Descubrimiento de América

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DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA

El descubrimiento de América se produjo gracias a los acontecimientos que impulsaron el


apoyo hacia los proyectos de navegación, como la conquista del reino de Granada en 1492 con
la rendición del rey Boab-dil en la ciudad de Santa Fe, de esta forma le quedó libre el camino a
Castilla para adoptar una política agresiva que atajara los progresos obtenidos por Portugal en
la conquista del Atlántico y en los mercados del África Negra.

Los Reyes Católicos estaban dispuestos a ayudar a cualquier empresa de navegación que
alcanzase los objetivos que se proponían en su competencia con Portugal.

En esas circunstancias, aparece ante los reyes un piloto y navegante desconocido que promete
villas orientales a cambio de una ilota con la que viajar hacia Occidente, para llegar a Cipango y
Catay (China y Japón).

Cristóbal Colón

Se cree que Colón nació en Génova, de donde en múltiples escritos afirmó proceder, a pesar
de que jamás se encontró papel escrito de su puño y letra que no estuviese en castellano. La
fecha exacta de su nacimiento se desconoce, pero se calcula alrededor de 1451. Varias
ciudades de Italia se disputan su cuna. Se le ha considerado también gallego, extremeño o
catalán, y no faltan quienes afirman un origen étnico hebreo.

Su convicción de que la Tierra era redonda (aunque la creía más pequeña de lo que en realidad
es) y, en consecuencia, que el Atlántico tenía menos extensión, le llevaron a ofrecer sus
servicios a Juan II de Portugal y a presentarle un proyecto de navegación hacia el oeste. Al
consultar con sus asesores y consejeros marítimos, el monarca recibió una rotunda negativa,
dado que Portugal se empeñaba en lo contrario, en encontrar un camino hacia Oriente,
siguiendo las rutas de circunnavegación de África hacia el este.

En 1484 ó 1485, Colón solicitó hospedaje en el convento de La Rábida, donde conoció a fray
Antonio de Marchena y a fray Juan Pérez, uno de los confesores de la reina Isabel. Convenció a
los frailes de la viabilidad de su empeño y fray Juan Pérez lo puso en contacto con el
prestigioso marino Martín Alonso Pinzón. Éste, después de escucharle, se adhirió a la empresa.

Algunos autores sostienen que Colón tenía la certeza de que existían tierras hacia occidente, lo
cual habría participado a fray Juan Pérez, quien a su vez lo habría contado a la reina,
suposición que explicaría la diligencia de los reyes y el apoyo que prestaron a Colón.

En 1486 consiguió una entrevista con los Reyes Católicos, quienes sometieron las ideas de
Colón a dos consejos de expertos, uno en Córdoba y otro en Salamanca. En el segundo le
sonreirá la suerte, gracias a la intervención de fray Diego de Deza, tutor del príncipe Juan, que
apoyará plenamente su tesis. Dos años vivirá bajo la hospitalidad del duque de Medinaceli,
terrateniente andaluz que quiso participar de la gloria que intuía en la empresa. La reina,
celosa de la exclusividad de la Corona para auspiciar la tarea, decide acometerla por su cuenta.
Pero, ante las peticiones excesivas de don Cristóbal, rechazó el proyecto.

Colón se retiró a La Rábida, con la decisión de marcharse de España. Pero el prior del convento
de Santa María escribió a la reina rogándole que reanudara los tratos con el navegante. Colón
regresó a Santa Fe para entrevistarse con Isabel y nuevamente fracasaron las negociaciones.

Gracias a la intervención de Luis de Santángel, escribano de la Corona de Aragón, la reina


aceptó las onerosas condiciones de Colón. Una vez aprobadas por el rey Fernando, se firmaron
las capitulaciones en Santa Fe (abril de 1492), compromiso más que beneficioso para Colón
quien, según sus términos, de descubrir algo, se convertiría en el más rico e influyente
personaje del país. Sus ilusiones, ideas y enorme ambición le convertirán en el Gran Almirante
de la Mar Océana.

Los viajes del descubrimiento de América

La Corona procuró dos carabelas que «encargó» a los vecinos de Palos de Moguer por
mandato real, así como también «solicitó» a las ciudades costeras de Andalucía vituallas,
abastecimientos y pertrechos militares para la empresa. Se eximió a Colón del pago de
derechos y se le concedió la categoría de Embajador de Sus Majestades ante el Gran Khan.

No resultó fácil al genovés reunir una tripulación. Para los marineros, Colón era un
desconocido con fama de iluso, por lo que les sorprendió el respaldo que suponía la real
cédula leída en la iglesia de San Jorge, en mayo de 1492. Martín Alonso Pinzón prestó a don
Cristóbal un apoyo decisivo, gracias a la intervención de fray Juan Pérez y procuró la leva de la
tripulación para las tres carabelas, ya preparadas. En junio de 1492 comenzó el alistamiento.

Primer viaje

Con tres carabelas, la Pinta, la Niña y la Santa María (esta última propiedad de Juan de la Cosa,
quien embarcó en ella como maestro o piloto), bajo el mando, respectivamente de Martín
Alonso Pinzón, Vicente Yáñez Pinzón y del mismo Colón, se hicieron a la mar el 3 de agosto de
1492 en el puerto de Palos y se dirigieron hacia las islas Canarias, donde recalaron para reparar
algunos desperfectos de la Pinta y la Niña y para que Colón realizara algunas visitas antes de
arrostrar el océano.

Continuaron viaje el primero de septiembre desde Las Palmas, impulsados por vientos alisios
favorables. Dos incidentes notables ocurrieron en la lenta travesía: la desviación observada en
la aguja de la brújula (que achacaron a la variación de la latitud), y el creciente nerviosismo de
los marineros, después de un mes de navegación sin resultados. La inquietud se hizo crítica el 7
de octubre, poco antes de avistar tierra, cuando ya indicaban su proximidad leños, pelícanos y
plantas terrestres flotantes. Colón y los hermanos Pinzón colaboraron para sofocar algunos
conatos de rebelión.

En la madrugada del 12 de octubre, Rodrigo de Triana, lanzó el grito de ¡tierra! La expedición


arribó a una islita del archipiélago de las Lucayas o Bahamas, que los naturales conocían por
Guanahaní y que el marino llamó San Salvador (probablemente la actual VVatling). Colón tomó
posesión de ella en nombre de la Corona de Castilla y Aragón, treinta y dos días después de
salir de las Canarias.

Tras recorrer varias islas, en las que se detuvo poco, llegó el 27 de octubre, guiado por las
noticias recibidas de los arauacos, a una isla mayor, Cuba. Desembarcó en el puerto de Bariay
en el extremo oriental de la isla, que bautizó con el nombre de Juana. A continuación, exploró
la isla de Santo Domingo, que denominó La Española. En ella pierde la Santa María al encallar
cerca de las costas septentrionales y con sus maderas fabrica el fuerte al que nombró
Natividad, en el cual dejó una pequeña guarnición.

Colón inició el regreso a la Península el 16 de enero de 1493. La Pinta y la Niña se separaron en


el camino debido a una tempestad. Los hermanos Pinzón llegaron en la Pinta a Galicia y el
Almirante, en la «Niña» (que había recalado en las Azores, donde tuvo dificultades legales con
los portugueses de las islas) arribó al puerto de Lisboa. Después de muchos inconvenientes
regresó a Palos, desde donde se trasladó a Barcelona, para reunirse con los Reyes Católicos,
que le recibieron como correspondía a la magnitud de la empresa realizada.

Segundo viaje

Ante el éxito conseguido por el navegante genovés, los reyes, una vez obtenida la bula Inter
caetera del papa Alejandro VI, que ratificaba, de iure y ante Dios, la posesión de las islas y
tierras descubiertas en nombre de la Corona, se apresuraron a organizar una segunda
expedición ya que los portugueses se disponían a preparar otra y a tratar de variar los
términos de la bula. El 7 de junio de 1494 se firmó en Tordesillas un tratado, por el cual las
nuevas tierras quedaban divididas por un meridiano a trescientas setenta leguas al oeste de las
islas Cabo Verde, base de los derechos que reclamará Portugal para su colonia de Brasil. Toda
la zona situada al oeste de la línea pertenecía a España; la del oeste, a Portugal.

Colón partió del puerto de Cádiz en su segundo viaje con una poderosa flota compuesta por
diecisiete naves el 25 de septiembre de 1493. Los navios iban cargados de pertrechos,
colonizadores y soldados, además de animales domésticos y plantas europeas. La empresa
contaba con doce misioneros y con los célebres Antonio de Marchena, Juan de la Cosa, Diego
Colón, Alonso de Ojeda (conquistador de Santo Domingo), el padre y un tío de fray Bartolomé
de Las Casas y Juan Ponce de León, entre otros. La expedición, financiada por el duque de
Medina Sidonia, recaló en la Gomera el 5 de octubre para proveerse de alimentos y agua. El
domingo 3 de noviembre Colón tocó tierra americana por segunda vez, en una islita, a la que
da por nombre Dominica y, posteriormente, en otras islas que bautizó como Marigalante y
Guadalupe, en honor de la virgen extremeña. Descubrió la isla de Puerto Rico el 16 de
noviembre del mismo año, a la que llamó San Juan (los naturales la llamaban Boriquén).

Al llegar a La Española, experimentó un profundo disgusto, pues encontró el fuerte de Navidad


incendiado y muertos sus moradores por las tribus aborígenes, dirigidas por los caciques
Caonabo y Guacanagi. Poco después de fundar otro fuerte, La Isabela, recorrió la costa sur de
Cuba y denominó a sus innumerables cayos Jardines de la Reina. Convencido el navegante de
hallarse en las Molucas o Indias Orientales, descubrió también la isla de Santiago (Jamaica).

La expedición —una proeza náutica— se mostraba cada vez más como un fracaso económico.
Las duras condiciones del lugar, la escasez de comodidades, los desmanes de algunos
expedicionarios y la hostilidad de los indios, le crearon muchos problemas al genovés.

Colón decidió poner proa de vuelta a la Península, después de convalecer durante cinco meses
en el fuerte La Isabela, única colonia europea en el continente americano por entonces.
Reemprendió el viaje de retorno, en medio de las dificultades y errores provocados por
algunos abusos de los colonizadores y del propio navegante. Nombró a Bartolomé Colón, su
hermano, Adelantado de la isla, y partió en la «Niña» el 10 de marzo de 1946. Después de un
azaroso viaje, desembarcó en Cádiz el 11 de junio con un grupo de indios que había
encabezado el propio Caonabo (fallecido durante la travesía). Los reyes le recibieron de buen
grado y le concedieron las mercedes que solicitó; Colón rechazó, sin embargo, los títulos
nobiliarios que le ofrecieron. A pesar de la mala fama que había adquirido por el trato que
daba a sus subordinados, pudo montar otra expedición por cuenta de la Corona.

Tercer viaje

Colón zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda el 30 de mayo de 1498 con seis naves, hizo
escala en La Gomera y, después de atrapar un bajel corsario, se dirigió al Nuevo Mundo. Una
vez atravesadas las zonas de la calma chicha, que agotaron sus provisiones, avistó el 31 de julio
una tierra agreste, a la que impuso el nombre de Trinidad (que aún conserva).

El día 1 de agosto desembarcó por primera vez en tierra firme venezolana en las penínsulas de
Paria y Cumaná, a las que confundió con islas.

Remontó hacia La Española donde conoció la despoblación del fuerte La Isabela y la fundación
de Santo Domingo, a orillas del río Ozama. Colón, muy enfermo de gota y de oftalmía, se
enfrentó a la rebelión del justicia Francisco Roldán y se produjo un desorden general en la
colonia que el almirante no pudo evitar.

La Corona mandó al comendador Bobadilla, quien acusó a Colón y le envió a España


encadenado, pero al llegar a la Península se le devolvieron sus prerrogativas. Las medidas de
Bobadilla quedaron anuladas y le sustituyó en su cargo Nicolás de Ovando.

Colón fue rehabilitado en sus antiguos privilegios, que se hicieron extensivos a sus herederos,
si bien no se le confirmó como virrey de aquellas regiones, cargo que jamás volvió a recuperar,
por lo que renunció a ejercer el mando en La Española.

Consecuente con su promesa de levantar un ejército para liberar los Santos Lugares del
domino turco, intentó de su propio peculio realizar una leva, exaltado por su celo religioso y un
profundo misticismo.

Pero su afán descubridor le impidió poner el plan en práctica y, aunque viejo, todavía enérgico,
emprendió su cuarta y última aventura marinera, convencido todavía de que las tierras por él
descubiertas antecedían a Asia, proponiéndose el descabellado plan de remontar el río
encontrado cerca de Trinidad, el Orinoco, hasta llegar al mar Rojo y, desde allí, acceder a los
Santos Lugares, para liberarlos de la opresión selyúcida.

Cuarto viaje

A cargo del erario público una vez más, Colón armó cuatro naves (tres carabelas y una
pequeña embarcación) que zarparon de Cádiz el 9 de mayo de 1502, con la recomendación de
no acercarse a La Española salvo en caso de mucha necesidad.

Pisó América por postrera vez, el 13 de junio de 1502, en una isla que denominó Martinino
(Martinica), pero tuvo que dirigirse, muy a su pesar, a La Española, donde Ovando le negó el
permiso de atracar, por lo que hubo de protegerse de un ciclón en Puerto Bello, en el
occidente de la isla. Ovando, ignorante de los consejos de Colón y de su experiencia en aguas
tropicales, se hizo a la mar y perdió veinte naves con sus hombres y tesoros, incluidos los
enemigos de Colón, Roldán y Bobadilla.

Desde La Española, el almirante partió hacia Jamaica, en busca de un paso hacia el océano
índico. Atravesó los Jardines de la Reina y llegó a una isla que bautizó como Guanaja, a unas
cuarenta millas de la costa de Honduras. Allí capturó una gran canoa cargada de ricos objetos
de cobre y armas que anunciaban una cultura más importante que las conocidas por ellos
hasta entonces, la del imperio maya. El afán de Colón por llegar a la India le impidió prestar
atención a aquellos indígenas, que supuso pertenecían al imperio del Gran Khan.

Navegó hasta el cabo de Gracias a Dios (entre Honduras y Nicaragua) y el istmo de Panamá.
Trató de colonizar la costa de Veragua, pero los mosquitos y la hostilidad de los aborígenes se
lo impidieron. Tras más de dos meses de un mal tiempo que estropeó las naves y quebrantó la
salud de muchos hombres, el almirante recaló en una bahía a la que llamó Belén, y en ésta
intentó dejar una guarnición al mando de su hermano Bartolomé y pedir refuerzos a la
Península. Pero la agresividad de los indios le obligó a reembarcar. Ante estos descalabros,
volvió a Cuba en mayo de 1503. Después partió hacia Jamaica, donde le recibieron
pacíficamente y permaneció allí durante un año. Su falta de salud y los abusos de su gente le
crearon infinidad de problemas. Los indios le cortaron el suministro de víveres, pero lo volvió a
conseguir astutamente al anunciar un eclipse que conocía de antemano.

El tardío socorro desde La Española llegó en junio de 1504. Colón permaneció en Santo
Domingo hasta que una expedición lo condujo a España, el 7 de noviembre de 1504, tras mil
penalidades y un fuerte ataque de gota que lo postró. A los pocos días fallecía su protectora, la
reina. Colón acudió a ver al rey en Segovia, sede de la Corte, en mayo de 1505. Murió el 20 de
mayo de 1506 en su quinta de Valladolid, en medio del olvido general y en la creencia de que
había descubierto el camino occidental hacia las Indias y el Gran Khan, sin percatarse de que se
trataba de un enorme continente intermedio, completamente nuevo y desconocido.
LA EXPANSIÓN EUROPEA
La llegada de Colón a tierras americanas en 1492 es el episodio más importante dentro
de un largo proceso de exploración y búsqueda de nuevos territorios y rutas
comerciales, llevado a cabo durante todo el siglo XV por navegantes portugueses y
castellanos. En 1492, Europa descubre que navegando hacia Occidente, hay tierras y
pueblos cuya existencia hasta entonces desconocía. Con este hallazgo, la historia de la
humanidad da un giro de gigantescas proporciones, pues a partir de entonces los
pueblos americanos, tanto las más avanzadas civilizaciones como las culturas menos
desarrolladas, dejan de evolucionar de manera independiente. Desde este momento
Europa pasa a llamarse a sí misma el Viejo Mundo, para diferenciarse de las tierras
cuya existencia acaba de descubrir, a las que define como un Nuevo Mundo.
El descubrimiento, no obstante, es mutuo: en 1492 Europa comienza a conocer
América, y América empieza a conocer Europa, en un encuentro recíproco de
importantísimas consecuencias. De esta nueva relación surgirán grandes cambios que
afectarán a ambas partes y a todos los niveles: cultural, económico, político, social,
religioso, etc. Ambos mundos, el Viejo y el Nuevo, nunca volverán a ser los mismos.
Bases de la expansión europea
El conjunto de Europa experimentó un gran crecimiento poblacional entre los siglos XII
y XIV. La roturación de nuevas tierras y el incremento de la ganadería, en el terreno
agropecuario, junto con el aumento de las ciudades, el auge del comercio y el
desarrollo de las artesanías, en el ámbito urbanístico, potenciaron una población cada
vez mayor en el continente. Sin embargo, desde mediados del siglo XIV Europa
experimentó una grave crisis, motivada por distintos factores:
 Brusco descenso de la población. Las guerras constantes, el hambre y la enfermedad –
la gran peste que asoló Europa en 1348– provocaron una gran mortandad entre la
población y ocasionaron un fuerte descenso en el número de nacimientos.
 Menor producción de alimentos. La sobreexplotación de las tierras y un posible
cambio climático, hicieron que los terrenos fueran incapaces de producir una cantidad
de alimentos suficiente para dar de comer a toda la población.
 Revueltas sociales. El hambre, unida a la servidumbre, a los excesivos impuestos que
conllevaba el sistema feudal y al descenso de los salarios de los artesanos, por el
incremento de la mano de obra, hizo que surgieran numerosas rebeliones y guerras,
con la consiguiente pérdida de cosechas, aumento de impuestos para financiar los
Ejércitos y pérdida de vidas humanas.

Esta grave crisis del siglo XIV se resolvió con la introducción de profundos cambios que, a la
larga, significaron el abandono del sistema feudal que regía el mundo de la Edad Media y la
adopción de medidas económicas, sociales y políticas que acabaron por hacer que Europa
entrase de lleno en una nueva era: el precapitalismo de la Edad Moderna. A partir del siglo XV,
Europa buscó descubrir nuevas tierras, expandirse territorialmente; al mismo tiempo, la
agricultura dejó de ser la actividad más importante para ser sustituida por el comercio y las
manufacturas, que dejaban mayores beneficios y excedentes, los cuales, a su vez, podían ser
reinvertidos; finalmente, las viejas estructuras medievales de servidumbre, donde cada
territorio era dirigido por un señor feudal, comenzaron a ser sustituidas por Estados cada vez
más fuertes, con un rey a la cabeza que dominaba al resto de la nobleza y gobernaba sobre
extensos territorios en los que las ciudades suponían un espacio de enriquecimiento individual
y de progreso intelectual.

De esta forma, Europa vivió una transición entre la Edad Media y el Renacimiento, que se
caracterizó por asistir al paso de una Europa encerrada dentro de sus fronteras a otra que
quiere expandirse. Europa se abre al mar en busca de riquezas y rutas comerciales, deja de ser
rural y agrícola para pasar a ser urbana, artesanal y mercantil. Las fuentes de riqueza
comienzan a ser buscadas cada vez más lejos de las fronteras europeas.

La ruta de las especias

La expansión económica europea que se inicia hacia el siglo XV se apoya fundamentalmente en


el comercio. Desde hacía siglos, las clases dominantes habían gustado de rodearse de grandes
lujos: terciopelos, sedas, porcelanas, perlas, piedras preciosas, tinturas, perfumes y tapices.
También gustaban de condimentar sus platos con especias –canela, pimienta y clavo de olor, lo
que daba a las comidas un sabor agradable y, de paso, conservaba los alimentos por más
tiempo y disimulaba el olor de su descomposición. Todos estos productos eran, en Europa,
extremadamente caros, por cuanto debían ser traídos desde los únicos sitios en los que se
producían: China, Japón, las Indias Orientales y la India, entre los países más importantes. La
única forma de proveerse de ellos era mediante largas expediciones comerciales.

Para poder llegar a Asia, los mercaderes europeos, fundamentalmente genoveses y


venecianos, debían seguir unas rutas que se habían establecido desde el tiempo de las
cruzadas, y gracias a viajeros célebres como Marco Polo, en la segunda mitad del siglo XIII.
Estas rutas tenían un coste muy elevado y, además, durante su viaje los mercaderes corrían el
peligro de ser asaltados por los piratas. A pesar de todos estos riesgos, los comerciantes se
aventuraban a estas expediciones, pues si el viaje, que duraba varios meses, era exitoso, a su
vuelta a Europa los productos habrían multiplicado su valor, proporcionando unas ganancias
fabulosas.

Sin embargo, la caída de Constantinopla en 1453 a manos de los turcos rompió este tráfico,
debido a que la ruta con Asia quedó interrumpida. Los turcos, enemigos de la cristiana Europa,
pasaron a dominar el Mediterráneo, rompiendo las rutas que habían enriquecido durante años
a los mercaderes de Génova y Venecia. Con ello, las especias, la seda, la porcelana y todos los
productos orientales alcanzaron precios astronómicos. Había que buscar, entonces, nuevos
caminos, nuevas rutas, lo que suponía explorar tierras y mares hasta entonces desconocidos.

Los medios técnicos

El cierre del Mediterráneo y la necesidad de explorar una nueva ruta hacia Asia obligaron a los
europeos a buscar nuevos medios de navegación y orientación en el mar. Hasta entonces, los
barcos europeos no se habían aventurado a realizar navegación en altura, pues sólo surcaban
mares internos como el Mediterráneo o el Báltico. Sin embargo, el surgimiento de nuevas
técnicas marineras y avances de orientación les permitió lanzarse a navegar a través del
océano Atlántico, realizando con ello nuevos descubrimientos geográficos. En esencia, estos
avances pueden resumirse en dos elementos:
La carabela y la nao como medios de navegación. La primera era una embarcación ligera,
rápida y maniobrable, que podía cargar suministros para un mes de viaje y ochenta tripulantes.
La nao tenía mayor capacidad de carga y era excelente para explorar nuevas rutas oceánicas.

Nuevos instrumentos para conocer el rumbo y la posición. Entre éstos deben citarse la brújula,
el astrolabio, el cuadrante, las tablas de declinación solar o el portulano. El rumbo que debía
seguir el barco se fijaba determinando la posición de la nave gracias a la brújula. Astrolabio,
cuadrante y tablillas náuticas permitían saber dónde se encontraba el barco en un momento
dado en relación con el Sol o la Estrella Polar. Los portulanos eran primitivos mapas o cartas de
navegación, en los que se señalaban los rumbos.

Portugal y Castilla en el Atlántico

En el contexto de una Europa que buscaba nuevas formas de llegar a las riquezas de Asia,
serían Castilla y Portugal los dos reinos que acabarían ostentando el mayor protagonismo. Ello
responde a tres tipos de factores:

 Factores geográficos. Al ocupar el extremo más occidental de Europa, de cara al


Atlántico, Castilla y Portugal no podían expandirse territorialmente, pues de hacerlo
hacia Europa o hacia la misma península ibérica hubieran chocado con naciones
vecinas muy poderosas, y de hacerlo hacia África se hubiesen enfrentado a un
territorio desconocido y dominado por su gran enemigo, el islam.
 Factores históricos. Durante el siglo XV, Portugal se desarrolló en una paz relativa, lo
que permitió un incremento de población que demandó nuevos recursos y la
búsqueda de nuevas fuentes de producción y mercados. En el caso de Castilla, durante
todo el siglo XV experimentó una fuerte expansión, convirtiéndose, junto con Aragón,
en el reino más poderoso de la península. La unión política de ambos reinos, gracias al
matrimonio de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón, conocidos como los Reyes
Católicos, no hizo sino incrementar su poder. No obstante, Aragón seguirá volcado en
su expansión por el Mediterráneo, mientras que el Atlántico quedará para Castilla.
 Factores relacionados con la expansión. La guerra de Castilla contra los musulmanes
en la península ibérica había sido un éxito constante a lo largo de todo el siglo XV. El
último capítulo de esta guerra tuvo lugar en 1492, con la toma de la ciudad de
Granada. Castilla, en ese momento, era el reino más poderoso de Europa, y se
encontraba en una etapa de plena expansión.

Las expediciones portuguesas

En los inicios del siglo XV, Portugal se lanzó a la búsqueda de una nueva ruta hacia los ricos
países del sudeste y extremo oriente de Asia o, como serían llamadas más tarde, las Indias
Orientales. Portugal fue el primer país de Europa en iniciar la búsqueda de una nueva ruta,
abriendo el camino a Asia por el Sur, es decir, rodeando África.

Gracias a estas exploraciones y anexiones, Portugal consiguió cuantiosas ganancias con su


comercio. Instaló en las costas africanas las primeras factorías o enclaves comerciales, en los
que obtuvo polvo de oro y pieles. A su vez, estas factorías fueron sirviendo como escalas en la
ruta de exploración hacia Asia. El modelo de colonización por factorías sería exportado más
tarde por los portugueses a Brasil.

Castilla se lanza al Atlántico


Viendo los progresos de su vecino portugués y los cuantiosos beneficios que sus exploraciones
le reportaban, Castilla no quiso quedarse atrás. Sin embargo, se encontraba inmersa en una
larga guerra contra el reino de Granada, el último enclave musulmán en la península ibérica.
Así pues, hubo de esperar a la conquista de Granada para poder dedicar todos los recursos
económicos y humanos a la exploración y conquista de nuevas tierras, en competencia directa
con Portugal.

Es en este contexto cuando aparece un personaje fundamental: Cristóbal Colón. Colón, de


probable origen genovés, era un experimentado navegante, que había viajado por diversos
países. Convencido de que la Tierra era redonda y de que, por tanto, se podía llegar a China y
Japón navegando por el Atlántico, en 1484 visitó al rey de Portugal, Juan II, para proponerle
que financiase una expedición. Ante su negativa, Colón marchó a España, donde presentó su
proyecto en 1486 a los Reyes Católicos. Éstos, más preocupados por la conquista de Granada
que por financiar la exploración de territorios desconocidos, se desentendieron de su
propuesta. Finalmente, seis años más tarde, y ante la insistencia de Colón y de algunos de sus
allegados –entre ellos varios miembros de la nobleza española–, los Reyes Católicos accedieron
a financiar el proyecto colombino.

El 17 de abril de 1492, la Corona de Castilla firmó un contrato con Cristóbal Colón, conocido
como Capitulaciones de Santa Fe, por el cual, a cambio de la financiación para su viaje y el
permiso para hacerlo, Colón recibiría, para él y para sus herederos, los títulos de almirante,
virrey y gobernador de todas las islas y tierras que descubriera. Además, percibiría la quinta
parte de todas las mercancías que produjeran las nuevas tierras y la décima de los tesoros
conquistados o adquiridos; también, se estipulaba en el acuerdo, podría participar con una
octava parte en cualquier expedición comercial que se emprendiese, obteniendo así un octavo
de los beneficios.

¿Qué ganaba Castilla con el acuerdo? Colón, convencido de su empresa, se comprometió a


conquistar para Castilla las tierras descubiertas, hacer vasallos de la Corona a sus habitantes,
enseñarles la fe católica y, financieramente, sufragar una octava parte de los gastos de las
expediciones.

Los viajes de Colón

Cristóbal Colón estaba seguro de que, viajando hacia el Oeste a través del océano Atlántico,
sería posible llegar al Extremo Oriente asiático. Para demostrarlo, realizó cuatro travesías. Sin
embargo, lo que encontró fue, más que los tan ansiados países de las especias, un continente
nuevo para los europeos, que ignoraban su existencia: América.

Primer viaje (1492-93). Con el objetivo de llegar a Cipango (Japón), Colón salió del puerto de
Palos el 3 de agosto de 1492 al mando de una expedición compuesta por cerca de noventa
hombres divididos en tres naves: la nao Santa María y las carabelas Pinta y Niña. Tras repostar
en las islas Canarias, donde fueron arreglados algunos desperfectos, las naves se hicieron otra
vez a la mar en dirección Oeste. Cuando ya las fuerzas comenzaban a flaquear, en la
madrugada del 12 de octubre de 1492 un marinero, Rodrigo de Triana, avistó por fin tierra. La
primera tierra americana vista por Colón y su tripulación –aunque él pensaba que había
llegado a Asia– era una pequeña isla de las Bahamas, conocida por los nativos como Guanahaní
y a la que Colón llamó San Salvador (actualmente es la isla bahameña de Watling). Tras tomar
posesión de la isla en nombre de Castilla, siguió su viaje, explorando las costas de las islas de
Cuba y de La Española. Allí fundó el primer fuerte, llamado La Navidad. El 16 de enero de 1493
comenzó el regreso a España, llegando en el mes de marzo al puerto de Palos. Conocido su
viaje por los Reyes Católicos, fue recibido con todos los honores.

Segundo viaje (1493-96). La segunda expedición fue mucho más numerosa que la anterior,
pues se trataba de colonizar y explorar los territorios recién descubiertos. El 25 de septiembre
salió Colón al mando de 17 naves y 1.500 hombres. En este viaje reconoció las Pequeñas
Antillas y las islas de Puerto Rico y Jamaica. Colón fundó la primera ciudad española en
América: Isabela. También comenzaron los primeros enfrentamientos con los nativos y de los
españoles entre sí.

Tercer viaje (1498-1500). Seis naves y 226 hombres tomaron parte en esta expedición, en la
que Colón exploró la costa venezolana y las islas vecinas. Además reconoció la boca del río
Orinoco. En La Española, parte de los españoles que allí residían se rebelaron contra Colón,
sobre el que recaían acusaciones de corrupción. Finalmente, Colón fue apresado y enviado a
España.

Cuarto viaje (1502-04). Rehabilitado ante los reyes, Colón fue puesto de nuevo al mando de
una expedición, con cuatro naves y 150 tripulantes. Esta vez exploró la costa de América
Central, desde Honduras hasta el extremo de Panamá, buscando un paso que comunicase con
Asia. Tras pasar numerosas penalidades, regresó a España, donde murió, fracasado y enfermo,
en 1506. A pesar de sus esfuerzos, no había conseguido su gran objetivo: llegar a Asia por la
ruta occidental.

Castilla y Portugal se disputan las nuevas tierras

La noticia de los hallazgos de Colón se propagó rápidamente por toda Europa. El reino en el
que despertó más recelos fue Portugal, pues hasta entonces los lusos eran los únicos que
sacaban beneficio de sus expediciones oceánicas. Éstos dominaban la costa africana por medio
de sus factorías y, puesto que las islas Canarias, situadas frente a África, pertenecían a Castilla,
se había firmado un tratado en 1480 entre ambos reinos. Este tratado, llamado de Alcaçovas-
Toledo, establecía que Castilla podría explotar todas las islas y las tierras situadas al norte de
Canarias, mientras que para Portugal quedaba reservada la zona sur. Nada se decía en el
tratado del las nuevas tierras occidentales.

Al descubrir Colón, en 1492, que había nuevas tierras al oeste de las Canarias, la disputa se
reavivó, pues Portugal alegó que los nuevos territorios le pertenecían. Para mediar en la
cuestión, Castilla solicitó la intervención del Papa, considerado la máxima autoridad moral de
la época. Alejandro VI emitió su dictamen por medio de dos bulas, conocidas posteriormente
como «bulas alejandrinas»:

Bula Inter CaeteraI. Promulgada en 1493, daba la razón a Castilla. Establecía que las tierras
descubiertas y por descubrir en el Atlántico occidental «hacia las Indias» eran posesión
castellana, siempre y cuando no fueran ya dominadas por algún príncipe cristiano. En segundo
lugar, se imponía a los Reyes Católicos la obligación de adoctrinar en la fe católica a los
indígenas de las tierras descubiertas.

Bula Inter CaeteraII. Acusada la primera bula de imprecisión, por cuanto no fijaba unos límites
detallados entre la parte del Atlántico que correspondía a Castilla y la que tocaba a Portugal, el
Papa promulgó esta nueva bula. En ella se estableció una línea de demarcación imaginaria, de
Norte a Sur, que pasaría a 100 leguas de las Azores, lo que significaba, de hecho, repartir el
mundo entre Castilla y Portugal. Además, se prohibía navegar a las Indias a cualquier persona
que no tuviera el permiso de la Corona de Castilla.

El Tratado de Tordesillas y el reparto del Nuevo Mundo

Las bulas papales pretendían evitar el estallido de una guerra entre Castilla y Portugal. No
obstante, puesto que beneficiaban a los castellanos, Portugal elevó el tono de sus protestas.
Esta vez, a fin de evitar la guerra, ambos reinos decidieron negociar directamente. Así surgió el
Tratado de Tordesillas, firmado en esa localidad española el 7 de junio de 1494.

Durante la negociación, Portugal reconoció la validez de la línea de demarcación establecida


en la bula Inter Caeterea II, pero exigió que se desplazara 270 leguas hacia el Oeste. Castilla
aceptó la pretensión portuguesa, firmándose el tratado y siendo ratificado por el Papa. De esta
forma, para Castilla quedaba el derecho de explorar y conquistar todas las tierras situadas al
Oeste de la línea de demarcación, mientras que para Portugal serían los territorios e islas que
se encontrasen al Este. Gracias a este acuerdo, cuando en 1500 el portugués Pedro Alvares
Cabral llegó casualmente al Brasil, Portugal pudo defender su derecho a permanecer en esas
tierras, pues la punta de Brasil se encontraba en la zona que según el tratado le correspondía a
Portugal.

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