Fichas Configuración Narratológica de Los Conceptos Héroe y Antihéroe
Fichas Configuración Narratológica de Los Conceptos Héroe y Antihéroe
Fichas Configuración Narratológica de Los Conceptos Héroe y Antihéroe
Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, 19 (2013) Francisco Álamo Felices
El héroe es el personaje principal o protagonista de unos acontecimientos, el actor de una representación muy variada
detrás de la cual se pueden entrever o adivinar esquemas generales o funciones codificadas; de igual manera, en una
teoría actancial, se piensa que la variedad de los personajes puede reconducirse a un modelo bastante simplificado.
Desde este punto de vista no existe una tipología plausible del héroe, que es simplemente un personaje (Marchese y
Forradellas, 1994: 194).
se relaciona directamente con una concepción antropocéntrica de la narrativa: se trata de considerar que la narrativa
existe y se desarrolla en función de una figura central, protagonista cualificado que se destaca por esa condición de las
restantes figuras que pueblan la historia. Ésta y las categorías que la estructuran son, pues, organizadas en función del
héroe, cuya intervención en la acción, posicionamiento en el espacio y conexiones con el tiempo contribuyen a revelar
su centralidad indiscutible (Reis y Lopes, 1996: 117).
(Ducrot y Schaeffer, 1998) : “La relación emocional hacia el héroe (simpatía-antipatía) se desarrolla a partir de una base
moral. Los tipos positivos y negativos son necesarios para la fábula […] El personaje que recibe la carga emocional más
fuerte se llama héroe” (Tomachevski). Las jerarquías morales y las jerarquías funcionales no coinciden necesariamente:
el personaje que asienta la axiología de un relato o de una obra de teatro no es necesariamente el actantesujeto, puede
ser también el actante vencido, etc. (Hamon, 1984)
Ahora bien, si utilizamos una visión del sentido narrativo más general, situaríamos al héroe (Ducrot y Schaeffer, 1998)
como el protagonista central y vector de una narración, estructura que se muestra de manera paradigmática en
determinadas modalidades fantásticas –la novela caballeresca o bizantina– o épicas –la epopeya, el poema épico o el
cantar de gesta–. Suele ser muy común que esta conceptuación del héroe conlleve una conformación centrípeta del
relato en la que toda la arquitectura narrativa gira en torno a esta figura central, y, además, salvo que se utilicen
recursos como la ironía o la parodia, el narrador desgranará continuamente a lo largo de la historia los valores y acciones
de este.
El término de héroe, en el terreno de la literatura, puede aludir al protagonista de un relato, de un poema o de una obra
de teatro, a ese personaje que se diferencia de todos los demás, que con sus actos representa a un tipo de individuo,
refleja el imaginario de un autor y/o de una época, y permite así observar qué características esenciales encarnan el
deseo fundamental del hombre en un momento determinado. El héroe literario va a ser en este sentido el ejemplo
personalizado de un siglo, la representación y el arquetipo de una norma. Por otra parte hay que señalar que este héroe,
a pesar de morir en la ficción, permanece vivo a través de la historia literaria, en la lectura y, en este sentido, se acerca al
concepto de mito en cuanto que la eternidad de la literatura le hace inmortal (De Diego, 2000: 57).
El análisis lukacsiano, realizado en su etapa de influencia hegeliana, desarrolla al héroe de la novela contemporánea
como un sujeto siempre problemático o en continuo conflicto con el mundo y al que clasifica, en su actuación, de tres
maneras: a) Evasión de la realidad: novelas del idealismo abstracto. b) Rechazo de la realidad y actúa al margen o en
contra de ella: novelas del romanticismo de la ilusión. c) Aprendizaje e integración: novela de aprendizaje o
Bildungsroman.
en la novela, la psicología del héroe la denomina Lukács como «demoníaca», cuyo contenido deviene en la […] historia
de esa alma que va por el mundo para aprender a conocerse, busca aventuras para afirmarse en ellas y, por esa prueba,
alcanza su medida y descubre su propia esencia (Lukács, 1970: 85).
Sin valores no hay héroe; sin valores compartidos, precisando más, no puede existir un personaje que permita la
ejemplificación heroica. El héroe es siempre una propuesta, una encarnación de ideales. La condición de héroe, por
tanto, proviene tanto de sus acciones como del valor que los demás le otorgan. Esto permite que la dimensión heroica
varíe en cada situación histórica dependiendo de los valores imperantes. Independientemente del grado de presencia
real de las virtudes en una sociedad determinada, ésta debe tener un ideal, una meta hacia la que dirigirse o hacia la que
podría dirigirse (Aguirre, 1996: versión informática).
Es así, también, como Rosa de Diego (2000), al plantear las características de la «literatura decadente» (situada entre el
naturalismo y el simbolismo, alrededor de 1870) se detenga en connotar a la modalidad del héroe decadente:
Sus pensamientos y creaciones son singulares, excéntricos, insólitos. Y lógicamente, originales sus héroes,
muchas veces también artistas, imágenes de su creador. Todos ellos no sólo raros, sino sobre todo
extremadamente lúcidos y conscientes. El héroe decadente en su reacción de rechazo contra la sociedad y el
medio, contra la vulgaridad, busca sobre todo la innovación […]. La decadencia es por lo tanto fundamental
desde el punto de vista de la modernidad […]. El héroe decadente es además un neurótico y un anormal. Pero la
originalidad de esta escritura, de su planteamiento, es que en una misma figura se reúnen el héroe de la novela,
el individuo excéntrico y el artista. Y todo ello sin justificación alguna (De Diego, 2000: 59-60).
Por otro lado, los protagonistas de la posterior narrativa realista y naturalista se configurarán como víctimas –
antihéroes– del medio social en el que viven y que los condiciona…
Dentro del catálogo de héroes, conformados históricamente, entre mediados del XVIII y finales del XIX (cuando el
tratamiento de lo heroico está devaluado o casi olvidado), resulta especialmente interesante el análisis que realiza J.
Aguirre (1996) entre los que él denomina héroe libertino, héroe romántico y héroe realista y sus posibles paralelismos
en figuras relevantes de la política, de la literatura y de la sociedad del momento:
- El héroe libertino. La novela y el pensamiento libertino subraya de manera diáfana el estado de superioridad
como aquel que se encuentra más próximo a lo natural que el correspondiente a la igualdad:
El héroe libertino, pues, rompe los vínculos con los valores comunes de la sociedad y sólo se ofrece como
modelo a una minoría a la que intenta llevar a su lado. Su propósito es un desenmascaramiento de lo social
como algo meramente convencional y la proposición de lo natural como lo auténtico. Sin embargo, el libertino
ha descubierto que si la forma de ayudar a la naturaleza es la violencia y el crimen, esto se puede desarrollar
mejor desde su privilegiada posición social. Hay un aspecto capital en los libertinos: la hipocresía. Aunque se
haya descubierto que la esencia de la sociedad es la mentira, esa misma mentira debe servir para proteger sus
desmanes. El héroe libertino vivirá engañado, utilizando la hipocresía como arma. Su exterior, la máscara con la
que se presenta ante los otros, suele ser el del virtuoso. Es difícil ver a un libertino actuando a cara descubierta.
Es más probable verle presentándose como un noble respetable, disfraz que le resulta más útil para conseguir
sus propósitos (Aguirre, 1996: versión informática).
postulado Bal, entonces, un programa de cinco puntos en el que se describe las maneras en que un personaje puede
«sobresalir» de manera más determinante que el resto en una narración: - Calificación: Información externa sobre la
apariencia, la psicología, la motivación y el pasado. - Distribución: El héroe aparece con frecuencia en la historia, su
presencia se siente en los momentos importantes de la fábula. - Independencia: El héroe puede aparecer solo o tener
monólogos. Función: Ciertas acciones sólo le competen al héroe: llega a acuerdos, vence a oponentes, desenmascara a
traidores, etc. - Relaciones: Es el que más relaciones mantiene con otros personajes (Bal, 1990: 100).
El concepto de antihéroe ( o antisujeto, según Prince, 1987), por otra parte, es utilizado en Narratología y en teatro
desde una doble perspectiva: […] para referirse al antagonista[ 11], que se opone o lucha contra el personaje central de
la trama en una determinada obra literaria, o bien para designar al protagonista al que se ha privado de las cualidades
con las que habitualmente se presenta al héroe en la tragedia clásica, en los relatos fantásticos, en los cuentos y en las
novelas de aventuras (belleza, juventud, valor, nobleza, etc.) (Estébanez Calderón, 1999: 40).
Ahora bien, la posición que ocupa el antihéroe en la estructura narrativa, desde un punto de vista funcional, viene a
coincidir con la del propio héroe, ya que aquél realiza las mismas acciones que el protagonista y se mueve dentro de las
mismas estructuras espacio-temporales de la trama:
La peculiaridad del antihéroe surge de su configuración sicológica, moral, social y económica, normalmente
traducida en términos de descalificación. En este aspecto, el estatuto del antihéroe se establece a partir de una
desmitificación del héroe, tal como lo entendieron el Renacimiento y el Romanticismo; del mismo modo, la
transición de la epopeya a la novela, banalizando la figura del protagonista y presentándolo con frecuencia con
defectos y limitaciones, constituyó también un factor de desvalorización que ha de tenerse en cuenta.
Presentado como personaje traspasado de angustias y frustraciones, el antihéroe concentra en sí los estigmas de
épocas y sociedades que tienden a aislar al individuo […]. Fue sobre todo la literatura posromántica la que
consagró a esta figura como polo de atracción y vehículo de representación de los temas y problemas de su
tiempo (Reis, 1996: 23-24).
El héroe encarna sin duda unos valores y el antihéroe no, luego es técnicamente un no-héroe con relación a todos los
valores patrón, pero ese absoluto lo convierte una circunstancia en un malvado o un bufón despreciable sino tan sólo en
un ser que se rige por valores alternativos que el escritor puede asumir e incluso tratar de inculcar a sus lectores. Para
entender el funcionamiento lógico de categorías como las de héroe y antihéroe conviene tener presente que sus
contenidos respectivos son valores y que al usar el término antihéroe conviene tener presente que sus contenidos
respectivos son valores y que al usar el término antihéroe estamos tomando tácitamente una postura en el latente
conflicto de valores, i. e., asumimos como valores por antonomasia unos (los de la clase dominante, por ejemplo) y
convertimos a los valores alternativos en «carencias» o «negatividades» lo cual es naturalmente arbitrario. Por eso, en
realidad, el concepto de antihéroe es en último término superfluo y tendencioso y podemos arreglarnos perfectamente
con el de héroe (siempre que estemos dispuestos a reconocer el pluralismo de valores, claro está, y con él el auténtico
carácter de esa oposición de categorías) (González Escribano, 1981-82: 377).