ANTONIO ENJUTO PECHARROMAN Los Filósofos y Cientificos Ante El Problema de Dios PDF
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EL PROBLEMA DE DIOS
1
PRÓLOGO
2
plantease el sí o el no de lo trascendente, de lo finito en oposición a lo infinito, del
problema de Dios.
El estudio se nutre lógicamente del dato histórico y de los juicios que indu-
jeron a cada uno en las diferentes soluciones; de ahí que sean los textos de cada au-
tor los que, en principio, nos servirán como principal garantía que avale su direc-
ción y perspectiva. Al mismo tiempo, por iniciarse y continuar el trabajo de forma
cronológica, se hace imprescindible, según los casos, cotejar las reflexiones con las
doctrinas precedentes, así como una somera crítica o valoración de su aporte a la
historia del pensamiento. Debido a la misma problemática, reconocemos que los
dictámenes conllevan en muchos casos su dificultad y serio compromiso, pues, no
sólo es la ciencia moderna la que apremia a reabrir nuevos planteamientos, sino
que es la misma evolución de la vida la que los demanda como principio.
3
DE LA REALIDAD AL MISTERIO
Ante el plural y complejo mundo de los seres y las cosas, es razonable que el
hombre se pregunte por su origen y desarrollo. Gracias precisamente a esa inquie-
tud de búsqueda y al interés por interpretar las realidades del entorno, es por lo
que la humanidad puede hablar de evolución y de progreso. Lo que en un princi-
pio podía resultar confuso o enigmático, con el tiempo, pudo muy bien quedar
desvelado por el esfuerzo de investigación y de estudio. En ese afán, tampoco po-
drían ser marginadas las aspiraciones más radicales del espíritu humano; entre
ellas, la que se pregunta por el último fundamento de la realidad en la que todos
nos encontramos y vivimos.
4
existencia de Dios. Tanto es así que el enigma del puesto del hombre en el mundo
tan sólo podría resolverse en la medida que se pueda afrontar y dar sentido al pro-
blema de lo Absoluto.
5
Otros términos, como “El” (Dios), guarda afinidad con el acadio Ilu, que en
la literatura cananea significaba el “Dios Supremo”, en tanto que “Olam”, del he-
breo Lm, era el “Dios eterno”, así como “Shalom”, de raíz igualmente hebrea y
vinculada con le-shalem alechim, en sus distintas acepciones tiene el alcance de ser el
“Dios de la paz”.
6
cundar lo que consideramos preguntas radicales: ¿Quiénes somos y a dónde va-
mos? Como demanda, reconocemos que el mundo no agota las inquietudes que el
hombre tiene de conocer, de sentir y de amar. Aspira a lo persistente y seguro, a lo
que no puede conseguir con los actos concretos. Pues, aun cuando nuestros órga-
nos sensoriales opten y seleccionen los objetos sensibles, existe dentro de todos una
disponibilidad ilimitada de sentir que no logramos del todo alcanzar; tampoco el
amor - por más que encuentre el complemento de un tú añorado -, logrará la eter-
nidad que anhela. Y todo ello porque somos proyección hacia un más, hacia la sor-
presa que está por encima de toda previsión; porque el hombre no tiene el centro
en sí mismo, sino en una trascendencia, en un misterio, en lo Incondicional y Per-
sistente.
7
LA MITOLOGÍA
Ahora bien, de tener presente a los creadores del mito, nadie ocupa puestos
tan relevantes como Homero y Hesíodo. Figs. 1 y 2. En ellos se encuentran ya las
doctrinas sobre el origen y la formación de los mismos dioses (teogonías), así como
las del mundo y todas sus realidades (cosmogonías). Según la concepción homéri-
8
ca, por ejemplo, habría que buscar la causa de todo el devenir histórico en las divi-
nidades marinas, Océano y Tetis, en tanto que en Hesíodo son el caos, el éter y el
eros los que se constituyen en los verdaderos embrionarios de todas las cosas. Pero
no es sólo eso, sino que a esta problemática se suman también otras cuestiones que
afectan igualmente al constitutivo más radical del ser humano, como es el destino,
el azar, la necesidad, el libre albedrío, el origen del mal y el premio o castigo tras el
siempre temeroso misterio de la muerte.
LOS PRESOCRÁTICOS
9
ma, la cual se produce al entrar en escena Tales de Mileto. La filosofía surge como
reflexión racional sobre la naturaleza del universo y el principio que activaba todo
lo viviente.
ANIMISMO DE LA MATERIA
10
Laercio le atribuyen frases afirmando que todas las cosas estaban llenas de dioses.
4. Afirmó igualmente que la materia inanimada tenía también su alma, demostrán-
dolo por la atracción de los imanes. En la mente de Tales el espíritu presidía toda la
realidad. Su expresión: “Entrad, también aquí hay dioses”, es un enunciado que pro-
yecta, no tanto un panteísmo o monismo clásico, cuanto una realidad vivencial
dentro de la materia.
Las referencias que tenemos acerca de Tales son numerosas, aunque las más
de las veces nos falte esa seguridad que desearíamos. Sintomáticas son por ejemplo
las menciones que hace Diógenes Laercio, aun cuando la certidumbre de las mis-
mas sea problemática. He aquí algunas de las sentencias que le atribuye: “De los se-
res, el más antiguo es Dios, por no haber sido engendrado; el más hermoso es el mundo, por
ser obra de Dios; el más grande es el espacio, porque lo encierra todo; el más veloz es el en-
tendimiento, porque corre por todo; el más fuerte es la necesidad, porque todo lo vence; el
más sabio es el tiempo, porque todo lo descubre”5
Frente a los prejuicios que puedan existir ante la originalidad de las senten-
cias, acaso podríamos trivializar al que se le considera “padre de la filosofía”. Sin
embargo, el hecho de haber distinguido entre lo que es materia y es espíritu, y dar
al mismo tiempo una explicación a lo que, según él, era el elemento primordial de
todos los seres, justifica sobradamente su inquietud por conocer la naturaleza de
las cosas, el principio vital del espíritu y el fundamento mismo de la realidad de
Dios.
4
Aristóteles: De anima I 2: 405ª19; Dig. Laer., I, Tales.
5
Dig. Laer.: I, Tales.
11
Este punto de partida, radicalmente distinto a Tales, tenía también puntos
análogos desde el momento que ambos se preguntan por el origen del ser en sus
múltiples manifestaciones. Ahora bien, si realmente Anaximandro entiende su
“âπειρον” como el principio de todas las determinaciones físicas que observamos
en el mundo, o como una substancia tenue y sutil (tal vez sea esta su verdadero al-
cance), entonces podríamos hablar de la unidad frente al desequilibrio; de la armo-
nía frene a la incongruencia; de lo inestable o perecedero, a lo eterno. Por eso que
los intérpretes más intuitivos de la antigüedad hablen del “âπειρον” de Anaxi-
mandro como de un fondo infinito, inagotable, pero, al mismo tiempo, de quien
todo devenir se nutre. Y en otro ámbito, como algo di-
vino, imperecedero, inmortal.
EL RETORNO AL “ÂΠΕΙΡΟV”
6
Según Jaeger, antes que Friedrich Nietzsche, ya se adelantó Anaximandro a sostener el eterno retorno. Aun-
que contrario a aquél, en este filósofo se habla de retorno a su primer principio, conforme a la ley de estricta
justicia que domina el curso del Universo.
7
Diels: 12A29. (Séneca: Nat. Quaest. II 18).
12
ANAXÍMENES (588-524 a. C.)
8
Diels: 13B2; A4,9.
9
Ibid., 13ª10.
13
PITÁGORAS (¿572-500?)
Por lo que se refiere a los escritos atribuidos a su persona: “Los Versos Áureos
y el Ieros Logos”, son, al parecer, redacciones de alguna de las escuelas pitagóricas.
De todos modos, debido a la gran influencia que tuvo el pitagorismo en la cuenca
mediterránea, tendremos a bien referirnos a él como mentor de tan original movi-
miento filosófico.
10
Diels: 21B7.
11
Ibid., 22B40.
12
Herodoto, IV 95.
14
nos altos y bajos de los instrumentos musicales y las longitudes de sus cuerdas. De
hecho, aunque la armonía que se originaba era por medio de dichos instrumentos,
él la aplicó a toda la realidad y, en sumo grado, a lo que llamó ó (cosmos,
orden). Por eso, conseguir la armonía en cualquier ámbito de la naturaleza se con-
virtió en el objetivo referente y primordial de la escuela pitagórica. Vivir en armo-
nía consigo mismo y con toda la realidad era lo más grande que podía conseguir el
espíritu humano.
13
Aristóteles: Met., A 5, 985 b 23.
15
Fig. 7. Principales ciudades de las que son originarios los principales filósofos de la an-
tigüedad griega.
Por eso, un análisis crítico sobre Pitágoras y el pitagorismo nunca puede es-
tar separado de la meta a la que aspira todo proyecto. Concretamente aquí es la
comunión que quiere conseguirse con la misma Divinidad. Pues, si la filosofía de
16
los jonios había apelado - a la hora de indagar sobre el origen de las cosas -, a un
principio de orden material determinado para unos, e indeterminado para otros;
en el pitagorismo, partiendo de esa misma pretensión, se va a caer en un principio
puramente formal y matemático. La órbita en que se mueve el mundo pitagórico es
esencialmente el número, y como tal, se ve obligado a percibir su inteligibilidad en
la determinación geométrica. Por muy matematizado que se conciba al cosmos, no
puede desprenderse por completo del carácter científiconaturalista de la filosofía
jónica. Se deberá esperar la llegada de Parménides para que, desde una posición
más elevada, podamos hablar con propiedad de auténtica metafísica. Ofrecemos en
la ilustración de la Fig. 7 las principales ciudades que vieron nacer a los primeros
representantes de la filosofía griega.
17
(πáνta ρεĩ). Los sentidos nos hacen creer que existen seres fijos y estables, pero eso
es pura ilusión, solamente existe un ser único y en perpetuo movimiento. “No pue-
de uno bañarse dos veces en el mismo río” (frag. 91). Para Heráclito, ese constante fluir
explicaría la auténtica esencia de las cosas. El άρΧή no sería ni el agua, ni el aire, ni
el âπειρον, sino el “devenir”. En realidad, un devenir que es fuego vivo que se es-
tablece según la medida del encendido y el apagado; que no se identifica con una
determinada substancia corpórea, sino como prototipo de una eterna efusión que
sube y baja según la propia y eterna correlación de los contrarios. Porque el deve-
nir es inquietud, tensión, movimiento. “Es siempre uno y lo mismo, lo vivo y lo muer-
to, despierto y dormido, joven y viejo. Al cambiarse es aquello, y luego lo otro; y al cambiar
de nuevo, otra vez es esto” (frag. 88).
Creía también que al originarse todas las cosas de un mismo principio, los
contrarios eran, en el fondo, una misma realidad. Con su lucha se unificaban las
oposiciones, y, aunque de cosas diferentes en apariencia, la armonía que se deriva-
ba era perfecta. Claro que, vistas así las cosas, el pensamiento de Heráclito no
puede por menos de caer en el relativismo del bien y del mal. Todo es bueno o ma-
lo según el prisma con el que se le mire. “El agua del mar es la más pura y la más im-
pura. Para los peces es potable y saludable, para los hombres perjudicial”18. Por eso, nada
debe extrañarnos que el mismo Aristóteles le criticase diciendo que si todo fluye y
nada permanece, nunca podría hablarse ni de ciencia ni de verdad19. Pero, quizá
este juicio sea exagerado. De hecho Heráclito parece ser que no fue tan radical,
pues, aun dentro del continuo fluir de las cosas, él veía como algo firme la armo-
nía, la ley, el Logos, y, como consecuencia, la ciencia. Puede también que Aristóte-
15
Diels, 22B32.
16
Ibid., 22B102.
17
Ibid, B1021.
18
Ibid., 22B61.
19
Aristóteles: Met. A, 6; M, 4.
18
les, a la hora de emitir su juicio, pensara más en los heraclitianos que en Heráclito
mismo.
20
Diels, 21 B8.
21
Ibid, 21 B2.
19
han atribuido a los dioses toda clase de cosas que son vergonzosas y reprobables entre los
hombres, tales como cometer adulterio y engañarse mutuamente” y “otras muchísimas co-
sas ilícitas”22. Se opone a los mitos de Cronos y Uranos, considerándoles “leyendas
de la mitología pasada”. Por eso que sea considerado como el paladín en la crítica de
la religión popular.
22
Ibid., 21 B11. 12.
23
Ibid, 21 B23.
24
Diels, 21 B24.
25
Aristóteles: Met. I, 6, 986 B.
20
cierto que existen en Jenófanes dos concepciones contrapuestas difíciles de solven-
tar: la dimensión física en que le situaron los milesios, y una incipiente metafísica
en relación con su arquetipo del mundo como “unidad”. Concepciones ambas que
se convertirían en el antecedente de la reflexión metafísica que se llevaría a cabo en
la lógica de Parménides.
“Oh joven que, acompañado de guías inmortales, llegas a nuestra casa sobre los ca-
ballos que te conducen, salve! Ya que derecho y justicia te han traído a aprender la verdad
por este camino, que está bien alejado del camino de los hombres, es necesario que tú lo se-
21
pas todo. Tanto el corazón inmutable de la verdad redonda como las opiniones de los hom-
bres que carecen de certeza. Mas también has de aprender esto: de qué manera se han de
juzgar las cosas aparentes si se las considera profundamente”26.
26
Diels, 28B1.
27
Diels, 28B1.
28
Ibd. 28B7.
22
del ser… Pero forzado a admitir las apariencias de las cosas, y constreñido a admitir la uni-
dad por la razón y la pluralidad por las impresiones de los sentidos, concibe, además del
principio de la unidad, otros dos principios o causas, lo caliente y lo frío, llamándolos, por
ejemplo, fuego y tierra”29.
29
Aristóteles: Met. I 5: 987ª.
23
zaban en mostrar la propia verdad. Jenofonte nos recuerda que escuchó las leccio-
nes de Arquelao, discípulo de Anaxágoras30.
Pese a todo, su enseñanza provocará en algunos una actitud tan hostil que le
conducirá, ya en edad avanzada, a un severo juicio y a una muerte deplorable y
trágica. Hubo también sus antecedentes. Así, por ejemplo, en la comedia, Las nubes,
Aristófanes le describe, no sólo como archisofista que invierte la verdad, sino que
incluso se burla de los dioses e incita a la juventud a desobedecer a los mayores. En
esa atmósfera, sus enemigos presentan ante el tribunal de los Quinientos la si-
guiente acusación: “Sócrates no honra a los dioses de la ciudad e introduce otras divini-
dades, al tiempo que corrompe a los jóvenes”. Tras un largo proceso de objeciones y ré-
plicas, Sócrates es condenado a muerte. Un dictamen que él acepta de forma serena
ingiriendo la cicuta como sentencia impuesta por dicho tribunal. Tenía 70 años.
Ofrecemos en la Fig. 11. una de tantas representaciones.
Sin embargo, él nada nos dejó escrito. Tampoco vivió, según Diógenes Laer-
cio, fuera del entorno de Atenas, excepto cuando tuvo que servir como soldado.
Pero de él se dijeron muchas cosas y por no pocos testigos. Entre las fuentes que
poseemos, aunque mayoritariamente son favorables, existen también otras, como
la del comediógrafo Aristófanes, que son claramente impugnadoras. Además de
difamarle de sofista, le censura por haber sido causa, entre otras, de la decadencia
de Atenas; incluso le tacha de ateísmo.
Muy otra es la imagen que nos ofrecen Jenofonte y Platón. El primero nos
habla de Sócrates en tres obras: en la Apología, los Memorables y en el Symposion.
Nos dice que intenta describirle en su realidad, tal como fue 31. Bajo una forma aus-
tera y con unos modales no suficientemente refinados, indica que Sócrates vestía
pobremente y sin apenas interés por las especulaciones cosmológicas, no así res-
pecto a las realidades humanas, poniendo un enorme énfasis en identificar la virtud
30
Jenofonte: Mem. IV 7,2.
31
Ibid. Mem.IV 8,11.
24
con el saber. También mostrando un gran afecto a los dioses, revelándose como
piadoso e incluso místico. Decía: “Razonaba siempre de cosas humanas, buscando lo
que es piadoso y lo que es impío, lo que es hermoso y lo que es torpe, lo que es justo y lo que
es injusto, lo que es prudencia y lo que es locura, lo que es fortaleza y lo que es cobardía, lo
que es ciudad y lo que es hombre de Estado, lo que es gobierno y lo que es hombre de go-
bierno”32.
Por las múltiples correlaciones de los intérpretes más fiables, vemos que Só-
crates asume un método muy claro: adopta el diálogo como forma más adecuada de
comunicación y de enseñanza. Es un método eurístico, es decir, un proceder donde
Sócrates se fingía ignorante del tema a fin de que, realizado esto, sus interlocutores
llegaran a convencerse de la falsedad de sus propuestas, aunque ayudándoles, eso
sí, para que ellos pudieran ir desvelando la verdad que inquirían. Sócrates solía
decir que utilizaba el arte de la mayéutica (ιετιη), es decir, que al igual que su
madre ayudaba a dar a luz a los cuerpos, así él lo hacía en la conciencia de los
hombres. Propiamente el diálogo tenía dos partes. La primera consistía en el exa-
men y la crítica de la opinión que proponía el interlocutor, y que, en general, era
falsa o desprovista de fundamentos sólidos (recibía el nombre de ironía). Cierto que
con ella sola no se descubría la verdad, pero se ponía de manifiesto la falsa sabidu-
ría. En la segunda parte tenía lugar el alumbramiento, esto es, sacar a la luz la ver-
dad por el empuje y la fuerza clarividente que residía en la propia persona (se lla-
maba la mayéutica), donde, por los hechos particulares, se llegaba al concepto uni-
versal (la definición). Nos lo recuerda Aristóteles en su Metafísica diciendo que Só-
crates practicó la inducción a fin de hallar los conceptos universales y las definicio-
nes33.
De hecho, él siempre parte de los casos concretos que nos ofrece la experien-
cia. Pregunta por ejemplo acerca de la virtud, y la respuesta de su argumentador es
que ésta la tenemos delante de nuestros ojos: la virtud es la del gobernante que sa-
be mandar, también cuando uno es prudente, juicioso, formal, que tiene gran valor,
que es equilibrado. etc. La réplica de Sócrates es también siempre la misma: esos
casos no son más que ejemplos de una determinada persona virtuosa, pero no es la
32
Ibid. Mem. I l,16.
33
Aristóteles: Met. XIII 4,1078b27. Met. I 6,987bI-4.
25
virtud en general. Sin embargo, en cada uno de esos casos particulares hay igual-
mente algo en que todos coinciden. Tienen una “forma”, un είδoς común, es lo
“universal”. Tal es el método socrático de indagación en sus análisis. Lo aplica por
lo tanto a otros muchos ejemplos, como son las nociones de justicia e injusticia, de
valor o de cobardía, así como acerca de la virtud en general.
Cierto es que el llamado “intelectualismo socrático” poco tiene que ver con
lo que hoy podemos entender por el concepto “intelectual”. Entonces era un modo
de expresión de la idea griega que tenían del concepto έη (arte manual). De he-
cho, Sócrates, al tratar de los valores éticos, ponía casi siempre los ejemplos de co-
cineros, bataneros, zapateros, médicos, etc., queriendo explicar su “bien hacer” por
el gran conocimiento que poseían. Un buen zapatero hará siempre buenos zapatos.
Muy similar a cuando hoy decimos: tal señor entiende bien su oficio. Una sentencia
transmitida por Diógenes Laercio especifica: “Sólo hay un bien, que es la sabiduría, y
sólo un mal, que es la ignorancia35”. Se trata de una sabiduría práctica por más que
reciba distintos nombres según la naturaleza de los objetos. Se llama, por ejemplo,
piedad cuando se trata de la religiosidad del hombre con los dioses, justicia cuando
se estipulan las relaciones entre las personas, fortaleza, cuando se asiente con las co-
sas que se requieren para afrontar obstáculos y vencerlos, etc. A esto viene a redu-
34
Platón: Eutidemo 278e-282e.
35
Diógenes Laercio: Vida de los filósofos ilustres, L. II. Sócrates.
26
cirse el intelectualismo socrático en su ética. Por eso la virtud es algo que se puede
enseñar. Para él la virtud y la felicidad se identifican.
Con estas premisas, nada tiene de extraño que se hable del mal como de al-
go que no puede provenir de la voluntad del individuo, sino de su ignorancia. El
que sabe no hierra el golpe. He ahí el determinismo moral socrático. El que sabe es
virtuoso; el que obra mal es un ignorante. El bien, que es lo útil, influye de tal mo-
do en el conocimiento que lo conoce, que una vez conocido determina a la volun-
tad a quererlo y a practicarlo. “Solamente sabiendo qué es la justicia se puede ser justo”;
solamente sabiendo lo que es lo bueno se puede obrar bien”.
Acaso sea en el juicio que llevó a Sócrates a la muerte donde mejor podamos
descubrir su profundo espíritu religioso. En efecto, entre las acusaciones que pre-
sentan contra él, además de corromper a la juventud, Meleto le imputa “no creer en
los dioses que cree la ciudad y de introducir divinidades nuevas”. De esta denuncia, tanto
Jenofonte como Platón se esfuerzan por defender todo lo contrario: querían eximir-
le de asebeia (impiedad). Le conside-
ran un hombre creyente y piadoso,
mostrando siempre un gran respeto a
los dioses de Atenas. Jenofonte ates-
tigua esta creencia en palabras del
mismo Sócrates: “Que cada uno venere
a los dioses según el rito de la ciudad”36.
36
Jenofonte: Mem. IV 3,15; I 1,2; I 3,1.
37
Platón: Defensa de Sócrates, 28c/29e.
27
transmite unas expresiones muy significativas. Por dos veces nos recuerda que Só-
crates, al pedírsele que actuara piadosamente con los dioses, trajo a la memoria
unas palabras de la sacerdotisa de Delfos: “Sigue el nomos de la ciudad, porque éste es
el modo de actuar piadosamente”38
38
Jenofonte: Apología, XIII.
39
Ibid. Mem. IV 3,13; I 4.
40
Platón: Defensa de Sócrates, 40c / 42a.
28
luntad de la divinidad. Jacques-Louis David quiso ilustrarlo en la forma que po-
demos apreciar en la Fig. 12.
41
Diógenes Laercio: III, 3.
42
Platón: Carta VII, 425c.
29
sa también que en este período es donde debe situarse la composición de las obras:
Hippias menor, Alcibíades, Apología, Eutifrón, Critón, Hipías mayor, Cármides, Laques,
Lisis, Protágoras, Gorgias y Menón.
43
Ibid., VII, 326a.
30
vista siguen aún impregnando muchas mentes del mundo actual. Representamos
en la Fig. 13 uno de tantos perfiles que nos ha legado el arte de la escultura.
METODOLOGÍA PLATÓNICA
44
Aristóteles: Met. I 6,987b1; 15-30; XIII 4,1078b28-30.
31
El análisis sigue esta trayectoria: en nuestro diario quehacer, hablamos, pen-
samos y nos parece que hay algunas cosas que son “buenas”, “justas”, “bellas”; pe-
ro también existe el Bien, la Justicia y la Belleza en sí mismas, es decir, que además
de las cosas particulares, existe, en su configuración genérica, la realidad de las
mismas; son preexistentes, reales, son verdaderas Ideas îςέ. Por lo tanto,
la suma de las percepciones sensibles no constituye por si sola la ciencia como opi-
naba Protágoras, sino que ésta tiene un soporte que es estable, necesario y eterno.
El acceso para llegar a las mismas es complicado: al igual que la presencia de la lira
de un amigo – nos dice -, despierta en mí la imagen de su rostro que estaba en la
memoria, así la vista de un objeto bello evoca la noción o concepto de la belleza.
Claro que dichas ideas no son simples conceptos, sino verdaderas Realidades. Ca-
da idea es única, eterna, inmutable y captada únicamente por la inteligencia. Habla
también del Demiurgo, que es, en realidad, el que produce las cosas naturales: con-
templando las Ideas, las intenta plasmar en la materia. Al modo que un artesano
fabrica una mesa gracias al diseño que ha visto, así fueron realizadas las cosas. Por
lo tanto, la materia informe y las Ideas son anteriores a la acción del Demiurgo.
Para llegar a una mejor comprensión, él nos ofrece en el libro VII de La Re-
pública el “Mito de la Caverna”, donde, en forma figurada y metafórica, presenta
cómo los hombres que vivimos en este mundo somos semejantes a unos esclavos
que nunca han visto la luz del sol y que se hallan encadenados de pies y manos en
el fondo de una cueva, de espaldas a la única abertura que da acceso al exterior.
Detrás de ellos y en un plano más elevado hay una hoguera que la ilumina. Entre
el fuego y los esclavos hay un camino más alto al borde del cual se interpone una
valla, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar,
por encima de él, las marionetas. Así pues, por el camino desfilan personas que
hablan y portan figuras, animales y cosas. Los prisioneros solamente pueden escu-
char sus voces y contemplar las sombras (φíque se proyectan sobre el fondo
de la pared. En esta situación, los esclavos creerían que las sombras que ven y el
eco de las voces son la realidad misma.
32
cueva, sentiría dolor. En el mundo exterior le sería más fácil mirar primero las
sombras, después los reflejos de los hombres y de las cosas en el agua y luego los
hombres y los objetos mismos. Contemplaría de noche lo que hay en el cielo y la
luz de los astros y la luna. Finalmente percibiría el sol, pero no en imágenes, sino
en sí y por sí. Y una vez contemplado esto, caería en la cuenta de la causa de todo
lo que antes había contemplado. Lamentaría la situación de sus antiguos compa-
ñeros, desacreditando las razones que antes había escuchado describiendo como
realidad lo que ciertamente eran sombras45.
Este es el mito que Platón ideó para que pudiésemos llegar a comprender lo
que él realmente pretendía. No obstante, nos dice también que no todas las Ideas
tienen el mismo valor. Aunque omniperfectas en su línea, el grado de perfección
no es el mismo; más bien se subordinan unas a otras formando una especie de je-
rarquía piramidal cuyo vértice lo ocupa la Idea del Bien. De naturaleza distinta, se
sitúa incluso más allá del ser, es por sí misma; es el sol del mundo inteligible. Aún
más, en la Idea del Bien se sostienen todas las restantes. Como la luz que nos hace
ver los objetos sensibles con su variedad de formas y tonalidades, así la Idea de
Bien lo visibiliza todo, iluminándolo y dejándolo comprender. Para Platón, la ver-
dadera sabiduría consistirá en la posesión de las Ideas, aunque, en su condición de
viajero, el hombre nunca podrá conseguirlas. Las Ideas no se dejan poseer; son in-
abarcables, indefinibles. El sabio debe dejar su presunción para convertirse en filó-
sofo, amante de la sabiduría. Nos deberíamos dejar seducir por la Justicia, por la
Verdad, por la Belleza, por el Bien. De hecho, son tan elevados los atributos que
asigna Platón al “Bien” que cuesta trabajo no ver la personificación más alta de lo
divino, de lo Absoluto. “El alma que trasciende el mundo de lo sensible llega a percibir el
ser supremo, el cual es incorpóreo, sin figura ni color, sólo perceptible por el entendimiento,
objeto de una ciencia verdadera e inmutable”46
ALMA INMORTAL
45
Platón: La Republica, 514a-518a.
46
Ibid. Fedro, 247d.
47
Platón: Fedro, 246ab; 247b.
33
Considera también que al alma la integran tres partes diferentes: la racional,
la irascible y la concupiscible. Platón manifiesta haber llegado a este modelo por
analogía con las tres clases que dividen la sociedad48: artesanos, defensores y diri-
gentes. El alma irascible y concupiscible quedan tan estrechamente vinculadas al
cuerpo que asumen todos sus caracteres, en tanto que el alma inteligible, más in-
dependiente, puede elevarse mediante el conocimiento a una vida superior. El al-
ma inteligible, hecha para la contemplación de las Ideas, no nace ni perece; se une
accidentalmente al cuerpo a quien preexiste y sobrevive, es inmortal.
Sin embargo, parece ser que el hecho de que incidiera tanto en la inmortali-
dad del alma era principalmente por el presentimiento que tenía de la existencia de
otra vida tras el fallecimiento de las personas. Bien es verdad que era sólo presun-
ción, conjetura, hipótesis creíblemente fundada; lo que hace pensar en la existencia
de una vida después de la muerte49. Reveladoras son las palabras que pone en la-
bios de Sócrates a punto de beber la cicuta: “Me doy cuenta – contestó -. Pero al menos
es posible, y también se debe suplicar a los dioses que resulte feliz mi emigración de aquí a
allá. Esto es lo que suplico: ¡que sea así!”50. La transmigración de las almas la toma de
los pitagóricos y estaba muy difundida en Oriente. El alma transmigra de un cuer-
po a otro, buscando cada vez más la perfección que le devuelva a su estado primi-
tivo.
48
Ibid. República, 363d; 435bc.
49
Ibid. Fedón 69b.
50
Ibid. 117a.
34
fecta y mejor. Explicaría también que nosotros, merced a nuestro conocimiento,
podamos deducir la existencia de un alma sublime y perfectísima51.
De hecho, Platón siempre tuvo una alta estima por los que especulaban so-
bre el problema teológico. Es muy propio del hombre hacerlo, nos decía. De ahí
que, frente a los que afirmaban que no se debe indagar en torno al Dios Supremo
ni inquirir con curiosidad las causas del movimiento cósmico, contestaba diciendo
que lo bueno y justo era todo lo contrario. Cierto que, acomodándose al lenguaje
de la religión politeísta y antropomórfica de los griegos, hablara frecuentemente de
una pluralidad de dioses. Sin embargo, allí donde el diálogo era más serio, la refe-
rencia a un Dios era también más clara. La reciprocidad que dice tener Sócrates y
su madre con la mayéutica nos la presenta Platón como don transmitido por la Di-
vinidad. Nos dice: “Este arte de la mayéutica, mi madre y yo lo hemos recibido de Dios;
ella lo emplea con las mujeres, en tanto que yo hago uso de él con los jóvenes”53. Los dos, a
su manera, habían recibido la dádiva divina para ayudar a dar luz y vida a los de-
más.
51
Platón: Fedro, 245css.
52
Ibid. Banquete, 212a.
53
Platón: Teéteto, 210d.
35
Claro que, donde más se realza la ilación del hombre con la divinidad es en
los textos de su último período, donde, ya anciano, Platón manifiesta lo más hondo
que llevaba en su interior. Manifiesta, por ejemplo, que los hombres somos una
creación admirable salida de las manos de Dios; moldeados quizá para ser juguetes
suyos. Él utiliza los hilos y dirige nuestras vidas. Nos lo describe en Las Leyes: “La
divinidad merece, por su naturaleza, todo nuestro celo bienaventurado, mientras que el
hombre - lo hemos dicho ya -, no ha sido hecho sino para ser un juguete en manos de la di-
vinidad, y esto es lo mejor que hay en él. Por consiguiente, todo hombre y toda mujer, a lo
largo de toda su vida, deben acomodarse lo mejor posible a este papel, jugando a los juegos
más bellos que pueda haber, pero con pensamientos totalmente distintos de los que tienen
actualmente “54.
54
Ibid. Las Leyes, 803b.
36
en el Ética a Nicómaco. Dice así: “Siendo los dos amigos míos (Platón y la verdad), es un
piadoso deber mío poner por delante a la verdad”55.
55
Platón: Ética a Nicómaco, 1096a 16.
37
Respecto a sus obras, el legado es inmenso. Algunos llegan a admitir los
cuatrocientos trabajos, de los que sólo se conservan una mínima parte. En un pri-
mer momento, e imitando a Platón, escribió numerosos diálogos de gran calidad li-
teraria, según nos atestigua Cicerón. Por no estar destinados a los lectores del Li-
ceo, se les ha llamado exotéricos. En relación a las obras que poseemos, de estilo
más descuidado, fueron redactadas para uso de las clases del Liceo, posiblemente
recopiladas en forma de apuntes por los alumnos. Andrónico de Rodas las ordenó
y las agrupó por materias en el siglo I a. C. La configuración, de forma esquemáti-
ca, es la siguiente:
Con Aristóteles, bien puede decirse que la filosofía griega alcanza su plena
madurez; tanto es así que, a partir de él, comenzará un lento pero progresivo de-
clive. En verdad, Aristóteles y Platón conforman las dos grades columnas del pen-
samiento occidental. De hecho, la filosofía aristotélica forjó muchos de los concep-
tos que más se han barajado en la larga historia del pensamiento humano. La Fig.
16 viene a representar lo que el mundo de occidente ha visto reflejado en estas dos
eminentes figuras.
38
amando la sabiduría para disponer el retorno del alma a los lugares modélicos de
contemplación y de visiones celestes.
39
clusión de ningún silogismo. Son evidencias primeras. No son demostrables, pues
toda prueba los tiene que presuponer; son los que sirven de base para toda poste-
rior deducción56. El más universal de todos estos principios es el de contradicción:
“Es imposible ser y no ser al mismo tiempo”, que, referido a los atributos de un sujeto,
lo define del siguiente modo: “Es imposible que un mismo atributo se dé y no se dé si-
multáneamente en un mismo sujeto y en el mismo momento”57. En sí, la ciencia tiene que
derivarse de principios primeros, axiomáticos, evidentes, conocidos por sí mismos
(iudicia per se nota), de lo contrario la búsqueda en los análisis sería infinita.
c) Poéticas: incluye a las artes en general, tanto las que buscan y aspi-
ran a la belleza, como las que tienden a la utilidad.
56
Aristóteles: Anal. Post. A, 2; 71b 20.
57
Ibid. Metafísica, IV,1005b 19-22.
40
LA METAFÍSICA COMO CIENCIA DIVINA
58
Aristóteles: Del Alma, 417b.
41
de las cosas, sino radicado en las substancias como su forma (morphé). Aristóteles
distingue también dos tipos de intelecto, dependiendo de que sean asumidos como
potencia o como acto. Como potencia (entendimiento paciente), es capacidad mental
idónea para captar y acoger las esencias (formas universales). Diríamos que en este
caso el entendimiento está en potencia de recibir y conocer los universales. “El en-
tendimiento, en sentido pasivo, es tal porque viene a ser todas las cosas”59.
Evidentemente, la ciencia que tratase ese ente sería una ciencia divina, una
ciencia teológica. Por eso el ser de la teología de Aristóteles es un Acto puro, realiza
en sí la plenitud del ser. No necesitando de objeto distinto de sí para pensar, Dios
será el pensamiento que se piensa a sí mismo. Deberá tener vida, pues lo vivo es
más pleno que lo inerte. Por lo tanto, la ciencia del ente en cuanto tal, y la teológica,
que es el saber por excelencia, se identifican, viene a ser lo mismo.
42
para realizarla; la causa formal es el modelo; la eficiente, el escultor que la ha he-
cho; la final, la conmemoración de algún acontecimiento o simplemente el adorno
en la exposición de la misma.
Teniendo esto presente, Aristóteles concluye que Dios es el primer motor in-
móvil. ¿Qué quiere decir? Que todo móvil necesita un motor. Pero es necesario que
la serie de motores termine alguna vez, que haya un motor primero que, por nece-
sidad, tendrá que ser inmóvil para no necesitar a su vez de otro motor y seguir así
hasta el infinito. Es ineludible detenerse en un punto que necesariamente será cau-
sa del movimiento. Pero, si en la Física se pregunta por la causa motora, en la Me-
tafísica se interroga por la causa final, llegando lógicamente a una misma conclu-
sión. Las causas no pueden ser infinitas, ni en serie lineal ni en la multiplicidad es-
pecífica. Pues así como no se puede decir, por ejemplo, que el hombre es movido
por el viento, el viento por la fuerza de la atracción de la luna y así hasta el infinito,
tampoco se puede proceder indefinidamente en la causa final, explicando la toma
de la medicina por conseguir la salud, ésta para lograr la felicidad y así sucesiva-
mente en un proceso ilimitado. Nos dice que el primer motor nueve únicamente
en cuanto es fin último y el supremo bien universalmente apetecido, es decir, por
atracción, como el objeto del amor. “El ser inmóvil mueve a manera de lo que es objeto
de amor, y lo que ha sido movido por él, mueve las demás cosas”60. Dios realiza en sí la
plenitud del ser, es Acto puro, forma sin materia.
Como acto donde no cabe potencia alguna, todo es presente y real, nada es
futuro, es la pura actualidad. En Dios no está nada por llegar a ser porque nada es-
tá en devenir, todo es en este instante absolutamente, con plenitud de realidad. No
podemos por tanto suponer que en Dios haya materia, porque materia es lo que es-
tá por devenir. Al mismo tiempo, en el acto de entender debe haber un inteligente
en plena actualidad. En Dios no hay nada posible, todo es real, es vida perfecta y
eterna. En Dios son una misma cosa el entendimiento y el inteligible. Siendo actua-
lidad purísima, la noción más propia de la divinidad es la intelección, el pensa-
miento actual de su misma esencia como acto puro. Es la intelección de la intelec-
ción, el pensamiento del pensamiento. En el libro XII de la Metafísica leemos: “La
actualidad de la inteligencia es la posesión de lo inteligible. De manera que esto, más que
otra cosa, parece ser ese algo divino que posee la inteligencia, y la contemplación es el placer
supremo y bien absoluto.
Así pues, si el ser divino se halla siempre en esta felicidad que nosotros solo gozamos
breves instantes, es bien digno de admiración, y si su felicidad es aún mayor, es con más ra-
zón aún merecedor de nuestra admiración. Y seguramente es así. Por lo demás, también la
vida se halla en él de esta manera, porque la actualidad operante de la inteligencia es una
60
Aristóteles: Metafísica, XII, 7, 1072a
43
vida, y el ser divino es actualidad pura, y esta actualidad, tomada en sí misma, es su vida
perfecta y eterna”61.
61
Ibid. XII, 7, 1073a.
62
Ibid. XII,7, 1072a.
44
indiferente a toda interrelación con cualquier otra realidad; un supuesto que con-
tradice evidentemente a ese anhelo de amor y de felicidad que todos buscamos y
que sólo encontraríamos en ese Ser que es ante todo plenitud.
“Oh el más glorioso de los inmortales, que tantos nombres tienes, eternamente om
nipotente.
Zeus, Rey y Amo de la Naturaleza, que gobiernas todo conforme a la ley.
Te saludo, porque es un derecho para todos los mortales dirigiéndose a ti.
Puesto que han nacido de ti los que participan de esta imagen de las cosas que es la
palabra.
Los únicos entre los que viven y se mueven, mortales, en esta tierra.
Cantaré y celebraré tu poder.
A ti todo este universo que gira en torno a la tierra.
Obedece lo que le ordenas y de buen grado se somete a tu poder.
Tan formidables son tus instrumentos y tus invencibles manos.
El eterno rayo ígneo de doble dardo.
Bajo cuyo choque se estremece la Naturaleza entera.
Por su medio diriges con rectitud la razón común que todo lo penetra
y que se mezcla con las luces celestes, grandes y pequeñas.
Por él has llegado a ser lo que eres, Rey supremo del universo.
Nada se lleva a cabo sin ti, oh Divinidad, ni sobre la tierra
ni en la región etérea de la bóveda divina, ni sobre el mar,
salvo las locuras de los perversos.
Pero tú sabes reducir lo que no posee mesura,
ordenar el desorden; en ti la discordia es concordia.
63
Diógenes Laercio: Vid. de los fil. más ilus. VII.
45
Así has ajustado en un todo armonioso los bienes y los males,
para que sea una la eterna razón de todas las cosas,
esta razón que sólo los malvados apartan y descuidan,
desdichados que ansían los bienes
y no disciernen la ley común de los dioses, ni la entienden;
esta ley que, si la siguieran con inteligencia, les haría vivir noblemente.
Pero ellos, en su locura, se lanzan sobre el mal.
Unos porfían por la gloria,
otros se abalanzan sin elegancia hacia las riquezas,
otros hacia el relajo y las voluptuosidades corporales,
se dejan llevar de un objeto a otro,
y se afanan para alcanzar resultados no apetecidos.
Pero tú, Zeus, de quien vienen todos los bienes, dios de las negras nubes y del rayo
deslumbrador,
salva a los hombres de la pérfida ignorancia.
Apártala, oh Padre, lejos de nuestra alma; déjanos participar en esta sabiduría sobre
la que te fundas para gobernar con justicia todas las cosas.
Honrados por ti, te honraremos a nuestra vez,
alabando continuamente tus obras, como corresponde a los mortales; porque no hay
para hombres o dioses más alto privilegio que cantar como se debe la ley universal”.
HONDA RELIGIOSIDAD
Claro que la providencia estoica poco tiene que ver con la providencia de un
Dios personal. Se trataría simplemente de un finalismo cósmico donde se estima
que cada cosa debe hacerse justa y cabalmente como realidad constitutiva de una
necesidad global; más bien de una providencia inmanente y no trascendente que
coincide con el alma forjadora de todo lo real. En consonancia con esta toma de
conciencia, Séneca traducía un verso de Cleantes con la más perspicaz expresión de
su dialéctica: “Los hados guían a quienes los aceptan, arrastran al que los rehúsa”
46
Los datos biográficos de Filón proceden en su mayoría de su propia obra,
particularmente de las referencias que nos hace en el libro Legatio ad Caium. Otras
parciales notificaciones se deben a Flavio Josefo en sus Antigüedades judías (XVIII,
8) y alguna que otra alusión más a la hora de comentar algunos autores sus textos.
Entre los datos más históricos está el hecho de ser enviado a Roma el año 39
al frente de una comisión de judíos con el encargo de presentarse ante Calígula pa-
ra protestar contra Apión que ordenaba poner la estatua del emperador en las si-
nagogas. No les hicieron caso, pero con esta actitud se manifiesta la raigambre que
tenía con las enseñanzas y las tradiciones de su pueblo. Se afirma también que nace
en Alejandría en el seno de una familia acomodada y muy influyente. Su padre te-
nía la ciudadanía romana y su hermano se casó con una hija de Herodes Agripa I,
incluso un sobrino, después de abjurar de la religión judía, llegó a ser procurador
de Judea y prefecto de Egipto.
EL DIOS DE FILÓN
A partir de esta reflexión, y con el fin de ayudar a sus hermanos de raza que
vivían en medio de la cultura helenista corriendo el peligro de perder sus tradicio-
nes, Filón usa el método alegórico y figurado como forma correcta de interpreta-
ción. Para él, su alcance es doble: uno literal, propio del común sentir de la gente; el
otro, simbólico, más elevado y accesible sólo a los diligentes y “espirituales”. Ve por
47
ejemplo en Adán en el Paraíso la figura del personaje representando a la inteligen-
cia libre de la carne; a Eva, en relación con las potencias sensitivas; a la serpiente,
como la tentación o tendencia hacia mal. En sí, un esfuerzo de exégesis para armo-
nizar la filosofía helena con la palabra revelada. Compromiso al fin y al cabo que se
repetirá más tarde, no sólo en las distintas formas de neoplatonismo, sino también
con la filosofía árabe, inclusive en la escolástica cristiana.
Llega a creer que el pensar filosófico que había llegado a Alejandría estaba
condicionado por la lógica, la física, la ética y una primaria teología natural; faltaba
únicamente la religión del texto revelado. La ciencia
para él estaba dividida en dos formas de conocer:
una, restringida únicamente al juicio humano; la
otra, suscribiendo la sabiduría revelada. Filón
desecha el saber puramente intelectivo y se adhiere
a la segunda por ser ciencia divina. Ahora bien, te-
niendo ésta por objeto a Dios y las cosas divinas, só-
lo por las Escrituras se llegará a un verdadero cono-
cimiento de la verdad. Atendiendo a esta creencia, el
filósofo no debe conformarse con el puro raciocinio
discursivo de las verdades lógicas, científicas, éticas
e incluso de la teología deducida por la razón, sino
que, por tratarse de conocimiento divino, el saber de
Dios debe ir acompañado de una profunda inquie-
tud de acercamiento y de acogida hasta llegar a po-
seerlo; para lo cual, tres son las condiciones indis-
pensables: la liberación de la cárcel que es el cuerpo
con sus tendencias concupiscibles y sensoriales; el Fig. 18. Ilustración de Filón de
Alejandría.
abandono de toda inclinación profana que impida
contemplar las realidades del espíritu; y huir de to-
do razonamiento que impida llegar a contemplar la belleza de las realidades reve-
ladas. No son infrecuentes las frases sancionadoras contra el puro silogismo cientí-
fico. Nos dice que la ciencia es pura vanidad, confirmada por las contradicciones
que se advierten en los distintos filósofos. Piensa por ello que lo mejor es suspen-
der el juicio64. A Dios se llega por la fe mística, el don de profecía y la intuición en
el éxtasis pasivo, lo que él llamaba (θωí
Pero, aun cuando al referirse a Dios nos habla de un ser perfectísimo, auto-
suficiente y absolutamente simple, no desmiente tampoco que es incomprensible
para nosotros, tendríamos que estar al mismo nivel que él para llegar a percibir to-
do su alcance. Todos los atributos que le apliquemos son limitados, insuficientes
bajo cualquier punto de vista. Sabemos de Dios lo que no es; su realidad escapa a
64
Filón: De vita contempl. 2. De ebrietate, 268.
48
nuestro entendimiento. Únicamente por revelación sabemos que existe, pero igno-
ramos su naturaleza, y cualquier atributo con que queramos nombrarle, resultará
impropio de él. “Sólo por medio del éxtasis podremos vislumbrarle”. De hecho, no
hay ningún nombre, ni palabra, ni expresión que lo defina; aún más, cualquier ac-
ción directa de Dios con el mundo material, lo degradaría. Es, en ese sentido,
inefable.
Respecto a estas entidades intermediarias, unas veces nos dice que son seis,
otras tres o simplemente una, que, en sentido “general”, la llama Logos (Λóς). Se
la podría definir como imagen o “sombra de Dios”. Nos dice que es invisible, in-
mortal, arquetipo y ámbito de las Ideas divinas65. En sí, un instrumento del que se
sirve la Divinidad. Es también la creadora del mundo y a quien corresponde go-
bernarle. Como auténtica intercesora, es asimismo la que presenta las súplicas de
los humanos. La concibe como el Ángel de Yahvé que se aparecía a los Patriarcas
en lugar de Dios mismo, con funciones parecidas a las del Sumo Sacerdote66. Es
superior a otras potencias; en algunas ocasiones la califica de “sustancia espermáti-
ca” (όςός).
Se objetaba a Filón que tal Logos parecía ser una realidad esotérica e incom-
prensible; a lo que él respondía que, aun cuando sea unidad perfecta, es al mismo
tiempo principio de unidades subordinadas, por lo que, siendo intermediaria, está
en una relación de jerarquía: Logos, Hombre divino a imagen de Dios, Espíritu
(Pneuma), y Ángeles. Al mismo tiempo, y dependiendo de éstas, existen también
otras fuerzas jerarquizadas según la competencia e idoneidad de cada una.
65
Filón: De opf. mundi, 4,17; Leges alleg. III 104.
66
Ibid. Quis reum divin. heres sit, 205.206.
49
por medio del éxtasis; un estado donde el Logos, como arquetipo divino, hará que
seamos uno con la Divinidad. Cierto es también que, dejados a nuestras propias
fuerzas, nunca alcanzaríamos la deseada ligación; es el impulso emanado de lo di-
vino, (ũ), el que nos ascenderá hasta la unión a la que se aspira.
Por eso, a la hora de emitir un juicio sobre la obra de Filón, nunca puede ol-
vidarse el contexto histórico en el que le tocó vivir. Como erudito judío dentro de
una cultura greco-alejandrina y romana, lo que realmente pretende es resaltar sus
creencias religiosas mediante unos módulos de la cultura de entonces, particular-
mente helena, aunque también con visos del derecho romano; algo así como si se
tratase de una predicación judaica donde la alegoría y el pseudomisticismo tuvie-
ran la preeminencia ante cualquier otra exposición racional. Claro que, el hecho de
haber tomado los esquemas helenos, particularmente el de Platón, para exponer la
doctrina judía, fue sin duda uno de los modelos a imitar, no solo por las distintas
ramas del neoplatonismo posterior, sino también por la filosofía árabe, inclusive la
escolástica cristiana.
SÉNECA (4 a. C. – 65 d. C.)
50
Estando Claudio en el poder, la emperatriz Mesalina acusa al filósofo de
mantener relaciones con la hermana de Calígula, por lo que es desterrado a Córce-
ga donde permanecerá ocho años hasta la boda de Claudio con Agripina, la cual le
llama para que se hiciera cargo de la educación de su hijo Nerón. Se le nombra en-
tonces pretor, dedicándose, junto con Burro, a las tareas de gobierno. En el año 54
muere envenenado Claudio, convirtiéndose Nerón, con tan sólo 16 años, en el
nuevo emperador. La influencia de Séneca y de Burro en el Gobierno durante el
primer período fue muy grande. Pero, hacia el año 62, Séneca va a perder las atri-
buciones que hasta entonces había tenido. De hecho, muerta Agripina, Nerón pro-
diga toda clase de desórdenes perdiendo tam-
bién la amistad del que había sido su maestro. Y
si a esto añadimos la gran fortuna que Séneca
había logrado acumular, no es extraño que des-
pertase los celos del emperador e intentara aca-
bar con él. Colmó este deseo cuando el año 65 se
le involucró en una conspiración de asesinar a
Nerón, liderada por Cayo Calpumio Pisón. Por
esta imputación, es condenado por el césar a mo-
rir. Se le permite escoger la clase de muerte que
prefiera; escoge desangrarse en un baño caliente,
abriéndose las venas de pies y manos e ingirien-
do la cicuta para acelerar su despedida. Acaeció
esto el 19 de abril del año 65. Fig. 19.
51
Pero, aun cuando se haya dicho que su preocupación no es exclusivamente
ética, sí lo es como asunto principal, haciéndolo extensivo incluso a sus creencias
religiosas, más profundas y espirituales que las de los primeros filósofos estoicos.
Tan en consonancia con el mensaje cristiano debieron considerar sus escritos los
primeros Padres de la Iglesia que el mismo Tertuliano le llega a considerar “como
uno de los nuestros” (Seneca saepe noster).
En una de las cartas que dirige a Lucilio le llega a decir: “Dios está cerca de ti,
está contigo, dentro de ti mismo”68. Lo cual nos revela que todo el esfuerzo del filóso-
fo para alcanzar la virtud tenía como premio el verse sumido en la realidad Divina.
67
Séneca: De la vida bienaventurada, VII.
68
Séneca: Cartas morales, 41.
52
De ahí su crítica a los teóricos de su tiempo porque la enseñanza que impartían a
los jóvenes no eran más que polémicas y debates baladíes que les impedían descu-
brir por sí mismos el valor trascendente que estaba detrás del vivir conforme a la
virtud. De hecho, para él la virtud, como asentimiento a la propia naturaleza, no
era sino el preámbulo para el conocimiento de las cosas celestes, más aún, el trámi-
te para la auténtica comunicación con Dios.
Esta filiación y confianza entre Dios y el hombre es algo tan natural en Séne-
ca que le parece acorde con las leyes que rigen el universo. Su providencia hace
que todo camine prudencial y paternalmente, como el que quiere y cuida a lo que
ha creado deseándole lo mejor. Providencia, por otro lado, que ayuda también pa-
ra soportar los sinsabores y penalidades de la vida fortaleciendo en toda ocasión el
propio ánimo. Las recomendaciones para vigorizar este espíritu son múltiples en
toda su obra. Para Séneca el Dios que preside nuestra existencia es bueno. La bon-
dad le pertenece por naturaleza. Por consiguiente, todo lo que sale de él son bene-
ficios y favores aun cuando nos pueden parecer desgracias y adversidades. Por ser
providente con lo creado, instruye como el padre que ama y educa a los hijos; aun-
que, por supuesto, vigilará también la virtud de los mismos. Nada debiera extra-
ñarnos que en ocasiones nos someta a pruebas para avivar y fortalecer nuestro es-
píritu.
69
Ibid.
70
Séneca: De Providentia, I.
53
Se acentúan estas ideas principalmente en su tratado “De Providentia”,
donde nos llega a decir que Dios tiene para con los hombres justos el espíritu de un
padre, queriéndoles con entereza y equidad aun cuando en ocasiones les someta a
prueba para fortalecer su persona. Escribe: “Nada malo puede suceder al hombre
bueno; las cosas contrarias no se mezclan. De la misma manera que tantos ríos, tantas llu-
vias como caen de arriba y toda la fuerza de las aguas que nacen en medio de la tierra no
pueden cambiar el sabor de las aguas del mar, ni siquiera tienen poder para atenuarlo: así,
el ímpetu de las desgracias humanas tampoco es capaz de hacer girar el ánimo de un varón
fuerte. Permanece recto en su forma de pensar y cuanto le sucede lo asimila según su mane-
ra de ser”71.
Sin embargo, a pesar de la admirable apuesta por los valores éticos y mora-
les, auspiciando una comunidad fraterna con aspiraciones espirituales y transcen-
dentes, hay que reconocer que, dada su mentalidad eminentemente práctica, a sus
pensamientos les falta con frecuencia los principios metafísicos que los fundamen-
te. Diríamos que su moral es más práctica y casuística que teórica y razonada. Esto
se constata principalmente a la hora de conciliar la “providencia”, tan bellamente
71
Séneca: De Providentia, II.
54
descrita, con la ley inexorable del “destino” a cuya determinación ni hombres ni
dioses pueden sustraerse, al menos así parece deducirse de algunos de los consejos
que dio, tanto a Lucilio en sus numerosas cartas, como a Polibio en el De Consola-
tione. Les dice: “Ora nos ligue el destino con inmutable necesidad, ora Dios, como árbitro
del universo, ordene todas las cosas, ora el acaso lleve y guíe ciegamente todos los actos hu-
manos, es cosa cierta que la filosofía nos ayudará siempre; nos exhortará para que nos some-
tamos voluntariamente a Dios, para resistir constantemente a la fortuna, para seguir los
mandatos de la providencia y para soportar los golpes del acaso. Pero en este momento so-
lamente quiero examinar lo que está en nuestro poder, sea que nos gobierne la providencia,
que nos arrastre el destino, o que repentinos accidentes se hagan dueños de nuestra liber-
tad”72. “Podemos acusar al destino, pero nunca lo podremos cambiar; es duro e inexorable;
nadie lo mueve con reproches, ni con lloros; nadie lo cambia con razones; jamás los hados
perdonan nada a nadie ni lo condonan”73.
72
Ibid. Carta XVI.
73
Ibid. Ad Polybium de Consolatione, 23.
55
apremia a no ceder nunca a las apariencias, sino que debe ser guiada por motiva-
ciones únicamente racionales.
No quiere ello decir que la persona pierda toda su capacidad volitiva. Pero,
si quiere llegar a la impasibilidad de los acontecimientos o a la ataraxia estoica, de-
be, en principio, acoger y someterse a la voluntad de Dios y al destino. De hecho, él
admitía un doble orden de cosas: las que el hombre hace por propia iniciativa, co-
mo son los viajes, la hora de comer o la asistencia a los foros, etc., y las que no de-
penden de nosotros, como es la enfermedad, el infortunio o la muerte de un fami-
liar o amigo77. Pero, el verdadero sabio es el que llega a conseguir el desapego o
indiferencia de cuanto le es externo, aunque eso sí, sometiéndose con alegría sere-
na a todo aquello que nos depara el destino. “Grande es la lucha, y divina la obra. El
fin es el reinado, la libertad, la serenidad, la “ataraxia”. Llama a Dios en tu ayuda”78.
74
Disertaciones: III, 13, 7.
75
Disertaciones: I, 2, 12-18; 3,7; 9; 13.
76
Ibid. I, 12, 7.
77
Ibid. II, 13; 16-17.
78
Ibid. II, 18-28.
56
De hecho, por ser y tener el hombre un algo de divino, debe buscar la per-
fección bajo la misma ley que rige el universo. Pues la ilación no es sólo intelectual
o interna, sino que alcanzaba también al orden práctico y afectivo. “Cuando estás en
compañía, en el gimnasio, cuando conversas, ¿no sabes que a un dios alimentas, que a un
dios ejercitas? A un dios llevas contigo, mísero de ti, y lo ignoras. ¿Piensas que hablo de
uno de plata o de oro, exterior? Dentro de ti mismo lo llevas y no sientes que lo mancillas
con impuros pensamientos y con sucias acciones?79.
Por éstas y otras expresiones deducimos que Epitecto, no sólo venía marca-
do por el primitivo estoicismo de Zenón y de Cleantes, sino que en su vida práctica
los hechos humanos estaban irradiados por el resplandor de lo divino. Para él,
Dios era, además de un principio racional e inmanente, el creador y el que gober-
naba todas las cosas, una especie de inteligencia cósmica y universal que las dirigía
desde dentro. La persona viene a ser un “fragmento separado de Dios”, un elemento
divino que hará posible incluso la “adivinación” y, como consecuencia, el “deter-
minismo” estoico donde la libertad queda supeditada al plan general del orden es-
tablecido. En ese ámbito, la virtud - y derivada de ella, la felicidad -, no tienen otra
vía que vivir de acuerdo con la verdadera naturaleza: vivere secundum naturam,
(xаτά φύσι ξή En su pensamiento, obedecer a Dios es libertad.
79
Ibid. I.
57
EL ESCEPTICISMO
58
Respecto a la Academia Media, su máximo representante es Arcesilao de Pi-
tane (¿315-240?), hombre culto y brillante sofista que polemizó principalmente con-
tra los dogmatismos de estoicos y epicúreos. Pero esta Academia, aunque influen-
ciada por el pirronismo y las posturas más radicales de los sofistas, irá más lejos
que los supuestos de Pirrón al declarar que, no sólo carecemos de un criterio para
conocer la verdad objetiva, sino que no existe tampoco razonamiento alguno para
valorar con certeza las mismas sensaciones: no es infrecuente que los sentido se
contradigan y que las apariencias nos engañen. El sabio debe suspender todo asen-
timiento para conseguir la pretendida imperturbabilidad. El filósofo nada debe te-
ner como cierto, ni tan siquiera el famoso aforismo: “Hoc unum scio, quod nihil scio”
(Una cosa sé, que no sé nada). Solamente podemos guiarnos en la práctica por lo
probable (ϋ, es decir, por lo que sea más oportuno y favorable.
59
tanto, lo más acorde es no afirmar ni negar nada. Suspender el juicio es la postura
más justa y correcta. Todo es arbitrario.
No obstante, es Sexto Empírico quien sistematiza todas las polémicas del es-
cepticismo sostenidas hasta entonces. De su vida se sabe muy poco. Conocemos
que nació en Apolonia (Libia), y que su actividad filosófica transcurrió entre finales
del siglo II y comienzos del III de nuestra era. Fue médico de profesión y partidario
de la observación directa de las enfermedades. Se le dio el sobrenombre de Empíri-
co por sus concepciones filosóficas y, sobre todo, por su método experimental en
medicina, marginando todo “dogmatismo” académico. Ofrecemos, en la Fig. 22,
una de sus ilustraciones.
80
Sexto Empírico: Esbozos pirrónicos, I, 3, 210.
60
criterio alguno para la demostración. Además, una prueba necesitaría de otra, y és-
ta a su vez de la anterior y así hasta el infinito81.
81
Ibid. II, 18-20.
82
Ibid. II, 193-196.
61
un lugar a otro, lo que contradice a su ser de infinito ocupando todo el espacio po-
sible. Igualmente sucedería respecto a la virtud: Dios no puede ser un ser virtuoso,
pues si lo fuera, sería inferior a esa misma virtud, y si no lo fuese, quedaría mani-
fiesta su imperfección83. También es explícito hablando de la “providencia”. Para
evitar que se pueda tener un criterio inequívoco de la misma, expone a considera-
ción lo siguiente: Dios no puede tener providencia por la sencilla razón de la exis-
tencia del mal. Así, en el supuesto de que quisiera evitarlo, no se explicaría que
continuara dicho mal en el mundo. Pero si quisiera y no pudiese, la señal era indis-
cutible de que sería imperfecto, y más imperfecto aún si pudiendo, no lo quisiera
evitar84. Su postura era, por tanto, la renuncia a todo criterio de verdad; debe uno
abstenerse, la demostración en dichas propuestas es infundada y gratuita.
Esta misma argumentación la hace extensiva a la Ética. Cree por tanto que
las acciones del hombre, como fundamento de los principios éticos, no tienen el
apoyo que los filósofos han creído atribuirlas. La felicidad y el Sumo Bien que jus-
tificarían el fin de los actos humanos carecen de sentido. Según él, al no estar de
acuerdo sobre qué cosas son buenas y cuáles malas, disiente por no ver claro, como
así se hace también con el concepto de belleza. Para los etíopes –dice -, las mujeres
más bellas son negras y chatas; para los persas, las blancas y de nariz aguileña; en
todo caso, apreciaciones que justifican el desacuerdo de unos y de otros a la hora
de pretender juzgar lo bueno y lo malo que en el fondo desconocen85. Únicamente
el escéptico, poniendo en tela de juicio todo dictamen categórico, cree que es la
postura más adecuada y correcta.
83
Sexto Empírico: Adversus Mathemáticus, IX, 148 ss.
84
Ibid. Esbozos pirrónicos: III, 9ss.
85
Ibid. Adversus Mathemáticus, 11, 42-44.
62
guir verdades, es caer en un círculo vicioso por cuanto que ya se admite como he-
cho categórico lo que posteriormente se niega; porque, al no admitir la capacidad
de conocer con certeza, se asiente a ello al afirmar implícitamente el valor cognosci-
tivo de la persona; su negación lo está confirmando. En consecuencia, el escepti-
cismo, como postura filosófica radical, se refuta a sí misma al formularse. Ya el
mismo Ortega y Gasset señalaba que todo escéptico mantiene, a modo de supuesto
por él inadvertido, una especie de verdad absoluta.
Esta misma actitud se prolonga también a los presupuestos acerca del mal,
de Dios y de su providencia. El mal existe, no se puede desmentir, pero, intentar
conectarlo con Dios y su providencia para negar después de forma absoluta estas
realidades por otros admitidas, creemos que traspasa cualquier pretensión u osa-
día. Independiente de cualquier solución religiosa, y dentro de todo su misterio,
pensamos que el mal físico (catástrofes, enfermedades y muerte), es consecuencia
de la misma finitud de los seres. Para que el agua, por ejemplo, produzca todos sus
buenos efectos (apagar la sed o regar los campos), tiene que ser agua, sin olvidar
que también puede ser la causa de que uno se ahogue en ella. Cada perfección tie-
ne su límite, no se puede ser todo a la vez.
En cuanto al mal moral, la filosofía clásica nos dice que es debido al abuso
de nuestra libertad. Se puede declarar o suspender la guerra, que disminuyan los
homicidios, que exista o no exista el diálogo. Pero, también el mal moral tiene algo
que ver con la finitud. El uso incorrecto de la libertad sólo se da en una libertad fi-
nita. Por eso puede decirse que la libertad infinita de Dios le sirve para hacer li-
bremente el bien. El escepticismo como tal, con su actitud abstencionista o de re-
nuncia es otro modo de dogmatismo radical.
Cierto que el escepticismo, dentro del orden humano, tiene su parte de ra-
zón al criticar una serie de principios aceptados apriorísticamente como punto de
partida de la especulación; sería el caso del valor de los sentidos o de la misma ra-
zón. En esta o en otras cuestiones el espíritu escéptico nos puede hacer reflexionar
sobre lo que puede ser dudoso, posible o probable. Sin embargo, la negación o la
duda radical son supuestos ficticios como base filosófica; pertenece a la gnoseolo-
gía o a la epistemología el examen de nuestro conocimiento en cuanto facultad y
alcance de nuestro conocer; con la categórica negación se extinguiría para siempre
toda la posibilidad de hacer filosofía.
63
PLOTINO (h. 204 – 270)
64
de divino hay en nosotros a lo que hay de divino en el universo”86. Fig. 23. Intentaremos
resumir, aunque sea muy someramente, los puntos más específicos de su impor-
tante y siempre sugestiva interpretación de la realidad.
65
del estoicismo, sino que es verdadera causa eficiente de todo cuanto existe. Llega a
creer que la existencia de los seres sensibles manifiestan la presencia objetiva de un
ser Uno y necesario. Cabría decir, en este sentido, que al Uno plotiniano, más que
llegarse a él partiendo de la experiencia, es un presupuesto previo para dar sentido
a toda la realidad existente. “Asumiendo el Uno se explicaría todo, descartándole, no se
entendería nada”.
87
Plotino: Enéada V, 8, 18.
88
Ibid. V, 9, 6.
66
simbologías que en gran medida resaltan su reflexión filosófica. Vendría a suceder
como la luz que irradia el sol, como el olor que despide el perfume, como el frío
que se origina del hielo. A más lejanía del principio originario, menos luz, menos
aroma, menos frío. Cree no obstante que esto en nada altera su Unidad Simplicísi-
ma. “El uno es todas las cosas y no es, a la vez, ninguna de ellas. Porque es principio de to-
das las cosas, no es realmente todas las cosas. Y es, sin embargo, todas las cosas, porque to-
das ellas retornan hacia El”89.
Del Uno emana la Inteligencia (ŭς, menos perfecta que el Uno por más
que participe de su Belleza y de su misma Verdad. Al contemplarle se hace ella
consciente de sí misma, pero en vez de percibirlo en su máxima intuición lo descu-
bre según el propio prisma. Siendo similar a un duplicado, conlleva ya la mixtura
de la unidad y de la multiplicidad. Es una unidad múltiple 91. Operando de este
modo, adquiere en sí infinitas ideas ejemplares del universo, distintas, aunque
muy similares a las Ideas de Platón. Tiene una doble actividad: por un lado, con-
templa al Uno, y por otro, se contempla a sí misma. “La Inteligencia piensa sin nece-
sidad de búsqueda alguna, dado que posee en sí misma lo que piensa. Su felicidad no es algo
adquirido, puesto que en ella se dan ya eternamente todas las cosas y ella misma es la ver-
dadera eternidad, a la que imita el tiempo que rodea el alma y que abandona el pasado para
alcanzar el porvenir”92.
89
Ibid. V,2, 1.
90
Plotino: Enéada V, 2, 2.
91
Ibid. VI, 7, 14.
92
Ibid. V,1, 4.
67
Tiene también la Inteligencia una actividad creadora semejante a la del De-
miurgo platónico; de su dinamismo surge la tercera hipóstasis: el Alma del mundo
(ήuna especie de espíritu universal, semejante a la Inteligencia, aunque infe-
rior. Tiene también una actividad doble: por un lado mira al mundo superior y por
otro se detiene en el mundo inferior. Con el primero se relaciona directamente con
la Inteligencia y conoce sus Ideas, no por contemplación sino por imágenes, es de-
cir, por el raciocinio y los conceptos; con el segundo hace uso de su actividad crea-
dora comunicándose y multiplicándose en todos y cada uno de los seres del mun-
do material, hallándose toda en todos y toda en cada uno de ellos93. En consecuen-
cia, los seres del mundo no son sino el resultado de la unión de un elemento espiri-
tual y divino con la materia.
Pero, aun considerados estos tres principios inseparables entre sí, son distin-
tos y se distinguen realmente uno del otro. Bien es verdad que Plotino cuando ha-
bla de sus relaciones mutuas, lo hace de una forma oscura y en ocasiones incohe-
rente, por lo que nada tiene de extraño que existan muy diferentes opiniones a la
hora de interpretarlas.
93
Ibid. V, 1, 2; VI. 7,2.
94
Plotino: Enéada V, 5, 9.
95
Ibid. III, 6, 5.
68
to, de la limitación y la imperfección96. También es lo más opuesto al Uno, es su an-
títesis. Recordando a Platón, es la cárcel de las almas. Como pura indeterminación
al estar lo más alejado del Uno, es el auténtico origen de la imperfección y la fuente
de todo mal. Pero es necesaria como soporte de las formas, en este sentido es om-
nirreceptiva.
Desde este anhelo, es fácil comprender el alcance que da Plotino a las inicia-
tivas de la persona. Diríamos que se trata de una empresa cuya energía y esfuerzo
corresponde al propio individuo. El Uno se hace presente en toda realidad divina
y humana, pero la unión con él corresponde a la iniciativa personal de cada uno 98.
96
Ibid. IV, 7, 8; VI, 3, 2.
97
Ibid. II, 3, 9.
98
Plotino: Enéada VI, 9, 7.
69
Para él, este ascenso hacia la unión con lo divino comprende tres grados. El
primero es la ascesis, es decir, el ejercicio de renuncia de las cosas materiales y sen-
sibles - especialmente de la vista y del oído -99, porque las cosas que vemos y oímos
no son más que sombras de la Auténtica Realidad. El segundo grado es la contem-
plación de la verdad y de la belleza espiritual, prescindiendo incluso del mismo
lenguaje para llegar a la genuina intuición. Aunque esto no es el fin, pues la Inteli-
gencia, aun cuando llegue a contemplar las Ideas, por encima de éstas se encuentra
el Uno que sólo se llegará a él por el tercer grado que es el éxtasis. Un estado que es
privativo de las almas más puras, de tal modo que lo más espiritual de la persona
se sumerge en la Divinidad para anegarse y ser convertido en el mismo Uno, lite-
ralmente se diviniza. “El Uno, que no tiene diferencia, está siempre presente, y nosotros
estamos presentes a El desde el momento en que ya no tenemos ninguna diferencia”100.
Por eso, aun cuando en su visión unitaria del mundo consideremos que en
él culmina el esfuerzo teórico de casi diez siglos de racionalidad filosófica, no po-
demos menos de reconocer que se trata de una concepción en todo punto idealista.
En realidad, el Uno de Plotino, tal como viene expresado, sería más bien la tras-
cendencia lógica del concepto general del Ser, pero nunca la trascendencia ontoló-
gica que correspondería al Principio Supremo como causa real de cuanto existe.
99
Ibid. I, 1, 9; V, I, 12.
100
Ibid. VI, 9, 11.
70
SENTIDO RELIGIOSO EN LA ÉPOCA MEDIEVAL
Hoy se piensa que sólo la superación de estas dos actitudes y el contacto di-
recto con el ámbito medieval a través del examen histórico, nos permitirán una
71
apreciación más ajustada de lo que fue su más profunda realidad. En principio,
creemos que sería presuntuoso encasillar la historia de mil años en una sola y es-
pecífica denominación. En ese largo período, no todo fue copia ni todo innovación.
Acaso el intento de adaptar el pensamiento filosófico a las doctrinas religiosas sea
lo más característico de toda la Edad Media. Por eso, nuestro compromiso aquí es
escoger las figuras que más indagaron, no sólo en esta avenencia entre filosofía y fe
religiosa, sino las que más incidieron en la problemática de la existencia de Dios.
Previamente exponemos un sucinto esquema de lo que consideramos que fue el
desarrollo de la cultura medieval:
Por lo que respecta al naciente cristianismo, era en cierto modo natural que
se preguntara por el binomio “fe-filosofía”, ¿Podrían conjugarse ambos términos?
¿Tendrían sentido de forma separada? ¿Qué realidad era una y qué realidad era la
otra? En principio, y aparte del contexto, parece que las palabras de San Pablo in-
clinaban a pensar en la separación: “Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el
retórico de este mundo? ¿No hizo Dios necia la sabiduría de este mundo?101... En tanto
que en la Carta a los Romanos también es bastante explícito a la hora de reconocer
los derechos de la razón natural; se dice: “Lo que de Dios es cognoscible, ha sido mani-
fiesto en ellos (en los gentiles). Pues, si bien no se puede ver a Dios, podemos, sin embargo,
desde que él hizo el mundo, contemplarlo a través de sus obras y entender por ellas que él es
eterno, poderoso, y que es Dios”102. En realidad, S. Pablo, no predica una filosofía más,
sino una doctrina nueva de salvación por medio de un Cristo crucificado. Por eso,
aún cuando algunas expresiones parezcan enunciar una abierta oposición a cual-
quier acomodo con la filosofía, con su conducta y ejemplo abre caminos de buena
avenencia, pues en la misma Epístola a los Romanos llega a afirmar que los genti-
les son responsables si no guardan la ley moral natural impresa por Dios en sus co-
razones103.
Más fluctuación se deja sentir en los primeros escritores cristianos. Una fue
la actitud negativa, como la de S. Justino que en un principio se siente insatisfecho
con las antiguas escuelas filosóficas. Para él los pitagóricos son demasiado teóricos;
los platónicos exageradamente atrevidos y a los peripatéticos les preocupan en
demasía los honorarios; tan sólo en la doctrina cristiana la verdad se hace realidad.
Por su parte, Minucio Félix ve en Sócrates un charlatán, aunque fue Tertuliano
quien más incidió en separar el cristianismo de las concepciones filosóficas. Llegó a
considerar a Platón el padre de todas las herejías.
Sin embargo, pronto se empezó a ver la expresión filosófica como forma posi-
tiva a la hora de manifestar las propias creencias, incluso al mismo S. Justino se le
calificó como filósofo. Llega a presentar su conversión al cristianismo por haber ha-
101
S. Pablo: 1 Cor 1, 20.
102
Ibid. Rom 1, 19-20.
103
Ibid. 2, 14-15.
72
llado una forma de filosofía superior a cuantas hasta entonces había conocido.
Como a S. Justino, les ocurrió a otros apologetas, fueron los casos, entre otros, de
Arístides, Atenágoras o al propio Lactancio; incluso algunos llegaron a adoptar el
ropaje y la forma dialéctica de los antiguos, como fue el uso del manto de filósofo y
la forma de enseñar como orador ambulante.
Familiarizado Clemente no menos con los escritores griegos que con los cris-
tianos, va a procurar dar a las enseñanzas cristianas una base filosófica y científica.
Por eso que incida en la posible relación entre la fe y el saber natural: la filosofía –
dice -, fue un don de la providencia con el que debían prepararse los griegos para
recibir a Cristo de un modo parecido a como lo hicieron los judíos con el Antiguo
Testamento. Pensaba que se debía buscar una conciliación entre fe y filosofía aun
cuando el mensaje cristiano estaba por encima de toda sistematización filosófica.
“Somos enseñados por Dios los que aprendemos las letras sagradas del Hijo de Dios”104.
104
Clemente de Alejandría: Stromata, I 20,816.
105
Ibid. Oratio paneg. In Orig.: PG, 10, 1049-1104; cf. PG 11, 88-89. Cita tomada de Historia de la Filosofía.
G. Fraile, II pág. 145.
73
Una tercera etapa lo constituye la Escuela de Cesarea de Capadocia, irra-
diando con propia luz por el Oriente. En el siglo IV su proyección dio lugar a dis-
tintos centros importantes de la enseñanza cristiana. Su aptitud en conjugar la fe
con la filosofía fue en la mayoría de los casos bastante positiva. Entre los numero-
sos representantes, destacan S. Gregorio de Nacianzo, S. Basilio y S. Gregorio de
Nisa.
Por su parte, S. Gregorio de Nisa, que fue hermano menor de S. Basilio, nos
ofrece un memorándum no menos filosófico que teológico, influenciado en parte por
Orígenes. De temperamento especulativo, tomó parte destacada en los concilios de
Antioquía y Constantinopla (381). Aunque en ocasiones parece rebajar un tanto la
razón humana; admite, teórica y prácticamente la posibilidad de la ciencia, por lo
que, nuestra mente, ayudada por la experiencia, puede llegar a conocer la ver-
dad107.
106
S. Basilio: Hom. 6, PG 29, 118.
107
S. Gregoria de Nisa: De hom. orificio, 10, 13, 73.
108
Ibid. 44, 8-10.
74
divinidad en Cristo. Para S. Gregorio de Nisa todos los cuerpos resucitados serán
semejantes al del primer hombre antes de caer en desobediencia, incluso parece
que llegó a manifestar que todos los espíritus - también los demonios -, llegarán
con el tiempo a una purificación que les permitirá reintegrarse a lo que fueron en el
inicio, de tal modo que Dios reinará en todos y para siempre.
109
Dionisio Areopagita: De div. Nom., cc. 1-2.
110
Ibid., c. 7, 3.
75
nuestro principio en el ser y en el existir; una concepción que deriva lógicamente
de la mística neoplatónica, aunque evitando caer en el emanatismo monista del sis-
tema; porque, si es verdad que los católicos orientales albergaron en principio cier-
tas reservas al Corpus dionysianum o areopagiticum, lo cierto es que su influencia
pronto se dejó sentir, no solo en Oriente, sino también en el Mundo Occidental. De
una u otra forma, los textos de este misterioso personaje, en lo relativo a Dios y sus
atributos, en el problema del mal o en la relación de la criatura con su creador fue-
ron siempre referencia casi obligada de cuantos forman el cuadro de filósofos y
teólogos de todo el Medievo.
76
ca. Mencionaríamos que ya antes de estas últimas eventualidades había manifesta-
do sus dudas acerca del dualismo maniqueo; vacilaciones que se intensificaron en
los coloquios habidos en las nuevas residencias. De hecho, fue en Milán donde
manifestó sus primeras inclinaciones hacia el cristianismo, en parte por la influen-
cia de los sermones de San Ambrosio. Sin embargo, la lectura de varios textos plo-
tinianos en la versión latina de Mario Cayo Victoriano perturbó un tanto sus inci-
pientes atractivos. Bien es verdad que fue dicho neoplatonismo el que le conduciría
hacia las enseñanzas cristianas. Con todo, la conversión fundamentalmente fue de-
bida al serio examen de los Evangelios y de San Pablo. El bautismo lo recibió junto
a su hijo Adeodato y otros compañeros en el año 387, en Milán y de manos de S.
Ambrosio.
OBRAS
77
la más famosa, narra su vida, su formación y evolución interior. De trinitate, estu-
dio sobre la Trinidad ayudándose de la introspección. De civitate Dei, obra maestra
de S. Agustín, en 22 libros, ofreciéndonos una síntesis de su pensamiento filosófi-
co, teológico y político al reflexionar sobre la caída de Roma bajo los visigodos en
el año 410.
DOCTRINA
FUENTES DE LA VERDAD
Aun sin haber elaborado una teoría completa del conocimiento, S. Agustín
no olvida el problema, procurando garantizar las condiciones que establecerían el
alcance y el valor de la verdad. Frente al escepticismo de la Academia Nueva - con
cuyas tesis en principio había simpatizado -, él muestra su réplica probando el al-
cance de la verdad mediante la prueba de su propia existencia. Considera que hay
varios tipos de conocimiento, cuyos principios fundantes son las verdaderas fuen-
tes que pueden ayudarnos al conocimiento de la verdad. Uno es el conocer sensitivo,
el cual, como su nombre indica, es el que proviene de la experiencia sensible; el
otro es el conocimiento racional, cuyo alcance podrá ser inferior o superior. El sensiti-
vo es el grado “más bajo” de todo conocimiento y sólo genera opinión, dado que
112
S. Agustín: De Trinitate, X, 10.
78
trata sobre lo eventual y mudable. El conocimiento racional, en su grado inferior, se
dirige al conocimiento de lo que hay de universal y necesario en la realidad tempo-
ral; sería el conocimiento propiamente científico, como el que descubrimos en las
matemáticas. Depende del alma, pero se produce por el contacto con la realidad
sensible, siendo ésta la ocasión para que se originen los conocimientos universales.
Ahora bien, dada su insondable distancia con el mundo que nos rodea,
¿cómo podremos nosotros alcanzar el conocimiento de las mismas? Y responde:
“dada la lejanía con lo sensible, las ideas sólo se pueden conocer mediante una especial ilu-
minación que Dios otorga a nuestra alma”. En consecuencia, el verdadero conocimien-
to que puede alcanzar la actividad superior de la razón humana dependerá, en úl-
tima instancia, de la Iluminación Divina.
113
De Trinitate, XVI, 15.
79
garse. Llegará a decir que la fe es un modo de pensar asistiendo, es decir, que si no
existiese el pensamiento, no existiría la fe. De alguna manera, la inteligencia es la
recompensa de la fe. Por tanto, se trataría de una postura media entre el fideísmo y
el racionalismo, de tal modo que a los racionalistas podría argüirles: Crede ut inte-
lligas (cree para entender), y a los fideístas: Intellige ut credas (entiende para creer).
En el fondo, quería mostrar que la fe, además de ser accesible a toda persona, po-
día al mismo tiempo ser demostrable por su capacidad especulativa. De ahí su fas-
cinación por las cosas humanas y divinas, y que no tuviera tampoco reparo en
confesar sobre las dos realidades que acaparaban su interés: el alma y Dios (Sol., I,
2).
EL ALMA
80
Sin embargo, en este análisis, la dificultad surge al plantearse el problema
de su origen, reconociendo que no acierta a resolverlo. ¿Cómo fueron creadas las
almas? ¿Las creó separadamente y de forma individual? ¿Acaso en forma de ger-
men en Adán dejando que fuesen transmitidas por los padres? En la obra De libero
arbitrio llega a proponer cuatro hipótesis sin que se decida por ninguna. Sí llega a
declarar que no tiene inconveniente en aceptar la propuesta de la creación especial
de Dios en cada caso en particular. Considera asimismo que el alma es inmortal,
como son inmortales las verdades perennes y necesarias que capta en su interior.
De hecho S. Agustín se apoya en el alma como entidad íntima y espiritual para
buscar lo que él considera su base y fundamento, es decir, la realidad del mismo
Dios. Llega a Él desde la intimidad personal.
DIOS
Los caminos abiertos por S. Agustín para conducir a los hombres a Dios son,
además de indicativos, numerosos. Sin ser análisis sistemáticos en el sentido rigu-
roso de los cánones de la estricta investigación, son no obstante verdaderos argu-
mentos intercalados con las aspiraciones de una profunda religiosidad, dando la
impresión de estar dirigidos a los fieles ya creyentes que buscan la justificación de
su fe. Por eso, a pesar de su formalidad metafísica, no son rigurosamente pruebas
de la existencia de Dios en cuanto al método y el rigor sistemático, pero sí auténti-
cas sendas que conducen a la Divinidad.
Como rutas fiables para dicha ascensión, tres son los indicadores que mejor
orientan el camino: el que arranca del mundo, el que parte del hombre, y el que se
afianza en las verdades eternas, vía esta última típicamente agustiniana.
81
por el influjo de la misma Divinidad. Es el espíritu del hombre el que mejor refleja
la realidad de Dios. “No busques fuera, vuélvete hacia ti mismo. En el interior del hom-
bre habita la verdad y si hallas que también tu propia naturaleza es mudable, trasciéndete a
ti mismo”115. Podemos ir de lo múltiple a lo uno, de lo mudable a lo inmutable, de
las verdades parciales a la Verdad eterna y absoluta. Además, como perennes que
son, no pueden estar en las cosas cambiantes y volubles, sino en algo eterno, in-
condicional. El todo, en cuanto que es siempre mayor que la parte, debe descansar
en un principio eterno, como es eterna su verdad. Por lo tanto, la idea de justicia,
de bien y de verdad que rigen nuestra vida, no puede provenir, según S. Agustín,
de nuestra única capacidad reflexiva, sino que se asienta en algo más firme y con-
sistente, es decir, en la acción de Dios. Pues, siendo Él principio de todo ser, lo es
igualmente de todo conocimiento y de todo pensar116.
115
Ibid. De vera religione 39.
116
Ibid. Confesiones, VII, 10, 11; De libero arbitrio II 3-14.
117
Ibid. De Trinitate, V, 1, 2.
82
Pero, ¿cuál será el camino para que nosotros cumplamos ese anhelo? No
otro que ejercitando la virtud como testimonio seguro de lo que se ama y se desea.
Pues, conociendo él las Sagradas Escrituras, donde el mismo Dios se revela como
amor, comprende que no habrá fórmula más perfecta que amando lo que Él ha
amado primero. Por delante siempre estará su espíritu y su fuerza alentadora; es
un don que nos ayudará a amar a los seres y las cosas con el mismo amor que se
nos ha dado. De ahí que el punto central de la ética agustiniana esté condensada en
su famoso imperativo: “Ama y haz lo que quieras”; más que el simple conocer, lo que
S. Agustín pretendió fue poseer y amar la verdad.
Gran atención prestó también a las cuestiones relativas al problema del mal
y de la libertad. Los maniqueos le cuestionaban el hecho de que si el pecado no
procedía de un principio o sustancia mala, ¿de dónde podía provenir? Además, si
el origen estaba en el hombre, ¿Quién le creó? Suponiendo que todas las personas
venimos de Dios, el mal – según ellos -, debería provenir de quien nos formó así.
Frente a estas interpelaciones, S. Agustín tratará de descubrir su error argumen-
tando que la grandeza divina nunca podrá mezclarse con la imperfección del pe-
cado y del mal. Les prueba que Dios creó todas las cosas de la nada, pero no de sí
mismo. A Evodio que le pregunta si Dios puede ser el autor del mal, le contesta: te
lo diré si antes me dices tú a qué mal te refieres.
En efecto, S. Agustín distingue entre dos tipos de mal; uno cuando decimos
que alguien ha obrado siniestramente, y el otro, cuando expresamos el mal que
hemos sufrido. El primero es el mal que ha cometido el hombre, del cual es la per-
sona quien se hace responsable, en tanto que el que se padece es consecuencia del
alejamiento de la ley eterna. S. Agustín no puede admitir que Dios sea el autor del
mal, ni de un poder que sea capaz de socavar su soberanía. Pero, dado que el mal
existe, éste debe explicarse de otro modo donde, sin depender del Ser Divino, tam-
poco tenga su origen en otro principio que pueda enfrentarse al poder de Dios.
Más que una substancia, es desvío, alejamiento del Ser Supremo, de la ley eterna y
de la verdadera realidad. Llega a decir también que el mal es producto de una ma-
la acción que privilegia los bienes inferiores respecto de los superiores. Por eso,
más que ser el resultado de una lucha entre dos fuerzas, como dirían los mani-
queos, es la consecuencia de una elección hecha por la voluntad. Claro que este li-
bre albedrío de la persona lo considera también impotente para elegir lo bueno, se
requiere un auxilio de lo Alto. Diríamos que la ley eterna, en cuanto impresa en la
mente humana y promulgada por la conciencia, es la ley natural que, según S.
Agustín puede oscurecerse por las desviaciones humanas, justificando al mismo
tiempo las leyes positivas como complemento de esa ley natural.
Tal vez esta confianza en Dios venga favorecida por la propia experiencia al
considerarse un hombre con defectos y debilidades. Palpó que el don divino lo era
83
todo para la persona que aspira al bien y a la felicidad. Significativas son las pala-
bras que nos revela en sus Confesiones: “¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan
nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, de-
forme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste”.
84
también de traición. Todo ello, amén de su catolicismo y su amistad con el papa
Juan I que simpatizaba más con el Emperador oriental que con Teodorico. Fig. 25.
Asumida esta actitud filosófica, nada tiene de particular que se haya afir-
mado de Boecio que es el “último de los romanos y el primero de la Escolástica”.
Refiriéndose a sus traducciones y comentarios, Gilson llega a decir que es “el profe-
sor de Lógica de la Edad Media hasta el momento en que, en el siglo XIII, fue traducido al
latín y comentado directamente el Organon completo de Aristóteles”. Gran mérito suyo
fue sobre todo el habernos transmitido conceptos fundamentales de la lógica y la
metafísica aristotélica, así como otros específicos de Platón, también de la Escuela
Estoica, haciendo el esfuerzo de traducirlos del griego al latín, con la pronta
85
aquiescencia de la filosofía medieval que los acuñó como indicadores idóneos para
la propia expresividad.
DIOS Y EL SER
Pero esta idea de perfección y de bien que de forma eminente sólo se en-
cuentra en Dios, hace que sea participada por otros seres, concretamente por el ser
individual. En este sentido, las formas universales, lejos de abstraerse de la reali-
dad concreta (pensamiento aristotélico), sucede lo contrario: nuestro espíritu, me-
diante el encuentro de lo particular, despierta el recuerdo de las formas apriorísti-
cas que anidan en nosotros (platonismo). Bien es cierto que a la hora de ofrecer el
alcance de su valor objetivo, llega también a decir que por ser algo de nuestra men-
te nunca lo podremos identificar con lo real. Al fin y al cabo, sería una más de otras
tantas oportunidades para intentar la conciliación de ambos autores.
118
Intelectible: término acuñado por Boecio para designas las realidades que trascienden a la materia y que
son objeto de conocimiento.
119
Boecio: De Trinitate, II (Migne P L 64, 1250).
86
to coinciden, a saber, en la elección del fin, que no es otro sino el sumo bien” 120. Por consi-
guiente, la felicidad que todos buscamos, sólo en Dios la podemos encontrar. De
ahí que el estudio e indagación de la realidad Divina sea el problema capital de to-
da su obra. Claro que, aun cuando se adjudique esquemas de Platón, de Aristóteles
y de Plotino como autores de su preferencia, Boecio incide sobre todo en un Dios
personal. Para el hombre que busca, la Realidad Divina lo es todo, es el Absoluto
que colma toda su aspiración, porque, si en Platón la idea de “Bien” era ya reali-
dad, en Boecio con la idea de Dios se encuentra toda la realidad. Por eso que sea
desde siempre y por sí mimo “el Ser” y el fundamento de cualquier otro ser. Inclu-
so va más adelante. Considera que todo ser es por la forma: una estatua, por ejem-
plo, es lo que es por su forma, no por otra realidad como sería la materia. En ese
sentido, Dios es forma absoluta, es pura forma sin materia, es incondicionalmente
perfección.
120
Boecio: Consolación de la Filosofía, III, M. 1, 20.
121
Ibid. M. 9, P. 3-4.
122
Ibid. IV, 6.
87
dad y de la razón. La experiencia de los desprecios sufridos en la cárcel fue igual-
mente la ocasión para sus hondas reflexiones sobre el problema del mal. Ante las
injusticias que se cometen, llega a preguntarse: ¿Por qué se da el mal y quedan tan-
tas veces los insolentes sin castigo? ¿Por qué no es recompensada la virtud, sino
que se la difama y humilla existiendo un Dios justo? En las respuestas - aunque
con un tinte estoico -, quiere poner de manifiesto a todas luces la Providencia Divi-
na. Considera que el poder de los malos es sólo aparente. La virtud de los que lo
sufren es más fuerte, pues cualquier acontecer dentro de la serie causal en la natu-
raleza está ordenado por el poder divino. “De hecho, nada hay que tenga por fin el
mal, ni aun el mismo proceder de los malvados; pues, como ya hemos demostrado amplia-
mente, es el error el que los ciega y desvía en su búsqueda del bien; mucho menos se podrá
pensar que el orden, que dimana del quicio universal que es el bien supremo, se desvíe ja-
más de su principio”123.
123
Ibid. IV, M, 5. P. 22.
88
ESCOTO ERÍGENA, JUAN (h. 810 - 877)
89
De sus últimos años, nada se sabe, pues, aunque se haya transmitido que re-
tornó a Inglaterra muriendo asesinado por los alumnos con sus utensilios de escri-
bir, no parece tener fundamento dicha observación; lo más probable es que murie-
se en París. Fig. 26
LA RAZÓN Y LA FE
124
Escoto Erígena: De divisione naturae, I, 513B-C.
90
poner sus creencias, es decir, una filosofía acorde para explicar las enseñanzas de
la verdad revelada. Pensemos que su fe de creyente era la auténtica representación
de todo su ensayo ideológico. Por eso, más que plantearse el problema de la ar-
monía entre revelación y filosofía, él se fija en sus relaciones mutuas. La idoneidad
de la razón será siempre penetrar, indagar en lo posible, las verdades admitidas
por la fe.
NATURALEZA Y DIOS
En virtud de ello, va a establecer una gran división entre “las cosas que
son”, y aquellas “que son y no son” porque todavía no tienen realidad.
1) Cosas que son. El ser, como naturaleza dinámica. Nos ofrece cuatro mo-
dalidades o etapas distintas de realizarse:
91
superbueno. Solamente lo que aplicamos a Dios por negación, lo designa-
mos con propiedad. “En efecto, todo lo que se entiende y se siente, no es más que
la aparición del que no puede aparecer, la manifestación del que está oculto, la com-
prensión del incomprensible, la expresión del inefable, el acceso del inaccesible, la in-
teligencia del ininteligible, el cuerpo del incorporal, la esencia superesencial, la for-
ma del informe, la medida del inmensurable, el número del no numerable, el peso del
ingrávido, la masa del espiritual, la visibilidad del invisible, la localización del que
no tiene lugar, la temporalidad del intemporal, la delimitación del infinito, la cir-
cunscripción del incircunscripto, y todas las demás cosas que son pensadas y perci-
bidas por el entendimiento, pero que no pueden ser apresadas en los estrechos límites
de la memoria y escapan a la mirada de la mente”126.
Pese a todo, aun estando eternamente en el ser divino y por lo tanto sin mul-
tiplicidad alguna, pueden considerarse como múltiples en cuanto a los efec-
tos, es decir, en cuanto que son los modelos ejemplares de todas las cosas.
126
Ibid. III, 632D.
127
Ibid. II, 21: 561BC.
128
Gén: I, 2.
92
píritu de Dios quien todo lo informa y fecunda haciendo salir las Ideas de sí
mismas para formar los seres del mundo inferior129.
Ni que decir tiene que, a la hora de cotejar estas ideas, debemos reconocer que,
en medio de las deficiencias y equívocos doctrinales, presenta ya un esbozo de lo
que será siglos más tarde la doctrina medieval. La línea primera la irá rellenando la
fe en la autoridad de Dios por medio de su palabra revelada, aunque añadiendo la
filosofía como capacidad intelectiva que ayudará a la comprensión de la verdad. La
129
Escoto Erígena: De divisione naturae, II 19: 554B.
130
Escoto Erígena: De divisione naturae, II, 24, 579A.
93
raíz y el fundamento es el mismo. Claro que las fuentes de que se sirve Escoto son
más bien pobres: algo de artes liberales, como la dialéctica y una fragmentaria filo-
sofía que toma del Pseudo-Dionisio, de Máximo Confesor y de S. Gregorio de Nisa.
Tal deficiencia le lleva a caer en bastantes imprecisiones, como las supuestas Ideas
intemporales, pero que a la vez crean.
Oriundo de Aosta, ciudad del Piamonte (Italia), Anselmo nace hacia el 1033 de
una noble familia longobarda. En torno a los quince años muestra ya inquietudes
religiosas, atrayéndole la vida monacal benedictina. Al parecer, las desavenencias
con el padre hicieron que a los 24 años abandonara su tierra natal en busca de una
profesión estable. Peregrinó por la vecina Francia, recorriendo Borgoña y las regio-
nes del norte, pasando a Normandía, dominada entonces por los ingleses y donde
florecían distintos monasterios benedictinos. Conociendo la gran fama que tenía un
compatriota suyo, Lanfranco de Pavía, que enseñaba en la abadía de Bec, allá se di-
rigió con el propósito de abrazar la regla monacal. Después de varios encuentros,
sus inquietudes se vieron cumplidas. Contaba con 27 años cuando ingresó en el
monasterio. En sus aulas estudió el clásico “trivium” bajo la dirección de Lanfranco,
a quien sucedió en el cargo y, en el año 1093, como arzobispo de Canterbury.
94
Los que más importancia tuvieron para la filosofía – escritos breves todos ellos –
son el Monologion y el Proslogion, también el Contra Gaunilonem, que había impug-
nado sus argumentos; De Grammatico; De veritate; De libero arbitrio; Cur Deus Homo,
etc. Intentaremos exponer el resumen de las dos obras que mejor definen su pen-
samiento.
Si se reducen a una, tal causa sería el principio del universo, que llamaríamos
Dios. Si, por el contrario, existen por sí mismas, por lo menos tienen esta facul-
tad que las hace que sean existentes; bien es cierto que entonces esta facultad
sería el principio de que existan y, como tal, sólo existe una causa y no varias.
En tercer lugar, si se producen unas a otras, llegaríamos a la contradicción de
que una cosa recibe el ser de aquella que previamente le había originado el su-
131
Anselmo de Canterbury: Monologion, 1-78.
95
yo. Queda pues demostrado que había una única Causa que existe por sí mis-
ma, a la que llamamos Dios.
Todo ser humano tiene la idea de un ser superior (sumo), que no puede pensar-
se otro mayor (id quo maius cogitari non potest). Pero si este ser existiera sólo en la
mente, no sería el mayor ser que pudiéramos pensar, porque podría pensarse otro
superior, que existiera, no sólo en la mente, sino también en la realidad. Por lo tan-
to, la idea del ser sumo exige que exista, no sólo en la mente, sino también en la
realidad.
2.1"Así, pues, ¡oh Señor!, Tú que das inteligencia a la fe, concédeme, cuanto conozcas que
me sea conveniente, entender que existes, como lo creemos, y que eres lo que creemos. Cier-
tamente creemos que Tú eres algo mayor que lo cual nada puede ser pensado.
2.2 Se trata de saber si existe una naturaleza que sea tal, porque el insensato ha dicho en su
corazón: no hay Dios.
96
2.3 Pero cuando me oye decir que hay algo por encima de lo cual no se puede pen-
sar nada mayor, este mismo insensato entiende lo que digo; lo que entiende está en
su entendimiento, incluso aunque no crea que aquello existe.
2.4 Porque una cosa es que la cosa exista en el entendimiento, y otra que entienda
que la cosa existe. Porque cuando el pintor piensa de antemano el cuadro que va a
hacer, lo tiene ciertamente en su entendimiento, pero no entiende todavía que exis-
ta lo que todavía no ha realizado. Cuando, por el contrario, lo tiene pintado, no so-
lamente lo tiene en el entendimiento sino que entiende también que existe lo que
ha hecho. El insensato tiene que conceder que tiene en el entendimiento algo por
encima de lo cual no se puede pensar nada mayor, porque cuando oye esto, lo en-
tiende, y todo lo que se entiende existe en el entendimiento.
2.5 Y ciertamente aquello mayor que lo cual nada puede ser pensado, no puede
existir sólo en el entendimiento. Pues si existe, aunque sólo sea también en el en-
tendimiento, puede pensarse que exista también en la realidad, lo cual es mayor.
Por consiguiente, si aquello mayor que lo cual nada puede pensarse existiese sólo
en el entendimiento, se podría pensar algo mayor que aquello que es tal que no
puede pensarse nada mayor.
2.6. Luego existe sin duda, en el entendimiento y en la realidad, algo mayor que lo
cual nada puede ser pensado132."
132
Anselmo de Canterbury: Proslogion,, CLVIII, col. 223-228.
97
su prueba es tan sólo una explicación de la fe que él ya posee. De hecho, no es in-
frecuente en sus análisis recurrir a la fe para presentar su concepto de Dios.
Las objeciones han sido muy variadas. Santo Tomás, por ejemplo, llega a decir
que “ni el católico ni el pagano conocen la naturaleza de Dios tal cual…, la conocemos por
los conceptos de causalidad, excelencia y remoción”133. El término que usamos para re-
ferirnos a Dios no es unívoco entre el creyente y el no creyente, como parece des-
prenderse del argumento anselmiano, ni tampoco equívoco, sino análogo. Atesti-
gua por ello que: “Únicamente poseemos un conocimiento verdadero de Dios, cuando
creemos que su ser está sobre todo lo que podemos pensar de El, ya que la substancia divina
trasciende el conocimiento natural del hombre”134.
133
Santo Tomás: Summa Teologiae, I,q. 13,a. 10, ad. 5.
134
Ibid. Summa contra Gentiles, I, c. 5.
98
nocido hasta entonces, tendrá, merced sobre todo al colegio de traductores de Bag-
dad, una fundamental incidencia en desarrollo de la escolástica. Por todo ello, he-
mos creído oportuno exponer seguidamente el pensamiento filosófico-teológico de
las principales personalidades del mundo árabe y judío que convergen, de una u
otra forma, en esta época.
Abu Nasr Muhammad Al-Farabi, nace el año 870 en la región de Farah, (de ahí
su nombre), en el Turquestán persa. Hijo de una noble familia, se traslada, joven
aún, a la ciudad de Bagdad. Estudia filosofía, matemáticas, música, ciencias y me-
dicina, donde escuchó las lecciones del médico cristiano Yuhanna bn Haylan. Fue
condiscípulo del también cristiano Abu Bisr Matta. Vive después en Alepo y Da-
masco (Siria), gozando de la protección del emir con aureola de ser eminente filó-
sofo y científico. Muere en esta ciudad en diciembre del año 950.
99
DIOS, COMO UNIDAD ABSOLUTA
1) Todo ser recibe su existencia de otro por medio de una cadena de seres
que tienen que terminar en un Ser Primero (base y fuente de cualquier
otro ser).
2) Todo lo que comienza es contingente y por lo mismo está exigiendo la
existencia del único Ser Necesario.
3) Los seres posibles que existen en potencia se actualizan en último tér-
mino por el ser que es Acto Puro.
4) Todo efecto que se opera en algo y no existe por su propia naturaleza tie-
ne que proceder de una causa extrínseca que, en el origen, deberá ser
Dios.
Partiendo del Uno divino, Al-Farabi va a desarrollar lo que supone que es el Ser
Necesario. Subraya sobre todo la trascendencia de Dios. Más que esencia – dice -,
es una superesencia. En Él se identifican esencia y existencia. “Sólo adquiere la exis-
tencia cuando se manifiesta”. El ser de Dios es propio suyo y distinto de todas las
demás existencias. Él no tiene contrario. Es simple porque no tiene ni género ni di-
ferencias, es inefable e indefinible. Pese a todo, no quita para que se le puedan
aplicar los noventa y nueve títulos coránicos; pero sólo en cuanto que expresan las
relaciones de las criaturas para con Él. Decir que es Clemente, Misericordioso, Rey,
el Conductor o el Paciente, no es sino el intento humano de ofrecer a Dios lo que de
modo imperfecto hallamos en el mundo. Decimos igualmente de Él que es el Ser
Primero, el Primer Intelecto; también, en consonancia con Aristóteles, el Primer
Motor; Él mueve inteligentemente el universo, crea, por emanación, los seres y las
cosas.
100
“Hemos admitido, por lo que respecta a las cosas existentes, una esencia y una existen-
cia distintas. Si la esencia del hombre implicara su existencia, el concepto de su esencia se-
ría el mismo que de su existencia, y bastaría saber lo que es el hombre para saber que el
hombre existe…Pero no ocurre así de ninguna manera, y dudamos de la existencia de las
cosas, hasta que tenemos una percepción directa de ellas por los sentidos, o indirecta en vir-
tud de una prueba. Por tanto, la existencia no es un carácter constitutivo, sino solamente
un accidente accesorio”.
Esta distinción radical entre los seres contingentes, poseyendo una esencia dis-
tinta de su existencia, y el Ser necesario, que existe por su misma esencia, no lo
anuncia Al-Farabi como algo original, sino como una consecuencia de lo que es lo
incausado (Dios), y todos los demás seres que comportan por naturaleza una cau-
sa. Uno es acto puro, y todos lo demás, actos que previamente fueron potenciali-
dades, como así él lo manifiesta al iniciar el tratado Gemas de la Sabiduría.
101
a) En primer lugar, al percibirse a sí misma y contemplar al Uno del que
procede, hace que emane una segunda inteligencia separada.
b) También, considerándose emanada de Dios, hace que, por esta misma
contemplación, se siga el alma motora del primer cielo.
c) De igual modo, al percibirse independiente del principio del cual emana,
se desprende el cuerpo del primer cielo.
Respecto a esta acción personal, nos dice que siendo el hombre inteligente
en potencia, únicamente pasa al acto por la iluminación del intelecto agente, lla-
mado también Ángel Gabriel (agente). En todo caso, las consecuencias de esta con-
cepción son muy importantes para Al-Farabi. Por esa irradiación llega hasta expli-
car la unión mística y la profecía. Siendo el intelecto agente común para toda la
humanidad al modo de un “consciente colectivo”, el filósofo se une a él por un
proceso intelectual, en tanto que los profetas por la imaginación, inclusive en sue-
ños. Hablando también de la felicidad que puede conseguir el hombre, llega a de-
cir que todo depende de la unión con dicho intelecto, es decir, de su emisión angé-
lica. Indica asimismo que el alma es simple, incorpórea y espiritual, por lo tanto
sobrevive a la separación del cuerpo, aunque rechaza la preexistencia y la transmi-
gración platónica. En atención a su conducta moral en la tierra, recibirá su premio
o su castigo.
102
entender su dirección neoplatónica hablando, por una parte, del Uno como Entidad
Absoluta y, por otra, poniendo de relieve unas emanaciones, como son las diez In-
teligencias independientes y separadas. Por eso, nada tiene de extraño que algunos
lo hayan calificado de panteísta, incluso de teoría contradictoria si se atiende a su
monoteísmo religioso. Concretamente Agacel, profesando la misma religión, le va
a criticar duramente por su racionalismo filosófico-religioso. Sin embargo, y pese a
la oposición de sectores en extremo exigentes, la Historia de la Filosofía le reconoce
ser uno de los primeros que abrieron el camino que no mucho más tarde seguirían
otros de su misma fe, como Avicena y Averroes.
103
Sin embargo, a la muerte del príncipe Shams, las ambiciones políticas le
condujeron a la cárcel. Consiguió evadirse disfrazado de derviche. Se refugia en-
tonces en Ispahán, donde el emir le dispensó un cálido recibimiento. En el año
1030, durante una invasión a la ciudad, su casa se vio saqueada y la gran enciclo-
pedia que había redactado prácticamente desapareció, tan sólo pudieron conser-
varse algunos fragmentos. Finalmente, tras una expedición a Hamadán (Irán), Avi-
cena sufre una fuerte dolencia intestinal que procuró curarse él mismo; el remedio
fue fatal. Murió en el 1037, a los cincuenta y siete años. Fig. 29.
Su copiosa obra queda reflejada en más de 200 títulos sobre las más diver-
sas materias. El P. Anawati llega a incluir 276, si bien algunos bastante dudosos.
Después de los escritos ya citados, mencionaremos también los siguientes: Libro de
los teoremas y de los avisos para lógica y sabiduría; La ciencia oriental; Las fuentes de la sa-
biduría; División de las ciencias intelectuales; Compendio de las definiciones; Tratado sobre
el alma; Tratado sobre la liberación del temor a la muerte; Sobre el pájaro (obra mística);
Sobre la oración.
ORIENTACIÓN IDEOLÓGICA
104
DIOS, COMO EL SER NECESARIO
El ser necesario puede ser necesario por sí o no por sí. Respecto del que es necesario
por sí, aquel que es por razón de su propia esencia, no por razón de otra cosa, sea cual fuere
ésta, la contradicción está implicada si se supone su no existencia. En cuanto al ser que es
necesario, pero no por sí, es aquel que se convierte en necesario si se le establece algo que no
es él, como por ejemplo cuatro es un ser necesario no por sí, sino cuando se supone dos más
dos; la combustión es un ser necesario no por sí, sino cuando se supone el concurso de la po-
tencia agente por naturaleza y la potencia paciente por naturaleza, esto es, el que quema y
lo quemado.
No es posible que una y la misma cosa sea necesaria por sí y por otro a la vez. Pues
si se suprime este otro o si no se considera su ser, no podrá permanecer la necesidad de su
ser en su disposición, pues la necesidad de su ser no será por otro, o no permanecerá la ne-
cesidad de su ser, pues no es un ser necesario por sí. Todo lo que es necesario por otro es po-
105
sible por sí, porque la necesidad de lo que es necesario por otro se sigue de una cierta rela-
ción y conexión”135.
Como tal análisis, quedan perfectamente separados Dios y las criaturas. Ha-
blando de la Esencia Divina, nos dice que es impenetrable, una, autodeterminante,
simple. Es también creador. Para Avicena, su acto de crear es idéntico al de conocer
su propia esencia, por consiguiente, ello implica que la creación sea eterna. Reafir-
ma no obstante que cualquier atributo que le apliquemos tendrá un sentido negati-
vo más que positivo. Si decimos que es Uno es porque carece de partes. Perfecto,
porque nada le puede faltar. Simple, porque no se halla en Él composición alguna.
Necesario, por quedar excluido de toda causa.
Pues bien, a partir de esta Inteligencia inmaterial, que conoce a Dios como
distinta de sí, se van a irradiar los seres en forma de tríadas. Por el hecho de cono-
cer al Uno, produce una segunda Inteligencia; al conocer su propia esencia - nece-
saria y a la vez posible -, produce el Alma motora de la esfera más lejana que rodea
a todo el universo; al conocerse también como contingente en cuanto que procede
del Uno, produce el cuerpo o materia (éter). Los ciclos se van repitiendo, prolon-
gándose en fases creativas hasta la novena Inteligencia con el alma, el cuerpo y la
esfera de la luna que es la última de las esferas. Decir también que Avicena identi-
fica las Inteligencias y las almas celestes con los ángeles, formando distintas cate-
gorías.
135
Avicena: La Salvación, Metafísica, citado por Ramón Guerrero, R. en Avicena.
106
Para él la manifestación de lo múltiple comienza con la primera Inteligencia
querubínica. Pero de sus tres actos de intelección resultan otras tantas hipóstasis
que darán lugar a una segunda Inteligencia o Arcángel del mismo orden. En suma:
Arcángel, Alma celeste y Cielo son las tres hipóstasis del ciclo anteriormente ema-
nado. Con la segunda Inteligencia, o Arcángel, el proceso es análogo, llegando así a
la novena Inteligencia que genera una décima Inteligencia, un alma y el llamado
cielo de la luna, aunque sin energía ya para generar otra tríada hipostática. No obs-
tante, esta última Inteligencia, aunque debilitada, tiene una doble función: a) pro-
duce en el mundo terrestre las almas humanas y las formas sensibles que se unen a
los cuerpos, dando lugar a la multiplicidad del mundo corpóreo; b) suministra
también las formas inteligibles a los entendimientos posibles de los humanos, ac-
tuándose gracias al Entendimiento Agente que es común para todos. Considera
igualmente que hay varios tipos de almas:
Pero, aun estando el alma unida así al cuerpo, mantiene sin embargo su in-
dependencia; de ahí que perviva individualmente con sus propias operaciones
después de morir. Indicar asimismo que durante el período que está unida al cuer-
po puede realizar – con ayuda del Entendimiento Agente -, determinadas funcio-
nes, como el conocerse a sí misma y, en cierta manera, conocer también a Dios. De
hecho, haciendo uso de sus facultades, tiende hacia lo que le supera, a las Inteli-
gencias que le sobrepasan, tiende, de algún modo, a la perfección. Enemiga sin
embargo de este ascenso es la materia, origen del mal y a la que hay que vencer
mediante los actos voluntarios y el conocimiento racional. Cree también que la per-
sona, según haya sido fiel o infiel a esas insinuaciones del espíritu, tendrá el pre-
mio de contemplar al Ser Necesario o verse privada de Él.
107
mos de entender que su filosofía adolece aún de claras ambigüedades para un con-
secuente pensamiento racional.
Respecto a sus escritos, decir que, aparte de una defensa del Islam en cua-
renta libros (Prueba del Islam), destaca una obra dividida en dos apartados: Las in-
tenciones de los filósofos - su parte expositiva -, y Las incoherencias de los filósofos - la
sección crítica -. El Occidente latino únicamente conoció la primera parte (Maqasid
al falasifa), traducida por Domingo Gundisalvo como aportación de la conocida
Escuela de Traductores de Toledo. Podrían citarse también los siguientes tratados:
Separación terminante entre el Islam y la incredulidad; Alejamiento del vulgo de la ciencia
108
del kalam; Justo medio en la creencia; La piedra de toque de la especulación racional acerca
de la lógica; Comentario a los Nombres divinos.
136
Algazel: Lo que preserva del error.
109
grados de la ciencia mística para concluir diciéndonos que, así como el conocimien-
to ordinario es obra de los sentidos y de la razón, la ciencia intuitiva llega a noso-
tros únicamente por la ascesis y la fe.
137
Algazel: El salvador del error.
110
escepticismo, invalidando toda necesidad de la causa con los efectos respectivos.
Fue la iluminación divina – dice -, la única que hizo posible que saliera de la duda
y aceptase los primeros principios y, con ellos, la confianza en el razonamiento. En
consecuencia, para él la voluntad de Dios lo es todo: Él crea, ilumina y conserva
porque quiere. Ninguno de sus actos son necesarios, todo depende de su libre vo-
luntad.
Finalmente decir que el Dios que defiende Algazel no es otro que el Dios del
hombre religioso y que él ve inserto en la enseñanza del Corán. Lo que no quiere
decir tampoco que su doctrina fuese unánimemente interpretada. Recordemos que
Algazel fue el teólogo que inspiró a los Almohades, pero no a los Almorávides; de
ahí que, a principios del siglo XII, el emir almorávide Alí ben Yúsuf ordenara –
aconsejado por algunos alfaquíes -, que se quemaran todas sus obras. Sin embar-
go, nadie puede desmentir en su crítica la gran labor que representaron sus escritos
para la Historia de la Filosofía al haber servido de transmisor, no sólo de Al Farabi
y Avicena sino también del mismo Aristóteles. En la tradición islámica es conside-
rado como uno de sus grandes teólogos.
111
la llegada de la dinastía almohade y el propio Averroes, accediendo a las instancias
del califa para que comentase las obras de Aristóteles, le premia nombrándole Cadí
de Sevilla. Vuelve a Córdoba dos años más tarde, si bien viajando frecuentemente
a Sevilla y a Marruecos. Al ser nombrado por segunda vez Cadí de Sevilla, retorna
a los tres años como gran Cadí de Córdoba. Decir también que dos meses antes ha-
bía sustituido a lbn Tufay como médico personal del sultán, cargo que siguió os-
tentando en tiempos de su sucesor Yaqub al-Mansur (Almanzor).
LA FE NO DESPLAZA A LA RAZÓN
112
del universo y de la vida. Difieren tan sólo en el método: la filosofía tiene un senti-
do ascensional, es decir, estudia los seres del universo para llegar al conocimiento
de Dios; mientras que en la doctrina revelada su sentido es descendente: nos da a
conocer a Dios y, con Él, a todos los demás seres.
Tal era su aprecio por la filosofía que la consideraba como un deber que im-
ponía la misma enseñanza coránica, aunque atendiendo siempre a las propias po-
sibilidades. Derivado de ello, comprendía que el conocimiento filosófico y la cien-
cia de la revelación debían acomodarse a la capacidad de cada persona. Averroes
especifica tres categorías. En el lugar más bajo estaba la apreciación de la plebe,
que, en general, comprendía al común de los humanos; a éstos les es suficiente la fe
sin necesidad de prueba alguna, a lo sumo la argumentación que parte y acaba en
la pura sensibilidad; precisan creer a la letra el Corán y sobra para ellos cualquier
argumentación. En un nivel más elevado están los teólogos o las “personas de la
persuasión”; son los que buscan el raciocinio dialéctico, aunque, según él, les es su-
ficiente lo probable o verosímil. Les considera todavía irreflexivos por no acomo-
darse a la evidencia de los argumentos. Finalmente, ocupando el grado supremo,
están los filósofos como “hombres de la demostración”, que buscan y exigen prue-
bas firmes y concluyentes; están por encima del resto de los humanos, siendo capa-
ces de interpretar las enseñanzas coránicas incluso valiéndose de símbolos y alego-
rías, es decir, por encima de la letra como tal.
En atención a estas directrices, nada tiene de particular que nos topemos con
expresiones como éstas: “Cuando el razonamiento filosófico nos conduce a establecer una
tesis cualquiera, sobre cualquier categoría ontológica, no caben más que una de estas dos
hipótesis: o que acerca de tal tesis nada diga la revelación, o que en la revelación esté conte-
nida. En el primer caso, es evidente que no puede haber contradicción alguna entre la razón
y la revelación divina. En la segunda hipótesis, o sea cuando la revelación contiene algún
texto relativo a dicha tesis filosófica, hay que ver si el sentido literal del texto se conforma
con ella o la contradice. Si se conforma, no hay cuestión; mas si la contradice, debe entonces
buscarse la interpretación alegórica del texto revelado…, conforme a las reglas de esta in-
terpretación en la lengua árabe”138.
138
Cita tomada de Ángel González Álvarez en su Historia de la Filosofía, pág. 227.
113
mejor culto que puede darse a Dios es conocer sus obrar y llegar a conocerle a él en toda su
realidad. A los ojos de Dios, esta es la acción más noble”139.
Insignes arabistas, como Asín Palacios o Manuel Alonso han intentado sub-
sanar los desafortunados equívocos que se han difundido sobre la postura filosófi-
ca de Averroes. Concretamente Asín Palacios llega a decir que Averroes fue un
creyente ortodoxo dentro del Islam. Su impiedad y su ateísmo son pura leyenda,
como también que hubiera profesado la “doble verdad”, ésta fue más bien una le-
yenda de sus adversarios.
En base a estos supuestos, deduce que todo el saber es el resultado del prin-
cipio general de la causalidad. La inflexible exigencia lógica de la causa suficiente
en la motivación de los actos - sean éstos físicos o psíquicos -, aporta evidencia y
convicción axiomática. El movimiento que da vida y explica las acciones de los se-
res, ostenta como fundamento el principio de causalidad. Es también la plataforma
para distinguir el ámbito divino y el mundo del que formamos parte. Por eso, cre-
yendo ser consecuente con esta línea trazada por Aristóteles, reafirma que la exis-
tencia de Dios se demuestra por el movimiento. Suscribir también que el orden que
rige el mundo y se extiende a todos los seres arranca de Dios, no podría ser de otra
manera. El cambio está pidiendo, en última instancia, un primer motor único que
mueve con su acción eterna. Por consiguiente, es la filosofía, apoyada en la razón,
la que posee fuerza demostrativa para afirmar la existencia del Ser Divino. La ex-
periencia de ver seres que se mueven es por la disposición que en ellos existe y por
una causa eficiente. El proceso debe llegar al primer motor que mueve y no es mo-
vido, es decir, a un motor inmóvil. Pero la inmovilidad de la que se habla no debe
entenderse en la perspectiva de inercia o de inactividad. Reafirma que cuando se
dice que Dios no se mueve es solamente para entender que no es movido por nin-
gún objeto extrínseco.
139
Cita tomada igualmente de Abbagnano, N., en Historia de la Filosofía (tomo I)
114
mos en la tierra. Hablando de consonancias, él descubre, por ejemplo, la utilidad
de las estaciones, los beneficios de la noche y el día, así como de esas innumerables
correlaciones beneficiosas que existen en la naturaleza. Descubre también el perfec-
to mecanismo de los animales, de las plantas e incluso de los seres inanimados co-
mo objetos que sirven para el hombre. Por todo ello insta a la humanidad a con-
vencerse de que tal gigantesco artificio no puede ser sino por la acción de un único
ser todopoderoso e infinitamente sabio. Subraya no obstante que sólo privilegiados
individuos son los que están capacitados para entender esta asombrosa realidad.
Los compara a los expertos relojeros que saben medir con precisión los intervalos
que se ajustan a cada momento. Bien es verdad que el simple creyente, desde su fe
ingenua, también puede venerar a su autor con auténtico asombro y sentimientos
de auténtica gratitud.
115
movimiento circular y cuya acción forman las ocho esferas concéntricas: la esfera
circundante universal, que es la de las estrellas fijas, más las de Saturno, Júpiter,
Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna, con 38 movimientos. Rechaza la novena
esfera establecida por Ptolomeo, si bien, en textos más tardíos desestima esta pos-
tura para apoyar los movimientos que proponía Aristóteles por apoyarse en la físi-
ca y no en las matemáticas como así se hacía en los supuestos Ptolemaicos.
140
Averroes: Compendio de Metafísica., (traducción), pp. 154-155; pp. 247-248 y 255-256.
116
forme a los principios de la razón, aunque no deja de ser –dice -, una verdadera pa-
radoja.
Desde la Edad Media son diversos los nombres que se han venido dando a
Selomó ben Yehuda Abu Ayyub Ibn Gabirol. En la cultura latina fue conocido por
Avicebrón, Avencebrol o Avicembrón. Nace en Málaga aunque era oriundo de
Córdoba. Su juventud fue difícil, debido a que muy pronto quedó huérfano, y,
aunque son escasos los datos de su vida, se sabe que pronto emigra a Zaragoza, en-
tonces uno de los más prósperos reinos de la España islámica, acogiéndose a la
protección del rey Al Mundir I y de su hijo Yekutiel. Estudia gramática y retórica,
más tarde la filosofía. Pero cuando dichos mecenas fueron asesinados, no tuvo más
remedio que huir, refugiándose en Valencia donde termina su vida marcada por
una endeble y frágil salud que le condicionó para que mostrara un carácter retraí-
do y melancólico, con algunos arrestos sarcásticos y mordaces.
117
ría griega y árabe, se conservan pocos fragmentos; Prescripciones, es una colección
de normas obligatorias del Código bíblico. Pero, su tratado principal es La fuente de
la vida, escrita en árabe con el título Yanbu’ al-Haya, que resumió en hebreo Sem
Tob ibn Falaquera en el siglo XIII con el nombre Meqor Hayyim y que, a su vez, fue
vertida al latín por Juan Hispalense y Domingo Gundisalvo con la conocida desig-
nación, Fons Vital, sólo se conservan la versión latina y el resumen hebreo. Fig. 32.
118
M.- Porque la Inteligencia es semejante al Alma y son contiguas; por ello puede conocerla.
Sin embargo, la Esencia Primera no es semejante a la Inteligencia ni conviene con ella en
nada, porque no está formada de ningún elemento compuesto ni simple; y la proporción del
ser simple con relación a ella por la imposibilidad de conocerla, es tal cual es la proporción
del compuesto con relación al ser simple en la imposibilidad de conocerlo.
D.- ¿Por qué la ciencia de la Esencia es imposible, por qué es infinita?
M.- Porque la ciencia del que conoce consiste en comprender la cosa conocida y por ello es
imposible que la Esencia divina pueda ser abarcada por la ciencia141.
Como podemos apreciar, Ibn Gabirol no puede ser más taxativo a la hora de
hablar sobre el conocimiento de la Esencia Primera. Sólo llegamos a ella mediante
las obras que ha generado, aunque el conocimiento completo es imposible para no-
sotros porque somos limitados en el conocer. Más aún, concibe que todas las cosas
proceden de la Voluntad creadora de Dios, a la que suele identificar con la Sabidu-
ría o la Palabra divina. Pero, aun siendo infinita en su naturaleza, es finita en cuan-
to a la acción. La Voluntad creadora es la fuente de la vida, es como un manantial
de agua que, naciendo de la fuente, corre y se difunde por doquier. No la podemos
definir, tan sólo describirla como poder divino que da lugar a la “materia” y a la
“forma”. “Es imposible describir la Voluntad, pero casi se describe cuando se dice que ella
es la fuerza divina que crea la materia y la forma y las une y está difundida desde lo más al-
to a lo más bajo, como el alma está difundida por el cuerpo y lo mueve todo y ordena todo142.
141
Avicebrón: La fuente de la vida I, 4 y 5.
142
Ibid.
119
Decir también que, entre el mundo inteligible y el corpóreo no se da una re-
lación directa, sino que las sustancias del mundo inteligible cumplen una función
de ser entes intermediarios entre la Primera Causa y las sustancias corpóreas. La
comunicación es sólo mediante irradiaciones que, traspasando los límites del pro-
pio mundo, hacen de luminarias para las inferiores. De hecho, a medida que van
bajando de nivel, más se comprimen y espesan. Por lo tanto, lejos de distinguirse
los seres por lo que respecta a la materia y la forma, lo son por su lejanía. También
lo corpóreo queda dividido en dos sectores: lo supralunar o celeste y lo infralunar
o terráqueo, circunscrito éste último a la generación y la corrupción.
143
Avicebrón: La fuente de la vida, III, 56.
120
No obstante, Ibn Gabirol era consciente de un grave problema: ¿cómo expli-
car que lo finito emane de lo infinito y que el retorno es consustancial al ser limita-
do? Lo resuelve creyendo que todo lo que acaece es pura continuidad. En sí, un
proceso que va desde su emanación hasta la ansiada meta. Se alcanzará por el re-
torno. Claro que, siendo esto imposible sin el soporte de una materia, deduce que
en todo ente existe un elemento material. Más aún, cree que sólo por este compo-
nente es posible explicar el movimiento. Ningún espíritu puede concebirse, a ex-
cepción de Dios, sin la mencionada materia.
Por eso, ante una tal concepción filosófica, nada tiene de extraño que, junto a
los seguidores de sus puntos de vista, surgiera una oposición doctrinal sobre los
principios que él consideraba esenciales en su proyecto filosófico. Causó extrañeza
a ciertos escolásticos, como a S. Alberto Magno y a Santo Tomás por el modo de
exponer su global hilemorfismo y la manera de explicar la pluralidad de formas.
Santo Tomás por ejemplo objetaba que la materia concebida por Avicebrón era
como si se tratase de algo etéreo, aunque con cierta actualidad. Las formas, por el
contrario, como accidentes, siendo así que en Aristóteles la materia era pura poten-
cialidad, en tanto que la forma substancial la consideraba única para cada realidad.
Ella daba, no sólo el ser, sino también el modo específico del ser. En consecuencia,
aparte de la complejidad que acarreaba su emanatismo neoplatónico, se sumaban
otros escollos metafísicos, como eran los enunciados donde se afirmaba que, a ex-
cepción de Dios, todas las demás substancias - aun las que se denominaban sim-
ples -, estaban compuestas de materia y de forma.
121
los almohades en 1148, imponiendo la ley coránica tanto a judíos como a cristianos,
su familia decidió exiliarse. Provisionalmente yendo a Almería, más tarde a Fez
(Marruecos). En dicha ciudad simuló su adhesión al islamismo, aunque sólo fingi-
damente. Más tarde se disculpó diciendo que era nula la aceptación de una religión
impuesta por las armas.
122
con los principios de la religión judía. De ahí que se le considere - al menos por la
mayor parte de la crítica -, como el más prestigioso pensador judío de la Edad Me-
dia, con suma influencia, no sólo entre los de su propia fe, sino también en otros fi-
lósofos medievales, incluido el mismo Santo Tomás.
CONVERGENCIA DE LA FE Y LA RAZÓN
123
pués sacó agua y bebió. Así, de discurso en discurso y de alegoría en alegoría, llegó Salomón
a penetrar el misterio de la Torá”144.
144
Maimónides: Guía de Perplejos, Introd, 26.
145
Cita tomada de G. Fraile: Historia de la Filosofía, II, pág. 564.
146
Aristóteles: Del cielo, 283b 30
124
De hecho, Aristóteles, al referirse a la primera causa o primer motor, está
haciendo referencia a una fuerza divina impulsora del movimiento. Había para él
un algo inmortal y divino entre las cosas dotadas de movimiento, pero no como
generadora del mundo. Sin embargo, en el pensamiento de Maimónides hay algo
más; esa primera causa es también creadora. Nos dice que Dios creó diez inteligen-
cias puras exentas de materia. Nueve de ellas están unidas a otras tantas esferas ce-
lestes, moviéndose con movimiento circular uniforme. La décima es el “Entendi-
miento agente”, que es el que hace posible el paso de la potencia al acto en el mo-
vimiento, también el que proporciona las formas inteligibles al entendimiento per-
sonal de cada uno. Todas las esferas o inteligencias son inmateriales e inmortales.
El hombre, compuesto de cuerpo (materia), y alma (forma), es como un microcos-
mos, cuya alma, siendo inmortal, lo es individualmente y no en una supuesta for-
ma común de todos.
Pero, bien sea por la influencia neoplatónica, o puede que por resaltar al
máximo la trascendencia de Dios, él intenta poner de relieve lo que se ha dado en
llamar “concepción negativa de Dios”, es decir, que a la hora de hablar de los atri-
butos divinos, considera que los negativos se adaptan mejor a la noción de la Divi-
nidad. Piensa que todo lo positivo que se añade, por ser algo agregado, estaría en
la categoría de accidente y, por lo tanto, implicaría pluralidad. Cree más acorde
hacer uso de los negativos o, a lo sumo, de los que enuncian acción por no incluir
diversidad en el agente. Nos dice: “Has de saber que los verdaderos atributos de Dios
son aquellos cuya atribución se hace por medio de negaciones, lo que no trae consigo nece-
sariamente ninguna expresión impropia, ni da lugar, en manera alguna, a atribuir a Dios
ninguna imperfección; al contrario de la atribución enunciada afirmativamente, que encie-
rra la idea de asociación e imperfección… Hay que servirse de los atributos negativos para
guiar el espíritu a lo que se debe creer de Dios; pues de ellos no resulta ninguna multiplici-
dad y llevan al espíritu al término de lo que al hombre es posible alcanzar de Dios… Pues,
no alcanzamos de él otra cosa sino que es, que hay un Ser, al que no se parece ninguno de
los seres que él mismo ha producido, que no tiene absolutamente nada de común con estos
últimos, en el que no hay ni multiplicidad ni impotencia de producir lo que está fuera de
él”148
147
Maimónides: Guía de Perplejos, I, 34.
148
Ibid. LVIII.
125
Conocedor de la Ley y las tradiciones hebraicas, cree que el único nombre
que puede atribuirse a Dios es el que se contiene en el tetragrama “Jhvh” (el que
es), como expresión más acorde y congruente con la Esencia Divina.
Pese a todo, y aun cuando su filosofía consiguió alcanzar el grado más alto
del pensamiento judío en el medievo, su fuerte influencia neoplatónica respecto a
la jerarquía de las inteligencias separadas, sus frases de sabor emanatista y, sobre
todo, el racionalismo y la exégesis alegórica de las Sagradas Escrituras, hicieron
que la oposición tradicionalista reaccionara mordazmente frente a lo que conside-
raban interpretaciones increíblemente osadas. Polémicas que se vieron recrudeci-
das sobre todo en regiones de la Provenza, Cataluña y el Norte de Francia. En
Mompellier, por ejemplo, llegó a quemarse públicamente, en el año 1232, la Guía de
Perplejos. Pensaban que había ido demasiado lejos en sus alegorías, como en su
comentario al Cantar de los Cantares, interpretando a la esposa en referencia al alma
que aspira a unirse con el Entendimiento agente.
126
considerarla conforme a la humildad que debe reflejar un franciscano, renunció a
dicha distinción. Bien es cierto que unos años más tarde no pudo hacer lo mismo a
la obediencia de Gregorio X, convenciéndole para que aceptase ser Cardenal y
obispo de Albano. Participa en el II Concilio de Lyon, pero no pudo verle clausu-
rado. Muere el 15 de julio de 1274. Tenía cincuenta y tres años. Fig. 34.
127
dice la Escritura, los errores que cometió Aristóteles son manifiestos, es el caso de
la creación del mundo o de la providencia. El mismo Wilson, al referirse a esta to-
ma de conciencia, comentaba: “La filosofía verdadera será una reflexión de la razón
guiada por la fe”149.
El símbolo del camino es una imagen muy frecuente para expresar la relación
del hombre en su intento de aproximarse a la realidad de Dios. Lo encontramos,
tanto en los libros sagrados orientales, como en los textos religiosos de occidente.
También en la investigación científica, filosófica y teológica. Representa un modelo
adecuado en la búsqueda de cualquier objetivo. Santo Tomás, por ejemplo, llama
vías, es decir, caminos, a los cinco procedimientos con los que muestra que la afir-
mación de Dios es razonable. Pero, ninguno insta más en el uso del término camino
como San Buenaventura. Al fin y al cabo, el título de su principal obra no es otro
que el camino, es decir, el Itinerario de la mente a Dios.
149
E. Gilson: San Buenaventura, pág. 110.
128
nar hacia Dios no es que partamos de un lugar sin Él a otro lugar donde Él mora.
En palabras de san Buenaventura: “Dios está presente en el alma y por eso puede ser
conocido por ella”. Se diría que el camino parte, desde una situación en que la perso-
na ignora la presencia de Dios, a otra en la que toma conciencia de ella. Por eso,
aun cuando él formula una serie de pruebas racionales para manifestar la existen-
cia de Dios, a la hora de dar validez a dichas pruebas, no oculta sus recelos a todo
lo que tenga como principio apoyar únicamente las deducciones dialécticas. Bien
es verdad que él nos propone tres vías principales:
150
S, Buenaventura: Itinerario del alma a Dios, I.
151
Ibid. Discursos ascetico-místicos, Santa Inés, discurso 2, IV.
129
llas que salieron de sus manos. La naturaleza nos está hablando de Él. “De todo esto
se colige que las perfecciones invisibles de Dios, desde la creación del mundo, se han hecho
intelectualmente visibles por las criaturas de este mundo; tanto, que son inexcusables los
que no quieren considerarlas, ni conocer, ni bendecir, ni amar a Dios en todas ellas siendo
así que no quieren trasladarse de las tinieblas a la admirable luz divina”152.
Ante tal exposición, puede que alguno llegue a creer que el método de S.
Buenaventura en lo que respecta al principio de causalidad alcanza el mismo nivel
que tuviera en Aristóteles y Santo Tomás. Sin embargo, la connotación no es la
misma; difiere desde el momento que la causalidad aplicada aquí y extendida a to-
dos los seres no hace sino esclarecer el conocimiento de Dios que estaba implícito
en el alma, mientras que en el aristotelismo y Santo Tomas se parte del dato ex-
terno como el umbral de las subsiguientes inferencias y deducciones.
152
Ibid. Itinerario del alma a Dios, II, 13.
153
Ibid.
154
De mysterio trinitatis, I, a I, 29
130
Por eso, establecida la existencia de Dios como Ser increado y Bondad suma,
llega a entender que el itinerario propio del hombre es llegar a la vía mística para
gustar de la contemplación de esa Verdad Absoluta. Se detiene larga y profunda-
mente en este tema, concluyendo que “el alma mística que ve a Dios en la contempla-
ción queda toda embelesada”. Aprecia, no obstante, cuatro grados:
A este respecto, cabe decir que el Doctor Seráfico es más teólogo que filóso-
fo, pues su principal inquietud no era otra sino mostrar al hombre el camino que le
conduciría a la contemplación de lo divino. En sintonía con S. Agustín, el alma y el
ser de Dios era su objeto principal. Los otros ingredientes, como la distinción de fi-
losofía y teología, la diferencia de los entes o la distinción del acto y la potencia que
tan agudamente había investigado la escolástica, con ser importantes, le fueron
siempre problemas de segundo orden. Al lado de la contemplación, cualquier otra
luz, por muy razonable que fuese, quedaba desdibujada por su propósito princi-
pal. La cima de la pirámide era Dios como sujeto absoluto, un sujeto que incluía el
predicado “existe”.
Claro que, aun teniendo en cuenta su admirable deseo de que todo hombre
llegara a contemplar lo que él consideraba su plenitud, todavía hoy sigue teniendo
vigencia la objeción que entonces se le hizo, esto es, que para afirmar la existencia
de la Esencia Divina, deberíamos conocer primero dicha Esencia, ya que, a decir
verdad, no es evidente a nuestro entendimiento. Una cosa es que el sujeto lo idee o
lo crea y otra la existencia real de un predicado donde falta su evidencia.
131
quiera con la razón podría entenderse. Por eso, aún no olvidando la oposición que
tuvo que afrontar - sobre todo la de Guillermo de Saint Amour -, reconocemos que
ocupa un puesto único en la historia de la espiritualidad y de la mística de todos
los tiempos. E. Longpré llegaba a decir de él que, como los arquitectos de su época
construían las agujas de las catedrales mirando hacia el infinito, así lo hizo el Doc-
tor Seráfico con su Itinerario del alma a Dios: buscaba vivir, contemplar, hacer que
los hombres lo experimentasen en lo íntimo de su ser, en la plenitud de la persona,
en el éxtasis.
PERFIL INTELECTUAL
133
nalidad, sino el vigor y armonía de la construcción lo que encumbra a Santo Tomás sobre
todos los escolásticos. En universalidad de saber le supera San Alberto Magno; en ardor e
interioridad de sentimiento, San Buenaventura; en sutileza lógica, Duns Escoto. Pero él los
sobrepuja a todos en el arte del estilo dialéctico y como maestro y ejemplar clásico de una
síntesis de meridiana claridad”155.
La tesis que planteaba las relaciones entre filosofía y teología o, más bien,
entre fe y razón, era un supuesto que venía de largo; se especulaba ya desde los
mismos inicios de la Edad Media. Santo Tomás es consciente de ello y no duda en
plantearlo de forma sistemática y rigurosa.
Sin embargo, por más que no tengan la misma fuente de conocimiento, hay
verdades de fe que pueden, según Santo Tomás, ser probadas y demostradas, co-
mo la existencia de Dios, su unidad, su trascendencia, etc. Pero no son, en todo ri-
gor, artículos de fe, sino preámbulos de esos artículos, (preambula fidei). De este
modo, establecida así la distinción, no quita para que exista una verdadera armo-
155
Cita tomada de G. Fraile. Historia de la filosofía II, pág. 811.
134
nía entre ambas formas de conocer. Así, la razón, como principio humano para
que lleguemos a la verdad rubricada por la evidencia objetiva, y la fe, como fun-
damento también de la verdad divinamente confirmada, hacen que ambas sean in-
dicación y referencia de lo “verdadero”, no pueden contradecirse. Tanto los fun-
damentos de fe, como los principios de la razón humana provienen de la misma
fuente, es decir, emanan del mismo Dios. Como consecuencia, en el ámbito de su
autenticidad, no pueden ser contradictorias, las dos son distintas participaciones
de una misma verdad que en modo alguno pueden contradecirse en sí mismas. El
hombre debe hacer uso de su razón hasta donde ella alcance. Bien es cierto que en
esa aplicación, puede engañarse o contradecirse, no Dios; lo cual quiere decir que
los engaños o aparentes contradicciones deben atribuirse a la razón, que saca erró-
neas conclusiones de sus principios verdaderos.
En cualquier caso, la razón debe subordinarse a la fe, por cuanto que lo so-
brenatural se halla por encima, se sobrepone a lo natural. La revelación es comple-
ta en su ámbito, aunque también la filosofía en sus procedimientos racionales. Por
eso, en virtud de su inherente armonía, las dos pueden beneficiarse, la colabora-
ción puede ser mutua. De hecho, la palabra revelada puede servir de orientación,
indicadora de caminos, también advirtiendo enigmas y equívocos. Pero, al mismo
tiempo, la razón puede servir a la revelación para esclarecer el alcance de los mis-
terios revelados, especificando al menos la no contradicción entre ambas.
135
to a priori al modo de San Anselmo. Cierto que la idea de Dios es la más grande
que puede concebir el espíritu humano. Pero, que sea así en nuestra mente, no
quiere ello decir que esto exista también en la realidad. Luego la prueba de la exis-
tencia de Dios debe partir de algo que esté a nuestro alcance, debe abordarse aten-
diendo a argumentos a posteriori, esto es, por los efectos que podamos justificar. No
importa que la deducción de estos efectos y su causa (Dios) sea descomedida, pues
lo que se pretende no es llegar a un conocimiento proporcionado de la esencia Di-
vina, sino a poder afirmar su existencia.
Cada una de estas vías tiene antecedentes en otros filósofos anteriores, aun-
que la precisión que le caracteriza les da a dichos argumentos un matiz de origina-
lidad. Quede claro que la afirmación de Dios no se apoya directamente en una pre-
sencia; más bien, es el resultado de un avance intelectual a partir de afirmaciones
que se apoyan en la experiencia ordinaria. Diríamos que es el resultado lógico de
un discurso que, apoyándose en lo experimentable, tendrá como convergencia un
punto de llegada que es la necesidad de la existencia de un Ser trascendente y su-
premo que llamamos Dios.
1) Primera vía
Parte del movimiento que todos observamos en el mundo (ex parte motus).
Tiene su origen en Aristóteles, utilizándolo Santo Tomás en la escolástica. Los sen-
tidos - dice -, nos atestiguan que en este mundo algunas cosas se mueven. Pero to-
do lo que se mueve es porque es movido por otro, es decir, que antes estaba en po-
tencia respecto a lo que el movimiento le ha procurado. En oposición, el que mue-
ve sólo lo hace en cuanto que está en acto. No es posible que el mismo ser sea con-
156
Santo Tomás: Summa Teologica, I, q. 2; C. Gent. 1.1, c. 13.15.16.44; 1.2, c.15; 1.3. c.64.
136
siderado - bajo el mismo punto de vista -, en acto y en potencia, tan sólo puede es-
tar en aspectos diferentes. Por otra parte, es completamente imposible que, bajo el
mismo cariz y de la misma manera, algo sea a la vez motor y movido. Por lo tanto,
si una cosa se mueve tendrá que ser movida por otro. Bien es cierto que en esta
procedencia no se puede dar una cadena infinita de motores, pues entonces, ni ha-
bría primer motor ni podría haber otros motores, ya que los motores segundos sólo
mueven en la medida en que fueron movidos por el primero de todos. En conse-
cuencia, es necesario llegar a un primer motor que no sea movido por ningún otro
y que a su vez mueva a los demás, un ser tal que llamamos Dios157.
En esta segunda vía se considera la causa eficiente (ex ratione causae efficientis).
El punto de partida es la constatación de causas que son a su vez causadas por
otras anteriores; por lo tanto, esencialmente subordinadas unas a las otras. Vemos,
por ejemplo, que el sol, el agua y la tierra fueron causas para que la planta o la flor
157
Respondeo dicendum quod ex praemissis ostenditur Deum esse omnino immutabilem. Primo quidem, quia
supra ostensum est esse aliquod primun ens, quod Deum dicimus (q.2 a.3): et quod huiusmodi primum ens
oportet esse purum actum absque permixtione alicuius potentiae, eo quod potentia simpliciter est posterior ac-
tu (q.3 a.1). Omne autem quod quocumque modo mutatur, est aliquo modo in potentia. Ex quo patet quod im-
possibile est Deum aliquo modo mutari…S. th. I, q.2, a.3.
158
Ibid. I, q.2,a.3.
159
Ibid. I-II, q. 79, a.2.
137
den su fruto. Pero lo que no es posible es que una realidad sea la causa eficiente de
sí misma, en tal caso su existencia precedería a la propia entidad. Tampoco nos
podemos remontar hasta el infinito en dicha concatenación, pues entre todas las
causas eficientes, la primera es causa de los intermediarios, tanto si son muchos
como si solamente es uno. Cierto es también que si suprimimos la causa debere-
mos suprimir también el efecto. Aunque si no hay primero en el orden de las cau-
sas eficientes, tampoco habría efectos intermediarios, contradiciendo a la experien-
cia; luego necesariamente hay que suponer una causa eficiente primera a la que
llamamos Dios160.
Este razonamiento que Santo Tomás introduce por primera vez en la esco-
lástica, tiene sus antecedentes en Avicena, aunque en consonancia también con la
Física de Aristóteles. “Lo perfecto es anterior a lo imperfecto, según la naturaleza, según
la noción y según el tiempo”161.
Parte esta tercera vía del concepto de contingencia, es decir, aplicando lo po-
sible y lo necesario (ex possibili et necessario). La fórmula es que todo ser podía no
haber sido, nada es necesario. Algunas cosas se engendran y otras se descomponen
y corrompen. Pero es imposible que todo sea de esta naturaleza, ya que, si así fue-
ra, todo lo que no puede ser, hubo un momento que no existió, y en tal caso no hu-
bo nada. Ahora bien, si nada existió, ahora tampoco podríamos hablar de ello.
Luego, si la experiencia nos muestra cosas es porque la conclusión que conduce a
la nada es un resultado ilegítimo. Por lo tanto, las cosas no son únicamente posi-
160
S. th. I, q. 2, a. 3.
161
Aristóteles: Física. L. VIII. C. 9, 265s.
162
In Met., 1.5, lec.1.
163
In Met., 1.2, lec.3.
138
bles, sino que hay algo necesario en las realidades. Y como no es racional remon-
tarse hasta el infinito en la cadena de seres necesarios, como tampoco lo es en las
causas eficientes, nos obliga a deducir una cosa que sea necesaria por sí misma,
realidad que llamamos Dios.
Diríamos que Santo Tomás ha tenido también aquí presente los argumentos
que le brindaba la tradición, particularmente Maimónides, aunque dependiendo
éste a su vez de los principios aristotélicos en su referencia a la razón suficiente de
las cosas. Es claro también que esta prueba viene marcada por la temporalidad de
la vida. Los seres nacemos y morimos. Somos y estamos limitados, aparecemos y
desaparecemos con el tiempo, signo evidente de nuestra finitud, de nuestra incon-
sistencia ontológica. Consecuentemente, aun cuando la ciencia enuncie que en la
naturaleza nada se crea y nada se pierde sino que todo se transforma, lo cierto es
que hasta la misma ley de la entropía prueba la degradación progresiva de la ener-
gía. También en el aparecer y desaparecer palpamos el cambio sustancial que se
constata en los seres, cambio que evidencia la propia capacidad limitada para exis-
tir. En caso contrario, o existiríamos siempre o no existiríamos nunca. Pero, consta-
tamos la limitación, es propio de nuestra naturaleza. Comprobamos el poder ser y
el poder no ser de las cosas.
Los grados de perfección que nos ofrecen las realidades que percibimos en
el mundo son los condicionantes que motivan esta vía. ( ex gradibus qui in rebus in-
veniuntur). Vemos que las cosas son más o menos bellas, más o menos buenas, más
o menos fieles. Existe también una graduación: hay seres inorgánicos, sensibles y
seres que razonan. Pero, siendo esto evidente, el más y el menos se dicen de las
cosas según se acerquen a aquello que realiza lo máximo, es decir, por la relación
que se tiene con un absoluto: “Se dice que diversos sujetos participan en distintos grados
de una misma perfección común en cuanto se aproximan más o menos a aquello que contie-
ne en grado máximo esa misma perfección”. Claro que, si los seres poseyeran esas per-
164
I, q. 2, a. 3.
139
fecciones por esencia, las poseerían íntegramente y en su grado máximo, pero, ha-
biendo categorías, quiere ello decir que sus perfecciones lo son por participación,
es decir, como causadas por otro ser que es el principio de toda perfección (verdad,
bondad, belleza, etc.), al que llamamos Dios165.
165
S. th. I, q.2, a.3; c. Gent., 1.1, c.13.
166
De pot., q.3, a.5 c.
167
S. th. I, q.. 2, a. 3; c. Gent., 1.1, c. 13.
140
A partir de aquí, es justo también interrogarse: dicha inteligencia ordenado-
ra ¿se regula a sí misma o es dictaminada por otra? Es claro que podemos ir ascen-
diendo en la escala, pero nunca indefinidamente; se precisa una inteligencia su-
prema que ordene y dé sentido a los fines que comprobamos. Lo que se halla falto
de conocimiento no puede tender a un fin si no es dirigido por el ser que conoce y
sabe lo que hace, como la flecha que lanza el arquero. Por lo tanto, hay un ser inte-
ligente por el que todas las cosas naturales son orientadas; un ser supremo que
llamamos Dios168. De hecho, esta prueba de la teleología fue dada ya a conocer
desde muy antiguo. Diógenes Laercio, (en Anaxágoras), escibe: “fue el primero que a
la materia añadió la inteligencia”, la ũς) Las referencias en Platón y Aristóteles
también son bastante claras, así como en los estoicos, particularmente en Cicerón y
en Séneca.
Por ser las vías de Santo Tomas punto importante de referencia, no sólo en
la cultura medieval, sino en toda la subsiguiente reflexión filosófica, creemos opor-
tuno exponer algunas de las más conocidas objeciones que se han hecho a las mis-
mas.
168
S. th. I, q.2, a.3; C. Gent.,I.1, c. 13 y 42.
169
I. q. 103, a. 2.
141
y, por lo tanto, nunca podrá ser verificado. La experiencia únicamente nos dice que
el fenómeno B sigue al fenómeno A, pero nunca justifica la creencia de una cone-
xión real y necesaria por la cual la percepción de uno valga para determinar la del
otro. Únicamente podemos asociarlo si nos valemos de la experiencia. Cualquier
otra relación es superar nuestra capacidad intelectiva; por lo tanto, el concepto de
causa como tal es una ilusión a la que no responde idea alguna.
También imprimieron carácter las críticas de Enmanuel Kant. Según él, las
formas del pensamiento tan sólo convienen a una experiencia posible, pues la ra-
zón, por sí sola, tiende a extralimitar su dimensión para afirmar conceptos sin base
experimental suficiente. De ahí que caiga en la ilusión y en el engaño171. Considera
que llegar a un Ser Supremo mediante la pura razón es caer en el ensueño y la fic-
ción. Dicha afirmación aparece sólo como condición formal del pensamiento y no
como condición positiva y material de la existencia. Nos dice: “Ningún conocimiento
sintético a priori es posible si no expresa las condiciones formales de una experiencia posi-
ble, y, en consecuencia, todos los principios son solamente de validez inmanente, o sea que
se refieren únicamente a objetos de conocimiento empírico o fenoménico. Por lo tanto, nada
se logra tampoco mediante el proceso trascendental con respecto a la teología de una razón
meramente especulativa”172.
170
Hume: Investigaciones sobre el entendimiento humano, 4, págs. 26-36.
171
Enmanuel Kant: Crítica de la razón pura, II, ed. c., 280.
172
Ibid., 277-278.
142
Asumidas estas premisas, él cree que al no insertarse el concepto de Dios en
el área de lo experimentable, su existencia no puede ser conocida por vía especula-
tiva o puramente racional. Critica por ello, no sólo el argumento ontológico de San
Anselmo, sino también las vías de Santo Tomás. Cuando se trata de la existencia de
Dios, debe irse por otro camino: él lo encuentra al tener que fundamentar la moral.
Pero, al no corresponder propiamente aquí el análisis de tal supuesto, remitimos al
lector al estudio que hemos intentado afrontar en su apartado acerca de la existen-
cia de Dios.
173
Jaspers, K.: Der philosophische Glaube. Munich, 1948; Francfort, 1858, 33.
143
ble e inabarcable, pero sin el cual el ser de la existencia y, particularmente la del
hombre, no tendría sentido.
A pesar de su corta vida, las obras que escribió son numerosas, pues, aun
cuando su edición crítica se encuentra aún en curso, sí se han podido distinguir las
que son auténticas, gracias sobre todo a sus hermanos de Orden. Se considera obra
original y, entre todas, la más importante, el Ordinatio (Opus Oxoniense), amplio
comentario a los IV Libros de las Sentencias. Importantes son también, De primo prin-
cipio; Reportatio parisiensis; Quaestiones in Metaphysicam, los nueve primeros libros
parecen ser auténticos, no así las Quaestiones super libros Aristotelis de Anima que,
según algunos, creen que es un texto espurio, como otros más que le atribuyeron.
144
Respecto a su capacidad intelectual, la tradición
nos ha legado un concepto que hoy calificaríamos de
superdotado, sobre todo por su agudeza filosófica; un
talento inventivo y perspicaz, mereciendo ser llamado
Doctor sutiles (Doctor sutil). Su obra vino condicionada
por un triple factor: por un lado, el aristotelismo domi-
nante a partir de Santo Tomás; por otra, el ideal mate-
mático de la tradición científica asumido en Oxford, y,
como tercera influencia, el agustinismo franciscano
que, en su mayoría, aceptaban los maestros de su pro-
pia Orden.
145
A partir de aquí, la realidad de Dios sí puede ser analizada filosóficamente,
como así lo hizo S. Anselmo y, en su misma línea, lo acredita también él en su es-
tudio De primo principio. En dicho análisis, la separación de filosofía y teología es
fundamental: la teología opera con la fe. Su campo es la revelación, por lo tanto las
verdades suyas no se demuestran, no se asumen racionalmente, son llanamente
creíbles. Por lo mismo, no hay verdades de razón que sean aprehendidas por la fe,
son campos y dimensiones diferentes. El contenido de la filosofía lo constituyen las
verdades demostrables, en tanto que la teología viene determinada por todo lo que
es revelado. La competencia del filósofo es la racionalidad a la hora de exponer sus
principios y demostrarlos; el teólogo, sin embargo, debe tener como campo propio
la verdad revelada sin cualquier otra conjetura probatoria. Para él las demostracio-
nes puramente racionales tienen un valor relativo, porque una prueba que comien-
za y prosigue con seres contingentes no es una demostración rigurosa y necesaria.
Pueden ser a lo sumo pruebas que llegan a un primer ente en el orden de las cau-
sas, de los fines o de las perfecciones, pero tal ser no sería el Dios Infinito, el Perfec-
tísimo que es precisamente lo que importa y se trata de buscar.174.
Sin embargo, aun sin ofrecer el valor demostrativo a las vías que parten de
la realidad contingente en su ascenso hacia lo trascendental y necesario, se va a
servir no obstante de otro método que complemente el camino de esas presumibles
demostraciones. Y lo va ha hacer, no de abajo hacia arriba, sino al contrario, de
arriba para abajo, es decir, desde la universalidad del ser como objeto adecuado de
la capacidad reflexiva del hombre. Vuelve en cierto modo a considerar el argumen-
to de S. Anselmo sobre la perfección como una prueba acreditada y legítima. En el
fondo, el mismo argumento anselmiano, aunque con sutiles modificaciones para
poder dar el salto del orden lógico al orden existencial. Nos viene a decir: tenemos
en nuestra mente el concepto de ser en cuanto ser como objeto propio de nuestro
entendimiento; una noción con dos modos básicos y peculiares: lo infinito y lo fini-
to. Pero, lo infinito, que no repugna ni contradice a nuestra inteligencia, hace posi-
ble que él exista en la realidad.
174
Duns Escoto: Ordinatio, I, 2, 1,1-2; II n.41.
146
Esta formulación del argumento ontológico con la idea de lo posible reper-
cutirá particularmente en Leibniz. Claro que, como tal prueba, diríamos que es
evidente mientras nos mantengamos en un orden lógico de conceptos, es decir, en
el ámbito de la pura posibilidad intrínseca. Recordemos que Escoto, a la hora de
enunciar el constitutivo metafísico de Dios, o lo que es lo mismo, la nota primor-
dial de la esencia divina, lo presenta como “infinitud”175, con lo cual se comprende
que el punto de partida de la prueba de esa infinitud no la toma de los seres con-
tingentes y delimitados al mundo físico, sino de un concepto que anida en la mente
humana.
175
Ibid. IV 13, 1, 31.
176
Duns Escoto: Ordinatio, I, 8, 5.
147
son buenas porque Él así lo ha querido. “Non potest Deus aliquid velle quod non possit
recte velle, quia voluntas sua est prima regula”177. En consecuencia, el robo, el homici-
dio o la mentira no son radicalmente malas en sí, sino porque Dios lo ha prohibido.
Supuestamente podría haberse establecido de otra manera178.
Ni que decir tiene que las implicaciones de estos presupuestos son en oca-
siones demasiados radicales, sobre todo en lo que atañe al derecho de las personas.
Concretamente, la propiedad no estaría dentro de los derechos naturales, sino de
las leyes positivas, que, de extenderlo a todo el ámbito social, serían las verdaderas
fuentes del derecho. Las consecuencias eran obvias: la ley podía ser justificada
simplemente por el hecho de ser impuesta o prohibida por el mandatario de
turno.
Por eso, aun reconociendo su agudo y profundo espíritu crítico sobre los
problemas capitales de la escolástica del siglo XIII, no dudando en apartarse en de-
terminados planteamientos de Aristóteles y del mismo Santo Tomás, creemos, no
obstante, que su concepto de contingencia, de la infinitud de Dios y el alcance que
da a la idea unívoca del ser, son incentivos para lo que, no tardando, serían vela-
dos precedentes de las tesis panteístas. De hecho, la univocidad del ser ha sido
siempre su inexorable reclamo.
177
Ibid. I, 46, 1, 6.
178
Ibid. I, 44, 1, 2.
148
condenación del averroísmo en 1277. Las obras que se llevaron a cabo después de ella llevan
casi todas su señal. Para un número de teólogos de fines del siglo XIII y de comienzos del
XIV parece que esa condenación tuvo el valor de una experiencia crucial: se había querido
confiar en la Filosofía, y resulta que la Filosofía es Aristóteles; y se veía, por fin, claramente
a dónde conducían Aristóteles y la Filosofía. Puesto que Aristóteles no había podido alcan-
zar por la razón las verdades fundamentales de la religión cristiana, la Filosofía, por sí
misma, se revelaba incapaz de hacerlo. Era la prueba experimental. La influencia de Ave-
rroes se extendió en este punto más allá de los círculos averroístas. Después de 1277, se ve
cómo cambia la marcha de todo el pensamiento medieval. Tras una corta luna de miel, Teo-
logía y Filosofía creen advertir que su boda había sido un error. En espera de la separación
de cuerpos, que no tardará, se procede a la separación de bienes. Cada una vuelve a tomar
posesión de sus problemas y prohíbe a la otra que los toque”.
Es creíble también que en sus primeros años en Colonia tuviese relación di-
recta con S. Alberto Magno. Tampoco ofrece duda que, entre 1294 y 1298 escribiese
su primera obra en alemán: “las pláticas instructi-
vas”. De igual modo, hay claras referencias indi-
cando que ocupó puestos de responsabilidad y de
gobierno dentro de su Orden, aunque su fama le
vino sobre todo por ser un gran predicador. En el
año 1302 fue designado magister de teología en Pa-
rís. Respecto a su obra principal: Opus tripartitum,
incompleta y llegada a nosotros fragmentariamen-
te, en latín, la fue poco a poco madurando al tener
que armonizar la enseñanza con determinados
cargos asumidos en su Orden. La divide en tres
La gran figura del maestro Eckhart está todavía en fase de estudio y de veri-
ficación intelectual. Esto se debe a la importancia decisiva que él tuvo en el naci-
miento de la mística especulativa que desarrollaron más tarde sus discípulos, Tau-
ler, Suso y Ruysbroek. Dentro de una ambientación compleja, aunque a la vez pro-
funda, escribe como si hubiese experimentado todo aquello que expone, por más
que en su obra no haya ni un solo testimonio de posibles experiencias de tipo mís-
tico. Nos encontramos, pues, con una exposición asistemática y en ocasiones con
aparentes contradicciones, sobre todo cuando habla de la naturaleza inefable de
Dios.
No obstante, en sus relatos sobre el Ser divino, da a entender que, aun es-
tando en dimensión aparte, podría decirse que Dios es entendimiento y entender
(intellectus et intelligere), de lo cual se deduce que de los enunciados de la teología
179
Eckhart, J: Sermón, Fue al atardecer de aquel día… Suelen citarse sus sermones con las primeras palabras
de los mismos.
150
negativa, puede entreverse también cierto valor positivo, como ya lo había vislum-
brado el Pseudo-Dionisio. Dios, en esa línea, es la plenitud, es el Ser: esse est Deus.
Más aún, todo ser no es otra cosa que una emanación suya. De hecho, en la prime-
ra tesis del Prologus generalis revela esta misma idea: “Es también cierto que todo lo
que tiene ser lo es por el ser, como todo lo blanco es blanco por la blancura”. Bien es ver-
dad que, ante proposiciones como éstas, no es de extrañar que se viera impugnado
por los que creían que esto era ya caer en principios panteístas. La oposición fue
sin duda muy fuerte, aunque la base del pensamiento de Eckhart era otra: las cosas
están y emanan de Dios en su ser “esencial”, es decir, en su ejemplaridad. Siendo
inefable en su naturaleza, lo es también como prototipo de todas las cosas. Su in-
manencia en lo temporal va en esa dirección. En el fondo: un mirar los seres y las
cosas con la mirada de Platón.
180
Eckhart, J: Quasi stella matutina.
151
Para él, la persona humana es portadora de lo divino, es alguien que lleva
por dentro la presencia de la Divinidad. En este aspecto, lleva hasta las últimas
consecuencias el texto de S. Pablo: “Ahora bien, Dios, que dijo “brille la luz en medio de
las tinieblas”, es el que se hizo luz en nuestros corazones para que en nosotros se irradie la
gloria de Dios…, Llevamos este tesoro en vasos de barro, para que todos reconozcan la fuer-
za soberana de Dios y no parezca como cosa nuestra” (2 Cor 4, 6-7). Considera que es el
mismo Dios el que se ha hecho luz en nuestros corazones. Pero además, lo lleva-
mos en vaso de barro, es decir, lo llevamos envuelto en nuestra débil naturaleza. Se
trata de la chispa, de la luz divina que anida en todo corazón humano.
Pero, por lo que pudiera parecer, toda esta concepción mística que bordea
de continuo el panteísmo, torna ser diferente cuando desciende al sentido práctico.
Para él, éticamente, la práctica es más importante que la teoría. Llega a decir: “Vale
más alargar un poco de comida al que ves hambriento que entregarte mientras tanto a soli-
tarias meditaciones. Y si se hallara uno en éxtasis como San Pablo y supiera de un pobre
que necesita y le pide un caldillo de sopa, tendría yo por mejor que dejaras por caridad mar-
char del éxtasis y te aplicaras con amor tanto mayor a remediar al necesitado”.
Uno de los que mejor ha estudiado dichas antinomias del Maestro Eckhart
es Otto Barrer. Ha encontrado numerosas, citaremos algunas de las más llamativas
o curiosas. Desconcierta, por ejemplo, cuando nos dice que solamente Dios es, y
que las criaturas nada son, pues no hay cosas tan desemejantes como creador y
criatura, y, a su vez, que no hay cosas tan semejantes como el creador y la criatura;
que Dios es en todas las cosas y que es fuera de todas las cosas; que solamente Dios
es y que las criaturas nada son.
152
De hecho, en este poner y contraponer, llega incluso a decir que Dios carece
de nombre. “Dios es un Verbo, pero un Verbo no enunciado. Dios es innombrable. Si hu-
biera que darle un nombre habría que pensar en algo concreto. Pero Dios está por encima de
todos los nombres; nadie puede ir tan lejos (como) para nombrar a Dios”181. Y haciéndose
eco nuevamente del Areopagita, incide una vez más: “Cualquier palabra que sepamos
pronunciar sobre él, es más bien una negación acerca de lo que Dios no es, en vez de ser un
enunciado de lo que es…Por consiguiente, en referencia a Dios, vale mucho más callar que
hablar”182.
Es evidente que las respuestas del maestro venían condicionadas por el he-
cho de que él sabía que el discípulo llevaba dentro de sí el don pleno de la vida. En
el fondo, muy similar a lo que hacía saber el Maestro Eckhart hablando de la chis-
pa o del efluvio divino. Por eso, al querer resumir en pocas palabras esta somera
exposición, concluiríamos diciendo que, pese a la complejidad de los enunciados,
existen en su obra puntos realmente positivos. Actualmente nadie duda del gran
impulso que dio a la lengua alemana escribiendo y predicando en la lengua nativa,
pese a las restricciones que los clérigos tenían respecto al latín. Pero además, por-
que su espíritu especulativo influyó profundamente, no sólo en la mística alemana,
sino también en la flamenca y francesa del siglo XV, e incluso, directa o indirecta-
mente, en los grandes místicos españoles del siglo
XVI.
181
Eckhart, J: Surrexit autem Saulus.
182
Ibid. Fue al atardecer de aquel día.
153
Fig. 38. Ilustración de Gui-
llermo de Ockham.
Ingresó muy joven en la Orden franciscana, estudiando en Oxford, donde imparti-
ría más tarde lecciones sobre la Biblia y comentando a su vez las Sentencias de Pe-
dro Lombardo. Se le llamó Venerabilis Inceptor (Venerable principiante), bien por no
haber enseñado como doctor, según algunos, o como título honorífico, según otros,
por haber sido uno de los fundadores de la nunca derrotada escuela nominalista. Lo
que sí es cierto es que, tras varios períodos involucrado en disputas escolásticas, se
le acusó de heterodoxia por algunas de sus doctrinas, y fue instado a que compare-
ciera en Aviñón, en 1324.
Ante la grave situación, decidieron algunos huir a Pisa para ponerse a las
órdenes de Luis de Baviera que había sido ya excomulgado. A este encuentro se
atribuye, al parecer, la famosa frase de Ockham: “Imperator, tu me defendas gladio,
ego te defendam calamo” (Emperador, defiéndeme con la espada, que yo te defenderé con la
pluma).
154
PREDOMINIO DE LO INDIVIDUAL
En la Summa totius logicae nos dice: “Pero hay que saber que el universal es doble:
existe cierto universal natural que es signo natural predicable de muchos al modo como el
humo es naturalmente signo del fuego, el gemido del enfermo lo es del dolor, y la risa de la
alegría interior; y este universal no es sino una intención del alma, de manera que ninguna
substancia que existe fuera del alma, ni cualquier accidente que existe fuera del alma, es
universal en este sentido… Existe otro universal por institución voluntaria, y así la voz
proferida, que es verdaderamente una cualidad numéricamente una, es universal, porque es
un signo voluntariamente instituido para significar muchas cosas. Por donde, así como la
155
voz es llamada común, así puede decirse que es universal; pero esto no lo tiene por su propia
naturaleza, sino tan sólo por voluntad de los que lo han determinado”183.
183
Ockham, G: Summa totius logicae, cap. 14.
184
Ockham, G: Quodl. I, 2.
156
podemos estar seguros de la imposibilidad de una serie infinita de causas en el pa-
sado. (Difficile est vel impossibile probare contra philosophos quod non est processus in in-
finitum in causis eiusdem rationis)”185. Aún más, en el supuesto de existir una prime-
ra causa del universo, faltaría probar que esa primera causa fuese Dios. También
en el Centiloquium Theologicum manifiesta que es absurda la imposibilidad como
principio de una serie infinita de causas o de motores.
De forma similar sucede con los atributos divinos. Piensa por ejemplo que la
unicidad de Dios no está en modo alguno probado, y, de referirnos a la simplici-
dad de la misma esencia divina, debemos comprender que no existe distinción real
ni de razón respecto a cualquier otro atributo. Son una misma cosa, esto es, no son
más que distintos nombres que damos a lo mismo. Ahora bien, hablando de de-
mostración, no se puede probar ni tan siquiera la misma unicidad de Dios, tampo-
co sus atributos. “Por esto se niega que se puedan demostrar acerca de Dios conceptos
denominativos que signifiquen únicamente la esencia divina, puesto que tales conceptos no
existen. Según esto, hay que negar que los atributos tales como la bondad divina y otros
semejantes sean conceptos denominativos que no signifiquen más que la esencia divina.
Puesto que todo concepto que no significa más que la esencia divina es quidditativo”186. La
revelación sería para Ockham el único argumento válido. Sabemos que hay un
Dios únicamente por la fe. Lo mismo – dice -, que existe este mundo y un (proba-
ble) primer principio que llamamos Dios, podemos igualmente suponer otros
mundos, cada uno con su primer principio, es decir, con su Dios.
Sin embargo, curiosamente, después de haber mostrado que todas las razo-
nes alegadas a favor de la infinitud de Dios son únicamente probables, afirma
también que es preferible suponer la existencia de un primer motor inmóvil o de
una primera causa incausada, que el supuesto contrario. A pesar de todo, habiendo
asumido los principios básicos, era igualmente explicable que en al ámbito psico-
lógico afirmara también la imposibilidad de poder probar la existencia del alma y
su inmortalidad. Consideraba que al no tener un conocimiento intuitivo de ella, y
no existir otro modo de conocer fuera de la intuición, los motivos para demostrar
su existencia son, a lo sumo, probables. Únicamente por la revelación podemos
hablar de la existencia del alma, de su inmaterialidad y de su inmortalidad.
185
Ibid. I Sent. II, 5.
186
Ibid. Prólogo al Comentario de las Sentencias.
157
ción. Lo mismo que nos manda que le amemos, podía habernos mandado que le
odiáramos y ambas cosas serían igualmente buenas ante Dios187.
EL SABER HUMANO
1) Los sentidos (sensus). Por ellos llegamos a conocer las cosas que nos vienen
de las impresiones particulares, es decir, las que forman los distintos objetos que
aparecen en el mundo; si bien, aun cuando realizan ya cierta unificación de los con-
trarios y tienden a agrupar las impresiones sensibles en la sensación, son imágenes
159
imprecisas e incoherentes por provenir de cosas puramente materiales, aunque sir-
ven, eso sí, de antesala para la segunda facultad.
En primer lugar, asumiendo lo que él califica como docta ignorantia, esto es,
el reconocimiento de nuestra incapacidad para conseguir por la razón toda la ver-
dad. Actitud, por otra parte, muy en sintonía con la fórmula socrática del “solo sé
que no sé nada”. Ahora bien, ¿cuál es el alcance que él quería dar a ese complejo
concepto de “docta ignorancia”? En principio, reconociendo su nesciencia ante toda
incontestable veracidad. Claro que, teniendo que salvar el escepticismo que respira
dicho compromiso, nos dice que este proceder encierra una “actitud dinámica”,
160
¿cuál?: señalando un camino infinito en el conocer: “Nada en este mundo es tan exacto
que no pueda concebirse con mayor exactitud; nada tan recto que no pueda ser más recto;
nada tan verdadero que no pueda ser aún más verdadero”188.
Expuso por primera vez esta teoría del conocimiento en la obra, Idiota de sa-
pientia, y partía del ejemplo práctico de lo que sucede en cualquier clase de opera-
ciones matemáticas: midiendo, pesando, contando, etc. Afirma que todo lo deriva-
do es deducible, pero sin concebirlo como algo posterior, sino que es ello mismo lo
que da inteligibilidad a todo, tal y como sucede con los números; valoraciones to-
das ellas que hacían de Nicolás de Cusa un claro precedente del pensamiento mo-
derno.
188
Nicolás de Cusa: Idiota sapientia, II, pág. 32. (Meiner)
161
eso, lo que verdaderamente inquieta a Nicolás de Cusa no es tanto la existencia de
Dios, cuanto la posibilidad de conocer su esencia.
Esta visión a la que ha llegado como filósofo es en todo punto decisiva: co-
mo no se puede deducir lo infinito de una serie finita de causas, es preciso suponer
lo infinito, un Máximo Absoluto, previo a cualquier elaboración mental; lo intuye
el intelecto que supera a toda razón. Así, en vez de contentarse con un conocimien-
to racional a partir de las sensaciones y elaborado mediante el principio de contra-
dicción como hacían los aristotélicos, Nicolás de Cusa cree elevarse a un plano su-
perior en el que las cosas son vistas, no ya racionalmente, sino Intellectualiter, esto
es, mediante una intuición intelectual que trasciende dicho principio de contradic-
ción en una perspectiva sintética donde coinciden los opuestos. En ese ámbito,
Dios existe como unidad infinita donde no puede haber alteridad, lo uno y lo otro
se armonizan, los contrarios convergen.
Todo esto trasciende toda capacidad de nuestro entendimiento, que no puede combi-
nar por vía racional los extremos contradictorios en su principio, porque nos movemos en
nuestra vida intelectual a través de las cosas que se nos hacen manifiestas por la naturaleza,
la cual, a gran distancia de esa potencia infinita, se siente incapaz de unir sintéticamente
los extremos contradictorios, separados entre sí por una distancia infinita”189.
189
De docta ignorantia, I, 4.
162
to del cosmos, pero al mismo tiempo el mundo está en dependencia con el Absolu-
to. Rehusando la lógica aristotélica y tomista por su formalidad y abstractismo,
acude a representaciones o figuras matemáticas. Dios viene a ser como la línea in-
finita, el círculo infinito o el triángulo infinito, aunque, como fórmulas que son, re-
sultan ser también imaginarias por carecer de extensión y corporeidad. En el
“Diálogo de Dios escondido”, Nicolás de Cusa responde al “gentil” que le interroga
sobre la denominación de Dios:
DESPLIEGUE DE DIOS
190
De Dios escondido. De la búsqueda de Dios. Diálogo, pág. 41 (Ed. Aguilar).
191
Ibid. I, 26.
163
en su absoluta Unidad, como la línea en el punto, como las imágenes en el ejem-
plar. “Dios es la esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no
está en ningún lugar”192.
“El universo no está en las cosas sino de una manera reducida, y toda cosa existente
en acto reduce al universo, de suerte que el universo viene a ser en acto lo que ella es. Pero
todo lo que existe en acto está en Dios, ya que Dios es el acto de todo. El acto, por otra parte,
es la perfección y el fin de la potencia. Por lo tanto, estando el universo contraído en todo
ser existente en acto, es evidente que Dios, que está en el universo, está en cualquier ser, y
que cualquier ser existente en acto está de una manera inmediata en Dios, como el universo
mismo. Lo mismo, pues, resulta decir: “cualquiera está en cualquiera” que decir que Dios,
por medio de todo, está en todo, y que todo, por medio de todo, está en Dios. Para una inte-
ligencia sutil resultan muy claras verdades tan profundas de que Dios está en todas las co-
sas sin diversidad alguna, porque cualquiera está en cualquiera y todo está en Dios, porque
todo está en todo. Mas como el universo está en cualquier parte de manera que esa parte es-
tá en él, el universo es de manera reducida en cualquier parte lo que ésta es de manera redu-
cida, y cualquiera parte en el universo es el universo mismo – si bien el universo está en
cualquier parte de una manera diversa y cualquier parte en él también diversamente”193.
Tengamos en cuenta que muchos de los términos que emplea son tomados
de Escoto y de los nominalistas, sobre todo a la hora de hacer relación entre el uni-
verso y los entes particulares. Entiende por ejemplo que el concepto universal se
contrae en géneros, especies y sujetos particulares; referido al universo, se concre-
tiza en los seres actuales y posibles, algo así como una individuación platónica.
Los seres particulares no serían sino el resultado y la concreción de la única forma
del universo.
192
De docta ignorantia, II, 12..
193
Ibid. 2, V.
164
un reflejo, o mejor, como explicatio Dei. La unidad del Infinito se explica y manifies-
ta en la multiplicidad del mundo. Para él todos los seres están en Dios, manifes-
tándose como despliegue y desenvolvimiento del mismo. Cada ser no es sino una
concentración individual del cosmos, una unidad que refleja, como en un espejo, el
universo. De ahí que se le acusara, como al maestro Eckhart, de panteísta. Pero, al
igual que éste, Nicolás de Cusa también lo rechazaba de forma contundente. La
presencia de Dios en el mundo, como explicatio Dei y como Deus sensibilis, no impli-
caba disgregar la Infinitud Divina en las cosas creadas. El universo se contrapone a
Dios – dice -, como la pluralidad a la unidad. El número es lo contrario a la unidad,
aunque resulta de esa misma unidad194.
194
De docta ignorantia, 2, III.
195
De docta ignorantia, II, 3.
165
agnosticismo a la hora de ofrecer o descubrir la verdad. Pues, aun reconociendo su
siempre abierta actitud ante los desafíos que planteaba la sociedad en que le tocó
vivir, no debe olvidarse que al circunscribir el conocimiento a una intuición prima-
ria con soportes místicos y fideístas, era ya una forma de posponer lo racional y fi-
losófico por lo intuitivo o de ámbito puramente testimonial.
Hijo del médico personal de Cosme de Médicis, Marsilio Ficino nace en Fi-
gline, (Valdorno), próximo a Florencia. De complexión muy endeble y algo tarta-
mudo, se decía de él que era “un alma platónica en un cuerpo socrático”. No obs-
tante, Cosme le protegió y le ayudó en su formación académica. De carácter activo
y sumamente audaz, se hizo acreedor, pese a su crisis escéptica y religiosa de ju-
ventud, de ser nombrado presidente de la Academia platónica, establecida en la
Villa Careggi, cedida por los Médicis. En el Consejo de Florencia trajo a la ciudad
una serie de académicos de lengua griega que, relacionados con la fundación de la
mencionada Academia, dieron un enorme impulso al estudio de la cultura griega,
sobre todo de Platón, del que Ficino, no sólo se hizo ferviente adepto, sino un ada-
lid del platonismo, o quizá mejor del neo-platonismo, llegando incluso a sostener
que los textos platónicos deberían ser leídos en las mismas iglesias. En 1473, a sus
cuarenta años, se ordenó de sacerdote, tal vez por influencia de Savonarola. Nom-
brado canónigo de la catedral de Florencia en 1484, muere en la Academia de la Vi-
lla Careggi el año 1499. Fig. 40.
196
Marsilio Ficino: Teología platónica, Inicio.
167
til y cristiano, como a Zaratustra, Orfeo, Pitágoras, Platón o San Agustín, entre
otros. Acaso esto se deba a la deficiente formación teológica que, tanto en los tér-
minos usados, como en el alcance de los mismos, se deja fácilmente entrever en sus
escritos. Recordemos que el pensamiento que se desarrollará en los treinta años de
su dirección en la Academia de Careggi venía influenciado, no sólo por filósofos o
figuras del ámbito intelectual, sino también por hombres de Estado, altos comer-
ciantes, poetas y músicos, lo que daba a dicho Patronato un halo de marcada cos-
movisión, dentro sobre todo de unos aires humanísticos y renovadores que a cual-
quier precio debían preconizar. Por eso, en una ambientación como ésta, querer
encontrar una sistematización ideológica al modo escolástico era prácticamente
imposible. De ahí que se viera condenado por hereje en dos ocasiones. Le salvó la
gran influencia que tenían los Médicis.
Sin embargo, pese a estas ideas que podríamos en líneas generales suscribir,
Ficino incurre en una serie de posturas arriesgadas y de algún modo bastante radi-
cales para la ortodoxia tradicional escolástica. En el rechazo por ejemplo sobre la
eternidad del mundo de Averroes, incurre en un emanatismo plotiniano que difí-
cilmente salva a la hora de tener que contrastarlo con la providencia y la creación.
Al mismo tiempo, hablando de la iluminación de Dios, sus expresiones cobran un
alcance presuntamente innatista. En el Comentario al Banquete de Platón escribe:
“La inteligencia, el alma, la naturaleza y la materia, que proceden de Dios, se esfuerzan por
volver a él, y dondequiera, según sus fuerzas, giran en torno a él. Y así como el punto cen-
tro se encuentra en todas las líneas y en todo el círculo, y cada línea toca por uno de sus
puntos al centro del círculo, así, Dios, centro de todas las cosas, que es unidad simplicísima
y acto purísimo, se inserta en todas las cosas no sólo en cuanto que está presente en todo lo
que no es él, sino además porque a todo lo que ha creado ha conferido alguna parte o poten-
cia intrínseca muy simple y excelente que se llama la unidad de las cosas198.
197
Marsilio Ficino: Teología platónica, XIV, 1.
198
Ibid. Comentario al Banquete de Platón, II, 3..
168
PROCESO DE DIVINIZACIÓN DEL ALMA
En ese anhelo de retorno, hay una búsqueda y una meta que se debe alcan-
zar, ¿cómo?, mediante la purificación y el desapego de todo lo material que impida
al hombre dicha elevación. Para Ficino, filosofar es apetencia de Dios y retorno a él.
Sólo después de haber comprendido esto en profundidad, podremos entender sus
frecuentes simbologías. Considera que el discurso racional conviene y se ajusta a la
ciencia. No obstante, para contemplar a Dios es necesario recorrer los escalones de
una ascensión que es reconquista. En palabras suyas: en una “regeneración inte-
rior”. Por eso, su filosofía es una invitación a contemplar con los ojos del alma el
ser de las cosas; más bien, una llamada al amor mediante las experiencias persona-
les y los deseos profundos de verdad. Llega a creer que en todas las cosas existe
una íntima fecundidad que, en el fondo, son destellos del Bien, una luz que existe
en sí misma, aunque inmersa en las cosas y más allá de ellas.
199
Marsilio Ficino: Comentario al “Banquete” de Platón, 4, III.
169
Ante esta configuración ideológica, comprenderemos la raíz y el porqué de
sus conclusiones al afirmar que Dios ya se hizo presente a los humanos en sus más
remotos tiempos. Revelación perenne y renovada que hace que todas las religiones
no sean más que prototipos o manifestaciones parciales de una similar revelación.
Por eso que invitase a la armonía y la concordia de todas ellas. En realidad, una sa-
biduría y una enseñanza donde el espíritu de Moisés, de Platón y del mismo Cristo
quedaban hermanados; todo como si se tratase de una cristalización de esa alma
que late y palpita dentro de nuestro interior. En cuanto enseñanza, procedía de
Egipto, si bien concordaba con la tradición pitagórica, platónica, estoica, neoplató-
nica y los libros del Seudo-Dionisio. En cualquier caso, un proceso que culminaría
en la doctrina cristiana.
200
Ibid.. XI. 2.
201
Marsilio Ficino: Teología platónica, I, 4.
170
Bien es cierto también que, debido a la gran incidencia que tuvieron en él los
planteamientos neoplatónicos, existe, junto a una notoria vaguedad en determina-
dos planteamientos, un velado emanatismo difícil de eludir. Rechaza la eternidad
del mundo, pero no acierta a formular una concepción clara sobre la creación.
Tampoco delimita ni armoniza la trascendencia de Dios con su libertad. Sus anhe-
los místicos y de unidad se entremezclan no raramente con la honda aspiración por
conseguir una religión colectiva y universal al modo de Platón y de Plotino. Por
eso que, aun reconociendo su gran influencia en los pensadores de los siglos subsi-
guientes, no dejamos de reconocer que esa honda aspiración platónica y cristiana
se irá desdibujando con el tiempo por otras pretensiones puramente humanísticas,
consecuencia, al fin y al cabo, de lo positivo y negativo de su obra.
172
Respecto al hombre, nos dice que es la última criatura salida de las manos
de Dios. Propiamente no pertenece de forma estricta a ninguna de las tres demar-
caciones, sino que se encuentra en medio de lo terrestre y lo celeste. Siendo una
obra maestra de la Divinidad, se caracteriza por ser un verdadero microcosmos en
el que se sintetizan las perfecciones de todo lo creado, reproduciendo la armonía
que se halla en el universo. Al principio del Discurso de la dignidad del hombre, se ha-
ce eco de una afirmación de Hermes para convenir en su mismo asombro: ¡Gran
milagro, oh Asclepio, es el hombre! Es la obra maestra de Dios, cuya dignidad es estar
dotado de libertad en cuanto que puede elegir su destino. Finalidad suprema suya
será el retorno a la región supraceleste donde habita el Uno y los inteligibles (inte-
ligencias angélicas). Pero siempre y cuando admita los principios filosóficos mora-
les y ascéticos de una sana aspiración trascendente. Podría, de hacer caso omiso a
dichos anhelos, degenerar al nivel de las bestias. En el Discurso, leemos:
“Tomó Dios al hombre que así había sido construido y, habiéndolo puesto en el cen-
tro del mundo, le habló de esta manera: Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado,
ni un aspecto propio, ni una prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con
tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida
por las precisas leyes por mí prescriptas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez algu-
na, te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder se ha consignado. Te he puesto en el
centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho
ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano ar-
tífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en
los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades
superiores que son divinas”202.
De una u otra forma, sus expresiones están siempre henchidas de ese anhelo
por buscar y encontrar la armonía con el Uno. En otra de sus expresiones manifies-
ta: “Invada nuestro ánimo una sacra ambición de no saciarnos con las cosas mediocres, sino
de anhelar las más altas, de esforzarnos por alcanzarlas con todas nuestras energías, dado
que, con quererlo, podremos”203. Es su libertad y el buen uso de la filosofía lo que le
202
Pico della Mirandola: Discurso sobre la dignidad del hombre.
203
Ibid.
173
llevará a tan ansiado fin. Opina que es el más hondo deseo del espíritu, la aspira-
ción más profunda del alma. No concibe al dialéctico y al sabio de otra manera. En
el mismo Discurso es taxativo: ¿Quién no desearía ser iniciado en tales misterios?
¿Quién, desechando toda cosa terrena y despreciando los bienes de la fortuna, olvidado del
cuerpo, no deseará, todavía peregrino en la tierra, llegar a comensal de los dioses y, rociado
del néctar de la eternidad, recibir, criatura mortal, el don de la inmortalidad? ¿Quién no
deseará estar así inspirado por aquella divina locura socrática, exaltada por Platón en el Fe-
dro, ser arrebatado con rápido vuelo a la Jerusalén celeste, huyendo con el batir de las alas y
de los pies de este mundo, reino maligno?204.
El hombre, como persona racional, está llamado, según Pico della Mirando-
la, a volver a su origen. Buscando y queriendo la verdad, conforma un designio
proyectado hacia Dios. Bien es cierto que en el itinerario que debemos recorrer hay
cuatro grados de conocimiento hasta alcanzar la meta deseada que, por otro lado, y
siguiendo al Areopagita, es una morada inescrutable y misteriosa: “la tiniebla en que
Dios mora”.
204
Ibid.
174
caso, superaría a la misma unidad, es el Uno. Nos lo resume en su obra, De ente et
de uno, del siguiente modo:
“Recapitulemos lo que hemos dicho y veremos que, en el primer grado, sabemos que
Dios no es cuerpo, como dicen los epicúreos, ni forma del cuerpo, como quieren aquellos que
dicen que Dios es el alma del firmamento o del universo…
Aprendemos en el segundo grado lo que pocos alcanzan con acierto y en lo que más
fácilmente podemos errar si un tanto así nos apartamos de la verdadera inteligencia, a sa-
ber, que Dios ni es vida ni entendimiento ni inteligible, sino algo mejor y más digno que to-
do esto. Pues todos estos nombres dicen una perfección particular cual no se da en Dios. Y
comprendiéndolo así Dionisio y los platónicos niegan que se dé en Dios la vida, el entendi-
miento, la sabiduría y cosas semejantes a éstas. Pero como toda la perfección que en tales
cosas hay, dividida y multiplicada, Dios la une en sí y la reúne en una única perfección, que
es su infinitud, su deidad, la que es él…
En el tercer grado, algo más se nos aclaró cuando nos acercábamos a la tiniebla, a
saber, que no sólo no imaginemos a Dios, con impío pensamiento, como algo imperfecto y
como un ente defectuoso, como si se dijese que es cuerpo o alma del cuerpo, o animal com-
puesto de ambos, ni que le hagamos un género particular, por perfectísimo que lo suponga-
mos, pensando a lo humano, como si le llamáramos vida, o mente o razón, sino que también
le conozcamos como superior a aquello que indican los nombres universales que cubren to-
das las cosas, como lo uno, lo verdadero, el ente y lo bueno…
En el cuarto grado llegábamos a saber que él está, no sólo sobre todo aquello, sino
aún más sobre todo nombre que pueda formarse y sobre toda razón que pueda concebirse
por nosotros, comenzando entonces a alcanzar un poco de conocimiento de él justamente
cuando no le conocemos en absoluto”205.
Por estas y otras numerosas expresiones, cabe decir que el concepto asumi-
do por Pico della Mirandola respecto a Dios está en la línea del Pseudo Dionisio,
ofreciendo una teología de alcance negativo. Para él, ese Uno que está por encima
del ente (Unum supra ens)206, que es la suma verdad, la perfección absoluta y la luz
esplendente, está velado en nosotros en una profunda oscuridad, tan sólo podemos
vislumbrarle acumulando negaciones de las cosas positivas. Dios es el que está
más allá, el que encubre y a la vez supera ese proceso negativo207.
205
Pico della Mirandola: De ente et uno. Cita tomada de la obra de María Toscano Liria y Germán Ancochea
Soto: ¿Qué decimos cuando decimos Dios? Págs. 219-220.
206
Ibid. Cap. 4.
207
Ibid. Cap. 5.
175
de colegirse que Dios no sólo es, según dice Anselmo, aquello más grande que lo cual no
puede pensarse, sino aquello que es infinitamente más grande que aquello que puede pen-
sarse”.
Con todo, a la hora de establecer las relaciones entre Dios y el mundo, cabe
pensar que su neoplatonismo corre el riesgo de comprometer la misma trascenden-
cia divina. Nos habla de un Dios que calificaríamos de Supremo artesano, el cual,
teniendo ante sí el universo de los arquetipos y modelos eternos, va poniendo or-
den al caos y la confusión, mientras crea todo cuanto existe; si bien, apartándose
del Timeo de Platón, lo modifica introduciendo la variante judeo-cristiana. En efec-
to, si entonces el Demiurgo había recogido de todos los modelos aquello que era
necesario para llevar adelante la creación, ahora, el mismo Ser Supremo, viendo
que todo estaba colmado en la escala de los seres vivientes, siente la necesidad de
crear desde la nada aquel ser que resumiera todo lo anteriormente originado: crea
al hombre con la específica función de contemplar, admirar y amar la obra de Dios.
Hablando precisamente de la búsqueda e integración en la anhelada órbita divina,
llega a decir: “Suavemente llamados…, gozaremos de la ansiada paz, santísima paz, indi-
soluble unión, amistad unánime por la cual todos los seres animados, no sólo coinciden en
esa Mente única que está por encima de toda mente, sino que de un modo inefable se funden
en uno solo”208.
Por eso, dada la radical exigencia que él establece en el obrar de Dios, hace
difícil que se pueda poner de relieve una auténtica libertad en su función creativa.
Además, en la medida que usa el principio neoplatónico de la emanación, no está
lejos tampoco del misticismo panteísta donde todo se origina a partir de una impe-
riosa necesidad. La creación es, en esta línea de pensamiento, eterna y necesaria, lo
que hace de Pico della Mirandola uno de los humanistas que más incidió - sobre
todo por su “eclecticismo” -, en sectores ya de la filosofía moderna.
208
Pico della Mirandola: Discurso sobre la dignidad del hombre
176
cifijo. Consciente de su poca sintonía con la vida que se auspiciaba en los conven-
tos, no tardó en reconocer: “Cuando se ha abrochado mal el primer botón de una sotana,
ya no se pueden abrochar bien los demás”. Con todo, en 1572 se ordena sacerdote, con-
siguiendo el grado de doctor en teología tres años más tarde.
Sin embargo, sus opiniones empezaron a suscitar muy pronto una enorme
confusión. Fueron 130 artículos los que se formularon en su contra. Por eso, ha-
biéndosele iniciado dos procesos - según consta en el Index processarum -, temió a la
Inquisición, por lo que, a los 28 años huye de Roma, comenzando una vida acen-
tuadamente bohemia: pasa por Siena, Milán, Chambéry, Ginebra, Lyon, Aviñón,
Montpellier, Toulouse (en cuya Universidad enseñó durante dos años), París, Ox-
ford, Londres, Wittenberg, Praga, Helmstedt, Frankfurt y Zürich.
177
rroes o Ibn Gabirol. Particular incidencia tuvieron en él Ramón Llull y Copérnico,
aunque de modo especial, Nicolás de Cusa.
REFLEJO DE DIOS
178
mos conocerle por sus reflejos, por lo que nos irradia simulando al universo. “La fe
religiosa muestra a Dios fuera de este mundo, y ésta es su misión. La filosofía debe mostrar-
lo en las formas y la existencia del universo, en que él se refleja con todas sus perfecciones”.
Sin embargo, de tal conocimiento, lo que podamos deducir será siempre una ni-
miedad en comparación de lo que realmente es. “De la sustancia divina, tanto por ser
infinita como por estar alejadísima de los objetos que son el último término de nuestra fa-
cultad discursiva no podemos conocer nada sino a modo de vestigio…, como en un espejo,
es sombra y enigma”209.
Además, por comprender en su propio ser todas las contrariedades en unidad y ar-
monía, y por no poder tener ninguna inclinación a un nuevo ser diferente, o bien hacia esta
o aquella manera de ser, no puede ser sujeto de mutación en cualidad alguna ni puede tener
un contrario o diverso que lo altere, pues en él toda cosa concuerda. No es materia, porque
209
Giordano Bruno: Sobre la causa, el principio y el uno, 2.
179
no tiene figura ni es figurable, no tiene límite ni puede ser limitado. No es forma, porque no
informa ni configura a nada, toda vez que es todo, máximo, uno y universal”210.
Habla también del alma universal en referencia a la fuerza vital que anida en
Dios y en el mundo. El neoplatonismo había situado el alma del universo - alma
universal -, como tercer supuesto o componente gradual en la escala de lo verda-
dero. Del Uno procede el entendimiento y de éste el alma universal. Sin embargo,
Giordano identifica el alma universal con la fuerza divina en cuanto que es causa
eficiente y formal de cuanto tiene existencia; causa eficiente, como fundamento y
principio generador de todas las cosas; causa formal, en cuanto que se halla pre-
sente en todas ellas. Pero, sea cual fuere el ámbito donde se mire, es siempre pre-
sencia y despliegue de la sustancia infinita de Dios.
210
Giordano Bruno: Sobre la causa, el principio y el uno, 5.
211
Ibid. De infinito, universo y mundo, 1.
180
forma de ser y actuar del alma universal212. Para Giordano todo lo que tiene exis-
tencia: minerales, plantas, animal u hombre, todos participan de esa alma común
insertada en cada uno. Es, al fin y al cabo, el dinamismo que explica y da sentido a
todo movimiento. No es visible en sí misma, pero sí en sus múltiples manifestacio-
nes. En el fondo, todo está inmerso en la Realidad Divina; Dios es el máximo y el
mínimo; en palabras del mismo Bruno: la mónada de las mónadas; más bien, la pleni-
tud donde todo queda insertado en una dimensión infinita de presencia y de vida.
Todo ello, sumado a la crítica de ciertos puntos hacia la religión, hizo que las
tensiones se acrecentasen, prefiriendo permanecer preso durante siete años antes
de ceder a sus formulaciones, incluso teniendo que ir a la hoguera. Hoy, sin em-
bargo, después de una crítica formal acerca de sus principios doctrinales, se asume
que en la condena de Giordano Bruno la Iglesia antepuso el deber de la verdad al
mandamiento divino del amor. Sabemos que desde sus primeros inicios negaba el
dogma de la Trinidad y el alma indivisa de la persona. Que la religión era una
forma de dominar a los indefensos y otras exageradas inculpaciones, pero todo ello
nunca justificará que, por no quererse retractar, le anatematizasen por impenitente
y herético, haciendo que cayese la ley sobre él hasta el punto de quitarle la vida. A
ese nivel, el verdadero creyente de hoy debe hacer memoria y purificar el pecado
grande de haber violado el mandamiento divino del amor y del perdón.
181
cuenta estudiantes, el ingreso en la naciente Compañía de Jesús; pero, por la creíble
incapacidad para llevar a cabo los estudios que demandaba dicha Compañía, le
denegaron la solicitud; si bien, tras nuevas e insistentes peticiones de admisión,
terminaron por concederle el ingreso.
182
II), a escogerle para que se hiciese cargo de la cátedra de teología en Coimbra. Tras
ser convencido para que la aceptase, ese mismo año se doctora en Evora según las
exigencias de la nueva situación. Desempeñó dicho cometido hasta el 1615. Muere
en Lisboa en 1617. Fig. 43.
PROYECCIÓN METAFÍSICA
213
Francisco Suárez: DM. Ratio et discursus totius operis ad lectores: Quemadmodum fieri nequit ut quis
Theologus perfectus evadat, nisi firma prius metaphysicae iecerit fondamenta.
183
Cabe decir, no obstante, que él aplica y actúa con un espíritu independiente
y desinteresado. Prácticamente analiza todos los sistemas anteriores, sabiendo
aplicar a su debido tiempo el contenido que conjugue y solucione los problemas
planteados. Pero, como él mismo subscribe: no lo hace por el simple espíritu de po-
lémica, sino movido por el franco deseo de la verdad. Haciéndose eco de este com-
promiso, Xavier Zubiri llegó a escribir: “Desde sus más antiguas direcciones árabes y
cristianas hasta el giro nominalista que adoptó francamente en el siglo XIV, y revistió ca-
racteres inundatorios en el XV y XVI, no ha dejado escapar Suárez ninguna idea u opinión
esencial de la tradición filosófica. Pero no se trata de un simple repertorio. La sistematiza-
ción a que ha sometido estos problemas, y su originalidad al repensarlos, han traído como
consecuencia que el pensamiento antiguo continúe en el seno de la naciente filosofía europea
del siglo XVII y haya entregado a ella muchos de los conceptos sobre los que se halla asen-
tada”214.
214
X. ZUBIRI: Advertencia preliminar, de “Francisco Suárez, Disputaciones metafísicas sobre
el concepto del ente”, traducción del latín, introducción y advertencia de Xabier Zubiri, en
“Revista de Occidente”, Madrid 1935, pp. 127-128.
184
En el análisis, la referencia al “ser finito” es fundamental. Estudia por tanto
la doctrina de la sustancia en general y la de los accidentes en particular con sus
diversas especies: la cantidad, la cualidad, la relación, la acción, la pasión, el tiem-
po, el espacio, el lugar y el hábito, sin olvidar tampoco los entes de razón. Real-
mente, un estudio que le valdrá de la crítica filosófica el reconocimiento de ser la
primera obra sistemática de la metafísica occidental.
El ser finito, (ab alio), dependiente y un día venido a la luz, insta a adherirse
con su Creador. Sólo así puede comprenderse por qué Suárez pone en principio el
ser real como objeto de la metafísica. Sabido es que, dentro de ese objeto amplísimo
entran todos los seres: Dios, como ens a se, las sustancias materiales e inmateriales,
los accidentes reales y cualquier cosa que tenga entidad; quedarían sólo excluidos
los entes ficticios o de razón215.
215
Francisco Suárez: DM 1, 1, 26.
185
Precisamente, buscando el alcance y el contenido de ese ser ontológico, Suá-
rez no puede por menos de remontarse a la realidad misma de Dios, demostrando
su existencia por la capacidad intelectiva, por el alcance y virtud de la razón. Bien
es verdad que a la hora de examinar en concreto las pruebas para demostrar dicha
existencia, él va a negar, como lo hiciera Escoto, el valor absoluto de los argumen-
tos “físicos” tradicionales, aunque sí admitirá, en todo punto convincentes, los con-
siderados “metafísicos”. Veamos:
Disiente también de las pruebas que parten de los grados de perfección que
decimos encontrar en los seres. Cualquier máximo en cada género no necesaria-
mente es la causa de todos los demás seres en ese mismo género, pues aun cuando
existiera un máximo en cada categoría, no puede probarse que ese tal sea necesario
e increado y, por supuesto, autor de todo lo que está fuera de él218. Por el hecho de
que captemos un orden en la existencia de cosas, podremos deducir un ordenador,
pero no que sea creado o increado, que sea uno o múltiple. No es ilógico pensar
que pudiesen existir otros mundos con su respectivo organizador.
No obstante, asume que para que estas pruebas tengan su valor se precisa
que las reduzcamos al principio de causalidad. Suárez acepta los argumentos por
las causas y la finalidad; un modo de especulación que nos hace volver los ojos a lo
real de la metafísica. Por eso, si no es radicalmente justificable que todo lo que se
mueve sea movido por otro, sí es demostrable que todo lo que se produce es pro-
ducido por algo anterior. Considerando que todos los seres posibles pueden consi-
derarse como hechos o como no hechos, los seres “hechos” remiten a un hacedor, a
un creador, a un Dios vivo y verdadero. “Omne quod producitur ab alio produci-
216
Ibid. DM, 18, 7, 43.
217
Ibid. DM, 29, 1, 7 ss.
218
Ibid. DM, 29, 3, 21.
186
tur”219. Todo lo que se produce es producido por otro. Nadie puede darse a sí
mismo su ser porque en tal caso obraría antes de existir, lo cual es absurdo.
En esta perspectiva, considera que todo cuanto participa del ser, o es creado
o increado. Pero no todo lo que existe puede ser creado, luego imperiosamente es
ineludible que alguno de ellos sea increado; ineludible que exista la verdad increa-
da, el infinito, Dios.220. Pero además, por esa dependencia con el Ser de nuestro
origen, participamos también nosotros de su mismo ser, que es ser de Dios, de un
Dios vivo y creador.
A partir de aquí, en la serie gradual de las leyes que examina, Suárez co-
mienza el estudio por la amplitud que ofrece el objeto en cuestión. El primer pues-
to lo ocupa la “ley eterna”, cuyo sujeto es toda la creación. Profundiza después en
la “ley natural”, extensiva a todos los hombres, para pasar a las “leyes positivas y
humanas”, cuyos sujetos no son otros que los súbditos de una determinada comu-
nidad social.
Siguiendo esta línea, él parte del principio de que todos los hombres nacen
libres. Es su estado natural; por consiguiente, sin poder ni jurisdicción los unos so-
bre los otros. Pero, aun cuando ningún hombre nace súbdito, sí es “subiectibilis”221,
ya que en eso radica su sociabilidad natural. El hombre es animal social y por natu-
raleza ansía vivir en comunidad. La primera forma que adquiere esa sociabilidad
es la familia (natural). Pero la sociedad política no resulta de la simple agrupación
familiar. Para establecer un régimen social se necesita un pacto expreso o tácito
(pactus, consensus) con el deseo de conseguir un bien común. Pues, aunque la so-
ciabilidad es natural, la constitución social del grupo es voluntaria.
219
Ibid. DM, 29, 1, 20.
220
Ibid. DM. 29, 1, 21.
221
Francisco Suárez: De leg. 3, I, II.
187
da autoridad, la base está en Dios, autor de la naturaleza222. El poder es siempre de
origen divino. En prueba de ello, Suárez cita algunos actos que exceden la capaci-
dad del individuo, como el castigo a los malhechores, sancionándoles incluso con
la muerte. Todo, para indicar que sólo Dios es el Señor de la vida, y únicamente Él
puede conceder ese poder, así como obligar en conciencia o sancionar las injurias,
etc.223.
Pero, ¿cómo y por qué hace el hombre uso de cierto predominio sobre los
demás? En virtud – nos dice Suárez -, de una potestad concedida por un proceder
no distinto a la creación, es decir, como una propiedad que sigue a la misma natu-
raleza; potestad necesaria para su conservación y gobierno. Por consiguiente, no
concedida hasta que los mismos hombres no se hayan unido en una comunidad y
en un pacto social. De allí saldrá la autoridad que Dios ofrece al acuerdo consegui-
do por los individuos que lo forman. Por eso, si el origen es divino, el depositario
del poder no puede ser otro que el pueblo constituido en corporación organizada,
porque la potestad no reside en cada una de las personas por separado, tampoco
en una multitud confusa y sin orden, sino que viene de Dios a los hombres que
disponen de “materia”, es decir, en cuanto existe unión entre los miembros y deci-
den en pacto social erigir el sujeto de la autoridad. El poder espiritual es don di-
vino, pero el temporal no lo da Dios a ninguna persona en concreto, sino al cuerpo
social una vez que éste se haya constituido para transmitirlo a la persona o perso-
nas que deban ejercerlo.
Ahora bien, tras ser erigida la autoridad, sería injusto también condicionar-
la, privarla o poner nuevos límites de forma arbitraria a quien ejerce el legítimo
gobierno224. La situación no obstante cambia cuando el que sustenta el poder abu-
sa de su autoridad o se convierte en tirano. Entonces el pueblo puede ejercer el de-
recho de legítima defensa y destituirlo. Como principio, el tirano es el príncipe
que abusa de su poder y pone en peligro el bien común de la colectividad. En tal
situación – dice -, la comunidad no sólo puede deponerle y declararle la guerra,
sino incluso darle muerte. Pero esto no podría hacerlo ningún particular, sino sólo
la autoridad competente de la nación225.
222
Ibid. 3, 3, 4; Def. Fid. 3, 3, 12.
223
Ibid. 3, 3, 2.
224
Ibid. Def. Fid. 3. 3. 2.
225
Ibid. Def. Fid. 6, 4, 7; 6, 4, 16-19.
188
poder como entrega de Dios a toda la comunidad política y no sólo a tal o cual per-
sona, esbozando el principio democrático contra cesaristas, legistas, maquiavelistas
y luteranos. Llegó incluso a proponer, junto a otros teólogos y juristas, la existencia
de un tribunal internacional entre Estados independientes con jurisdicción para
anular las decisiones para hacer la guerra. El rey tendría el poder de declararla en
cuanto representaba la voluntad del pueblo; de ahí que favoreciese su sustitución
si no reuniese las condiciones para ello. Idea criticada no obstante por las monar-
quías de Inglaterra y Francia de entonces.
189
FILOSOFÍA EN LA EDAD MODERNA
190
El 31 de marzo de 1596 nació René Descartes, en la Haye (Turena francesa,
cerca de Poitiers). Tras la muerte de su madre - no mucho después de haberle traí-
do a la vida -, el padre, dada su constitución débil y enfermiza, hubo de renunciar
pronto a que siguiese la carrera de las armas que era su aspiración. Lo reconocería
él más tarde: “Yo heredé de mi madre una tos seca y un color pálido, que conservé hasta
los veinte años”. Ante la falta del cariño materno, fue llevado a la casa de la abuela, a
cargo de una nodriza a la que permanecerá ligado toda la vida.
191
La invención consistía en reducir todas las ciencias de la cantidad a una
ciencia genérica del orden y la proporción, aplicando el método de análisis y sín-
tesis. Acentuaba esta certidumbre el hecho de que creyera que había sido una reve-
lación divina sobre su misión filosófica. Como agradecimiento, peregrina a pie al
santuario de Nuestra Señora de Loreto (Italia). En 1625 regresa a París donde siente
ahora una fuerte propensión hacia las relaciones sociales. Entabla amistad con dis-
tintas personalidades del momento, entre ellas, el cardenal Bérulle, quien le animó
a armonizar sus especulaciones filosóficas con los principios católicos.
En 1629 pasa a Holanda, buscando, según se entrevé por alguna de sus fra-
ses, un país propicio para el sereno aislamiento y la tolerancia de la libertad filosó-
fica y científica. Veinte años de permanencia en este país justifican al menos esta
aspiración, aun cuando cambiara en varias ocasiones de residencia: Franecker, De-
venter, Sandport, donde tuvo con su criada, Elena Moëtjens, una hija natural,
(Francine). Cabe decir no obstante que su labor fue sobre todo intelectual, por lo
tanto, ajeno a cualquier interés que no fuese el estudio y la investigación, aunque
compaginado con un asiduo intercambio epistolar con reconocidos filósofos y cien-
tíficos, también con mujeres aficionadas a la filosofía. La reina Cristina de Suecia,
por ejemplo, fue una de ellas. Prendada ésta de su especulación filosófica, quiso
invitarle a su corte en Estocolmo. Descartes lo aceptó, llegando a la capital sueca en
octubre de 1649. Su estancia sin embargo duró poco: el frío de la ciudad hizo mella
en su salud causándole una malsana pulmonía en febrero de 1650. A consecuencia
de ella, muere ese mismo mes. Fig. 44.
OBRAS
Aparte de estas obras, dejó bastantes trabajos inéditos que fueron publicán-
dose después de su muerte, unos por separado y otros en diversas recopilaciones;
citaremos como principales el Tratado del hombre, El mundo o tratado de la luz (cuya
elaboración había suspendido al enterarse de la condena de Galileo), y las Reglas
192
para la dirección del espíritu, que, junto al Discurso del método, estipulan los principios
y las reglas de toda su metodología.
FUENTES REFERENCIALES
Otra fuente donde pudo beber Descartes fue el estoicismo. Existen numero-
sos puntos que revelan esta dirección filosófica: la localización del alma en el cere-
bro, los espíritus o pneumas vitales, así como ciertas posturas éticas admitidas por
gran número de la intelectualidad de su tiempo, son rememoraciones que parecen
suscitar esa dirección. Asiente también con las novedades científicas en autores
como Claudio Mydorgue, Isaac Beeckman, Stevin o Mersenne, no así con los neo-
platónicos renacentistas, manifestando una clara repulsa hacia los que pensaban
que se había inspirado en ellos. Claro que, en lo tocante a su método, cree y de-
fiende a ultranza su novedad. Estima que todos los planteamientos anteriores ha-
bían sido ineficaces y superfluos. Por lo cual, prescindiendo de los mismos, em-
prende la tarea de cimentar una nueva filosofía. La base cree haberla conseguido
con fundamentos sólidos, capaces de sostener el edificio que resista, no sólo la in-
193
certidumbre de la duda y las embestidas de los escépticos, sino que, por su solidez,
se irá imponiendo a todos los precedentes en razón de la misma verdad.
EL PROBLEMA CARTESIANO
Con tal perspectiva, junto a la solidez que procura de la ciencia, quiere ha-
cerla extensivo a toda dimensión filosófica, evitando evidentemente cualquier po-
sible error que pudiera menoscabar el alcance que comporta toda evidencia. Pero
además, esto lo quiere hacer de forma clara y sencilla, es su método. En referencia
a él, escribe: “Por método entiendo las reglas ciertas y fáciles, las cuales el que las observe
exactamente nunca admitirá lo falso como verdadero, y, sin malgastar inútilmente las fuer-
zas de su razón, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará al verdadero
conocimiento de todas las cosas de que es capaz”227.
226
Descartes, R.: Discurso del método, I, parte.
227
Descartes, R.: Regla IV.
194
Con esta disposición, él intenta buscar esa base firme que dé la consistencia
que precisa, incluso haciendo frente a la duda más radical del escepticismo; un
principio indeleble e inconmovible, seguro, o lo que es lo mismo: una verdad pri-
maria, evidente y que de ella puedan deducirse todas las demás sin posibilidad del
más mínimo error. Incluirá por lo tanto las siguientes características: debe ser clara
a la inteligencia que la intuye; distinta, esto es, separada de otras ideas; simple, en
cuanto que no se puede dividir en otras; evidente, debe conocerse por sí misma; In-
tuitiva; indudable e innata.
De todos modos, aun con esa primera base que resiste toda posible duda, él
no ha hecho nada más que empezar. En la construcción de su filosofía le interesan
también las realidades de este mundo. Pero, ¿de qué modo llegar a ellas? ¿Cómo
salir de ese yo pensante y superar dicha subjetivad? En principio, y antes de em-
prender la búsqueda de nuevas verdades, Descartes sondeará la única que posee.
Claramente percibe que la verdad del cogito es de la que no puede dudar, es eviden-
te. A partir de aquí se dispone a llegar y aprehender las otras realidades, las extra-
mentales. Pero, para conseguirlo, tiene que dar un largo rodeo: para ir del yo al
mundo tiene que pasar, aunque extraño parezca, por la realidad de Dios.
228
Ibid. Discurso del método, 4ª parte.
195
LA NOCIÓN DE INFINITO IMPLICA LA EXISTENCIA DE DIOS
229
Ibid. Meditación III; AT VII 45-46.
196
partes disten igualmente del centro. Más aún, en la idea objetiva de cada realidad
está contenida su existencia. Nada podríamos tener en nuestra mente si no fuese
bajo alguna forma de existencia. Pero hay una distinción: tratándose de cosas even-
tuales y limitadas, solamente se contiene una existencia posible, mientras que en la
idea de un ser perfecto e infinito, su existencia es imperiosamente necesaria, esto
es, podemos concebir la esencia de un triángulo con todas sus características esen-
ciales, pero únicamente podríamos afirmar su existencia posible, no su existencia
necesaria. Sin embargo, en la idea de un ser infinito y perfecto vemos que su exis-
tencia se incluye en su mismo concepto. Escribe:
“Yo veía bien que suponiendo un triángulo, era preciso que sus tres ángulos fueran
iguales a dos rectos; mas no por eso veía nada que me garantizara que en el mundo hubiera
ningún triángulo. En cambio, volviendo a examinar la idea que yo tenía de un ente perfec-
to, encontraba que la existencia era necesario que estuviese comprendida en él, del mismo
modo como en la de un triángulo que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos, o, en la de
una esfera, que todas sus partes son igualmente distantes de su centro, o más evidentemente
aún; y que, por consiguiente, por lo menos la idea de que es o existe Dios, que es éste ente
perfecto, es tan cierta como pueda serlo una demostración de geometría230.
230
Ibid. Discurso del método, 4ª parte.
231
Ibid. Meditación III.
197
tud; únicamente la Divinidad puede ser la causa. Ante lo cual, más que preguntar-
se por la realidad ontológica de su ser, se interroga por el alcance y el contenido de
la idea, esto es, por la causa proporcional que conlleva la perfección de la misma.
232
Ibid. Principios de filosofía, I, 18.
233
Ibid. Meditación III.
198
cuanto poseía; pues si yo existiera solo e independiente de cualquier otro ser, de tal suerte
que de mí mismo procediese lo poco en que participaba del Ser perfecto, hubiera podido tener
por mí mismo, por idéntica razón, todo lo demás que yo conocía que me faltaba, y ser, por lo
tanto, infinito, eterno, inmutable…,, es decir, poseer todas las perfecciones que podía ad-
vertir en Dios”234.
234
Ibid. Discurso del método, 4ª parte.
235
Ibid. Meditación III.
236
Ibid. Principios de filosofía, I, 22.
199
ría un modo del pensamiento, mientras que el tamaño, el volumen, la figura, etc.,
serían modos de la extensión, es decir, del mundo material (res extensa).
Aparte las diferencias que se pueden encontrar entre las intenciones de Des-
cartes y su exposición como doctrina, lo cierto es que el cartesianismo se extendió
rápidamente por toda Europa. Bien es verdad que su herencia fue bastante poliva-
lente, sobre todo si nos fijamos en los que le corearon con entusiasmo y los que le
rebatieron tenazmente. Ya en vida surgieron numerosas oposiciones al nuevo sis-
tema. Se formularon con el apelativo de “objeciones”, y fueron refutadas con sus
“contestaciones” por el mismo Descartes al final de las Meditaciones. Caterus es el
autor de las primeras objeciones; el P. Mersenne recogió - preguntando a diversos
intelectuales de la época en París -, las segundas; las terceras se deben al empirista
inglés Hobbes; redactó las cuartas Antonio Arnauld; Antonio Gassendi las quintas;
las sextas y las séptimas, distintos teólogos y filósofos.
200
Claro que, de ser objetivos con la Historia, Descartes no es en todo punto
original exponiendo el cogito como el hecho de conciencia primaria. Previamente a
él, ya Aristóteles, S. Agustín, S. Anselmo, Escoto, Campanella y tantos otros de la
enseñanza escolástica lo incluyeron implícitamente. Lo que sí es original es al to-
marlo como primer principio y punto de partida para derivar de él su filosofía,
aplicando rigurosamente el método matemático. Pero esto es posible en geometría,
en el sentido de que, teniendo la intuición de una figura, por ejemplo, el triángulo,
pueden deducirse sus propiedades, es decir, que la suma de sus ángulos es igual a
dos rectos. Ahora bien, trasladar esto a otros campos de la realidad y de la ciencia
es tomar un camino errado. Evidente que la certeza del propio existir es la base pa-
ra los pasos sucesivos, entre ellos el de filosofar. Sin embargo, de ese mero hecho
no es posible deducir más de lo que en él se contiene. Tan sólo Dios puede intuir
todas las verdades en su misma esencia. Trasladar esto al alcance humano es iluso-
rio.
201
Nace Pascal en Clermont-Ferrand (región francesa de Auvernia). La madre
muere cuando tan sólo él tenía tres años. No mucho después, el padre, Étienne
Pascal, hombre instruido y de acentuada personalidad, se traslada a París. Entre
otras cosas, toma la decisión de educar por sí solo a sus tres hijos: Gilberta, Jacque-
line y Blaise (Blas), a quienes enseñó latín, griego, física, matemáticas, historia, lite-
ratura y música. Fue el motivo para que no asistieran a ningún centro académico.
A pesar de ello, pronto se dio cuenta el padre de las grandes dotes para las
matemáticas del pequeño Blaise. Le sorprendió cuando a la edad de tan sólo once
años ya había compuesto una pequeña monografía sobre los sonidos de los cuer-
pos en vibración. Ante lo insólito del caso, el padre opta por esconderle los libros
de matemáticas por miedo a que aflojase en sus estudios de latín y griego. Sin em-
bargo, y pese a la prohibición hasta que cumpliese los quince años, tuvo que desis-
tir viendo la tendencia que mostraba hacia las mismas. A los doce, se le permitió
estudiar a Euclides, y lo que es más, junto al padre, le deja asistir a las charlas de
los más importantes matemáticos y científicos de la ciudad, como Mersenne, Ro-
berval, Desargues, Gasendi, y el mismo Descartes.
202
hipótesis; concretamente Descartes escribiendo a Huygens, le comentó: “Me parece
que el jovencito autor de este libro tiene demasiado vacío en la cabeza y demasiada prisa”.
De otra parte - delicado de salud desde los 18 años – Blaise sufrió en 1647 un
ataque de parálisis que le dejó impedido, obligándole a andar con muletas. Fue re-
cuperando la movilidad, pero su sistema nervioso quedó dañado, perdió el humor,
volviéndose impaciente y con frecuencia irascible. No dejó sin embargo de trabajar.
Vuelve a París alternando los estudios de matemáticas y de las ciencias con las
cuestiones de alcance teológico hasta octubre de 1654. Por este tiempo, bien fuese
por influencia de su hermana que había ingresado en las escuelas de Port-Royal, o
bien por el incidente de haber podido perder la vida, lo cierto es que Blaise Pascal
cambia radicalmente de conducta, retirándose también él a Port-Royal. Fig. 45.
El suceso que pudo hacerle reflexionar fue el siguiente: se cuenta que yen-
do en una carroza de paseo con los amigos, al pasar por el puente Neuilly del río
Sena, de tal modo se encabritaron los caballos que cayeron precipitadamente al
agua. Afortunadamente se rompieron los tiros, quedando la carreta colgando del
puente. Todos salieron indemnes, aunque a él, pávido por la cercanía de la muer-
te, le vino un súbito desvanecimiento. Y lo que es más: pocos días después, en la
noche del 23 de noviembre de 1654, experimenta una fuerte crisis psicológica que
nos describe él mismo, aunque de forma muy sugestiva y un tanto inconexa. Por
tratarse de una visión de carácter religioso, lo rememora para sí diciendo: “Fuego.
Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los eruditos (…)”, y
concluía citando el Salmo 119, 16: “No olvidaré ninguna palabra. Amén”. Se cree que
cosió estas palabras a su abrigo, cambiándolas cuando se vestía con otra ropa. Un
sirviente de casa las encontró fortuitamente. Hoy se conoce este documento como
el Memorial de Pascal.
237
Llegó a ser abad y director espiritual en el monasterio de Port Royal des Champs. Un personaje controver-
tido. Muy hostil a los jesuitas, publicando, con el pseudónimo de Petrus Aurelius, una serie de escritos contra
ellos y su supuesta independencia de los obispos.
203
Tras esta experiencia, su actitud frente a la vida va a tomar cariz especial.
Lo considera como su “segunda conversión”. Visitará el monasterio de los janse-
nistas de Port-Royal des Champs, a unos 30 Km al norte de París, que entonces se
hallaba en serio peligro por la gran inclinación hacia el jansenismo238. A pesar de
su buena fe, Pascal se dejó influenciar por dicho movimiento, empezando a publi-
car trabajos anónimos sobre temas religiosos, sobre todo las dieciocho Cartas Pro-
vinciales, que se divulgaron entre 1656 y 1657. Las escribió en defensa del paladín y
a la vez amigo personal Antoine Arnauld, un opositor de los jesuitas y defensor a
ultranza del jansenismo, aunque dos días antes de aparecer la primera Carta, había
sido ya condenado éste por la Sorbona de París. Aparecieron con el seudónimo de
Louis de Montalte, lo que indignó al rey Luis XIV, mandándolas quemar e influ-
yendo también para que el mismo Papa, Alejandro VII, condenase el compendio
como heréticas. Sin embargo, esta medida no impidió para que gran parte de los
eruditos franceses las leyeran; incluso el mismo Papa, a la vez que se oponía públi-
camente al conjunto de su orientación, fue persuadido por algunos argumentos de
Pascal, ordenando la revisión del texto años más tarde.
Se cree también que desde esa su “segunda conversión”, o puede que antes,
él alentaba el gran propósito de escribir una gran apología para defender el cris-
tianismo contra los incrédulos. De su amplio proyecto, únicamente se encontraron
después de su muerte, acaecida el 19 de agosto de 1662, un montón de notas en
que iba registrando sus reflexiones en vista al gran memorando que pensaba escri-
bir. Como tales anotaciones, se trata en verdad de ideas sueltas aunque agrupadas
en una especie de orden provisional, pero sin la estructura que pretendía. En
principio, los “pensamientos” fueron pegados desordenadamente en un álbum que
hoy se guardan en la Biblioteca Nacional de París. De éste se hicieron dos copias,
una, tal como había quedado a la muerte de Pascal, la otra, vinculada a Jean Gue-
rrier y Pierre Guerrier. La de Jean fue la base de la “edición príncipe” (1669), de los
Pensamientos.
238Antigua abadía cisterciense, fundada en 1204. Cobró una gran fama a partir sobre todo de la re-
forma cisterciense en 1602. La familia Arnauld favoreció la renovación quedando sus miembros
prácticamente con la dirección. En 1625, algunos religiosos fundaron en París un nuevo convento
denominado Port-Royal de París, con lo que el monasterio primitivo tomó el nombre de Port-Royal
des Champs.
204
IMPOTENCIA DE LA RAZÓN PARA ALCANZAR LA VERDAD
Parece ser que Pascal no tuvo reparo en un principio de formar parte de los
círculos cartesianos. Se aparta de ellos cuando pierde toda la confianza en las ver-
dades alcanzadas únicamente por la razón. Claro que, al igual que Descartes, tam-
bién a él le inquieta la necesidad de adquirir un conocimiento seguro y convincen-
te. Ese es el motivo para que se decida a analizar las posibilidades que el hombre
tiene para conseguir la certeza que desea. En ese empeño, se percata que tanto los
sentidos, como la razón, la voluntad y la imaginación son fuentes, más que de ver-
dad, de equívocos y errores, pues mediante ellos tan sólo se puede alcanzar – dice -
, alguna certeza del mundo y de sus cosas. Si se quiere conseguir algo más hay que
interiorizarse, penetrar en el propio yo como lo intentó Descartes, pero sin quedar-
se en él como éste hacía.
A pesar de todo, una vez que la persona ha caído en la cuenta de tanta mez-
quindad humana, vuelve ahora la vista también a su grandeza, ¿de qué forma?:
percatándose de sus incapacidades y desdichas. “La grandeza del hombre está cuando
se reconoce miserable”. Para él, es ya una seña de nobleza reconocer su indigencia y
desventura, pues, merced a ello puede uno ya elevarse y buscar la propia trascen-
dencia. En verdad, aunque llenos de desdichas, laten también en nosotros aspira-
ciones hacia lo bueno y lo perfecto; de ahí que, frente a lo paradójico de esta bipo-
laridad constitutiva, el compromiso del hombre deberá consistir en buscar por to-
239
Pascal, B.: Pensamientos, 92. Trad. De Juan Domínguez Berruela. Ed. Aguilar, 1973.
205
dos los medios la verdad. ¿Dónde? No en otro lugar sino en Dios. En él está la cla-
ve, la respuesta a nuestro estado, no sólo de postración, sino también de grandeza
como de un estado más perfecto del que ahora estamos privados.
206
De hecho, el alcance que Pascal quiere ofrecer a las razones del corazón no
es algo que se contraponga totalmente a lo racional, tampoco que lo irracional se
anteponga al sentido lógico. No es un puro sentimentalismo lo que él aboga, sino
que, simbolizando el corazón humano la aspiración más profunda de la persona, él
lo amplía a toda su actividad, más bien, en sus relaciones dinámico-personales con
el “otro”. Es el mismo espíritu humano, pero no como capacidad que piensa y ra-
zona teóricamente, sino en cuanto realidad que presencializa intuitivamente nues-
tro mundo interior. Conocemos incluso los primeros principios por el corazón, y
no al revés, es decir, por la razón. “Conocemos la verdad no sólo por la razón, sino aun
por el corazón; de este segundo modo es como conocemos los primeros principios, y es en
vano que el razonamiento - que ahí no tiene parte -, intente combatirlos”244.
244
Ibid. P. 479.
207
para que diera al mundo un empujón que lo pusiese en movimiento; hecho esto, no necesita
a Dios para nada”245. En este punto, como se puede apreciar, difieren totalmente el
uno del otro. Para Pascal el gran problema del hombre sólo puede tener respuesta
en la religión. Bien es cierto que hay muchas religiones, ¿por cuál optamos? ¿Quién
puede garantizarnos la total fiabilidad?
Ante la problemática, Pascal, aun sin tener una gran formación histórica so-
bre el contenido de las distintas religiones, se atreve a exponer su punto de vista
sobre las más representativas. Critica en primer lugar los cultos paganos por cuan-
to se detienen mayormente a repetir unos cuantos fenómenos comunes, como la
inmortalidad, la persistencia y el poseer sus divinidades las mismas pasiones y vi-
cios de los humanos. Respecto a la religión mahometana, cree que tampoco reúne
las disposiciones de la verdadera religión, pues, a pesar de no ser un gran experto
en temas islámicos, se atreve a afirmar que ofreciendo como ofrecen bienes simi-
lares a los de la tierra en el otro mundo y hacer uso de una moral relajada en esta
vida, no es ni honesto ni decoroso - dice -, rebajarnos al nivel de las bestias. En
cuanto al judaísmo, el reto es otro, pues, una vez que el fiel creyente está dispuesto
a la escucha de la palabra, se le puede persuadir de la verdad de la Sagrada Escri-
tura como doctrina y hecho revelado; se le puede recordar el episodio de la crea-
ción del hombre, el sentido de la profecía, del milagro y del pecado original como
evento que desentraña por sí mismo el enigma de la contradicción que todos lle-
vamos en nuestra naturaleza. Y lo que es más: su certeza queda acreditada por ex-
periencias tangibles y reales, es decir, por los testigos que se “dejaron ejecutar”. Y es-
to no es todo, la cima histórica lo constituye el mensaje cristiano, en atención a la
vida de Jesucristo. Novedad, por otra parte, que se irá acentuando merced a sus
fieles seguidores como lo fueron los mártires y los santos; ejemplos todos, que si
bien no convencen por principios racionales, sí persuaden y cautivan el corazón.
245
Ibid. P. 269.
208
que mañana será de día o que un día moriremos?: la costumbre es la que nos lo
confirma. Según él, es la que persuade, la que mueve a creer. Escribe: “Hay tres
medios de creer: la razón, la costumbre, la inspiración. La religión cristiana, que es la única
que tiene la razón, no admite por hijos verdaderos suyos a los que creen sin inspiración; no
es que excluya a la razón y a la costumbre; al contrario; pero es menester abrir su espíritu a
las pruebas, confirmarse en ello por la costumbre, y por ella (por las humillaciones), a las
inspiraciones que son las que solamente pueden hacer el verdadero y saludable efecto246.
Dios existe o no existe. Como problema humano, es vital para toda persona,
nadie lo puede eludir. Ahora bien, es preciso apostar en pro o en contra. Por no in-
tervenir en ello factores de tipo racional ni sentimental, lo propone como puro inte-
rés. La fórmula aparentemente es clara: si se apuesta por la existencia de Dios,
arriesgamos en el juego una serie de bienes finitos, como son las posibles satisfac-
ciones y los gozos humanos, aunque insuficientes en todo momento. Sin embargo,
si la apuesta es ganada, el beneficio es infinito. Hay, pues, que apostar que Dios
existe, ya que siendo él infinito sobrepasa todas nuestras limitaciones. De otro mo-
do: si apuesto a favor de Dios, la ganancia es infinita. Al contrario, si apuesto a fa-
vor de Dios y Dios no es, nada perderíamos. Si apuesto en contra y Dios es, sería
pérdida infinita. Debe por tanto apostarse por su existencia.
-“Examinemos, pues, este punto, y digamos: “Dios existe, o no existe”. ¿De qué la-
do nos inclinamos? La razón no puede ahí determinar nada: hay un caos infinito que nos
separa. Se juega una partida, al extremo de esta distancia infinita, donde resultará cara o
cruz. ¿Quién ganará? Con razón no podéis hacer ni lo uno ni lo otro; con razón no podéis
defender ninguno de los dos.
No reprochéis, pues, de falsedad a los que han hecho su elección; porque vosotros no
sabéis nada de eso.
-“No; pero yo les reprocharé por haber hecho, no esa elección, sino una elección; por-
que aunque el que eligió cruz y el que eligió cara falten análogamente, los dos son a falta: lo
justo es no apostar”.
246
Ibid. P. 482.
209
-Sí; pero es preciso apostar. Esto no es voluntario; os habéis embarcado en ello: ¿Qué
partido tomaremos? Veamos. Puesto que es preciso elegir, veamos lo que os interesa menos.
Tenéis dos cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que empeñar: vuestra razón y
vuestra voluntad; vuestro conocimiento y vuestra beatitud; y vuestra naturaleza tiene dos
cosas de que huir: el error y la miseria. Vuestra razón no se perjudica más eligiendo lo uno
que lo otro, puesto que es preciso elegir necesariamente. He ahí un punto vacío. Pero, ¿y
vuestra beatitud? Pesemos la ganancia y la pérdida, apostando a cruz a que Dios existe.
Tengamos en cuenta estos dos casos: si ganáis, ganáis todo; si perdéis, no perdéis nada.
Apostad, pues, porque Dios existe, sin vacilar”247
La objeción es que arriesgamos algo real contra algo hipotético. Al fin y al ca-
bo, es el inconveniente que lleva consigo cualquier lance realizado en el juego,
aunque aquí sea con la prerrogativa de que la posible ganancia conlleve una di-
mensión infinita. De hecho, con este modo de requerimiento no va más allá de una
sorprendente y a la vez caprichosa forma de expresarse. Reconoceríamos esto más
fácil si se tiene en cuenta que en el ámbito filosófico la formación de Pascal es más
bien de un aficionado. El mismo Voltaire no dudó en afirmar que en este asunto
era demasiado frívolo para la gravedad del tema. Incluso cabría pensar que su apo-
logía del cristianismo está, en el fondo, minado por un escepticismo filosófico. Lu-
cien Goldmann estima que la apuesta no es propiamente un argumento, sino la ex-
presión de una actitud indagadora sobre un Deus absconditus, tan velado a la mira-
da del hombre, que el filósofo, no estando seguro de su existencia, decide apostar a
favor de ella. Su buena fe es indudable, pero eso no basta. De ahí que, aun cuando
los contrastes, las paradojas y el estado fragmentario de los pensamientos fueran
motivos para acrecentar socialmente la crítica y el conocimiento de los mismos, se
debe reconocer que el formalismo apologético deja bastante que desear. Para lo
que se trata, la buena intención no es suficiente.
247
Ibid. P. 451.
Todo ello, unido a su natural espíritu de independencia, hizo que optase por
abandonar el judaísmo. De hecho, mientras vivió el padre, que llegó incluso a ser
jefe de la Comunidad, siguió frecuentando la sinagoga. Pero, tras su fallecimiento
en 1654, dejó de asistir a todas sus prácticas e incluso no tuvo reparo en poner de
manifiesto su disconformidad con la ortodoxia judía, por lo que se vio excomulga-
do y desterrado de Amsterdam por la más representativa élite de los rabinos. Per-
maneció en el extrarradio, en Ouwerkerk, puliendo lentes para poder sobrevivir. A
esta grave incidencia, se sumaron las indisposiciones corporales debido a los sín-
tomas de la tuberculosis que le debilitaron considerablemente. Para restablecer la
salud se estableció en el campo, en Rijnsburg, muy cerca de donde había residido
Descartes. Permaneció allí tres años – 1660-63-, escribiendo su primer trabajo filo-
sófico: Tractatus brevis de Deo, homine, eiusque felicitate, destinado a sus amigos y
donde se esbozan ya las líneas maestras del que sería su sistema filosófico. El Trac-
tatus theologico-politicus y la disertación De intellectus emmendatione puede que fue-
ran también escritos en este período.
PUNTO DE PARTIDA
211
conocimiento de la ciencia natural contemporánea y de la filosofía de Giordano
Bruno, también la teoría del Estado y de la Política de Hobbes, aunque en una am-
bientación cartesiana y de principios en todo punto racionalistas.
212
diante un método geométrico riguroso, deducirá, no sólo toda posible idea, sino
también toda posible realidad. Por lo tanto, no se trata de un ascender de abajo
arriba, de lo menor a lo mayor, sino al revés: tras la evidente intuición de la prime-
ra idea como realidad única e infinita (la Sustancia), todo lo demás seguiría el
proceso deductivo mediante el principio de identidad o de contradicción. De ahí, el
enunciado y el alcance que nos ofrece de la misma: “Entiendo por Sustancia aquello
que es en sí, y se concibe por sí; esto es, aquello cuyo concepto no necesita del concepto de
otra cosa para formarse”248.
Ante enunciados como éste, no sería incorrecto decir que su filosofía tiene
un fondo netamente teológico. Considerando que los cuerpos son siempre reduci-
bles a la Sustancia divina, se comprenderá el porqué de su panteísmo. Ahora bien,
si la Sustancia es única, ¿qué decir de las otras posibles realidades? Ellas – indica -,
no son sustancias, son atributos, es decir, lo que el entendimiento percibe de la sus-
tancia. Escribe: “Entiendo por atributo aquello que el entendimiento percibe de una sus-
tancia como constitutivo de su propia esencia”250. Nos dice también que hay infinitos
atributos, aunque el intelecto no conoce más que dos: cogitatio y extensio (pensa-
miento y extensión). Y en referencia a las cosas particulares, sostiene que son sim-
plemente modos de la sustancia. Puntualiza: “Entiendo por modo las afecciones de una
sustancia, o dicho de otra forma, aquello que existe en otra cosa por medio de lo cual es tam-
bién concebido”251.
248
Spinoza, B.: Ethica, I, def. 3.
249
Ibid. II, def. 1.
250
Ibid. I, def. 4.
251
Ibid. I, def. 5.
213
Asumido el alcance que porta en sí este monismo sustancial, se explica que
conciba a Dios como el Ente absolutamente ilimitado. No trasciende ni va más allá
de la naturaleza, sino que Él es Naturaleza. De ahí que fuese tan hostil a toda teo-
cracia concebida al modo tradicional, rigiendo y gobernando al universo. Niega
igualmente cualquier supuesta relación interpersonal entre Dios y la criatura, así
como toda simbología o posible representación del mismo; sería – dice -, pura su-
perstición. No hay escritura ni palabra revelada. La infinitud de Dios lo excluye
por sí mismo. Lo especifica con las siguientes palabras: “Entiendo por Dios un ser ab-
solutamente infinito, es decir, una sustancia constituida por una infinidad de atributos, ca-
da uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita”252.
Con todo, Spinoza nos expone algunas pruebas en pro de su primera formu-
lación. Así, llegados a la idea de un ser infinito, contradice que no fuera existente.
La perfección de su esencia es que exista. Además, en el ámbito divino, si Dios es
posible, debe existir, nada excluye la no existencia, o lo que es lo mismo: intuye
nuestro entendimiento que una cosa existe necesariamente cuando no hay ninguna
razón intrínseca o extrínseca que lo impida. Y como no hay ninguna razón que lo
imposibilite, debe existir por necesidad. “Si no puede darse razón o causa alguna que
impida que Dios exista o que destruya su existencia, habrá que concluir de un modo inevi-
table que existe necesariamente”254.
252
Ibid. I, def. 6.
253
Ibid. I, Prop. 7.
254
Ibid. I, prop. XI, dem.
214
seres finitos. Estas son sus palabras: “Poder no existir significa impotencia, y, por el
contrario, poder existir significa poder. Si lo que existe necesariamente en el instante actual
son sólo seres finitos, esto es absurdo; en consecuencia, o no existe nada, o existe también
necesariamente un ser absolutamente infinito”255.
Tampoco puede coexistir la Sustancia infinita (Dios), con otra u otras mu-
chas finitas y limitadas (mundo). Sabemos que Descartes había distinguido tres di-
ferentes clases de sustancias: la pensante (res cogitans); la perfecta e infinita (res in-
finita); y la corpórea (res extensa). Pero, además de éstas, incluía también las llama-
das sustancias particulares. Para Spinoza, sin embargo, únicamente existe la Sus-
tancia perfecta e infinita, incluyendo infinidad de atributos. Ahora bien, para no
incurrir en la idea monolítica del Ser de Parménides, Spinoza pone de relieve la
pluralidad de las cosas haciendo hincapié en la infinidad de atributos de la única
Sustancia que se identifica con Dios. Dicho de otro modo: intenta manifestar que el
Ser divino, lejos de ser un concepto puramente abstracto, es ante todo real con to-
das sus determinaciones y diferencias positivas. Tampoco puede decirse que los
atributos se limitan mutuamente, pues, en su infinitud, cada uno marca el ámbito
que le es propio.
255
Ibid. I, otra dem.
215
Por otro lado, al proponer que no puede concebirse ninguna sustancia fuera
de Dios, los corolarios que se siguen pretende que sean obvios y en todo punto ob-
jetivos: “Se deduce que la cosa pensante y la cosa extensa son, o atributos de Dios o afec-
ciones de atributos de Dios”256. Por eso su programa y su ética son en el fondo una
ontología de Dios. Aplicando igualmente el concepto de causalidad llega a los
mismos resultados: deduce que la unidad de la Sustancia es inexorable, pues si
hubiere dos o varias, en su causalidad transitiva debería haber un atributo común
que, al no ser diferenciado, la realidad sería la misma. “Si fuese divisible, las partes
en que sería dividida, o bien retendrían la naturaleza de una sustancia absolutamente infi-
nita, o no la retendrían. En el primer caso, habría varias sustancias de igual naturaleza, lo
cual es absurdo. En el segundo, una sustancia absolutamente infinita podría cesar de ser, lo
cual es también absurdo”257.
Un somero análisis a estas reflexiones nos lleva a pensar que todos los seres
proceden y tienen su origen en la Realidad divina. A este origen y procedencia lo
llama Spinoza natura naturans; si bien, Dios no engendra nada distinto a su natura-
leza; las cosas brotan y emergen, son para él natura naturata. Pero, siguiendo el or-
den y la línea de cada uno de los infinitos atributos y de los modos que se incluyen
en esa magna Realidad, Spinoza formula que los atributos no cambian; los que
cambian son los modos, pero no como si fuesen a añadir o aumentar el ser de Dios,
sino que, al igual que las propiedades de un triángulo no aumentan ni disminuyen
su noción, lo mismo sucede con los modos. Entenderíamos así que del atributo
“Pensamiento” deriva el modo “Entendimiento infinito”, y de éste, la idea de Dios.
En un segundo grado, todos los modos finitos, entre ellos, el alma del universo y
los espíritus individuales con sus deseos, pasiones y esperanzas. En realidad, un
símil al supuesto de Averroes apostando que las almas y todos los entendimientos
finitos no eran sino modos de un único Entendimiento. Escribe: “Se deduce que el
Alma humana es una parte del entendimiento infinito de Dios, y, por consiguiente, cuando
decimos que el Alma humana percibe tal o cual cosa, decimos únicamente que Dios, no en
cuanto es infinito, sino en cuanto se explica por la naturaleza del Alma humana, o consti-
tuye la esencia del Alma humana, tiene tal o cual idea”258. Esto mismo puede decirse
también del atributo Extensión. De él se deriva el modo de la Cantidad infinita en
reposo y en acción; seguidamente, la “faz” del universo, y, de ésta, todas las demás
entidades que componen el mundo exterior de los cuerpos.
256
Ibid. I, prop. XIV, corol. 2.
257
Ibid. I, prop. XIII, dem.
258
Ibid. II, prop. XI, corol.
216
tad posible. “La voluntad no puede llamarse causa libre, sino solamente causa necesa-
ria”259. Consecuentemente, Dios no puede obrar contra su esencial ordenamiento;
toda su libertad radica en lo que le es propio, es decir en la inherente necesidad.
Para Spinoza las causas finales son pura fantasía de los hombres, porque si el obrar
divino es un tender a lo necesario, ni la contingencia tiene sentido, ni tampoco
cualquier supuesto que esté al margen de la pura necesidad. “Pertenece a la natura-
leza de la Razón considerar las cosas, no como contingentes, sino como necesarias”260.
Ahora bien, con estas premisas, es obvio que los conceptos de bien y de mal,
de orden y desorden carezcan de sentido. Las cosan son porque deben ser así. Si
hubiera elección habría cambio en la naturaleza, lo cual contradice lo que es perfec-
to y eterno; de ahí que, siguiendo esta línea de pensamiento panteísta, basada en
la rigidez que impone todo determinismo, deberá excluirse, no sólo la noción de
fin y de libertad, sino también en moral la presumible falta o pecado. El mal tan só-
lo podría definirse en función del impulso que mueve al individuo a su propia
conservación y perfección. “Entiendo por bueno lo que sabemos con certeza que nos es
útil. Por el contrario, entiendo por malo lo que sabemos con certeza que impide poseamos
algún bien”.261
Para Spinoza las cosas son buenas en cuanto que se las admite como cauti-
vadoras de nuestro apetito, y malas cuando provocan repulsa o aversión. En su fi-
losofía el bien y el mal sería una quimera, pura ficción, no existen. Concede a lo
sumo los dos principios morales de los estoicos: conformar la conducta a la ley que
rige la naturaleza y vivir en conformidad con la razón. “Entiendo por virtud… la na-
turaleza del hombre en cuanto tiene el poder de hacer ciertas cosas que se pueden conocer
sólo por las leyes de su naturaleza”262.
259
Ibid. II, prop. XLIX, dem.
260
Ibid. II, prop. XLIV.
261
Ibid. IV, def. 1-2.
262
Ibid. IV, def. 8.
263
Ibid. IV, prop. XXVIII.
217
Partiendo de la conformidad de la naturaleza con la única Sustancia que es
Dios, emerge el amor intelectual hacia Él. Para Spinoza, ser quiere decir querer ser
siempre, es decir, apetitito de eternidad. Se trata de un amor infinito que Dios se
tiene a sí mismo y que se despliega a los hombres cuando perciben su ligación inte-
lectual con su Realidad. A este estado lo llama “tercer conocimiento”. “Hallamos el
placer en todo lo que conocemos con el tercer género de conocimiento, y a éste acompaña
como causa la idea de Dios”…”El amor intelectual del alma hacia Dios es el mismo amor
con que Dios se ama a sí mismo”264.
Nos dice también que el hombre experimenta una inmensa alegría cuando
se percata de sus propias pasiones, pues aprehendiéndolas como tales, mejor sa-
bremos quiénes somos y mejor conoceremos el alcance de la única Sustancia. El
amor intelectual hacia Dios es la alegría que se experimenta al saber que nuestro
amor es igual al que Él se tiene a sí mismo. Caer en la cuenta de esto, conduce a
superar todas sus pasiones y el estado de esclavitud al que le encadenaban sus
afectos. Se diría que es una culminación en beatitud. Cierto es que estando el alma
unida a un cuerpo no es posible que lo llegue a conseguir plenamente en este
mundo, aunque tampoco impide para que el hombre lo intente como la más plena
realización de su ser.
264
Ibid. V.
218
dad de la representación lógica y la significación ontológica de los conceptos claros
y distintos. Tampoco se comprende que habiendo excluido la creación ex nihilo, la
voluntad libre de Dios, por una parte, y la contingencia de los seres, por otra, pue-
dan derivarse de una Sustancia infinita y de unos atributos también infinitos. Se le
objeta también a la hora de hablar de las cuestiones sociales y política, pues si la
lógica de su determinismo filosófico le lleva necesariamente al absolutismo y a la
negación de toda clase de libertades, no son así sus sentimientos de tendencia de-
mocrática y liberal. De hecho, la alternativa entre ley y libre albedrío, entre estado
natural y civil, es algo que nunca nos lo pudo conjugar.
219
ilustrado del nuevo régimen liberal. Reside en una casa solariega de Oates (Essex).
Allí entabla amistad con la familia de Sir Francis Masham, en particular con Lady
Masham, hija del conspicuo filósofo y teólogo Cudworth. De hecho, fue esta emi-
nente dama, junto con su nuera Esther, quienes le atendieron en su muerte acae-
cida en 1704. Fig. 47.
SU PRIMER OBJETIVO
El texto como tal es un detallado estudio sobre el alcance y el límite del en-
tendimiento (Understanding), un supuesto donde se intenta mostrar el origen y el
alcance de nuestro conocer, sabiendo que hay grados de creencias, opiniones y
asentimientos. Era, en el fondo, un compromiso similar al de Descartes. Coincidía
con él en que el objeto del conocimiento no son las cosas sino las ideas. Pero, en su
contra afirmaba que las ideas provenían únicamente de la experiencia. Para él los
“principios innatos” carecían de sentido, no tenían cabida en su concepción filosó-
fica. Ni el consentimiento universal, ni los hechos como tales pueden probar que el
entendimiento posee semejantes principios. Afirmaba que, previamente a la expe-
riencia, nuestro entendimiento se encuentra como una tabla rasa, como un papel en
blanco (sheet of White paper), en el cual es la experiencia la única que va escribiendo.
Considera osado admitir cualquier tipo de “innatismo” cuando el hombre, por el
simple uso de sus facultades, puede acceder a cualquier tipo de conocimiento. Sus
palabras no admiten duda: “Sería impertinente suponer innatas las ideas de color en una
criatura a quien Dios ha dado vista y capacidad para recibirlas de objetos externos por me-
dio de los ojos. No menos irrazonable sería atribuir ciertas verdades a impresiones de la na-
turaleza y caracteres innatos, cuando podemos observar en nosotros mismos facultades ade-
265
Locke, J.: Ensayo sobre el entendimiento humano. Epístola al Lector.
220
cuadas para obtener un conocimiento de ellas tan fácil y cierto como si estuvieran impresas
originariamente en la mente…”266
Reforzaba este punto de vista diciendo que no hay indicio alguno de que los
niños vengan a la vida con ideas innatas, y menos aún con principios considerados
comunes o universales. Los adquirirán por la experiencia y la observación de los
objetos a su alcance. Son las cualidades sensibles de los objetos quienes se transmi-
tirán a nuestro intelecto mediante los sentidos, ésa es la primera fuente del cono-
cimiento. Otro conducto es la reflexión o experiencia interna, es decir, la percep-
ción que la mente tiene de su propia actividad. Para él la experiencia es de dos cla-
ses: externa e interna. Por la primera se imprimen en el alma las ideas de los obje-
tos sensibles (sensación). Por la segunda se fijan las ideas de las operaciones del
alma ejercidas sobre aquellos mismos objetos (reflexión). Al margen de estas dos
fuentes, nuestro entendimiento quedaría prácticamente vacío para conocer. Son
los objetos exteriores quienes proporcionan al intelecto las ideas de las cualidades
sensibles, y, en subsiguiente operación, es la mente quien proporciona al entendi-
miento las ideas de sus propias operaciones. Lo expresa del siguiente modo: “A mi
parecer, el entendimiento no tiene ni el menor atisbo de ideas que no se reciban de una de
estas dos fuentes. Los objetos externos proveen a la mente de ideas de las cualidades sensi-
bles, es decir, de todas aquellas diferentes percepciones que esas cualidades producen en no-
sotros; y la mente provee al entendimiento de ideas de sus propias operaciones…267”
Por otro lado, al concretizar el tipo de ideas, nos dice que pueden ser de dos
clases: simples y compuestas. Las simples son las que se originan por la actividad
de su objeto sobre la pasividad del entendimiento (experiencia externa e interna).
Las compuestas son las que resultan de la actividad intelectiva sobre las ideas sim-
ples ya impresas en nuestra mente. Por eso, si ante las ideas simples el espíritu es
puramente receptivo al igual que un espejo refleja la imagen, nuestro intelecto
puede combinarlas y estructurarlas. Lo hace del siguiente modo: puede combinar
varias ideas simples en una sola para constituir ideas complejas; puede combinar
dos ideas, sin unirlas, dando entonces origen a las ideas de relación; puede tam-
bién separar una idea por medio de la abstracción; en este caso se formarían las
ideas generales. En resumen: el espíritu, una vez que se ha apropiado o ha sido re-
ceptivo de ideas simples, tiene el poder activo para combinarlas, asociarlas u orde-
narlas de un modo casi infinito.
Ahora bien, de entre estas ideas, el grupo más interesante es el que las orga-
niza en “complejas”, ya que a él pertenece la difundida idea de sustancia. A tal
respecto, considera que encontramos con suma frecuencia una recopilación de
ideas simples referidas al mismo objeto. Ante lo cual – dice -, nuestro entendimien-
to se ve inclinado, inadvertidamente, a considerarlas como si se tratara de una sola
266
Ensayo, I, 1.
267
Ibid. II, 5.
221
idea simple. Acto seguido, al no poder imaginar cómo esas ideas pueden subsistir
por sí mismas, se habitúa a suponer que existen en alguna realidad, dando a tal
supuesto el apelativo de sustancia. Escribe: “No pudiendo imaginar cómo estas ideas
simples puedan subsistir por sí mismas, nos acostumbramos a suponer algún “substratum”
en donde subsisten y a éste lo llamamos “sustancia”…”La idea que tenemos y designamos
con el nombre general de sustancia no es más que el soporte supuesto o desconocido de unas
cualidades que existen y que imaginamos no pueden existir…, sin algo que las soporte”268.
Sin embargo, para él, nuestro conocimiento alcanza únicamente a las propiedades
y los atributos de las cosas, no a la esencia o al substratum.
268
Ibid. II, 1; XXIII, 2.
222
A partir de esta realidad, es evidente que no podemos provenir de la nada,
pues de lo que no tiene entidad nunca podrá originarse algo positivo. Por consi-
guiente, si existen los seres, deben tener un fundamento; de la nada - por ser pura
privación -, lógicamente no pueden provenir las cosas; luego debe admitirse un
ser de procedencia, que, además de poseer realidad, tendrá que ser eterno e inteli-
gente, de lo contrario nunca se podría originar un ser que reflexionase. Su razona-
miento es el siguiente: “De la consideración de nosotros mismos, y de lo que hallamos in-
faliblemente en nuestra propia constitución, nuestra razón nos conduce al conocimiento de
esta verdad cierta y evidente: que existe un Ser eterno, omnipotente y omnisciente, llámese-
le como se quiera, sea que se le llame Dios o de otro modo, pues eso no se hace al caso. Y de
esta idea debidamente considerada deduciremos todos aquellos atributos que debemos reco-
nocer en este Ser eterno…”269.
Para Locke la existencia del mundo exterior no ofrece la más mínima duda.
Considera el testimonio de los sentidos como fuente de certeza y de la más absolu-
ta confianza, aunque estima también que esa certeza es inferior a la intuitiva que
nos proporciona el conocimiento de la propia existencia y de la prueba demostrati-
va de la existencia de Dios.
Tampoco olvida Locke la cuestión de la fe, como disciplina que trata sobre
enunciados establecidos por el testimonio de personas que han recibido una reve-
lación de Dios. Sin embargo, las considerará ciertas si pueden conocerse por el
propio examen o por la propia reflexión, y, aun siendo así, la certidumbre sería
siempre menor que si las hubiésemos descubierto nosotros. Claro que si llegasen a
contradecir a nuestra razón, dichas revelaciones serían inadmisibles. Sus expresio-
nes no pueden ser más claras: “No puede recibirse ninguna proposición por revelación
divina u obtener el asentimiento debido a tal, si es contradictoria con nuestro conocimiento
claro e intuitivo. Porque esto supondría subvertir los principios y fundamentos de todo co-
nocimiento… La fe no puede convencernos de algo que contradiga a nuestro conocimien-
to”270.
269
Ibid. VII, 6.
270
Ibid. XI, 4.
223
admitía la existencia de Dios, la creencia en Jesucristo como Mesías enviado por el
Padre, la espiritualidad e inmortalidad del alma y algún otro, como la sanción y la
recompensa por nuestras obras. Aceptaba también la necesidad de la revelación
para la gran mayoría, aunque, por ajustarse a la pura racionalidad, pensaba que los
filósofos la hubieran podido descubrir.
Por todo ello, las críticas no se dejaron esperar. Se le objetaba por ejemplo,
cómo es que, después de asumir una actitud claramente empirista negando toda
clase de innatismos, adjudicase mayor grado de certeza a la experiencia interna, es
decir, a la reflexión, que a la externa, como es el ámbito de las sensaciones. Más
aún, el hecho de supeditar la revelación y la fe al dictamen y el alcance de la razón
es, por lo menos, inmodestia respecto a las facultadas humanas. En su filosofía es
la razón la que pone límites, la que en todo, en lo humano y en lo divino, dictamina
sobre la verdad y la existencia de los hechos. De ahí que, aun reconociendo su gran
incidencia en el pensamiento liberal del siglo XVIII, y que su criticismo y natura-
lismo religioso prepararan la Ilustración inglesa e incluso la francesa mediante el
influjo que recibieron Montesquieu y Voltaire, hubo no obstante censuras enérgicas
a su filosofía. Leibniz por ejemplo llamó a su sistema: paupertina philosofía. Hume
también le criticó, aunque, en este caso, el “fenomenismo” suyo no pudiera ser en-
tendido sin la aportación de Locke.
224
do. Lo complementaría con el pensamiento de San Agustín y otros escritores afines
al cartesianismo. Diez años después comenzaría su producción literaria.
UN SUGESTIVO ANHELO
Puede que el deseo más profundo de Malebranche fuera llegar a ser un fir-
me apologista cristiano. La impresión que le causó la lectura del Traité de l’homme
de Descartes, hizo despertar en él un proyecto donde, partiendo del mecanicismo
que revelaba esta obra, poder formular, con pruebas derivadas de la filosofía y de
las ciencias modernas, el sentido espiritual de San Agustín que era la tendencia
dominante en el Oratorio. Cayó en la cuenta que relegando a procesos mecánicos
las funciones vitales del espíritu, le permitirían despojarse de los vestigios natura-
listas de Aristóteles y acentuar el carácter espiritual del alma.
225
les voies les plus simples”.
Esta sencillez la explica diciéndonos que las ideas no son únicamente claras
y distintas, sino que, al modo platónico, conforman realidades eternas, infinitas e
inmutables. Por lo tanto, independientes de nuestra capacidad mental. No están en
nuestro entendimiento, sino fuera de él; están en Dios, que es donde nosotros las
vemos. “Que nous voyons toutes choses en Dieu”271. Únicamente la Divinidad ve en sí
todas las perfecciones y el auténtico alcance de los seres. Él es la verdadera causa
ejemplar. Citando a San Agustín, decía: “No digáis que vosotros mismos sois vuestra
propia luz”272. En la filosofía de Malebranche no hay ni puede haber comunicación
alguna entre la mente y las cosas materiales. “Es evidente que los cuerpos no son visi-
bles por sí mismos, que no pueden actuar sobre nuestro espíritu ni representarse a él”273.
Las consecuencias a todo ello son evidentes: vemos todas las cosas en Dios.
Aunque, entiéndase bien: de las cosas que tenemos ideas, no de las que no tene-
mos. Citando a San Agustín, recordaba: vemos en Dios las verdades eternas. Pero
Malebranche va aún más lejos que el mismo San Agustín cuando advierte que es
271
Malebranche, N.: Recherche de la verité. I, 3, 2ª.
272
San Agustín.: (Sermo 8 de verbis Domini). Cita tomada de la obra, Historia de la filosofía de Fraile, G.
Vol. III, pág. 569.
273
Xe Eclaircissement.
274
Recherche de la vérité. I. 3, 2ª.
226
mejor hablar de ideas eternas que de verdades eternas, en el sentido de que las
verdades no son más que relaciones entre ideas. Por eso, si San Agustín había
afirmado que vemos en Dios las verdades de las cosas que no cambian, Malebran-
che lo amplía diciendo que también vemos en Dios las ideas de las cosas que cam-
bian, como son los cuerpos. Claro que ver las entidades corporales en Dios no es
ver la idea singularmente de cada uno, puesto que la particularidad implica fini-
tud, y lo finito no puede darse en Dios. Con lo cual, decir que vemos todos los
cuerpos en Dios, significa ver la idea común que tenemos de ellos. Y puesto que
todos tienen la misma naturaleza, esto es, la extensión, decir que vemos en Dios la
idea de todos los cuerpos se entiende que vemos en Él la idea indiferenciada de la
extensión como arquetipo modélico del mundo material.
De todo lo cual se deduce que tampoco podemos tener idea clara y distinta
del Infinito, es decir, de Dios. Pues, aun cuando veamos la necesidad de su existen-
cia, desconocemos su esencia infinita. No se le puede comprender porque nadie le
puede representar. “No puede verse la esencia de un ser infinitamente perfecto sin ver allí
la existencia; no se le puede ver simplemente como un ser posible; nada lo comprende; nada
puede representarlo”276.
275
Xe Eclaircissement.
276
Recherche. I, 4, c. 2.
227
embargo, para Malebranche la existencia divina era tan evidente que no necesitaba
demostración. Incluso dando validez al argumento de Descartes, él dice que nece-
sita ser completado para hablar más categóricamente de Él. “Nada finito puede repre-
sentar lo infinito”. Tampoco es posible que lo infinito esté contenido en lo finito; ha-
bría que añadir: “Todo lo que el espíritu percibe inmediatamente existe realmente…, pues,
si no existiese, al percibirlo, no percibiría nada, lo cual es una contradicción manifiesta”.
Por eso que diga más adelante: “La prueba más bella, más destacada, más sólida, la
primera y la que da menos cosas por supuestas, es la idea que nosotros tenemos del infinito.
Porque nos consta que el espíritu percibe lo infinito, aunque no lo comprenda”277.
No es por tanto una verdad deducida, sino intuida o, como gusta decir, de
una preuve de simple vue. Como tal, la prueba no se apoya en la idea de Dios, sino en
el conocimiento inmediato que tenemos de Él. “Por la divinidad todos nosotros enten-
demos lo Infinito, el Ser sin restricciones, el ser infinitamente perfecto. Ahora bien, nada fi-
nito puede representar lo infinito. Por consiguiente, basta con pensar en Dios para saber
que existe”… “Sí, Teótimo, yo estoy convencido de que nada finito puede tener bastante
realidad para representar lo infinito. Pero yo estoy cierto de que veo el infinito. Por consi-
guiente, el infinito existe, porque yo lo veo, y no puedo verlo más que en sí mismo. Pero
como mi espíritu es finito, el conocimiento que yo tengo del infinito es finito. Yo no lo com-
prendo, ni lo puedo medir… En una palabra, la percepción que yo tengo del infinito es limi-
tada, pero la realidad objetiva en la cual se pierde mi espíritu, ésa no tiene límites. Es una
cosa de la cual ahora me es imposible dudar”278.
277
Ibid. I, 3, 2ª.
278
Entretiens. VIII, n. 1.
279
Entretiens, II, n. 1.
228
pero desconocemos todo su alcance, no sabemos lo que es. De igual modo nos pasa
con la Realidad divina: conocemos su existencia, pero desconocemos lo que real-
mente constituye su verdadera esencia. Bien es verdad que, aun cuando nuestra
condición limitada no pueda alcanzar la totalidad del Ser, al preguntarnos por sus
atributos sí podemos decir que el más esencial es la “infinitud”, cualquier otro que
podamos atribuirle, como es la suma perfección, la inmutabilidad, la simplicidad,
etc., no son sino determinaciones del ser infinitamente perfecto, aun cuando sean
también incomprensibles para nuestra humana capacidad.
OCASIONALISMO
280
Recherche, III, 2. c. 6.
229
nerales, cuya eficacia determinamos nosotros por nuestras diversas modalidades"281.
281
Entretiens, VII, n. 14.
282
Hist. De la fil., 3, p. 258.
230
grandes cualidades especulativas del joven Leibniz, procuró orientarle cuanto pu-
do. Por este tiempo se interesó por la ciencia y la filosofía moderna, leyendo a Ba-
con, Marsilio Ficino, Campanella, Descartes, Kepler, Galileo y otros representantes
de la escena intelectual de entonces.
OBRAS
231
La producción literaria de Leibniz fue muy extensa y variada: artículos aca-
démicos, cartas, informes políticos, estudios filosóficos, etc. Escribió en tres idio-
mas: latín, francés y alemán. Se suman a ello el gran número de fascículos - con
frecuencia anónimos -, en nombre de la casa de Brunswick; conjunto que revela su
gran formación cultural y académica; si bien, dejándose sentir una clara influencia
de los escritores franceses. Sobre temas filosóficos, dos son los principales tratados:
Nouveaux essais sur l’entendement humain y la Théodicée. El primero, en oposición al
pensamiento de Locke, expresado en su obra, Essay Concerning Human Understan-
ding, y, respecto a la Théodicée, es un planteamiento sobre el problema de la “justifi-
cación” de Dios, intentando poner de manifiesto su bondad y omnipotencia ante
los aconteceres mundanos y las acciones libres de los hombres. Importantes son
también ciertos escritos más breves y concisos, sobre todo el Discours de métaphysi-
que; los Principes de la nature et de la grâce fondés en raison, y más particularmente, la
Monadologie, que redactó para el príncipe Eugenio de Saboya. En verdad, una sín-
tesis de su pensamiento filosófico estructurando el universo de un modo formal y
estrictamente lógico.
232
tener partes, son rigurosamente indivisibles; y no teniendo extensión, tampoco po-
drán corromperse ni perecer por disgregación alguna. “Las mónadas no podrían co-
menzar ni terminar de una vez, es decir, no podrían comenzar más que por creación, y ter-
minar más que por aniquilación; por el contrario, aquello que está compuesto comienza y
termina por partes”284.
284
Ibid. 6.
285
Ibid. 83. Teodicea, 147.
233
miembro del animal, cada gota de sus humores es, a su vez, un jardín o un estanque seme-
jante"286. Se trata, en realidad, de una fuerza representativa y apetitiva, es decir, de
un impulso vivo y dinámico. Pero además, no habiendo mónadas inertes, es expli-
cable que en su modo de comportamiento exista en todas ellas un grado más o
menos consciente. La corporeidad se constituye por las mónadas de menor percep-
ción representativa; otras, como el alma de los humanos, tienen conciencia y me-
moria, aunque eso sí, merced siempre a la mónada de las monadas, a la mónada
infinita y creadora que llamamos Dios.
1) Argumento “cosmológico”.
A partir del principio: “nada sucede sin razón suficiente”, Leibniz demuestra la
existencia de Dios mediante dos formulaciones que podríamos llamar, mecánicas y
metafísicas. Mediante las primeras llega a la existencia de un Ser necesario tras
aplicar el principio de “razón suficiente” al movimiento y al origen de los objetos
materiales en el mundo físico. Fundamenta esta prueba el hecho de que todo lo que
se mueve es movido por otro. Pero si todo el mundo físico se mueve, la causa de su
movimiento habrá de buscarse fuera de sí, en algo extracorpóreo que dé sentido y
sea fundamento de lo que se mueve. Su principio y razón de ser no puede ser otro
sino Dios. Respecto a las entidades materiales, la demostración es similar: la razón
suficiente no puede estar en ellas mismas, sino en una sustancia externa inmaterial,
es decir, en Dios. “la razón última de las cosas debe estar en una substancia necesaria, en
la cual el detalle de los cambios no esté sino eminentemente, como en su origen: y esto es lo
que llamamos Dios”288.
286
Ibid. 67.
287
Nouveaux Essais, 4. 10, 7; Janet, I,400.
288
Mónad. 38.
234
existen seres que bien podrían haber sido de otra manera, es decir, que no va im-
plícita en ellos la causa de su propia existencia. Luego la razón de que esto sea así y
no de otra forma se debe a la existencia de un Ser necesario que quiso que existiese
este mundo y no otro de los posibles. El proceso es el siguiente: “Hay un hecho fun-
damental: ¿Por qué existe algo, en lugar de nada?, porque la nada es más simple y fácil que
el algo. Además, supuesto que debe existir algo, hay que poder dar razón de por qué debe
existir así y no de otro modo. Ahora bien, esa razón suficiente de la existencia del universo
no puede encontrarse en la serie de las cosas contingentes, sino que precisa que la razón su-
ficiente, la que no necesita otra razón, se halle fuera de esa serie de las cosas contingentes y
se encuentre en una sustancia que sea la causa de la serie, o que sea un ser necesario que
lleve en sí mismo la razón de su existencia, pues de otro modo no habríamos llegado a una
razón suficiente que pudiera ser término de todo. Y esa última razón de las cosas llámase
Dios”289.
Lo que entiende Leibniz por verdades eternas o verdades de razón son las
que caen dentro del campo de la matemática y la lógica: 2 + 2 = 4. El todo es mayor
que la parte, etc. Por sí mismas tienen siempre validez objetiva, son irrefutables.
Pero si se dice que son necesarias y eternas es porque no dependen de la existencia
de ningún ser contingente. En cualquier dimensión, son verdades reales, no ficcio-
nes de la mente. Al captarlas – llega a decir -, nos distinguimos de los animales;
más aún, reflexionando sobre ellas nos revelan, no sólo la existencia de nuestro yo,
sino del Ser donde esas ideas subsisten. Por sí mismas hablan de lo ilimitado, de lo
absoluto, de Dios. Lo complementa del siguiente modo: siendo verdades necesa-
rias y anteriores a la existencia de los seres contingentes, es necesario que estén
fundadas en la existencia de una sustancia absoluta y necesaria, es decir, en Dios
como realidad ilimitada y eterna. Nos dice: “También es verdad que en Dios radica no
sólo el origen de las existencias, sino también el de las esencias, en tanto que reales, o de lo
que de real hay en la posibilidad. Y esto es así porque el Entendimiento de Dios es la región
de las verdades eternas, o de las ideas de que dependen, y que sin Él no habría nada real en
las posibilidades, y no sólo nada de existente, sino tampoco nada de posible”290.
289
Principios, 7; Teod. I, 7; J. II, 87.
290
Monad. 43; Teod. 20.
235
3) Argumento de la “armonía preestablecida”.
A tenor de este principio, Leibniz cree haber encontrado la prueba más ra-
zonable para explicar el orden y la coordinación de cualquier cambio. Todo está
previamente convenido para que las sustancias se sincronicen y exista la mutua co-
rrespondencia. “Las almas actúan según las leyes de las causas finales, por apeticiones,
fines y medios. Los cuerpos actúan según las leyes de las causas eficientes o de los movi-
mientos. Y los dos reinos, el de las causas eficientes y el de las causas finales son armónicos
entre sí”293.
291
Nuevo sistema, 12.
292
Mónd. 22; Teod. 360.
293
Ibid. 79.
236
4) Argumento “ontológico”.
5) Argumento “modal”.
Antes de exponer esta argumentación, convendría recordar que entre los es-
tudiosos de la obra de Leibniz hay dos grupos diferenciados respecto a esta prue-
ba: los que piensan que este argumento se reduce al ontológico, como Parkinson,
Jalabert o Henrich, y los que por el contrario, creen que es una nueva formulación,
es el caso de Blumenfeld, Lomaski, Dumoncel y Auletta. Se trata, en realidad, de
un argumento donde se prueba que sin el Ser perfecto sería imposible cualquier
otro ser. El resumen podría ser el siguiente:
294
Ibid. 45; Teod. 180-184, 185, 335,351,380.
295
Ibid. 44; Teod. 184-189, 335.
237
ANÁLISIS CRÍTIO
296
Weber, A.: Histoire de la Philosophie europeenne. Paris, 1874, pág. 373.
238
239
TEOLOGÍA EN LOS FORJADORES DEL
RENACIMIENTO CIENTÍFICO
Sin embargo, no mucho después, Sócrates adoptaría una actitud más bien
escéptica ante aquellas soluciones elementales sobre la composición de los cuerpos,
derivando hacia temas que consideraba superiores, como los postulados morales y
políticos. Las soluciones de la filosofía de Platón, aun con un componente también
político, fueron sobre todo orientadas hacia realidades trascendentes e ideales. En
ese ámbito, la física era “no ciencia” por tratar de seres contingentes y circunstan-
ciales. Lo que siempre existe – decía -, es la Idea; lo que cambia es el universo. Para
él sólo existían conjeturas probables sobre la naturaleza. Sin embargo, la concep-
ción de Aristóteles era diametralmente opuesta. La física era para él una verdadera
ciencia dentro del propio campo experimental. Concebía a la naturaleza como un
modo de ser de las cosas, con movimiento y reposo, con operatividad y desarrollo;
de ahí sus estudios sobre botánica, biología, historia natural, etc., como indicativo
240
para conocer mejor el mundo con sus múltiples realidades. Bien es verdad que en
las últimas postrimerías del “helenismo” las tendencias eclécticas y escépticas fue-
ron las que más vinieron a dominar.
Habrá que esperar hasta el siglo XIV para que se vislumbre el verdadero in-
terés por el conocimiento de las ciencias físicas. Parece que se inició en el ámbito
“nominalista”, como sutilmente lo reseñó Pierre Duhem; concretamente en Padua.
Allí estudiaron, entre otros amantes por lo experimental, Copérnico y Galileo, pu-
diendo comprobar que, junto a las interminables discusiones de “realistas “ y
“conceptualistas”, existía también en la Universidad un jardín botánico y un ele-
mental observatorio astronómico; bien es cierto que, junto al aprecio por la autori-
dad clásica y el embrionario interés por la observación directa de las cosas, se fue-
ron introduciendo otras corrientes que pretendían explicar, a su modo, los fenó-
menos ocultos de la naturaleza. Tenían gran influencia los alquimistas que, de una
u otra forma, buscaban la piedra filosofal que pudiera convertir los metales en oro.
Para otros, como los cabalistas, les era prioritario descifrar el Árbol de la Vida y fijar
sobre todo el sentido de la Sagrada Escritura. También estaban los atomistas, los
animistas y los cultivadores de la magia, todos ellos buscando conocer lo más re-
cóndito de la filosofía natural.
241
LEONARDO DA VINCI (1452 – 1519)
242
Tengamos en cuenta que él muere dos años después de que Lutero colocase las 95
tesis en la puerta de Wittengerg en 1517. Además, sabiendo que su visión del
mundo coincidía con el platonismo florentino, según el cual la belleza pertenecía a
una esfera ideal, admitiríamos con el filósofo Giuseppe Fornari que la belleza artís-
tica era el medio por el que Leonardo da Vinci se unía con Dios. Una Divinidad he-
cha a su manera que se dejaba entrever en toda su obra artística. En la biografía
que hizo Serge Bramly, escribe de él: “Creía en Dios…, aunque quizá no en un Dios
muy cristiano… Descubría a Dios en la belleza milagrosa de la luz, en el armonioso movi-
miento de los planetas, en la intrincada disposición de los músculos y los nervios en el inte-
rior del cuerpo, y en la indescriptible obra maestra del alma humana. Leonardo no era un
católico practicante - más bien practicaba a su modo -. Su arte sigue siendo esencialmente
religioso hasta la médula. Incluso en sus trabajos profanos alababa la sublime obra creadora
del Altísimo”.
Nada con esto tiene que ver la obra novelesca escrita por Dan Brawn y pu-
blicada por primera vez por Random House en el año 2003 con el título, El código
Da Vinci. Por tergiversarse aquí problemas centrales del cristianismo y de la histo-
ria de la Iglesia Católica con descripciones fantásticas y de ficción, el éxito publici-
tario no se dejó esperar. Sin embargo, la conmoción provocada por las atrevidas si-
tuaciones estaba más cerca del esoterismo que de la verdad que se pretendía ofre-
cer, incluso los expertos en arte se han quejado de su vaga investigación; aunque
acaso el ensueño y lo atrevido de las propuestas fuese lo que más contribuyó al éxi-
to editorial. Lo cierto es que en su conjunto, no sólo se margina la realidad de los
hechos, sino también la coherencia hacia la persona de Leonardo da Vinci.
Pero, como ya se ha dicho, aun cuando Copérnico había puesto por escrito
297
Ptolomeo: De revol. I, 5.
244
todos sus trabajos, temía presentarlos al público por temor a la dura crítica que le
vendría de los partidarios de la física aristotélica y de los teólogos tradicionales
principalmente. Fue Rheticus - aunque con permiso del propio Copérnico -, quien
editara, en 1540, un resumen con el título Narratio prima; y más tarde, en 1543, es-
tando ya Copérnico enfermo de muerte, es cuando el protestante Andreas Osian-
der, publica la obra completa con el título “De Revolutionibus Orbium Coelestium”. El
texto llevaba un prefacio escrito por el mismo Osiander - aunque sin firmarlo -,
donde proponía dicho tratado como especulación hipotética. Alegato, por otra par-
te, no compartido por Copérnico que lo tenía como real. El escrito llevaba también
una dedicatoria al Papa Pablo III, haciéndole saber las contrariedades y malenten-
didos que podía provocar dicha exposición. Su finalidad, sin embargo, era otra: se
trataba de la búsqueda de la verdad en todas sus dimensiones; en cuanto lo permi-
tía Dios y lo alcanzaba la razón humana. Concluía: “Tan admirable es esa divina obra
del Óptimo y Máximo Hacedor”. Por eso, a vista de las veces que habla de Dios en la
obra, deducimos que él siempre abrigó la convicción de que su sistema en modo
alguno estaba en conflicto con el Creador de la Biblia, al contrario, más que la con-
frontación, su perspectiva era verlo como fe renovada de una misma y eterna Ver-
dad.
245
edificios apropiados para sus investigaciones.
246
JUAN KEPLER (1571 – 1630)
247
Kepler muere en Ratisbona (Alemana), en un viaje con su familia cuando se
dirigía a Sagan. Tenía 59 años. Fig. 53.
De hecho, sus reflexiones sobre las leyes que regían el cosmos eran siempre
vistas al trasluz de una óptica religiosa. En su obra Harmonices Mundi podemos
leer: “Hasta aquí he proclamado la obra de Dios creador. Ahora hay que dejar la mesa de las
demostraciones para elevar al cielo ojos y manos; para, piadoso y suplicante, rezar al Padre
de la luz, a ti que enciendes en nosotros el deseo de la luz y la gracia a fin de conducirnos
por ellas a la luz de la gloria, y te doy gracias, Señor Creador”. Sintomático es también
el epitafio que deseó se grabase en la lápida de su tumba. Dice así: “Medí los cielos,
y ahora las sombras mido. En el cielo brilló el espíritu. En la tierra descansa el cuerpo”.
Cuatro años más tarde se inclinará por las matemáticas, por lo que, dejando
la medicina, vuelve a Florencia en 1585 donde trabaja en varios objetivos relacio-
nados con la mecánica. Su capacidad inventiva hizo que al año siguiente constru-
yera la bilancetta o balanza hidrostática. En 1589 consigue una plaza para enseñar
en el Estudio de Pisa. Entre otras materias, enseña aquí el movimiento de los cuer-
pos, y, si es verdad que su exposición académica estaba todavía dentro de los cá-
248
nones de la mecánica medieval, no oculta su oposición a las soluciones aristotéli-
cas. Acentuará esta crítica en la carta que escribió a J. Mazzoni el 30 de mayo de
1597, adhiriéndose planamente a la teoría copernicana.
249
der a Copérnico, ofrece una serie de argumentos para saber cómo deben interpre-
tarse algunos textos de la Biblia cuando éstos se refieren a fenómenos de la natura-
leza. Explicaciones, por otro lado, interesantes para conocer su fe en Dios y la for-
ma de entender el mundo y las leyes del universo.
Con la elección del nuevo papa, Urbano VIII, Galileo, que previamente ha-
bía tenido buenas relaciones con él, creyó que en su pontificado llegaría por fin el
momento para que la Iglesia pudiera reconocer los resultados de la nueva ciencia.
En espera de esa apertura, trabajó durante varios años en una obra comparativa
sobre los dos grandes sistemas: el de Ptolomeo y el de Copérnico. La obra se publi-
có en 1632 con el título, Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo. Pero los aseso-
res del papa, que en su gran mayoría no secundaban las ideas de Galileo y creían al
mismo tiempo que había desobedecido la orden dada en 1616, hicieron que Ur-
bano VIII reaccionase de forma negativa contra el que había tenido como amigo.
Hasta tal punto llegaron a complicarse las cosas que el inquisidor de Florencia lla-
250
ma a Galileo para comunicarle su procesamiento. Recibe también la orden de pre-
sentarse en Roma, donde llegó el 13 de febrero 1633. El proceso duró varios meses,
hasta el 22 de Junio que se dicta la condena. Compareció en la sala capitular de
Santa María sopra Minerva. Después del dictamen, él, estando de rodillas, lee
públicamente su abjuración. La Condena, que obligaba a la prisión, fue conmuta-
da ese mismo día por el papa. Galileo se retira a Siena, y más tarde, a su villa (Il
Gioiello), cerca de Florencia donde pasó sus últimos años con el mismo afán inves-
tigador de siempre. En 1638 publica su gran obra de mecánica, Discorsi intorno à
due nuove scienze (Discurso sobre las dos nuevas ciencias). Muere en Arcetri el 8 de
enero de 1642. Fig. 54.
251
El año en que muere Galileo, nace Isaac Newton (1642), en el pueblecito de
Woolsthorpe, a unos kilómetros al sur de Grantham, en el Lincolnshire. No llegó a
conocer a su padre que había muerto apenas dos meses antes de venir él al mundo.
Nació prematuramente y, como era explicable, con una constitución delicada.
Cuando su madre se volvió a casar, fue a vivir con la abuela, permaneciendo en su
casa hasta la muerte del padrastro en 1653. Iniciada su adolescencia, el reverendo
William Ayscough, convence a la madre para que le enviase a estudiar a Cambrid-
ge en lugar de dejarlo en la granja familiar. De este modo, a sus dieciocho años
cursa estudios en el Trinity College de Cambridge. No es que destacara allí como
alumno aventajado, pero sí lo suficiente como para asimilar los conocimientos y
principios renovadores de Descartes, Kepler y Galileo, entre otros.
En 1667 vuelve a Cambridge donde es elegido Fig. 55. Retrato de Isaac New-
miembro (Fellow) del Trinity College, y dos años más ton por Geoffrey Kneller
(1702).
tarde, tras renunciar el profesor Barrow a su cátedra
de matemáticas, le sucede Newton hasta 1696. Su la-
bor científica en este tiempo fue inmensa. Trabajó en diversas áreas como la ter-
modinámica y la acústica, aunque su lugar en la historia de la ciencia se debe a su
refundación de la mecánica. En su obra principal, Philosophiae naturalis principia
mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural), formula tres leyes fun-
damentales del movimiento: 1ª) Ley de la inercia, cuyo extracto es el siguiente:
“todo cuerpo permanece en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilí-
neo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él”.
2ª) Ley de la dinámica, según la cual, la aceleración que experimenta un cuerpo es
igual a la fuerza ejercida sobre él dividida por su masa. 3ª) Ley de acción y reac-
ción, considerando que en cada fuerza o acción ejercida sobre un cuerpo, existe
una reacción igual de sentido contrario.
De estas tres leyes deduce una cuarta que es, sin lugar a duda, la más uni-
252
versalmente conocida: la ley de la gravedad, estableciendo que la fuerza que ejerce
una partícula puntual con masa (m1) sobre otra con masa (m2) es directamente
proporcional al producto de las masas, e inversamente proporcional al cuadrado
de la distancia que las separa. Descubrió que la fuerza de atracción entre la Tierra y
la Luna era directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente
proporcional al cuadrado de la distancia que las separa.
298
Newton, I: Principios Matemáticos de la Filosofía Natural, III, 31 y 38.
253
atributos, es decir, por la armonía universal que nos ofrecen todas sus cosas. En
consecuencia, es un Ser viviente, eterno, infinito, omnisciente y omnipotente.
De otra parte, la acción de Dios guarda analogía con las leyes de la naturale-
za; razón por la que, mediante su ubicuidad, él se halla presente en todos los luga-
res; por el tiempo, en todos y cada uno de los instantes, es decir, siempre. Concibe
un doble espacio: el relativo y el absoluto, aunque ejerciendo en ambos su poder y
su providencia. Sin identificarse con Dios ni ser atributo divino, el espacio es el
medio por el cual se manifiesta en el mundo. En la cuestión 28 de su Óptica, New-
ton escribe de este medio como si de un sensorio divino se tratara. “Dios ve íntima-
mente las cosas mismas en el espacio infinito, como si fuera en su sensorio”. Acaso pueda
extrañarnos esta forma de decir y expresar su punto de vista, pero lo que no ofrece
duda es su profunda inquietud religiosa ante la visión que le fue desvelando la fia-
bilidad de la nueva ciencia.
254
255
EMPIRISMO INGLÉS
256
teología, alternando estas materias con la lectura de renombrados pensadores, co-
mo Bacon, Descartes, Malebranche, Newton y, sobre todo, Locke, su autor preferi-
do.
257
nómico de sus diocesanos. Ejemplo de esta atención fue su escrito Siris, divulgan-
do, durante la epidemia de 1740, los remedios medicinales que usaban los aboríge-
nes americanos. Permaneció en Cloyne hasta 1752, fecha en la que se retira, ya de-
licado de salud, a vivir con su hijo, en Oxford; si bien - quizá añorando el deseo de
las Bermudas – decidiéndose a fundar un instituto dedicado a la filosofía, con la
esperanza de hacer frente al declive moral y religioso que él creía advertir en Eu-
ropa. Muere el 14 de enero de 1753. Fig. 56.
PUNTO DE PARTIDA
En sus reflexiones sobre la filosofía precedente, veía que Descartes, para ga-
rantizar el mundo exterior – tangible y material -, debió primero apoyarse en la Ve-
racidad divina. También Malebranche recurrió a la revelación para probar los
cuerpos materiales que, en principio, le eran incognoscibles. Por su parte, Locke,
aun admitiendo la realidad de las cosas corpóreas, éstas sólo podían conocerse de
forma imperfecta, por cuanto que no las percibimos en sí mismas, sino por las mo-
dificaciones que causan en nuestros sentidos. El substratum, la sustancia material,
por más que fundamenten las cualidades secundarias, permanece incognoscible.
Reiteraba que ignoramos su naturaleza.
Pues bien, la postura de Berkeley va a ir más allá, afirmando que nos es im-
posible conocer el mundo material. Más aún, la sustancia material es ficticia, no
existe. El substratum es irreal. “La existencia absoluta de cosas no pensantes, indepen-
dientemente de la percepción que se tendría de ellas, es, para mí, completamente ininteligi-
ble. Su “esse” es su “percipi”; no es posible que tengan existencia actual fuera de las cosas
pensantes que las perciben”300. El soporte de las ideas será siempre el sujeto que las
percibe, es el yo pensante el que tiene conciencia de la mencionada sustancialidad.
299
Prefacio al Diálogo entre Hylas y Philonus.
300
Princ. I, 3.
258
Diríamos que pasa del puro idealismo - en lo tocante al mundo de los cuerpos -, al
más dogmático realismo, respecto al mundo de los espíritus.
259
existencia de Dios y de las realidades creadas por Él. Llega a decir: “Partiendo de mi
propio ser y de la dependencia que hallo en mí mismo y en mis ideas, debo, por un acto de
razón, inferir necesariamente la existencia de Dios y de todas las cosas creadas en la mente
de Dios”301. La deducción le parece en todo punto razonable y lógica: si yo no soy el
autor y el productor de mis ideas, ¿quién entonces podrá ser la causa? Necesaria-
mente Dios, el Espíritu infinito que garantiza la veracidad de todo cuanto hay en
mí. En los diálogos entre Hylas y Philonus, leemos:
“Fihil. – Me resulta evidente, por las razones que has admitido, que las cosas no
pueden existir más que en una mente o espíritu. No concluyo de ello que no tienen existen-
cia real, sino que viendo que no dependen de mi pensamiento y que tienen una existencia
distinta del hecho de que sean percibidas por mí, tiene que haber alguna otra mente en la
que existan. Por lo tanto, tan seguro es que el mundo sensible existe realmente como que
hay un Espíritu infinito, omnipresente, que lo contiene y soporta…
¡Ah! Pero la diferencia radica en que los hombres comúnmente creen que todas las
cosas son conocidas o percibidas por Dios porque creen en la existencia de Dios, mientras
que yo, por el contrario, concluyo inmediata y necesariamente la existencia de Dios ya que
todas las cosas sensibles tienen que ser percibidas por Él…¿No hay diferencia entre decir:
existe Dios, por tanto percibe todas las cosas, y decir: las cosas sensibles existen realmente;
y, si existen realmente, son percibidas necesariamente por una Mente infinita, por tanto
existe una Mente infinita, o sea Dios”302.
301
Diál. 3.º
302
Diál. 2.º
260
En cualquier caso, y por extraño que parezca, Berkeley, aun no admitiendo
la materialidad de las sustancias, piensa que dicho inmaterialismo es compatible
con la realidad de los objetos, aceptando el testimonio de los sentidos. Si percibo el
aroma de las flores, el verdor de los campos, el frío de la nieve o el sabor de la fruta
madura, es señal – dice -, de que existen en cuanto que soy yo el que las percibo. Su
existencia es real, pero sólo como percepciones, no como sustancias materiales in-
dependientes de sujeto. Son ideas en Dios y, secundariamente, percepciones de ca-
da individuo. Escribe: “Yo no pongo en duda que las cosas que veo con mis ojos y toco
con mis manos, existen, y existen realmente. Lo único que rechazo es la existencia de eso
que los filósofos llaman materia o sustancia corpórea”303.
Claro que, en pura lógica, Berkeley debería haber estado atento a las conse-
cuencias de su fenomenalismo, debiendo admitir tantos mundos heterogéneos co-
mo sujetos perceptores. Cierto que fue admirable el esfuerzo por conjugar el empi-
rismo con una metafísica sumamente idealista y espiritual, pero sus prejuicios
ideológicos no impidieron para que, respecto al mundo exterior y humano, pudie-
ra hablarse de tesis como de antítesis, de realidades finitas como de infinitas, de le-
yes impuestas como de un radical liberalismo.
303
Princ. I 35.
304
Princ. I 107.
261
DAVID HUME (1711-1776)
262
nando así el conocido “empirismo inglés”. De alguna forma, lo que Newton había
hecho con la física, él lo anhelaba con la creación de una nueva ciencia experimen-
tal del hombre. Por eso, en el análisis que realiza sobre el “conocimiento humano”,
su postura es terminante: sólo conocemos los hechos de la conciencia que experi-
mentamos. En este sentido, da un paso adelante respecto al pensamiento de Locke,
pues si éste había negado la objetivad de las cualidades secundarias - aun a expen-
sas de conservar la sustancia como soporte de las primarias -, Hume, al quedarse
únicamente con lo empírico, su lógica le lleva a negar cualquier substrato que esté
por debajo de lo que nos ofrecen los sentidos. Pero también se opone a la metafísi-
ca espiritual de Berkeley, sustituyéndola por otra práctica y basada en los hechos
de la experiencia. Hume divide los contenidos del conocimiento en impresiones e
ideas.
“Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos tipos diferentes, que
llamaré impresiones e ideas. La diferencia entre ellas estriba en los grados de fuerza y viva-
cidad con que hieren el espíritu y se abren paso en nuestro pensamiento y consciencia. A
aquellas percepciones que penetran con más fuerza y violencia podemos llamarlas impresio-
nes; y bajo este nombre comprendo todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones según
hacen su primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de éstas en el
pensamiento y en el razonamiento; tal como, por ejemplo, son todas las percepciones provo-
cadas por el presente discurso, con excepción solamente de aquellas que proceden de la vista
y el tacto, y con excepción del placer o desasosiego inmediatos que puedan ocasionar. Creo
que no será necesario emplear muchas palabras para explicar esta distinción”305.
305
Hume, D.: Treatise, I sec 1ª.
263
mos por los sentidos, a las impresiones. “La causa última es, en mi opinión, perfecta-
mente inexplicable por la razón humana, y siempre será imposible decidir con certeza si
provienen inmediatamente del objeto, si son producidas por el poder creador de la mente, o
si derivan del Autor de la nuestro ser”306.
A este respecto, diríamos que entre el sentir y el pensar, entre las impresio-
nes y las ideas, no existe más distinción que la calidad o el grado de vivacidad con
que nos impresionan y quedan estampadas en nosotros. Pero, ¿de dónde proviene
todo aquello que nos afecta y creemos captar? Para Hume, la única fuente son las
impresiones, todo lo demás queda al margen; lo deja de lado porque desconoce-
mos sus causas.
IDEA DE CAUSALIDAD
Desde este punto de vista, el vínculo real entre la causa y el efecto es enga-
ñoso. Al no ser experimentable, carece de valor. La experiencia nos dice únicamen-
te que el fenómeno B sigue al fenómeno A, pero nada podrá justificar la conexión
necesaria entre ambos; la percepción de uno no puede valer para determinar al
otro. Tan sólo la experiencia podría justificarlo. Pero el nexo no lo percibimos, por
consiguiente el principio de causalidad tiene para él un fundamento meramente
subjetivo.
Habida cuenta del compromiso que ello comporta, Hume prosigue el análi-
sis diciendo: las impresiones pueden ser actuales, por ejemplo, la contemplación de
esta montaña; también del pasado, recordando a un amigo. Pero nunca podremos
tener conocimientos del futuro porque las supuestas impresiones todavía no han
sucedido. Por lo tanto, hablar de certezas que se van a producir, como, si pongo le-
che al fuego se calentará, debemos caer en la cuenta que, aun pareciéndonos lógico
el nexo causal, su relación necesaria – dice -, no es proporcional a los hechos, por-
que, ¿cómo podemos estar seguros de una tal evidencia futura? Si el valor viene
dado por las impresiones, y éstas no han tenido todavía lugar, lógicamente que
concluya que las supuestas verdades sean meras ficciones de la mente; del futuro
únicamente podemos hablar de creencias, pero nunca de relación necesaria; no hay
306
Ibid. I 3 sec. 5ª
264
conocimiento, sino creencias; indica que es la costumbre que tenemos de ver un fe-
nómeno después de otro lo que nos habitúa a que afirmemos dichas certezas. Es-
cribe: “En los casos particulares resulta que, por rigurosa que sea nuestra investigación,
nunca podemos descubrir más que la sucesión de un acontecimiento a otro, sin llegar a
comprender ninguna fuerza o poder por medio del cual obre la causa o alguna conexión en-
tre ella y su efecto… Un acontecimiento sigue a otro, pero no llegamos a descubrir una co-
nexión307.
307
Hume, D.: Investigación sobre el entendimiento humano. Sec. Iª p.2ª
308
Treatise, I sec 6ª.
265
Pero, esto no es todo, Hume no limita su crítica a las sustancias materiales,
sino también el propio yo. En contra de Descartes y Berkeley, es taxativo al respec-
to: no tenemos intuición de nosotros mismos como de una sustancia simple. A se-
mejanza de las sensaciones naturales, el yo no es más que un haz o colección de
percepciones o contenidos de conciencia que se suceden continuamente. Es ilusorio
atribuir una realidad sustancial a lo que es – dice -, un puro resultado de nuestra
imaginación. En la sección 6ª del Treatise (I, 4), afirma: “Hay filósofos que imaginan
que somos conscientes íntimamente en todo momento de lo que llamamos nuestro yo, que
sentimos su existencia y su continuación en la existencia; y se hallan persuadidos, aún más
que por la evidencia de una demostración, de su identidad y su perfecta simplicidad… Des-
graciadamente todas esas afirmaciones son contrarias a la experiencia que se presume a fa-
vor de ellas, y no tenemos una [tal] idea del yo, pues ¿de qué impresión puede derivarse esa
idea?”309.
Dada su postura sobre el mundo de los objetos y el alcance del yo, Hume
309
Ibid. I, 4 ,sec 6ª.
266
afronta el problema de la Realidad divina en consonancia con los términos y resul-
tados anteriores. Ya en la sección XI de la “Investigación sobre el entendimiento hu-
mano”, afronta el tema del Ser supremo y la vida futura en la línea crítica de la sus-
tancia y el principio de causalidad. Concluía diciendo que las esencias eran su-
puestos engañosos, por más que las objetivemos en su realidad “externa”, “pen-
sante” o “infinita”. Por lo tanto, no reconocerá validez alguna a las pruebas metafí-
sicas de la existencia de Dios, considerando que la pretendida Realidad no puede
ser demostrada ni por la experiencia ni por la razón.
Sin embargo, en 1776 tomará una decisión importante para el tema que nos
ocupa. Después de habérsele diagnosticado la enfermedad que le llevaría a la
muerte, Hume introduce una cláusula en su testamento para que su amigo, el Dr.
Adam Smith - ex profesor de Filosofía Moral en Glasgow -, publique los Diálogos
sobre la Religión Natural” que años antes algunos colegas le habían aconsejado no
editarlos. Vieron la luz pública en Edimburgo por su sobrino David, en 1779.
267
El papel de Cleantes - que expone las pruebas a posteriori -, se resumiría en la
forma siguiente: es cierto que existe un orden, una armonía en el mundo. Ahora
bien, si la estructura existe, podría teóricamente provenir de dos principios: o bien
la materia contiene en sí misma un fundamento oculto de autoordenación, o bien
se mueve según los impulsos que le dicta otra realidad más elevada. Como hipóte-
sis, las dos podrían ser posibles en abstracto, pues conocemos por experiencia que
las cosas inertes son incapaces de organizarse por sí mismas. De hecho, vemos y
comprobamos que existen edificios, puentes, relojes, etc., que obedecen a un plan
determinado, es decir, por un arquitecto en el primer caso, o por un relojero en el
segundo. De igual modo, y por analogía, podremos deducir una Mente superior
encargada de diseñar y organizar la totalidad del Universo.
268
razón natural se acogerá a la verdad revelada con la mayor avidez; mientras que el arrogan-
te dogmático, persuadido de que puede erigir un sistema completo de teología con la sola
ayuda de la filosofía, desdeña cualquier otra ayuda y rechaza estas excepcionales enseñan-
zas. Ser un escéptico filosófico es, en un hombre de letras, el primer paso, y el más esencial,
para llegar a ser un auténtico cristiano creyente310.
La primera vez que afronta Hume el problema ético es en el tercer libro del
Tratado de la naturaleza humana. Años más tarde extrapoló las ideas allí expuestas a
un ensayo más corto con el título Investigación sobre los principios de la moral. Como
cabría suponer, su idea es fundamentalmente empírica. Así, en vez de decir cómo
debería operar la moral, notifica cómo realizamos los juicios morales. La síntesis es
clara: es el propio sentimiento y el interés quienes determinan la moralidad de los
actos. Considera que nunca podremos realizar juicios morales basándonos única-
mente en la razón. El ejercicio de nuestro entendimiento es conocer, no obligar. La
mente conoce las normas prácticas de la moral, pero no las establece.
Ahora bien, si la razón no puede ser la fuente de los juicios morales, habrá
que buscarla en otra parte. Hume la encuentra en el sentimiento que surge espon-
táneo en cada persona. Llega a escribir: “Aquella facultad con la cual discernimos lo
verdadero y lo falso, y con la que percibimos el vicio y la virtud, han estado mucho tiempo
confundidas y se suponía que toda la moral estaba fundada en relaciones eternas, inmuta-
bles e invariables, a la manera de las proposiciones acerca del número y la cantidad. Pero
un filósofo reciente (Hutcheson) nos ha enseñado, con los argumentos más convincentes,
que la moral no consiste en la naturaleza abstracta de las cosas, sino que pertenece por
completo al sentimiento o al gusto mental de cada ser particular, del mismo modo que las
distinciones entre dulce y amargo, frío y caliente, resultan de una sensación particular de
cada sentido y órgano. Por lo tanto, las percepciones morales no deben situarse entre las
operaciones de la inteligencia, sino entre los gustos y los sentimientos”311.
Ante lo cual, bien puede decirse que la razón, más que mover a la persona,
es el sentimiento y las pasiones quienes la someten y esclavizan. La acción y los
juicios morales quedan predeterminados por las emociones, las desavenencias, las
simpatías, etc. Más que lo racional, lo que realmente priva en los juicios morales
son los sentimientos; porque son ellos los que realmente determinan el cumplir o
el no cumplir, los que dotan de valor moral a cuantas decisiones realicemos, los
que expresan el sentimiento de aprobación o desaprobación. Y esto es lo que se
llama en Hume “emotivismo moral”.
310
Hume, D.: Diálogos sobre la religión natural. Part. 12.
311
Investigación sobre la moral, V, 1
269
el que determina la moralidad de los actos, ¿cómo es posible que haya uniformi-
dad en los juicios colectivos? La respuesta de Hume es terminante: el sentimiento
descansa en una especie de humanidad que, por ser común a toda persona, las de-
cisiones y sus juicios morales serán también conocidos por toda la colectividad.
Hay un instinto que nos hace distinguir lo agradable y lo desagradable, lo bello y
lo antiestético, una especie de inclinación práctica por más que nos sea difícil ex-
ponerlo teóricamente. Sí sabemos que la utilidad es el fundamento común que
despierta dicha aprobación, o lo que es lo mismo, un criterio apropiado para dis-
tinguir el bien y el mal moral de nuestros actos. En palabras suyas: “La utilidad es
agradable y solicita nuestra aprobación”. Esta es una cuestión de hecho confirmada por la
observación de todos los días. Pero, ¿útil para qué? Sin duda, para el interés de al-
guien”312.
REFLEXIÓN CRÍTICA
Sin embargo, aquí Hume olvida que soy “yo” quien tiene las percepciones,
el que se encuentra con ellas, el que, asumiéndolas, las distingue de sí mismo en
cuanto persona. De hecho, no mucho después, Kant - aun reconociendo el valor
que siempre se debe dar a la experiencia -, reivindica el cometido de la razón, seña-
lando, eso sí, los límites y las competencias de ambas. Reconoce que la experiencia
se nos presenta desestructurada e informe, como una babel de datos (fenómenos),
que sólo se transforman en conocimientos por la acción ordenadora de la mente
mediante el espacio y el tiempo, que son ajenos a toda experiencia. Productos tam-
bién de nuestro entendimiento son los conceptos básicos de cantidad, calidad, rela-
ción, etc. Son condiciones que están en el sujeto, no en la realidad, y que refinan y
clarifican la “ciencia del hombre”. En todo punto la razón se hace imprescindible.
Confunde también las leyes particulares con el principio general de causalidad,
pues, afirmando que no podemos conocer la conexión de la causa con el efecto fu-
turo, en la creencia de que a lo mejor no sucede, se podrá responder que esto no se-
ría una excepción al principio de causalidad, sino a una ley particular. En tal caso,
la supuesta excepción tendría también una causa.
312
Ibid. I, 1
270
hacer algo moralmente mal, el acusado podría responder diciendo: ¿Quién es Ud.
para inculparme a mí que estoy equivocado? ¡Cada uno con lo suyo! Nada enton-
ces tiene de extraño que las arbitrariedades y los distintos puntos de vista se harán
siempre presentes. Se precisará al menos una base donde apoyarnos para que el
consenso sea común. Y el principio no puede ser otro que el reconocimiento de que
el hombre tiene un fin en sí mismo, más bien, que los humanos somos racionales
y deseamos vivir lo mejor posible. Estar en consonancia con el ser que somos, he
ahí nuestro primer soporte moral; ir a favor o en contra justificaría el bien o el mal
de nuestros actos. Compartir unos componentes físicos, químicos, biológicos, psi-
cológicos, sociales y culturales, hace que nuestros acciones conformen o desatien-
dan el proyecto de un itinerario común.
De todos modos, acaso el ambiente y el entorno que le tocó vivir podría ex-
plicar en parte su posición filosófica. En efecto, se sabe que Hume no fue ajeno a
las enseñanzas religiosas en la Escocia de su tiempo. Concretamente, en la edición
de los Diálogos por Norman Kemp Smith, se dice que había calado fuertemente en
Hume una versión popular de la doctrina calvinista, incidiendo sobre todo en los
temas más tétricos y sombríos del reformador. De todo lo cual se sabe que, aún
cuando los aceptara en los primeros años de su juventud, no tardó en reaccionar
sobre algunos puntos, como el alcance del pecado original, la predestinación y el
total estado de depravación de la naturaleza humana. Su aversión hacia estas doc-
trinas debió ser muy connatural a su condición crítica y a un temperamento socia-
ble y comunicativo como el suyo313. Se entendería también su acentuación en una
moralidad más libre y desarraigada del miedo y de toda clase de imposición. Vis-
lumbraríamos igualmente un poco más las dificultades que se han tenido a la hora
de sintetizar el conjunto de su exposición filosófica. A este propósito, pienso que
no va desencaminado J. Ferrrater Mora cuando, en su Diccionario de filosofía, con-
cluye: “Su actitud es a menudo agnóstica y, por así decirlo, moderadamente teísta, pero en
ningún caso dogmáticamente teísta o atea”314.
313
Boswell Papers, XII. Pgs 227-228 (cit. en The life of David Hume, por E. C. Mossner, University.of Texas
Press, Austin, 1954, pg. 34).
314
Ferrater Mora, J.: Diccionario de filosofía, Hume.
271
LA ILUSTRACIÓN Y EL IDEALISMO ALEMÁN
272
IMMANUEl KANT (1724 – 1804)
OBRAS
Dos son los períodos que se distinguen en la producción filosófica de Kant,
273
el precrítico y el crítico, es decir, el anterior y el posterior a ser publicada la Crítica de
la razón pura. En la primera etapa, los escritos más importantes son los siguientes:
Allgemeine Naturgeschichte und Theorie des Himmels (Historia natural universal y teo-
ría del cielo), Der einzig mögliche Beweisgrund zu einer Demonstration des Daseins Got-
tes (El único argumento posible para una demostración de la existencia de Dios), y
la disertación latina, De mundi sensibilis atque intelligibilis forma et principiis (Diserta-
ción acerca de la forma y los principios del mundo sensible y del inteligible), seña-
lando el punto de partida hacia la crítica.
OBSERVACIONES PRELIMINARES
274
Bajo el punto de vista filosófico, el racionalismo de Descartes, de Leibniz y
Wolff hizo reflexionar a Kant en su etapa precrítica. En Descartes, por ejemplo, la
res cogitans y la res extensa tenían algo en común: el ser. También del racionalismo
estudió que la metafísica era un sistema deductivo de verdades racionales que con-
tenían los primeros principios del conocimiento humano, así como su concepción
del ser de las cosas sin tener en cuenta los objetos de la experiencia, es decir, por
puros conceptos o verdades de razón.
Pero hay más: el pensamiento de Hume le hizo despertar - según las propias
palabras -, del “sueño dogmático” que le había sumido la etapa anterior o precrítica.
La experiencia es importante, como así lo hizo saber en el estudio de la ciencia de
Newton, aunque el empirismo como tal abocaba a un escepticismo del que era ne-
cesario salir. ¿Cómo? Desvelando el error empírico al confundir el origen o génesis
del conocer con el fundamento o validez del mismo. Por eso, ante la problemática
que ofrecían las grandes interrogantes de su tiempo, Kant las afronta teniendo que
averiguar primero las posibilidades de comprensión que tienen nuestras facultades
cognoscitivas.
275
que se precien ser universales y necesarios. Nada ni nadie puede saltar la barrera
de lo concreto y experimental.
Ante esta doble disyuntiva, toma partido el criticismo kantiano con un claro
propósito: discernir de dónde proviene la certeza de los conocimientos científicos,
metafísicos y morales como saberes propios de todo ser racional. Planteada así la
cuestión, considera que para alcanzar la certeza y el valor de los mencionados co-
nocimientos, no tiene otra alternativa que someter a crítica a la misma razón para
que ella misma reconozca sus posibilidades y sus límites. En consecuencia, será es-
ta misma crítica la que hará plantearse al hombre, no sólo el sentido de la vida,
sino también cuáles son sus últimos fines y motivaciones. Para ello, Kant formula
los cuatro problemas que él supone que son los más importantes para el hombre:
Sin embargo, ante lo que podía parecer una obligada disyuntiva sobre una u
otra postura, Kant nos dice que hay conceptos que no provienen de la experiencia
276
(contra el empirismo), aunque esos mismos conceptos tienen aplicación en el ámbi-
to experimental (contra la postura racionalista). Sabido es que el racionalismo, de-
duciendo analíticamente las verdades unas de otras, salva la universalidad y la
exigencia imperiosa del entendimiento; en tanto que el empirismo, limitando el
conocer a la suma de percepciones, da cuenta de los objetos externos, pero no de la
exigencia de universalidad. Se impone pues el problema crítico: ¿Cómo es posible
un conocimiento que sea a priori y a su vez objetivo? En la explicación, Kant proce-
de primero a clasificar los juicios.
Como forma del pensamiento, la ciencia está en los juicios. Sin ellos, sin la
afirmación o la negación del alcance que comportan, los conocimientos no avanza-
rían. Pero no todos son científicos, por lo que se impone un estudio y una clara de-
finición de los mismos. Kant los divide en:
277
matemáticas, por lo tanto, sí aportan ciencia.
278
ya no es el sujeto el que se adapta al objeto, sino que es el objeto el que se ajusta a
la forma de conocer del sujeto.
Pues bien, en este análisis, Kant deduce las categorías de la tabla de los jui-
cios, que son los siguientes:
De estos juicios, Kant obtiene la siguiente tabla de conceptos puros del entendi-
miento o categorías:
279
principio se basa en la categoría de “causa”. Pero la categoría de causa es un con-
cepto puro, ya que no proviene de la experiencia. Es previo a la misma. Es a priori.
Su validez no depende de la experiencia. Las categorías se aplican a todos los fe-
nómenos; en este caso, la categoría de causa. Sus juicios son, por lo tanto, univer-
sales y necesarios.
3) Dialéctica trascendental.
El motivo de dar dicho nombre a esta parte de la Razón pura, no está claro,
pudo haber sido, bien por ser la “razón” el objetivo primero de este estudio, o qui-
zá por haber llamado Aristóteles “dialéctica” a la “sofística,” al entender Kant que
la metafísica transcendente estaba llena de sofismas. De cualquier modo, lo que
aquí se pregunta es lo siguiente: ¿puede la metafísica formular juicios sintéticos a
priori y llegar a ser una ciencia? Analizará esta cuestión como problema fundamen-
tal de la Crítica de la razón pura. Hemos visto cómo la matemática y la física podían
formularlos y, por lo ello, alcanzaban un conocimiento universal, necesario y cien-
tífico. También hemos hablado de las tres facultades que nos llevan a conocer: sen-
sibilidad, entendimiento y razón. De hecho, en la Introducción a la Dialéctica tras-
cendental, nos dice:
La síntesis de este análisis le lleva a concluir que hay tres ideas trascenden-
315
Kant, I.: Dialéctica trascendental, Introducción, II.
280
tales: la primera es la del Yo (sujeto pensante), concebido como sustancia (alma); la
segunda es el Mundo, en cuanto unidad absoluta de las múltiples series de fenó-
menos; la tercera idea trascendental es Dios, como unidad absoluta de todos los ob-
jetos del pensamiento en general, en cuanto que contiene la condición suprema de
la posibilidad de todo cuanto puede ser pensado, es decir, el Ser de todos los seres.
Sin embargo, aun cuando estas ideas trascendentales nos ayudan a unificar
en el pensamiento la totalidad de los fenómenos - ya sean psíquicos o correspon-
dan a la experiencia externa -, al no poseer intuición alguna de las realidades a las
que se refieren (alma, mundo y Dios), esas ideas transcendentales no nos ofrecerán
conocimiento alguno. Son conceptos puros, sin ningún contenido; tan sólo sirven
para unificar los saberes del entendimiento. Cabe decir que la razón, magnetizada
por la progresión del razonamiento, se cree idónea para conseguir el conocimiento
de esos principios últimos, incondicionados, de todo lo real. Sin embargo, cae en
todo tipo de contradicciones: son las antinomias y paralogismos de la razón pura,
demostrando los espejismos metafísicos que concibe la razón como posibilidades
de su conocimiento.
281
demuestra a Dios, sino únicamente a un ser necesario. Se tendría que probar que tal
necesario es el ser perfectísimo y realísimo, lo que equivaldría a la realidad de Dios.
Pero el argumento no es suficiente porque parte de la experiencia. La ficción se en-
cuentra al querer aplicar la categoría de causa más allá del mundo fenoménico. Lle-
ga a pensar que, tras un pequeño rodeo, se entra de nuevo en el viejo cauce del ar-
gumento ontológico.
Pese a todo, y aun cuando las ideas transcendentales no nos ofrezcan cono-
cimiento alguno, no quiere ello decir que no les conceda valor. Carecen de uso
cognoscitivo, pero sí tienen un uso regulativo: unifican los saberes del entendimien-
to. A este nivel, y con ese uso regulativo, el hombre debe actuar como si el alma
fuese libre e inmortal, como si Dios existiese, aunque la razón especulativa no pue-
da demostrarlo. Además, no es ésta la única competencia, pues a este valor hipoté-
tico, las ideas trascendentales unen otras absolutas, incondicionadas, que afloran
como postulados de la razón práctica.
Ahora bien, esta Crítica de la razón práctica, surge del hecho de la existencia
de la moralidad, un vínculo y una coyuntura que establecen y cimientan toda la
316
Kant, I.: Crítica de la razón pura. L. ,. c.3, VII.
282
cuestión del derecho, esto es, la justificación del valor universal de los actos mora-
les. En todo caso, se precisa distinguir en el hombre entre ética “material” y ética
“formal”.
B) Ética formal. Ante los equívocos que comporta la ética material, él pro-
pone una ética contraria, es decir, que sea a priori, y por ello, universal y necesaria
para todos los humanos. Que sea, por lo tanto, categórica, esto es, que los juicios
que se hacen sean sin condición alguna. Debe ser, por lo mismo, autónoma, será el
propio sujeto el que se determine a obrar. Por eso, frente a una ética material, Kant
presenta una ética formal, esto es, vacía de contenido: no se establecen medios ni fines;
se funda en el deber. Como tal, no tiene contenidos, no nos dice lo que tenemos
que hacer, sino cómo debemos obrar. Somos nosotros, cada persona, la que tiene
que llenar de contenido ese vacío. Considera, por tanto, que la única norma de mo-
ralidad es el deber, es decir, actuar conforme a la ley; no por la utilidad que pueda
comportarnos, sino por respecto a la misma. En este ámbito, Kant distingue tres
tipos de acciones:
Como tal interpelación, Kant nos dice que la exigencia de obrar moralmente
se expresa en un imperativo, en un deber – ser que nuestra voluntad obedece por
lo que se supone como deber; aunque Kant distingue también entre imperativo
hipotético, que supone una condición: (estudio para aprobar), e imperativo cate-
górico, que obliga de forma absoluta, incondicionalmente y sin interés alguno: sé
283
justo, sé honrado, etc. Tras este imperativo, es claro que puedan deducirse todas
las demás obligaciones éticas y morales.
LA LIBERTAD
Tras el análisis del deber moral, diríase que la concepción kantiana ha supe-
rado el campo empírico y fenoménico. Con el imperativo categórico se adentra en el
mundo inteligible y metafísico. En efecto, lo que parecía acotado para la razón es-
peculativa, se ofrece ahora a la razón pura práctica. Es en verdad la puerta que se
abre al mundo metafísico kantiano. Claro que, si a esta razón pura práctica la lla-
ma Kant voluntad, la subsiguiente interpelación es también lógica: ¿En qué condi-
ción puede considerarse impuesto el imperativo categórico a una voluntad absolu-
ta? Nos contesta diciendo que la única condición es por ser libre. Si el hombre se
hallara impedido o no estuviera colocado al margen de toda causalidad empírica,
no podría ser determinado por una máxima inteligible ni obrar tampoco por una
norma formal. En las “Formulaciones” que hace en (F.M.C., II) nos ofrece tres de-
finiciones distintas del imperativo categórico:
“Obra de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre como prin-
cipio de una legislación universal”.
“Obra como si la máxima de acción hubiera de convertirse por tu voluntad en ley
universal”
“Obra de modo que trates a la humanidad en todo caso, tanto en tu persona como en
lo demás, nunca como medio, sino como fin”.
284
acción moral, persigue el dictamen de perfección que no puede conseguir en la ac-
tual existencia. La razón nos ordena alcanzar la virtud, es decir, la honradez y la
perfecta adecuación de nuestra voluntad con la ley moral. Bien es cierto que el re-
corrido y la cima de rectitud y nobleza jamás pueden alcanzarse en esta vida. Su
logro exige una duración ilimitada en un proceso indefinido de ajuste: la inmorta-
lidad. “Este progreso infinito es sólo posible bajo el supuesto de una existencia personal y
duradera en lo infinito del mismo ser racional, que se llama inmortalidad del alma. Así,
pues, el bien supremo es prácticamente sólo posible bajo el supuesto de la inmortalidad del
alma”317.
“El bien supremo sólo es posible en el mundo si se acepta una causa suprema de la
naturaleza que tenga una causalidad conforme a la intención moral. Ahora bien, un ente
capaz de actos según la representación de leyes es una inteligencia (ente racional), y la cau-
salidad de tal ser ante esta representación de las leyes, una voluntad. Por consiguiente, la
causa suprema de la naturaleza, si ha de suponerse para el bien supremo, es un ente que
mediante entendimiento y voluntad es causa y autor de la naturaleza, es decir, Dios”318.
317
Crítica de la razón práctica. I, 2 c.2, IV.
318
Ibid. II. cap. 2, V.
285
Pero, aún teniendo en cuenta estas conclusiones, podríamos preguntarnos:
¿de qué forma se hace patente en nosotros la libertad de la voluntad? En la “Crítica
de la razón pura”, Kant manifiesta que el mundo de la realidad quedaba dividido en
dos tipos de entidades: los fenómenos y los noúmenos. Por lo que respecta a los fenó-
menos, todos los seres están sometidos a las leyes de la naturaleza, y como tales, ex-
cluyen del hombre toda posible libertad. Por lo que respecta a los noúmenos o “las
cosas – en – sí”, quedaban también rechazados ante la imposibilidad de poder cons-
tituir la metafísica como ciencia. Sin embargo, este entredicho lo salvarían los pos-
tulados morales: proposiciones que no son demostrables, pero que se deben supo-
ner como condición para que sea posible la moral, así nos lo impone el deber.
Podrá acaso el hombre desoír la voz de su conciencia; podría adormecerla o no dar
ejemplo de sus obligaciones, sin embargo, la persona como tal debe y puede lo que
debe, pues el deber y la libertad no se los arroga o los procura para sí, sino que
simplemente los tiene, le son propios por naturaleza.
286
Autor de todos los seres, o lo que es lo mismo, como “Suma Inteligencia” o
“Dios vivo”, con entendimiento y voluntad para crear.
En el lado opuesto estaban los simpatizantes, para quienes las nuevas direc-
trices ético-religiosas atrajeron y fascinaron por su insólita novedad. Cautivó
muy especialmente a las jóvenes generaciones académicas; incluso la ambigüedad
y lo profundo del sistema parecía cobrar más atractivo a la hora de sondear todo su
alcance. Se explica así que muy pronto se empezaran a formar grupos y asociacio-
nes, principalmente en el sur de Alemania y Austria, con el propósito de difundir
dichas ideas; citaremos a J. Schulze, profesor de matemáticas en Könisberg; a C. L.
287
Reinhold, uno de los que más influyó en la primera propaganda del kantismo;
también a C. F. Schmid, entre otros.
Pero, ¿qué decir hoy de la novedad kantiana? En principio, indicar que su fi-
losofía no es que sea un sistema perfectamente elaborado ni terminado. Los títulos
de sus principales obras así lo acreditan: son Críticas; algo mediante lo cual pone
ciertos límites a la razón y delimita sus objetos. Por eso, choca, en principio, la in-
eficacia que ofrece la “razón pura” en la adquisición de las ideas universales y ne-
cesarias, así como la inconsecuencia de conceder realidades objetivas a las intui-
ciones. Parece ser que fue el mismo Kant el que, al darse cuenta de los inconve-
nientes, eligiera como contrapartida la “razón práctica” para dar explicación meta-
física mediante una ética universal apoyada en imperativos categóricos.
Su ética del deber ha sido igualmente objeto de debate. Pues, aun recono-
ciendo su gran aporte frente a la dirección empirista y psicologista, dando consis-
tencia y valor absoluto al campo de la moral, no obsta para que se descubran in-
convenientes al imperativo categórico del deber. En efecto, al no comportar este
móvil que determina la acción, ni el interés, ni el gusto, ni el amor, pensamos que
es ir en contra de la más elemental ética de los valores. Es contradictorio querer
fundar el deber absoluto y universal en la voluntad del individuo, siempre even-
tual y limitada. Aparte de esto, aunque la conciencia de la obligación moral pesa
ineludiblemente sobre todos los hombres, no se puede poner como punto de parti-
da para establecer la existencia de Dios, pues debería ser previamente justificada.
Como dato del espíritu que obliga al deber por el deber, nosotros insistiríamos:
¿por qué sentirnos obligados sin previo conocimiento del que obliga? Incluso di-
ríamos que ser mandados por una ley incondicional, no es sino una forma de
permanente esclavitud.
319
Enjuto Pecharromán, A.: Lenguaje, ciencia y filosofía. Ed. Ciencia 3. Madrid, 1996, págs. 280 y ss.
288
FICHTE, JOHANN G. (1762 – 1814)
289
Tras estos incidentes, marcha con su mujer a Berlín, formando parte de los
círculos románticos de Schlegel, Schleiermacher y Tieck, a la vez que daba clases
en cursos privados. Al sobrevenir la invasión napoleónica, Fichte toma partido en
la campaña de levantamiento del espíritu alemán, pronunciando durante la ocupa-
ción de la ciudad sus célebres Discursos a la nación alemana (Reden an die deutsche Na-
tion), lo que contribuyó a crear y fomentar la conciencia nacional alemana sobre los
idiomas “neo-latinos”. Apoyado por no pocos seguidores, en 1811 fue nombrado
rector de la Universidad de Berlín, apenas fundada el año anterior. Sin embargo, al
estallar la Guerra de Independencia en 1813, deja sus lecciones para enrolarse en la
milicia como orador, al tiempo que su mujer trabajaba como enfermera en los hos-
pitales de Berlín. Una infección que contrajo al cuidar los heridos, hizo que fuese
también transmitida por contagio al esposo. Su muerte le sobrevino el 29 de enero
de 1814. Fig. 59.
PUNTO DE PARTIDA
Fue tal el impacto que causó en Fichte la lectura de la obra de Kant, que su
dirección filosófica habrá que verla siempre bajo el prisma de esa atracción intelec-
tual. Dicha influencia la encontramos sobre todo en la primera exposición de los
Fundamentos de la doctrina de la ciencia, en 1794. Kant es el referente y el punto de
partida de su propia investigación filosófica. Siempre reconoció su afinidad con él
y con todo su sistema. Reconoce que fue en su obra donde encontró la auténtica
medicina que curó, no sólo sus desasosiegos, sino que hizo brotar las alegrías que
antes nunca había imaginado. Entre otras cosas, comprendió la verdadera libertad
de espíritu y el alcance de la virtud y del deber moral. Fue la Crítica de la razón prác-
tica quien le hizo vivir – dice -, como si estuviera en otro mundo.
Sin embargo, aun cuando sus primeros pasos quedaran recluidos a la mera
exposición del sistema kantiano, pronto derivó hacia una creíble preeminencia del
propio pensamiento al intentar completarle con lo que Kant había callado o acaso
ignorado, llegando a creer que la filosofía de éste había quedado inacabada. En los
Fundamentos de la doctrina de la ciencia no duda en afirmar: “Tengo la plena convicción
de que Kant se limitó a indicar cuál es la verdad, pero ni la expuso ni la demostró… Hay
290
sólo un hecho originario del espíritu humano que sirve para fundamentar toda la filosofía en
sus partes, la teórica y la práctica. Kant lo sabe con certeza, pero no lo dijo en ningún lugar,
quien lo descubra elevará la exposición de la filosofía al grado de ciencia.”
320
Fichte, J, G.: Fundamentos de la doctrina de la ciencia. Sarpe. Madrid, 1984, I.
321
Ibid. I par.
291
un objeto es ponerle, en principio, como real (el trigo es el trigo), después la con-
traposición (el trigo no es la cebada), y, finalmente, delimitarlo y comprender en
un concepto superior (el trigo es mies).
322
Ibid. pág. 40.
323
Ibid. pág. 88.
292
que el orden y el deber por el deber; se identifica con la ley moral; por consiguien-
te, cualquier otra prerrogativa que intente superarlo debe descartarse como supers-
tición o utopía.
La perspectiva que conlleva esta nueva visión hace que llegue a identificar
el “ser” con el mismo Dios. Se percibe esto sobre todo en las elaboraciones de La
doctrina de la ciencia en su plan general de 1810, 12 y 13. Considera ahora que el Ser
324
Exhortación a la vida bienaventurada. Lección 6ª.
293
divino es todo en todo, incluso concibe el saber como el ser de Dios fuera de Dios,
es decir, su exteriorización en las cosas. Son los objetos imágenes o esquemas de su
ser, o, en palabras suyas, “el ser de Dios fuera de su ser”. En este ámbito la diferencia
entre el universo y sus cosas viene constituida no tanto por la diferencia del “ser”,
sino por el modo de “ser”. Según Fichte, aparte de Dios no hay nada más que ima-
gen, que es el “saber”. Tan sólo así podría hablarse de lo que no es Dios, de lo no
inmanente, de lo exteriorizado. Escribe: “Fuera de Dios no existe en el sentido propio de
la palabra nada verdaderamente más que el saber: y este saber es la misma existencia divina
absoluta e inmediatamente, y en la medida en que somos el saber, somos en nuestra más
profunda raíz la existencia divina misma. Todo lo demás que se nos aparece como existencia
– las cosas, los cuerpos, las almas, nosotros mismos en la medida en que nos atribuimos un
ser propio e independiente – no existe verdaderamente y en sí, sino que existe sólo en la
conciencia y el pensamiento como conocido y pensado, y de ninguna otra manera”325.
Quizá alguno pudiera identificar estas expresiones con las de los místicos
cristianos. En la formalidad hay sin duda ciertas afinidades, pero sería osado ha-
blar de homogénea religiosidad cristiana en el Fichte ya anciano. De todos modos,
sí se sabe que en los últimos años tomó del Evangelio de San Juan algunas de sus
expresiones, sobre todo cuando habla éste del amor y de la común hermandad en-
tre los humanos. Significativos son los conceptos de un soneto póstumo: “el eterna-
mente Uno vive en mi vivir, ve en mi mirar; nada existe sino Dios y nada es Dios sino vida;
muy claro se alza el velo ante ti. Ese velo es tu “yo”; muera lo que es caduco y vivirá sólo en
tu anhelo. Penetra lo que sobrevive a ese anhelo y el velo se te hará visible como velo, y sin
325
Exhortación a la vida bienaventurada. Lección 4ª.
294
velo verás el vivir divino”.
JUICIO CRÍTICO
295
sar los conocimientos que se tenían del mundo en el contexto de entonces. Intere-
sado también por el pensamiento filosófico, en 1795 - y con tan sólo veinte años -,
publica “Del yo como principio de la filosofía”, revelando una clara orientación fich-
teana. Dos años más tarde escribe las “Ideas para una filosofía de la naturaleza”, cuya
difusión hizo que al año siguiente fuese nombrado profesor en Jena.
296
FASES FILOSÓFICAS
297
nifestación del Absoluto. En la concepción de Schelling, filosofar sobre la natura-
leza supone crear naturaleza. Lo que para Fichte era negativo, es decir, la naturale-
za como producto de la actividad inconsciente del “yo”, y, por lo tanto, limitada
por el “no – yo”, Schelling la regenera eliminando la negatividad mediante la
fuerza creadora.
SISTEMA DE IDENTIDAD
SISTEMA DE LA LIBERTAD
298
la vez toda la fuerza de la luz. En él se encuentran el abismo más profundo y el cielo más
elevado, o ambos. La voluntad del hombre es el germen, oculto en el anhelo eterno, del Dios
que sólo yace todavía en el fundamento; es el rayo divino de vida aprisionado en la profun-
didad, que Dios vio al concebir la voluntad para la naturaleza. Sólo en él (en el hombre) ha
amado Dios al mundo”326. Para él, toda la creación tiende hacia una forma suprema
que se revela en albedrío. Cabría decir por tanto, que esta autonomía es la disposi-
ción suprema del desarrollo de la propia naturaleza que, en su desvelarse, alcanza
o se constituye en libertad.
SISTEMA RELIGIOSO
326
Schelling, F.: Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana. IV.
299
tema religioso, aunque englobando todo el campo metafísico del ser. Considera
que la filosofía negativa, y por tanto, racionalista, llega sólo a la esencia y a la idea,
una idea absoluta si se quiere, pero con la única posibilidad de deducir otras ideas
o esencias, nunca la auténtica realidad existente. Por el contrario, la filosofía posi-
tiva que él propone parte de Dios como realidad existencial, como acto puro que se
revela tras las distintas manifestaciones del ser. Podría sin embargo preguntarse:
¿cómo se efectúa el cambio de la filosofía negativa a la positiva? La respuesta es
clara: “No por deducciones lógicas, por cuanto permaneceríamos en un ámbito de puros
conceptos…, sino por una voluntad que exige, por necesidad interna, que Dios no deba ser
una mera idea”327. A este respecto, el yo, sintiéndose alienado, reclama a un Dios
existente y personal que nos libere y redima, es decir, que el hombre busca a Dios
por sí mismo, va a su encuentro por la profunda necesidad de hacerle presente. Es
taxativo al respecto: “El yo exige a Dios mismo. A él, a él quiero yo tener, el Dios que ac-
túa, que ejerce providencia; que, siendo él mismo real, pueda reunir la realidad de la caída…
En este Dios sólo el yo ve su bien supremo real”328; y no mucho más adelante: “La aspi-
ración hacia un Dios real y hacia la redención por medio de él no es otra cosa, como se ve,
que la expresión de la necesidad de religión… Sin un Dios activo… no hay religión, pues la
religión presupone una actual y real relación a Dios. Ni puede haber una historia en la cual
Dios no sea providencia… Al final de la filosofía negativa sólo se tiene una religión posible
y no actual, la religión dentro de los límites de la mera razón… Con el paso a la filosofía po-
sitiva llegamos por primera vez a la esfera de la religión y de las religiones… Y podemos es-
perar el aparecer de una filosofía de la religión que exponga toda la religión, comprendiendo
las religiones reales, la mitología y la revelada”329.
327
Schelling, F.: Introducción filosófica a la Filosofía de la religión. I, 2 lec. 28, en Werke, ed. Schröter, V,
p.746.
328
Ibid., V p. 748.
329
Ibid., V p. 750.
300
es voluntad libre que transmite toda su verdad. Es por lo tanto un desvelarse en la
historia en tres períodos diferentes: primero, como naturaleza en la que Dios insta
a ser consciente; más tarde, como voluntad racional; culminando con la libre reve-
lación del Absoluto. En síntesis: un devenir acorde con el idealismo trascendental,
aunque con velado trasfondo panteísta. H. Fuhrmans llegaba a decir: “El Dios de
Schelling, no es que sea el centro evolutivo del mundo, sino el trascendente o el altísimo,
más bien, el ser sobre el mundo”330.
VALORACIÓN CRÍTICA
330
Fuhrmans, H.: Schelling letzte Philosophie. Berlín, 1940, pg. 286.
301
conjugar la disciplina propia de un internado con el espíritu abierto y progresista
de la mayoría de los profesores, pues, además de estar al tanto de las corrientes
modernas, solían secundar las ideas de la Ilustración y las directrices filosóficas de
Kant. En este tiempo, parece ser que su autor preferido fue Rousseau, aunque
atraído también por Schiller, Herder, Mendelssohn y, en moral, por las orientacio-
nes kantianas.
302
que azotó a Berlín. Fig. 61.
303
del mensaje cristiano. Así, ante el hecho de la presencia de Cristo en el mundo, el
Dios Padre se hace historia mediante el Hijo, es decir Dios se humaniza, deviene
pensamiento y acción en la persona de Jesús. Se diría que en el Hijo se materializa
el pensamiento del Padre; se hace humano en Cristo Jesús, ¿para qué?, para redi-
mir a los hombres. Pero, ¿cuál es el verdadero alcance de esa redención? No otra
que la de igualarnos a la Divinidad mediante la pasión y muerte del Hijo. Conse-
cuentemente, en la persona de Cristo, el Dios de la transcendencia se humaniza,
desapareciendo la dualidad clásica entre pensamiento divino y pensamiento hu-
mano. Todo es inmanente en el devenir de los seres, todo es teología racionalizada.
Una vez expuesto el alcance teológico del joven Hegel, donde Cristo era
modelo de amor y de vida, siente, a su vez, el apremio de que sea ahora la filosofía
quien intente comprender el hallazgo que le ofrece la expresión religiosa. Para ello
reclama una nueva lógica, es decir, un método que, secundando los impulsos más
profundos del hombre, nos lleve a la auténtica verdad de las cosas. Como tal com-
promiso, supone la transición del Hegel teólogo al filósofo. Concibe ahora que no
es la religión, sino la filosofía la que debe ajustarse a las verdaderas fórmulas para
expresar el alcance que proyecta la más auténtica realidad del ser y del sentir, esto
es, la proyección dinámica del Absoluto en su acción histórica y creativa.
Ahora bien, para llegar a esta toma de conciencia, Hegel expone primero las
diferencias y las carencias que se encontraban en los sistemas filosóficos de Fichte
y de Schelling. Por eso, frente a los contrastes y oposiciones que encontramos en
las desigualdades de los seres, así como también en las incongruencias en la pro-
pia vida, concluyó que es nuestra mente la que fija las oposiciones. Por lo tanto, Fi-
chte se queda en la simple subjetividad, pues aun presentando un mundo realista,
al oponer la naturaleza al “yo”, ofrecía un dualismo que en modo alguno resuelve.
Por contra, en el “absoluto” de Schelling existe una identificación de lo subjetivo y
objetivo, hay por tanto un avance respecto a la concepción de Fichte. Lo expresa
también en el alcance que ofrece a la filosofía natural. Para Schelling la naturaleza,
aun en su concepción como algo real, es al mismo tiempo ideal, más bien, como
espíritu visible; de este modo, cabría decir que la naturaleza implicaría, como
principio, un sujeto-objeto, por cuanto que cada uno de los términos contiene su
principio originario.
304
Según él, nunca podemos concebir lo finito sin lo infinito. Lo que podríamos pen-
sar que es limitación, no es del todo cierto, porque lo limita el que no lo es; lo finito
es más que finito; lo concibe como un momento en la vida de lo infinito; tal es el
modo de revelarse como proceso, como fuerza inherente a sí misma. Ahora bien,
revelándose como tal, como “absoluto” en la razón humana, comprenderemos que,
aun cuando nuestra mente sea finita, es también más que finita al poder alcanzar el
auténtico saber en la síntesis que conlleva la dinámica del espíritu.
A este nivel, aun cuando la filosofía de Hegel parta del idealismo de Fichte
y de Schelling en la formulación del infinito respecto al finito, la búsqueda como
totalidad y armonía se encuentra en el sistema hegeliano. Ya en el Prefacio de la Fe-
nomenología del espíritu, expone claramente la noción de lo “absoluto” como identi-
dad de lo real y lo ideal, del sujeto y el objeto, aunque no tanto como “identidad
indiferenciada”, sino como “identidad en las diferencias”. El “absoluto” es identi-
dad, pero no “indiferenciada” al modo como lo concibió Schelling y que provocó la
ruptura de ambos, sino incluyendo dentro de sí la oposición, y como tal, conci-
liando los contrarios. Concibe al mismo tiempo que dicha actuación no es que sea
un punto de partida, sino término de un desarrollo. La identidad y la armonía se
complementan, no al principio, sino al final del proceso dialéctico331.
La incidencia que tuvo el Prólogo del Evangelio de san Juan en el sistema hege-
liano, ciertamente fue grande. El Logos (el Verbo), que estaba en Dios y era Dios,
que era Luz y había venido al mundo, lo aplica Hegel a la “Idea”. También en el
“principio” la Idea es Espíritu y es Dios. Se encarna en la naturaleza (sale de sí), y,
siendo luz y vida del mundo, lo asume todo, para retornarlo a la verdad de Dios.
Pero, además de esta idea central, lo encuentra también en la filosofía de los con-
trarios, que se van superando y conciliando en una síntesis superior. Por eso,
cuando ya en edad madura nos expone su pensamiento en el primer tomo de la
Ciencia de la lógica, (1812), no duda en afirmar que la dialéctica no es un paso de la
mente por varios estadios, sino un movimiento del ser. Ineludiblemente se pasa de
un estadio a otro, y en cada uno está la verdad del precedente. La lógica de Hegel
es una dialéctica del ser, del Logos, del “ón”, es una verdadera ontología.
Como tal dialéctica, son numerosos los estadios que se van sucediendo. Los
que menciona no los expondremos aquí por creer que su estudio particular excede
el compromiso que nos hemos impuesto. Sí decir que la trayectoria comienza por
lo más simple, para seguir en un constante ascenso de ciclos dialécticamente terna-
rios: a la tesis se opone la antítesis, pero encontrando ambas su unidad en la síntesis.
No es que sea simple conciliación, sino que la tesis lleva necesariamente a la antíte-
sis, y viceversa; se trata más bien del movimiento del ser cuyo ascenso conduce ne-
331
Hegel, G. W. F.: Fenomenología del espíritu. Prefacio, 2,I.
305
cesariamente a la síntesis. Cada estadio encuentra su verdad en el siguiente.
Tras esta toma de conciencia, Hegel quiso manifestar la realidad de Dios tal
como es Él en su eterna esencia, previamente a la creación de la naturaleza y del
espíritu finito. Consideró como misión propia vivificar la verdad Divina mediante
sus distintas revelaciones. Quiso hacer realidad la aparente antítesis que se lee en
el evangelio: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece infecundo, pero si
se destruye y muere, se multiplicará dando fruto”. La experiencia de este y otros fenó-
menos naturales, le llevó también a reflexionar sobre la concepción kantiana. Afir-
mando éste la imposibilidad de toda metafísica especulativa como ciencia, también
sobre la crítica que había hecho hacia las pruebas tradicionales de la existencia de
Dios, quedando supeditada al deber moral y al sentimiento, Hegel reacciona afir-
mando que Dios ciertamente había “muerto”, pero entendiendo que su morir le
pertenece como esencia para renacer a nueva vida. Concibe que todo el organismo
existente en el mundo da pruebas de Él. En referencia a las plantas, primero como
semilla, después desplegándose en tallos, hojas, flores y fruto. En la vida del espíri-
tu las fases se asemejan: lo inicia el pensamiento como novedad primera, después,
saliendo de sí en cuanto expresión exterior, para retornar más tarde en la verdad
de la nueva idea; y es que pensamiento dialéctico es igual a vida, y la vida es des-
pliegue, superación, logro incesante.
306
tivo se completan como dos momentos integradores, no ya de forma constituida,
sino en proceso de actualización en las sucesivas fases del devenir. Con esta pers-
pectiva se comprenderán más fácilmente algunos caracteres de su sistema; lo ex-
presa sobre todo en sus Lecciones sobre filosofía de la historia universal. Trata aquí de
la verdad y de sus relaciones con otras verdades. Para él, ninguna de ellas es inde-
pendiente, sino que cada una está fundada y sostenida en las demás. Como revela-
ción del ser, su manifestarse es un partir de, para llegar a una superación en la nue-
va faceta. De hecho, y mediante este principio, Hegel intenta comprender dialécti-
camente lo que ha sucedido en la historia, para lo cual expone y contrasta toda su
estructura doctrinal con los sucesos acaecidos en cada época.
307
en un principio contrario a la Divinidad; pero esto ya está presente en las representaciones
ordinarias de Dios. Pues nosotros estamos acostumbrados, por ejemplo, a considerarlo como
creador del mundo. Dios crea el mundo de la nada, es decir, fuera del mundo no hay nada
sensible, nada externo, pues Él es la exterioridad misma. Dios determina; fuera de Él no
hay, ahí, nada que determinar; por tanto, se determina a sí mismo, al pensarse. Él pone
frente a sí a un otro; Él y el mundo son dos. Sólo Dios es, pero Dios es tan sólo a través de
la mediación de sí consigo; Él quiere lo finito, se lo pone como un otro y de este modo se
convierte Él mismo en otro, puesto que Él tiene a un otro frente a sí. Él es así algo finito
frente a otro finito; pero la verdad es que este ser-otro no es más que una manifestación, la
verdad es que Él mismo se encuentra allí”334.
334
Primera parte de Lecciones de filosofía de la religión.
308
gira en torno al sujeto cognoscente; el hombre será de este modo el ordenador de la
experiencia cognoscitiva, el que aportará su modo de ser al objeto. Al hablar de
Descartes, llega a decir que éste considera que tiene dentro de sí una intuición de
“sustancia”, aunque Kant muestra que es un producto del pensamiento, de tal mo-
do que el sujeto pensante no es primero sujeto y luego pensante, sino que es sujeto
en la correlación del conocimiento. Por eso, no duda en eliminar la supuesta “cosa
en sí”; más bien se encontraría su sentido en el modo de satisfacer el afán de uni-
dad, de incondicionalidad que el hombre siente en su interioridad. Bien es cierto
que si el acto de conocer consiste en poner correlaciones entre el sujeto pensante y
el objeto pensado, se concluirá que todo acto auténtico de conocer estará necesa-
riamente constreñido a ineludibles condiciones; en sí, una propensión que sólo
descansará cuando se logre un objeto pensado que, luego de ser conocido, tenga
en sí la razón de su propio ser y de todo cuanto de él se derive. Pero ese anhelo de
incondicionalidad, esa avidez de “absoluto” no lo salda la ciencia positiva por ser
siempre respuesta parcial; se constituye únicamente como necesidad del conoci-
miento; de otra parte, aparece ese mismo “absoluto” como la condición de posibi-
lidad de la conciencia moral. Claro que, siendo un hecho la conciencia moral, no
podría llegar a su fin si no postulase ese “absoluto”, si no postulase la libertad ab-
soluta, si no postulase la inmortalidad del alma y las existencia de Dios.
Pues bien, los filósofos que suceden a Kant, particularmente Fichte, Sche-
lling y Hegel, toman como punto de partida ese “absoluto” como ideal del conoci-
miento, por una parte, y como condición de posibilidad de la conciencia moral por
otra. También coinciden estos tres filósofos en la idea de que ese ser “absoluto” es
de condición “espiritual”. Piensan igualmente que se manifiesta, se explicita en el
tiempo y en el espacio en una serie de trámites sistemáticamente ligados y en per-
manente ascenso; de tal modo que si en su esencia es eterno, en su manifestación
en el tiempo y el espacio transmite y da de sí, de su seno, formas manifestativas de
su propia esencia, es decir, lo que hemos convenido en llamar mundo, historia,
humanidad, naturaleza viviente. Asumen igualmente los tres una primera opera-
ción que llaman intuición intelectual, cuyo alcance se dirigirá a aprehender la esen-
cia de ese “absoluto” e intemporal que ha ido manifestándose en la naturaleza, en
el pensamiento y en la historia de la humanidad.
Sin embargo, aun partiendo los tres del mismo “absoluto”, Fichte lo intuye
bajo la especie del “yo”; no del yo empírico, sino del yo subjetivo; más exactamente
como un “yo” tomado en su generalidad. Pero, ¿cuál es propiamente dicho ámbi-
to? Para Fichte su ser lo constituye la pura “actividad”; la esencia de lo “absoluto”
es acción, quehacer operativo; aunque, como tal dinamismo, necesita un objeto so-
bre el cual recaiga dicha actividad; tal objeto deberá ser el “no – yo”, es decir, lo
que no es el “yo” como término de su función operativa. En relación con el hom-
bre, al ser su conocimiento una acción igualmente subordinada, su “yo” es plena-
mente lo que es cuando actúa moralmente, cuando su actividad es proyectada por
309
la acción moral; tal es su principal concepción filosófica.
310
trayectoria fuese correcta. Pues, en su idealismo, al partir de lo absoluto como in-
tuición intelectual y construir bajo ese parámetro todo su sistema filosófico, come-
tieron el grave error de marginar desde los inicios los datos de la experiencia y, con
ellos, los adelantos científicos y matemáticos de su época. Al fin y al cabo, unos su-
puestos que no tardarían en levantar una barrera infranqueable entre sus princi-
pios filosóficos y la ciencia de entonces. Creemos que éste fue el equívoco más
grande que cometieron, tal es así que desde mediados del siglo XIX fue propician-
do un espíritu de hostilidad que derivó en la corriente que hoy conocemos como
positivista.
311
PRESUNCIONES ATEAS
La influencia y el gran crédito que tuvo Hegel desde sus años de docencia
en Berlín no ofrecen la menor duda; lo justificaba el gran número de discípulos que
se sintieron atraídos por su sistema. Esta adhesión se hizo más incondicional cuan-
do tuvieron que hacer frente a las duras polémicas antihegelianas que no tardaron
en aparecer. Entre los distintos puntos que cuestionaban de su filosofía, uno era el
de haber querido conciliar el monismo panteísta de Spinoza con la libertad de la
persona, así como una encubierta defensa del más fuerte y poderoso. Tanto es así
que incluso después del fallecimiento de Hegel, sus mismos discípulos se llegaron
a dividir por causa, sobre todo, del problema relativo al concepto mismo de reli-
gión. Uno de ellos fue Ludwig Feuerbach, quien, partiendo de los presupuestos
hegelianos, los critica y trasforma. Recordemos que ya un año antes de la muerte
del maestro escribe, a sus veintisiete años, un alegato con el título Pensamientos so-
bre la muerte e inmortalidad, donde se desacreditan los dogmas de toda posible per-
sistencia individual; concebía ya de joven que todo lo finito debía perderse en lo in-
finito. Defendía de algún modo el encubierto panteísmo hegeliano.
312
ocupa, posponemos a los defensores de la derecha y el centro para ocuparnos de los
que iniciaron y dieron forma a la propiamente izquierda hegeliana.
313
guida de La esencia de la religión. Particular incidencia tuvieron también algunos
trabajos más tardíos, como su Theogonia y varios fragmentos póstumos, así como al-
gunas cartas.
314
to mediante la dádiva que le ofrecen los humanos. Pero, si se niega a Dios, el hom-
bre ocupa su puesto, con atributos propios y nunca imaginarios, sólo así podría-
mos entender expresiones como éstas: Dios es “el espejo del hombre”335.
Puede que, teniendo como telón de fondo su pasada vivencia religiosa, lle-
gara también a escribir: “La religión, por lo menos la cristiana, prescinde del mundo; la
interioridad pertenece a su esencia. El hombre religioso lleva una vida alejada del mundo,
oculto en Dios mismo, tranquilo y carente de alegrías humanas…Dios, como ser extra-
mundano, no es más que la esencia del hombre retraída del mundo hacia sí misma…; no es
más que la conveniencia de la fuerza de poder prescindir de todo lo demás excepto de sí
mismo, y poder ser para sí, únicamente consigo. Y esta fuerza se convierte dentro de la reli-
gión en un ser diferente del hombre que, cual ser particular, se enfrenta al hombre”336.
En todo caso, lo que sí consiguió Feuerbach con su radical postura fue tras-
mutar el papel que había alcanzado hasta entonces el pensamiento teológico. Aho-
ra las virtudes y atributos divinos las encarna la sociedad y, como individuo, el
hombre, quien, en lugar de orientar su vida hacia el más allá, es el más acá lo que
priva. A este respecto, considera que para lograr la verdad del ser se precisa des-
andar el camino de Hegel, más bien, pasar de la Idea y el Absoluto, a la realidad
concreta, es decir, de lo que pudiera ser la esencia, a la existencia; de la pura repre-
sentación simbólica, a la intuición inmediata y sensible.
EMPIRISMO ANTROPOLÓGICO
335
Feuerbach, L.: La esencia del cristianismo. Sígueme, Salamanca, 1975, 110.
336
Ibid., 113.
315
Las consecuencias de este principio sensualista son claras: la realidad que no
sea sensible es ilusoria. Para él existe una identificación básica entre experiencia y
conocimiento; lo que privan son los sentidos; de ahí que nos diga: “Dios es pura
ficción imaginada”. Llega a creer que la supuesta realidad de Dios no es otra cosa
que la esencia de la razón. Escribe: “Dios, en cuanto ser espiritual o abstracto, o sea, no
humano…, no es otra cosa que la esencia de la razón misma, la cual, sin embargo es repre-
sentada por la teología común o por el teísmo mediante la imaginación como un ser inde-
pendiente, distinto de la razón. Es por ello una necesidad interna, sagrada, identificar fi-
nalmente con la razón la esencia de la razón distinguida de la razón y en consecuencia re-
conocer, realizar y actualizar el ser divino como la esencia de la razón. Sobre esta necesidad
reposa la elevada significación histórica de la filosofía especulativa”337.
337
Feuerbach, L.: Principios de la filosofía del futuro, 6.
316
EL HOMBRE CREA A DIOS
317
Más aún, llevado esto al campo político, Feuerbach diviniza al Estado por ser la
unidad viviente constituida por los hombres. El Estado es la misma esencia de to-
das las realidades, (el ens realissimum), de ahí que concluya: “el Estado debe ser nues-
tra religión”.
318
pios, se descuidaron las implicaciones y, sobre todo, las consecuencias.
Karl Heinrich Marx nació en Tréveris, región renana anexa a Prusia. Hijo de
un abogado hebreo de formación y tendencias moderadamente ilustradas y libera-
les; se convierte al protestantismo luterano y bautiza al pequeño Marx en 1824. In-
gresa éste en el liceo de Tréveris, terminando el bachillerato en 1835. Con 17 años
ingresa en la Facultad de Derecho en la Universidad de Bonn, aunque debido a sus
malas notas y la atracción por la bebida, hizo que su padre le persuadiera para que
cambiara a la Universidad de Berlín, donde se va a interesar por las ideas filosófi-
cas de la “izquierda hegeliana”. Pero en 1838 muere el padre; un hecho que, aparte
de la tristeza, le permite continuar sus estudios filosóficos, doctorándose en Jena
con la tesis, Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y Epicuro, defen-
diendo el ateismo de este último filósofo.
319
entre otros tratados, La lucha de clases en Francia; El 18 Brumario de Luis Napoleón Bo-
naparte; Contribución a la crítica de la economía política y, como obra más importante,
El Capital, que lo publicará Engels después de su fallecimiento. Marx muere en
marzo de 1883. Fig. 63.
MATERIALISMO PRÁCTICO
320
intelectualidad. Por contra, el materialismo de Feuerbach, al concebir la realidad
como objeto exterior al hombre, tal componente es algo inactivo, sin la fuerza di-
námica que le es propia. A su entender, el hombre contempla esa realidad, pero no
la trasforma, es decir que mientras dicho materialismo olvida la actividad del
hombre, el idealismo deja de lado la realidad del mundo exterior. Es un mérito de
Feuerbach – dice -, haber diluido la representación religiosa del mundo en sus
elementos terreno-sensibles, pero tanto su materialismo, como el idealismo de
Bauer y Stirner no hacen sino permanecer en lo que es su representación, o lo que
es lo mismo, en lo dado. Su error estuvo en no ver lo perceptivo y sensible como
un producto de la actividad o praxis humana.
MATERIALISMO HISTÓTICO
339
Marx, K.: Tesis contra Feuerbach, 11.
321
En consecuencia, si antes las concepciones de la historia las hacían depender
de eventos coyunturales que afectaban al hombre, como las ideas más en boga, la
voluntad ajena, los ideales políticos o la religión, ahora la perspectiva es radical-
mente diferente, el materialismo histórico reafirma sin ambages que son las bases
económicas y los modos de posesión de los bienes materiales los que se encuentran
en la base de toda transformación social. El motor del cambio, de la historia, no son
las voluntades foráneas, sino la vida material y social del hombre con sus necesi-
dades económicas e intereses personales. En la Ideología alemana leemos: “Toda la
concepción histórica, hasta ahora, ha hecho caso omiso de esta base real de la historia, o la ha
considerado simplemente como algo accesorio, que nada tiene que ver con el desarrollo his-
tórico. Esto hace que la historia deba escribirse siempre con arreglo a una pauta situada
fuera de ella; la producción real de la vida se revela como algo protohistórico, mientras que
la historicidad se manifiesta como algo separado de la vida usual, como algo extra y supra-
terrenal”340.
322
ecuación: E = C + V + P, donde E, equivale al valor de la producción; C, al llamado
capital constante, es decir, las instalaciones, las máquinas o medios de producción;
V, como capital variable o valor de la necesaria fuerza de trabajo; la P, sería la
plusvalía. Claro que, la condición para que el propietario de los medios de produc-
ción pueda percibir materialmente la plusvalía es que venda sus productos. Si los
almacena o nadie se los compra, explotará a los trabajadores, pero no podrá perci-
bir la plusvalía.
MATERIALISMO ATEO
341
Marx, K.: Diferencia entre la filosofía de Demócrito y Epicuro.
323
píritu humano. Es el hombre el que hace la religión y no la religión (Dios), al hom-
bre. Lo que primeramente Marx había propuesto como narcotizante, lo quiere aho-
ra corroborar con los principios filosóficos de Feuerbach. Como impronta antirre-
ligiosa, Marx nos dice que es la sociedad la que produce la religión. Hay que luchar
por tanto contra ella porque, haciéndola desaparecer, se eclipsan los rayos que
alumbran la esperanza del mundo del Más Allá. Quitada la religión – dice -, se su-
primen los suspiros de las criaturas oprimidas, se erradican los latidos del corazón
enfermo, se evita la presencia de espectros fantasmales. Escribe: “El fundamento de
la crítica irreligiosa es la siguiente: el hombre hace la religión; la religión no hace al hombre.
Y la religión es, bien entendida, la autoconciencia y el autosentimiento del hombre que aun
no se ha adquirido a sí mismo o ya ha vuelto a perderse. Pero el hombre no es un ser abs-
tracto, agazapado fuera del mundo. El hombre es el mundo de los hombres, el Estado, la so-
ciedad…
La crítica de la religión desengaña al hombre para que piense, para que actúe y or-
ganice su realidad como un hombre desengañado y que ha entrado en razón, para que gire
en torno a sí mismo y a su sol real. La religión es solamente el sol ilusorio que gira en torno
al hombre mientras éste no gira en torno a sí mismo”342.
342
Marx, K.: Crítica de la filosofía del derecho de Hegel.
324
la historia (esclavitud, feudalismo, burguesía) llevan inscritos las antítesis que los
supera y dan al traste con lo anterior, ¿cómo puede explicarse que de la economía
proletaria surja, sin más, la sociedad perfecta, sin antagonismo, sin antítesis, para-
lizando ese trascurrir dialéctico? De ser consecuente, el marxismo debería renun-
ciar al mencionado proceso histórico si de verdad opta por poner límite a lo que
desde un principio se propone como dialéctica de la realidad. Amparando esa di-
rección, la sociedad proletaria debe ser también dialécticamente autodestruida. Al
mismo tiempo, hacer valer que es únicamente la causa material la que explica el ser
y el acontecer de las cosas, es, bajo cualquier punto de vista que se lo mire, un
dogmatismo al ultranza, sobre todo para el investigador científico, que debe exa-
minar, no sólo la materia, como objeto de su estudio, sino también otras causas,
como la formal, la eficiente y la final.
325
Grecia y Roma.
OBRAS
326
En la primera Nietzsche quiere conseguir un nuevo ideal de vida, cuyo mo-
delo cree encontrarlo en la era trágica de los griegos anteriores a Sócrates, como se
reflejaba en Heráclito o Esquilo. Corresponde a esta aspiración la obra El origen de
la tragedia en el espíritu de la música y en Consideraciones intempestivas. Se inserta aquí
el primer influjo de Schopenhauer y de Wagner, resaltando lo dionisíaco sobre lo
apolíneo, es decir, oponiendo a Apolo - símbolo de la serenidad, la medida y el ra-
cionalismo -, lo impulsivo y desbordante de Dionisos.
327
los dos principios de lo apolíneo y lo dionisíaco. Del primero, simbolizando la cla-
ridad, la mesura y la belleza; es la imagen de la Grecia clásica; en tanto que en lo
dionisíaco, Nietzsche encuentra lo desbordante e impulsivo, la existencia verdade-
ra, el erotismo, la orgía como culminación del ser y del vivir.
TRANSMUTACIÓN DE VALORES
328
peza fue haber seguido la racionalidad de Sócrates y Platón. El mundo de las
“ideas” de éste sirvió para defender un mundo del “más allá” sin soporte ni fun-
damento alguno. Llega a decir que en vez de una filosofía de la vida y de la creati-
vidad continua, la enseñada hasta entonces había convertido a los filósofos en “se-
pultureros de momias”, es decir, confinados a almacenar fatuas verdades eternas. Tal
misión había sido indiscriminadamente espoleada sobre todo por la moderna filo-
sofía alemana. Contra ellos lanza las mayores invectivas. Para él, Leibniz y Kant
son responsables de la ruina intelectual de Europa. A Fichte, Schelling, Hegel,
Schopenhauer y Schleiermacher les considera impostores y falsarios.
LA MUERTE DE DIOS
Viendo Nietzsche que la idea de Dios era la que impedía desarrollar toda
superación humana, juzga hacerla desaparecer lo más tajantemente posible. Su crí-
tica es despiadada para toda religión, toda moral y cualquiera metafísica viable.
Nos dice que Dios es el gran obstáculo para que el hombre llegue a superarse y se
convierta en el “superhombre”. Con Dios – dice -, nace el miedo, la angustia y toda
clase de necesidades. Por lo tanto, para que viva el hombre debe morir Dios, pues
si Dios vive, no puede vivir el hombre. De este modo, con la muerte de Dios caen
los pilares que sostenían la construcción que había edificado la cultura occidental.
Su muerte era, por lo tanto, fruto del movimiento modernista. Consciente de ello,
llegaba a escribir: “Nosotros hemos matado a Dios”; un suicidio que es, en el fondo, el
acontecimiento más grande que se pudiera alcanzar.
Significativo es el párrafo 125 de la Gaya ciencia, dice así: ¿No habéis oído ha-
blar de ese hombre loco que, en pleno día, encendía una linterna y echaba a correr por la
plaza pública gritando sin cesar: “Busco a Dios, busco a Dios”? Como allí había muchos
que no creían en Dios, su grito provocó la hilaridad. “Qué, ¿se ha perdido Dios?”, decía
329
uno. “Se ha perdido, como un niño pequeño?”, preguntaba otro…”¿Dónde se ha ido Dios?
Yo os lo voy a decir, les gritó. “¡Nosotros le hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos nosotros
somos sus asesinos!... ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios?
¿Nada sentimos aún de la descomposición divina? ¡También los dioses se descomponen!
¡Dios ha muerto! ¿Cómo nos consolaremos nosotros, asesinos entre los asesinos? Lo que el
mundo poseía de más sagrado y más poderoso ha perdido su sangre bajo nuestro cuchillo.
… La grandeza de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros? ¿No estamos forzados
a convertirnos en dioses al menos para parecer dignos de los dioses? No hubo en el mundo
acto más grandioso, y las generaciones futuras pertenecerán, por virtud de esta acción, a
una historia más elevada de lo que fue hasta el presente toda la historia”343.
Habiendo quitado a Dios por delante, el hombre se libera, pone fin a la his-
toria antigua para comenzar otra nueva, la verdadera y auténtica historia. El hom-
bre así se convierte en creador de su propio destino; tema que será el central de la
primera parte de Así habló Zaratustra. Usando de la simbología, nos habla de tres
transformaciones: manifiesta primero cómo el espíritu se convierte en camello, ha-
ciendo saber que este animal - soportando grandes pesos -, se parece al hombre
que se inclina ante la omnipotencia de Dios y las leyes morales. Sin embargo, ha-
ciendo resistencia a todo esto, su actitud va a ser la del león que, rompiendo con
toda atadura, es la pura insignia del poder y la libertad. Pero, le superará el naci-
miento del niño, en cuanto que, un día será capaz de crear nuevos valores, y con
ellos, la aspiración deseada, llegará a convertirse en “superhombre”. De hecho, los
dos grandes anuncios de Zaratustra son los siguientes: “Dios ha muerto” y, a mo-
do de enérgica apología, su proclamación final: “Viva el superhombre”. Bien es
cierto que si este fue el epílogo, es porque previamente había trastocado los valores
morales.
CRÍTICA A LA MORAL
Los reproches más hirientes que Nietzsche dirigió a la cultura occidental los
centró fundamentalmente en la crítica a sus principios morales. Comienza diciendo
que el error de la moral tradicional es su “antinaturalidad”, como fue dar la espal-
da a todo aquello que nace de la propensión e instinto natural. Para él, la naturale-
za vive de sus gustos y tendencias instintivas. De hecho, son dos morales las que
distingue: la de los “señores” y la de los “esclavos”. La moral de éstos últimos es la
de los débiles y resentidos: preconizan la igualdad, la fraternidad, la humildad, la
compasión, la resignación, la paciencia y demás formas insolentes y enfermizas.
Nacen, a su entender, del “resentimiento”, propio de los débiles e insatisfechos que
quieren agarrarse a algo que pueda defender su inseguridad. Lo asumió incondi-
cionalmente la moral cristiana, aunque en el fondo no era sino la válvula de escape
de una animadversión comprimida. La abnegación, el desprendimiento y el sacrifi-
cio son frutos de la debilidad que inspiran las virtudes cristianas.
343
Nietzsche, F.: Gaya ciencia, Libro I, p. 125.
330
Frente a esto, Nietzsche preconiza la moral de los “señores”: moral aristocrá-
tica, la caballeresca, la de los nobles que aman la vida, el poder, la grandeza, el pla-
cer, la moral de los que se creen superiores. Lo bueno para él es lo que encuadra
con el propio carácter, con la euforia que tiende a difundirse - no por compasión -,
sino con magnificencia, con la plenitud de vida que posee el osado y poderoso.
EL SUPERHOMBRE
344
Nietzsche, F.: Así habló Zaratustra, Parte I, Discurso preliminar.
331
luntad es legislativa; diríamos más bien que el “superhombre” cambia, no solo los
valores, sino la misma forma de valorar, se mofa de los que ha estimado la tradi-
ción. Lo único que le interesa es lo de acá, vive de la ley del más fuerte, del poder,
del dominio, de la “voluntad de poder”.
ALGUNAS DISCREPANCIAS
332
lugar su filosofía, no son pocos los que coinciden en destacar las paradojas de un
pensar cuyas conclusiones, lejos de emerger de una lógica objetiva de las cosas, son
más bien resultados de sus propios estados subjetivos, muchas veces provocados
por complejos anímicos que le afligían y torturaban. ¿Cuáles podrían ser las pre-
rrogativas que el hombre debería tener para conseguir la arrogancia, la salud ple-
na, la voluntad de dominio y la plenitud de vida? Como principio, pensamos que
son formulaciones más bien transitorias. Se precisarían enunciados más puntuales
y concretos.
345
Ibid. II, De los poetas.
333
cación.
334
EL PSICOANÁLISIS
335
Los diagnósticos para su terapia se llevarán a cabo mediante la interpreta-
ción de los signos, sueños y gestos que, como símbolos que son de los complejos,
nos irán remitiendo a la verdadera raíz de las distintas actuaciones humanas. De
este modo, el paciente deberá intentar conocer - como primer paso para su cura-
ción -, la verdadera causa de su anomalía, es decir, desvelar a la conciencia los mo-
tivos inconscientes que motivaron el trastorno. La apuesta es clara: desalojar los
complejos en lugar de reprimirlos.
Pero, aunque el “Yo” procura satisfacer las demandas del “Ello”, se encuen-
tra frecuentemente con obstáculos y censuras que impiden salir a la superficie, en-
tonces éstos se disfrazan y se camuflan de sentimientos elevados. Más bien se diría
que en el “Yo” se encuentra el “Super-Yo” encubierto y sublimado; de alguna ma-
nera, trata de sobreponerse al “Yo” al modo como lo realizan las normas morales
aspirando a controlar las acciones del comportamiento de las personas. En este
sentido, podríamos decir que el “Super-Yo” se constituye por el conjunto de prin-
cipios y reglas que aparecen y que se han ido adquiriendo desde la infancia, agra-
336
dables unas y desagradables otras: deseables por su racionalidad, indeseables por
ser contrarias a la satisfacción de los impulsos del “Ello”. La represión de dichos
impulsos puede llevar a convertirse en auténticas causas de neurosis, aunque si se
canalizan y subliman – dice -, pueden también ser creadoras de grandes eventos
culturales.
337
el padre. De tales concepciones se puede prever que el abandono de la religión tendrá lugar
con la fatalidad inexorable de un proceso de crecimiento, y que nosotros nos encontramos en
la hora presente justamente en esta fase de evolución”346.
Para Freud el relato guarda relación con lo que acontece en el niño y sus pa-
dres. Considera que el bebé siente una atracción sexual hacia la madre, y, celoso
del padre, surge el odio deseándole la muerte. El conflicto lo encubre la censura di-
rigiendo el instinto sexual hacia otros objetos. Más tarde, al sentirse incapaz de so-
portar sus impotencias e inseguridades ante las exigencias que impone la sociedad,
se refugia ahora en algo que le colme como en la vida infantil e inventa un Dios
que le proteja; forja un padre, esta vez todopoderoso. Por lo tanto, la religión sería,
como ya se ha dicho, una neurosis obsesiva, producto de un ideal de sublimación
o, si se quiere, de una neurosis obsesiva de la colectividad humana. Significativas
al respecto son las siguientes expresiones que escribió en Un recuerdo infantil de
Leonardo da Vinci: “El psicoanálisis nos ha descubierto una íntima conexión entre el com-
plejo del padre y la creencia en Dios y nos ha mostrado que el Dios personal no es, psicoló-
gicamente, sino una superación del padre (un padre magnificado), revelándonos innumera-
bles casos de jóvenes que pierden la fe religiosa en cuanto cae por tierra para ellos la autori-
dad paterna. En el complejo paterno-materno reconocemos, pues, la raíz de la necesidad re-
ligiosa. El Dios omnipotente y justo y la bondadosa Naturaleza se nos muestran como
magnas sublimaciones del padre y de la madre, o mejor aún, como renovaciones y reproduc-
ciones de las tempranas representaciones infantiles de ambos”347.
346
Freud, S.: El porvenir de una ilusión.
347
Freud, S: Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci.
338
INMODERADO REDUCCIONISMO
También Gustav Jung, que en un tiempo colaboró con Freud, pero que se
separa del maestro para formar, como Adler, su propia escuela, será el que, recha-
zando la aureola que daba Freud a la libido, centra la dimensión humana en las
cuatro fuerzas anímicas, como es el “percibir”, el “sentir”, el “pensar” y el “intuir”,
antesala de los ocho tipos psicológicos que conforman la psicología del hombre. De
igual modo, sobre la actitud religiosa su postura es claramente opuesta a la de
Freud. Llega a afirmar que la falta de creencias sí es muchas veces causa de verda-
deras neurosis. Consideraba a la religión algo esencial para dar sentido a la vida.
Llegaba a decir: “En todos los pacientes que ya han alcanzado la mediana edad, es decir,
pasados los treinta y cinco años, no hay uno sólo cuyo problema básico no sea el de la acti-
tud religiosa. Sí, todos adolecen en última instancia de que han perdido lo que las religiones
vivas han dado en todo tiempo a sus creyentes, y ninguno está realmente curado mientras
no recobra su actitud religiosa, lo que naturalmente nada tiene que ver con la confesionali-
dad o la pertenencia a una Iglesia”348.
348
Jung, C.G.: Über die Beziehung der Phychotherapie zur Seelsorge en: Psychologie und Religion (Olten
1971) 138.
339
JEAN PAUL SARTRE (1905 – 1980)
Nació Jean Paul Sartre en París. Debido a la muerte del padre cuando sólo
contaba un año, fue educado por la madre (católica) y su abuelo materno (calvinis-
ta). A la edad de 11 años vuelve a casarse su madre yendo a vivir a La Rochelle, en
cuyo Liceo Sartre cursó los estudios secundarios. En 1924 ingresa en la elitista Éco-
le Normale Supérieure. Años más tarde conoce a Simone de Beauvoir, que será su
compañera durante la mayor parte de su vida. En esta Escuela obtuvo su Agréga-
tion de philosophie, lo que le permitió enseñar en varios liceos. En 1933 obtiene una
beca, merced a la cual se trasladó a Alemania donde entra en contacto con las filo-
sofías existencialistas, la de Heidegger principalmente,
también con la fenomenología de Husserl. En 1938 pu-
blicó La náusea, (La nausée), novela que pretendía divul-
gar los principios del existencialismo, exponiendo la
trágica angustia de un alma que se siente condenada a
ser libre; habla asimismo de la prioridad de la existen-
cia sobre esencia, aquélla precede a ésta.
Dos años más tarde - ya con amplio renombre -, deja la enseñanza y se dedi-
ca a escribir. Fundó, con Simone de Beauvoir y Merleau-Ponty, la revista Les temps
Modernes, de orientación izquierdista y de la que fue editor jefe. En 1946 publica
una muy significativa conferencia: El existencialismo es un humanismo, donde resu-
me y radicaliza algunos puntos de su filosofía, particularmente su orientación atea.
Viaja después por Europa, EE. UU. y Rusia, sin poner reparos en criticar al estali-
nismo; reacciona también contra la política de Francia por su represión en la gue-
rra de Argelia; se declara marxista, postura que se ve reflejada sobre todo en la
obra Crítica de la razón dialéctica.
340
En 1964 rechazó el Premio Nobel de literatura, explicando que no quería
“dejarse recuperar por el sistema”. En el fondo, con el deseo de avivar la oposición
hacia la política estadounidense en Vietnam. Destacada fue también su participa-
ción en la revuelta estudiantil en mayo de 1968, así como en las no pocas manifes-
taciones en pro de las direcciones izquierdistas del momento; su acercamiento a los
maoístas era patente. En 1975 su salud se deteriora; la ceguera avanza y le va apar-
tando de la escritura y de sus anteriores actividades, incluso dejó de tratar con Si-
mone de Beauvoir. Muere el 15 de Abril de 1980 en el hospital de Broussais. Fig.
66.
A) ETAPA FENOMENOLÓGICA
Corresponde esta fase con la estancia que estuvo en Berlín como becario. De
los escritos de este tiempo se deduce una propensión al estudio de problemas más
bien psicológicos, como la naturaleza de la conciencia, si bien, aunque influenciado
por la dirección husserliana, se aparta pronto de su concepción filosófica, como
también del “inconsciente” de Freud. En opinión de Sartre, el “inconsciente” era
un criterio “muy propio del irracionalismo alemán”, oponiéndose a dicha postura
mediante un “psicoanálisis racionalista” que él llamó “psicoanálisis existencial”.
341
gratuito, este parque, esta ciudad, yo mismo. Y cuando uno cae en la cuenta de ello, el es-
tómago da vueltas y todo se pone a flotar. He aquí la náusea”
B) ETAPA EXISTENCIALISTA
342
para la nada”.
Ahora bien, queriendo dar sentido a este supuesto, Sartre va a distinguir en-
tre el ser-en-sí (en-soi) y el ser-para-sí (Pour-soi). La distinción es de índole ontológi-
ca, más bien de una ontología fenomenológica. Considera El ser-en-sí, como una en-
tidad opaca y sin fisuras, es decir, sin hueco o vacío alguno en el que pueda entrar
realidad extraña, es lo que es con la simple verdad de estar en las cosas del mundo.
Pero el en-sí no es todo el ser. Hay otro, el para-sí, del cual no puede decirse que es
lo que es. El para-sí es enteramente relación, facilitando el aniquilamiento de lo real
mediante la conciencia. De este modo, el para-sí, como conciencia que es, se distin-
gue de los seres-en sí. Claro que la conciencia es siempre conciencia de algo, y por
ello mismo, conciencia de que no es ese algo. En otra de sus obras, “El ser y la na-
da”, escribe: “El ser de la conciencia…es un ser que cuestiona su propio ser. Esto significa
que el ser de la conciencia no coincide consigo mismo en una adecuación plena… Desde que
se quiere captar ese ser, se desliza por entre los dedos y nos encontramos ante un esbozo de
dualidad”.
349
Sartre, J. P.: El existencialismo es un humanismo. Barcelona 1984, 100-101.
343
ca en cuanto hombre para que nazca Dios. Pero la idea de Dios es contradictoria y nos sa-
crificamos en vano; el hombre es una pasión inútil”350.
C) ETAPA MARXISTA
Aun cuando Sartre continúe sintonizando con las tesis más importantes del
existencialismo, a partir de los años 60 va ir orientando su actividad hacia la temá-
tica marxista; lo cual, tampoco quiere decir que asumiera todos sus principios, y
mucho menos a la hora de llevarlos a la práctica. De ahí que, tanto en sus escritos,
como en su forma de manifestarse públicamente, exista una verdadera crítica a de-
terminadas actuaciones. Pero, como principio, él sentía fuerte atracción por el pen-
samiento de Marx, llegando a decir que “el marxismo era, no sólo una filosofía, sino el
clima de sus ideas”. Sabemos también que se afilió al Partido Comunista Francés
(PCF), aunque apenas fue miembro durante algunas semanas. Como activista polí-
tico, fue importante su actuación contra el colonialismo francés en Argelia; incluso
teniendo él mismo una ayudante doméstica argelina (Arlette Elkaïm), tuvo a bien
hacerla hija adoptiva en 1965. Duramente crítico se manifestó también con la ac-
tuación en la Guerra de Vietnam, tanto es así que, junto a Bertrand Russell y otras
personalidades, organizaron un tribunal con el fin de exhibir los crímenes de gue-
rra de los EE. UU.
350
Ibid. El ser y la nada. Buenos Aires 1972, 747.
344
AMBIGÜEDADES DE SARTRE
345
EL NEOPOSITIVISMO
Bien es verdad que dicha orientación filosófica, más que tratar de una doc-
trina concreta o de un exclusivo punto de vista, asume una actitud: la de clarificar
el conocimiento científico mediante el análisis lógico del lenguaje. De ahí que se le
llame también “empirismo lógico” o, quizá más correctamente, “positivismo lógi-
co”. La tradición histórica es la siguiente: bajo la denominación “positivismo” sue-
len agruparse dos tendencias: una expuesta ya en el siglo XIX por Augusto Comte,
quien, tras análisis concretos, trató de contemplar la realidad desde los datos que le
ofrecía la observación empírica; la otra, desarrollada en el siglo XX, y cuyo inicio
podría coincidir con la orientación e influencia de Ernst Mach en lo que más tarde
sería el “Círculo de Viena”.
Aunque las dos pretendían un ideal científico, se reconoce una gran diferen-
cia entre ambas. Se distinguen, no sólo por los contenidos, sino también por el mé-
todo. No obstante, el hecho de conservar elementos comunes, como podían ser la
oposición a la metafísica o colocar en primer plano el modelo científico, contribuyó
a que se considerase esta última tendencia como la de un verdadero neopositivis-
mo. Pero, debido a que tales determinaciones fueron promovidas particularmente
por los miembros del mencionado “Círculo”, bien estará que hagamos algunas re-
ferencias al mismo.
CÍRCULO DE VIENA
Fue significativo que en 1895 se creara una cátedra de filosofía de las cien-
cias inductivas en la Universidad de Viena y que se la ofrecieran al físico Ernst
Mach. Quedaba de manifiesto, entre otras cosas, el arraigo de la filosofía empirista
y su apoyo al método experimental. De hecho, la proyección que guiaba al inci-
piente Círculo era esta: elaborar una filosofía científica con el rigor del método po-
sitivo y experimental. Se enlazaba así con la larga tradición empirista, desde
Ockham y Hume, hasta Russell y, en parte, con el “Tractatus” de Wittgenstein. To-
do ello teniendo la conciencia de pertenecer a una asociación distinta a la que exis-
tía en Alemania, esto es, un círculo donde se abogaba por una filosofía anti-
idealista al modo de la que expusieron Brentano, Marty, Meinong, Höfler, etc., y
que se extendía principalmente por el antiguo reino de Austria-Hungría. En reali-
dad, se trataba de un trabajo compartido que sólo comenzaría a singularizarse
cuando Hahn presentó, como obra significativa y original, el Tractatus logico-
346
philosophicus de Wittgenstein, aun cuando éste siempre se mantuvo al margen del
mencionado movimiento.
347
nes. En sí, una construcción artificial donde se lograba un rigor y una exactitud que
no se veían reflejados en el anterior lenguaje de contenidos, como era en los juicios
precedentes, amoldados al sujeto-cópula-predicado, haciendo valer relaciones
concretas y definidas. Ahora no, la lógica y la matemática que se proponían, lejos
de revelar los principios del ser, aportaban únicamente las reglas y la función que
rigen nuestros pensamientos. De ahí el nuevo “empirismo lógico” o “neopositi-
vismo”. El valor de verdad y falsedad reside en la definición de los conceptos de
que están formados, son meras tautologías que diría Wittgenstein; la verdad sólo
se alcanza mediante su forma lógica.
B) Actitud antimetafísica.
351
Wittgenstein, L.: Tractatus Logico-Philosophicus, n. 4112.
348
pan y dicen algo más grave, esto es, que Dios no tiene sentido, hablar de Él es no
decir nada.
Sin embargo, por su misma radicalidad, pensamos que esta forma de asumir
principios absolutos como el de “verificación” es, por lo menos, actitud poco co-
medida. En filosofía no se puede dar la espalda a un problema porque sí, y menos
aún si es consustancial a la persona. Por eso, ante el alegato neopositivista: “nin-
gún enunciado que no sea empíricamente controlable tiene sentido”, podríamos nosotros
preguntar: ¿y cómo lo saben Uds.? ¿En qué experiencia se basan? ¿Podrían com-
probar dicha declaración? En consecuencia, creemos que prohibir plantear el ám-
bito metafísico y, en su línea, el problema de Dios por el hecho de no poderse veri-
ficar empíricamente, es querer abrir una brecha infranqueable en el parámetro
siempre abierto de la metafísica y de la filosofía.
Sin embargo, ese valor religioso que él relaciona con la mística, se muestra a
sí mismo. ¿Dónde? En el sentimiento del mundo como totalidad limitada. Para él,
“lo místico” se desvela en el sentimiento de finitud, aunque, como tal sentir, su re-
presentación fuera inaplicable a la realidad objetiva. De algún modo, lo absoluto,
lo inexpresable empíricamente, lo místico, llega a nosotros como procedimiento
que da sentido a la vida. Para Wittgenstein la experiencia de Dios transciende el
propio lenguaje; de ahí su conclusión en el Tractatus: “De lo que no se puede hablar, lo
mejor es callarse”352.
En todo caso, sabido es que después de haber pasado más de una década de
inactividad filosófica, se le llama para que retorne a la docencia. En 1929 regresa a
Cambridge, se doctora con el Tractatus y es nombrado profesor. Pese a todo, su
pensamiento ha evolucionado; se refleja en pasajes como éste: “Desde que empecé de
nuevo a ocuparme de la filosofía…me he visto obligado a reconocer graves errores de lo que
escribí en aquel primer libro”353. Pero, ¿cuáles son esos graves errores del Tractatus?
352
Para una más amplia comprensión de la obra de Wittgenstein, podría servir el apartado del libro, Lenguaje,
ciencia y filosofía, de A. Enjuto Pecharromán, Págs. 86-113.
353
Wittgenstein, L.: Philosophical Investigations. Oxford, 1958, pág. 10.
349
No, por supuesto, la idea de filosofía como actividad clarificadora de los hechos, y
menos aún que el lenguaje no sea el centro donde convergen los problemas filosó-
ficos, sino el método que utilizó en el Tractatus. Así, en lugar de ser la lógica la que
proporcionaba la estructura del lenguaje y de la realidad, van a ser ahora éstas
sustituidas por otras de signo opuesto: se trata del “leguaje ordinario” que, al ser
más expresivo y rico que el de la lógica, será el que ocupe el primer puesto. Se en-
cuentra esta dirección, tanto en los “Cuadernos Azul y Marrón” como en las “Investi-
gaciones Filosóficas” por más que se editaran póstumamente. Se trata del “segundo
Wittgenstein”, donde el lenguaje tiene sentido en la medida en que está legitimado
por el uso. Existen juegos de lenguaje (Sprachspiele) que son como ámbitos de la
vida enmarcados en estructuras diferentes, pero que legitiman el lenguaje del de-
porte, de la economía o el religioso. Se precisa sumergirse ahora en cada juego lin-
güístico para captar el sentido de las palabras. El lenguaje empírico ya no es el úni-
co; más bien es una forma de vida. Por eso que el lenguaje religioso tenga su pro-
pio ámbito, queda garantizado por el uso. En el fondo, diríamos que Wittgenstein
sufre el sin sentido de la vida. Capta que los problemas del más allá, de la muerte
y de la vida estaban aún sin resolver; pero se encontraban ahí, esperando el sentido
que su uso les daba, el mismo que el lenguaje ordinario proponía como valor de las
más profundas apetencias humanas.
350
351
CIENCIA Y RELIGIÓN
EVOLUCIONISMO
352
Ejemplo paradigmático de esas leyes es la de la gravitación universal que
gobierna el movimiento de los astros y la caída de los cuerpos con la consiguiente
repercusión religiosa. Llevado a su extremo, no pocos veían en estas innovaciones
una prueba para desistir en la fe de un Dios personal y creador. En cualquier caso,
un deísmo cuyo alcance podría conjugar tan sólo con un Dios arquitecto y garante
de la ética y la moral de los humanos. Incluso los nuevos hallazgos en geología y
biología van a cuestionar también los relatos del libro del Génesis sobre la creación.
Los días e intervalos del tiempo narrados aquí van a obligar a una nueva lectura de
los textos, alejada evidentemente de una interpretación literal. El estudio sobre to-
do de los estratos y los fósiles hacen deducir también una cierta historia de la Tie-
rra en el tiempo. De ahí que se interrogara: ¿hasta qué punto retrasar la creación y
su formación en el tiempo? Las primeras referencias que tenemos, desligadas ya de
los datos bíblicos, las encontramos en la monumental obra de 44 volúmenes, His-
toire naturelle (1749 -1804), de George Lecrerc Buffon, proponiendo una edad de
75.0000 años, calculando el tiempo que debió pasar desde su ebullición hasta la
temperatura actual. Más tarde se amplió la cifra hasta los tres millones de años.
Sintonizando en gran medida con esta idea, Charles Lyell publicó, en 1830,
la obra, Principles of Geology (Principios de Geología), considerada pionera en los
estudios de geología. Llegó a concebir que los procesos que se han producido en la
historia de la Tierra son los mismos que ahora se dan en la actualidad. Suponía que
la formación de las rocas sedimentarias, así como su elevación, plegamiento y ero-
sión, precisaban de muchos millones de años. La edad de la Tierra debió superar,
según él, los cien millones de años, un tiempo que contrastaba con la opinión de
algunos físicos, como la de Lord Kelvin y Hermann von Helmholtz, quienes, par-
tiendo de la Tierra - como realidad originariamente en fusión -, calculaban, merced
al enfriamiento, una edad entre los 20 y 80 millones de años; discrepancias que no
se resolverían hasta el descubrimiento de la radiactividad, que habilita la forma-
ción de la Tierra estableciendo su valor aproximado de unos 4.500 millones de
años, que es lo que actualmente se acepta.
353
en referencia a espacios de tiempo de 24 horas, sino a períodos cíclicos que coinci-
dirían con las eras geológicas. Otros, proponiendo una creación más o menos larga,
acompañada de catástrofes que darían lugar a los sedimentos y los vestigios que
presentaban los fósiles. De cualquier modo, lo cierto es que se fue haciendo cada
vez más común que la forma en que se redactó el Génesis no pudo ser tal y como
nos lo presenta la literalidad de las expresiones. Tampoco esto era nuevo, ya algu-
nos de los Santos Padres había concluido que los textos de la Biblia no siempre de-
ben interpretarse literalmente, sobre todo cuando se hablaba de los fenómenos de
la naturaleza. S. Agustín llegó a decir que el Espíritu de Dios que hablaba por me-
dio de los autores sagrados, no quiso enseñar las cosas del cielo, sino cómo ir al cie-
lo354. No obstante, es a partir del siglo XVIII cuando, debido a los adelantos cientí-
ficos, se ve la necesidad de un análisis crítico y más profundo de los libros revela-
dos. Como principio, se asume que para que exista una acorde interpretación de-
berá tenerse en cuenta, no sólo la situación cultural y el momento en que se redac-
ta, sino también los intereses del autor y los géneros literarios de que se sirve.
Pero, no todo quedaba resuelto con esta tesitura. Atendiendo a las implica-
ciones que podían desprenderse del análisis bíblico, otro problema empezó a sur-
gir cuando se afrontaba el estudio de la formación de las distintas especies. Tal y
como se presentan los relatos, la redacción era obvia: tanto plantas como animales
habían sido creados de forma independiente: “Dijo Dios: brote la tierra verdor: hier-
bas de semilla y árboles frutales…, según sus especies… Produzca la tierra seres vivientes
según su especie: ganados, serpientes y alimañas, según su especie” (Ge 1,24) En cuanto a
la creación del hombre - por constituir un hecho singular -, lo trataremos más ade-
lante.
354
S. Agustín.: De g. ad lit. 2,9, 20; cf. También De act. c. Fel. 1, 10; De g. ad lit. 1, 19, 39.
354
les y las formas biológicas de los animales actuales –, que los cambios en los seres
vivos son de carácter progresivo, desde los muy simples, producidos por genera-
ción espontánea, a los más grandes y complejos, aunque siempre con tendencia a
crecer en complejidad. De este modo, la jirafa, al intentar conseguir las hojas cada
vez más altas, hizo que fuera estirando el cuello y, como consecuencia, al ser here-
dados dichos caracteres, se produciría dicho alargamiento tras múltiples genera-
ciones. De algún modo, anticipó a Darwin en su idea de la evolución por más que
él nunca usó este término.
Partió el Beagle de Plymouth y, tras efectuar una escala en las islas de Cabo
Verde, navegó por las costas de Brasil, fascinándole sobre todo el bosque tropical.
En Punta Alta y en los barrancos de la costa de Monte Hermoso (Argentina), Dar-
win encontró algo para él sorprendente: en una colina halló fósiles de enormes
mamíferos extinguidos. Tras cruzar después el estrecho de Magallanes, subió por
la costa de Chile. Para sus cálculos, importantísima fue la inspección durante cinco
semanas en las islas Galápagos, donde encontró variedades de pinzones que, a su
entender, estaban emparentados con la variedad continental y que, al mismo tiem-
po, presentaban también sus diferencias según las distintas islas, así como en los
caparazones de las tortugas. Tras esta corta permanencia, el Beagle surcó hacia
Nueva Zelanda y el sur de Australia, para doblar después el cabo de Buena Espe-
ranza y retornar por las mismas costas de Brasil a tierras inglesas. Una vez aquí, su
empeño fue ordenar y sistematizar el inmenso caudal de datos geológicos, botáni-
cos y zoológicos que había obtenido en el viaje; un trabajo que le ocuparía bastan-
tes años de su vida; no los publicó hasta después de dos décadas de continua revi-
355
sión empírica.
Pese a todo, Darwin no se detenía aquí; opinaba que todos los seres vivos
debieron tener un origen común, cuyo ascenso progresivo evolucionaría hacia las
formas y especies que hoy se pueden contemplar. Claro que, presintiendo la con-
moción que estos supuestos podían ocasionar - sobre todo en ámbitos tradiciona-
listas y conservadores -, empezó a comunicarlas sólo a algunos amigos, como a Jo-
seph D. Hooker y a Thomas Huxley, convirtiéndose, sobre todo este último, en el
gran propagandista de tales ideas.
355
Ch. Darwin.: El origen de las especies. Madrid, Debate, 1998, cap. 4.
356
Sin embargo, como era previsible, las reacciones no se dejaron esperar; junto
a los seguidores incondicionales, existieron también posturas reacias a toda inno-
vación. Por citar algunos de los más apasionados darwinistas nombraríamos a
Huxley, Hooker y Spencer, si bien, reflejando en sus exposiciones un cierto carácter
antirreligioso, descartando en todo hecho evolutivo cualquier intervención de or-
den espiritual o metafísico. Pero la reacción contraria fue también muy fuerte, so-
bre todo en los grupos más conservadores y apegados a la tradición. Famosa fue la
polémica del obispo anglicano Samuel Wilberforce que debatió agriamente con
Huxley en la biblioteca del Museo de Ciencias de la Universidad de Oxford y cuyo
resultado no fue otro que la radicalización de las posturas. Bien es cierto que exis-
tían también otros eclesiásticos cuyas posiciones hacían compatible la evolución
con la obra divina; fue el caso del clérigo Frederick Temple, que ya en 1860 pro-
nunció un sermón oficial anunciando que “el dedo de Dios está en las leyes de la natu-
raleza, no en los límites actuales del conocimiento científico”. De ahí que, aun cuando en
principio se advirtiera en el evolucionismo una actitud hostil hacia la religión, teó-
logos, como Charles Kingsley y el católico St. George Mitvart, intentaban coordi-
nar las ideas evolucionistas con los principios teológicos. La evolución para éstos
era la forma en que Dios ha creado el mundo, y el paso de unas especies a otras, la
manera en que ha hecho que las cosas se fueran transformando a sí mismas. Gran
repercusión tuvo la postura de John H. Newman, quien, aun habiendo llegado a
ser cardenal de la Iglesia católica, no veía inconveniente en aceptar la idea evoluti-
va, pareciéndole más difícil sostener que las especies hubieran sido creadas inde-
pendientemente; incluso las semejanzas entre los primates y el hombre nada impe-
día para que se pudiesen encontrar conexiones históricas entre ellos.
357
Como analista experimental, sospechaba que la vida debía haber surgido a
partir de prototipos muy simples, de formas unicelulares que, evolucionando se-
gún las leyes de la naturaleza, alcanzarían las especies superiores que ahora con-
templamos. Abrigaba la convicción de que la vida debió surgir en alguna charca o
lodazal caliente de los trópicos, donde, tras el proceso de la selección natural, di-
chos organismos irían evolucionando hasta conseguir todas las formas que pode-
mos contemplar en el mundo de hoy. Y lo que es más: le parecía también razonable
incluir al hombre en ese desarrollo evolutivo de las especies. Fue en otro libro, El
origen del hombre, publicado en 1871, donde Darwin desarrollará esta idea. Decía:
“Nos toca reconocer – así me lo parece -, que el hombre, con todas sus nobles cualidades,
con las simpatías que abriga a favor de los más degradados, con la benevolencia que presta,
no sólo a los demás seres humanos, sino a las criaturas más
humildes; con su intelecto divino, que ha penetrado los mo-
vimientos y la constitución del sistema solar; con toda esa
exaltación de facultades, el hombre acusa aun en su estruc-
tura corporal el sello indeleble de su bajo origen”357. Lle-
gaba a creer que el hombre podría haber surgido de
seres antropoides más primitivos y no inteligentes; de
ahí la frase que pronto se acuñó: “el hombre desciende
del mono”, aunque la idea suya no es que proviniése-
mos de los primates actuales, sino de otro grupo más
primitivo del que también evolucionó el mono. Inclu-
so se atrevió ir más lejos, pensando que los mismos
sentimientos religiosos tenían un origen evolutivo,
que, en su graduada progresión, estimularon códigos
Fig. 67. Foto de Charles éticos y morales; hasta el mismo arrepentimiento le
Darwin, tomada por J.M. parecía que conjugaba con lo útil y provechoso. Fig.
Cameron en 1869. 67.
357
Ch. Darwin.: El origen del hombre y la selección en relación al sexo.
358
pecialistas logró redescubrirlo, mostrando la trascendencia de los experimentos. Lo
que Mendel quería dar a entender – sin que aún se conociera la existencia de los
cromosomas ni el mecanismo de los gametos o células sexuales -, es que, según sus
observaciones, los caracteres están determinados por unidades hereditarias (más
tarde se llamarían “genes”), que se transmiten de generación en generación. Por
eso, llegados a este punto, el mecanismo de la evolución se podría definir como “la
selección natural actuando sobre las variaciones heredables de una población”. Es posible
que en cada generación aparezcan nuevos caracteres en ciertos individuos como
consecuencia de las combinaciones y los procesos mutacionales; entonces, si estos
organismos sobreviven, teniendo, a su vez, descendencia, las innovaciones genéti-
cas particulares persistirán en la reserva de los genes de la población.
359
perpetuarse y subsistir, es derivación de las novedades genéticas.
De otra parte, respecto a la moral y las creencias religiosas, vimos cómo los
enfrentamientos de principio entre evolucionistas y grupos conservadores fueron
dando lugar a posturas más abiertas al diálogo y la comprensión entre lo religioso
y lo científico. Hablamos ya de Frederick Temple y de Charles Kingsley, también
del que fue cardenal John H. Newman; incluso el mismo Darwin suscribía que no
era incoherente que una persona pudiera ser convencido teísta y seguidor del evo-
lucionismo, poniendo como ejemplo a Kingsley. Tanto es así, que esta apertura ha-
cia la investigación va a incidir hasta en la misma jerarquía católica, donde los
mismos papas se van a hacer eco de los posibles malentendidos. Ya en 1893, León
XIII, en la encíclica, Providentissimus Deus, expone - aún dentro de una posición
conservadora -, un modo correcto de interpretar las sagradas Escrituras. Haciendo
referencia a las descripciones de los fenómenos naturales, asume que no deben en-
contrarse en ellos enseñanzas de tipo científico. Citando a S. Agustín, escribe: “Los
escritores sagrados… no quisieron enseñar a los hombres esas cosas, es decir, la constitu-
ción de las cosas sensibles, comoquiera que para nada habían de aprovechar a su salva-
ción”358. Referencias posteriores, como la expuesta por la Comisión Bíblica en el año
1909, se mostraban todavía más precisas diciendo que el texto del Génesis no trata
de enseñar en la forma que lo hace un científico, sino más bien de aludir a noticias
populares y acomodadas a los sentidos, tal como era el uso y el lenguaje del tiem-
po en que se escribió. También, asumiendo este proceso orientador, Pablo VI, en
1966, comentó que una evolución teísticamente entendida es perfectamente asumi-
ble en la fe católica. Incluso se acentúa esta dirección con las palabras de Juan Pa-
blo II cuando, en un discurso ante la Academia Pontificia de las Ciencias, llegó a
decir que la teoría de la evolución tiene un mayor estatus de certidumbre científica359.
Más reciente fue el debate que protagonizaron en febrero del 2012 el agnós-
tico Richard Dawkins frente al arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, en el
teatro Sheldonian de la Universidad de Oxford, todo como si se tratara de reme-
358
H. Denzinger y P. Hünermann.: El Magisterio de la Iglesia. Herder, Barcelona, 1999, págs. 2.890 – 2896.
359
Juan Pablo II.: Discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias (24 de octubre de 1996): Acta Apostoli-
cae Sedis, 89 (1997) págs. 186-190.
360
morar la polémica donde en 1860 protagonizaron el naturalista Thomas Henry
Huxley y el obispo anglicano Samuel Wilberforce, también en Oxford, sobre lo que
entonces se popularizó como “teoría del mono”. El tema ahora era más deferente y
comedido: “La naturaleza de los seres humanos y la cuestión última de nuestro origen”.
Lo presidía, como moderador, el filósofo Anthony Kenny.
Ante la pretensión de ridiculizar los datos bíblicos por parte del biólogo
evolutivo Dawkins, el arzobispo respondió que los redactores de la Biblia no sa-
bían nada de la física del siglo XXI, se limitaron sencillamente a trasmitir los men-
sajes fundamentales que Dios quería que trasmitieran, no pueden por lo tanto bus-
carse explicaciones científicamente válidas en sus textos. De otra parte, Dawkins,
ante la incredulidad de un diseño divino, fue contestado mediante el hecho feha-
ciente de la individualidad y la conciencia humana: “Si la conciencia es una ilusión,
¿qué no es una ilusión?”. Por eso, ante la pregunta de Dawkins: “Cree que Dios ha te-
nido algún papel en el proceso evolutivo?, William le respondió: “Para mí, Dios es el po-
der o la inteligencia que da forma a todo el proceso”. “Charles Darwin no nos ayuda a ex-
plicar y a comprender la conciencia humana”.
ORIGEN DE LA VIDA
Aun estando en un planeta lleno de vida, el estudio sobre los seres vivientes
es complejo; tanto es así que se ha convertido, ya desde hace bastantes décadas, en
uno de los grandes retos que tiene el científico. De hecho, los ensayos por recons-
truir la génesis de la vida en la Tierra asocian, tanto a la fascinación, como al riesgo
de perderse en la aventura. Esto sucede porque no existen fósiles de los primeros
seres con manifestaciones de vida.
361
rásitos de los lugares húmedos. Aristóteles, que defendía esta tesis, llegaba a decir
que los pulgones surgían del rocío que caía de las plantas y los ratones del heno
podrido. Debido precisamente a su autoridad filosófica, hizo que esta tesis fuera
incluso admitida por pensadores como Descartes, Bacon o Newton. Fue en la dé-
cada de 1860 cuando el químico francés Louis Pasteur, llevando a cabo una serie de
experimentos, probó que los microbios se originaban de otros microorganismos.
Hongos y bacterias dejaban de aparecer en medios estériles, por lo que la teoría de
la generación espontánea quedó excluida del pensamiento científico.
Ahora bien, debido a que la evolución sugería que todas las plantas y ani-
males debieron provenir de formas cada vez más simples, fue haciéndose cada vez
más inquietante la hipótesis de que la vida podía haberse generado por la concu-
rrencia de combinaciones en aguas someras calientes de sales fosfóricas, junto con
la luz, el calor y otros fluidos, como así se lo comunicaba Darwin en una carta a
Joseph Dalton Hooker. Se pensaba que, merced a esos combinados se formarían
proteínas cuyas estructuras y cambios posteriores darían lugar a los primeros or-
ganismos vivos. Aunque, a nivel científico, lo inicia el químico orgánico ruso Ale-
xander Oparin en la década de los años 1920-1930, entendiendo que en la atmósfe-
ra primitiva se hallaban ya los elementos necesarios para la vida, como metano,
amoniaco, dióxido de carbono y agua. Con estos elementos, junto con el calor y las
descargas eléctricas, se habrían producido reacciones químicas que conducirían a
la formación de aminoácidos. La unión de estos aminoácidos daría lugar, con el
tiempo, a la formación de péptidos y, en cadenas muy largas, a las proteínas. Pos-
teriores procesos de estos componentes conducirán a lo que Oparin llamó “proto-
biontes”, es decir, elementos previos a la vida.
Pero, a este proceso que todavía se proponía como especulativo, le dará una
base experimental Stanley Miller en 1953, simulando una atmósfera originaria. En
efecto, habiendo preguntado a su profesor Harold Urey – un planetólogo y Premio
Nóbel en 1934 -, sobre los componentes de la atmósfera primitiva, éste le dijo que,
según sus estudios, la Tierra estaba rodeada de un ambiente que contenía amonia-
co, metano, hidrógeno y vapor de agua. En atención a ello, el joven Miller ideó un
aparato en el que introdujo dichos elementos, le aplicó corrientes eléctricas simu-
lando los relámpagos y, ¿qué sucedió?: ocurrió que se produjo una condensación
con las sustancias que se iban formando. Al analizarlas después de unos días, pudo
comprobar que se trataba de una mezcla de aminoácidos y ácido succínico, es de-
cir, de moléculas que se encuentran en los seres vivos. En sí, era el soporte experi-
mental de las teorías esbozadas por Oparin, quien hablaba ya de una “”primordial
soup” (sopa prebiótica). El impacto fue ciertamente grande, tanto es así que nume-
rosos periódicos pronosticaban que no se tardaría en fabricar seres vivos en el la-
boratorio. Sin embargo, el optimismo de aquella década de los años 50, dio paso a
una visión más moderada y realista. Hoy se sabe que la atmósfera primitiva no era
tan reductora como en un principio se creyó, incluso tenía que haber más oxígeno
362
y menos hidrógeno que en la atmósfera supuesta por Miller. Es de suponer que la
naciente Tierra surcaría un espacio interplanetario atestado de cometas y asteroi-
des rocosos, un planeta sacudido por descomunales erupciones volcánicas. El in-
menso bombardeo se produjo principalmente entre los 4.500 y 3.800 millones de
años, pudiendo haber aparecido y desaparecido la vida varias veces. Pero, ¿de
dónde vino y cómo se produjo? ¿Acaso de cuerpos extraterrestres? En 1969 se pu-
do analizar casi de inmediato un meteorito que cayó en Murchison (Australia),
presentando un gran número de aminoácidos y componentes del ARN y del ADN.
Actualmente no son pocos los que creen que hubo una forma de vida ante-
rior a la actual basada en el ácido ribonucleico (ARN), es decir, un “mundo” en el
que había moléculas de (ARN) capaces de replicarse, dando origen a una verdade-
ra evolución; un continuo progreso que dio paso al mecanismo que fabricara pro-
teínas; deduciéndose que, entre el mundo abiótico y el mundo del (ARN) existió
una larga sucesión de acontecimientos químicos que, por definición, se produjeron
sin la información codificada y transmitida por el (ARN).
363
zadores la mayoría de los expertos, aunque matizando, como así lo hizo el español
Joan Oró, profesor de la Universidad de Houston, diciendo que el descubrimiento
no es que fuese el eslabón entre la vida y la no vida, sino que se trataba de un paso
adelante hacia la vida molecular; más aún, es al propio Joan Oró a quien se debe
una de las primeras hipótesis al decir que, tanto el agua como los compuestos ne-
cesarios para la vida, pudieron haber sido traídos a la Tierra por alguno o algunos
de los numerosos cometas que chocaron con ella. Y si es verdad que dicha opinión
la desmienten otros científicos, no es menos cierto que va teniendo cada vez más
aceptación, sobre todo a partir de los estudios efectuados por ciertas misiones al
paso del cometa Halley por las proximidades de la Tierra en 1986. Así, cuando las
sondas “Giotto” y “Vega” se acercaron al cometa, los científicos pudieron detectar
en su brillante núcleo compuestos tan importantes como ácido cianhídrico, formol
y polímeros de estos compuestos; lo que hace pensar que un tercio de toda su masa
es orgánica; y si, como sostienen otros, la mitad de la masa de los cometas está
constituida por agua helada, se comprenderá la fuerza de la hipótesis en defensa
de que alguno o algunos de los cometas tuvieron que ver en el actual estado de co-
sas de nuestros mares. Es muy reciente una teoría donde se manifiesta que bom-
bardeos de asteroides con agua helada y compuestos orgánicos sobre la Tierra fue-
ron los que dieron lugar a nuestras aguas marinas, implicando lógicamente al ori-
gen de la vida.
364
La otra hipótesis se atribuye al profesor Graham Cairns-Smith, químico en
la Universidad de Glasgow, para quien, antes de que apareciesen las primeras
formas de vida, pudo haber existido un mundo de “organismos de barro”. Así, por
ser las arcillas los minerales más frecuentes de la corteza terrestre, y poseer, gracias
a su misma imperfección, la propiedad de replicarse, pudieron catalizar reacciones
químicas, almacenar información y duplicarse por crecimiento cristalino (semejan-
te a la replicación orgánica). En algún momento, estos sistemas sencillos pudieron
también alcanzar la capacidad de reducir el dióxido de carbono atmosférico por fo-
tosíntesis, tal y como lo hacen hoy las plantas. De ese modo, las moléculas así for-
madas, servirían de ayuda al metabolismo de las arcillas, reemplazando de forma
paulatina a todos sus componentes inorgánicos y comenzar, de esa forma, la vida
en la Tierra.
365
rección ni de una concreta finalidad en los cambios. Si bien, ateniéndonos al testi-
monio que nos aporta la investigación científica, sí puede conjeturarse la existencia
al menos de una dirección en el proceso de la complejidad. Se trataría de ver “a
posteriori” la resolución alcanzada tras los agentes cosmológicos, químicos y bio-
lógicos que condujeron a la aparición de la vida.
Ahora bien, atendiendo al tema que venimos tratando, nos podemos pre-
guntar: ¿son los seres vivos obra de un Ser trascendente? Desde el ámbito religioso,
la idea general es que su creación tradicionalmente se concebía como si se tratara
de un hecho voluntario y en un determinado momento, o si se quiere, en un perío-
do de tiempo con actos discontinuos de Dios que iban dando vida a las distintas
especies, tal y como se relatan, por ejemplo, en el Génesis. Aunque, como ya adver-
timos habando de la evolución, los términos en los que se describe fueron siempre
en sintonía con las cosmovisiones del entorno en las que se hallaba el autor. Detrás
del relato estaba el mensaje religioso, cuyo alcance se cifraba en exponer que todo
había sido creado por Dios, que era bueno y que dependía de Él. Bien es verdad
que el modo en el que se fue realizando su obra lo ha ido descubriendo la inteli-
gencia del hombre, ¿de qué manera?: configurándolo en el día de hoy mediante el
camino de la evolución, tanto cósmica como biológica; en palabras de Piet Schoo-
nenberg: una cosmovisión evolutiva donde se hace presente la acción divina, acto
creador de Dios que, estando fuera del tiempo, incluye toda la evolución que sí tie-
ne lugar en el tiempo. En su profunda prodigalidad, no es un intervenir en un de-
terminado instante y dejar después al cosmos libre para que evolucionara según el
propio dinamismo, sino que es continuo y simultáneo en todos sus procesos. El
teólogo Karl Schmitz-Moorman consideraba que la creación del universo se efec-
tuaría por una evocación divina a emerger de la nada en un camino hacia Él; solici-
tud que, aun sin originar seres complejos y dinámicos, sí crearía las estructuras y
los agentes más simples para que se diera la evolución360.
A este respecto, algunas deducciones que llevó a cabo el jesuita francés Tei-
lhard de Chardin son por lo menos sorprendentes en cuanto a los problemas deri-
vados de su concepción científico-religiosa; tanto es así que durante su vida no pu-
do ver publicadas sus obras no científicas por causa de la prohibición de las auto-
ridades eclesiásticas. Hoy, no obstante, gran número de teólogos no pueden dejar
de admirar su enorme inquietud por ofrecer una visión cristiana de la evolución.
Tal es así, que el mismo Pablo VI, en un discurso sobre la relación entre fe y cien-
cia, citara a Teilhard como un científico que, en su interpretación del cosmos, mani-
fiesta “la presencia de Dios en el universo como principio inteligente y Creador”361. Tam-
bién Benedicto XVI, en sus Principios de Teología Católica, reconoció que el docu-
mento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II fue de algún modo remozado por el
360
Karl Schmitz-Mormann.: Teología de la creación de un mundo en evolución. Verbo Divino, Estella, 2005,
pags. 213-219.
361
Pablo VI.: Cursos IV, 1966, Págs. 992-993
366
pensamiento de Teilhard. Dijo de él que tuvo una gran visión al auspiciar una ver-
dadera liturgia cósmica donde el universo quedaría convertido en una auténtica
hostia viviente362.
Para explicar este proceso, Teilhard sugiere que, tras la presencia exterior de
las cosas, hay también una “interior” en cada ser. Aún más, considera que parale-
lamente al exterior e interior de las cosas hay también una doble energía: la física,
que él la llama “energía tangencial”, y otra energía asociada al interior que deno-
mina “energía radial”. La primera – relacionada con la interacción de los elementos
en un mismo nivel -, pertenece al campo de la física; mientras que la “radial” – im-
pulsora de los niveles superiores -, es la que va alcanzando mayor complejidad, es
decir, la que da lugar a la vida, la conciencia y, en su más alta aspiración, las exi-
gencias del espíritu. Por consiguiente, en el pensamiento de Teilhard, la vida, la
conciencia y el nivel espiritual están ya de forma embrionaria en la materia inerte.
Pero, ¿cuál es el móvil para que todo esto se produzca? No otro que el im-
pulso y la fuerza que late dentro del interior del mismo ser; en palabras suyas: el
impulso de la “energía radial”. Claro que, si insólito es este supuesto, lo es más si
cabe cuando nos dice que la mencionada energía adopta en la conciencia humana
la forma del “amor” que tiende y busca plenitud; lo presenta como una “interna y
mutua correlación”, como el dinamismo convergente de toda la humanidad. Más
aún, en el análisis que hace de las características del “Punto Omega”, descubre
que, para poder cumplir su cometido de ser centro universal de unificación, deberá
ser “preexistente” a todo elemento y “trascendente” en el ámbito del ser; lo que
correspondería con la tradicional idea de Dios, es decir, con el alcance que da todo
362
Benedicto XVI.: Homilía durante la celebración de vísperas en la catedral de Aosta. 24 de junio de 2009
367
espíritu religioso cuando se refiere a la Divinidad como omnipotencia creadora y
que él también lo entiende como consumadora de toda la creación. Llega a decir
que la humanidad se ve avocada a un punto de convergencia en que todo se une,
se agrupa, se consolida y se anima. De ahí que no tenga reparo en asignar a dicho
“Punto Omega” los caracteres de autonomía, actualidad y trascendencia. En defini-
tiva: lo que puede entenderse por la palabra Dios363
363
Teilhard de Chardin.: Le phénomène humain, págs. 288,300,311.
368
grandes construcciones antiguas. Incidirá también en una nueva visión del univer-
so; pues, debido precisamente a esas primeras estructuras sociales, se van a ir ela-
borando una serie de narraciones mitológicas que alcanzarán al origen y forma-
ción, no sólo de las plantas, los animales y el hombre, sino a cualquier fenómeno
de la naturaleza. De hecho, la mitología está presente en todas las grandes culturas
de la antigüedad (Sumer, Egipto, India y China).
Ahora bien, tras estas elucubraciones, había una presunta intención: buscar
un modelo cosmológico donde el lugar de los astros y la tierra hallaran su natural
explicación. Tras las confrontaciones, se fue adoptando un patrón que consideraba
la tierra prácticamente llana, rodeada por el agua del mar y con la bóveda del cielo
en semicírculo donde estaban colocados los astros. Se suponía a su vez un mundo
subterráneo donde el sol hacía su recorrido desde el oeste, saliendo en la mañana
por el este. Modelo que encontramos también en la Biblia.
369
taban movimientos circulares alrededor de ella, su límite exterior lo ocupaban las
estrellas fijas. También Aristóteles aseguraba que la Tierra era el centro del univer-
so, donde el sol, la luna, los planetas y las estrellas se movían en órbitas circulares
con velocidad uniforme a su alrededor; aunque, a diferencia del mundo terrestre,
formado por la mezcla de los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego), el mun-
do celeste lo componía un material cristalino e inmutable (el éter).
370
contemplarse; claro que, aun pareciendo un modelo excesivamente simple y poco
satisfactorio, ofrecía no obstante un esquema para sustituir el dedo de Dios por las
leyes de la dinámica.
Sin embargo, fue en el siglo XX cuando más se modificó la imagen del uni-
verso; dos fueron las causas principales: los nuevos desarrollos teóricos, basados
en la teoría general de la relatividad, y las nuevas observaciones astronómicas. En
efecto, en 1917, Albert Einstein aplicó por primera vez las ecuaciones de la relativi-
dad general al universo en su conjunto. Para él, la gravedad no era ya una fuerza o
acción a distancia, como sucedía en la gravedad newtoniana, sino una consecuen-
cia de la curvatura del espacio-tiempo. Consideraba que el tiempo absoluto no
existe, puesto que la duración de un suceso dependía de la velocidad del sistema
en el que se realiza. En sí, el espacio y el tiempo constituyen una misma realidad
que denominó espacio-tiempo. En virtud de esta perspectiva, el universo a gran
escala es de densidad uniforme e isótropo; esto es, que sus características son las
mismas en todas las direcciones, con una masa finita y teniendo el espacio una
curvatura positiva; de ahí que, a esa escala, el universo tenga el mismo aspecto
cuando se le mira desde cualquier punto de observación dentro de él, es lo que se
conoce como “principio cosmológico”.
Pese a todo, y aun cuando sus datos armonizaban con los obtenidos por los
astrofísicos de vanguardia de entonces, no tuvieron el impacto que esperaba. Tam-
poco llegó a convencer al propio Einstein en una entrevista que tuvo con él, más
bien lo contrario; éste le llegó a decir que si bien sus cálculos eran correctos, su físi-
371
ca era deplorable. Con todo, pasados unos años, y tras no pocas controversias, el 9
de mayo de 1931, Lemaître publica en la revista inglesa Nature un corto artículo ti-
tulado: “El comienzo del mundo desde el punto de vista de la teoría cuántica”, donde se
decía que si el universo está en expansión, en el pasado debió ocupar un espacio
cada vez más pequeño, hasta que, en algún instante original, todo el universo se
encontraría concentrado en una especie de “átomo primitivo”. A su entender, el
proceso de expansión debió comenzar con la explosión de ese átomo primitivo.
Claro que, no toda la comunidad científica se adhirió a esta idea. Así, hacia el 1948,
Hermann Bondi, Thomas Gold y Fred Hoyle, propusieron un modelo de universo
“estacionario”, esto es, con una densidad constante a lo largo del tiempo. Por con-
tra, George Gamow, partiendo de la física nuclear e independientemente de Lemaî-
tre, en 1952, ofrece también una visión física de la expansión del universo, conside-
rando que toda la materia se encontraba concentrada en un átomo antes de la ex-
plosión. Dedujo igualmente que si la expansión se debió a la descomunal fuerza
explosiva, debería haber dejado huella en una radiación que todavía podría captar-
se, lo que así sucedió no muchos años después.
Confirmaban aún mejor esta teoría las pruebas facilitadas por el satélite
COBE (Cosmic Background Explorer), lanzado al espacio por la NASA en 1989.
Puesto en una órbita de 900 kilómetros de altura, envió datos a la Tierra que con-
firmaban la naturaleza de la radiación de fondo de microondas; resultados que ra-
tificaban una de las predicciones fundamentales de la teoría del Big Bang. La ra-
diación de fondo es lo que queda de la luz emitida por el gas existente no muy pos-
terior (unos 100.000 años después de la explosión inicial). Esta luz viajó por el es-
pacio cósmico en todas direcciones, pudiéndose detectar ahora como radiación en
microondas con una temperatura de 2,7 grados Kelvin (menos 270,3 grados centí-
grados) Por eso, cuando George Smoot, astrofísico de la Universidad de California
en Berkeley y coordinador del COBE, se decidió revelar, en abril de 1992, lo que ya
conocía con un año de antelación, como era la naturaleza de la radiación de fondo
de microondas, el impacto fue enorme, ya que, al ser correctas las comprobaciones
y adaptarse a los cálculos previstos, se ponía fin a más de 25 años de búsqueda y
era la mejor noticia que se podía ofrecer a los estudiosos de la cosmología. No du-
daron algunos en considerar dicho descubrimiento el más grande del siglo, incluso
372
el mayor de todos los tiempos. En el fondo, se desentrañaba lo que pasó después
del Big Bang y de cómo estas ondulaciones, ahora detectadas, fueron formando, en
su crecimiento, todo el conjunto del componente cósmico.
2) Este tipo de materia es lo que forma las estrellas, los planetas, los come-
tas, los gases y el polvo interestelar e intergaláctico; de lo cual, aproximadamente el
74 % es hidrógeno, el 25% helio, el resto (en una mínima parte), otros elementos.
3) La interacción en dicha materia se lleva a cabo por las cuatro fuerzas fun-
damentales: gravitación, electromagnética, fuerza nuclear fuerte y fuerza débil.
4) La materia visible, sin embargo, sólo forma el 4%de toda la masa del
universo; el 23% es materia oscura, y la mayor parte, el 73%, está forma-
do por energía oscura. Por consiguiente, materia oscura y energía oscura
forman el 96% de toda la masa del universo.
Pero, aún sin saber apenas nada de esa materia oscura, cuya existencia sólo
conocemos por los efectos (gravitatorios) que se producen en la materia ordinaria,
otros científicos, como Peter Higgs, tuvieron como principal objetivo investigar el
porqué las cosas tienen masa. El resultado – gracias a la alta tecnología de hoy -, ha
sido en todo punto sorprendente con el más que probable “Bosón de Higgs o la
popularizada “partícula de Dios””364. Claro que su propuesta no es más que una
364
El llamado Bosón de Higgs o “partícula de Dios”, como últimamente se le ha calificado, tiene su
historia. En principio, fue una propuesta teórica del británico Peter Higgs y otros investigadores que en 1964
teorizaron una onda-corpúsculo para explicar el origen de la masa en un campo que llenaría el vacío, (distinto
evidentemente de la nada en cuanto carencia absoluta). Un vacío en un estado de mínima energía cuyas vibra-
373
etapa de un nuevo camino. Se desea saber más sobre esa partícula, cuál es sobre
todo su comportamiento para averiguar lo que verdaderamente existe más allá de
ese modelo cuya naturaleza aún se desconoce, como es, por ejemplo, la de esa ma-
teria oscura. Por eso, al recibir Higgs el Premio Nobel de Física junto al belga Fra-
nçois Englert, en octubre del 2013, no faltaron críticas, como las del también físico
estadounidense Carl Hagen, quien, en declaraciones a la agencia sueca TT, instaba
a que se cambiaran las reglas del Nobel por considerarlas discriminatorias para to-
ciones son los bososes recientemente deducidos. Como onda-corpúsculo, está asociada a un campo energéti-
co, calificado ahora como Campo de Higgs que cubre el cosmos al igual que el agua inunda toda la piscina. Y
es así como, “nadando” en ese campo energético, las diferentes partículas (electrones, protones, neutrones,
etc.), adquieren su masa. Claro que, en este mundo subatómico se ha propuesto que si hiciéramos una escala
del átomo al modo de un reducido Sistema Solar de unos 10 kilómetros de diámetro, los neutrones y proto-
nes tendrían sólo unos 10 cm., y sus componentes, los quarks, tan sólo 0,1 milímetros, más o menos el mismo
tamaño de los electrones. Pero eso sí: todos ellos deducibles, no visibles. De hecho, la física de hoy propone
para el microcosmos 16 partículas básicas (12 de ellas con masa). Ahora bien, tras el hallazgo del último de
los seis quarks, el quark “top”, en 1995, sólo faltaba para completar el puzzle confirmar la existencia de esta
onda-corpúsculo tan intuitivamente teorizada. De hecho, sin este componente y actividad, ninguna partícula
tendría masa, por cuanto que ninguna tampoco podría haberse juntado ni colisionado con otras para formas
átomos, objetos complejos o galaxias. De ahí, la importancia del supuesto hallazgo; aunque debe reconocerse
que esto es sólo un camino, pues si el Bosón de Higgs obtiene su masa directamente del campo del que forma
parte, y es, a su vez, la partícula responsable de la masa de la demás partículas, puede que se tarden años para
desentrañar el núcleo y las propiedades de la misma. Con todo, la trascendencia de los resultados obtenidos es
determinante, ya que, no solo explica la diversidad de la masa de las partículas, sino el primer producto del
Big Bang.
Sin embargo, el hecho de que se haya calificado al Bosón de Higgs como la “partícula de Dios” se
debe a una manipulada expresión de un término descrito por el físico León Lederman, director del acelerador
de partículas, Fermilab, y premio Nobel de Física en 1988. En efecto, él escribió un libro sobre la física de
partículas lleno de humor y de originales ocurrencias. Haciéndose eco, entre otras cosas, del Bosón de Higg,
llegó a calificarle como “The Goddamn Particle” (la partícula puñetera), por ser tan evasiva y difícil de detec-
tar. Sucedió no obstante que el editor del libro cambió, por su cuenta, el término “The Goddamn Particle”
por el más llamativo y comercial “The God Particle”, cuya traducción llegó a nosotros como la “partícula de
Dios”. Como tal, su búsqueda comenzó en las últimas décadas del siglo pasado en el colisionador de partícu-
las Tevatron del Fermilab, cerca de Chicago, para reanudarse en 2010 con el Gran Colisionador de Hadrones
(LHC) de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) de Ginebra.
Pues bien, entre abril y junio del año 2012 se incrementaron las posibilidades de verosimilitud de un
bosón compatible con el teorizado por Higgs y otros investigadores. El descubrimiento lo publicó la prensa
mundial el 4 de julio de ese mismo año. Pero, ¿qué explica esta partícula?: lo que se estaba esperando, es de-
cir, los orígenes de la diversidad de la masa de las partículas, o si se quiere, el primer producto del Big Bang.
En palabras de Rolf Heuer, director del Centro Europeo de Física de Partículas (CERN), “un hallazgo que
permite, con factible probabilidad, acercarnos a la formación del universo”. Ir más allá, o meter a Dios en
ecuaciones puramente físicas o humanas, es profanar su nombre, tomarlo en vano. A la ciencia le corresponde
explicar y describir formaciones: orígenes de la vida, de las especies, del hombre, de las estrellas, de la ma-
sa…, pero es competencia de la filosofía preguntarse por el porqué de la vida, el porqué de la especie humana,
de sus leyes morales, el porqué de la masa. El mundo de los principios teológicos es otro: requieren un labora-
torio donde las experiencias religiosas, la mente y el corazón humano tengan el puesto que les corresponde.
374
dos aquellos – incluyéndose él mismo, que habían divulgado esas mismas conclu-
siones.
Tras las distintas cosmovisiones que se han ido dando a lo largo de la histo-
ria, siempre hubo un componente religioso que las implicaba en su acción operati-
va. Lo podemos ya observar en las primeras tradiciones orientales, donde lo di-
vino se manifiesta y personifica en las distintas manifestaciones astrales, de la na-
turaleza y de la vida. De una u otra forma, concibieron el mundo asociado a un
cierto panteísmo e inmanentismo donde la naturaleza cósmica y la Divinidad
quedan fusionadas en una unidad más bien velada e indefinida. Así, en el hin-
duismo, Brahma, como fundamento de todo cuanto existe, es infinito, eterno e in-
manente. Como fuente de vida que impulsa y da consistencia, hace que todo ema-
ne de él. Cierto que en algunas manifestaciones puede venir configurado con de-
terminadas formas representativas de carácter personal: Siva, Vishnú, etc., pero es-
to nada excluye el componente unitario de toda la realidad.
375
pureza anodina del Nirvana”365.
Comienza el primer capítulo narrando: “Al principio creó Dios los cielos y la
tierra”; después, siguiendo el esquema de los días de la semana, va creando todas
las demás realidades. Lo propio aquí es que, sirviéndose de de la palabra: “y dijo
Dios”, y la forma de obrar: “hizo Dios”, se pone de manifiesto una actuación libre y
soberana donde se crea una entidad distinta de Él. Por eso, la diferencia entre las
concepciones orientales y lo que aquí se revela es radical. El mundo bíblico es un
mundo bueno, pero secular y tangible donde las cosas difieren de su creador. El
cosmos no es emanación, tampoco forma fehaciente de los efluvios divinos, sino
que el universo es creado por la libre actuación de Dios; esta es la idea que, de una
u otra forma, se fue repitiendo en los distintos textos que componen la Biblia; apa-
rece, por ejemplo, en los Salmos 8 y 104, en el libro de los Proverbios, de la Sabidu-
ría, los Proféticos etc. Bien es verdad que la creación a partir de la “nada” es más
tardía, aparece en el segundo libro de los Macabeos. Se lee: “Te ruego, hijo, que mi-
res al cielo y a la tierra y veas cuanto hay en ellos y entiendas que de la nada lo hizo todo
Dios”. (Siglo I a. C.). La tradición cristiana asumió esta idea como expresión de la
365
John Noss.: Nan’s Religions. New York, Macmillan Company, pag. 183
376
soberanía Divina, sobre todo cuanto es reflejo de su actuar creativo.
366
Corán.: sura 7, 54 y 40, 62-68.
367
Ibid. 21, 33.
377
de que el Big-Bang fue originado por una fluctuación del vacío cuántico, están im-
plicando ya ciertas realidades existentes en ese vacío; y es que, al proponer que
crear algo de la “nada” es posible, el procedimiento es capcioso: se sirve para ello
de la mecánica cuántica; nos dice: a escala de las partículas, como los protones, se
comportan según las leyes de la naturaleza que llamamos mecánica cuántica, es
decir, que pueden aparecer al azar, quedarse durante algún rato y luego desapare-
cer, para surgir nuevamente en otro lugar; de ahí que, aceptando que el universo
fue infinitesimalmente pequeño, de hecho, más pequeño que un protón, esto indica
que en sí mismo, pudo haber aparecido de la “nada”; incluso queriendo reforzar su
tesis con la teoría de la relatividad de Einstein, deduce que, puesto que el tiempo es
relativo, dado que el espacio y el tiempo se encuentran entrelazados en el universo,
y que el modelo del Big-Bang nos presenta un comienzo de nuestro espacio y tiem-
po, se sigue que no se puede retroceder a un momento que precediera al Big Bang
ya que no existía nada anteriormente al instante inicial. Y si “nada” existía, tampo-
co la existencia de un Dios creador.
En la misma línea está el astrofísico y director del St. John’s College de Dur-
ham cuando se preguntaba: ¿De dónde vienen las leyes de la física? ¿Qué propósito tiene
el universo? ¿Por qué es inteligible, comprensible? En contra también de lo publicado
en El gran diseño369 por Hawking y Mlodinow, L., el astrofísico jesuita Manuel Ca-
rreira no duda en afirmar que la teoría planteada allí sobre el origen del universo
no tiene validez científica. Comenta que al decirse “que la nada tiene fuerza gravitato-
ria y que, gracias a ella, es cómo surge el universo”, les recuerda que la “nada” en sí es
carencia de realidad, no tiene ni fuerza alguna ni propiedad que la distinga. Lo que
sí es evidencia científica es que la gravedad es el resultado de la masa, de modo
que, como la “nada” no tiene masa, tampoco puede tener gravedad; es como decir
368
Antonio F. Rañada.: Los científicos y Dios. Ediciones Nobel, s. A. 1994, pág. 147.
369
Hawking, S. y Mlodinow, L.: El Gran diseño. Ed. Crítica, S. L. Barcelona, 2010.
378
que del cero salga una cuenta bancaria de millones. De igual modo, el astrofísico
británico, George Ellis, profesor emérito de la Universidad de Ciudad del Cabo y
presidente de la Sociedad Internacional para la Ciencia y la Religión, se siente con-
trariado al ver cómo ambos escritores nunca han contestado por qué existen las le-
yes físicas que ellos propugnan para que el universo fuera creado de la “nada”.
Más aún, le parecen sumamente atrevidas las afirmaciones cuando, al referirse a la
filosofía, dicen que ésta ha muerto. Claramente lo expresan en el primer apartado:
“El misterio del ser”, cuando, al responder a las preguntas eternas y elementales:
¿qué es la realidad?, ¿cómo entender el mundo en el que vivimos? o ¿de dónde
viene todo lo que nos rodea?, se definen sin ambages: “Tradicionalmente, ésas son
cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto. La filosofía no se ha mantenido al co-
rriente de los desarrollos modernos de la ciencia, en particular de la física. Los científicos se
han convertido en los portadores de la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de
conocimiento”370.
En efecto. Uno es el alcance que nos proporciona la ciencia y otro el que nos
aporta la filosofía. La ciencia nos habla de cómo actúa la materia, pero no da razón
de por qué existe esa materia. Las inquietudes más radicales del hombre, como las
preguntas sobre el porqué de la existencia y de la vida, así como la búsqueda de su
fundamento, es decir, ¿qué sentido tiene la realidad que nos rodea y qué razón
damos a nuestro estar en el mundo?, son interpelaciones que están fuera del alcan-
ce científico.
Todavía está en pie la pregunta de Leibniz: ¿Por qué existe algo en lugar de la
nada? Las ciencias presuponen la objetividad del mundo y tratan en su investiga-
ción dar respuestas a cómo está constituido, qué estructura tiene, qué leyes lo rigen
e incluso cuál ha sido su origen físico, pero, como investigadores de lo tangible y
positivo, no es su campo preguntarse por el “sentido” ni la razón de su existir, no
se puede pedir que hable de lo que no puede comprobar, como sería la razón del
libre albedrío, del porqué de la ética o de la moral; tampoco del fin que persiguen
los hechos o del porqué de las mismas estructuras sociales. La incondicionalidad
del deber, que diría Kant, tiene que tener su fundamento en algo Incondicional, en
algo Absoluto que posea y colme el sentido que está inscrito en el ser inteligente.
370
Ibid. pág. 11.
379
Por eso, decir, como afirman Hawking y Mlodinow que el libre albedrío es una
ilusión porque un neurocirujano puede estimular el cerebro para que mueva sus
extremidades o sus labios, es confundir un efecto puramente determinista con la
acción voluntaria y personal del individuo. Si determinista fuese la acción humana,
tal como ellos proponen371 ¿cómo podrían mostrar que su teoría es la más correcta?
Al nivel de las ciencias puede uno preguntarse si el momento del Big Bang
corresponde al instante de la creación. Pero, teniendo presente que al hablar la
ciencia del origen del universo lo hace siempre dentro del contexto científico y en
relación a una teoría concreta, que puede que un día cambie, nunca podrá tener el
sello de ser absoluta. La fe en la creación se dirige al ser como tal, en el sentido on-
tológico, y responde a la pregunta del por qué existe el universo, que pasó de la
371
Hawking, S. y Mlodinow, L.: El Gran diseño. Ed. Crítica, S. L. Barcelona, 2010, págs. 38-39.
372
“Que es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregun-
ta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada su-
cediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos,
pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presen-
te, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si pues, el presen-
te, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo deciros que existe éste, cuya causa o razón
de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto
tiende a no ser?”S. Agustín.: Confesiones. XI, 14, 17.
380
“nada” a la existencia. Por consiguiente, desde el ámbito científico, no es válido
tampoco hacer preguntas que impliquen finalidad, éstas son interrogantes propias
del pensamiento filosófico o teológico; por lo tanto, las preguntas de la ciencia no
son las únicas que hombre puede hacerse.
373
Palabras atribuidas a Einstein, en un simposio sobre ciencia, filosofía y religión, en 1934.
381
MAX PLANCK (1858 – 1947)
382
lográndose su biblioteca y gran número de notas que allí conservaba; aunque el
trago más amargo fue la ejecución de su hijo Edwin en 1945 por la GESTAPO, ante
la sospecha de haber estado implicado en un complot para asesinar a Hitler.
Pero, ¿cuál era el alcance de esos “cuantos de energía” que supusieron una
revolución en la física del siglo XX? La respuesta está al afirmar que la “energía se
emite de forma discontinua”, como si en vez de comprar el azúcar a granel lo com-
prásemos en segmentos o fracciones de paquetes. Ante la novedad, no pocos cien-
tíficos fueron impulsados a un profundo examen por si lo pudieran acreditar con
posibles comprobaciones; el mismo Planck, aun siendo el descubridor de la teoría,
reconoció que él al principio no la comprendía, (incluso puede decir que la mayor
parte del desarrollo e impulso de la teoría cuántica se debió a sus incondicionales
seguidores); el más acreditado fue Einstein, quien, basándose en los trabajos de
Planck, publicó su teoría sobre el fenómeno conocido como efecto fotoeléctrico,
transformando la luz solar en electricidad. Demostró asimismo que las partículas
cargadas absorbían y emitían energías de “cuantos finitos” que eran proporciona-
les a la frecuencia de la luz o radiación. Claro que, debido a su visión determinista,
no toda la teoría cuántica fue asumida por él. Otro importante seguidor de Planck
fue el también Premio Nobel Nils Bohr, quien, dentro del ámbito de la Física, reve-
ló su particular modelo de la estructura del átomo, afirmando que sus movimien-
tos están gobernados por unas leyes ajenas a las de la Física tradicional (modelo
atómico de Bohr). Confirman igualmente dicha aportación las palabras del ilustre
científico Werner Héinsenberg: “Fue Max Planck el último gran representante de la
época clásica de la física, y al mismo tiempo el que comenzó todo lo nuevo; en cierto modo
actuando bajo la presión ejercida por las leyes naturales. Max Planck se vio inducido a
383
apartarse de ciertas categorías de pensamiento, consideradas como evidentes hasta enton-
ces”. Pero, no sólo el marco de aplicación de la teoría cuántica quedaba limitado a
los niveles atómicos, subatómicos y nucleares, sino que sus implicaciones fueron
múltiples en otras esferas; en el campo de la electrónica, por ejemplo, diseñando
transistores, microprocesadores, etc.), también en la física respecto a nuevos mate-
riales, incluyendo esbozos para la instrumentación quirúrgica (láseres, tomógrafos,
etc.).
MATERIA Y ESPÍRITU
384
planteamientos del “positivismo” y del “darwinismo” están cediendo ante las re-
cientes innovaciones de la física. A su entender, el darwinismo está pasando de
moda; y si el positivismo todavía persiste en algunos investigadores, va a intentar
mostrar lo absurdo de semejantes propuestas. Impugnará sobre todo la teoría de la
causalidad de David Hume, por más que sólo esté implícito su nombre. Así, te-
niendo en cuenta la conclusión de éste al decir que la causa y el efecto son momen-
tos sucesivos sin la conexión esencial de uno sobre el otro, y que sólo la costumbre
nos hace suponer la relación de que a toda causa le sigue un efecto, les responde
diciendo que si fuéramos a una playa desierta y viésemos “huellas de tigre” en la
arena, a nadie se le ocurriría dudar de la existencia de tigres en la zona. Para él, al-
go semejante pasa con el científico que investiga el macro o el micro cosmos. La
presencia de la “huella inteligente” no es una prueba de su existencia, sino una
evidencia. Por eso, recluirse únicamente al empirismo de Hume o a la experiencia
sensorial del positivismo de Augusto Comte es confinar todo los valores humanos
al particularismo de una visión superficial e inmediata.
Cabe decir que desde los años treinta, el interés por el problema religioso
fue acentuándose en Planck con una incidencia singular. Confesaba que la creen-
cia en Dios la percibía el individuo religioso como algo natural aun cuando no fue-
se aprehendido por la razón. El orden y la armonía de las cosas estaba indicando la
proyección hacia lo Absoluto, hacia lo General e Indefinido, aun cuando él, como
científico, se resistía a asentir a la idea de un Dios personal. Lo manifestó en varias
ocasiones. Si bien, teniendo presente alguno de sus comportamientos, sí nos da
opción para relativizar dicha idea. No era infrecuente por ejemplo verle participar
en actos de culto como miembro de un consejo de tercera edad en un templo cris-
tiano en Berlín. Lo avalaba también su admirable conducta ante las adversidades;
porque, a pesar de sus éxitos científicos, en la vida familiar tuvo que afrontar no
pocos dramas personales: en 1909 su primera esposa murió dejando dos hijos y dos
hijas. El hijo mayor muere en el frente de combate en la Primera Guerra Mundial
375
Planck, M.: ¿Adónde va la ciencia? Ed. Losada, Buenos Aires. Prólogo.
385
(1916); las dos hijas fallecen también al dar a luz en 1917 y 1919. Además, y como
ya hemos reseñado, en la Segunda Guerra Mundial su casa fue totalmente destrui-
da por las bombas, sumándose la muerte del hijo menor, Erwin, al ser acusado de
participar en un complot de atentado contra Hitler. Sin embargo, a pesar de tanta
desdicha, siempre tuvo la fortaleza y la confianza del que se conforma al designio
de ese Ser con características de algún modo personales; lo insinúa al menos en
una carta que escribió a un amigo; le decía: “Lo que me ayuda es que considero un fa-
vor del cielo que, desde mi infancia, hay una fe plantada en lo más profundo de mí, una fe
en el Todopoderoso y Todobondad que nada podrá quebrantar. Por supuesto, sus caminos
no son los nuestros, pero la confianza en Él nos ayuda en las pruebas más duras”376. En el
fondo, percibimos que era lo trascendente y espiritual lo que verdaderamente le
daba fuerza; la fe en el que ve más alto, en el que rige los destinos aun cuando sean
incomprensibles para los humanos, es decir, la fe en el que puede completar lo ili-
mitado de nuestras aspiraciones y calmar nuestras ansias de Absoluto.
376
A. Hermann.: Max Planck in Selbstzeugnissen und Bilddokumenten. Reinbeik bei Hamburg: Rowohlt Tas-
chenbuch Verlag, 1973.
386
Sucederá, no obstante, que, debido a los apuros económicos, en 1894 los
Einstein emigraron a Pavía (Italia), mientras Albert permaneció en Munich en vista
de poder terminar el bachiller. Aunque con dificultades, lo consiguió en la escuela
cantonal de Argovia, al oeste de Zúrich. A finales de 1896, con 17 años, inicia los
estudios superiores en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, donde fue alumno
del matemático Hermann Minkowski. Se interesó también por el pensamiento de
ciertos filósofos, como el de Baruch Spinoza que tanta incidencia tuvo en su vida,
así como el de David Hume, de Kant y de Karl Marx, entre otros. En 1898 conoció a
Mileva Maric, una compañera de clase serbia. Tuvieron una hija, sin que hasta el
día de hoy se haya podido demostrar qué fue de la niña. Se supone que sería adop-
tada después de su matrimonio en 1903. En cualquier caso, los padres de Einstein
nunca se resignaron a dicha unión. Más tarde tuvieron dos hijos: Hans Albert
(1904) y Eduard (1910).
El primero de los trabajos lo titulaba, Über einen die Erzeugung und Ver-
wandlung des Lichtes betre enden heuristischen Gesichtspunkt (“Sobre un punto de vis-
ta heurístico acerca de la producción y transformación de la luz”). Intenta aquí ex-
plicar el efecto fotoeléctrico mediante una interpretación y transformación de la
luz”. En sí, un estudio primordial en la génesis de la física cuántica. Según él, muy
revolucionario, pues cuestionaba la validez de la teoría electromagnética de Max-
well, basada en campos continuos. Einstein proponía la idea del “cuanto” de luz
(hoy llamados fotones). Claro que, una explicación completa del efecto fotoeléctri-
co sólo pudo ser elaborada cuando los estudios de la teoría cuántica estuvieron en
fase más avanzada. De todos modos, dada la originalidad del trabajo, a Einstein se
le concedió, en 1921, el Premio Nobel de Fisica.
El segundo artículo: Über die von der molekularkinetischen Theorie der Wärme
geforderte Bewegung von in ruhenden Flüssigkeiten suspendierten Teilchen (“Sobre el
movimiento de pequeñas partículas suspendidas en líquidos en reposo exigido por
la teoría cinético-molecular del calor”). Relaciona este trabajo con el estudio sobre
la teoría molecular, sentando las bases del movimiento browniano que observó por
primera vez Robert Brown en pequeñas partículas en 1827. Einstein explicó el fe-
nómeno haciendo uso de las estadísticas del movimiento térmico de los átomos in-
dividuales que constituyen un fluido; en sí, proporcionaba una evidencia experi-
mental sobre la existencia de los átomos, o si se quiere, un método sencillo para
387
contar átomos mediante la observación con un adecuado microscopio.
388
ciencia nunca decayó. Cabe decir que en la década siguiente concentraría sus es-
fuerzos en encontrar una relación matemática entre el electromagnetismo y la
atracción gravitatoria a fin de poder hallar el supuesto último de la física, esto es,
descubrir las leyes que regirían el comportamiento de todo el universo, desde las
partículas subatómicas hasta las más grandes constelaciones estelares. En sí, una
labor investigadora que le ocupará prácticamente toda la vida, con logros y desa-
ciertos, aunque siempre apasionado por toda posible comprobación.
Pero, ante la propaganda y ascenso del nazismo alemán (Hitler subió al po-
der en enero de 1933), Einstein decide abandonar el país y marchar a Estados Uni-
dos donde pasó sus últimos veinticinco años impartiendo la docencia en el Institu-
to de Estudios Superiores de Princeton (Nueva Jersey). Significativa fue la decisión
de tomar parte, a partir de 1939, en las cuestiones políticas que podían afectar a to-
do el mundo, como así fue la decisión de redactar una carta al Presidente Roose-
velt a fin de promover el Proyecto atómico, con el objeto de impedir que los
“enemigos de la humanidad” lo pudieran desarrollar antes. Fig. 69. Einstein mue-
re en el Hospital de Princeton el 18 de abril de 1955, tenía 76 años. Sus restos fue-
ron incinerados, pero anteriormente, durante la autopsia, el patólogo del Hospital,
Thomas Stoltz Harvey, extrajo el cerebro con el fin del conservarlo y esperar que
la neurociencia del futuro pudiese investigar y descubrir lo que le hizo ser tan su-
mamente genial. Lo conservó durante varias décadas; entregándolo finalmente a
los laboratorios de Princeton. Las investigaciones que se han hecho hasta ahora
dan únicamente como resultado que una sección de cerebro - la parte que está rela-
cionada con la capacidad matemática -, es más grande que esa misma sección en
otros cerebros de tipo estándar.
RELIGIOSIDAD CÓSMICA
Dado el excepcional aporte de Einstein a la física del siglo XX, es normal que
nos preguntemos en nuestro estudio por su concepción religiosa, que, por cierto,
no tuvo tampoco inconveniente en manifestarla en varios escritos y conferencias.
Muy revelador fue, por ejemplo, un artículo en el New York Times377 donde mani-
festó su ideología basada en el “sentimiento del orden y la armonía cósmica”. Pues,
aunque en su juventud anidase en él una continua sospecha contra toda clase de
autoridad y prácticamente abandonara la práctica religiosa, ello no quiere decir
que poseyera una actitud antirreligiosa, al contrario; como investigador científico,
su idea de Dios, aun en medio de la originalidad, no tuvo reparo en expresarla en
términos de asombro y fascinación ante las leyes que rigen el universo.
377
Einstein, A.: Religión y ciencia, del 9 de noviembre de 1930, reproducido en Mis ideas y opiniones. Trad.
por José M. Álvarez Florez y Ana Goldar, Barcelona, 2011, págs. 47-64.
389
riodo donde, tras los fenómenos desconocidos y extraños, el hombre imagina seres
quiméricos con atribuciones e incidencias reales para con las personas. Decía: “En
el hombre primitivo, es sobre todo el miedo el que produce las ideas religiosas: miedo al
hambre, a los animales salvajes, a la enfermedad, a la muerte. Como en esta etapa de la exis-
tencia suele estar escasamente desarrollada la comprensión de las conexiones causales, el
pensamiento humano crea seres ilusorios más o menos análogos a sí mismo de cuya volun-
tad y acciones dependen esos acontecimientos sobrecogedores”378.
Pero el científico está imbuido del sentimiento de la causalidad universal. Para él, el
futuro es algo tan inevitable y determinado como el pasado… Este sentimiento es el princi-
pio rector de su vida y de su obra, en la medida en que logre liberarse de los grilletes del de-
seo egoísta. Es sin lugar a duda algo estrechamente emparentado con lo que poseyó a los ge-
nios religiosos de todas las épocas”380.
Tratando de explicar esta idea, se expresaba diciendo que todo el que está
seriamente comprometido con el trabajo científico, llegará, de una u otra forma,
más pronto a más tarde, a la convicción de que un Espíritu está siempre tras el or-
den y las constantes leyes del universo. Bien es verdad que él se quedaba única-
378
Ibid. pág. 47.
379
Ibid. pág. 48.
380
Ibid. pág. 51.
390
mente aquí; y si a esto añadimos su aquiescencia determinista, podemos compren-
der que su concepción religiosa se apartase en mucho del concepto tradicional de
la religión. La frase que se le atribuye: “no creo en un Dios que juegue a los dados”,
tiene únicamente sentido en esa perspectiva religiosa. En efecto, Einstein no creía
en un Dios personal que premie o castigue. Como científico, no conoce dogmas,
tampoco definiciones de teología y, menos aún, prácticas concretas. En el fondo, un
sentimiento de admiración ante lo que es y se manifiesta como sorprendente e im-
pactante. De ahí que admirase tanto el pensamiento panteísta del filósofo judío
Baruch Spinoza al identificar éste a Dios con la Naturaleza. Escribía: “Yo creo en el
Dios de Spinoza, que se revela en la armonía de cuanto existe, pero no en un Dios que se
ocupa del destino y los actos de los hombres”. Claro que la aceptación y el rigor lógico
de Spinoza le llevarían a no poder asumir la libertad en el hombre. Su determinis-
mo en la naturaleza se lo impedía.
381
Entrevista de G. S. Viereck, publicada en su libro Glimpses of the Great, 1930 y transcrita por M. Gardner
en Los porqués de un escriba filósofo. Tusquets, Barcelona, 1989.
391
FILOSOFOS DEL SIGLO XX Y XXI
La filosofía, como las ciencias sociales, ha tenido siempre como horizonte las
necesidades más ineludibles que podían demandar las personas. Ya Hegel afirma-
ba: “La filosofía es hija de su tiempo”. De ahí que, una sucinta mirada a los plantea-
mientos, sistemas y perspectivas que nos ofrecen los siglos XX y XXI, no podrían
ser sino múltiples y en tantos casos contrapuestos. Las convulsiones sociales y po-
líticas del siglo XX así lo corroboran; tanto la corriente vitalista y la materialista,
como la fenomenológica, la neopositivista y la existencialista entre otras, no fueron
sino consecuencias de un mundo crispado en busca del ideal que no encontraban.
Con todo, en ese mismo inconformismo siempre hubo perspectivas de renovación
que en muchos casos todavía perviven en estructuras que hoy, en el siglo XXI, se
traducen en formas de solidaridad y de paz como principio. En el mundo actual es
frecuente hablar de la persona como un tú que nos enriquece, de una democracia
como modelo de convivencia; también, en buena parte, de un equilibrio entre lo
espiritual y lo racional. De entre los pensadores que se dejaba y se deja esto ya en-
trever, reseñaríamos a los siguientes:
392
en filosofía en 1889 con dos disertaciones: Quid Aristoteles de loco senserit y Essai sur
le dones immédiates de la consciente. Tras la publicación de su segunda obra, Materia y
memoria, en 1896, y La risa, en 1900, consigue una cátedra en el Collè de France
donde sus clases y conferencias alcanzan un extraordinario renombre. En 1907 pu-
blica su tercera y principal obra: La evolución creadora, que le abre al prestigio y la
fama. De hecho, en 1914 es admitido como miembro de la Academia francesa. A
partir de 1921 deja la enseñanza académica por motivos de salud, dedicándose a
dar conferencias, escribir y participar en ciertas actividades políticas, llegando a ser
presidente del Comité para la Cooperación Internacional de la Sociedad de las Na-
ciones. En 1928 se le concede el premio Nobel de literatura. Su última obra: Las dos
fuentes de la moral y de la religión, apareció en 1932. Decir también que, pese a su in-
clinación por acercarse al catolicismo, en su testamento, redactado en 1937, dijo de
forma explícita: “Me hubiera convertido si no hubiera visto prepararse durante años la
formidable ola de antisemitismo que va a arrollar el mundo. He querido permanecer con los
que mañana serán perseguidos”. Murió en París en
1941, al año siguiente de la ocupación del norte de
Francia por los nazis. Fig. 70.
EVOLUCIÓN CREADORA
393
cada momento se muestra un aspecto original e imprevisible: un fluir constante
donde nada persiste, pues es continuidad pura, sin división ni partes. En sí, un
proceso vivo y creador, liberado de todo cuanto comporta esquemas abstractos in-
telectualmente deducidos de la materialidad de los objetos. La intuición va más
allá, es el instrumento para captar la vida desde dentro, desde su más profunda
realidad.
Por eso, frente a la idea de ese mundo que nos muestran las ciencias como
mera extensión, existe una realidad cualitativamente distinta, no extensible ni suje-
ta a cálculos definidos, sino que dura, que fluye y deviene persistentemente. En la
Evolución creadora, Bergson nos dice: “El universo dura. Cuanto más profundicemos en
la naturaleza del tiempo, más comprenderemos que duración significa invención, creación
de formas, elaboración continua de lo absolutamente nuevo. Los sistemas delimitados por la
ciencia no duran sino porque están indisolublemente ligados al resto del universo. Es ver-
dad que en el universo mismo debemos distinguir, como diremos más adelante, dos movi-
mientos opuestos: el uno, de “descenso”; el otro, de “subida”. El primero no hace más que
desenvolver un rollo ya preparado. Podría, en principio, realizarse de una manera casi ins-
tantánea, como ocurre a un resorte que se afloja. Pero el segundo, que corresponde a un tra-
bajo interior de maduración o de creación, dura esencialmente, e impone su ritmo al prime-
ro, que es inseparable de él”.
Considera que es sólo la intuición la que hace posible que captemos la pro-
fundidad y el misterio de la vida; intuición que no examina ni se ajusta a unas le-
yes establecidas, únicamente capta. Como hecho determinante, captamos que en
un momento aparece la vida al modo de una corriente que arrolla y vence cual-
quier obstáculo. Un avanzar por otra parte que no es un progreso lógico ni medi-
ble, sino que corre por aquellos itinerarios que caprichosamente se hace; pasando
de la vida vegetal a la vida animal, después al hombre donde, como entidad más
perfecta, se hace presente en la intuición y en el uso de la propia libertad. Ya en la
Introducción a La evolución creadora, Bergson comenzaba diciendo que “La historia
394
de la evolución de la vida, por incompleta que todavía sea, nos deja entrever cómo se ha
constituido la inteligencia por un progreso ininterrumpido, a lo largo de una línea que as-
ciende, a través de la serie de los vertebrados, hasta el hombre”382.
Cierto que las vivencias de los místicos son personales y que a la hora de
quererlas expresar se ven impotentes de manifestar lo vivido. Sin embargo, por lo
que nos insinúan, a Bergson le es suficiente para captar lo que él tanto buscaba por
la “evolución vital”. No olvidemos que su ensayo primero fue presentar un análisis
filosófico de las dos teorías evolucionistas básicas de su tiempo. La primera era la
de Darwin, donde todo cambio en la evolución de las especies tendría como causa
eficiente la mutación progresiva, propiciando la supervivencia; la segunda, la te-
leológica, en cuanto que todo tiene un fin ya predeterminado. Sin embargo, para él
las dos adolecían del mismo defecto: ser mecanicistas y deterministas. Olvidaban
la libertad y la creatividad en las acciones vitales. Tengamos en cuenta que Berg-
son, antes de escribir su obra más acreditada, “La evolución creadora”, en 1907, pasó
gran parte de sus vacaciones estudiando las costumbres de las hormigas y las abe-
jas, intuyendo que la vida es una corriente, o mejor aún, un impulso que se va di-
versificando en su inherente proyección. A su entender, esa evolución creativa ha-
382
Bergson, H.: La evolución creadora, Introducción.
395
bía realizado una especie de camino ascendente: desde lo inorgánico de la materia,
a la vida de las distintas especies de plantas y animales; culminó en el ser hu-
mano donde la conciencia de ser libre le coronaba como el ser más preclaro de esa
creación.
383
Bergson, H.: Les deux sources de la morale et de la religión. PUF, París, 1992, pág.
233.
396
logía, hace que nos percatemos de ciertas incompatibilidades con el pensamiento
católico. En efecto, al interpretar a Dios como puro dinamismo e “impulso vital” y
ser, al mismo tiempo, libre y autónomo, hace que esté en constante movimiento e
incesante cambio. Dios mismo se estaría haciendo; lo que iría lógicamente contra
los atributos asignados a la Perfección Divina. Incluso en su admirable intención
de querer sintetizar la ciencia y la filosofía, existe el inconveniente de tener que su-
perar el carácter de irracionalidad que amenaza a toda intuición. Como tal, la filo-
sofía es un saber riguroso, abierto a toda humana capacidad. La experiencia y la
vida tienen su puesto, pero también la razón. De ahí que su pensamiento filosófico,
que nos pone en contacto con la vida y que tiene en él uno de los más fecundos an-
tecedentes del vitalismo contemporáneo, debería completarse con el puesto que
tiene, no sólo la vida, sino también la razón, es decir, el vínculo formado por la
“razón vital”.
397
cuanta de la Revolución rusa del 1917, es una recriminación hacia ciertas actuacio-
nes de los bolcheviques, como eran su autoritarismo y su concepción del Estado en
la forma de limitar la libertad personal. En 1920 edita su gran obra (también en
traducción francesa) Le Sens de l’Histoire (El sentido de la historia) Pero, si es cierto
que desde 1918 a 1920 no fue mayormente molestado en su actividad de conferen-
ciante y haber conseguido incluso impartir clases en la Universidad de Moscú, sin
embargo, por declinarse en sus ideas y publicaciones por una auténtica renovación
cristiana, sus escritos fueron confiscados y él, con una veintena de filósofos que no
simpatizaban con el marxismo oficial, fueron expulsados por la Rusia leninista en
1922. Su exilio primero fue Berlín, en cuya ciudad funda una Academia de Filoso-
fía y Religión que, en 1924, traslada a Clamart, cerca de París, donde residirá hasta
su muerte, acaecida el 24 de marzo de 1948. Fig. 71.
ANTECEDENTES IDEOLÓGICOS
398
imagen de Dios o hacia las tendencias del propio egoísmo. El problema surge
cuando la ambición social o política intenta retener todo lo que pertenece al indivi-
duo como ser autónomo y personal. A su juicio, querer conseguirlo no es sino una
de tantas utopías como la de Thomás Moro, Campanella o las imaginarias elucu-
braciones de Founer. En la presente situación tiene un señuelo de engaño: el mito
de la revolución. De ahí que Berdiáyev, advirtiendo que el socialismo ruso - racio-
nalizando la existencia humana con valores únicamente materiales -, no pudo re-
solver sus más profundos problemas, fuese en todo punto taxativo: se debía al no
dejar espacio a la dimensión espiritual del hombre. Con el halo de desarrollo y de
sociedad perfecta, relegaban o, mejor aún, cubrían con tupido velo las más hondas
aspiraciones del corazón humano. Para él la persona debe ser tomada en su com-
pleta dimensión, es decir, como ser natural, social y espiritual, sólo el encuentro en
el espíritu será un verdadero encuentro en libertad.
399
nuevas, accedemos a su profunda realidad, hallaremos el fundamento, encontra-
remos a Dios que se revela como principio alentador de toda aspiración humana.
Al inicio del capítulo sexto de El sentido de la historia, se hace eco de las pala-
bras de Schelling que consideraba al cristianismo primordialmente histórico. Ber-
diáyev sintoniza con ello, aunque incide en su acción eficiente y dinámica. Subra-
ya: “Hemos dicho que el cristianismo es, por su misma naturaleza, excepcionalmente di-
námico y no estático, que es una fuerza que irrumpe en la historia y, por consiguiente, se
diferencia profundamente del mundo antiguo que, dada su tendencia especuladora, le con-
vertía en estacionario”385. Por ser movimiento ascendente, la humanidad caminaba
hacia un fin en todo punto esperanzador; aspiraba a algo que no tenía. Pero el
tiempo esperado llegó, hizo acto de presencia en la persona de Cristo como hom-
bre y como hijo de Dios. En cuanto hecho único e irrepetible - y asumiendo en per-
sona nuestra misma humanidad -, dio carácter a lo histórico, a toda la historia pre-
cedente y a la que a partir de entonces sigue en constante proyección. En sí, lo que
antes del cristianismo permanecía velado, como era su manifestación en libertad,
se hace patente en Cristo asumiendo lo humano en su realidad divina.
384
Berdiáyev, N.: El sentido de la historia.
385
Ibid. Cap. 6: El cristianismo y la historia
400
Considera al mismo tiempo que la verdadera entidad de la acción histórica
es un sujeto libre, esto es, un espíritu obrando en libertad. Confirma que si no ad-
mitimos este espíritu que actúa libremente y determina en gran medida los desti-
nos humanos, no podemos hablar propiamente de historia386. Claro que, en ese
desvelar los fenómenos, vemos que han existido errores, arbitrariedades y no po-
cos abusos; es la cara amarga de las acciones personales y colectivas, la tragedia del
destino humano a partir, como dice el propio Berdiáyev, de la existencia de una
doble revelación: la revelación de Dios al hombre, y la revelación del hombre a
Dios, que sería su respuesta. Cierto que en ocasiones el reino del Cesar invade el
ámbito cristiano imponiendo teocracias políticas bajo el cariz de ser salvadoras de
una nueva humanidad. Sin embargo, por su imponderable espejismo, se precisará
entonces que el cristiano retome lo propio suyo, es decir, su forma original, la del
evangelio como condición para alcanzar el esperado reino de Dios. Ante la crisis
social y política que le tocó vivir nos dice: “Este angustioso problema no podrá tener
solución más que con la aparición en el cristianismo de una nueva conciencia, de una con-
cepción que le considerará como una religión de transfiguración, no sólo personal, sino
también social y cósmica, con la introducción en la conciencia cristiana del elemento mesiá-
nico y profético387” Como vocación propia, diríamos que el drama es este: compro-
miso libre entre la persona y el espíritu de Dios, más bien, el nacimiento de Dios en
el hombre y del hombre en Dios. Debido a la responsabilidad, el camino no es fácil,
a veces trágico, pero, como en todo compromiso, Dios siempre espera del hombre
la audacia creativa que le acerque a lo que es su fin en el amor.
En verdad, las páginas escritas por Berdiáyev acerca del amor ocuparían un
espacio que, en nuestro propósito, desbordarían la intención que de momento nos
386
Ibid.
387
Ibid. Reino del espíritu, reino del César. (Obra póstuma de Berdiáyev)
401
ocupa, aunque él también fue tributario de la literatura rusa del momento. Lo fue
en principio de Dostoyevski, pues si en las novelas de este universal escritor las
fuerzas pasionales de sus protagonistas se entrelazan con actitudes que conducían
a sus héroes al desastre y la ruina; sin embargo, considera al mismo tiempo que la
belleza es la que debe salvar al mundo; y lo salvará si ella enciende el auténtico
amor en los hombres. Le influyeron también las ideas de Tolstoi, sobre todo cuan-
do éste se expresaba diciendo que el amor estaba relacionado con la muerte en el
sentido de que, frente a la nulidad y el vacío, lo único que puede enfrentarse a la
nada es el amor, el auténtico amor como rival eterno a todo lo que se oponga a la
belleza y la armonía universal. Para Tolstoi sólo el amor supera e impide la muerte;
habiendo amor hay siempre vida. Por eso, en consonancia con esta literatura, Ber-
diáyev no dudaba en afirmar: “Todo existe porque amo. Todo está unido por el amor. El
amor es Dios, y morir significa para mí, partícula de amor, volver a la eterna fuente co-
mún”.
Pero, si grande fue la influencia de estos dos escritores, lo superó con creces
el pensamiento de Vladimir Soloviev. Como analista de los profundos anhelos
humanos, consideraba Soloviev que el fin de nuestras aspiraciones es conseguir la
unión plena y eterna con el objeto de nuestro amor. Claro que el tiempo y la iner-
cia del diario vivir hace que dicho enamoramiento decaiga y no logre la dicha que
tan vehementemente se había idealizado. El fracaso se debe al concretarlo en lo
efímero y pasajero. Haberlo restringido a un solo ámbito es su desatino, porque el
amor aspira a más, quiere infinitud, desea superar los límites que le ofrece este
mundo, el amor, si es sincero, aspira a lo ilimitado, anhela inmortalidad.
402
talgia de Dios”; un deseo misterioso que conlleva además la esperanza de ser co-
rrespondido. Por lo tanto, como nostalgia divina que origina y crea, halla un para-
lelo en el ansia del hombre por alcanzar a Dios. En su profunda realidad, es lo que
originó la historia, y como hecho central de la misma, la llegada de Cristo por ha-
ber llevado a su punto culminante el nacimiento del hombre en Dios y de Dios en
el hombre.
Ni que decir tiene que tras estos elevados ideales existe el inconveniente de
caer en un subjetivismo personal donde la razón queda marginada por su excesivo
apoyo a lo intuitivo. En este aspecto, su postura es muy similar a la Bergsoniana,
donde la intuición es la verdadera creación de sentido. Pero, como ya expresamos
allí, existe el inconveniente de tener que superar el carácter arbitrario y de irracio-
nalidad que amenaza a toda postura intuitiva. Incluso el amor humano que pro-
pugna Berdiáyev es utópico porque nunca conoceremos profundamente sus cau-
sas; es su radical personalismo el que le lleva a decir que el hombre nunca debe
renunciar a su amor por un deber social y religioso, sería amor de esclavos. En
verdad, una conclusión que difícilmente compaginaría con el amor compartido y
familiar. Por más que quisiéramos, nos es imposible conocer el último soporte de
nuestra elección; tan sólo podemos decir que el impulso viene provocado por una
fuerza oculta, enigmática si se quiere, que busca complemento y plenitud; en el
fondo, es misterio.
En 1923 escribe su obra principal, Ich und Du (Yo y Tú), base de su pensa-
miento y que irá reelaborando a lo largo de su vida. Imparte clases de Ética e His-
403
toria de las Religiones en la Universidad de Frankfurt, al tiempo que trabaja con
Franz Rosenzweig en la traducción de la Biblia (Antiguo Testamento) a la lengua
alemana. Sin embargo, en 1933, habiendo sido expulsados los judíos de todas las
escuelas alemanas como consecuencia de la subida de Adolf Hitler al poder, Buber,
aun en medio de las imposiciones políticas, cumplirá con una vibrante labor edu-
cativa; tanto es así que la propia Comunidad hebrea le nombró Director de la Ofi-
cina Central para la Educación Judía Adulta; si bien, tras ser expulsado de la Uni-
versidad, y ante la comprometida situación de di-
cho colectivo, decide emigrar a Palestina, donde
será admitido como profesor de Filosofía Social en
la Universidad Hebrea de Jerusalén. En 1949 fun-
da el Instituto Israelí para la Educación de Adul-
tos, permaneciendo al frente hasta 1953. Entre sus
aportaciones sociales destacaríamos el énfasis que
él siempre puso por el entendimiento y el diálogo
entre judíos, cristianos y árabes. Como reconoci-
miento, se le concede, además de otros galardo-
nes, el Premio Erasmus dos años antes de su
muerte, acaecida en Jerusalén el 12 de junio de
1965. Como escritor, amén de su gran obra, Yo y
Tú, y las numerosas publicaciones sobre temas ha-
sídicos, merecen especial mención: Sobre el ju-
daísmo (1923), ¿Qué es el hombre? (1943), Caminos de
utopía (1950), Eclipse de Dios (1952) y, como obra Fig. 72. Fotografía de Martín
póstuma, El conocimiento del hombre (1966). Fig. 72.. Buber en Palestina.
388
“Hasidismo”: movimiento místico fundado por Samuel Hassid en el siglo XII. En realidad, una doctrina
deformada y herética respecto al judaísmo ortodoxo. Su mayor florecimiento tuvo lugar en el siglo XVIII
dentro de ciertos “ghettos” judíos de Polonia y Rusia. Tres eran los supuestos principales de sus enseñanzas:
a) Presencia inmediata de Dios en el mundo que Él ha creado; tan cercano a las cosas y al hombre que supera
la misma proximidad del alma con su cuerpo. b) La vida mística de la persona no excluye la solidaridad con la
vida comunitaria; la virtud del hombre piadoso implicará ser guía y modelo en la búsqueda del bien de la
Comunidad. C) En la práctica es importante el “esfuerzo personal” (Hithazkuth) para alcanzar un profundo
acercamiento entre el hombre y Dios.
404
seguir su auténtico destino. Como condición, el diálogo se hace imprescindible;
una comunicación que, en el fondo, lleva consigo implícitamente la noción de ver-
dad. Es la apertura hacia el otro lo que convierte a la persona en emisor de vida y
fuente que fecunda la propia vocación.
COMUNICACIÓN INTERPERSONAL: Yo – Tú
En nuestras relaciones con los demás – dice -, vemos que nos dirigimos a un
interlocutor con una presencia de verdad. Pero en esa interlocución hay una refe-
rencia dirigida al “nosotros”, captamos nuestro yo merced al tú con quien dialo-
gamos, es decir, que al hablar, no sólo percibimos la persona que está presente,
sino también el ser mismo del que somos portadores. Bien es cierto que existen
405
múltiples formas de comunicación, aunque la más propia y natural es la palabra.
Con una treintena de signos trasmitimos ideas, sentimientos, valores; hay un ver-
dadero enriquecimiento con las experiencias e intercambios personales. Pero todo
ello si el diálogo es respetuoso con el interlocutor; el encuentro entonces será efi-
ciente, fecundo a cualquier nivel; pues, por esa misma deferencia, es decir, por ser
respetado el oyente como “otro yo” su conciencia le llevará a percibir un tú autén-
tico y personal; el diálogo en sí personifica a unos y a otros, hace que haya empa-
tía porque la comunicación entre personas es más que dialéctica, es logro y crea-
ción en el devenir.
Pero todo esto es distinto cuando nos relacionamos con alguien o con algo
simplemente porque nos interesa conocerlo. Entonces nuestro yo solamente se
afirma como sujeto que percibe lo que tiene delante. Cierto que no podríamos vivir
sin los objetos del entorno, pero aun cuando constituyan nuestra realidad munda-
na, vivir sólo de los seres y las cosas es contraponer y desvirtuar el fondo de la vi-
vencia propiamente humana. Para Buber, el auténtico saber no es el conocimiento
intelectual y objetivo, sino el resultado de la relación directa entre un “yo y un tú”,
pues es aquí donde realmente existe un verdadero encuentro entre sujetos; porque
la persona no es una partícula o un cuerpo aislado, sino que fundamentalmente
somos seres interrelacionados. Una forma es la relación que constituye el “yo –
ello” y otra muy distinta la que establece el “yo – tú”, y más aún, el yo – Tú con
mayúscula, es decir, la relación con Dios. A este respecto, significativas son las si-
guientes expresiones:
“Tres son las esferas en las que se alcanza el mundo de la relación. La primera: la
vida con la naturaleza. Allí la relación oscila en la oscuridad y por debajo del nivel lingüís-
tico. Las criaturas se mueven ante nosotros, pero no pueden llegar hasta nosotros, y nuestro
decirles – tú – se queda en el umbral del lenguaje. La segunda: la vida con el ser humano.
Allí la relación es clara y lingüística. Podemos dar y aceptar el tú. La tercera: la vida con los
seres espirituales. Allí la relación está envuelta en nubes, pero manifestándose, sin lenguaje,
aunque generando lenguaje. No percibimos ningún tú, y sin embargo nos sentimos interpe-
lados y respondemos imaginando, pensando, actuando. Decimos con nuestro ser la palabra
básica sin poder decir tú con nuestros labios. Pero, ¿cómo podríamos nosotros integrar lo
extralingüístico en el mundo de la palabra básica? En cada una de las esferas avistamos la
orla del Tú eterno gracias a todo lo que se nos va haciendo presente, en todo ello percibimos
un soplo que llega de Él, en cada tú dirigimos la palabra a lo eterno, en cada esfera a su ma-
nera”389.
En las relaciones “yo – ello” nos estamos refiriendo a las cosas o a las perso-
nas que están delante de mi, a las cuales conozco, utilizo, manipulo, etc. Sin em-
389
Buber, M.: Yo y Tú. Caparrós editores, Madrid, 1993, pags. 14-15.
406
bargo, en el ámbito de “yo – tú” la relación es de contigüidad y cercanía. En esa
inmediatez, el estar juntos no es para estudiarse ni analizarse ni vivir en la distan-
cia, sino que la vecindad implica la relación de todo el ser. Nos lo aclara aún mejor
haciendo referencia a esos gratos recuerdos cuando nos sentamos un día junto a un
amigo, un amante o puede que también en medio de la frondosidad de un bosque:
acaso no se intercambien palabras, quizá sólo exista el silencio; no importa, porque
la relación no era para analizar, ni para comparar, tampoco para distinguir unos
árboles de otros, simplemente estamos con lo que amamos: con la naturaleza, con
los animales, con las personas. El siguiente pasaje, tomado del “Yo – Tú” es revela-
dor al respecto:
“Cuando me encuentro con un ser humano como mi tú, y le digo la palabra básica
“yo –tú”, entonces él no es una cosa entre las cosas, ni él se compone de cosas. Ya no es él o
ella, limitado por otros ellos y ellas, un punto en la red del espacio y del tiempo. Él no es
una condición que pueda ser experimentada o descrita, ni un conjunto de cualidades especí-
ficas. Sin vecinos ni suturas, él es tú, y llena el cielo por entero. Esto no quiere decir que no
haya nada más que él, sino que todo lo demás vive en su luz. Así como una melodía no está
compuesta por tonos, ni un poema está compuesto por palabras, ni una escultura está com-
puesta por líneas. Así pasa con el ser humano a quien yo le digo tú. Puedo abstraer de él el
color de su pelo o el tono de su habla o el calor de su bondad”.
Como tal concepción, aun cuando las relaciones yo–ello sean necesarias pa-
ra fines prácticos, por su materialidad son incompletas y, en tantos casos, alienan-
tes; por contra, las efectuadas entre el yo-tú están henchidas de vida y de sentido;
escribe: llegando a ser yo, yo digo tú. Afirma también que dichas relaciones no deben
ser forzadas, no pueden imponerse; simplemente suceden por “la gracia”. La rela-
ción yo-tú no se puede imponer ni violentar, implicaría división e iría contra la in-
mediatez que conlleva en sí el diálogo. Pero se debe responder con voluntad y es-
fuerzo, pues, como demanda que estimula y alienta, lejos de disgregar, en la rela-
ción la voluntad y la gracia se unen, el vínculo es connatural al encuentro.
390
Buber, M.: Yo y Tú. Buenos Aires, 1969, pag. 73.
407
EL TÚ ETERNO ES EL DIOS SIN MEDIDA
Así como en la Crítica de la Razón Practica Emmanuel Kant fue llevado a im-
plicarse en las relaciones morales para referirse al Dios trascendente e inmortal, de
forma análoga, aunque en un ámbito diferente, Buber hablará de un Tú eterno me-
diante una relación personal. Concibe que tanto el yo y el tú, como el yo y el ello
son dos maneras de conocer y vivir la realidad. Siendo el tú un sujeto como el yo,
no se les puede tomar como cosas u objetos. Diferente es la relación con el ello, que
sí son cosas o entidades externas a nosotros. Pero, aunque en nuestra existencia la
relación con el ello se hace imprescindible, siempre es conocimiento parcial, men-
surable, que nos invade y distrae; de ahí que afirmara: “Sin el ello no podemos vivir,
pero si vivimos sólo de esta manera, no es un correcto y humano vivir”. Es en el tú donde
encontramos nuestro destino, donde la libertad y el sentido de la vida hallan la di-
rección correcta.
Habla también de los distintos nombres que, a través de la historia, han ido
asignando a ese Dios sin medida. En un principio – dice -, se le relacionó con lo
Sagrado, con lo Santo; más tarde, al convertirlo en objeto de reflexión, la filosofía, y
también la teología, le acercaron a las designaciones del ello, lo cual contradecía la
plenitud del Tú eterno e infinito. Como tal, todo queda incluido en la relación: el
yo en el Tú y el Tú en el yo, o mejor aún: no se encuentra a Dios si permanecemos
únicamente en el mundo, como tampoco lo encontraremos si abandonamos el
mundo. Llega a subrayar: Dios es el “Todo otro”, “Todo mismo”, Todo presente”; es ha-
llazgo, puro encuentro en el amor.
408
experiencia personal con Dios. Es un hecho – dice -, que aun cuando existan postu-
ras en radical oposición a semejante propuesta, lo cierto es que ha cundido pro-
fundamente en nuestra sociedad. En su gran mayoría los hombres ignoran a Dios,
o, en todo caso, actúan como si no existiera. Analiza también el pensamiento de
Hermann Cohen, quien - en consonancia con su idealismo subjetivista -, concluye
que Dios es un puro ideal, por consiguiente, sin la existencia objetiva con la que se
pudiese entrar en contacto con él, la correspondencia y comunión sería ficticia. Dí-
gase lo mismo de Martin Heidegger, el cual, aun cuando no niega expresamente la
existencia de Dios, la ve como algo inaccesible y lejano; en este aspecto, todo lo
contrario de Buber, para quien el contacto con Dios es una realidad viva, recíproca
y espontánea; los destellos están en los verdaderos actos de amor: en todo encuen-
tro con el tú hay nostalgia de Dios.
Como propuesta, el criterio valorativo que nos ofrece Martín Buber es doble:
admiramos la dimensión comunicativa y dialogante que, en toda pretensión nues-
tra, es siempre proceso en vías de realización personal, más bien, continua bús-
queda de plenitud que la naturaleza y el tú de nuestro entorno no logran colmar.
Reconocemos por tanto la nueva dimensión que él nos ofrece en nuestras relacio-
nes interpersonales, descubriendo el Tú eterno que complementa el ámbito de
nuestras más radicales aspiraciones; el tú de la persona que encuentra plena reali-
zación en el Tú infinito, el amor humano, en la “Plenitud” del amor. Sin embargo,
este encuentro, que parte de la intuición, tiene el inconveniente de dejar de lado
toda acción intelectual que, en el fondo, es la que más nos pone en contacto con la
realidad. Para no caer en el irracionalismo, es de todo punto necesario dar cuenta
también de la razón, de la verdad de nuestros diálogos, de nuestros encuentros,
inclusive de la trascendencia, es decir, de nuestro encuentro con el Tú. La razón
nos dirá que Dios no es un icono que tenemos delante, son sus huellas las que nos
hablan y las que hacen que nos comuniquemos con Él.
409
Pasados los años infantiles, pronto aparecerá en ella un agudo sentido críti-
co. En su autobiografía nos dirá: “Todo lo que durante el día veía y oía lo escudriñaba
por dentro. Al ver un borracho, por ejemplo, me producía una impresión que me perseguía
día y noche y me atormentaba… Siempre fue para mí incomprensible cómo puede haber
gente que se ría de estas cosas”391. Dado este sentido crítico, es explicable que en la
adolescencia Edith pasara una crisis de inconformidad y de protesta, primero, fren-
te al sistema de enseñanza, llega incluso a dejar por un año la escuela. Es crítica
también con la fe recibida en la infancia, declarándose en todo punto agnóstica.
“Con plena conciencia y por libre elección – dice -, dejé de rezar”. Los recuerdos de los
actos litúrgicos de los rebinos en las sinagogas le dejaron también un poso des-
agradable y frío. Para su experiencia, la piedad de los devotos la consideraba diri-
gida hacia la salvación de la vida presente, conduciendo hacia un vacío abstruso e
incompatible con su inquietud de búsqueda. Más tarde comenta: “Ya he contado
como perdía mi fe infantil y cómo, casi al mismo tiempo, comencé a sustraerme como perso-
na independiente… Tenía catorce años y medio… Yo empezaba a preocuparme de cuestio-
nes, especialmente relativas a la manera de ver el mundo…”392. La defensa de los dere-
chos de la mujer también la apasionaba. Decía: “Como bachiller y joven estudiante, fui
una feminista radical. Perdí después el interés por este asunto. Ahora voy en busca de solu-
ciones puramente objetivas”.
391
Stein, E.: Estrellas amarillas. Autobiogría: infancia y juventud. Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1997,
pág. 62.
392
Ibid. pág. 104.
410
cia que aún estaba en mantillas. También se había persuadido de que la fenomeno-
logía ofrecía más claridad a los problemas filosóficos que los fundados en catego-
rías apriorísticas neokantianas, pues mientras aquí la proyección filosófica partía
del sujeto como verdadero elemento activo que aportaba su modo de ser al objeto;
en la fenomenología se invierten los términos, el conocimiento se dirige primor-
dialmente a la realidad objetiva. De ahí que no tenga reparo en afirmar: “Todos los
jóvenes fenomenólogos eran decididos realistas”393.
393
Ibid. pág. 201.
394
Ibid. pág. 211.
411
Obtenido el doctorado, es el propio Husserl quien la propone para ser su
asistente; ella lo acepta agradecida, por lo que durante casi dos años se encargará,
entre otras cosas, de transcribir los manuscritos del “Maestro”. Sin embargo, debi-
do sobre todo a la evolución de éste hacia el idealismo trascendental, provocará
que muchos de sus discípulos se separen de él. Edith hará lo mismo, manifestando
la imposibilidad de seguirle en dicha dirección. Senstirá dende entonces la necesi-
dad de emprender una vida independiente, de investigar y dar solución a los pro-
blemas que la inquietan y preocupan. Intentará por tanto, a partir de 1918, buscar
soluciones – siempre mediante el método fenomenológico -, a las dudas que
anidadan en su interior. En la base tiene su acento casi siempre el estudio de la
persona y sus relaciones con el entorno. Por eso, te-
niendo en cuenta el gran impacto de la Alemania que
había perdido la guerra, nada tiene de extraño que los
escritos posteriores a este tiempo tengan implicaciones
claramente sociales y políticas. La primera confección
que elabora después de su tesis doctoral, es Causalidad
psíquica, probablemente entre 1918 y 1920, analizando
los distintos procesos mentales con el fin de dar sentido
y fundamento ontológico a toda causalidad psíquica. Le
sigue, Individuo y comunidad, afrontando el tema de los
valores de la persona en su relación con lo político y so-
cial de la comunidad. En consonancia con esta exposi-
ción, le sigue, La naturaleza del Estado, con el deseo de
clarificar el puesto y el valor del Estado en vistas al bien
Fig. 73. Foto de Edith
común y la solidaridad. Stein (hacia el 1920).
412
SORPRENDENTES VIVENCIAS PERSONALES
Para desvelar toda la carga interior de Edith en su búsqueda por dar un sen-
tido a la vida, nada mejor que recordar ciertas vivencias que relata como hitos que
cambiarán su modo de ver la realidad de las cosas.
Pero sucedió que la aleccionada fue ella: la paz que respiraba el rostro de
Anna impidió cualquier frase de ánimo y consuelo. Como diría más tarde, fue An-
na la ocasión para que yo experimentase la presencia de lo eterno en el tiempo, de
presentir que la muerte no tiene la última palabra. En mi interior deseaba conocer
la fuente de esa paz y esa fe que reflejaba su amiga; más aún, si dicho encuentro
fue de todo punto imborrable, lo acentuó en sumo grado el hecho siguiente: estan-
413
do sola una tarde en la casa que me albergaba, fui a buscar en la librería algo que
me pudiese entretener; al encontrar la autobiografía de “Santa Teresa de Ávila,”me
puse a leer y – según sus palabras -, leí y leí hasta altas horas de la noche; “cuando
cerré el libro, me dije: “Aquí está la verdad”.
Estas experiencias, unidas a la inquietud que ella siempre tuvo por dar sen-
tido a los seres y a las cosas, dieron como resultado el gran giro que tomó su vida.
En efecto, unos meses después de la lectura de la mencionada autobiografía, Edith
entra en una iglesia católica para comunicar al sacerdote su deseo de ser bautizada.
Comprobado que el compromiso era serio, fue admitida a las aguas bautismales el
1 de enero del 1922. En febrero de ese mismo año, recibe la “confirmación”.
414
y Ser eterno. Lo llevó a cabo entre el 1935 y 1936, aunque su publicación no se efec-
touó hasta ocho años después de su muerte. En su conjunto, lo que realmente se
desvela es una profunda huella antropológica y contemplativa. Así, compren-
diendo que la pregunta sobre el “sentido del ser” es la que ha jalonado toda la his-
toria del pensamiento filosófico, ella, desde las primeras páginas, lo contempla bajo
una doble vertiente. A su entender: “Ha dominado tanto el pensamiento griego como el
pensamiento de la Edad Media; sin embargo, los griegos concibieron este problema ante los
datos naturales del mundo creado, mientras que para los pensadores cristianos se amplió
(en cierta medida también para los pensadores judíos y musulmanes) mediante el mundo
sobrenatural de los hechos revelados”395.
395
Stein, E.: Ser finito y Ser eterno: ensayo de una ascensión del ser. Ed. Fondo de Cultura Económica, Méxi-
co, 1996, pág. 22.
396
Ibid. pág. 63.
415
pos eternos y a los no devenidos de todo lo creado, a las esencialidades o formas puras que
hemos concebido como ideas divinas. Todo ser real, sometido a la vez al devenir y al pasar,
está anclado en su ser real, sometido a la vez al devenir y al pasar, está anclado en su ser
esencial”397.
En este ámbito, lo que ofrece estabilidad a las esencias no podrá nunca pro-
venir de los ejemplares que las hacen limitadas y concretas, sino de algo que las
trascienda y las plenifique como es el Ser único e infinito. Escribe: “Es en la inmuta-
bilidad de estos arquetipos donde reposan la norma y el orden del mundo creado sometido a
una evolución constante. Pero esta diversidad se encuentra reunida en un Ser divino infini-
to y único que se limita y articula en ellos para constituir el arquetipo del mundo crea-
do”398.
397
Ibid. pág. 351.
398
Ibid.
416
Esta inmersión en la profundidad del Ser infinito acaso no se entendería si
olvidásemos el clima espiritual que ella descubrió en la mística de Santa Teresa de
Ávila y de S. Juan de la Cruz. Su deseo de encontrar la verdad en conjunción con
su acopio filosófico, hizo que estos últimos años de su vida se concretizaran en es-
critos de carácter hondamente espiritual y místico. Ya en la última parte del Ser fi-
nito y Ser eterno considera la experiencia mística como lo más encumbrado de la fi-
losofía. Una visión que Dios da al encontrarse y desear unirse a Él. En realidad,
una teología en consonancia con la mística de estos santos y ciertas proyecciones
del Pseudo-Dionisio, para quien todo conocimiento de Dios viene del propio Dios;
es la luz que ilumina, que irradia a los seres; pero sin dividirse ni perderse, sino
que a todos liga en el amor, es, por ello, la Suprema Unidad.
417
Reconocida su fe y su entereza cristiana, el papa Juan Pablo II la canonizó el
día 11 de octubre de 1998.
418
tral de Madrid, aunque, deseando ampliar sus conocimientos, en 1929 se traslada a
Friburgo, siguiendo cursos con Husserl y Heidegger. Interesado al mismo tiempo
de los avances de la física por su repercusión en los problemas filosóficos, en 1930
se encuentra en Berlín, donde conoce, entre otros, a Albert Einstein. Se reincorpora
a su cátedra en Madrid al año siguiente. En 1935 se encuentra en Roma, a donde se
traslada para obtener la secularización; contrae matrimonio en esa misma ciudad
con Carmen Castro, hija del historiador Américo Castro. Pero, debido a la Guerra
Civil española y los antagonismos en la Italia fascista, el matrimonio se traslada a
París, donde Zubiri imparte algunas clases en el Institut Catholique. Acabada la
Guerra vuelve a España, aunque ciertas presiones políticas fuerzan su alejamiento
de Madrid, aceptando la cátedra de filosofía en la Universidad de Barcelona. Ejerce
aquí la docencia durante los años 1940-1942, si bien este último solicitó una exce-
dencia sine die, al parecer, una renuncia velada debido a las presiones políticas. Re-
gresa a Madrid donde impartirá cursos privados.
Hasta 1944 Zubiri había publicado poco. Fue una andadura denominada
por él como etapa fenomenológica; se pone de relieve en el libro Naturaleza, Histo-
ria, Dios. Más bien, es una recopilación de artículos editados principalmente en re-
vistas filosóficas y científicas. Le sigue su etapa metafísica, marcando un hito, Sobre
la esencia, de 1962. Al año siguiente, con Cinco lecciones de filosofía. Reseñar asimis-
mo que, a partir de 1971 se crea, dentro de la Sociedad de Estudios y Publicaciones,
el Seminario Xavier Zubiri, iniciando la publicación de Realitas, donde los trabajos,
tanto de Zubiri como la de sus colaboradores, van saliendo a la luz. La gran nove-
dad sin embargo, viene representada por la publicación, en 1980, de su última
obra, Inteligencia sentiente, en tres volúmenes: Inteligencia y realidad (1980); Inteligen-
cia y logos (1982); Inteligencia y razón (1983). Pero esto no es todo: a pesar de su
avanzada edad, se siente con fuerzas para iniciar un nuevo libro, El hombre y Dios,
que no podrá terminar porque, de forma casi imprevista, le sobreviene la muerte
en Madrid ese mismo año. Se encargará, no obstante, su colaborador y discípulo
Ignacio Ellacuría, para que saliera a la luz póstumamente en 1984, siguiéndole
otros escritos, como Estructura dinámica de la realidad; El hombre y la verdad y Sobre la
realidad. Fig. 75.
CONTEXTO HISTÓRICO
419
significativos. Desde el artículo publicado en la Revista de Occidente, “En torno al
problema de Dios” de 1935, corregido y ampliado en Roma en 1936, y que fue el que
apareció en Naturaleza, Historia, Dios, hasta el libro póstumo, El hombre y Dios, es un
reflejo de su profunda inquietud por desvelar el alcance que puede ofrecerse al te-
ma religioso.
A este respecto, Zubiri, antes de exponer sus propios postulados, hace una
somera síntesis de las principales propuestas históricas en su intento de acceder a
la realidad de la existencia de Dios. Se empezó a abordar, según él, en Grecia, lle-
gando a su madurez con Aristóteles. Como tal supuesto, incidirá sobre todo en la
Edad Media, asumiendo que era posible demostrar la existencia de Dios a partir de
la experiencia. Los recursos que se utilizaron fueron, además de las leyes naturales,
el principio de causalidad y el orden del universo. Las pruebas más acreditadas
son las cinco vías de Santo Tomás. Sin embargo, como alternativa a estas demos-
traciones, aparecen las propuestas racionalistas modernas, que fundan la “teodi-
420
cea” en la pura razón, sustituyendo las anteriores pruebas cosmológicas por el ar-
gumento propiamente ontológico. Surgirán más tarde otras opciones mediante los
postulados del deber que hacen posible la moral y, con ellos, que pueda hablarse
de otro modo de Dios. Pero, ni éstos ni las anteriores pruebas satisfacen a Zubiri; el
acceso suyo es diferente, él comienza, en principio, optando por la fenomenología
de la religión para llegar, en su hacerse como persona, a la experiencia de lo real en
Dios.
LA RELIGACIÓN
399
Zubiri, X.: Naturaleza, Historia, Dios. pág. 356 (Introducción al problema de Dios). Editora Nacional.
Madríd, 1978, pág. 356 de la 7ª Ed. En adelante citaré esta obra con las siglas, NHD.
400
Ibid. 372 (En torno al problema de Dios).
421
cluso el universo material, como un campo iluminado por la luz de la fundamentalidad reli-
gante”401.
Decir también que cuando se habla de experiencia, no quiere ello decir que
el alcance se concrete en el dato externo o en el reconocimiento de una misma cosa
en distintas percepciones; tampoco en referencia a la habitual expresión de la expe-
riencia de la vida. Para Zubiri se trata más bien de una prueba, no con carácter de
comprobación lógica o conceptual, sino como “probación” de la realidad física de
lo experimentado. “Una especie de prueba a que se somete algo, una prueba que no es
mera comprobación, por ejemplo conceptiva, sino que es el ejercicio mismo operativo del da-
to de probar: es probación física. ¿De qué? De la realidad de algo. La experiencia es, pues,
probación física de realidad”402.
De hecho, el hombre, por ser una realidad personal, posee una serie de no-
tas por las que decimos que está vivo; tiene también una cierta independencia del
medio aun cuando dependa de él. Por ser viviente animado, tiene impresiones del
medio, siente. Percibe por los sentidos como lo hacen también los animales; la dife-
rencia está en que, mientras éstos sienten o descubren los objetos como estímulos,
el hombre, gracias a su inteligencia, los aprehende como reales, es decir, advierte
algo en sí mismo, no sólo como afectante o estimulante, sino según son “de suyo”;
percibo “lo otro” como realidad. Viene a decir: “El hombre se dirige a la realidad para
buscar un apoyo en ella, y a su vez esta realidad tiene gran riqueza de notas, las cuales son
una talificación403 del momento de realidad, y por tanto quedan determinadas por este mo-
mento como posibilidades de realización. La inserción de estas posibilidades en la realiza-
ción de mi persona es la probación física de realidad. El hombre haciendo religadamente su
propia persona, está haciendo la probación física de lo que es el poder de lo real. Es la proba-
ción de la inserción de la ultimidad, de la posibilitación y de la impelencia en mi propia
realidad. Al hacerme realidad personal soy pues una experiencia del poder de lo real, y por
lo tanto de la realidad misma”404.
401
Ibíd. 429
402
Ibíd. El hombre y Dios. Madrid, 1998, pág. 95 (citaremos en adelante con las siglas, HD).
403
La totalidad en Zubiri, según la interpretación de Ignacio Ellacuría, no es sólo el contenido, sino contenido
como momento aprehendido de algo real.
404
Ibíd.
422
INTELIGENCIA SENTIENTE
405
Ibid. Sobre la esencia. Ed. Moneda y Crédito. Madrid, 1972, págs. 417-18.
406
Ibíd. HD, 35-36.
407
Ibíd. 23.
423
este “frente a” no se puede ser persona humana…Cobrar es pues ejecutar acciones “frente
a”408.
Pero, si el hombre se apoya en la realidad para ser lo que es, quiere ello de-
cir que dicha realidad se constituye en fundamento. Zubiri nos habla de un triple
carácter de la misma: carácter de “ultimidad”, de “posibilitancia”y de “impelen-
cia”. De ultimidad porque es algo último y fundante; en ella se apoyan, no sólo las
acciones personales, sino todas las demás cosas; la ultimidad de lo real es la su-
prema instancia a la que el hombre puede apelar. Desde la posibilitancia se le abre
al hombre la oportunidad de realizarse como persona, de adaptarse a una forma de
realidad; pero eso sí, haga lo que haga, siempre tendrá que recurrir a la misma co-
mo principio de sus posibilidades. La impelencia viene referida al poder que ejerce
la realidad en cada una de las acciones humanas; de algún modo fuerza al hombre
a esbozar un sistema de posibilidades en las que tiene que elegir; se realiza como
un absoluto relativo por la imposición de esa misma realidad.
ACCESO A DIOS
408
Ibíd. 79.
409
Ibíd. 308.
424
damente el problema de la realidad del mundo exterior, pues éste, lejos de ser pen-
sado como un hecho extrínseco y agregado al sujeto, se constituye como dimensión
constitutivo-formal del ser del hombre.
Zubiri llega a esta conclusión, no sólo por la influencia que recibe de Hus-
serl, sino por la importancia que tiene el alcance de la religación. No es difícil to-
parse en su primera etapa con expresiones como éstas: “El problema de Dios tiene por
raíz la religación de la existencia”. De hecho, para él, el problema de la trascendencia
es una dimensión radical de la vida humana, hasta tanto, que bien puede decirse
que en el hombre está Dios como problema, o lo que es lo mismo: el problema de
Dios en el hombre existe porque es una existencia constitutivamente religada.
Pese a todo, Zubiri concede a la razón una segunda virtud que denomina
“verificación”, definiéndola como “probación física de la realidad”. No se trata de
demostrar de forma directa todo el alcance del mencionado “fundamento”; de he-
cho, trasciende todo humano entender; tampoco es que sea la conclusión de un ra-
zonamiento lógico o deductivo; su alcance viene condicionado por la realidad
410
NHD, 432.
425
misma de donde se parte, experimentándola a la luz del fundamento; el punto cla-
ve está en la experiencia de plenitud de vida personal en su triple carácter de “ul-
timidad”, “posibilitancia” e “impelencia”, como algo último y fundante. Para Zu-
biri, Dios es aquello que está fundando y haciendo posible lo absoluto de mi ser
como persona. ”La experiencia de lo absoluto no es otra cosa sino la experiencia de lo ab-
soluto cobrado en la constitución de mi ser, la experiencia de estar fundado en una realidad
fundante”411.
411
HD, 328.
412
Ibíd. 329.
413
Ibíd. 330-331.
426
puede acceder. En sí, una realidad previa al ser que, mediante el poder de lo real,
se apodera del hombre, lo religa y lo proyecta hacia una búsqueda intelectual de su
fundamento.
AMBIGÜEDADES FILOSÓFICAS
Sin embargo, existen otras frases donde parece indicar que el ser sea ante-
rior a la realidad. Significativos son los siguientes pasajes: “Realidad es ese carácter
que hemos llamado “de suyo”…, el “de suyo” es, pues, el carácter transcendental de todo
contenido determinado”418. “El ser “de suyo” es la razón formal y el fundamento de que la
existencia y de que la aptitud para existir sean momentos de algo ya real”419. Entendemos
414
Zubiri, X.: Sobre la esencia. Editorial Moneda y Crédito. Madrid, 1972, pág. 410.
415
Ibíd. pág. 413.
416
Ibíd. pág. 406.
417
Ibíd. pág. 424.
418
Ibíd. pág. 461.
419
Ibid.
427
que el ser aquí viene a ocupar el sector de la “razón formal” de la realidad, que, en
sana lógica, una razón formal será siempre anterior a aquello de que es razón. Por
consiguiente, hablar de ambigüedad en los términos señalados no creemos que sea
arbitrario o infundado.
420
Zubiri, X.: HD.
421
Ibíd. El problema teologal del hombre.
428
versidad, también de Rennes. En 1934 se inscribe en la Sorbona de París, donde co-
nocerá, entre otros, a Gabriel Marcel, asistiendo a las reuniones coordinadas por és-
te y conocidas como los “vendredi”.
Es sabido que en esta etapa juvenil queda ligado a las juventudes socialis-
tas, aunque en clara oposición al autoritarismo comunista. Como principio, siem-
pre se mostró a favor de la paz. En 1935 se licencia en filosofía y se casa con Simona
Lejas, una amiga de la infancia. Trabaja primero como profesor de filosofía en el
Liceo de Saint Briene et Colmar y, más tarde, en el de Lorient. Se interesa ahora por
la lengua alemana, tanto es así que consigue una beca para perfeccionarse en ella
en Munich. Sin embargo, la gestación de la Segunda Guerra Mundial interrumpe
su carrera. En 1939 fue movilizado por el ejército francés, pero, al año siguiente fue
capturado por la invasión alemana, pasando 5 años en distintos campos de concen-
tración. Durante este tiempo, lee a Karl Jaspers e inicia la traducción de las ideas de
Husserl. Fue liberado en 1945.
429
dades de Francia, así como la investidura de doctor Honoris causa en distintas Uni-
versidades del mundo, entre ellas, por la Universidad Complutense de Madrid, la
de Ramon Llull de Barcelona y la de Santiago de Compostela, también el premio
Balzan en reconocimiento a su labor filosófica. En siglo XXI, el premio Pablo VI en
2003. Muere el 20 de mayo de 2005 en su casa de Châtenay Malabry, al oeste de Pa-
rís, tenía 92 años. Fig. 76.
430
nes básicas de la voluntad, recurriendo a una teoría eidética de lo voluntario y lo
involuntario.
Pero el problema del mal, el tema de la culpa, le inquietará de tal forma, que
decide optar por un concluyente cambio metodológico. Así, en el segundo volu-
men de su “filosofía de la voluntad” que titula, Finitud y culpabilidad, publicado 1960,
nos ofrece una contrapartida al primero. Lo divide en dos partes: “El hombre débil y
La simbólica del mal”. Su compromiso ahora es claro: intenta desprenderse de la pu-
ra abstracción, de las disposiciones básicas de la voluntad, para adentrarse en su
ámbito empírico, es decir, lo que está intrínsicamente dentro de ella misma; intro-
duce la realidad del mal como problema dentro de la persona; no es pura abstrac-
ción, porque el mal, por su carácter absurdo y opaco, no puede ser objeto de una
descripción independiente y pura; no es posible explicar el paso de la inocencia a la
culpa mediante descripciones abstractas. Por eso, al introducir el problema del mal
y la ofensa en la estructura de la voluntad, el cambio metodológico era en todo
punto obligado. Se precisaba ahora un nuevo método descriptivo donde los símbo-
los y los mitos - por su carácter de mediación -, serían imprescindibles, esto es, se
demandaba la aparición de una hermenéutica filosófica con el fin de esclarecer la
base significativa de todo lenguaje simbólico. De ahí que, en Finitud y culpabilidad,
Ricoeur opte por desarrollar una inusitada concepción del individuo como “hom-
bre lábil”. Nos lo resume del siguiente modo: “¿Qué queremos decir al afirmar que el
hombre es “lábil”? Esencialmente esto: que el hombre lleva marcada constitucionalmente la
posibilidad del mal moral”422.
Considera también que desde la óptica mítica, el símbolo nos ayuda a aden-
trarnos en la realidad más profunda del hombre, es decir, en ese ámbito inherente
422
Ricoeur, P.: Finitud y culpabilidad, trad. de Alfonso García y Luis M. Valdés. Ed. Taurus, Madrid, 1991,
pg. 149.
431
donde goza y sufre las distintas eventualidades de la vida. Para Ricoeur, el hombre
- cuya personalidad se extrae de la interpretación de los mitos -, conlleva las si-
guientes características: A) “Es un ser que nace ya en un mundo caído”. Como
persona humana, está estructuralmente inmerso en la culpa; por lo tanto, si los
demás nacen inclinados con esta tendencia - dígase lo mismo de nosotros -, todos
nos debatimos ante la alternancia entre el bien que se quiere hacer y el mal que se
realiza; en cierto modo, es una interpelación que se nos hace si queremos seguir
viviendo. B) El hombre es partícipe de ese mal en el mundo. En efecto, si antes era
víctima del extravío inserto en el hombre, ahora colabora a ese daño. En el fondo,
cree llegar con el mal adonde con el bien le fue imposible. Por lo tanto, no es que
quiera el mal por el mal, es porque, con su realización, lo que cree conseguir es su
propio bien. Por eso el hombre no es que se constituya en un ser malo de alcance
absoluto, sino en un simple colaborador del mal practicado de forma equivocada.
C) El siervo albedrío. Significa que el hombre está mediatizado, es decir, que no es
libre absolutamente. Por más que siga afirmando o negando, su libertad está res-
tringida, las circunstancias y el contexto condicionan, de un modo u otro, su actuar
en la vida. D) La apuesta por el hombre. Quiere decir que, a pesar de todo, él con-
fía en la persona. Cree que, en medio de sus limitaciones, no está vinculado radi-
calmente al mal, puede construir el bien. En el análisis del mito adámico, por
ejemplo, entrevé que la bondad supera al abuso y a la infracción. Por eso, aun en
medio de su contingencia y finitud, el hombre puede llegar a construir una huma-
nidad en concordia con el bien y la mutua solicitud. Diríamos que la frase, “El sím-
bolo da que pensar”, con la que Ricoeur concluye la obra Finitud y Culpabilidad, va a
ser reveladora en buena parte de todo el escrito, de hecho, será el lema que orienta-
rá su filosofía en la década de los 70 a los 80.
432
Atendiendo a estas pautas, uno de los análisis que nos ofrece es la confron-
tación con los puntos de partida de filósofos como Descartes, Kant o Husserl, los
cuales intentaron constituir el yo del pensamiento como primera verdad, unos de
una forma y otros de otra. Sin embargo, para Ricoeur, la auténtica referencia nun-
ca puede ser una intuición del yo, no puede ser por tratarse de una realidad abs-
tracta y, por consiguiente vacía, sólo lo encontraríamos en sus objetivaciones, es
decir, en sus actos, en las obras concretas realizadas por el individuo; acciones que
deben ser interpretadas, por lo que se impone una hermenéutica de las mismas. De
este modo, inspirándose ahora en Heidegger, llegará a reconocer que el “ser-en-el-
mundo” es previo a la reflexión del supuesto yo. Se diría que el sujeto que interro-
ga pertenece ya al mundo, por lo tanto sólo la hermenéutica del lenguaje, basada
en el análisis de los signos y de los símbolos, permitirá vislumbrar la verdad onto-
lógica. Cierto que tampoco existe un único método de interpretación, no hay una
única hermenéutica; mientras para Freud, por ejemplo, los símbolos son disfraces
del inconsciente, otros los consideran trazos o bocetos de realidades suprasensi-
bles. Ricoeur - de entre lo que él considera “conflicto de las interpretaciones” -,
habla de los “maestros de la sospecha”, incluyendo a Marx, a Nietzsche y a Freud.
A Marx, en cuanto que desvela la ideología como falsa conciencia; a Nietzsche,
desenmascarando los falsos valores; y a Freud, poniendo al descubierto las pulsa-
ciones del inconsciente. Sin embargo, él cree que, junto a la hermenéutica de la
“sospecha”, debe efectuarse la hermenéutica de la “escucha”, capaz de dar pleno
sentido a las cosas, es decir, que la hermenéutica de lo oculto y la sospecha debe
completarse con la fenomenología de lo sagrado y del espíritu, la complementarie-
dad en las interpretaciones antitéticas es posible y, a la vez, integradora de la ver-
dad. De ahí el gran interés de Ricoeur en la últimas etapas de su vida por recuperar
al hombre como sujeto que convive y se desarrolla con los otros; lo mostraría sobre
todo en las obras, “Sí mismo como otro” (1990) y “La memoria, la historia y el olvido”
(2000).
INTERPRETACIÓN Y FE
433
la oración, es la ley de la fe”423. Admirando también la paz que respiraba en dicho en-
torno, decía: “por muy radical que sea el mal, éste nunca será tan profundo como la bon-
dad. Y si la religión, las religiones, tienen un sentido, es el de liberar el fondo de bondad de
los reses humanos”… Aquí, en Taizé, veo irrupciones de bondad en la fraternidad entre los
hermanos, en su hospitalidad tranquila, discreta, donde miles de jóvenes que no tienen la
articulación conceptual del bien y del mal, de Dios, de la gracia, de Jesucristo, pero que tie-
nen un tropismo fundamentalmente hacia la bondad”424. También en las distintas visitas
que hizo a Santiago de Compostela no era infrecuente encontrarle asistiendo a las
ceremonias de la catedral. En un artículo que publicó Carlos Baliñas Fernández so-
bre su estancia en la ciudad, comentaba que Ricoeur, lejos de presentarse como pu-
ro racionalista o radical filósofo cristiano, lo que él mostraba era simplemente
creencias, sin intentar incluso armonizar lo que le dictaba la razón con lo que le
decía la fe. En uno de sus encuentros llegó a comunicarle que su confesión (protes-
tante – calvinista – francés), en modo alguno le impedía participar en los actos reli-
giosos de cualquier confesión cristiana425. Claro que, de atenernos a distintas publi-
caciones suyas, sí podríamos afirmar que la fe cristiana, como la fe bíblica, debe
pasar por un proceso hermenéutico, es decir, por una correcta interpretación, aun-
que no para quedarse ahí, sino para alcanzar el mundo relacionado con lo trascen-
dente, esto es, con Dios. No se puede creer en Él sin dejarse interpelar por su pala-
bra. En sí, cada texto conlleva un entorno que lo define y caracteriza. Aplicado a la
Biblia, diría que es, además de testimonio, revelación divina en la historia huma-
na.
423
En la carta que escribió el hermano Roger a la familia de Paul Ricoeur tras su fallecimiento, en mayo del
2005 se encuentran estos extractos de una conversación en la Semana Santa del 2000.
424
Ibid.
425
Baliñas Fernández, C.: Conversaciones con Paul Ricoeur. Universidade de Santiago de Compostela, 2006.
434
historia de las religiones; de la filosofía del lenguaje, a la hermenéutica y las inter-
pretaciones simbólicas de los estudios bíblicos; y todo ello, como él reconoce, sin
esa organización sistemática que conlleva todo proyecto integrador en los princi-
pios básicos de la persona. Acaso esa frágil comprensión unitaria de su obra, junto
con la falta de planteamientos radicales del hombre, sean los mayores fallos del po-
lifacético Ricoeur. Admirando su inquietud pacifista en pro de una más acorde y
esperanzada vida social, echamos de menos no haber afrontado las cuestiones bá-
sicas y radicales del ser del hombre que toda filosofía, en buena lógica, nunca
puede olvidar.
435
Respecto a sus numerosas obras, podríamos dividirlas - si bien de un modo
convencional -, en cuatro etapas diferentes:
3ª) En la tercera etapa quedarían incluidas las obras con sincera aspiración
de diálogo entre las distintas religiones, particularmente entre las monoteístas. Se
aprecia esto en El cristianismo y las grandes religiones; en El judaísmo, pasado, presente
y futuro, y en El Islam, historia, presente y futuro, donde nos ofrece, en primer tér-
mino, la identidad de cada religión, aunque siempre en apertura y diálogo con las
demás.
4ª) Una cuarta sección quedaría configurada por el anhelo de una ética
mundial; de este modo, las obras, Proyecto de una ética mundial; Una ética mundial
para la economía y la política y ¿Por qué una ética mundial?, justificarían este objetivo.
Mencionaríamos también, para una visión de conjunto de sus publicaciones, sus
dos libros de memorias, Libertad conquistada (Memoria I) y Verdad controvertida (Me-
moria II); del resto de sus libros cabría decir que no hacen sino acentuar las directri-
ces que encontramos en estas etapas.
436
casi en exclusiva en el volumen, ¿Existe Dios?426, por más que se haga referencia a
alguno de sus otros escritos; porque, independiente de que se acepte o se rechace
su forma de proyectar y dar soluciones a los distintos problemas, lo que no ofrece
duda es que, bien por su forma de acomodarse al lenguaje del hombre de hoy, bien
por lo atrevido de presentar la temática, lo cierto es que sus publicaciones alcanza-
ron muy pronto niveles extraordinarios de publicidad; diríamos que en los años
setenta, Hans Küng fue el “best-seller” a escala mundial. Sus obras, además de tra-
ducirse a las lenguas más habladas, fueron también punto de referencia en no po-
cos simposios y reuniones. En nuestro caso, agradecemos que un tema como es el
de la existencia de Dios haya acaparado tanto la atención, por más que en ocasio-
nes sus postulados fuesen controvertidos y, en no pocos puntos, desafiantes. Lo
afrontaremos siguiendo lo más posible su metodología, aunque, por el resumen
que aquí se exige, nuestra intención es hacerlo en sus líneas más generales.
Así pues, ante el desafío que plantea la pregunta, ¿existe Dios?, Küng nos
ofrece en el capítulo I el alcance que tuvieron en la filosofía moderna dos posturas
contrastadas, como fueron las de Descartes y Pascal, que él analiza y contrapone.
En efecto, Descartes, en su deseo de buscar un punto de apoyo para deducir con
certeza matemática todas las demás realidades, introduce la duda metódica. Pero,
cae en la cuenta que, aun dudando de todo, encuentra una verdad inamovible:
que, aun estando dudando, él era una realidad pensante. Por su inamovible vera-
cidad, se convertía en el primer principio de la filosofía que buscaba:”Yo pienso,
luego existo”, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépti-
cos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo como el primer
principio de la filosofía que andaba buscando” (Discours IV, 1)427. De esta certeza, Des-
cartes va a pasar al convencimiento de la existencia de Dios. ¿Cómo?: según el es-
quema de causa-efecto (Meditaciones III = AT VII, 34-52). Si yo, ser finito, tengo en
mi mente la idea de infinito, debe haberlo puesto en mí un ente supremo, infinito,
Dios.
426
Küng, H.: ¿Existe Dios? Trad. de J. Mª. Bravo Navalpotro. Edic. Cristiandad. 2ª edición. Madrid, 1979.
Las citas estarán tomadas de esta edición.
427
Küng , H.: op. cit, pág. 38.
428
Ibid. pág. 85.
437
ciones; la neutralidad no es posible, porque, de no decidirse, la opción sería la
misma que la del escéptico. Ante dicha problemática, y no habiéndole convencido,
ni el total escepticismo por la protesta espontánea de la naturaleza que nos dice
cuándo nos mojamos o cuándo hemos hablado con un familiar, ni tampoco el
dogmatismo por cuanto muchas de sus razones chocan con una revisión crítica,
Pascal - invirtiendo esta lógica -, da un giro para expresar que la solución no puede
venir por causa del esfuerzo humano, sino que todo está remitiendo a algo supe-
rior a él; demanda la verdad de Dios. La certeza nos viene, no tanto por el pensa-
miento, cuanto por la fe. Al “cogito, ergo sum” (“pienso, luego existo” de Descartes),
propone Pascal el “creo, luego existo”.
Habida cuanta de tales conclusiones, Küng las estudia y analiza para des-
pués contrastarlas con su propia opinión. En realidad, lo irá haciendo a lo largo de
su voluminoso texto de casi mil páginas. Así, de tener en cuenta por ejemplo la te-
sis racionalista, apostando que todo cuanto existe se puede conocer con certeza por
la razón, inclusive la realidad divina, Küng manifiesta - en favor de Pascal -, que la
sola capacidad intelectiva se ve impotente por sí misma para llegar a semejante
afirmación. Pero tampoco sólo la fe, porque si es obvio para el creyente, ¿qué se di-
ría de los incrédulos?
438
prosigue Küng su estudio teniendo ahora en cuenta sus reinterpretaciones median-
te la apuesta de Fichte, Schelling y, más en particular, de Hegel. En principio, se di-
ría de ellos que, aún más que el apoyo a los principios político-sociales de la Revo-
lución francesa, lo que verdaderamente intentan es un pronunciamiento, un cam-
bio radical del “espíritu”, desempeñando la religión - sobre todo en Hegel -, un
papel determinante. Concibe éste que la religiosidad de un pueblo debe estar fun-
damentada en la razón en general, pero también en el sentimiento, en la fantasía y
en el corazón; no quiere una creencia religiosa irracional, pero tampoco una razón
sin tradición430. Claro que, influenciado en parte por Spinoza, llega a decir: “Cuan-
do uno comienza a filosofar, tiene primero que ser spinozista. El alma debe bañarse en el
éter de esa sustancia única, en la que está sumergido todo lo que se tiene por verdadero”431,
Hegel, sin ser un panteísta en sentido estricto, por cuanto no diviniza el mundo, sí
se acerca a esta tesis al considerar que “todo existe en Dios” de forma viva y diná-
mica”. “Todo forma parte de un sistema universal, no rígidamente matemático, sino viva-
mente dialéctico, y en él debe entenderse todo lo particular como momento de la evolución
dialéctica unitaria del todo, del propio espíritu absoluto divino: espíritu absoluto que repre-
senta la unidad de sujeto y objeto, del ser y del pensar, de lo real y lo ideal”432. Bien es cier-
to que a la hora de hacer la crítica a este pensar hegeliano, Kúng parece ponerse de
lado de Karl Barth al interpelar éste a la teología contraria al hegelianismo. Llega
más o menos a decir: quién sabe si la teología que rechaza la concepción teológica
de Hegel no ha sido por quedar espantada ante lo auténticamente teológico que se
desprende de él. Ante los interrogantes, tal vez existan grandes promesas433. En
Küng las conclusiones son obvias: “¡Dios está en este mundo, y este mundo está en
Dios! Se impone un concepto unitario de la realidad: Dios no es únicamente una parte de la
realidad, un finito (supremo) entre otros finitos. Más bien es lo infinito en lo finito, la tras-
cendencia en la inmanencia, lo absoluto en lo relativo”434.
Pero el gran crédito intelectual que tuvo Hegel desde sus años de docencia
en Berlín, pronto se quiso minimizar por causa de las duras polémicas de los que
se consideraban abiertamente antihegelianos, entre ellos, Ludwig Feuerbach,
quien, partiendo de los mismos presupuesto de Hegel, los critica y trasforma de
forma radical. Le censuraba sobre todo por no partir de los hechos reales, sino de
la idea abstracta, de un espíritu envolvente e indefinido, en todo caso, genérico.
Consideraba igualmente que la razón no debe determinarse por conceptos vagos e
imprecisos, sino por realidades concretas y palpables. Por eso, mientras la referen-
cia en Hegel era el Espíritu, Feuerbach lo aplica al hombre, convirtiendo la fuerza
y el dinamismo de la Idea, en lo real y concreto; se diría que el panteísmo idealista
de aquél, Feuerbach lo transforma en ateísmo materialista; un materialismo antro-
430
Ibid. págs. 192-93.
431
Ibid. pág. 195.
432
Ibid. pág. 207.
433
Ibid. pág. 240.
434
Ibid. pág. 261.
439
pológico que desde sí mismo y por sí mismo daba razón del mundo y del indivi-
duo. Para él la idea de Dios no era sino una simple y pura proyección del hombre.
435
Ibid. págs. 303-04.
436
Ibid. pàg. 389.
437
Ibid. pág. 414.
440
“nihilismo es el convencimiento de la inanidad, la incoherencia, el sinsentido y sinvalor de
la realidad”438.
Frente a todas estas posturas negativas, Küng apuesta por “un sí a la reali-
dad” y por “otro sí como alternativa al ateismo”. En efecto, después de expresar
que una confianza fundamental en la realidad no excluye la desconfianza en un ca-
so particular y, por ello, que pueda confundirse con la confianza ciega y acrítica, él
ratifica que el hombre no “propende” – tiende -, al no, sino al sí, pues es el que nos
abre a toda aspiración. En palabras suyas, “el sí radical a la realidad constituye una
confianza que no es racionalmente demostrable ni irracionalmente indemostrable, sino su-
prarracional, más que racional; por eso, tal confianza representa un riesgo racionalmente
justificado, por tanto, no irracional, sino enteramente racional, pero que nunca deja de ser
un riesgo439. Aunque, quizá, esta propuesta la entenderíamos mejor en el párrafo si-
guiente: “¡La confianza radical es un don! La realidad me está dada previamente: si la
acepto confiado, la recobro llena de sentido y valor. Mi propia existencia me está dada pre-
viamente: si la acepto confiado, puedo experimentar el sentido y el valor de mi existencia.
También mi razón me está dada previamente: si la acepto confiado puedo experimentar su
racionalidad. Y también mi libertad me está dada previamente: si la acepto confiado, puedo
experimentarla como real440.
Por eso, al confrontar esta última toma de conciencia con la apuesta negati-
va a Dios, Küng nos dice que el hombre en el ateísmo se decide en contra del fun-
damento primero, del soporte básico, es decir, de la última meta de la realidad;
consecuentemente es infundado, aun cuando quiera encubrirse mediante una ilu-
soria racionalidad. Nos lo expone con las siguientes palabras: “La fe en Dios vive de
438
Ibid. pág. 532.
439
Ibid. pág. 611.
440
Ibid. pág. 613.
441
Ibid. pág. 778.
441
una confianza radical últimamente fundada: con el sí a Dios yo mismo me decido confiada-
mente por un primer fundamento, por el soporte más profundo y por la meta última de la
realidad. En la fe en Dios mi sí a la realidad resulta últimamente fundamentado y conse-
cuente: es una confianza fundamental anclada en la más honda de las profundidades y en el
fundamento de todo fundamento y orientada hacia la meta de todas las metas. Mi confianza
en Dios, en cuanto confianza fundamental, cualificada y radical, es capaz de precisar la
condición de posibilidad de la problemática realidad”442.
Como síntesis, ésta es, a mi juicio, la consecuencia que hemos podido ex-
traer de la problemática que nos ofrece Küng en el libro que venimos analizando.
En posteriores estudios, como en la obra últimamente publicada, Lo que yo creo, no
hace sino reiterar su apuesta en pro de la esperanza como fundamento que posibi-
lita experiencias de sentido. Incidirá, eso sí, en una teología útil, válida para vivir,
aunque, en el fondo, apoyada en las premisas que hallamos en ¿Existe Dios?
442
Ibid. pás. 779.
443
Ibid. pág. 775.
444
Ibid. pág. 781.
442
reiterativo y no demasiado sistemático -, vaya a caer en esa contrariedad y falta de
argumentos para lo que él cree estar solidamente legitimado. Porque apelar a la
“racionalidad interna”445 para sostener una imperiosa confianza en la realidad que
me remitiría a Dios como último fundamento, es clara y simplemente una pura ar-
bitrariedad, pues la mencionada “racionalidad interna” sólo es accesible al sujeto
que cae en la cuenta de ella, posibilitando a que en otros sujetos la perspectiva
pueda ser diferente.
445
Ibid.
443
FORMULANDO UNA TEORÍA
Una vez expuestas las motivaciones y los puntos de vista de los menciona-
dos filósofos y científicos sobre el problema de la existencia de Dios, me he sentido
casi obligado a ofrecer lo que acaso algún lector me apremiara: y de la propia pos-
tura, ¿qué?
444
enteramente postergar en nuestra vida. Claro que, por ser ineludibles, son también
inseparables. Por eso, en lo que tienen de inquietud y de espera, nos están revelan-
do de alguna forma el carácter dramático de la existencia. Pero es en el horizonte
de la propia vida donde más claramente apreciamos este dramatismo: en el nacer y
en el morir está nuestra más clara limitación como individuos. Por eso, ante el de-
seo de saber quiénes somos, como primera de las cuestiones planteadas, nos vemos
obligados a hacer una somera síntesis como anticipo para después responder a la
ulterior pregunta sobre el ¿qué será de mí?
445
donde el feto vive al compás del corazón de la madre; incluso habiéndose compro-
bado que el mencionado líquido amniótico es mejor conductor de sonidos que el
mismo aire atmosférico, la pequeña criatura está en condiciones para percibir una
gran variedad de sonidos del exterior, incluso las mismas conversaciones de la
madre, sobre todo a partir de la segunda mitad del embarazo.
446
Enjuto pecharromán, A.: Lenguaje, ciencia y filosofía. Ed. Ciencia 3. Madrid, 1996, págs. 268 y ss.
446
bién se comunica. Pero, por sugestiva y sorprendente que sea su comunicación, el
animal no habla, no usa signos lingüísticos, carece de ese algo que el hombre posee
y que llamamos lenguaje simbólico; les falta la razón. Aun poseyendo gran memo-
ria, sin embargo, el pasado y el futuro, como conceptos abstractos, no son condi-
cionantes como en las personas. Por ser la palabra un medio singular de comuni-
cación, va más allá: se crea con ella cultura. Por eso el hombre es capaz de reaccio-
nar ante hechos que tuvieron lugar en el pasado, incluso sin haber intervenido en
los mismos; también puede imaginar o concebir perspectivas de futuro, incluso el
aprendizaje y la instrucción puede influir profundamente en su conducta; de ahí
que se haya afirmado, no sin razón, que el cambio que se efectuó hace unos 3.500
millones de años - haciendo que evolucionara lo inorgánico a lo biológico -, fue
menos trascendental que lo ocurrido con el uso de la palabra. Pues, mientras lo
primero fue cambio evolutivo, ayudado por el medio, con el lenguaje y la cultura
se puede incluso ir cambiando la misma genética; esa es la gran aportación que tra-
jo consigo el uso de la palabra447.
447
Ibid., pág. 267- 268.
447
Pero esta dialéctica del saber, cuya dinámica nace de la novedad de la expe-
riencia, margina todavía ciertos enfoques que, de algún modo, darían luz a ese ca-
mino que se abre a la verdad. Así, la conciencia, lejos de constituirse en soberana y
autónoma de todos sus actos, debe implicar también el inconsciente y el mundo de
imágenes subliminales, inclusive la lingüística anónima en lo que propiamente es y
constituye nuestro proceso cognoscitivo. Por eso, el “significado” que se constituye
por el sentido o contenido mental que damos a los signos, será siempre en razón de
la circunstancia personal mediatizada por los estímulos y los nombres. Además de
los factores biológicos, como el sistema glandular, produciendo los elementos
químicos necesarios para la buena marcha del organismo o el sistema nervioso con
su funcionamiento neuronal controlando los procesos orgánicos vitales, se hace
preciso atender, de modo similar, a la biografía, la educación y el ambiente que
conforma el “perspectivismo” del que habla Ortega.
448
por una particular genética proyectada intencionalmente a las cosas, pero sin per-
derse en ellas. De forma errónea interpretan la conciencia del yo quienes la redu-
cen al curso de los actos. Los objetos - por más que estén mediatizados por la subje-
tividad y el particular punto de vista -, son presencia asumida, por lo que, aun
cuando el mundo inconsciente, la historia, el entorno cultural e incluso las imáge-
nes subliminales tengan que ver en la propia interpretación, están, sin embargo,
radicalmente orientados hacia la verdad. Por ello, nuestro conocer, aunque velado
por las limitaciones inherentes, será siempre una forma de asumir la realidad;
pues, sin dicha referencia, la cultura hubiera sido imposible, no habría evolución
en el saber. Por eso, ni el yo solo del idealismo, ni las cosas solas del realismo; el
significado y la verdad están en el yo con las cosas.
LO QUE TODAVÍA NO ES
LA FELICIDAD
449
de conseguir nuestra máxima realización. Pero, ¿cuál es su verdadero alcance?
Porque, como pregunta radical que nos apremia, tiene también su historia. Ya Pla-
tón, asumiendo que los humanos apetecemos la felicidad, se adelanta a decir que
no todos la buscan por caminos similares. Unos creen encontrarla en las inclinacio-
nes instintivas, como es la comodidad, otros en la riqueza o en el placer; en cual-
quier caso, realidades referidas, según él, a la parte inferior del alma; por eso nunca
se sentirán satisfechos, son, en el fondo, carceleros de sí mismos. Los hay que la po-
nen en la ambición y el poder, dominando en ellos la parte irascible del alma; con-
seguirían éstos ser magníficos jefes de mando, pero nunca alcanzarían la plena sa-
tisfacción que creen encontrar con semejantes apetencias. Por su parte, él cree que
sólo puede encontrarse cuando el valor de la verdad sea el término de la auténtica
contemplación. La felicidad es posible cuando el hombre contempla lo eterno de
las cosas, es decir, sus verdaderas esencias. Por lo tanto, rastrear las “Ideas Eter-
nas” en el orden de las cosas, ese sería el verdadero alimento del alma racional.
448
Aristóteles: Ética a Nocómaco. I, 4, 1095 a.
449
Ibid. I, 7, 1097 b.
450
Ibid. I, 9,1099 b.
450
pensamiento que preconizaba la élite de la filosofía griega, se constituye para San
Agustín por el gozo pleno en el amor.
451
la vida es aspiración y proyecto por conseguir en el futuro el bien que se ama; en el
fondo, un anhelo que nos impulsa ir siempre hacia delante.
Claro que toda esta reciprocidad que buscan nuestras acciones tiene como
objetivo el encuentro con otra persona. Por eso, concurrir y darse en el amor de
forma interpersonal constituye la aspiración más profunda del corazón enamora-
do. Se formaliza en nosotros como una verdadera vocación, es decir, con carácter
propio, que no se elige, sino que, como proyecto vital del ser humano, lo único
que podemos hacer es admitirlo o rechazarlo; el amor es donación libre en el en-
cuentro de la otra persona para formar parte del propio proyecto vital que, en úl-
timo término, daría valor y consistencia a la ansiada felicidad. Pero lo sorprenden-
te es que en ese encuentro interpersonal deseado, se ansía que perdure, que tras-
cienda el tiempo, que no se apague lo que empezó como ventura y felicidad; se ha-
bla por ello de eternidad y de inmortalidad. Lo inalcanzable en la relación inter-
humana es, por tanto, apelación a otra felicidad más elevada que colme la capaci-
dad potencialmente infinita de la persona. Anhelamos, en lo más profundo de
nuestro ser, la plenitud que solo es posible con un Amor Supremo y Absoluto, por
más que la constatación de límite y de muerte parezca desmentir todo proyecto;
alguien lo ha calificado de “imposible necesario”, es decir, que tras la finitud y la
muerte, se antepone la exigencia incondicionada de vida y felicidad inscrita en
nuestros ser.
452
LA MUERTE
453
aparece y se desarrolla la inteligencia, se perfila la voluntad, se abre el corazón a
un mundo cuyo horizonte es el encuentro con un tú que pueda dar sentido a la vi-
da interior. Por eso, al ser estas observaciones fehacientes por sí mismas, no necesi-
tarían de por sí filosofía alguna. Únicamente, por ser realidades que afectan al ser
del hombre, sí deben incluirse en toda reflexión filosófica, y su omisión significaría
una cisura radical en la perspectiva propiamente humana, porque, sólo podríamos
dar razón de la vida si recurrimos a su totalidad y mirando a sus más amplios ho-
rizontes. Por lo tanto, como exigencia propia, se precisa inteligibilidad y sentido a
todo el ámbito humano, incluidas las más profundas interpelaciones como son las
referidas al “más allá” tras el acontecer de la muerte. Porque la pregunta, ¿qué será
de mí?, nos lleva ineludiblemente a investigar las posibles soluciones.
Pero, aun cuando la vida del hombre tenga un carácter misivo, en esa mi-
sión cabe también una doble pregunta: ¿quién es el enviado en ese cometido y
quién es el que envía? Evidentemente, la respuesta nos remite a la cuestión inelu-
dible del “más allá” como trayectoria que tiende y busca complemento y plenitud.
454
intelectual, todos admitimos - aunque sea veladamente -, ciertas evidencias. Se
parte, por ejemplo, de la necesidad del aire para respirar y vivir, también de un es-
pacio de tierra para trasladarnos de lugar. Poseemos y coexistimos con estas reali-
dades como si se tratase de algo connatural a nosotros, aun cuando nos pase desa-
percibido y no caigamos en la cuenta de ello. Ortega y Gasset calificó a este subsue-
lo de “prefilosofía”. Precediendo a las ideas están – decía -, las creencias.
Ahora bien, estas realidades que el hombre ha asumido y en las cuales se ha-
lla, tampoco suelen cuestionarse hasta que no surja en nosotros alguna incidencia
sobre las mismas. Es entonces cuando nuestro pensamiento cobra sentido dando
lugar a las ideas. En el ejemplo del aire, vemos que se hace presente en nosotros
cuando las inclemencias meteorológicas nos afectan de alguna forma. “Dar razón”
significa repensarlas, es decir, dar cabida al pensar filosófico. Claro que, acreditar o
dar razón de las creencias no quiere decir que el filósofo tenga que justificar todo
su alcance; aunque sí le obligarán a ofrecer una justificación de todas aquellas que
constituyan para él un verdadero problema, como son las que se refieren al sentido
de su existencia, a la posibilidad de una vida perdurable y, sobre todo, a las pre-
guntas que puedan implicar la existencia de Dios. Se diría que el ejemplo máximo
de lo que se entiende por “prefilosofía” es la misma noción de Dios.
Ante la instancia filosófica de tener que dar sentido a dicha creencia, men-
cionaremos las tres principales posturas que se han adoptado a lo largo de la histo-
ria. Una es la del “ateísmo”, otra la del “teísmo” y una tercera que podríamos cali-
ficar de “teísmo antropológico”.
455
civiles ante cualquier substancial discrepancia, hizo que apenas pudiera prosperar
alguna enseñanza en su contra.
456
Como tendencia ideológica, cobró notoriedad en los siglos XVII y XVIII, par-
ticularmente en el Reino Unido, Francia y los Estados Unidos de Norteamérica. En-
tre los representantes podríamos señalar a los filósofos ingleses, Thomas Hobbes
y John Locke e, influido por éste último, el francés Voltaire. Entre los norteameri-
canos: Thomas Jefferson y, sobre todo, el radical estadounidense de origen inglés,
Thomas Paine.
Por nuestra forma de actuar, damos por hecho que las justas apetencias no
pueden ser por sí mismas irracionales, lo contrario a la razón es el absurdo. Incli-
nados hacia el bien que no tenemos, estamos de alguna manera posibilitando la
apertura hacia un más que complemente las inherentes necesidades personales.
Porque el hombre no es sólo pasado y presente, sino que principalmente es impul-
so, perspectiva, tensión hacia el mañana. De hecho, toda la historia ha sido vivida
en vistas a un futuro vivencial, a un porvenir que, sin tener actualidad, aspira a ella
como complemento de lo que todavía no es. Por eso, las aspiraciones de futuro no
457
pretenden sino explicitar y patentizar lo que está latente dentro de lo que son posi-
bilidades humanas. El presente de hoy está formado por el futuro de ayer. De ahí
que, el hombre completo, en cuanto que ha consumado su desarrollo y aspiración,
aún no ha nacido, evoluciona sólo hacia ello.
Ante reflexiones como éstas, nada tiene de extraño que los dictámenes ven-
gan determinados por el particular punto de vista. Paradigma de una evolución
centrada en la ciencia positiva tenemos a Auguste Comte, quien, postergando un
Espíritu Absoluto al modo de Hegel desplegándose en formas superiores, conside-
ra que es la misma humanidad la que evoluciona en tres estadios diferentes. El pri-
mero sería de fabulación mística, pasando del fetichismo al monoteísmo de corte
militar. El segundo, predominando la concepción metafísica mediante conceptos
abstractos e indeterminados: causas, potencias, almas, cualidades, en una sociedad
marcadamente jurídica. El tercero, con el predominio de la ciencia positiva e indus-
trial. De este modo, el que fue concebido tradicionalmente como Ser Necesario, es
sustituido ahora, no por el Dios de la razón del pensamiento ilustrado, sino por la
humanidad en general, remplazando la fe en el Absoluto por la religión que tiene
458
por objeto esa misma humanidad. Comte, mensajero de la nueva ideología positivis-
ta, se basa en el orden social y tecnocrático para proponer una religión sin Dios
como mejor respuesta a los logros alcanzados por la humanidad positivista. Pero,
si así fuere, no hablaríamos hoy de crisis de materias primas ni de la deteriorada
capa de ozono o del peligro que supone el armamento atómico.
459
parusía o segunda venida de Cristo, su acción redentiva o el pecado original donde
algunos quieren minimizarle en aras de un acendrado monismo o, si acaso, de un
singular misticismo, creemos no obstante que su punto de partida es válido para
poder referirnos con propiedad a la existencia de Dios.
De hecho, ya antes del estudio sobre el sentido evolutivo del cosmos e inclu-
so sobre la tendencia humana hacia la plenitud, incalculables fueron las páginas
escritas sobre la finalidad en el universo y del universo; en la Edad Media lo resu-
mía y especificaba Santo Tomás mediante la prueba de lo que él llamó quinta vía.
Llegaba a decir: “Vemos que las cosas privadas de conocimiento, como los cuerpos natura-
les, obran en virtud de un fin, lo cual se nos manifiesta porque siempre, o la más de las ve-
ces, obran de la misma manera, de modo que realizan lo mejor: de donde vemos que no es
por casualidad, sino en virtud de una tendencia determinada por la que consiguen su fin.
Ahora bien, lo que está privado de conocimiento no puede tender a un fin sino es dirigido
por un ser inteligente… Por lo cual, todas las cosas naturales están orientadas hacia su fin,
a este ser lo llamamos Dios”452.
451
Horkheimer, M.: Die Sehnsucht nach dem ganz Anderen. Hamburgo, 1970.
452
Santo Tomás.: I, q.2, a.3; C. Gent., 1.1, c. 13 y 42.
460
Pero, aun cuando se considera esta prueba la más eficaz de sus cinco vías, y
que el mismo Kant - en medio de su crítica negativa -, manifestara también que
era “la que mejor se adecuaba a la razón humana común”453, conlleva el peligro de hacer
a Dios a la medida de nuestra racionalidad, pues la razón, por más que elabore há-
biles silogismos, su marco es fundamentalmente especulativo. Existen por lo tanto
sus dificultades a la hora de evaluar el alcance de los llamados argumentos filosó-
ficos clásicos sobre la existencia de Dios; porque si fueran totalmente convincentes,
¿por qué ninguno ha logrado imponerse de forma universal como en las cuestiones
técnicas o científicas?, ¿por qué todos asienten al teorema de Pitágoras y a estos
argumentos no? Además, deducir a Dios de esa forma teórica, ¿no será convertirlo
en un objeto al modo de la física o de la técnica? ¿Acaso no es limitada nuestra ca-
pacidad de conocer y de razonar?
En sí, no pudiendo el hombre vivir sin saber a qué atenerse, sin tener que
elegir por una u otra opción, se ve obligado a interrogarse y a buscar el fundamen-
to de su vida. Que ello derive hacia un principio metafísico y trascendente tiene su
hondo sentido. De hecho, el tema sobre Dios no se incorpora a la filosofía desde
fuera, como una cuestión meramente teórica, sino que lo descubrimos desde den-
tro, como algo profundamente vivencial.
453
Kant, M.: Crítica de la Razón pura II, Buenos Aires, 1976, 269.
454
Jaspers, K.: Der philosophische Glaube. Munich, 1948.
461
Pero, ¿cuáles son esas radicales vivencias que demandan la existencia de
Dios? En principio, las que constituyen la base de la “razón vital”. En efecto, si el
hombre es una innovación en el discurrir evolutivo de los seres, y tiene a su vez un
sentido el conjunto de su existencia, quiere ello decir que preguntarse por un fun-
damento, no sólo es racional, sino también profundamente vivencial. Algunos,
como J. Monod, han pretendido poner como principio únicamente el azar, pero és-
te, aun cuando se dé en momentos tangenciales del universo, nunca puede expli-
car, ni la evolución constante, ni menos aún los actos voluntarios de nuestra natu-
raleza racional.
Como aspiración ineludible, el hombre desea ser feliz, ¿hasta qué punto? No
con una felicidad limitada, sino en plenitud, pues es la única cota que armonizaría
con nuestros deseos y el sentido de la vida. Claro que esta elevación, que alguien
pudiera calificar de especulativa, se unifica con la vivencial, es decir, con el en-
cuentro de un verdadero amor. Por ser así, el deseo de amar y su realización plena
en un amor eterno, demanda lo Absoluto como fundamento de todos los dina-
mismos que laten dentro de nuestro ser. Cierto que esta profunda y natural aspira-
ción, a la que en modo alguno podemos renunciar, choca con la realidad de la
muerte por parecernos, en principio, una contradicción. Sin embargo, un análisis
detenido nos dice que el hombre, como ser viviente y racional, es primero una es-
tructura proyectiva, es decir, abierta a no tener que cesar; lo postula el dinamismo
inscrito en la persona, se anhela en todo encuentro en el amor; por eso se desea fe-
licidad, perduración, eternidad. Por lo tanto, una cosa es la muerte biológica que
atañe a la constitución psicofísica de la existencia humana, y otra es la muerte de la
persona en cuanto tal, esto es, la que esboza o delinea el porvenir. Tal vez pueda
conjeturarse que a la muerte biológica le siga la muerte personal; pero esto habría
que probarlo. De cualquier modo, se trata de dos formas de ausencia, de conexión
posible, pero en todo caso filosóficamente problemática. Además, sorprende que,
mientras la aniquilación no se admite en el mundo físico, sino que todo es trasfor-
mación de unos elementos en otros, paradójicamente, y de forma casi irreflexiva,
se admite sin ambages para la defunción del grado superior como es la muerte
personal; hay algo que no cuadra con la vocación proyectiva de la persona que pi-
de avance y perduración. El encuentro con un tú en el amor es, al tiempo, radical
impulso hacia otra presencia mayor, hacia el encuentro con un Tú en plenitud,
pues lo evocamos, no por algo que nos viene de fuera, sino como demanda interior
que da sentido a toda proyección de la vida. Es por lo tanto la razón vital la que
encuentra sentido y permite evocar a Dios, hablar de su existencia.
462
palabra revelada y, como experto paleontólogo, también está al corriente de las in-
vestigaciones evolutivas, lo que le permitirá, vista la concordancia, conjugar su fe
religiosa con los conocimientos que le aportaban las ciencias positivas.
Sin embargo, como ya se dijo, no fue fácil para él, ni la exposición de sus
deducciones filosóficas ni la defensa de las mismas; pues, dada su originalidad, y,
sobre todo, las no pocas implicaciones teológicas que conllevaban, como lo tocante
a la muerte de Cristo, a su segunda venida, a los sacramentos, al pecado original e
incluso a un velado monismo filosófico, hicieron que el debate de estos temas aún
continúe entre partidarios y opositores.
Por lo que aquí respecta, aceptamos su primer enfoque, esto es, la visión del
mundo y del hombre en continuo ascenso buscando armonía y plenitud. En sí, una
cima donde confluyen la perfección del mundo y la perfección de Dios; ir más ade-
lante, para decirnos que se culmina en el Cristo cósmico universal, es ya hacer teo-
logía; se trasciende el alcance de nuestra capacidad intelectual para dar pie a lo que
455
Teilhard de Chardin.: Comment je crois, en Oeuvres de Pierre Teilhard dce Chardin, 1934, vol. X, París,
1969.
456
Ibid.
463
él conoce por revelación: “Cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mis-
mo Hijo se sujetará a quien a Él todo se lo sometió, para que sea Dios en todas las cosas”457.
Quizá el desafío más grande para el teísta sea la constatación del sufrimien-
to y del mal. Al dirigir nuestra mirada hacia el mundo, nos sentimos heridos por
una punzante paradoja: al lado de la perfección y belleza que acompaña a los seres,
nos encontramos también con la persistente animadversión que estigmatiza todo lo
457
1 Cor. 15,28.
458
1 Jn. 4, 7-21.
464
creado. La realidad es siniestra por el sinnúmero de lágrimas que provoca. Hay he-
ridas abiertas que no logran cicatrizar: existen convulsiones, cataclismos y tsuna-
mis que pueden aparecer en cualquier momento; y más aún si nos detenemos en
las contradicciones que afloran en el ser humano: el afán de dominio nunca se sa-
cia; el instinto de destrucción nunca pone fin; el número de los sacrificados nunca
es suficiente.
459
Lactancio: De ira Dei, 13, 20-21.
465
En este empeño, intentaremos exponer el problema en tres apartados dife-
rentes: A) existencia y concepto del mal. B) Justificación del mal. C) Compatibili-
dad de Dios con el mal.
Acaso la mejor forma para iniciar el estudio fenomenológico del mal es se-
guir la senda de los efectos incontrastables que lo producen: en la naturaleza, como
desequilibrio y desorden; entre los humanos, en los signos de dolor y sufrimiento.
Del mal nos habla, no solamente la historia, sino la propia experiencia; lo concebi-
mos, no sólo como algo que debemos afrontar, sino como una forma de ser de la
existencia; vemos que está en todo proceso evolutivo, en toda marcha ascendente
de la vida. Por altas que sean las cotas alcanzadas, allí están las desventuras y los
fallos; se nos impone por su evidencia. La dificultad surge lógicamente al querer
avenir la existencia del mal con el Dios todopoderoso y bueno. ¿Podrá armonizar-
se? He aquí el problema que tanto ha inquietado al hombre.
A la hora de solventarle, las opiniones no siempre han sido las mismas. Por
eso, sin pretender hacer un recorrido histórico del problema, sí creo oportuno, co-
mo resumen de este planteamiento, recordar las palabras de Berdiaev ante el es-
cándalo que suponía para muchos afrontar hoy el problema. Decía: “La conciencia
racionalista del hombre contemporáneo juzga que la existencia del mal y del sufrimiento es
el principal obstáculo para la fe en Dios y el argumento más importante a favor del ateísmo.
Parece difícil conciliar la existencia de Dios, del dispensador clementísimo y omnipotente,
con la existencia del mal, tan temible y poderoso en nuestro mundo. Este argumento, el
único serio, se ha hecho clásico. Los hombres pierden la fe en Dios y en el sentido divino del
mundo, porque observan que el mal triunfa, porque experimentan sufrimientos carentes de
sentido, engendrados por dicho mal”460.
Esta visión de Berdiaev, que en modo alguno le impidió ser un fiel converso
a la fe cristiana en los tiempos modernos, es, en realidad, la misma consternación
que hizo exclamar a San Agustín: ¿De dónde proviene el mal, puesto que Dios, siendo
bueno, ha creado buenas todas las cosas?461. Ante el desafío, urgen explicaciones, no só-
lo en el campo de la teología, sino también de tipo filosófico y racional.
460
Berdiaev, N.: Esprit et liberté . Essai de philosophie chrétienne. Paris, 1933, págs. 175-76.
461
Agustín, S.: Confesiones, VII, V, 7.
466
y la justa medida, es decir, el bien; el otro, Angra-Mainyu (Arhiman), como princi-
pio de las tinieblas y del mal. De ellos brotaban emanaciones buenas y malas con la
consiguiente conflictividad entre lo bueno y lo malo.
467
Así las cosas, la perspectiva se abre al percibir que si el mal es privación, di-
cha carencia sólo la comprendemos racionalmente desde la perfección. El punto de
referencia de lo limitado no puede ser otro que tenga las mismas privaciones, sino
lo absoluto e ilimitado. La razón postula un Bien perdurable, que vaya más allá de
las desventuras y pesares que tan hondamente nos afectan. Sólo ante ese Bien su-
premo captamos que las limitaciones inherentes a nuestra realidad no pueden te-
ner una consistencia en sí mismas. Las carencias y privaciones únicamente podrán
eclipsarse ante la realidad de ese Ser absolutamente bueno y garante de los princi-
pios y postulados de toda persona. Lo vislumbra también la razón en la marcha as-
cendente de la realidad; pues, una evolución que va a más sólo puede salvarse del
absurdo por la confianza en un Ser Supremo donde el mal no tenga cabida. De ahí
que las limitaciones, como expresión de un mundo finito e inconcluso, lejos de te-
ner la última palabra, trabajan a favor de lo permanente y lo absoluto. No obstante,
todavía encontramos otro problema que el pensamiento filosófico no solventa, ni
con la finitud de los seres del mundo, ni con la marcha evolutiva de la naturaleza,
y es el siguiente: supuesta así la creación, finita e inestable, ¿por qué Dios quiso un
mundo que inexorablemente tenía que contar con el mal? En otras palabras: ¿qué
sentido podía tener lo defectuoso?
Una vez comprobados los efectos del mal, comprenderemos que, en cuanto
privaciones que son, caen siempre dentro del campo de lo finito e inestable, nunca
en la acción positiva y directa del Ser que es existencia en plenitud. Por lo tanto,
que haya males no quiere decir que sea asentimiento, connivencia o carta blanca
por parte de Dios. No, Él es la oposición radical a todo mal, capitanea la primera
línea en el enfrentamiento, Dios es el ariete contra el mal. Pero, ¿por qué? Sencilla-
mente porque Él quiere y desea que esta realidad finita que somos nosotros tenga
la capacidad de infinitud mediante el proceso evolutivo y de maduración de cada
uno; es el primer paso para responder a la cuestión de si tiene sentido la existencia
de un mundo limitado e imperfecto.
Creemos que Dios no opta por un mundo defectuoso o malo y otro carente
de imperfecciones, sino que su acción creadora es por “el ser” en lugar de “la na-
da”. Por consiguiente, las carencias propias del ser finito, no son para que nos ins-
talemos en ellas, sino para superarlas. La bondad de Dios se refleja dando el ser y,
en su ascendencia evolutiva, llegar a comunicarse con el hombre a quien llama a
participar de su vida y perfección. Se deduce entonces que la creación y la supera-
ción del mal no han terminado, pues, aun encontrándonos en una línea ascendente,
las sucesivas etapas llevan el mal introducido en las propias venas. No obstante,
por ir en pos del triunfo definitivo del espíritu, sí puede decirse que Dios ayuda e
impulsa al hombre para que consiga el fin que más intensamente ansía. En la lu-
468
cha contra el mal se involucran, no sólo la voluntad del hombre, sino la acción di-
vina en aras de una perfecta liberación.
Por eso, lo que en un principio parecía inexplicable, al final vemos que se di-
luye comprendiendo que el mal entra en el acto bueno de la creación. Llegar a ser
lo que no se era, siempre será positivo por más que la finitud de su entidad com-
porte privaciones y carencias. Superarlas y llegar a la comunión con el Absoluto es
el cometido. En consecuencia, el problema está, no tanto en saber dónde provienen
los males, cuanto en el modo de erradicarlos. En el empeño no se está solo, pues,
siendo la creación el espejo de una voluntad perfecta y buena, su acción divina
siempre estará del lado del que sufre el dolor cuando aún no se ha alcanzado la
plenitud que se desea.
463
Rom. 8, 19-23.
469
¿Podría decirse entonces que el Padre fue la causa del sufrimiento de Jesús?
En modo alguno, sufrió libremente por el mundo, por los sufrientes y por dar sen-
tido a toda ansia de Infinitud. La cruz no es amor, ni fruto del amor, es el lugar y la
expresión donde se manifiesta lo que puede el amor. En cuanto dolor humano, de-
be ser entendido como solidaridad con nuestra naturaleza limitada y pecadora, no
para perpetuarla o eternizarla, sino para suprimirla, no por la fuerza, sino por el
amor.
Por ser esto así, podemos afirmar que el Cristo inmolado en la cruz no sim-
boliza el fracaso de Dios ante el mal, al contrario, encarna la victoria definitiva, re-
velando la posibilidad de convertir el mal en bien. Puede decirse igualmente que la
creación, como acto divino, se consuma en la pasión de Jesús, donde la misma
muerte halla su más alto sentido de fidelidad y de entrega por amor. Por eso, su
confianza se convirtió en dádiva mediante su resurrección. En otras palabras: el
mal existe en el centro y en la raíz de toda creación evolutiva, pero ha sido vencido
en la muerte y resurrección de Cristo, primicia y garantía de nuestros anhelos de
vida y de plenitud.
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475
ÍNDICE DE AUTORES
A. Hermann, 387 125, 128, 130, 133, 137, 138, 140, 141,
Abbagnano, 114, 158 148, 149, 155, 173, 178, 179, 185, 192,
Abu Bisr Matta., 99 201, 226, 241, 244, 245, 257, 281, 363,
Adam Sedgwick, 356 371, 380, 421, 451
Adler, 335, 340 Arno Penzias, 373
Adriano, 55 Arsuaga, J. Luis, 472
Agripa, 47, 59 Artigas, M, 472
Alejando de Hales, 126, 127 Asín Palacios, 114
Alejandro, 37, 98, 121, 205, 473 Averroes, 103, 111, 112, 113, 114, 115,
Alexander Friedmann, 372 116, 117, 123, 134, 146, 149, 169, 173,
Al-Farabi, 99, 100, 101, 102, 104, 106, 178, 217
109 Avicembrón, 117
Algazel, 108, 109, 110, 111, 112, 115 Avicena, 103, 104, 105, 106, 107, 109,
Amonio, 64 111, 123, 134, 138, 146, 149, 173, 178
Amorth, Gabriele e Italo Zanini, 472 Ayala, Francisco, 472
Anaximandro, 11, 12, 13, 14 B. Hauréau, 90
Anaxímenes, 13, 21 Barbour, I, 472
Andreas Osiander, 245 Barreau, J, 472
Andrew D. White, 382 Benedicto XVI, 367, 368, 436, 460
Andrónico de Rodas, 38, 41 Berdiáyev, 398, 400, 401, 402, 403, 404
Anesidemo, 59 Bergson, 393, 394, 395, 396, 397, 398
Ángel González Álvarez, 113 Berkeley, 226, 257, 258, 259, 260, 261,
Anníceris, 30 262, 263, 266, 373
Antonio Gassendi, 201 Bernardo, 127
Arcesilao de Pitane, 59 Blondel, 5
Aristarco de Samos, 245 Boecio, 84, 85, 86, 87, 88, 98, 134
Aristóteles, 8, 10, 11, 15, 18, 20, 22, 23, Bohr, N, 472
25, 31, 35, 36, 37, 38, 39, 40, 41, 42, Bowker, J, 471
43, 44, 58, 64, 65, 66, 70, 85, 86, 87, Brahe, 242, 246, 247, 248, 371
88, 99, 100, 103, 104, 107, 109, 111, Brandon, S.G, 471
112, 114, 115, 117, 118, 119, 121, 124, Brentano, 347, 472
476
Brian Greene, 472 Demócrito, 178, 320, 324, 456
Brugger, W, 471 Denis Edwards, 473
Buber, 404, 405, 406, 407, 408, 409, 410, Descartes, 62, 78, 80, 84, 96, 98, 110,
472 167, 191, 193, 194, 195, 196, 197, 198,
Burro, 51 199, 200, 201, 202, 203, 205, 208, 209,
C. F. Schmid, 288 211, 212, 213, 216, 221, 225, 226, 228,
C. L. Reinhold, 288 230, 231, 233, 237, 239, 253, 257, 259,
Cabada Castro, 472 261, 266, 275, 276, 282, 309, 363, 431,
Calígula, 47, 50, 51 434, 437, 438
Campanella, 201, 231, 400 Diderot, 457
Camps, Victoria, 472 Diels, 10, 12, 13, 14, 17, 18, 19, 20, 22
Carl Hagen, 375 Diógenes Laercio, 10, 11, 21, 24, 26, 29,
Carl von Linneo, 355 45, 141
Carnap, 348 Dión, 30
Carnéades de Cirene, 59 Dostoyevski, 398, 399, 403
Catón, 59 Duns Escoto, 134, 144, 146, 147, 149,
Cayo Calpumio Pisón, 51 156, 158, 173, 415, 416
Charbonneau, P. E, 472 Dyson, F, 473
Charles Lyell, 354 É. Gilson, 134
Charles W. Morris, 348 Eccles, J, 473
Charron, 207 Eckhart, J, 151, 152, 153
Chasdai Crescas, 213 Edith Stein, 410, 419
Christian Garve, 288 Egido Romano, 173
Cicerón, 10, 38, 76, 78, 141, 192 Einstein, 372, 379, 381, 382, 383, 384,
Claudio, 51, 194, 201 385, 386, 387, 388, 389, 390, 391, 392,
Cleantes, 45, 46, 57, 268, 269 420, 473
Clemente, 73, 100, 127, 168 El cardenal Zeferino, 231
Collins, J, 472 Eliade, M, 471
Copérnico, 178, 179, 242, 245, 247, 248, Empédocles, 173
250, 251, 371 Engels, 320, 321, 322, 361
Corbín, H, 472 Enjuto Pecharromán, A, 289, 473
Cortina, A, 472 Enrique de Gante, 173
Crisipo, 45 Epafrodito, 55
Dalailama, 472 Epicteto, 55, 56, 57
Dan Brawn, 244 Epicuro, 58, 317, 320, 324, 456, 466
Daniel Huet, 201 Erasmo de Rotterdam, 54
Dante, 54 Ernest Nagel, 348
Darwin, 356, 357, 358, 359, 360, 361, Ernst Cassirer, 9
362, 363, 396, 472 Escoto Erígena, 90, 91, 93
Dawkins, R, 472 Esfero de Bosporo, 45
De Olañeta, José J, 472 Étiene Dolet, 457
De Sahagún, Lucas, 472 Euclides, 29, 203, 242
Delanglade, J, 472 Feigl, 348
477
Ferrater Mora, 272, 471 Hans Hahn, 348
Feuerbach, 313, 314, 315, 316, 317, 318, Harold Urey, 363
319, 320, 321, 322, 324, 326, 340, 437, Hawking, 378, 379, 381, 473
440, 441, 442, 457 Hegel, 143, 166, 296, 297, 300, 302, 303,
Fichte, 290, 291, 292, 293, 294, 295, 304, 305, 306, 307, 308, 309, 310, 311,
296, 298, 299, 305, 306, 310, 311, 330, 313, 314, 315, 316, 317, 321, 322, 324,
431, 439, 440 325, 330, 393, 437, 439, 440, 459, 462
Filipo de Macedonia, 37 Heidegger, 341, 343, 410, 416, 420,
Filón, 47, 48, 49, 50, 268, 269 421, 431, 434
Flavio Arriano, 55 Héinsenberg, 384
Forment, E, 473 Heisenberg, W, 473
Fraile, G, 227, 473 Heráclito, 14, 17, 18, 22, 31, 173, 178,
Francisco Suárez, 182, 184, 185, 186, 328, 329
188 Hermann Bondi, 373
François Englert, 375 Hermías, 37
Fred Hoyle, 373 Hesíodo, 8, 19
Frederick Temple, 358, 361 Hobbes, 201, 211, 212, 259, 458
Freud, 334, 335, 336, 337, 338, 339, 340, Höfler, 347
342, 431, 434, 437, 441, 442 Hölderlin, 296, 302
Galieno, 64 Homero, 8, 19, 173, 192
Galileo, 193, 231, 242, 249, 250, 251, Horacio, 192
252, 371 Horkheimer, 461
García Bacca, J. D, 473 Hume, 142, 143, 225, 257, 263, 264,
Gasendi, 203 265, 266, 267, 268, 270, 271, 272, 276,
Gaunilón, 96, 97 277, 347, 386, 388
George Ellis, 380 Husserl, 341, 342, 411, 412, 413, 415,
George Gamow, 373 416, 419, 420, 421, 426, 430, 431, 434
George Lecrerc Buffon, 354 Isaac Beeckman, 194
George Smoot, 373 J. D. García Bacca, 10
Georges Louis Leclerc, 355 J. Monod, 463
Gioberti, 227 J. Schulze, 288
Giordano Bruno, 178, 179, 180, 181, Jack Szostak, 364
182, 212 Jaeger, W, 473
Girardi, 471 Jámblico, 173
Gómez Caffarena, J, 473 Jaspers, K, 143, 462
González Palencia, 117 Jauch, J, 473
Gonzalo de Balboa, 144 Jean Guerrier, 205
Gozalo Sanz, L. María, 473 Jenófanes, 14, 19, 20, 21
Graham Cairns-Smith, 366 Joan Oró, 365
Guillermo de Auvernia, 107, 121, 126 John H. Newman, 358, 361
Guillermo el Rojo, 94 John Henslow, 356
Haisch, Bernard, 473 John W. Draper, 382
Hamann, 288 Joseph D. Hooker, 357
478
Joseph Degenhart, 387 Maimónides, 101, 107, 121, 123, 124,
Juan de la Cruz, 397, 418 125, 134, 139, 212, 213
Juan de Rochela, 126 Malebranche, 225, 226, 227, 228, 230,
Juan Mocenigo, 178 231, 237, 257, 259
Julián Marías, 473 Manuel Alonso, 114
Jüngel, E, 473 Manuel Carreira, 379
Kant, 96, 97, 98, 143, 219, 239, 271, 273, Marcel, 5, 343, 430, 431
274, 275, 276, 277, 278, 279, 280, 281, Marechal, 5
282, 283, 284, 285, 286, 287, 288, 289, Mario Cayo Victoriano, 77
290, 291, 292, 296, 302, 309, 310, 330, Marsilio Ficino, 166, 167, 168, 169, 170,
371, 380, 388, 409, 431, 434, 437, 439, 171, 172, 231
445, 457, 462, 472, 474 Martín Velasco, J, 473
Karl Jaspers, 143, 343, 430, 431, 462 Martínez, A. y Cortés, J, 471
Karl Schmitz-Moorman, 367 Marty, 347
Kazimierz Lyszczynski, 457 Marx, 314, 320, 321, 322, 323, 324, 325,
Kepler, 231, 242, 247, 248, 253, 371 326, 345, 346, 361, 388, 398, 431, 434,
Koyré, A, 473 437, 441, 442
Küng, 436, 438, 439, 440, 441, 442, 443, Meinong, 347
444, 473 Meleto, 27
Kuno Fischer, 298 Mendel, 359, 360
La Rochefoucauld, 206 Menéndez Pelayo, 52
Lactancio, 54, 73, 466 Merleau-Ponty, 341
Lamarck, 355 Mersenne, 194, 200, 203
Laplace, 354, 371 Minucio Félix, 72
Latourelle, 471 Mlodinow, L, 379, 381
lbn Tufay, 112 Monod, J, 473
Le Clerc, 220 Montaigne, 206, 207
Le Strat, S, 473 Mounier, 5, 430, 431
Leibniz, 96, 98, 147, 166, 212, 225, 226, Mück, O, 473
231, 232, 233, 234, 235, 236, 237, 238, Muguerza, J, 473
239, 254, 275, 276, 296, 330, 380, 439 Musonio Rufo, 55
Lemaître, 372, 373 Mydorgue, 194
Leonardo da Vinci, 103, 242, 243, 244, Nerón, 51, 55
339 Newton, 232, 242, 252, 253, 254, 255,
Levi ben Gerson, 213 257, 263, 275, 276, 363, 371, 383, 473
Limborch, 220 Nicolás de Cusa, 159, 160, 161, 162,
Locke, 220, 221, 223, 224, 225, 233, 257, 163, 164, 165, 178, 179, 182
259, 260, 263, 276, 458 Nietzsche, 12, 326, 327, 328, 329, 330,
Lococo, D, 473 331, 332, 333, 334, 346, 431, 434, 437,
López Ibor, 340 441, 442
Lord Herbert, 220 Nishitani, K, 474
Louis Pasteur, 363 Norman Kemp Smith, 272
Lucilio, 52, 55 Ockham, 154, 155, 156, 157, 158, 347
479
Olasagasti, M, 474 Pseudo-Dionisio, 66, 75, 90, 91, 94,
Olimpiodoro, 173 151, 153, 162, 416, 418
Oparin, 363 Ptolomeo, 102, 104, 116, 242, 245, 247,
Orígenes, 55, 73, 74 251, 371
Ortega y Gasset, 63, 419, 456 Rabí-Samuel-ben-Tibbon, 101
P. Castelli, 250, 251 Ramón Llull, 178
Pablo VI, 361, 367, 431, 460 Random House, 244
Paracelso, 103, 246 Rañada, A. F, 474
Parménides, 17, 21, 22, 23, 31, 66, 178, Ratzinger, J, 474
216 Ricard Guerrero, 366
Pascal, 57, 202, 203, 204, 205, 206, 207, Richard Dawkins, 361
208, 209, 211, 437, 438, 439 Ries, J, 474
Peacocke, Arthur, 474 Robert Brown, 388
Pedro Lombardo, 144, 154 Roberto Boyle, 232
Pedro Martín de Dacia, 132 Roberval, 203
Peter Higgs, 374 Roscelino, 155
Petrarca, 54 Rousseau, 263, 276, 302
Peukert, 474 Rovira, R, 474
Pico della Mirandola, 172, 173, 174, Rowan Williams, 361
175, 176, 177 Ruíz Noé, J, 474
Pierre Guerrier, 205 Ruse, Michael, 474
Píndaro, 192 Russell, 345, 347
Pirrón de Elis, 58 S. Agustín, 54, 76, 78, 79, 80, 81, 82, 83,
Pitágoras, 14, 15, 16, 70, 144, 168, 370, 84, 86, 88, 89, 95, 98, 355, 361, 381,
462 451
Planck, 383, 384, 385, 386, 387, 474 S. Alberto Magno, 121, 132
Plantinga, A, 474 S. Ambrosio, 77
Platón, 8, 21, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, S. Anselmo, 86, 94, 96, 97, 98, 282
31, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 41, S. Basilio, 74
42, 44, 47, 49, 50, 54, 55, 58, 64, 65, S. Buenaventura, 98, 126
66, 67, 69, 70, 72, 75, 80, 85, 86, 87, S. Gregorio de Nacianzo, 74
88, 99, 103, 112, 127, 134, 140, 141, S. Gregorio de Nisa, 74, 75, 89, 94
151, 166, 167, 168, 169, 170, 171, 173, S. Pablo, 72
174, 176, 178, 192, 225, 237, 241, 257, Sádaba, J, 474
296, 304, 330, 370, 371, 417, 451, 454 Sagan, C, 474
Plotino, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 70, 87, Saint Cyran, 204
88, 92, 167, 171, 173 Saladino, 122
Polkinghorne, John, 474 Samuel Wilberforce, 358, 362
Porfirio, 64, 70, 85, 167, 173 Santa Teresa, 397, 415, 418
Prigogine, Ilya, 474 Santo Tomás, 98, 105, 107, 121, 123,
Proclo, 75, 134, 167, 173 128, 130, 132, 134, 135, 136, 137, 138,
Próxeno de Atarneo, 36 139, 140, 143, 144, 145, 148, 149, 168,
173, 178, 415, 416, 419, 421, 439, 461
480
Sartre, 341, 342, 343, 344, 345, 346 Tertuliano, 52, 54, 72
Scheler, 412, 416 Thomas Cech, 364
Schelling, 296, 297, 298, 299, 300, 301, Thomas Gold, 373
302, 303, 305, 306, 310, 311, 330, 401, Thomas Huxley, 357
403, 440 Thomas Jefferson, 458
Schlegel, 290, 297 Thomás Moro, 400
Schleiermacher, 290, 297, 330 Thomas Paine, 458
Schlick, 348 Tieck, 290, 297
Schmitz-Mormann, Karl, 474 Tolstoi, 398, 403
Schrödinger, E, 474 Tomás de York, 126
Schulz, W, 474 Toscano Liria, M, 474
Séneca, 12, 46, 50, 51, 52, 53, 54, 141 Tresmontant, C, 474
Serge Bramly, 243 Udías Vallina, A, 474
Sexto Empírico, 58, 60, 61, 62, 207 Vallejo Nágera, María, 474
Sidney Alman, 364 Virgilio, 192
Simone de Beauvoir, 341, 342 Von Balthasar, 5
Sócrates, 21, 23, 24, 25, 26, 27, 28, 29, VV. AA, 471, 472
31, 34, 35, 37, 42, 53, 61, 72, 241, 304, VV.AA, 474
328, 330 W. van Quine, 348
Sogyal rimpoche, 474 Wilson, 90, 128, 373
Solón, 29 Windelband, 298
Spinoza, 211, 212, 213, 214, 215, 216, Wittgenstein, 347, 348, 349, 350, 351
217, 218, 219, 232, 233, 234, 237, 239, Wolff, 275, 439
288, 296, 307, 313, 388, 392, 437, 439, Wren Pell, 232
440 Wulff, 90
Stanley Miller, 363 Xavier Zubiri, 184, 419, 420
Steffens, 297 Yuhanna bn Haylan., 99
Stephen Jay Gould, 474 Zambrano, M, 474
Stevin, 194 Zeller, 298
Tales, 10, 11, 12, 13, 370 Zenón, 45, 57
Teilhard de Chardin, 367, 369, 460, Zenón de Citio, 45
464, 474 Ziman, J, 475
Temistio, 173
481
ÍNDICE ANALÍTICO
482
cosmos15, 16, 17, 28, 54, 102, 125, 164, 305, 306, 310, 318, 319, 360, 363, 377,
166, 175, 181, 238, 248, 250, 255, 330, 400, 401, 402, 403, 404, 418, 421, 427,
368, 372, 373, 376, 378, 379, 387, 459, 441, 461, 468, 471, 472, 475
462, 465, 474 dogmatismo59, 60, 63, 118, 278, 294,
cristianismo73, 77, 78, 160, 171, 206, 320, 327, 330, 439
212, 222, 225, 240, 245, 253, 259, 309, donatistas ............................................ 78
315, 317, 319, 328, 331, 334, 378, 399, dualismo maniqueo ........................... 78
400, 402, 403, 415, 416, 419, 438, 458, Dyaus pitar ............................................. 5
473 Dyeus ...................................................... 5
culto6, 57, 59, 89, 115, 156, 164, 172, ecléctico.................................... 50, 70, 89
387 Edad Moderna .................................... 72
cultura helenista ................................. 47 el Uno16, 65, 66, 67, 69, 70, 101, 163,
deber28, 37, 45, 114, 183, 276, 284, 285, 174, 175, 176
286, 288, 290, 292, 294, 295, 296, 308, el vacío ................. 22, 204, 207, 375, 404
309, 381, 405, 423 eleatas............................................. 19, 20
deducciones silogísticas .................... 44 emanatismo . 77, 119, 120, 122, 170, 172
Demiurgo ........................ 32, 68, 69, 177 empirismo143, 192, 258, 263, 264, 265,
determinismo27, 57, 148, 219, 220, 272, 274, 277, 278, 348, 350, 387, 395,
293, 393 458
deus ......................................... 5, 166, 318 enseñanza coránica .......................... 114
devenir9, 12, 18, 43, 92, 297, 299, 302, enseñanzas coránicas ....... 102, 103, 114
306, 308, 310, 312, 322, 323, 330, 408, epistemología ...................................... 63
417, 418, 465 escepticismo26, 58, 59, 60, 62, 63, 78,
dialéctica31, 46, 65, 74, 95, 133, 173, 79, 109, 111, 112, 143, 159, 162, 195,
282, 293, 295, 307, 308, 309, 316, 322, 196, 208, 212, 259, 260, 270, 272, 277,
323, 327, 342, 362, 408, 441, 450 439
dictadura del proletariado.............. 325 escolástica48, 50, 85, 90, 100, 118, 122,
dimensión ontológica ........................ 23 128, 129, 132, 134, 135, 138, 139, 146,
dinamismo8, 13, 16, 65, 68, 70, 182, 149, 159, 161, 165, 170, 184, 186, 195,
235, 293, 295, 297, 299, 311, 312, 316, 202, 212, 232, 259
333, 339, 368, 369, 395, 399, 401, 404, espacio6, 8, 11, 61, 129, 165, 167, 175,
441, 464 180, 182, 186, 204, 240, 256, 272, 280,
Divinidad2, 16, 20, 34, 35, 45, 49, 50, 281, 282, 283, 311, 365, 366, 373, 374,
56, 61, 70, 75, 82, 83, 93, 94, 100, 101, 375, 379, 380, 382, 388, 390, 401, 403,
126, 128, 130, 132, 137, 147, 153, 154, 409, 410, 457
174, 180, 182, 197, 199, 224, 228, 231, Espíritu Absoluto ............. 312, 322, 460
235, 244, 262, 263, 305, 306, 308, 309, estoicismo45, 47, 51, 55, 56, 57, 61, 66,
370, 377, 398 74, 195, 213
divino12, 13, 16, 18, 20, 33, 35, 42, 43, estructuralista ....................................... 9
48, 49, 50, 57, 61, 65, 68, 70, 83, 84, eternidad7, 39, 44, 67, 69, 83, 92, 98,
88, 89, 93, 100, 101, 110, 111, 115,
102, 110, 116, 126, 148, 170, 172, 175,
117, 119, 120, 126, 132, 133, 138, 149,
181, 217, 219, 382, 419, 454, 462, 464
152, 153, 154, 163, 167, 170, 175, 176,
eterno6, 12, 13, 18, 22, 23, 32, 45, 67,
179, 183, 189, 190, 216, 217, 218, 220,
73, 82, 83, 102, 117, 126, 130, 140,
226, 256, 270, 292, 294, 295, 296, 300,
153, 163, 165, 180, 181, 182, 200, 201,
483
216, 219, 224, 255, 300, 311, 323, 329, 401, 414, 426, 427, 428, 429, 430, 443,
330, 377, 382, 404, 408, 409, 410, 411, 444, 445, 456, 459, 463, 464, 466
415, 416, 417, 419, 420, 452, 464 galaxias .......................................... 4, 376
evidencia44, 94, 114, 115, 130, 131, gnoseología ......................................... 63
132, 136, 137, 138, 140, 158, 185, 196, God .......................... 5, 376, 473, 474, 475
202, 230, 261, 266, 268, 347, 380, 387, Got........................................................... 5
390, 406, 462, 468 Gott ......................................................... 5
evolución3, 4, 72, 77, 79, 294, 295, 299, hilozoísmo ........................................... 13
300, 337, 340, 347, 357, 358, 359, 361, humanidad2, 4, 5, 75, 78, 103, 116,
362, 364, 365, 367, 368, 369, 382, 383, 169, 270, 271, 286, 311, 319, 340, 369,
395, 396, 397, 398, 414, 418, 421, 422, 391, 402, 403, 434, 460, 461, 475
441, 450, 451, 456, 460, 462, 464, 465, idealismo202, 260, 261, 289, 293, 294,
470, 474, 475 297, 298, 299, 300, 302, 303, 305, 307,
existencia de Dios3, 5, 34, 35, 39, 44, 310, 312, 318, 322, 323, 399, 411, 414,
57, 61, 73, 82, 85, 96, 98, 99, 106, 110, 426, 440, 442, 451, 475
115, 125, 126, 128, 130, 131, 132, 135, idealista ................ 70, 202, 263, 348, 441
136, 137, 144, 147, 157, 158, 163, 186,
ideas innatas ............. 195, 222, 224, 266
187, 198, 199, 200, 203, 208, 209, 211,
ilimitado11, 13, 43, 181, 215, 237, 296,
225, 229, 230, 236, 239, 240, 255, 259,
261, 262, 269, 276, 286, 287, 290, 302, 299, 319, 373, 377, 388, 403, 404, 470
308, 309, 311, 320, 325, 330, 345, 359, Ilu ............................................................ 6
398, 411, 422, 426, 438, 439, 440, 443, iluminación80, 81, 103, 109, 110, 111,
444, 445, 446, 451, 456, 457, 458, 459, 128, 133, 154, 162, 170
462, 463, 464, 466, 467, 468, 471, 473 Ilustración226, 274, 276, 289, 303, 305,
fanatismo ........................................... 123 330, 354
felicidad26, 27, 43, 45, 52, 54, 55, 57, impresiones23, 143, 161, 203, 207, 219,
62, 67, 78, 81, 83, 85, 87, 103, 113, 222, 265, 266, 267, 268, 269, 280, 294,
121, 123, 130, 149, 170, 175, 207, 214, 424
287, 296, 451, 452, 453, 454, 461, 463, incognoscible ........................ 76, 92, 260
464 inconsciente299, 320, 336, 337, 341,
fenomenología342, 343, 412, 413, 414, 343, 435, 450, 451
416, 417, 420, 422, 423, 426, 431, 432, indeterminación ......................... 69, 116
434, 435, 436 indeterminado 11, 15, 17, 147, 224, 308
ficticio .................................... 8, 267, 442 infinito3, 11, 12, 13, 43, 61, 83, 92, 93,
fideístas ....................................... 81, 167 122, 125, 133, 139, 140, 147, 148, 161,
filosofía occidental ....................... 3, 213 162, 163, 164, 165, 179, 180, 181, 182,
forma alegórica..................................... 8 186, 187, 188, 198, 199, 200, 203, 207,
fuerza creadora .......... 18, 300, 330, 361 211, 216, 217, 218, 219, 223, 229, 230,
fuerzas naturales .................................. 2 235, 255, 256, 261, 262, 287, 295, 297,
306, 307, 308, 309, 314, 318, 320, 377,
fundamento3, 4, 10, 11, 13, 62, 65, 82,
379, 409, 410, 411, 418, 419, 439, 441,
88, 91, 95, 115, 116, 125, 136, 143,
474
145, 180, 182, 189, 196, 209, 219, 224,
infinitud espacial .............................. 181
236, 266, 269, 270, 272, 277, 278, 289,
292, 295, 297, 300, 301, 302, 317, 326, inmanente35, 41, 46, 56, 57, 61, 144,
331, 345, 354, 377, 381, 386, 396, 400, 164, 181, 293, 296, 306, 309, 377
484
inmortal12, 34, 42, 49, 52, 69, 82, 110, la revelación47, 74, 75, 113, 114, 135,
117, 126, 175, 284, 287, 288, 386, 410 136, 147, 159, 169, 197, 225, 226, 240,
inmovilidad ........................ 22, 115, 403 260, 289, 301, 302, 398, 403, 465, 466
inmutabilidad ... 39, 58, 66, 83, 230, 418 la virtud24, 25, 27, 52, 53, 54, 55, 57,
intelectualismo socrático .................. 26 62, 84, 89, 219, 271, 287, 288, 292,
inteligencia2, 5, 15, 18, 32, 39, 41, 43, 310, 406, 453
46, 48, 56, 57, 59, 80, 81, 91, 93, 94, libido .......................................... 338, 341
97, 103, 117, 121, 124, 125, 128, 142, lo Absoluto5, 6, 33, 110, 163, 303, 350,
148, 166, 169, 170, 176, 196, 271, 287, 387, 464
294, 297, 299, 329, 363, 368, 395, 397, lo Incondicional ................................ 6, 7
419, 423, 424, 425, 447, 456 logos ............................................... 2, 421
intuición48, 67, 69, 70, 159, 162, 163, macrocosmos ............................ 166, 175
167, 176, 179, 202, 203, 214, 220, 224, materia inanimada ............................. 11
232, 258, 266, 267, 282, 283, 294, 297, materialismo261, 315, 322, 323, 324,
300, 310, 311, 312, 317, 318, 395, 396, 441, 442, 457
397, 399, 405, 411, 427, 435, 439, 440 mayéutica ...................................... 25, 35
islamismo .......................................... 123 mecánica cuántica ............ 378, 380, 384
Jehová ...................................................... 5 Medievo ........................... 72, 77, 89, 416
Jhvh .................................................... 127 metafísica17, 21, 38, 40, 41, 42, 82, 86,
jonios ........................................ 14, 17, 26 99, 105, 122, 159, 184, 185, 186, 187,
judaísmo47, 124, 125, 210, 212, 406, 188, 196, 220, 235, 261, 263, 265, 267,
438 272, 276, 277, 279, 282, 288, 289, 290,
la creación74, 82, 93, 99, 102, 107, 110, 295, 297, 299, 308, 329, 331, 348, 350,
116, 129, 131, 170, 172, 174, 177, 178, 351, 394, 400, 421, 422, 457, 460, 465,
189, 201, 210, 220, 237, 238, 248, 250, 474, 475
264, 270, 301, 308, 341, 355, 356, 368, método eurístico ................................. 25
370, 378, 379, 382, 383, 384, 400, 403, microcosmos 75, 121, 126, 166, 174, 376
428, 431, 433, 462, 470, 471, 472, 475 misterio6, 7, 9, 14, 63, 75, 111, 125, 176,
la Inquisición ............................ 178, 179 225, 250, 381, 393, 396, 403, 405, 418,
la razón5, 22, 23, 28, 32, 33, 38, 39, 45, 465, 474
47, 48, 52, 59, 69, 73, 75, 80, 81, 82, mística48, 76, 77, 90, 103, 105, 111, 122,
89, 91, 92, 94, 96, 102, 105, 109, 110, 128, 132, 133, 151, 153, 155, 160, 161,
111, 112, 114, 115, 118, 124, 125, 129, 162, 351, 397, 406, 419, 460
133, 136, 137, 140, 144, 146, 150, 158, mito2, 8, 9, 33, 314, 342, 401, 402, 433,
159, 161, 162, 179, 183, 184, 187, 197, 434
200, 202, 206, 207, 208, 209, 210, 211, mitología2, 8, 9, 20, 70, 298, 301, 302,
217, 219, 224, 226, 236, 240, 247, 265, 303, 371, 457
269, 270, 271, 272, 274, 276, 277, 278,
mónadas .................... 182, 234, 235, 238
280, 281, 282, 283, 284, 286, 287, 288,
monismo ...... 11, 215, 235, 314, 462, 465
289, 290, 292, 293, 307, 311, 312, 316,
317, 318, 328, 337, 342, 354, 381, 387, monista .......................................... 20, 77
399, 402, 405, 411, 427, 428, 429, 436, monoteísmo35, 104, 119, 125, 269, 302,
439, 440, 441, 444, 447, 449, 458, 459, 378, 460
460, 463, 464, 465, 466, 470 monoteísta ........................... 20, 336, 339
moral5, 25, 26, 27, 31, 36, 38, 54, 57, 59,
63, 73, 103, 119, 134, 135, 144, 149,
485
157, 159, 173, 189, 196, 207, 210, 214, originalidad11, 23, 51, 90, 135, 137,
219, 232, 260, 264, 271, 272, 276, 277, 172, 185, 186, 194, 238, 239, 389, 391,
284, 286, 287, 288, 289, 290, 292, 294, 429, 461, 465
295, 296, 304, 305, 308, 311, 312, 315, panteísmo11, 66, 107, 108, 153, 214,
329, 330, 331, 332, 333, 335, 347, 355, 215, 220, 298, 300, 303, 308, 314, 377,
362, 381, 392, 395, 398, 423, 433, 442, 430, 441
444, 462 panteísta20, 70, 103, 104, 107, 118, 153,
moralidad89, 117, 149, 271, 273, 278, 166, 178, 182, 219, 295, 300, 303, 310,
284, 285, 287, 288, 398 314, 377, 393, 441
motor inmóvil43, 44, 115, 139, 159, 188 paralogismos ............................. 196, 283
movimientos cósmicos ...................... 34 partícula de Dios ...................... 375, 376
mundo helénico ................................. 64 pensamiento filosófico2, 9, 58, 73, 79,
mundo inteligible33, 49, 65, 68, 121, 100, 102, 123, 234, 275, 289, 297, 304,
286, 305 330, 383, 399, 417, 432, 455, 470
naturaleza2, 10, 11, 12, 13, 15, 18, 20, pensamiento islámico ...................... 122
26, 33, 36, 49, 51, 52, 53, 56, 57, 61, pensamiento occidental . 30, 38, 44, 168
65, 66, 75, 76, 80, 83, 87, 89, 90, 92, percepción58, 102, 143, 223, 229, 230,
96, 97, 99, 101, 102, 106, 110, 116, 231, 232, 235, 236, 260, 261, 263, 266,
117, 120, 121, 128, 131, 139, 140, 142, 267, 272, 449, 450
148, 149, 152, 153, 157, 164, 170, 175, pitagórica ............................... 14, 15, 171
183, 189, 198, 199, 200, 208, 210, 211, platonismo74, 86, 87, 100, 104, 167,
214, 215, 216, 218, 219, 222, 229, 235, 168, 170, 174, 244, 418
240, 242, 243, 244, 246, 248, 249, 251,
plusvalía ............................................ 324
253, 255, 260, 263, 264, 269, 270, 271,
Pneuma .......................................... 13, 49
273, 283, 284, 287, 288, 289, 290, 293,
298, 299, 300, 302, 303, 306, 307, 308, poética .......................... 38, 122, 180, 436
310, 311, 312, 317, 319, 321, 322, 324, politeísta ...................................... 35, 302
327, 332, 338, 339, 343, 344, 347, 354, politeístas............................................. 20
356, 359, 360, 363, 370, 371, 374, 375, preexistencia ............................... 81, 103
376, 377, 380, 392, 393, 396, 397, 398, prehistoria ..................................... 2, 460
401, 402, 404, 408, 409, 411, 414, 420, presencia del mal.............................. 467
440, 451, 456, 458, 459, 463, 464, 465, presocráticos ................... 17, 20, 42, 242
468, 470, 472, 473, 474 primer motor43, 110, 115, 116, 117,
neoplatonismo48, 50, 64, 78, 83, 90, 91, 125, 126, 138, 139, 159, 188
100, 102, 105, 119, 121, 177, 182, 183 primeros principios39, 109, 112, 208,
neopositivismo ................. 348, 350, 352 209, 277
neurosis ..... 336, 337, 339, 340, 341, 442 principio originario10, 11, 13, 66, 67,
nominalismo ............. 159, 160, 191, 261 306, 401
Olam ....................................................... 6 probabilismo ....................................... 59
omnisciente ....... 147, 201, 225, 255, 284 problema de Dios3, 351, 421, 423, 427,
ontologismo ........................................ 80 451, 462, 474, 475
órficos .................................................. 15 proceso inductivo ............................... 41
orfismo .................................................. 9 protestantismo .......................... 305, 321
orientaciones ontológicas ............... 116 psicoanálisis ...... 337, 338, 340, 343, 450
quarks .................................... 4, 375, 376
486
racionalismo81, 91, 104, 118, 127, 192, 152, 158, 159, 160, 163, 164, 165, 167,
195, 202, 214, 239, 240, 258, 274, 277, 170, 171, 172, 174,캈179, 185, 186,
278, 279, 289, 301, 317, 329, 395 190, 195, 198, 199, 204, 205, 207, 210,
razones epistemológicas ................... 31 213, 221, 232, 233, 240, 244, 249, 250,
realidad ontológica .............. 23, 31, 199 251, 252, 254, 256, 271, 272, 273, 277,
reencarnación ..................................... 19 278, 280, 281, 282, 283, 285, 292, 299,
relatividad79, 373, 380, 382, 384, 388, 300, 303, 306, 307, 308, 311, 312, 316,
390 321, 327, 328, 335, 337, 338, 339, 341,
relativismo ............................ 18, 31, 395 343, 344, 347, 355, 356, 357, 358, 359,
religación423, 424, 426, 427, 428, 429, 361, 362, 364, 365, 368, 371, 373, 374,
430 379, 380, 382, 386, 388, 390, 394, 395,
Renacimiento72, 104, 160, 192, 243, 396, 397, 399, 402, 403, 404, 406, 409,
458 410, 412, 413, 414, 415, 416, 421, 423,
ritos .................................. 6, 27, 169, 370 427, 431, 437, 442, 444, 446, 447, 448,
sentencias ........ 10, 11, 52, 145, 174, 349 454, 459, 461, 464, 469, 474, 475
sentido alegórico ................................ 47 tirano ............................................ 30, 190
sentimiento57, 64, 72, 77, 135, 179, todopoderoso ...... 20, 116, 270, 340, 468
209, 210, 220, 229, 269, 270, 271, 289, tomismo ..... 122, 138, 147, 156, 161, 416
308, 319, 334, 341, 343, 350, 351, 391, tradiciones hebraicas ....................... 127
392, 393, 402, 441 transmigración ................ 14, 15, 34, 103
shalem alechim ........................................ 6 trascendente3, 46, 53, 65, 76, 102, 119,
Shalom .................................................... 6 137, 144, 164, 174, 176, 267, 303, 308,
silogismo ........................... 40, 48, 61, 86 312, 320, 341, 354, 368, 369, 377, 388,
sistema cósmico.................................. 16 410, 418, 427, 436, 462, 463
sistema filosófico4, 64, 119, 124, 213, trasmigración ...................................... 70
305, 312, 329 último fundamento ...................... 4, 445
sofista ............................... 24, 31, 59, 457 universo4, 10, 28, 45, 53, 55, 56, 57, 65,
sofistas ..................................... 26, 31, 59 66, 67, 68, 75, 82, 94, 96, 101, 107,
substancia corpórea ........................... 18 112, 114, 115, 116, 121, 125, 142, 158,
superestructura .................................... 9 165, 166, 174, 176, 177, 179, 180, 181,
182, 188, 215, 216, 218, 234, 235, 237,
Sustancia finita ................................. 201
238, 242, 243, 244, 246, 248, 250, 251,
Sustancia infinita.............. 201, 217, 220
252, 255, 286, 296, 301, 354, 368, 369,
sustancia material ............ 259, 260, 261 370, 371, 372, 373, 374, 375, 376, 377,
teogonías ............................................... 8 378, 379, 380, 382, 391, 393, 396, 422,
terminología hilemórfica ................ 119 424, 458, 462, 464, 465, 471, 473, 474
tiempo2, 3, 4, 8, 11, 12, 17, 19, 20, 22, verdades eternas80, 82, 228, 235, 236,
24, 29, 40, 42, 43, 47, 49, 50, 53, 64, 237, 239, 331
66, 67, 69, 72, 76, 81, 83, 84, 89, 93, Yhwh ....................................................... 5
104, 107, 110, 111, 123, 125, 130, 135,
136, 137, 138, 139, 140, 148, 150, 151,
487
ÍNDICE GENERAL
PRÓLOGO ....................................................................................... 2
DE LA REALIDAD AL MISTERIO ........................................... 4
LA MITOLOGÍA ............................................................................................................ 8
LOS PRESOCRÁTICOS ............................................................................................... 9
TALES DE MILETO (¿624-546? A. C.) ...................................................................... 10
ANIMISMO DE LA MATERIA ........................................................................................................... 10
ANAXIMANDRO (¿610-547? A. C.).......................................................................... 11
EL RETORNO AL “ÂΠΕΙΡΟV” .......................................................................................................... 12
ANAXÍMENES (588-524 A. C.) .................................................................................. 13
PITÁGORAS (¿572-500?) ........................................................................................... 14
LA ARMONÍA COMO ANHELO DEL ESPÍRITU ............................................................................ 15
HERÁCLITO (¿536-470? A. C.) .................................................................................. 17
DINAMISMO CREADOR Y DIVINO ................................................................................................ 18
JENÓFANES (¿575-490? A. C.) .................................................................................. 19
INDIFERENCIA DE UN DIOS IMPASIBLE ..................................................................................... 20
PARMÉNIDES (¿540-470? A. C.) ................................................................................. 21
SÓCRATES (470/469 – 399) .......................................................................................... 23
LA MUERTE, COMO OBEDIENCIA A LOS DIOSES...................................................................... 27
PLATÓN (428/427 – 347) .............................................................................................. 29
METODOLOGÍA PLATÓNICA .......................................................................................................... 31
EL “BIEN”: HORIZONTE DE LO ABSOLUTO ................................................................................ 31
ALMA INMORTAL .............................................................................................................................. 33
EL CAMINO HACIA DIOS ................................................................................................................. 34
ARISTÓTELES (384/3 – 322) ....................................................................................... 36
ETAPAS DEL PENSAMIENTO ARISTOTÉLICO............................................................................. 38
TRES FORMAS DE CONOCIMIENTO ............................................................................................. 39
CLASIFICACIÓN DE LAS CIENCIAS................................................................................................ 40
LA METAFÍSICA COMO CIENCIA DIVINA .................................................................................... 41
DIOS: PRIMER MOTOR INMÓVIL ................................................................................................... 42
CLEANTES (331/3 – 233) ............................................................................................. 45
HONDA RELIGIOSIDAD .................................................................................................................... 46
FILÓN DE ALEJANDRÍA (40-30 A. C. / 40-50 D. C.) ............................................... 46
EL DIOS DE FILÓN.............................................................................................................................. 47
ENTRE DIOS Y LA CREACIÓN: EL LOGOS ................................................................................... 49
488
SÉNECA (4 A. C. – 65 D. C.) .......................................................................................... 50
APORTACIÓN DE SÉNECA ............................................................................................................... 51
LA MORADA DEL DIOS DE SÉNECA ............................................................................................. 52
EPICTETO (H. 50 – 138) ............................................................................................... 55
INMANENCIA DE DIOS EN EL MUNDO ....................................................................................... 55
EL ESCEPTICISMO ..................................................................................................... 58
PLOTINO (H. 204 – 270)................................................................................................ 64
EL “UNO” DE PLOTINO, SUPERIOR A DIOS ................................................................................ 65
LA DIALÉCTICA COMO RETORNO A LO ABSOLUTO ................................................................ 69
489
3) Tercera vía .................................................................................................................................................. 138
4) Cuarta vía.................................................................................................................................................... 139
5) Quinta vía ................................................................................................................................................... 140
REFLEXIONES A LAS PRUEBAS TOMISTAS ............................................................................... 141
DUNS ESCOTO, JUAN ( H. 1266 – 1308 )............................................................... 144
DIOS, COMO INFINITUD DIVINA................................................................................................. 145
ECKHART, JOHANNES (1260 – 1327) .................................................................... 149
INEFABLE NATURALEZA DE DIOS ............................................................................................. 150
GUILLERMO DE OCKHAM (¿1295 – 1349?) ......................................................... 153
PREDOMINIO DE LO INDIVIDUAL .............................................................................................. 155
DIOS NO ES OBJETO DE UNA PRUEBA RACIONAL ................................................................. 156
NICOLÁS DE CUSA (1401 - 1464) ............................................................................ 158
EL SABER HUMANO ........................................................................................................................ 159
LA COINCIDENCIA DE LOS CONTRARIOS ESTÁ EN DIOS..................................................... 161
DESPLIEGUE DE DIOS..................................................................................................................... 163
MARSILIO FICINO (1433 – 1499) ............................................................................ 166
TODO GIRA EN TORNO A DIOS ................................................................................................... 167
PROCESO DE DIVINIZACIÓN DEL ALMA .................................................................................. 169
PICO DELLA MIRANDOLA (1463 – 1494) ............................................................ 171
LA DIGNIDAD DEL HOMBRE ........................................................................................................ 172
EN BUSCA DE LA ÓRBITA DE DIOS ............................................................................................. 174
GIORDANO BRUNO (1548 – 1600) ......................................................................... 176
EL ESPACIO INFINITO DEL UNIVERSO ...................................................................................... 177
REFLEJO DE DIOS ............................................................................................................................. 178
FRANCISCO SUÁREZ (1548 – 1617) ....................................................................... 181
PROYECCIÓN METAFÍSICA ........................................................................................................... 183
UN DIOS VIVO Y CREADOR .......................................................................................................... 185
DIOS Y LAS CRIATURAS ................................................................................................................. 187
490
MALEBRANCHE, NICOLÁS (1638 – 1715) ........................................................... 224
UN SUGESTIVO ANHELO ............................................................................................................... 225
DIOS EXISTE Y ES EVIDENTE ........................................................................................................ 227
OCASIONALISMO............................................................................................................................. 229
LEIBNIZ, G. WILHELM (1646 – 1716)..................................................................... 230
OBRAS ................................................................................................................................................. 231
DINAMISMO DEL SER ..................................................................................................................... 232
EL MUNDO RECLAMA UN CREADOR ......................................................................................... 234
ANÁLISIS CRÍTIO ............................................................................................................................. 238
491
FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA Y EL ESPÍRITU ..................................................................... 297
SISTEMA DE IDENTIDAD ............................................................................................................... 298
SISTEMA DE LA LIBERTAD ............................................................................................................ 298
SISTEMA RELIGIOSO ....................................................................................................................... 299
VALORACIÓN CRÍTICA ................................................................................................................... 301
HEGEL, G. FRIEDERICH W. (1770 – 1831) ............................................................ 301
INTERPRETACIÓN RELIGIOSA DE LA REALIDAD ................................................................... 303
EL ABSOLUTO, COMO IDENTIDAD DE LO REAL Y LO IDEAL .............................................. 304
DIOS ES ESPÍRITU, VERDAD Y VIDA .......................................................................................... 305
BREVE RESUMEN FILOSÓFIC0 DEL IDEALISMO ALEMÁN ................................................... 308
492
CREDO RELIGIOSO Y CREACIÓN ...................................................................... 375
MAX PLANCK (1858 – 1947) .................................................................................... 382
MATERIA Y ESPÍRITU ..................................................................................................................... 384
ALBERT EINSTEIN (1879 – 1955) ........................................................................... 386
RELIGIOSIDAD CÓSMICA ............................................................................................................. 389
493
ÍNDICE DE AUTORES ............................................................. 476
ÍNDICE ANALÍTICO................................................................ 482
ÍNDICE GENERAL.................................................................... 488
494