La Fiesta de Pentecostés

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la fiesta de Pentecostés llega a su término y a su

culminación la solemne celebración, por la Iglesia, de la


cincuentena pascual. Después de haber celebrado a lo largo
de estos 50 días la victoria de Jesús sobre la muerte, su
manifestación a los discípulos y su exaltación a la derecha
del Padre, hoy la contemplación y la alabanza de la Iglesia
destaca la presencia del Espíritu de Dios y la entrega por el
Resucitado de su Espíritu a los suyos para hacerles
participar de su misma vida y constituir con ellos el nuevo
Pueblo de Dios.

-La aspiración que Dios ha puesto en el hombre tiene hoy


su cumplimiento Hay en la creación entera, que "abriga la
esperanza de compartir libre de toda corrupción la
espléndida libertad de los hijos de Dios" (Rm/08/20-21), y
hay sobre todo en el hombre, en quien culmina la historia
de la creación, la aspiración, no siempre consciente y
asumida, a una perfección y una plenitud que nada del
mundo es capaz de satisfacer. De esa aspiración se hacen
eco voces de la historia religiosa de la humanidad como la
de la oración de Moisés: "Ojalá quiera Dios que toda la
gente del pueblo sea profeta y que el Señor ponga su
Espíritu sobre ellos" o la contenida en la expresión del
profeta: "Ojalá desgarrases el cielo y bajases". La
revelación de Dios a lo largo del AT venía alimentando esa
esperanza del hombre con su promesa de un día en el que
Dios será Dios de su pueblo y enviará su Espíritu sobre
todos los hombres.

Hoy, podemos decir que en la celebración de la Pascua, se


ha cumplido todo eso. El Espíritu que había descendido
sobre Jesús en el bautismo y le había llenado de su gozo al
conocer la revelación del misterio de Dios a los sencillos, ha
manifestado su poder resucitándole de los muertos y
concediéndole tener parte en la vida y la gloria de Dios. Y
como la Pascua del Señor es el comienzo de una
humanidad nueva, el Resucitado otorga su Espíritu a los
suyos para renovarlos interiormente, incorporarlos a su
nueva humanidad, instaurar con ellos el nuevo Pueblo de
Dios y enviarlos como fermento al mundo para su total
renovación.

-El Espíritu edifica la Iglesia


Por eso son tan extraordinarios los frutos del Espíritu. Él
reúne a la Iglesia dotando de nueva vida a aquellos que por
la fe y el bautismo se han incorporado a JC. Él transforma
el interior de los creyentes dándonos la posibilidad de decir:
"Jesús es el Señor" y de invocar a Dios como Abbá, Padre,
poniendo en nuestros labios una oración que el espíritu
humano no sería capaz de suscitar. Él profundiza la
capacidad de nuestras mentes concediéndonos penetrar en
el misterio de Dios y gozar de la experiencia de su gracia.
Él cambia la vida de los discípulos de Jesús haciéndonos
transformar la vida según el mundo y dándonos fuerza para
vivir en el amor mutuo, el gozo, la paz, la magnanimidad,
la paciencia, la fidelidad. El Espíritu del Señor invocado por
nuestras comunidades cuando celebramos la Eucaristía
desciende sobre los dones para que sean el cuerpo y la
sangre del Señor resucitado y desciende sobre la misma
comunidad para convertirla en ofrenda agradable a Dios y
congregarla en la unidad y en la paz.

-El Espíritu envía al mundo y habla a través de la historia

Pero el Espíritu ha sido dado a la Iglesia como prenda de su


entrega al mundo. Por eso los hombres dispersos en
muchas lenguas comienzan en el relato de Pentecostés a
escuchar las maravillas de Dios que los apóstoles les
predican en su humilde dialecto. Por eso también el Espíritu
envía a los cristianos al mundo para que sean testigos de
JC, anuncien la buena nueva de la salvación de Dios e
instauren en medio de su historia y a través de los
acontecimientos que la van haciendo el Reino de Dios. Y
por eso también el Espíritu aletea incluso sobre un mundo
que la Iglesia tiene por alejado del plan de Dios y a través
de sus descubrimientos, en sus logros, y hasta de sus
fracasos, interpela a los creyentes y los conduce hacia su
renovación.

Verdaderamente el Espíritu es el don supremo del Dios


Altísimo que nos ha otorgado el Señor muerto en la cruz y
resucitado. Al recibir el Espíritu, ya no recibimos tan sólo
los dones del Espíritu: recibimos a Dios mismo convertido
en el don por excelencia, permitiéndonos vivir con su propia
vida, concediéndonos participar de su propia naturaleza y
haciéndonos herederos de su gloria.
Por eso la Iglesia nos propone para esta celebración en la
que culminan las fiestas pascuales y como una oración que
debe prolongarse cada día: "Ven, ES, llena los corazones de
tus fieles". "Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve la faz de
la tierra". Amén.

JUAN MARTIN VELASCO


MISA DOMINICAL 1989, 10

2. El Espíritu del Señor llena el mundo

LECTURAS DEL DÍA


1ª. Hechos de los Apóstoles 2, 1-11 : "Todos los discípulos
estaban reunidos el día de Pentecostés...Un ruido del cielo,
como de viento recio, resonó en toda la casa... Vieron
aparecer unas lenguas como llamaradas de fuego... Se
llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en
lenguas.."

2ª. Primera Carta a los Corintios 12, 3-7. 12-13: "Nadie


puede decir "Jesús es el Señor" si no es bajo la acción del
Espíritu santo. Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es
uno... En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien
común..."

3ª. Evangelio según San Juan 20, 19-23: "Al anochecer de


aquel día..., estaban los discípulos en una casa... Entró
Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros... Como
el Padre me envió así os envío yo.. Recibid el Espíritu
Santo..."

CLAVES PARA LA LECTURA


1. En el Domingo de Pentecostés, la primera lectura nos
habla de la venida del Espíritu Santo. Entre los judíos la
fiesta de Pentecostés se celebraba cincuenta días después
de la Pascua, y en ella se conmemoraba la "fiesta de la
cosecha y de la renovación de la Alianza"(Ex 23, 16).

La descripción que nos hacen los Hechos de los apóstoles


de la venida del Espíritu Santo se sirve de imágenes
escatológicas (viento, fuego) que ya empleaba el Antiguo
Testamento para describir la improvisa irrupción de Dios.
En esa descripción que hacen los Hechos se presenta la
inauguración de una Alianza nueva, y se promulga la ley del
Espíritu.

Pentecostés viene a ser una segunda creación.

2. La segunda lectura centra nuestra atención en la múltiple


acción del Espíritu Santo que se expande en carismas,
ministerios y servicios.

Para san Pablo los auténticos carismas son un signo de la


presencia del Espíritu.

La variedad de ministerios y de carismas y la unidad de la


Iglesia con considerados por él como frutos de la acción del
Espíritu Santo.

La Iglesia está animada por un extraordinario dinamismo.


Todos los carismas son dados por Dios para común utilidad.
Y todos los redimidos, aunque sean muchos, no forman
más que "un solo cuerpo".

3. En la tercera lectura se describe una de las apariciones


de Jesús. En ella transmite a los discípulos el gozo y la paz
, la misión que él había recibido del Padre y el don del
Espíritu Santo. Y este don del Espíritu está en relación con
el poder de perdonar los pecados. De ese modo el
sacramento de la penitencia aparece como fruto del triunfo
de Cristo resucitado sobre el pecado y el mal.

COMENTARIO TEOLÓGICO.
1. Con la exaltación de Cristo por medio de la Resurrección,
la era de Jesucristo se convierte en la era del Espíritu
Santo. El Resucitado obra en su Comunidad de creyentes
por la fuerza y la eficacia del Espíritu.

La acción del Espíritu (Hch 2, 1-11) manifiesta al mundo la


legitimación de la misión recibida por parte de Cristo. El
Espíritu Santo hace que la tímida comunidad cristiana salga
al público y continúe su misión.
2. La paz que Jesús da a los discípulos (Jn 20, 19-23) es
más que un saludo. Como Jesús fue enviado por el Padre,
así también Cristo envía a sus apóstoles: recibid el Espíritu
Santo.

Con Pentecostés comienza la Iglesia. El Señor sopló sobre


los discípulos, como Dios sopló en la creación del hombre
(Gén 2, 7), y les comunicó el don de vida que Dios había
comunicado al hombre.

Pentecostés constituye el origen de una nueva humanidad,


de una nueva creación.

3. El don del Espíritu Santo es comunicado contra el


pecado. El poder de perdonar los pecados debía provenir de
Cristo. El envío de los apóstoles al mundo es prolongación
del envío que el Padre hizo de su Hijo (Jn 17, 18).

Los apóstoles, con la venida del Espíritu Santo, están


habilitados para llevar adelante la obra que Cristo inició en
su vida terrena (Jn 17, 11).

4. Los carismas , en los que abundaba la Iglesia primitiva


(como lo vemos por la Iglesia de Corinto, 1Cor 12),
presentaban sus peligros, como el de confundir la fe con los
signos externos. De ahí que san Pablo nos ofrezca los
criterios a seguir para distinguir los verdaderos carismas de
los falsos.

Primer criterio de discernimiento o distinción del auténtico


carisma es su contribución a reforzar la fe en Cristo.

Segundo criterio, la colaboración de los diversos carismas al


único designio de Dios (1Cor 12, 4-6). Siendo Dios la única
fuente de carismas , entre estos no puede haber oposición.

Tercer criterio, su servicio al bien común y a la unidad del


cuerpo (1Cor 12, 7ss). Todos los carismas tienen que dar
vitalidad al cuerpo místico que es la Iglesia.

REFLEXIÓN FINAL
Aquí podríamos considerar cómo todos los cristianos, con
los diversos carismas, deberíamos trabajar aunados, bajo la
acción del Espíritu, para difundir e introducir la fe en los
diversos sectores de la sociedad moderna, con buen ánimo,
sin cobardía alguna.

Somos miembros de un solo cuerpo que es la Iglesia de


Cristo, y nuestra única causa es la causa de Cristo.

Divididos, mal entendidos, o tristes en el ministerio, somos


antisigno de la unidad de fe y espíritu que profesamos.
Unidos, seremos ejemplo de comunión, fraternidad,
solicitud mutua, sin que ningún cristiano (sacerdote,
religioso o seglar) pueda sustraerse al envío y misión que
nos ha sido confiada como a discípulos de Jesús.

Fray José Salguero, op


Convento de Ntra. Sra. de Las Caldas
Orden de Predicadores

3. Una primitiva tradición lo llama "pintor entre los


evangelistas". Porque presenta un misterio profundo -no
con palabras- sino de manera intuitiva en cuadros
impresionantes. Gran Director de cine.

Una cosa tan misteriosa, que no está al alcance de los


sentidos, como es la venida del Espíritu Santo, la describe
acompañada de unos fenómenos sensibles realmente
necesarios para que podamos hacernos una idea de aquel
acontecimiento.

Lucas relaciona el Pentecostés cristiano con el Pentecostés


judío, en el interior del cual los apóstoles, definitivamente
convertidos a la fe en el Resucitado, comienzan a
proclamarla. Juan lo relaciona con el día de Pascua para
mostrar que la realidad comienza aquel día. Son dos
perspectivas de la misma realidad (Hch/02/01-11 y
Jn/20/19-23).

SENTIDO DE LA FIESTA DE PENTECOSTÉS: PAS/PENT


-El Espíritu Santo no es otra cosa que se añada a la Pascua.
Es el gran DON de la Pascua. Es el Señor de la Pascua,
Cristo Resucitado, quien nos lo envía el mismo día de la
resurrección porque es el Espíritu quien nos permite
aceptar a Jesús como Señor. Celebrar Pentecostés es
actualizar la Pascua. Hacerla realidad en nuestra vida.

CINCUENTA DÍAS.

-Si todos los santo tienen octava. Pentecostés tiene ¡SIETE!


Hoy celebramos como coronación la fiesta de Pentecostés,
que significa, precisamente, el día quincuagésimo. El
evangelio nos presenta a Jesús en medio de los discípulos,
diciéndoles: "Recibid el Espíritu Santo". Hoy nos detenemos
a contemplar y agradecer.

ES/CREACION:

1º. La creación cósmica (Gn/01/02). La tierra era caos y


confusión y oscuridad y un viento de Dios aleteaba por
encima de las aguas: el Espíritu de Dios aleteando por
encima de las aguas primordiales.

2º. La creación humana. Dios sopla su Espíritu sobre la


figura inerte de Adán para darle vida (Gn/02/07): "Yahvé
Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus
narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser
viviente".

3º. La creación de Jesús. (Lc/01/35): "El Espíritu Santo


vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra".

4º. El E.S. es el comienzo de la misión de Jesús y de la


misión de la Iglesia. Fuerza de Dios para cumplirla. Prisa en
los caminos. Voz en las plazas. Coraje ante los tribunales.
El Espíritu que descendió sobre Jesús al comienzo de su
vida pública, cuando inaugura su misión salvadora en el
mundo mediante su bautismo por Juan, desciende también
sobre los discípulos cuando comienzan en el mundo su
misión de testigos del Resucitado. El gesto de Jesús, que
exhala su aliento sobre los discípulos, recuerda el del
Creador que lo exhala sobre el rostro de Adán. También
ahora comienza una nueva creación y una nueva vida.
Ahora es el principio y en el principio era la Palabra y el
Espíritu.

5º. La creación de la Iglesia. La Iglesia es creación del ES.


Los discípulos encerrados por miedo a los judíos son como
la arcilla del suelo. Los discípulos que reciben el E.S. son ya
la Iglesia viva. Han recibido el aliento-soplo-Espíritu de
Jesús y crea en ella -la Iglesia- entrañas de madre que
comience a parir hijos de Dios. El E.S. concede a la Iglesia
el poder de bautizar -que no es simplemente perdonar los
pecados- sino regalar a los hombres una nueva naturaleza
creada en Cristo por la fuerza del E.S. Un nuevo principio
vital que permitirá al hombre lo que humanamente es
siempre imposible: amar la voluntad de Dios. Esa voluntad
de Dios que se le presentaba al hombre desde fuera como
Ley estará dentro de él identificada con su voluntad
humana y la obedecerá espontáneamente
(Jr/31/33 Ez/36/25-28 Sal/118/97: "Cuánto amo tu
voluntad; todo el día la estoy meditando").

En Pentecostés sucedió lo contrario de lo que se dice de


Babel, donde los hombres que intentaron escalar el cielo
terminaron sin entenderse los unos con los otros, y es que
los hombres sólo pueden entenderse entre sí cuando cada
uno se abre dócilmente a la sorprendente gracia de Dios y
no cuando luchan como titanes para alzarse sobre las
nubes. Si en Babel se dispersó la humanidad, la acogida del
Espíritu significa el principio de una nueva y definitiva
reunión. Cuando lo recibamos de verdad, cuando todos
tengamos un mismo Espíritu, nos entenderemos, aunque
hablemos diferentes idiomas. Y surgirá la nueva creación.
Porque el problema está en la división de los espíritus, en
las mentalidades opuestas y en el enfrentamiento de los
intereses.
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4. VIDA EN EL ESPÍRITU: ES/SIMBOLOS:

Hoy, fiesta de Pentecostés, podríamos comenzar tomando


conciencia de que el Espíritu Santo es el gran tesoro que
Jesús nos transmite. Somos los cristianos los que hemos
desprestigiado la llamada "vida espiritual", entendiéndola
en oposición, o al menos en yuxtaposición, a la "vida
histórica". Sería una persona "espiritual" aquélla que
dedicara tiempo a "ocupaciones espirituales": oración,
lectura espiritual, sacramentos, devociones. Con ello hemos
llegado en muchas ocasiones a un dualismo pernicioso. O
vivimos esquizofrénicamente dos vidas separadas, la vida
espiritual y la vida material. O incluso puede llegar a darse
personas de una "vida espiritual" aparentemente correcta,
y cuya vida ordinaria no se parece en nada a la de Jesús y
es compatible con la injusticia y el desinterés por la
transformación del mundo.

Si el Espíritu Santo es el don preciado que reciben los


hombres, no puede ser recluido en un sector o tiempo de
su vida. Sería más correcto decir que se trata de vivir en el
espíritu la única historia que existe y cada uno de los
momentos de ella. Que haya tiempos de especial densidad
en esa conciencia del Espíritu, es lógico. Pero lo que no
podemos es recluirle en un sector sacral y apartarle de la
marcha de la vida de los hombres y de la historia.

Porque no bastan los proyectos mejor intencionados para


crear una humanidad nueva. Sólo el don del Espíritu, que
se extiende universalmente, puede transformar
interiormente hombres y estructuras. Quien conoce bien la
historia no es ingenuo. Muchas veces a los libertadores
siguen los dictadores.

De ahí los símbolos con que en la Escritura viene


caracterizada la acción del Espíritu: Viento impetuoso.
Sopla cuando quiere y donde quiere. No se puede poner
cauces al viento para controlarlo. No se sabe de dónde
viene ni a dónde va. Aparece, no sabemos por qué ignotos
caminos, donde menos y cuando menos lo podíamos
esperar, y se cuela incluso por las más pequeñas rendijas.
y arrastra impetuosamente allí donde la ley resulta casi
siempre ineficaz.

Fuego. Derrite para transformar. No rompe ni fragmenta,


no fuerza. Moldea desde dentro, forja una nueva
personalidad penetrando todo nuestro ser.
Lenguas. Todos oyen hablar de Cristo en su propia lengua.
El Evangelio de Jesús no está ligado a una cultura, a una
situación, a un idioma. Llega hasta donde el hombre se
encuentra. Un único Jesús es oído en pluralidad de culturas
y situaciones.

Mosto. Algunos los creían borrachos. Quizá quiere señalarse


una exultación que asemeja a la ebriedad. Quizá también
que los hombres movidos por el Espíritu muchas veces
parecen ajenos al sentido común. No entra su actuación en
el esquema que rige nuestra sociedad, tienen una
evangélica insensatez. Si la sociedad los puede entender y
calcular según sus habituales pautas, si no resultan
escándalo y aguijón, si la vida en el espíritu no extraña
como algo anormal en un mundo injusto, si la acomodación
es perfecta, quizá es señal de alerta.

COMUNIDAD NUEVA EN EL ESPÍRITU

El don del Espíritu alumbra la comunidad. La Iglesia no es


como una organización para administrar el testamento de
Jesús. Es verdad que tiene un elemento institucional, es
decir, fundacional, lo que ha recibido de Jesús y es
irrenunciable: el anuncio de la Buena Nueva, la cercanía a
los pobres, la catequesis, la transmisión apostólica, los
sacramentos, todos estos elementos son originales e
imprescindibles porque tienen su origen en el mismo Jesús.
Pero la Iglesia tiene otro elemento pneumatológico, la
presencia del espíritu que la recrea permanentemente. El
Espíritu tiene primacía sobre cualquier otro principio jurídico
de organización. ¿Por qué? Hoy se nos dan al menos dos
pistas. "Nadie puede decir Jesús es el Señor -confesión que
constituye a la comunidad cristiana- si no es bajo la acción
del Espíritu" (1/Co/12/03). El Espíritu posibilita la confesión
de fe en Jesús y hace comprender cuanto aconteció con El:
su enseñanza, sus signos, su vida, su muerte y su
resurrección.

Además, concede diversos dones para bien de toda la


comunidad, que en nada rompen la unidad de la misma
confesión. La Iglesia necesita diversidad de servicios y
funciones, como el cuerpo exige muchos miembros que
forman un mismo organismo vital. Quizá podamos recordar
a ·Bloch-E., pensador secular, que no hace sino traducir
esta misma idea cuando escribe que en ninguna comunidad
sana pueden faltar cuatro carismas
fundamentales:C/CARISMAS:

-Carisma del profeta. Quien rompe el enclaustramiento del


presente, penetra en la tierra hasta sus raíces, hasta los
orígenes, y desde ahí empuja hacia el futuro.

-Carisma del cantor. No sólo es necesario el empuje hacia


adelante desde los orígenes, sino quien sea capaz de contar
y cantar aquello que todos creemos.

-Carisma del médico. Todo grupo humano tiene heridas que


curar y relaciones que sanar. Pero cuando la comunidad es
más perfecta, las grietas son más finas y sutiles, por ello
más peligrosas. A estas heridas, a veces imperceptibles e
inconfesables, ha de llegar el médico.

-Carisma del que rige, coordina, gobierna. Es necesario que


el grupo que nace desde dentro cuente con el don de ser
coordinado y gobernado con autoridad. La autoridad ha de
ejercerse en el espíritu, es un auténtico carisma, para que
no sea "como la de los señores de este mundo, que
oprimen".

-MISIÓN DE PAZ Y DISCERNIMIENTO

Pero no hay don del Espíritu, que crea el hombre nuevo y la


nueva comunidad, sin envío, sin misión. "Como el Padre me
ha enviado así también os envío yo" (/Jn/20/21). Este
envío se hace en un contexto en que se desea y comunica
la paz. La paz que se concede a la comunidad cristiana es
un don precioso que debemos transmitir y comunicar a
todos los hombres. El hombre y la comunidad en el Espíritu
están reconciliados consigo mismo y por eso se les envía
fundamentalmente en una misión de paz.

Nada hay en estos momentos que necesite tanto el mundo


como la paz. La Iglesia necesita plantearse de qué manera
puede contribuir mejor a la paz por la que cada hombre se
reconcilia consigo mismo y con Dios, y los hombres, las
familias, los sectores sociales, los pueblos se reconcilian
entre si.

Pero la paz para un mundo en crisis ha de significar


también capacidad de discernimiento; la paz que proviene
del Espíritu de Jesús no puede cubrir o justificar el mal o la
injusticia: es ofrecimiento de perdón sin límites allí donde
se reconoce el mal; pero puede ser también retención de
ese perdón en tanto que alguien se obstine en el pecado sin
reconocerlo. Por eso un servicio importante que los
cristianos pueden hacer al mundo de hoy es el
discernimiento: desenmascarar los egoísmos, estructuras,
mecanismos, pautas, modelos, por los que los hombres no
pueden vivir en paz. El Espíritu nunca construye la paz sino
sobre la verdad y sobre la justicia. Paz y capacidad de
discernimiento son dos gracias que hoy pedimos del
Espíritu para toda la humanidad y que comprometen
nuestra vida.

JM ALEMANY
DABAR 1987, 32

5.

"Ni siquiera hemos oído que exista el Espíritu Santo"


(Hch/19/02).

Esta respuesta dicha con toda sencillez por un grupo de


cristianos primitivos cuando se les preguntó si habían
recibido el Espíritu Santo, me da la sensación de que podría
ser, hoy, la respuesta de multitud de cristianos no tan
primitivos.

Efectivamente. Después de veinte siglos se ha dicho, y creo


que con razón, que el Espíritu Santo es el gran desconocido
en la Iglesia. Algunos (traduciendo de oído el latín en
aquellos gloriosos tiempos en los que el "populo bárbaro"
no entendía nada de lo que se rezaba en la Iglesia) lo
denominaban "Espíritu y Santo"... Y, sin embargo, el
Espíritu Santo es el gran artífice de la gran obra de Cristo
que no es otra que la Iglesia entendida como comunidad de
los hombres que, a través de los tiempos, habrían de vivir
al estilo de Cristo.

Las tres lecturas de hoy son sumamente expresivas al


respecto. En ellas se pone de manifiesto que el Espíritu
Santo significa el paso de la obscuridad a la luz, del miedo
al valor, del encierro al testimonio público, del aislamiento
al principio de la comunidad viva y operante. El Espíritu
Santo es la unidad en la diversidad, es el don de lenguas, la
posibilidad de llegar a todos con un mensaje que cada uno
entiende como dirigido exclusivamente para él "en su
propio idioma"; el Espíritu Santo es la profundización en el
mensaje de Jesús, el momento justo en el que los apóstoles
y los discípulos que lo reciben empiezan a conocer de
verdad a Jesús, a interpretar sus palabras, a penetrar en su
íntimo modo de ser, a ver el mundo con los ojos de Cristo y
a diseñar con toda nitidez lo que debe ser la vida de un
cristiano.

Aquellos primeros hombres que recibieron el Espíritu Santo


cambiaron radicalmente. Un impulso nuevo había
vigorizado sus convicciones y había fortalecido sus
decisiones. Desde ese momento ya nada podrá frenar su
iniciativa cristiana, del mismo modo que nada ni nadie
había podido frenar la de aquel Maestro con el que habían
convivido sin conocerlo del todo y sin poder captar (lo cual
no nos extraña) la grandeza de su mensaje.

El mundo comenzó a ver, primero despectivamente y luego


asombrado, la existencia de unos hombres aparentemente
insignificantes, que no tenían poder ni influencia, ni dinero,
ni armas; unos hombres que se limitaban a creer en lo que
decían y, sobre todo, a amar a todos los hombres y a
predicar en el nombre de un Señor que había muerto para
que todos tuvieran vida.

Aquellos hombres no callaron ante la persecución, ni ante el


halago, ni ante el dolor ni ante el martirio. No eran muchos
pero la fuerza de su "espíritu" o más bien de su Espíritu era
irresistible, Y de la misma manera que habían superado las
dificultades del momento, superaron el tiempo y el espacio.
Aquellas primeras comunidades cristianas, en las que el
Espíritu Santo vivía palpablemente, fueron incontenibles.

Cierto que en el transcurso de la Historia y en muchas


ocasiones la fuerza del Espíritu ha quedado ahogado por el
Código, por la forma, por la institución. La comunidad
cristiana ha vivido en la tierra y de su estilo ha adquirido
mucho y a veces demasiado, tan demasiado que, en
ocasiones, parece como si el Espíritu hubiera desaparecido
y sólo existiera una sociedad que dice buscar unos fines y
utiliza unos medios que nada tienen de adecuados para
conseguir aquéllos.

Pero no es menos cierto que siempre, y aún en los


momentos más dolorosos de la Historia de la Iglesia, el
Espíritu ha aleteado, ha estado presente avivando la fe,
despertando la esperanza, vigorizando el amor, llevando a
cabo su hermosa obra. Aquí y allá han surgido hombres de
talla gigantesca que se han dedicado a recordar, en todo
lugar y momento, que el Reino de Dios es algo que está ya
entre los hombres y se realiza diariamente cada vez que un
cristiano se atreve a adentrarse por los caminos del
Evangelio; cada vez que un cristiano se atreve a vivir
considerando a los hombres como hermanos, y cada vez
que un grupo de cristianos se reúne en nombre de Cristo
para intentar que la actividad de Dios penetre en la
humanidad y la transforme.

Nosotros que, por la misericordia de Dios sabemos que


existe el Espíritu Santo, tenemos la absoluta obligación de
intentar que no pase de largo en nuestra vida sino de
instarle a que se detenga y nos envuelva en su ruido, y nos
empuje a confesar a Dios ante los hombres de la única
forma que los hombres admiten esta confesión: viviendo
como Dios, nuestro Dios, quiere que vivamos. En una
palabra, viviendo como Cristo lo hizo.

Hoy es un día de gozo, un día en que podemos


confirmarnos en la fe, un día de oración confiada y
tranquila, de petición insistente para que el Espíritu no pase
de largo sino que descienda real y verdaderamente,
"renovando la faz de la tierra", porque renueve la faz de
cada cristiano que sobre la misma vive.
DABAR 1983, 30

6. BABEL/PENT:

* La confusión de lenguas: Si el hombre es, como se ha


dicho, un animal racional, es decir, está dotado de razón o
de palabra (logos), el deterioro de la palabra será la
deshumanización del hombre y de la convivencia humana.
Por tanto, debiera preocuparnos sobremanera el uso y el
abuso que hacemos de la palabra. Ahora bien, en nuestros
días la situación no es muy halagüeña: se abusa de la
palabra en la publicidad y en la propaganda, lo que lleva a
su devaluación y desprecio; disminuye de forma alarmante
la competencia lingüística en las nuevas generaciones, y,
por si fuera poco, donde entran en contacto en un mismo
territorio dos o más lenguas (sin ir más lejos, en el País
Vasco o en Cataluña) se dan señales de incomprensión y
violencia. Pero si los hombres ya no se entienden hablando,
¿cómo pueden entenderse? y si no se entienden los unos a
los otros, ¿cómo pueden vivir juntos? La Biblia nos dice que
la confusión de lenguas, el caos que se produce cuando
cada cual habla desde su punto de vista y utilizando su
propio lenguaje, sin importarle nada de nadie, y sin respeto
alguno a los que hablan o piensan de modo distinto, lleva a
la división y a la dispersión de los pueblos.

Los cristianos, en esta situación, tenemos si cabe mayores


dificultades, pues somos portadores de un mensaje que
debemos anunciar a todo el mundo y, con frecuencia,
advertimos que nadie nos entiende o que no conseguimos
hacernos entender. ¿Será que tampoco nosotros
escuchamos a los demás?, ¿o acaso hablamos de memoria,
sin espíritu, y como quien no cree lo que está diciendo?,
¿será que hacemos "propaganda de la fe" sin tener fe?

* Pentecostés: El misterio que celebramos hoy, la venida


del Espíritu Santo en lenguas de fuego sobre la cabeza de
los apóstoles, es la réplica de Dios a la confusión de las
lenguas, a la torre de Babel.
De una parte, el Espíritu que desciende es la fuerza de Dios
que hace hablar a los mudos. Los discípulos de Jesús
estaban callados como muertos, encerrados en el cenáculo
por miedo a los judíos.

Pero vino sobre ellos el Espíritu Santo y les concedió la


capacidad de hablar y el valor para confesar en público que
Jesús es el Señor. Porque "nadie puede decir que Jesús es
el Señor a no ser por el Espíritu Santo".

De otra parte, el Espíritu es el que abre los oídos para


escuchar el evangelio. Partos, medos, elamitas, habitantes
de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, romanos,
árabes, cretenses... escucharon en su propia lengua el
mismo evangelio. El acontecimiento maravilloso de
Pentecostés irrumpe en un mundo fraccionado en lenguas y
culturas, y, sin suprimir las diferencias, sienta las bases
para una fraternidad universal. La iglesia, comunidad de
todos los creyentes, es obra del Espíritu Santo. La iglesia
universal, católica, es el consenso y la confesión, la
comunidad, constituida por el Espíritu al descender sobre
los apóstoles.

* Una nueva vida y un nuevo lenguaje: Pentecostés es a la


pascua lo que la confirmación al bautismo. Los que se han
sumergido en la muerte de Cristo para participar de su
resurrección, los que han sido bautizados en su muerte,
han sido también confirmados por el Espíritu en la nueva
vida. Del Espíritu reciben también la fuerza para proclamar
lo que viven.

Un modo nuevo de hablar no tiene sentido si no es


expresión de una vida nueva. Si la palabra da expresión a
la vida, ésta es el contenido de la palabra. De ahí que el
problema que padecemos los cristianos, el problema de
comunicación, es en principio un problema de vida, de
auténtica fe, de una fe con obras. Porque una fe sin obras
está muerta y no tiene nada que decir al mundo.

Si hemos sido bautizados por rutina y vivimos el


cristianismo como una costumbre, el evangelio no llegará a
los hombres y no podrán entender lo que les anunciamos. Y
entonces añadiremos confusión a la confusión de lenguas
que padece nuestra sociedad. La evangelización será un
poco más de propaganda, un poco más de ruido. No
contribuiremos en absoluto a la convivencia y al
entendimiento entre todos los hombres de la tierra.

EUCARISTÍA 1982, 26

7.

* Comunicación del Espíritu: Celebramos hoy la solemnidad


de Pentecostés, que es la plenitud de la Pascua y su
confirmación.

En la resurrección de Jesús se manifiesta la nueva vida,


Jesús resucita de entre los muertos y pasa a ser el
adelantado de esa nueva vida, su fuente y su principio, su
fundamento y su raíz.

Los que creen en él y le siguen, los que se incorporan a su


persona y a su causa, a su destino, participan de su muerte
y de su resurrección. Es como un nuevo nacimiento, como
una regeneración, como volver a vivir desde otro principio.
El bautismo es el símbolo sacramental de nuestra
incorporación a Cristo. Pero la nueva vida que nos viene del
Señor resucitado sólo puede mantenerse y crecer si
participamos también del Espíritu de Cristo, del Espíritu
Santo que descendió sobre su cabeza en las aguas del
Jordán y que, una vez ascendido a los cielos, haría llover en
lenguas de fuego sobre sus apóstoles. Pentecostés es la
profundización de la Pascua, la interiorización del misterio
de Cristo en el corazón de sus discípulos, la confirmación
del bautismo.

Los que estaban muertos de miedo, se llenan de vida y de


coraje al recibir el Espíritu Santo. Los que se habían
encerrado por miedo a los judíos, salen a la calle y dan
señales de vida, predican en las plazas y desde las azoteas,
anuncian el evangelio a las multitudes y les dicen que no es
el vino lo que les hace hablar sino el Espíritu. Este mismo
Espíritu que abre la boca de los testigos es el que abre los
oídos a los creyentes, vengan de donde vengan y
cualquiera que sea su lengua. Porque es el Espíritu que
restablece la comunicación con Dios y, por tanto, también
la comunicación entre los hombres. Pentecostés es la
réplica de la torre de Babel.

* Espíritu de comunión: La iglesia es ante todo el cuerpo de


Cristo y no la corporación de los cristianos. Por eso lo que
da unidad a la iglesia es el Espíritu Santo, o el Espíritu de
Cristo, que ha sido derramado en nuestros corazones, y no
el derecho canónico. Cuando la unidad se entiende desde la
ley se trata más bien de una unidad impuesta y, en
consecuencia, de una uniformidad. Pero si la entendemos y
la vivimos desde el Espíritu que habita en nosotros, que
habita en cada uno de los creyentes -pues nadie está
desposeído en la iglesia del don del Espíritu-, entonces la
unidad no está reñida ni mucho menos con la diversidad y
lejos de ser una imposición es la expresión de la libertad de
los hijos de Dios. En efecto, hay pluralidad de dones, de
servicios, de funciones y "en cada uno se manifiesta el
Espíritu para el bien común". Hay pluralidad de miembros,
pero todos están animados por un mismo Espíritu.

Por otra parte, el Espíritu acaba con las diferencias que nos
separan y nos enfrentan a unos contra otros, creando entre
todos una fraternidad y una solidaridad, una comunión de
vida. Sumergidos en un mismo Espíritu, entusiasmados,
emborrachados con un mismo Espíritu, no puede haber
entre nosotros diferencias entre judíos y griegos, esclavos y
libres. La unidad que crea el Espíritu es inseparable de la
igualdad y de la fraternidad entre todos, porque todos
somos hermanos y uno solo es el Señor, Jesucristo.

* "Como el Padre me ha enviado...": La Iglesia de Jesús no


es una comunidad cerrada sobre sí misma y alejada del
mundo. Porque es iglesia para el mundo. Si Jesús reúne a
sus discípulos es para enviarlos al mundo, para que
continúen en el mundo su misión: "Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo". Y por eso mismo, para
que puedan cumplir la misión que les encomienda, les
comunica su Espíritu: "Y dicho esto, exhaló su aliento sobre
ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo". Su gesto nos
recuerda lo que leemos en el Génesis, cuando Dios "insufló
su aliento" en el rostro de Adán y "resultó el hombre un ser
viviente". A partir de Cristo y en virtud del Espíritu de
Cristo comienza una nueva creación, una nueva vida. La
iglesia es el símbolo y el instrumento al servicio de esta
nueva vida, que es vida para el mundo.

La eucaristía termina siempre con la misión al mundo:


"Podéis ir en paz". Lo cual no quiere decir que todo haya
terminado y que podemos estar tranquilos, sino más bien
que todo comienza o ha de comenzar de nuevo. Quiere
decir también que nuestra misión al mundo es una misión
de paz, de reconciliación, de esperanza. Los cristianos son
mensajeros de una buena noticia, y las buenas noticias se
ofrecen y no se imponen nunca a los demás. Por eso no
podemos ir al mundo en son de guerra. No somos soldados
de Cristo, somos sus testigos.

EUCARISTÍA 1981, 27

8.

* Pentecostés o la plenitud de la pascua: Los judíos


llamaban "pentecostés" a los cincuenta días que
prolongaban las fiestas pascuales y sobre todo al último de
ellos. En este último día de pentecostés descendió el
Espíritu sobre los Apóstoles; en este día comenzó la misión
de la iglesia. Por eso la solemnidad de pentecostés, que
celebramos hoy, es para los cristianos la prolongación y el
exceso, la culminación y el colmo de la pascua de
resurrección. De la misma manera que el sacramento de la
confirmación es la confirmación del bautismo, así
pentecostés confirma la gracia de la resurrección de Jesús
en la fe y en el testimonio público de la iglesia.

* La comunicación del Espíritu y en el Espíritu: El Espíritu


es el don y la fuerza de Dios que responde al sacrificio de
Jesús. Este don, esta gracia, se manifiesta en primer lugar
como "don de lenguas", porque es el don para cumplir el
mandato y la misión que reciben los discípulos de Jesús, los
que han escuchado el evangelio y ahora han de anunciarlo
a todos los pueblos. El mismo Espíritu que hace hablar a los
Apóstoles y les saca del miedo y del cenáculo a la vida
pública es el que reúne a los hombres de todos sus caminos
y les capacita para escuchar en su propia lengua las
maravillas de Dios. Ya es posible la comunicación, el
entendimiento y la comunidad: partos, medos, elamitas,
árabes y cretenses..., hombres de todos los rincones de la
diáspora escuchan un mismo evangelio. La dispersión de
Babilonia y la confusión de la torre de Babel, cuando los
hombres intentaron escalar el cielo, han sido superadas en
este venturoso día, en el que se abrieron los cielos y
descendió el Espíritu para renovar la tierra. Si el
endiosamiento del hombre lleva a la discordia y a la
dispersión, la condescendencia de Dios conduce a la unidad
y al entendimiento.

* La obra del Espíritu es la comunidad de Jesús: El


verdadero artífice de la iglesia es el Espíritu. Bajo su acción
reconocemos que Jesús es el Señor y estamos unidos en
una misma fe, si es que todos hemos sido sumergidos
(bautizados) en un mismo Espíritu y hemos bebido de él
para formar un mismo cuerpo. I/ASAMBLEA:Pero este
Espíritu que nos une es también el que nos diversifica,
dando a cada cual su propia gracia para que pueda cumplir
su papel en la iglesia y contribuir al bien común. La unidad
del Espíritu no es, por lo tanto, uniformidad y aburrimiento.
Ni debe confundirse con la unidad de todos bajo la
autoridad de unos pocos que dicen tener el Espíritu, ya que
nadie puede tenerlo en exclusiva ni tenerlo en absoluto.
Más bien es el Espíritu el que tiene y dirige a todos los
fieles y les lleva donde quiere. La iglesia, lejos de ser un
auditorio en el que uno habla y los demás escuchan, debe
ser una asamblea en la que todos pueden hablar después
de escuchar el evangelio.

* Una iglesia pluralista en una sociedad pluralista: La


iglesia no puede evangelizar al mundo si no dialoga con el
mundo, si no está convencida de que el Espíritu, que sopla
donde quiere, puede muy bien hablar de nuevo al pueblo
de Dios por boca de Balaam. Pero una iglesia monolítica y
sin fisuras, sin preguntas abiertas, es una iglesia con los
oídos cerrados, incapaz de escuchar y de dialogar con otros
si no admite en sí misma el diálogo. Por eso ha de ser
pluralista. No sólo porque en ella haya pluralidad de dones,
servicios y funciones, sino también porque debe recoger en
su unidad católica la diversidad de voces y tradiciones
atestiguadas ya en el Nuevo Testamento. El pluralismo
teológico del Nuevo Testamento avala y exige el pluralismo
de la iglesia.

I/PLURALISMO:No obstante, el pluralismo tiene sus límites


en la ortodoxia y en la ortopraxis de la iglesia. Porque uno
es nuestro credo: "Jesús es el Señor", y uno el
mandamiento que hemos recibido: "Amaos los unos a los
otros". Con esta fe y desde esta fe, los cristianos entran en
diálogo con las ideologías, las disciernen, lo prueban todo
para quedarse con lo que es bueno; desde esta fe y con
esta fe contradicen y repudian toda clase de absolutismo,
porque sólo Jesús es el Señor. Y, teniendo en cuenta el
mandamiento de Jesús, deben estar dispuestos a construir
entre los hombres la fraternidad universal sin acepción de
razas, culturas y personas.

EUCARISTÍA 1977, 26

9. ES/J:

ESPÍRITU SANTO: HACE QUE LA VIDA DE JESÚS NO SEA


MERO RECUERDO.

La Pascua de Pentecostés, la Pascua de los frutos.


¿Recordáis aquellas palabras que decía Jesús antes de su
muerte, aquellas palabras que hablaban de cosechas, de
frutos? Decía Jesús: "Si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, si se deshace bajo
tierra, da mucho fruto" (/Jn/12/24).

Estamos ya en el mes de junio, con el sol, con el verano


que está a la vuelta de la esquina. Con los campos que
tienen ya el aspecto distinto, el aspecto del momento de la
cosecha. Como para hacernos comprender mejor aquellas
palabras de Jesús: el grano caído en tierra ha dado
verdaderamente mucho fruto.

Esto es lo que celebramos hoy. Celebramos el fruto


exuberante que ha producido ese grano enterrado y
muerto. Jesús es este grano, esta semilla que aceptó
deshacerse, desaparecer bajo tierra, vivir la incertidumbre
de la muerte, llegar a ser, en definitiva, un pobre
condenado a muerte abandonado de todos. El que había
convertido su vida en una obra constante de amor.

Pero, verdaderamente, aquella semilla enterrada ha dado


fruto, "el grano de trigo al morir dio mil frutos". Es la
Pascua. Lo que hemos celebrado en estos cincuenta días.
Jesús vive y vive para siempre. Y vive en cada uno de
nosotros, y vive en esta comunidad que cree en él, y vive
en todos los hombres, en cada fruto nuevo de amor que
cualquier hombre haga florecer en este mundo, y en cada
nuevo progreso solidario que los hombres seamos capaces
de levantar. Nosotros somos este fruto. Jesús vive, la
semilla ha dado fruto. Vive en los creyentes, en la Iglesia,
para que sigamos siendo testigos de la buena noticia.

Vive en los sacramentos que nos reúnen, en el sacramento


del agua del bautismo que nos renueva, en el sacramento
del pan y el vino de la Eucaristía que nos alimenta. Y vive
en la humanidad entera y en toda la creación para
conducirla hacia su Reino.

-El Espíritu pone en nosotros la vida de Jesús.

Pero esta vida de Jesús en nosotros, en la Iglesia, en la


humanidad, no es sólo como un recuerdo que tenemos,
como el recuerdo de un gran personaje para seguir sus
ejemplos. No es sólo eso, es mucho más. Esta vida de
Jesús se ha metido dentro de nosotros y nos ha cambiado.

Eso es lo que hoy recordamos de un modo especial. El fruto


que ha dado la muerte de Jesús, su Pascua, es como un
fuego que arde en nosotros, como un viento impetuoso que
nos remueve. Esta es la Pascua de Pentecostés, el fruto
abierto de la Pascua de JC: que él vive para siempre, y que
la vida nueva que él inició ha llegado hasta nosotros,
porque llevamos su mismo Espíritu. Como una llamada a ir
siempre adelante, a no detenernos, a no temer, a mantener
firme la decisión de seguirle, a trabajar por ese mundo
nuevo y distinto que él nos anunció. Lo hemos oído en la
primera lectura: en cuanto recibieron el Espíritu, los
apóstoles salieron a la calle. Y en el evangelio Jesús nos lo
ha dicho muy claro: "Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo". Porque eso es el Espíritu: es el que
nos convierte en continuadores de la tarea que el Padre
encomendó a Jesús.

Y eso se concreta en nuestra manera de ver las cosas.


Porque en la Iglesia del momento actual, quizá hemos
perdido el impulso de puesta al día y de renovación que
Juan XXIII y el Concilio nos contagiaron, y tenemos una
tendencia a encerrarnos en lo que vamos haciendo en lugar
de preguntarnos qué debemos hacer para seguir siendo
testigos de la Buena Noticia de Jesús. Y al mismo tiempo,
también en nuestra sociedad parece que desaparezcan los
deseos de solidaridad en el progreso y en la mejora de las
condiciones de vida, y que la gente piense que lo mejor es
que cada uno se asegure lo que tiene y los demás que se
arreglen, que el miedo lo domine todo e incluso en algunos
sectores se empiecen a sentir deseos de seguridad a
cualquier precio (y para algunos, aunque sea el precio de la
paz de los cementerios).

Y todo eso, desde luego, esa manera de ver las cosas, me


parece que no es digna de quienes llevamos dentro el
Espíritu de Jesús, el Espíritu de la vida nueva. El Espíritu
que fue un viento recio, un fuego que sacó a los apóstoles a
la calle. El Espíritu que hizo nacer a la Iglesia, que es el
signo y el testimonio del futuro, de la esperanza, del gozo
que debe empezar aquí y no terminar nunca.

Hermanos. Que el Espíritu de Jesucristo nos renueve. Que


en esta Iglesia y en este mundo más bien tristes en los que
vivimos, nos convierta en testimonio de esperanza. Y que la
Eucaristía que vamos a celebrar nos una, una vez más, con
Jesucristo muerto y resucitado que nos alimenta y
acompaña. Para que el grano de trigo dé todo su fruto.
J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981, 12

10. ES/CREACION/RCRC

* El Espíritu al principio de todo

¿Cómo debía ser el inicio de todo? El inicio del universo, de


las estrellas, de las constelaciones, de las incontables
galaxias que parecen no tener límite. Y nuestro planeta, la
tierra, que nace como un magma incandescente que puede
adoptar todas las formas. ¿Cómo debía ser el inicio de
todo? La primera página de la Biblia, aquel magnífico
poema con el que iniciábamos las lecturas de la gran
noche, las lecturas de la Noche de Pascua, quería describir
aquel momento, y encontraba palabras justas, vivas: "La
tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la
tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las
aguas" (/Gn/01/02).

"El aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas". De


aquí proviene todo, de aquí provenimos también nosotros.
Del aliento de Dios que se cernía sobre la nada, de la fuerza
de Dios, del Espíritu de Dios que es origen de todo.

Desde el inicio, el Espíritu de Dios ha fecundado el universo


y ha hecho nacer la vida. Ha empujado el largo camino que
va desde la nada a nuestra historia humana. El, el Espíritu,
es la presencia viva de Dios conduciendo toda la realidad:
la naturaleza, las plantas y los animales, y al final de todo,
los hombres y mujeres de esta tierra, que tenemos en
nuestras manos todas las posibilidades para que avance
este gran tesoro de vida que nos ha sido confiado.

* El último día de la Pascua, el día del Espíritu Hoy


celebramos el último día de la Pascua. Hoy llegan a su
término los cincuenta días en honor de Jesucristo
resucitado, los cincuenta días de la alegría por la vida
nueva de nuestro Señor crucificado.
Y este final de la Pascua, este último día, es el día del
Espíritu. El Espíritu de Dios que se cernía sobre la nada y
hacía nacer la vida lo celebramos hoy en su plenitud.
Porque de la nada de aquel inicio, de aquella primera vida
débil que nació, de aquella primera pareja de hombre y
mujer que inauguraron también débilmente nuestra
historia, ahora ha surgido algo incomparablemente grande,
algo definitivamente grande.

En medio de esta historia del mundo y de los hombres,


como culminación de todo, ha aparecido un hombre que ha
vivido de la manera que sólo Dios puede vivir: haciendo
que la vida entera sea toda ella amor, vaciándose
totalmente de sí mismo por amor. Eso sólo es capaz de
hacerlo Dios, sólo puede hacerlo la fuerza del Espíritu de
Dios. Y Jesús, este hombre que ha aparecido en medio de
nuestra historia, ha vivido de esta manera única, y nosotros
le reconocemos como Hijo de Dios, plenamente lleno del
Espíritu de Dios. Y celebramos que de su vida entregada
por amor haya surgido vida por siempre, vida definitiva.

* El Espíritu lleva a plenitud la obra de Jesús en nosotros


Eso es la Pascua, ésta ha sido nuestra celebración de estos
cincuenta días. Y hoy, en este último día, en este día en
que culminamos nuestra fiesta, celebramos de una manera
especial que toda esta obra del Espíritu continúa. Continúa
en nosotros. El Espíritu que dio origen al mundo y a la
historia humana, el Espíritu que transformó esta historia
con Jesucristo muerto y resucitado, está en nosotros, nos
es dado a cada uno de nosotros.

Lo hemos escuchado en la primera lectura. Aquellos


apóstoles de Jesús, expectantes y un tanto atemorizados
después de la resurrección de su maestro, reciben una
fuerza que nada puede detener, una fuerza que los
transforma. Y salen a la calle, y son capaces de entrar en
contacto con todo el mundo. Son capaces de librarse de
toda barrera de raza o cultura, para hacer llegar la llamada
nueva y renovadora que viene de Jesús, la llamada del
Evangelio, la esperanza y el amor del Evangelio.

Lo hemos escuchado también, luego, en la segunda lectura.


Todos somos muy diferentes, tenemos maneras de hacer,
cualidades, criterios, diferentes. Pero tenemos el mismo
Espíritu, y somos llamados a hacer fructificar este Espíritu
para que la obra de Jesús continúe.

Y en el evangelio, escuchamos todas estas cosas de labios


del mismo Jesús. El, resucitado, daba la paz a los
apóstoles, y les enviaba, y ponía en su interior el Espíritu
que les hacía capaces de ser verdaderos discípulos,
continuadores del camino que él había iniciado.

Pidamos hoy, al terminar este tiempo de Pascua, con todo


nuestro corazón, que el Espíritu venga a nosotros, y nos
llene de sus dones, para que vivamos siempre la vida
nueva del Señor resucitado.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1991, 8

H-11.

Pensar en el Espíritu Santo es decirle: "¡Ven!". Entonces, el


Espíritu es invasor. Y es menester que nos invada, ya que
la vida cristiana es una experiencia de vida invadida por el
Espíritu. El no tiene rostro, pero todos sus nombres dicen
que es invasión: fuego, agua, espíritu, respiración, viento.

Desde que viene, actúa. La biblia está llena de él, pero no


habla de él: dice lo que hace. El está en todos los
comienzos: es el Espíritu de lo que ha de nacer y el Espíritu
del primer paso que cuesta. En pentecostés hizo que la
iglesia despegase y tomara vuelo. Hay que decirle: "Ven",
cuando se bloquea algo en nuestra vida personal o
colectiva. Después de la fuerza de la partida, es la fuerza
de la marcha hacia delante. La audacia de hablar, de
insistir, de crear. Para ver todo esto tenemos los Hechos de
los apóstoles (¡tendríamos que leerlos más!) y cualquier
vida de un santo. Es el huésped interior, el espíritu de las
profundidades que sin él quedarían sin explorar. El nos
arranca de lo superficial, nos hace vivir en donde se unen
las raíces y donde manan las fuentes.
Y nos impulsa hasta el fin: "Os guiará a la verdad completa"
(Jn 16, 13). Puede hacer que se recorran enseguida
itinerarios sorprendentes. El evangelio de hoy nos revela
este poder de transformación inmediata y total. A unos
hombres aterrorizados les dice Jesús: " Yo os envío". ¿Unos
pobres hombres enviados a la conquista del mundo? Sí,
pero Jesús añade: "Recibid el Espíritu".

Nos lo dio y nos lo sigue dando. Podemos recibir el Espíritu:


esto depende de la fuerza de nuestro "¡Ven!".

¿Por qué pedimos tan poco el Espíritu? ¿Por miedo a unos


mundos extraños de iluminación, de "carismas"? ¿O quizás
por miedo a comprometernos? Si digo "¡Ven!", ¿hasta
dónde me llevará? Quizás ante los tribunales. Lo dice el
evangelio: "Cuando os entreguen a los tribunales, no os
preocupéis por lo que vais a decir; será el Espíritu de
vuestro Padre quien hable por vuestro medio" (Mt 10, 19-
20). Decir "¡Ven!" al Espíritu puede llevar muy lejos. Desde
los primeros mártires hasta los perseguidos de la URSS y
de América latina, ir hasta el fin es arriesgarse a la cárcel, a
la tortura, a la muerte.

¿Y nosotros no? ¿Quién puede prever cuál será nuestro


mañana? No hay dos evangelios ni dos Espíritus. La única
verdadera devoción al Espíritu Santo es decirle "¡Ven!", no
para una cita tranquila con él -no es ése su estilo-, sino
para dar el paso de amor y de coraje que la vida nos pide.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984, pág. 226

H-12.

Nosotros nos hemos reunido aquí como los discípulos "el


día de Pentecostés" o "al anochecer de aquel día, el primero
de la semana". Y sentimos la presencia del Resucitado en
medio de nosotros, que nos dice: "Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo (...) Recibid el Espíritu
Santo" y el Espíritu llena toda la casa donde nos
encontramos. Así celebramos y revivimos estos hechos que
están en el origen de nuestra fe.

1. LOS CRISTIANOS SOMOS UNOS HOMBRES COMO LOS


DEMÁS. No nos distinguimos por la lengua, el color de la
piel, o por el grado de inteligencia; ni siquiera porque
seamos mejores, más generosos que los demás
compañeros nuestros. Tampoco porque pensamos todos del
mismo modo o porque demos el voto al mismo partido.
Somos gente diversa, como aquella multitud de la que
hablaba la primera lectura: "hay partos, medos y elamitas,
otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el
Ponto y en Asia..." Iguales que nuestros vecinos, diversos
entre nosotros, ¿en qué se nota, por tanto, que somos
cristianos?

2. Digámoslo con palabras de la segunda lectura:


NOSOTROS CONFESAMOS QUE "JESÚS ES EL SEÑOR".
Podemos pensar de un modo o de otro en lo que se refiere
a la política; podemos tener distintos modos de proceder.
Pero, para nosotros, Jesús es la primera palabra y la
última, el camino que conduce a la plenitud; sólo en él
podemos confiar el fondo de nuestra persona y toda
nuestra vida. Ni el partido que votamos ni el sindicato al
que estamos afiliados son un absoluto. Tampoco lo son el
dinero, el poder, la fuerza o el placer. Jesús -y sólo él- es el
Señor.

3. HOY SER CRISTIANO RESULTA DIFÍCIL. CR/DIFICIL:No


sirve para triunfar en la vida ni para hacer carrera. Hay
quien nos mira con una sonrisa burlona: "¿aún crees?, ¿aún
vas a misa?. Mucha gente se deja de "historias" y se
desembaraza del Cristianismo como de un peso muerto,
inservible y se esfuerza por sacarle todo el jugo a la vida
sin ningún lastre de referencias religiosas. Esta situación
nos resulta incómoda. Una doble tentación nos amenaza:
encerrarnos en nosotros mismos y condenar a los demás
("ellos son malos; nosotros buenos"), o ir tirando sin
mucho entusiasmo, con una buena dosis de desilusión.

4. Hermanos: "NADIE PUEDE DECIR 'JESÚS ES EL SEÑOR'


SI NO ES BAJO LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO". La fe
viene de lo alto, nace de lo alto: no es un fruto particular
de nuestro corazón ni un producto del ambiente. El Espíritu
-sólo él- nos conduce a jugarnos la vida entera a esta única
carta que se llama Jesucristo. "TODOS NOSOTROS", siendo
diferentes entre nosotros e iguales que los vecinos que nos
rodean, "judíos y griegos, esclavos y libres", de este partido
o de aquel, de este oficio o de aquel otro, HEMOS
RECIBIDO EL MISMO ESPÍRITU que nos impulsa a confesar
a Jesús como Señor. Como aquellos primeros discípulos,
que Juan nos presenta llenos de miedo, al anochecer, con
las puertas bien cerradas. Como aquellos, de quien el libro
de los Hechos dice que "se llenaron todos del Espíritu
Santo". El Espíritu es como un viento recio: lo llena todo, lo
remueve todo.

¿No creéis que los cristianos de hoy necesitamos que este


viento del Espíritu venga a dar gusto, plenitud, energía y
gozo a nuestras vidas tristes y asustadizas? ¿Y no creéis
que el Espíritu ESTA YA PRESENTE en la tierra, y que
suscita en ella trabajos y esfuerzos, generosidades y
esperanzas que están en la línea de Jesús, incluso en
muchos hombres y muchas mujeres, muchos chicos y
muchas chicas que no se llaman cristianos? Una mirada
atenta nos hará descubrir por todas partes las pistas de la
presencia del Espíritu en el mundo.

5. PENTECOSTÉS ES LA CULMINACIÓN DE LA PASCUA:


"Como el Padre me ha envidado, así también os envío yo
(...) Recibid el Espíritu Santo". A partir de ahora somos
nosotros, los cristianos, quienes debemos ir por todo el
mundo y proclamar las maravillas de Dios. Cada uno en su
propia lengua, en su puesto de trabajo, en su calle, en su
asociación, en su partido. De un Dios que nos ha creado;
que nos ha amado, que nos ha enviado a Jesús de Nazaret;
que lo ha resucitado glorioso y triunfante de entre los
muertos y lo ha sentado a su derecha; que nos llama a
todos a la vida plena.

6. Bautizados en un sólo Espíritu, confesamos que Jesús es


el Señor y LO RECONOCEMOS CUANDO PARTE EL PAN CON
NOSOTROS. Como en los inicios de la Iglesia. Y el mismo
Espíritu Santo que nos reúne en la misma fe y en la
celebración de la Eucaristía, nos dispersa a proclamar las
maravillas de Dios en nuestras propias lenguas y en la
diversidad de la vida de cada uno de nosotros para que
todos las puedan entender.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1979, 12

H-13. "...Estaban los discípulos en una casa con las puertas


cerradas, por miedo a los judíos". Jesús encuentra a los
discípulos atrincherados en casa, atenazados por el miedo,
replegados sobre sí mismos masticando la propia
desilusión.

El que ha hecho saltar los barrotes de la prisión de la


muerte, ahora debe hacer saltar la prisión en que están
atrincherados, asustados, los que van a ser mensajeros de
la buena noticia.

En su ánimo la fe tomará el puesto del miedo, la paz


sustituirá a la turbación. Hombres aplastados bajo el peso
de la tragedia, que ha caído sobre ellos en los últimos días,
serán puesto en pie, "equipados" con el poder de triunfar la
fuerza del pecado. Un pelotón de gente que se obstina en
mirar en dirección del pasado será proyectado hacia el
futuro.

"Paz a vosotros". Es necesario precisar, como dice B.


Maggioni, que "la paz y la alegría se dan únicamente al
hombre que ha roto el apego a sí mismo y,
consiguientemente, ya no es de ninguna manera rescatable
para el mundo: la paz y la alegría nacen en la libertad, en
la verdad, en el don de sí".

"Les enseñó las manos y el costado". El detalle no sirve


tanto para demostrar la realidad de la resurrección, cuanto
para subrayar el vínculo que une al Jesús del Calvario con
el Jesús de la Pascua. Juan une estrechamente al
resucitado con el crucificado. ¡El crucificado es el que ha
resucitado!.
Las cicatrices de la pasión sirven, más que como un
elemento apto para establecer la identidad de Jesús, para
poner en evidencia la continuidad entre pasión y
resurrección. La resurrección supone la cruz, no la suprime.
La resurrección no es una especie de "revancha" que
permita olvidar la cruz, como al despertar se disipan las
imágenes de una pesadilla. La pascua no anula la pasión. Al
contrario, la eterniza, dándonos la certeza de que el amor
manifestado en el Gólgota permanece siempre presente en
medio de nosotros (J. Perron). Jesús muestra los signos del
amor que le han conducido a la cruz, para asegurar que ese
amor "llevado hasta el extremo" no decaerá nunca.

Hay que subrayar también la alusión al costado, exclusiva


de Juan, quien en su evangelio da mucha importancia al
golpe de lanza asestado por el soldado a Jesús ya muerto.
El agua y la sangre salidos del costado abierto del
condenado asumen un valor simbólico preciso: indican el
don del Espíritu y de los sacramentos. Por eso, aquí "el
resucitado no hace otra cosa que conferir a los discípulos lo
que les había conseguido en el Calvario" (J. Perron).

"... Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el


Espíritu santo...". La segunda escena, como decíamos más
arriba, se centra en la misión de los apóstoles. Y esta
misión es una continuidad con la de Cristo, que ha "partido"
del Padre. El Padre ha enviado a su propio Hijo al mundo. Y
el Hijo, a su vez, envía a los discípulos para que completen
el designio universal de salvación.

La misión de la Iglesia, prolongación de la de Cristo (y no


simple analogía), es obra del Espíritu. Solamente es posible
a través del poder del Espíritu. Pero al Espíritu aquí no se le
ve únicamente como "fuerza" que hace posible y fecunda la
misión.

Es significativo, a propósito de esto, el verbo "exhalar", que


no aparece en ninguna otra parte del nuevo testamento.

En la biblia griega aparece en dos ocasiones.

La primera vez para indicar la creación de Adán


(/Gn/02/07).
La segunda en la visión de los huesos descarnados y
llamados a la vida (/Ez/37/09). La semejanza es muy
iluminadora.

Sobre todo, pentecostés se realiza el sexto día del Génesis.


El acto realizado por el resucitado es un acto de creación.
Asistimos, la tarde de pascua, a una nueva creación. Nace
el hombre nuevo, ya no revestido con las "túnicas de piel",
signo del pecado, sino con el vestido de luz y de gloria,
como el resucitado. El hombre vuelve a ser "a imagen y
semejanza de Dios".

Y la visión de Ezequiel introduce un elemento


complementario. Simboliza la restauración, la
"resurrección" de Israel como pueblo. Ya no una comunidad
de muertos, sino una comunidad de vivientes. He aquí
entonces que este nuevo acto creador de pentecostés
asume una dimensión particular. Ya no es un acto
individual, como para la creación de Adán, sino que afecta a
los discípulos en su conjunto.

CREACION/C: La creación tiene por objeto una comunidad


reunida (pentecostés, en hebreo, significa literalmente
"hacer asamblea", "reunirse"). ES/INDIVIDUALISMO: "La
naturaleza humana ha recibido pues su nueva creación
espiritual bajo forma de Iglesia" afirma con mucho acierto
Matta-el-Meskïn, padre espiritual del monasterio de San
Marcario en Egipto. Y añade: "No existe individualismo en
la nueva creación. De la Iglesia recibimos la naturaleza de
hombre nuevo".

Por eso pentecostés es considerado la fiesta de la Iglesia, el


aniversario de su nacimiento.

Y consiguientemente pentecostés es también la fiesta de la


vida según el Espíritu, para aquellos que viven insertos en
Cristo. Finalmente, muchos comentaristas evidencian cómo
el relato de Juan tiene un tono litúrgico. Se precisa "el día
primero de la semana". Nueva creación. Inauguración de un
tiempo nuevo. Es el primer día de la semana. Parece
entreverse una alusión al domingo cristiano.
Alguien nos descubre un esquema de celebración: saludo
("paz a vosotros"), invocación del Espíritu, fórmula de
absolución. Y la presencia de Cristo reclama la mesa de la
Palabra del Pan.

Detalles aparte, queda el hecho de que la asamblea que


celebra realiza la presencia del Señor como el día de
pascua. "En cada celebración se renueva el acontecimiento
pascual, Cristo resucitado viene trayendo a sus fieles los
mismos dones que la tarde de la resurrección: la alegría de
su presencia, la paz, el perdón de los pecados, el poder del
Espíritu para continuar en el mundo su misión" (D. Mollat).

Pero esta comunidad no goza de los dones pascuales


"estáticamente", cerrada en sí misma. Esas personas son
inmediatamente desalojadas, obligadas a moverse, a salir.
Los discípulos pasan del miedo a la alegría y a la paz. Y
parece que no tenemos tiempo de consumir tranquilamente
esa paz que se nos ha ofrecido hace un momento. Se diría
que la paz es arrebatada enseguida. En efecto,
inmediatamente son enviados a afrontar un mundo hostil, a
combatir los poderes del mal.

En una palabra: "Os doy la paz" y "Os quito la paz".


Pentecostés se convierte así en la fiesta de la Iglesia que
sale del temor, de la timidez, del lamento estéril. Una
Iglesia que nace del poder del Espíritu no puede ser
marginada. Ni tiene derecho a quejarse de ser marginada,
impedida en su actuar, y de que no "cuenta". El único
"bloqueo", el único impedimento es su miedo. No son los
enemigos quienes la pueden "marginar", o limitar su
presencia. Sólo ella puede perder su propia colocación
exacta: en el centro del mundo. También los apóstoles
estaban en casa por miedo a los judíos. Pero en el
momento en que reciben el Espíritu, en que han sido
investidos de aquel "soplo", los papeles se han invertido.
Los adversarios son quienes temen esa presencia
fastidiosa.

Los apóstoles no han reivindicado, preliminarmente, el


reconocimiento del derecho a actuar. Han obligado a los
otros a levantar acta de su acción revolucionaria. El viaje
de la Iglesia -como el de los discípulos- no puede ser más
que un viaje del miedo a la fe, del temor al coraje. Si se
realiza al revés, ese viaje revela que la Iglesia ha perdido
las huellas del resucitado.

Cuando no se sigue el impulso, los ritmos del Espíritu,


entonces es cuando nos atrincheramos en casa para hacer
el censo de los enemigos.

ALESSANDRO PRONZATO
PAN-DOMINGO/B. Pág. 108 ss

H-14. -Recibid el Espíritu Santo. Yo os envío

La lectura evangélica de la celebración del día de


Pentecostés nos traslada a la aparición de Jesús en
Jerusalén, en medio de sus Apóstoles reunidos, estando las
puertas cerradas, subraya el evangelista; Jesús enseña sus
manos y su costado. ¿Hay que relacionar con esta acción el
gesto de saludo que Jesús dirige a sus discípulos: "Paz a
vosotros"? Es evidente que no se trata de un saludo
cualquiera: por una parte, al mostrar Cristo sus llagas a sus
discípulos, les tranquiliza en cuanto a su identidad; éste
sería más bien el tema de Lucas. Para Juan, el saludo
indicaría una vinculación con la Pasión y la Resurrección,
que son fuentes de paz. Ahora que san Juan refiere con
frecuencia: "Como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo" guarda relación con otros pasajes en los que
encontramos este paralelismo entre la actividad del Padre y
la del Hijo, y entre la actividad del Hijo y sus discípulos
(ver. p. ej.: Jn 6. 57; 10, 15: 15, 9; 17, 181. Sin embargo,
para Juan esta estructura de la frase es mucho más que un
simple paralelismo, más aún que la afirmación de la
divinidad de Cristo que actúa con el Padre; en esta frase
hay que ver la teología de la participación de todos los que
creen en la vida misma del Padre con relación a su Hijo. La
frase termina de una manera abrupta, sin complemento de
lugar: "Os envío yo". Estas palabras dicen, mucho más que
un lugar a donde ir, una misión que hay que cumplir. ¿Qué
misión es ésta? Desde luego, la de perdonar los pecados,
que les va a encargar a continuación. Pero como Cristo
emplea un paralelismo entre las actividades de su Padre y
él, y entre su propia actividad v sus discípulos -"Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo"-, se tratará,
en cuanto a los discípulos, de continuar lo que se le impuso
a Jesús para la reconstrucción del mundo: "Realizar las
obras del Padre". Como Jesús ha revelado y dado a conocer
al Padre, así también deberán los discípulos dar a conocer
la persona de Jesús. Con todo, se plantea un problema:
Cristo confiere aquí el Espíritu; ¿cómo podemos considerar
este acontecimiento en relación con Pentecostés?

-Se llenaron de Espíritu Santo


San Lucas nos relata en los Hechos la venida del Espíritu
sobre todos los discípulos reunidos. Los Hechos emplean los
términos clásicos del Antiguo Testamento, para describir
esta venida del Espíritu del Señor. Hemos visto más arriba
lo habitual que es este marco en la Escritura: una ráfaga de
viento fuerte, una especie de fuego que se divide en
lenguas que se posan sobre cada uno. Entonces refiere
Lucas el fenómeno que se produce: cada cual oye a los
discípulos hablar en la lengua que él habla, y ellos
proclaman las maravillas de Dios.

Así pues, aquí sitúa Lucas el don del Espíritu. En el


evangelio de este mismo día, Juan acaba de situarlo al
anochecer del día de Pascua... ¿Existe oposición entre el
relato de los Hechos y Juan? ¿Ha juntado este Pentecostés
y Pascua? Según algunos exegetas, no quiso Juan distinguir
ambos momentos, sino expresar el misterio Pascual como
un todo. Juan habla, sin duda, del don del Espíritu por
Cristo para la misión de los discípulos. Pero también Lucas
en los Hechos (1, 2) anticipa Pentecostés cuando refiere la
elección de los Apóstoles bajo la acción del Espíritu Santo
(Hech 1, 2). Parece más exacto decir que todos estos
hechos, en su conjunto, preparan la venida definitiva del
Espíritu. Cuando se dice que la Iglesia nació el día de
Pentecostés, se fuerza indudablemente la realidad de los
acontecimientos. También nació la Iglesia del costado de
Cristo, en el Calvario. Las sucesivas apariciones de Cristo,
después de su resurrección, son también una manera de
mostrar las etapas de formación de la Iglesia. La Iglesia
nació del Calvario y de la resurrección de Cristo lo mismo
que nace del Espíritu de Pentecostés. Todo el capítulo
primero de los Hechos muestra esta formación progresiva,
aun antes de que sea presentado Pentecostés con la
efusión del Espíritu, en el capítulo segundo. Si san Lucas
insiste más en los hechos históricos, san Juan se fija más
en la unión íntima entre el Calvario, la resurrección y las
apariciones, y el don del Espíritu para la formación de la
Iglesia.

Para nosotros es importante ver cómo entiende la liturgia el


texto que se proclama hoy en unión con la lectura del relato
de Pentecostés, en la primera lectura y en la segunda, en la
que san Pablo recuerda el bautismo en un mismo Espíritu
para formar un solo cuerpo.

-Bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo


cuerpo Una vez mas, superando las dificultades exegéticas
sin ignorarlas, la celebración litúrgica de la Palabra tiene su
propia manera de presentar los textos escriturísticos para
ayudar a vivirlos.

En la segunda lectura [71], nos presenta san Pablo sus


experiencias del Espíritu en la Iglesia. La describe aludiendo
a sus diversas manifestaciones, pero insistiendo en la
unidad del Espíritu que así se manifiesta de distintas
maneras. Se tiene la impresión de que san Pablo une la
diversidad de estas manifestaciones con las diversas
funciones necesarias para la vida de la Iglesia, pero aquí
también, estas diversas actividades provienen de un mismo
y único Espíritu. Lo importante y lo que a todos nos afecta,
es que cada uno de nosotros tenemos que manifestar el
Espíritu. Recibimos, en efecto, el don de manifestarlo, y
esto con miras al bien de todos. Cuando en esta misma
carta, de la que leemos hoy un pasaje, explica Pablo a los
Corintios la diversidad de dones y servicios en la Iglesia,
muestra cómo la riquísima unidad de ésta tiene como
origen la diversidad de dones. Pluralismo de dones, pero
con la mira puesta en la unidad y en la formación, cada vez
más firme de un solo cuerpo. Por eso, para describir la
diversidad que da origen a la unidad de la Iglesia, utiliza
san Pablo la imagen del cuerpo humano. Un solo cuerpo de
Cristo en un mismo Espíritu. Todos hemos saciado nuestra
sed bebiendo de un solo Espíritu, y, por nuestro bautismo,
formamos todos un solo cuerpo. El evangelio de Juan nos
detiene precisamente en un momento en que Cristo
confiere un carisma particular a los Apóstoles: el de
perdonar los pecados e ir a predicar. Este es uno de los
carismas que construyen la Iglesia. San Lucas, en los
Hechos, menciona la venida del Espíritu: para él, esta
venida afecta a la Iglesia que se dirige al mundo entero y
que, al hablar las lenguas, une a todos los pueblos; es la
reconstrucción del mundo destruido, la derrota del signo de
Babel que no es ya otra cosa que un mero recuerdo. En
adelante, será preciso que el cristiano pueda acordarse
siempre de esta efusión del Espíritu sobre los Apóstoles, y
que recuerde su propio bautismo para descubrir en los
demás lo que el Espíritu quiere de ellos, según su don
particular, para bien de la asamblea; es necesario también
que el cristiano descubra su propio don particular para el
servicio de todos. Este don de Pentecostés no es el punto
de partida de una especie de triunfalismo de la Iglesia; al
contrario, es para ella el punto de partida para tomar
conciencia de lo que debe comunicar a cada uno de sus
miembros, de los dones del Espíritu que está encargada de
conservar, y de alentar para el bien de todos.

-El Espíritu hoy

La secuencia del día de Pentecostés canta en estilo


grandioso, un poco anticuado quizá, la alegría de la Iglesia
y todo lo que el mundo debe al Espíritu Santo. Porque la
actividad del Espíritu no ha cesado. Pentecostés fue, sin
duda, un momento cumbre en el que el Espíritu aseguró su
liberalidad, pero, como subrayaba san León, el Espíritu
había actuado ya antes de Pentecostés, no habiendo dejado
de actuar desde entonces. El Vaticano II, en sus
Constituciones y Decretos, no ha escatimado sus alusiones
al Espíritu Santo, y sería un trabajo bonito hacer un estudio
de la teología del Espíritu Santo en los documentos de este
concilio.

Al parecer, los católicos de hoy limitan demasiado la


actividad del Espíritu Santo, cuando investigan sobre el
dogma o adoptan decisiones motivadas por las
circunstancias presentes en que vive la Iglesia. Olvidan
excesivamente la actividad constante del Espíritu en cada
sacramento. Todo cristiano sigue viviendo influido por el
Espíritu de su bautismo y de su confirmación; siempre es el
Espíritu el que confirma nuestra fe y nuestra unidad cada
vez que participamos en la eucaristía, y la epiclesis
introducida en nuestras novísimas plegarias eucarísticas
debe recordarnos la intervención del Espíritu no sólo en
cuanto a la transformación del pan y del vino, sino también
en lo referente a la solidez de nuestra fe y a nuestra unidad
en la Iglesia. El Espíritu actúa asimismo en la ordenación
sacerdotal, para conferir al que es llamado la potestad de
actualizar los misterios de Cristo; el Espíritu está presente
también en el sacramento del matrimonio, asegurando a los
esposos la fuerza de la fidelidad, su unión recíproca a
imitación de la unión de Cristo con su Iglesia. Así pues, en
todo momento estamos "impregnados" del Espíritu. No hay
una reunión de oración, no hay una liturgia de la Palabra en
la que no actúe el Espíritu para posibilitarnos orar y
dialogar con el Señor, presente entre nosotros por la fuerza
del Espíritu que da vida al texto escriturístico proclamado.
Es el Espíritu quien nos hace clamar: "¡Padre!".

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981, pág. 247-252

15. Constitución de la Antibabel, la Iglesia.

1. Al anochecer del día de la resurrección, cuando los


discípulos estaban en una casa con las puertas atrancadas,
Jesús entró, se puso en medio, y les dijo: "Paz a vosotros".
"Como el Padre me ha enviado así os envío yo. A
continuación sopló sobre ellos, y les dijo: «Recibid el
Espíritu Santo»". (Juan 20, 19). Los apóstoles, pues, ya
recibieron el Espíritu Santo el día de la resurrección. Jesús
los ha estado preparando para este día, y para enviarles a
la misión de extender la creación del mundo nuevo, con
hombres nuevos. Si el Génesis describe la creación de la
vida en el primer hombre soplando en su nariz (Gén 2,7),
ahora, que comprados por su sangre derramada, son
creados los primeros hombres nuevos, libres ya de pecado,
y reconstruida la imagen de su semejanza, que el hombre
había roto, repite Jesús, autor de la neuva creación, el
gesto del soplo, para hacer visible la realidad que está
obrando en aquellos hombres elegidos para ser los
propagadores de esa nueva vida en el mundo.

2. Durante los años de su formación, para que vencieran la


tentación de desertar, les había advertido que "quien pone
la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es apto para
anunciar el reino de los cielos" (Lc 9, 62).

3. Lo que Dios comienza no se interrumpe. Por eso Jesús,


que ha sido enviado al mundo por el Padre para cumplir su
voluntad de redimirlo, envía a sus discípulos al mundo,
como continuadores de su obra apenas comenzada, de
transformar y recrear la vida de los hombres. Dios quiere
que todos los pueblos de todos los tiempos lleguen al
conocimiento de la verdad dq que son amados por él.

4. Aparte de la narración del libro de los Hechos, que Lucas


recrea con símbolos preexistentes en la tradición: el soplo
creador de Dios, que se convierte en viento recio; las
llamas del Sinaí, convertidas en lenguas, órganos de la
predicación y del anuncio de la buena noticia; el poder de
Dios manifestado en la general convocatoria "de judíos de
todas las naciones de la tierra", que a la vez anuncian el
universo al que tiene que llegar el evangelio, por eso se
dice que proceden de más de doce regiones distintas:
partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, de
Judea, Capadocia, del Ponto, de Asia, de Frigia, de Panfilia,
de Egipto, de Libia, de Roma, cretenses y árabes. Aparte,
digo, de la narración elaborada, la llegada del Espíritu
Santo fue un acontecimiento interior, que cada uno de los
reunidos en la casa, experimentó. Fue una experiencia
fuerte del Espíritu, que actuaba la presencia de Jesús,
siempre presente cuando dos o más están reunidos en su
nombre (Mt 18,29).

5. Sería un sentirse aligerados de sus cargas de deficiencias


y pecados y rastros de pecados personales. Sería una
disposición para la acogida y para la unión fraterna. Sería
un deseo de comenzar ya a predicar el evangelio. Sería una
caridad inmensa que nunca habían experimentado tanta.
Sería un consumirse de amor por el Cristo, un ansia por la
fracción del pan, una veneración de la Palabra y un hambre
de escucharla y un empeño en dar a conocer lo que ellos
estaban sintiendo y viviendo, y una disposición a vencer
todas las dificultades y separaciones que les iba a exigir el
ir a predicar a todo el mundo. Fue un manifestarse la
alegría y el consuelo, con gran emoción. Fue una eclosión
de fe, de amor y de esperanza.

6 ¿Y cómo salieron aquellos hombres, apocados y tímidos,


al ser impulsados por el Espíritu Santo? Dios que siempre
se ha valido de proyectos humildes, y de hechos pequeños
para manifestar su grandeza, demuestra ahora sus
maravillas para decirnos lo que pueden hacer su Espíritu en
personas dóciles, aunque sean frágiles.

7 A quienes lo esperan todo de las fuerzas humanas, les


parecerá una locura el plan de evangelizar el universo con
una docena de pobres hombres. Jesús explicó las parábolas
de la levadura en la masa, del grano de mostaza y del
sembrador que siembra su semilla, pero ¿no sería una
utopía pensar que estos pobres hombres incultos pudieran
poner en pie al mundo entero? El Espíritu de Jesús ha
transformado a aquellos hombres. Los ha cambiado: "A
quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados".

8 La renovación de la faz de la tierra por el Espíritu


comienza por el perdón de los pecados. Como para
construir un edificio nuevo hay que comenzar por derribar
los muros viejos y carcomidos y hay que echar por tierra
las ruinas, así el mundo tiene que ser rehecho, recreado
desde los cimientos, destruyendo previamente los pecados
con el perdón de Dios. Quitado el pecado desaparece su
dimensión de conflictividad interhumana y de pretensión de
autosalvación que hubo en la construcción de la torre de
Babel (Gen 11,1). "voy a bajar y a confundir su lengua". Es
el símbolo de la conflictividad. Mientras hablen una sola
lengua los hombres se endenderán, porque la lengua es
principio de unión. El pecado introduce el conflicto con Dios
y con los hombres entre sí. Eso es Babel.
9 El Espíritu en Pentecostés, hace que los que lo reciben,
aunque hablan distintas lenguas, se entiendan en su
alabanza a Dios y en la pa con los hermanos: "Congrega en
la confesión de una misma fe a los que el pecado había
dividido en diversidad de lenguas" (Prefacio).

10 El Espíritu es el principio de la unidad de la iglesia, que,


aunque tiene muchos miembros, la anima un solo espíritu.
"Todos hemos bebido de un solo Espíritu" (1Corintios 12,3).
Él nos llena del conocimiento pleno de toda la verdad. Él es
la fuerza que recrea, que doblega la soberbia de los
hombres, que rompe la dureza del corazón, que fortalece
su cobardía y les otorga lenguas como espadas, para que
predicquen la salvación a toda la tierra. Del costado de
Cristo muerto en la cruz manó sangre y agua, butismo y
eucaristía, sacramentos de redención y de nueva creación
por el Espíritu Santo. Por Él podemos comprender la
anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor
de Cristo (Ef 3,18). 11 A los que tendemos a encerrarnos
en nuestro propio mundo, el Espíritu rompe nuestra
estrechez. Por él podemos llegar muy lejos. Por él nosotros,
enanos, somos elevados hasta dios. Por él nuestra
superficialidad se interioriza.

12 El 8 de diciembre de 1962, Juan XXIII, en la sesión


solemne de clausura de la primera etapa del Concilio, decía
que este sería "el nuevo Pentecostés", que hará que
"florezca en la Iglesia su riqueza interior y su extensión a
todos los campos de la actividad humana". Y Pablo VI: "El
Espíritu está aquí, para iluminar y guiar nuestra obra en
provecho de la iglesia y de la humanidad entera" (14 de
septiembre de 1964). Que se cumpla hoy en nosotros, en
esta celebración eucarística. ¡Ven, Espíritu Santo, y renueva
la faz de la tierra!

la meta en la carrera del Mesías-Salvador.


El intermedio de cuarenta días que corren
entre la Resurrección y la Ascensión
gloriosa es sumamente provechoso para la
Iglesia:
— a) El Resucitado, con reiteradas
apariciones, deja a los discípulos
convencidos de que ha vencido a la muerte
(3a). b) A la vez completa con sus
instrucciones e instituciones el «Reino» = la
Iglesia (3b). c) Les promete el inmediato
Bautismo de Espíritu Santo para el que
deben disponerse.

— Todavía los Apóstoles sueñan en su


«Reino Mesiánico» terreno y político (6).
Jesús insiste en orientarlos hacia el Espíritu
Santo. Van a recibir el «Bautismo» del
Espíritu Santo; y con él: Luz para
comprender el sentido espiritual del
«Reino»; humildad para ser instrumentos
dóciles al Padre (7); vigor y audacia para
ser los Testigos del Resucitado en Palestina
y hasta en los confines del orbe (8).

— La «Nube» (9) es el signo tradicional en


la Escritura que vela y revela la presencia
divina (Ex 33, 20; Núm 9, 15). En adelante
le veremos velado: en fe y en signos
sacramentales. Esta partida no deja tristes
a los Apóstoles. Saben que el Resucitado-
Glorificado queda con ellos con una
presencia invisible pero íntima, personal,
espiritual. La Ascensión más bien los inunda
de gozo: «Se volvieron a Jerusalén con
grande gozo» (Lc 24, 52). Con gozo y con
esperanza de su retorno: «Volverá» (11).
San Pablo traduce la fe eclesial de esta
esperanza, que será el retorno glorioso del
Señor y nuestra «Ascensión» gloriosa a una
con El: «El Señor descenderá del cielo... Y
resucitarán los muertos en el Señor... Y
seremos arrebatados sobre las nubes hacia
el encuentro del Señor. Y ya por siempre
estaremos con el Señor» (1Tes 4, 17). Pero
entre tanto nos toca ser Testigos del
Resucitado y constructores de su «Reino»
(11), en una duración y en unas vicisitudes
que son un secreto del Padre. Fiemos del
que ha subido al Padre: Non ut a nostra
humilitate discederet, sed ut illuc
confideremus, sua membra, nos subsequi,
quo ipso, caput nostrum principiumque,
praecessit. (Praef.)

Efesios 1, 17-23:

Sobre la base del hecho histórico de la


Ascensión nos da San Pablo una rica
teología del mismo:

— Para entender la Gloria con la que el


Padre de la Gloria ha glorificado a Cristo y
de la que vamos a ser partícipes (18b), es
necesario tener los ojos del corazón
iluminados por la luz del Espíritu Santo (18
a). Luz que nos hace conocer al Padre (17)
y nos orienta a la Patria (18).
— A esta luz sabemos que Cristo Resucitado
está a la diestra del Padre; es decir,
comparte con el Padre honor y gloria, poder
y dominio universal (20-23). Es la plenitud
cósmica; premio que el Padre otorga al Hijo
que se encarnó y se humilló hasta la
muerte a gloria del Padre (Flp 2, 11).

— Y sobre todo, a esta luz sabemos de otra


plenitud y soberanía que ejerce Cristo a la
diestra del Padre: es la Capitalidad de
Cristo, su acción salvadora y santificadora
que ejerce sobre todos los redimidos.
Cristo, que es la «Plenitud de Dios (Col l.
19), hinche de su vida divina la Iglesia. Y
con ello, ésta, colmada de vida y de gracia
por Cristo, que es su Cabeza, puede ser a
su vez digno Cuerpo y Plenitud de Cristo.
Cristo, en quien reside la gracia salvífica y
divinizadora (Plenitud de Dios), la diluvia
sobre su Iglesia (su Cuerpo su Esposa). Y
mediante la Iglesia (Sacramento de Cristo),
la gracia de Cristo llega a todas las almas.
Con esto la Iglesia se convierte en Plenitud
y Complemento (Pleroma) de Cristo. Cristo
es, pues, Plenitud de la Iglesia, es su
Cabeza y Jefe; es su Piedra fundamental, su
clave de arco; es su Esposo y Salvador. Y la
Iglesia es Plenitud de Cristo = es su Cuerpo
y su Pueblo; su Edificio y su Templo; es la
Esposa que El se elige y hermosea para que
sea su gozo y su gloria. La Eucaristía es el
abrazo cada día más íntimo, más vital, más
unificante y santificante del Esposo a la
Esposa.

Mateo 28, 16-20:

San Mateo centra la atención en las


apariciones del Resucitado en Galilea.
Tienen un valor trascendental por las
riquezas eclesiales que entrañan y que
Mateo acentúa:

— A la vez que la escena que narra Mateo


es testamento y despedida del Maestro, es
también el acto y certificación de la
institución del Nuevo Reino de Dios. Cesa la
vieja Alianza; y el Rey Mesiánico, cuya
Resurrección acaba de probar la plenitud de
sus poderes divinos (18), instituye la
Alianza Nueva, la Iglesia, y otorga a sus
Apóstoles misión y poderes para llevar la
salvación a todos los confines de la tierra
(19).

— Bien que la llamamos «Nueva» Alianza


no rompe la continuidad con la Antigua. A
lo largo de todo el Evangelio Mateo ha
subrayado cómo en Cristo se cumplían y
llegaban a plenitud todas las profecías,
promesas y esperanzas de Israel. Todas las
figuras, sombras y prenuncios adquirirían
en Jesús-Mesías realidad, verdad, plenitud.
Hay continuidad en el plan salvífico de Dios.
En virtud de esta continuidad nace la
Iglesia. Como toda la Antigua Alianza se
orienta a Cristo y en El converge, toda la
Nueva Alianza de El trae su origen y su
vigor. No se puede estudiar la Eclesiología
sino en la Cristología.

— Por esto en el desarrollo y contingencias


de la Iglesia Cristo no es ajeno ni ausente.
«Estoy con vosotros hasta el final de los
tiempos» (20). Presencia personal de Cristo
en la Iglesia y presencia personal en cada
cristiano. Presencia mística y oculta, pero
real, gozosa, dinámica. Cristo es Señor: De
cielo y tierra; de los hombres y de la
historia.

La Iglesia, continuadora de la Obra de


Jesús, recibe de él, los poderes y el
mandato, el derecho y el deber de
proclamar el Evangelio al mundo entero; de
«hacer discípulos» y bautizar a todos los
hombres que acepten el Evangelio (vv
19.20).

(Tomado de “Ministro de la palabra, ciclo


A”, Ed. Herder, Barcelona1979, pags.129-
132)

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San León Magno

«El misterio de nuestra salvación, que el


Creador del universo estimó en el precio de
su Sangre, se fue realizando, desde el día
de su nacimiento hasta el fin de su Pasión,
mediante su humildad. Aunque bajo la
forma de siervo, se manifestaron muchas
señales de su divinidad; con todo, su acción
durante este tiempo estuvo encaminada a
mostrar la verdad de su naturaleza
humana. Pero, después de la Pasión, libre
ya de las ataduras de la muerte, las cuales
habían perdido su fuerza al sujetar a Aquel
que estaba exento de todo pecado, la
debilidad se convirtió en valor, la
mortalidad en inmortalidad, la ignominia en
gloria. Esta gloria la declaró nuestro Señor
Jesucristo, mediante muchas y manifiestas
pruebas (Hch 1,3), en presencia de
muchos, hasta que el triunfo de la victoria
conseguida con la muerte fue patente con
su Ascensión a los cielos.
Por lo mismo, así como la Resurrección del
Señor fue para nosotros causa de alegría en
la solemnidad pascual, así su Ascensión a
los cielos es causa del gozo presente, ya
que nosotros recordamos y veneramos
debidamente es te día, en el cual la
humildad de nuestra naturaleza,
sentándose con Jesucristo en compañía de
Dios Padre, fue elevada sobre los órdenes
de los ángeles, sobre toda la milicia del
cielo y la excelsitud de todas las
potestades. (Ef 1,21). Gracias a esta
economía de las obras divinas, el edificio de
nuestra salvación se levanta sobre sólidos
fundamentos... Lo que fue visible a nuestro
Redentor ha pasado a los sacramentos (a
los ritos sagrados) y, a fin de que la fe
fuese más excelente y firme, la visión ha
sido sustituida por una enseñanza, cuya
autoridad, iluminada con resplandores
celestiales, han aceptado los corazones de
los fieles. (Sermones 73 y 74).

(Tomado de Año litúrgico patrístico, Manuel


Garrido Bonaño, o.s.b.)

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P. EMILIO SAURAS O. P.

Inhabitación de la Santísima Trinidad

A) Conceptos

a) INHABITACIÓN
No es lo mismo que presencia. Dios, en
virtud de su inmensidad, está presente con
sus tres Personas en todas partes, incluso
en las almas de los pecadores (cf. 1 q.43
a.3). Inhabitar quiere decir estar en su
propia casa, concepto expuesto por San
Pablo diciendo que Dios está en su templo.
Ahora bien, como quiera que el templo
debe ser santo, su inhabitación supone
nuestra santidad y, por ende, la gracia. La
inhabitación incluye posesión. Dios toma
posesión de nosotros como de su casa. Pero
nosotros somos algo consciente; luego
también tomamos posesión del que habita
dentro de nosotros y nos gozamos de su
presencia. Para estar presente no hace falta
tanto. Sólo se requiere estar, dominar.

b) MISIÓN

La misión supone tres términos: el que


envía, aquel a quien se envía y el lugar a
donde se envía. Los dos primeros son el
Padre respecto al Hijo, y ambos con
relación al Espíritu Santo, todo dentro del
ámbito de las procesiones divinas, pues no
puede haber otra dependencia entre ellos.
Nadie es enviado a donde está, a no ser
para desempeñar allí un nuevo oficio, en
cuyo caso la novedad no estriba en el lugar,
sino en el cargo u obra. Todos estos
conceptos deben ser purificados de
cualquier imperfección para poder aplicarse
a la Santísima Trinidad. Las procesiones
explican la misión, y por ello sólo pueden
ser enviados los que proceden. La nueva
presencia se explica por medio de una
relación de la criatura a Dios, del mismo
modo que cualquier otra relación, con tal
que se excluya toda mudanza en Dios. La
criatura es la que cambia, quedando unida
a Dios (cf. 1 q.43 a.1).

c) DONACIÓN

Las tres Personas inhabitan. Sin embargo,


no son enviadas más que dos. El Padre
viene a nosotros a modo de don, dándose
El mismo. Donar es ceder una cosa gratuita
y definitivamente, de modo que pase a ser
posesión del que la recibe y comienza a
gozarla. Coincide, pues, con la misión, de la
que se diferencia sólo en que, mientras que
nadie puede enviarse a sí mismo, en
cambio, sí puede donarse. El Padre no
puede ser enviado ni donado, porque no
pertenece a nadie, al ser el primer
Principio; pero puede darse a sí mismo, Las
otras dos personas pueden ser enviadas y
donadas (o.c., p. 799-803).

B) El hecho de la inhabitación

a) VARIOS MODOS DE INHABITACIÓN


La Santísima. Trinidad habita en el alma
que esté en gracia, y en la Iglesia siempre.
Además de esta inhabitación por medio de
la gracia habitual, existen otras menos
perfectas, que tienen lugar siempre que
Dios opera algo en nosotros, dándonos. v.
gr., las gracias actuales, que nos,
prepararan para ser miembros del Cuerpo
místico, etc. Ahora no hablamos de éstas.

b) CALIFICACIÓN DE LA TESIS

Ante la constancia del argumento de los


teólogos, Santo Tomás calificaba a la
inhabitación de cierta, siendo su negación
un error teológico. Hoy, después de las
encíclicas Divinum illud y Mystici Corporis
debe aceptarse como doctrina del
magisterio ordinario de la Iglesia, esto es,
como doctrina católica, y, si atendemos a
las fuentes de la revelación, podemos dar
un paso más y llamarla de fe divina.

C) PRUEBA DE LA SAGRADA ESCRITURA

El argumento es abundantísimo, sobre todo


en San Juan y San Pablo.

1. Inhabitan

San Juan afirma que, si nos amamos


mutuamente. Dios está en nosotros (1 Io.
4,12-16). Y no se refiere simplemente a la
presencia entendida en el sentido de que
nos ame, puesto que dice que nos dio su
Espíritu. En San Pablo es usual el llamarnos
templos de Dios (2 Cor. 5,16).

Y hablan no sólo de Dios en general, sino


de las personas. Conoceréis que yo estoy
en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en
vosotros, dice Cristo, afirmando su
presencia corporal (Io. 14,19-20). Del
Espíritu Santo se habla repetidas veces,
llamándonos templos suyos (cf. 1 Cor. 3,16
y 6,19).

2. Cómo se hacen presentes

El Padre y el Hijo, porque vienen. Si alguno


me ama..., vendremos a él y en él haremos
nuestra morada (lo. 14, 20). Pero el Padre
viene sin que nadie lo envíe, o lo que es lo
mismo, porque se da; y el Hijo porque es
enviado, esto es, por una donación-misión.
Por esto yo doblo mi rodilla ante el Padre,
de quien procede toda familia en los cielos y
en la tierra, para que, según los ricos
tesoros de su gloria, os dé... que habite
Cristo por la fe en vuestros corazones, y,
arraigados y fundados en la caridad, podáis
conocer, en unión de todos los santos, cuál
es la anchura, la longura y la profundidad, y
conocer la caridad de Cristo, que supera
toda ciencia, para que seáis llenos de toda
plenitud de Dios (Eph. 3,14-19). "El pasaje
es rico en detalles. La segunda Persona
viene a nosotros por donación del Padre; su
presencia implica la posesión de la caridad,
y se nos da para que esta caridad llegue a
la plenitud. Es, pues, una presencia de
inhabitación o de posesión".

El Espíritu Santo también viene porque es


enviado o donado: Yo rogaré al Padre y os
dará otro abogado... (lo. 14,16-17). Y por
ser hijos envió Dios a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, que grita: Abba! ¡Padre!
(o.c., p.803-807).

C) Alcance de la presencia trinitaria

La presencia de la Santísima Trinidad


admite preparaciones y grados. El hombre,
al justificarse, recorre un camino que
comienza en aquella simple presencia que
Dios tiene, en toda criatura y, pasando por
todas las gracias actuales e incluso hábitos
infusos, pero informes, termina en la
justificación e inhabitación de las tres
personas (cf. 1 q.8 a.3; (1.43 a.3).

En estas etapas intermedias, el hombre


goza de una Presencia de Dios intermedia
también, que no es natural, Pues está ya en
el orden de la gracia, pero que tampoco es
de posesión y fruición inhabitante, porque
esta gracia todavía no es santificadora.
Existen misiones especiales y presencias
especiales distintas de la simple
omnipresencia divina.

Una vez justificado el hombre, también se


dan grados distintos, según los de su
posesión y fruición de Dios, conforme
ocurre en la visión beatífica, donde,
habiendo un objeto común para todos,
puede ser poseído y gozado más
intensamente por unos que por otros. El
hombre justo puede, por tanto, aumentar
su unión con las tres divinas personas (o.c.,
p.807-810).

D) La inhabitación y la gracia

No nos unimos a Dios únicamente porque


creamos y le amemos porque también
creemos y amamos a la Santísima Virgen e
incluso recibimos la gracia por su mano, sin
que por ello la Santísima Virgen esté
presente en nosotros substancialmente. La
presencia de Dios exige algo más. En
efecto, Dios nos infunde la gracia y las
virtudes de la fe y caridad, por las que
creemos y amamos no simplemente a Dios,
sino a las tres divinas personas.
Al infundirnos estos dones obra en
nosotros; pero como quiera que en Dios
operación, poder, virtud y naturaleza se
identifican, allí en donde hay una operación
suya, allí está Dios de un modo nuevo.
Dios, por lo tanto, está con su naturaleza
en nosotros. Las virtudes teologales, al
dirigirse a las tres personas, "las
explicitan", de modo que el que estaba
como Dios está también como trino

(Verbum Vitae, La palabra de Cristo V. BAC,


Madrid MCMLV. Págs. 257-260)

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Leonardo Castellani

En este Domingo, fiesta dé la Santísima


Trinidad, la Iglesia lee las últimas líneas del
Evangelio de San Mateo (XXVIII 18), que
contienen la misión dada solemnemente a
los Apóstoles de "enseñar a todos los
pueblos", y el sello de la revelación del
misterio de la Trinidad divina; y la promesa
de Cristo de estar con los suyos hasta el Fin
del Mundo. Esta aparición de Cristo a los
Once tuvo lugar en una montaña de Galilea,
no sabemos cuál; y fue la última de las
nueve apariciones antes de la Ascensión
que conocemos; que suman por tanto diez.
Algunos dicen que fueron trece las
apariciones de Cristo, contando otras dos
que menciona San Pablo ("A Santiago y a
quinientos hermanos juntos") y la del
mismo San Pablo. Pero la aparición a los
quinientos discípulos es probablemente la
misma Ascensión; y la aparición a San
Pablo fue una visión intelectual y no
corporal, puesto que los que estaban con él
"nada vieron". Trece o doce o diez, lo
mismo da. Ya bastan para despertar
nuestra fe.

El misterio de la Trinidad divina es una


revelación cristiana: en el Antiguo
Testamento no está, a no ser alumbrada en
fugaces alusiones, como cuando en el
Génesis Dios dice: "Hagamos al hombre a
imagen nuestra"; en los tres Ángeles que
aparecieron a Abraham hablando como uno
solo; y en la mención del "Espíritu de Dios"
hecha ocasionalmente. Pero en su
predicación, Cristo reveló poco a poco,
como era prudente, la existencia de tres
principios personales en el Dios único del
monoteísmo israelita; y en esta sesión
solemne, en la cual mostró sus patentes —
por decirlo así— y delegó su misión de
Salvador a su Iglesia, Cristo puso el sello a
la revelación cristiana, diciendo: "Id, y
enseñad a todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo y del
Espíritu Santo." Solamente en el nombre de
Dios se bautiza; es decir, se limpia del
pecado; y Él puso el nombre de Dios en tres
nombres; y no dijo "bautizad en los
nombres" sino «en el nombre», en singular.
Tres hipóstasis o principios personales con
vida propia, en un solo Dios. Durante su
predicación, Él se había contradistinguido
netamente del Padre; y después había
proclamado cada vez más neta y
categóricamente que el Padre era una cosa
con El, un mismo ser. Esto produjo
escándalo en los fariseos, vieron allí una
blasfemia, y quisieron matarlo por ella, ya
en la Sinagoga de Nazareth, en su segunda
predicación galilea, segundo año de vida
pública, al comienzo:

"— ¿Por cuál beneficio que os he hecho me


queréis dar la muerte? —Por ningún
beneficio, sino porque ¡siendo Hombre, te
haces a ti mismo Dios!"

Sin embargo Cristo no retira su palabra,


antes la prosigue más ardidamente, adagio
rinforzando como dicen los músicos, aun
ante la amenaza de muerte.
"¡Bienaventurado aquel que de mí no se
escandalizare!". Ante Cristo, la reacción
necesaria es, o el escándalo, o el salto
osado de la fe. Los fariseos se
escandalizaron: allí delante estaba un
hombre de la provincia, vestido con la
túnica blanca, el cinturón y el manto de los
rabbíes, sandalias en los pies, y el turbante
blanco ceñido por una vincha roja sobre la
cabellera nazarena; el cual afirmaba que
era una misma cosa con el Jehová único e
invisible... "¡Hay un solo Dios!". No lo
negaba Cristo, sino que intentaba revelar
un misterio más alto, la vida interna del
Dios único. Si Dios no es trino, Cristo no
puede haber sido Dios.

En cuanto a la Tercera Persona, que había


aparecido en forma de paloma en su
bautismo, al mismo tiempo que sonaba
arriba la voz del Padre, Cristo la manifestó
claramente en su Sermón-Despedida: el
Espíritu de Dios es distinto del Padre y del
Hijo, pertenece al Padre y al Hijo, y es Dios:
Cristo le atribuye todas las operaciones
propias de Dios; y toda operación racional
se atribuye a la persona, al Yo. Nos guste o
no nos guste, según el Evangelio en Dios
hay tres personas en una sola natura:
inclínese aquí la presunción del intelecto
humano. ¿Y por qué no nos habría de
gustar? El alma del hombre, que es imagen
de Dios, es a la vez un Yo, sujeto verbal de
todos sus actos; es un Intelecto o Verbo; y
es un Amor o Voluntad; y estos tres son
Uno; puesto que mi Intelecto no es una
parte de mi Ser Espiritual, es todo mi Ser
Espiritual; y mi Voluntad no es una parte de
mi Yo es mi Yo. A esta comparación,
defectuosa y todo, acude continuamente
San Agustín para ilustrar -no para probar-
el dogma misterioso de la Trinidad. Probar
no se puede con ningún argumento, fuera
de la autoridad divina revelante. Se puede
mostrar que no es un absurdo; es decir,
deshacer los argumentos de los que
contienden que es un Absurdo. Nada más

El espíritu moderno resiste a este dogma


presuntuosamente; y ha creado para
sustituirlo varias trinidades fútiles o
monstruosas; como la Trinidad de Hegel,
basada en el mismo análisis del espíritu
humano, y en los recuerdos de la teología
cristiana que estudió en el Seminario de
Leipzig. La Idea en sí, la Idea para sí, y la
Idea en-sí-para-sí, que se distinguen entre
sí, constituyen el solo Espíritu Absoluto, y
no hay otro Dios ni otra realidad fuera de
él; y él al final se manifiesta en —y no sale
fuera de— ¡la Conciencia del hombre! Así
pues el dogma de la Trinidad, envuelto en
niebla germánica y en una complicada
terminología, se convierte en un panteísmo
sutil que va a desembocar en la adoración
del Hombre; la gran herejía de nuestros
tiempos, la última herejía, que será, según
la predicción de San Pablo, el sacrilegio del
Anticristo: "el cual se exaltará y levantará
sobre todo lo que es Dios, sentándose en el
Templo de Dios, y haciéndose adorar como
Dios" (II Tes II, 4).

El mundo de hoy —dice el poeta Kipling—


no cree en más Tres-en-Uno que en El, Ella
y Ello; es decir, la pareja humana y su
retoño... único.... Kipling fue un buen poeta
inglés, que como tantos contemporáneos,
idolatró: puso su talento a los pies de un
ídolo. Su ídolo fue el Imperialismo Inglés;
o, si quieren, simplemente el Imperio
Inglés, divinizado en su ánimo. El ídolo le
pagó su devoción como pagan los ídolos,
incensando su nombre de escritor,
multiplicando sus ediciones, imponiéndolas
oficialmente: en suma, dándole los bienes
terrenos de que es dueño. Kipling, el bravío
poeta de la jungla vuelto el poeta de Su
Graciosa Majestad, llegó a cobrar como
royalties una libra esterlina por línea. Sus
últimos años fueron tristes. Su poesía y sus
cuentos, que ostentan el brillo más alto del
arte, muestran hoy de más en más sus pies
de barro. El imperio que él adoró estaba ya
en su ocaso. Obra mortal de las manos del
hombre, no era imperecedero ni divino.

En una poesía bastante buena, The Married


Man (El Hombre Casado), donde compara la
manera de pelear del soltero y del casado
en la guerra del 14, dice Kipling:

Porque Él y Ella y Ello

nuestro solo uno en tres

Por él todos nosotros ansiamos concluir


nuestra tarea.

Y volver a casa a nuestro té.

Es otra imagen de la Trinidad, pero asumida


heréticamente; pues en efecto, también la
familia humana, Padre, Madre e Hijo, es
otra figura de las relaciones íntimas que
hay en el seno de la Divinidad. La familia de
Nazareth, San José, Nuestra Señora y el
Niño, también reflejaron la Trinidad divina,
lo mismo que el alma de cada ser humano:
allí sin relación sexual alguna existió la
paternidad y el vínculo conyugal realmente.
Y por virtud de la Divinidad que las llenaba,
tres almas fueron como una sola.

Esta imagen no es muy usada por la


Iglesia, porque unos herejes antiguos
dijeron que el Espíritu Santo era mujer, y
pusieron sexo en Dios, haciéndolo por ende
corporal y material; y fueron condenados.
Pero si la división en sexos de los vivientes
tiene una razón ontológica, es decir, es una
esencia y no una casualidad, entonces el
principio de lo femenino en lo creado debe
existir también eminenter en el Creador de
todo lo que es, si no me equivoco; y esto
no lo ha condenado la Iglesia. De hecho, la
palabra con que Cristo nombró al Espíritu
Santo es femenina en arameo; aunque sea
masculina en nuestras lenguas grecolatinas.
¿Y cómo entonces el Espíritu Santo procede
del Padre y del Hijo? ¿Por ventura la madre
procede del padre y del hijo? Aun eso es
susceptible de explicación; pero no nos
metamos en andróminas, no sea que salgan
sospechándonos de kerinthianos, que es lo
único que nos faltaba. ¿Por qué mencionar
entonces esa imagen peligrosa? Kipling la
ha mencionado antes, no yo; y muchos
otros, incluso algunos doctores católicos
contemporáneos, como el abate Joseph
Grumel.

Así que Cristo en esta aparición nona


terminó su revelación rotundamente y envió
a sus Apóstoles con toda su autoridad a
enseñarla. "Toda potestad me ha sido dada
en el cielo y en la tierra; así pues, id y
enseñad a todos los pueblos...". La misión
esencial de la Iglesia jerárquica es enseñar.
¿Enseñar Matemáticas y Filosofía? Enseñar
"a guardar todo aquello que yo os he
mostrado", la doctrina de la Fe y de la
Caridad. Lo demás no esta mal, pero para
lo demás no tienen los curas autoridad
directa de Cristo: si enseñan Matemáticas
deben saberlas; y si no las saben,
aprenderlas.

Para esta enseñanza salvífica, Cristo les


prometió especial asistencia: "Y he aquí que
yo estoy con vosotros todos los tiempos
hasta el fin del mundo"; o como dice el
texto griego "hasta la consumación del
siglo". ¿Incluye esta promesa la
consumación del siglo, el período del
Anticristo, o la excluye? Yo no lo sé. Lo que
sé es que Cristo no abandonará jamás a los
suyos. Y sé también que de este texto no
puede deducirse ni la infalibilidad del Papa
—aunque no la excluye— ni que la Iglesia
ha de triunfar siempre en sus empresas
temporales -como algunos presumen- ni
que en ella no habrá nunca errores
accidentales o focos de corrupción; ni
mucho menos una especie de temeraria
infalibilidad personal y poder de prepotencia
en favor de sus ministros más allá los
límites claros y precisos en que su
autoridad legítimamente se ejerce. Porque
ha habido siempre y hay por desgracia
quienes con decir "jerarquía, Jerarquía!"
quieren que uno se trague todo lo que ellos
piensan, creen, dicen o hacen; lo cual es
una increíble y muy dañosa falta de
jerarquía, cuando el que no ve quiere guiar
al que ve, y el que no sabe, enseñar al que
sabe; como dijo mi tocayo, paisano y
patrono San Jerónimo Dálmata en su
Epístola XLVIII, 4.

En el nombre de la Santísima Trinidad, el


Misterio Sumo y la Paradoja de las
Paradojas, se hizo esta nación; o por lo
menos se hizo su Capital, que francamente
parece querer volverse toda la nación.
Nuestro antepasados hicieron sus
testamentos, encabezaron sus leyes y
fundaron las ciudades principales de este
país "en nombre de la Santísima Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas
distintas en un solo Dios verdadero, e de la
gloriosíssima Virgen su bendita Madre, e del
Apóstol Santiago, luz e espejo de las
Españas, e de su Majestad el Señor Rey
Felipe el Segundo, como su Capitán e leal
criado e vasallo suyo, yo Joan de Juffré..."..

( Tomado de “El Evangelio de Jesucristo”,


Ed. Vórtice, 1997, pág 194-198)

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Dr. Isidro Gomá y Tomás

Aparición a los Discípulos en un monte de


Galilea: Mt. 28, 16-20; Mc. 16, 16-18

Explicación. — Ignórase también el día en


que tuvieron los Apóstoles esta aparición
del Señor. El mismo día de su resurrección
les había dicho que se trasladaran a la
Galilea (Mt. 28, 10; Mc. 16, 7) ; es probable
que después de las apariciones de la Judea
volviesen los Apóstoles cada cual a sus
quehaceres, aguardando la fecha para
trasladarse al monte que Jesús les había
previamente indicado para tratar con él. Es
trascendental esta aparición, porque en ella
les revela Jesús la omnímoda plenitud de
sus poderes, y en virtud de ellos les envía a
todo el mundo, a la conquista de su reino.
Se completan aquí Mateo y Marcos: el
primero afirma principalmente el hecho de
la misión de los Apóstoles; el segundo
describe los carismas que recibirán de Dios
los hijos de su reino.

MISIÓN DE LOS APÓSTOLES (Mt. 16-20). —


La Galilea había sido el principal teatro de la
vida pública de Jesús; de aquella región
eran todos los Apóstoles, excepto Judas; allí
habían sido instruidos en las doctrinas del
Señor; y allí les convocó para comunicarles
la plenitud de sus poderes: Y los once
discípulos se fueron a la Galilea, al monte
adonde Jesús les había mandado. Muchas
conjeturas se han hecho para identificar
este monte: unos están por el monte de la
Transfiguración, otros por el de las
Bienaventuranzas; pero es incierto. Creen
también algunos que esta aparición es la
misma que refiere San Pablo (1 Cor. 15, 6),
en la que fue Jesús visto por más de
quinientos discípulos; pero es lo más
probable, toda vez que no se habla aquí
más que de los once, que se trata de otra
aparición.

La aparición sería asimismo súbita; así que


se presentó Jesús, se prosternaron en
actitud de adoración: Y cuando lo vieron le
adoraron. Mas extraño es que, después de
tantas apariciones, dudaran aún los
Apóstoles: Mas algunos dudaron: quizá se
trataba de otros que no eran los Apóstoles
y que aun no habían visto al Señor; o que
la duda fue sólo momentánea, o mejor,
dudaron no del hecho de la resurrección,
que tenían ya bastante comprobado, sino
de que el aparecido fuese Jesús: justifica
esta interpretación lo ocurrido a los
discípulos de Emaús, y a los que pescaban
en Genesaret.

Jesús va en este momento a conferir a sus


Apóstoles la misión de bautizar y predicar,
con todas las prerrogativas que en ello se
incluyen; pero antes quiere exhibirles los
poderes en virtud de los cuales les envía a
la conquista del mundo: Y llegando Jesús
les habló, diciendo: Se me ha dado toda
potestad en el cielo y en la tierra. Las
palabras son llenas, asertivas, rotundas:
nunca hombre alguno pudo hablar así.
Jesús tiene toda potestad: la tiene como
Dios ; pero aquí se manifiesta investido de
la misma como hombre que, después de
haber consumado la obra de la redención y
vencido al enemigo del género humano,
que es el demonio, tiene derecho a hacerse
un reino del que deberán formar parte
todas las gentes. Es poder que se extiende
a cielo y tierra, porque el reino mesiánico
tiene aquí sus comienzos para tener su
consumación en la gloria. Es el poder del
Mesías, del Cristo Dios, del que con tanto
énfasis hablaron los viejos oráculos (Cf. Ps.
2, 8; 109, 1; Is. 49, 6.8 sigs.; 53, 12; Dan.
7, 14, etc.).

De esta potestad suprema y radical de


Cristo deriva la potestad que a sus
Apóstoles confiere: Id, pues..., es decir,
porque yo tengo esta potestad, os la
transfiero para que la ejerzáis; no sólo en
territorio de Israel, sino por todo el mundo,
recorriendo toda la sobrehaz de la tierra. La
primera función ministerial es la de la
palabra, que engendra la fe : Predicad el
Evangelio a toda criatura, a todo ser
humano capaz de ser adoctrinado en las
cosas de Dios; y enseñad a todas las
gentes, atrayéndolas y congregándolas a
todas en mi escuela, para que se realicen
los antiguos vaticinios, según los que la
ciencia de Dios debía llenar toda la tierra en
los tiempos mesiánicos (cf. Ps. 71, 9-11; Is.
2, 2; 11, 9; 44, 4-5; Ez. 17, 23, etc.):
Bautizándolas en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo: el Bautismo es el
rito sacramental de introducción al nuevo
reino; la circuncisión está ya abolida; el
Bautismo debe administrarse en el nombre,
es decir, en virtud, autoridad y eficacia de
la Santísima Trinidad, con la cual importa
este Sacramento, por parte de quien lo
recibe, un vínculo especial de orden
espiritual, una especie de dedicación o
consagración, según el sentido del texto
griego. Las palabras de Jesús, en las que se
nombran clarísimamente las tres personas
de la Trinidad augusta, han sido
interpretadas por la tradición cristiana como
la fórmula de administración del Bautismo.

Los adscritos a la escuela de Cristo y


bautizados en nombre de la Trinidad
deberán ser enseñados por los Apóstoles y
sus sucesores en todas aquellas cosas que
Jesús les manifestó o encomendó, en orden
a la creencia dogmática y a la práctica de la
vida : Enseñándolas a observar todas las
cosas que os he mandado: con ello
confirma Jesús a los Apóstoles en su
autoridad o potestad de magisterio y
régimen, por cuanto Jesús no les dio un
cuerpo doctrinal ni legal escrito, sino una
enseñanza oral, que depositada en las
iglesias fundadas por los Apóstoles
constituirá la tradición : parte de ella se
consignará en los Evangelios y escritos
apostólicos, tomando la tradición en el
sentido general (Cf. tomo I, Pág. 28); no
podría conservarse la unidad de doctrina y
disciplina sin la potestad de magisterio y el
poder judicial.

Es ardua la empresa confiada a los


Apóstoles; pero que no teman: Jesús estará
con ellos, continuamente, para siempre: Y
mirad que yo estoy con vosotros, no sólo
para mientras ellos vivan, sino todos los
días hasta la consumación de los siglos: por
lo mismo, en los Apóstoles van
comprendidos sus sucesores. Estará Jesús
con sus enviados, con toda la plenitud de su
poder personal, y por lo mismo con toda la
eficacia que de la suma potestad de Jesús
puede esperarse. Estará a perpetuidad, por
lo que la Iglesia tendrá la seguridad de que
no errará jamás en el camino de la verdad;
de que vencerá toda suerte de resistencias
que pretendan oponérsela. La historia de
dos mil años es prueba y garantía al mismo
tiempo del cumplimiento de la promesa de
Jesús. Con estas alentadoras palabras
termina San Mateo su Evangelio.

LA PROMESA DE CARISMAS (Mc. 16-18). —


Antes de enumerarlos, Marcos, que, como
el primer Evangelista, ha expresado el
poder de enseñar a todo el mundo que los
Apóstoles recibieron, añade las sanciones
correspondientes a quienes oyeren esta
predicación y recibieren el bautismo
administrado en nombre de la Santísima
Trinidad: El que creyere, no con fe
puramente intelectual, sino de obras,
llevando a la práctica aquello que cree, y
fuere bautizado, será salvo, entrará en el
reino definitivo de Jesús, que es la gloria:
mas el que no creyere, será condenado,
porque sin la fe es imposible agradar a
Dios, y el que no cree está ya juzgado (cf.
Hebr. 6, 11; Ioh. 3, 18).

Esta fe se manifestará en el mundo de


manera extraordinaria. Porque Jesús no
sólo estará con los Apóstoles con su
asistencia hasta el fin del mundo, sino que
no faltará jamás en la comunidad de los
fieles la gracia de sus poderes
extraordinarios en el orden taumatúrgico
para mayor prestigio de la fe y mayor
facilidad de su difusión: Y estas señales
seguirán a los que creyeren, es decir, serán
consecutivas a la fe, como argumento de su
divinidad y de su fuerza: Lanzarán
demonios en mi nombre, como los lanzaba
Jesús, y con igual poder que el concedido a
los Apóstoles (Mc. 3, 15): Hablarán nuevas
lenguas, que no habrán aprendido:
Quitarán serpientes, no exterminándolas,
sino que podrán tenerlas en sus manos sin
que les dañen, aun siendo venenosas (cf.
28, 3-6): Y si bebieren alguna cosa
mortífera, no les dañará: Dios les protegerá
hasta contra las asechanzas ocultas de
quienes atenten contra ellos: Pondrán las
manos sobre los enfermos, y sanarán. El
libro de los Hechos Apostólicos refiere
numerosos hechos que son la más
espléndida confirmación de estas promesas
del Señor (cf. Act. 3, 1 sigs.); 6, 8; 10, 46;
14, 7 sigs.; 19, 6, etc.). Ni faltaron jamás,
a través de todos los siglos, milagros de
todo género, como lo prueba la historia de
los Santos que demuestra la continua
asistencia del poder de Dios a su Iglesia,
como no le ha faltado jamás la asistencia
divina en orden a la conservación de la
verdad.

Lecciones morales. — A) MT. V. 18. —Se


me ha dado toda potestad en el cielo y en
la tierra. — El poder que Cristo tenía como
Dios, se ha transferido al Hombre-Dios,
porque ha ganado con su esfuerzo a los
hombres para Dios. Poder que deriva de la
unión hipostática, porque es el Hijo de Dios
a quien ha dicho el Padre: «Pídeme, y te
daré en posesión hasta los confines de la
tierra» (Ps. 2, 8); pero que arranca también
del esfuerzo personal del Hombre-Dios, con
el que nos conquistó, nos compró, nos
arrancó del poder del demonio. Y como la
conquista fue completa y universal, el poder
logrado es también universal y absoluto.
Por ello es que el Apóstol dice que ante el
nombre de Jesús todo dobla la rodilla: los
cielos, la tierra y los abismos (Phil. 2, 10).
Gloriémonos de tener un Hermano, de
nuestra misma naturaleza, que tenga un
poder que no se ha concedido al más
encumbrado de los ángeles; confiemos en
un poder que triunfará de todos nuestros
enemigos si lo tenemos en nuestro favor;
admiremos un poder, el más glorioso y
avasallador de la historia; pero temamos un
poder que, usando la misma frase de Jesús,
puede echar cuerpo y alma, de los que no
le temen, al infierno (Mt. 10, 28).

n) v. 19.—Enseñad a todas las gentes... —


¿Qué enseñarán los Apóstoles a todas las
gentes? Lo que Jesús les enseñó a ellos. Y
¿qué enseñó Jesús a los Apóstoles? Las
cosas que el Padre le confió para que las
enseñara, porque Jesús, lo decía El mismo,
no hablaba de por sí, sino lo que había oído
del Padre (Ioh. 8, 26). Y aquí tenemos este
misterio de la verdad cristiana, que brota
de los mismos senos de Dios, y pasando
por los labios de Jesús Hombre-Dios, entra
por el oído en las almas y en el corazón de
los discípulos de Jesús. Nosotros, si nos
precisamos de serlo, deberemos guardar,
como el mejor de los tesoros, el tesoro de
la fe en nuestras almas: fe pura, como lo es
la palabra de Dios; fe recia, que dé
consistencia a toda nuestra vida; fe clara y
luminosa, que se manifieste con nuestras
obras; fe expansiva, que vaya a la
conquista del pensamiento de nuestros
hermanos.

c) v. 20.— Estoy con vosotros... hasta la


consumación de los siglos. — ¡Promesa
consoladora la de Jesús! Pasarán los
hombres y los siglos, y Jesús no pasará,
porque permanecerá en su Iglesia y con su
Iglesia. Pasarán los sistemas, los errores,
las herejías, la falsa ciencia, y Jesús, verdad
esencial, no pasará. Pasarán los tiranos, los
enemigos personales de Cristo, y Cristo no
pasará: es el de ayer, el de hoy, el de todos
los siglos (Hebr. 13, 8). No sólo no pasará,
sino que permanecerá siempre el mismo,
presidiendo los humanos cambios, las
transformaciones de las sociedades,
quedando él siempre con este sentido de
eternidad y de inmutabilidad que participa
de su divinidad. Todo lo que no sea de él o
le sea contrario, sucumbirá sin remedio;
todo lo que sea y se diga de él, llevará su
marca, el sello de su Espíritu (Eph. 1, 13),
en frase de San Pablo, que le comunicará
cuanto cabe su misma perennidad. Y se
acabaran los siglos, y todo quedará
consumido, menos lo que sea de Cristo, su
santa Iglesia, que vivirá y reinará con él por
los siglos de los siglos.

D) Mc. V. 16. — El que creyere, y fuere


bautizado, será salvo...— Tal vez alguno
diga en su interior: Yo ya creo; me salvaré.
Dice bien, si no contradice su fe con las
obras; porque la verdadera fe está en que
lo que se dice por la confesión oral de los
artículos de la fe, no se contradiga con las
obras, dice San Gregorio. Es decir, que las
condiciones esenciales para la salvación
son: primera, unión intelectual con Dios por
medio de la fe, creyendo lo que El ha
revelado y aceptándolo como regla de vida;
segunda, incorporación a la Iglesia, fuera
de la cual no hay salvación, por medio del
bautismo; tercera, amoldar la vida a la fe
que se profesa, de lo contrario la fe queda
muerta y no es apta para dar la vida
eterna. Es punto esencial éste, que separa
a los católicos de los protestantes.

E) v. 17. — Y estas señales seguirán... — El


milagro es algo inmortal y perpetuo en la
Iglesia; no sólo en la historia, sino en el
hecho vivo de la vida de la Iglesia. Jamás
faltaron milagros. Cada nueva canonización
de un santo es la proclamación de esta
fuerza viva taumatúrgica que Jesús ha
escondido en el seno de su Iglesia. Si
fueron más frecuentes en los comienzos del
Cristianismo, debióse ello, dice San
Gregorio, a que eran más necesarios para
que echara la nueva planta su raigambre en
el mundo, como necesita más agua el tierno
arbusto cuando es plantado que cuando ya
vive por sí. Debe sernos de gran consuelo el
pensamiento que Dios tiene siempre a
disposición de su Iglesia, que es nuestra
Iglesia, la fuerza de su poder para arraigar,
defender, propagar y glorificar nuestra
santísima fe.

(Tomado de “El Evangelio Explicado”vol. II,


ed. Acervo 1967, Pág.736-741)

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Juan Pablo II

El Espíritu Santo protagonista de la misión

El envío «hasta los confines de la tierra »


(Act1, 8)
22. Todos los evangelistas, al narrar el
encuentro del Resucitado con los Apóstoles,
concluyen con el mandato misional: «Me ha
sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes. Sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del
mundo» (Mt 28, 18-20; cf. Mc 16, 15-18;
Lc 24, 46-49; Jn 20, 21-23).

Este envío es envío en el Espíritu, como


aparece claramente en el texto de san
Juan: Cristo envía a los suyos al mundo, al
igual que el Padre le ha enviado a él y por
esto les da el Espíritu. A su vez, Lucas
relaciona estrictamente el testimonio que
los Apóstoles deberán dar de Cristo con la
acción del Espíritu, que les hará capaces de
llevar a cabo el mandato recibido.

23. Las diversas formas del « mandato


misionero » tienen puntos comunes y
también acentuaciones características. Dos
elementos, sin embargo, se hallan en todas
las versiones. Ante todo, la dimensión
universal de la tarea confiada a los
Apóstoles: « A todas las gentes » (Mt 28,
19); « por todo el mundo... a toda la
creación » (Mc 16, 15); « a todas las
naciones » (Act 1, 8). En segundo lugar, la
certeza dada por el Señor de que en esa
tarea ellos no estarán solos, sino que
recibirán la fuerza y los medios para
desarrollar su misión. En esto está la
presencia y el poder del Espíritu, y la
asistencia de Jesús: « Ellos salieron a
predicar por todas partes, colaborando el
Señor con ellos » (Mc 16, 20).

En cuanto a las diferencias de acentuación


en el mandato, Marcos presenta la misión
como proclamación o Kerigma: « Proclaman
la Buena Nueva » (Mc 16, 15). Objetivo del
evangelista es guiar a sus lectores a repetir
la confesión de Pedro: « Tú eres el Cristo »
(Mc 8, 29) y proclamar, como el Centurión
romano delante de Jesús muerto en la cruz:
« Verdaderamente este hombre era Hijo de
Dios » (Mc 15, 39). En Mateo el acento
misional está puesto en la fundación de la
Iglesia y en su enseñanza (cf. Mt 28, 19-
20; 16, 18). En él, pues, este mandato
pone de relieve que la proclamación del
Evangelio debe ser completada por una
específica catequesis de orden eclesial y
sacramental. En Lucas, la misión se
presenta como testimonio (cf. Lc 24, 48;
Act 1, 8), cuyo objeto ante todo es la
resurrección (cf. Act 1, 22). El misionero es
invitado a creer en la fuerza transformadora
del Evangelio y a anunciar lo que tan bien
describe Lucas, a saber, la conversión al
amor y a la misericordia de Dios, la
experiencia de una liberación total hasta la
raíz de todo mal, el pecado.

Juan es el único que habla explícitamente


de « mandato » —palabra que equivale a «
misión »— relacionando directamente la
misión que Jesús confía a sus discípulos con
la que él mismo ha recibido del Padre: «
Como el Padre me envió, también yo os
envío » (Jn 20, 21). Jesús dice, dirigiéndose
al Padre: « Como tú me has enviado al
mundo, yo también los he enviado al
mundo » (Jn 17, 18). Todo el sentido
misionero del Evangelio de Juan está
expresado en la « oración sacerdotal »: «
Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y al que tu has
enviado Jesucristo » (Jn 17, 3). Fin último
de la misión es hacer participes de la
comunión que existe entre el Padre y el
Hijo: los discípulos deben vivir la unidad
entre sí, permaneciendo en el Padre y en el
Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf.
Jn 17, 21-23). Es éste un significativo texto
misionero que nos hace entender que se es
misionero ante todo por lo que se es, en
cuanto Iglesia que vive profundamente la
unidad en el amor, antes de serlo por lo
que se dice o se hace.

Por tanto, los cuatro evangelios, en la


unidad fundamental de la misma misión,
testimonian un cierto pluralismo que refleja
experiencias y situaciones diversas de las
primeras comunidades cristianas; este
pluralismo es también fruto del empuje
dinámico del mismo Espíritu; invita a estar
atentos a los diversos carismas misioneros
y a las distintas condiciones ambientales y
humanas. Sin embargo, todos los
evangelistas subrayan que la misión de los
discípulos es colaboración con la de Cristo:
« Sabed que yo estoy con vosotros todos
los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,
20) La misión, por consiguiente, no se basa
en las capacidades humanas, sino en el
poder del Resucitado.

(Tomado de la encíclica “Redemptoris


Missio” Juan Pablo II (07- 12 -1990)

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Catecismo de la Iglesia Católica

Cristo reina ya mediante la Iglesia ...

668 "Cristo murió y volvió a la vida para


eso, para ser Señor de muertos y vivos"
(Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo
significa su participación, en su humanidad,
en el poder y en la autoridad de Dios
mismo. Jesucristo es Señor: Posee todo
poder en los cielos y en la tierra. El está
"por encima de todo Principado, Potestad,
Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo
sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-
22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4,
10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En
él, la historia de la humanidad e incluso
toda la Creación encuentran su
recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento
transcendente.

669 Como Señor, Cristo es también la


cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf.
Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado,
habiendo cumplido así su misión,
permanece en la tierra en su Iglesia. La
Redención es la fuente de la autoridad que
Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce
sobre la Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La
Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en
misterio", "constituye el germen y el
comienzo de este Reino en la tierra" (LG
3;5).

670 Desde la Ascensión, el designio de Dios


ha entrado en su consumación. Estamos ya
en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4,
7). "El final de la historia ha llegado ya a
nosotros y la renovación del mundo está ya
decidida de manera irrevocable e incluso de
alguna manera real está ya por anticipado
en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en
la tierra, se caracteriza por una verdadera
santidad, aunque todavía imperfecta" (LG
48). El Reino de Cristo manifiesta ya su
presencia por los signos milagrosos (cf. Mc
16, 17-18) que acompañan a su anuncio
por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).

... esperando que todo le sea sometido

671 El Reino de Cristo, presente ya en su


Iglesia, sin embargo, no está todavía
acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21,
27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del
Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de
los ataques de los poderes del mal (cf. 2 Te
2, 7) a pesar de que estos poderes hayan
sido vencidos en su raíz por la Pascua de
Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no
haya nuevos cielos y nueva tierra, en los
que habite la justicia, la Iglesia peregrina
lleva en sus sacramentos e instituciones,
que pertenecen a este tiempo, la imagen de
este mundo que pasa. Ella misma vive
entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la
manifestación de los hijos de Dios" (LG 48).
Por esta razón los cristianos piden, sobre
todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que
se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3,
11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús"
(cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).

672 Cristo afirmó antes de su Ascensión


que aún no era la hora del establecimiento
glorioso del Reino mesiánico esperado por
Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los
profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos
los hombres el orden definitivo de la
justicia, del amor y de la paz. El tiempo
presente, según el Señor, es el tiempo del
Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero
es también un tiempo marcado todavía por
la "tristeza" (1 Co 7, 26) y la prueba del
mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la
Iglesia(cf. 1 P 4, 17) e inaugura los
combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4,
3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de
vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).

El glorioso advenimiento de Cristo,


esperanza de Israel

673 Desde la Ascensión, el advenimiento de


Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22,
20) aun cuando a nosotros no nos "toca
conocer el tiempo y el momento que ha
fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7;
cf. Mc 13, 32). Este advenimiento
escatológico se puede cumplir en cualquier
momento (cf. Mt 24, 44: 1 Te 5, 2), aunque
tal acontecimiento y la prueba final que le
ha de preceder estén "retenidos" en las
manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).

674 La Venida del Mesías glorioso, en un


momento determinad o de la historia se
vincula al reconocimiento del Mesías por
"todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del
que "una parte está endurecida" (Rm 11,
25) en "la incredulidad" respecto a Jesús
(Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de
Jerusalén después de Pentecostés:
"Arrepentíos, pues, y convertíos para que
vuestros pecados sean borrados, a fin de
que del Señor venga el tiempo de la
consolación y envíe al Cristo que os había
sido destinado, a Jesús, a quien debe
retener el cielo hasta el tiempo de la
restauración universal, de que Dios habló
por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y
San Pablo le hace eco: "si su reprobación
ha sido la reconciliación del mundo ¿qué
será su readmisión sino una resurrección de
entre los muertos?" (Rm 11, 5). La entrada
de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12)
en la salvación mesiánica, a continuación de
"la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf.
Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a
la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual
"Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).

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EJEMPLOS PREDICABLES

Conversión de San Ginés.

Celebrábanse grandes fiestas en Roma, y el


emperador Diocleciano se había trasladado
a aquella ciudad. El cómico Ginés creyó que
de ninguna manera podía divertir mejor a
aquella corte impía que remediando por
irrisión las ceremonias del Bautismo.
Apareció en el teatro acostado como si se
hallase enfermo y solicitó ser bautizado
para morir tranquilo. Aparecieron también
otros dos cómicos disfrazados, uno de
sacerdote y otro de exorcista. Acercáronse
a la cama y dijeron a Ginés: Hijo mío, ¿para
qué nos has llamado? En ese momento la
gracia de Dios iluminó fuertemente la
inteligencia y movió la voluntad de Ginés, el
cual súbitamente trocado en otro hombre,
respondió con toda seriedad y firme
convencimiento: "Os he llamado porque
quiero recibir la gracia de Jesucristo y por
su santo Bautismo alcanzar el perdón de
mis pecados”. Los espectadores creían que
Ginés seguía desempeñando su papel de
cómico por lo cual reían muy sabrosamente.
Se practicaron las ceremonias del
sacramento y cuando se le hubo puesto el
traje blanco, se apoderaron de él algunos
soldados, que también tomaban parte en la
representación de la comedia, y lo
presentaron al emperador como a los
mártires.

Entonces Ginés con semblante y tono


inspirados pronunció un hermoso discurso
en el cual se declaraba públicamente
cristiano de verdad y diciendo también el
motivo de su repentina conversión. “Vi,
dijo, una mano extendida sobre mí desde lo
alto de los cielos y muchos ángeles
radiantes de luz que se cernían sobre mi
cabeza. Leyeron en un libro terrible todos
los pecados que había cometido desde mi
infancia, los borraron inmediatamente
después y me mostraron el libro más blanco
que la nieve. Ahora, pues, oh gran
emperador, y vosotros espectadores a
quienes nuestras representaciones
sacrílegas han hecho reír de todos estos
misterios, creed conmigo que Jesucristo es
el Señor, digno objeto de nuestras
adoraciones, y tratad de alcanzar también
su misericordia”.

Irritado el emperador mandó azotar al


valiente confesor de la fe, el cual
persistiendo en su firme propósito, fue
decapitado, recibiendo el bautismo de su
propia sangre.presente en el corazón de la historia y
en nuestras propias vidas. No hemos de olvidar que ser
cristiano no es admirar a un personaje del pasado que con
su doctrina puede aportarnos todavía alguna luz sobre el
momento presente. Ser cristiano es encontrarse ahora con
un Cristo lleno de vida cuyo Espíritu nos hace vivir. Por
eso Mateo no nos ha dejado relato alguno sobre la
ascensión de Jesús. Ha preferido que queden grabadas en
el corazón de los creyentes estas últimas palabras del
resucitado: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo". Este es el gran secreto que alimenta y
sostiene al verdadero creyente: el poder contar con el
resucitado como compañero único de existencia.

Día a día, él está con nosotros disipando las angustias de


nuestro corazón y recordándonos que Dios es alguien
próximo y cercano a cada uno de nosotros. El está ahí
para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la
desesperación o la tristeza. El infunde en lo más íntimo de
nuestro ser la certeza de que no es la violencia o la
crueldad sino el amor, la energía suprema que hace vivir
al hombre más allá de la muerte. El nos contagia la
seguridad de que ningún dolor es irrevocable, ningún
fracaso es absoluto, ningún pecado imperdonable, ninguna
frustración decisiva. El nos ofrece una esperanza
inconmovible en un mundo cuyo horizonte parece cerrarse
a todo optimismo ingenuo. El nos descubre el sentido que
puede orientar nuestras vidas en medio de una sociedad
capaz de ofrecernos medios prodigiosos de vida, sin poder
decirnos para qué hemos de vivir. El nos ayuda a
descubrir la verdadera alegría en medio de una civilización
que nos proporciona tantas cosas sin poder indicarnos qué
es lo que nos puede hacer verdaderamente felices. En él
tenemos la gran seguridad de que el amor triunfará. No
nos está permitido el desaliento. No puede haber lugar
para la desesperanza. Esta fe no nos dispensa del
sufrimiento ni hace que las cosas resulten más fáciles.
Pero es el gran secreto que nos hace caminar día a día
llenos de vida, de ternura y esperanza. El resucitado está
con nosotros.

JOSE ANTONIO PAGOLA


BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 59 s.
10.

1. Ascensión y misión.

La primera lectura contiene el evangelio propiamente


dicho. Los cuarenta días de la aparición del Resucitado
fueron un período de transición muy misterioso entre la
vida y la muerte terrestres de Jesús, por una parte, y su
ascensión al Padre, por otra. Desde el comienzo de su vida
pública, Jesús apareció como el engendrado por el Espíritu
y el lleno del Espíritu: la elección de los doce se produce
expresamente en el Espíritu (v. 2). Ahora es el Glorificado
totalmente transfigurado por el Espíritu, «el segundo Adán
del cielo» (1 Co lS,47) que, cuando vuelva al Padre, se
convertirá en «Espíritu de vida" (ibid. 46) para la Iglesia.
Lo único que le importa es el «reino de los cielos» (v. 4)
que los discípulos tendrán que anunciar en el Espíritu
«hasta los confines del mundo», mientras que para los
discípulos, que aún no han recibido el Espíritu Santo,
todavía es importante «la soberanía de Israel» y la hora
en que ésta haya de producirse. Pero estas miras de los
discípulos quedan eliminadas por dos cosas: la espera en
oración del Espíritu y el envío en él a todo el mundo como
«mis testigos». Estas dos cosas, que son inseparables,
constituirán la esencia de la Iglesia: invocación del Espíritu
de Dios y testimonio. Los ángeles reenvían a los
discípulos, que miran fijos al cielo viendo desaparecer al
Señor, a la doble tarea que les ha sido encomendada.

2. El poder sobre el universo y la Iglesia

La segunda lectura describe el poder ilimitado que Dios


Padre ha concedido al Hijo elevado al cielo. La
resurrección de entre los muertos, la exaltación a la
derecha de Dios y la superioridad sobre toda potestad
creada constituyen un único e idéntico movimiento. Y esto
no sólo para el tiempo efímero de este mundo, sino
también para el mundo «futuro», glorificado en Dios. Se
podría pensar que, debido a esta concesión de poder tan
ilimitada, la Iglesia quedaría rebajada al nivel de una parte
(quizá insignificante) de la soberanía de Cristo. Si él
domina sobre todos los poderes del mundo -sobre la
política, la economía, la cultura, la religión y cualquiera de
los poderes que dominan el mundo-, entonces la Iglesia
parece una institución más entre otras, una instancia
escasamente relevante. Sin embargo, sorprendentemente,
se establece una diferencia entre el poder del Exaltado
sobre el universo entero y su posición como cabeza de la
Iglesia, que es su cuerpo. El cuerpo de Cristo no es el
cosmos (no hay un «Cristo cósmico»), sino sólo la Iglesia,
en la que, por sus sacramentos, su Eucaristía, su palabra,
su Espíritu y su misión, Cristo vive de un modo misterioso
que se ilustra con la imagen del alma y el cuerpo. A partir
de aquí se puede ver ya que a la Iglesia no le está
permitido vivir encerrada en sí misma y para sí misma,
sino que debe estar abierta al mundo que, a través de la
Iglesia, debe integrarse en la plenitud de Cristo y de Dios.

3. Pleno poder de misión.

Eso es lo que confirma definitivamente el evangelio, el


brillante final del texto de Mateo. El Señor que aparece
aquí y ante el que se postran los discípulos, es ya el
Glorificado «al que se le ha dado pleno poder en el cielo y
en la tierra». «Dado», porque él es el Hijo que recibe todo
del Padre, pero lo transfiere incondicionalmente. La
palabra «todo», que se repite cuatro veces, abarca todas
las dimensiones imaginables e incluye expresamente en
ellas la misión universal, «católica», de la Iglesia: el
«pleno poder» es necesario para poder dar una orden tan
categórica y universal: «a todos los pueblos». La misión
tiene por objeto enseñar a los hombres a guardar «todo»
lo que Jesús ha dicho y hecho, con lo que queda prohibida
cualquier selección reductiva en la doctrina y en la vida.
Esta misión aparentemente tan excesiva será posible
porque el Señor estará «todos los días, hasta el fin del
mundo» con los enviados y garantizará así el
cumplimiento de la misma.

HANS URS von BALTHASAR


LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 68 ss.
11.Frase evangélica: «Haced discípulos de todos los
pueblos»

Tema de predicación: LA MISIÓN UNIVERSAL

1. En el Nuevo Testamento, el «envío» se relaciona con la


idea de misión o de embajada, así se pone de manifiesto
la relación entre el que envía y el enviado. Aparecen en el
envío dos aspectos: la elección de Dios y la salvación de
los hombres. Rechazar al enviado de Dios es rechazar a
Dios; recibirlo es recibir al Señor. Lo propio del misionero
es su misión. Por consiguiente, lo que confiere valor al
envío es la orden del Señor.

2. Después de enviar Dios a los profetas, envió a su Hijo.


Para san Juan, todo lo que hace Jesús está en relación a
Dios, «al Padre que le envió». Jesús conoce al Padre,
porque es el enviado. A su vez, Jesús envía al Espíritu y a
sus discípulos, que se convierten en «apóstoles» para la
salvación del mundo. Pero en Jesucristo la persona del
mensajero no desaparece frente al que lo envía, sino que
se funde con ella. Jesús es el Apóstol, el Enviado (Heb
3,2). No es un siervo de Dios como Moisés; es el Hijo de
Dios.

3. Los discípulos son enviados por Jesús de dos en dos, sin


dinero, sin provisiones, sin ropa de repuesto, como ovejas
entre lobos... Su objetivo es proclamar el reino de Dios.
Algunas embajadas fracasan, y otras deben ser
rectificadas. Pero, en definitiva, la Iglesia es misión; todos
sus miembros -cada cual según los carismas y servicios
propios- son enviados. La finalidad de todos los envíos
(profetas, Hijo de Dios, Espíritu, apóstoles) consiste en
reunir a todo el pueblo bajo la justicia y la misericordia de
Dios. El envío y la reunión definen a la Iglesia.

4. Antes de que Jesús confíe a sus discípulos la misión, los


acoge y perdona: son creyentes vacilantes. En el encargo
de Jesús, según Mateo, se observan las dos insistencias de
Jesús: la enseñanza del mensaje y su puesta en práctica.
El evangelio termina con la misión o evangelización.

REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Nos sentimos enviados por Dios?

¿Somos misioneros?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 124 s.

12.

LA FE ES UN REGALO, EL APOSTOLADO UNA RESPUESTA

Cristo es la fuente y la cumbre de la Revelación. Nos


muestra a Dios en totalidad. Dios se nos da a conocer en y
por Cristo. Jesús, a lo largo de su vida, va desvelando el
perfil de Dios, va dibujando su rostro, va dándolo a
conocer para, cuando todo esté cumplido, cuando haya
realizado esta misión, volver al Padre.

La Ascensión marca el momento de la verdad, porque sólo


se puede realizar cuando «todo esté cumplido». Pone de
manifiesto que al menos el grupo apostólico está en
condiciones del pleno conocimiento de Dios y recibe, por
ello, el encargo de universalizar ese conocimiento. Nace la
Iglesia.

Imaginémonos rodeados de las personas más queridas;


imaginémonos que sólo nos quedan unos minutos de vida
para estar con ellos. ¿Qué haríamos? ¿Qué les
diríamos?...

En esa situación creo que olvidaríamos las cuestiones


urgentes para ir a las importantes, dejaríamos de lado lo
inmediato para ir a lo fundamental; creo que sufriríamos
una tal catalización, al saber que contamos con pocos
minutos para estar con ellos, que precipitaríamos la más
pura esencia de nuestro ser. . .

Pues bien, Cristo en estas circunstancias les dice: «ID Y


HACED DISCÍPULOS». Esto es, por lo visto, lo importante
para él, lo fundamental, la esencia de su ser. Amigos
míos: la vida es un regalo que recibimos de Dios y el
modo cómo la vivamos es el regalo que le podemos
devolver. Si esto es así, también digo que: el cristianismo
es un regalo de Dios, la fe siempre es gracia, y el ser
apóstol es la respuesta, el regalo que él espera de
nosotros. . .

No se puede vivir un amor, y el Evangelio lo es, sólo


pasiva y receptivamente; no podemos quedarnos
«MIRANDO AL CIELO» olvidándonos de la tierra y sus
hombres. Tampoco se puede vivir de renta en el amor, no
se puede dar un «sí» y tenerlo a título de inventario. El
«sí» hay que apoyarlo, afianzarlo continuamente. Jesús les
recomienda, antes de «ir a todo el mundo»,
«PERMANECER EN JERUSALÉN». Ir y permanecer. ..; o lo
que es lo mismo: amar y alimentar ese amor, evangelizar
y dejarte evangelizar.

Nos corresponde por derecho y por obligación a los


cristianos laborar, aquí y ahora, en la extensión del
Reino/Reinado de Dios, por la realización del Evangelio en
esta tierra. Ser y actuar como otros cristos: «VOLVERÁ
COMO LE HABÉIS VISTO MARCHAR». El cristiano está
llamado a presencializar a Dios en su medio social, en su
mundo. Ésta es la aventura cristiana, el Evangelio, ser y
dar una Buena Noticia a este mundo en el que nos ha
tocado vivir. Esta aventura no acabará hasta el final de los
tiempos: «YO ESTOY CON VOSOTROS HASTA EL FINAL DE
LOS TIEMPOS».

Este sistema de vida sólo se puede aceptar desde la luz


del corazón, a ojos humanos vista es un mal negocio. El
cristianismo es una utopía para hombres dispuestos a
pisar la realidad, para hombres empeñados en ser como
Dios manda.

BENJAMIN OLTRA COLOMER


SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 145-146
13.

- Misión cumplida: el triunfo de Cristo ¡"Jesús, el Señor, el


rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte,
mediador entre Dios y los hombres, juez de vivos y
muertos"! Esto es lo que afirmaremos de Jesús en el
prefacio de esta fiesta de la Ascensión.

Jesús ha triunfado. Ha sido glorificado. Ha cumplido su


misión. Ha seguido su camino hasta el final, incluida la
muerte. Y ahora ha llegado a su plenitud como persona y
como cabeza de la nueva humanidad, constituido por
encima de toda la creación y cabeza de la Iglesia. Como
nos ha dicho san Pablo, "el Padre ha desplegado la eficacia
de su fuerza poderosa en Cristo, resucitándolo de entre los
muertos y sentándolo a su derecha en el cielo".

- Es también fiesta para nosotros

Alegrémonos, hermanos, en este día de gloria para Cristo


Jesús. Es también fiesta para nosotros, que somos sus
seguidores, los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia.
El triunfo de Jesús nos afecta a todos. Su Ascensión es ya
nuestra victoria, nos ofrece la garantía de que también
nosotros estamos destinados a los bienes del cielo. En
Cristo Jesús nuestra naturaleza humana ha sido enaltecida
y participa ya de algún modo de su misma gloria. Él nos
ha precedido como cabeza nuestra para que nosotros,
miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente
esperanza de seguirlo en su Reino (prefacio).

La fiesta de hoy nos debe llenar de optimismo. San Pablo


nos ha invitado en su carta a comprender cuál es la
esperanza a la que nos llama Dios, y cuál la riqueza de
gloria que nos da en herencia a los que creemos en Cristo
Jesús e intentamos seguirle en nuestra vida. Más aún: se
puede decir que es fiesta y motivo de esperanza para la
humanidad entera. Todos estamos incluidos en la victoria
de Jesús, que nos da la medida del amor de Dios y de la
capacidad de respuesta del hombre. La Ascensión nos
señala el camino y la meta final: un destino de vida, no de
muerte, aunque el camino sea a veces difícil y oscuro. El
motivo principal de este optimismo es la promesa que nos
hizo Jesús en su despedida, y que hemos escuchado en el
evangelio de Mateo: "Sabed que yo estoy con vosotros
todas los días hasta el fin del mundo". No se trata, por
tanto, de una despedida, sino de una presencia
continuada, aunque sea invisible. Su presencia, y además
el don de su Espíritu, es lo que da fuerza a nuestra fe.

Como dirá el prefacio, "no se ha ido para desentenderse


de este mundo". La Ascensión no es un movimiento
contrario a la Navidad (entonces "bajó" y ahora "sube y se
va"): desde su existencia gloriosa, libre ya de todo límite
de espacio y de tiempo, es cuando más presente nos está
Jesús, el Señor, como nos ha prometido.

- Ha dejado una tarea a la comunidad cristiana

Pero además de ser un motivo de fiesta, la Ascensión es


también el recuerdo de que Jesús ha dejado a sus
discípulos, a nosotros, una tarea a realizar en este mundo.
Los ángeles invitaron a los apóstoles a que no se quedaran
mirando al cielo. Recibieron el encargo de continuar la
misión de Jesús: hacer discípulos, bautizar, enseñar... Así
como Cristo ha sido el gran testigo del Padre, ahora los
cristianos lo tenemos que ser en cada generación,
animados por el Espiritu de Jesús: "Cuando el Espiritu
Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser
mis testigos". Vivimos el tiempo que va desde la Ascensión
hasta la venida gloriosa final de Cristo. Un tiempo de
trabajo y responsabilidad, de tarea y compromiso. Los
cristianos, convencidos y animados por la presencia de
Cristo Jesús y de su Espiritu, debemos comunicar a los
demás, de palabra y de obra, con un estilo de vida que
resulte creíble y elocuente a todos, el mismo mensaje de
Cristo.

Se nos pide que en un mundo en que no abunda la


esperanza, seamos personas ilusionadas. En medio de un
mundo egoísta, que mostremos un amor desinteresado.
En un mundo centrado en lo inmediato y lo material, que
seamos testigos de los valores que no acaban. Y esto lo
deben realizar, no sólo los sacerdotes y los religiosos y los
misioneros, sino todos: los padres para con los hijos y los
hijos para con los padres, los mayores y los jóvenes, los
políticos y los escritores cristianos. Todos estamos
llamados a seguir escribiendo esa historia que empezó
hace dos mil años. Lo que leemos estos domingos en el
libro de los Hechos de los Apóstoles fue el primer capitulo.
Nosotros, ahora, estamos a punto de empezar el tercer
milenio y tratamos de difundir en el mundo, generación
tras generación, la buena noticia del amor de Dios, de la
salvación de Cristo y de su estilo de vida.

Miramos al Cristo triunfador, que se nos ofrece como


alimento en la Eucaristía, y esto nos da fuerzas para
seguir cumpliendo la tarea que nos ha encomendado.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/07/45-46

14.

SUBIÓ A LOS CIELOS

Antes que nada, hoy debemos situar bien la fiesta en el


contexto pascual y hacer ver cómo la liturgia quiere
reproducir los "espacios de tiempo" de los cuarenta días
hasta la Ascensión y de los cincuenta hasta Pentecostés,
que Lucas nos ha señalado en sus narraciones tan
"significativas" para indicar la realidad de un único
misterio pascual. También en la liturgia pascual tenemos
una gran riqueza de signos que debemos saber aprovechar
y que estos últimos días debemos volver a destacar con
fuerza. La profesión de fe que recitamos, sea la que sea,
también es "narrativa" y nos pone ante el acontecimiento
que hoy celebramos: subió a los cielos, decimos para
indicar la Ascensión de Jesús, y también, está sentado a la
derecha del Padre, recogiendo la admiración de la segunda
lectura de hoy.

De momento, en la primera lectura, el evangelista Lucas


que ya nos había narrado el nacimiento y la infancia de
Jesús en su primer libro, ahora, al empezar el segundo nos
brinda la narración del nacimiento y la infancia de la
Iglesia, continuadora de la "misión" del Señor a través del
"testimonio" que deben dar de él en el mundo: en
Jerusalén. . . y hasta los confines del mundo. Y la
profusión de detalles con que engalana la narración nos
debe permitir comunicar el misterio que celebramos en
toda su profundidad.

¿QUÉ HACÉIS AHÍ PLANTADOS MIRANDO AL CIELO?

Cuando vieron al Señor levantarse, hasta que una nube se


lo quitó de la vista, dos hombres vestidos de blanco les
tuvieron que decir que esta no es la actitud que se
esperaba de ellos, que no se deben quedar contemplando
sólo lo que Jesús había hecho y su localización tan arriba,
en el cielo. Más bien deben buscarle en la acción del
Espíritu más abajo, en su vida, porque ya ahora se ha
abierto el tiempo de la Iglesia, este tiempo que durará
hasta el fin: este Jesús volverá como le habéis visto
marcharse.

En este espacio de tiempo la Iglesia deberá "contemplar"


el cielo, donde está uno que es hombre como nosotros y
nos prepara sitio, deberá "esperar" y desear el retorno de
su Señor, pero deberá estar bien encarnada en su mundo
para poder "testimoniar" el Reino de Dios. La oración será
de nuevo: venga a nosotros tu reino, con todo lo que
representa de acción y compromiso. Esta es la misión de
la Iglesia.

ID... A TODOS LOS PUEBLOS

El evangelio de Mateo nos presenta el mismo misterio


desde otra perspectiva. Al llegar al final, el Resucitado
convoca de nuevo a los discípulos en Galilea, en el punto
de salida, muy cerca de las Bienaventuranzas que
resuenan a través de la montaña donde les ha reunido. Y
desde allí Cristo, a quien se le ha dado pleno poder en el
cielo y en la tierra, los envía a empezar la historia del
nuevo pueblo de Dios, los envía en la misión de siempre
de la Iglesia: convertir por la predicación de la Palabra y el
testimonio, "bautizar" en el nombre de la Trinidad
haciendo llegar la acción de los sacramentos, y "enseñar"
a guardar sus mandamientos y a vivir en la caridad.
La promesa de Cristo a los suyos es firme y asegura su
presencia, no obstante la aparente ausencia, de manera
constante y sin fin: yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo. Esta es la garantía del ser y del
actuar de la Iglesia porque en ellos se hace presente en el
mundo la acción de Cristo resucitado.

QUE DIOS ILUMINE LOS OJOS DE VUESTRO CORAZÓN

Porque sólo así podremos comprender cuál es la


esperanza a la que os llama y podremos disfrutar del
Espíritu de sabiduría y revelación. Debería ser el contenido
de la oración del predicador por él mismo y por la
comunidad a quien debe dirigir la palabra. Así podremos
comprender que Cristo, glorificado en el cielo, es la cabeza
del cuerpo que es la Iglesia que vive gracias a su Espíritu.
La mesa de la Eucaristía también es obra del Espíritu del
Señor.

Es el Espíritu a quien esperamos como fruto de la Pascua.


A quien celebraremos la semana que viene por
Pentecostés. Hoy lo deberíamos destacar en nuestra
Eucaristía de forma vibrante y deberíamos anunciar
también las acciones especiales que con este motivo se
hacen en nuestra comunidad.

JOAN TORRA
MISA DOMINICAL 1999/07/41-42

15

La obra de Lucas presenta (Lucas/Hechos) dos relatos de


la ascensión (Lc 24, 50-53; Hch 1, 1-14). Ningún otro libro
del Nuevo Testamento desarrolla este tema con tanto
despliegue de detalles. En las cartas paulinas hay
referencias directas a la glorificación del Señor, pero en
forma de himno o como explicación catequética, pero no
como relato (Flp 2, 6-11; Ef 4, 10; 1 Tm 3, 16). Lo mismo
en la Carta de Pedro (3, 22).

Hay un lenguaje simbólico compartido por los dos relatos.


En la antigüedad se pensaba que el universo estaba
constituido por tres capas: el hades o abismo, la tierra y el
cielo. En este sentido, el progreso hacia Dios se expresaba
como un ascenso. El mundo de "arriba" pertenece a Dios.
Los seres humanos santos tienden hacia el mundo divino
como reconocimiento de su obra (Dan 7). La nube es
símbolo de la presencia de Dios, como ocurrió durante el
éxodo de Israel (Ex 13, 22) o en la teofanía del Sinaí.

En el Evangelio, Lucas nos presenta a Jesús despidiéndose


de sus seguidores con una bendición sacerdotal. Jesús
eleva sus manos y los bendice mientras es llevado al cielo.
Esto concuerda con las enseñanzas del Eclesiástico (Eclo
50, 20-23). El sacerdote bendice al pueblo para que goce
de alegría y prosperidad. Es la alegría que envuelve a los
discípulos y los prepara para la misión universal.

En el libro de los Hechos la ascensión está vinculada


estrechamente a la Pascua y a Pentecostés. De una parte,
es la continuación de los relatos de la resurrección. Todo
el camino de Jesús es un constante ascenso de Galilea a
Jerusalén. Culmina con una ascensión junto al Padre. El
acontecimiento ocurre cuarenta días después de la
resurrección. Es un tiempo de enseñanza y preparación
para la misión universal de la Iglesia, similar al tiempo que
Jesús pasó en el desierto como preparación a su ministerio
en Israel.

Lucas enfatiza en que los discípulos ven a Jesús elevarse.


Esto recuerda la elevación de Henoc (Gen 5, 24), pero
sobre todo, el "rapto" de Elías (2 Re 2). Eliseo, al
presenciar la partida de su maestro, recibe una parte del
espíritu profético de Elías. Lucas, que suele presentar a
Jesús como el nuevo Elías, insiste en que la visión de la
ascensión es una participación de la misión de Jesús. Por
esta razón, la presencia de los personajes con vestiduras
resplandecientes. Ellos interpelan al grupo que mira al
cielo y lo exhortan a esperar el regreso.

El monte de los Olivos es, según Ezequiel, el lugar donde


la presencia de Dios reposa un momento para ir a
acompañar a su pueblo exiliado (Ez 11, 23). Para
Zacarías, el monte de los Olivos es el lugar donde
comenzará la instauración del reinado de Dios (Zac 14, 4).
De este modo, Jesús, auténtica presencia de Dios,
inaugura el tiempo del Espíritu en el monte donde
acontece su ascensión.

La promesa del Espíritu se hace efectiva a partir de ese


momento. Ellos reorganizan la comunidad y, en compañía
de María y las otras mujeres, esperan la venida del
Espíritu. Lo que el Espíritu comunica es una participación
plena en la vida y obra de Jesús. Por esto, los discípulos y
discípulas, luego de algunas dificultades, salen a anunciar
el Evangelio a todos los pueblos.

La carta a los Efesios es una extensa catequesis eclesial


destinada a fortalecer la vocación universal de la Iglesia.
El Espíritu le da unidad al conjunto de comunidades y las
convierte en un único cuerpo del Señor. La Iglesia es el
cuerpo de Jesús que actúa en la historia por la fuerza del
Espíritu. "La Iglesia es pueblo de Dios y esposa del
Mesías". En esta carta ya no se siente la ardua
argumentación legal de otros escritos del Corpus Paulino.
Es más, parece que la contienda entre judaizantes y
helenistas ha cedido terreno a favor de los extranjeros. El
lenguaje es místico, aunque no tan fluido como en otras
cartas.

El pasaje que hoy leemos nos presenta dos aspectos. El


primero es una súplica dirigida al Padre (Ef 1, 17-19). La
primera petición clama por un Espíritu de Sabiduría que
permita comprender a Jesús como el enviado de Dios La
segunda petición es un ruego para que el Espíritu abra
nuestra mentalidad y podamos comprender que la
esperanza cristiana está iluminada por las promesas de
Jesús; por su llamado personal (Consagrados). En la
tercera súplica, pide para que el poder del resucitado,
vencedor de la muerte y realizador del reinado de Dios,
fortalezca a la Iglesia.

La segunda parte hace un paralelo entre el ser humano


como cabeza de la creación y Cristo cabeza de la Iglesia,
nueva creación. Así como las criaturas son sometidas
según sus órdenes, el mundo es puesto a los pies de
Cristo, de acuerdo a la configuración social de la época. De
este modo, los cristianos equilibran la pretensión divina
del Emperador Romano y la relativizan al compararla con
Jesús, el enviado de Dios.

Mateo coloca al resucitado sobre un monte. La situación es


similar a la proclamación de las bienaventuranzas (Mt 5,
1s) y la transfiguración (Mt 17, 1-13). El monte es por
excelencia el lugar de la teofanía. Allí el nuevo pueblo de
Dios es constituido como un grupo de personas destinadas
a la evangelización mediante el discipulado, a la
consagración trinitaria de los bautizados y a la fidelidad a
la enseñanza de Jesús. El resucitado es garantía de una
presencia continua y efectiva.

A pesar de la majestuosidad del escenario y de la


solemnidad del momento, algunos dudaron. La duda se
refiere a la condición permanente del discípulo. Durante
todo el camino a Jerusalén la duda respecto al significado
de Jesús para Israel acompañó a los discípulos. Ahora,
frente a la misión a todos los pueblos hay dudas sobre el
significado universal de la persona de Jesús.

Mateo, en las tres dimensiones de la misión, enfatiza en la


necesidad de hacer discípulos a los creyentes en el Señor.
Porque lo prioritario no es que se bautice o que se
comunique la doctrina. Lo fundamental es que los
seguidores de Jesús lleguen a ser verdaderos discípulos de
él, pues Jesús de Nazaret es el único maestro de la Iglesia
(Mt 23, 8). El bautismo y la maduración doctrinal se
alcanzarán en la medida que los creyentes conviertan el
seguimiento de Jesús en el eje de su existencia.

Para la revisión de vida

La Ascensión de Jesús al cielo no es una marcha que nos


deje desamparados, sino el paso del testigo, del revelo, de
Jesús a nosotros, para que nosotros continuemos, como
él, su misma tarea de anunciar la Buena Noticia a los
pobres. ¿He aceptado yo el revelo que Jesús me pasa, o
me limito a ser espectador de lo que otros hacen?; ¿pienso
que Jesús se ha "ido al cielo" o siento que sigue vivo y
presente en medio de nosotros?

Para la reunión de grupo


- Tras la "marcha" de Jesús, los apóstoles se quedan
extasiados, mirando al cielo; pero unos hombres vestidos
de blanco se les presentan para recordarles que ese
mismo Jesús ha de volver y que no es cuestión de
quedarse mirando al cielo. Y yo, ¿hacia dónde miro?, ¿he
olvidado que a Dios lo encontraré en el pobre y en todo
hermano necesitado y también soy de los que miran al
cielo pensando que así le doy culto a Dios?

- La ascensión de Jesús es otra manera de presentar su


resurrección, haciéndolo desde el punto de vista de su
glorificación: Jesús ha sido constituido Señor de toda la
creación; ¿quién es el verdadero Señor de mi vida: el
Señor Jesús o alguno de los muchos diosecillos que se
enseñorean de la vida de las personas?

- Jesús invita a los suyos a hacer discípulos de todos los


pueblos, y a no olvidar nunca que él está con nosotros
hasta el fin de los tiempos. ¿Vivo consciente de esa
presencia de Jesús en mi vida, incluso en las ocasiones en
las que puede darme la impresión de que Dios se ha
olvidado de mí? ¿Tengo presente que la invitación que
Jesús hace a los suyos para trabajar por el Reino también
está dirigida a mí?

Para la oración de los fieles

- Por la Iglesia, para que sea consciente de estar enviada


a anunciar la Buena Noticia del Reino a todas las personas.
Oremos.

- Por cuantos nos confesamos cristianos, para que no nos


quedemos "plantados mirando al cielo" y nunca caigamos
en la tentación de huir, evadirnos o caer en el idealismo
abstracto y teórico. Oremos.

- Por el papel de los seglares y las mujeres en la Iglesia,


para que ellos también encuentren su puesto a la hora de
colaborar en la tarea evangelizadora y cada vez tengan
más cauces de participación en la vida de la Iglesia.
Oremos.
- Por todos aquellos que han perdido la fe en la
resurrección y la vida, para que nuestro testimonio les
haga comprender que no es una forma de evasión sino la
forma más profunda de ser auténticamente humanos al
traducir nuestra fe en la otra vida en compromiso con
ésta. Oremos.

- Por los que se sienten solos, para que nuestra cercanía,


nuestro cariño y nuestra solidaridad les haga sentir que
Dios siempre camina a nuestro lado. Oremos.

- Por nuestra comunidad, para que comprendamos que no


hay otro camino al cielo que el que pasa por el
compromiso concreto con los hermanos para construir un
mundo fraternal.

Oremos.

Oración comunitaria

Señor, tú te despediste de los discípulos encomendándoles


una misión evangelizadora y prohibiéndoles quedarse
mirando al cielo; haz de nosotros unos apasionados
transmisores de tu mensaje, de modo que aspiremos al
cielo sin perder nunca de vista nuestro compromiso en la
tierra, y que el gozo de tu continua presencia en medio de
la comunidad nos mantenga fuertes en la esperanza y
firmes en el amor real, concreto y transformador de
nuestro mundo. Por Jesucristo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO

16.

Cristo asciende entre aclamaciones.

1. "Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo os dé espíritu


de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos
de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la
esperenza a que os llama, cuál la riqueza de la gloria y
cuál la riqueza del poder con el que resucitó y sentó a su
derecha a Cristo" (Efesios 1,3).
Quiero comenzar esta homilía con esta oración
ardentísima de Pablo, porque sólo con la respuesta del
Padre de la gloria a nuestro deseo de que nos ilumine,
podremos rastrear un poco el gran misterio que
celebramos.

2. Nuestros ojos que ven tantas cosas, nuestro corazón,


que tan fácilmente queda prendido de lo terreno e
insustancial, y nuestras preocupaciones y desvelos por los
afanes temporales y cotidianos, apenas si dejan un
resquicio por donde filtrar el rayo de la luminosidad del
cielo. Nos ocurre, a los que vivimos en la ciudad, que
perdemos la noción de la naturaleza, metidos en el asfalto
y en la altura de los grandes edificios, y nos olvidamos de
gozar de la contemplación de la belleza serena de una luna
llena y espléndida en una noche cubierta con un manto de
brillantes estrellas, o de una ladera verde y perfumada con
el verde de los pinos o del impoluto y embriagante azahar
de los naranjales.

3. En esta celebración, pues, insistamos en la oración al


Padre para que ilumine con las luces poderosas de su
Espíritu, nuestra mente adormecida, nuestra sensibilidad
espiritual embotada, para que quede maravillada ante el
esplendor de Cristo resucitado que sube al cielo. Si el
Señor nos concede lo que le estamos pidiendo, saldremos
de esta liturgia llenos de alegría, con el espíritu renovado
y con mayores ganas de trabajar y de testificar que Jesús
es el Hijo de dios, que aunque se ha ido al Padre, no ha
dejado esta tierra, sino que está más presente que nunca,
con una presencia invisible, pero real y eficaz, como nos lo
ha prometido: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo". (Mateo 28,20).

4. Pensamos que lo que no vemos y tocamos no existe, y


ese es el mal del materialismo y del empirismo, en el cual
vivimos sumergidos. Sólo la fe, que nos representa la
acción del misterio dela presencia del espíritu en nuestras
vidas, en el mundo y en la historia, puede devolvernos la
alegría, el estímulo para practicar la virtud, aunque no sea
agradecida ni recompensada, y el coraje para enfrentarnos
a todas las dificultades y pruebas, incluso la muerte.
5. Jesús no ha dejado la tierra porque estuviera
desengañado de nuestra infidelidad, ni porque se hubiera
cansado de nuestra torpeza, sino porque su tiempo
terreno se había cumplido, y porque ahora ha comenzado
nuestro tiempo, el tiempo de la iglesia, por eso Lucas nos
narra lo que los dos hombres, con vestidos blancos de
sobrenaturalidad, han dicho a los apóstoles: "¿Qué hacéis
ahí plantados mirando al cielo?" (Hechos 1,1), como
diciéndoles: "Manos a la obra, muchachos". Yo estoy con
vosotros, pero vosotros habéids de estar conmigo.
Trabajad y haced el trabajo bien hecho. A que, aunque no
aigáis mi voz, estad seguros de que yo oigo la vuesra y os
respondo sin palabras, y os doy la inspiración en el
momento oportuno, la palabra suave y amable cuando os
asalte la cólera, la paciencia para seguir atendiendo a ese
enfermo, la fortaleza en el aciago momento de la
tentación, el discernimiento, para decidiros por lo que
vale, y la fortaleza para seguir cargando con vuestra cruz.
Después estaréis contentos, gozaréis de la victoria sin
acordaros del sudor de la lucha, y experimentaréis que,
aún viviendo en la tierra, os participo ya los bienes del
cielo.

6. ¿Qué otra cosa, sino voy a hacer ahora, al partir el pan


resucitado, que es mi cuerpo glorioso, y al daros a beber
mi sangre derramada, que haceros partícipes de mi cielo,
que yo os compré con mi muerte cruel, humillante y
amarga y con la resurrección con que el Padre ma ha
glorificado, sentándome a su derecha? En verdad, Cristo
cabeza de la iglesia, nos lleva a nosotros, sus miembros, a
donde está él, como nos lo había dicho: "Voy a prepararos
sitio. Cuando vaya y os lo prepare, volveré para llevaros
conmigo: así, donde esté yo, estaréis también vosotros"
(Jn 14,2).

7. Cantemos con alegría con el Salmo 46: "Dios asciende


entre aclamaciones; pueblos todos, batid palmas, aclamad
a Dios con gritos de júbilo". Pidamos a Dios que nos
conceda el deseo vivo de estar junto a Cristo. Amén.

J. MARTI BALLESTER
17.

Como ya no se celebra la Ascensión del Señor en el


«jueves» precedente a este domingo, según fue
tradicional en siglos pasados, su liturgia se traslada a lo
que debería ser el VII Domingo de Pascua.

Los textos de este día están, pues, determinados por esta


fiesta lucana del Señor. Y decimos eso porque es Lucas el
autor que directamente en el Evangelio (24, 50-53) y en
los Hechos de los Apóstoles (1, 9-10), habla de este
misterio en el Nuevo Testamento.

La dedicaremos, por tanto, nuestro comentario.

1ª Lectura (Hch 1,1-11) : Seréis mis testigos... "Cuando el


Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza
para ser mis testigos en Jerusalém...y hasta los confines
del mundo. Dicho eso, le vieron levantarse hasta que una
nube se lo quitó de la vista..."

1.1. Sobre la Ascensión del Señor disponemos,según se ha


dicho, de dos relatos, ambos de san Lucas: Evangelio
24,46-53 y Hechos de los apóstoles 1,1-11. Quien tenga la
curiosidad de confrontarlos encontrará, con sorpresa, y a
pesar de ser obra del mismo autor, algunas diferencias en
aspectos del relato y en símbolos empleados.

1.2. En realidad no se trata de dos momentos opuestos.


Pero sí resalta el dato de que en los Hechos de los
Apóstoles la Ascensión se pospone «cuarenta días» a la
resurrección, mientras que en el Evangelio todo parece
suceder en el mismo día de la Pascua.

Esto último es lo más determinante, ya que la Ascensión


no implica un grado más o un misterio distinto de la
Pascua, si ésta se concibe integralmente como la
«exaltación» de Jesús a la derecha de Dios.

1.3. Preguntémonos: ¿qué es lo que pretende Lucas en su


relato, en los Hechos, con los "cuarenta días" ?
Simplemente trata de establecer un período determinado,
simbólico, de días (no contables en espacio y en tiempo),
en el que lo determinante es lo que se refiere a hablar a
los apóstoles del Reino de Dios y a prepararles para la
venida del Espíritu Santo.

El tiempo Pascual extraordinario, viene a decirles Lucas a


los discípulos, está tocando a su fin, y el Resucitado no
puede estar llevándoos de la mano como hasta ahora. Los
apóstoles deben abrirse al Espíritu, porque les espera una
gran tarea en todo el mundo, hasta los confines de la
tierra.

1.4. La pedagogía lucana, atenida a las necesidades de su


comunidad, apunta a que la Resurrección de Jesús no
supone (al contrario de la resurrección de otras personas)
una ruptura definitiva con la tierra, con la historia, con
todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos
y con todo el mundo. Jesús sigue presente. Pero, además,
hay una promesa muy importante: los apóstoles recibirán
la fuerza de lo alto, recibirán al Espíritu Santo que les
acompañará siempre.

Lucas se vale, pues, teológicamente del misterio de las


Ascensión para llamar la atención sobre la necesidad de
que los discípulos entren en acción. Hasta ahora todo lo ha
hecho Jesús y Dios con él; pero ha llegado el momento de
una ruptura necesaria para la Iglesia en que ésta tiene
que salir de sí misma, de la pasividad gloriosa de la
Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.

2ª Lectura (Ef 1,17-23) : La esperanza a la que hemos


sido llamados. "Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo,
el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y
revelación para conocerlo e ilumine los ojos de vuestro
corazón para que comprendáis cuál la esperanza a que os
llama.."

2.1. En la carta a los Efesios (1,17-23) nos ofrece el autor,


presuntamente Pablo, una fórmula de alabanza o acción
de gracias al Señor y, además, una petición importante:
pide para la comunidad el conocimiento, como una especie
de carisma.
2.2. No se trata de un conocimiento intelectual, sino de un
conocimiento de experiencia, que es el lenguaje en el que
se expresa el mundo bíblico en sus relaciones con Dios y
con la salvación.

De esta manera el conocimiento que se pide para la


comunidad otorga una sabiduría como don incesante. No
es un conocimiento de cosas, sino es una experiencia de fe
y de amor.

3ª Evangelio (Mt 28,16-20) : Haced discípulos por todo el


mundo

"Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que


Jesús les había indicado...Jesús les dijo : Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espírtu Santo..."

3.1. Con estos versículos que ha tomado la liturgia en este


día se cierra el evangelio de de Mateo; y en ellos se quiere
poner de manifiesto lo que Lucas ya nos ha atestiguado
con la presentación de la «Ascensión»: que es el momento
de los discípulos, de sus seguidores; y que ellos tienen
que llevar el evangelio allí donde Jesús no pudo ir: a todo
el mundo.

3.2. Eso lo proclama Jesús desde lo alto de un monte, con


todo el simbolismo que tal gesto tiene en la Biblia:

Jesús otorga a los suyos un poder especialísimo que es


comunicador de salvación y de gracia.

El bautismo, en su nombre, será, para siempre, el


sacramento de iniciación de los que quieran llevar una
vida nueva en este mundo.

Si Mateo ya había elegido un monte para proclamar la


enseñanza de Jesús que ha pasado a la historia como el
«sermón de la montaña» (Mt 5-7), y con ello se quería ir
más allá del monte Sinaí y de la ley del Antiguo
Testamento (la antigua Alianza), ahora, para culminar la
teología de una Alianza nueva dada en una enseñanza
nueva, Mateo, en Galilea, nos presenta al Resucitado
corroborando, con un nuevo poder, lo que ya les había
dicho en el sermón de la montaña.

Miguel de Burgos, op
Convento de Santo Tomás
Sevilla

18.

Nexo entre las lecturas

El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo,


volverá como le habéis visto marcharse. (1L) Esta
afirmación de los Hechos de los apóstoles nos ofrece una
síntesis profunda de la liturgia en la solemnidad de la
Ascensión. Jesús sube al cielo con su cuerpo glorificado.
Deja a los apóstoles una misión clara y comprometedora:
Id y haced discípulos a todos los pueblos (EV). Se trata de
ir hasta los confines de la tierra para que resuene el
pregón de Dios. Se trata de anunciar sin descanso cuál es
la altura, la anchura y la profundidad del amor de Dios,
que se ha manifestado en Cristo Jesús. El apóstol será
pues el hombre del "amor más grande". El hombre
consciente de que el Señor, que hoy asciende entre
aclamaciones, volverá. ¡Volverá sin falta y lleno de Gloria!.
Así pues, se trata en último término de comprender cuál
es la esperanza a la que hemos sido llamados (2L),
comprender cuál es la herencia que Dios prepara a los que
lo aman. Esta solemnidad de la Ascensión es pues un
momento magnífico para examinar nuestro peregrinar en
la vida, considerar que el Señor volverá para tomarnos
consigo y que, por lo tanto, hay que reemprender con
entusiasmo nuestras tareas cotidianas recuperando en
ellas el valor de eternidad.

Mensaje doctrinal

1. Jesús resucitado es una grande esperanza para los


apóstoles. Después de la experiencia traumática de la
pasión, como hemos visto en los domingos precedentes,
los apóstoles se encontraban desconcertados y
atemorizados. Tenían temor de la actitud que tomarían los
judíos en relación con ellos. No querían considerar su
responsabilidad ante la misión que Cristo les había
asignado. Todo este panorama empieza a cambiar cuando
Cristo resucitado se hace presente entre los suyos y los
confirma en su misión de testigos de la buena nueva del
evangelio. Paulatinamente aquellos hombres paralizados
por sus propios pensamientos y temores, empiezan a
abrirse a la esperanza, empiezan a cobrar valor y decisión.
Antes se encontraban incrédulos y ponían en duda el
testimonio de las mujeres sobre la resurrección, ahora se
les ve fieles y entusiastas por Cristo; antes se les veía
tímidos y apocados, ahora se les ve llenos de vigor y
seguridad. Es muy hermoso contemplar la actitud de estos
hombres en sus encuentros con Cristo: a los discípulos de
Emaús se les enardece el corazón y retornan presurosos
sobre sus pasos para ser confirmados por los apóstoles y,
a su vez, para proclamar la resurrección del Señor. Pedro
se lanza al agua impaciente porque ha visto al Señor
resucitado que lo espera en la orilla. María corre a
anunciar a los apóstoles que el Señor ha resucitado.

En esta ocasión, el Señor resucitado los lleva a la


montaña, lugar donde Él solía rezar y retirarse para estar
a solas. Allí desaparece de su vista tras la nube.
Ciertamente se trataba de una pérdida para los discípulos:
habían terminado las apariciones del resucitado. Sin
embargo, ellos empezaban a comprender que aquella
ascensión era también una ganancia y ¡de qué precio!.
Cristo asciende a los cielos para sentarse a la derecha del
Padre y para prepararles un lugar como lo había
prometido según el evangelio de San Juan que meditamos
el domingo pasado.

Aquella nube que esconde el cuerpo de Cristo posee un


profundo significado bíblico. En múltiples ocasiones en la
Sagrada Escritura, la Gloria de Dios se manifiesta en
forma de nube (Ex 16,10; 19,9 etc.). La nube fue la que
se interpuso entre el campamento de los israelitas y el de
los ejércitos egipcios que venían en su busca por el
desierto. Esa nube era la que defendía a Israel y la que
indicaba el momento de alzar el campamento y
reemprender la marcha. El texto del Éxodo es muy
significativo: Yahveh iba al frente de ellos, de día en
columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche
en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que
pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del
pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de
fuego por la noche. (Ex 13, 21-22). Es pues, función de la
nube "guiar" de día y "alumbrar" de noche. Pero es
también la nube la que se aparece en el Sinaí y envuelve a
Moisés con el misterio para recibir las tablas de la ley. La
nube es símbolo de la cercanía de Dios: Dios está
presente, se avecina y se deja sentir, pero al mismo Dios
es trascendente, es santo, está por encima de los cielos.
La nube es revelación y misterio. Es revelación y
ocultamiento. Es una verdad que se revela ocultándose y
se oculta revelándose.

Para los discípulos la Ascensión fue un evento


determinante, un misterio de Cristo que dejó en ellos una
experiencia profunda. El Señor que había convivido a su
lado se encuentra a la derecha del Padre para interceder
por ellos. El Maestro, hijo de María e Hijo de Dios, ha
triunfado del mal, del pecado, de la muerte y de la infamia
del diablo.

2. El Señor subió a los cielos y se sienta a la derecha del


padre. Cristo con su cuerpo glorificado en la resurrección
sube al cielo y se sienta a la derecha del Padre. Para
nosotros hombres esto puede tener dos significados:

a) Él nos precede en nuestro peregrinar hacia la casa del


Padre. La naturaleza humana de Cristo es llevada al cielo.
El catecismo de la Iglesia Católica nos instruye sobre el
particular: "El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el
instante de su Resurrección como lo prueban las
propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde
entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf.Lc 24, 31; Jn
20, 19. 26). Pero durante los cuarenta días en los que él
come y bebe familiarmente con sus discípulos (cf. Hch 10,
41) y les instruye sobre el Reino(cf. Hch 1, 3), su gloria
aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad
ordinaria (cf. Mc 16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14_15; 21, 4).
La última aparición de Jesús termina con la entrada
irreversible de su humanidad en la gloria divina
simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9,
34_35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se
sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19;
Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1)"; (CCI 659).

Jesucristo está sentado a la derecha del Padre. "Por


derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la
divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de
todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está
sentado corporalmente después de que se encarnó y de
que su carne fue glorificada" (San Juan Damasceno, f.o. 4,
2; PG 94, 1104C).

Así nosotros tenemos la viva esperanza de llegar también


un día al cielo, allí donde Él reina, allí donde la cabeza del
cuerpo ha llegado. El cristiano debe tener los ojos puestos
en el cielo y los pies sobre la tierra. Es decir, debe tener
una esperanza sólida y profunda en la vida eterna, pero
debe dedicarse con empeño y abnegación a las tareas
presentes. La amonestación de los ángeles a los apóstoles
es elocuente: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando
al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al
cielo, volverá como le habéis visto marcharse. Los
apóstoles deben dedicarse a "acelerar el Reino de Dios",
deben preparar la venida definitiva y gloriosa de Cristo
Jesús.

b) En segundo lugar conviene subrayar que Él se


encuentra en el cielo para interceder por nosotros. (Hb
9,24). Ésta es una noticia sumamente consoladora para el
hombre que debe peregrinar sobre la tierra: tenemos en el
cielo a Cristo glorificado que intercede por nosotros.
Podemos tener confianza pues ante el trono de Dios. La
consecuencia lógica de la exaltación de Cristo es la de
ocupar nuestro tiempo sin tardanza, sabiendo que la gloria
futura nos espera.

Quien comprende, iluminado por Dios, cuál es la


esperanza a la que Dios nos llama, cuál la riqueza de la
gloria que da en herencia a los santos y cuál la
extraordinaria grandeza de su poder (2L) vive de modo
distinto. Da a su vida una dimensión de eternidad. Los
momentos presentes se convierten en etapas maravillosas
de un itinerario que conducen al amor eterno de Dios.
Cristo, sentado a la derecha del Padre, reina eternamente
y todo principado está puesto a sus pies y todo esto lo ha
dado a la Iglesia, como Cabeza.

Sugerencias pastorales

Podemos pues decir que la misión del cristiano es


"acelerar" la venida del Reino de Cristo para que Él sea
todo en todos.

¿Qué puede significar para nosotros el "acelerar la venida


del Reino de Dios?

a) Significa que debemos rezar junto a María, como los


apóstoles, para esperar la venida del Espíritu Santo. En
compañía de María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia.
Debemos consagrar a Dios por manos de María toda
nuestra actividad, nuestras penas y tristeza, nuestras
alegría y conquistas. Nunca jamás se ha escuchado que
alguno no haya sido atendido al recurrir a María.

b) En segundo lugar, "acelerar la venida del Reino"


significa despertar y avivar y dar cauce a todas las fuerzas
espirituales y apostólicas que existen en nosotros. El
Evangelio de Mateo que leemos este domingo es una
invitación entusiasta a "predicar" a salir en busca de los
hombres para anunciarles la buen nueva. El Papa ama
llamar a los jóvenes: los centinelas de la mañana. Aquellos
que vigilan, aquellos que anuncian la llegada de las
buenas noticias, aquellos que ponen en alerta ante los
peligros. El centinela debe estar alerta, debe estar
despierto, debe estar activo porque la llegada del Señor es
inminente. Hay una pintura de Gerrit von Hunthorst,
pintor holandés del siglo XVII que muestra a Pedro
recluido en una cárcel obscura. Parece cansado y sin
fuerzas. Súbitamente se presenta el ángel liberador.
Muestra su presencia juvenil y su robusto brazo e invita a
Pedro, ya anciano y decaído a ponerse en pie y a salir de
la obscuridad de la cárcel (Cfr Hc 12, 5 ss.). El Ángel lleva
consigo una nueva noticia, un nuevo impulso, un nuevo
proyecto de parte de Dios, porque la Palabra de Dios no
puede permanecer encadenada. Pedro debe salir y
confirmar a sus hermanos. Pedro debe seguir dando
testimonio, debe, en algún modo acelerar la venida del
Reino.

No temamos poner en pie iniciativas que surjan entre


nuestros feligreses, entre los jóvenes, entre la gente
mayor. Hemos de convocar todas las fuerzas del hombre
para llevar a Cristo a los hombres. Los hombres tienen
necesidad de Cristo y no debemos perdonrnos fatiga para
ayudarlos a encontrarlo.

P. Octavio Ortíz

19. 2002

COMENTARIO 1

16Los once discípulos fueron a Galilea al monte donde


Jesús los había citado. 17A1 verlo se postraron ante él, los
mismos que habían dudado.

. «Los once discípulos»: falta uno, Judas el traidor, repre-


sentante del Israel histórico que ha pedido la crucifixión de
Jesús. El Israel mesiánico se forma sin integrar al antiguo
pueblo como tal. La expresión «los once discípulos», que
excluye la existencia de otros discípulos (cf. 10,1: «sus
doce discípulos»), muestra claramente que el número es
simbólico y que «los Doce / Once» abarcan a todos los
discípulos de Jesús, fuese cual fuese su número.

En relación con la defección del Israel histórico está la ida


a Galilea. Jerusalén, capital de Israel, queda atrás y no va
a ser objeto de misión. La misión en Israel la han hecho
Jesús (15,24) y los discípulos (10,6). Ahora que Israel ha
rechazado al Mesías, la misión se dirigirá a los paganos.
Galilea es el punto de arranque, pues es la tierra limítrofe
con las naciones paganas (cf. 8,28; 15,21). «El monte»,
como en 5,1, representa la esfera divina, la del Espíritu;
desde ella va a enviar Jesús a los suyos. La presencia de
Jesús en Galilea conecta al resucitado con el Jesús
histórico, que ejerció su actividad en esa región.

Los discípulos se postran ante Jesús, mostrando su fe en


él como Hijo de Dios (cf. 14,33), pero al mismo tiempo
dudan El verbo «dudar/vacilar» se encuentra en el
evangelio solamente aquí y en 14,31, donde delataba la
falta de fe de Pedro, que lo llevó a hundirse en el agua. La
escena está también en relación con la transfiguración: la
realidad de Jesús ahora es la misma que se manifestó allí;
la transfiguración anticipaba la resurrección. Teniendo en
cuenta estos datos, la duda significa que los discípulos no
tienen fe suficiente para asumir el destino de Jesús. Según
Mt, es la primera vez que tienen experiencia del
resucitado, el vencedor de la muerte; saben que han de
afrontar la muerte para llegar a este estado. Como Pedro
en 14,31, no se sienten capaces de realizar en sí mismos
la condición divina que ven en Jesús.

v.v.18-20: Jesús se acercó y les habló así: -Se me ha


dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. 19Id y
haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos para
vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo 20y
enseñadles a guardar todo lo que os mandé; mirad que yo
estoy con vosotros cada día, hasta el fin de esta edad.

. Durante la vida mortal de Jesús, «el Hombre» había


tenido potestad «en la tierra» (9,6); ahora, después de su
resurrección, sentado a la derecha del Padre (26,64), su
autoridad, como la de éste, se extiende a tierra y cielo. A
través de la cruz ha llegado a la plena condición divina.

En virtud de esa autoridad universal, los manda en misión


al mundo entero. Va a realizarse la promesa de Dios a
Abrahán (Gn 17,4s; 22,18); toda la humanidad va a
constituir el Israel definitivo. «Id» muestra que Galilea es
el punto de partida. La misión consiste en hacer discípulos,
en proclamar el mensaje de Jesús para que los hombres
sigan sus enseñanzas, aprendan su mensaje y lo
practiquen.

Para ello, el primer medio es el bautismo. En el evangelio


han aparecido dos bautismos, el de Juan, con agua, y el
de Jesús, en su aspecto positivo, con Espíritu; en su
aspecto negativo (atribuido por Juan Bautista y que no
pertenece a la misión), con fuego (cf. 3,11). El bautismo
con agua es signo de arrepentimiento y enmienda (3,6.8);
sólo el bautismo con Espíritu vincula con el Padre, con
Jesús y con el Espíritu mismo. Mt indica la vinculación
personal (= nombre) que se produce en el bautismo: el
hombre queda vinculado al Espíritu, que completa su ser y
lo pone en la línea del «Hombre» (cf. 3,16); por ser el Es-
píritu, exhalado por Jesús en su muerte, el mismo Espíritu
de Jesús, vincula a él porque produce la unidad de
Espíritu; pero el Espíritu que recibió Jesús era el Espíritu
de Dios (3,16), que lo hacia Hijo; por él reciben también
los hombres la calidad de hijos del Padre y hermanos de
Jesús (28,10). A la escucha y aceptación del mensaje
sigue, pues, el bautismo del Espíritu, dado directamente
por Jesús (3,11). Mt, que tiene una fuerte tradición judía,
incluye probablemente en el encargo «bautizadlos» ambos
bautismos el de agua, administrado por los discípulos, y el
del Espíritu, obra de Jesús.

El segundo medio para hacer discípulos es la instrucción o


enseñanza que lleva a la práctica. No se trata ya de un
primer acercamiento a Jesús por la audición del mensaje,
sino de la práctica de éste. Jesús no encarga a sus
discípulos enseñar doctrina (cf. 23, 8), sino «practicar
todo cuanto os he mandado». Hay que aclarar el contenido
de la enseñanza. En Mt, el verbo «mandar», con sujeto
Jesús, ha aparecido solamente en 17,9, donde prohibe a
Pedro, Santiago y Juan decir nada de la visión que han
tenido (la transfiguración) hasta después de su
resurrección. Esta orden no ofrece paralelo con el
contenido de 28,20. Para encontrar un paralelo hay que
remitirse al término entolé, «orden, mandamiento,
encargo», de la misma raíz. Ahora bien, la única vez que
aparece «mandamiento» sin referirse a los del AT (cf.
15,3; 19,17; 22,36.38.40) es en 5,19, donde denota las
bienaventuranzas. Éstas son los mandamientos de Jesús
que toman el puesto de los de Moisés. Por otra parte, la
frase «todo lo que yo os he mandado» es la misma que se
usa a menudo para referirse a la antigua Ley (cf. Ex
23,22; 25,21; 29,35; 34,11.18.32; 40,16; Dt 1,41; 61.3,
etc.). Jesús encarga a los suyos enseñar el código de la
nueva alianza (cf. 26,28), que se compendia en las
bienaventuranzas propuestas en su primer discurso (5,3-
10). Nótese la oposición entre 5,19: «el que se exima de
uno de estos mandamientos mínimos y lo enseñe así a los
hombres» (motivo de exclusión del reino), y la totalidad
que exige Jesús en la enseñanza y observancia: «todo lo
que os he mandado».

Los que van a enseñar esto a las naciones han de


practicarlo (cf. 5,19: «el que lo practica y enseña»). La
comunidad con su modo de obrar y su fidelidad al mensaje
de Jesús, constituye la escuela de iniciación para los
nuevos adeptos.

La última frase de Jesús es una promesa que mira sobre


todo a la misión. No van a estar solos en ella, Jesús va a
acompañarlos en su labor (cf. Ag 1,13). Así se cumplirá el
contenido de su nombre, Emmanuel: «Dios entre
nosotros» (1,23). Juntos van a beber el vino nuevo de la
entrega total (cf. 26,29). Tal situación durará hasta el fin
de esta edad, que coincide con el del mundo, es decir,
durante todo el tiempo del reinado de «el Hombre» en la
historia (13,41). Después quedará solamente el reinado
del Padre (13,48; 26,29), fase definitiva del reinado de
Dios.

20. COMENTARIO 2

La primera lectura de la liturgia nos ofrece el relato de la


Ascensión del Señor cuyo objetivo fundamental es trazar
los rasgos específicos de la esperanza cristiana. Jesús,
nuevo Elías, asciende a los cielos y este hecho no significa
el fin de la historia deseado por los discípulos según se
refleja en su pregunta: “¿Es ahora cuando vas a restaurar
el reino para Israel?” (v.6). Se trata por el contrario, del
tiempo del testimonio que prepara ese final. En el salmo
interleccional se proclama la entronización de Dios como
“emperador” y “rey” de toda la tierra y la carta a los
cristianos de Efeso conecta el señorío del Mesías Jesús a la
comprensión que deben tener los miembros de la
comunidad eclesial sobre la esperanza a la que “abre su
llamamiento” (1, 18) .

El Evangelio, final del relato de Mateo, vuelve a subrayar


esa conexión. Comprende las circunstancias del último
encuentro entre Jesús y sus discípulos (vv.16-17) y las
palabras finales del Señor a su comunidad (vv.18-20).

Respecto a las circunstancias, el texto sitúa la escena en


una montaña de la Galilea. Se produce en ella la teofanía
del Resucitado que debe colocarse en relación con la
montaña de la Tentación y con la montaña de la
Transfiguración. Se anticipa, así el Señorío de Jesús, tema
principal que se desprenden de las palabras que éste
pronuncia.

Lejos del centro de la dirigencia religiosa, Jesús se


encuentra con los Once. El número es el resultado de la
sustracción de Judas de la cifra original de los Doce
discípulos y significa la totalidad de los seguidores de
Jesús que no defeccionaron. Todos ellos son beneficiarios
de la experiencia del Resucitado.

Ante esa experiencia su actitud es una mezcla de


adoración y de duda. Como Pedro ante el embate de las
olas (cf. Mt 14, 23-33), la comunidad lleva en su seno
estos dos sentimientos contradictorios. Ambos son los dos
únicos textos de Mateo que combinan los verbos que se
refieren a esos dos sentimientos.

Las palabras de Jesús se dirigen a fortalecer la fe


comunitaria desde un encargo en que están implicados
tres personajes: Jesús, el círculo de los discípulos y “todos
los pueblos”. Respecto a sí mismo, Jesús afirma que ha
recibido “plena autoridad en el cielo y en la tierra” (v. 18).
Para el evangelista, la autoridad ocupa un puesto
importante en la presentación de Jesús. Este, al inicio de
su actividad, había rechazado la última propuesta del
diablo en orden recibir “todos los reinos del mundo” (cf. Mt
4, 8-10), los discípulos habían visto actuante en Jesús el
significado del poder divino pero debían mantenerlo en
secreto (cf. Mt 16, 28 - 17, 9). Ahora es el momento de la
proclamación de ese señorío, recibido por Jesús del Padre.

Los elementos que subrayan el universalismo son


acumulados en este breve pasaje. Junto a “cielo y tierra” y
la mención de los “pueblos” se da una significativa
repetición del término “todo”, “plena autoridad” (v.18),
“todos los pueblos” (v.19), “todo lo que les mandé” (v.19),
“cada día” (v.20). La obediencia al querer divino confiere a
Jesús un señorío universal que se ejerce sobre toda
realidad creada.

Este señorío universal es el fundamento para la existencia


de la realidad eclesial. El encuentro con Jesús Resucitado
establece la Iglesia en el momento de la irrupción gratuita
y definitiva de Aquel que ha sido entronizado a la derecha
del Padre. De esta forma se inicia una nueva era con la
presencia definitiva del Enmanuel, el Dios con nosotros.

Este “relato de vocación” de la comunidad eclesial describe


la transmisión que le hace Jesús de “todo su poder”.
Gracias a él pueden convocar a nuevos discípulos
mediante el bautismo y la enseñanza. Por el bautismo,
Jesús había iniciado el cumplimiento definitivo de la
justicia del Reino (Mt 3, 15), igualmente el bautismo
cristiano injerta a cada bautizado en la misma dinámica.
Junto al bautismo, el otro rasgo característico de la
existencia cristiana es la “enseñanza”. No se trata de una
teoría que se debe proclamar, sino de la Buena Noticia del
Reino frente a la cual todo creyente es un seguidor al que
se exige un comportamiento coherente. Se trata de
“guardar todo lo que les mandé”. De esa forma, toda obra
y palabra de Jesús se convierten en punto de referencia
que se debe tener presente en la propia vida.

El mandato de Jesús compromete a toda la comunidad


eclesial y la responsabiliza frente a todas las naciones.
Aunque ya iniciado en el círculo de los discípulos, el
señorío de Jesús no puede agotarse al interno de la vida
de las comunidades cristianas. Para ello cuenta con la
asistencia de su Señor: “Yo estaré con ustedes”. Esta
asistencia suministra el coraje necesario para superar
todos los temores y tempestades y confiere un ámbito
ilimitado para la actuación de la salvación.

Pero para ello, se exige de la Iglesia la misma obediencia


de Jesús. Sólo en el rechazo del poder de dominio, en la
obediencia filial al Padre, podrá realizar su tarea. Este
“manifiesto” final del Señor Resucitado liga íntimamente la
misión de la Iglesia al camino recorrido históricamente por
Jesús de Nazaret, Hombre y Dios.

la angustia del Viernes Santo, debían vivir gozosos los días


siguientes a la Resurrección disfrutando de la presencia
del Señor, recordando con El momentos y acontecimientos
de su vida pasada, sintiendo su cercanía, asimilando sus
enseñanzas y anhelando el cumplimiento de sus
promesas. Es seguro que aquellos hombres no olvidarían
nunca los momentos vividos juntos al Resucitado y que,
cuando los vivieron, debieron desear que no acabasen.

Pero no se puede vivir de nostalgias. Aquellos hombres no


estaban previstos desde toda la eternidad para estar
siempre quietos alrededor del Maestro, oyéndole y
comiendo con El el pescado que había preparado
amorosamente para ellos. Cristo se encarga de sacarlos de
su ensimismamiento y, en vísperas de su marcha
definitiva, les da una "orden terminante": Id al mundo. Es
una llamada de atención que los orienta hacia su
verdadero destino, que les deja claro lo que tiene que ser
su principal foco de atención: los hombres.

Todo lo que habían vivido, lo que habían oído, lo que


habían presenciado, todo lo que se les prometía, no les
era dado para ellos solos, para que lo guardaran en el
fondo de su corazón o en los entresijos de su memoria; les
había sido dado para que lo transmitieran a los hombres, a
todos los hombres. Y para eso tenían que vivir con los
hombres, ser como ellos, participar activamente de sus
problemas, de sus inquietudes, sus esperanzas y sus
desasosiegos; tenían que estar al lado de los hombres
compartiendo con ellos lo que verdaderamente les
interesa, aquello para y por lo que viven, aquello que da
sentido a su existencia. De ninguna manera se puede
concebir a un cristiano viviendo al margen de los hombres
y por eso no puede justificarse la imagen, común hasta
hace poco e incluso en nuestros días, del cristiano
indiferente ante los acontecimientos vitales de su tiempo,
empequeñecido ante la evolución del mundo, miedoso
ante las novedades, esquivo ante la marcha de la historia.
Un cristiano así no ha entendido su misión y, desde luego,
nunca podrá ser semilla, fermento, luz y sal. De ninguna
manera.

Parece evidente que hay que ir al mundo. Lo dice


claramente Cristo. Y además dice para qué hemos de ir:
para hacer discípulos. Atención a la palabra: discípulos, no
prosélitos.

Prosélitos hacían los fariseos y en su fanatismo eran


capaces de recorrer el mar para conseguir un solo
prosélito. Pero cuando lo conseguían convertían al
prosélito en un ser desgraciado, agobiado con las pesadas
cargas que echaban sobre sus hombros, atado al carro de
la Ley. Nada tiene esto que ver con el mandato de Cristo.
El Señor quiere discípulos, no prosélitos; discípulos que
respiren el aura de libertad que El trajo a la tierra; que
sean como el Maestro. Quiere discípulos que, como El,
digan que hay que ocupar los últimos puestos y los
ocupen; que digan que hay que servir a los hombres y que
los sirvan de verdad; que digan que Dios es amor y se lo
crean y lo vivan; que digan que hay que perdonar y
perdonen; que digan que los pobres y los que sufren y los
que no saben son los preferidos de Dios y sean también
sus preferidos. Hay que ir al mundo para conseguir
discípulos de un Maestro que vivió todo cuanto dijo.
Conseguir esta clase de discípulos es fundamental para el
cristianismo porque los hombres podrán discutir las
palabras e incluso las ideas pero difícilmente discuten la
vida, los hechos, las realidades contantes y sonantes. De
ahí que los cristianos no seremos eficaces,
sobrenaturalmente hablando, si no somos capaces,
individual y colectivamente (como Iglesia) de vivir lo que
decimos creer.
Es fundamental adquirir ese estilo de vida, reflejo práctico
de la fe si queremos cumplir fielmente el mandato del
Señor que hoy nos recuerda expresivamente el Evangelio.
Y para que podamos cumplirlo, el propio Evangelio recoge
hoy una espléndida promesa de Cristo: "Y sabed que Yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".
Es una promesa que deberíamos recordar "todos los días".
El que manda a los suyos al mundo con la misión de
descubrirle a Dios no es ningún muerto ni un gran
ausente, es un ser vivo que está respirando al lado de
cada uno de los suyos, todos los días. Si los cristianos
podemos ir al mundo sin miedo y sin complejos es porque
sabemos que no vamos solos, que junto a nosotros está
realmente el Maestro, tan realmente como estaba con
aquellos once que les oían sus últimas palabras sobre la
tierra. Es importante que nos creamos esto y que lo
vivamos, porque ahí radicará nuestra fuerza. Es muy
posible que en nuestra salida al mundo sintamos
frecuentemente la tentación de abandonar el intento, de
refugiarnos en nuestros cuarteles de invierno para huir de
la responsabilidad o para luchar contra el desaliento o la
impotencia. Nada de esto sucederá de forma definitiva,
aunque sintamos la tentación, si estamos convencidos de
la verdad que encierra la promesa que hoy nos hace
Cristo; si de verdad creemos que a nuestro lado,
participando de nuestras dudas, decisiones, avances y
retrocesos, está Cristo vivo.

Hay que pensar en este Día de la Ascensión cómo


cumplimos el mandato de ir al mundo, de salir de nosotros
y de nuestra cómoda indiferencia; hay que pensar hasta
que punto cumplimos el mandato de Cristo y vivimos junto
a los hombres enseñándoles cómo se practica todo lo que
El enseñó; hasta qué punto estamos convencidos de que
tenemos en la mano la mejor solución para el mundo, que
cambiaría radicalmente si se aproximara a la autentica
doctrina de Cristo basada fundamentalmente en una gran
verdad: que Dios es Padre y todos los hombres hermanos.
El mundo nuestro, a pesar de sus ampulosas
declaraciones, está falto de la voz que le lleve el eco de
Cristo y le haga reaccionar ante tanta promesa incumplida
y tanto deseo insatisfecho.
DABAR 1987/31

2. AMBIENTACIÓN GENERAL

1. La Ascensión se celebra el domingo anterior a


Pentecostés. Han quedado acumuladas así dos fiestas,
separadas tradicionalmente por un domingo que era
preparación y espera para la venida del Espíritu Santo. Al
mismo tiempo, se rompe la precisión del esquema
temporal de los escritos de Lucas.

2. La Ascensión es un doble de la Pascua: ésta subraya


que el crucificado vive y no ha abandonado a los suyos;
aquella, que fue exaltado a la derecha del Padre, al ámbito
de Dios. No celebramos una partida o una despedida: a la
partida de Jesús asistíamos conmovidos el viernes santo y
su despedida la celebrábamos el jueves, con la Cena.
Jesús nos "deja" como nos dejamos todos nosotros: por la
muerte. La Ascensión no tiene nada de sentimiento; todo
es en ella alegría exultante, porque celebramos la
exaltación del crucificado.

3. En este sentido habrá que corregir el esquema espacio-


temporal de la primera lectura, tan conocida: "Jesús fue
haciendo y enseñando hasta el día en que... ascendió al
cielo..., lo vieron levantarse hasta que una nube lo quitó
de la vista". La predicación popular añadía, además, una
comida de despedida, después de la cual fueron al monte
de los olivos donde Jesús se elevó físicamente. No se trata
de dedicar la homilía a "combatir" nada; pero hay que
velar por el lenguaje y los acentos y no favorecer en nada
esta escenografía.

4. Por eso son útiles la segunda lectura ("resucitándolo de


entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo":
todo en un único movimiento) y el evangelio: el encuentro
de los discípulos con el Resucitado en el monte, en la
Galilea, escena hacia la que converge y termina el
evangelio de Mateo. Jesús proclama su soberanía absoluta
("Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra") y
envía a los discípulos en misión universal ("Id"). No es una
"ascensión" o una "partida" sino un "descenso" parecido a
la teofanía del Sinaí: el Resucitado es el Señor de la gloria.

5. La exaltación de Jesús sobrepasa toda grandeza creada:


"por encima de todo principado, potestad, fuerza y
dominación, y por encima de todo nombre conocido"
(segunda lectura). Pues bien, "donde nos ha precedido él,
que es nuestra cabeza, esperamos llegar también
nosotros" (oración colecta).

ALGUNAS INDICACIONES CONCRETAS

1. La Ascensión. Ascensión significa subida: hacemos una


ascensión al pico de Aneto o al Montblanc. Jesús "sube" a
la derecha del Padre "por encima de todo nombre
conocido". Uno de nosotros ha sido introducido en el
mismo ámbito de Dios: ¡claro que está por encima de
todas las grandezas que los hombres ambicionamos:
fama, autoridad, influencia...!

2. Y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre.


Jesús no se elevó como los globos que entusiasman a los
pequeños, como un avión o una nave espacial (el
Columbia). Así como la tierra es nuestra casa, llamamos
cielo a la "casa" de Dios: "Padre nuestro que estás en los
cielos". Modos de decir: Dios no tiene una casa y una
patria; está presente en todas partes. Jesús no fue arriba
ni abajo ni adentro. Murió (con la muerte dejó, como cada
uno de nosotros, nuestro mundo: este modo de vivir y de
amar que conocemos y experimentamos) y pasó al modo
de vivir y de amar de Dios, que está muy por encima de
nuestras realidades. Por eso decimos que "subió al cielo".
Y añadimos "está sentado a la derecha del Padre" para
indicar que el Padre lo asocia íntimamente a su vida y a su
gloria.

3. Pascua y Ascensión. Estrictamente hablando, la


Ascensión no añade nada a la Pascua. El hecho de que
Jesús resucitara no significa que reviviera como Lázaro o
como uno que "vuelve a nacer" después de muchos días
en estado de coma. Significa que, después de la muerte,
continúa viviendo de un modo rico y pleno: como Dios;
que ha sido transfigurado a imagen y semejanza del
Padre. Celebramos la Pascua durante siete semanas.
Hasta ese momento poníamos el acento en el hecho de
que Jesús vive -es el Viviente por excelencia-, que no nos
ha dejado, que está con nosotros. La Ascensión subraya
su glorificación. La primera lectura lo explica como una
gran "representación teatral"; la segunda lectura afirma:
el Padre resucitó a Cristo de entre los muertos y lo sentó a
su derecha (Resurrección y Ascensión constituyen un único
acontecimiento); el evangelio presenta al Señor de la
gloria ejerciendo su soberanía: "Se me ha dado pleno
poder en el cielo y en la tierra".

4. La Ascensión de Cristo es también nuestra elevación. En


la Pascua celebrábamos la resurrección de Cristo y la
nuestra; hoy, su exaltación y la nuestra: él es totalmente
para nosotros, los hombres. Los cristianos fuimos
incorporados a él por el bautismo. La segunda lectura lo
afirma claramente: "la extraordinaria grandeza de su
poder (del Padre) para nosotros, los que creemos, según
la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo
resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su
derecha". Estas celebraciones son fuente de vida, de gozo
y de esperanza inagotables.

5. ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Id y haced


discípulos de todos los pueblos. La Ascensión no nos evade
de la vida cotidiana. No debemos embelesarnos mirando al
cielo ni encerrarnos en la propia intimidad y gozar
egoísticamente del don de Dios. "El mismo Jesús volverá"
y nos llevará con él.

Entretanto debemos ser testigos de lo que vivimos y


proclamar las maravillas que hizo Dios para que más
gente de todas partes se hagan discípulos de Cristo.

JOSEP M TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1981/11

3.
-A los cuarenta días. Durante seis semanas, cuarenta días,
venimos reflexionando sobre el misterio de nuestra fe, la
razón de nuestra esperanza, que es la resurrección de
Jesús. Porque si Cristo no ha resucitado, dice san Pablo,
vana es nuestra fe y nosotros no somos más que unos
pobres ilusos. Pero Cristo ha resucitado. Hay testigos. En
estas últimas semanas, desde Pascua, hemos escuchado el
testimonio de Pedro y Juan, el de María Magdalena, el de
los discípulos de Emaús, el de Tomás, el de los once. Y el
testimonio de los apóstoles nos merece crédito. Por eso
nuestra fe es apostólica. Y ahora nos toca a nosotros ser
testigos y acreditar ante el mundo este acontecimiento
revolucionario de la resurrección. Porque si la vida sigue
más allá de la muerte y a pesar de la muerte, ni la muerte
es lo que parece y tememos ni esta vida es la vida. Al
menos no es todo en la vida, pues hay más vida que esta
que vivimos de momento. Y esta fe, este convencimiento,
es suficientemente subversivo como para cambiar
radicalmente nuestras vidas, si creemos, y la vida del
mundo, si somos capaces de contagiar nuestra esperanza
y nuestro modo de vida en la caridad.

-La ascensión de Jesús. Tiene esta doble consideración. De


una parte, confirmar nuestra fe en la resurrección de
Jesús, que vive y sube al cielo y se sienta junto al Padre.
Así es como podemos expresar lo inexplicable. Lo que aún
no sabemos, pero creemos y esperamos. De otra parte,
convencernos que ésta es nuestra hora, la de nuestra
responsabilidad. Jesús sube al cielo, para que nosotros
estemos en la tierra. Se va al Padre, para que nosotros
estemos con los hermanos. Termina, para que nosotros
empecemos y continuemos su obra. Mejor dicho, hace
como el que se va, para que no nos confiemos, para que
no permanezcamos pasivos, pensando que él lo va a hacer
todo. Se va y se queda para infundirnos su espíritu y
enrolarnos en su causa.

-¿Qué hacéis mirando al cielo? No es hora de andar con


contemplaciones. Es la hora de salir a la plaza pública, de
recorrer los caminos y las ciudades para dar a todos la
Gran Noticia. La oración y la contemplación,
indispensables en la vida cristiana, sólo tienen sentido
como alimento de la fe, para que nuestras obras sean las
obras de la fe, y no la de los intereses o conveniencias. En
todo caso, la oración y la liturgia son el sostén de la
esperanza, para que no nos cansemos en la empresa. Son
como el Tabor, cuyo sentido apunta a la cruz, al servicio,
al amor y a la solidaridad.

-Id y haced discípulos. Pero la gran tarea que surge con la


ascensión del Señor, es la de ir al mundo y hacer
discípulos. Ese es el encargo que recoge Mateo. Y es
también el que transmite Lucas, que empieza los Hechos
describiendo la ascensión, para centrarse enteramente en
la predicación de Pedro y Pablo y los apóstoles. El mundo
es nuestra responsabilidad y los hombres son nuestros
interlocutores. La Iglesia no es un círculo de creyentes,
sino un movimiento de acercamiento a todos para que
puedan creer. Lo importante de la Iglesia no es ella, sino
Jesús, y la misión confiada por Jesús. Y esa misión es
evangelizadora, animadora, motivadora.

Frente a tanta mala noticia, el hombre necesita más que


nunca la Buena Noticia. No se trata de censurar a los
otros, ni de condenar a nadie, sino de hacer posible y
gozosa la salvación de todos.

Como Jesús hacía con sus parábolas, así debemos hacer


nosotros, ayudando a todos a descubrir en el mundo y en
la vida la huella de Dios. Quizá haya que denunciar el mal
y la cizaña, pero sobre todo hay que señalar todo lo
bueno, lo justo, lo noble, lo hermoso de la vida, para que
crezca en todos la esperanza de una vida mejor, de un
mundo más feliz, de una humanidad solidaria y en paz,
como una familia.

-¿Qué podemos hacer? Esa es siempre la gran pregunta.


Pero esa es también, a veces, la gran coartada para no
hacer nada y justificar nuestra indolencia. Porque Jesús no
nos abandona. Nos deja su espíritu para que nos ayude a
conocer la gran revelación, para que nos ayude a
comprender la gran esperanza, para que nos haga ver el
poder de Dios que se manifiesta en Jesús. Con ese espíritu
no tenemos nada que temer. Dejemos que se exprese
libremente en nuestra vida. Y aún más, tenemos la
Iglesia, que es como el cuerpo de Jesús, su continuación.
En la Iglesia y a través de ella podemos encauzar nuestras
iniciativas y encontrar aliento en nuestros esfuerzos. Solos
podemos hacer bien poco, pero como Iglesia y en la
Iglesia podemos hacer muchísimo. La estructura y las
organizaciones y movimientos eclesiales pueden y deben
ser los vehículos que canalicen todos nuestros esfuerzos.

No podemos hacer todos todo, pero entre todos, con


todos, podemos hacer todo Io que Jesús nos ha
encomendado.

..............................

-¿Seguimos plantados mirando al cielo? ¿Miramos alguna


vez al cielo? ¿Somos activos o contemplativos? ¿Por qué
no somos cristianos sólo?

-Si estamos bautizados, ¿por qué no estamos dispuestos a


realizar la tarea de la fe? ¿Por qué no pasamos del rito al
reto del Reino?

-¿Buscamos el Reino de Dios y su justicia? ¿Somos


heraldos del Reino? ¿Qué anunciamos, qué dicen nuestras
obras, nuestras palabras, nuestras ilusiones, nuestras
expectativas?

-¿Vamos a la Iglesia? ¿Estamos en la Iglesia? ¿Pero la


Iglesia no es el templo? ¿Qué hacemos en y con la Iglesia?

-¿Participamos en la misión de la Iglesia? ¿En qué


colaboramos con nuestra parroquia? ¿Estamos activos en
sus organizaciones? ¿Damos algo más en el voluntariado?,
¿o lo dejamos todo para profesionales? ¿Cómo, entonces,
profesamos nuestra fe?

EUCARISTÍA 1993/26

4.

-La fiesta de la Ascensión


Cada domingo lo repetimos: "Subió al cielo, está sentado
a la derecha del Padre". Son palabras de nuestra profesión
de fe, palabras del Credo, que nos recuerdan lo que
celebramos hoy, en este domingo de la Ascensión.

Hoy, en este día de la Ascensión, celebramos que Jesús es


nuestro Señor, el que nos precede. Jesús es aquel que es
hombre como nosotros y que vive por siempre la vida de
Dios.

-Jesús, hombre como nosotros, nos precede y nos


sentimos orgullosos de él ¿Recordáis la noche de Pascua,
la celebración de la Vigilia pascual? En medio de la noche,
en medio de la oscuridad, encendíamos una luz. Y aquella
luz nos precedía, y nosotros la seguíamos, y encendíamos
nuestras velas en la llama de aquel cirio. Y así
significábamos que era Jesús quien nos iluminaba, Jesús
vivo, Jesús vencedor de todo mal y de la muerte.

Aquel Jesús muerto por amor y resucitado por la fuerza


del Padre, aquel Jesús que llenó el mundo de su Buena
Nueva capaz de trasformarlo todo, aquel Jesús que
compartió nuestra condición humana tan débil, aquel
Jesús... aquel Jesús que nos ha abierto a todos, a cada
creyente, y a cada hombre y cada mujer del mundo
entero, un camino capaz de llenarnos de esperanza, de
fuerza, de gozo, de confianza.

Hoy miramos a Jesús y nos sentimos orgullosos de él. Es


uno como nosotros, un compañero nuestro, un amigo
nuestro, que ha vivido como nosotros desearíamos vivir,
que ha amado como nosotros querríamos amar, que ha
entregado su vida como nosotros desearíamos saber
entregarla. Y porque ha vivido así, porque ha amado así,
porque ha entregado su vida así, ahora lo podemos
reconocer como Señor, como camino, como verdad, como
vida para todos.

Él mismo lo decía en el evangelio, despidiéndose de sus


discípulos: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la
tierra". Que quiere decir: "Todo lo que Dios es, todo lo que
Dios quiere mostrar a los hombres, el camino que Dios
quiere que los hombres y mujeres de este mundo sigan, y
la tierra entera siga, se encuentra en mí, en la manera
como yo he vivido, en la manera como yo he amado, en la
manera como yo he entregado la vida". Ahora, el poder de
Dios es Jesús, la vida de Jesús, la muerte y la resurrección
de Jesús.

-Cada hombre y cada mujer somos de la misma raza que


Jesús, la raza de Dios Nosotros estamos orgullosos por él.
Y a la vez que nos sentimos orgullosos de Jesús, me
atrevería a decir que nos podemos sentir también
orgullosos de nosotros mismos, de nuestra condición
humana. Porque ser hombre y ser mujer en este mundo,
quiere decir ser de la misma raza que Jesús, de la misma
especie que Jesús, de la misma familia que Jesús. Hoy,
cuando nos demos la paz y miremos a nuestros vecinos de
asiento, y cuando salgamos a la calle y miremos los
rostros de la gente que nos vamos encontrando a nuestro
paso, fijémonos bien en ellos y démonos cuenta de que
son de la misma raza y de la misma familia que Jesús. Y
sintámonos orgullosos de ello. Y cuando lleguemos a casa,
mirémonos en el espejo y démonos cuenta de que cada
uno de nosotros es de la misma raza y de la misma familia
que Jesús. Y sintámonos orgullosos de ello también.

Porque nuestra condición humana, la de cada uno de


nosotros, la de nuestra familia, la de nuestros amigos,
compañeros y vecinos, la de la gente desconocida que nos
encontramos por la calle, tanto si tienen buena pinta como
si no, y la de cualquier hombre y cualquier mujer, es la
misma condición de Jesús. Y es -y es lo que celebramos
hoy- la misma condición de Dios. Nuestra condición
humana es la misma condición de Dios. Nuestra raza es la
raza de Dios.

-La fiesta de la Ascensión nos invita a vivir como Jesús


Celebramos hoy la fiesta de la Ascensi6n con ganas de
vivir nuestra vida con la misma intensidad con que Jesús
la ha vivido, con que Dios la ha vivido. Con el mismo
amor, con la misma fidelidad, con la misma entrega.
Porque, ¿cómo podría ser de otro modo? ¡No seríamos
felices si no tuviéramos ganas de vivir así!
El domingo que viene acabaremos las fiestas de Pascua
celebrando el don del Espíritu Santo. Es el don que Jesús
prometió a sus discípulos cuando se iba al cielo. El don
que da fuerza para ser testigos de la Buena Nueva de
Jesús, continuadores de la obra del amor de Dios que
hemos conocido en Jesús. Preparémonos para ello de todo
corazón.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/07

5.

Lo sagrado y lo profano

Con la recuperación del Antiguo Testamento ha de


superarse el rechazo de lo sagrado y la ficción de la
profanidad. Naturalmente, el cristianismo es fermento y
levadura, de manera que lo sagrado no es algo cerrado y
ya completo, sino que es una realidad dinámica. El
sacerdote ha recibido el mandato: «Id al mundo y haced
de los hombres discípulos míos» (/Mt/28/19). Pero este
dinamismo de la misión, esta apertura interior y amplitud
del Evangelio, no puede traducirse de esta manera: «Id al
mundo y haceos también vosotros mundo. Id al mundo y
confirmadlo en su profanidad». Todo lo contrario. Lo que
realmente cuenta es el misterio santo de Dios, el grano de
mostaza del Evangelio, que no se identifica con el mundo,
sino que está destinado a hacer fermentar el mundo
entero. Es necesario, pues, que hallemos de nuevo el valor
de volver a lo sagrado, el valor del discernimiento de la
realidad cristiana, no para establecer fronteras, sino para
transformar, para ser verdaderamente dinámicos. Eugenio
·Ionesco-E, uno de los padres del teatro del absurdo, en
una entrevista que tuvo lugar en 1975, expresó lo mismo
con toda la pasión de un hombre de nuestro tiempo que
busca y tiene sed de verdad. Me limito a citar unas
cuantas frases: «La Iglesia no quiere perder su clientela,
quiere conquistar nuevos adeptos. Esto provoca una
especie de secularización, que es realmente deplorable».
«El mundo se pierde, la Iglesia se pierde en el mundo, los
párrocos son estúpidos y mediocres; se sienten felices de
ser tan sólo hombres mediocres como los demás, de ser
pequeños proletarios de izquierda. En una Iglesia he
escuchado a un párroco que decía: Alegrémonos todos
juntos, estrechémonos las manos... ¡Jesús os desea
jovialmente un hermoso día, un buen día! Dentro de poco,
en el momento de la comunión, se preparará un bar con
pan y vino y se ofrecerán sandwiches y beaujolais. Me
parece de una estupidez increíble, de una absoluta falta de
espíritu. Fraternidad no es mediocridad ni simple
camaradería. Tenemos necesidad de lo eterno, porque
¿qué otra cosa es la religión o, si se quiere, lo Santo? No
nos queda nada, nada hay estable, todo está en
movimiento. Y, sin embargo, tenemos necesidad de una
roca» (E. IONESCO, Antidotes. París 1977). En este
contexto me vienen también a la memoria algunas de las
frases incitantes que se leen en la reciente obra de Peter
Handke Sobre los pueblos. Escribe este autor: «Nadie nos
quiere, nadie nos ha querido nunca... Nuestras
habitaciones son vacíos espaldares de desesperación... No
es que vayamos por un camino equivocado, es que no
vamos por camino alguno. ¡Qué abandonada está la
humanidad!» (P. Handke es un joven poeta austríaco muy
conocido en Alemania). Creo que si escuchamos las voces
de hombres que, como éstos, son plenamente conscientes
de vivir en el mundo, entonces veremos con claridad que
no se puede servir a este mundo con una adocenada
actitud condescendiente. El mundo no tiene necesidad de
aquiescencia, sino de transformación, de radicalidad
evangélica.

Por último, quiero referirme al texto de /Mc/10/28-31. Es


ese pasaje en el que Pedro dice a Jesús: «Pues nosotros
hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido». Mateo
explicita el sentido de la pregunta añadiendo: «¿Qué
tendremos?» (Mt 19,27). Hemos hablado ya del abandono
de todas las cosas. Es un elemento indispensable de la
espiritualidad apostólica y sacerdotal. Consideremos ahora
la respuesta de Jesús, que es realmente sorprendente.
Jesús no rechaza en modo alguno la pregunta de Pedro
porque éste espere una recompensa, sino que le da la
razón: «En verdad os digo que no hay nadie que,
habiendo dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre,
o padre, o hijos, o campos, por amor de mí y del
Evangelio, no reciba el céntuplo ahora en este tiempo en
casas, hermanos, hermanas, madre e hijos y campos, con
persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero» (Mc
10,29-30). Dios es magnánimo; si examinamos
sinceramente nuestra vida, sabemos bien que cualquier
cosa que hayamos abandonado nos la devuelve el Señor
acrecentada con el ciento por uno. No deja que le
ganemos en generosidad. No espera a la otra vida para
darnos la recompensa, sino que nos da el céntuplo desde
ahora mismo, a pesar de que este mundo siga siendo un
mundo de persecuciones, de dolor, de sufrimiento. Santa
Teresa de Jesús (·TEREJ) resume este pensamiento con
esta sencilla frase: «Aun en esta vida da Dios ciento por
uno» (Libro de la Vida 22,15). A nosotros nos corresponde
únicamente tener el valor de ser los primeros en dar el
uno, como Pedro, que, fiado en la palabra del Señor, no
duda en bogar mar adentro a la mañana: entrega uno y
recibe cien. También hoy nos invita el Señor a bogar mar
adentro, y estoy seguro de que tendremos la misma
sorpresa que Pedro; la pesca será abundante, porque el
Señor permanece en la barca de Pedro, que ha venido a
ser su cátedra y su trono de misericordia.

JOSEPH RATZINGER
EL CAMINO PASCUAL
BAC POPULAR MADRID-1990.Págs. 187-189

6.

Con estos textos terminan los evangelios sinópticos. La


conclusión de un evangelio es importante porque ayuda a
profundizar en todas sus páginas y, a la vez, supone la
lectura íntegra de ellas para comprender mejor su
desenlace.

Mateo destaca la conciencia que tenían las primeras


comunidades cristianas de su misión en el mundo y de su
relación con el Resucitado, presente en medio de ellos. En
su última aparición, Jesús da algunas instrucciones a sus
discípulos sobre cómo deben proseguir su obra, siempre
en comunión con él. Tres son los temas que trata el
primer evangelio en su final: la plena potestad del Hijo, la
misión universal de la Iglesia y la presencia del Señor
resucitado en su comunidad "hasta el fin del mundo". Los
exegetas modernos están de acuerdo en afirmar que el
evangelio original de Marcos termina en el versículo 8 de
este capítulo, y que los versículos 9-20 son un añadido
posterior hecho por otra mano, posiblemente por alguna
comunidad cristiana del siglo I o II. Pero ninguno niega su
canonicidad. Jesús se aparece "a los once", aunque sean
incrédulos, no para consolarles, sino para confiarles la
responsabilidad de continuar su misión y para darles los
medios necesarios para dominar las fuerzas hostiles a la
venida del reino. El tema central es la fe; una fe que debe
ser respuesta a una proclamación anterior del mensaje y
que debe sellarse con el compromiso bautismal.

Lucas es el más esquemático de los tres. Insiste en un


hecho: finaliza una página de la historia evangélica. La
experiencia que tuvieron algunos discípulos de la cercanía
inmediata y visible de Jesús ha terminado. A partir de
ahora estará "ausente". Nadie volverá a verle ni a oírle.
Jesús no volverá ya a acercarse a ninguno de sus amigos.
En su primer libro, Lucas insiste sobre todo en la partida
de Jesús, en el final de su misión visible entre nosotros. En
su libro de los Hechos destacará el comienzo de la tarea
de la Iglesia.

1. Una muy saludable incredulidad

¿Dónde tuvo lugar la despedida definitiva? Mateo nos dice


que en un monte de Galilea, Marcos no indica nada y
Lucas precisa que cerca de Betania, lugar próximo a
Jerusalén. En los dos primeros es la única vez que los
discípulos tienen experiencia personal del Resucitado. Es
posible que los relatos se refieran a distintas experiencias
o descubrimientos realizados por los discípulos a lo largo
de los cuarenta días que, según Lucas (He 1,3), se les
manifestó Jesús después de su resurrección.

Mateo la sitúa en Galilea, probablemente para significar


que Jerusalén había dejado de ser el centro del culto y de
la religiosidad. Desde ahora el verdadero templo no estará
circunscrito a un lugar, sino a la persona de Jesús. El
monte es mencionado únicamente por razón de su
simbolismo: es el lugar de la cercanía de Dios, de la
revelación del Padre; representa la esfera divina, la del
Espíritu. Desde él va a enviar Jesús a los suyos al mundo.

"Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban"


(Mateo). Se postran al aceptarlo como Señor. A la vez
vacilan porque aún no tienen la fe suficiente para asumir
el destino de Jesús con todas sus imprevisibles
consecuencias. Es la duda constante que embarga a los
cristianos sobre el sentido de la presencia de Jesús y sobre
su acción en la Iglesia. Marcos subraya una vez más la
incredulidad de los discípulos, su actitud refractaria a
abrirse a los acontecimientos: "Por último, se apareció
Jesús a los once, cuando estaban a la mesa, y les echó en
cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no
habían creído a los que le habían visto resucitado". Es
verdad que la resurrección es un misterio inasequible e
increíble desde la lógica humana; pero ellos debieron
aceptarla después de la experiencia que tenían de él,
adquirida durante los tres años de convivencia y de sus
repetidos anuncios.

Los apóstoles no disimularon nunca su incredulidad ante


las palabras de Jesús. Reconocen que no entienden nada
de sus planteamientos. Su conducta sincera nos debería
liberar a nosotros de tantas comedias piadosas, de tanto
convencionalismo inútil y tantas devociones vacías.
Nuestra torpeza en creer es evidente; se va haciendo
natural, e incluso tranquilizante, a medida que van
apareciendo nuestras encarnizadas resistencias a todo lo
espiritual, nuestra impermeabilidad a todo lo
verdaderamente divino.

"Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no


son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra,
mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes,
que vuestros planes". (Is 55,8-9)

Los apóstoles habían compartido su vida durante unos


años con Jesús, habían sido testigos de sus enseñanzas,
de sus milagros, de toda su vida. A pesar de ello, nunca
comprendían nada: les tenía que explicar el significado de
las parábolas más sencillas, interpretaban de un modo
material las enseñanzas más espirituales, intentaban
servirse de él incluso pensando que le hacían un favor, se
escandalizaban cuando les anunciaba su trágico final...
¡Cuántas dificultades encontraron para creer en la
resurrección! ¡Qué lentos fueron en rendirse ante lo
evidente! ¡Qué ciegos ante las más claras
manifestaciones! Pero al menos no pusieron caras de
intelectuales, de haber comprendido perfectamente, de
saberlo ya todo, de regocijo... Fueron sinceros, se
manifestaron tal como eran, y por eso las palabras de
Jesús llegaron a penetrar en sus vidas para siempre.

Los cristianos damos la impresión de ser unos seres


superdotados al lado de aquella pobre gente tan pesada y
lenta. Pero cada paso que daban los apóstoles hacia
adelante era un paso de verdad. Y así, su fe llegó a ser tan
sincera como sincera había sido antes su incredulidad.
Nosotros ya creemos totalmente desde la catequesis para
la primera comunión... ¿La rodearemos por eso de tanto
folclore? ¿Cómo va a dudar de su propia fe un sacerdote o
un obispo? ¡No faltaría más!... ¡Así nos va!

2. Continuadores de la misión de Jesús

"Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra"


(Mateo). Jesús resucitado ha recibido del Padre "pleno
poder" sobre toda la realidad, fruto de su entrega total. Un
poder que es servicio, porque se fundamenta en el amor.
Este poder universal y absoluto del Resucitado es la raíz
de donde brota el universalismo de la misión. El breve
discurso de Jesús en Mateo y Marcos está dominado por la
idea de plenitud y universalidad. En Mateo, "todo" aparece
cuatro veces.

"Id y haced discípulos de todos los pueblos" (Mateo). "Id


al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la
creación" (Marcos). Los discípulos deben tomar el relevo
de su obra. Jesús ya no está visible para anunciar su
buena noticia a los hombres. Somos los que creemos en él
los que debemos hacerlo, los que debemos proclamar que
hay un Dios que es amor, un Dios que quiere que los
hombres vivamos en plenitud. Esta es la única razón de la
Iglesia: continuar con fidelidad el camino marcado por
Jesús. E Iglesia somos todos. La misión a la que envía
Jesús a sus seguidores es universal, y consiste en "hacer
discípulos". No se trata de ofrecer un mensaje, sino de
establecer entre los hombres y Jesús resucitado una
relación personal y un seguimiento. Lo fundamental es
posibilitar el encuentro con Jesús, no la doctrina, para que
el hombre se comprometa a compartir su proyecto de
vida.

BAU/TRINIDAD:"Bautizándolos en el nombre del Padre, y


del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mateo). El bautismo en el
nombre de la Trinidad nos indica la relación personal que
cada bautizado debe establecer con cada persona, que el
creyente entra en el ámbito de comunión y de vida que se
da entre ellas. Es el texto bíblico más claro sobre la
Trinidad de personas en Dios.

Lo primero será anunciar el mensaje de Jesús, después su


aceptación y, finalmente, el bautismo, que implica
necesariamente el seguimiento de Jesús durante toda la
vida. Sin entrar en si estas palabras son del mismo Jesús
o una fórmula posterior introducida como síntesis de la fe
cristiana y fórmula bautismal al mismo tiempo, vamos a
procurar ahondar en el significado de un bautismo
realizado en el nombre de tres personas, que tienen tanto
que ver con nuestra vida.

El bautismo cristiano se realiza, en primer lugar, "en el


nombre del Padre". Jesús, que soslayó ciertas
características divinas -poder, majestad...-, nos presentó
a Dios como un Padre que busca la verdadera vida para
sus hijos, a los que cuida y alimenta con singular cariño
(Mt 6,25-34).

Esta palabra entraña sus dificultades, ya que hay muchas


maneras de ser padre y madre, y cada edad los ve de una
manera distinta. No es lo mismo el padre para un niño
pequeño que para un adolescente o para un adulto. Por
otra parte, en cada cultura han asumido los padres
funciones y características muy distintas. De aquí que
llamar a Dios "Padre" puede significar mucho o nada,
según la idea concreta que pueda tener esta palabra en
cada edad y en cada cultura.

D/PADRE:¿Qué significa para los cristianos que Dios es


Padre? Es Padre porque engendra a la vida, sacando a los
seres de la nada, de la esclavitud y de la muerte. En
primer lugar, es Padre porque creó el universo de la nada
-la primera materia-. El Dios-Padre de la Biblia es un Dios
que interviene en favor del hombre oprimido, tanto por
yugos exteriores como por el yugo interior del pecado. Los
israelitas tomaron conciencia de la paternidad de Dios
cuando se sintieron oprimidos en Egipto, cuando fueron
obligados a trabajos forzados, cuando se encontraron
errantes y en peligro en el desierto... Dios se les reveló
como una fuerza que los liberaba de la servidumbre para
conducirlos a la libertad. También es Padre porque nos
libra de la muerte, como demostró con Jesús. De aquí que
sea Padre porque, además de engendrarnos a la vida, nos
conduce hacia su madurez y plenitud. Quiere que sus hijos
sean libres y responsables. A ese nuevo nacimiento eterno
es al que nos engendra el bautismo recibido en el nombre
del Padre.

Si Dios Padre quiere para sus hijos una vida plena y para
siempre, el Hijo es el camino que debemos seguir para
conseguirla. El bautismo en el nombre "del Hijo" nos
compromete a permanecer unidos a sus palabras, a seguir
su testimonio de vida, a imitar su amor. El bautismo en
nombre "del Espíritu Santo" nos obliga a vivir abiertos a
sus constantes insinuaciones, a dejarle que nos guíe a la
verdad total (Jn 16,13).

FAM/TRINIDAD: La Trinidad nos debe hacer cada vez más


conscientes de la condición comunitaria de cada persona,
de la obligación que todos tenemos de ser solidarios con la
familia humana universal. Cada hombre, como Dios
mismo, no es un ser individualista, sino un ser
comunitario, un miembro de la humanidad, que debe vivir
responsablemente como tal. Bastaría ser conscientes de la
imposibilidad radical que tenemos de hacer algo solos para
decidirnos a dar un paso decisivo hacia la verdadera vida
que Dios quiere para todos. Preguntémonos: ¿Cuántas
personas colaboran para que podamos comer cada día -
labradores, vendedores...-, vestir, divertirnos, estudiar...?
¿Alguien nació solo?... Si estamos creados para vivir
juntos, para compartir, para apoyarnos..., ¿por qué nos
empeñamos en vivir para nosotros mismos? Las tres
personas divinas están íntimamente relacionadas con el
proceso liberador-salvador del hombre como individuo y
como comunidad. Dios es amor que se realiza en la
comunicación plena entre el Padre, el Hijo y el Espíritu;
comunión tan total que les hace ser uno. Hemos sido
creados a imagen de esta comunidad de amor (Gen 1,26),
llamados a vivir en comunión con ella.

3. Los sacramentos no tienen nada que ver con la magia

SACRAMENTOS/MAGIA:"El que crea y se bautice, se


salvará; el que se resista a creer, será condenado"
(Marcos). La salvación no es automática: los sacramentos
nada tienen que ver con la magia. La fe es previa al
bautismo; una fe con obras. No es el bautismo el que
salva, sino la fe-obras que el bautismo expresa y alienta.

Hemos creído demasiado en la acción de los sacramentos,


olvidando lamentablemente las obligaciones que implican
en el hombre que los recibe. Los sacramentos son fuente
de gracia, ayuda eficaz en el caminar, pero con la
condición de que se reciban con esa fe que lleva a la
conversión y al amor. De otra forma son estériles, como
no es difícil comprobar con sólo abrir un poco los ojos.
¿Qué vale más, la fe-obras sin bautismo o el bautismo sin
fe?, ¿el amor sin matrimonio o el matrimonio sin amor?,
¿la misa sin comunidad o la comunidad sin misa?... La
verdadera pastoral, dejando de lado estas preguntas de
clara respuesta, debe unir las dos cosas.

Todos los que oigan la predicación del evangelio deben


sentirse cuestionados, interrogados personalmente. La
respuesta positiva es la fe-obras, que se expresa en el
bautismo. El rechazo del mensaje supone excluirse de la
salvación-liberación ofrecida por Dios a todos los hombres.
El texto no dice que el que no se bautiza se condena, sino
solamente que serán condenados los que se nieguen a
creer, es decir, los que se nieguen a vivir una vida
solidaria. Claramente se está pensando en esa obstinación
culpable frente a la fe, que la Biblia llama riquezas (Mt
6,24). Evidentemente, no se refiere a los ateos o
agnósticos que vivan una vida solidaria con los demás;
pero sí incluye a los cristianos que vivan para sí mismos.

"Enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado"


(Mateo). La fe es un don al que hay que permanecer
fieles. Los cristianos tenemos que vivir en permanente
recuerdo-presencia de la persona, palabras y acciones de
Jesús. Su Espíritu nos ha sido dado para ello. Jesús es
origen, camino y meta de toda nuestra vida. La vitalidad
de la Iglesia, de cada comunidad y de cada cristiano, será
proporcional a la fidelidad con que escuche la voz del
Espíritu y la siga. Voz que quiere llevarnos siempre a
Jesús, para que, reencontrándonos a nosotros mismos
mediante la contemplación amorosa del Hijo, la meditación
atenta y asidua de su palabra y la encarnación arriesgada
de su mensaje, nos renovemos incesantemente.

Jesús no encarga a sus discípulos únicamente que


enseñen una doctrina, sino que animen a practicarla.
Deben enseñar su mensaje completo a través de sus
propias vidas, de su propia fidelidad a las palabras de
Jesús. Es la vida de las comunidades cristianas la escuela
donde se inician los nuevos creyentes. Deben enseñar
sabiendo que no son maestros, sino discípulos del único
Maestro; que no enseñan algo propio. Su enseñanza debe
tener la fidelidad y la dependencia más absolutas de la de
Jesús. Nace de una escucha.

Marcos señala unos signos que acompañarán "a los que


crean". La lista no es completa. Enumera cinco en un
lenguaje acomodado a la mentalidad mágica de entonces.
Viene a decirnos que la fe hará posible la total superación
del mal-pecado y vivir una vida distinta, edificada sobre el
amor.

4. El final de Mateo

"Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo". Son el final del evangelio de Mateo. La
ausencia física de Jesús ayudó a los discípulos a
recapacitar y a darse cuenta de la gran promesa-realidad
que les había ofrecido. Antes lo tenían junto a ellos, ahora
lo tienen dentro. En su misión en el mundo no van a estar
solos. Jesús les acompañará constantemente; estará
presente en sus seguidores de todos los tiempos a través
del Espíritu que ha penetrado en sus corazones. Porque es
Señor, porque está vivo, porque está más allá del espacio
y del tiempo, podemos experimentar su presencia en
todas las épocas y lugares. Una presencia que apunta
hacia la plenitud escatológica. PRESENCIA/AUSENCIA:
Debemos superar su ausencia física creyendo que sigue
vivo entre nosotros cuando nos reunimos para la fracción
del pan, cuando vivimos su amor y anunciamos al mundo
su mensaje de vida para siempre. Nos convenía que se
marchara físicamente (Jn 16,7), para que pudiéramos
encontrar por todas partes su presencia. El cristianismo
surgió como anuncio y celebración de la alegría de una
presencia: la de Jesús resucitado. El Resucitado no vive
entre nosotros únicamente a través de su recuerdo
histórico y de su mensaje liberador. Está presente en
medio del mundo con una vida que supera totalmente las
limitaciones humanas.

Jesús resucitado está presente y activo en todos aquellos


que llevan su causa adelante, independientemente de su
ideología o religión. En todo hombre que busca el bien, el
amor, la libertad, la justicia..., podemos decir, con toda
certeza, que el Resucitado está presente porque su causa
está siendo llevada adelante, aun cuando no haga
referencia explícita a su persona. Está presente de forma
cualificada en los creyentes que intentan comportarse en
su vida como Jesús se comportó en la suya, en los que
poseen su misma actitud y su mismo Espíritu.

5. La ascensión

El final será una ascensión. Todo lo que acontece aquí


abajo es provisional: los fracasos, los sufrimientos, las
tristezas... También todas las alegrías que existen en este
mundo son provisionales: esos momentos que nos
gustaría eternizar... No existe más que un lugar definitivo,
un sitio en que nos juntaremos todos para siempre. Y ese
sitio no está aquí, en esta tierra. También nuestros bienes,
todo lo que poseemos, es provisional. No nos podremos
llevar nada con nosotros, a no ser que lo hayamos
confiado a ese famoso "banco" que da el ciento por uno,
pero que tiene tan pocos clientes (Mt 19,29). ¡Todo lo que
no compartamos con los demás lo perderemos! Todo lo
que guardemos para nosotros solos, todo lo que
intentemos conservar con nuestras propias fuerzas, se
deshará en nuestras manos. Todo lo que conservamos con
cariño, todo lo que consideramos más valioso de nuestra
vida..., lo perderemos si no lo ponemos al servicio de los
hermanos: bienes materiales, tiempo, conocimientos...

Nuestra vida sobre la tierra debe ser una constante


superación, un progreso, una maduración. Vivir es dar
pasos adelante, alcanzar nuevas metas, acercarse a la
plenitud. Las imágenes que indican las posibilidades de la
vida humana son la semilla que crece, el camino que se
recorre, la meta que se espera...

Sin embargo, el ser humano nunca llega a alcanzar la


madurez que persigue. La vida es un proyecto que se va
perfilando, pero que nunca se acaba. Para ello, para
mantener la esperanza, la ilusión, es necesario tener
siempre presente la meta que queremos alcanzar. Una
esperanza que no se limita a anhelar algo lejano que se
intuye, sino que nos lanza a un quehacer, a un
compromiso actual.

El futuro que se espera llena de contenido el presente que


se vive. La ascensión de Jesús nos revela que la plenitud
humana solamente la alcanzaremos al final del camino y
que, además, es un don de Dios. También nos revela que
todas las ilusiones, esperanzas, proyectos de plenitud y de
infinito de los hombres, serán un día realidad. Jesús
glorificado -llegado a plenitud- es la garantía de la
promesa que esperamos. Y es, a la vez, un proyecto
inmediato de acción, un quehacer, una tarea en favor del
reino proclamado por Jesús.

Lucas nos ha transmitido dos relatos de la ascensión de


Jesús: uno al final de su evangelio y otro al comienzo de
su segundo libro, en el que nos habla de la historia de la
primitiva comunidad cristiana en los primeros treinta años.
"Mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo hacia
el cielo" (Lucas). "Después de hablarles, ascendió al cielo
y se sentó a la derecha de Dios" (Marcos). Se inicia la
época histórica de encontrar a Jesús resucitado en todo lo
que es crecimiento y liberación humanos. No tenemos que
buscar a Jesús ya directamente en su cuerpo palpable. Su
corporeidad es otra -muy real-, tan grande y activa como
la sociedad que vamos construyendo. Para esta tarea nos
ha dejado su Espíritu.

Es evidente que las narraciones referidas a la ascensión de


Jesús no fueron escritas como quien describe un fenómeno
científico, ni siquiera un hecho histórico palpable por los
sentidos. Tan cierto es esto, que los relatos varían
muchísimo entre un evangelista y los demás. Más aún,
Juan ni la trae: nos insinúa que la ascensión está implícita
en la resurrección (Jn 20,17). Pretenden expresar, con un
lenguaje mitológico, una realidad que no pertenece a la
experiencia sensible, sino a la visión de la fe. Es inútil
preguntarnos si Jesús subió a los cielos en Galilea -como
afirma Mateo- o en Betania -como dice Lucas-. Son
lugares simbólicos que obedecen a las intenciones de cada
evangelista.

Hemos de intentar desentrañar, más que el relato exterior


de la ascensión, su sentido interior, lo que se esconde
detrás de estas narraciones, eso que está oculto por el
velo de las palabras, siempre inadecuadas cuando intentan
interpretar el misterio profundo de la vida. Porque del
misterio de la vida tenemos que hablar si queremos
comprender de un modo aproximado el sentido de la
ascensión de Jesús a los cielos.

MITO/QUE-ES CIELO/QUÉ-ES Si repasamos los escritos


religiosos y mitológicos de muchos pueblos de la
antigüedad, veremos que "subir al cielo" fue la máxima
aspiración del hombre antiguo. Escritos que no son
cuentos vulgares ni fantasías tontas, sino expresiones, en
un lenguaje simbólico, de la sed de trascendencia total
que anida en el corazón humano.

"Subir al cielo" es lo mismo que alcanzar el objetivo


supremo de la vida humana, objetivo que puede variar
según las diversas religiones o filosofías, pero que
siempre, de una u otra forma, se refiere a eso que hoy
llamamos trascendencia.

Poco importa que el cielo esté arriba o abajo, aquí o allá,


dentro o fuera; poco importa que debamos cambiar
nuestra visión del cosmos, que las palabras de los
antiguos puedan ser hoy traducidas por otras más
adaptadas... Lo importante, ayer y siempre, es el hombre
y su problema fundamental: el sentido de su vida, su sed
de infinito y plenitud.

Desde esta perspectiva, la ascensión significa que Jesús ha


llegado a la culminación de su proceso. Rubrica el sentido
de la resurrección, subrayando un aspecto particular de
ella: la total liberación del hombre de las pasadas
contingencias terrenas. El reino de Dios madura en esta
liberación que se va dando poco a poco y con esfuerzo a lo
largo de la vida para rematar en la escatología.

Considerada así la ascensión de Jesús, prototipo de la


nuestra y modelo ejemplar, nada tiene que ver con el
infantilismo con que se consideró muchas veces y que
tanto perjudicó a la imagen del cristianismo ante el mundo
moderno y científico. Una vez más nos hemos quedado
con el ropaje exterior, con los detalles anecdóticos de las
narraciones, con un estilo literario propio de una época y
cultura, sin hacer el esfuerzo necesario por acercarnos a
su contenido antropológico y religioso, que está en la
misma esencia del hombre. Detrás del mito de la
ascensión está la gran pregunta de todo hombre: ¿Qué es
el hombre? ¿De dónde viene y adónde va? Según los
evangelios, Jesús viene del Padre y vuelve al Padre; viene
del Amor y vuelve al Amor.

6. El final de Marcos y Lucas

"Ellos fueron y proclamaron el evangelio por todas partes,


y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con
los signos que los acompañaban". Con estas palabras
finaliza Marcos su relato sobre la vida de Jesús.
Jesús había terminado su misión visible en el mundo y
había subido al cielo como garantía de la ascensión final
de toda la humanidad. Pero mientras llega ese momento,
los discípulos tienen -tenemos- que continuar la misión por
él comenzada, ser testigos de su resurrección. Un
testimonio que sólo es posible por la fe. Sólo el verdadero
creyente y seguidor de Jesús puede testificar convencido
de que él es la verdadera solución de todos los problemas
de la humanidad, la plenitud de todo lo humano.

EVAR/QUÉ-ES Evangelizar es ponerlo todo al servicio de la


causa del hombre: hechos y palabras. Es poner nuestras
personas y bienes al servicio de la paz, de la justa
distribución de las riquezas, de un progreso al alcance de
todos, del respeto a los derechos humanos... Es luchar por
valores más verdaderos que el dinero, el sexo y la
comodidad. Es denunciar la opresión de los poderosos y de
sus estructuras sociales, políticas e incluso religiosas, los
gastos en armamentos y en ejércitos... Es trabajar por
mejorar este mundo, porque los cristianos no creemos en
"otra" vida, sino en ésta eternizada y plenificada. Y
siempre empleando un lenguaje actual para que el hombre
moderno nos entienda, respondiendo a sus interrogantes e
inquietudes, sabiendo lo que decimos y haciendo lo que
creemos. Nada que sea verdadero, justo y beneficioso
para el hombre es ajeno al mensaje evangélico
proclamado por Jesús y seguido por sus verdaderos fieles.
Revisemos nuestras instituciones, congregaciones,
estructuras... No nos quedemos plantados mirando al cielo
(He 1,11), mientras otros toman en sus manos las
exigencias evangélicas que nosotros decimos profesar y
que tan a rastras llevamos.

Jesús, al subir al cielo, nos dejó físicamente para estar


más cerca de nosotros en el tiempo y en el espacio.
Porque se fue, lo tenemos ahora aquí, presente entre
nosotros, muy cerca de nuestro corazón. Nos basta abrir
los ojos de la fe para verlo, para encontramos con él.

Los discípulos no empezaron a darse cuenta de quién era


Jesús hasta que desapareció visiblemente de sus vidas y
vino sobre ellos el Espíritu Santo a recordarles lo que él les
había enseñado (/Jn/16/13). Descubrieron que Jesús les
escuchaba mejor desde que se había ido al lado del Padre:
obtenían todo lo que pedían en su nombre. Jamás lo
habían sentido tan presente, tan fuerte, tan cariñoso.

Jesús, desde su subida al cielo, rompió los límites a que


nos tiene sujetos este cuerpo y extendió su presencia por
el mundo entero: en todos los lugares del mundo podemos
entablar contacto con él por el amor a los hermanos -son
Jesús (Mt 25,31- 46)-, por la oración, por los
sacramentos.

Adonde iban los discípulos, él los acompañaba y ayudaba.


Y fueron comprendiendo que Jesús, que no había
abandonado al Padre al venir a la tierra -como Hijo-,
tampoco se había separado de ellos al volver al Padre. En
el mismo momento en que se imaginaban que lo habían
perdido empezaron a experimentarlo de verdad en sus
vidas y en los frutos de su labor, a reconocerlo en su
verdadera realidad. Por eso no sintieron pena de haber
perdido su presencia corporal.

"Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban


siempre en el templo bendiciendo a Dios". Lucas, que
comenzó su evangelio en el templo con el oficio sacerdotal
de Zacarías, lo termina igualmente en el templo, con la
asidua oración de los apóstoles. El cristianismo no rompió
de golpe con ciertas prácticas religiosas judías. El templo,
lugar de oración, siguió siendo lugar de reunión constante
de los discípulos, que se preparaban así para recibir al
Espíritu Santo prometido.

¿Cómo pueden alegrarse cuando se ha ido Jesús? Porque


han comprendido el verdadero sentido de la vida humana:
que su desaparición es consecuencia de haber alcanzado
la plenitud y, además, ha dejado sitio a otra presencia
libre de las limitaciones a que nos tiene sujetos este
cuerpo mortal. Esta presencia nueva, en el Espíritu, va a
cambiar la vida de los discípulos. Hay ausentes cuyo
aparente alejamiento es más elocuente que su presencia
visible. Jesús es uno de ellos; y más que ningún otro.
FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 377-388

7.

1. Jesucristo, el Señor

Dos son las ideas entrelazadas que nos han de guiar en


esta reflexión: mientras el Señor desaparece visiblemente
y es constituido como Señor y Cabeza de la Iglesia, los
cristianos están llamados a prolongar su misión salvadora,
anunciando la Buena Nueva a todos los hombres. La
Ascensión, como preparándonos a la celebración de
Pentecostés el próximo domingo, marca el inicio de la
responsabilidad de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Este es su
tiempo, tiempo de evangelizar...

Sabemos ya que Pascua, Ascensión y Pentecostés forman


en realidad un único misterio de fe, que comporta tres
elementos esenciales: Jesús resucita, sube hasta el Padre
y nos envía el Espíritu.

Sin embargo, Lucas, con fines litúrgicos y pedagógicos,


separa los tres aspectos para que comprendamos mejor el
alcance de cada uno de ellos. Así, mientras en la
resurrección se subraya la victoria sobre la muerte, en la
ascensión se enfatiza la entronización de Jesús como
Salvador y Señor, y en pentecostés se inaugura
oficialmente el tiempo de la Iglesia con la recepción del
Espíritu Santo.

De ahí que los evangelistas no coincidan en los detalles


exteriores de la narración de la ascensión, fenómeno
idéntico al que ya vimos con relación a Pascua.

Según Lucas, Jesús asciende al cielo después de una


comida y sobre el monte de los olivos, en la misma
Jerusalén; según Mateo, lo hace en un monte de Galilea.
Mas estos detalles poca importancia tienen si nos
atenemos al género literario de estos relatos que no tienen
más preocupación que expresar la fe de la Iglesia.
Era costumbre en la antigüedad que, después de la
muerte de un rey, su heredero comenzara su gobierno en
el momento de ser entronizado, coronando su cabeza y
asumiendo el cetro. Es así como los cristianos,
conocedores de estas costumbres, concibieron el reinado
de Cristo como una ascensión a su trono para recibir del
Padre todo el poder. Pero, más allá de esta coreografía
cultural, importa descubrir el sentido que tiene para la fe y
para la vida comunitaria la ascensión del Señor.

En su narración Lucas, al igual que Mateo, insiste en un


detalle: si bien Jesús ha resucitado, y por lo tanto se ha
hecho invisible, sin embargo «está con nosotros» como si
se sentara a la mesa y comiera con nosotros.

Tal es el sentido de esos misteriosos cuarenta días durante


los cuales se manifestó a los discípulos y comió con ellos.
Estos cuarenta días, número simbólico en la Biblia,
representan el gran tiempo de la Iglesia en el cual, si bien
parece que Cristo está ausente, en realidad es quien dirige
el timón de la comunidad.

Durante este tiempo, la Iglesia debe superar el trauma de


la muerte y de la ausencia física de Jesús, comprendiendo
que sigue vivo en la medida en que una comunidad se
sienta en la mesa de la Eucaristía, practica el amor y
anuncia el Evangelio. Si hoy sentimos la «ausencia» de
Jesús cuando arrecian las crisis, podemos imaginarnos lo
que fue para los Doce y los demás discípulos reemprender
el camino sin la presencia física de Jesús y con la tragedia
de su muerte a cuestas, tragedia para tantos ideales
mesiánicos truncados.

De ahí que todo el Nuevo Testamento, tanto los evangelios


como las cartas, se esfuercen por subrayar no solamente
la presencia de Jesús, sino la fuerza y dinamicidad de esa
presencia. Todos hablan de la nube que lo cubrió, signo de
la presencia de Dios, como asimismo del nuevo título con
que ahora es distinguido por el Padre: «Señor». Sabemos
que Señor o Kyrios era el título reservado únicamente
para el rey o emperador; los cristianos, aludiendo al salmo
110, introducen aquella expresión que forma parte de
nuestro credo: «Subió a los cielos y está sentado a la
derecha de Dios.» Alguien podrá sorprenderse de que se le
den a Jesucristo estos altisonantes títulos, cuando él
mismo siempre los rechazó y sólo se refirió a sí mismo
como «el Hijo del Hombre». La explicación es clara:
después de su muerte y resurrección ya no existe peligro
en emplear estos títulos, pues se descarta toda
interpretación política o guerrera, como asimismo el
acento nacionalista, cosa que pone de relieve el relato de
Lucas en los Hechos.

J/SEÑOR:A Jesús se le llama «Señor» o rey, no por su


poder político sobre los pueblos, sino por ser el triunfador
sobre las formas de muerte. Es el Señor que sirve a la
humanidad a través de la ofrenda de sí mismo. Por lo
tanto, su dominio sobre los hombres no es sino la vigencia
de un estilo de vida, fundamentado en la solidaridad y en
la paz. Es este estilo de vida aquel del que debe dar
testimonio la Iglesia durante este largo período que dura
su paso por la historia.

Pero hay algo más aún: al reconocer a Jesucristo como


Señor, la comunidad declara a Jesús, con palabras
tomadas de la época, como el fundamento y la razón
última de ser de la comunidad. Jesucristo inaugura un
tiempo nuevo, una comunidad nueva y un culto nuevo;
tan cierto es esto que, en el siglo Vl, el año del nacimiento
de Jesús fue declarado año primero de la nueva era.

Vemos, pues, que ya para mediados del siglo segundo,


fecha de la Carta a los efesios, la Iglesia, empleando una
vez más una expresión propia de la época, considera a
Jesús como «la. cabeza» de esta gran comunidad que
crece incesantemente, la Iglesia, «cuerpo de Cristo».

Como toda cabeza, dirige, orienta y da cohesión a los


miembros. O como dice la Carta de Pedro: Jesucristo es la
piedra fundamental que fue desechada por los
constructores judíos, pero que fue elegida por Dios como
fundamento del templo del Espíritu.

J/CENTRO:Más allá de todas estas comparaciones,


podemos sintetizar nuestro primer punto de reflexión de
esta forma: comenzamos a ser cristianos en el momento
en que reconocemos que Jesucristo es el hecho primordial
de la historia del mundo y de nuestra historia personal.
Podremos estar de acuerdo con sus criterios o no; pero si
nos llamamos cristianos no podemos elaborar una visión
de la vida sin tener en cuenta el hecho-Cristo. Al
entronizarlo con la ascensión, los cristianos interpretamos
a Jesús como el ideal supremo del hombre, como el
arquetipo de una nueva raza, fundada no en la sangre sino
en un concepto nuevo sobre la vida. Al mismo tiempo,
entendemos que ninguno de nosotros es el dueño de la
comunidad; ninguno puede obrar a su talante y gusto,
prescindiendo del punto de vista de «Nuestro Señor
Jesucristo».

Es esto lo que nos diferencia de las demás religiones e


ideologías: nuestro punto de partida es la persona y el
pensamiento de Cristo. A partir de ahí, elaboramos
nuestro proyecto de hombre y de historia.

Celebrar hoy la fiesta de la ascensión es darle a cada uno


su nombre y su lugar: el nombre de Jesús es Señor y su
lugar es la cabeza de la comunidad. A partir de ahí, no hay
otra norma sino la de ser coherentes con nosotros
mismos. Esta coherencia nos lleva a la segunda reflexión.

2. Los cristianos, testigos del Señor

La Ascensión representa el comienzo de nuestro tiempo


existencial: ser testigos del Señor Jesús y anunciar su
Buena Nueva.

En el relato de Lucas hay un detalle muy significativo: los


apóstoles se quedan con la mirada fija en el cielo como
queriendo escapar de sus responsabilidades que estaban
aquí en la tierra, por lo que la voz del cielo les increpa con
dureza: "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al
cielo?" FE/ALIENACION: Es la típica actitud cristiana:
pretendemos evadirnos del aquí y ahora de nuestro
compromiso, esperando del cielo lo que el cielo espera de
nosotros. La Ascensión de Jesús no es un escapar o un
huir de nuestras responsabilidades.
Lamentablemente muchas veces hemos hecho del
cristianismo una elegante forma de desligarnos de los
hombres y de la historia, bajo pretexto de buscar el
camino del cielo. Nos olvidamos de que la ascensión es la
coronación de la encarnación y de la pasión, y que el
mismo Espíritu que impulsó a Jesús a predicar y a ser
testigo del Padre, es el que ahora nos es dado como
fuerza propulsora:

«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis


testigos hasta los confines de la tierra...» Como vemos, la
misma fe que afirma el poder salvador de Cristo, afirma
también y con la misma insistencia el compromiso
cristiano impulsado por la fuerza del Espíritu. De ahí que
no podamos separar la ascensión de Pentecostés: la
ascensión nos señala el camino; Pentecostés es la fuerza
para emprender el camino y para no abandonarlo. ¿En qué
consiste este testimonio al que somos llamados? Marcos
nos dice que se trata de «anunciar el Evangelio,
predicándolo por todas partes»; Mateo: «Id y haced
discípulos de todos los pueblos...»; Lucas: «Sed mis
testigos.» En resumen: nuestro compromiso y testimonio
es la evangelización.

Observemos, en primer lugar, que el Evangelio no es,


como primera cosa, un libro. Es, en cambio, el anuncio de
un acontecimiento feliz para el hombre. Ese
acontecimiento es, nada más y nada menos, que la total
liberación del hombre; o, como hemos venido
reflexionando durante todo este tiempo, la posibilidad de
cruzar las fronteras de la muerte hacia la vida nueva. Bien
lo había dicho Jesús: «Mi verdad os hará libres» (Jn 8,12).

No se trata, por lo tanto, de un simple anuncio de


palabras, o de mera propaganda o publicidad evangélica,
como muchas veces se lo interpreta. Jesús no hizo
publicidad de su salvación: sencillamente curó a los
enfermos, dio vista a los ciegos, perdonó a los pecadores,
promocionó a los pobres; hizo el bien a todos y murió en
la cruz por la salud de todos. Su Evangelio fue, antes que
nada, un acontecimiento palpable, concreto, visible.
Introdujo en la historia una nueva visión de las cosas,
estableció el reinado de la paz y de la justicia; propuso la
soberanía del amor y le rindió pleitesía hasta el último
momento. También hoy evangelizar es mucho más que
decir: «Jesús ha resucitado, alegrémonos.» Se necesita
presentar ante el mundo el testimonio de una comunidad
que vive liberada de su egoísmo, que tiene otro estilo de
conducta, que se empeña hasta lo imposible por el bien de
los hermanos.

Anunciar el Evangelio es luchar para que haya menos


pobres y menos enfermos, menos odios y menos guerras;
menos diferencias sociales y un auténtico progreso al
alcance de todos, justa distribución de las riquezas y
amplio respeto por los derechos humanos. Es, también,
luchar por valores más absolutos que el dinero, el sexo, la
comodidad y el poder. Es denunciar con fuerza la opresión
del pecado enquistado, no ya en los actos de los hombres,
sino en sus mismas estructuras sociales, políticas e incluso
religiosas. En una palabra: es poner nuestras personas,
bienes y recursos al servicio de una paz duradera, de una
justicia total, de un modo distinto de convivencia. No hay
tarea humana digna que escape a este compromiso y
testimonio de Cristo. Por eso, a partir de hoy, la pereza
constituye nuestro pecado capital, y esa pereza metafísica
por la que nos negamos al avance integral de la historia es
apostatar de nuestra fe en el poder de Dios que resucitó a
Jesús del dominio de la muerte.

¿Por qué seguimos ahí plantados mirando al cielo? ¿Por


qué no organizamos la comunidad para que su estructura
sea funcional y responda al Evangelio respondiendo a los
hombres de hoy? ¿Por qué seguimos fijados en viejas
polémicas, mientras el mundo moderno nos propone
cuestiones nuevas y candentes? Evangelizar es ponerlo
todo al servicio de la causa del hombre: hechos y
palabras. Hablemos con el lenguaje del hombre moderno
para que nos entienda; hablemos usando todos los medios
de comunicación social; hablemos abiertamente y con
valentía; hablemos sabiendo lo que decimos y haciendo lo
que pensamos. Hablemos preguntándole al hombre qué es
lo que le preocupa y preocupémonos de lo que le
preguntamos. Revisemos nuestras instituciones,
congregaciones religiosas, estructuras y organigramas: no
nos quedemos ahí plantados en el tiempo o en las nubes
mientras otros toman en sus manos las banderas del
Evangelio que nosotros llevamos a la rastra...

En fin, la fiesta de la Ascensión, no solamente es la


síntesis de la teología cristiana, sino que es la expresión
de la totalidad de una tarea que comenzó hace dos mil
años y que hoy está en nuestras manos. No es una fiesta
triunfalista ni la oportunidad para hacer alardes teológicos
o para llenarnos la boca con bonitas frases sobre Jesús. Ya
pasó, felizmente, ese tiempo. Vivimos en el siglo veinte,
exactamente 1978 años después de alguien que marcó el
año cero de nuestra era. Nuestra responsabilidad es
justificar ante la historia por qué este año es el de 1978...

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 269 ss.

8.

-A los cuarenta días.

Durante seis semanas, cuarenta días, venimos


reflexionando sobre el misterio de nuestra fe, la razón de
nuestra esperanza, que es la resurrección de Jesús.
Porque si Cristo no ha resucitadlo, dice san Pablo, vana es
nuestra fe y nosotros no somos más que unos pobres
ilusos. Pero Cristo ha resucitado. Hay testigos. En estas
últimas semanas, desde Pascua, hemos escuchado el
testimonio de Pedro y Juan, el de María Magdalena, el de
los discípulos de Emaús, el de Tomás, el de los once. Y el
testimonio de los apóstoles nos merece crédito. Por eso
nuestra fe es apostólica. Y ahora nos toca a nosotros ser
testigos y acreditar ante el mundo este acontecimiento
revolucionario de la resurrección. Porque si la vida sigue
más allá de la muerte y a pesar de la muerte, ni la muerte
es lo que parece y tenemos ni esta vida es la vida. Al
menos no es todo en la vida, pues hay más vida que esta
que vivimos de momento. Y esta fe, este convencimiento,
es suficientemente subversivo como para cambiar
radicalmente nuestras vidas, si creemos, y la vida del
mundo, si somos capaces de contagiar nuestra esperanza
y nuestro modo de vida en la caridad.

-La Ascensión de Jesús.

Tiene esta doble consideración. De una parte, confirmar


nuestra fe en la resurrección de Jesús, que vive y sube al
cielo y se sienta junto al Padre. Así es como podemos
expresar lo inexplicable. Lo que aún no sabemos, pero
creemos y esperamos. De otra parte, convencernos de que
esta es nuestra hora, la de nuestra responsabilidad. Jesús
sube al cielo, para que nosotros estemos en la tierra. Se
va al Padre, para que nosotros estemos con los hermanos.
Termina, para que nosotros empecemos y continuemos su
obra. Mejor dicho, hace como el que se va, para que no
nos confiemos, para que no permanezcamos pasivos,
pensando que él lo va a hacer todo. Se va y se queda para
infundirnos su espíritu y enrolarnos en su causa.

-¿Que hacéis mirando al cielo?

No es hora de andar con contemplaciones. Es la hora de


salir a la plaza pública, de recorrer los caminos y las
ciudades para dar a todos la Gran Noticia. La oración y la
contemplación, indispensables en la vida cristiana, sólo
tienen sentido como alimento de la fe, para que nuestras
obras sean las obras de la fe, y no la de los intereses o
conveniencias. En todo caso, la oración y la liturgia son el
sostén de la esperanza, para que no nos cansemos en la
empresa. Son como el Tabor, cuyo sentido apunta a la
cruz, al servicio, al amor y a la solidaridad.

-Id y haced discípulos.

Pero la gran tarea que surge con la ascensión del Señor,


es la de ir al mundo y hacer discípulos. Ese es el encargo
que recoge Mateo. Y es también el que transmite Lucas,
que empieza los Hechos describiendo la ascensión, para
centrarse enteramente en la predicación de Pedro y Pablo
y los apóstoles. El mundo es nuestra responsabilidad y los
hombres son nuestros interlocutores. La Iglesia no es un
círculo de creyentes, sino un movimiento de acercamiento
a todos para que puedan creer. Lo importante de la Iglesia
no es ella, sino Jesús, y la misión confiada por Jesús. Y
esa misión es evangelizadora, animadora, motivadora.
Frente a tanta mala noticia, el hombre necesita más que
nunca la Buena Noticia. No se trata de censurar a los
otros, ni de condenar a nadie, sino de hacer posible y
gozosa la salvación de todos. Como Jesús hacía con sus
parábolas, así debemos hacer nosotros, ayudando a todos
a descubrir en el mundo y en la vida la huella de Dios.
Quizá haya que denunciar el mal y la cizaña, pero sobre
todo hay que señalar todo lo bueno, lo justo, lo noble, lo
hermoso de la vida, para que crezca en todos la esperanza
de una vida mejor, de un mundo más feliz, de una
humanidad solidaria y en paz, como una familia.

-¿Qué podemos hacer?

Esa es siempre la gran pregunta. Pero esa es también, a


veces, la gran coartada para no hacer nada y justificar
nuestra indolencia. Porque Jesús no nos abandona. Nos
deja su espíritu para que nos ayude a conocer la gran
revelación, para que nos ayude a comprender la gran
esperanza, para que nos haga ver el poder de Dios que se
manifiesta en Jesús. Con ese espíritu no tenemos nada
que temer. Dejemos que se exprese libremente en nuestra
vida. Y aún más, tenemos la Iglesia, que es como el
cuerpo de Jesús, su continuación. En la Iglesia y a través
de ella podemos encauzar nuestras iniciativas y encontrar
aliento en nuestros esfuerzos. Solos podemos hacer bien
poco, pero como Iglesia y en la Iglesia podemos hacer
muchísimo. La estructura y las organizaciones y
movimientos eclesiales pueden y deben ser los vehículos
que canalicen todos nuestros esfuerzos. No podemos
hacer todos todo, pero entre todos, con todos, podemos
hacer todo lo que Jesús nos ha encomendado.

...............

¿Seguimos plantados mirando al cielo? ¿Miramos alguna


vez al cielo? ¿Somos activos o contemplativos? ¿Por qué
no somos cristianos sólo?
Si estamos bautizados, ¿por qué no estamos dispuestos a
realizar la tarea de la fe? ¿Por que no pasamos del rito al
reto del Reino?

¿Buscamos el Reino de Dios y su justicia? ¿Somos


heraldos del Reino? ¿Qué anunciamos, qué dicen nuestras
obras, nuestras palabras, nuestras ilusiones, nuestras
expectativas?

¿Vamos a la Iglesia? ¿Estamos en la Iglesia? ¿Pero la


Iglesia no es el templo? ¿Que hacemos en y con la Iglesia?

¿Participamos en la misión de la Iglesia? ¿En qué


colaboramos con nuestra parroquia?

¿Estamos activos en sus organizaciones? ¿Damos algo


más en el voluntariado?, ¿o lo dejamos todo para
profesionales? ¿Cómo, entonces, profesamos nuestra fe?

La carne de un hombre, de un verdadero hombre,


entra ahora a formar parte de esa nueva vida y se
hace eternidad. Ninguna otra religión se había
atrevido a tanto. Cuando se acusa al cristianismo de
menosprecio de las realidades temporales, de temor
puritano a la carne, es que realmente no se ha
entendido nada de nada. Esta carne que ahora
asciende a los cielos y se incorpora al Padre, es
carne sin pecado, pero no por ello menos carne;
carne transfigurada, pero carne radical y
absolutamente humana.

D/MATERIA:Dios materialista: ama la materia: ha


creado el mundo; ama la materia haciéndose
hombre; ama la materia llevándose nuestra carne a
la gloria.

Dios ama la materia: Cristo, sacramento del


encuentro con Dios.- "A Dios nadie lo ha visto
jamás". "Quien me ve a mí ha visto al Padre".

Tenemos que ser menos espiritualistas y más


materialistas: ¿Por qué ha de ser necesaria el agua
del bautismo para ser hijo de Dios? ¿Por qué ha de
hacerse presente a Jesús en nuestra vida comiendo
pan y bebiendo vino? ¿Por qué hemos de recibir el
perdón de Dios a través de las palabras de un
hombre pecador? ¿Por qué tenemos que aceptar a la
Iglesia, comunidad de hombres pecadores unidos por
la fe en Cristo, como instrumento de salvación?

2. ASC/ENCARNACION : LA ASCENSIÓN ES LA
PLENITUD DE LA ENCARNACIÓN: /Ga/02/20.
GLORIFICACIÓN RESURRECCION-
ASCENSION: /Jn/17/4-5.

La Ascensión de Jesús no es un viaje y no podemos


comparar a Cristo con un astronauta. Es una verdad
de fe que se describe ajustándose al cliché de la
representación oriental del mundo antiguo, que no
podía expresarse entonces de otro modo. La verdad,
lo que debemos creer, es muy distinta del relato que
hemos escuchado.

La verdad es ésta: la Ascensión no es más que una


consecuencia de la resurrección, hasta tal punto que
la resurrección es la verdadera y real entrada de
Jesús en la gloria. Mediante la resurrección Cristo
entra definitivamente en la gloria del Padre. La
resurrección es la glorificación de Jesús: "Yo te he
glorificado en la tierra llevando a cabo la obra que
me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame
tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado, antes
que el mundo fuese" (Jn 17. 4-5).

-La Ascensión es la plenitud de la Encarnación.


Cuando se hizo carne no se pudo encarnar más que
en un solo hombre, al que asumió personalmente el
Verbo de Dios.

Mediante la Ascensión, por la fuerza del Espíritu que


lo resucitó de entre los muertos, se hace más íntimo
a nosotros que nosotros mismos, de tal modo que
Pablo puede llegar a decir: "vivo yo, pero no soy yo
quien vive, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2. 20)
3. TIERRA/CIELO: SU VALOR PARA LAS TRES
CLASES DE HOMBRES: RELIGIOSO-PAGANO-
CRISTIANO.

- Tres clases de hombres:

-el religioso: aquellos para quienes la tierra no vale


nada y el cielo lo es todo.

-el pagano: aquellos para quienes la tierra lo es todo


y el cielo no es nada.

-el cristiano: ve la tierra en el cielo y el cielo en la


tierra.

4. D/CIELO.

La Ascensión quiere decir en primer lugar que Jesús,


el Hijo del Hombre, vive a pesar de todo. Pero quiere
decir también que Jesús vive ahora en el seno del
Padre. ¿Qué otra cosa es el cielo, qué puede ser el
cielo si no es el mismo Dios? Decir que Jesús se fue
al cielo es decir que fue al Padre de donde había
venido. Dios es el Otro, a quien Jesús nos enseñó a
llamar diciendo: "Padre nuestro". Si ya entre
nosotros cada uno es para otro inaccesible en su
intimidad, mucho más inaccesible será para todos
nosotros el Otro, que es el Tú de los hombres. Así,
pues, el cielo que se eleva sobre la tierra no es más
que un símbolo de la intimidad inaccesible de Dios.
No es por lo tanto un lugar, sino Dios mismo que ha
recibido ya en su seno al "primogénito de los
muertos", al adelantado y cabeza de todos los
hombres y aun del universo, a Jesucristo Nuestro
Señor.

Jesucristo, uno de nosotros, se ha llevado consigo un


pedazo de nuestro mundo: su cuerpo glorioso. Y por
Jesucristo y en Jesucristo nuestro mundo es una
realidad entrañable y entrañada en el seno del
Padre. La Ascensión significa que Dios ama al
mundo, a todo el mundo. Y significa,
consiguientemente, que todo el mundo siente el
impacto del amor de Dios y que las criaturas
suspiran esperando que un día se manifieste la gloria
de los hijos de Dios y aparezca la nueva tierra y el
nuevo cielo. A partir de la Ascensión del Señor, la
esperanza trabaja la historia de los hombres que son
hijos del Futuro. El cristiano no puede ser un hombre
que pase por el mundo con indiferencia, creyendo
que lo importante es escapar de él y salvar su alma.
El cristiano ha de sacar adelante la esperanza del
mundo.

La Ascensión de Jesús significa que ha llegado el


momento de nuestra responsabilidad: "un poco de
tiempo". El espacio necesario para responder
nosotros. Jesús pronunció la Palabra. Si ahora calla,
es porque espera nuestra respuesta.

EUCARISTÍA 1974, 31

5. ASC/PROGRESO-HUMANO:

La sociedad no es un corro de amigos, sino una


pirámide de esclavos. Desde que venimos a este
mundo y hasta que salgamos de él, seremos
enteramente maleducados en la obsesión de
ascender.

Se nos presenta la vida como una escalada brutal


hacia los primeros puestos. Y se nos quiere justificar
tal interpretación de la vida, alegando la necesidad
del estímulo como condición sine qua non del
progreso.

Dejando de lado la cuestionabilidad de un tal


progreso que engaña a la mayoría (pues la mayoría
no puede ascender), el equívoco radica en confundir
el estímulo en el amor y en el servicio con la
exacerbación del egoísmo y la idolatría por el poder.
Se identifica torpemente la promoción del hombre,
servidor de todos, con la dignificación de unos
cuantos, que se servirán de todos.

PERSONAJE/PERSONA: Pero ocurre que, cuando la


sociedad distribuye a los hombres en jerarquías de
dignidad, generalmente la dignidad del hombre se
queda en la base. Sube el personaje, el uniforme y el
símbolo, suben los honorarios; pero el hombre, la
persona, queda a ras de suelo. Peor aún, a veces la
dignidad humana es sólo lastre del que conviene
aligerarse para ascender más de prisa. Porque, como
los que dispensan las dignidades son los de arriba,
no los de abajo, se opta por halagar a los de arriba,
en vez de servir todos al pueblo. Y así se subvierte el
verdadero orden social: el pueblo no es servido, es
sólo una rampa por la que subirán otros.

Y éstos, en la medida que se van desplazando hacia


arriba, ensanchan el círculo de sus servidores. Si
además, con un poco de suerte, no se salen del
círculo de adulaciones, fácilmente se dejarán
convencer de que todo el mundo les aprecia, cuando
ese todo el mundo es sólo el pequeño círculo de sus
incondicionales. Los que sirven a sus jefes, a costa
del pueblo, viven como "señores", pero se arrastran
como esclavos. El que sirve al pueblo, aunque sus
jefes lo ejecuten en la cruz como a un esclavo,
ascenderá como el Señor, que no vino a servirse de
los hombres, sino a servir y dar su vida.

EUCARISTÍA 1975, 29

6. ASC/QUE-ES

Ascensión del Señor. ¿Ascensión al cielo? ¿Qué


dirección es ésa? ¿Dónde está el cielo? O mejor,
¿qué es el cielo? El cielo de las estrellas y satélites y
el cielo al que según nuestra fe ascendió Cristo no
son idénticos. Cuando celebramos la fiesta de la
Ascensión del Señor y cuando todos los domingos
rezamos el Credo no estamos proclamando que
Cristo, anticipándose a la ciencia moderna,
emprendiera un viaje sideral. El cielo al que ascendió
Jesús no es objeto de dirección espacial, ni de
distancia, ni de traslación, ni de tiempo. La subida de
Cristo al cielo no es como la de los cohetes. Estos se
trasladan constantemente de un espacio a otro y se
encuentran siempre dentro del tiempo y del espacio,
sin poder nunca abandonar estas coordenadas, por
más lejanos que viajen por los espacios infinitos. La
ascensión de Cristo, más que una "subida" es un
paso, pero del tiempo a la eternidad, de lo visible o
lo invisible, de la inmanencia a la trascendencia, de
la opacidad del mundo a la luz divina, de los
hombres a Dios. La Ascensión de Cristo es
"ascensión" sólo en ese sentido.

¿Es mentira, pues lo que nos cuenta Lucas en los


Hechos de los Apóstoles? Hay que decir, para
contestar la pregunta, que ni San Mateo, ni San
Marcos, ni San Juan ni Pablo en sus cartas conocen
la Ascensión de Cristo tal como Lucas la narra. Para
ellos, la ascensión no es un acontecimiento visible,
sino invisible y en conexión inmediata con la
resurrección. Esta perspectiva que contemplaba
conjuntamente resurrección y ascensión se mantuvo,
a pesar del relato de Lucas, hasta el siglo IV
atestiguan los escritos de Padres como Tertuliano,
Hipólito, Eusebio, Atanasio, Ambrosio, Jerónimo y
otros. Hasta el siglo V la liturgia celebraba
conjuntamente la resurrección y la ascensión. Es
decir, la desmembración entre resurrección y
ascensión y el calendario aplicado (cuarenta días
intermedios, y diez siguientes para pentecostés,
durante bastantes siglos no ha sido tenido en la
Iglesia como una verdad inapelable y como tal
celebrada. Fue más bien considerada -quizá con una
comprensión más cercana a la intención del mismo
Lucas que la nuestra- como una manera de hablar y
plastificar algo que por sí mismo rebasa toda
plastificación.
Evidentemente, los problemas aquí encerrados y las
implicaciones de una comprensión correcta
desbordan las posibilidades de reflexión de estas
líneas. Lo que en cualquier caso es preciso subrayar
-creo- es la necesidad y la obligación que tenemos
de estudiar el problema para no predicar
ingenuamente sobre la ascensión. Si hoy ya sabemos
todo esto y hemos desmitificado (en el sentido
bultmanniano) tantas expresiones de fe, es hora de
presentar la fe de una manera crítica y adulta,
porque en la eucaristía les haríamos un flaco servicio
si les presentáramos la ascensión como una hazaña
espectacular o un milagro más a sumar a una
apologética innecesaria. Es cuestión de pensarlo
seriamente.

DABAR 1978, 29

7.

Las posibilidades de actualización eucarística de esta


fiesta son múltiples. Habría que destacar, en primer
lugar, el comentario de san León, precisamente en
una homilía sobre la Ascensión: "Aquello que fue
visible en nuestro Redentor, ha pasado ahora a los
sacramentos". Y, centralmente, en la Eucaristía. Una
vez más habrá que subrayar este elemento decisivo:
la celebración eucarística no es la simple memoria
histórica de unos acontecimientos, sino la
actualización de comunión y presencia con el
protagonista de los mismos, "que ha entrado en el
cielo mismo para presentarse ahora en el
acatamiento de Dios a favor nuestro" (/Hb/09/24).
Por eso podemos decir "hoy", hablando de la
ascensión, porque Jesucristo está "ante Dios" en el
perenne "hoy" de su misterio.

EU/PRESENCIA-J:De aquí también se puede derivar


una catequesis sobre la presencia real de Cristo en la
Eucaristía, que tenga en cuenta al mismo tiempo el
hecho de la ausencia del Señor según la forma
natural de ser, en la que está presente a la derecha
del Padre, y la presencia sacramental, igualmente
real -aunque no natural- en la que está entre
nosotros, bajo la apariencia del pan y del vino de la
Eucaristía (véase el Concilio de Trento, sesión XIII,
capítulo 1, DS 1636).

Este pan y este cáliz, en efecto, por la Palabra de


Cristo y la fuerza del Espíritu creador, han pasado a
ser el Señor glorificado, dado a su Iglesia, quedando
los mismos en su visibilidad terrena. También en
ellos se ha producido un misterio de ausencia y
presencia: la ausencia de su realidad profunda -la
substancia- que se ha convertido en el Cuerpo y la
Sangre del Señor, y la presencia de su manifestación
visible, en el mundo de la experiencia humana. He
aquí el sentido más fuerte del "sacramento", como
elemento de presencia y mediación de comunión
entre el misterio de Cristo y la Iglesia del tiempo
presente. En la Eucaristía ¡se nos da y ofrecemos al
Señor de la gloria! Hoy se podría destacar
precisamente el gesto final de la plegaria eucarística,
presentándolo como una especie de ascensión ritual
y explicando las palabras que lo acompañan: "Por
El", el Cristo que es el gran sacerdote que tenemos
en el cielo; "con El", que es el gran Presente entre
nosotros; "en El", en la comunión de vida que nos ha
hecho participar; nosotros proclamamos la gloria del
Padre, que es el misterio de la Palabra de Jesús,
llevados por el Espíritu Santo.

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1986, 10

8. ASC/VICTORIA:

La ascensión de Jesús es ya nuestra victoria.- Así se


declara en la Colecta. Esta afirmación, de profundas
raíces teológicas, debe ser formulada claramente a
los fieles. Por ser él el Mediador, todos nosotros, a
través de él, hemos subido a los cielos y hemos
pasado a la gloria del Padre. Aunque nuestra
condición terrena e histórica nos obliga a poner los
pies en tierra y tomar conciencia de que esa victoria
es aún provisional, anticipada y vivida a nivel de
misterio, y no compartida aún definitivamente.

Esto nos obliga a vivir en una esperanza activa y


gozosa, encaminando nuestros pasos hacia la patria
futura. Así se expresa el prefacio: "... para que
nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos con la
ardiente esperanza de seguirlo en su Reino".

JOSÉ MANUEL BERNAL


MISA DOMINICAL 1985, 11

9.

NOTA CATEQUETICA:

Como dice J. Lligades en el libro "Lluita-festa", "La


solemnidad de la Ascensión pone de relieve uno de
los aspectos de la Pascua: Jesús resucitado es el
Señor, exaltado a la derecha de Dios, y comparte
todo el poder de Dios.

Se trata de la conmemoración especial del hecho de


que, por el misterio pascual, Jesús ha llegado al
término de su camino, de modo que ha alcanzado la
plenitud. Es, pues, la realización de lo que las
profecías del Siervo de Dios y san Pablo (Fil 2,6-11)
nos anunciaban al comenzar la Semana Santa: que
Jesús, después de su humillación, recibiría el poder
total de Dios, exaltado como Señor del universo".

"No hemos de considerar, sin embargo, la fiesta de


hoy sólo como conmemoración de una realidad que
sólo afectara a Jesús. La exaltación de Jesús a la
derecha de Dios es para nosotros la garantía de la
salvación que esperamos. Jesús va delante para
abrirnos camino. Con El, también nosotros
conseguiremos la plenitud de la realización humana
como don de Dios. Jesús es el primero, y comparte
todo el poder de Dios; nosotros, en cambio,
participamos de la vida de Jesús sin llegar a su
totalidad. Pero en nosotros sentimos la tendencia
incontenible hacia esta totalidad, y de ahí que la
figura de Jesús que llegó ya al final de su camino es
al mismo tiempo un impulso y una promesa de la
certeza de lo que anhelamos".

Podríamos añadir que la Ascensión incluye también


un aspecto -como Pentecostés- más directamente
eclesial: los cristianos hemos de continuar el camino
de JC. Tenemos una tarea a realizar y una fuerza
para hacerlo ("recibiréis fuerza para ser mis
testigos"). Nuestra fe y nuestra esperanza se han de
realizar en este continuar la tarea de JC, gracias a la
fuerza de su Espíritu.

LA IMAGEN DE LA ASCENSIÓN: Es muy posible que


la imagen de la Ascensión que muchos
espontáneamente asocien, sea la clásica pintura de
un hombre, con vaporosas vestiduras, que sube al
cielo, con ángeles que le acompañan, mientras los
apóstoles contemplan su ascensión. La imagen
representa gráficamente lo que dice Lucas, pero en
realidad -dicen los exégetas- Lucas no pretendía
narrar como si se tratara de un reportaje un
acontecimiento, sino describir simbólicamente una
realidad de fe.

Lo que celebramos no es, por tanto, un hecho que


sucediera en un momento y un lugar determinado,
sino una afirmación de fe, afirmación que responde a
unos hechos, pero no se reduce a la escenificación
imaginada por Lucas (y no por los otros evangelios).
Será especialmente útil evitar en la predicación
insistir en la presentación gráfica de los hechos
(aunque sí en las palabras de JC). Porque si en aquel
tiempo estaba muy difundida la imagen de la
divinidad que "desciende" y "asciende" (dinámica a la
que responden tanto las narraciones del nacimiento
como las de la ascensión), hoy fácilmente esta
presentación imaginativa -simbólica- del Dios arriba,
que baja y sube, puede ser poco significativa,
entendida infantilmente, casi identificada a
narraciones fantásticas de extra-terrestres.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1978, 9

10. ENC/PROJIMO: CREER EN DIOS NO ES MUY


DIFÍCIL UBICÁNDOLO EN EL CIELO.LO DIFÍCIL
ES ACEPTAR QUE SE HA HECHO HOMBRE/QUE ESTA
EN EL PRÓJIMO: /Mt/25/31-46.

Nos ha resultado más cómodo ubicar a Xto, el Hijo


de Dios, a la derecha del Padre en el cielo, que
hacer sitio al Hijo del hombre en nuestro mundo y
por encima de nuestros intereses. Creer en Dios no
es muy difícil, sobre todo si lo situamos en el cielo.
Lo difícil -y eso es el cristianismo- es aceptar que
Dios se ha hecho hombre, que es hombre, que vive
y está con nosotros, precisamente en el prójimo.
Eso es difícil de creer, porque eso nos compromete y
nos complica la vida, cuestionando nuestra
seguridad, nuestro bienestar, nuestro progreso
frente al riesgo, malestar y subdesarrollo de tantos
millones de Xtos vivientes... en los que no creemos
y a los que olvidamos y rechazamos.

EUCARISTÍA 1990, 40

11.

Te damos gracias, Señor y Dios nuestro,


porque has resucitado a tu Hijo
y lo has encumbrado hasta tu diestra en el cielo.
De este modo has suscitado en nosotros una gran
esperanza
y has abierto camino a las aspiraciones de nuestro
corazón.

Te pedimos, Señor y Padre nuestro,


que sepamos ver tu claridad en los acontecimientos,
que podamos ver tu huella en todas las cosas,
para que no se apegue a ellas nuestro corazón
y se vea libre para remontarse hasta Ti.

Ayúdanos, Dios y Padre nuestro


a buscarte en el dolor y en la adversidad
a descubrirte en el gozo y en los placeres,
a sentirte cercano en los que sufren y tienen
hambre,
a mirarte con amor en el pobre y el marginado.

Danos tu Espíritu, ¡oh Dios!,


para construir una vida y un mundo más hermoso,
donde todos puedan vivir en armonía como
hermanos,
donde todos puedan llegar a conocerte
y en todos viva la esperanza de tu gloria.

EUCARISTÍA 1993, 26

12. La misión

Es una constante en la historia de la salvación;


cuando Dios escoge, después envía: Te he llamado,
para que vayas. Es la dialéctica entre el ven y el ve,
entre el venid e id. Fue llamando, por ejemplo, a los
discípulos: «Venid conmigo», «Sígueme». Ellos,
como el que encuentra un tesoro escondido, lo
dejaron todo y le siguieron con alegría. ¡Qué
maravilla de encuentro! Pero ahora les dice: «Id por
todo el mundo». Os llamé para enviaros a los
hombres; os saqué de la barca, donde pescabais,
pero para enviaros a otro tipo de pesca; os saqué de
vuestras casas, para que construyáis una casa
común. Yo marcho al Padre; vosotros no os quedéis
mirando al cielo, sino id a hacer de la tierra un cielo.

Una consecuencia de la fiesta de la ascensión es que


ahora empieza el tiempo de la Iglesia. Cristo
marchó; ahora, sus discípulos, nosotros, tenemos
que hacerlo presente. El Señor quiere valerse de
nosotros para repetir sus palabras y prolongar
sus obras. Hemos de prestar nuestros labios,
nuestros pies, nuestras manos y nuestro corazón a
Jesús, para que él, en nosotros, siga bendiciendo,
consolando, perdonando, compartiendo, sirviendo...

Jesús inició una tarea; nosotros tenemos que


completarla. Se trata de construir el reino de Dios,
el gran tema de Jesús; se trata de hacer posible el
reino de la paz y del amor, o sea, la
fraternidad universal. Por eso, no es cuestión de
quedarse mirando al cielo, sino de inclinarse sobre
las heridas y necesidades de la tierra. Lo nuestro es
«anunciar a los pobres la buena nueva, proclamar
la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos,
dar la libertad a los oprimidos y proclamar» la
misericordia y la gracia del Señor. El Señor nos
manda para que vayamos donde nos necesiten,
donde haya un clamor, una injusticia, una tarea,
una soledad. Nos manda para que seamos
instrumentos de su paz. Resumiendo,
nuestra misión es ir, como Jesús, por el mundo
«haciendo el bien», amando, amando, como Jesús.

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
CUARESMA Y PASCUA 1991.Pág. 240

13. /Hch/01/11:

¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?

Haced la tarea

¡Tenemos cosas que hacer


maravillosas!

Nos han encomendado la casa de este mundo.


Todo lo que el Creador hacía en él
es ahora tarea nuestra.
No os crucéis de brazos,
ni os deis a la buena vida.
¡De todo lo que podemos hacer
y no hagamos,
se nos pedirá cuenta!

¡Qué tarea tenemos encomendada!


Encender el sol cada mañana
para todos
y sacar brillo a la luna
para que relumbre por los caminos de la sombra.
Contar de una en una las estrellas,
investigar los planetas,
ponerles nombres:
a uno "amor",
a otro «solidaridad»,
al más lejano, "lugar de encuentro".

Tenemos que limpiar cada mañana la atmósfera,


para que respiren los niños
y se pierdan en su azul
el vuelo de los pájaros
y nuestras miradas.
Apresurémonos a limpiar el cielo
de aviones de guerra,
de helicópteros de vigilancia,
de cohetes nucleares,
de «cacharros» que llevan amenaza.

Hay que poner manos a la obra.


De lo contrario... llegará un día...
en que la tierra parecerá una caldera abrasada
y los árboles serán huesos calcinados
y los ríos llorarán como una madre sin agua.

Nos han dejado en la casa


para organizar entre los trabajadores
una convivencia digna.
¡Hay que poner sumo cuidado en la tarea!
Haced la Constitución
fundada en el valor de la persona.
Que reine el amor,
el respeto,
el servicio mutuo,
el desvelo por atender al que más lo necesita.

Mientras nosotros dormimos,


otros trabajan:
trabajan para sus propios intereses,
para someter a las personas,
aplastar a los pueblos,
llenar a tope sus arcas.
¿No véis cómo trabajan
cerrando la boca a los que gritan,
segando la vida a los que piden libertad,
apaleando a los que trabajan por la paz,
encarcelando a los que claman por la dignidad
de los hombres y de las villas?

Si hoy viniera el Dueño de la casa


y nos pidiera cuentas,
¿cuál sería el resultado
de la auditoría?

El Dueño de la casa avisa:


"Os lo digo a todos:
Trabajad con ahínco
en la tarea que os tengo encomendada".

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
CUARESMA Y PASCUA 1991.Págs. 241 s.

14.

Aunque las encuestas dan casi un cincuenta por


ciento que dicen no creer en la vida eterna, y a
pesar de que tampoco los creyentes sabemos muy
bien lo que nos espera, unos y otros tenemos
indicios suficientes para creer en el cielo. La
cuestión, como siempre, radica en la diversidad de
opiniones a partir de la diversidad de experiencias
que brotan de vidas tan diversas. No todos
pensamos lo mismo de lo mismo. Pero confesión de
fe en el cielo son, al menos desde un punto de vista
sociológico (¡también teológico!), todas esas
expresiones al uso en las que reconocemos el cielo
en las experiencias felices de la vida. Desde la
enamorada confesión "mi cielo", cantada como
"cielito lindo", hasta la rotunda aseveración "esto es
el cielo", o "esto es la gloria", pasando por las
innumerables y cariñosas confidencias "eres un
cielo", o "un sol", que viene a ser lo mismo.

De manera que en la vida de cada cual, pienso que


en la de todos, hay alguna experiencia, alguna
señal, suficiente para hacerse una idea del cielo. No
se trata, pues, de una palabra vacía ni de un recurso
clerical ni de una afirmación sin fundamento.
El lenguaje, en la medida que nace de la vida y
codifica lo vivido, resulta demasiado explícito, como
para menospreciarlo o no tenerlo en cuenta.

Otra cosa es cuando pretendemos -¡siempre la


misma pretensión!- meter el cielo en razón. No
cabe. La razón es solo una capacidad humana (no la
única), instrumentalizada en nuestra cultura para
fabricar artefactos, aunque sean de alta tecnología.
Y eso muy poco tiene que ver con la vida humana
que, aunque los necesita, sólo los utiliza para
proyectarse en aras del espíritu. El horizonte de la
vida humana es el cielo, no un supermercado.

Aunque tristemente, subliminarmente, nos están


comiendo el coco para presentarnos el cielo como
una cacharrería. Así se procede para valorar el nivel
de vida, la calidad de vida o el bienestar:
más cacharros y más perfectos. Algo a lo que la
inmensa mayoría no puede llegar. Algo de lo que
algunos ya están de vuelta. Porque eso sí que es un
cielo increíble. Eso sí que es el opio de los
pobres uncidos a la carrera del consumismo.

EUCARISTÍA 1993, 26
15. ASC/RS

La ascensión es el reconocimiento de que Jesús ha


pasado de este mundo al Padre, lo cual implica no
verlo con nuestros ojos. Esto es el resultado de la
resurrección. Vemos, sin embargo, sus signos, su
poder, su actuar. Pero lo vemos con los ojos de la
fe, algo mucho más importante que el verlo
físicamente.

DABAR 1996, 31

16. MP/3-ASPECTOS RS/ASC/PENT

La resurrección, la ascensión y pentecostés son


aspectos diversos del misterio pascual. Si se
presentan como momentos distintos y se celebran
como tales en la liturgia es para poner de relieve el
rico contenido que hay en el hecho de pasar Cristo
de este mundo al Padre.

La resurrección subraya la victoria de Cristo sobre la


muerte, la ascensión su retorno al Padre y la toma
de posesión del reino y pentecostés, su nueva forma
de presencia en la historia. La Ascensión no es más
que una consecuencia de la resurrección, hasta tal
punto que la resurrección es la verdadera y real
entrada de Jesús en la gloria. Mediante la
resurrección Cristo entra definitivamente en la gloria
del Padre.

17. ASC/PREFACIOS

Los prefacios de la Ascensión

Para estos últimos días de la Pascua, el Misal nos


ofrece tres prefacios. Los dos primeros, más
oficiales, valen tanto para el domingo como para las
ferias de la séptima semana. El tercero, añadido en
la última edición del Misal castellano, está pensado
para las ferias siguientes a la Ascensión, y acentúa
la espera del Espíritu.

Los tres nos ayudan a seguir celebrando y viviendo


el misterio pascual sobre todo dando gracias a Dios

- por la glorificación de Jesús en su Ascensión, «ante


el asombro de los ángeles»,

- por su papel de mediador y sacerdote celeste,


porque sigue intercediendo por nosotros,

- por su cercanía a nosotros, porque «no se ha ido


para desentenderse de este mundo»,

- sino que, como Cabeza de la Iglesia, quiere


comunicarnos su divinidad y nos ha precedido en el
destino definitivo,

- y nos asegura el envío del Espíritu sobre una


comunidad que, con laVirgen María y los Apóstoles,
le espera en oración.

Prefacio I

«Porque Jesús, el Señor,


el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la
muerte,
ha ascendido ante el asombro de los ángeles
a lo más alto del cielo,
como mediador entre Dios y los hombres,
como juez de vivos y muertos.
No se ha ido para desentenderse de este mundo,
sino que ha querido precedernos como cabeza
nuestra
para que nosotros, miembros de su Cuerpo,
vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su
reino».

Prefacio II

«... Que después de su resurrección


se apareció visiblemente a todos sus discípulos
y, ante sus ojos, fue elevado al cielo
para hacernos compartir su divinidad».

Prefacio lll

«... por Jesucristo, tu Hijo, Señor del universo.


El cual, habiendo entrado una vez para siempre
en el santuario del cielo,
ahora intercede por nosotros,
como mediador que asegura
la perenne efusión del Espíriitu.
Pastor y obispo de nuestras almas,
nos invita a la plegaria unánime,
a ejemplo de María y los Apóstoles,
en la espera de un nuevo Pentecostés...».

18. LA ASCENSIÓN COMO ENVÍO

La Ascensión es un misterio de planificación, pues


culmina el misterio pascual. Hoy actualizamos y
celebramos en la fe el estado glorioso de Jesús de
Nazaret, sentado a la derecha del Padre en el cielo.

Celebrar la Ascensión del Señor no es quedarse


estáticos contemplando el azul celeste o mirando las
estrellas. No es vivir con los brazos cruzados
pensando en la estratosfera y soñando evasiones
fuera de la realidad. No es suspirar por un cielo
nuevo y una tierra nueva, creyendo que en este
mundo vivimos en una ausencia que engendra
tristeza.

Todos necesitamos ascender, subir y superar


nuestros niveles bajos de atonía humana y
espiritual. Necesitamos perspectivas de altura para
ver todo con más verdad y justa proporción. Es
urgente ascender en la fe, en la esperanza y en el
amor. Paradójicamente ascendemos mejor cuando
descendemos más, somos ciudadanos del cielo
cuando en la tierra caminamos comprometidos en
las exigencias del Evangelio. Cristo ha ascendido a
los cielos porque antes descendió obediente a la
voluntad del Padre hasta la verdad del desprecio, de
la condena y de la muerte.

La Ascensión es sobre todo un envío y un


compromiso en la Iglesia. Con realismo cristiano hay
que vivir en el mundo trascendiendo todo,
bautizando siempre, predicando el Evangelio
en cualquier circunstancia, bendiciendo a todos,
dando testimonio de cuanto hemos visto en la fe. Si
levantamos los ojos para ver a Cristo que asciende,
es para saber mirar a los hombres y
reconocerlos como hermanos. Y a la vez acrecentar
nuestro deseo del cielo.

Andrés Pardo

19.

Llegamos al final del tiempo pascual y nos


encontramos con dos fiestas de profundo contenido
cristiano: La Ascensión y Pentecostés que son la
plenitud de la Pascua de Jesús el cual habiendo
sido glorificado envía sobre nosotros el don del
Espíritu Santo.

La Ascensión es el final de una misión que Jesús ha


cumplido con generosidad, ha dado testimonio del
amor de Dios entregando su vida y ahora vuelve al
Padre.

Esto no significa que se ha alejado de nosotros, está


más presente que antes, nos dice: "yo estaré con
ustedes todos los días", " este pan es mi cuerpo", lo
que ustedes hacen a estos pequeños a mí me lo
hacen".

Debe alegrarnos el no celebrar un acontecimiento del


pasado, estamos celebrando a Jesús resucitado,
presencia siempre nueva, siempre real, sin dejar por
ello de ser misteriosa; "donde dos o más estén
reunidos en mi nombre allí estoy yo".
El tiempo de Jesús es el nuestro, si hemos muerto
con él, sabemos que con él resucitaremos,
compartiendo su misma gloria; él se ha ido para
prepararnos un lugar en la casa del Padre,
pues quiere que compartamos su destino, el cuerpo
debe estar donde está la cabeza; esto implica
asumir muchos retos, es decir, un compromiso claro
aquí en la tierra, pues él actúa a través de
la comunidad de los creyentes, hay mucho que
hacer para salvar al hombre.

A las puertas del tercer milenio debemos sentirnos


urgidos por evangelizar a los hermanos, hacer que
Cristo sea conocido por todos, que descubran que el
amor de Dios ha sido manifestado a los hombres por
medio de Cristo Jesús.

C. E. de Liturgia
PERÚ

20. Hacia el Padre

En evangelios de tan distintos planteamientos como


el de Lucas y Juan, encontramos una coincidencia
que nos ayuda a entender la fiesta de hoy. San
Lucas nos presenta a Jesús adolescente, que
se despreocupa incluso de su Madre y da como
razón: "ÀPor qué me buscabais? ÀNo sabíais que yo
debía estar en casa de mi Padre?". San Juan recoge
otra frase de Jesús que expresa el
mismo pensamiento pero englobando toda su
existencia humana: "Vengo del Padre y vuelvo al
Padre".

En esta clave es fácil conectar los misterio de la


Encarnación y la Pascua de Cristo. Si por el primero
abandonó, de un modo misterioso, su estar con el
Padre; su Pascua fue dejar esta vida humana, por la
muerte, para volver al Padre por la
Resurrección, que en este sentido, es una
Ascensión.
Los textos litúrgicos orientan nuestra atención hacia
esta dimensión del misterio que celebramos y nos
descubren lo que significa para nosotros. Realmente
la Ascensión de Cristo pone a nuestra vida la misma
meta que tuvo la suya. Así la oración colecta del día
da gracias al Padre "porque la ascensión de
Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria y donde
nos ha precedido El, que es nuestra cabeza,
esperamos llegar también nosotros como
miembros de su cuerpo".

La esperanza que nace del misterio de la Ascensión


no nos ahorra los trabajos de esta vida: tanto los
del crecer constantemente en la vida cristiana y sus
compromisos como los que supone el peso de la
existencia con todos sus avatares; pero les da a
todos ellos la categoría existencial de estar
orientados hacia el Padre, de tal forma que vivir en
cristiano es una constante ascensión.

Antonio Luis Martínez


Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz

21. Algo nuestro

En el tiempo pascual la liturgia de la Iglesia sigue los


pasos de su Señor Resucitado y nos ha ido
presentando los diversos encuentros que tuvo con
sus discípulos. En este día, celebra el último de
los mismos.

La tradición popular ha dado mucho relieve a esta


fiesta de la Ascensión -uno de los jueves del año
que reluce más que el sol- y acertaba su sentido de
fe ya que es uno de los misterios que desvela mejor
el contenido de la Resurrección de Cristo.

Cierto, pues manifiesta que no se trataba para Cristo


de un mero volver a la vida, sino de un volver al
Padre que, como dice la segunda lectura, reveló su
poder salvador en "la eficacia de su fuerza
poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de
entre los muertos y sentándolo a su derecha en el
cielo".

En el relato que nos presenta en la primera lectura,


san Lucas para decir lo mismo recoge la simbología
bíblica que ha visto en la nube un trasunto de la
gloria de Dios (p.ej. las teofanías del Sinaí)
y describe la entrada de Cristo en la gloria de Dios
con estas palabras: "Lo vieron levantarse, hasta que
una nube se lo quitó de la vista".

En la segunda lectura, la liturgia intenta que este


misterio no quede como algo solamente de Cristo y
nos presenta la doctrina de san Pablo que haciendo
referencia -como ya hemos visto antes- al poder del
Padre que resucita y sienta a su derecha a Cristo
invita a efesios a que se den cuenta de que esa
realidad divina realizada en Cristo les atañe también
a ellos pues "es la esperanza a la que os llama.. La
riqueza de gloria que da en herencia a los santos":
lo realizado en la Cabeza se ofrece también al
Cuerpo, que somos nosotros.

Antonio Luis Mtnez


Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz

22. NO "ENCIELAR" A CRISTO

La Iglesia celebra hoy el misterio, no el simple


hecho, de la Ascensión del Señor. Porque Cristo bajó
a la realidad de nuestro mundo, a la verdad de la
carne humana , al dolor de la muerte, por eso Cristo
subió por la resurrección a la gloria del Padre,
llevando cautivos y comunicando sus dones a los
hombres.

El misterio de la Ascensión no es simple afirmación


de un desplazamiento local, sino creer que Cristo ha
alcanzado la plenitud en poder y gloria, junto al
Padre. La Ascensión es la total exaltación.

Esta solemnidad es día propicio para meditar en el


cielo, como morada, como presencia de Dios. Frente
a definiciones complicadas hoy brota casi
espontánea la afirmación de que el cielo es
presencia y el Infierno ausencia de Dios.

¿Cómo el hombre puede vivir en presencia de Dios y


tener experiencia celeste durante su paso por la
tierra? En el evangelio encontramos la respuesta
contundente: "guardando las palabras del Señor,
amando".

Por eso hay que evitar el peligro de "encielar" a


Cristo, de llevarlo arriba desconectando de lo que
pasa aquí abajo, de desterrarlo y perderlo. Quizás
para algunos es más tranquilizante dejar a Cristo en
el cielo para así poder vivir menos exigentemente en
la tierra. Piénsese que de la misma manera que la
encarnación no supuso abandono del Padre, la
ascensión no es separación y abandono de los
hombres. A Cristo se le encuentra presente en la
plegaria y en la acción, en los sacramentos y en los
hermanos, en todos los lugares en que su gracia
trabaja, libera y une.

Recibiréis fuerza para ser mis testigos" Este equilibrio


entre el respeto a la libertad del otro y el amor al prójimo
nos sitúan a los que tenemos la misión de "hacer
discípulos" en una posición de desventaja y de debilidad.
Dios quiso, nos dirá el apóstol Pablo, que la fe y la
salvación llegasen por algo tan trivial como la predicación.
No tenemos otro medio de persuasión que la palabra,
aunque, eso sí, es la palabra de Dios y no las
elucubraciones de los hombres.

Esta situación de debilidad no es otra que la de la cruz, la


que eligió Jesús. Al celebrar hoy su ascensión al cielo,
celebramos el reconocimiento por parte de Dios del
camino elegido y seguido por Jesús hasta sus últimas
consecuencias: el camino de la predicación, del servicio,
de la muerte en la cruz. La ascensión de Jesús nada tiene
que ver con las estrategias y cálculos humanos para
medrar y ascender aplastando y desplazando a los demás.
La ascensión se inicia en la subida a la cruz, al colmo del
amor a los demás, al límite del espíritu de servir, al
extremo de la obediencia al Padre. Por eso el que sube a
la cruz ascenderá hasta el cielo y se sentará a la derecha
del Padre.

Desde la cruz, que es el último lugar del mundo, pero el


primero para subir al cielo, Jesús deja en nuestras manos
la misión que le trajo a este mundo. Id, nos dice, y haced
discípulos de todos los pueblos... Yo estoy con vosotros.
En el nombre de Jesús recorreremos el mundo entero para
que el evangelio se escuche en toda la tierra y todos
puedan ser discípulos de Jesús. Tal es la misión de la
Iglesia, la de los bautizados, la nuestra.

EUCARISTÍA 1987, 26

2. El relato de la ascensión de Jesús tiende a subrayar la


responsabilidad de los creyentes. Así como "en el principio
creó Dios el cielo y la tierra" y todas las cosas y, una vez
creado el mundo, lo sometió a la responsabilidad del
hombre, que habrá de dar cuenta de la gestión ante el
Creador, así también el relato de la ascensión acentúa la
subida al cielo de Jesús, para que quede patente que la
tierra queda en manos y bajo la responsabilidad de los
discípulos de Jesús, que tendrán que responder de su
gestión ante Jesús, que ha de volver a pedirnos cuentas.
De modo que la ascensión del Señor define el tiempo de la
responsabilidad cristiana.

A veces se oye hablar, y se escribe, sobre la ausencia de


Dios, lamentando que estamos como abandonados o
dejados de la mano de Dios. Pero no hay tal; lo que sí hay
es un tremendo absentismo cristiano, incluso humano.
Absentismo en el sentido de que no estamos en lo que
tenemos que estar y no hacemos lo que cabría esperar de
los que creen en la resurrección. Estábamos mal
acostumbrados a vivir la fe en un mundo que, a falta de
otra ruta, había aceptado el mundo cristiano. Pero hoy ese
mundo ha descubierto -al menos así lo cree- su propio
camino, y este camino se distancia cada vez más del
cristiano, porque se había quedado estrecho y sin
horizonte. El problema radica ahora en que somos
nosotros -la Iglesia, los cristianos- los que andamos como
perdidos, sin posicionarnos responsablemente en el
mundo. El peligro que se cierne sobre nosotros es que, en
vez de seguir a Jesús que nos exhortaba a estar en el
mundo sin ser del mundo, ahora resulta que somos del
mundo y vivimos en Babia, pues no estamos respondiendo
al Evangelio.

En esta perplejidad es más cómodo abandonarse a la


nostalgia del pasado, machacando una y otra vez eso de la
secularización, o echar pelotas fuera lamentando la
ausencia de Dios. Pero la secularización es también la
consecuencia de la inoperancia de los cristianos, y la
ausencia de Dios una blasfemia, difícilmente conciliable
con la fe en Dios. No es Dios quien está ausente, somos
nosotros los que hemos ido haciendo mutis por el foro en
la escena de este mundo. Nuestra responsabilidad como
cristianos es hacer visible la presencia de Dios en el
mundo. Si no se ve a Dios es porque no se nos ve el pelo
a los cristianos. La misión de la Iglesia es hacer presente
el reino de Dios, no hacerse pesada como una fuerza
multinacional o un grupo de presión en busca de intereses
que no son los del Evangelio.

LUIS BETES
DABAR 1990, 30

3. En este mundo presente, difícil y doloroso, la fiesta de


hoy -la palabra de Dios que hemos escuchado- nos indica
el verdadero camino, en el cumplimiento de nuestro deber
de cristianos, ahora y aquí que es preciso seguir, a pesar
de nuestras limitaciones.
NO PODEMOS INHIBIRNOS, porque Jesús esté en el cielo
y "donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza,
esperamos llegar también nosotros como miembros de su
Cuerpo". (Como si dijéramos: puesto que es imposible
resolver los males del mundo, ¡vivamos la esperanza en el
cielo!). Es la solución equivocada, fácil, de aquellos que se
encierran en sí mismos, procuran resolver sus problemas
personales, rozan sólo tangencialmente los de los demás...
y su vida cristiana consiste en asegurar la propia
salvación. Es el comportamiento de aquellos cristianos
para los que la tierra y el tiempo en el que viven sólo tiene
un valor relativo y su piedad, su salvación, lo es todo.
Podríamos preguntarles: ¿qué hacéis ahí plantados
mirando al cielo?" Son muchos más de los que parece,
porque son muchos los que dicen que aquí no se puede
hacer nada, muchos los que actúan de modo que los
problemas personales les hacen olvidar los deberes
sociales.

TAMPOCO ES SOLUCIÓN CRISTIANA vivir los males de


este mundo, olvidando que "no os toca a vosotros conocer
los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su
autoridad" para establecer el Reino de Dios, que es
justicia, libertad, paz y amor. Es la visión de aquellos para
los que la vida futura no cuenta, y todos los males hay
que resolverlos en el tiempo, y sólo con miras y medios
humanos. Viven asfixiados por un presente sin
trascendencia que, en la imposibilidad de solucionar los
males, les conduce a un pesimismo, o a unos males tanto
o más dolorosos que los que quieren remediar.

R. DAUMAL Obispo auxiliar


BARCELONA
MISA DOMINICAL 1987, 11

4. NU/40-DIAS Mt/28/20. ASC/ENCARNACION: UNA


RELACIÓN MAS INTIMA CON CADA HOMBRE. Ef/04/10.
"Apareciéndoseles durante 40 días, les habló del Reino de
Dios". Los 40 días en el A. y N.T. representan un período
de tiempo significativo, durante el cual el hombre o todo
un pueblo se encuentra recluido en la soledad y en la
proximidad de Dios para después, volver al mundo con
una gran misión encomendada por Dios.

Con el acontecimiento de la Ascensión se termina una


serie de apariciones del Resucitado. ¿Dónde estaba Jesús
durante los 40 días después de Pascua, cuando se
aparecía a sus discípulos? ¿Estaba solitario, escondido, en
algún lugar de Palestina, del que salía de cuando en
cuando, para ver a sus discípulos? ¡NO! Jesús estaba ya
"junto al Padre" y "desde allí" se hacía visible y tangible a
los suyos.

Junto al Padre estaba ya desde su resurrección y con


nosotros permanece aun después de subir al Padre. En la
Ascensión no se da una partida que dé lugar a una
despedida; es una desaparición que da lugar a una
presencia distinta.

Jesús no se va, deja de ser visible. En la Ascensión Cristo


no nos dejó huérfanos, sino que se instaló más
definitivamente entre nosotros con otras presencias. "Yo
estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los
siglos" (Mt/28/20). Así lo había prometido y así lo cumplió.
Por la Ascensión Cristo no se fue a otro lugar, sino que
entró en la plenitud de su Padre como Dios y como
hombre. Y precisamente por eso se puso más que nunca
en relación con cada uno de nosotros.

Por esto es muy importante entender qué queremos decir


cuando afirmamos que Jesús se fue al cielo o que está
sentado a la derecha de Dios Padre. La única manera de
convertir la Ascensión en una fiesta es comprender a
fondo la diferencia radical que existe entre una
desaparición y una partida. Una partida da lugar a una
ausencia. Una desaparición inaugura una presencia oculta.

Por la Ascensión Cristo se hizo invisible: entra en la


participación de la omnipotencia del Padre, fue
plenamente glorificado, exaltado, espiritualizado en su
humanidad. Y debido a esto, se halla más que nunca en
relación con cada uno de nosotros.

Si la Ascensión fuera la partida de Cristo deberíamos


entristecernos y echarlo de menos. Pero,
afortunadamente, no es así. Cristo permanece con
nosotros "siempre hasta la consumación del mundo". En la
Biblia, la palabra cielo no designa propiamente un lugar:
es un símbolo para expresar la grandeza de Dios. S. Pablo
dice: "subió a los cielos para llenarlo todo con su
presencia" (Ef/04/10), es decir, alcanzó una eficacia
infinita que le permitía llenarlo todo con su presencia.

"Encielar" a Cristo es como desterrarlo, es perderlo. Su


ascensión es una ascensión en poder, en eficacia, y por
tanto, una intensificación de su presencia, como así lo
atestigua la eucaristía. No es una ascensión local, cuyo
resultado sólo sería un alejamiento. No olvidemos que el
relato de los Hch de los apóstoles es mucho más el relato
de la última aparición de Cristo que la fecha de su
glorificación.

5. Lucas nos ha dejado dos relatos muy diferentes de la


Ascensión. El primero sirve de doxología a la vida pública
del Señor; el segundo sirve de introducción al Libro de los
Hechos y a los comienzos de la Iglesia. El primero, de
inspiración litúrgica (cf. Lc 24, 44-53: comparar, por
ejemplo, con Eclo 50, 20; Núm 6; Heb 6, 19-20; 9, 11-
24), nace de un género literario documental; el segundo,
de inspiración cósmica y misionera, es mucho más
simbólico y exige una cierta desmitificación. En efecto,
mientras que algunos relatos de la ascensión (primer y
tercer Evangelios, porque el de Marcos es muy tardío) sólo
la presentan como la otra cara del misterio pascual, el
relato de los hechos materializa el acontecimiento y exige,
por tanto, un tratamiento especial.

***
a) En la versión de los Hechos, la Ascensión aparecía ante
todo como la inauguración de la misión de la Iglesia en el
mundo. Los cuarenta días (v. 3) fijados por Lucas como la
duración de la estancia en la tierra del Resucitado deben
ser comprendidos en el sentido de un último tiempo de
preparación (el número 40 designa siempre en la Escritura
un período de espera), son pues una medida proporcional
y no cronológica. La Resurrección no es pues un final, sino
el preámbulo de una nueva etapa del Reino: la estancia de
Cristo sentado a la derecha del Padre y de la misión de la
Iglesia. A este respecto es muy significativa la advertencia
de los ángeles que invitan a los apóstoles a no quedarse
mirando al ciclo (v. 11).

Cristo sentado a la derecha de Padre (cf. Ef 1, 20; Col 3,


1; Act 7, 56) es evidentemente una imagen. Lucas no
quiere localizar la presencia del Señor, sino solamente
hacer comprender que el Resucitado es a partir de este
momento aquel a quien Dios ha enviado el Espíritu, fuente
y origen de la misión universal de la Iglesia y de todo lo
que tiene carácter universalista en el mundo.

b) Igualmente, la imagen de la nube no se debe tomar en


sentido material. Para Lucas la nube es solamente el signo
de la presencia divina, como lo fue en la tienda de la
reunión y en el Templo. No se trata en modo alguno de un
fenómeno meteorológico, sino de un acontecimiento
teológico: la entrada de Jesús de Nazaret en la gloria del
Padre y la certidumbre de su presencia en el mundo. Jesús
resucitado es a partir de este momento el lugar de la
presencia de Dios en el mundo. El único lugar sagrado de
la nueva humanidad.

c) Lucas da por último al acontecimiento un tono


dramático. Es el único que presenta a Cristo como
"arrebatado" (v. 11; cf. Mc 16, 19) o "llevado" (v. 9). Hay
aquí una idea de separación y de ruptura, aún más
acrecentada por la afirmación de que no corresponde a los
hombres conocer el final de su historia (v. 7) y por la
llamada a los apóstoles al realismo del que querían
evadirse (v. 11). Sin duda Lucas quiere mostrar que Cristo
no puede menos que separarse de gentes que sólo
piensan en el inmediato establecimiento del Reino (v. 6) y
que sólo está presente en aquellos que aceptan el largo
caminar que pasa por la misión y el servicio de los
hombres (v. 8). También quiere mostrar que para que la
Iglesia comience su misión es necesario que rompa con el
Cristo carnal. De ahora en adelante sólo es posible unirse
a Cristo por intermedio de los apóstoles revestidos del
Espíritu de Cristo. Tras la insistencia de Lucas sobre la
separación entre Jesús y los suyos se dibuja pues una
manera de ver la Iglesia.

***

Se puede, por tanto, hablar de una especie de


desmitificación del relato de la Ascensión. Pero ¿es
desmitificar suprimir interpretaciones impuestas al texto
de San Lucas por culturas distintas de la suya?. En efecto,
todos los elementos del relato muestran, por el contrario,
cómo el evangelista y sus contemporáneos vieron en la
Ascensión la inauguración del Reino cósmico del Señor y
de su presencia en el mundo. A este respecto, la
concepción del autor está singularmente cerca de Ef 4, 7-
13, que recuerda cómo la "subida" de Cristo es solidaria
del don de los carismas a la Iglesia. En efecto, gracias a
que su Señor está ahora unido al Dios universal, la Iglesia
puede estar presente en todos los tiempos y en todos los
lugares. San Lucas, historiador de la expansión de la
Iglesia, explica, pues, en su relato de la Ascensión cómo
Cristo está en el origen del movimiento universal que
comenzó en Jerusalén y por qué Cristo pertenece a todo
hombre, a toda cultura, a todo país.

Si la Ascensión es el punto de partida de la misión de la


Iglesia, una gran confusión perdura aún en el espíritu de
los apóstoles y se encuentra todavía en la Iglesia actual.
Fácilmente se cree que es hoy cuando el Señor va a
establecer su Reino y esta creencia obstaculiza a la misión
de la Iglesia y al rostro que ella adopta en el mundo.
Querer que el Reino venga hoy es transformar a la Iglesia,
aún provisional, en Reino definitivo y absolutizar algunos
de sus rasgos provisionales.
Lo que importa no es admirar o criticar a la Iglesia, sino
creerla. Pero en tanto en cuanto se la "crea" es que aún
no se "ve" el Reino.

En realidad la Iglesia se define con relación al Reino a


partir de nociones como "todavía no" (lo que explica su
situación de camino) y, "no obstante ya" (lo que quiere
decir que ya hoy, independientemente de que el Reino no
ha venido aún, todos están llamados a una actitud de fe y
de conversión). Por este motivo, la Iglesia está al servicio
del Reino porque ella es en el mundo quien interpela hoy a
los hombres pecadores.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969, pág. 216

6. Los cinco primeros capítulos de este libro muestran, con


pocas pero bien elegidas imágenes, los primero días de la
iglesia de Jesús en Jerusalén; se trata del tiempo en que
los doce apóstoles dirigen solos, sin ayudantes, la vida de
la comunidad, es decir, de los primeros discípulos. El
acento (de esta actividad) reside siempre en la referencia
al Espíritu Santo, la fuerza que dominaba en la iglesia
primitiva y capacitaba a los apóstoles a cumplir el encargo
de Jesús.

Los primeros versículos enlazan con el evangelio, del


mismo autor, indicándose igualmente que también está
dedicado al mismo amigo de Lucas. Pero lo primero
importante que aparece es el encargo de Jesús a los
apóstoles sobre la espera del Espíritu Santo: precisamente
por la despedida de Jesús, el Espíritu Santo entra más de
lleno en el campo de mira y actuación de los apóstoles.

Efectivamente: Jesús se despide y parte de los suyos a la


oculta gloria del Padre, deja el encargo de esperar la
fuerza de lo alto, que es el Espíritu de Dios, con la que
podrán llevar a cabo la misión encomendada. Sin
embargo, todavía aparece la pregunta sobre el momento
de la restauración del reino de Israel. La respuesta es
contundente: no tienen porqué preocuparse los discípulos
de la alta intención de Dios; más bien tienen que pensar
en la tarea que están a punto de comenzar con el impulso
del Espíritu: como testigos de Jesús, llevar a los hombres
la realidad de la salvación establecida por él en la palabra
y en la gracia.

Hay que resaltar el significado fundamental de la palabra


"testigo" en relación con el esquema del campo de misión
("Jerusalén-Judea-Samaría- confines de la tierra"), es
decir, la tarea se orienta universalmente, a lo ancho del
mundo; esquema que ya es repetición de Lc 24, 47s. En
este sentido es importante ver que sólo el Jesús resucitado
da esta misión ("confines de la tierra", "a todos los
pueblos", "a toda criatura"), mientras que Jesús al
principio (Mt 10,5s;15,24) se había limitado a Israel.

Junto al testimonio de la real ascensión de Jesús al Padre,


el consuelo de estas revelaciones se centra en la promesa
de su retorno. Entre el Señor que marcha y el que ha de
venir se halla el tiempo del testimonio de la iglesia. Aquí
queda fundada la espera (esperanza) de los cristianos, que
en el tiempo de los apóstoles estuvo impregnada de una
fuerte convicción de la inmediata llegada de la parusía
(Hch 3,20;1 Tes 4,15;1 Cor y,26;15,51).

EUCARISTÍA 1988, 24

7. Lucas hace alusión a su evangelio, cuyo relato se


propone continuar ahora en los Hechos. Ambos libros
están dedicados a un tal Teófilo, quien se encargaría de su
difusión; pues, según costumbre de la época, el libro
pasaba a ser propiedad de la persona a la que estaba
dedicado, siempre que ésta se comprometiera a difundirlo.

Todas las "apariciones" de Jesús son para Lucas "pruebas"


de que ha resucitado y vive para siempre. Y la mayor de
todas estas pruebas es la ascensión a los cielos. De esta
manera confirma la fe de los que han de ser sus testigos
en todo el mundo, de los apóstoles.

Tenemos aquí la única información bíblica sobre el tiempo


que duraron las apariciones del Señor; pero este dato no
tiene demasiada importancia, entre otras cosas porque se
trata evidentemente de un número simbólico igual que los
cuarenta años de peregrinación de Israel por el desierto o
los cuarenta días de ayuno de Jesús antes de comenzar su
vida pública. Lo que sí es importante es la instrucción
acerca del reino de Dios que reciben los apóstoles durante
este tiempo primordial. Jesús no les instruye acerca de la
organización de la iglesia, sino que les habla del reino de
Dios. No debe confundirse el reino de Dios con la iglesia,
que lo proclama en el mundo.

Después de esta noticia global sobre las apariciones de


Jesús, Lucas se refiere concretamente a una de ellas.
Jesús ordena a sus discípulos que se queden en Jerusalén
hasta que sean "bautizados con Espíritu Santo", esto es,
hasta que descienda sobre ellos el Espíritu Santo, que es
la fuerza de Dios. También Jesús, después de su bautismo
en el Jordán y antes de comenzar a predicar el evangelio
del reino de Dios, recibió el Espíritu Santo.

El don del Espíritu había sido anunciado por los profetas


como una señal de los tiempos mesiánicos. Esto y la
enseñanza que recibe sobre el reino de Dios, hace pensar
a los apóstoles que ha llegado el momento de restaurar la
dinastía de David y reivindicar frente a los romanos la
soberanía de Israel.

Jesús deshace el malentendido. Les dice que el don del


Espíritu lo van a necesitar para llevar el evangelio a todas
las naciones comenzando por Jerusalén. Por otra parte,
rechaza la pretensión humana de conocer los tiempos y las
fechas en que Dios cumplirá las promesas a Israel. Y en
cualquier caso, el reino de Dios, que ha de anunciarse a
todas las naciones, desborda los intereses particulares de
un mesianismo concebido a ras de tierra en beneficio de
los judíos.
La ascensión de Jesús es un misterio, un acontecimiento
para la fe. Lo que importa no es su descripción a manera
de un acontecimiento visible sino la realidad significada en
esa descripción. La ascensión del Señor es el éxodo por
antonomasia (cfr. Lc 9,31), el retorno de Jesús al Padre
(cfr. Jn 13,1; 14,28; 16,28; 17,13; 20,17) y su entrada en
la gloria (Jn 13,31s; 17,1) la condición requerida para que
el Señor envíe el Espíritu (Jn 16,7; 15,26) y el anuncio de
la segunda venida del Señor sobre las nubes (1,11). En
ella aparece la dimensión cósmica del triunfo de Jesús,
que ha sido constituido como Señor, y se proclama el
advenimiento del reinado de Dios que trasciende los
limites y fronteras y acoge a todos los hombres sin
discriminación (10,34sg; 17,30; Lc 24,47).

Ha terminado la obra de Jesús y debe comenzar ahora la


misión en el mundo la comunidad de Jesús. Se abre un
paréntesis para la responsabilidad de los creyentes. Entre
la primera y la segunda venida del Señor, se extiende la
misión de la iglesia. No podemos quedarnos con la boca
abierta viendo visiones.

EUCARISTÍA 1982, 25

8. MP/RS-ASC-PENT:
La resurrección, la ascensión y pentecostés son aspectos
diversos del misterio pascual. Si se presentan como
momentos distintos y se celebran como tales en la liturgia
es para poner de relieve el rico contenido que hay en el
hecho de pasar Cristo de este mundo al Padre.

La resurrección subraya la victoria de Cristo sobre la


muerte, la ascensión su retorno al Padre y la toma de
posesión del reino y pentecostés, su nueva forma de
presencia en la historia.

Para esta narración Lucas utiliza el género literario de


ascensión que es una forma apocalíptica muy en boga en
el judaísmo tardío.
Es una forma de afirmar que Jesús ha entrado en la gloria
del Padre, que su presencia entre los apóstoles queda
ahora escondida bajo el símbolo de la nube. La
intervención de los ángeles es garantía del retorno en
poder y rechazo de la categoría apocalíptica de la
inminencia de la parusía. Al sustraerse de la experiencia
sensible de los discípulos, Jesús quiere eliminar
definitivamente todo equívoco mesiánico-terreno.

Se subraya la importancia de no detenerse en


elucubraciones sobre el futuro, porque está en manos de
Dios. Lo que cuenta es el presente caracterizado por la
presencia y acción del Espíritu que determina toda la
acción de la Iglesia. El v. 8, que presenta el programa de
los Hechos indica también la actividad de la Iglesia.

El mensaje que Lucas dirige a la comunidad primitiva es:


No esperéis el retorno inmediato de Cristo. Trabajad ahora
con gozo para testimoniar que Jesús ha resucitado y que
el reino de Dios está en medio de vosotros, aunque de
modo invisible.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 10

9. El autor de Hechos, antes de comenzar la segunda


parte de su obra (continuación del tercer evangelio),
recuerda brevemente al lector, Teófilo, el punto a donde
había llegado en la primera parte (v. 1-2). Aprovecha la
ocasión para ampliar lo que ya había brevemente
insinuado en los últimos versículos de su evangelio: las
apariciones y conversaciones de Jesús con sus apóstoles
después de la resurrección y las recomendaciones
dejadas, la ascensión de Jesús a la gloria del Padre y el
retorno de los discípulos a Jerusalén, donde establecen la
residencia comunitaria.

La finalidad de todo este fragmento es la de presentar el


grupo de los apóstoles como depositario legítimo y oficial
de la doctrina y de la misión de Jesús. Por consiguiente
todo el desarrollo posterior de la vida de la Iglesia, de su
predicación, de su vida, su misión, encontrarán su punto
de apoyo en este grupo nuclear. El autor de Hechos piensa
ya en la extensión de la misión eclesial entre los paganos
y los conflictos que ello ocasionó en el seno de la primera
generación cristiana. Esta decisión de la Iglesia encuentra
su fundamento en la autoridad del Resucitado depositada
en el grupo apostólico.

"Lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la


vista" (v.9). La mención de la nube suele acompañar los
relatos de teofanías en el AT (cfr. Ex 19, 16; 1 Re 8,
10.11) y en el NT (cfr. Lc 21, 27; 1 Tes 4, 17 etc).
Expresa la presencia de Dios en el acontecimiento. Lucas
no pretende describir tanto el hecho de la ascensión de
Jesús, cuanto las consecuencias que ello reporta a la vida
de la Iglesia: ya no hay presencia visible de Jesús; los
apóstoles serán, de ahora en adelante, los responsables
del anuncio del Reino. Comienza el tiempo del testimonio
de la Resurrección ante el mundo.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1991, 8

10. Ahora comienza para la Iglesia el camino de la fe y de


la madurez cristiana: caminará sola, sin la ayuda visible
del Maestro.

Comienza también el camino de la esperanza: "volverá".


La Iglesia espera la venida del Señor y su espera hará que
se mantenga fiel.

El reproche de los dos personajes ("¿qué hacéis ahí


plantados mirando al cielo?") viene a ser como una
indicación de que la misión del cristiano está sobre la
tierra; su mirada y atención será sobre las realidades
humanas que él deberá transformar y cristianizar.
JM. VERNET
MISA DOMINICAL 1983, 10

11. La necesidad de poner un límite temporal preciso a las


apariciones del Resucitado, la concepción geocéntrica del
cosmos y el significado de determinados esquemas
linguístico-descriptivos, han motivado la forma de
narración que nos ha dejado Lucas de la Ascensión. Para
Juan y para los formularios más antiguos, resurrección,
ascensión y pentecostés son aspectos del mismo
acontecimiento: el paso de este mundo al Padre. La
ascensión quiere subrayar el fin de la presencia histórica y
"subir al cielo" es el retorno al Padre.

La referencia que Lucas hace al evangelio es indicio de la


continuidad de la obra de Jesús. Lucas no distingue, en
este sumario, entre la actividad prepascual y la
postpascual. Para él el punto que señala el cambio en la
historia de la salvación, no es la resurrección sino la
ascensión. Relaciona la vida de Jesús y la elección de los
apóstoles con los acontecimientos acaecidos entre la
Pascua y la Ascensión.

Este hecho era de gran importancia para la comunidad.


Jesús elevado al cielo era el mismo que vivió en la tierra.
Las pruebas de la resurrección se han prolongado durante
cuarenta días (para Lucas el número es simbólico).

Según la teología de Lucas, Jerusalén es el lugar donde se


manifiesta la acción salvífica de Dios. Allí se cumple el
destino que Dios había preparado a su Mesías, allí el
Resucitado se aparece a sus discípulos y desde allí el
evangelio parte para todos los pueblos de la
tierra. CIELO/ALIENACION: Recibirán el Espíritu Santo y
serán sus testigos hasta los confines del mundo. Así
responde Jesús a la pregunta sobre la escatología. Se
inicia ahora la etapa del Espíritu Santo y de la Iglesia. Bajo
la guía del Espíritu, la Iglesia anunciará el evangelio. En
esta etapa la actitud de los discípulos no es la de estar
mirando al cielo, sino la de estar disponibles para el
mundo y asumir las responsabilidades de la misión. El
cielo no es un lugar donde refugiarse para evadirse de los
problemas del mundo. La misión del cristiano tiene su
fundamento en el misterio de la glorificación de Cristo. La
nube puede ser una manera de anunciar la venida de
Jesús al final de los tiempos, pues según la concepción
apocalíptica el Mesías aparecerá sobre una nube para
juzgar.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 11

12. Con los dos primeros versículos, Lucas empalma este


"segundo libro" (Hechos de los Apóstoles) con el "primer
libro" (el tercer evangelio). El "primer libro" se refería a lo
que Jesús había hecho y enseñado mientras estaba
corporalmente con sus discípulos; el "segundo libro", a
partir del momento de haber sido llevado al cielo, supone
una nueva etapa, en la que Jesús, corporalmente ausente,
pero más presente y operante que nunca por medio del
Espíritu Santo, sigue conduciendo a la comunidad de los
que creen en él.

Los vv. 3-11 contienen las últimas recomendaciones de


Jesús. La mención de los cuarenta días que duraron las
apariciones de Cristo resucitado (v.3) no significa que la
glorificación de Jesús fuera diferida durante este tiempo.
En el mismo día de la resurrección, Jesús sube al Padre
(Lc 24,50-51; Jn 20,17). Lo que tiene lugar al cabo de
cuarenta días es la despedida definitiva: Jesús ya no será
visto corporalmente hasta que vuelva. La cuestión de si la
Ascensión visible tuvo lugar el día de Pascua o bien en el
día 40, no se plantea como algo inconciliable si la
consideramos como un modo de testimoniar la
glorificación de Jesús junto al Padre, en la que el "como" y
el "cuando" son para el autor de interés secundario. Lo
que la predicación apostólica proclama, tal como lo
atestiguan muchos pasajes del N.T., es que Jesucristo,
que había sido crucificado y sepultado, ha resucitado y
ahora está "a la derecha del Padre" (expresión prestada
del salmo 110,1), es decir, que ha vuelto allí de donde
había venido.

La lectura es la conclusión de una narración de la


despedida de Jesús y de sus últimas instrucciones; es la
última de las manifestaciones del Resucitado, durante las
cuales les había hablado del Reino de Dios (v.3), que
consistiría en el don del Espíritu. Para recibir esta
"promesa del Padre" les mandó no alejarse de Jerusalén,
de acuerdo con la idea capital de Lc de que Jerusalén es el
término de la vida mortal de Jesús y el inicio de su vida
gloriosa y de la actividad de la Iglesia. La última
instrucción de Jesús es que este Reino no será una
restauración de la monarquía davídica, que aun después
de la Pasión soñaban los apóstoles (v. 6) y los discípulos
de Emaús, sino una realidad nueva: la fuerza del Espíritu
que los impulsará a convertir a las naciones, no a
dominarlas. También la resurrección de Jesús había sido
algo nuevo y no un restablecimiento de su existencia
mortal anterior.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1977, 11

13. Estas primeras palabras del libro sirven de


introducción y de conexión con el tercer evangelio
perteneciente al mismo autor y dedicado igualmente al
mismo amigo Teófilo. Aquí no se habla ya de Jesús
recorriendo Palestina con sus discípulos, sino de Jesús
resucitado. Por supuesto que es la misma persona, pero
Jesús ha pasado definitivamente las puertas de la muerte.
Ya vive en el más allá, compartiendo la gloria del Padre;
solamente que por algunos días quiere manifestarse a sus
seguidores y entregarles sus últimas instrucciones.

Dentro del pragmatismo de los Hechos, en estos versículos


se quiere poner de relieve ante todo que, precisamente en
el momento de la despedida y marcha de Jesús, el Espíritu
Santo entra de lleno en el campo de mira de los apóstoles.

El consuelo de la revelación que aquí se contiene consiste


en que, a la vez que se da fe de la ascensión de Jesús a la
derecha del Padre, también es una realidad la promesa de
su retorno. Así, entre el Señor que marcha y el que ha de
volver, se encuentra el tiempo del testimonio de los
apóstoles y de toda la iglesia. Aquí se funda la espera del
cristiano en la parusía, en aquella vuelta del Señor que, en
la época de los apóstoles, impregnó la mente y toda la
vida de los creyentes.

EUCARISTÍA 1992, 26

14. Comienza la segunda parte de la obra de Lucas,


continuaci6n del evangelio. Así como la primera parte era
el relato "de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando",
esta segunda parte será el relato de todo lo que hicieron
aquellos que Jesús eligió para que fuesen sus testigos.

Lucas había acabado el evangelio con el relato de lo que


llamamos la ascensi6n de Jesús, situada el mismo día de
Pascua. Aquí, en cambio, dice que durante cuarenta días
les habl6 del Reino de Dios. Se trata de un simbolismo,
que indica probablemente el tiempo que se consideraba
que debía durar la instrucci6n de los discípulos por parte
de un maestro.

Jerusalén es un lugar central en Lucas. Allí empieza y


termina su evangelio. La misión de los apóstoles también
empieza allí; y, desde aquí, deben hacer llegar la
predicación hasta los confines de la tierra.

La preocupación por la vuelta de Jesús no tiene sentido.


Jesús continúa presente a través del Espíritu. Su vuelta
será, de hecho, la manifestación esplendorosa de su
presencia constante.
Podríamos decir que los creyentes que han recibido el
Espíritu son los que hacen presente constantemente a
Jesús en el mundo. Por eso, no hay que mirar al cielo
esperando que vuelva, sino que hay que caminar a la luz y
con la fuerza del Espíritu.

JM. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1993, 7

15. Lucas ha configurado su descripción de la ascensi6n


visible de Jesús al cielo a base de elementos
característicos, propios de narraciones del Antiguo
Testamento o de la literatura helenística, que nos hablan
de raptos y apoteosis. Un ejemplo veterotestamentario
típico de narración apoteósica lo constituye el relato de
cómo Elías es arrebatado de la tierra (2 Re

2). Como muestra helenista nos puede servir lo narrado


por el historiador romano Tito Livio sobre cómo Rómulo es
subido al cielo envuelto en una nube durante una revista a
su ejército. Lucas, que era un escritor formado en el
helenismo, conocía el esquema literario usual para narrar
estos arrebatos apoteósicos y se sirvió de él para la
proclamación del mensaje cristiano. Esto en lo referente a
la forma literaria.

La ascensión del Señor resucitado a la gloria de Dios sólo


se describe en el Nuevo Testamento como un suceso
visible al final del evangelio de Lucas y al comienzo de los
Hechos de los Apóstoles. Pero Lucas no relata ningún
cuento ni ha desfigurado la verdad. Únicamente ha
condensado en una imagen de gran plasticidad lo que
proclaman todos los escritores del Nuevo Testamento: que
el Señor resucitado fue asumido en la forma existencial de
Dios y desde ella está al lado de su Iglesia. Su narración
es artísticamente destacada y teológicamente cierta.

Nada tenemos que objetar a las coincidencias entre el


evangelio de Lucas y los Hechos de los apóstoles,
explicables por ser el autor una misma persona. Lo que
sorprende son las divergencias. En los Hechos no aparece
la bendición del Señor ni la adoración de los discípulos. En
el evangelio no se habla de la nube que tapó a Jesús de la
vista de sus discípulos, ni de los hombres que les
aseguraron que él volvería de la misma manera.

Además, en el evangelio, el Resucitado sube al cielo el


domingo de Pascua, según todos los indicios, y en los
Hechos pasan cuarenta días en los que se aparece a los
apóstoles. Lucas no veía ninguna contradicción en esto. A
pesar de su plástica, su interés no es el desarrollo externo
de la escena. Las divergencias no le molestan. Las emplea
incluso para elaborar sus asertos teológicos. La solemne
bendición final del Resucitado le viene bien para terminar
el evangelio con una escena de despedida. El anuncio de
la nueva venida de Cristo en el libro de los Hechos subraya
el intermedio entre esta presencia de Jesús y su vuelta al
final de los tiempos. La nube le servirá para anticipar la
descripción de la venida: "Y entonces verán venir al hijo
del hombre en una nube con gran poder y gloria" (Lc
21,27).

El tránsito de Jesús de este mundo al mundo de Dios, que


es un proceso invisible, lo cristaliza el autor narrando un
arrebato visible de Jesús. Lo importante para Lucas es el
significado profundo del cuadro plástico que describe. Los
lectores de su tiempo comprendían perfectamente este
lenguaje. El resto de los evangelistas nos dicen lo mismo
con otro ropaje literario.

EUCARISTÍA 1993, 26

16. El libro de los Hechos es la segunda parte de la obra


de Lucas, y no puede considerarse separadamente del
"primer libro" (Hch 1,1), el Evangelio del cual es
continuación. El "primer libro" fue un relato dei testimonio
apostólico sobre la actividad de Jesús, período central de
la historia de salvación situado entre el tiempo de la «ley y
de los profetas» (Lc 16 16) y el tiempo de la Iglesia (Hch
1,6-8). El «segundo libro», los Hechos, es un relato del
testimonio apostólico sobre el servicio de la palabra, que
se va esparciendo por el mundo bajo la guía del Espíritu.
Abramos, pues, el libro de los Hechos y escuchemos el
evangelio de Jesús proclamado al mundo.

Desde un principio vemos un paralelismo entre la infancia


de Jesús (Lc 1-2) y el nacimiento de la Iglesia (Hch 1-2).
El prólogo (1,1-3), con su expresión central: hasta el día
en que «se lo llevaron», nos señala el comienzo del tiempo
de la Iglesia, dentro del cuadro general de la historia de
salvación. A él se une el relato de la ascensión (Hch
1,9~11), previamente anunciada (1,2b), a la que precede
el fragmento de los «cuarenta días» ( 1,3-8), la etapa
preparatoria, donde el mismo Jesús anuncia el doble tema
del libro: la venida del Espíritu y la misión (1,8). La
ascensión, tema muy importante para Lucas, se narra
como conclusión del Evangelio (Lc 24, 50-53) y como
comienzo de los Hechos (Hch 1,2b.9-11), para unir la
narración de los «dos libros». El alejamiento en la
ascensión («mientras él se iba», Hch 1,10b.11b) es en
realidad la última etapa del camino de Jesús (cf. Lc 9,51).

Los versículos 12-14 constituyen el punto culminante de


nuestra lectura: los discípulos vuelven a Jerusalén (Hch
1,4) y esperan reunidos la venida del Espíritu, en la unión
de la plegaria en común, con la presencia de María, madre
de la Iglesia naciente, como en el evangelio de la infancia.
La elección de Matías (1,15-26) nos ofrece un modelo de
plegaria comunitaria, todavía prepentecostal. Cuando haya
venido el Espíritu, la distribución de los servicios se hará
según los carismas y no por suerte, como en el Antiguo
Testamento (1 Sm 14,41.42; Prov 16,33).

O. COLOMER
BIBLIA DIA A DIA.Pág. 175 s.
17. El acontecimiento de Pentecostés y la predicación
profética de los apóstoles son los elementos centrales de
la introducción del libro de los Hechos: los comienzos de la
Iglesia en Jerusalén ( 1,12-2,36). Como consecuencia
tenemos el incremento numérico de la Iglesia (2,37-41) y
el incremento espiritual de la comunidad (2,42-47).

Cuando leemos el relato de la venida del Espíritu Santo


encontramos allí el nacimiento del pueblo de la nueva
alianza la Iglesia de Dios, como don del espíritu de Cristo,
obtenido por su muerte (Jn 19,30b; Rom 1,4). A la luz de
Pentecostés se llena de sentido cristiano la Escritura Santa
y se entienden no pocas profecías (Jr 31,31ss; Ez
36,24ss). De la misma manera que en el AT la fiesta de la
Pascua y la fiesta de las Semanas (Pentecostés) se
juntaron cada vez más hasta formar un solo hecho
salvífico, así también en la primitiva Iglesia la muerte
pascual de Cristo y el don del Espíritu se consideraron muy
pronto como dos hechos íntimamente relacionados y, en
cierta manera, complementarios.

En el AT, el don que Dios hizo a su pueblo era la Ley; en el


Pentecostés cristiano, el don es el espíritu de Cristo (Rom
8,2); el mediador de la antigua Ley fue Moisés, el
mediador de la ley del espíritu es Cristo (Heb 9,11-15). La
alianza pactada en el AT lo era con un solo pueblo, Israel;
en el NT todos los pueblos y todas las lenguas son
admitidos y aclaman las maravillas de Dios (2,11).

Y, después del suceso, la palabra profética que lo ilumina


y lo sitúa en nuestro hoy. Pedro, en su predicación
inaugural bajo la guía del Espíritu (14-21), nos coloca
delante de dos realidades: vivimos el último período de la
historia de salvación (17) y poseemos el don definitivo del
Espíritu Santo con el poder de invocar el nombre del
Señor, el Cristo que nos salva (18.21).

O. COLOMER
BIBLIA DIA A DIA Pág. 176 s.
18. El inicio del libro de los Hechos de los Apóstoles es el
único lugar del Nuevo Testamento que presenta la
Ascensión de Jesús como un hecho fechado cuarenta días
después de la resurrección. El mismo autor de los Hechos,
Lucas, al final de su primera obra (el evangelio) presenta
la Ascensión como un acontecimiento que culmina la
Pascua, y que tiene lugar el mismo día de la resurrección:
Jesús resucitado, glorificado a la derecha de Dios (la
Ascensión). Incluso algunos padres de la Iglesia ya
señalaban que estos "cuarenta días" no tienen la
pretensión de ser una datación cronológica. Por encima de
todo se trata de indicar que Jesús resucitado instruye a los
apóstoles y les acompaña en el camino del descubrimiento
de lo que significa la novedad del misterio pascual.

La Ascensión, pues, es la afirmación plástica y escénica de


un hecho de fe: Jesús resucitado vive por siempre
glorificado a la derecha de Dios. Hacia aquí apuntaba toda
su vida, ésta es la culminación de su camino, éste es el
punto de referencia final del camino de los creyentes.

En el relato de hoy, además de este sentido general, se


pueden destacar también otros aspectos:

- Todo lo que Jesús quiere transmitir a los apóstoles, lo


llegarán a captar por el don del Espíritu. Lucas también
escenifica, después de la Ascensión, el don del Espíritu el
día de Pentecostés, mientras que el evangelio de Juan lo
muestra todo como un único acontecimiento. En el texto
de hoy, todas las referencias que salen sobre el Evangelio
nos quieren indicar este hecho básico: Jesús resucitado, y
cuanto su misterio significa, lo captamos y nos penetra
porque él nos da su Espíritu. Y el que no tiene el Espíritu,
no vivirá ni podrá testimoniar a Jesús.

- Los apóstoles esperan la "restauración del reino de


Israel". La imagen del Mesías victorioso que los apóstoles
habían manifestado esperando a lo largo de la vida pública
de Jesús, continúa aquí perfectamente viva. Les costará
tiempo desprenderse de esta imagen y descubrir que es a
través del amor hasta la muerte como se realiza la obra
del Mesías de Dios. El Espíritu les conducirá en este
descubrimiento, que ciertamente no se producirá de hoy
para mañana.

-Los discípulos, tienen que esperar esta acción victoriosa y


espectacular de Dios que habían imaginado, sino extender
la Buena Noticia de Jesús: que lo que había culminado en
Jerusalén (recordemos el papel de "Jerusalén" en Lucas,
como lugar de realización de la obra de Dios), ahora,
desde Jerusalén, llegue al pueblo de Israel y "hasta los
confines del mundo". (Para el libro de los Hechos, estos
"confines del mundo", que quiere decir que la fe se
expande más allá de toda frontera será la ciudad de
Roma, donde Pablo anunciará el Evangelio "con valentía y
sin impedimento": 28,31). Lo que no puede hacerse, como
debían hacer algunos miembros de la comunidad de Lucas,
es quedarse, simplemente, "mirando al cielo".

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 7

19. 2004 SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO

Estructura de Hch 1, 1-11


Retomando el pasado: 1, 1-5
(agregado cuando se separaron los dos libros: Evangelio y
Hch)

Resumen del Evangelio de Lucas: vv. 1-2


Los días de la resurrección : vv. 3-5
Introducción a los Hechos de los Apóstoles: 1, 6-11
(continúa el discurso de Lc. 24, 49)

Estrategia de Jesús resucitado: vv. 6-8


Exaltación de Jesús resucitado: vv. 9-11

Retomando el pasado: Hch 1, 1-5


Estos 5 versículos fueron agregados posteriormente,
cuando la obra de Lucas fue dividida en dos. Era necesario
resumir el evangelio (vv. 1-2) y volver a introducir el
segundo volumen que posteriormente se llamaría Hechos
de los Apóstoles (vv.3-5). El prólogo en el Evangelio
(Lc.1,1-4) era primitivamente el prólogo a toda la obra de
Lucas (Evangelio y Hechos). En estos 5 primeros
versículos de los Hechos de los Apóstoles tenemos la
conexión con el Evangelio de Lucas y también claves
importantes para interpretar los Hechos.

Resumen del Evangelio: Hch 1, 1-2


Lucas retoma aquí la referencia a Teófilo que puso al
comienzo de su Evangelio ("ilustre Teófilo" Lc.1, 3). Este
Teófilo pudo haber sido una persona concreta (era
costumbre dedicar una obra a personajes ilustres) o es un
nombre simbólico para designar a sus interlocutores.
Teófilo significa "amigo de Dios" y podría referirse a los
futuros catequistas y evangelistas para quienes Lucas
escribe este tratado de enseñanza superior. El hecho de
agregarlo aquí, después de separarse la obra lucana en
dos, refuerza la idea que Teófilo es una designación
simbólica general. Todos los que estudiamos este libro
somos Teófilos. Para nosotros se escribió Hechos de los
Apóstoles.

El contenido del Evangelio, que Lucas resume aquí, es


"todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar....hasta el
día que fue llevado al cielo" (Esta es la traducción literal
del griego, no la que ofrecen las traducciones: "lo que
Jesús hizo y enseñó desde un principio"). Se deja entender
que Jesús continúa su acción y enseñanza después de ser
arrebatado al cielo; Jesús resucitado sigue actuando y
enseñando en la comunidad después de su ascensión. El
Evangelio es sólo el comienzo, nosotros vivimos la
continuación iniciada por el relato de los Hechos de los
Apóstoles. El texto destaca que antes de ser llevado al
cielo dio "instrucciones por medio del Espíritu Santo a los
apóstoles que había elegido". Los apóstoles aseguran la
continuidad entre el tiempo del Evangelio y el comienzo
del tiempo de la Iglesia. La referencia al Espíritu Santo
puede tener dos traducciones: Jesús da instrucciones por
medio del Espíritu Santo a los apóstoles que eligió o Jesús
da instrucciones a los apóstoles que por medio del Espíritu
Santo eligió. La acción del Espíritu Santo puede referirse
por lo tanto a la instrucción o a la elección de los apóstoles
(o quizás a las dos acciones al mismo tiempo). En todo
caso se acentúa aquí la acción del Espíritu Santo, sea en la
enseñanza o en la acción de Jesús.

Los días de la resurrección: Hch 1, 3-5


Los vv. 3-5 retoman el final del Evangelio de Lucas
(cap.24, 50-53), pero ahora con un sentido diferente: en
el Evangelio la resurrección es el fin de la vida de Jesús;
aquí en Hechos es el comienzo de la misión. En el
Evangelio el tiempo después de la resurrección es un solo
día; aquí en Hechos son 40 días. Lucas separa la
resurrección de la exaltación (ascensión) de Jesús y crea
ahora ente tiempo intermedio de 40 días. El texto destaca
dos cosas: que Jesús está vivo corporalmente y que en
este tiempo de 40 días les habla del Reino de Dios. Jesús
en el Evangelio, antes de comenzar su ministerio, es
conducido por el Espíritu al desierto y es tentado por el
diablo durante 40 días (4, 1-2); ahora también los
apóstoles, antes de comenzar su testimonio, tienen
también este mismo tiempo de 40 días con Jesús vivo en
medio de ellos. Los 40 días recuerdan los 40 años que el
Pueblo de Israel anduvo en el desierto antes de entrar a la
tierra prometida. Sin duda se trata de una cifra simbólica,
para designar un tiempo largo de preparación, de
discernimiento, de crisis y tentación. Lucas pone aquí
estos 40 días al comienzo de los Hechos para sugerir que
también la comunidad de los apóstoles vivió un tiempo de
tentación y discernimiento antes de comenzar este tiempo
nuevo de la misión. Posiblemente la crisis giró en torno al
Reino de Dios como realidad posterior a la resurrección de
Jesús. La pregunta en el v. 6 refleja esa crisis, también la
actitud de los dos discípulos de Emaús antes de su
encuentro con Jesús (Lc. 24, 13-24). No sabemos si esos
40 días sucedieron realmente o simplemente es un dato
simbólico en el relato de Lucas. La respuesta a esta
pregunta depende de cómo entandamos los símbolos. En
la tradición de la exégesis liberal lo simbólico-mítico es
opuesto a lo histórico. Creemos que esta perspectiva es
falsa, pues para nosotros los símbolos y los mitos son
siempre históricos, representan situaciones históricas.
Estos 40 días de los apóstoles con Jesús, después de su
pasión y antes de su ascensión, quedan en la memoria de
la Iglesia como el paradigma de todo comienzo importante
en la historia de la salvación. Toda obra importante debe
tener esta experiencia de los 40 días.

En el v. 3 se dice que Jesús se presentó vivo a los


apóstoles, ahora en el v. 4 Jesús da una orden a los
apóstoles: no ausentarse de Jerusalén y esperar la
Promesa del Padre. Esta orden la reciben "mientras comía
con ellos". En el Evangelio (Lc. 24, 41-43) Jesús también
come con ellos, como prueba de su corporeidad, de su
pertenencia como Resucitado a nuestra historia. Ahora la
comida anuncia aquí la comensalidad como signo de la
comunidad cristiana. Es en torno a una mesa para comer,
que la comunidad hace la experiencias de Jesús
resucitado, en la "fracción del pan". Al final del Evangelio
el comer expresa la corporeidad del Resucitado, ahora
expresa la presencia del Resucitado en la comunidad. La
relación entre comida en común y Reino de Dios es
frecuente en la tradición sinóptica. La orden que Jesús da
a los apóstoles en el v. 4 exige pasividad total: no
ausentarse de la ciudad y aguardar; en Lc. 24, 49 es
semejante: permanecer en la ciudad (con la connotación
de esperar sin hacer nada). La permanencia y espera
pasiva debe durar "hasta que sean bautizados en el
Espíritu Santo" (Hch 1, 5) o "hasta que sean revestidos del
poder de lo alto" (Lc.24, 49). Lucas se está aquí refiriendo
claramente a Pentecostés. Esto es importante para
entender el sentido de la ascensión (1, 9-11) y de la
elección de Matías (1, 15-26), que veremos más adelante.

El "bautismo en el Espíritu Santo" está al comienzo de la


misión de los apóstoles, así como el bautismo de Jesús en
el Jordán está al comienzo del ministerio de Jesús. Ya Juan
Bautista anunció este bautismo en el Espíritu Santo, que
sería obra del mismo Jesús (Lc. 3, 16). Pentecostés es
este bautismo en el Espíritu Santo, realizado por Jesús
resucitado y exaltado. El bautismo aquí no es el rito
cristiano del bautismo, sino la inauguración del tiempo del
Espíritu, del cual todo el libro de Hechos dará testimonio.

Introducción al libro de Hechos de los Apóstoles: Hch 1, 6-


11
Si aceptamos la hipótesis que el Evangelio y Hechos
formaban una sola obra, el relato que se inicia en Hch 1, 6
continúa el relato del Evangelio que terminó en Lc 24, 49.
El texto seguido sería así:

"Miren, yo voy a enviar sobre Uds. la promesa de mi


Padre.
Uds. permanezcan en la ciudad
hasta que sean revestidos del poder de lo alto (Lc 24, 49).
Los que estaban reunidos le preguntaron:
Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de
Israel? (Hch 1, 6).

Esta sección tiene dos partes: una sobre la estrategia de


Jesús resucitado (vv.6-8), y otra sobre la ascensión (vv.
9-11).

La estrategia de Jesús resucitado: 1, 6-8


El texto comienza con la referencia a "los que estaban
reunidos". ¿Quiénes son? En Lc.24 se dice explícitamente
que las mujeres anuncian el hecho del sepulcro vacío "a
los 11 y a todos los demás" (24, 9) y que los discípulos de
Emaús vuelven a Jerusalén y encuentran reunidos "a los
11 y a los que estaban con ellos". El texto explicita
claramente quienes son estos que están con los 11:

(1) "María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las


demás que estaban con ellas" (Lc 24, 10. Retoma el tema
de las discípulas de Jesús, que lo acompañan desde
Galilea: Lc. 8, 2-3 y 23, 49.55).
(2) Los dos discípulos que parten del grupo camino a
Emaús (Lc 24, 13) y que retornan al grupo (Lc. 24, 33).
(3) Más adelante (1, 14) se dice que con los 11, que son
nombrados por su nombre, estaban "algunas mujeres,
María la madre de Jesús y sus hermanos".
(4) Todos son llamados "Galileos" (Hch 1, 11).

El grupo reunido el día de la Resurrección es por lo tanto


un grupo galileo, compuesto por los 11, por un grupo de
mujeres (donde se destaca María Magdalena y María la
madre de Jesús), los hermanos de Jesús (entre los cuales
destaca Santiago a partir del capítulo 12 de Hechos) y los
dos discípulos de Emaús. Este es el grupo a quien las
mujeres anuncian el hecho del sepulcro vacío, a quien se
aparece Jesús resucitado; a todo este grupo Jesús abre
sus inteligencias para comprender las Escrituras y son
todos ellos a quienes Jesús promete ser revestidos del
poder de lo alto (Lc 24); es a este mismo grupo que Jesús
dice: "Uds. recibirán la fuerza del Espíritu Santo...y serán
mis testigos..." (Hch 1, 8); es ante ellos que Jesús es
levantado al cielo y es a ellos que los dos hombres
vestidos de blanco anuncian el retorno de Jesús (Hch 1, 9-
11); y, adelantándonos un poco, también descubrimos que
es el mismo grupo, con Pedro a la cabeza, el que elige en
una asamblea a Matías como sustituto de Judas, donde se
especifica además que el grupo era de 120 personas (Hch
1, 15-26); y es finalmente el mismo grupo el que esta
reunido en un casa el día de Pentecostés y es el mismo
grupo el que recibe el Espíritu Santo y habla en otras
lenguas (Hch 2, 1-13). Este constatación es importante
para romper el imaginario impuesto desde fuera al texto,
que es solamente el grupo de los 11 apóstoles el grupo
ante cual se aparece Jesús resucitado y el grupo que es
enviado y que recibe el Espíritu en Pentecostés. Este
imaginario dominante es ajeno al texto y excluye
fundamentalmente a las mujeres. El texto de Hechos, por
el contrario, las incluye desde el primer momento en el
relato. El texto restrictivo es Hechos 1, 1-5 que ya hemos
examinado. Ahí son sólo los apóstoles los que reciben las
últimas instrucciones de Jesús resucitado y a quienes se
promete el bautismo en el Espíritu Santo. Como vimos,
este texto de Hch 1, 1-5 es agregado posteriormente
cuando la obra lucana es separada en dos. El agregado
testimonia un desarrollo teológico posterior, restrictivo
frente al texto global original de Lc 24 y Hechos 1, 6ss.

En Hch 1, 6 los que están reunidos preguntan:


"¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino a Israel?
En Lc 24, 21 los discípulos de Emaús habían expresado
algo semejante:
"Nosotros esperábamos que sería él el que iba a liberar a
Israel".

No olvidemos que Hch 1, 6 continúa el relato de Lc 24, 1-


49 y es en el contexto de ese relato que surge la pregunta
de Hch 1, 6. Es todo el grupo reunido el que hace la
pregunta a Jesús. Es una pregunta de toda la comunidad.
Entre los que preguntan en Hch 1, 6 están los dos
discípulos de Emaús, que ya estarían claros con la larga
explicación que les hizo Jesús de las Escrituras; además, a
todos los reunidos Jesús les había ya abierto la inteligencia
para comprender las Escrituras (Lc 24, 45). En 1, 3 se dice
que Jesús resucitado durante 40 días les estuvo hablando
sobre el Reino de Dios. ¿Cómo se explica que el grupo
todavía mantenga la pregunta por la liberación de Israel o,
lo que es lo mismo, la pregunta por la restauración del
Reino de Israel? Jesús predicó el Reino de Dios y lo
identificó claramente con la vida del pueblo, especialmente
con la vida del pueblo pobre y oprimido (Lc. 4, 16-21/ 7,
18-23). Jesús tomó radical distancia del proyecto
teocrático y político que identificaba el Reino de Dios con
el Reino de Israel (Reino davídico opuesto al dominio
romano); también se confrontó con el proyecto sacerdotal
que identificaba el Reino de Dios con el Templo. Por eso es
extraño que la comunidad siga pensando políticamente en
la restauración del Reino de Israel. Jesús responde a la
pregunta en cada una de sus tres partes. En primer lugar,
que no deben preocuparse por el cuando, si ahora o
después, que eso sólo es competencia del Padre. En
segundo lugar, que no es Jesús el sujeto de la nueva
estrategia, sino el Espíritu Santo. En tercer lugar, que no
se trata de restaurar el Reino Israel, sino de dar
testimonio en Jerusalén, Judea, Samaría y hasta el fin de
la tierra. La estrategia que propone Jesús es radicalmente
contraria a la estrategia implícita en la pregunta que hace
la comunidad reunida. Jesús propone ahora a sus
discípulos y discípulas una estrategia nueva, que se realiza
por la fuerza del Espíritu y del Testimonio, y que tiene
como itinerario estratégico Jerusalén (autoridades de
Israel), Judea (todo el pueblo), Samaría y toda la tierra. El
proyecto de Jesús en el Evangelio ha sido transformado
ahora, por su muerte y resurrección, en un proyecto del
Espíritu que actúa por los misioneros-testigos desde
Jerusalén hasta los límites de toda la tierra (o como dice
en Lc.24, 48: "a todas las naciones, empezando desde
Jerusalén"). La culminación del proyecto de Jesús en el
Evangelio (Lc.24), es ahora el comienzo de un proyecto
del Espíritu y de los testigos de Jesús, ahora con una
dimensión universal (Hch 1, 8).

La exaltación del resucitado (la ascensión): 1, 9-11


La ascensión (Hch 1, 9-11) es el otro evento de esta
sección inaugural (1, 6-11). Es importante recalcar que el
relato de la ascensión en Hechos 1, 9-11 era el relato
único cuando el Evangelio de Lucas y los Hechos de los
Apóstoles configuraban una sola obra. Las otras dos
referencias a la ascensión en Lc. 24, 50-53 y en Hch 1, 1-
2 fueron agregados posteriormente, cuando las dos obras
se separaron.

Lucas es el único autor del N.T. que habla de la exaltación


de Jesús en la forma de una ascensión, y que separa la
ascensión de Jesús de su resurrección. La tradición
originaria común presenta la resurrección de Jesús
directamente como exaltación (cf por ejemplo Rom 1, 4:
"constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
Santidad, por su resurrección de entre los muertos"; cf.
igualmente Flp 2, 6-11 y toda la tradición del 4º evangelio
que habla de la resurrección en términos de glorificación).
Lucas separa ambos eventos (resurrección y ascensión),
para subrayar el carácter histórico que cada uno de ellos
tiene. Jesús resucitado, antes de su ascensión-exaltación-
glorificación, convive con sus discípulos: come con ellos y
los instruye. En 1, 3 incluso se agrega que estuvo 40 días
con ellos, para acentuar esta convivencia histórica del
resucitado con sus discípulos. Lucas insiste más que otros
en la corporeidad del Resucitado: no es un fantasma, tiene
carne y huesos, puede comer y lo pueden tocar (Lc. 24,
39-43). Hay continuidad entre el Jesús antes de su muerte
y el Jesús resucitado: Jesús conserva su identidad y su
corporeidad. La resurrección tiene así un carácter
histórico: Jesús resucita en nuestra historia (eso significa
justamente tener un cuerpo). Pero también hay un
cambio, una dis-continuidad en Jesús resucitado. Ese
cambio Lucas lo expresa con la ascensión. El relato de la
ascensión tiene claramente un lenguaje mítico: Jesús es
levantado de la tierra al cielo, lo oculta una nube y
aparecen dos hombres vestidos de blanco. La teología
liberal interpreta falsamente el mito como una realidad no-
histórica. Los mitos son siempre históricos. Se expresa con
un lenguaje cósmico o simbólico una realidad histórica. En
la ascensión el lenguaje mítico expresa la realidad
histórica de la exaltación o glorificación de Jesús. Esto
también lo acentúa Lucas cuando dice que Jesús fue
levantado mientras conversaba con sus discípulos, y que
Jesús vendrá de la misma manera como ha sido llevado.
Por eso a los discípulos se les pide que no estén mirando
al cielo. Deben mirar a la tierra. La ascensión siempre ha
sido interpretada erróneamente como una salida de este
mundo, como una ausencia de Jesús, como un Jesús que
se va para volver al fin de los tiempos. En esta
interpretación la ascensión pierde todo el carácter histórico
que ha querido darle Lucas. En la ascensión Jesús no se
va, sino que es exaltado, glorificado. La parusía no es el
retorno de un Jesús ausente, sino la manifestación
gloriosa de un Jesús que siempre ha estado presente en la
comunidad. Esto aparece claramente en las últimas
palabras de Jesús en Mt. 28, 19: "he aquí que yo estoy
con Uds. todos los días hasta el fin de este mundo". La
ascensión expresa el cambio en Jesús resucitado, una
nueva manera de ser, gloriosa, glorificada, pero siempre
histórica, pues Jesús glorificado sigue viviendo en la
comunidad.

El carácter histórico de la resurrección y ascensión de


Jesús nos permite afirmar también el carácter
trascendente y escatológico de la Iglesia. Si Jesús
resucitado y glorificado vive en su Iglesia, ésta tiene una
dimensión trascendente y escatológica. Si negamos el
carácter histórico de la resurrección y ascensión, negamos
al mismo tiempo el carácter trascendente y escatológico
de la Iglesia de Jesús. La Iglesia no nace porque Jesús se
va o porque no retorna, sino que nace justamente porque
el resucitado no se va. Es la presencia y no la ausencia de
Jesús resucitado lo que hace posible la Iglesia. La teología
liberal ha presentado el surgimiento de la Iglesia,
especialmente en los Hechos de los Apóstoles, como una
necesidad para suplir la no-realización de la segunda
venida de Jesús, que se pensaba era inminente. Para
responder a la frustración de la no venida de Cristo, la
segunda generación cristiana, y en ella especialmente
Lucas, plantea la necesidad de la construcción de la Iglesia
para esta época entre la resurrección de Jesús y su venida
al final de los tiempos. Yo pienso que esta visión es falsa,
pues des-historiza la resurrección y ascensión de Jesús, y
des-escatologiza a la Iglesia. La Iglesia no nace de una
parusía frustrada, sino de una presencia gozosa de Jesús
vivida históricamente. La presencia de Jesús es histórica,
no como presencia visible y empírica, sino como presencia
trascendente vivida en la historia. La experiencia
escatológica fundamental de la Iglesia es esta experiencia
histórica de la resurrección de Jesús en el mundo y en la
comunidad. La Iglesia en los Hechos de los Apóstoles es
una Iglesia escatológica, no porque espera para pronto la
segunda venida de Jesús, sino porque vive desde ya
históricamente la experiencia de Cristo resucitado y
glorificado en el mundo y en la comunidad. Esta dimensión
escatológica de la Iglesia se expresa en los Hch en las
apariciones de Jesús resucitado en los momentos difíciles
de la Iglesia (a Esteban, a Pedro, a Pablo), pero sobre
todo la vive en la experiencia permanente del Espíritu
Santo. La eclesiología de Lucas es histórica, justamente
porque es definitivamente una eclesiología escatológica y
pneumática (Para profundizar en ese asunto, véase
Aguirre/Rodriguez 1994, pp 342-345, donde se presenta la
reacción actual contra las opiniones de Vielhauer,
Conzelmann y Haenchen).

Reflexión pastoral sobre Hch 1, 1-11

1) Lucas se comunica con su comunidad, representada


aquí por Teófilo, a través de todo el relato de Hch. Un
relato es un texto global y completo. No se puede leer sólo
una parte. También hoy Lucas se comunica con nosotros
ha través del relato de Hch. Nosotros somos los Teófilos a
los cuales Lucas habla hoy, y través de Lucas, el mismo
Espíritu Santo se comunica con nosotros. Esto nos obliga a
tomar en serio el relato de Hech. como una totalidad.
Teófilo es aquel que en el relato de Hch escucha
directamente a Lucas y al mismo Espíritu Santo. ¿Somos
hoy en día una Iglesia que realmente escucha en el relato
completo de Hch la Palabra de Dios revelada por el
Espíritu Santo? ¿Somos como Iglesia ese Teófilo a quien
Lucas se dirige?

2) La Iglesia hoy también vive esos 40 días con Cristo


resucitado y es instruida sobre todo lo referente al Reino
de Dios. Como el Pueblo de Dios en el desierto y como
Jesús al comenzar su misión, también la iglesia se hace
Iglesia en una experiencia profunda con Jesús resucitado
durante "40 días". Es un tiempo de tentación y de
encuentro con Jesús resucitado, que nos prepara para ser
bautizados en el Espíritu Santo. ¿Como vive la Iglesia hoy
este paradigma de fundación de la Iglesia, tal como
aparece en Hch 1, 1-5?

3) El día de su ascensión Jesús vivió un des-encuentro de


sus discípulos y discípulas. A pesar de haber abierto sus
inteligencias para que comprendieran las SSEE (Lc. 24,
45), ellos siguen pensando que Jesús va a restaurar ahora
el Reino de Israel. ¿Existe también hoy un des-encuentro
entre Jesús resucitado y su Iglesia? ¿Entiende la Iglesia el
proyecto del Reino tal como lo predicó Jesús o sigue
soñando en proyectos humanos de poder religioso?

4) ¿Es hoy en día la Iglesia una comunidad trascendente y


escatológica, que vive en medio de la historia la presencia
de Cristo resucitado?

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