La Oración Puede Cambiar El Curso de Los Acontecimientos
La Oración Puede Cambiar El Curso de Los Acontecimientos
La Oración Puede Cambiar El Curso de Los Acontecimientos
acontecimientos:
casos concretos
Aquí hay historias de vida, casos cotidianos y milagrosos que han sucedido a
personas notorias y por eso se difunden más, pero le sucede a todos los que piden
con fe. Dios actúa con amor, cuando se lo pedimos con fe. Dios es el Señor de la
historia y del universo. Nada ocurre sin su consentimiento; pero, para que actúe a
nuestro favor, debemos pedirlo, porque no quiere obrar en contra de nuestra
voluntad.
Realmente, Dios es maravilloso y amoroso con sus queridos hijos. Por eso, desea
que le pidamos lo que necesitamos con toda confianza: Pedid y se os dará (Mt 7,7).
Si vosotros, siendo malos, dais cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro
Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pide! (Mt 7,11). Dios quiere que le
pidamos, pero también quiere que compartamos lo que tenemos para poder
darnos el ciento por uno. Cada uno dé según se ha propuesto en su corazón, no de
mala gana ni obligado, que Dios ama al que da con alegría. Y poderoso es Dios para
acrecentar en vosotros toda clase de gracias, para que, teniendo siempre y en todo lo
bastante, abundéis en toda obra buena (2 Co 9,7-8).
Ciertamente, en algunos casos, Dios actúa de modo extraordinario en nuestra vida por
medio de milagros o de sucesos fuera de lo común. Pero lo normal es que actúe de
modo sencillo. Por lo cual, no debemos esperar cosas milagrosas en nuestra vida. Dios
nos las puede dar, si es lo más conveniente para nosotros, pero no debemos desearlas
ni pedirlas, sino en la medida en que sean la voluntad de Dios para nosotros.
En una estación del metro de Milán, alguien escribió: Dios es la respuesta. Después de
algunos días, alguien volvió a escribir: ¿cuál es la pregunta? La pregunta para saber que
Dios es la respuesta es: ¿cuál es el sentido de tu vida? Pero todavía muchos jóvenes y no
tan jóvenes no han encontrado la respuesta al sentido de su vida y viven errantes por un
mundo, que los ciega con su afán de placer y los aparta de Dios.
Por eso, es importante descubrir el amor de Dios en las pequeñas cosas de la vida: en
una flor, en una puesta de sol, en el murmullo de las hojas de los árboles, en la sonrisa
de un niño, en un paisaje hermoso, en un pájaro… ¡Hay tantas cosas a través de las
cuales uno puede descubrir a Dios! A veces, el amor desinteresado de otras personas,
especialmente familiares, nos puede ayudar a descubrir que Dios nos ama. Para él, no
somos un número más en la lista de los millones de seres humanos, que habitan el
planeta. Para él cada uno, es un ser único e irrepetible y tiene una plan maravilloso para
cada uno.
Dios nos ama con un amor personalizado. Por eso, quiere que nosotros lo amemos
personalmente y le hablemos y le pidamos lo que necesitamos. Es decir, quiere que
oremos, pues, como un Padre bueno, no quiere regalarnos a la fuerza sus dones. Quiere
que los deseemos y los pidamos: Pedid y recibiréis.
Yo soy la providencia suprema que nunca falta ni en el alma ni en el cuerpo a los que
confían en mí. ¿Cómo puede sospechar el hombre que me ve alimentar al gusano en el
interior de un madero seco, apacentar a los animales, dar de comer a los peces del
mar, a todos los animales de la tierra y a los pájaros del aire, que envío el sol sobre las
plantas y el rocío que empapa la tierra, ¿cómo cree que no le voy a dar el alimento a él
que es mi criatura, formada a mi imagen y semejanza? Todo lo ha creado mi bondad
para su servicio. Por eso, a cualquier parte que mire, espiritual o temporalmente, no
encontrará otra cosa que el fuego y la grandeza de mi amor con la mayor y más
perfecta providencia… Infinitas son las maneras de la providencia que empleo con el
alma pecadora para sacarla de la culpa del pecado mortal… Y, si vuelves la vista al
purgatorio, encontrarás en él mi dulce e inestimable providencia en aquellas pobres
almas, que perdieron el tiempo por ignorancia… Te voy a explicar ahora algo sobre los
modos que tengo de socorrer a mis servidores que confían en mí… A veces, los purifico
con muchas tribulaciones para que den mejor y más suave fruto (espiritual). ¡Oh, cuán
suave y dulce es este fruto y de cuánta utilidad para el alma que sufre sin culpa! Si ella
lo entendiese, no habría nada que con celo y alegría no lo intentase sufrir.
¿Te acuerdas de aquella alma que, llegando a la iglesia con grandes deseos de
comulgar y acercándose al ministro que estaba en el altar, él respondió que no le daría
la comunión? Creció en ella el llanto y el deseo, y en el ministro, cuando llegó el
ofertorio del cáliz, el remordimiento de conciencia. Y como yo trabajaba dentro de
aquel corazón, el ministro lo manifestó, diciendo al monaguillo: “Pregúntale, si quiere
comulgar, que le daré la comunión”. Yo lo había permitido para hacerla crecer en
fidelidad y esperanza… Recuerda a tu glorioso Padre Domingo, cuando hallándose los
hermanos en necesidad, habiendo llegado la hora y no teniendo qué comer, mi amado
servidor Domingo, confiando en mi providencia, dijo: Hijos, poneos a la mesa.
Obedeciendo los hermanos a su mandato, se pusieron a las mesa. Entonces, yo que
socorro a quien confía en Mí, envié dos ángeles con pan blanquísimo, en tanta
abundancia, que tuvieron para muchos días…
Algunas veces, proveo multiplicando una pequeña cantidad, que no alcanzaría para
ellos, como sabes de la dulce virgen santa Inés (de Montepulciano)… Ella fundó un
monasterio y en él reunió, al principio, a dieciocho doncellas sin nada, sólo con mi
providencia. Una vez, entre otras, permití que durante tres días estuvieran sin pan,
únicamente con verduras. Si me preguntas: ¿Por qué las tuviste de ese modo, cuando
acabas de decirme que jamás faltas a tus siervos que esperan en ti y sufren necesidad?,
te respondería que lo hice y permití para embriagarlas de mi providencia, a fin de que
por el milagro que después siguió, tuviesen materia para poner su principio y
fundamento en la luz de la fe. A quien ocurriese algo semejante o distinto, sepa que en
aquella verdura o en otra cosa, ponía, daba y doy una disposición para el cuerpo
humano de modo que se sentirá mejor con ella y, algunas veces, sin nada en absoluto,
que lo que estaba antes con pan o con otras cosas que se dan para la vida del hombre.
Estando Inés volviendo los ojos de su espíritu hacia mí con la luz de la fe, dijo: “Padre y
Señor mío, esposo eterno, ¿me has hecho sacar a estas hijas de las casas de sus padres
para que mueran de hambre? Provee, Señor, a su necesidad”. Yo mismo era quien la
hacía que pidiera. Me alegraba, comprobando su fe y su humilde oración, que me era
grata. Extendí mi providencia a lo que me pedía y, por inspiración, hice que una
persona le llevase cinco panecillos. Se lo manifesté al espíritu de Inés y ella dijo,
volviéndose a las hermanas: “Id, hijas mías, contestad al torno y tomad el pan”. Le di
tanto poder al partir el pan que todas se saciaron y recogieron tanto del que había en
la mesa, que tuvieron cumplidamente para satisfacer con abundancia la necesidad del
cuerpo… Enamórate, hija, de mi providencia.
CASOS EXTRAORDINARIOS
Dios puede intervenir en los acontecimientos del mundo, de modo que puede
inclinar la balanza al lado de los que le piden ayuda y protección. Un ejemplo
concreto es el caso de santa Clara de Asís. Una mañana de setiembre de 1240,
llegaron los sarracenos y entraron hasta el claustro del convento. Dice Celano que Clara
sin temor, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a
los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil donde se
guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos (LC 1,21). Una de las religiosas,
testigo del acontecimiento, dijo en el Proceso de su canonización que una vez que
entraron los sarracenos al claustro del monasterio, madonna Clara se hizo conducir hasta la
puerta del refectorio y mandó que trajesen ante ella un cofrecito, donde se guardaba el
Santísimo sacramento del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo y, postrándose en tierra en
oración, rogó con lágrimas diciendo: “Señor, guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no
las puedo guardar”. Entonces, la testigo oyó una voz de maravillosa suavidad que
decía: Yo te defenderé siempre… Entonces, la dicha madonna se volvió a las hermanas
y les dijo: “No temáis, porque yo soy fiadora de que no sufriréis mal alguno ni ahora ni
en el futuro, mientras obedezcáis los mandamientos de Dios”. Y los sarracenos se
marcharon sin causar mal ni daño alguno (Proceso 9,2).
Todos los testigos expresan el rechazo milagroso de los sarracenos ante la oración de
Clara ante el Santísimo sacramento. Por eso, la piedad popular la ha representado
siempre con una custodia en la mano. Dios la salvó y salvó a su convento e, incluso, a la
ciudad de Asís. Pero, al año siguiente, se volvió a repetir algo parecido.
Vital de Aversa amenazó de nuevo la ciudad de Asís y Clara movilizó a sus hermanas en
oración y penitencia para obtener la protección de Dios. Dice una testigo que después
de haberse echado ceniza en la cabeza como señal de penitencia, mandó a todas a
la capilla a hacer oración. Y, de tal modo lo cumplieron, que, al día siguiente, de
mañana, huyó aquel ejército roto y a la desbandada (Proceso 9,3).
Como vemos, la oración hecha con fe es capaz de cambiar el curso normal de los
acontecimientos por el poder de Dios, para bien de los que le aman.
Otro suceso, que he leído en diferentes libros y revistas, se refiere a la vida del santo
Padre Pío de Pietrelcina. Durante la segunda guerra mundial, varias veces, quisieron
los aliados bombardear san Giovanni Rotondo, el pueblo donde él vivía, pero no
pudieron. Algunos aviadores contaban que, cuando estaban llegando al lugar, se les
aparecía en las nubes el Padre Pío, y con mala cara les decía que se fueran. Alguno de
ellos lo reconoció después de la guerra al verlo personalmente.
Otro suceso, entre miles que se podrían citar. El 25 de agosto de 1675, 6.000 polacos
derrotaron a 300.000 turcos, que asediaban la ciudad de Lwow en Polonia. La
victoria fue atribuida a la intercesión de María. Aquel día, todo el pueblo se había
reunido en oración y vio cómo el cielo se nubló de improviso y un extraño temporal se
avalanzó contra el ejército enemigo con granizo, rayos, truenos y relámpagos, que los
hizo huir despavoridos.
PROVIDENCIA Y MILAGROS
Nunca me olvidaré de lo que dijo una vez una madre de familia: Muchos niños mueren,
porque sus padres no rezan. De la misma manera, podríamos decir que muchos milagros
no ocurren y muchos enfermos no se sanan, porque no se reza. Orar es darle permiso a
Dios para que intervenga en nuestra vida para nuestro bien. Y, entonces, muchas cosas
buenas suceden que, de otro modo, podrían normalmente llevarnos a la muerte o a la
invalidez o al desastre total.
La Madre Briege Mckenna ha escrito un libro “Los milagros sí ocurren”, donde relata
casos de curaciones extraordinarias, producidas por la fe. Dice que un día llevaron
a un niño que sufría de quemaduras muy severas y de ampollas en todo su cuerpo.
Recuerdo haber pensado: ¡Dios mío, no hay realmente nada que hacer! Está muy mal.
No tenemos médicos ni medicinas aquí. Oramos por el pequeño y, después, el
sacerdote le dijo a la anciana mujer que lo había llevado a la misa: “Déjalo ahí y
comencemos la celebración de la misa”… Al terminar la misa, fui a ver cómo estaba el
niño. Lo habían colocado debajo de la mesa, que sirvió de altar, pero ya no estaba ahí.
Yo le pregunté a la mujer: ¿Dónde está? Ella me señaló un grupo de niños que jugaban
ahí cerca. Vi al niño y se veía muy bien. No había nada malo en él. Y le pregunté: ¿Qué
le pasó? Y la anciana me miró y me dijo: “¿Cómo que qué le pasó? ¿Acaso no vino
Jesús?”.
Sí, Jesús Eucaristía es la mayor fuente de milagros en cualquier lugar del mundo y no
sólo en los grandes santuarios marianos como Lourdes o Fátima.
Otro día le telefoneó un joven sacerdote para que orara por él, porque tenía cáncer en
las cuerdas vocales y dentro de tres semanas debían operarlo para extirparle la laringe.
Ella le dijo: Padre, cada día, cuando celebra la misa y consume la hostia consagrada,
usted se encuentra con Jesús. Usted toca a Jesús y lo recibe en su cuerpo y no sólo como
la mujer hemorroísa que le tocó el borde del manto. Pídale a Jesús Eucaristía que lo
sane.
Tres semanas después, ingresó al hospital para ser operado. Me llamó más tarde para
decirme que la cirugía no se realizó. Los médicos descubrieron que el cáncer había
desaparecido y sus cuerdas vocales estaban como nuevas.
He conocido sacerdotes extraordinarios como el padre Emiliano Tardif o el padre James
Manjackal con un ministerio extraordinario de sanación de enfermos. Dios ha obrado
maravillas a través de ellos. Y así otros más.
Un joven sacerdote de Lima me contaba que, cuando era un bebé, estuvo muy grave
con una fuerte neumonía. Como sus padres vivían en la Sierra del Perú y no había
médico ni posibilidades de llevarlo al hospital más cercano, su madre lo llevó a la
iglesia y lo consagró a la Virgen, ofreciéndoselo para que, si se sanaba, fuera
sacerdote. A los tres días, sin ninguna medicina, estaba totalmente curado. Siendo
joven, no estaba muy dispuesto a ser sacerdote; pero, poco a poco, el Señor lo guió
al Seminario y se ordenó de sacerdote con 29 años el 7 de marzo de 2004. Su
nombre Iván Luna.
A los tres días, fui a visitarlo y ¡cuál no sería mi asombro, cuando constaté que Justo
tenía abundante carne, donde antes sólo se veía una especie de caverna! Y era carne
tierna y rosada como la de un recién nacido. Me quedé boquiabierto, preso de
escalofrío. Al quinto día, Justo volvió a su condición de salud más que normal.
Teodosia tenía un brazo roído por la uta, un tipo de lepra que despedía un olor
pestilente. Yo había preparado el instrumental quirúrgico para amputárselo y me decía
a mí mismo: ¿Qué hago? Amputándole el brazo la volveré aún más pobre. Entonces, con
miras a ganar un poco de tiempo para decidir mejor cómo proceder, le dije: Mañana
vienes para que te haga la operación de amputarte el brazo. Al despedirme, le dije:
“¿Por qué no le pides a la Virgen María que te haga el milagro?”.
Ella me preguntó: ¿Qué debo hacer? Le di un poco de agua santa de Lourdes, diciéndole:
“Tómala y, durante la noche, pídele a la Virgen María que te haga este milagro”. Al día
siguiente, la estuve esperando, decidido a amputarle el brazo… De pronto, escuché una
algarabía creciente en las afueras del dispensario. Era Teodosia, que,
inconteniblemente feliz, enseñaba su brazo a los demás enfermos que la rodeaban y
les decía: “Miren mi brazo. Hasta ayer lo han visto cómo se caía a pedazos y apestaba.
Ahora está sano”. Y sobre sus hombros cargaba un corderito como regalo.
Basilio, un niño de nueve años, sufría de hidrocele. Esta infección se había extendido a
todo su cuerpo, de forma que parecía una gran pelota inflada. En cualquier parte de su
piel, donde se apoyara un dedo, éste se hundía. Le suministré cierto tipo de medicinas,
pero inútilmente: el muchacho no se curaba, sino que, por el contrario, empeoraba
cada vez más… Le dije a su madre, entregándole un poco de agua bendita: “Pídele este
milagro a la Virgen María. Ninguna medicina puede curarlo”.
Al día siguiente, vino su madre y me dice: “Basilio tiene hambre. Tienes que darme algo
de comida”… Fui a la cabaña de Basilio. No podía creer lo que estaba viendo. Todo
había vuelto a la normalidad. En el dispensario volví a examinarlo con mayor rigor y
tuve que admitir que Basilio se había curado..
La mujer del enfermo me suplicaba que hiciera todo lo posible para salvarlo. Entonces,
tuve que hablarle muy claro, diciéndole que se necesitaba un milagro de la Virgen
María para poderlo curar. Debo decir que, curando a los enfermos, he recurrido
siempre mucho a la medalla milagrosa y también en este caso les hablé al enfermo y a
su mujer de las grandes gracias que la Virgen Santísima concede a los que con mucha
fe llevan consigo su medalla milagrosa. Viendo la viva fe de los dos, puse la medalla
milagrosa al cuello del enfermo y, junto con su esposa, recitamos tres Avemarías.
Hacia la medianoche, un fuerte estruendo, proveniente de la verja del dispensario, me
despertó sobresaltado, mientras un extraño calor inundaba mi habitación. Me levanté
a toda prisa para comprobar qué había sucedido, pero pensé que lo que había
provocado aquel estruendo podía haber sido uno de los hijos del enfermo al visitar a su
padre.
Fue a USA y le dijeron lo mismo. Regresó a Calcuta y su familia lo llevó al hospital. Fui a
visitarlo al hospital, llevé una medalla de la Virgen Milagrosa y le pedí que dijera:
“María, Madre de Jesús, dame la salud”.
Encargué a su familia que rezara también a Nuestra Señora. A pesar de ser una familia
hindú, debieron rezar con mucha fe. Después de tres meses, tiempo al cabo del cual
supuestamente tenía que morir, el oculista vino a mi casa y me dijo: “Madre, fui al
doctor, me examinó con rayos X, me hizo análisis y no encontró ni rastro del cáncer”.
Un auténtico milagro. Ahora lleva una cadenas al cuello con la medalla milagrosa.
Dios hace milagros con las cosas más sencillas, cuando hay fe. Santa Margarita María
de Alacoque, a veces, escribía en un pequeño papel Sagrado Corazón de Jesús, en Vos
confío y lo hacía tomar al enfermo para que sanara.
De san Juan Bosco se cuenta que desde que estaba en el Seminario, se valía de una
estratagema para ayudar a los enfermos con la invocación de María. Consistía en
repartir píldoras de miga de pan o bien sobrecitos con una mezcla de azúcar y harina,
imponiendo a los que recurrían a su ciencia médica, la obligación de acercarse a los
sacramentos, rezar un número determinado de Avemarías a la Virgen o la Salve. La
prescripción de las medicinas y de las plegarias eran de tres días, a veces de nueve. Los
enfermos, incluidos los más graves, se curaban.
¡Cuántos prodigios sigue obrando nuestro buen Dios entre la gente que tiene fe! Dios
ama a todos, porque para él, ricos o pobres, sabios o ignorantes, todos son sus hijos y a
todos ama con amor infinito y a todos quiere bendecir con abundantes gracias y
milagros.
MILAGROS COTIDIANOS
La providencia de Dios se manifiesta hasta en los más pequeños detalles de la vida.
Veamos algunos ejemplos..
Chiara divisa una iglesia allí cerca y entra. Estaba vacía, pero la lucecita roja indica que
allí esta Jesús. Y le pide de rodillas: Jesús, dame un par de zapatos de número 42 para
ese pobre.
A la salida, abre la puerta y ve una señora conocida, que le pone un paquete en las
manos, diciéndole: Para tus pobres. Lo desenvuelve y era un par de zapatos del número
42.
Otro día Chiara estaba preparando la comida, cuando llaman a la puerta. Era una
mujer pobre que pedía ayuda para su familia. Chiara fue y sacó de un cajón un sobre
que contenía la cantidad necesaria para pagar el alquiler, el gas y la luz del mes, y se lo
dio a la mujer. Luego le dijo a Jesús: Te dejo el sobre abierto, mira tú cómo llenarlo
para que podamos pagar lo que debemos. Y siguió trabajando.
Al poco rato, llega Natalia, una de sus primeras compañeras, corriendo en bicicleta y le
dice: Esta mañana me han subido el sueldo y se me ha ocurrido traerlo
inmediatamente por si te hace falta. Era el doble de lo que Chiara había dado.
Había llegado al focolar un par de zapatos de señora, nuevos, bonitos, de tacón alto,
pero pequeñísimos, de número 33. ¿A quién le podrán hacer falta? me pregunté. Al poco
rato, llaman a la puerta, es Vilma, una mujer joven, muy pobre, que viene a vernos de
vez en cuando con su niña. Vilma es menuda, muy pequeña. Le miro instintivamente los
pies, y le ofrezco los zapatos. Con gran alegría suya, le van que ni pintados.
Un sacerdote nos contó que deseaba ir a Italia a un encuentro para sacerdotes del
movimiento de los focolares, pero no tenía dinero. Entonces, se encomendó a la
providencia, pensando: Si es voluntad de Dios, Él me mandará el dinero.
Un día, al abrir el correo, sacó un sobre con un cheque: Era de la diócesis, que le
comunicaba la muerte de un sacerdote anciano, que deseaba dejar una suma de dinero
al sacerdote más pobre de la diócesis y el obispo había pensado en él. Contenía,
exactamente, el dinero necesario para el viaje.
El cardenal Ersilio Tonini dice que un día lo llamó por teléfono el arzobispo de Gitega, en
Burundi, para pedirle ayuda para construir una clínica de maternidad en Gitega, donde la
mortalidad infantil era muy alta. Al día siguiente, llega una señora de Forlí, cuya hija se
había suicidado y le da el dinero de la venta del piso de su hija. Con él pudo atender la
petición del arzobispo de Gitega y, al año siguiente, fue construida la clínica de
maternidad. Pareciera que el Señor hubiera dispuesto las cosas para que todo llegara a
feliz término en el mínimo plazo posible. Dios se preocupaba también de aquellos niños
burundeses, que tanto necesitaban, y lo hacía a través del cardenal Ersilio Tonini.
EJEMPLOS DE VIDA
CARLO CARRETTO
Carlo Carretto era un religioso que soñaba con fundar un convento en los Alpes y
una inyección mal puesta lo dejó cojo para toda la vida. Y en vez de ir a los Alpes, se
fue 10 años al desierto del Sahara, donde, en el silencio y la soledad, aprendió a
amar más a Dios y escribió libros hermosos, que se leen en todo el mundo. Por eso,
pudo escribir: Ahora le doy gracias a Dios por lo que ha hecho conmigo y por mi pierna
coja que estoy arrastrando con un bastón desde hace treinta años.
Con toda seguridad, muchos santos no lo hubieran sido nunca, si Dios no hubiera
permitido en su vida fracasos o enfermedades, que les hicieran acercarse más a Él.
Muchos más se acercan a Dios a través de los sufrimientos que a través de la vida sana y
placentera. Por eso, debemos agradecer a Dios muchas de sus intervenciones dolorosas
en nuestra vida, porque nos ha hecho madurar y crecer espiritualmente mucho más en
unos meses de enfermedad que en años de vida sana y normal.
Dice Carlo Carretto: Dios nunca está ausente de nuestra vida ni puede estarlo. En Él vivimos,
nos movemos y existimos (Hech 17,28). Pero ¡cuántos actos de fe para aprender a navegar
por el mar de Dios a ojos cerrados y con la convicción de que, si nos hundimos, nos hundimos
en Él, en el divino y eterno Presente! Dichoso el que aprende a vivir esta navegación en Dios y
sabe permanecer sereno, aun cuando arrecia la tempestad.
Sí, dichoso el hombre que sabe que Dios es el compañero de la vida, que nunca lo dejará
solo, y que le sigue diciendo a todas horas y, especialmente, en los momentos más
difíciles de la vida: Yo nunca te dejaré ni te abandonaré (Jos 1,5). Por eso, no tengas miedo
ni te acobardes, porque Yahvé tu Dios estará contigo dondequiera que tú vayas (Jos 1,9).
El año 2000 dio los ejercicios espirituales ante el Papa en el Vaticano. Y dice: Hace 24
años, cuando celebraba la misa con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de mi
mano, no me habría esperado que el Santo Padre hoy me regalaría un cáliz dorado. Hace 24
años nunca habría pensado que hoy, fiesta de san José del 2000, mi sucesor consagraría,
precisamente, en el lugar donde viví en arresto domiciliario, la iglesia más bella dedicada a
san José en Vietnam. Hace 24 años no habría esperado nunca poder recibir hoy, de un
cardenal, una suma consistente para los pobres de aquella parroquia.
El Papa Juan Pablo II lo nombró presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz y
cardenal de la santa Iglesia. Evidentemente, los caminos de Dios son incomprensibles
para nosotros, pero Dios escribe derecho con renglones torcidos. Cambia nuestros
planes humanos con fracasos y sufrimientos de toda índole. Para cada uno tiene una
misión concreta y específica. A cada uno, su providencia lo guía por caminos diferentes.
Cada uno tiene su camino personal. Dios no hace fotocopias. ¿Cuál será tu camino?
Cumple la voluntad de Dios en cada momento, porque, como diría Raissa Maritain: Bajo
sus oscuras apariencias, los deberes de cada instante esconden la verdad de la voluntad
divina; son como los sacramentos del momento presente.
MADRE ANGÉLICA
Nació en 1923 en Canton (Ohio), USA. Sus padres se divorciaron, cuando ella tenía 6
años. A partir de entonces, vivió sola con su madre, pasando hambre y frío y
sobreviviendo con trabajos ocasionales. Aparte de eso, su madre tenía problemas de
depresión, que, a veces, la llevaban a querer suicidarse. Por eso, desde muy pequeñita
tuvo que ganarse la vida para poder sobrevivir y ayudar a su madre, lo que hizo que sus
calificaciones escolares fueran muy deficientes. Ella dice:
No recuerdo haber tenido una verdadera amiga durante mi niñez. ¡No tenía ni arbolito de
Navidad, ni muñecas ni amigas!. Recuerdo poner pedazos de cartón en la suela de los
zapatos para que mi madre no se diera cuenta de que ya no servían. Pero el cartón no dura
mucho y tenía que caminar más de tres millas en áreas nevadas para llegar al colegio.
A los veinte años ocurrió el acontecimiento decisivo de su ida. Una señora, Rhoda
Wise, que había sido protestante, se convirtió a la fe católica, estando gravemente
enferma en un hospital católico. Los médicos le dijeron que tenía un cáncer
terminal y tuvo que irse a su casa; pero, a los pocos días, se le aparecieron Jesús y
santa Teresita del niño Jesús, que la curaron milagrosamente. Lo que llamó la
atención a Rita Rizzo (el verdadero nombre de Madre Angélica) fue el relato de que
tenía los estigmas o heridas de Cristo, plenamente visibles en su cuerpo. Las marcas
eran similares a las de san Francisco de Asís.
El día 8 de enero de 1943 su madre la llevó a visitar a esta señora para que rezara
por ella, pues hacía mucho tiempo que tenía fuertes dolores en el estómago sin
que los médicos pudieran hacer nada por ella. La señora Rhoda Wise le dio una
oración para que la rezara, pidiendo la intercesión de santa Teresita. Y dice:
El mayor obstáculo para ir al convento era su madre. Pero, después de pensarlo bien y
hablar con las religiosas franciscanas de clausura de Cleveland, decidió irse de casa para
seguir su vocación. En la carta que le escribió a su madre le decía:
Pero las deudas comenzaron y las religiosas acudían a su dueño y Señor, a Jesús
sacramentado, expuesto en la custodia día y noche. Con ayuda de bienhechores las
deudas de la construcción las pagaron en 5 años.
La Madre Angélica dice por experiencia: Antes que nada, Dios siempre se encarga de
pagar las deudas, cuando trabajamos para Él. Hasta ahora nunca nos ha fallado.
Podemos hacer su trabajo y, a la vez, tener tiempo para rezar cinco horas cada día.
Los libritos de la Madre eran distribuidos en todo USA y en 37 países con traducciones
en francés, español y vietnamita. El trabajo de las hermanas era fabuloso y Dios proveía
a todos los gastos. Y el nombre de la Madre Angélica empezaba a sonar por todas partes,
de modo que la llamaban para entrevistas en diferentes emisoras de radio y televisión. Y
Dios le inspiró convertir el garaje del Monasterio en un estudio de televisión para
grabar programas, que después enviaría a diferentes canales. Sabía que los gastos
eran excesivos para sus posibilidades, pero confiaba en su esposo Jesús y, pidiendo
préstamos comenzó a comprar los primeros equipos de lo que después sería la
estación de televisión Eternal Word Television Network (cadena de televisión
Palabra eterna, EWTN).
Dice: Yo pensé que tenía las manos llenas con la construcción del Monasterio y de la
imprenta. Pero, cuando surgió lo de la televisión, me di cuenta de lo que realmente
significa pasar tiempos difíciles. Pero Dios siguió aumentando nuestra fe, paso a paso.
Lo veíamos a Él en cada esfuerzo y veíamos cómo su providencia hacía prodigios.
Tuve un miedo terrible, cuando hice el primer pedido de equipo de televisión. Cuando vi
el precio y vi la imposibilidad de pagar esas sumas astronómicas, me sentí abrumada
por la responsabilidad. No se pueden imaginar cuántas veces tomé el teléfono para
cancelar la orden, pero cada vez pasaba algo y no lo hacía. Una vez, una compañía
estuvo dispuesta a darme crédito sin necesidad de un fiador, sólo con mi firma… Una
de mis definiciones de fe es tener un pie en el aire, otro en la tierra ¡y una sensación de
malestar en el estómago! Yo tomo Maalox, un antiácido. Alguien, una vez, me desafió
diciendo que, si realmente soy una persona de fe, no tendría por qué tomar Maalox. Yo
le contesté que mi estómago no sabe que tengo fe.
El equipo de televisión, valorado en más de cien mil dólares, comenzó a llegar al Monasterio.
Esa suma era aparentemente imposible de pagar. Luego, empezaron a pasar cosas
inexplicables. La compañía contratada para iluminar el estudio, redujo su precio de 48.000 a
14.000 dólares. Las cámaras, valoradas en 24.000 dólares, se pagaron con un donativo
adquirido durante un viaje. Así encontraba fuerzas para seguir adelante.
Para 1986 los costos de operación eran más de 360.000 dólares al mes. Pero la
oración de la Madre y de las hermanas, con la colaboración de laicos
comprometidos, hacía que los prodigios siguieran sucediendo sin interrupción. En
ese año, la cadena EWTN llegaba a 300 sistemas de cable y distribuía la señal a más
de nueve millones de hogares.
Otra de sus grandes obras ha sido la fundación de la mayor emisora de radio privada de
onda corta con la ayuda financiera de los esposos Piet y Trude Derksen, que le
aportaron, en un primer momento, para este proyecto dos millones de dólares. Y la
Madre Angélica nos dice convencida:
La vida de la Madre Angélica, con sus seis doctorados honoris causa y premios
nacionales e internacionales es un monumento a la providencia de Dios. Dios hace
milagros en la medida de nuestra confianza en Él. La Madre Angélica tuvo la audacia de
creer hasta el punto de hacer el ridículo por Dios y Dios premió su confianza. La
providencia de Dios la llevó de la mano desde su más tierna infancia a pesar de los
sufrimientos que ha tenido que soportar.
Como hemos dicho, ha fundado el convento donde reside con la especial finalidad de
adorar perpetuamente a Jesús sacramentado. Ha fundado la primera y principal cadena
de televisión católica del mundo por cable, que emite las 24 horas del día programas
católicos en distintas lenguas a 170 países. Ha establecido una editorial católica con su
imprenta para promocionar toda clase de literatura católica en distintas lenguas, y
también ha fundado la mayor emisora de radio privada de onda corta para que el
mensaje católico pueda ser escuchado en cualquier parte del mundo. En todas sus obras
brilla como una continua luz la divina providencia, que sigue diciéndonos como Jesús: El
que cree en Mí hará las obras que yo hago y mayores que éstas (Jn 14,12).
Desde el principio, quería ser misionero en el Perú. Y allí lo enviaron sus superiores de la
Orden agustiniana. Dios lo ha guiado con amorosa providencia en todos sus caminos por
aquellas alturas. Él cuenta cómo el 2 de febrero de 1975 hizo un largo viaje a caballo
desde Cotabambas a Tambobamba. Hacía un viento que parecía un huracán, cargado de
lluvia. A mitad del viaje decidió con su acompañante detenerse. Dice así:
Me quedé solo y procuré que el caballo me abrigara del viento con su cuerpo y me
calentara con su aliento, impidiendo que el frío helado de la noche me hiciera mal.
Creía encontrarme sobre un terreno llano, pero cuando el hermano regresó con su
linterna me percaté que estaba al borde de un precipicio de unos 300 metros sobre el
río. El caballo había sido para mí como un ángel enviado del cielo: se llamaba Dorado.
En ese viaje me enfermé gravemente, tenía mucha fiebre y tiritaba de frío y escupía
sangre. En el pueblo no había carretera de acceso ni había medicinas. Los nobles del
lugar me odiaban, porque defendía a los pobres… Llegué a tal gravedad que no podía
comer ni moverme. Algunos ya comentaban que en el pueblo no había madera para
hacerme el ataúd. Después de muchos días de sufrimiento, llegó un camión, que
aproveché para ser llevado al Cuzco… Mi estado empeoró y me administraron la unción
de los enfermos. Al día siguiente, me llevaron en avión a Lima. Me esperaban en el
aeropuerto con una ambulancia. Pero no la necesité; porque, al llegar el avión a poca
altitud sobre el nivel del mar, había vuelto a sentirme bien y había mejorado rápida y
sorprendentemente.
Un día estaba predicando un retiro espiritual en Babylon (USA), cuando una viejecita se
acercó y me entregó un sobre diciéndome: “Dentro de dos días cumpliré 85 años y, en
lugar de festejarlo con mis nietos, mis parientes y amigos, he decidido darle a usted
mis ahorros”. Abrí el sobre, pensando en el óbolo de la viuda del Evangelio… Y, con gran
sorpresa y emoción, encontré allí la respetable suma de 5.000 dólares. ¡Sea bendita
eternamente la divina providencia.
Un señor de Ajofrín (Toledo) nos había regalado 14 hectáreas de terreno para construir
el Seminario. Se colocó la primera piedra el 3 de diciembre de 1989. Pero, en aquel
momento, no teníamos nada… Sentí un fuerte escalofrío de sólo pensar que nuestras
arcas estaban vacías. Pero, afortunadamente, no nos faltaba una gran confianza en la
divina providencia… Pocos meses después, nos informaron que unos bienhechores
chinos de Macao habían enviado un cheque de 250 dólares como primera ofrenda, de
otras que enviarían sucesivamente. Pero, en una segunda llamada telefónica, nos
informaron que en realidad el cheque no era de 250, sino de 250.000 dólares… Con
aquella suma cubrimos la mitad de los gastos de la construcción del Seminario y de la
capilla. La otra mitad nos fue dada por una pareja de esposos.
En febrero del 2000, recibí la grata visita de una pareja de esposos de México. Los
acompañé a visitar el terreno… Aquella misma mañana había recibido amenazas de
expulsión hasta el extremo de que se pretendía transmitir inmediatamente una
respuesta telefónica en tal sentido de Cuzco a Roma (a la Congregación de Propaganda
Fide). Ese día sufrí muchísimo, pero las gracias fueron mayores y más poderosas que
las lágrimas causadas por quien, investido de autoridad, me invitaba a decisiones que
me eran extrañas. Aquel mismo día en la tarde, los dos esposos, también devotos de
santa Teresita, con voz marcada por la emoción… me ofrecieron un cheque por dos
millones de dólares… El don fue una señal de predilección de la providencia hacia
nuestro Movimiento, un verdadero milagro que nos llegó en silencio. Para nosotros,
aquel dinero valía muchísimo, no tanto por su valor financiero, cuantioso por cierto,
cuanto por el momento providencial en que nos fue donado… Por eso, sobre la colina
del terreno del milagro pensamos levantar un monumento a santa Teresita del Niño
Jesús.
Los patronos del Movimiento son, después de la Virgen Santísima, san Agustín y santa
Teresa de Avila. Santa Teresa de Jesús oró y sufrió por los indios de la Cordillera ¡Tanto
amó a los indios que tuvo de Dios el don de bilocación, que le permitió visitar la
Cordillera de los Andes! En una carta (del 17-1-1570, nº 20) dirigida a su hermano
Lorenzo, que vivía en Quito, nos hace sentir cuánto sangraba su corazón por los
indígenas andinos. Dice: Y esos indios no me cuestan poco.
Pero, no solamente es el dinero lo que vale para los misioneros, también vale y mucho
más la oración. El padre Salerno dice que en la parroquia de Canicattí, Provincia de
Agrigento, en Italia, donde trabajó como recién ordenado sacerdote, una joven, Ángela,
le había dado todos sus ahorros para la Misión del Perú, a donde había sido ya
destinado. Pero, además, un día saliendo de la adoración al Santísimo, me confió su
secreto: Te he dado todo, pero es mejor que yo muera antes de que tú partas. Así te
preparo el terreno. No sabes el idioma y no estás preparado para la Misión. Por eso, yo
voy a prepararte el camino. En efecto, murió tres días después, en aquel mismo
hospital donde yo había hecho mis prácticas como médico misionero. Se había ofrecido
como víctima por la Misión.
LA BEATA MADRE TERESA DE CALCUTA decía muchas veces: En lo que atañe a los
bienes materiales, nosotras dependemos por completo de la providencia de Dios.
Jamás nos hemos visto obligadas a rechazar a alguien por falta de medios. Siempre ha
habido una cama más, un plato más. Porque Dios se ocupa de sus hijos pobres…
En Calcuta damos de comer cada día a 10.000 enfermos. Un día vino la hermana
encargada de la comida y me dijo: –Madre, no tenemos nada para dar de comer a tanta
gente.
Yo me sentí muy sorprendida, porque era la primera vez que ocurría algo así. Pero, a
las nueve de la mañana, llegó un camión abarrotado de pan. Todos los días el gobierno
daba a los niños de las escuelas pobres un trozo de pan y un vaso de leche. No sé por
qué razón, las escuelas de la ciudad, aquel día, permanecieron cerradas y todo el pan
nos lo enviaron. Como ven, Dios había cerrado las escuelas, porque no podía permitir
que nuestras gentes se quedasen sin comida. Y fue la primera vez que pudieron comer
pan de buena calidad hasta saciarse por completo.
Cuando abrimos nuestra primera casa en Nueva York, el cardenal Cooke parecía muy
preocupado por el mantenimiento de las hermanas y decidió asignar una cantidad
mensual a este fin. Yo no quería ofenderle, pero, al mismo tiempo, tenía que explicarle
que nosotras dependemos de la divina providencia, que jamás nos ha faltado. Por eso,
al término de la conversación, le dije, medio en broma: Eminencia, ¿acaso piensa que
va a ser justamente en Nueva York, donde Dios tenga que declararse en quiebra?
En una oportunidad, buscábamos una casa en Londres para abrir nuestro noviciado
europeo. Tropezamos con numerosas dificultades. Tras no pocas gestiones inútiles, se
nos informó que una señora inglesa disponía de lo que nosotros necesitábamos. Ella
nos dijo: “Ciertamente, tengo una casa a la venta, pero cuesta 6.500 libras esterlinas a
pagar al contado”.
Durante varios días, dos hermanas dieron vueltas por la ciudad, haciendo visitas,
dando conferencias, hablando por radio… Y empezaron a llegar donaciones. Una noche,
las hermanas se decidieron a contar lo que había llegado: Eran exactamente 6.500
libras esterlinas. Y, a la mañana siguiente, compramos la casa .
Un señor muy rico quería darnos mucho dinero, pero puso la condición de que la
cuenta, que pondría en el banco, no debería ser tocada. Sería como un seguro para
nuestro trabajo. Le contesté diciéndole que antes de ofender a Dios, prefería ofenderle
a él, aunque estaba agradecida por su generosidad. No podía aceptar su dinero, porque
todos estos años Dios ha cuidado de nosotras y el seguro de su dinero restaría vida a
nuestro trabajo. Sería como desconfiar de la providencia. Por otra parte, no podría
tener dinero en el banco, mientras hubiese gente que estuviera pasando necesidad.
Parece ser que la carta le impresionó, porque antes de morir, nos envió una suma muy
importante de dinero. En resumidas cuentas, nos entregó toda su fortuna.
–Bueno, habrá otro gerente, que se cuida de que en la Navidad no les falte el pan a sus
hijos más pobres.
Hace unos días, llegó un hombre a nuestra Casa madre y me dijo: “Madre, mi única hija
se está muriendo. El doctor le ha recetado una medicina que no puede obtenerse en la
India, sino en el extranjero. Madre, suplicaba, haga algo por mi hija antes de que
muera”. Estábamos hablando, cuando se presentó otro señor con un cajón de
medicinas en sus brazos. Y, justamente, en la parte superior de la caja, estaba la
medicina que el papá necesitaba para su hijita. Si la medicina hubiera estado más
abajo o el señor hubiera llegado antes o después, no la hubiéramos encontrado. Fue
precisamente en ese momento, cuando todo tuvo que suceder. Esto me hizo pensar que
entre los millones de niños que hay en el mundo, Dios tenía tiempo para cuidar de
aquella pequeñita, perdida en los barrios de Calcuta. He ahí el amor tierno de nuestro
Padre Dios, manifestado a una pobre criatura de Calcuta.
El Padre Pedro Arribas dice que un día hablaba con la Madre Teresa sobre un proyecto
para niños abandonados en Caracas. Ante mis dudas por la dificultad de encontrar un
terreno apropiado en una zona superpoblada, me cortó diciendo: Padre, no se
preocupe, que si Dios lo quiere, el terreno lo encontrará. Tenga fe y comience a
buscarlo. A la semana siguiente, inesperadamente, teníamos la donación de un terreno
de seis hectáreas en el corazón de la zona deseada.
SAN JUAN BOSCO tiene una vida llena de anécdotas sobre la providencia. A principios de
1858, Don Bosco tenía que pagar una gruesa deuda para el 20 de enero y no poseía ni un
céntimo. Estaban ya a 12 del mes y no se veía ninguna solución. En tales estrecheces, Don
Bosco dijo a algunos jóvenes: “Hoy iré a Turín y vosotros, durante el tiempo que esté fuera,
turnaos uno a uno delante del sagrario rezando”.
Mientras Don Bosco caminaba por Turín, se le acercó un desconocido y tras el saludo
le preguntó:
–Ya lo creo.
–Si es así, tome; y le ofreció un sobre con varios billetes de mil, alejándose con
premura. Era un rasgo de la providencia y Don Bosco mandó inmediatamente que se
pagara a su acreedor.
Un día de 1859, Don Bosco bajó al refectorio, no para comer, sino para salir. Les dijo:
“Hoy no puedo comer a la hora acostumbrada. Necesito que, cuando salgáis del
comedor, haya siempre uno de vosotros hasta las tres con algún chico escogido entre
los mejores, rezando ante el Santísimo sacramento. Esta tarde, si obtengo la gracia que
nos es necesaria, os explicaré la razón de mis plegarias”.
Don Bosco volvió al atardecer y dijo, respondiendo a las preguntas: “Hoy a las tres,
vencía un compromiso serio con el librero Paravia de 10.000 liras. También urgían otras
deudas, que alcanzaban también otras 10.000 liras. He salido en busca de la
providencia sin saber a dónde iba. Al llegar a la Consolata, entré y rogué a la Virgen
que me consolara. Al llegar a la iglesia de santo Tomás, se me acerca un señor muy
bien vestido que me dice:
–Mi patrón me ha encargado que le entregue este sobre. Hubo suficiente para que
pagara todas las deudas urgentísimas”.
Un día de 1860, después de la misa, no había para dar a cada chico el panecillo para el
desayuno. Ese día, no había pan en casa y el panadero ya no quería fiar más hasta que
no le pagaran lo que le debían. Entonces, Don Bosco dijo a dos chicos:
–Id a la despensa y juntad todo el pan que encontréis y todo lo que podáis hallar en los
comedores.
Había muy poquitos panecillos y no alcanzaban para todos. Don Bosco, después de
confesar, se dirigió a distribuir los panecillos. El cesto del pan tenía unos quince
panecillos. Y Don Bosco se puso a distribuirlos a unos cuatrocientos jóvenes. Al
terminar, quedaba la misma cantidad que al principio. Éste es el milagro de la
multiplicación de los panes. En otra oportunidad, fue la multiplicación de las
castañas o la multiplicación de las hostias consagradas hasta en 4 oportunidades.
En todos estos milagros, Dios, con su providencia, premiaba la fe de Don Bosco y lo
socorría en sus necesidades.
En julio de 1885, el cardenal Alimonda, que era su amigo, fue a visitarlo a Mathi y le
preguntó:
–Espero en la providencia. Acaba de llegarme una carta certificada, veamos lo que hay
dentro. Abierto el sobre, apareció un talón bancario de 30.000 liras. Al cardenal se le
saltaron las lágrimas.
–Vea cómo María Auxiliadora ha inspirado a su tía. Transmítale nuestra gratitud por la
generosa providencia.
SAN LUIS ORIONE es otro gran santo de la divina providencia. Fundó la pequeña obra
de la divina providencia para educar a la juventud y atender a los más necesitados.
También fundó Congregaciones de religiosos y religiosas, para que continuaran su obra.
Un día, Don Orione estaba especialmente apretado por las deudas, ya no le
querían fiar el pan ni otros alimentos para sus niños necesitados. Todos rezaron a
san José con fervor. Y, durante la novena, se presenta un señor, que quería hablar
con él. Era joven, con barba rubia. Le dijo: ¿Ud. es el superior? Aquí está una ofrenda
para Ud.
–Pero ¿hay que celebrar alguna misa o debo hacer algo por Ud.?
Hizo una venia con la cabeza y se retiró. Todavía no salía de su asombro Don
Orione, cuando algunos presentes dijeron que aquel hombre tenía un algo
celestial. Y, entonces, apenas tres minutos después, salieron tras sus pasos, pero
ya no lo vieron más. Algunos decían que era el mismo san José, a quien le estaban
rezando. Lo cierto es que le dio la cantidad suficiente para pagar las deudas más
grandes y más urgentes y le dejó con un alivio enorme en su corazón.
El año 1922, quería Don Orione comprar una hermosa propiedad, que costaba
400.000 liras, pero no tenía ni un céntimo. Como siempre, empezó a rezar por esta
intención y también buscó ayudas humanas. Fue en busca de una viejecita
millonaria, que vivía sola y sin familia, a ver si le podía ayudar en aquella
circunstancia; pero la señora, que era muy avara, no le dio más que 30 liras para
una misa y lo despidió de mala manera.
La señora llevaba tres días sin dormir, porque decía que, por las noches, Don
Orione entraba en su habitación y, sin decirle nada, la miraba fijamente. Trató de
asegurarle que no era él, que, además, no podría entrar, teniendo ella la puerta
cerrada. Pero ella le dijo: Si Ud. me deja dormir tranquila y no viene más a mi
habitación, le daré 150.000 liras. Aceptó y comprendió que quien se le aparecía era un
alma del purgatorio.
Un día en que tenía grandes deudas, fue a visitar a un millonario, que era conocido por
su escandalosa vida. Don Orione le habló de sus obras y necesidades. Aquel hombre le
dio 200.000 liras y él decía: La providencia también se sirve de pecadores, que quieren
convertirse.