Estudiar Cine, ¿Para Qué? - Jorge L. Martinez
Estudiar Cine, ¿Para Qué? - Jorge L. Martinez
Estudiar Cine, ¿Para Qué? - Jorge L. Martinez
1. ¿Qué es el cine? Se preguntó hace medio siglo el padre de todos los críticos, el escritor
francés André Bazin. La pregunta cobra nueva vigencia, no porque carezca de respuestas, sino
porque, a pesar de que hubo bastantes, la realidad se esfuerza por ir algunos pasos adelante.
Preguntarnos qué es el cine hoy en día resulta decisivo porque, debido a la desaparición de
formatos tradicionales, la explosión de la tecnología digital, la proliferación de escuelas de cine
y el escepticismo de varios veteranos, no han sido pocos los que han declarado su muerte.
Lo primero que hay que entender es la condición polisémica del concepto «cine», es decir, sus
múltiples significados. De entrada, cine puede referirse al aparato llamado cinematógrafo,
lanzado por los hermanos Louis y Auguste Lumière en 1885 y que conquistó una empresa que
se perseguía desde tiempos muy antiguos: capturar y reproducir el movimiento. Cine es
tecnología.
Sin embargo, los mismos Lumière no veían en su invento mayores posibilidades que la simple
comercialización del producto y su eventual desaparición. Fue hasta que el mago Méliès entró
a cuadro y manipuló la cinta, que el cine abrió sus puertas a la imaginación, la puesta en
escena y la narración. Esta primera división, entre el realismo documental de Lumiére y la
ficción mágica de Méliès, definiría la entrada de esta tecnología al terreno estético, para
conducirnos eventualmente a una verdad que muchos toman por total e inequívoca: Cine es
Arte.
Pero la mera noción de arte resulta insuficiente para definir el fenómeno cinematográfico: no
alcanza a explicar los flujos económicos que giran en torno a él, la fascinación por las estrellas,
las implicaciones de que un país se erija como potencia cinematográfica, las constantes
transformaciones en la manera de comercializarlo (de las carpas a los multiplex) o los
indistintos soportes que puede tomar una película (del nitrato de plata a la USB). El cine
necesariamente implica a la economía para poder existir. Cine es Industria.
Fue a través de esta industria, de este ordenamiento de la actividad productiva, de esta
división y posterior especialización al trabajo, de la competencia ideológico-económica entre
naciones, de la unificación paulatina del modelo productivo, que se generaron las condiciones
para el desarrollo de distintas corrientes cinematográficas alrededor del mundo
(expresionismo alemán, realismo francés o neorrealismo italiano) y la posterior consolidación
del cine como un sistema de signos y convenciones, a través de tres autores clave: D.W.
Griffith (El Nacimiento de una Nación, Intolerancia), Jean Renoir (La Gran Ilusión, Las Reglas del
Juego) y Orson Welles (El Ciudadano Kane). Planos cercanos para generar intimidad, planos
lejanos para ubicar, disolvencias para marcar el paso del tiempo, planos inclinados para
transmitir desequilibrio en el personaje, sombras fuertes para el terror, etcétera. El cine es,
pues, un lenguaje.
2. Pero si el cine es tecnología, industria, lenguaje y arte, ¿desde dónde estudiarlo entonces?
Tal vez habría que recordar que el fundamento del cine no es el cine, puesto que los grandes
cineastas no estudiaron cine, sino otras cuestiones: Eisenstein recorrió la caricatura y el teatro
antes de dar con la teoría del montaje; Griffith retomó de la novela costumbrista el modelo
literario para las grandes épicas cinematográficas; Orson Welles sacudió a la audiencia a través
de la radio antes de ser filmado por Hollywood a los 24 años. Hasta Werner Herzog tuvo que
esperar a los 17 años para hacer su primera llamada telefónica, ya no digamos ver su primera
película. Ninguno de ellos tenía experiencia. Ninguno de ellos pagó colegiatura para aprender
lo que era un medium shot. Ellos lo inventaron, porque tenía sentido.
De igual forma, el cine no necesitó de cineastas para comenzar a ser estudiado. Necesitó de
un modelo industrial que requiriera especialistas y trabajadores. Si el sistema educativo se
basa en la eficiencia más que en el desarrollo personal (como señala Ken Robinson), las
escuelas de cine no tendrían, en su origen, otro sentido que el de formar profesionistas de la
industria cinematográfica: no artistas, no mesías del audiovisual, no grandes fotógrafos y
mucho menos «autores», sino individuos eficientes y productivos para su sociedad. Esto
supone una realidad aterradora en nuestra juventud: el cine se hace, por lo tanto no necesita
ser estudiado. En otras palabras, no se necesita licenciatura para hacer cine.
¿Entonces por qué estudiarlo? Entre otras cuestiones, porque es inevitable. Más allá de su
realización, el cine nos brinda infinitas ventanas al universo, formas de representación visual
en una época donde las imágenes pueblan el mundo y la conquista de realidades a través de la
imaginación. Como periodistas, biólogos, físicos, antropólogos, sociólogos, economistas,
politólogos, filósofos o historiadores, es innegable la utilidad del cine como herramienta de
trabajo y análisis. Es auxiliar para la investigación, porque registra y comprueba; y es
susceptible de análisis, porque se trata de una construcción visual. Por lo tanto, el cine, que
tiene definiciones múltiples, también puede ser observado desde múltiples ámbitos.
¿Cuál es entonces la necesidad de estudiar al cine desde el cine mismo? ¿Por qué levantar
carreras para la comprensión de un fenómeno que ha sido abordado desde su invención?
Quizá porque, como mencionamos arriba, el cine es un lenguaje. O mejor dicho: es una
construcción lingüística. Planos que se suceden hasta formar secuencias que cuentan una
historia. 79 planos para narrar un asesinato. Convenciones. Es necesario conocer y
comprender estas convenciones para poder realizarlas. O mejor dicho: para poder concebirlas.
Sin embargo, en el terreno del lenguaje nos enfrentamos a un problema mayor: el lenguaje
que generó el cine, ha dejado de ser meramente cine, para consolidarse bajo el rubro
de audiovisual. Y ahí comienzan los conflictos.
3. ¿Qué es el cine? ¿Ha muerto el cine, como aseguran Greenaway y Tarantino? ¿Será que
hemos adjudicado a la máquina las capacidades que ya eran inherentes al humano? Entonces,
¿cuál es el papel de la tecnología? Hoy en día, se discute la muerte del cine a pesar de que
sigue siendo una de las industrias más poderosas del mundo. Sin embargo, ya nadie discute la
validez o autonomía del audiovisual. Celulares, televisores, computadoras, pantallas de todos
tamaños, pizarrones electrónicos, instalaciones virtuales: los medios, que solían ser unos
cuantos, hoy proliferan en cualquier forma o tamaño. Todas hacen uso del audiovisual
(matrimonio de la imagen y el sonido) desde el momento en que se les enciende. Todas están
en deuda con el cine, así como el cine está en deuda con la literatura, el teatro o el cómic.
Ningún lenguaje se formó aisladamente: todos corresponden a serie de relaciones complejas
entre las sociedades y sus tecnologías. Estamos ante la colisión de lenguajes y soportes, y en
ella el lenguaje audiovisual ocupa el lugar más privilegiado. En otras palabras: sin cine no
habría televisión, videojuegos, computadoras o realidad aumentada. Ni todo lo que vendrá.
Pero no son pocos los estudiantes o críticos del cine que erizan la piel al comparar al cine con
sus descendientes. ¿Cuál es la causa del escozor? Pareciera que, a pesar del amplio escenario
que se extiende para la creación audiovisual, las escuelas de cine se encierran en el esquema
técnico (que no tecnológico), bajo un discurso estético. Es decir, enseñan la operación de las
máquinas, pero se venden como escuelas de arte. En medio, datos históricos para llenar el
vacío de 128 años de producción audiovisual. ¿Los resultados? Críticos de cine, realizadores
independientes, y un amplísimo ejército de reserva de fotógrafos, guionistas, diseñadores de
arte, sonidistas, continuistas o editores. La mayoría desempleados o estancados en una forma
de producción, sin posibilidad de crecimiento. Muchos de ellos, incapaces de adaptarse a
nuevas tecnologías y añorando un pasado mejor.
Es entonces que se vuelve necesario revitalizar el estudio y la comprensión del cine.
Comenzando por dejar de lado la visión de un Arte impoluto, de una tradición cuyas lecciones
habrá que aprender y seguir casi religiosamente. De la historia como anecdotario. Pero
también la de la Técnica perfecta: la lógica del medium shot y el steadycam –en ocasiones, las
revoluciones cinematográficas vienen de faltarle al respeto. Derribar el mito del cine de autor,
comprender que el cine es también (y acaso sobretodo) creación colectiva. Entender las
transformaciones que han sucedido y estar en forma para las que están ocurriendo. Dejar de
lado la visión del especialista o del marginal para asumir la del creador, el empresario, o el
productor. Y, si se es crítico, observar dejando de lado el prejuicio y hasta después blandir el
argumento. Abrirse al mundo, para comprenderlo y después representarlo.
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Jorge Luis Martínez es estudiante de Ciencias de la Comunicación de la UNAM, con interés
primordial hacia el estudio de la narrativa gráfica y la producción audiovisual. De vez en
cuando saca historias del sombrero y hasta las dibuja.