CL 1.3. Los-Simbolos-del-Cristianismo-Primitivo

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Por JEAN DANIELOU1

Antes de extenderse por el mundo griego y romano, y de tomar de ellos lengua e


imágenes, el cristianismo conoció una primera etapa en un medio judío en que se hablaba
arameo. Este judeocristianismo no tuvo porvenir y sus huellas fueron desapareciendo
poco a poco. A pesar de ello, unas cuantas obras raras, transmitidas en traducciones a
lenguas orientales, armenio, siriaco, copto y etiópico, han permitido rehacer poco a poco
esta herencia literaria: se trata de las Odas de Salomón, la Ascensión de Isaías, los Testamentos
de los XII Patriarcas y algunas más.

De este modo se propuso el interrogante si algunas de las imágenes que nos ha legado el
cristianismo antiguo no se remontaban a este período primitivo y no era en él donde había
que buscar su verdadero significado. En los estudios posteriores se ha podido constatar
la singularidad del símbolo de la cruz y, sobre todo, del arado; la importancia de la corona
en la simbología sacramental; la comparación del bautismo con un carro en que el hombre
se eleva al cielo. En todo caso, la singularidad de estas conclusiones ha dejado perplejo a
los estudiosos a lo largo de los años.

En el Osservatore Romano de 6 de agosto de 1960, un artículo del R.P. BAGATTI, uno de los
mejores arqueólogos de Palestina, daba cuenta de los extraordinarios descubrimientos


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JEAN DANIELOU, Los Símbolos Cristianos Primitivos, Ediciones EGA, 1993.
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hechos en Hebrón, Nazaret y Jerusalén, y que permitieron sacar a la luz un cierto número
de osarios y estelas funerarias, cuyo carácter judeocristiano es seguro y en los que se
encuentra, precisamente, la mayor parte de los símbolos que se habían reconocido como
judeocristianos en la literatura. Aparece de nuevo el arado y la palma, la estrella y la viña,
la cruz y el pez. Estos osarios pertenecieron a una comunidad judeocristiana que vivió en
Palestina a fines del siglo I y durante el II.

Hasta ahora no había nada más oscuro para nosotros que el espacio que separa los
primeros comienzos de la Iglesia, descritos en las Epístolas de San Pablo y los Hechos de los
Apóstoles, de su desarrollo en el medio griego y latino, en Alejandría, Cartago y Roma.
Este período oscuro empieza a iluminarse. Y lo que se revela es precisamente la
importancia que tuvo en ese momento este cristianismo de estructura semítica, del que
no se tenía ni idea, y algunos de cuyos caracteres se dan a conocer mediante el estudio de
la simbología judeocristiana.

Muchas de las imágenes y simbolismos del cristianismo, vienen de esta primera época y
de la relación del cristianismo con su contexto, revisaremos algunos signos cristianos de
esa primera época.

I. LA PALMA Y LA CORONA
El Nuevo Testamento no destruye, sino que completa el Antiguo. No tenemos un ejemplo
más claro de este principio que el de las fiestas litúrgicas del cristianismo, que han
desarrollado las del judaísmo, como Pascua y Pentecostés.

La fiesta de los Tabernáculos tiene una característica especial, está asociada en el periodo
primitivo al don de la ley, pero que en sus estadios posteriores aparece ligada de modo
muy especial a las esperanzas mesiánicas. Esta fiesta habría tomado en el judaísmo un
carácter mesiánico, es decir, estaría relacionada con la espera del rey que iba a venir.

La costumbre de llevar coronas en la procesión alrededor del altar, que tenía lugar el
octavo día de la fiesta de los Tabernáculos, está atestiguada a la vez por fuentes judías y
paganas. El texto judío es Jubileos, XVI, 30: «Se estableció que celebren la fiesta de los
Tabernáculos permaneciendo en cabañas, llevando coronas en la cabeza y ramas con hojas
y ramos de sauce en las manos». Se trata, evidentemente, de coronas de hojas. Esto nos
permite descubrir, el carácter escatológico de la corona, como señal de la beatitud eterna.

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II. LA PLANTACION Y LA VIÑA
La plantación designa una realidad colectiva: es Dios quien la planta; esta plantación
representa a la Iglesia, formada por múltiples plantas. Cada planta es un individuo. Su
plantación en el Paraíso corresponde al bautismo, que les hace miembros de la Iglesia.
Esta plantación es obra del Padre, del Señor y de los Apóstoles, en diverso grado. A la
plantación del Padre se oponen las malas hierbas, que el Padre no ha plantado.

III. EL AGUA VIVA Y EL PEZ


La expresión «agua viva», podía tener cuatro significados. En un sentido profano, designa
el agua de manantial por oposición al agua estancada. En sentido ritual, designa al agua
bautismal. En sentido bíblico, designa a Dios como fuente de vida. En fin, en sentido
cristiano, simboliza al Espíritu Santo.

El simbolismo del agua viva depende del sentido profano y primitivo de la palabra: éste
es un punto fundamental para cualquier estudio serio del simbolismo. Además, el
simbolismo del agua viva puede haber sido determinante para su uso ritual. Y,
recíprocamente, el uso ritual ha contribuido a desarrollar el simbolismo teológico.

Así pues, el contexto ritual del agua viva es judeocristiano. Y aparece ligado al
judeocristianismo. Pero a este contexto ritual se añade un contexto teológico: El agua viva,
en el Antiguo Testamento, es un símbolo de Dios como fuente de vida. El agua viva es
aquélla en la que hay seres vivos. De modo que la presencia de peces en el agua significa
que se trata de agua viva.

Pero precisamente este tema aparece en el capítulo 47 de Ezequiel. A propósito del río de
agua que nace en el Templo, leemos: «Esta agua se va hacia el distrito oriental; baja a la
llanura y desemboca en el mar; y el agua del mar queda saneada. Por donde pase el doble
torrente, todo ser viviente que en él se mueva, vivirá; y los peces serán allí muy
abundantes»

IV. LA NAVE DE LA IGLESIA


Podemos partir del dato de la pertenencia a la tradición catequética del tema de la nave
como figura de la Iglesia.

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Esta comparación aparece en la epístola de Clemente a Santiago, al comienzo de sus
Homilías: «Todo el cuerpo de la Iglesia se parece a una Gran Nave que transporta
hombres de muy diversa procedencia, en medio de una gran tormenta» .

Luego viene una larga alegoría en la que Dios es el propietario de la nave, Cristo el piloto,
el obispo hace de vigía, los presbíteros de marineros, los diáconos de jefes de remeros, los
catequistas de grumetes La alegoría continúa comparando al mar agitado con las
tentaciones del mundo y a los pasajeros con las distintas órdenes de la Iglesia,
inspirándose en sus paralelos marítimos.

La cuestión que se nos plantea ahora es saber si este simbolismo se remonta a la tradición
judía o si deriva de la simbología griega. A primera vista, nos inclinaríamos a lo segundo.
Las imágenes marítimas no son familiares a la Biblia, ya que Israel no es un pueblo
marinero. Por el contrario son muy corrientes entre los griegos, que recorrían el
Mediterráneo

En el Nuevo Testamento este tema adquiere una nueva importancia: por una parte la
predicación galilea de Jesús y el papel del lago de Tiberiades da a las imágenes marítimas
un arraigo concreto; por otra, el tema de la nave con los doce apóstoles a bordo, como la
de los Testamentos con los doce patriarcas, proviene de la apocalíptica; a lo cual se añade
la intercesión del justo en medio de la tempestad, que es un tema ajeno al Testamento.

V. EL CARRO DE ELIAS
Los autores del siglo IV nos han dejado listas de nombres dados al bautismo, que son muy
interesantes para mostrarnos sus diversos aspectos.
Hay un nombre dado al bautismo que es especialmente singular; es el vehículo [en griego
òxema], La palabra òxema, que, en sentido propio, designa toda clase de vehículos, tiene
un empleo muy definido en la lengua filosófica de los siglos IV y V.

Sin embargo, al estudiar el simbolismo del òxema en los Padres de la Iglesia llegamos a
otra línea que deriva de la Biblia. Tiene que ver con muchos pasajes. Uno de ellos es el del
del carro en que Elias fue llevado al cielo. El texto aparece citado por los Padres del siglo
IV. Gregorio Nacianceno, dice: «Un carro de fuego eleva a Elías al cielo haciéndonos ver
que el justo está por encima del hombre»

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Cirilo de Jerusalén considera la ascensión de Elías como figura del bautismo en un texto
importante: «Elías es elevado, pero en el agua: en efecto, primero atraviesa el Jordán, y
luego, los caballos le llevan al cielo» (3; P.G., XXXIII, 433 A).

La imagen está clara: nos muestra el bautismo, llevado a cabo a la vez por la purificación
en el agua, comparada con la travesía del Jordán, y por la elevación al cielo, que designa
el don del Espíritu.

VI. EL ARADO Y EL HACHA


Entre los textos de Isaías, se encuentran los versículos 3 y 4 del capítulo II: «De Sión saldrá
la Ley y de Jerusalén la Palabra de Yahvé... Forjarán con sus espadas rejas de arado y con
sus lanzas hoces. Ya no levantará más la espada una nación contra otra y no se enseñará
más la guerra». Los autores más antiguos creen que se refiere al perdón de las injurias y
a la no violencia, que caracteriza a la Iglesia. A partir de Eusebio se aplica a la paz
constantiniana y a la unidad política del universo.

En su tratado Contra las herejías, Ireneo también menciona este texto. Lo interpreta, en
primer lugar, en el sentido general del espíritu pacífico de los cristianos, de acuerdo con
la antigua exégesis: «La ley de libertad, es decir la palabra de Dios anunciada por los
Apóstoles, que salieron de Jerusalén, ha operado en el mundo entero una gran
transformación, cambiando las espadas y lanzas guerreras en instrumentos de paz, en
arados, fabricados por El mismo, y en hoces, que ha entregado para recolectar el trigo, de
tal modo que los hombres ya no piensan en combatirse, sino que ofrecen la otra mejilla
cuando son abofeteados.

VII. LOS DOCE APOSTOLES


En las Homilías sobre los Salmos de Asterio el Sofista, encontramos un curioso pasaje sobre
la traición de Judas. Se trata de un comentario al Salmo II, 2: «El justo ha fallado. Ha
acortado el reloj de los Apóstoles. Del día de doce horas de los discípulos ha hecho un día
de once horas. Ha privado de un mes al año del Señor». Nos encontramos en presencia
de una alegoría en la que se compara a los doce Apóstoles, ya sea a las doce horas del día,
ya sea a los doce meses del año.

San Ambrosio: «Si toda la duración del mundo es como un solo día, sus horas hay que
contarlas por siglos. Puesto que el día tiene doce horas, en un sentido místico, Cristo es el

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verdadero Día. Tiene sus doce Apóstoles, que han resplandecido con la luz celestial, en
quienes la gracia tiene sus diferentes fases»

VIII. EL SIGNO TAU


La señal de la cruz trazada en la frente es uno de los ritos más antiguos de la Iglesia
cristiana. San Basilio lo menciona, junto a la oración mirando a Oriente, entre las
tradiciones no escritas que se remontan a los Apóstoles.

La señal de la cruz aparece primero en los ritos bautismales, Así se explica que, a menudo,
algunos autores antiguos lo utilicen para designar al propio bautismo. La inscripción de
Abercios, a fines del siglo segundo, habla del pueblo «que lleva el espléndido sello». La
palabra sello, sphragis, designa la señal de la cruz en la frente

El signo de la cruz evoca hoy normalmente para nosotros el patíbulo en que fue colgado
Cristo. Pero deberíamos preguntarnos si es éste el primitivo origen de la cruz marcada en
la frente, en la primera comunidad cristiana. Parece, más bien, que esto no fuera así y que
nos encontremos ante un signo que tenía otro significado. Notemos, en efecto, que
muchos textos antiguos relacionan el signo de la cruz con la letra tau que tenía, en griego,
la forma de T. La relación entre la cruz y la tau puede deberse a una semejanza de forma.

Los mismos Padres de la Iglesia recordaron que el libro de Ezequiel anuncia que los
miembros de la comunidad mesiánica serán marcados con el signo tau en la frente. El
recuerdo de este texto estaba presente en el entorno judío de tiempos de Cristo.

Ahora bien, ese sello que es el Nombre del Padre, es el signo de Ezequiel, ya que la tau
hebrea, que es la última letra del alfabeto, designa a Dios, como la omega en griego.

Parece, pues, que los primeros cristianos estaban marcados en la frente con una tau que
representa el nombre de Yahvé. En tiempos de Cristo, en el alfabeto hebreo, la tau podía
representarse con el signo T o el signo X.

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