muy deficientes. Ella dice:

No recuerdo haber tenido una verdadera amiga durante mi niñez. ¡No tenía ni arbolito de
Navidad, ni muñecas ni amigas!. Recuerdo poner pedazos de cartón en la suela de los
zapatos para que mi madre no se diera cuenta de que ya no servían. Pero el cartón no dura
mucho y tenía que caminar más de tres millas en áreas nevadas para llegar al colegio.

A los veinte años ocurrió el acontecimiento decisivo de su ida. Una señora, Rhoda
Wise, que había sido protestante, se convirtió a la fe católica, estando gravemente
enferma en un hospital católico. Los médicos le dijeron que tenía un cáncer
terminal y tuvo que irse a su casa; pero, a los pocos días, se le aparecieron Jesús y
santa Teresita del niño Jesús, que la curaron milagrosamente. Lo que llamó la
atención a Rita Rizzo (el verdadero nombre de Madre Angélica) fue el relato de que
tenía los estigmas o heridas de Cristo, plenamente visibles en su cuerpo. Las marcas
eran similares a las de san Francisco de Asís.

El día 8 de enero de 1943 su madre la llevó a visitar a esta señora para que rezara
por ella, pues hacía mucho tiempo que tenía fuertes dolores en el estómago sin
que los médicos pudieran hacer nada por ella. La señora Rhoda Wise le dio una
oración para que la rezara, pidiendo la intercesión de santa Teresita. Y dice:

Rezamos la novena. Nueve días de oración y, al final, el domingo 27 de enero algo


sucedió. A media noche, sufrí el peor dolor de estómago que he tenido en mi vida. Era
como si me hubieran volteado por adentro hacia fuera. Esa mañana me levanté y me
preparé para ir a misa de once y media. Luego mi corazón dio un salto. De repente, me
di cuenta que no tenía ningún dolor de estómago. Como si nunca hubiera tenido
problema alguno. Había sanado. No había duda. Desde ese día hasta la fecha no he
tenido otro dolor de estómago. Dios había hecho un milagro. Sin lugar a dudas, ese fue
el día en que encontré a Dios. Fue la primera vez que reconocí la participación activa de
Dios en mi vida.

Sentir que Dios me había escogido y me había tratado de un modo preferencial,


ocasionó un cambio dramático en mí… Me enamoré de Dios y empecé a tener una
verdadera sed de Él. Mi vida cambió desde ese instante… Un día de 1944, mientras
meditaba en la iglesia, un pensamiento cruzó mi mente. Era un hecho sencillo, como si
tuviera la completa certeza de que sería monja… ¿Qué? ¿Monja? ¡No lo podía creer! No
me gustaban las monjas… La convicción de que debería seguir esa vocación era muy
fuerte.

El mayor obstáculo para ir al convento era su madre. Pero, después de pensarlo bien y
hablar con las religiosas franciscanas de clausura de Cleveland, decidió irse de casa para
seguir su vocación. En la carta que le escribió a su madre le decía:

Algo pasó en mí después de mi curación. ¿Qué fue exactamente?, no lo sé. Me enamoré


completamente de Nuestro Señor. Vivir en el mundo estos últimos diecinueve meses ha sido
muy difícil para mí… Recuerda que pertenecemos primero a Dios y luego a nuestros padres.
Somos sus hijos. Te pido tu bendición para que pueda alcanzar las alturas que deseo. Te
quiero mucho.

En el convento estuvo a punto de ser enviada a su casa por motivo de un defecto


congénito que tenía en la columna, que le afectaba dolorosamente las vértebras. Este
problema había empeorado a raíz de un resbalón que se dio en el piso mojado. Tuvieron
que operarla, aun a riesgo de quedarse paralítica para toda la vida. Cuando salió del
hospital, llegó con dos aparatos ortopédicos y unas muletas. Hasta ahora tiene un
aparato ortopédico permanente en las piernas y camina con una muleta; pero, a pesar
de sus limitaciones físicas y de sus dolores de columna, ella sigue trabajando y hace lo
posible y lo imposible para llevar a Cristo hasta los últimos rincones del planeta. Ella,
dicen las hermanas, oculta el dolor de forma admirable y se asombran de que no toma
ninguna pastilla para el dolor. Todo se lo ofrece a Jesús con amor.
La manifestación del amor y de la providencia de Dios en su vida ha sido continua.
Cuando empezó a construir el Monasterio, donde ahora vive en Birmingham,
dedicado a la adoración perpetua, no tenía recursos, pero Joe Bruno, dueño de
algunos supermercados, les enviaba diariamente los alimentos. Al principio, dijo
que lo haría por el primer año, pero lo ha seguido haciendo durante muchos años.
Ella dice: Eso fue un regalo muy directo de Dios. Fue una sorpresa caída del cielo. Y Dios
bendijo a Joe Bruno. Al comienzo, tenía 13 supermercados. Ahora es dueño de 65
supermercados y 50 farmacias. Después de varios años, alguien le preguntó si
continuaba alimentando a las monjas franciscanas y él contestó que no sería negocio
dejar de hacerlo.

Pero las deudas comenzaron y las religiosas acudían a su dueño y Señor, a Jesús
sacramentado, expuesto en la custodia día y noche. Con ayuda de bienhechores las
deudas de la construcción las pagaron en 5 años.

Un día, un sacerdote carismático se presentó al Monasterio para orar por la Madre.


Transcurrió una semana y no había notado ningún cambio como resultado de la
oración de aquel sacerdote. A los pocos días, se enfermó de una fuerte gripe y se
fue a la cama, sintiéndose enferma. Y dice ella: Me encontraba acurrucada en mi
cama con mi Biblia. Por alguna razón había decidido leer el Evangelio de san Juan en
voz alta y, de repente, me sentí llena del Espíritu Santo, era totalmente una nueva
experiencia… Todos los síntomas de la gripe habían desaparecido. Había sentido la
presencia total de Dios en la habitación. Era una sensación imposible de describir y que
podría compararse con la historia de los primeros monjes franciscanos que también
habían sido tocados por el Espíritu y cubiertos del poder de Dios. Era como si Dios
estuviera diciendo: “Te estoy preparando para algo especial y único”. Sentía un poder
increíble. Estaba renovada y lista para escuchar las indicaciones de Dios.

Una vez terminado el Monasterio, empezó a publicar pequeños folletos de doctrina


católica para animar en su fe a los católicos, pero decidió tener su propia imprenta para
abaratar los costos y todas las hermanas se dedicaron en su tiempo de trabajo a
producir folletos religiosos. Lograban imprimir 25.000 libritos cada día y unos seis
millones cada año. Las hermanas operaban impresoras, evaluadas en más de 120.000
dólares. Todo había sido conseguido con la ayuda de bienhechores. La providencia de
Dios velaba sobre ellas.

La Madre Angélica dice por experiencia: Antes que nada, Dios siempre se encarga de
pagar las deudas, cuando trabajamos para Él. Hasta ahora nunca nos ha fallado.
Podemos hacer su trabajo y, a la vez, tener tiempo para rezar cinco horas cada día.
Los libritos de la Madre eran distribuidos en todo USA y en 37 países con traducciones
en francés, español y vietnamita. El trabajo de las hermanas era fabuloso y Dios proveía
a todos los gastos. Y el nombre de la Madre Angélica empezaba a sonar por todas partes,
de modo que la llamaban para entrevistas en diferentes emisoras de radio y televisión. Y
Dios le inspiró convertir el garaje del Monasterio en un estudio de televisión para
grabar programas, que después enviaría a diferentes canales. Sabía que los gastos
eran excesivos para sus posibilidades, pero confiaba en su esposo Jesús y, pidiendo
préstamos comenzó a comprar los primeros equipos de lo que después sería la
estación de televisión Eternal Word Television Network (cadena de televisión
Palabra eterna, EWTN).

Dice: Yo pensé que tenía las manos llenas con la construcción del Monasterio y de la
imprenta. Pero, cuando surgió lo de la televisión, me di cuenta de lo que realmente
significa pasar tiempos difíciles. Pero Dios siguió aumentando nuestra fe, paso a paso.
Lo veíamos a Él en cada esfuerzo y veíamos cómo su providencia hacía prodigios.

Tuve un miedo terrible, cuando hice el primer pedido de equipo de televisión. Cuando vi
el precio y vi la imposibilidad de pagar esas sumas astronómicas, me sentí abrumada
por la responsabilidad. No se pueden imaginar cuántas veces tomé el teléfono para
cancelar la orden, pero cada vez pasaba algo y no lo hacía. Una vez, una compañía
estuvo dispuesta a darme crédito sin necesidad de un fiador, sólo con mi firma… Una
de mis definiciones de fe es tener un pie en el aire, otro en la tierra ¡y una sensación de
malestar en el estómago! Yo tomo Maalox, un antiácido. Alguien, una vez, me desafió
diciendo que, si realmente soy una persona de fe, no tendría por qué tomar Maalox. Yo
le contesté que mi estómago no sabe que tengo fe.

El equipo de televisión, valorado en más de cien mil dólares, comenzó a llegar al Monasterio.
Esa suma era aparentemente imposible de pagar. Luego, empezaron a pasar cosas
inexplicables. La compañía contratada para iluminar el estudio, redujo su precio de 48.000 a
14.000 dólares. Las cámaras, valoradas en 24.000 dólares, se pagaron con un donativo
adquirido durante un viaje. Así encontraba fuerzas para seguir adelante.

Para 1986 los costos de operación eran más de 360.000 dólares al mes. Pero la
oración de la Madre y de las hermanas, con la colaboración de laicos
comprometidos, hacía que los prodigios siguieran sucediendo sin interrupción. En
ese año, la cadena EWTN llegaba a 300 sistemas de cable y distribuía la señal a más
de nueve millones de hogares.

Otra de sus grandes obras ha sido la fundación de la mayor emisora de radio privada de
onda corta con la ayuda financiera de los esposos Piet y Trude Derksen, que le
aportaron, en un primer momento, para este proyecto dos millones de dólares. Y la
Madre Angélica nos dice convencida:

Si no estamos dispuestos a hacer el ridículo, Dios no puede hacer milagros… Nuestro


Señor, a través de su divina providencia, hizo posible a EWTN desde un garaje
convertido en estudio con lo último de la tecnología moderna. A través de esta
tecnología, hemos podido llegar a millones de personas y hogares. Y, ahora, personas
que nunca han escuchado la Palabra de Dios pueden sintonizar EWTN, aun desde los
lugares más remotos… La providencia de Dios nos sigue y nos protege desde el
momento en que nos levantamos en la mañana hasta el momento en que vamos a la
cama. Aprendí a confiar en los acontecimientos del momento presente, porque Dios
frecuentemente hace milagros y cosas imposibles con pequeñas inspiraciones, que muy
fácilmente podrían pasar desapercibidas o ignoradas por su insignificancia.

La vida de la Madre Angélica, con sus seis doctorados honoris causa y premios
nacionales e internacionales es un monumento a la providencia de Dios. Dios hace
milagros en la medida de nuestra confianza en Él. La Madre Angélica tuvo la audacia de
creer hasta el punto de hacer el ridículo por Dios y Dios premió su confianza. La
providencia de Dios la llevó de la mano desde su más tierna infancia a pesar de los
sufrimientos que ha tenido que soportar.

Como hemos dicho, ha fundado el convento donde reside con la especial finalidad de
adorar perpetuamente a Jesús sacramentado. Ha fundado la primera y principal cadena
de televisión católica del mundo por cable, que emite las 24 horas del día programas
católicos en distintas lenguas a 170 países. Ha establecido una editorial católica con su
imprenta para promocionar toda clase de literatura católica en distintas lenguas, y
también ha fundado la mayor emisora de radio privada de onda corta para que el
mensaje católico pueda ser escuchado en cualquier parte del mundo. En todas sus obras
brilla como una continua luz la divina providencia, que sigue diciéndonos como Jesús: El
que cree en Mí hará las obras que yo hago y mayores que éstas (Jn 14,12).

PADRE GIOVANNI SALERNO


Es un gran misionero italiano, que va por los caminos de las altas cordilleras de los
Andes del Sur del Perú, llevando consuelo a los enfermos como médico y el amor de
Jesús como sacerdote. Era sacerdote agustino; pero, con permiso de sus superiores, dejó
la Orden para fundar el Movimiento de los Siervos de los pobres del tercer mundo.
En su libro Misión andina con Dios cuenta cómo, cuando tenía diecisiete años, tres
oculistas de Viterbo le dijeron unánimemente: ¡A los veinte años de edad estarás
completamente ciego! El mismo superior le dijo que debía interrumpir sus estudios
y casarse cuanto antes para tener así una esposa que pudiera ayudarlo en su
ceguera. Pero oró al Señor y escribió al Monasterio de agustinas de Casia. La
abadesa le contestó que una joven hermana se había ofrecido víctima por su salud.
Los superiores aceptaron llevarlo, como último recurso, a Roma al célebre
oftalmólogo Dr. Lazzantini, que le salvó la vista y le dijo: Debes retomar tus estudios.
Y fue ordenado sacerdote un año antes que sus compañeros de curso.

Desde el principio, quería ser misionero en el Perú. Y allí lo enviaron sus superiores de la
Orden agustiniana. Dios lo ha guiado con amorosa providencia en todos sus caminos por
aquellas alturas. Él cuenta cómo el 2 de febrero de 1975 hizo un largo viaje a caballo
desde Cotabambas a Tambobamba. Hacía un viento que parecía un huracán, cargado de
lluvia. A mitad del viaje decidió con su acompañante detenerse. Dice así:

Me quedé solo y procuré que el caballo me abrigara del viento con su cuerpo y me
calentara con su aliento, impidiendo que el frío helado de la noche me hiciera mal.
Creía encontrarme sobre un terreno llano, pero cuando el hermano regresó con su
linterna me percaté que estaba al borde de un precipicio de unos 300 metros sobre el
río. El caballo había sido para mí como un ángel enviado del cielo: se llamaba Dorado.

En ese viaje me enfermé gravemente, tenía mucha fiebre y tiritaba de frío y escupía
sangre. En el pueblo no había carretera de acceso ni había medicinas. Los nobles del
lugar me odiaban, porque defendía a los pobres… Llegué a tal gravedad que no podía
comer ni moverme. Algunos ya comentaban que en el pueblo no había madera para
hacerme el ataúd. Después de muchos días de sufrimiento, llegó un camión, que
aproveché para ser llevado al Cuzco… Mi estado empeoró y me administraron la unción
de los enfermos. Al día siguiente, me llevaron en avión a Lima. Me esperaban en el
aeropuerto con una ambulancia. Pero no la necesité; porque, al llegar el avión a poca
altitud sobre el nivel del mar, había vuelto a sentirme bien y había mejorado rápida y
sorprendentemente.

Un día estaba predicando un retiro espiritual en Babylon (USA), cuando una viejecita se
acercó y me entregó un sobre diciéndome: “Dentro de dos días cumpliré 85 años y, en
lugar de festejarlo con mis nietos, mis parientes y amigos, he decidido darle a usted
mis ahorros”. Abrí el sobre, pensando en el óbolo de la viuda del Evangelio… Y, con gran
sorpresa y emoción, encontré allí la respetable suma de 5.000 dólares. ¡Sea bendita
eternamente la divina providencia.
Un señor de Ajofrín (Toledo) nos había regalado 14 hectáreas de terreno para construir
el Seminario. Se colocó la primera piedra el 3 de diciembre de 1989. Pero, en aquel
momento, no teníamos nada… Sentí un fuerte escalofrío de sólo pensar que nuestras
arcas estaban vacías. Pero, afortunadamente, no nos faltaba una gran confianza en la
divina providencia… Pocos meses después, nos informaron que unos bienhechores
chinos de Macao habían enviado un cheque de 250 dólares como primera ofrenda, de
otras que enviarían sucesivamente. Pero, en una segunda llamada telefónica, nos
informaron que en realidad el cheque no era de 250, sino de 250.000 dólares… Con
aquella suma cubrimos la mitad de los gastos de la construcción del Seminario y de la
capilla. La otra mitad nos fue dada por una pareja de esposos.

En una oportunidad, estaba sumergido en enormes problemas. Tenía la urgente


necesidad de una construcción más amplia y funcional para la futura Obra San
Tarsicio. Santa Teresita del Niño Jesús, de manera providencial, nos hizo encontrar
primero 83 hectáreas de terreno y, luego, al lado de ese mismo lote, otras 140. Serviría
para escuela privada y gratuita para niños pobres, como casa para los huérfanos del
internado, para una escuela de artes y oficios, para la comunidad destinada a la
rehabilitación de los drogadictos, para el Monasterio de la rama contemplativa de Los
Siervos de los pobres del tercer mundo, para producción agrícola, etc. En el centro de
todo, estaba prevista la iglesia con adoración perpetua. Teníamos ya el terreno, pero
faltaban los recursos para la construcción.

En febrero del 2000, recibí la grata visita de una pareja de esposos de México. Los
acompañé a visitar el terreno… Aquella misma mañana había recibido amenazas de
expulsión hasta el extremo de que se pretendía transmitir inmediatamente una
respuesta telefónica en tal sentido de Cuzco a Roma (a la Congregación de Propaganda
Fide). Ese día sufrí muchísimo, pero las gracias fueron mayores y más poderosas que
las lágrimas causadas por quien, investido de autoridad, me invitaba a decisiones que
me eran extrañas. Aquel mismo día en la tarde, los dos esposos, también devotos de
santa Teresita, con voz marcada por la emoción… me ofrecieron un cheque por dos
millones de dólares… El don fue una señal de predilección de la providencia hacia
nuestro Movimiento, un verdadero milagro que nos llegó en silencio. Para nosotros,
aquel dinero valía muchísimo, no tanto por su valor financiero, cuantioso por cierto,
cuanto por el momento providencial en que nos fue donado… Por eso, sobre la colina
del terreno del milagro pensamos levantar un monumento a santa Teresita del Niño
Jesús.

Los patronos del Movimiento son, después de la Virgen Santísima, san Agustín y santa
Teresa de Avila. Santa Teresa de Jesús oró y sufrió por los indios de la Cordillera ¡Tanto
amó a los indios que tuvo de Dios el don de bilocación, que le permitió visitar la
Cordillera de los Andes! En una carta (del 17-1-1570, nº 20) dirigida a su hermano
Lorenzo, que vivía en Quito, nos hace sentir cuánto sangraba su corazón por los
indígenas andinos. Dice: Y esos indios no me cuestan poco.

¡Cuán importante es confiar siempre en la divina providencia! ¿Qué sería de nosotros,


si la providencia no encendiera cada día nuestro horno y no procurara los cien kilos de
harina que necesitamos diariamente para elaborar el pan con el que alimentamos a
más de 900 niños y muchachos que asistimos en nuestras casas? Cada día necesitamos
100 kilos de harina sin contar vestidos, libros, cuadernos, medicinas, operaciones
quirúrgicas, pensiones escolares… Cada día, para llevar adelante esta gran familia
esperamos el milagro de la divina providencia, por la intercesión de Santa María,
Madre de los Pobres.

Para ayudar a tantos pobres y necesitados nos sostiene la divina providencia. El


Señor sabe dónde estamos, sabe lo que hacemos y sabe cómo llegar hasta nosotros. Es
algo conmovedor ver cómo nos llegan donativos, sobre todo, de jóvenes parejas de
esposos de Bélgica y también de Italia, fruto de una curiosa iniciativa, adoptada por
ellos desde hace algún tiempo. En las invitaciones para sus bodas consignan
claramente este mensaje: “No traigan regalos. El dinero que ustedes quieran gastar,
comprando un regalo para nosotros, tráiganlo para que podamos ofrecérselo a los
niños de los Siervos de los pobres del tercer mundo”. Son también ofrendas de padres y
madres de familia, que en los aniversarios de sus 50 o más años de vida, invitan a sus
familiares y amigos a ofrecer dinero, a favor de nuestros niños abandonados, el regalo
que hubiesen querido hacerles en esa ocasión. Son, finalmente, personas que antes de
morir, les piden a sus parientes que no gasten el dinero comprando flores para poder
así enviar todo lo ahorrado a los niños pobres del Perú.

Pero, no solamente es el dinero lo que vale para los misioneros, también vale y mucho
más la oración. El padre Salerno dice que en la parroquia de Canicattí, Provincia de
Agrigento, en Italia, donde trabajó como recién ordenado sacerdote, una joven, Ángela,
le había dado todos sus ahorros para la Misión del Perú, a donde había sido ya
destinado. Pero, además, un día saliendo de la adoración al Santísimo, me confió su
secreto: Te he dado todo, pero es mejor que yo muera antes de que tú partas. Así te
preparo el terreno. No sabes el idioma y no estás preparado para la Misión. Por eso, yo
voy a prepararte el camino. En efecto, murió tres días después, en aquel mismo
hospital donde yo había hecho mis prácticas como médico misionero. Se había ofrecido
como víctima por la Misión.

Y Jesús personalmente bendecía su Misión. Un día en Antabamba, apenas llegué allí, al


comienzo de la Misión, se presentó ante mí un pobre indio. Recuerdo muy bien aquel
día: llovía y él estaba descalzo, roto, y con el cuerpo cubierto de llagas. Traté de curarlo
lo mejor que pude. Apenas él se fue, el dispensario se inundó de un perfume
extraordinario, un perfume de jazmín. Pero resulta que en Antabamba no crece ningún
jazmín y menos aún en aquella fría temporada de lluvias, cuando allí no brota ninguna
flor. Es éste el maravilloso recuerdo de un pobre que se acercó a mí y que el Señor
quiso rodear de ese suave perfume para hacernos pensar en Él, presente sobre todo en
los pobres.

El padre Salerno es un sacerdote enamorado de Jesús. Dice: Dios me ha hecho la gracia


de no dejar jamás, ni un solo día la celebración de la santa misa, que constituye para
mí la única fuente de energía y me hace sentir siempre joven. Y continuamente
recuerda a sus hijos: Confíen siempre en la divina providencia y en la perenne
juventud de Cristo. Y repite constantemente: Quien sirve a los pobres presta a Dios. El
Señor me eligió como asno para cargarlo por los caminos estrechos de la alta cordillera
de los Andes.

EL PADRE PIO, LA MADRE TERESA DE CALCUTA, DON BOSCO Y


DON ORIONE
En la vida del SANTO PADRE PÍO DE PIETRELCINA se cuenta que, muchas veces, tenía
problemas para pagar los gastos de los obreros y de las obras de gran complejo
hospitalario de la Casa Sollievo della Sofferenza, que se estaba construyendo en San
Giovanni Rotondo, al sur de Italia. Pero él siempre confiaba en la providencia divina y
nunca fue defraudado. Guglielmo Sanguinetti o Carlo Kisvarday, que eran sus íntimos
colaboradores, eran testigos de cómo, con frecuencia, en los últimos momentos venía
una ayuda por correo o algún bienhechor se hacía presente. Nunca faltó lo esencial
para solucionar los problemas más urgentes. Por eso, el confiar en la providencia
divina es siempre un buen negocio, pues Dios nunca se va a dejar ganar en
generosidad ni permitirá que seamos defraudados. A veces, puede tardar, para
hacernos sentir más la necesidad de acudir a Él, pero, al final, siempre cumple su
promesa y siempre acude en nuestro socorro en todas nuestras necesidades.

LA BEATA MADRE TERESA DE CALCUTA decía muchas veces: En lo que atañe a los
bienes materiales, nosotras dependemos por completo de la providencia de Dios.
Jamás nos hemos visto obligadas a rechazar a alguien por falta de medios. Siempre ha
habido una cama más, un plato más. Porque Dios se ocupa de sus hijos pobres…

En Calcuta damos de comer cada día a 10.000 enfermos. Un día vino la hermana
encargada de la comida y me dijo: –Madre, no tenemos nada para dar de comer a tanta
gente.
Yo me sentí muy sorprendida, porque era la primera vez que ocurría algo así. Pero, a
las nueve de la mañana, llegó un camión abarrotado de pan. Todos los días el gobierno
daba a los niños de las escuelas pobres un trozo de pan y un vaso de leche. No sé por
qué razón, las escuelas de la ciudad, aquel día, permanecieron cerradas y todo el pan
nos lo enviaron. Como ven, Dios había cerrado las escuelas, porque no podía permitir
que nuestras gentes se quedasen sin comida. Y fue la primera vez que pudieron comer
pan de buena calidad hasta saciarse por completo.

Un día no teníamos absolutamente nada para cenar. Y no nos faltaba apetito.


Inesperadamente, se presentó una señora a la que ninguna de nosotras conocíamos.
Nos dijo: “No sé por qué, pero me he sentido empujada a traerles estas bolsas de arroz.
Espero que les sean útiles”. Al abrirlas, nos dimos cuenta de que contenían,
exactamente, lo que necesitábamos para la cena.

Cuando abrimos nuestra primera casa en Nueva York, el cardenal Cooke parecía muy
preocupado por el mantenimiento de las hermanas y decidió asignar una cantidad
mensual a este fin. Yo no quería ofenderle, pero, al mismo tiempo, tenía que explicarle
que nosotras dependemos de la divina providencia, que jamás nos ha faltado. Por eso,
al término de la conversación, le dije, medio en broma: Eminencia, ¿acaso piensa que
va a ser justamente en Nueva York, donde Dios tenga que declararse en quiebra?

En una oportunidad, buscábamos una casa en Londres para abrir nuestro noviciado
europeo. Tropezamos con numerosas dificultades. Tras no pocas gestiones inútiles, se
nos informó que una señora inglesa disponía de lo que nosotros necesitábamos. Ella
nos dijo: “Ciertamente, tengo una casa a la venta, pero cuesta 6.500 libras esterlinas a
pagar al contado”.

Durante varios días, dos hermanas dieron vueltas por la ciudad, haciendo visitas,
dando conferencias, hablando por radio… Y empezaron a llegar donaciones. Una noche,
las hermanas se decidieron a contar lo que había llegado: Eran exactamente 6.500
libras esterlinas. Y, a la mañana siguiente, compramos la casa .

Nuestra confianza en la providencia se resume en una firme y vigorosa fe en que Dios


puede ayudarnos y nos ayudará. Que puede, es evidente, porque es omnipotente; que
lo hará es cierto, porque lo prometió en muchos pasajes del Evangelio y Él es
infinitamente fiel a sus promesas…

Un señor muy rico quería darnos mucho dinero, pero puso la condición de que la
cuenta, que pondría en el banco, no debería ser tocada. Sería como un seguro para
nuestro trabajo. Le contesté diciéndole que antes de ofender a Dios, prefería ofenderle
a él, aunque estaba agradecida por su generosidad. No podía aceptar su dinero, porque
todos estos años Dios ha cuidado de nosotras y el seguro de su dinero restaría vida a
nuestro trabajo. Sería como desconfiar de la providencia. Por otra parte, no podría
tener dinero en el banco, mientras hubiese gente que estuviera pasando necesidad.

Parece ser que la carta le impresionó, porque antes de morir, nos envió una suma muy
importante de dinero. En resumidas cuentas, nos entregó toda su fortuna.

En México, con motivo de la campaña de Navidad, las hermanas preparaban las


despensas o bolsas de alimentos para entregárselas a las familias pobres. La fábrica de
Pan Bimbo se había comprometido a enviar todo el pan necesario para incluirlo en las
bolsas. Apenas pasado el día de Navidad, se presentó el gerente de Pan Bimbo,
totalmente avergonzado y confuso por no haber cumplido con su compromiso. Pedía
mil disculpas por un olvido tan lamentable. La hermana que le atendió le contestó:

–Señor, trajeron pan y en abundancia.

–Imposible, de la fábrica no sale ni una miga de pan sin mi permiso.

–Bueno, habrá otro gerente, que se cuida de que en la Navidad no les falte el pan a sus
hijos más pobres.

Hace unos días, llegó un hombre a nuestra Casa madre y me dijo: “Madre, mi única hija
se está muriendo. El doctor le ha recetado una medicina que no puede obtenerse en la
India, sino en el extranjero. Madre, suplicaba, haga algo por mi hija antes de que
muera”. Estábamos hablando, cuando se presentó otro señor con un cajón de
medicinas en sus brazos. Y, justamente, en la parte superior de la caja, estaba la
medicina que el papá necesitaba para su hijita. Si la medicina hubiera estado más
abajo o el señor hubiera llegado antes o después, no la hubiéramos encontrado. Fue
precisamente en ese momento, cuando todo tuvo que suceder. Esto me hizo pensar que
entre los millones de niños que hay en el mundo, Dios tenía tiempo para cuidar de
aquella pequeñita, perdida en los barrios de Calcuta. He ahí el amor tierno de nuestro
Padre Dios, manifestado a una pobre criatura de Calcuta.

El Padre Pedro Arribas dice que un día hablaba con la Madre Teresa sobre un proyecto
para niños abandonados en Caracas. Ante mis dudas por la dificultad de encontrar un
terreno apropiado en una zona superpoblada, me cortó diciendo: Padre, no se
preocupe, que si Dios lo quiere, el terreno lo encontrará. Tenga fe y comience a
buscarlo. A la semana siguiente, inesperadamente, teníamos la donación de un terreno
de seis hectáreas en el corazón de la zona deseada.

 
SAN JUAN BOSCO tiene una vida llena de anécdotas sobre la providencia. A principios de
1858, Don Bosco tenía que pagar una gruesa deuda para el 20 de enero y no poseía ni un
céntimo. Estaban ya a 12 del mes y no se veía ninguna solución. En tales estrecheces, Don
Bosco dijo a algunos jóvenes: “Hoy iré a Turín y vosotros, durante el tiempo que esté fuera,
turnaos uno a uno delante del sagrario rezando”.

  Mientras Don Bosco caminaba por Turín, se le acercó un desconocido y tras el saludo
le preguntó:

–Don Bosco, ¿necesita Ud. dinero?

–Ya lo creo.

–Si es así, tome; y le ofreció un sobre con varios billetes de mil, alejándose con
premura. Era un rasgo de la providencia y Don Bosco mandó inmediatamente que se
pagara a su acreedor.

Un día de 1859, Don Bosco bajó al refectorio, no para comer, sino para salir. Les dijo:
“Hoy no puedo comer a la hora acostumbrada. Necesito que, cuando salgáis del
comedor, haya siempre uno de vosotros hasta las tres con algún chico escogido entre
los mejores, rezando ante el Santísimo sacramento. Esta tarde, si obtengo la gracia que
nos es necesaria, os explicaré la razón de mis plegarias”.

Don Bosco volvió al atardecer y dijo, respondiendo a las preguntas: “Hoy a las tres,
vencía un compromiso serio con el librero Paravia de 10.000 liras. También urgían otras
deudas, que alcanzaban también otras 10.000 liras. He salido en busca de la
providencia sin saber a dónde iba. Al llegar a la Consolata, entré y rogué a la Virgen
que me consolara. Al llegar a la iglesia de santo Tomás, se me acerca un señor muy
bien vestido que me dice:

–¿Usted es Don Bosco?

–Sí, para servirle.

–Mi patrón me ha encargado que le entregue este sobre. Hubo suficiente para que
pagara todas las deudas urgentísimas”.

Un día de 1860, después de la misa, no había para dar a cada chico el panecillo para el
desayuno. Ese día, no había pan en casa y el panadero ya no quería fiar más hasta que
no le pagaran lo que le debían. Entonces, Don Bosco dijo a dos chicos:
–Id a la despensa y juntad todo el pan que encontréis y todo lo que podáis hallar en los
comedores.

Había muy poquitos panecillos y no alcanzaban para todos. Don Bosco, después de
confesar, se dirigió a distribuir los panecillos. El cesto del pan tenía unos quince
panecillos. Y Don Bosco se puso a distribuirlos a unos cuatrocientos jóvenes. Al
terminar, quedaba la misma cantidad que al principio. Éste es el milagro de la
multiplicación de los panes. En otra oportunidad, fue la multiplicación de las
castañas o la multiplicación de las hostias consagradas hasta en 4 oportunidades.
En todos estos milagros, Dios, con su providencia, premiaba la fe de Don Bosco y lo
socorría en sus necesidades.

En julio de 1885, el cardenal Alimonda, que era su amigo, fue a visitarlo a Mathi y le
preguntó:

–¿Cómo andan sus finanzas?

–Hoy mismo debo pagar 30.000 liras y no las tengo.

–¿Cómo se las arreglará?

–Espero en la providencia. Acaba de llegarme una carta certificada, veamos lo que hay
dentro. Abierto el sobre, apareció un talón bancario de 30.000 liras. Al cardenal se le
saltaron las lágrimas.

El 23 de febrero de 1887, el terremoto castigó a la casa de Vallecrosia. Un ingeniero


hizo la evaluación de las reparaciones, que hacían falta, y presentó un presupuesto
por 6.000 liras. Don Bosco confió en la providencia. Después de comer, entró el
conde Maistre, antiguo bienhechor de Don Bosco, y le dijo:

–Mi tía me ha encomendado darle para sus obras 6.000 liras.

Don Bosco, conmovido, presentó al conde el informe del ingeniero diciendo:

–Vea cómo María Auxiliadora ha inspirado a su tía. Transmítale nuestra gratitud por la
generosa providencia.

SAN LUIS ORIONE es otro gran santo de la divina providencia. Fundó la pequeña obra
de la divina providencia para educar a la juventud y atender a los más necesitados.
También fundó Congregaciones de religiosos y religiosas, para que continuaran su obra.
Un día, Don Orione estaba especialmente apretado por las deudas, ya no le
querían fiar el pan ni otros alimentos para sus niños necesitados. Todos rezaron a
san José con fervor. Y, durante la novena, se presenta un señor, que quería hablar
con él. Era joven, con barba rubia. Le dijo: ¿Ud. es el superior? Aquí está una ofrenda
para Ud.

–Pero ¿hay que celebrar alguna misa o debo hacer algo por Ud.?

–No, solamente continuar rezando.

Hizo una venia con la cabeza y se retiró. Todavía no salía de su asombro Don
Orione, cuando algunos presentes dijeron que aquel hombre tenía un algo
celestial. Y, entonces, apenas tres minutos después, salieron tras sus pasos, pero
ya no lo vieron más. Algunos decían que era el mismo san José, a quien le estaban
rezando. Lo cierto es que le dio la cantidad suficiente para pagar las deudas más
grandes y más urgentes y le dejó con un alivio enorme en su corazón.

Un día de 1900, le regalaron un par de zapatos nuevos. Tuvo que acompañar a un


médico, que no era creyente, en una visita a un enfermo. Mientras el médico visitaba al
enfermo, se le acercó un mendigo y le pidió algo. Don Orione no lo pensó dos veces y le
dio sus zapatos nuevos y se quedó sin zapatos. Cuando regresó el médico, le reprendió,
pero se quedó admirado de aquella acción. Años después, en 1924, este mismo médico
fue asaltado por un delincuente que le disparó y lo dejó entre la vida y la muerte. En el
hospital, tanto el capellán como las religiosas, le insinuaban la idea de confesarse, pero
él no quería. Finalmente, manifestó su deseo de confesarse con Don Orione. Don Orione
llegó desde Roma, donde se encontraba, y lo confesó y le dio la comunión. Y decía: En la
economía de la providencia, incluso un par de zapatos regalados pueden servir para la
conquista de un alma.

El año 1922, quería Don Orione comprar una hermosa propiedad, que costaba
400.000 liras, pero no tenía ni un céntimo. Como siempre, empezó a rezar por esta
intención y también buscó ayudas humanas. Fue en busca de una viejecita
millonaria, que vivía sola y sin familia, a ver si le podía ayudar en aquella
circunstancia; pero la señora, que era muy avara, no le dio más que 30 liras para
una misa y lo despidió de mala manera.

Él no se desanimó y siguió orando. Al día siguiente, volvió donde la anciana para


decirle que ya había celebrado misa. Pero ella lo despidió de peor manera y le dijo
que no la volviera a molestar más. Entonces, empezó a acudir a todos los santos,
sobre todo a la Virgen María, de quien era tan devoto. Una tarde se fue al
cementerio a rezar rosarios a las almas benditas, para pedirles ayuda. A los tres
días, vino la viejecita a su casa, gritándole: Ud quiere matarme, ¿cómo es posible que
Ud, un sacerdote, se meta en mi habitación por las noches y me esté mirando con esos
ojos como si yo fuera un demonio?

La señora llevaba tres días sin dormir, porque decía que, por las noches, Don
Orione entraba en su habitación y, sin decirle nada, la miraba fijamente. Trató de
asegurarle que no era él, que, además, no podría entrar, teniendo ella la puerta
cerrada. Pero ella le dijo: Si Ud. me deja dormir tranquila y no viene más a mi
habitación, le daré 150.000 liras. Aceptó y comprendió que quien se le aparecía era un
alma del purgatorio.

El 9 de abril de 1929 le robaron sus documentos, mientras rezaba en una iglesia. Le


habían robado el permiso para viajar gratis en tren y tuvo que acudir al Ministerio
correspondiente para pedir un nuevo permiso. Después de algunas esperas y trámites,
el jefe de la oficina se quedó tan admirado de su comportamiento y de sus palabras que
le pidió confesión y, a continuación, lo hizo también otro segundo empleado. Y decía Don
Orione: Dios permite el mal para sacar el bien. Dios permitió que me robasen para darme la
ocasión de salvar dos almas. ¡Que se vaya el dinero y que vengan las almas!.

Un día en que tenía grandes deudas, fue a visitar a un millonario, que era conocido por
su escandalosa vida. Don Orione le habló de sus obras y necesidades. Aquel hombre le
dio 200.000 liras y él decía: La providencia también se sirve de pecadores, que quieren
convertirse.

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