Jaime Mariazza Foy - Retrato Virreinal 2019
Jaime Mariazza Foy - Retrato Virreinal 2019
Jaime Mariazza Foy - Retrato Virreinal 2019
Fig. 1. José Joaquín del Pozo. Inmaculada. Fines Siglo XVIII. Ministerio de Cultura del Perú.
Resumen
Este artículo propone el estudio de la pintura virreinal peruana desde el enfoque de las características
sociales bajo las cuales se formaban los aprendices de pintor, sus alcances como estudiosos del natural
y sus habilidades para reproducir diferentes tipos de texturas. De igual manera, se señala el grado de
consideración social que las imágenes pintadas recibieron, por un lado, de parte de un estamento social
culto y, por otro, como síntesis votiva y piadosa de un imaginario popular que alcanzaba a la mayor
parte de la población. Hemos empleado el género del retrato como vía para explorar tentativamente
las particularidades de la pintura durante los siglos XVI al XVIII.
Palabras clave: pintura, virreinato, entorno social, estilo.
Abstract
This article proposes the study of the Peruvian viceroyalty painting from the approach of the social
characteristics under which the apprentices of painter were formed, their scopes as studious of the
natural one and their abilities to reproduce different types of textures. Similarly, the degree of social
consideration that the painted images received, on the one hand, from an educated social class and,
on the other, as a votive and pious synthesis of a popular imaginary that reached the majority of the
population. We have used the genre of portraiture as a way to tentatively explore the particularities of
painting during the 16th to 18th centuries.
Keywords: painting, viceroyalty, social environment, style.
A fines del siglo XVIII, el presbítero Matías Maestro, hombre cercano al arzobispo de Lima,
Juan Domingo Gonzáles de la Reguera, y relacionado con el comercio virreinal, solicitó al
pintor José del Pozo1 un lienzo con la imagen de la Inmaculada2 (Mariazza, 1987) para el
Tribunal del Consulado de la ciudad de Lima3 (Fig. 1). En dicho lienzo, además de la imagen
de María, trabajada según el modelo creado por Mateo Cerezo en 1664 y difundido en
la centuria siguiente por el grabador Salvador Carmona (Sebastián, 1969) entre muchos
otros, Pozo incluyó los retratos de quienes se encargaron inicialmente de conducir las
1 Sobre este pintor consultar los conocidos textos de Vargas Ugarte, 1947, y el de Harth-Terré y Márquez
Abanto, 1963. También en Velaochaga Rey, 1979. Igualmente, en Wuffarden, 2006.
2 Una cronología diferente es la que establece Mendiburu quien asegura que toda la obra de pintura de del
Pozo en dicho Tribunal data de 1819, dos años antes de su muerte. Mendiburu, 1934, pp. 238-239.
3 El tribunal del consulado se estableció en Lima en 1613 y fueron sus primeras autoridades el prior don Miguel
Ochoa y los cónsules don Juan de la Fuente Alimonte y don Pedro Gonzales Refolio. Para otros aspectos del
Tribunal se recomienda: Moreyra y Paz-Soldán, 1994.
labores del Tribunal en el reino del Perú, el prior y los dos cónsules, hombres que vivieron
más de un siglo y medio antes que él, cuyos nombres, rostros, vestidos y peinados estaban
lejos de serle familiares. No conocemos las fuentes gráficas que él usó para recrear los ros-
tros de aquellos hombres, no tenemos sus retratos pintados ni grabados, y posiblemente,
él tampoco los tuvo. Debemos pensar, entonces, que tales figuras fueron un ejercicio de
imaginación agregado al modelo de la Inmaculada. Con estas herramientas, Pozo creó una
obra nueva cuyo propósito posiblemente no fue otro que rendir homenaje a las primeras
autoridades del Tribunal, a la vez que renovar los votos institucionales a la Inmaculada
Concepción, su patrona.4
La reelaboración de modelos fue una costumbre extendida en la práctica artística del mo-
mento; muchos de los contemporáneos de nuestro pintor solían hacerlo en gran medida,
de tal forma que se generó una enorme producción de lienzos. Hoy puede ser citada como
medio ilustrativo de la escena ecléctica de la pintura limeña de fines del setecientos en los
que el anacronismo fue solo uno de los variados aspectos que la componen y que, en nues-
tra opinión, se debió principalmente a una clientela acostumbrada a ciertas fórmulas es-
téticas heredadas de épocas anteriores. Las sutiles novedades aparecidas a fines de dicho
siglo no llegaron a conformar nunca un horizonte homogéneo, pues el apego a la tradición
mostrado por un amplio sector de la población y las propuestas de cambio adoptadas por
algunos miembros de los estamentos sociales y políticos más altos, solo contribuyeron a
delinear un panorama artístico absolutamente fragmentado (Mariazza, 2004). El discurso
del cuadro citado, pone de manifiesto dos peculiaridades importantes en el perfil estético
de la ciudad de Lima en esos años: la ya mencionada presencia de una tendencia arcaizante
entre los pintores que satisface las exigencias del mercado local, y la no necesaria coinci-
dencia en el tiempo del pintor y del modelo en lo que al retrato se refiere.
Desde sus inicios, la función de la pintura virreinal peruana osciló entre dos posiciones que
tienen en común la recepción de la obra de arte como instrumento de fe. Por un lado, la
preservación de la tradición plástica con fines exclusivamente religiosos, rasgo fundamen-
tal de un público que no tenía necesidad de cambios en sus imágenes de culto, pues veía
en el producto artístico una manera de reafirmación espiritual y el fortalecimiento de los
vínculos entre miembros de una misma localidad y, por otro, las clases más altas y más cul-
tas del virreinato tuvieron en el arte, además, una vía de expresión de sus valores de clase.
Las novedades artísticas que llegaban de Europa fueron adoptadas con mayor lentitud en-
tre los primeros que entre los segundos, permitiendo así la continuidad de ciertas modas
cuyas características de forma, color e iconografía alimentaron la devoción de un amplio y
mayoritario sector social. Ambas actitudes fueron sincrónicas por lo que no es de extrañar
que en Cusco, por ejemplo, a fines del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, pintores como
el Maestro de la Almudena o Gerónimo Gutiérrez de las Casas,5 entre otros, muestren un
estilo fuertemente medieval en sus obras, en abierto antagonismo con la plástica italiana
del cinquecento que en esos mismos años desarrollaban pintores como Bernardo Bitti o
Mateo Pérez de Alesio y sus respectivos seguidores. Por otro lado, debemos recordar que
el espíritu arcaizante en nuestra pintura no corresponde solo a los centros andinos como
se menciona en algunos estudios (Gisbert y Mesa, 1982). En la ciudad de Lima este fenóme-
no fue igualmente constante. Frente a los prototipos españoles y flamencos que desde muy
temprano en el siglo XVII comenzaron a popularizarse entre los pintores locales, surgió el
trabajo de artistas como el del Maestro que realizó las pinturas murales de San Francisco,
4 Ver los libros de Ordenanzas del Tribunal de los años: 1680, 1768, 1820 (Biblioteca Nacional y Biblioteca
Municipal de Lima).
5 La Misa de San Gregorio pintada en 1606 por Gerónimo Gutiérrez de las Casas en la ciudad de Cuzco es un
buen ejemplo del medievalismo tardío al cual Martín S. Soria se refería en los años 50. Ver: Martín S. Soria,
La Pintura del siglo XVI en Sudamérica, Buenos Aires, 1956.
6 Al reverso de la tela observamos la inscripción Mendoza fecit que Wuffarden identifica con el pintor José
Mendoza, activo en Lima en los años finales del siglo XVIII. Ver: Wuffarden, 2004. El nombre de este pintor
está precedido por el de Pedro Moncada que, de acuerdo con la inscripción que allí se lee, es el autor del
marco. Es poco frecuente que el autor del marco se individualice de esa manera y menos frecuente aun es
que anteponga su nombre al del pintor y firme al lado de éste.
7 Tal es el caso de los retratos de los incas que aparecen en la portada de la “Década Quinta” de la Historia
General de los Hechos de los Castellanos…de Antonio de Herrera (1728). Ver: Marcos Jiménez de la Espada,
Tres relaciones de antigüedades peruanas, Madrid, 1879. Citado por Marco Dorta, 1977.
Fig. 3. Retrato de Carlos III. Grabado en base a la Fig. 4. Anónimo. Retrato de Calos III. Siglo XVIII. Ministerio
composición de Juan Bautista Piazzeta. Siglo XVIII. de Cultura del Perú.
Biblioteca Nacional del Perú. Gabinete de estampas.
8 Tal como ocurrió con los retratos grabados del rey Carlos III creados por J.B. Piazzeta y vendidos en el taller
del pintor y grabador Luys Bonnardel en la ciudad de Cádiz. Ver: Mariazza F., 1989.
9 Menos frecuente fue el uso de escenas urbanas de carácter narrativo como vemos en el retrato del virrey
Manso de Velasco pintado por Cristóbal Lozano en la catedral de Lima o en el del virrey Amat en el Monasterio
de las Nazarenas de Lima atribuido a Cristóbal de Aguilar.
11 San Jerónimo escribió la biografía de Pablo el Ermitaño, hacia el año 376, y también la de San Hilarión, en
torno al 393 de nuestra era. Tal como declara el mismo Jerónimo en las líneas finales de VM1, el propósito de
las tres biografías fue escribir una historia de la Iglesia de Cristo en los diferentes aspectos que ofrecía por
entonces la vida monacal.
Fig. 13. Anónimo. Inmaculada con Donantes. Siglo Fig. 14. Detalle del cuadro anterior.
XVIII. Colección Privada. Lima.
a los volúmenes como a sus texturas. De igual manera conocemos el retrato del padre
Verástegui, obra del mismo pintor, en el convento de los Padres Descalzos de Lima, cuya
solución escenográfica, calidad de ejecución e introspección psicológica lo acercan a estos
dos cuadros comentados. Una variante del retrato religioso femenino es el de las monjas
coronadas que en nuestro medio tuvo poca repercusión. Solo tenemos algunos ejemplos
en el Monasterio de Santa Catalina de Arequipa, en Ayacucho y en algunas casas religiosas
de Lima (Guerrero, 2005), a diferencia de la enorme popularidad que alcanzó en los virrei-
natos de Nueva España o en el de Nueva Granada (Fernández Félix, 2003).
Otras modalidades del retrato colonial, son el retrato votivo y el reivindicativo que no
se relacionan con instituciones, pero sí con las aspiraciones de un sector de la población
indígena que perseguía prerrogativas sociales y económicas, por la nobleza de su linaje o
bien unía a estas pretensiones la propuesta de cambios estructurales que permitieran con-
cretar un programa ideológico a favor del indio. El retrato votivo aparece bajo la forma de
donantes, figuras de cuerpo entero o medio cuerpo asociadas a imágenes religiosas, cuya
protección se invoca de modo encomiástico no solo por la creencia en el credo cristiano,
sino por constituir un modo de demostrar su integración al sistema virreinal al que se plan-
teaba reclamos de índole dinástica desde la posición de realeza dependiente.12 Por tanto,
sus imágenes pintadas en lienzos religiosos eran útiles para hacer pública la demostración
de su fe y al mismo tiempo afirmar su lugar dentro del grupo. Así se ve en un cuadro cus-
queño de la Inmaculada con dos donantes (Fig. 13), allí los donantes -indígenas o mestizos
12 Un documento demostrativo de este caso, es el presentado por los hermanos Francisco Prieto y Barbarán
Minollulli y José de la Rosa y Barbarán Minollulli, donde puede leerse cómo ambos remontan sus ancestros
hasta los mismos Incas y decoran su pliego con un retrato pintado de Manco Capac, para enfatizar la
naturaleza de su reclamo. Se llaman así mismos fervientes católicos y se refieren al Rey de España como
“amantísimo padre al que tienen gran afecto”. Ver: Ejecutoria de Nobleza de Septiembre de 1782, escribano
José Vásquez Meléndez, Archivo del Monasterio de la Concepción de Lima.
14 El retrato del virrey conde de Lemos es uno de los mejores ejemplos de este género en nuestra pintura por
sus valores plásticos y cromáticos. Se encuentra en la colección del Palacio de Gobierno de Lima.
15 Sobre el estado de la universidad en el siglo XVIII y la competencia de los Colegios Mayores, ver: Valcárcel,
1968. También: Sánchez, 1966; Barreda Laos, 1964.
16 Para mayor información remitimos al lector al estudio de Sánchez, Op. Cit. 1967.
él mismo como un maestro con autoridad para ejercer su oficio y celebrar contratos. Sin
embargo, su práctica denuncia una manera dogmática y repetitiva de lo aprendido en el
taller, lo que equivale a decir que ninguno de los pintores, ni siquiera los más destacados,
revelan la intención de trascender las fórmulas aprendidas. Por lo menos, no hemos halla-
do testimonios documentales ni obras que evidencien un análisis del entorno. Al contrario,
las reglas por las cuales solían regirse para el tratamiento del espacio o de los volúmenes
no cambian jamás. Como tampoco cambia la actitud de la clientela hacia sus propias imá-
genes, pues aceptó complacientemente las propuestas del pintor sin exigir nada que fuera
más allá de lo usual. La consecuencia de ello es que a través del tiempo, ciertas señales de
aplicación mecánica de los rudimentos del arte pasaron a integrar el conjunto de caracte-
res externos de las pinturas.
Por otro lado, en este panorama es necesario destacar que los procedimientos descritos
por los cuales nuestros retratistas se proveían de modelos no fueron del todo distintos a
los empleados por los pintores religiosos, en lo que a la dependencia de arquetipos pre-
existentes se refiere. Estos procedimientos limitaron en gran medida su aprendizaje del na-
tural y condicionaron el resultado final de su trabajo. Sin embargo, la acusada personalidad
de algunos nombres, en cuyas obras y sus detalles se aprecia una constante preocupación
por lograr resultados fidedignos en la representación de las texturas, los sitúa por encima
de la regularidad del medio. Desde retratos del siglo XVI como el del jurista Jerónimo
López Guarnido, atribuido a Bernardo Bitti, al del virrey Abascal, obra de Pedro Díaz, am-
bos en la galería del Museo de Arte de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, hay
una variedad enorme de retratos, profanos y religiosos, todos muy sugerentes del interés
por parte del autor de aplicar en sus modelos las pautas de la moda de su tiempo. Fue en
el Siglo XVIII, finalmente, cuando los centros de producción artística del virreinato alcan-
zaron su mayor desarrollo en cuanto a la madurez en el tratamiento de sus modelos y a la
actividad de sus talleres. A esta centuria pertenecen algunos pintores cuyos nombres he-
mos mencionado en estas páginas como ejemplo de calidad en el dibujo y gusto colorista,
y como elementos que equilibran la escena virreinal.
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