LA OTRA CARA DE Barrabas

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El día de las elecciones

Horas antes de morir en la cruz, Jesús de Nazaret fue sometido a una


curiosa votación, junto a un personaje llamado Barrabás. No era para
ganar un cargo político, sino para ganar el derecho a la vida. Jesús
perdió, y tuvo que morir en la cruz.
Pero ¿quién era Barrabás? Hasta el día de hoy su figura sigue siendo un
misterio. Para unos era un revolucionario político, del grupo de los
zelotas, que conspiraba contra el gobierno de Roma. Para otros, era un
asesino. Y para Hollywood, que lo inmortalizó en una famosa película de
1962, Barrabás (magistralmente interpretado por Anthony Quinn) era el
jefe de una banda de ladrones que asaltaba y saqueaba caravanas.
Tampoco los Evangelios se ponen de acuerdo sobre su identidad. Para
San Mateo, era “un preso famoso” (Mt 27,16). Para San Marcos y San
Lucas, era uno de los “sediciosos que en el motín habían cometido un
asesinato” (Mc 15,7; Lc 23,19). Para San Juan, era “un ladrón” (Jn
18,40). Y para el libro de Los Hechos de los Apóstoles era “un homicida”
(3,14). Por lo tanto, del retrato que obtenemos del Nuevo Testamento,
Barrabás era tres cosas: un sedicioso político, un ladrón, y un asesino.
Pero ¿era algo de todo esto Barrabás, aquel enigmático personaje que
casualmente se encontraba en la cárcel de Pilato el día que juzgaron a
Jesús?

Identidades sin salida

La creencia más generalizada sobre Barrabás es que se trataba de un


sedicioso, es decir, una especie de guerrillero o subversivo que luchaba
contra el poder de Roma en Palestina. Pero de ser así, ¿cómo se explica
que Poncio Pilato lo soltara tan fácilmente? Ningún gobernador romano,
según lo que conocemos de la historia, habría devuelto jamás la libertad
a un preso que estuviera acusado de hostilidad contra el Imperio.
Por eso otros prefieren la segunda alternativa, de que Barrabás era un
simple asesino, que con algunos compañeros habría matado a una
persona en el ámbito privado, sin connotaciones políticas ni
revolucionarias. Pero, ¿por qué entonces Mateo, al hablar de él, dice
que era un preso “famoso”, en el sentido de “ilustre”, “célebre”? No se
trata sólo de alguien “muy conocido”, sino también “admirado” y
“respetado”. San Pablo usa esta misma palabra griega cuando, al hablar
de Andrónico y Junia en Rm 16,7, dice que eran “ilustres” entre los
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apóstoles. ¿Cómo un ladrón puede ser venerado y tener el


reconocimiento popular? La tercera hipótesis ve en Barrabás a un
ladrón, un delincuente común. Pero Marcos cuenta que la multitud, al
enterarse del arresto de Barrabás, fue a pedir a Pilato que lo liberara,
antes de que a Pilato se le ocurriera la posibilidad de que la gente
optara entre su liberación o la de Jesús (Mc 15,6-7). ¿Cómo un ladrón y
delincuente como Barrabás podía despertar espontáneamente en la
gente tanto fervor y entusiasmo, a tal punto de que fueron a solicitar su
perdón?
Frente a tantos obstáculos insalvables que encuentran todas estas
explicaciones, muchos exegetas han propuesto una cuarta solución: que
Barrabás no existió. Que es una figura simbólica, imaginaria, creada por
la tradición cristiana para dar mayor dramatismo y significado a la
muerte de Jesucristo. Que el único acusado de carne y hueso que estuvo
presente aquél día frente a la multitud fue Jesús de Nazaret.

Muchas clases de enfrentamientos

Pero si analizamos con más cuidado los datos del Nuevo Testamento
quizás podamos encontrar otra respuesta menos pesimista a este
problema. Ante todo, llama la atención que Marcos, el primer
evangelista en escribir, cuando habla del incidente por el que
arrestaron a Barrabás, se refiere a él como “el motín” (en griego, stásis)
(15,7). Resulta curioso que a un motín (o alzamiento político) se lo
llame “el” motín, con artículo determinado, sin que en ninguna otra
parte se aclare a cuál motín se refiere. Lo único que sabemos es que
sucedió en el contexto de la Pascua. Pero, ¿cuál es este motín, ocurrido
en tiempo de Pascua, y tan conocido, que no hacía falta más
aclaraciones para recordarlo?
En griego, la palabra stásis significa, en efecto, enfrentamiento, pelea,
lucha, disputa, pero no siempre alude a un enfrentamiento subversivo o
político. Por ejemplo, en Hch 15,2 stásis significa “enfrentamiento o
debate doctrinal”, es decir, de ideas, sobre el tema de la circuncisión.
En Hch 23,7.10 es un enfrentamiento sobre la resurrección de los
muertos. En Hch 24,5 es la lucha entre judíos por las diferentes
interpretaciones de la Ley. Por lo tanto, “el” stásis de Marcos (con
artículo determinado) podría traducirse también por “el
enfrentamiento”, “la disputa”, o “la lucha” de carácter intelectual,
incluso artística, o un certamen o concurso lúdico, que coincidiese con
las fiestas de Pascua.
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Ahora bien, ¿cuál enfrentamiento o pugna sobresalía en aquél tiempo de


tal manera que hubiera podido adquirir popularmente el apelativo
absoluto de “el” enfrentamiento?

Unos simples revoltosos

Gracias al escritor judío Flavio Josefo, sabemos que el rey Herodes


había construido en Jerusalén un grandioso anfiteatro o hipódromo en el
valle del Tiropeón, la zona baja de la ciudad, en el que se celebraban
carreras de carros y de jinetes, dotadas de importantes premios. O sea
que stásis podría significar también una competición hípica, en especial
una carrera de carros. Más aún, si a alguna stásis o certamen deportivo
le convenía el nombre eminente de “la” competición, era desde luego
la carrera de carros, sobre todo en el ambiente de Roma, donde ésta
era la máxima atracción popular, y donde se encontraban los lectores
de Marcos.
Ahora hay que aclarar quiénes eran los sediciosos (en griego, stasiastés)
que habían cometido el asesinato, y por el que había terminado preso
Barrabás (Mc 15,7). Para esto debemos analizar esta segunda palabra.
Normalmente stasiastés se traduce como sedicioso, faccioso, o
revolucionario político. Sin embargo la palabra puede traducirse
también por perturbador, molesto, es decir, cualquier antisocial privado
(como aparece en muchos textos griegos antiguos), y no necesariamente
un rebelde de carácter político. De modo que aquellos stasiastái
encarcelados con Barrabás podrían perfectamente haber sido unos
simples alborotadores del orden público, y no unos activistas subversivos
contra Roma.

Podemos concluir, pues: a)que la stásis de Marcos no es necesariamente


un choque guerrillero, sino que podría referirse a una competición
deportiva, a alguno de aquellos espectáculos que presenciaban los
contemporáneos de Jesús en el hipódromo de Jerusalén; b)que los
revoltosos que acompañaban en la cárcel a Barrabás no eran unos
sublevados contra Roma, sino que podían ser unos simples espectadores
excitados, provocadores, y pendencieros.
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Con razón pudieron liberarlo #marianalevantate

Por lo tanto, no estaríamos muy errados si dijéramos que Barrabás


podría haber sido un auriga (es decir, un conductor de carros de
carrera), al que el pueblo admiraba y cuya liberación querían a toda
costa. Y que los que estaban en prisión con él eran unos espectadores
revoltosos que, por ejemplo, podían haber empujado hacia los caballos
o las ruedas del carro de Barrabás a un infeliz aficionado, tal vez hostil
a su ídolo, y haberle provocado la muerte, de modo que Barrabás
terminó también accidentalmente implicado en el crimen. Si esto es así,
entonces se aclaran muchos de los detalles borrosos que aparecen en los
Evangelios.
Primero, se comprende la distinción que Marcos hace entre Barrabás y
sus compañeros de prisión. Sólo a éstos los llama “revoltosos”, y sólo a
éstos los presenta como autores del homicidio, mientras que de
Barrabás no dice nada.
Segundo, que a Barrabás se lo conociera por su apodo. En efecto,
Marcos escribe: “Había uno, el llamado Barrabás”. Generalmente la
expresión “llamado” alude a un sobrenombre. Así, por ejemplo: “De
María nació Jesús, llamado Cristo” (Mt 1,16); “Vio a Simón, llamado
Pedro” (Mt 4,18); “Dijo Tomás, llamado Mellizo” (Jn 11,16). De modo
que Barrabás no era su nombre, sino su sobrenombre deportivo.
Tercero, que Mateo pudiera decir de él que era un detenido “célebre”
(Mt 27,16).
Cuarto, que Barrabás tuviera tantos partidarios o adeptos de su
actividad deportiva, que pidieran espontáneamente su liberación.
Quinto, que Pilato no tuviera mayor inconveniente en concedérsela,
puesto que, en definitiva, Barrabás no era propiamente culpable.

Lo que quiso decir Juan

Esta interpretación tropieza, sin embargo, con un obstáculo. Y es que el


Evangelio de Juan define a Barrabás como un “ladrón” (18,40). De
hecho este calificativo es el que más ha influido, desde la antigüedad,
para identificar a Barrabás. Al llamarlo así, ¿pensaba Juan que Barrabás
era verdaderamente un delincuente que robaba y hurtaba?
Podemos hallar una respuesta a esto, si tenemos en cuenta que Juan es
el Evangelio más simbólico de todos, y que muchas veces su lenguaje y
sus palabras esconden un sentido más profundo y alegórico de lo que a
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simple vista puede aparecer. Por lo tanto, tendríamos que


preguntarnos: ¿qué significa “ladrón” para el Evangelio de Juan? La
respuesta aparece en la parábola del Buen Pastor (Jn 10,1-18). Allí
Jesús dice: “El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, ése
es un salteador y un ladrón” (v.1). En cambio “el que entra por la
puerta, ése es el Pastor de las ovejas” (v.2). “Todos los que han venido
son salteadores y ladrones” (v.8). “El ladrón sólo viene a robar, matar y
destruir. Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia”
(v.10).

No cualquiera es un ladrón

Para San Juan, pues, Jesús es el Pastor de las ovejas. Y todo aquél que
no entra por la puerta, es decir, quien no cree en Jesús, viene a quitar
la vida a las ovejas y en consecuencia, es un ladrón. Entre estos
ladrones, según el agudo lenguaje de Juan, está Barrabás. Porque este
gimnasta, más o menos brillante, que seducía y fascinaba al pueblo con
sus proezas, embotó las mentes de la multitud al hacer que pidieran la
muerte de un inocente. Cuando el pueblo clamó por la libertad del hábil
deportista, olvidándose de Jesús, desconoció al verdadero Pastor,
desoyó su voz, y se fue tras un ladrón.
La dramática confrontación, pues, que había tenido lugar ante Pilato
entre Jesús y Barrabás, llevó genialmente al evangelista a representar,
en ambas figuras, a los personajes de la parábola contada por Jesús.
Que Juan da al término “ladrón” un sentido especial, y no el de un
ladrón común, se ve más claro en su relato de la crucifixión. Allí,
cuando habla de los dos malhechores crucificados con Jesús, no dice
que eran “ladrones”, como lo hacen Mateo (27,38) y Marcos (15,27).
Juan dice solamente: “Y crucificaron con Él a otros dos, uno a cada
lado” (19,18). No emplea la palabra “ladrones”, a pesar de que lo eran,
porque Juan quiso reservar esta palabra, que había empleado sólo con
Barrabás, para aquél sentido especial y sutil, tomado del discurso del
buen Pastor.

El asesino de San Pedro

Pero la interpretación de que Barrabás podría haber sido un auriga, al


que encarcelaron por el crimen cometido por un grupo de fanáticos
simpatizantes, parece no encajar con la versión del libro de Los Hechos.
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En efecto, con el Evangelio de Lucas no hay problemas, porque allí el


evangelista no culpa a Barrabás del crimen por el que está preso (como
tampoco lo habían hecho Marcos, Mateo y Juan). Simplemente dice que:
“éste había sido encarcelado por una disputa (la stásis) que hubo en la
ciudad, y por asesinato” (Lc 23,19). Pero en Los Hechos, Lucas modifica
su versión anterior y llama a Barrabás “hombre homicida”. ¿Por qué
cambió de opinión? ¿Por qué se aparta de toda la tradición evangélica?
Ante todo, fijémonos que esta afirmación se encuentra en un discurso
que pronuncia San Pedro ante los judíos en el Templo, luego de curar a
un paralítico. Allí les dice: “Ustedes han pedido que se les entregara a
un asesino, mientras que han hecho morir al Jefe que lleva a la vida”
(Hch 3,14-15).

¿Qué quiso decir Lucas? Para entenderlo, hay que tener presente que se
trata de una manera de hablar muy común entre los judíos, y muy
empleada en la Biblia. Es un juego de palabras llamado “quiasmo”, y
consiste en cruzar conceptos y contraponer palabras para resaltar mejor
la idea que se quiere expresar. Es decir, Lucas aprovechó que en la
historia de Barrabás se mencionaba un homicidio (no cometido por
Barrabás sino por sus partidarios), para emplearlo en comparación con
el homicidio contra Jesús. Y así, cruzando las frases, formó la idea:
“Han dado la vida / a un asesino, / y han asesinado / al que da la Vida”.
En esta expresión, el único asesinato que realmente interesa es el
cometido contra Jesús. Y sólo para resaltar al máximo la injusticia
perpetrada contra Él, se alude a que el liberado era un asesino.
Barrabás, pues, ha quedado “convertido” en homicida sólo por una
necesidad literaria, pero no porque se trate de un episodio histórico.
Ésa es la razón por la que Lucas cambió la versión que había dado antes
en su Evangelio.

El centauro extranjero

Falta aclarar un último problema. Barrabás no debió de haber sido un


judío, sino un extranjero. En efecto, resulta difícil imaginar que en el
poco tiempo que llevaba funcionando el hipódromo de Jerusalén, algún
judío hubiera podido alcanzar el nivel y la capacidad de un buen
deportista como para competir en las carreras de carros. Además, los
jóvenes israelitas no eran proclives a este tipo de entrenamientos. Por
eso el rey Herodes, dice Flavio Josefo, hacía traer de afuera a los
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jinetes y aurigas. Sin embargo, el sobrenombre “Barrabás” es de origen


judío, y significa en arameo “el hijo (bar) de su padre (abba)”. ¿Cómo
es posible que a un extranjero se lo conociera con un apodo judío?
Hay varias maneras de explicar esto. Quizás este extranjero recibió en
Jerusalén un apelativo en arameo que fuera la traducción del que traía
de afuera. En su patria podían haberlo conocido como “el hijo de su
padre” (si su padre, por ejemplo, hubiera sido también un hábil
corredor ecuestre), y entonces los jerosolimitanos podrían haber
traducido su apodo al arameo por “Barrabás”. Pero también se puede
pensar que Barrabás no fuera una palabra judía sino extranjera. Podría
estar formada por “bar” (sílaba inicial de “bárbaros” = extranjero), y
“Abas” (nombre de un centauro), o sea, que significaría “el centauro
extranjero”, apodo apropiado para un jinete o auriga. También podría
venir de “bárbaks” (= “halcón”), o de alguna otra expresión parecida.
De cualquier manera, no es difícil entender que a un extranjero se lo
conociera en Jerusalén con el sobrenombre de Barrabás, sea éste de
origen judío o foráneo.

Siempre presente a nuestro lado

Barrabás no era un subversivo, ni un ladrón, ni un asesino.


Probablemente era un auriga, llegado de afuera para las competencias
ecuestres en el hipódromo de Jerusalén con motivo de las fiestas, y
famoso en la ciudad tal vez por haber venido otras veces a exhibir sus
dotes de deportista. Y los revoltosos que lo acompañaban en la cárcel
no eran unos sublevados contra Roma, ni unos bandoleros, sino quizás
unos espectadores fanáticos y excitados, que provocaron una muerte en
la que accidentalmente quedó implicado también Barrabás.
Sea como fuere, lo cierto es que Barrabás se vio envuelto en un
incidente que casi le cuesta la vida. Pero gracias a Jesús de Nazaret,
que afortunadamente se encontraba allí, pudo salvarse. No es que por
culpa de la liberación de Barrabás fue condenado Jesús, sino que gracias
a la condena de Jesús se salvó Barrabás. Siempre sucede así. Por donde
pasa Jesús, deja protección y alivio. Pero lo terrible del caso fue que
Barrabás jamás se enteró de quién le había salvado la vida. Estuvo a
escasos metros de él, y nunca lo conoció. Sólo respiró aliviado cuando
oyó el fallo salvador, y huyó lo más rápido que pudo del tribunal de
Pilato.
La escena de Barrabás se edita todos los días en nuestra vida. A cada
instante nos vemos envueltos en numerosos accidentes, peripecias y
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desgracias, de las que al fin de cuentas salimos sanos y salvos, y


respiramos aliviados. Pero no tomamos conciencia de quién estuvo ahí
salvándonos. Quién se hallaba presente en ese momento cuidando de
nosotros. Si en cada incidente que atravesamos abriéramos los ojos,
podríamos ver a Jesús de Nazaret parado a nuestro lado, como estuvo al
lado de Barrabás, devolviéndonos la vida, y regalándonos una nueva
oportunidad.

* Sacerdote, Doctor en Teología Bíblica, Profesor de Teología en la


Universidad Católica de Santiago del Estero (Argentina)

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