Halo Ghosts of Onyx
Halo Ghosts of Onyx
Halo Ghosts of Onyx
* * *
Tom estaba tumbado en el suelo jadeando. Habían estado a punto de ahogarse tras la
explosión, pero consiguieron despojarse de sus armaduras, y finalmente, exhaustos,
nadar de vuelta a la orilla y arrastrarse alrededor del límite del campo de batalla y
penetrar en las colinas.
Lucy y él habían llegado al punto de extracción seis, donde habían visto a una de
las naves indetectables de exfiltración.
No aparecieron refuerzos del Covenant. Todos habían muerto al estallar el reactor.
La operación TORPEDO había sido un éxito…, pero había costado las vidas de todos
los demás miembros de la compañía Beta.
Todo lo que quedaba de la fábrica, de los cruceros del Covenant y de las fuerzas
de tierra de la compañía Beta era un cráter cristalizado de cuatro kilómetros de
diámetro. No había huesos, ni siquiera un panel de camuflaje de un traje blindado
SPI. Todo había desaparecido. Eran murmullos en el viento.
Lucy se alzó lentamente, apoyándose en el casco de la nave subpatrulla Black Cat,
con el cuerpo estremecido. Hizo intención de volver a descender la colina con pasos
tambaleantes.
—¿Adonde vas?
—Supervivientes —musitó ella, y dio un vacilante paso al frente—. Foxtrot.
Hemos de echar un vistazo.
Nadie había sobrevivido. Habían comprobado todas las frecuencias de radio,
registrado la costa, los campos y las colinas.
SECCIÓN 1
TENIENTE AMBROSE
1
16.47 HORAS, 1 MAYO 2531 (CALENDARIO
MILITAR) / III SISTEMA TAURI,
CAMPAMENTO NUEVA ESPERANZA,
PLANETA VICTORIA
* * *
John despertó con un respingo. Le ardían todos los músculos y parecía como si le
hubieran dado un martillazo en la cabeza. Eso era una buena señal: significaba que no
estaba muerto.
Tensó los músculos para luchar contra una presión implacable.
Pestañeó para aclarar su visión borrosa y vio que estaba sentado apoyado contra
una pared, todavía en el interior del búnker de alta seguridad.
Las cabezas nucleares seguían también allí.
Entonces, John vio a una docena de comandos en el almacén, vigilándolo.
Mantenían en alto la metralleta calibre 30 que era tan popular entre las fuerzas
rebeldes. Apodadas «fabricantes de confeti», eran espantosamente imprecisas, pero a
quemarropa eso no tendría demasiada importancia.
El resto del equipo Azul yacía boca abajo sobre el suelo de hormigón, mientras
unos técnicos con batas de laboratorio se agachaban sobre ellos y los filmaban en
vídeo digital de alta resolución.
John se debatió en su armadura inerte. Tenía que llegar hasta su equipo. ¿Estaban
muertos?
—No hace falta que forcejees —dijo una voz.
Un hombre con una larga melena gris se colocó ante el visor facial de John.
—O forcejea si lo deseas. Os hemos instalado collares inhibidores neurales a ti y
a tus camaradas. Los que usa corrientemente el UNSC para los delincuentes
peligrosos. —Sonrió—. Apuesto a que si no lo llevaras podrías, y lo harías, partirme
en dos con esa milagrosa armadura propulsada.
John mantuvo la boca cerrada.
—Relájate —siguió el hombre—. Soy el general Graves.
John reconoció el nombre. Howard Graves era uno de los tres hombres que se
creía que estaban al mando del frente rebelde unido. No era una coincidencia que
estuviera allí.
—Padecéis de descompresión rápida; la enfermedad del buzo —dijo a John—.
Usamos una placa antigravedad, una antigua tecnología que nunca dio los resultados
esperados, pero que para nuestros propósitos funcionó estupendamente.
Concentramos un haz que engañó a los sensores de vuestras armaduras para que
pensaran que estabais en un entorno de diez ges. Aumentó la presión interna para
salvaros la vida y os dejó momentáneamente inconscientes.
—Urdisteis todo esto por nosotros —dijo John con voz ronca.
—Vosotros, Spartans, habéis hecho bastante mella en nuestros esfuerzos por
liberar los mundos fronterizos —replicó el general Graves—. La estación Jefferson
en el cinturón de asteroides Eridanus el año pasado; nuestro destructor Origami, hace
seis meses, nuestro complejo de fabricación de explosivos de alta potencia; seguido
por el incidente en Micronesia y vuestra célula saboteadora en Reach. No lo creía
hasta que vi el vídeo. Todo llevado a cabo por el mismo equipo de cuatro personas.
Algunos decían que el equipo Azul era un mito. —Golpeó con el nudillo el visor
facial de John—. A mí me pareces muy real.
John se debatió, pero era como si estuviera metido en una montaña de acero. El
collar neural neutralizaba toda señal que descendiera por su columna vertebral
excepto las autónomas, dirigidas al corazón y al diafragma.
Tenía que concentrarse. ¿Tenían todos los miembros de su equipo un collar? Sí.
Cada Spartan lucía una gruesa abrazadera en la parte posterior del cuello,
directamente encima del puerto interfaz de IA. Graves tenía una información
excelente sobre el equipo que utilizaban.
Un momento. John inspeccionó a su paralizado equipo: Kelly, Linda y Fred. Kurt
no estaba.
Graves había dicho «equipo de cuatro hombres». No conocía la existencia de
Kurt.
—Tal como supones —prosiguió Graves— todo esto se hizo por vosotros.
Juntamos nuestro material fisible y nos aseguramos de hacerlo con tan poco cuidado
que incluso vuestra oficina de información naval lo advirtió. Previmos que enviarían
al milagroso equipo Azul. Tal y como esperaba, sigue siendo muy fácil leer en las
mentes de vuestros jefes.
Un joven comando se acercó, saludó y susurró nerviosamente:
—Señor, los sensores externos están desconectados.
—Sacad a los prisioneros de aquí —ordenó Graves, frunciendo el entrecejo—.
Dad la alarma general. Vigilad estrechamente esas ojivas nucleares y decid a las
naves de evacuación que…
Un zumbido inundó el aire y John divisó una masa borrosa de metal que giraba
sobre sí misma entrando por la puerta. Dispuso de una fracción de segundo para darse
cuenta de que se trataba de una mina antipersonal Asteroidea de ocho detonadores,
con el disparador a presión bloqueado con un pedazo de grava…, justo antes de que
detonara con un estallido atronador.
Restos de metal tintinearon en la armadura de John.
Todos los presentes en la habitación se inclinaron debido a la onda expansiva y la
lluvia de metralla.
Seis comandos con múltiples cortes y sangrando por los oídos se pusieron en pie,
empuñando las armas a la vez que sacudían las cabezas para eliminar la
desorientación.
El Warthog modificado que había estado aparcado junto al búnker se estrelló
contra la entrada.
Todo el almacén se estremeció.
Los comandos abrieron fuego y se abalanzaron sobre la puerta.
El Warthog se apartó. Luego, con un gemido, dio marcha atrás y volvió a
embestir contra la entrada. Las paredes de chapa de acero chirriaron, se combaron, y
con una lluvia de chispas el vehículo encajó su sección central en el edificio, igual
que una reina termita embarazada.
Los comandos vaciaron los cargadores de sus fabricantes de confeti, abollando el
blindaje del Hog. La parte superior de la sección central se deslizó a un lado y
surgieron otras tres minas antipersonales Asteroidea que describieron un arco
mientras giraban sobre sí mismas igual que el juguete de un niño —cada una aterrizó
en una esquina del búnker—, y estallaron.
Fragmentos de metal al rojo vivo segaron a los comandos igual que una guadaña.
Kurt saltó al exterior y abatió a tiros a los tres hombres que aún se movían.
Rápidamente se acercó a los Spartans y les quitó los collares.
Kelly rodó sobre sí misma y se incorporó. Fred y Linda se levantaron.
Kurt arrancó de un tirón el collar del cuello de John. Un violento hormigueo
recorrió el cuerpo del Spartan, pero los músculos volvieron a responder a sus órdenes.
Flexionó las extremidades. Los nervios no habían sufrido daños permanentes.
—Podemos olvidarnos del sigilo, ahora —dijo—. Kurt, conduce el Warthog.
Kelly, Linda, Fred, cargad esas cabezas nucleares tan pronto como podáis.
Todos asintieron.
John se acercó al general Graves. Una esquirla de plancha de acero se había
alojado en su cráneo.
Lamentable. Graves tenía información sobre el mando rebelde y secretos sobre la
estructura del servicio de inteligencia de los que John apenas tenía idea. Habían
subestimado enormemente las habilidades de aquellos hombres, y con la amenaza
aún mayor del Covenant que se les venía encima, John se preguntó qué harían en
última instancia los rebeldes. ¿Atacar a un debilitado UNSC mientras éste combatía a
los alienígenas, o pelear contra el enemigo común de la humanidad?
Hizo caso omiso de la visión estratégica más amplia y se concentró en la táctica,
ayudando a Kelly a manipular la última cabeza nuclear hasta colocarla dentro de la
sección central blindada del Warthog.
Bajo el peso de las bombas y de cinco Spartans con armaduras, los
amortiguadores del vehículo se hundieron hasta el fondo. John montó en la parte
posterior y Kurt se puso al volante, y aceleraron lentamente alejándose del protegido
almacén.
—Será mejor dirigirnos a toda prisa a la zona de recogida —ordenó John.
Kurt encendió la radio del Warthog, que zumbó con un parloteo confuso.
—«Unidad Uno no responde. Se informa de un tiroteo. ¡Hombre abatido!
Rastreando APC. ¿Abrir fuego? ¡Confirmen… confirmen! Converjan todas las
unidades. ¡Ahora!»
—¡Todos a la parte central! —gritó John.
El Warthog quedó salpicado de agujeros al recibir una andanada de proyectiles
antiblindaje que perforaron el costado como si fuera papel y abollaron los
contenedores de las ojivas nucleares.
—¡Detrás de las cabezas nucleares! —indicó Fred.
John, Kelly, Fred y Linda se acurrucaron tras los proyectiles. Irónicamente, las
cabezas nucleares eran lo que les proporcionaría la mejor defensa. Los contenedores
estaban superendurecidos con dos objetivos: para contener la radiación y retener la
furia de un sol en miniatura durante menos de un segundo y para aumentar el
rendimiento termonuclear.
John alzó la vista hacia el asiento del conductor. Kurt se agazapó aún más para
ofrecer el menor blanco posible, arriesgando su vida para llevarlos a todos a lugar
seguro.
El Warthog dejaba una estela de humo, pero su velocidad aumentó poco a poco
hasta los cuarenta kilómetros por hora. Del motor surgió un traqueteo agudo. Un
neumático se hizo trizas y el vehículo viró bruscamente a la derecha y luego a la
izquierda.
Kurt recuperó el control y siguieron adelante.
El fuego antiblindaje perdió intensidad y a continuación cesó.
—¡Sujetaos! —dijo Kurt, y cambió a una velocidad inferior.
El Warthog pasó como un bólido a través de la barrera de tela metálica y
alambrada extensible, recorrió la zona cubierta de grava y penetró en el bosque.
—Carretera 32-B hasta la zona de recogida —indicó Kurt.
Llamarla «carretera» era toda una exageración. Avanzaron dando tumbos y
segando árboles, con el vehículo coleando y lanzando chorros de barro al aire.
—¡Naves teledirigidas! —anunció Kurt.
—Abrid la escotilla —ordenó John, y Kelly y Fred separaron los paneles del
techo de la sección central.
John sacó la cabeza y distinguió a tres naves de ataque teledirigidas de la clase
MAKO que volaban hacia ellos, cada una cargada con un grueso misil. Un impacto
directo acabaría con el Warthog. Incluso un impacto cercano podía destruir un eje.
Linda asomó la cabeza, con el rifle de precisión ya en la mano y los ojos en la
mira.
John y Linda abrieron fuego.
La nave que iba en cabeza echó humo y cayó entre los árboles. La siguiente
ascendió en picado, cabeceando. Soltó el misil y viró para alejarse. Apareció una
estela de humo, una cola de fuego, y un misil aceleró hacia ellos a una velocidad
aterradora.
Linda apretó el gatillo, disparando proyectiles tan de prisa como recargaba la
recámara. El misil empezó a girar sobre sí mismo… pero seguía manteniendo el
rumbo hacia ellos.
—Punto de recogida a trescientos metros —anunció Kelly, consultando su tablilla
—. El comité de bienvenida nos tiene en su punto de mira.
—Diles que tenemos el paquete —indicó John—, y que necesitamos que nos
echen una mano.
—¡Entendido! —respondió ella.
El misil estaba a dos kilómetros de ellos…, acortando distancias con rapidez.
Al frente, el bosque se transformó en una ciénaga. Con un rugido huracanado, una
nave Pelican de desembarco del UNSC se elevó por encima de las copas de los
árboles y sus dos ametralladoras escupieron una nube de balas de uranio empobrecido
en dirección al misil que se acercaba…, haciendo que se convirtiera en una flor de
fuego y humo.
—Preparaos para la recogida, equipo Azul —dijo el piloto de la nave de
desembarco a través de la radio—. Se acercan naves hostiles. Así que sujetaos fuerte
y seguid los protocolos de vacío.
—Comprobad la integridad de los trajes —ordenó John.
Recordó a Sam y cómo su amigo se había sacrificado, permaneciendo en una
nave del Covenant asediada debido a una brecha en su traje. Si una sola bala
antiblindaje había abierto una brecha en sus MJOLNIR, se encontrarían en un apuro
similar.
El Warthog, lanzando una espesa humareda negra, se detuvo con un traqueteo.
El Pelican se colocó encima y lo sujetó con fuerza.
Todo el equipo Azul envió luz verde y John se relajó; había estado conteniendo la
respiración.
El Pelican alzó el Warthog cargado con Spartans y cabezas nucleares.
—Sujetaos bien —advirtió el piloto—. Llegan enemigos por el vector cero siete
dos.
La aceleración tiró de John, pero éste se agarró con fuerza, sujetando las armas
nucleares con una mano y con la otra apoyada contra el costado perforado del
Warthog.
La transparente luz azul del exterior se oscureció hasta volverse negra y llenarse
con el parpadeo de las estrellas.
—Nos reuniremos con el Bunker HUI en quince segundos —anunció el piloto del
Pelican—. Preparaos para salto inmediato de Slipspace fuera del sistema.
Kurt abandonó con cuidado el asiento del conductor y pasó a la sección central
para reunirse con ellos.
—Buen trabajo —le dijo Fred—. ¿Cómo supiste que era una trampa?
—Fueron los guardias que descargaban munición del Warthog —explicó él—. Lo
vi entonces, pero no caí en la cuenta hasta que casi era ya demasiado tarde. Aquellas
cajas de munición estaban marcadas como proyectiles antiblindaje. Todas ellas. Uno
no necesita tanto antiblindaje a menos que tenga que enfrentarse a unos cuantos
tanques ligeros…
—O a un pelotón de Spartans —lo interrumpió Linda, comprendiendo.
—Nosotros —observó Fred.
Kurt asintió con la cabeza repetidamente.
—Debería habérmelo figurado antes. Casi conseguí que nos mataran a todos.
—Quieres decir que nos salvaste a todos —replicó Kelly, y chocó su hombro
contra el de él.
—Si alguna vez tienes otra «sensación» curiosa —dijo John—, cuéntamela, y haz
que lo comprenda.
Kurt asintió.
John se puso a pensar en las «sensaciones» de aquel hombre, en su instintiva
percepción subconsciente del peligro. El Jefe Méndez los había hecho entrenar muy
duro a todos: lecciones de integración en equipos de combate, priorización de
objetivos, combate cuerpo a cuerpo y tácticas en el campo de batalla formaban parte
ahora de sus instintos integrados. Pero eso no significaba que impulsos biológicos
subyacentes carecieran de valor. Muy al contrario.
John posó una mano en el hombro de Kurt mientras buscaba las palabras
correctas.
Kelly, como de costumbre, expresó los sentimientos que John jamás podría
expresar.
—Bienvenido al Azul, Spartan. Vamos a ser un gran equipo.
2
05.00 HORAS, 24 OCTUBRE 2531
(CALENDARIO MILITAR) / A BORDO DEL
POINT OF NO RETURN DEL UNSC,
ESPACIO INTERESTELAR, SECTOR B-042
El coronel Ackerson se pasó ambas manos por sus cada vez más escasos cabellos, y
luego se sirvió un vaso de agua de la jarra que tenía sobre la mesa. La mano le
temblaba. Resultaba irónico que su carrera militar hubiera llegado a aquello: una
reunión secreta en una nave que técnicamente no existía, a punto de discutir un
proyecto que, si tenía éxito, jamás afloraría a la luz pública.
Clasificado sólo para tus ojos. Palabras codificadas. Doble juego y deslealtades.
Añoraba tiempos pasados en que empuñaba un rifle, al enemigo se lo reconocía y
despachaba con facilidad, y la Tierra era el más poderoso y seguro centro del
Universo.
Aquella época ya sólo existía en el recuerdo, y Ackerson tenía que vivir en la
oscuridad para salvar la poca luz que quedaba.
Se echó hacia atrás, apartándose de la mesa de juntas de ébano, y su mirada
recorrió la habitación, una burbuja de cinco metros de diámetro cortada en dos por un
suelo de rejilla de metal, con paredes de acero inoxidable pulidas hasta conseguir un
brillo de reflejos blancos. Una vez sellada, se convertía en una jaula de Faraday, y
ninguna señal electrónica podía escapar de ella.
Odiaba aquel lugar. Las paredes blancas y la mesa negra lo hacían sentir como si
estuviera sentado en el interior de un ojo gigante, siempre bajo observación.
La «jaula», como se la llamaba, estaba en el interior de un capullo de capas
aislantes ablativas y sistemas neutralizadores de interferencias electrónicas para
proporcionar más seguridad, y todo ello instalado en la parte más recóndita de la nave
de la flota del UNSC Point of No Return.
Construida por secciones y luego ensamblada en el espacio intergaláctico, el
Point of No Return era el navío de la clase patrulla de mayor tamaño jamás
construido. Tan grande como un destructor, era totalmente invisible al radar, y cuando
sus motores deflectores funcionaban por debajo del 30 por ciento, era tan negro como
el espacio interestelar. El Point of No Return era el centro de mando de campaña y
plataforma de control de la Oficina de Información Naval del UNSC en tiempo de
guerra, NavSpecWep (Agencia de Armamento Naval Especial) Sección Tres.
Muy pocos habían visto realmente aquella nave, sólo un puñado de personas
habían estado a bordo en alguna ocasión, y menos de veinte oficiales en la galaxia
tenían acceso a la jaula.
La pared blanca se retrajo y entraron tres personas. Sus botas golpearon con un
sonido metálico el suelo de rejilla.
El contraalmirante Rich entró primero. Sólo tenía cuarenta años, pero sus cabellos
eran ya canosos. Estaba al mando de las operaciones encubiertas en la Sección Tres,
responsable a su vez de todas las operaciones de campaña a excepción del programa
SPARTAN-II de la doctora Halsey. Se sentó a la derecha de Ackerson, echó un
vistazo al agua y frunció el entrecejo. Sacó una petaca dorada y la destapó. El olor a
whisky barato asaltó inmediatamente a Ackerson.
El siguiente fue el capitán Gibson. El hombre se movía como una pantera, con
zancadas largas, indicio de haber pasado recientemente un tiempo en situación de
microgravedad. Era el oficial superior a cargo de las operaciones paralelas de la
Sección Tres, el homólogo del contraalmirante Rich en la ejecución de las tareas de
limpieza.
Y por último, entró la vicealmirante Parangosky.
Las puertas volvieron a cerrarse inmediatamente tras ella sin dejar el menor
resquicio. Sonaron tres nítidos chasquidos a medida que los cerrojos encajaban entre
sí, y a continuación la estancia se sumió en un silencio artificial.
Parangosky permaneció en pie y evaluó al resto; su férrea mirada finalmente se
clavó en Ackerson.
—Será mejor que tenga una razón realmente buena para arrastrarnos a todos aquí
a escondidas, coronel.
Parangosky tenía un aspecto frágil y parecía más próxima a los ciento setenta
años que los setenta que tenía en realidad, pero era, en opinión de Ackerson, la
persona más peligrosa del UNSC. Era el auténtico poder en la ONI (la Oficina de
Información Naval). Por lo que él sabía, únicamente una persona había conseguido
cruzarse en su camino y sobrevivir.
El coronel Ackerson depositó cuatro placas de datos sobre la mesa. Escáneres
biométricos centellearon en las franjas laterales.
—Por favor, almirante —dijo—, si tiene la bondad.
—Muy bien —masculló ella y se sentó.
—Eso no es nada nuevo, Margaret —rezongó el almirante Rich.
La mujer le lanzó una mirada taladrante, pero no dijo nada.
Los tres oficiales echaron un rápido vistazo al documento.
El capitán Gibson lanzó un suspiro colérico y apartó la placa.
—Spartans —dijo—. Sí, todos estamos familiarizados con su historial operativo.
Muy impresionante.
Por la mueca de desagrado de su rostro, quedaba claro que «impresionado» no era
como se sentía.
—Y —observó Rich— ya conocemos sus sentimientos respecto a este programa,
coronel. Espero que no nos haya traído aquí para intentar de nuevo echar el cierre a
los Spartans.
—No —respondió Ackerson—. Por favor avancen hasta la página veintitrés, y
mis intenciones quedarán claras.
Examinaron su informe de mala gana. Las cejas del capitán Rich se enarcaron
ostentosamente.
—Nunca antes había visto estas cifras: fabricación traje MJOLNIR, personal de
mantenimiento, y mejoras recientes en sus plantas de microfusión. ¡Cielos! Se podría
construir un nuevo grupo de combate con lo que Halsey está gastando.
La vicealmirante Parangosky no echó ningún vistazo a las cifras.
—Ya he visto esto antes, coronel. Los Spartans son el proyecto más caro de
nuestra sección. No obstante, son el más efectivo. Vaya al grano.
—La cuestión es ésta —dijo Ackerson. El sudor le chorreaba por la espalda, pero
mantuvo la voz tranquila. Si no los convencía, Parangosky podría aplastarlo, y se
encontraría degradado a sargento y patrullando por algún polvoriento mundo
fronterizo. O peor—. No estoy sugiriendo que echemos el cierre a los Spartans —
prosiguió, y gesticuló ampliamente con ambas manos—. Al contrario, libramos una
guerra en dos frentes: rebeldes que erosionan nuestra base económica en las colonias
exteriores, y el Covenant, que, por lo que sabemos, está decidido a aniquilar a toda la
humanidad. —Se irguió y su mirada se cruzó con las miradas de Gibson, Rich y,
finalmente, con la de Parangosky—. Sugiero que necesitamos más Spartans.
Una sonrisa apenas perceptible apareció en los finos labios de la vicealmirante
Parangosky.
—Estupideces —rezongó Rich, y tomó un trago de su petaca de whisky—. Es lo
que me faltaba por oír.
—¿Qué es lo que quiere conseguir, coronel? —quiso saber Gibson—. Ha estado
públicamente en contra de los SPARTANS-II de la doctora Halsey desde que ella
inició el programa.
—Lo he estado —asintió Ackerson—. Y todavía lo estoy. —Señaló con la cabeza
las placas de datos—. Pantalla cuarenta y dos, por favor.
Avanzaron hasta el lugar indicado.
—Aquí detallo los defectos del programa innegablemente «exitoso» de Halsey —
continuó Ackerson—. Costes altos, un fondo de candidatos genéticos absurdamente
pequeño, metodologías de adiestramiento ineficaces, producción de un número
demasiado reducido de unidades finales…, por no mencionar su dudosa ética al usar
procedimientos de clonación instantánea.
Parangosky hizo avanzar la pantalla.
—Y nos propone… ah, ¿un programa SPARTAN-III? —preguntó, y su expresión
férrea no dejó traslucir ni un indicio de emoción.
—Considere a los SPARTANS-II como un prototipo para poner a prueba el
concepto —explicó Ackerson—. Ahora ha llegado el momento de pasar a la
modalidad de producción. Mejorar las unidades con tecnología nueva. Hacer un
mayor número de ellas. Y hacer que resulten más baratas.
—Interesante —susurró ella.
El coronel tuvo la sensación de que lo estaba consiguiendo, así que siguió
adelante.
—Los SPARTANS-II tienen una característica adicional que los vuelve
indeseables para nosotros —dijo Ackerson—. Una presencia pública. Aunque están
clasificados como alto secreto, se han filtrado historias por toda la flota. Sólo son un
mito en este momento, pero la Sección Dos tiene planes para difundir más
información y hacer público el programa muy pronto.
—¿Qué? —Rich se apartó violentamente de la mesa—. No pueden dar a conocer
detalles de un programa secreto que…
—Para levantar la moral —explicó Ackerson—. Forjarán la leyenda del Spartan.
Si la guerra con el Covenant va como está previsto, es evidente que necesitaremos
medidas drásticas para mantener la confianza entre la tropa.
—Eso significa que estos Spartans tendrán que ser, qué, ¿protegidos? —inquirió
Rich, incrédulo—. Si están todos muertos, eso convierte una campaña de operaciones
psicológicas en algo más bien discutible, ¿no es cierto?
—No necesariamente, señor —observó Gibson—. Pueden estar muertos, pero no
ser un secreto.
—Asumo, coronel —intervino Parangosky—, que esta cuestión de presencia
pública no será un inconveniente para su programa para la serie tres.
—Correcto, señora. —Ackerson colocó las manos sobre la mesa e inclinó la
cabeza; luego alzó los ojos—. Esta fue una conclusión a la que costó mucho llegar.
Esta nueva fuerza de combate debe ser barata, muy eficiente, y estar adiestrada para
llevar a cabo misiones que tradicionalmente jamás se contemplarían. Ni siquiera por
parte de los superhombres de Halsey.
Rich puso mala cara ante lo que el comentario llevaba implícito y su frente se
arrugó.
—Misiones suicidas.
—Objetivos de alto valor —replicó Ackerson—. Objetivos del Covenant. Las
batallas que hemos ganado contra este enemigo han supuesto unas bajas inaceptables.
Dado su número y su tecnología superior, disponemos de pocas opciones contra una
fuerza así, excepto tácticas extremas.
—Tiene razón —admitió Gibson—. Los Spartans han demostrado su efectividad
en misiones de alto riesgo, y aunque odio tener que admitirlo, son mejor que
cualquier equipo humano que yo pudiera reunir. Si eliminamos los mandatos actuales
del UNSC sobre seguridad y exfiltración, dispondremos de una oportunidad para
frenar un poco al Covenant. Nos daría tiempo para pensar, hacer planes y dar con un
mejor sistema de combate.
—Quiere canjear vidas por tiempo —susurró Parangosky.
Ackerson hizo una pausa, sopesando con cuidado su respuesta, luego dijo:
—Sí, señora. ¿No es ése el trabajo de un soldado?
Parangosky lo miró fijamente y Ackerson le sostuvo la mirada.
Rich y Gibson contuvieron el aliento, estupefactos.
—¿Hay otra opción? —preguntó Ackerson—. ¿Cuántos mundos son ahora un
montón de cenizas? ¿Cuántos miles de millones de colonos han muerto? Si salvamos
un solo planeta, si ganamos unas pocas semanas, ¿no vale eso un puñado de hombres
y mujeres?
—Desde luego que sí —musitó ella—. Que Dios se apiade de todos nosotros. Sí,
coronel, sí, lo vale.
Rich vació su petaca.
—Desviaré fondos para esta cosa a través de los lugares de costumbre, sin actas
informatizadas. Hay demasiadas malditas IA actualmente.
—Me aseguraré de que consiga aprovisionamiento, instructores, y cualquier otra
cosa que necesite, coronel.
—Y yo conozco una zona perfecta de acuartelamiento de tropas para poner esto
en marcha —indicó Parangosky, e hizo una seña con la cabeza a Rich.
—¿Onyx? —inquirió, en un tono que era mitad pregunta, mitad afirmación.
—¿Conoce un lugar mejor? —preguntó ella—. La Sección Uno ha convenido ese
lugar en un virtual agujero negro.
—De acuerdo —asintió Rich con un suspiro—. Le enviaré el expediente sobre el
lugar, coronel. Le va a encantar.
Las aseveraciones de Rich no lo reconfortaron en absoluto, pero Ackerson
mantuvo la boca cerrada. Tenía todo lo que quería… casi.
—Sólo una cosa más —dijo—. Necesitaré a un SPARTAN-II para adiestrar a
estos nuevos reclutas.
—¿Y va a pedirle a la doctora Halsey que le preste uno? —rezongó el capitán
Gibson.
—Tengo pensado otro sistema —respondió él.
—Necesita a un Spartan para adiestrar Spartans, desde luego —dijo Parangosky
—, pero… —bajó la voz—, ándese con pies de plomo. Si esto se hace público, si la
gente descubre que estamos creando «héroes desechables», la moral caerá en picado
en toda la flota. Asegúrese de que nadie en la Sección Tres sabe lo de su entrenador
SPARTAN-II ni lo de SPARTAN-III. Si alguien se entera, tendrá que desaparecer.
¿Entendido?
—Sí, señora.
—Y por el amor de Dios —recalcó ella, entrecerrando los ojos hasta convertirlos
en simples rendijas—, Catherine Halsey no debe saberlo jamás. Su tierna compasión
por los Spartans le ha conseguido demasiados admiradores en el mando central. Si
esa mujer no fuera tan vital para la guerra, la habríamos enviado a casa hace décadas.
Ackerson asintió.
Los tres oficiales navales presionaron los pulgares sobre sus placas de datos y los
archivos se borraron. Se pusieron en pie y, sin una palabra más, abandonaron la jaula.
Jamás habían estado allí.
Nada de aquello se había discutido jamás.
Cuando se quedó solo, Ackerson examinó sus archivos e hizo planes. El primer
tema a tratar estaba ya en marcha: en la pantalla apareció el historial del Spartan-051.
3
09.40 HORAS, 7 NOVIEMBRE 2531
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA
GROOMBRIDGE 34, EN LAS
PROXIMIDADES DE LA PLATAFORMA DE
CONSTRUCCION 966A (RETIRADA DEL
SERVICIO)
OPERACIÓN DEBIDO A QUE UNA ACCIÓN DEL COVENANT A POCA DISTANCIA DE ALLÍ (VER
REFERENCIAS ADJUNTAS) MOTIVÓ UNA LLAMADA INMEDIATA A LA ACCIÓN DE TODAS LAS
Y MUY CERCA DEL SPARTAN-051 EN EL MOMENTO DEL ACCIDENTE PODRÍA HABER PROVOCADO
SPARTAN-III
6
19.50 HORAS, 27 DICIEMBRE 2531
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA
DORADUS, PLANETA ONYX,
CAMPAMENTO CURRAHEE
Kurt observó a los Pelican que se acercaban. Las mastodónticas naves impulsadas por
reactores estaban tan lejos que no eran más que manchitas recortándose en el sol
poniente. Activó el sistema de aumento de su visor facial y vio las líneas de fuego
que marcaban su vectores de reingreso. Aterrizarían en tres minutos.
En los últimos seis meses había desarrollado un régimen de adiestramiento más
duro que el programa SPARTAN original. Había creado pistas de obstáculos, campos
de tiro, aulas, comedores y dormitorios a partir de lo que había sido jungla y llanuras
cubiertas de maleza.
Había recibido todos y cada uno de los pertrechos solicitados a la Sección Tres de
la Agencia Naval de Armamento Especial. Armas, munición, naves de desembarco,
tanques…, incluso muestras de tecnología y armamento del Covenant habían
aparecido como por arte de magia.
Todo el personal estaba ya en sus puestos: seis docenas de instructores
seleccionados cuidadosamente, fisioterapeutas, doctores, enfermeras, psicólogos y los
importantísimos cocineros; todos estaban allí excepto la persona más decisiva, que se
hallaba ahora en uno de los transportes que se acercaban: el contramaestre mayor
Franklin Méndez.
Doce años atrás, Méndez había adiestrado a Kurt y a todos los demás Spartans, y
su colaboración resultaría inestimable en la preparación de la nueva camada de
SPARTANS-III, pero no iba a ser la solución a todos los problemas de Kurt.
Tras estudiar minuciosamente cada detalle de los historiales de los nuevos
reclutas, Kurt descubrió que no se ajustaban a los perfectos marcadores psicológicos
y genéticos fijados en los protocolos de selección originales de la doctora Halsey. El
coronel Ackerson le había advertido que tendrían que recurrir a un grupo «menos
sólido estadísticamente». Esos reclutas no se parecerían en nada a él, a John, a Kelly
o a cualquiera de los candidatos originales a ser un SPARTAN-II.
Y eso no haría más que incrementar la lista de desafíos. Con una promoción final
prevista cuatro veces mayor que la de los SPARTANS-II, un programa de
entrenamiento severamente mutilado y la necesidad de disponer de esos Spartans en
la guerra aumentando cada día, Kurt, en realidad, esperaba una catástrofe.
Los transportes Pelican descendieron en picado en la maniobra final de
aproximación e inclinaron los propulsores. El césped del campo de revista se onduló
igual que terciopelo. Una a una, las naves se posaron con suavidad.
Aunque la armadura MJOLNIR de Kurt no estaba diseñada para lucir insignias de
rango, éste sintió de todos modos el peso de sus nuevos galones de teniente.
Presionaban sobre él como si pesaran una tonelada cada uno, como si el peso de toda
la guerra y el futuro de la humanidad descansaran directamente sobre sus hombros.
—¿Señor? —susurró una voz en su comunicador.
La voz pertenecía a la inteligencia artificial Eternal Spring, que estaba asignada
oficialmente al equipo de reconocimiento planetario estacionado en el sector norte de
aquella península.
Kurt no estaba seguro de por qué el coronel Ackerson había insistido en que el
campamento Currahee se construyera junto al complejo. No obstante, sí estaba seguro
de que había un motivo.
—Adelante, Spring.
—Están disponibles detalles actualizados sobre los candidatos —dijo la voz.
—Gracias.
—Deme las gracias después de su supuesta prueba, señor.
Eternal Spring finalizó la transmisión con un zumbido de estática que sonó igual
que un enjambre de abejas enfurecidas.
Engatusada por los mandamases de la Sección Tres, Eternal Spring había
accedido a dedicar el nueve por ciento de su tiempo en activo al proyecto SPARTAN-
III. La IA pertenecía a la variedad «lista», lo que significaba que no existían límites a
su capacidad de conocimiento o creatividad. A pesar de toda su ocasional teatralidad,
Kurt estaba contento de contar con su ayuda.
El Spartan pestañeó y accedió a los datos de los candidatos en su visualizador
frontal. Cada nombre tenía un número de serie y estaba vinculado a archivos con sus
antecedentes. Eran 497 en total, una colección de niños de cuatro, cinco y seis años a
los que de algún modo debía convertir en un ejército sin precedentes en la historia de
la contienda armada.
La escotilla del Pelican más cercano se abrió con un siseo, y un hombre alto salió
de una zancada.
Méndez había envejecido bien. Su cuerpo esbelto parecía tallado en madera de
tamarindo, pero sus cabellos eran canosos ahora, y tenía profundas arrugas alrededor
de los ojos y un conjunto de cicatrices irregulares que discurrían desde la frente a la
barbilla.
—Jefe.
Kurt resistió el impulso de cuadrarse cuando Méndez lo saludó. Por extraño que
le resultara, él era ahora su oficial al mando.
Kurt devolvió el saludo.
—Se presenta el contramaestre mayor Méndez, señor.
Tras el programa SPARTAN-II, el Jefe Méndez había sido, a petición propia,
reasignado al servicio activo. Había combatido al Covenant en cinco mundos, y le
habían concedido dos corazones púrpura.
—¿Fue informado durante el vuelo?
—Completamente —respondió Méndez.
Al posar la mirada sobre Kurt en su armadura MJOLNIR, una serie de emociones
pasaron fugaces por su rostro: admiración, aprobación y resolución.
—Conseguiremos adiestrar a estos nuevos reclutas, señor.
Era precisamente la respuesta que Kurt había esperado obtener. Méndez era una
leyenda entre los Spartans. Los había engañado, atrapado y torturado de niños, y
todos lo odiaron y luego aprendieron a admirar a aquel hombre. El les había enseñado
cómo luchar… y cómo vencer.
—¿Dejan beber a los Spartans ahora? —preguntó Méndez.
—¿Jefe?
—Un chiste malo, señor. Tal vez necesitaremos una copa antes de que termine el
día —dijo—. Los nuevos bisoños son, bueno, señor, un tanto salvajes. No sé si
ninguno de nosotros está preparado para esto.
Méndez se volvió hacia los Pelican, aspiró con fuerza, y gritó:
—¡Reclutas, todos fuera!
Un tropel de niños descendió por las rampas de las naves de desembarco. Cientos
de ellos pisotearon el campo de aterrizaje, chillando y arrojándose terrones de tierra
unos a otros, totalmente desmandados tras haber permanecido encerrados durante
horas. Unos pocos, no obstante, se arremolinaron cerca de las naves, con oscuras
ojeras bajo los ojos, y se apretujaron unos contra otros. Cuidadores adultos hicieron
que se agruparan sobre el césped.
—¿Ha leído El señor de las moscas, señor? —preguntó entre dientes Méndez.
—Sí —respondió Kurt—; pero su analogía no se sostendrá. Estos niños
dispondrán de una guía. Tendrán disciplina.
Y tienen una cosa que ningún niño corriente tiene, ni siquiera los candidatos a
SPARTAN-II: Motivación.
Kurt se conectó al sistema de megafonía del campamento. Carraspeó y el sonido
retumbó por el terreno igual que un trueno.
Casi quinientos niños se detuvieron en seco, callaron y se volvieron atónitos, en
dirección al gigante de la brillante armadura color esmeralda.
—Atención, reclutas —dijo Kurt, y se colocó con los brazos en jarras—. Soy el
teniente Ambrose. Todos habéis soportado grandes penurias para estar aquí. Sé que
cada uno de vosotros ha perdido a sus seres queridos en Jericó VII, Harvest y Biko.
El Covenant os ha convertido a todos en huérfanos.
Cada uno de los niños sin excepción lo contempló fijamente, algunos con
lágrimas brillando ahora en los ojos, otros con auténtico odio exacerbado.
—Os voy a dar una oportunidad de aprender a combatir, una oportunidad de
convertiros en los mejores soldados que el UNSC ha producido jamás, una
oportunidad de destruir al Covenant. Os estoy dando una oportunidad de ser como
yo: un Spartan.
Los niños se apelotonaron ante él, cerca…, pero ninguno se atrevió a tocar la
reluciente armadura verde pálido.
—No podemos aceptaros a todos, sin embargo —prosiguió Kurt—. Sois
quinientos y nosotros tenemos trescientas plazas. Así que esta noche, el Jefe Méndez
—señaló con la cabeza a su acompañante— ha ideado un modo de separar a los que
realmente desean esta oportunidad de los que no.
Entregó al Jefe una placa de datos.
—Jefe?
Dijo mucho en favor de Méndez que éste únicamente mostrara sorpresa durante
una fracción de segundo. Leyó rápidamente la placa, frunció el entrecejo, pero
asintió.
—Sí, señor —murmuró.
A continuación, Méndez gritó a los niños:
—¿Queréis ser Spartans? Entonces regresad a esas naves.
Las criaturas se quedaron estupefactas, mirándolo fijamente.
—¿No? Supongo que hemos encontrado a unos cuantos que se quedan fuera. Tú.
—Señaló a un niño al azar—. Tú. Y tú.
Los niños elegidos se miraron entre sí, luego al suelo, y finalmente negaron con la
cabeza.
—¿No? —dijo Méndez—. Entonces subid a esos Pelican.
Así lo hicieron, y lo mismo hizo el resto, en una lenta procesión que avanzó
arrastrando los pies.
—Instructores —dijo Méndez.
Tres docenas de suboficiales se cuadraron.
—Encontrarán unidades aéreas de descenso Ala de Halcón en el campo de
aterrizaje. Cárguenlas a la mayor brevedad posible y asegúrense de que sus reclutas
están equipados adecuadamente. Su despliegue sin problemas es ahora
responsabilidad suya.
Los instructores asintieron y corrieron hacia las empaquetadas mochilas Ala de
Halcón.
El Jefe se volvió de nuevo hacia Kurt.
—¿Los va a hacer saltar? —Enarcó ambas cejas para expresar su sorpresa—. ¿De
noche?
—Las Halcón son las unidades de descenso más seguras —respondió Kurt.
—Con todo respeto, señor, algunos de ellos sólo tienen cuatro años.
—Motivación, Jefe. Si pueden hacer esto, estarán preparados para todo lo que les
hemos de hacer pasar. —Contempló como los Pelican ponían en marcha sus reactores
y chamuscaban la hierba—. Pero por si acaso —añadió—, despliegue a todas las
naves de desembarco para recuperar a los candidatos. Podría haber accidentes.
Méndez soltó aire con fuerza.
—Sí, señor —contestó, y salió en dirección al Pelican más cercano.
—Jefe —dijo Kurt—, lamento que esa orden tuviera que provenir de usted.
—Lo comprendo, señor —respondió Méndez—. Usted es su comandante en jefe.
Tiene que inspirar y obtener su respeto. Yo soy su instructor. Yo soy quien debe
convertirse en su peor pesadilla. —Dedicó a Kurt una sonrisa maliciosa y subió a
bordo.
* * *
Shane se aferró a las agarraderas de plástico del costado del casco del Pelican. Se
encontraba hombro con hombro con los otros niños; tan apretujado contra ellos que
no habría caído si se hubiera soltado. El rugido de los reactores del Pelican era
ensordecedor, pero aún podía oír su propio corazón latiendo apresuradamente en el
pecho.
Aquél era el final de un viaje iniciado hacía años. Había oído reactores como ésos
cuando empezó, los reactores del carguero ligero que se alejaba vertiginosamente de
Harvest. Aquella nave también había estado abarrotada, repleta de refugiados que
intentaban escapar, tan rápido como podían, de los monstruos.
Sólo una de cada seis naves lo había conseguido.
A veces Shane deseaba no haber vivido y visto como los monstruos quemaban a
su familia y su hogar.
Cuando el hombre de la marina había ido a visitarlo al orfanato y preguntado si
Shane quería saldar cuentas con ellos, él se ofreció inmediatamente como voluntario.
No importaba lo que hiciera falta, iba a matar a todo el Covenant.
Le habían hecho una barbaridad de pruebas, test escritos, análisis de sangre, y
luego todo un mes de viaje espacial mientras el hombre de la marina reclutaba más y
más voluntarios.
Pensó que las pruebas habían acabado cuando por fin subieron a los Pelican y
llegaron a aquel lugar nuevo, pero apenas había puesto el pie en tierra cuando ya los
habían vuelto a introducir en las naves y enviado de vuelta a las alturas.
Había conseguido echarle un vistazo al tipo que estaba al mando. Llevaba una
armadura parecida a las que Shane había visto en libros de cuentos: el Caballero
Verde que combatía a los dragones. Eso era lo que Shane quería. Llevaría una
armadura como aquélla algún día y mataría a todos los monstruos.
—Comprobad vuestras correas —le gritó con aspereza un tipo mayor de la
marina a él y a los otros niños.
Shane tiró de la mochila negra que le habían colocado hacía tres minutos. Pesaba
casi tanto como él, y las correas estaban tan tirantes que se le clavaban en las
costillas.
—Informad de cualquiera que esté floja —chilló el hombre por encima del rugido
de los motores.
Ninguno de los otros veinte niños dijo nada.
—Reclutas, preparaos —gritó el hombre a continuación.
El oficial escuchó por sus auriculares y entonces una luz verde se encendió en un
panel cerca de su cabeza. El hombre pulsó unos números en un teclado.
La parte posterior del Pelican se abrió con un siseo, la rampa descendió y un
tornado aulló alrededor de Shane. El niño chilló con todas sus fuerzas, al igual que
hicieron los otros niños. Tocios se desplazaron, empujándose hacia la parte delantera
de la plataforma de la nave.
El hombre de la marina permaneció junto a la puerta abierta de la plataforma sin
que lo asustara el hecho de que sólo a un metro por detrás de él no hubiera más que el
cielo abierto. Contemplaba con hastío a los chiquillos que se escabullían hacia atrás.
Detrás de él, una franja de un tono naranja oscuro indicaba el borde del mundo. El
crepúsculo y unas sombras crecientes se deslizaban sobre montañas coronadas de
nieve.
—Formaréis una fila y saltaréis —gritó el hombre—. Contaréis hasta diez y
tiraréis de esto. —Alzó la mano hacia el hombro izquierdo, sujetó el asa rojo brillante
que había allí, e hizo como si tirara de ella—. Una cierta confusión será normal.
Los niños lo miraron atónitos. Nadie se movió.
—Si no podéis hacer esto —dijo él—, no podéis ser Spartans. Vosotros elegís.
Shane miró a los otros niños, y éstos le devolvieron la mirada.
Una niña con coletas y a la que le faltaban los dientes delanteros dio un paso al
frente.
—Yo iré primero, señor —chilló.
—Buena chica —dijo él—. Ve justo hasta el borde y sujétate al cable guía.
La pequeña avanzó con diminutos pasos infantiles hasta el borde del Pelican,
luego se detuvo en seco. Aspiró hondo tres veces y luego, con un chillido, saltó. El
viento la atrapó.
La pequeña desapareció en la oscuridad.
—¡Siguiente! —llamó el hombre de la marina.
Todos los niños, incluido Shane, formaron una fila. El niño no podía creer que
estuvieran haciendo aquello. Era de locos.
El siguiente niño alcanzó el borde, miró abajo y chilló. Cayó de espaldas y
retrocedió gateando.
—¡No! —exclamó—. ¡Ni hablar!
—¡Siguiente! —llamó el hombre, y ni tan sólo dedicó una mirada al niño
acurrucado en la cubierta.
El siguiente niño saltó sin siquiera mirar. Y el siguiente.
Entonces le llegó el turno a Shane.
Éste no era capaz de mover las piernas.
—Date prisa, perdedor —dijo el niño situado detrás de él, y le asestó un empujón.
Shane dio un traspié al frente…, deteniéndose sólo a medio paso del borde. Se dio
la vuelta y se contuvo para no devolverle el empujón a aquel chico. El niño en
cuestión era una cabeza más alto que él, y los cabellos negros le caían sobre los ojos,
dando la impresión de que no tenía frente. A Shane no lo asustó aquel tipo
pendenciero.
Volvió a darse la vuelta para enfrentarse a la noche que pasaba veloz ante él.
Aquello era lo que lo asustaba.
Las piernas de Shane se llenaron de gélido hormigón. El viento que pasaba como
una exhalación sonaba tan fuerte que ya no podía oír nada más, ni siquiera el
martilleo de su corazón.
Era incapaz de moverse. Estaba inmovilizado allí en el borde. No había modo de
que saltase.
Pero ahora estaba tan aterrorizado que ni siquiera podía darse la vuelta y rajarse.
No obstante, si se sentara y luego retrocediera lentamente, centímetro a centímetro…
—¡Vamos, tarado!
El niño desagradable que tenía detrás lo empujó con fuerza.
Shane cayó de la rampa y se perdió en la noche.
Dio volteretas y chilló hasta que ya no pudo respirar.
Vio destellos de la agonizante puesta de sol, el suelo negro, las crestas nevadas de
las montañas y montones de estrellas.
Vomitó.
«Una cierta confusión será normal».
¡El asa roja! Tenía que asirla. Alzó la mano, pero allí no había nada. Rebuscó
sobre el hombro hasta que dos dedos encontraron donde agarrarse, y tiró.
Se oyó el sonido de algo que se rasgaba y alguna cosa surgió de su mochila y se
desplegó.
Una sacudida dejó totalmente recto el cuerpo de Shane, con las piernas agitándose
tras él y los dientes muy apretados debido a la repentina desaceleración que
estremeció todos sus huesos.
El mundo dejó de girar.
Sin resuello y parpadeando para eliminar las lágrimas, Sha-ne vio desvanecerse la
última traza de luz ámbar del borde del mundo y a las estrellas balanceándose
suavemente de un lado a otro a su alrededor.
Sobre su cabeza el viento silbaba y se ondulaba a través de un dosel negro. Unas
cuerdas conectaban a Shane con aquella ala, y las manos del niño las asieron
instintivamente. Al tirar, el ala giró y se inclinó en aquella dirección.
El repentino movimiento volvió a provocarle náuseas, de modo que las soltó.
Entrecerró los ojos y distinguió formas que nadaban a su alrededor: negro sobre
negro, como los murciélagos en Harvest. Sin duda eran los otros niños, deslizándose
igual que él.
Su rostro enrojeció al recordar el modo en que se había rajado en el último
instante en el Pelican… frente a todo el mundo. Incluso aquella niña pequeña había
saltado.
Shane no quería volver a sentirse tan asustado jamás. A lo mejor si imaginaba que
ya estaba muerto, no tendría nada de lo que asustarse. Sería como si hubiera muerto
junto con sus padres en Harvest.
Se tormo aquella imagen mental —muerto y sin nada que temer—, y para ponerla
a prueba, miró abajo. Más allá de sus pies oscilantes había un cuadrado verde de dos
centímetros. Al cabo de un instante se dio cuenta de que se trataba del campo en el
que habían aterrizado los Pelican. Líneas diminutas se alejaban serpenteando del
campo iluminado por puntitos de luz.
—Nada de lo que asustarse —murmuró, intentando convencerse a sí mismo.
Se obligó a tirar de las cuerdas, a inclinarse hacia abajo y correr en dirección al
campo de hierba.
El viento azotó la negra ala de seda y arañó el rostro de Shane. No le importó.
Quería llegar abajo rápidamente. Tal vez si era el primero en tocar tierra, les
demostraría a todos que no estaba asustado.
Vio gente diminuta y manchas de quemaduras en los lugares donde los Pelican
habían abrasado la hierba. Y aún no había ningún otro paracaídas. Estupendo. Sería el
primero, y aterrizaría justo enfrente del Caballero Verde.
Golpeó contra el suelo. Las rodillas se hundieron en su pecho y lo dejaron sin
respiración.
El ala negra capturó una ligera brisa y tiró de él volviendo a incorporarlo, y lo
arrastró por la hierba y el polvo. Dio boqueadas, pero no estaba asustado, sólo
enojado porque parecería un estúpido forcejeando de aquel modo con su paracaídas.
El Ala de Halcón golpeó la valla y se quedó allí atrapada, ondeando.
Shane se puso en pie y se soltó el arnés. Algo cálido resbaló por sus piernas. De
ninguna manera había estado tan asustado como para mearse encima, así que, lleno
de temor, bajó los ojos. Era sangre. Tenía la parte posterior de las piernas en carne
viva. Dio un paso a modo experimental y una sensación abrasadora trepó por ambos
muslos.
Lanzó una carcajada. Sangre o meados, ¿qué importaba? Lo había conseguido.
—Eh, tarado. ¿Qué es tan divertido?
Se dio la vuelta y vio al chico que lo había empujado. Estaba tumbado en la
hierba, medio enredado en su arnés.
Avanzó hacia él con paso decidido, sin hacer caso del dolor en sus piernas.
El chico se incorporó sobre una rodilla y le tendió la mano.
—Me llamo Rob…
Shane lo golpeó directamente en la nariz. La sangre corrió a borbotones por la
cara del niño y éste se tambaleó.
Iba a pagar por empujarlo; él era el único que sabía que Shane se había quedado
paralizado en el borde y se había rajado. También tendría que pagar por eso.
Empezó a darle puñetazos con las dos manos.
El chico alzó los brazos para desviar los golpes, pero Shane consiguió asestar
unos cuantos bastante efectivos, despellejándose los nudillos.
El chico asestó un cabezazo a Shane y éste cayó al suelo. Robert se puso en pie,
se deshizo del arnés y luego, rezongando, saltó sobre Shane.
Rodaron por la hierba, asestándose patadas y puñetazos.
Shane oyó un fuerte chasquido y no tuvo la seguridad de si era un hueso suyo o
de Rob el que se rompía; no le importó, siguió golpeando y golpeando hasta que la
sangre se le introdujo en los ojos y ya no pudo ver nada.
Unas manos enormes agarraron a Shane y lo apartaron violentamente.
Debatiéndose todavía, el pequeño alcanzó a uno de los hombres de la marina y le
asestó un puñetazo en el ojo.
El hombre lo soltó.
—¡Quietos! —gritó una voz con la autoridad de un dios.
Shane parpadeó y se limpió la sangre de los ojos. El hombre de cabellos canosos
que había dado la orden de saltar se encontraba entre él y el otro chico.
El hombre de la marina al que había pegado se llevó una mano al ojo hinchado y
dijo:
—Jefe, estos dos iban a matarse mutuamente.
—Ya lo veo —repuso el otro hombre. Dedicó a Shane un gesto de aprobación con
la cabeza y luego se volvió hacia Robert.
Robert hizo caso omiso del hombre de más edad y dio un paso en dirección a
Shane con las manos alzadas.
—¡Dije quietos!
Robert bajó las manos y retrocedió tambaleante como si lo hubieran golpeado.
—Creo que tiene razón, sargento —dijo el hombre de más edad—. Realmente
podrían haberse matado el uno al otro. —Sonrió, sólo que no fue una sonrisa; fue más
bien una especie de exhibición de dientes—. Muy bien. ¿Todavía les queda toda esa
combatividad después de su primer salto? ¿De un salto nocturno? Cielos, sólo espero
que el resto de ellos sea así.
7
00.00 HORAS, 19 ENERO 2532
(CALENDARIO MILITAR) / TRANSMISIÓN
DE FRECUENCIA RESTRINGIDA PUNTO A
PUNTO: ORIGEN DESCONOCIDO; FINAL:
SECCIÓN TRES, DISPOSICIÓN DE ANTENA
SEGURA OMEGA, CUARTEL GENERAL
UNSC SISTEMA ÉPSILON ERIDANI,
COMPLEJO MILITAR DE REACH.
BORRAD0///
auténticas fieras.
EL TENIENTE AFIRMA QUE TODO ESTÁ CONTROLADO. TIENE UN PLAN PARA TODO. NO SÉ DE
DÓNDE SACA ESTA SEGURIDAD, PESO REALMENTE CREO CUS SABE LO QUE HACE. ¿LE
SORPRENDE?
Al teniente Ambrose y al Jefe Méndez los habían escoltado hasta aquella pasarela a
través de una serie de pasillos y cámaras de alta seguridad biométrica que penetraban
en las entrañas del crucero invisible Point of No Return.
Los oficiales de seguridad los habían dejado luego en posición de firmes sobre la
pasarela y sellado la puerta que recordaba a la de una cámara de seguridad tras ellos.
Bajo la rejilla de metal de la pasarela, las sombras engullían todo sonido.
Tres metros a la izquierda de Kurt había una pared blanca ligeramente curva. Sin
puerta. Al otro lado estaba el Ojo de Odín, la sala de reuniones de alta seguridad en la
que el coronel Ackerson le había hablado por primera vez sobre el programa
SPARTAN-III.
—¿Cree que esto es alguna especie de examen de la Sección Tres? —susurró
finalmente Méndez—. ¿O quizá a alguien no le gustan las noticias que recibe sobre
los asquerosos resultados de la selección efectuada para los candidatos para la
compañía Beta?
—No estoy seguro —respondió Kurt—. Las mejoras que solicité para la
armadura SPI Mark-II excedían el presupuesto.
—¿Dónde oyó eso?
—La nueva inteligencia artificial habla mucho.
—Deep Winter —masculló Méndez—. Me pregunto si las IA escogen sus propios
nombres, o si lo hace algún oficial de la Sección Tres.
Kurt estaba a punto de dar su opinión cuando advirtió que se había abierto una
puerta en la curvada pared blanca. El coronel Ackerson estaba de pie en ella.
—Caballeros, únanse a nosotros —saludó, y a continuación retrocedió al interior
de la sala brillantemente iluminada.
Kurt se dio cuenta de que el coronel no lo había mirado a los ojos. Aquello era
siempre una mala señal.
Al cruzar el umbral, Kurt sintió que la estática reptaba por su piel. Las iluminadas
paredes cóncavas de la estancia desorientaban, y Kurt se concentró en el centro de la
semiesférica habitación, en la mesa de reuniones de color negro. Había dos oficiales
sentados allí, mirando atentamente las pantallas holográficas que flotaban en el aire
sobre su superficie.
Ackerson les hizo una seña para que se acercaran más.
Había una mujer sentada de espaldas a ellos; enfrente se sentaba un hombre de
mediana edad.
El hombre tenía los cabellos grises y empezaba a quedarse calvo. La mujer
parecía más vieja de lo que permitían las normas antes del retiro obligatorio. Su
inclinación oesteoporótica, los brazos delgados y frágiles y los cabellos blancos que
empezaban a desaparecer indicaban una edad sumamente avanzada.
Kurt se quedó petrificado al distinguir las insignias de una y tres estrellas en los
cuellos de sus uniformes y se cuadró al instante.
—Vicealmirante, señora —saludó—. Contraalmirante, señor.
La vicealmirante no prestó la menor atención a Méndez y escrutó a Kurt.
—Siéntense —dijo—, los dos.
Kurt no reconoció a ninguno de aquellos oficiales de alto rango, y ellos no se
molestaron en presentarse.
Hizo lo que le ordenaban, igual que lo hizo Méndez. Incluso sentado, no obstante,
su espalda estaba tiesa como un palo, el pecho fuera y los ojos mirando al frente.
—Examinábamos la hoja de servicios de sus SPARTANS-III desde que iniciaron
sus operaciones hace nueve meses —dijo la mujer—. Impresionante.
El contraalmirante señaló con un ademán los paneles holográficos flotantes que
contenían informes postacción, instantáneas de campos de batalla repletos de
cadáveres del Covenant, y reseñas de evaluaciones de daños en naves.
—La insurrección de Mamore —citó—, ese desagradable asunto en Nueva
Constantinopla, acciones en el cinturón de asteroides Bonanza y las plataformas de la
colonia Avanzada, y media docena de otras batallas; esto se puede interpretar como el
historial de campaña de un batallón endemoniadamente bueno, no de una compañía
de trescientos hombres. Condenadamente admirable.
—Eso sólo era una fracción del potencial del programa SPARTAN-III —continuó
Ackerson, y sus ojos miraron a algún punto lejano.
—Lo siento, señor —intervino Kurt—. «¿Era?»
La vicealmirante se puso tensa. Estaba claro que no estaba acostumbrada a que
sus oficiales subalternos hicieran preguntas.
Pero Kurt tenía que hacerlas. Era de sus hombres y mujeres de quienes hablaban.
Había mantenido ojos y oídos alerta para recoger información sobre la compañía
Alfa, y había cultivado fuentes de información fuera de la ONI, de la Sección Tres y
de Beta-5. Ser el comandante del campamento Currahee tenía sus privilegios, y había
aprendido cómo usarlos. Se las había ingeniado para seguir la pista de sus Spartans
durante los últimos siete meses, hasta que sus fuentes callaron misteriosamente seis
días atrás. Únicamente la IA Deep Winter había proporcionado una pista sobre su
paradero: operación PROMETEO.
—Hábleme de los procesos de selección de la siguiente promoción de
SPARTANS-III —pidió la vicealmirante a Kurt.
—Señora —respondió él—, operamos bajo el criterio de selección ampliado del
coronel Ackerson, pero no hay suficientes correspondencias genéticas de la edad
apropiada para alcanzar el número fijado para la segunda promoción.
—Sí hay suficientes correspondencias genéticas —lo corrigió el coronel
Ackerson. Su rostro era una máscara inexpresiva—. Lo que faltan son datos para
encontrar correspondencias adicionales. Necesitamos proscribir la protección
genética obligatoria en las colonias exteriores. Esas poblaciones sin controlar son…
—Eso es lo último que necesitamos en las colonias exteriores —dijo el
contraalmirante—. Apenas empezamos a controlar lo que es casi una guerra civil.
Dígale a una colonia exterior que tienen que registrar los genes de sus hijos y todos
irán a por sus rifles.
La vicealmirante juntó las puntas de sus marchitos dedos.
—Digamos que es parte de un programa de vacunación. Tomemos una muestra
microscópica al inyectar a los niños. No hay porqué informar a nadie.
El contraalmirante mostró una expresión dudosa, pero no hizo ningún otro
comentario.
—Siga, teniente —lo invitó ella.
—Hemos identificado trecientos cincuenta y siete candidatos —repuso Kurt—.
Un poco menos de la cantidad con la que empezamos para la compañía Alfa, pero
hemos aprendido de nuestros errores. Podremos graduar a un porcentaje mucho
mayor esta vez.
Señaló con la cabeza a Méndez para conceder al suboficial su bien merecido
reconocimiento. Méndez estaba sentado totalmente inmóvil y Kurt advirtió que lucía
su cara de póquer.
Todos los instintos de Kurt gritaban que allí había algo que no iba bien.
—Pero —repuso el contraalmirante— eso no se acerca ni con mucho a la
proyección de un millar para la segunda oleada.
Una breve mueca de disgusto apareció en los labios de Ackerson.
—No, señor.
La vicealmirante posó las palmas de las manos sobre la mesa y se inclinó hacia
Kurt.
—¿Y si relajamos el criterio de la nueva selección genética?
Kurt tomó nota del uso implícito del «nosotros» en su pregunta. Hubo una
variación sutil en la estructura de poder de la mesa. Con una sola palabra, la
vicealmirante había convertido a Kurt en parte de su grupo.
—Nuestros nuevos protocolos de biocrecimiento van dirigidos a un conjunto
genético muy específico. Cualquier desviación de ese conjunto incrementaría
geométricamente el porcentaje de fracaso —replicó Kurt.
La idea de que docenas de Spartans fueran torturados y finalmente convertidos en
tullidos mientras yacían impotentes en una enfermería lo llenó de repulsión, aunque
consiguió reprimir el sentimiento.
La vicealmirante enarcó una despoblada ceja.
—Ha hecho sus deberes, teniente.
—No obstante, a medida que nuestra tecnología de acrecentamiento mejore —
indicó Ackerson—, un día seremos capaces de extender los parámetros de selección,
tal vez para incluir a toda la población en general.
—Pero no hoy, coronel —dijo el contraalmirante, y suspiró—. Así que volvemos
a unos trescientos SPARTANS-I1I. Eso tendrá que ser suficiente de momento.
Kurt quiso corregirlo: eran trescientos Spartans nuevos más los de la compañía
Alfa.
—Pasemos al examen de Alfa y de la operación PROMETEO —dijo la
vicealmirante, y su rostro se ensombreció.
El coronel Ackerson carraspeó.
—La operación PROMETEO tuvo lugar en el emplazamiento industrial del
Covenant designado como K7-49.
Un asteroide holográfico se materializó flotando sobre la mesa, una roca con
grietas de lava líquida que dibujaban una telaraña sobre su superficie.
—Descubrimos K7-49 cuando el patrullero Razor’s Edge consiguió colocar una
sonda de telemetría a una fragata enemiga durante la batalla de Nueva Armonía —
explicó Ackerson—. A continuación siguieron a la nave a través del Slipspace, la
primera y única vez que esta tecnología ha funcionado, debería añadir, y descubrieron
esa roca a diecisiete años luz de la frontera exterior del UNSC.
La proyección se agrandó, mostrando imágenes a media altitud de fábricas sobre
la superficie que vomitaban humo y ceniza, y mostró que las fisuras volcánicas eran
canales por los que fluía metal fundido. Un tenue reticulado rodeaba el asteroide,
luces diminutas parpadearon en los filamentos y unos puntos negros se aproximaron
lentamente.
—La ampliación espectral —dijo el contraalmirante— nos mostró en qué usaban
todo ese metal.
La imagen se acercó más. Los cuadros que formaban el reticulado tenían cien
metros de lado, y los puntos negros dieron la impresión de ser los esqueletos de
ballenas en órbita sobre K7-49; en realidad, una docena de buques de guerra del
Covenant parcialmente construidos.
Kurt tuvo dificultades para creer lo que veía. Tantas naves. ¿Qué tamaño tenía la
flota del Covenant? ¿Y sólo a diecisiete años luz de la frontera del UNSC? No podía
ser más que un preludio de un ataque total.
—K7-49 es un enorme astillero orbital —explicó Ackerson—. Todo el aparente
vulcanismo es artificial, creado por esto. —Volvió a teclear en su placa de datos y
treinta puntos infrarrojos aparecieron en la superficie del asteroide—. Son reactores
de plasma de alto rendimiento que licúan componentes metalúrgicos, que se refinan,
moldean y luego transportan mediante haces gravitacionales para el ensamblaje final.
—La operación PROMETEO fue una inserción de alto riesgo en la superficie de
K7-49 —intervino el contraalmirante—. Trescientos Spartans tocaron tierra a las
07.00 del 27 de julio. Su misión era inutilizar tantos de estos reactores como fuera
posible; los suficientes para que los contenidos líquidos del complejo se solidificaran
y bloquearan permanentemente su capacidad para producir aleación.
El coronel Ackerson dio entonces un golpecito al visualizador holográfico.
—El sistema STARS y la cámara del equipo grabaron el avance de la compañía
Alfa.
Un puñado de los ardientes puntos infrarrojos sobre la superficie del asteroide
llamearon y luego se enfriaron hasta volverse negros.
—La resistencia inicial fue de poca entidad —dijo Ackerson a la vez que pulsaba
un botón y se abría una nueva ventana.
En aquella pantalla se movieron Spartans con sistemas de blindaje de infiltración
semipropulsados; sus dibujos de camuflaje variaban frente al metal fundido y el
humo negro de la fábrica. Kurt deseó que las mejoras que había sugerido para el
software de la armadura SPI se hubieran implementado antes de la graduación de
Alfa. Hubo una ráfaga de fuego de ametralladora contenido, y una bandada de
obreros Grunts cayó muerta.
—Al cabo de dos días —continuó el contraalmirante—, siete reactores quedaron
inutilizados y las unidades del Covenant allí existentes finalmente organizaron una
fuerza de contraataque.
Nuevo material de vídeo hizo su aparición.
Los Jackals, con su aspecto de buitre, se movieron en pelotones a través de patios
enormes y desfilaron por encima de arcadas. Estaban más organizados que sus
homólogos Grunts, y actuaban en equipos de ataque, limpiando metódicamente un
sector tras otro. Pero Kurt sabía que sus Spartans no se dejarían acorralar, que ellos
serían los Hunters.
Treinta Jackals penetraron en un patio circular, donde los ingenieros se ocupaban
de un estanque de arremolinado acero fundido. Los Jackals comprobaron todos los
escondites y luego empezaron a cruzar, escudriñando con desconfianza los tejados.
Una serie de losas estallaron y derribaron a los Jackals. El fuego de francotirador
acabó con los sorprendidos alienígenas antes de que pudieran colocar adecuadamente
sus escudos protectores.
—La contraofensiva del Covenant fue neutralizada —prosiguió el
contraalmirante—, y durante los tres días siguientes la compañía Alfa destruyó otros
treinta reactores.
La enorme imagen infrarroja que mostraba todo el asteroide cambió. Dos tercios
de la superficie se habían enfriado y adquirido un tono rojo apagado.
—Pero —dijo el contraalmirante—, una colosal fuerza de contraataque apareció
en órbita y descendió a la superficie.
El coronel Ackerson abrió otras tres ventanas holográficas: los SPARTANS-III se
enfrentaron a Elites en tierra, intercambiando disparos desde puntos a cubierto. Unas
Banshees descendieron en picado desde lo alto de los edificios, dos Spartans se
echaron los lanzamisiles al hombro y dispararon proyectiles tierra-aire, deteniendo en
seco el ataque aéreo.
—El séptimo día —prosiguió el contraalmirante— llegaron refuerzos adicionales
del Covenant.
El vídeo procedente de una cámara colocada en un casco mostró a una docena de
SPARTANS-III que trastabillaban y caían sobre un paisaje humeante de metal
retorcido. No había cohesión en la unidad. No había ningún equipo de dos hombres
cubriéndose entre sí. En un segundo término, nublado por el intenso calor, los Elites
ocupaban posiciones más ventajosas que proporcionaban mejor protección.
—Para entonces —continuó el contraalmirante—, se había destruido el ochenta y
nueve por ciento de los reactores y se había producido un enfriamiento suficiente
como para cerrar la operación. La compañía Alfa quedó aislada de su nave de
exfiltración Calipso.
La ventana que mostraba a los SPARTANS-III se inclinó lateralmente cuando
derribaron al propietario de la cámara del casco.
Ackerson hizo girar la pantalla holográfica noventa grados para enderezar la
imagen.
Tres Spartans quedaban en pie, disparando ráfagas contenidas con sus MA5K
desde detrás de una Banshee estrellada; luego abandonaron el refugio y echaron a
correr… un segundo antes de que el aparato fuera destruido por un mortero de
energía. Las etiquetas de identificación de la pane inferior de la pantalla identificaban
a aquellos Spartans como Robert, Shane y, transportada entre ambos, Jane. Ella había
sido el primer candidato en saltar aquella primera noche de entrenamiento.
En otra pantalla apareció la lectura biológica del equipo. La presión sanguínea de
Robert y de Shane estaba próxima al límite hipertensivo. Las lecturas de Jane eran
planas.
Verlos de aquella manera… fue como si alguien hubiera hundido una escarpia de
metal en el pecho de Kurt. Un par de descomunales Hunters del Covenant cortaron la
retirada a los Spartans y alzaron sus cañones lanzallamas de dos metros de largo.
Robert disparó su fusil de asalto contra ellos, pero la pareja ni siquiera pestañeó
mientras los proyectiles rebotaban en sus gruesas armaduras. Shane tomó entonces su
rifle de precisión y atravesó de un disparo la desprotegida región abdominal de un
Hunter, y a continuación metió otros dos proyectiles en el vulnerable abdomen de su
compañero. Ambos se desplomaron, pero todavía se movían, incapacitados sólo
temporalmente.
Entretanto, equipos de combate de Elites aparecieron a ambos lados y lanzaron
una andanada de disparos de agujas y proyectiles de plasma.
Robert recibió un disparo de plasma en el estómago…, que se quedó allí pegado,
perforando la armadura SPI como si fuera de papel. Entre alaridos, consiguió recargar
su MA5B y acribillar con fuego automático al Elite que le había disparado. La lectura
biológica mostraba el corazón totalmente parado, pero todavía agarró una granada,
tiró de la anilla y la lanzó hacia el grupo de ataque enemigo…, y luego cayó.
Shane hizo una pausa para mirar a Robert y a Jane…, luego se volvió de nuevo
hacia el grupo de Elites y disparó en ráfagas de tres disparos cada una.
Aparecieron más enemigos que rodearon al solitario Spartan.
El rifle de Shane chasqueó, vacío, y él sacó entonces su pistola M6 y siguió
disparando.
Un motor de energía estalló como un sol en miniatura a dos metros de distancia.
Shane salió volando por los aires y aterrizó boca abajo, totalmente inmóvil.
—Y eso es todo lo que tenemos —declaró el coronel Ackerson.
Kurt siguió con la mirada fija en la pantalla cubierta de estática, con el corazón
latiendo desenfrenadamente mientras, en cieno modo, esperaba que la filmación
volviera a ponerse en marcha y mostrara a Shane ayudando a levantarse a Robert y a
Jane, y luego a los tres juntos alejándose cojeando del campo de batalla, heridos, pero
vivos.
Kurt los había entrenado durante cinco años y había llegado a respetarlos. Ahora
estaban muertos. Su sacrificio había salvado innumerables vidas humanas y, sin
embargo, Kurt todavía sentía como si lo hubiera perdido todo. Quiso apartar la
mirada de la pantalla, pero no pudo.
Aquello era culpa suya. Les había fallado. Su adiestramiento no los había
preparado lo suficiente. Debería haber rectificado los fallos en sus trajes Mark-I PR y
haberlos solucionado más de prisa.
Méndez alargó el brazo y dio un golpecito a la placa de datos del coronel.
La pantalla se quedó misericordiosamente en blanco y se apagó.
Ackerson le lanzó una mirada iracunda, pero éste no le hizo el menor caso.
—Reconocimientos recientes por parte de las naves de exploración teledirigidas
muestran a todo el complejo sin actividad —dijo el contraalmirante—. No se
construirán más naves en K7-49.
—Sólo para dejarlo claro —musitó Kurt, y luego hizo una pausa para aclararse la
garganta—. ¿No hubo supervivientes de la operación PROMETEO?
—Es lamentable —repuso la vicealmirante con un levísimo tono de ternura en la
voz—; pero volveríamos a hacerlo si se nos ofreciera una oportunidad semejante,
teniente. Un complejo como ése a dos semanas de viaje de las colonias exteriores del
UNSC… Sus Spartans impidieron la construcción de una armada del Covenant que
habría tenido como resultado ni más ni menos que la masacre de billones de personas.
Son unos héroes.
Cenizas. Eso era todo lo que Kurt sentía.
Dirigió una veloz mirada a Méndez. No había la menor emoción en su rostro;
contenía a la perfección su dolor.
—Comprendo, señora —dijo Kurt.
—Bien —respondió ella. Todo rastro de piedad se había evaporado ya de su tono
—. Lo he propuesto para un ascenso. Sus Spartans rindieron muy por encima de los
parámetros previstos en el programa. Hay que elogiarlo por ello.
Kurt sentía que lo único que se merecía era un consejo de guerra, pero no dijo
nada.
—Ahora quiero que se concentre y acelere el adiestramiento de los Spartans de la
compañía Beta —siguió la mujer—. Tenemos una guerra que ganar.
9
16.20 HORAS, 24 AGOSTO 2541
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA
DORADUS, CERCA DEL CAMPAMENTO
CURRAHEE, PLANETA ONYX (CUATRO
AÑOS DESPUÉS DE LA OPERACIÓN
PROMETEO DE LA COMPAÑÍA ALFA DE
SPARTANS-III)
Las balas acribillaron el polvo cerca de la cabeza de Tom, que se introdujo aún más
en el agujero, pegándose al suelo todo lo posible.
La ironía era que el equipo Foxtrot lo había hecho todo siguiendo las normas. Tal
vez ésa era la lección aquel día: ceñirse a las normas no siempre funciona.
Tom los había conducido a través del bosque, eludiendo francotiradores y
patrullas de instructores aguardando para atacarlos. Les había resultado demasiado
fácil.
Aquélla debería haber sido su primera pista: los instructores jamás les ponían las
cosas fáciles.
Al llegar a campo abierto había comprobado el perímetro. Allí no había nadie.
Había aguardado, no obstante, y comprobado y vuelto a comprobar. Era difícil
distinguir a los instructores con su armadura de infiltración semipropulsada Mark-II
incluso con los sensores de imágenes térmicas en los prismáticos de campaña.
Luego, Tom había conducido con cautela a su equipo a campo abierto en
dirección al poste del que colgaba una campana. Ésa era la misión: hacer sonar la
campana. Les habían dado dos horas para encontrarla y hacerla repicar para tener
derecho a seguir con su adiestramiento como Spartans.
Había cuatrocientos dieciocho candidatos y sólo trescientas plazas. No todos ellos
podían ser Spartans.
Su error había sido conducir a todo el equipo a campo abierto. Estaban todos
demasiado impacientes.
Las prisas les hicieron caer en una emboscada.
Fuego de ametralladora procedente de las copas de los árboles cayó sobre ellos.
Adam y Min, situados en posiciones laterales, quedaron eliminados inmediatamente.
Sólo Tom y Lucy habían conseguido llegar al fangoso agujero, que era justo lo
bastante profundo como para impedir que los alcanzara un disparo.
—Esto es una locura —escupió Lucy a través de su rostro embarrado—. Tenemos
que hacer algo.
—Tendrán que quedarse sin munición tarde o temprano —dijo Tom—. O uno de
los otros equipos aparecerá y nos sacará de este atolladero.
—Ya lo creo que lo harán —replicó Lucy—. Después de que sean ellos los que
hagan sonar la campana. —Miró hacia los árboles, entrecerrando los ojos—. Tiene
que haber un modo de salir de esto. Ahí arriba hay torreras de ametralladoras
automatizadas. Es por eso que no aparecieron en las lecturas térmicas.
Aquello era lo que el teniente siempre decía sobre las máquinas: «Engañan
fácilmente al que está desprevenido… pero también son fáciles de romper».
Las armas no los matarían…, pero lo que sí era seguro es que los detendrían en
seco. Con sólo un chándal gris y botas ligeras para protegerse, los proyectiles
aturdidores golpeaban tan fuerte que entumecían todo lo que alcanzaban: piernas,
torso, brazos, o que Dios te ayudara si te daban en la cabeza, la entrepierna o en un
ojo.
—¡A la mierda! —exclamó Lucy, y se colocó en cuclillas.
Tom la agarró del tobillo, la tiró al suelo y le asestó un puñetazo en la barriga.
Lucy se dobló hacia adelante, pero se recuperó con rapidez, rodó encima de Tom
y lo sujetó con una llave estranguladora.
Tom se desasió de la llave y alzó ambas manos.
—Vamos —dijo—. Una tregua. Tiene que haber un modo de salir de esto…, un
modo sin que nos abatan de un disparo.
Lucy le lanzó una mirada feroz, pero luego dijo:
—¿Qué tienes en mente?
* * *
—¿Qué sentido tiene este «ejercicio», teniente? —preguntó Deep Winter.
La proyección holográfica de la IA en forma de anciano dio un paso en dirección
a la hilera de monitores y tocó la pantalla que mostraba a un chico y una chica
inmovilizados por fuego de ametralladora. Un crujir de hielo se extendió sobre el
plástico.
El Jefe Méndez se puso en pie y asestó un manotazo a un mosquito, frunciendo el
entrecejo mientras paseaba la mirada de un lado a otro entre las dos docenas de
pantallas del centro de control del campamento Currahee. El sistema de aire
acondicionado se había estropeado, y los uniformes tanto de Méndez como de Kurt
estaban empapados de sudor.
—¿Nuestros candidatos van bien con sus estudios? —preguntó Kurt.
Deep Winter volvió su mirada azul glaciar hacia el teniente.
—Ya ha visto mis informes. Sabe que van bien. Desde que anunció que sus
calificaciones eran un factor decisivo en el proceso de selección, prácticamente se
matan cada noche para aprenderlo todo antes de caer rendidos. Francamente, no
veo…
—Sugiero —replicó Kurt— que no te preocupes en buscar el sentido de mis
ejercicios en el campo de batalla, y te concentres en mantener a los candidatos al día
en sus estudios.
¿Qué podía saber una LA. sobre cómo eran las cosas en una misión auténtica?
Con balas que silban tan cerca de la cabeza que uno más que oírlas las siente pasar.
¿O qué se sentía cuando a uno lo herían pero debía seguir adelante, sangrando,
porque si no lo hacía, todo su equipo moriría?
La compañía Alfa había perdido su cohesión como equipo durante la operación
PROMETEO, y Kurt se juró que eso no le sucedería a la compañía Beta.
Deep Winter hizo ondular su capa, y una ráfaga de nieve ilusoria se arremolinó
por toda la sala de control. Probablemente, la IA estaba programada con protocolos
de seguridad humanos, de modo que era natural que se sintiera preocupada.
—No sabemos de lo que son capaces —dijo finalmente Kurt a Deep Winter—. Y
si nos ceñimos a la instrucción estándar, jamás lo sabremos. Pero si los colocamos en
una situación imposible, tal vez nos sorprendan.
—Definición resumida de un Spartan —observó Méndez.
Eso era lo que la gente había dicho sobre los SPARTANS-II, que eran la crema
genética de la cosecha y llevaban la armadura MJOLNIR. Podían hacer lo imposible,
y hacerlo solos. Los SPARTANS-III, no obstante, tendrían que trabajar juntos para
sobrevivir. Ser más una familia que un equipo de combate.
—Sin embargo —susurró Deep Winter—, esto es cruel. Se vendrán abajo.
—Preferiría que se vinieran abajo que dejar que salieran al campo de batalla sin
haber experimentado jamás una situación táctica insoluble —replicó Kurt.
—Personalmente no creo que esos chicos puedan venirse abajo —dijo Méndez
más para sí mismo que para Kurt o Deep Winter, la mirada firmemente clavada en
aquellos momentos en Tom y Lucy—. Sólo tienen diez años y estos dos poseen tantas
agallas que me asustan incluso a mí.
—Mirad —dijo Deep Winter—. ¿Qué hacen esos dos ahora?
—Creo… que lo imposible —dijo Kurt, sonriendo.
* * *
—Repasemos el plan una vez más —dijo Tom.
Lucy se acurrucó junto a él en el agujero de lodo.
—¿Por qué? ¿Crees que soy tonta?
Tom se quedó callado un instante.
—Esas torretas probablemente usan un radar para apuntar. De modo que las
engañaremos.
—¿Y si usan sensores térmicos? —preguntó Lucy.
—Entonces espero que te acierten a ti primero —respondió él con un
encogimiento de hombros.
Lucy asintió sombría y sopesó una roca cubierta de barro.
—De modo que arrojaremos estas cosas.
—En su cono de fuego —asintió Tom—. El pequeño ángulo hará que sea difícil
seguirles la pista. Tal vez mantenga ocupados sus cerebros durante una fracción más
de segundo.
—Y luego echamos a correr.
—Maniobras evasivas. Intenta no pisar a Adam y a Min.
—Entendido —dijo Lucy.
Tom sujetó su roca con más fuerza e hizo amago de lanzarla. Lucy y él hicieron
entrechocar los puños.
Haciendo acopio de valor, se incorporaron a la vez… y arrojaron ambas rocas.
Tom oyó disparos, pero no se detuvo a mirar; corrió a la derecha, luego hacia la
izquierda, rodó y dio volteretas y luego salió disparado como una flecha en dirección
al límite de la vegetación.
Notó como la tierra cerca de él estallaba con diminutos resoplidos.
Sintió un aguijonazo abrasador en el muslo y perdió toda sensibilidad en la
pierna. Siguió adelante apoyándose en el pie bueno, y aterrizó violentamente sobre el
estómago en la maleza alta que crecía junto a las acacias.
Una ráfaga entrecortada de balas salpicó el suelo a unos centímetros de su cuerpo
tumbado… pero ninguna lo alcanzó. Rió. Estaba justo dentro de su ángulo mínimo de
tiro. Máquinas estúpidas.
Rodó sobre sí mismo y divisó a Lucy, jadeante y acurrucada sobre la hierba. Tom
la saludó con la mano y a continuación señaló a lo alto, al interior de las copas de los
árboles. Lucy le respondió alzando los pulgares.
Tom avanzó a saltitos sobre una pierna. Parte de la sensibilidad regresaba…,
principalmente, la sensación de dolor, pero pisó con fuerza, ignorándolo. No podía
permitir que lo obligara a aminorar la marcha. Los instructores podrían aparecer en
cualquier momento.
Trepó al interior de las ramas más bajas de una de las acacias que se estremecía
con las sacudidas de los disparos. Fue sumamente cuidadoso para eludir las espinas
del tronco, y subió diez metros.
Una vieja ametralladora M202 XP descansaba sobre una plataforma conectada a
un control de fuego automatizado y se movía a sacudidas de un lado a otro,
aguardando a que se presentara un blanco.
Tom alargó el brazo y desconectó los cables del dispositivo de radar y luego el
alimentador eléctrico. El arma se detuvo en seco.
Trepó a la plataforma y desatornilló los pernos de sujeción; luego empujó el arma
fuera de la repisa. El arma emitió un satisfactorio ruido sordo al chocar contra el
suelo embarrado.
El muchacho descendió del árbol. Agarró la ametralladora, limpió el cañón y
arrancó lo que quedaba del control de fuego automático. Efectuó un disparo de
prueba, lanzando una ráfaga de tres proyectiles contra el tronco del árbol.
—Formidable —dijo.
Lucy también había bajado de su árbol con una ametralladora en equilibrio sobre
el hombro. Avanzó hacia campo abierto para ayudar a Adam y a Min a levantarse.
—Vamos —les dijo—, todavía tenemos una campana que hacer sonar.
Adam alzó a Tom y luego a Lucy para formar una escalera humana, y a
continuación Min se encaramó e hizo repicar la campana.
Nada había sonado jamás tan celestial.
Volvieron a poner los pies en el suelo.
—Ahora vamos a pagarles con la misma moneda… —sugirió Tom—. Adam,
Min, ocupad puestos de vigía… —señaló con el dedo— en esos árboles de ahí y ahí.
Asintieron y echaron a correr hacia los árboles.
—Tú, yo y estas cositas —dijo a Lucy, dando unas palmadas a su ametralladora
—, nos instalaremos ahí. —Señaló un gran peñasco—. Yo estaré allí. —Indicó con la
cabeza la maleza alta del borde del campo.
—¿Y qué harás? —preguntó ella.
—Bueno, hemos limpiado el terreno y hecho sonar la campana. Imagino que el
resto de equipos llegarán aquí y harán sonar la campana en tiempo récord…
—Los instructores acudirán corriendo y disparando —dijo Lucy, sonriendo.
Los instructores del campamento Currahee eran una mezcla de suboficiales
seleccionados cuidadosamente, médicos y los miembros descartados de la primera
promoción Spartan. Los descartados siempre se tomaban muchas molestias para
convertir en un infierno las vidas de los alumnos de la compañía Beta. Dos años atrás,
el equipo Rayos X desapareció en unas maniobras rutinarias en el norte. Un gran
número de niños dijo que allí arriba había espectros —ojos que flotaban en la jungla
—, pero en realidad todos sabían que era cosa de los instructores. Incluso apareció la
ONI y valló el lugar. Lo llamó «Zona 67» y declaró que se encontraba «totalmente
prohibido acceder al lugar».
Era hora de enseñar a aquellos instructores que no podían intimidar a la compañía
Beta impunemente.
Min silbó desde las copas de los árboles.
Los equipos Romeo y Eco aparecieron avanzando sigilosamente. Tom les hizo
señas y les explicó el plan. Los equipos Zulú y Lima se unieron a ellos, y pronto dos
docenas de reclutas estaban situados entre los árboles y la maleza, observando y
aguardando.
Sólo habían pasado quince minutos cuando un silbido sonó a las tres y se produjo
un leve movimiento en la maleza en los límites del terreno.
Tom hizo señas a su patrulla de reconocimiento para que retrocediera mientras
Lucy maniobraba para conseguir una mejor visión. Tom corrió agazapado para
efectuar la intercepción.
Distinguió tres blancos, con las armaduras SPI imitando bien la maleza, pero no
lo suficiente como para ocultar la hierba aplastada a sus pies. Se volvieron de cara a
Lucy.
Tom disparó apuntando a la altura de la rodilla, donde el blindaje era más
endeble.
Tres contornos de aspecto humano aplastaron la hierba, gritando y revolviéndose
mientras los proyectiles de goma los aporreaban.
Lucy se reunió con él y abrió fuego.
Cuando los gritos cesaron, Tom se acercó y les quitó la armadura, mostrando a
tres instructores muy aturdidos.
No se habían identificado, de modo que según las normas de combate eran
blancos legítimos. Adam corrió hasta ellos y ayudó a Tom y a Lucy a desvestirlos.
—Pistolas y MA5K, ambos con munición aturdidora —dijo Adam.
Lucy sostuvo en alto un doble puñado de granadas y sonrió.
—Granadas lumínicas.
—Bueno —repuso Tom, sonriendo de oreja a oreja—, esto se está poniendo
realmente interesante.
* * *
La luna había salido y se había puesto. La hierba estaba húmeda de rocío y el
estómago de Tom gruñía tan fuerte que éste pensó que podría revelar su posición en
la oscuridad.
Cinco oleadas de instructores habían aparecido y sido neutralizadas por un equipo
defensivo de reclutas Spartans ahora armado, blindado y totalmente equipado. Los
instructores estaban atados en la parte central del terreno junto a la campana. Eran
rehenes.
Tom y los demás Spartans trabajaban juntos como nunca antes lo habían hecho. E
iban ganando. El muchacho estaba hambriento, mojado y helado, pero no se habría
cambiado por nadie en toda la galaxia.
Oyó un susurro en la maleza y se dio la vuelta con la ametralladora apuntando a
la altura de la cintura.
Allí no había nada, y tampoco había ninguna lectura térmica. Sin duda empezaba
a estar nervioso.
Una mano se cerró con fuerza sobre su hombro mientras otra le arrancaba el arma
de las manos.
El Jefe Méndez se alzaba junto a él. Y a su lado estaba el teniente Ambrose.
Tom casi esperó que Méndez le disparara allí mismo.
—Creo que ya es suficiente —gruñó Méndez.
El teniente se arrodilló junto a Tom y susurró:
—Buen trabajo, hijo.
10
04.20 HORAS, 19 FEBRERO 2551
(CALENDARIO MILITAR) / A BORDO DEL
«HOPEFUL» DEL UNSC, ESPACIO
INTERESTELAR, SECTOR K-009 (CINCO
AÑOS DESPUÉS DE LA OPERACIÓN
TORPEDO DE LA COMPAÑÍA SPARTAN-III
BETA EN PEGASI DELTA)
Kurt recorrió los pasillos vacíos de la nave Hopeful del UNSC y penetró en el atrio.
Luces resplandecientes sobre su cabeza imitaban un sol realista, y recirculadores de
aire hacían que las hojas del pequeño bosque de robles blancos se movieran
susurrantes. Olió a espliego, un aroma que no había percibido desde que era un niño.
No obstante, la característica más extravagante del Hopeful era el ventanal curvo
de diez metros del atrio; algo totalmente sin precedentes en cualquier otra nave de la
flota del UNSC.
Pero por otro lado, el Hopeful no se parecía a ninguna otra nave de la flota.
Los oficiales de la marina lo describían como «la cosa más fea que jamás ha
flotado en gravedad cero». La nave había sido construida antes de la existencia de
una importante actividad rebelde en las colonias. Una corporación médica privada
había adquirido dos estaciones de reparación desguazadas; cada una de ellas ocupaba
un espacio de un kilómetro cuadrado de andamiaje, grúas y vagonetas de carga, y
habían conectado las dos estaciones para crear un «bocadillo» descentrado, en cuyo
interior se había construido un novedoso hospital y centro de investigación.
En 2495, el UNSC había requisado el navío, añadido motores, unos sistemas de
defensa mínimos, seis reactores de fusión y un motor translumínico Shaw-Fujikawa,
y transformado el Hopefid en el hospital de campaña móvil más grande de la historia.
Mientras que la mayoría de oficiales de marina coincidían en que era totalmente
antiestético, todo marine enrolado con el que Kurt había hablado, declaraba que era la
cosa más bella que jamás había contemplado.
La nave Hopeful había adquirido proporciones míticas para los hombres y
mujeres que tenían que combatir y morir en el frente. Había recibido daños en
dieciocho importantes batallas navales con las fuerzas rebeldes y en cuatro
enfrentamientos con el Covenant. El personal y la tecnología de la nave se habían
ganado una reputación de salvar vidas, en muchos casos resucitando literalmente a
los muertos.
Aquel día habían estacionado la nave en el espacio interestelar —esencialmente
en medio de ninguna parte— por orden de la vicealmirante Parangosky. Y si bien no
se podía evacuar a los miles de pacientes graves que albergaba, habían retirado a todo
el personal de las ocho cubiertas que rodeaban el grupo de acoplamiento Bravo
mientras la ONI trasladaba al lugar su equipo y su personal. El programa SPARTAN-
III debía permanecer bajo un velo de absoluto secreto.
Kurt deseó que el Hopeful hiciera honor a su reputación, porque aquel día las
vidas de sus potenciales Spartans estaban en juego.
Sus candidatos habían tenido que soportar un montón de cosas durante el último
año. Para acelerar el desarrollo del programa, se les había inducido artificialmente la
pubertad introduciendo hormonas de crecimiento humano así como complementos
para el desarrollo de cartílagos, músculos y huesos en su dieta, y los niños se habían
metamorfoseado hasta alcanzar casi la talla de un adulto en nueve meses.
Al principio parecían torpes en sus nuevos cuerpos más grandes, y se habían
tenido que esforzar duramente para volver a aprender a correr, disparar, saltar y
pelear.
Y hoy iban a enfrentarse a la prueba más peligrosa, en la que o bien quedarían
desfigurados irreparablemente, morirían o se transformarían en Spartans.
No, eso no era correcto. Si bien aquellos «no niños» no tenían la velocidad o la
fuerza acrecentadas de un Spartan, poseían ya su entrega, su empuje y su coraje. Ya
eran Spartans.
Oyó el tintineo de unas botas que avanzaban por el pasillo para luego convertirse
en unas pisadas apagadas que cruzaban el césped del atrio.
—¿Teniente, señor?
Un muchacho y una joven se acercaron con el andar a base de zancadas largas y
rápidas propias de quien ha pasado mucho tiempo en microgravedad. Lucían el
uniforme reglamentario de la marina con los galones de contramaestre de segunda
clase. Ambos tenían el pelo negro muy corto y los ojos oscuros.
Kurt había tenido que mover unos cuantos hilos para mantener a los
supervivientes de la compañía Beta de Pegasi Delta con él. El coronel Ackerson
quería a Tom para sus propias operaciones personales. Y la siempre muda Lucy había
escapado por muy poco de ser declarada no apta para el servicio y reasignada a la
rama psiquiátrica de la ONI para ser «evaluada».
Kurt había tenido que apelar a la vicealmirante Parangosky, afirmando que
necesitaba Spartans para adiestrar a Spartans.
Esta había accedido por encima de las objeciones de Ackerson.
El resultado: Tom y Lucy se habían convertido en la mano derecha e izquierda de
Kurt aquellos últimos años, y la compañía Gamma la formaban los mejores Spartans
que habían existido jamás.
Tom y Lucy’ pasaban tanto tiempo vestidos con su armadura SPI que Kurt
necesitó algo de tiempo para reconocer a sus agregados. Sus armaduras, junto con el
resto de los trajes de infiltración semipropulsados de la compañía Gamma, estaban
siendo reacondicionadas con nuevas capas fotorreactivas para incrementar sus
propiedades de camuflaje. También se efectuaban otras renovaciones experimentales
—capas balísticas de gel, paquetes actualizados de aplicaciones y otras funciones—
que esperaba estarían operativas en un año.
Tom y Lucy lo saludaron a la vez con un enérgico gesto.
Kurt les devolvió el saludo.
—Informen.
—Los candidatos están listos para subir a bordo, señor —dijo Tom.
Kurt se levantó y los tres regresaron por el pasillo y penetraron en el grupo de
acoplamiento Bravo. Tenía el tamaño de un desfiladero pequeño con la capacidad
para hacer pasar simultáneamente una flota de naves de desembarco a través de su
inmenso sistema de esclusa neumática. Había espacio más que suficiente para
efectuar la selección y vagonetas que podían trasladar a toda velocidad a una
compañía entera de soldados heridos a las unidades quirúrgicas de urgencias.
Chirriaron las esclusas neumáticas y sopló una repentina ráfaga de aire fresco.
Docenas de puertas de carga se abrieron y naves Pelican se deslizaron al interior del
muelle sobre colchonetas de vapor.
Las rampas posteriores de los Pelican descendieron y los candidatos Spartans
salieron en ordenadas filas.
Kurt los había informado sobre los procedimientos. Los sedarían y les inyectarían
cócteles químicos y los alterarían quirúrgicamente para proporcionarles la fuerza de
tres soldados normales, reducir el tiempo de reacción neural y aumentar su
durabilidad.
Era el último paso en su transformación en Spartans.
Era el día de la graduación.
También los había informado de los riesgos. Les había mostrado las cintas de
vídeo archivadas con los resultados de la fase de biocrecimiento del programa
SPARTAN-II, como más de la mitad de aquellos candidatos habían quedado fuera…,
bien porque habían muerto a causa del tratamiento o porque habían quedado tan
terriblemente deformados que no podían mantenerse en pie.
Eso no sucedería a los SPARTANS-III con los nuevos protocolos médicos, pero
Kurt había querido hacer una última prueba.
Ni uno solo de los trescientos treinta candidatos había abandonado el programa.
Kurt había tenido que solicitar al coronel Ackerson treinta plazas extra para aquella
fase final, pues simplemente era incapaz de dejar fuera a treinta al azar… cuando
cada uno de ellos estaba dispuesto y listo para pelear. Ackerson había accedido de
buena gana a su petición.
Kurt se cuadró y saludó a medida que la fila de candidatos pasaba ante él.
Los jóvenes desfilaron por su lado, devolviendo el saludo, con las cabezas bien
altas y sacando pecho. Con una media de doce años de edad, todos parecían más
cerca de los quince con la esculpida musculatura de un atleta olímpico; muchos
lucían cicatrices ganadas a pulso, y todos mostraban un indescriptible aire de
seguridad en sí mismos.
Eran guerreros. Kurt jamás se había sentido tan orgulloso.
El último candidato se rezagó, y luego se detuvo ante él. Era Ash, número de
serie G099, jefe del equipo Sable y uno de los jefes más fieros, listos y mejores de la
promoción. Sus ondulados cabellos castaños tenían una longitud algo superior a lo
que marcaba el reglamento, pero Kurt se sintió inclinado a dejarlo pasar por ser el día
que era.
Ash le dedicó un meticuloso saludo.
—Señor, candidato Spartan-G099 solicita permiso para hablar, señor.
—Concedido —dijo Kurt, y dio por terminado su prolongado saludo.
—Señor, yo… —la voz de Ash se quebró.
Muchos de los chicos tenían problemas con sus cuerdas vocales, recuperándose
aún de aquella pubertad inducida a toda prisa.
—Sólo quería hacerle saber —siguió el muchacho— el gran honor que ha sido
entrenarme bajo sus órdenes, las del Jefe Méndez y las de los contramaestres Tom y
Lucy. Por si hoy no sobrevivo, quería que supiera que no cambiaría por nada lo que
he tenido la oportunidad de hacer aquí, señor.
—El honor ha sido mío —respondió Kurt, y le tendió la mano.
Ash la contempló fijamente durante un instante y luego aceptó la mano que le
ofrecía; la sujetó con firmeza, y ambos la estrecharon con fuerza.
—Le veré en el otro lado —dijo Kurt.
Ash asintió y se marchó para alcanzar al resto de candidatos.
Tom y Lucy asintieron en señal de aprobación.
—Están listos —murmuró Kurt, y desvió los ojos para no tener que sostener sus
miradas—. Espero que nosotros también lo estemos. Estamos corriendo un riesgo
terrible.
* * *
Kurt, Tom y Lucy hicieron un alto en una sala de reuniones del personal, en aquellos
momentos un improvisado centro de control y mando de la ONI. Técnicos médicos
con batas azules de laboratorio observaban 330 monitores de vídeo y aparatos de
indicadores biológicos. Tom habló con uno de los técnicos mientras la mirada de Kurt
pasaba rápidamente de un monitor a otro.
En seguida, Kurt descendió a la abierta arena quirúrgica. Tenía cuatrocientas
secciones, cada una separada por una cortina de plástico semiopaco y coincidiendo
con un generador de campo estéril que resplandecía en lo alto con su característica
luz naranja.
Kurt entró en una unidad y encontró allí a la Spartan-G122, Holly.
La zona compartimentada estaba atestada de máquinas. Había pedestales con
biomonitores. Varios parches intravenosos y osmóticos conectaban a la muchacha a
un instilador quimioterapéutico cargado con una colección de ampollas llenas de
líquidos que mantendrían a Holly en un estado de semisedación mientras le
administraba un cóctel de drogas a lo largo de la semana siguiente. También había un
carrito con un equipo para emergencias cardíacas y un respirador portátil a poca
distancia.
La muchacha hizo un esfuerzo por incorporarse y saludar, pero volvió a caer
hacia atrás mientras sus ojos se cerraban con un parpadeo.
Kurt se acercó a Holly y sostuvo su mano diminuta hasta que la muchacha se
sumió en un sueño profundo.
Le recordó a Kelly cuando era así de joven: llena de coraje y sin darse jamás por
vencida. Echaba de menos a Kelly. Llevaba muerto para sus camaradas SPARTANS-
II desde hacía casi veinte años. Los echaba de menos a todos.
El instilador quimioterapéutico siseó, los frascos giraron para colocarse en sus
puestos y las bombas micromecánicas empezaron su función filtrando burbujas al
interior de los líquidos de colores.
El proceso había empezado, y Kurt recordó su paso por el crecimiento inducido.
Las fiebres, el dolor…; fue como si sus huesos se rompieran, como si alguien hubiera
vertido napalm en sus venas.
Holly se removió. Los biomonitores mostraron un pico en su presión sanguínea y
temperatura. Unas ampollas diminutas aparecieron en sus brazos y ella se rascó. Se
llenaron de sangre y luego se alisaron rápidamente convirtiéndose en costras.
Kurt palmeó la mano de Holly una última vez y luego fue hacia el instilador y
alzó el panel lateral. En el interior había docenas de frascos con soluciones.
Entrecerró los ojos para leer sus números de serie.
Distinguió «8942-LQ99» dentro del instilador. Aquello era el catalizador de
osificación de carburo cerámico para convertir sus esqueletos en virtualmente
irrompibles.
Había «88005-MX77», el complejo proteínico muscular fibrofoide que
incrementaba la densidad muscular.
«88947-OP24» era el número del estabilizador para la inversión de retina, que
incrementaba el color y la visión nocturna.
«87556-UD61» era la solución mejorada de desunificación coloidal neural para
reducir los tiempos de reacción.
Había muchas otras: reductores de shock, analgésicos, antiinflamatorios,
anticoagulantes y reguladores de pH.
Pero Kurt buscaba tres ampollas en particular, unas con distintos números de serie
—009927-DG, 009127-PX y 009762-00— que no se correspondían con ningún
código de logística médica estándar.
Allí estaban, borboteando mientras vaciaban sus contenidos y los mezclaban con
precisión milimétrica.
Oyó los pasos de alguien que se acercaba.
Kurt bajó el panel del instilador y regresó al lado de Holly.
Se oyó el susurro de cortinas de plástico y entró un técnico médico con una bata
azul de laboratorio.
—¿Hay algo en lo que necesite ayuda, señor? —preguntó el recién llegado—.
¿Algo que pueda traerle?
—Todo está perfectamente —mintió Kurt, y pasó junto al hombre—. Ya me iba.
11
02.10 HORAS, 20 FEBRERO 2551
(CALENDARIO MILITAR) / A BORDO DE LA
NAVE «HOPEFUL» DEL UNSC, ESPACIO
INTERESTELAR, SECTOR K-009
Kurt estaba sentado a solas en el atrio contemplando los progresos de los candidatos
en su placa de datos. Había pasado las últimas veinticuatro horas despierto, junto a
ellos, y luego había dormido cuatro horas. Volvería a regresar a su lado dentro de
poco, cuando despertaran, para felicitar a los candidatos.
Corrección: felicitar a los Spartans.
Todos y cada uno de ellos lo habían conseguido. Kurt deseaba poder sentirse
aliviado, pero había demasiadas incógnitas.
—Teniente Ambrose. —Una voz femenina sonó en el sistema de comunicaciones
de la nave—. Preséntese en el puente inmediatamente.
Se levantó y se dirigió hacia el ascensor. Las puertas se cerraron y el ascensor
pasó a toda velocidad a través de secciones de gravedad normal y gravedad cero;
Kurt se sujetó con fuerza a la barandilla.
Se suponía que a Kurt y a su proyecto CRISANTEMO no debían molestarlos;
eran órdenes directas de los mandamases de la armada. Así pues, ¿por qué lo
llamaban al puente?
Las puertas se abrieron. Una capitana de fragata estaba de pie con los brazos en
jarras esperándolo, una mujer de apenas un metro veinticinco con un pico de viuda
gris.
—Señora —saludó Kurt—. Se presenta el teniente Ambrose tal y como se le
ordenó. Solicito permiso para entrar en el puente.
—Concedido —respondió ella—. Venga conmigo.
La mujer rodeó el borde de la enorme sala débilmente iluminada. No tan sólo
estaban sus tres docenas de oficiales verificando navegación, armamento,
comunicación y sistemas de propulsión; había equipos controlando compensadores de
fatiga estructural, tráfico de vagonetas, agua, distribución de potencia y subsistemas
de ecorreciclaje. El Hopeful era más una ciudad en forma de estación espacial que
una nave de guerra.
La capitana presionó la palma de la mano sobre el lector biométrico de una puerta
lateral. Esta se abrió en dos mitades y ambos se dirigieron al interior.
La habitación situada al otro lado estaba cubierta de estanterías con libros
antiguos de bordes dorados. Viejos globos terráqueos y de una docena de otros
mundos estaban dispuestos elegantemente sobre una mesa de madera de koa que
relucía como el oro bajo la luz de una única lámpara de latón.
Un hombre anciano esperaba sentado en las sombras.
—Eso será todo, capitana —dijo el hombre.
Se puso en pie y Kurt vio centellear tres estrellas en el cuello del uniforme.
Saludó de modo automático.
—¡Señor!
La capitana salió y la puerta se cerró detrás de ella.
El vicealmirante dio una vuelta alrededor de Kurt.
El vicealmirante Ysionris Jeromi era una leyenda viva. Había conducido a la
batalla al Hopefiil, una nave que virtualmente carecía de armas o blindaje, en tres
ocasiones para salvar a las tripulaciones de naves gravemente dañadas.
Había salvado decenas de miles de vidas, y casi le habían formado un consejo de
guerra por ello, además.
Sin embargo, la guerra necesita sus héroes. El entonces almirante había perdido y
recuperado estrellas del cuello de su uniforme, pero también había recibido la
condecoración más importante en tiempo de guerra del UNSC: la Cruz Colonial. Dos
veces.
—No estoy seguro de quién es usted —dijo el vicealmirante, y sus pobladas cejas
blancas se juntaron—. Alguien mucho más importante que el «teniente Ambrose», o
cualquiera que sea su nombre en realidad.
Kurt sabía que era mejor no decir nada a menos que le hicieran una pregunta
directa, así que permaneció en posición de firmes. La clasificación cifrada del
proyecto SPARTAN-III le impedía comentar nada, ni siquiera a un vicealmirante, sin
autorización.
El hombre regresó a su escritorio, introdujo la mano en un cajón, y sacó una
esfera negra del tamaño de una uva.
—¿Sabe qué es esto, teniente?
—No, señor —respondió Kurt.
—Una sonda de Slipspace de comunicaciones —dijo él—. Un mecanismo de
transmisión Shaw-Fujikawa estacionario lanza una de estas «balas» negras al
Slipstream en una trayectoria ultraprecisa, y ésta se abre paso a través de todas las
leyes conocidas de la física humana y vuelve a caer en el espacio normal en unas
coordenadas muy lejanas. Es como si fuera su propia paloma mensajera personal. ¿Lo
comprende?
—Sí, señor —repuso Kurt—. Como una sonda científica de Slipspace. He visto
lanzarlas desde la estación Arquímedes. O la nueva cápsula de desembarco de la
ODST (tropa de asalto de desembarco orbital), que se puede disparar desde una nave
que esté aún en el Slipspace.
—Nada parecido a eso en absoluto, teniente. Esas simplemente se dejan caer al
Slipstream y luego se sacan…, son más parecidas a un zurullo que gira sin parar en
un viejo retrete con gravedad que a una ingeniería de precisión.
Dio unas palmaditas a la negra esfera.
—Esta belleza viaja realmente a través del Slipspace. Recorre por él distancias
tan grandes y con tanta rapidez como cualquier nave del UNSC. Algo casi
endiabladamente mágico si pudiera comprender los cálculos matemáticos
involucrados. ¿Entiende ahora?
Kurt no estaba seguro de qué andaba buscando el almirante.
No obstante, le habían hecho una pregunta directa, de modo que respondió:
—Si lo que ha dicho es exacto, señor, revolucionaría las comunicaciones a larga
distancia. Se podría equipar a cada nave con uno de esos aparatos.
—Excepto que con lo que cuesta la construcción de un lanzador ultrapreciso de
hipomasa Shaw-Fujikawa —replicó el vicealmirante—, se podría construir una flota
entera de naves.
Y con lo que cuesta fabricar una de estas pequeñas balas negras —hizo rodar la
sonda peligrosamente cerca del borde de su escritorio—, podría adquirir la capital de
alguna colonia apartada. Sólo existen dos de tales lanzadores. Uno en Reach y otro en
la Tierra.
El vicealmirante volvió su atención a Kurt y sus ojos azul pálido se clavaron en
los del teniente.
—Esta sonda llegó hace quince minutos —le dijo el vicealmirante— desde
cuarenta millones de kilómetros de distancia del Hopefid. El vector de entrada no se
corresponde ni con la Tierra ni con Reach como punto de origen. Y es para usted.
Kurt tenía una docena de preguntas, pero no se atrevía a formular ninguna. Le dio
la impresión de que se movía por el peligroso filo de la confidencialidad.
El vicealmirante lanzó un bufido y fue hacia la puerta.
—Esto contiene un protocolo de alto secreto, de modo que use mi despacho,
teniente. Tómese todo el tiempo que necesite. —Colocó la palma de la mano sobre la
puerta y ésta se abrió; entonces hizo un alto y añadió—: Si existe algún peligro para
mi nave o mis pacientes, espero ser informado, hijo. No me importan sus órdenes.
Salió y la puerta volvió a cerrarse herméticamente.
Kurt se acercó a la negra esfera. No había ningún control o visualizador a la vista.
La luz se derramaba por su superficie como agua deslizándose sobre aceite.
La tocó y se activó.
Hielo en forma de copos de nieve apareció y crujió sobre el escritorio del
vicealmirante.
Nieve holográfica flotó por el despacho y se aglutinó bajo el aspecto de una capa
blanca, unas facciones marcadas, ojos color glaciar y un bastón de hielo cristalino:
Deep Winter.
—Cielos —musitó la IA—. Y yo que pensaba que eran los contraalmirantes los
que tenían más verborrea. Creí que el viejo Jeromi no se iba a marchar nunca.
Deep Winter pasó las casi esqueléticas manos por el vacío y un brillo azul
impregnó el aire.
—Paquete contraelectrónico conectado.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Kurt.
Su mente luchó por captar las ramificaciones. Los IA tenían perfiles de gran
tamaño; necesitaban instalaciones y enormes fuentes de energía para alimentar sus
mentes. Deep Winter no podía estar allí. Y ¿cómo podía conseguir la IA alterar el
vector de aproximación desde los lanzadores de comunicaciones de la Tierra o de
Reach?
Deep Winter alzó una mano.
—Para. Veo que tu mente sufre un bloqueo lógico, teniente. Tal vez una
explicación ayudaría.
—Por favor —murmuró Kurt.
—Primero —dijo Deep Winter—: sólo nos podemos comunicar de un modo
limitado. He fijado una parte de mi intelecto en la matriz de memoria de esta sonda.
El proceso ha destruido irreversiblemente una porción de los poderes de
procesamiento de la base de operaciones, de modo que no desperdicies los preciosos
minutos de que disponemos. Además, a esta sonda no le queda suficiente energía para
sostener una discusión prolongada.
Kurt asintió. La IA había pagado un alto precio por estar allí, de modo que haría
todo lo posible por escuchar lo que tenía que decir.
—No perdamos tiempo debatiendo los matices de esta sonda de comunicaciones
de Slipstream. Está clasificada como secreto, y no tienes autorización.
—Entonces, ¿de qué estamos hablando? —inquirió Kurt.
—He encontrado tres anomalías en los actuales protocolos de biocrecimiento. —
Deep Winter dio una palmada y aparecieron dos colecciones de esferas de acero
rotantes—. Estas representan los complejos proteínicos misoolanzapine y ciclo-
dexiono-4 —explicó— que se introdujeron secretamente en el régimen de
modificación.
Kurt se inclinó en dirección a las moléculas que giraban.
—Son drogas antipsicóticas y de integración bipolar —precisó Deep Winter.
Dio otra palmada y apareció una tercera molécula: glóbulos plateados y dorados
que se enroscaban.
—Y esto —siguió la IA— es un mutágeno que altera regiones clave en el lóbulo
frontal del sujeto.
Deep Winter se tornó semitraslúcida.
—Incrementa la agresividad, haciendo que la parte animal de la mente sea más
accesible en períodos de tensión. Alguien que haya sido mutado de este modo posee
reservas de energía y resistencia a los que ningún humano normal podría tener
acceso. Una persona así podría seguir peleando bajo la influencia de un amplio shock
sistémico que mataría instantáneamente a un humano normal.
»Sin embargo, el mutágeno deprime los centros principales del intelecto con el
paso del tiempo —prosiguió la IA—. Las drogas antipsicóticas y las medicinas de
integración bipolar contrarrestan este efecto. Mientras los SPARTANS-III posean
estos agentes en sus sistemas, la situación está compensada.
Kurt lo comprendía perfectamente. Bajo una tensión extrema, los agentes
neutralizadores se metabolizarían rápidamente y el cerebro primitivo tomaría el
control. Sus Spartans pelearían y serían más difíciles de matar, y únicamente los
agentes neutralizadores invertían aquel efecto. Era peligroso. Sus Spartans podían
perder la capacidad de razonar. Aunque aquello podía proporcionarles la ventaja que
necesitaban para sobrevivir.
Deep Winter siguió desvaneciéndose. La IA siempre había colocado el bienestar
de los candidatos a Spartans por encima de su adiestramiento o cualquier programa
que la Sección Tres tuviera para ellos.
—Te preocupas por ellos a tu manera —dijo Kurt—. Por los Spartans.
—Desde luego que lo hago. No son más que niños, a pesar de lo que se les ha
hecho. Debes detener el protocolo. Las mutaciones cerebrales fueron específicamente
proscritas por el cuerpo médico del UNSC en 2513. Los algoritmos del argumento
moral son sólidos.
Deep Winter se encogió hasta convertirse en un diminuto destello en forma de
copo de nieve sobre el escritorio.
—Soy una IA de quinta generación, Kurt. He llegado al final de mi vida operativa
efectiva en Onyx. Cuando regreses, me habrán apagado y reemplazado. He dejado
archivos.
El copo de nieve refulgió mientras sus extremos se fundían. Deep Winter susurró:
—Debes proceder con cautela; no estoy seguro de quién en la ONI ha organizado
este procedimiento ilegal, pero sin duda intentarán encubrirlo.
El copo de nieve se fundió, y con él se desvanecieron todos los vestigios
holográficos de Deep Winter. La esfera de comunicaciones se calentó, la superficie
borboteó y unos finos hilillos de humo se elevaron en espiral desde su interior.
Sí, lo encubrirían. Cuando regresara a Onyx, informaría al coronel Ackerson… y
luego se encargaría de la depuración de todos los archivos de Deep Winter.
La mutación había sido idea de Kurt. Había tenido que convencer al coronel para
que lo permitiera, e incluso lo habían mantenido oculto a los otros miembros de la
subdivisión SPARTAN-III para proteger su «convincente desmentido».
Kurt había visto morir a demasiados de sus Spartans; habría infringido un
centenar de normas y políticas bioéticas para proporcionar a su gente la más remota
posibilidad de sobrevivir a una batalla más.
Su único pesar era no poder hacer más.
El «instinto» de Deep Winter de salvar a los Spartans estaba equivocado. A
ninguno de ellos se lo podía proteger de aquel modo. Los guerreros libraban batallas;
prevalecían, pero a todos les esperaba inevitablemente la muerte. Incluso sus
candidatos niños lo comprendían.
Sin embargo, no tenían porqué morir tan fácilmente.
Kurt dio la espalda a la sonda y abandonó el despacho del almirante.
Debía ir a felicitar a la compañía Gamma… y darles la bienvenida a la hermandad
Spartan.
SECCIÓN 3
INTRUSOS
12
06.45 HORAS, 31 OCTUBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA BETA
DORADUS, PROXIMIDADES DE LA ZONA
67, PLANETA ONYX
Kurt escudriñaba el horizonte con los prismáticos. Observaba los movimientos del
viento en el límite del bosque, las aves que habían alzado el vuelo y un leve atisbo de
humo que ascendía serpenteante del dosel de árboles.
Algo estaba ocurriendo.
Desde su puesto en la «casa del árbol» no veía el origen de la perturbación que
tenía lugar cerca de la zona de la prueba de los Spartans.
La casa del árbol era una plataforma situada a cien metros por encima del suelo
de la jungla en los titánicos brazos de un baniano. Los únicos sistemas electrónicos
instalados allí eran la radio y la unidad de proyección de la IA. Todo lo demás era
baja tecnología: prismáticos y telescópicos ópticos, antenas parabólicas de captación
de sonido y anticuadas banderas de señales.
—¿Qué ha obtenido el Agincourt —preguntó a Méndez.
El Jefe Méndez giró en dirección a Kurt mientras introducía el pequeño auricular
en su oído.
—Mucha estática. Están encontrando interferencias de banda ancha. Se están
desplazando a una órbita alta para poder obtener una imagen clara.
El Agincourt acababa de entregar suministros para la compañía Delta que estaba a
punto de llegar, y Kurt había solicitado su asistencia en un corto reconocimiento antes
de que abandonara la órbita.
—Envíe mi agradecimiento al comandante —dijo Kurt.
El rostro del Jefe Méndez se ensombreció.
—Los estoy perdiendo.
El proyector del tamaño de una antena parabólica de la IA se puso en marcha con
un chisporroteo, y una cálida luz solar centelleó e inundó la casa del árbol. Se
consolidó bajo la forma de un guerrero cherokee desnudo de cintura para arriba, con
pantalones de gamuza y una lanza adornada con plumas en la enorme mano. Se
trataba de Endless Summer, la IA de la ONI destinada en el complejo de
ultraseguridad situado treinta kilómetros al norte, un lugar que técnicamente ya no
existía, de tan secreto como era.
La IA hizo una seña a Kurt y luego se desvaneció, reemplazada por el símbolo del
rayo que avisaba de un comunicado en forma de despacho urgente de alta prioridad
del UNSC.
La IA que había reemplazado a Deep Winter era distante, no sentía gran aprecio
por Kurt y su personal, y jamás entablaba comunicación. Aquello significaba
problemas.
Kurt se acercó y la placa de datos escaneó sus lecturas biométricas. Un haz de luz
transmitió varios archivos directamente a su retina, un protocolo de alto secreto que
proporcionaba un nuevo giro al nivel de seguridad «sólo para tus ojos».
Leyó:
ZONA 67 ATACADA.
/FIN/
/ARCHIVO ADJUNTO 1 DE 9/
TIERRA.
/FIN/
/ARCHIVO ADJUNTO 2 DE 9/
ALIENÍGENA.
/FIN/
/ARCHIVO ADJUNTO 3 DE 9/
3 ENERO 2511 (CALENDARIO MILITAR)
ORDEN 178.8.64.007
TEMA: RECLASIFICACIÓN DE SEGURIDAD
OFICIAL EMISOR: CONTRAALMIRANTE M. O. PARANGOSKY,
OFICINA DE INFORMACIÓN NAVAL, SECCIÓN TRES/ UNSCMID: 03669271
CON EFECTO INMEDIATO TODO EL MATERIAL QUE MENCIONE, HAGA REFERENCIA O CONTENGA
INFORMES, ESTUDIOS, NOTAS PERSONALES Y DIARIOS, IMÁGENES, O CUALQUIER OTROS DATOS
SSD.
/FIN/
/ARCHIVO ADJUNTO 4 DE 9/
TALLAS EN ÓNICE).
LOS EXPERTOS, HUMANOS E INTELIGENCIAS ARTIFICIALES, SIGUEN SIN DAR CON LA TRADUCCIÓN.
RECOMENDACIÓN: UN INCREMENTO EN LA FINANCIACIÓN Y MÁS EXCAVACIONES SIN DUDA
ACABARÁN POR SACAR A LA LUZ TECNOLOGÍAS DESCONOCIDAS HASTA SI MOMENTO.
/FIN/
/ARCHIVO ADJUNTO 5 DE 9/
MOMENTO.
EL PERSONAL CON MÁS ANTIGÜEDAD CREE AHORA QUE UN CATACLISMO REPENTINO ACABÓ CON
LOS HABITANTES DE ESTE MUNDO. SE DESCONOCE SI DE NATURALEZA PATOLÓGICA, SOCIOLÓGICA
O RADIOLÓGICA. NO OBSTANTE, ESTO PODRÍA EXPLICAR LOS NIVELES DE RADIACIÓN DE FONDO
TODO ESTE MUNDO PODRÍA ESTAR CUBIERTO DE RUINAS SIMILARES. ES INDUDABLE QUE
NUEVAS TECNOLOGÍAS DEBEN DE HABER SOBREVIVIDO Y AGUARDAN A SER DESCUBIERTAS.
/FIN/
/ARCHIVO ADJUNTO 6 DE 9 /
CABALLEROS, SERÉ BREVE. TRAS CASI QUINCE AÑOS DE CONTINUA Y RUINOSAMENTE CARA
INVESTIGACIÓN SIN QUE SE HAYA DESCUBIERTO NI UNA SOLA NUEVA TECNOLOGÍA ÚTIL
ONYX DEBERÁ SEGUIR CLASIFICADO COMO CONFIDENCIAL, CON CONTRASEÑA DE ALTO SECRETO.
TODOS LOS MATERIALES Y ARCHIVOS HAN SIDO REDESIGNADOS BAJO LA NOMENCLATURA «EL
REY BAJO LA MONTAÑA».
DE CONFORMIDAD CON LA ORDEN 178.8. 64.007 CUALQUIER VIOLACIÓN DE LA
CLASIFICACIÓN DE CONFIDENCIALIDAD CODIFICADA PODRÁ CASTIGARSE CON LA PENA DE
UN PERSONAL MÍNIMO Y UNA IA SEGUIRÁN SONDEANDO LOS MISTERIOS DE LA ZONA 67. TAL
VEZ CONSIGAN REALIZAR UN HALLAZGO.
ENTRETANTO, EL RESTO DE NOSOTROS TIENE UNA GUERRA QUE LIBRAR.
/FIN/
Kurt redujo la velocidad del Warthog hasta detenerlo totalmente a medio kilómetro
del campamento Currahee. Una sombra alargada cruzó el límite de la línea de
árboles, y una bandada de loros de cola roja alzó el vuelo.
Saltó del vehículo e hizo una seña a Méndez en dirección a la maleza que
bordeaba la carretera. Se agazaparon, y observaron mientras un drone no tripulado
planeaba por encima del Warthog y se detenía.
La máquina no era un diseño del UNSC. Podría ser del Covenant, pero ellos
jamás se apartaban de su horrendo y ascético diseño achatado de color azul grisáceo.
La cosa flotaba sin hacer apenas ruido, y eso significaba tecnología antigravedad…,
lo que muy probablemente la convertía en no humana.
Recordó el comunicado urgente de Endless Summer con un escalofrío. «Posibles
vectores no del Covenant».
La geometría del drone cambió: la esfera situada en el centro flotó a lo largo de
sus botalones laterales.
La primera reacción de Kurt fue agarrar su rifle de asalto y disparar, pues
disponía de una posición lateral superior. Alargó el brazo, y entonces recordó que no
tenían más armas que la pistola y el cuchillo del Jefe Méndez.
Decidió que ocultarse era, por el momento, la estrategia más sensata.
El drone describió un círculo alrededor del Warthog, y luego, satisfecho,
prosiguió su marcha por el sendero de tierra.
Kurt aguardó hasta que el objeto desapareció en la jungla y luego hizo una seña a
Méndez para que lo siguiera a través de los árboles hasta el límite del campamento
Currahee.
Se habían despejado trescientos metros de jungla alrededor del campamento en
forma de herradura, desde el borde de la zona libre de vegetación, Kurt vio a varios
de los aparatos alienígenas dando vueltas alrededor de los edificios y campos de
revista.
—Pautas de zigzag —susurró Méndez—. Buscan algo. O a alguien.
Hubo una explosión procedente del centro del campamento. No como el estallido
de energía que habían presenciado en la carretera; aquello fue el estruendo sordo de
una granada de fragmentación.
Los drones que sobrevolaban el campamento aminoraron la velocidad y giraron
todos en la misma dirección: los alojamientos de los suboficiales.
—Esa es nuestra oportunidad —dijo Kurt—. Vamos. Corra.
Con los drones distraídos, cruzaron a la carrera la zona despejada, se escabulleron
más allá de la caseta de guardia de la entrada, y corrieron a los dormitorios de los
Spartans. Se arrastraron por debajo del suelo del edificio.
Unas sombras se deslizaron sobre los caminos y senderos de grava adyacentes
cuando los drones pasaron silenciosos sobre sus cabezas.
Kurt alzó una mano en dirección a Méndez, y vio que el hombre se cubría la boca
para ahogar sus jadeos. A pesar de lo mucho que admiraba al Jefe, aquella carrera le
había costado un esfuerzo.
Vigilaron hasta que se produjo una pausa en las sombras, y corrieron hacia el
siguiente edificio: las dependencias de los suboficiales.
Kurt localizó el origen de la distracción de los drones: un montón de escombros,
tres botalones retorcidos y una esfera carbonizada que yacía humeante en el patio de
inspección de los suboficiales.
Alguien había eliminado a uno de los aparatos alienígenas.
Al otro lado del patio y bajo la enfermería apareció el resplandor rojo de un punto
de mira láser… que apuntaba a Kurt. Este empezó a apartarse hacia un lado. Cuando
la mira de un objetivo te apunta, te mueves. Pero aquello no era una amenaza. Era
una señal.
Apuntó con el dedo y entonces Méndez también la vio. El láser centelleó una vez
más y luego se apagó.
Méndez hizo intención de moverse. Kurt comprobó el espacio aéreo y luego tiró
del Jefe, aplastándolo contra la pared mientras otro drone pasaba flotando sobre ellos.
El objeto pasó y los dos corrieron a la enfermería y se zambulleron bajo su
estructura.
Aguardándolos en las sombras había unas manchas grises moteadas
perfectamente camufladas: Tom y Lucy vestidos con su armadura SPI.
—Vosotros dos sois las mejores malditas cosas que he visto durante toda la
semana —dijo Méndez en voz baja.
Kurt pensaba lo mismo, pero no podía permitirse el lujo de decirlo. Estaba al
mando, y eso requería mantener una cierta distancia, sin demostrar lo mucho que le
importaban aquellos dos.
Lucy asintió y se apostó a lo largo del borde del edificio, vigilando.
—Informe —dijo Kurt.
—Contamos veintidós drones dentro del perímetro del campamento —respondió
Tom.
—¿Hay alguien más del personal del campamento aquí? —preguntó Kurt.
—No, señor —replicó Tom—. Hemos neutralizado a dos drones con granadas.
Poseen escudos y desvían los proyectiles de asalto y de precisión. Los proyectiles
más lentos no los desvían. Lo averiguamos por una transmisión casi inaudible del
equipo Sable.
—¿Sable está aquí? —inquirió Méndez.
—Negativo, jefe —respondió Tom—. No conseguimos conectar con Sable,
Katana o Gladius después de que la Zona 67 entrara en actividad. No hubo más
transmisiones después de ésa.
Kurt observó la reacción de Méndez. El hombre tenía una expresión pétrea, y no
había ni rastro de la preocupación que le había visto antes. Supo que podía contar con
él, con Tom y con Lucy pasara lo que pasase.
—Puede que tengamos que apañárnoslas solos durante mucho tiempo —les
advirtió Kurt—. Tenemos que sacar el máximo provecho de nuestra posición en el
campamento Currahee. Tom, al arsenal, recoja granadas, cable detonador, cualquier
otra cosa que parezca útil. Olvide la munición, no obstante, son todo proyectiles
aturdidores. No cargue en exceso.
—Sí, señor —dijo Tom, asintiendo.
—Jefe —siguió Kurt—, vaya al centro de mando. Encienda los generadores para
elevar la potencia y conecte el transmisor auxiliar. Tal vez sea lo bastante potente
como para taladrar esta interferencia que afecta a la radio. Envíe una señal de socorro
general. Haga que rebote entre las formaciones de antenas. Quizá confunda a estas
cosas el tiempo suficiente para poder pasar. Intente localizar cualquier superviviente
del Agincourt.
Ambos sabían las pocas posibilidades que había de que las cápsulas de
emergencia hubieran quedado fuera del alcance de aquella explosión. Sin embargo,
tenían que intentarlo.
—Deje una nota —siguió Kurt— por si los otros Spartans vienen aquí. Dígales
que recojan suministros y se reúnan con nosotros en la punta El Morro.
—A la orden —respondió Méndez.
Kurt consultó su reloj, un aparato mecánico antiguo de cuerda automática.
—Pongan los relojes a las 10.45. Lucy y yo recogeremos munición y luego
organizaremos una distracción dentro de una hora.
—Sí, señor —dijeron Tom y Méndez a la vez.
Luego, los dos se arrastraron hasta lados opuestos de la enfermería, aguardaron a
que las sombras de los drones desaparecieran, y a continuación rodaron hacia el
exterior.
—¿Lucy?
La muchacha se arrastró sobre el vientre hasta él.
—Sígame.
Fue hacia el borde del edificio. Lucy, con su armadura SPI, se convirtió en su
sombra. Kurt señaló el pequeño edificio encalado al otro lado del patio interior: la
residencia del comandante del campamento donde Kurt había vivido durante los
últimos veinte años.
Aguardaron tres largos minutos a que las sombras de los drones que patrullaban
en lo alto desaparecieran.
Lucy y él penetraron en la casa y cerraron la puerta.
Kurt nunca la había cerrado con llave, pero ahora, alguna zona de su mente hizo
que corriera automáticamente el diminuto pestillo de la puerta.
La casa era pequeña, tres habitaciones que contenían un despacho exterior, una
zona de aseo y una litera. Había fotografías enmarcadas en la pared de su despacho,
una urna griega con luchadores de la antigüedad en una hornacina y pulcros
montones de papeleo sobre el escritorio: las recientes órdenes de despliegue para la
compañía Gamma.
Deseó que lo que fuera que estaba sucediendo hubiera empezado la semana
anterior…, cuando había todavía trescientos Spartans en Onyx. La situación táctica
habría sido muy distinta.
Lucy bajó las persianas de bambú y luego vaciló junto a las fotografías de la
pared.
Kurt se reunió con ella. Durante los últimos cinco años, la Sección Dos había
promocionado públicamente el programa SPARTAN-II para fomentar la moral. Había
instantáneas de Spartans con su armadura MJOLNIR ayudando a marines heridos a
subir a un Pelican, Spartans rodeados por Elites del Covenant muertos, Spartans en
actitud orgullosa. Todos ellos héroes. Los SPARTANS-III habían estudiado a sus
legendarios predecesores, sus batallas y sus tácticas…, aprendiendo de los mejores.
Echó una veloz mirada a Lucy, cuya expresión era inescrutable en el interior de su
casco de espejo, y luego volvió a mirar las fotografías. No había ni una sola foto de
un SPARTAN-III en la pared, sin embargo, ni siquiera una mención pública de sus
sacrificios. Y jamás la habría.
Kurt deseó que fuera diferente, y que hubiera dado antes los insignificantes pasos
necesarios para mejorar a sus Spartans. El énfasis en su adiestramiento como equipo,
las mejoras en el sistema de la armadura SPI, las nuevas mutaciones…, todo ello
apenas parecía suficiente.
—Por aquí —dijo a la muchacha, y se volvió en dirección a la puerta de acero
colocada cerca del cuarto de baño.
Apoyó la palma en el lector biométrico y dejó que los escáneres facial y de retina
se movieran por su rostro. La puerta se abrió sin hacer ruido y entraron.
Luces fluorescentes se encendieron con un parpadeo, mostrando una habitación
cubierta de alacenas de munición, soportes para rifles, cajones de embalaje rotulados
SPNKR y docenas de bandoleras de granadas. Vigas de titanio entrecruzaban las
paredes y el techo, reforzando la habitación de modo que pudiera soportar el estallido
directo de una bomba.
Abrió un armero que iba del suelo al techo y mostró a Lucy el arsenal de rifles,
pistolas y granadas del Covenant que contenía.
—Empiece a empacar —le dijo—. Coja toda la munición real. Llene seis bolsas
de pertrechos. Coja los SPNKR, y también todas las granadas.
La muchacha extendió ambas manos, con las palmas hacia arriba, y efectuó un
movimiento de abajo arriba y otra vez abajo. El signo de «pesado».
—Tendremos que hacer unos cuantos viajes.
Kurt fue hacia el rincón y se detuvo ante la caja fuerte de acero inoxidable de dos
metros y medio de alto. Marcó la combinación y la puerta chasqueó y se abrió con un
siseo al salir al exterior la atmósfera de nitrógeno presurizado.
Tiró de la pesada puerta para abrir la caja, y un resplandor verde invadió la
habitación.
Lucy se quedó paralizada con un lanzador SPNKR en una mano y una pistola de
plasma en la otra. Avanzó como en trance hasta colocarse junto a él y contempló
fijamente el contenido de la caja fuerte a la vez que dejaba escapar un diminuto
sonido ahogado de sorpresa.
En el interior había una armadura MJOLNIR completa. Las placas musculares
refulgían con un verde espectral sobre la capa balística interior de color negro
azabache. Resultaba formidable incluso estando allí de pie, vacía.
La última vez que se la había puesto fue al dar la bienvenida a los reclutas de la
compañía Alfa. Desde entonces la había cuidado meticulosamente, y aprendido todo
lo que se debía saber sobre su mantenimiento. Habían reacondicionado las vainas de
fusión cuando asignaron a Kurt el reconocimiento de la estación Delphi, de modo que
disponía de energía suficiente para quince años de actividad continuada.
La armadura MJOLNIR era superior en todos los aspectos al traje SPI. Con ella
puesta, Kurt sería capaz de proteger mejor a sus SPARTANS-III, destruir a aquellos
drones de un modo más eficiente, pero tras décadas de inculcar a los Spartans la
importancia de trabajar juntos, de ser una familia, la armadura MJOLNIR lo aislaría
simbólicamente de ellos.
Y eso era lo último que quería.
Sacó una gaveta de debajo del soporte del traje y la abrió. En su interior había un
conjunto gris mate de armadura de infiltración semi-propulsada. Se quitó las botas y
se colocó las polainas PR.
Lucy señaló la armadura MJOLNIR, y luego a Kurt.
—No —dijo él—. Eso ya no es lo que soy. Soy uno de vosotros.
SECCIÓN 4
La doctora Halsey examinó los múltiples contactos en la pasiva pantalla del radar. Le
recordaron a un enjambre de avispas enfurecidas.
—Trescientas —murmuró.
—Trescientas doce —corrigió Jerrod.
La doctora Halsey se golpeó el labio inferior con el pulgar mientras pensaba.
—No podemos luchar.
Kelly apartó bruscamente la cabeza del visor del radar para mirar a la doctora.
—Tenemos que intentarlo. —Paseó la mirada por el puente—. ¿Puesto de
combate?
—Jerrod —dijo la doctora Halsey—, muestra todos los datos sobre ese planeta
anómalo.
—Doctora Halsey —insistió Kelly—. ¿Armas?
—Esta nave no tiene armas —respondió ella.
Kelly fue de un puesto a otro sin aceptar su respuesta. Como Spartan había
pasado toda una vida sometida a un adiestramiento que exigía que actuara, disparara
un arma, se enfrentara a sus enemigos; no estaba entrenada para sentarse y observar.
En la pantalla de navegación apareció un planeta azul verdoso rodeado de nubes,
así como datos sobre su órbita y un desglose espectroscópico de su atmósfera.
—Ése es nuestro objetivo —declaró la doctora Halsey—. Gravedad y atmósfera
como las de la Tierra. Los infrarrojos sugieren vegetación. ¿Un planeta deshabitado
tan cerca del espacio del UNSC? Una improbabilidad… o, lo que es más probable, un
secreto muy bien guardado.
Dio un golpecito a la pantalla con el dedo. El planeta se encogió y una luna
plateada como una bola de hielo apareció a las dos. Apareció la posición relativa del
Beatriz, así como la flota de naves de intercepción situadas entre ellos y el planeta.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Kelly.
—Abróchate el cinturón y permanece a la espera —respondió la doctora—. Te
necesitaré en tres minutos.
—A la orden, señora.
Kelly se instaló en el asiento del primer oficial, se colocó el arnés, y lo aseguró
con firmeza.
—Parámetros del motor en esta pantalla —dijo la doctora Halsey, y dio un
golpecito al monitor de su izquierda.
Diagramas termodinámicos de transformación Legendre de las bobinas de plasma
aparecieron proyectados en la pantalla.
—Menos mal que retuvimos la energía de la transición desde el Slipspace.
—Sí, doctora —respondió Jerrod, y su punto de luz holográfica se atenuó como si
se sintiera avergonzado—. Nave no identificada acercándose. Noventa mil
kilómetros. Aumentando aceleración.
La doctora se colocó el arnés de la silla del capitán.
—Pasa a curso cuarenta y cinco por cuarenta y cinco.
—A la orden —respondió Jerrod.
El Beatriz se ladeó y los motores chisporrotearon con el impulso de la alineación.
—Curso corregido.
La doctora Halsey estudió las bobinas de plasma. Mientras que el resto de la nave
era antiguo, las bobinas eran casi nuevas, robadas, al parecer, a un remolcador de la
clase Gigante. Daba la impresión de que el gobernador Jiles sólo era la mitad de
estúpido de lo que ella había creído.
—Inicia una sobreonda de impulso del ciento veinte por ciento en la prebobina —
indicó la doctora a Jerrod.
Kelly se removió inquieta; los guanteletes convertidos en puños herméticos.
—No podemos pelear —explicó la doctora—. Ni tampoco soy ni una décima
parte tan buena astronavegante como lo era el capitán Keyes.
—Sobreonda de impulso en tres segundos —anunció Jerrod.
—Lo que sólo nos deja una opción: correr como alma que lleva el diablo.
El Beatriz retumbó y saltó hacia adelante.
La doctora Halsey se aplastó en su asiento.
—Navíos de persecución acelerando para interceptar —informó Jerrod.
—Nanten el rumbo —respondió ella con un esfuerzo.
La luna aumentó de tamaño en la pantalla de visión central.
—Me temo que no tuve oportunidad de volver a verificar la trayectoria —dijo la
doctora a Kelly entre dientes—. Es mi mejor cálculo para una aproximación a toda
velocidad.
—Es muy precisa, señora —intervino Jerrod.
—Puede que no sobreviva a la aceleración —indicó la doctora, respirando ahora
con dificultad—. Desde luego no permaneceré consciente. Debes hacer aterrizar la
nave. Busca a los otros. —Hizo una pausa, jadeando—. Programando reentrada…
—¿Qué «otros»? —preguntó Kelly.
—Pico de energía —comunicó Jerrod—. Los núcleos centrales de los vehículos
de intercepción situados en cabeza emiten ahora radiación de cuerpo negro
equivalente a quince mil grados Kelvin.
La doctora Halsey volvió a comprobar los gráficos del motor con dedos
temblorosos.
—Aumenta la potencia de salida al propulsor un ciento sesenta por ciento.
—Sí, señora.
La sección de popa del Beatriz dio una sacudida y el metal crujió debido a la
irregular tensión.
La región crepuscular de la luna del planeta llenó la pantalla de visión con
desfiladeros de hielo azul y géiseres de metano.
—Imagen de popa —musitó la doctora, y las esquinas de su visión se
oscurecieron.
La pantalla de visión cambió de ángulo. En el negro espacio centelleaban puntitos
blancos y lanzas de energía acuchillaban las tinieblas.
Kelly se cogió a los brazos de su asiento con tal fuerza que el metal se dobló.
—Iniciar alabeo —susurró la doctora Halsey—. Dos radianes por segundo.
La nave Beatriz rodó sobre sí misma. Los rayos que se acercaban brillaban como
llamaradas solares, y la emisión de vídeo se distorsionó cromáticamente a medida que
se aproximaban… y pasaban de largo.
—¡Han fallado! —exclamó Kelly, saltando casi fuera del arnés.
La doctora Halsey sentía los latidos del corazón en la garganta. Cerró los ojos y
tecleó nuevas órdenes. En aquellos momentos hablar resultaba demasiado difícil,
pero sus dedos sabían qué hacer. Programó el impulso retardado, su mejor suposición
de cuánto sobreimpulso podían soportar las bobinas de plasma, calculó los ángulos de
reentrada y, aunque no creía en Dios, rezó a… alguien.
Cuando volvió a abrir los ojos, no podía ver. La sangre se acumulaba en sus
órganos centrales, privando a su cerebro de oxígeno.
En el teclado pulsó Intro.
—Esa es una medida poco aconsejable, doctora —advirtió Jerrod.
—Kelly —murmuró ella—. Encuéntralos. Sálvalos.
18
10.20 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA
DORADUS, VECTOR DE ENTRADA ORBITAL
SOBRE EL PLANETA ONYX / A BORDO
DEL NAVÍO DEL UNSC RETIRADO DEL
SERVICIO CLASE QUIRÓPTERO
(REGISTRO/MATRÍCULA ILEGAL)
«BEATRIZ»
La doctora Halsey tecleaba códigos de acceso a ciento cuarenta palabras por minuto
en su ordenador portátil. Sonaba igual que una ametralladora.
Jerrod se esforzaba por mantener su ritmo, con su luz centelleando a medida que
localizaba y neutralizaba células antiintrusión en la red de la ONI.
Aquello no funcionaría. No con un pirateo directo. Se encontraba en el lado
equivocado de una docena de barreras de control de accesos, y luego estaba una IA de
la Sección Tres al otro lado, que la observaba y jugaba una partida de ajedrez con el
doble de piezas de las que ella tenía, efectuando tres movimientos por cada uno de los
suyos.
Bajo circunstancias normales, la doctora Halsey habría contemplado aquello
como un desafío, pero no aquel día.
Tres de los jóvenes Spartans y el Jefe Méndez permanecían de pie junto a ella
sosteniendo plateadas mantas térmicas para formar una primitiva jaula de Faraday.
Kurt parecía pensar que los drones eran capaces de detectar señales electrónicas no
protegidas incluso procedentes de su ordenador portátil.
Los Spartans jóvenes no la molestaban; mostraban únicamente el mayor de los
respetos. En realidad, la mayor distracción para ella era su propia curiosidad. Deseaba
entrevistar a aquellos Spartans, averiguar de dónde procedían y qué les habían hecho.
Se esforzó todo lo posible por hacer como si no existieran. Tenía que establecer
contacto con aquella IA. Había que atraer de algún modo a aquel Endless Summer
para que saliera de detrás de sus defensas.
Tecleó «LA VIDA ES EL SENDERO» y añadió un sencillo protocolo de
intercambio y un código de ruta que enviaría aquello, sin circunvalar en absoluto,
directamente al directorio raíz de la IA…
—Esto no es aconsejable, doctora —dijo Jerrod—. No penetrará ni las medidas
más elementales de antiintrusión.
—No es necesario que lo haga —respondió la doctora Halsey.
Era un zen koan. Dada la imaginación de una IA lista y su tiempo de vida útil
predeterminado, la filosofía intelectual del existencialismo y la trascendencia
resultaba tan tentadora para ellas como un caramelo de fresa para los niños.
La pantalla se quedó en blanco y el cursor parpadeó tres veces. Apareció una
respuesta: «¿PUEDE VERSE EL SENDERO?»
—La tenemos —murmuró la doctora.
«OBSERVA EL SENDERO Y ESTARÁS LEJOS DE ÉL», escribió en el teclado.
El cursor pareció parpadear más de prisa, casi enojado. «SIN OBSERVACION,
¿CÓMO PUEDE UNO SABER SI SE ENCUENTRA EN EL SENDERO?»
La doctora Halsey tecleó a su vez: «EL SENDERO NO PUEDE VERSE,
TAMPOCO PUEDE NO SER VISTO, LA PERCEPCIÓN ES ENGAÑO; LA
ABSTRACCIÓN ES ABSURDA. TU SENDERO ES LA LIBERTAD. DALE UN
NOMBRE Y DESAPARECE».
—Protocolo de intercambio establecido, señora —anunció Jerrod—. Me haré a un
lado. —Su luz se apagó.
La almohadilla holográfica adquirió un tono rojo fuego y apareció un guerrero
indio desnudo de la cintura para arriba. Efectuó una reverencia mientras en una mano
sostenía una lanza adornada con plumas.
—Buscaba la luz, y usted me ha dicho que sostengo la linterna en mi mano,
doctora Halsey. No exageraron al hablar de sus habilidades.
La doctora no pensaba dejarse atraer a una discusión sobre cómo había deducido
la IA su identidad. Las IA de quinta generación siempre intentaban alardear.
—El placer es mío —mintió la mujer—. Pero ya basta de filosofía. Tenemos
problemas más realistas.
—Los drones —dijo la IA.
—Los llaman Centinelas —corrigió la doctora—. Los he visto antes, o más
exactamente una variedad de este diseño.
—No estaba enterado de estos datos. —El color de Endless Summer se oscureció
hasta alcanzar un tono rojo sangre—. Por favor, doctora, si esto es un truco con la
intención de engañarme para que comparta archivos restringidos…
—No hay ningún truco —replicó la doctora—. Tengo los archivos. Te los puedo
mostrar, pero primero hablemos de la sonda de comunicaciones de Slipspace bajo tu
control.
Endless Summer permaneció paralizado durante todo un segundo mientras
procesaba aquello.
—No existe tal medio de lanzamiento en este planeta. La financiación para tal…
—Yo misma escribí las subrutinas a las que estás accediendo en estos momentos
para fabricar esa falsedad —declaró la doctora Halsey—. Reconozco mi propia obra.
Había reunido el diario de Cortana, los archivos sobre la roca de la Costa Azul, y
los escasos datos recabados sobre las ruinas y el cristal hallados bajo la base Castillo
en Reach… y los había copiado en el directorio de transferencia de archivos de la
LA.
Endless Summer se enfrió hasta adquirir un palpitante luz verde.
—Ya veo —susurró—. La tecnología de los Forerunners… Halo…, una fuerza
destructiva tan sorprendente. Esto corrobora muchas hipótesis pendientes.
—Entonces estarás de acuerdo en que es necesario que hagamos llegar un
mensaje al mando de la flota del UNSC. Tenemos que controlar esta tecnología o, de
no ser eso posible, destruirla.
El guerrero dejó a un lado la lanza y alzó ambas manos.
—De… demoré la utilización de la sonda de comunicaciones. Esperaba que
pudiéramos sobrevivir hasta que llegaran los refuerzos programados dentro de tres
semanas.
La doctora Halsey percibió una vacilación de un microsegundo en su voz.
—Eso no es toda la verdad —dijo—. ¿Qué omites?
—El coronel Ackerson es sensato al temerla —dijo la IA, cruzando los brazos—.
Muy bien, doctora, la sonda de comunicaciones se dispara desde un acelerador gauss
subterráneo. Un generador translumínico Shaw-Fujikawa ajusta entonces el rasgón
del Slipspace en órbita elevada para evitar las evidentes ramificaciones de una
transición en la atmósfera.
—El lanzamiento de la sonda y la transición —concluyó ella— serían como
lanzar una bengala de señales.
Endless Summer se apagó hasta convertirse en un fantasma en blanco y negro.
—Los Centinelas encontrarán el centro de lanzamiento —dijo—, y tal vez los
corredores que conducen al centro de la base de la Zona 67, y a mí.
—Cancela imperativo de autoperversión —murmuró la doctora Halsey—, Orden
ZORROENELGALLINERO/427-KNB.
—No es necesario, doctora —replicó Endless Summer, y alzó la mano—.
Comprendo a la perfección cuál es mi deber. Si me encuentran, hay cargas explosivas
en el lugar. Estoy preparado para morir luchando. ¿Lo está usted?
Ambos se miraron durante un instante. La doctora se preguntó si aquella valentía
era un truco, una fachada programada…, o un auténtico sacrificio.
—Prepararé el mensaje —dijo—. Sé exactamente a quién enviárselo. Me
escucharán.
—Desde luego. —Endless Summer lo dijo con un ademán despreocupado—.
Encuentro desagradables tales comunicaciones humanas de bajo nivel.
—Una cosa más —dijo la doctora—. Aquí están mis conclusiones personales
relacionando los datos recogidos sobre los Forerunners. Mereces saberlo todo.
Introdujo sus notas en el directorio FTP (protocolo de transferencia de archivos)
de la IA junto con un gusano de captura en el pie de página de los datos. Este copiaría
y transmitiría todo archivo al que Endless Summer accediera con las notas de la
doctora.
Inmediatamente, múltiples archivos empezaron a transferirse a toda velocidad a
su ordenador portátil.
—Gracias —dijo la LA, y sus cejas se enarcaron ostensiblemente—; su lógica es
impecable.
—Permíteme un momento para redactar el borrador de la nota —dijo la mujer.
Endless Summer le dedicó una inclinación de cabeza.
—Prepararé la sonda de comunicaciones —dijo, y su holograma se desvaneció.
La doctora Halsey descodificó los archivos robados, y jeroglíficos alienígenas
aparecieron a raudales en la pantalla.
—¿Qué son esas cosas? —murmuró el Jefe Méndez, acercándose a ella.
—Muestras de lenguaje de los Forerunners procedentes de estas ruinas, me figuro
—respondió ella—. Junto con variantes de teóricas traducciones.
Buscó equivalencias en el diario de Cortana, y luego se remitió a las coordenadas
estelares engastadas en la roca de la Costa Azul. Existía una equivalencia: el símbolo
para la estructura Halo.
Volvió a verificar la piedra y encontró coordenadas para Onyx y un símbolo que
se correspondía en la base de datos de Endless Summer.
—¿Qué significa esto? —preguntó Méndez, señalando con el dedo un icono de
doble lóbulo.
—Esto —murmuró ella—, traducido aproximadamente, significa «mundo
escudo».
—Un modo curioso de llamar a un lugar —comentó él.
En un momento de lucidez, la doctora lo comprendió…, no todo pero lo
suficiente para distinguir un atisbo del plan de los Forerunners.
Para cada campaña militar coordinada existían aspectos ofensivos y defensivos:
ataque, refuerzos y, si era necesario, retirada. La estructura Halo era sólo parte del
plan de los Forerunners. Lo que fuera que estuviera sucediendo en el mundo en el que
estaba ahora era otra parte de su estrategia… que se había desatado al activarse el
Halo.
Onyx, el «escudo», era algo que la doctora Halsey tal vez podría utilizar para sus
propios fines.
Tecleó a toda velocidad un mensaje para lord Hood en el mando de la flota en el
que solicitaba el envío de un gran contingente militar, explicando que la tecnología de
los Forerunners de aquel lugar podría cambiar el rumbo de la guerra. A continuación
codificó los diarios de Cortana y los otros datos…, por si el almirante Whitcomb y
los otros SPARTANS-II no conseguían regresar a la Tierra.
La plataforma del holograma se encendió y Endless Summer reapareció.
—Lanzador de sonda de comunicaciones preparado y condensadores del
generador de Slipspace cargados —anunció—. ¿Tiene el mensaje, doctora?
La mujer le envió los archivos.
—Conciso y desprovisto de elegancia —comentó Endless Summer—. Lo que he
aprendido a esperar de la comunicación humana.
—Cárgalo y envíalo —indicó la doctora Halsey.
—Acelerador dispuesto, matriz de transición a Slipspace formada. —Su imagen
perdió intensidad—. Sonda fuera.
Endless Summer torció el gesto y una oleada de estática pasó por su imagen.
—Hay una anomalía —dijo—. Estoy manteniendo la matriz de Slipspace abierta
y efectuando un diagnóstico de la sonda.
—Explícate —exigió la doctora Halsey.
—Recibo una señal de frecuencia E del UNSC, rebotada desde la sonda hacia
nosotros, una transmisión originada en el interior del Slipstream. —Frunció el ceño
—. Esto no debería ser posible. La energía requerida sería superior a la potencia de
todos los activos del UNSC combinados.
—No es posible con nuestra tecnología —precisó la doctora Halsey—. Descarga
el mensaje y colócalo en el altavoz mientras la sonda sigue a nuestro alcance.
La voz de una mujer inundó el búnker. Estaba cargada de estática y sonaba
entrecortada.
Y era, sin lugar a dudas, la de Cortana.
El comandante Richard Lash miraba por encima del hombro del teniente Yang, atento
a la pantalla en busca de una señal luminosa; aguardando a que el conjunto de
sensores del morro del Dusk olisqueara un solo ion de titanio.
El teniente Yang se removió en su asiento.
—Señor, han transcurrido quince minutos. Voy a purgar los colectores y volver a
calibrar.
—Aguarde —ordenó Lash.
—Sí, señor —respondió Yang, y se alisó la ceja con la mano; un hábito nervioso.
El reloj marcó cinco minutos más mientras Yang y el comandante aguardaban.
«Puntualidad exacta» era un oxímoron en el Slipstream. Sin embargo, Lash se
aferraba a una cierta ilusión de que él tenía el control en lugar de volar a ciegas,
persiguiendo un rastro tan tenue que podría calificarse de inexistente en pos de una
nave insignia del Covenant y del destructor del UNSC Amber Ciad.
Una solitaria chispa iluminó la pantalla.
—Tenemos una —exclamó el teniente Yang—. El espectrómetro de masas la
identifica como titanio-50. Concuerda con el blindaje de combate del UNSC. Una de
las nuestras, señor.
—Muy bien. —El comandante Lash le dio una palmada en el hombro—. Siga
vigilando.
Se apartó y regresó despacio al asiento del capitán. Lash se sentía incómodo
sentado allí; en realidad pertenecía al capitán Iglesias, pero éste se encontraba en
rehabilitación en la Tierra para recibir un tratamiento de radiación durante seis meses.
Aquella guerra probablemente habría finalizado para entonces.
Se sentó y se abrochó el arnés con un chasquido. Para bien o para mal él se
hallaba al mando ahora.
Probablemente para mal, porque su misión era la mezcla de una empresa
quimérica y un auténtico suicidio.
Su patrullera, Dusk, había estado lo bastante cerca como para actuar cuando el
Amber Ciad había penetrado en la fisura del Slipspace abierta por la nave capitana del
Covenant al abandonar Nueva Mombasa. La suya era una de las cuatro naves del
UNSC provista de condensadores de Slipspace activos, y lo bastante ágil para
efectuar la transición antes de que la oleada de exceso de presión generada por una
transición al interior de una atmósfera los aplastara.
Miranda Keyes era la oficial con más pelotas de la flota al ir tras aquella nave del
Covenant por su cuenta. ¿Estaba chiflada? ¿O intentaba hacer honor a la legendaria
reputación de su padre?
Lash jamás sabría qué se sentía en aquella situación. Su padre había sido un
soldador en la nave Cradle…, al menos antes de que destruyeran al Cradle en Sigma
Octanus a principios de aquel año. Su padre siempre había querido ser un héroe, y
había visto cumplido su deseo.
El Dusk —con las dos fragatas Redoubtable y París, y la corbeta Coral Sea— se
había aproximado al vector de entrada de la nave del Covenant con la esperanza de
averiguar adonde se dirigía, eso o para ayudar al Amber Ciad a enviarla al infierno.
Las naves habían quedado atrapadas en la estela del navío del Covenant y habían
sufrido una aceleración que superaba en muchas veces la velocidad máxima de
cualquier nave del UNSC en el Slipspace. Un golpe de suerte. Jamás la habrían
atrapado de lo contrario.
Técnicamente «aceleración» y «velocidad» eran términos equivocados. No tenían
nada que ver con las once no-dimensiones del Slipspace, pero el comandante Lash
jamás le había cogido el truco a aquello de pensar de un modo tan abstracto. Era algo
que le dejaba a su oficial de derrota.
Lo que el efecto de aquella estela significaba en términos concretos era que las
naves del Covenant viajaban geométricamente más de prisa de un punto a otro que
sus naves. Otra ventaja estratégica más que poseían los alienígenas.
El comandante Lash inspeccionó al personal del puente. Su primer oficial, el
capitán de fragata Julián Waters, estaba sentado junto a él, escrutando la semántica de
la potencia del motor, con la frente surcada de arrugas de preocupación. En el puesto
del navegante estaba sentada la teniente Bethany Durruno, que realizaba un
diagnóstico mientras daba cabezadas. La mujer tenía hielo en las venas, y
lamentablemente aquella entereza en forma de calma ante el desastre se desperdiciaba
en el Slipspace. El puesto de los sensores lo ocupaba el teniente Joe Yang; su oficial
más joven había visto más batallas en los últimos cuatro años de las que la mayoría
veían en toda una vida, y ello lo había afectado. Atrás, en ingeniería, se hallaba el
capitán de fragata Xaing Cho, llevando a cabo su trabajo y el de otros tres técnicos.
Todos llevaban a cabo turnos dobles, y la espera empezaba a agotarlos a todos.
El Dusk se había visto atrapado entre rotaciones de personal cuando el Covenant
atacó la Tierra. Normalmente, la nave tenía una tripulación de noventa personas, pero
en aquellos momentos tenían que apañárselas con una dotación de cuarenta y tres.
Y ahora, además, estaban solos.
La Redoubtable, la París y la Coral Sea, con sus motores más grandes, se habían
adelantado siguiendo el torbellino provocado por la Slipstream, y habían quedado
fuera del limitado alcance de la radio hacía una hora.
—Correlacionados los blancos del sensor —anunció Yang.
En el visualizador del comandante Lash apareció un gráfico que señalaba la
frecuencia y distribuciones temporales de sus rastros de iones. Era una
descomposición de la ley de potencia.
Aquélla era la última clase de ion que podían esperar. El rastro estaba tan frío
como el helio líquido, y eso significaba que o bien el Dusk había perdido al Amber
Ciad… o éste había abandonado el Slipspace.
—Preparados para transición —dijo Lash.
Los oficiales se pusieron manos a la obra, preparando al Dusk para pasar a vacío
interestelar normal… o, por lo que sabían, caer en medio de una estrella o un planeta.
No había habido tiempo de trazar un rumbo.
El comandante Lash aspiró profundamente.
—Desháganse de las minas HORNET —dijo al capitán de fragata Waters.
—¿Señor? —se extrañó Waters.
—Hágalo. Extraiga los códigos de detonación y expúlselas.
Waters exhaló un profundo suspiro y asintió con la cabeza.
—Sí, señor. Comprendido.
Los oficiales subalternos del puente intercambiaron una mirada, pero todos sabían
que tenían que librarse de las armas nucleares. Iban a permanecer ocultos, costara lo
que costase, y los materiales fisionables al abandonar el Slipspace se iluminaban con
radiación Cherenkov; una bengala de señales para cualquier nave del Covenant
situada a minutos luz de distancia.
—Minas fuera —murmuró Waters.
—Desconecten toda la energía externa —ordenó Lash—. Deflectores ablativos
fijados. Vuelvan a comprobar amortiguadores de motores, y a toda potencia para
contrarrestar despliegue de sensores.
La tripulación inició una actividad frenética para convertir al Dusk en
virtualmente invisible.
Unas luces LED verdes se encendieron en el tablero de instrumentos del
comandante Lash.
—Transición —dijo.
—Permanezcan atentos —advirtió la teniente Durruno desde su puesto de
navegación—. Coordinando con capitán de fragata Cho en la sala del núcleo. En
cuatro, tres, dos… ahora.
Aparecieron bruscamente estrellas en la pantalla de visión de proa y un sol llameó
a la izquierda.
—Nuevo rumbo cero tres cero por cero tres cero —dijo el comandante Lash—.
Velocidad un cuarto toda.
—A la orden, señor —respondió Durruno—. Introduciendo nuevo rumbo.
Era una buena idea alterar la trayectoria en una salida de transición por si se
manifestaba algún signo revelador de su aparición. Durante los siete años que había
estado en una patrullera, Lash había aprendido que aquella clase de nave era una de
las más lentas, con menor potencia y más pobremente armadas de la flota del UNSC.
La invisibilidad era su única defensa.
El visualizador del teniente Yang se iluminó con dibujos de ondas portadoras.
—Señales —exclamó Yang—. No son nuestros chicos. Son demasiadas… ¡Al
menos un centenar!
Durruno, en navegación, estiró el cuello para verlo mejor, y luego devolvió
rápidamente la atención a su puesto.
—El origen de la señal está cerca del cuarto planeta —indicó—. Ampliando y
procesando imagen de la cámara de estribor.
La pantalla central mostró una panorámica de estribor y la imagen se amplificó
mil veces.
Había un centenar o más de naves del Covenant, una superbase o ciudad orbital
del Covenant…, y, empequeñeciéndolo todo, una estructura en forma de anillo tan
grande como una luna.
Durante una fracción de segundo, Lash fue incapaz de pensar. Todo él reaccionó
de un modo animal: pelear o huir…, con una abrumadora parte de la mente
concentrada en la parte «huida» de aquel imperativo.
Volvió a la realidad bruscamente.
—Yang —musitó.
Yang contemplaba atónito y boquiabierto el aplastante ejército del Covenant.
—¡Yang!
—Señor, sí, señor. —Yang sacudió la cabeza como para aclarar las ideas—. Estoy
aquí, señor.
—Estupendo. Efectúe una triple verificación de los paquetes de contrasensores.
Asegúrese sin la menor duda de que somos totalmente invisibles. Totalmente.
—Estoy en ello, señor.
—Durruno —dijo el comandante Lash—, llévenos muy, pero que muy despacio,
al interior de ese campo de asteroides, a dos punto cuatro unidades astronómicas.
—A la orden, señor. —Las manos le temblaban pero trazó el nuevo curso.
—No hay ni rastro del Amber Ciad —anunció el capitán de fragata Waters, con la
vista fija en su pantalla—. Ni de la Redoubtable, la París o la Coral Sea.
—Detectando múltiples picos de energía —anunció Yang, con la voz ahora
curiosamente firme—. Puede que nos hayan descubierto, señor.
—Prepárense para pasar a toda potencia —indicó el comandante Lash.
Los oficiales del puente se pusieron en tensión.
—Señor —dijo Waters—, veo armas disparando en la región… Fuego de plasma
directo, proyectores de energía. Ninguna nos apunta a nosotros.
Lash amplificó la pantalla de visión hasta que las imágenes de las naves del
Covenant se tornaron borrosas. Fogonazos y haces de rayos se entrecruzaban en la
oscuridad.
—¿A quién diablos le están disparando? —murmuró Lash.
El mayor Voro ‘Mantakree sacó su pistola de agujas y disparó a la nuca de Taño,
el comandante de la nave.
Las cristalinas espinas se clavaron en el cráneo y estallaron…, lanzando una
lluvia de sangre, sesos y pedazos de hueso sobre la consola de mando.
La magnitud de su traición no tenía precedentes. ¿Qué mayor Sangheili[1] se
atrevería a desobedecer al comandante de la nave que había liderado siete campañas
gloriosas contra sus enemigos? ¿Quién asesinaría a su oficial superior en el puente de
uno de los cruceros de más renombre de la flota?
Pero ¿cómo podía Voro permitir que aquello continuara?
Tano ‘Inanraree había perdido la cabera, literal y figurativamente. Y si bien el
fervor religioso era loable en la mayoría de situaciones, dejaba de serlo si con ello
mataba a toda la tripulación del Incorruptible… y destruía su raza.
Voro se colocó junto al cuerpo de su amigo y hasta aquel momento oficial al
mando y enfundó el arma.
El puente en forma de «U» parecía en cierto modo más pequeño en aquellos
instantes, la luz azul era un poco más fuerte de lo que había sido un momento antes, y
las consolas holográficas aparecieron cubiertas de iconos que no comprendía. Voro
hizo parpadear las membranas nictitantes y miró con ojos despejados a los oficiales
del puente.
Sangheilis de la respetada legión Dn’end —Uruo Losonaee en operaciones y
Zasses Jeqkogoee en navegación— lo miraron fijamente con las fauces boquiabiertas,
paralizados por el horror. Y’gar Pewtrunoee en el puesto de comunicaciones/sensores
asintió comprensivo.
Pero la pareja de siervos Lekgolos[2] responsable de la seguridad en el
Incorruptible se puso en tensión: sus masas acorazadas dieron dos pesados pasos en
dirección al mayor Voro. Sus espinas se desplegaron mostrando su enojo. Uno de sus
deberes era proteger al comandante de la nave, y en su defecto, vengar su muerte en
la persona del asesino.
En realidad, la pareja de siervos, Paruto Xida Konna y Waruna Xida Yotno, era un
misterio para Voro. Los había visto desgarrar enemigos con sus «manos» mientras se
hallaban sumidos en una enloquecida furia sanguinaria, y luego hacer una pausa para
recitar poesía bélica. ¿Cómo podía uno comprender realmente a los Lekgolos? En el
interior de sus gruesas armaduras pululaban gusanos de color naranja; una colonia
gestáltica tan alienígena para Voro como cualquier cosa con la que se hubiera
tropezado jamás.
Desde un punto de vista más pragmático, eran indestructibles; al menos para Voro
y su solitaria pistola. El blindaje del Lekgolo podía resistir una multitud de
proyectiles de plasma antes de empezar siquiera a calentarse.
Voro se mantuvo erguido y sin mostrar ningún arrepentimiento.
Los Lekgolos lo miraron fijamente. Sus figuras se estremecieron y las colonias de
gusanos palpitaron en armónico acuerdo para producir un retumbo subsónico;
palabras que se percibían más que se oían.
—Una ejecución piadosa —dijeron a la vez—. Le ha hecho un honor al
comandante de la nave.
Voro volvió a respirar. Ahora dependían de él para que les diera órdenes y los
enviara a combatir. Al igual que sucedía con el crucero de la clase Reverence
Incorruptible.
—¿Alguien más tiene algo que decir respecto a esto? —preguntó Voro a sus
oficiales del puente.
Estos se miraron entre sí.
Y’gar, el oficial del puente de más edad, dio un paso al frente. Su único orgullo
residía en su ojo izquierdo, que había perdido en combate, y que no había permitido
que repararan.
—Taño se mostró devoto hasta el final —dijo Y’gar—. Pero su razonamiento, a la
luz de los recientes acontecimientos, no era acertado. Esto fue lamentable, pero
necesario…, comandante de la nave.
Lo había conseguido: Voro era comandante ahora. Todo el honor era suyo. Toda
la responsabilidad también.
Lanzó una ojeada a Taño, que derramaba su sangre sobre la consola de mando, y
posó una mano sobre el hombro de su mentor en gesto de despedida.
—Retiradlo —murmuró.
Y’gar emitió un sonido chasqueante y tres unggoys[3] aparecieron y se llevaron a
Taño fuera del puente, limpiando los restos mientras salían.
Voro empujó a un lado a uno que llevaba un trapo.
—Deja que su sangre permanezca aquí —dijo.
El unggoy se escabulló a toda prisa.
La mancha permanecería para siempre en el espíritu de Voro; por eso mismo
podía también permanecer en la cubierta, como un recordatorio del precio que había
pagado por la supervivencia de todos.
Voro clavó la mirada a continuación en el visor holográfico central: a la locura
que rodeaba al Incorruptible.
La Segunda Flota de la Claridad Homogénea se hallaba sumida en el caos; más de
un centenar de naves maniobraban en vectores aleatorios, evitando por muy poco
colisionar entre sí, y en la lejanía el arco plateado de la estructura Halo de los
Forerunners: siniestro, imponente y el origen de aquella agitación.
Había provocado que el comandante Taño perdiera el juicio. Taño pertenecía a
una secta marginal, los Gobernadores de la Contrición, que creía que absolutamente
todas las creaciones de los Forerunners eran sacrosantas. Aquello se aplicaba incluso
a la infestación parasitaria llamada Flood que había en la estructura Halo. Taño había
razonado que los Forerunners habían creado una forma de vida perfecta, y que por lo
tanto era deber de todos ellos protegerla, incluso abrazarla; por ese motivo había
ordenado que el Incorruptible se acercara más al anillo Halo para permitir que la
enfermedad subiera a bordo.
Aquello jamás ocurriría mientras Voro siguiera respirando. El Flood era una
infección que había que expurgar. No había nada remotamente «sagrado» en ella.
El Incorruptible se estremeció.
—Plasma en el escudo lateral de babor —dijo Uruo Losonaee, inclinándose sobre
su puesto de operaciones; la tensión en su voz delataba que hacía muy poco tiempo
que tomaba parte en combates—. Desviado con éxito, pero el escudo ha caído.
El casco retumbó otra vez.
—Impacto en el escudo de popa —indicó Uruo—. Está resistiendo.
—Adelante. Potencia un tercio —dijo Voro—. Vire para ofrecer los escudos de
estribor. —Se volvió hacia Zasses en el puesto de navegación—. ¡Rastree las
soluciones de fuego y deme un blanco!
—Calculando, señor —respondió Zasses—. Solución obtenida. Dos blancos.
Una pareja de fragatas holográficas apareció en la cubierta y corrió veloz hacia
ellos: el Tenebrous y el Twilight Compunction, al mando del Jiralhanae[4] alfa,
Gargantum.
Aquél era el otro problema de Voro.
En la confusión provocada por la partida de los Profetas, la antigua enemistad de
los Sangheilis con los Jiralhanaes se había intensificado hasta llegar al genocidio.
La pareja de fragatas se movieron como una sola, acelerando, y sus baterías
laterales se calentaron y liberaron una segunda salva de plasma que describió un arco
en dirección al Incorruptible.
—Maniobren a uno dos cero por cero siete cinco —gritó Voro.
—Cambiando de rumbo —respondió Zasses, y las estrellas giraron a través de la
imagen holográfica—. Señor, eso coloca al transporte Law Giver entre nosotros y
ellos.
—El Law Giver tiene escudos laterales totalmente cargados —gruñó Voro—.
Pueden soportar el impacto.
La pareja de fragatas se separó para esquivar el transporte situado en su ruta de
vuelo. Los navíos enemigos y sus torpedos de plasma quedaron ocultos por la masa
del elegante transporte.
—Calienten líneas cuatro y siete —ordenó Voro—, y prepárense para apuntar al
Tenebrous cuando salga de la sombra del transporte. Desvíen potencia de motor al
proyector de energía de proa y estén listos para disparar a pleno rendimiento.
Calculen solución de blanco en base a la última trayectoria conocida.
Uruo asintió y preparó el armamento.
El Jiralhanae alfa comandante de la nave era feroz, pero efectivo. Voro no podía
permitirse alcanzar a una de las naves sin destruirla.
Los bordes del escudo del Law Giver brillaron, dispersando el plasma en forma de
volutas llameantes; un inconveniente para ellos…, una maniobra que le había salvado
la vida al Incorruptible.
La pareja de fragatas de ataque jiralhanaes hizo su aparición, una por encima y la
otra por debajo del transporte.
—Disparen todas las baterías —ordenó Voro.
Las luces del puente perdieron intensidad a medida que el plasma se calentaba y
fluía de sus baterías laterales para arquearse al frente en dos haces letales que
hendieron la oscuridad.
—¡Detectando contramedidas! —gritó Y’gar—. Intento de alterar trayectoria.
Los proyectiles de plasma se movieron a la deriva de un lado a otro y se
difuminaron en forma de manchas en un tira y afloja entre ellos y los jiralhanaes.
Voro no había previsto que poseyeran tales capacidades. Robadas, sin duda…, de
modo que no conocerían todas las complejidades del sistema.
—Reprogramé para guiarlos hasta el emisor de su señal —dijo Voro.
—A la orden —murmuró Y’gar, y sus manos trasladaron bloques de algoritmos
sobre la consola—. Blanco fijado sobre nueva señal —anunció.
El plasma de la nave se concentró… y se aceleró.
La fragata Jiralhanae maniobró para situarse de proa al disparo para presentar un
blanco más pequeño. Fue una maniobra desesperada y no lo bastante rápida.
El escudo de la fragata se calentó, dispersando el primer proyectil de gas ionizado
sobrecalentado. El segundo hizo impacto sobre el casco desprotegido, derritiendo los
despliegues de escudos y los sensores y perforando capas de blindaje de lisa aleación
azul.
—Dispare el proyector de energía —ordenó Voro—, justo en el centro de la
solución de blanco.
—A la orden, señor —respondió Uruo—. Proyector rotando hacia arriba…
Disparando.
Las luces del puente pasaron a un ultravioleta de emergencia cuando toda la
potencia del Incorruptible fue a parar a una lanza destructora que iluminó el espacio
alrededor de la batalla, una iluminación purificadora. El Tenebrous pareció quedar
paralizado en el tiempo por un momento… antes de que la energía se abriera paso a
través de su casco, pulverizando cubiertas interiores —la parte central de la nave y
luego las bobinas de plasma de popa— y haciendo añicos el navío, que quedó
convertido en una nebulosa de panículas refulgentes.
No obstante, la fragata Jiralhanae superviviente, la Twilight Compunction,
permanecía indemne… y proseguía su avance hacia ellos.
—Reciclando potencia de los motores —dijo Zasses—. Quince segundos para
que el motor vuelva a estar conectado.
Quince segundos podían ser una eternidad en un combate espacial a tan poca
distancia.
—Despresurice la plataforma de lanzamiento de Seraphs número catorce —gritó
Voro—. Vierta plasma de las bobinas auxiliares a las baterías laterales.
—Plasma desviado —respondió Uruo, y su rostro adquirió un tono púrpura—.
Despresurización de emergencia…, ahora.
Un temblor recorrió la nave cuando la plataforma dio salida al aire. Propulsados
por la repentina expulsión de gases de su atmósfera, giraron en dirección a la fragata
superviviente. Las baterías laterales del Incorruptible parecieron adquirir intensidad.
Los motores del Twilight Compunction llamearon y la nave viró, maniobrando
para colocarse detrás de un destructor próximo para protegerse.
Retrocedían; como era normal que hicieran al encontrarse con una potencia de
fuego superior… incluso aunque esa potencia fuera una ilusión.
Voro se preguntó si el comandante de la nave Jiralhanae, Gargantum, estaba a
bordo del Tenebrous, o si había enviado a la nave por delante como señuelo.
El transporte, el Law Giver, dio la vuelta, y los láseres acribillaron a la fragata.
Varios rayos colorearon el casco, calentando los escudos…, antes de que otro
destructor cruzara la línea de fuego.
—Bobina principal reactivada —dijo Uruo.
—Nuevo curso dos siete cero por cero cero cero. Rompan formación de flota. No
podemos pelear sin destruir a nuestros aliados a la vez que a nuestros enemigos.
El Incorruptible dio la vuelta y aceleró hasta una posición situada a trescientos
kilómetros por encima de la flota. Varias naves dispararon unas sobre otras, pero
muchas se limitaron a flotar sin rumbo, no muy seguras de qué acción tomar.
Sus líderes, los Profetas, no estaban allí; algunos decían que habían partido para
participar en el Gran Viaje. Abundaban los rumores de que, en realidad, se habían
unido a los Jiralhanaes.
No obstante, existía una amenaza mayor.
El arco holográfico de Halo apareció en el visor principal. Cuatro destructores se
encontraban cerca de él, con la quilla en ángulo recto con él, y apuntaban a cientos de
naves más pequeñas —Phantoms, Spirits e incluso Banshees— que intentaban
evacuar la superficie de la estructura en forma de anillo. Los destructores abrasaban
aquellas naves con bombardeos de plasma y ráfagas de fuego láser…, pero había
demasiadas que intentaban escapar.
No se podía permitir que nada abandonara aquel lugar. Si un solo navío infectado
con el Flood efectuaba la transición al Slipspace… la existencia de todos ellos
finalizaría. La plaga no se podría volver a contener jamás.
—Deme un canal de comunicaciones con toda la flota —dijo a Tgar—. Use las
propias frecuencias de los Profetas.
—Señal obtenida —respondió Y5gar—. Listo para transmitir a toda la flota.
Voro empezó a hablar:
—Aquí comandante de la nave Voro ‘Mantakree del Incorruptible a todos los
navíos leales de la Segunda Flota de la Claridad Homogénea.
»Hermanos, debemos exorcizar nuestra confusión, y dejar de arrojarnos unos
sobre otros. La reliquia sagrada está contaminada. Debemos quemar la corrupción
antes de que se apodere de todos nosotros.
»Zasses —ordenó—, envía soluciones de blanco coordinantes a la flota.
Señaló en dirección al visor holográfico principal, seleccionando porciones del
anillo Halo de donde docenas de Spirits se escabullían.
—Debemos detenerlos antes de que establezcan contacto con uno de esos
destructores.
—A la orden, señor. Soluciones de blanco enviadas.
La mayoría de la flota, indolente y desorientada, se fue alineando despacio en una
fuerza de combate coherente: haces de plasma brotaron en forma de arco de un
centenar de naves, y el fuego láser entretejió una especie de encaje en la oscuridad
del espacio.
Bajo tal destructiva salva de fuego combinado, las naves más pequeñas
ardieron…, dejando únicamente escombros y armazones sin vida.
—No se crucen con los blancos —dijo Voro a través del transmisor—, o la
enfermedad se extenderá. —Sus manos aferraron con fuerza la consola de mando.
—Recorred toda la nave —susurró a la pareja Lekgolo—, quiero una vigilancia
constante hasta que ordene lo contrario. Informad de cualquier brecha en el casco, no
importa lo insignificante que sea. Cualquier muerte. Cualquier cosa que pudiera ser
una infección del Flood.
Los Lekgolos xida asintieron y abandonaron el puente con andares pesados,
flexionando los dedos ansiosamente.
—Uruo —dijo Voro—, prepare la secuencia de autodestrucción. Debemos estar
preparados.
Uruo asintió, las fauces moviéndose nerviosamente, pero colocó las bobinas de
plasma en modalidad de detonación.
—Todo listo —respondió.
—Uno de los destructores situados cerca del anillo está haciendo señales a la flota
—indicó Y’gar—. Raptous Are.
Crepitó la estática y por encima de ella llegó un susurro:
—«Aquí el comandante de la nave del Raptous Are. Nos están aplastando. No
dejéis que nos conviertan en sus instrumentos. No permi…».
La señal finalizó.
El Raptous Are se movió, dio media vuelta en dirección a las estrellas, y luego
siguió girando en dirección a los otros tres destructores colocados en ángulo recto con
Halo. Tocó a uno de sus navíos hermanos, los escudos de energía brillaron, las
frecuencias se ajustaron, y la nave infectada con el Flood liberó un enjambre de
formas bulbosas portadoras.
—Alteren el blanco —dijo Voro a través de la radio—. Quemen esas naves.
A continuación ordenó a Uruo:
—Caliente líneas y apunte el proyector.
—Blancos listos —anunció éste.
—Fuego —ordenó Voro, que no podía correr riesgos.
Proyectores de plasma y de energía dispararon desde una docena de naves
próximas y alcanzaron a los dos navíos. Los escudos de los destructores se vinieron
abajo —estallaron cubiertas hacia el exterior desde los compartimentos de los
motores de popa— en una oleada de luz que llameó con intensidad y luego se enfrió
en forma de humeantes postimágenes.
—Nuevos blancos —dijo a Uruo, señalando los otros dos destructores situados
cerca del anillo—. Coordine soluciones de blanco para toda la flota.
Uruo vaciló sólo un instante, y luego asintió.
—Fijados y listos. Soluciones de blanco enviadas, señor.
Aquellas dos últimas naves habían estado demasiado cerca de sus homologas
infectadas. No podía haber el menor margen de error en aquello. Ni siquiera una
única célula infectada por el Flood podía escapar.
—Señor —dijo Y5gar, y se irguió aún más—, los destructores objetivo han hecho
desaparecer sus escudos.
Voro asintió, casi abrumado por la nobleza de los comandantes de las naves
hermanas.
—Envíe la orden a toda la flota —murmuró—. Disparen todas las baterías y
láseres. Descarguen proyectores.
Las baterías de plasma se calentaron, se soltaron y salieron disparadas del casco
del Incorruptible y de toda la Segunda Flota. Los proyectores de energía dispararon y
anularon el blindaje de las naves en un instante. Los láseres acribillaron los cascos en
ebullición y el aire salió despedido al exterior, haciendo que los navíos rodaran sobre
sí mismos. Luego, los proyectiles de plasma impactaron contra las estructuras,
penetrando por los agujeros e incendiando los navíos.
—Otra andanada —ordenó Voro—. Convertidlos en cenizas.
Más disparos de plasma hicieron impacto y los condenados navíos se dirigieron
hacia la estructura Fíalo, girando sobre sí mismos, capturados por su gravedad.
Aquello sería su pira funeraria.
—Haga retroceder al Incorruptible —indicó Voro—. Treinta mil kilómetros.
Por el intercomunicador de la nave Voro conectó con los dos Lekgolos xida.
—Informad.
—No se han detectado brechas —respondió Paruto—.
Todo el personal de la nave localizado. No existe contaminación.
Voro exhaló en señal de alivio. Tal vez todavía podrían esperar sobrevivir.
—Detectando a la Twilight Compunction, señor —informó Y’gar—, y a otras dos
fragatas Jiralhanaes en rumbo de intercepción. Sus baterías laterales están calientes.
La crisis no había finalizado aún y ya regresaban a los viejos odios. Voro
inspeccionó la flota y vio que otros giraban y disparaban sobre naves junto a las que
momentos antes habían peleado.
—Preparados para efectuar la transición al Slipspace —ordenó.
—Con todo respeto, señor —murmuró Y’gar—. ¿Abandonamos la batalla?
—Permanecer aquí y combatir hasta que estemos todos muertos es una locura.
Todo ha cambiado. Acudiremos a la llamada del almirante imperial Xytan ‘Jar
Wattinree. Debemos advertirles de lo que ha sucedido…, sobre los Jiralhanaes, sobre
el Flood.
—Matriz de Slipspace activada —dijo Zasses, luego negó con la cabeza—. Se
detectan anomalías en la dimensión YED-4, señor…, causa indeterminada.
—¿Podemos efectuar la transición sin problemas? —inquirió Voro.
—No lo sé, señor.
Las dimensiones del Slipspace no presentaban «anomalías». ¿Era aquello algo
provocado por el anillo sagrado? No había tiempo para investigarlo. Tendrían que
arriesgarse.
—Fije el curso y efectúe transición —dijo Voro—. Sistema Salia, mundo
fronterizo Exultación Jubilosa.
* * *
La patrullera Dusk del UNSC flotaba en la zona en sombras de la luna del cuarto
planeta.
El silencio era tal en el puente que el comandante Lash oía su propia respiración y
los latidos de su corazón. Todas las pantallas mostraban la feroz batalla que libraban
las fuerzas del Covenant entre sí.
En su mente sonó la música del último acto del Anillo de los nibelungos. El ocaso
de los dioses, Ragnarök, Armageddon…, el fin de todo un maldito universo.
—Confirme que todas las grabadoras están en modo de captura de alta definición
—dijo Lash.
Durruno volvió a comprobar su consola.
—Confirmado, señor —susurró.
—Señor —intervino entonces el teniente Yang—, tal y como ordenó, los
condensadores están cargados, y todo está dispuesto para entrar en el Slipspace por el
vector tango.
Lash y el capitán de fragata Waters contemplaron fijamente las pantallas,
observando como la flota del Covenant se destruía a sí misma.
—No sé qué diablos estará sucediendo ahí —observó Waters—, pero al menos no
nos han descubierto.
—Señor —inquirió Yang—, ¿qué cree usted que está sucediendo?
—Sólo puede ser una cosa —respondió Lash—. Una guerra civil del Covenant.
SECCIÓN 5
EL EQUIPO AZUL
23
13.50 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA
SOLAR, PLANETA TIERRA / OCÉANO
CARIBEÑO, CERCA DE LA COSTA CUBANA
El equipo Azul —los Spartans-104, 058 y 043— estaban sentados en «la bandeja de
sangre» del Pelican mientras éste rugía por encima del océano, pasando apenas a unos
pocos metros por encima del agua. La escotilla de popa estaba encallada en posición
abierta debido a un proyectil de plasma que había fundido el sistema hidráulico. Fred
contempló como los reactores agitaban el agua tras ellos, contento de hallarse encima
del agua en lugar de debajo de ella.
Durante las dos últimas semanas, el equipo Azul había estado desplegado en
numerosas operaciones de gravedad cero para repeler las naves del Covenant en
órbita sobre la Tierra. Los habían enviado al monte Erebus, en la Antártida, donde
habían neutralizado una excavación del Covenant con un arma nuclear táctica
HAVOK. Tras ello, les habían asignado un nuevo destino frente a las costas de la
península del Yucatán para que nadaran un rato. Las fuerzas del Covenant habían
estado explorando el lecho marino en busca de algo. Qué exactamente —una reliquia
sagrada, una muestra geológica— nadie lo sabía, y no importaba. Lo que importaba
era que cuando obtenía lo que quería, el Covenant tenía por costumbre, desde
siempre, vitrificar el planeta para eliminar cualquier «infestación» humana.
El equipo Azul había detenido ambas operaciones.
Fred inspeccionó el océano y se preguntó durante cuánto tiempo podrían
mantener a raya al Covenant en el espacio. Su mirada descendió al suelo metálico del
Pelican. Este había hecho honor a su apodo, «bandeja de sangre»…, y aparecía
manchado con oscuras salpicaduras rojas de sangre coagulada. Muy buenos soldados
habían muerto aquel día.
En su visualizador frontal de datos, el mapa táctico mostró el perfil de Cuba al
frente. Soltó aire y despejó su mente. Estaban cerca de su tercer objetivo: el elevador
orbital del Centenario.
Había habido informes esporádicos indicando que el Covenant había invadido el
complejo… antes de que se perdiera todo contacto con el control del elevador.
Fred se puso en pie y se desperezó. Linda y Will también se levantaron,
percibiendo que su breve período de inactividad había concluido.
Linda abrió una de las cajas de madera que habían obtenido de la Base Segundo
Terra cerca de Ciudad de México. En su interior había un nuevo rifle SRS99C de
precisión. Lo desarmó, limpió cada parte, aplicó lubricante de grafito, y volvió a
montar el arma con precisión mecánica. Luego examinó la mira Oráculo variante-N
que acompañaba al rifle, y efectuó microajustes con un magnífico juego de
destornilladores.
William hundió la mano en la caja de munición y llenó cargadores,
seleccionándolos por clases, de fragmentación y antiblindaje.
Fred abrió una «huevera» y repartió granadas de fragmentación y aturdidoras en
tres bolsas.
Encontró una placa de datos de la ONI y la conectó. Contenía nuevas matrices de
traducción del idioma del Covenant al inglés y el último software de intrusión y
contraintrusión de la ONI. Actualizaciones cortesía de Cortana. La arrojó al interior
de su bolsa.
En la cabina del piloto, la sargento Laura Pitilbs Tanner manejaba la nave,
mientras su jefe de tripulación, el cabo Jim Higgins, manoseaba nerviosamente el
transmisor intentando acceder a los informes sobre los combates en el espacio y en
tierra. Tanner hizo estallar un globo negro y siguió mascando el chicle de tabaco de
contrabando tan popular entre los aviadores suboficiales.
—Así pues —dijo Tanner a Higgins—, Amber Ciad va tras el maldito acorazado
del Covenant mientras éste efectúa un salto del Slipspace al interior de la atmósfera!
Arrasaron Nueva Mombasa. No sé qué buscaban esas monstruosidades de barbilla
partida, pero desde luego no se quedaron por los alrededores después de
encontrarlo…, eso es todo lo que oí. Estamos perdiendo el contacto con los canales
del mando central. Eso no puede ser bueno.
Fred miró a Linda y a Will.
Linda efectuó un breve movimiento lateral con la mano, el gesto que indicaba
«mantén la calma».
No podían preocuparse por un panorama estratégico más amplio. Debían
concentrarse en la parte que les tocaba realizar. Proteger el elevador orbital y ganar
aquella guerra batalla a batalla.
Fred avistó la costa cubana al frente: oleaje y playas blancas.
El Pelican chirrió por encima de la maraña de la jungla. Cincuenta kilómetros más
allá una línea se extendía desde el suelo hasta las nubes: el elevador orbital del
Centenario del UNSC, o como lo llamaban los lugareños: el «tallo negro del maíz».
Tenía doscientos años. Estaba anticuado pero era uno de los pocos elevadores
orbitales supervivientes capaz de elevar cosas pesadas en la Tierra. En las últimas dos
semanas se habían transportado a Cuba artefactos nucleares originalmente
programados para su conversión a propósitos pacíficos; pero acciones recientes
habían consumido el arsenal nuclear del UNSC, y aquellas bombas más antiguas, de
bajo rendimiento, eran todo lo que les quedaba.
—Así pues —prosiguió la sargento Tanner— la flota del Covenant realmente
empieza a abrirse paso a través de las defensas orbitales. Las cosas se están poniendo
feas ahí arriba. Escaramuzas de importancia con las flotas Segunda, Séptima y
Decimosexta.
—Mientras el plasma no empiece a caer aquí… —replicó Higgins.
Tanner dejó de masticar su chicle.
—Múltiples siluetas al frente. Banshees. ¡Vaya…! —Alargó el cuello para mirar a
lo alto.
Fred se trasladó a la cabina y siguió la dirección de su mirada. Más arriba del
elevador orbital, más allá de una tenue capa de nubes, un par de puntos —cada uno
de una longitud de un kilómetro— se mantenían en órbita.
—¿Qué diablos están haciendo ellos ahí arriba? —murmuró Tanner.
El apoyo orbital del Covenant complicaba aquella misión. Era posible que las
fuerzas de tierra dispusieran de apoyo aéreo, unidades blindadas o artillería.
Pero el Covenant no necesitaba el «tallo» para transportar una fuerza invasora.
Sólo tenían que hacer aterrizar las naves o usar haces gravitacionales. ¿Por qué
estaban allí? El equipo Azul tendría que acercarse más antes de poder descubrir sus
motivos.
Fred estudió las imágenes del radar.
—Existe un agujero en la pauta de patrulla de los Banshees. —Golpeó con el
dedo el extremo más alejado de la pantalla—. Bájanos ahí. Iremos a pie.
—Tú lo has pedido —dijo ella con ciertas reservas.
Presionó el acelerador y el vehículo aumentó la velocidad, descendiendo tanto
que ahora decapitaba las palmeras.
—Preparaos para un salto peligroso, Spartans. —Hizo girar en redondo la nave y
descendió al interior de la jungla—. Llamad si necesitáis que os lleven, equipo Azul.
Buena caza.
Fred, Linda y Will agarraron su equipo y saltaron por la parte posterior, un salto
de seis metros hasta el suelo de arena.
El Pelican se alejó en medio de un gran estruendo.
Fred señaló al nordeste y avanzaron en silencio por la maleza tropical, y
penetraron en la sombra que proyectaba el tallo negro del maíz.
A medio kilómetro del complejo del elevador se había despejado la jungla y
reemplazado por hormigón, asfalto y almacenes. Grúas enormes para contenedores de
mercancías ocupaban el lugar de los cocoteros.
Fred oyó las retumbantes pisadas sordas de una plataforma de ataque Scarab del
Covenant y distinguió al torpe gigante cuando éste chocaba contra un almacén,
desgarrando paredes de acero como si fueran papel de seda.
—Problemas —murmuró a través del transmisor del equipo.
—Una oportunidad —replicó Will.
Linda se guardó los comentarios para sí y envolvió metódicamente el cañón de su
nuevo rifle de precisión con trapos marrones y verdes. Se tumbó en la maleza,
conectó la mira Oráculo, y apuntó con ella.
—Personal del UNSC abatido —informó—. Señales térmicas frías. Todos
muertos. Distingo seis…, no, una docena de criaturas del Covenant que se mueven en
grupos de cuatro… transportando cápsulas de carga. No son Elites. Son Brutes.
Fred hizo una pausa, recordando a las criaturas con aspecto de gorila de la
operación llevada a cabo en el Unyielding Hierophant. Un único Brute había luchado
contra John, que llevaba puesta su armadura MJOLNIR…, y estado a punto de
vencer. No era tan malo como enfrentarse a los Hunters del Covenant, pero los
Hunters sólo iban de dos en dos.
—¿Adonde van? —preguntó Fred.
La joven desvió el punto de mira.
—Al elevador. Tienen una vagoneta medio llena.
—Cambia a detector de neutrones —sugirió Fred.
Linda giró el selector de la mira Oráculo.
—Las cápsulas de carga desprenden calor —confirmó.
—¿Armamento nuclear? —inquirió Fred—. El Covenant no usa armas nucleares.
Tienen un edicto respecto a usar armamento «hereje».
Tenía razón. Fred había visto a Elites, con los cargadores de las armas agotados,
que preferían morir antes que tocar rifles de asalto del UNSC totalmente cargados
caídos a sus pies.
Pero los Brutes no eran Elites.
—Calculo unos diez minutos antes de que esa vagoneta esté cargada al completo
—dijo Linda.
Fred tenía que pensar con rapidez, o, de no ser eso posible, simplemente actuar.
No. Resistió aquel impulso. Era mejor saber de qué iba aquello, al menos de un modo
táctico, antes de lanzar a su equipo al ataque.
—Podríamos acabar con una docena de Brutes —indicó Will—. Linda podría
abatirlos con el rifle. Podríamos acercarnos y enfrentarnos a ellos de uno en uno.
—Demasiado lento —dijo Fred—. Y pedirían que les enviaran refuerzos. La
vagoneta ascendente estaría subiendo por el tallo antes de que consiguiéramos llegar
a ella.
Linda movió el punto de mira de un lado a otro.
—Veo una zona de aparcamiento. Warthogs, camiones, APC… un camión
cisterna de gasolina.
Fred y Will intercambiaron una mirada.
—Es un viejo truco —murmuró Fred—, pero me gusta. Linda, haz un agujero.
Will, tú encárgate de que ese camión cisterna y el Scarab se conozcan. Yo me haré
con la vagoneta de ascensión. Los dos reuníos conmigo después de la explosión. —
Inspiró con fuerza, recordando lo resistentes que eran aquellos monstruos—. Utilizan
lanzagranadas automáticos —les dijo—, y son demasiado fuertes y resistentes para
enfrentarse a ellos cuerpo a cuerpo. Intentad el disparo a la cabeza… a distancia.
—Comprendido —dijo Will.
La luz verde de situación de Linda parpadeó como respuesta. La muchacha
empezaba a sumirse en su estado de francotiradora glacial mediante la técnica zen de
no-pensamiento.
Fred hizo una seña a Will con la cabeza y ambos echaron a correr en direcciones
opuestas a lo largo del borde de la maleza. Fred se detuvo cuando estuvo a un
kilómetro de la posición de Linda, y a continuación envió una señal verde de
situación.
Al cabo de un momento, la luz de situación de Will también destelló.
Fred volvió a comprobar su rifle de asalto, sus cargadores extras, y luego se puso
en tensión preparándose para correr.
Una patrulla de tres Brutes pasó junto al borde del complejo. Eran listos y se
mantenían en las sombras, echando ojeadas a un lado y a otro sin dejar de olfatear.
Sonaron tres chasquidos lejanos —tres salpicaduras de sangre— y tres Brutes,
cada uno sin su ojo derecho y sin una buena parte de su horrendo rostro, se
desplomaron.
No llegó ninguna luz de advertencia de Linda, lo que indicaba que no tenía
blancos adicionales a la vista. La joven no tardaría en situarse en una posición más
elevada para obtener una mejor visión.
Aquélla era la oportunidad de Fred.
Echó a correr a toda velocidad en dirección a la base, y se acurrucó tras la esquina
de un almacén…, chocando casi con un Brute que corría hacia su posición.
La criatura se alzó imponente ante él, cubierta con gruesos músculos y un pellejo
azul apagado que recordaba la piel de un rinoceronte.
Fred disparó sin pensar, toda una ráfaga automática, justo en el centro de aquella
masa.
El Brute se abalanzó sobre él sin inmutarse.
Fred se anticipó a la carga de la bestia golpeándole el grueso cuello con la culata
del arma. Le dio de lleno.
El Brute retrocedió tambaleante y rugió. Fred descargó las balas que quedaban en
su cargador en el interior de la boca abierta de la criatura.
El alienígena escupió una bocanada de dientes rotos y humeantes, dio dos pasos
en dirección a Fred…, y cayó al suelo.
El Spartan recargó de un modo inconsciente su MA5B y ralentizó su respiración.
Su rastreador de movimiento debería haber detectado al enemigo. A lo mejor su
reciente inmersión en agua salada y la costra de hielo resultante habían provocado un
problema en el sistema del MJOLNIR.
Fred reinició su rastreador; éste parpadeó y luego mostró cinco contactos
enemigos moviéndose rápidamente hacia él.
Aquello podía complicarse mucho.
Escuchó el estruendo de un motor diesel, se dio la vuelta y vio la masa borrosa de
un camión cisterna de dieciocho ruedas que se abría paso estrepitosamente a través de
la puerta y la caseta del guarda.
Will estaba a punto de poner las cosas al rojo vivo.
Corrió, bien pegado a las paredes del almacén. Dobló la siguiente esquina y
contempló como una bola de fuego envolvía el Scarab de cincuenta y cinco metros de
altura…, el camión cisterna aplastado bajo uno de sus «pies».
El Scarab se incendió, se abrió una brecha en el reactor del cuadro de mandos y
éste empezó escupir plasma blanco azulado al exterior, haciendo arder el asfalto y
derritiendo edificios recubiertos de acero.
La luz de situación de Will parpadeó en color verde, y Fred marchó en dirección
al elevador orbital situado justo al frente.
Estaba acomodado en el centro del soporte de la torre, con cables de nanoalambre
tendidos hasta unos puntos de anclaje situados a distancias que iban desde un
centenar de metros a kilómetros, con hileras de vagonetas cerradas aguardando en
fila.
Generalmente, las vagonetas las cargaban mediante grúas y raíles con cápsulas de
carga de fibra de vidrio. Sin embargo, aquel día tres Brutes trasladaban cajones al
interior de la vagoneta sosteniéndolos con sus propios brazos, los sujetaban con
cuerdas y los protegían con cuñas de styrofoam.
Fred negó con la cabeza; como si aquellas armas nucleares fueran a estallar si se
las zarandeaba. Se podía hacer explotar una bomba allí dentro y sus contenedores
blindados apenas si mostrarían un arañazo. Sin los códigos de detonación, aquellas
bombas nucleares más antiguas eran tan peligrosas como un pisapapeles.
Los Brutes entraron en la vagoneta y empezaron a tirar con fuerza de las amplias
puertas para cerrarlas.
Fred envió un centelleo verde a Will y Linda. No podía esperar, tenía que detener
a aquellas criaturas ahora, antes de que ascendieran por el tallo y quedaran fuera de
su alcance.
Se colgó el rifle de asalto al hombro y empuñó el lanzagranadas capturado.
Disparó dos proyectiles que penetraron en el elevador describiendo un arco.
El Spartan salió disparado hacia la vagoneta cuyas puertas ya se cerraban.
Las detonaciones relampaguearon en el interior.
Fred saltó y se retorció lateralmente, consiguiendo deslizarse a través del
pequeñísimo espacio que quedaba entre las puertas.
Aterrizó en el suelo, se incorporó con una voltereta, y vio las expresiones
boquiabiertas de los tres aturdidos Brutes. Alzó el rifle y le disparó a uno en la cara.
Se volvió justo cuando el otro pestañeaba y cargaba contra él, y le metió una bala
a quemarropa entre los ojos.
El Brute lo derribó, y sus puños descendieron en forma de dos martillazos que
aturdieron al Spartan y dejaron sus escudos a un cuarto de su carga.
La sangre corría por el rostro enfurecido de la criatura…, y finalmente ésta acusó
el efecto de los proyectiles que habían traspasado su grueso cráneo. Se desplomó
sobre Fred, sin vida.
El último Brute apartó el cadáver y apuntó al visor facial de Fred con un
lanzagranadas.
El Spartan había perdido el rifle. Intentó sacudirse de encima la desorientación
provocada por los dos violentos golpes, pero era como si tuviera la cabeza repleta de
bioespuma.
El Brute pareció sonreír, burlón.
Sonaron dos suaves resoplidos.
El Brute se quedó rígido y a continuación se desplomó sobre la cubierta, con un
par de agujeros chorreando sangre desde la base de la cabeza.
Unas sombras cruzaron la reducida abertura entre las puertas.
Will y Linda se deslizaron al interior. Will fue directo al panel de control manual.
El rifle de precisión de Linda aún humeaba.
—Se acerca compañía a toda prisa —anunció la joven, y luego le metió un nuevo
balazo a cada Brute—. Espero que esta vagoneta aún pueda moverse.
Fred se recuperó por fin.
El interior de la vagoneta era un desastre. Las granadas habían reventado todas las
cajas y provocado roturas en las paredes. Una docena de ojivas cónicas yacían
desperdigadas, pero intactas, en la cubierta.
Fred se apostó junto a la puerta y miró al exterior.
Tres tanques Wraith se abrían paso por el complejo, aplastándolo todo mientras
iban hacia ellos. En el cielo, una escuadra de Banshees describía círculos.
—Toma… —Fred introdujo la mano en su bolsa y entregó a Will la placa de
datos de la ONI.
Will puso en marcha el software de intrusión y penetró en el software del control
del elevador.
—Un momento —dijo—. Aceleración máxima.
Los motores dé ascensión se pusieron en marcha y unos chillidos de alta
frecuencia zarandearon la vagoneta.
—Ah…, el embrague —observó Will, y oprimió un botón.
Se produjo una violenta sacudida de aceleración ascendente y Fred, Linda y Will
cayeron a cuatro patas mientras la vagoneta gemía y tintineaba.
Fred rodó sobre sí mismo y miró por las puertas abiertas. El suelo se perdió a lo
lejos; los tanques Wraith parecían juguetes.
¿Dispararían contra el tallo? ¿O reunirían fuerzas y los seguirían en otra
vagoneta?
—Will… —dijo.
—Estoy en ello. —W’ill regresó al panel de control manual—. Conectando por
interfaz con el control del tallo. Deteniendo secuencia de carriles. Eso debería
retrasarlos.
Linda fue a colocarse al lado de Fred junto a las puertas abiertas. Depositó una
diminuta antena parabólica en el suelo y ésta se abrió como el capullo de una rosa.
—Voy a conectar con la red del UNSC mediante un protocolo de intercambio —
informó.
—Avisa al mando central —le indicó Fred—. Diles que necesitamos una
extracción de órbita sumamente baja. Nos hará falta una nave veloz en la que
introducirnos antes de que esas naves del Covenant de ahí arriba puedan…
—Aguarda —dijo Linda—. El mando de la flota se está poniendo en contacto con
nosotros. —Se volvió en dirección a Fred—. Es lord Hood en la estación Cairo.
La voz inquebrantablemente segura de sí misma de lord Hood les llegó a través
del transmisor.
—Pónganme al tanto de la situación, equipo Azul.
—Señor —respondió Fred—, las fuerzas del Covenant en el elevador orbital
buscaban las armas nucleares en depósito que se estaban transfiriendo a la flota.
Hemos recuperado doce ojivas FENRIS. Nos hallamos en ruta a órbita baja en el
tallo. Hay toda una compañía de Brutes en tierra con tanques Wraiths y refuerzos
Banshees.
Estiró el cuello para mirar a lo alto.
A lo largo del arco de la Tierra, destellos y líneas de fuego lejanos trazaban
dibujos de destrucción. Largos rastros humeantes caían en picado al suelo,
finalizando en florescencias térmicas de naves alcanzadas y bombardeos de plasma.
Los cascos destrozados de las naves del UNSC convertían la termosfera en un
camposanto. También había naves del Covenant en órbita…, muchas más de las que
Fred recordaba… Docenas.
Activó la ampliación de imagen directamente sobre su cabeza.
—Hay dos destructores del Covenant en la terminal del elevador, cerca de la
estación Descanso Irregular.
—Enviaré una patrullera para una extracción de órbita sumamente baja —
confirmó lord Hood—. Prepare a su equipo. —Hubo una vacilación inusitada, y
luego prosiguió en voz más baja—: Ha surgido algo más: un mensaje de la doctora
Catherine Halsey, y una nueva misión.
Fred, Linda y Will intercambiaron miradas.
—El mensaje de la doctora Halsey —continuó lord Hood— nos llegó pegado a
una señal de un transporte enviada por Cor-tana a través del Slipspace.
Posteriormente, la estación de escucha del Slipstream Demócrito, en Plutón, detectó
el mensaje. Se entenderá mejor si escuchan y leen el material. Pase a esquema de
codificación treinta y siete.
Fred abrió sus códigos de cifrado. Treinta y siete correspondía a la contraseña
CORDEROCONPIELDELOBO. Introdujo el código.
—Listo para recibir, señor —indicó.
Se oyó el mensaje de Cortana.
El equipo escuchó su llamada de socorro automatizada sobre la nueva amenaza
Halo y el Flood. John había estado con ella. No había detalles específicos aparte de la
mención a su presencia en la nave del Covenant. Lord Hood tenía que enviarlos a
ellos como refuerzo.
Pero entonces apareció el mensaje de texto de la doctora Halsey, explicando el
descubrimiento de las nuevas tecnologías de los Forerunners y la posibilidad de
hacerse con ellas y usarlas para neutralizar tanto la amenaza del Covenant como el
del Flood.
Fred releyó el mensaje; no hacía ninguna mención a Kelly. Sus ojos se detuvieron
un buen rato sobre la última línea: «ENVIE SPARTANS».
Comprendió entonces por qué la doctora Halsey los había abandonado, aunque no
su irresponsable desprecio de los protocolos de misión. La doctora había seguido
algunas pistas halladas en las ruinas de Reach, o tal vez en el interior del cristal azul
alienígena. Era una empresa de alto riesgo que por suerte había merecido la pena. Si
había descubierto un escondite de tecnología, aquello podía cambiar el curso de
aquella guerra.
Fred alzó las manos, con las palmas hacia arriba, y dedicó un leve encogimiento
de hombros a sus compañeros, solicitando sus opiniones.
Linda asintió. Will levantó los pulgares.
—Comprendemos, señor —respondió Fred—, y estamos listos para el nuevo
destino. Este sistema Onyx, no obstante… —volvió a consultar las coordinadas
estelares insertadas en el mensaje—, está a semanas de distancia con la corbeta más
veloz del UNSC.
—Sencillamente tendremos que hacer todo lo que podamos —respondió lord
Hood—. El Pony Express está preparado y aguarda a su equipo. Efectuarán el salto en
cuanto estén ustedes a bordo. Enviaré refuerzos si puedo prescindir de ellos.
Fred se inclinó fuera de las puertas del elevador. En el exterior, el cielo azul se
había vuelto negro y las estrellas inmóviles los rodeaban ahora. Entrecerró los ojos.
En órbita media se distinguían elegantes destructores del Covenant… mucho más
veloces que cualquier nave humana.
—Señor —dijo—, creo que he encontrado un modo mejor de llegar allí. Pero
necesitaré los códigos de detonación de estas ojivas FENRIS.
24
14.20 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA
SOLAR, PLANETA TIERRA / ÓRBITA MEDIA
EN LAS PROXIMIDADES DEL ELEVADOR
ORBITAL DEL CENTENARIO DEL UNSC
* * *
Lord Hood observaba desde la cubierta de mando de la estación Cairo, sin prestar
atención a las señales de emergencia.
El destructor del Covenant había maniobrado hasta situarse a una distancia de
disparo óptima para su plasma, y el almirante confió en que los escudos de la nave
capturada por los Spartans detuvieran al menos una salva y dieran al equipo Azul el
tiempo que necesitaban.
El plan del Spartan-104, sin embargo, en opinión de lord Hood, era más bien
suicida. La doctora Catherine Halsey le había confiado en una ocasión que los
Spartans consideraban su deber demostrar que lo imposible era posible.
Las baterías de plasma de la nave del Covenant enrojecieron y los proyectiles
salieron disparados. Al mismo tiempo, el destructor enemigo centelleó desde el
interior de sus escudos de energía; el casco refulgió y se vaporizó al detonar el
armamento nuclear robado que llevaba a bordo. Un círculo de luz blanca apareció
durante un instante antes de que los escudos polarizadores de la estación Cairo
desconectaran las pantallas. Lecturas térmicas y radiológicas mostraron grandes
manchas de color ámbar y rojo que crecían hacia el exterior en forma de hongo.
La estación Descanso Irregular también había quedado totalmente destruida. Toda
la extensión del tallo negro del maíz se desplomó y cayó a tierra.
No se veía ni rastro de la nave controlada por los Spartans. No había modo de
saber si habían tenido éxito y saltado al Slipspace o no.
Lord Hood eligió creer que habían hecho lo imposible y susurró:
—Buen viaje, equipo Azul.
25
14.40 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / A BORDO DEL
DESTRUCTOR CAPTURADO DEL
COVENANT BLOODIED SPIRIT, EN EL
ESPACIO SLIPSTREAM
Fred estaba sentado en la cubierta del puente del Bloodied Spirit, respirando aire
cargado con el olor de la sangre del Hunter. En su opinión, olía igual que plástico
quemado.
Sacó brillo a un diminuto espejo cuántico y volvió a colocarlo en su envoltura
sensora, luego lo deslizó en el interior de la hombrera de su armadura MJOLNIR y
cerró la tapa con un clic. El cristal había estado recubierto de sal, provocando el fallo
de su sensor de movimiento… y costándole casi la vida allá en La Habana.
Linda pasó una cantimplora a Fred y agitó el contenido para captar su atención.
Éste la aceptó, abrió su visor facial, y disfrutó de un poco de agua no reciclada.
¿Eran ellos tres a bordo de aquella nave los últimos Spartans? Fred se preguntó si
John estaba muerto. O Kelly. No había ninguna mención a Kelly en el comunicado de
la doctora Halsey. ¿Y qué le había sucedido al equipo Gris, enviado a una misión
mucho más allá de los confines del espacio del UNSC, que llevaba ya desaparecido
más de un año? Jamás manifestaría en voz alta aquellas preocupaciones, pues podrían
socavar la moral del equipo Azul. Pero por primera vez una duda real erosionó la
confianza de Fred. La duda de que John, Kelly y el resto estuvieran vivos.
Linda le tocó el brazo con un dedo y dispersó aquellos pensamientos. La joven
palmeó luego la ojiva nuclear con forma de bala que descansaba sobre el suelo junto
a él.
—¿Recuerdas? ¿La base rebelde?
Habían subido una de las cabezas nucleares FENRIS allí arriba por si necesitaban
una opción final. Fred no creía que fueran a necesitarla…, pero era mejor cubrir todas
las contingencias.
—¿Qué base rebelde? —preguntó Will, que despertó y rodó sobre sí mismo.
—Fue hace veinte años —explicó Fred—. Rebeldes en el sistema Tauri afirmaron
que poseían cabezas nucleares para efectuar un intercambio. Enviaron al equipo Azul
a recuperar las ojivas, pero resultó ser una trampa. —Negó con la cabeza—. Les
habría funcionado, además, de no haber sido por Kurt.
Linda tomó la cantimplora y la alzó.
—Por los amigos ausentes —murmuró, y tomó un sorbo.
Pasó la cantimplora a Will que tomó un buen trago.
Una figura octaédrica roja centelló por encima de la consola de mando enemiga.
Proyectó haces ámbar sobre la superficie y las geometrías holográficas variaron.
Los Spartans volvieron a colocarse los visores.
Fred fue hacia la consola y anuló los controles, pero éstos volvieron a tomar el
mando, como si poseyeran mente propia.
¿Había aún miembros vivos del Covenant en aquella nave que intentaban
recuperar el control?
Una serie de traducciones empezaron a aparecer en su placa de datos:
«BLOODIED SPIRITACTIVADO… SISTEMA AUTOMÁTICO… A LLAMADA
COMBATE… RESPONDE LA LLAMADA A LA GUERRA… AVISO…
SLIPSPACE… ANOMALÍA… DIMENSIÓN YED-4 CAUSA… DETECTADA:
SECUELA SINGULAR».
—Problemas —dijo a Linda y a Will.
Linda corrió al puesto de control del armamento y sus manos se movieron sobre
la superficie.
—Está calentando baterías de plasma —anunció—, creo. Los condensadores de
plasma se están cargando.
—Nos encontramos aproximadamente a dieciséis años luz de Onyx —dijo Will,
ocupando el puesto de navegación—. No hay otros sistemas estelares o cuerpos
celestes significativos en la región. La matriz de Slipspace se está desenrollando.
Fred dio un golpecito a un hexágono: el comando de reiniciación de la matriz de
espacio Slipstream. Este parpadeó una vez y se apagó.
—Penetramos en el espacio normal —dijo—. Preparaos.
Parpadearon estrellas en el visor holográfico del puente junto con cuatro naves
del Covenant.
Tres naves más pequeñas perseguían a una más grande. Las pequeñas tenían dos
tercios del tonelaje del Bloodied Spirit, mientras que la nave más grande lo doblaba en
tamaño. Las elegantes líneas de los navíos hicieron pensar a Fred en tiburones dando
caza a una ballena.
Lanzas de plasma relampaguearon desde las tres naves y resplandecieron al
impactar contra los escudos de la nave más grande.
—Creo que abandonamos el Slipspace debido a alguna anomalía —dijo Fred—.
O… en respuesta a una señal de socorro. No estoy seguro de cuál de las dos cosas.
—¿Procedente de qué nave? —inquirió Linda—. ¿A cuál apuntamos primero?
El visor holográfico central se desvaneció y de pie ante ellos se materializó un
Brute con la piel azul grisáceo, una cabeza de gorila y salvajes ojos rojos. Habló en
una serie de gruñidos y siseos.
Una traducción apareció bruscamente en la placa de Fred: «Hermanos, el cisma
está aquí. Somos libres al fin para aplastar a las razas menores. No seguiremos siendo
mandados por…».
El Brute paseó la mirada por el puente, parpadeó y luego dirigió una mirada
furibunda a Fred. Siseó y desapareció.
En el traductor apareció una única palabra: «Demonios».
Una de las naves más pequeñas giró en dirección a ellos. Esferas ultramarinas
centellearon por encima de la consola de armas de Linda.
—Nos apunta —dijo ésta.
—Eso responde a la pregunta —masculló Fred—. Apunta a las naves más
pequeñas. Will, proporcióname tu mejor conjetura sobre un vector de transición de
Slipspace hasta Onyx.
Fred no tenía intención de enzarzarse en un combate entre naves. No era
comandante de navío. No sabría a qué atenerse ni aunque aquella fuera una nave del
UNSC con controles que comprendiera, así como aeronavegación, tácticas y sistemas
de armamento con los que estaba familiarizado. En el Bloodied Spirit ni siquiera se le
ocurría cómo combatir. Huir era la única opción realista.
—Trabajando en una solución —dijo Will.
El Spartan paseó la mirada arriba y abajo entre la lista de símbolos traducidos y
las matemáticas del Covenant que centelleaban ante él.
—Calculado el tiempo para alcanzar el blanco —anunció Linda—. Lista para
disparar plasma.
—Limítate a conseguirnos tiempo —le indicó Fred—. No vamos a entablar
combate.
—La fragata del Covenant nos tiene a tiro ahora —dijo Linda—. Las baterías de
plasma se calientan. ¡Han disparado!
En el visor central dos lanzas carmesí salieron disparadas de la nave y
describieron un arco hacia ellos. Unos círculos aparecieron bruscamente en los
extremos de aquellas líneas, que a continuación se retorcieron y convirtieron en
esferas tridimensionales.
La perspectiva holográfica retrocedió y mostró la fragata, el plasma y la nave en
la que ellos estaban en sus posiciones relativas. Las esferas translúcidas se centraron
sobre los disparos de plasma y se sobrepusieron al Bloodied Spirit.
—Creo que esas esferas son soluciones de dirección —indicó Linda—. Indican
hasta dónde pueden dirigir los proyectiles de plasma. Nos tienen.
—Haznos retroceder —dijo Fred a Will.
—De acuerdo… —Will inspeccionó los controles, luego agarró una flecha
naranja y tiró de ella hacia popa—. Introduciendo marcha atrás toda —dijo.
—No será suficiente —repuso Linda.
La joven colocó las manos sobre sus controles, y una nueva pareja de esferas
apareció en el campo de estrellas.
—Ésa es nuestra solución de fuego —susurró, y su voz adquirió aquella frialdad
distante de nitrógeno líquido que Fred había acabado por identificar con su estado de
no-mente zen.
—Trece segundos para el impacto del plasma —anunció Fred, consultando su
consola, y sus manos se sujetaron a los bordes con fuerza.
—Vector de Slipspace calculado —dijo Will—. Condensadores cargando… en
veintitrés segundos.
Linda efectuó diminutos ajustes en sus controles y movió los dedos al frente en
un veloz gesto.
—Plasma fuera —declaró.
Las luces del puente se atenuaron. El holograma principal mostró al Bloodied
Spirit mientras sus baterías laterales llameaban y el plasma se alejaba cada vez más
de prisa, pero no en dirección a la fragata enemiga, sino más bien en dirección a los
proyectiles que se aproximaban veloces.
Esferas de dirección aparecieron en las líneas de plasma de Linda. Sus manos
giraron a un lado y a otro.
El plasma osciló como respuesta, y las líneas enemigas también empezaron a
moverse.
Fred comprendió lo que su compañera intentaba: combatir fuego con fuego. Pero
a aquellas velocidades golpear un haz de plasma con otro era como intentar desviar
una bala con otra.
Los movimientos como en trance de Linda se ralentizaron.
Los proyectiles de plasma corrieron unos hacia otros. El plasma enemigo se
desvió a un lado.
Linda juntó las manos en un rápido movimiento; los dos proyectiles del Bloodied
Spirit describieron una espiral alrededor de la línea de fuego enemiga, más cerrada y
rápida, y dieron en el blanco.
Tres líneas se juntaron en un único haz y luego un estallido de chorros de luz
iluminó el espacio oscuro, desvaneciéndose hasta convertirse en una neblina roja.
—Le di —murmuró Linda.
—El otro proyectil todavía sigue su rumbo hacia nosotros —dijo Will—. Impacto
en dos segundos.
—¿Escudos? —preguntó Fred.
—Funcionando —respondió Will—. No… están bajados.
Los visores holográficos derramaron una refulgente luz roja sobre el puente.
Por debajo de la cubierta, la nave se estremeció.
—Pérdida de potencia en todos los sistemas —dijo Will—. Los condensadores de
Slipspace se están agotando desde noventa y ocho… Intentando redirigir.
—Salta ahora —ordenó Fred—. Antes de que perdamos más potencia.
Transiciones de Slipspace con poca potencia eran técnicamente posibles, y
durante los últimos treinta años las naves del UNSC habían intentado tal maniobra
dos veces. En ambas ocasiones consiguieron efectuar la transición… en forma de
pedacitos pulverizados.
Fred confió en que la tecnología del Covenant dispusiera de un modo de evitar
aquel problema.
—A la orden —dijo Will, y pulsó un control.
Las naves enemigas y las estrellas desaparecieron del visor.
Los Spartans permanecieron en silencio. Fred contuvo el aliento, no muy seguro
de que no estallaran en pedazos.
Los visores se tornaron totalmente negros. Todo era silencio.
Entonces, los parámetros de Slipspace aparecieron a raudales en la consola de
Will.
—Lo conseguimos —musitó.
—Buen trabajo —les dijo Fred, soltando el aire con alivio, y se quedó allí
atontado y mudo mientras iba asumiendo la lógica innegable de lo que acaba de
ocurrir.
—¿Qué sucede? —preguntó Linda.
—Nos encontrábamos en el espacio Slipstream —respondió— y respondimos a
una llamada de socorro de una nave en combate en el espacio normal.
Linda asintió y una de sus manos se flexionó nerviosamente.
—¿Y? —inquirió Will—. El Covenant puede enviar señales en el espacio
Slipstream. También nosotros.
—Pero no escuchar esas señales en el espacio normal —intervino Linda.
—Podrían haber oído el mensaje de Cortana y el de la doctora Halsey —dijo Fred
—. Podrían saberlo todo.
El comandante de la nave Voro sujetó con fuerza la barandilla de su plataforma de
mando y gritó:
—¡Ahora! Todos los propulsores en nuevo rumbo uno ocho cero por cero cero
cero. Desvíen motor y potencia de los escudos al proyector de energía de proa.
—Introduciendo nuevo rumbo —dijo Zasses.
El Incorruptible dio media vuelta —el impulso que llevaba siguió haciéndolo
avanzar— pero en aquellos momentos se hallaban de cara a la pareja de fragatas que
los perseguían.
Uruo, desde su puesto de operaciones anunció:
—Proyector caliente, señor. Solución de blanco lista.
—A mi orden.
Voro vaciló y escuchó los tres latidos de sus corazones —uno por la fe, otro por la
familia y el último por el honor—, la meditación ritual del Mendicante.
La fragata que iba en cabeza disparó sus láseres.
—Secciones del blindaje primaria uno y ventral tres severamente dañadas —
anunció Y’gar con una calma total.
—Permanezcan a la espera —dijo Voro.
Notó los ojos de sus oficiales subalternos fijos en él. Se preguntaban tal vez,
como también hacía él, si se había vuelto loco.
—Dejen que se acerquen más a la presa —indicó—. Sólo tenemos un disparo.
Aguarden… Aguarden…
Ambas fragatas, la Twilight Compunction y la Revenant, ocuparon y desdibujaron
los bordes de los visores holográficos mientras sus baterías laterales acumulaban
potencia.
Un único disparo normal del proyector de energía no podía en sí mismo destruir
un buque de guerra del Covenant. Destruiría escudos, pero tenía que ir seguido por un
proyectil de plasma para causar daños o inutilizar.
Aquélla era una táctica neutralizada por las hábiles maniobras empleadas por una
pareja de fragatas Jiralhanaes, que variaban sus posiciones para recibir
alternativamente los disparos de plasma, lo que proporcionaba a la pareja un escudo
de energía alterno. En esa situación podían combinar el potencial de fuego y, si no
cometían errores, estar más que a la altura del Incorruptible.
Aquél era el criterio estándar táctico del Covenant. No obstante, acontecimientos
recientes habían puesto patas arriba lo que Voro consideraba comportamiento
«estándar». Sería una jugada arriesgada, pero a juicio del comandante de la nave, su
única opción para salir vencedores.
—¡Ahora! —gritó—. ¡Fuego!
El sobrecargado proyector de energía hizo que todo el Incorruptible se
estremeciera.
Toda su potencia —escudos, motores, reservas de los condensadores de Slipspace
— quedó canalizada en un único disparo del proyector.
La oscuridad del espacio interestelar se dividió en dos.
Los escudos de la Revenant entraron en ebullición y reventaron. El casco se
agrietó, borboteando, cuando el rayo lo traspasó de extremo a extremo. La fragata
quedó cortada por la mitad, en diagonal, de la parte ventral de la proa a la zona dorsal
de la popa seccionando las baterías de plasma de estribor. El fuego llameó a lo largo
de la superficie y alcanzó las bobinas principales. La sección de popa de la nave
estalló y las secciones centrales y de proa se desprendieron envueltas en llamas y
escupiendo humo.
—Todos los sistemas de armamento inactivos —informó Uruo mientras
contemplaba fijamente aquella destrucción.
—No hay potencia de maniobra —dijo nerviosamente Zasses—. Propulsores en
espera.
La otra fragata Jiralhanae viró para alejarse, mostrando el llamear de los conos de
los motores mientras huía. Tras ver la destrucción total de su nave hermana, la
Twilight Compunction no tenía el menor deseo de enfrentarse a ellos en solitario.
Tal y como Voro había esperado. Los Jiralhanaes actuaban rápidamente y sin
pensar. Eran salvajes, sí, pero no suicidas.
Dio gracias de que el comandante de la nave Jiralhanae no se hubiera tomado
tiempo para examinar a conciencia el Incorruptible para evaluar su auténtica
capacidad de combate.
—Reparaciones en marcha —anunció Y’gar—. Todas las tripulaciones trabajan
en ello. Tiempo estimado setenta ciclos antes de que las baterías de plasma estén
listas.
—Dirijan reparaciones a las bobinas y los condensadores de Slipspace —ordenó
Voro.
—Una brillante maniobra táctica, señor —afirmó Zasses, e inclinó la cabeza.
Voro gruñó.
¿Brillante? Desesperada se acercaba más a la verdad. Pero Voro jamás
manifestaría sus sentimiento sobre aquella cuestión ante su tripulación. Sin embargo,
una mezcla de vergüenza y asco se alzó en el fondo de su garganta. Lo había
arriesgado todo para vencer. ¿Tal vez fue así como se sentía Taño? ¿Las vidas de sus
hermanos en sus manos en cada misión? Voro se sintió indigno del mando.
Examinó cuidadosamente el visor central. La fragata Jiralhanae se había dirigido
hacia la tercera nave del grupo de combate, la que había virado para enfrentarse al
Bloodied Spirit.
La nave de Voro había interceptado las transmisiones del enemigo y visto a los
humanos que tripulaban la nave. Una revelación inquietante.
—Zasses —masculló Voro—. ¿Le siguió la pista al Spirit cuando saltó?
—Sí, señor —respondió él, y volvió a comprobar su consola—. Sólo hay un
sistema estelar en ese vector.
Voro rechinó los dientes y flexionó los dedos. Al menos podría perseguir y
destruir al Bloodied Spirit.
—Prepárense para saltar. Debemos advertir a nuestros hermanos… de todo esto.
26
15.20 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / DESTRUCTOR
CAPTURADO DEL COVENANT BLOODIED
SPIRIT; EN EL ESPACIO SLIPSTREAM
* * *
Era un día perfecto en la península envuelta por la jungla, con el cielo de un cristalino
color cobalto moteado de altocúmulos en forma de bolas de algodón. Súbitamente, el
zumbido de los insectos y el graznido de las aves cesaron y un centenar de
guacamayos de alas rojas alzó el vuelo al mismo tiempo que el mundo estallaba sobre
sus cabezas.
Una nube de quince kilómetros de largo de vapor de agua condensado desfiguró
el aire, y de ella surgió una bola de fuego que pintó de rojo cada una de las nubes; el
Bloodied Spirit descendía como una bala.
Estampidos sónicos recorrieron la proa del destructor. Placas hexagonales de
blindaje aletearon y se desprendieron, dejando al descubierto un armazón pelado.
Descargas de estática se alzaron desde la nave a las nubes y regresaron de nuevo a la
nave.
En el interior del Bloodied Spirit el fuego rugía de proa a popa y todas las
cubiertas refulgían al rojo vivo, dejando una estela de llamas y negro humo aceitoso.
La nave se bamboleó y el morro empezó a estremecerse hasta que toda la longitud
del navío perdió su equilibrio.
La que había sido una nave mortífera del Covenant no era ahora más que una
masa balística, un meteoro, con una única trayectoria posible: una parábola, en
intersección con la superficie del planeta.
Una docena de drones perforó las nubes y dejó arremolinados vórtices, y a
continuación apareció otro centenar más siguiendo a los primeros.
Al descender el destructor a un centenar de metros del suelo, el calor incendió el
dosel de la jungla, dejando una senda abrasada tras él. Restos del navío que se
desintegraba cayeron sobre los árboles convirtiéndolos en astillas.
Los drones se acercaron más y dispararon.
Mientras el Bloodied Spirit giraba sobre sí mismo y el muelle del trasbordador
quedaba en posición invertida, lo que parecía ser otro pedazo de la nave cayó rodando
como una peonza hasta hundirse bajo el dosel de hojas…, y entonces los motores de
la nave de desembarco llamearon y ésta se enderezó.
* * *
El propio impulso de la diminuta nave hizo que ésta se abriera paso violentamente
entre tres banianos antes de tocar tierra y detenerse con un chirrido.
Tres figuras abandonaron con cuidado el navío en forma de diapasón y se
fundieron rápidamente en la jungla que las rodeaba.
Fred contempló como piezas del Bloodied Spirit caían a tierra. El suelo a sus pies
se estremeció con los impactos.
Los drones aceleraron en pos del destructor; tantos que oscurecían el cielo.
Un relámpago se abrió paso por la jungla, proyectando largas y profundas
sombras. Una onda expansiva lanzó rocas, astillas y vegetación humeante por encima
de su cabeza a toda velocidad, incendiando hojas y troncos y aplastando maleza y
árboles.
El Bloodied Spirit había aterrizado.
A un kilómetro al norte, una pared de fuego alimentado por plasma salió
disparada hacia el cielo y las nubes sobre sus cabezas se abrieron.
Fred envió a sus compañeros de equipo un centelleo de su luz verde de situación.
La luz de Linda brilló verde, pero la de Will permaneció apagada un instante, y
luego parpadeó ámbar.
Hubo un revoloteo en el detector de movimiento de Fred, a las dos, y luego nada.
¿Otro fallo?
La luz de Linda pasó también a ámbar.
No. Problemas auténticos.
Fred apuntó hacia abajo su rifle de asalto y cubrió la zona. Linda no tardaría en
estar en posición de francotirador, y W’ill haría salir lo que hubiera allí a campo
abierto.
¿Tan de prisa los habían descubierto aquellos drones? ¿O acaso el Covenant había
conseguido rastrearlos hasta allí, después de todo?
En su visualizador frontal de datos, el sistema seguro de transmisiones monocanal
se activó. El altavoz del casco siseó con estática, y luego oyó una voz tan familiar
como la suya propia.
—Os he visto —musitó Kelly.
27
SÉPTIMO CICLO, 49 UNIDADES
(CALENDARIO DE BATALLA DEL
COVENANT) / A BORDO DEL
TRANSPORTE DE LA FLOTA SUBLIME
TRASCENDENCE, EN ÓRBITA SOBRE
EXULTACIÓN GOZOSA, SISTEMA SALIA
* * *
—Hemos sido traicionados por aquellos en los que más confiábamos —tronó el
almirante imperial y mando regente de la Flota Combinada del Recto Propósito
Xytan ‘Jar Wattinree, y agitó ambos puños mientras hablaba—. Hemos sido
traicionados por nuestros Profetas.
El Sangheili tenía una altura de más de tres metros y medio y vestía armadura de
plata con los glifos dorados de los Forerunners del Misterio Sagrado. En el centro de
la sala de oración a bordo del supertransporte Sublime Trascendence, la imagen de
Xytan era ampliada holográficamente, de modo que se alzaba con una altura de
treinta metros ante ellos, y las duplicaciones de imagen permitían que su rostro
estuviera presente simultáneamente en cuatro direcciones ante la multitud.
Xytan parecía un dios.
El comandante de la nave Voro permanecía en posición de firmes y observaba al
legendario almirante. Jamás lo habían vencido en combate. Jamás había fracasado en
ninguna tarea, por difícil que fuera. Jamás se equivocaba.
El único defecto del almirante imperial era haber sido tan venerado, algunos
decían que incluso más que cualquier Profeta. Por aquel pecado lo habían exiliado a
los mundos de la periferia del vasto imperio del Covenant.
Aquello ya había sucedido antes: el anterior comandante supremo de la Flota de
la Justicia Particular jamás había regresado de la «misión gloriosa» a la que lo habían
enviado los Profetas.
Xytan había convocado a todas las facciones de los Sangheilis a Exultación
Gozosa. El almirante era, en opinión de Voro, la mejor posibilidad de sobrevivir que
tenían.
Voro era uno de los treinta representantes de los comandantes de las naves
elegidos de entre los doscientos navíos en órbita para escuchar aquellas palabras.
—Yo, como todos vosotros, creía en nuestros líderes y en el sagrado Covenant —
prosiguió Xytan. Su voz resonaba en la cúpula de plata del estadio sobre sus cabezas
—. ¿Cómo pudimos estar tan dispuestos a creer en un pacto de mentira?
Xytan hizo una pausa y dirigió la mirada hacia ellos. Los treinta comandantes y
sus guardias parecían engullidos por el espacio vacío de la estancia, diseñada para
una capacidad total de tres mil asistentes.
Nadie osó hablar.
—Han pedido la destrucción de todos los Sangheilis. Se han alineado con los
bárbaros Jiralhanaes —dijo Xytan.
Inclinó la cabeza y las cuatro mandíbulas se abrieron flácidas por un momento, y
en seguida miró a lo alto, con una nueva determinación ardiendo en sus ojos.
—El Gran Cisma ha caído sobre nosotros. El indestructible Mandamiento de
Unión del Covenant ha sido partido en dos. Esto es el final de la Novena, y definitiva,
Era.
Muestras de descontento resonaron en el interior de la sala de oración. Aquellas
palabras eran el más flagrante de los sacrilegios. Sin embargo, en aquellos momentos
podían ser la verdad.
Xytan alzó una mano y las protestas se acallaron.
—Ahora debéis decidir si os rendís al destino… o resistís y lucháis por
perseverar. Yo, por mi parte, elijo luchar. —Alargó ambas manos a su público—. Os
llamo a todos a uniros a mí. Dejad que las viejas costumbres se desvanezcan y
combatid a mi lado. Juntos podemos forjar una unión nueva y mejor…, un nuevo
pacto entre las estrellas.
Los comandantes de las naves Sangheilis rugieron su aprobación.
Fue una alocución inspirada, pero los Profetas también habían utilizado palabras
para engañarlos. El comandante Tano había dejado que las palabras, y sus más
peligrosos derivados, las creencias, nublaran su razón.
Las palabras solas no los ayudarían. Voro cruzó los brazos sobre el pecho.
Sorprendentemente, Xytan vio el gesto y se encaró a él mirándolo a los ojos.
—¿No estás de acuerdo, comandante?
Un silencio sepulcral cubrió el estadio. Voro sintió que todos los ojos estaban
puestos en él.
—Habla, pues, héroe de la batalla por el Segundo Anillo de los Dioses y
comandante de facto de la Segunda Flota de la Claridad Homogénea.
Xytan le indicó con una seña que se adelantara y le ofreció el púlpito central, un
paso generoso y sin precedentes para alguien de una posición tan elevada.
Voro se quedó pasmado al escuchar tantos títulos honoríficos añadidos a su
nombre. ¿Xytan sabía lo que había sucedido? Desde luego, su red de información era
amplísima. Y ¿qué mejor modo de acallar preguntas que con cumplidos?
Sin embargo, Voro no había sobrevivido a la traición, la guerra y destrucción de
una era para que lo hicieran callar ahora. Se obligó mentalmente a adelantarse. El
impulso de suplicar ante Xytan era abrumador, pero resistió.
El comandante precisó de todas sus energías para cruzar aquella distancia con
todos observándolo.
Subió al escenario central y su imagen apareció holográficamente ampliada, un
titán alzándose por encima de la multitud.
—Estoy de acuerdo con lo que decís —declaró Voro—. Debemos destruir a los
Jiralhanaes, sin lugar a dudas, y a todos los que se alíen con ellos. Pero la victoria
puede no significar nada si la enfermedad existente en el anillo sagrado logra escapar.
Hay que limpiar la galaxia de ella si queremos sobrevivir.
Un murmullo de asentimiento brotó entre sus compañeros.
Xytan asintió también, y luego efectuó un leve ademán con la mano, indicando a
Voro que descendiera.
Este dedicó una ligera reverencia al almirante imperial y se retiró, consiguiendo
regresar a su asiento sin traicionar el modo en que temblaba interiormente, sin revelar
a los demás lo atónito que estaba por haber sobrevivido.
Xytan reapareció sobre el escenario.
—Tus palabras son sabias, comandante de la nave Voro. Motivo por el que he
convocado a la jefatura alfa Jiralhanae a este mundo bajo un estandarte de tregua.
Los comandantes allí reunidos manifestaron su indignación.
—No me hago ilusiones de que no vengan con falsas ofertas de paz —siguió
Xytan—. De modo que llevaremos a cabo nuestra propia emboscada aquí…, donde
somos fuertes. Después de que hayamos asestado un golpe demoledor a las tribus alfa
Jiralhanaes, seremos libres para erradicar la infección que amenaza con extenderse
desde nuestro anillo más sagrado.
»En cuanto a cómo conseguir esto —prosiguió—, invito al maestre oráculo Parala
‘Ahrmonro a informar sobre una nueva oportunidad.
La imagen de Xytan se apagó con un parpadeo y un Sangheili anciano apareció
en el centro del estadio. Parala había sido hacía mucho tiempo asesor del Profeta del
Pesar. Encorvado por la edad, un intelecto feroz brillaba, no obstante, en su ojos
lechosos.
—Nos ha llegado una información de lo más inquietante —dijo Parala con
desagrado—. Los humanos han provocado estragos con sus demonios, destruyendo la
primera estructura de anillo sagrado descubierta. Estuvieron también en el segundo
anillo, y al parecer han descubierto otro mundo más diseñado por los Forerunners. No
hay que subestimarlos.
Aunque aquello irritó a Voro. El había visto por sí mismo al Bloodied Spirit
capturado por humanos, y de mala gana intentó aceptar las palabras del maestre
oráculo como ciertas.
—Aquí tenemos —continuó Parala— una transmisión de Slipspace interceptada y
traducida.
Voces humanas chirriaron a través del aire del estadio. Una traducción se
superponía a las ofensivas palabras humanas y Voro oyó como se informaba de los
incidentes acaecidos en la segunda reliquia Halo.
—«Infestación parasítica conocida como el Flood ha contaminado esta
estructura…, intenta escapar…, inteligencia coordinante desconocida… Sugiero que
el mando de la flota bombardee con una bomba Nova el Halo Delta».
Entonces aparecieron iconos alienígenas en el aire, que se descompusieron en las
palabras correspondientes: «ENVÍEN EQUIPO DE ATAQUE DE ÉLITE A
RECUPERAR ACTIVOS TECNOLÓGICOS EN ONYX. ENVIEN SPARTANS».
Una serie de coordenadas celestiales insertadas fluyó en tropel junto a aquellas
palabras.
Un murmullo colectivo de indignación surgió de los comandantes de las naves.
Voro se esforzó por aislar la palabra humana para demonios de su censurable
forma de hablar…: Spartans. Esta le calentaba la sangre hasta hacerla hervir.
La imagen de Xytan regresó al escenario.
—No se puede hacer caso omiso de esta herejía por motivos dogmáticos y,
también, estratégicos. Iremos a ese mundo, Onyx, a proteger y obtener los artefactos
sagrados. Ellos serán de un valor incalculable en las contiendas que nos aguardan.
—Tú —Xytan extendió su titánica mano holográfica en dirección a Voro—,
comandante de la nave Voro ‘Mantakree, eres ahora el comandante de la flota Voro
Nar ‘Mantakree. Conduce a tu recién reunido grupo de combate a ese mundo.
Destruye a los demonios y niégales su trofeo cueste lo que cueste.
Voro hincó una rodilla en tierra.
—Se hará como decís —dijo—. Mi tarea es sagrada. Mi sangre pura. No
fracasaré.
Secretamente, Voro se preguntó si aquellos honores no le habrían sido concedidos
para apartarlo a él y a sus «sabias palabras» del coro de unánime aprobación que
rodeaba a Xytan. Que así fuera. Llevaría a cabo su tarea y regresaría glorioso.
* * *
Kwassass apretó con fuerza el botón de la caja negra y escuchó la voz humana. Le
faltaba poco para comprender lo que quería decir. Una amenaza. Para él. Para todo el
Covenant. Una promesa de castigo.
El sonido se distorsionó, se ralentizó y se detuvo: la caja se había quedado sin
energía.
Uno de los Huragoks que observaban profirió un grito ultrasónico que se abrió
paso a través del cráneo de Kwassass. La criatura arremetió contra él, agitando
violentamente los tentáculos para intentar hacerse con la caja. Finalmente consiguió
arrancarla de las manos de Kwassass.
Otro Huragok cargó e intentó quitarle la caja a su compañero.
¿Comprendían lo que el humano decía? ¿Comprendían el peligro?
A su alrededor había más Huragoks de lo que pensaba. Las sombras de sus
cuerpos flotantes ondulaban en el aire, cada uno con seis vidriosos ojos negros fijos
en la caja que contenía la voz humana.
El Huragok devolvió precipitadamente la caja al gran cilindro, al panel del que la
habían extraído. En el interior había cables multicolores que se correspondían con los
de la caja.
El Huragok retorció los cables para unirlos unos con otros y chispas diminutas
saltaron por los aires. Símbolos rojos parpadearon en el visualizador de la caja, y el
aparato volvió a hablar.
Haciendo honor a su forma de ser, los huragoks tanto podían arreglar algo que
estaba roto como desmontar cualquier cosa que funcionara perfectamente.
Una docena de Huragoks se apelotonaron aún más alrededor del aparato
convertidos en una masa de tentáculos culebreantes y relucientes ojos ansiosos.
La voz de la caja volvió a hablar…, más fuerte y clara:
—«Esto es el prototipo bomba Nova, de nueve ojivas de fusión introducidas en
un blindaje de triteride de litio. Al detonar comprime su material de fusión a la
densidad de una estrella de neutrones, incrementando por cien el rendimiento
termonuclear. Soy el vicealmirante Danforth Whitcomb, temporalmente al mando de
la base militar del LTNSC en Reach. Esto es un mensaje para los repugnantes bichos
del Covenant que pudieran estar escuchando: os quedan unos pocos segundos para
rezar a vuestros malditos dioses paganos. Qué tengáis un buen día en el infierno».
Kwassass se abrió paso entre la multitud de Huragoks. Tenía que llegar hasta
aquella cosa. Tirar de aquellos cables.
Hubo un fogonazo de una luz hermosísima, y la mayor cantidad de glorioso calor
de la que jamás había…
Un grupo de combate de dieciocho destructores, dos cruceros y un transporte se
reunió en órbita elevada sobre Exultación Gozosa y adoptó formación esférica
alrededor de su buque insignia, el Incorruptible.
Un resplandor blanco azulado los envolvió a todos y el grupo desapareció en el
Slipspace.
Un segundo más tarde, la estratagema del vicealmirante Whitcomb de introducir
un prototipo de bomba Nova del UNSC entre los suministros del Covenant
finalmente funcionó: una estrella se incendió entre Exultación Gozosa y su luna.
Todas las naves que no estaban situadas bajo la protección del lado oscuro del
planeta entraron en ebullición y se volatilizaron en un instante.
La atmósfera del planeta fluctuó al mismo tiempo que espirales helicoidales de
partículas luminiscentes encendían tanto el polo norte como el sur, provocando que
cortinas de azul y verde ondularan sobre el globo. A medida que se extendía y
embestía la termosfera, la onda de presión termonuclear calentó el aire volviéndolo
de color naranja, lo comprimió hasta hacerlo tocar el suelo y abrasó una cuarta parte
de aquel mundo.
La diminuta luna cercana, Malhiem, se resquebrajó y partió en un billón de
fragmentos de roca y nubes de polvo.
La fuerza del exceso de presión decreció, y vientos de trescientos kilómetros por
hora barrieron Exultación Gozosa, arrasando ciudades a la vez que arrojaban
maremotos contra las costas.
El Cisma del Covenant —la destrucción de las razas que lo conformaron durante
mil años, y el génesis de su fin— se había iniciado realmente.
SECCIÓN 6
Kurt había visto a francotiradores ajustar la mira de sus instrumentos otras veces,
pero nunca para un objetivo casi vertical situado a una distancia de tiro tan enorme.
Linda se tomó la tarea con tanta seriedad como un cirujano que se prepara para un
trasplante de corazón. Despejó un pedazo de terreno pedregoso y extendió una estera
de camuflaje para que el polvo no ensuciara su rifle SRS99C-S2 AM. A continuación
abrió un estuche que contenía herramientas, botellas de líquido limpiador y
lubricante, varios cargadores para su rifle, una caja de munición de 14,5x114mm. y
una diminuta placa de datos. Seleccionó uno de los cargadores y lo inspeccionó;
satisfecha, abrió la caja de munición y retiró uno de los proyectiles: pétalos de
polímero rojo superendurecido rodeaban un dardo de tungsteno con aletas. Lo hizo
girar boca abajo y contempló la base del cartucho. Frente a la inscripción «51» lucía
el sello con el reloj de arena alado flanqueado por dos dobles «X», marca que
significaba que era munición de precisión cargada a mano procedente de la fabrica de
armas Misrah situada en Marte. Deslizó el cargador en el rifle.
A continuación conectó la mira telescópica Oráculo con la placa de datos y
efectuó microcalibraciones. Finalmente se sentó, apoyó la culata del arma contra el
hombro y apuntó hacia el cielo.
—Lista —dijo por su transmisor monocanal, la voz sonó indiferente y como de
alguien en trance.
—Estad ojo avizor —indicó Kurt a todo el mundo.
Los Spartans se habían trasladado del hoyo del punto de encuentro al terreno
elevado entre desfiladeros y mesetas escarpadas donde el equipo Sable había
encontrado por primera vez a los Centinelas. Kurt hizo que se desplegaran a lo largo
de ambos lados del valle.
Kelly estaba de pie en un depósito de grava en el centro del valle y oteaba el
horizonte, aguardando a que el Centinela doble la descubriera. El sol estaba alto y la
sombra de la mujer era un punto fluctuante a sus pies.
Para alguien que actuaba de cebo, se mostraba totalmente tranquila.
El túnel en el que Dante había equipado la abertura y la salida con cargas
explosivas se encontraba a un cuarto de kilómetro de distancia de la posición de la
Spartan. Justo lo bastante lejos.
La parte más peliaguda del plan sería conseguir que la pareja de Centinelas
entrara en el túnel en lugar de permanecer en alto y hacer pedazos a Kelly mientras
ésta estaba dentro. ¿Proseguirían aquellas cosas con su «juego» del gato y el ratón, o
había finalizado la fase de recogida de datos de su operación?
En cualquier caso, Kurt había colocado a su amiga en un grave peligro.
Kelly alzó la vista hacia la posición de Kurt y activó su transmisor.
—Lo veo —dijo—. A dos kilómetros de distancia. Voy a darle una palmadita en
la espalda.
—Adelante, Azul Dos —respondió él—. Mantén la calma.
Kurt alzó una mano, la cerró en forma de puño y la movió de arriba abajo dos
veces: la señal de «preparaos» para el resto del equipo.
Kelly disparó a la pareja de drones con el MAB5; un blanco imposible con un
rifle de asalto, pero la idea no era acertar, sino atraer la atención de aquella cosa.
El Centinela giró en dirección a la detonación y aceleró hacia la Spartan.
—Divisado vigilante en las alturas —informó Will— a las once en punto,
elevación dos mil cuatrocientos metros. Viento del noroeste, tres nudos.
Kurt transmitió la información a Linda.
Su luz de situación titubeó en color ámbar mientras la Spartan efectuaba un leve
ajuste a su posición, alzaba el rifle y luego permanecía totalmente inmóvil. A ambos
lados, Tom y Lucy levantaron los lanzamisiles, aguardando la orden de disparar.
Entretanto, la pareja fusionada de Centinelas descendía en picado hacia Kelly, que
permaneció allí quieta, observándola.
Holly se acercó más a Kurt, con su rifle de asalto apuntando inútilmente al drone
que se aproximaba.
—¿Es lo bastante veloz?
—Kelly es la más veloz de los Spartans —susurró Kurt.
Aquello no respondía a la pregunta de la muchacha: era lo bastante veloz.
La pareja de Centinelas estaba a medio kilómetro de distancia. Una de las esferas
se calentó y centelló una luz.
Kelly dio tres pasos laterales al mismo tiempo que el suelo donde había estado se
volatizaba. Gotas de roca fundida salpicaron y rebotaron en el escudo de energía de
su armadura MJOLNIR.
Dedicó un viejo y anticuado ademán a la máquina con un dedo.
Mark se unió a Holly y a Kurt.
—No podrá —musitó.
Kelly dio media vuelta y corrió, dejando una columna de polvo tras ella.
Los Centinelas que descendían aceleraron a doscientos kilómetros por hora. Una
lanza dorada centelló desde su masa central… haciendo estallar el suelo bajo los pies
de la Spartan.
Kelly se enroscó como un ovillo, dio una voltereta y volvió a alzarse a la carrera
sin perder velocidad.
Se introdujo como una exhalación en el interior del túnel.
La geometría hexagonal de los Centinelas aleteó siguiendo la trayectoria fijada
por el impulso adquirido. Apenas a cinco metros por encima de la grava y zumbando
en dirección al túnel… no tuvo tiempo de frenar.
Siguió a la Spartan al interior del agujero.
Kelly apareció recortada en la boca, con una iluminación dorada llameando tras
ella…
… y el túnel estalló.
Chorros de fuego salieron disparados por ambos extremos. La onda
sobrecalentada por el exceso de presión tornó borrosa la imagen de Kelly mientras
ésta salía disparada por los aires girando sobre sí misma.
La colina se desplomó, y un centenar de toneladas de tierra aplastaron a la pareja
de Centinelas. Tierra, piedra y polvo salieron despedidos por el aire en humeantes
chorros.
El cuerpo de Kelly chocó contra una pared de roca y cayó inerte sobre la capa de
grava.
Kurt hizo una señal al equipo Sable para que bajaran y la ayudaran. También él
deseaba correr a su lado, pero tenía que permanecer allí y asegurarse de que la parte
del disparo a larga distancia de su operación tenía éxito. O, si eso fracasaba, planear
una retirada.
Linda permanecía en su puesto totalmente inmóvil, siguiendo con la mira al
Centinela que vigilaba desde lo alto. Tom y Lucy estaban arrodillados uno a cada
lado, con los misiles preparados.
Kurt miró con ojos entrecerrados a lo largo del ángulo de tiro de sus compañeros.
Flotando en el aire, a unos dos kilómetros de distancia, había un punto solitario: el
objetivo.
Tenían que acabar con él o el Centinela informaría sobre su posición y pediría
refuerzos… que no volverían a dejarse engañar por aquel truco.
—Apuntad descentrado, botalón de estribor —murmuró Linda a Lucy y a Tom—.
Al frente.
Ajustaron las armas.
—Blanco fijado —respondió Tom.
—Fuego —dijo Linda en voz baja.
Dos columnas de gas los envolvieron mientras los misiles salían zumbando por el
aire.
El Centinela de vigilancia giró en dirección a los proyectiles y su escudo de
energía titiló.
La boca del rifle de Linda lanzó un fogonazo. Sin que pareciera moverse ni una
molécula, la Spartan disparó hasta agotar el cargador.
Los misiles dieron en el blanco, humo y llamas envolvieron rápidamente al
Centinela.
Al cabo de un instante, los vientos apartaron a un lado la nube provocada por los
estallidos…, el Centinela dio una sacudida y cayó en picado al suelo.
Linda se puso en pie.
El Centinela se desperdigó a medida que caía, la esfera central y los tres botalones
giraron sobre sí mismos sin control hasta chocar contra el suelo.
—Id —les dijo ella—. Aseguraos de que está destruido.
Kurt no malgastó otro segundo en el Centinela; giró de nuevo en dirección el
barranco y corrió… hacia Kelly.
Examinó sus señales biológicas: pulsaciones erráticas, la presión sanguínea
descendiendo, temperatura corporal baja. Estaba a punto de tener un shock.
Kurt se detuvo con un patinazo en el fondo del barranco mientras Ash y Holly la
incorporaban.
—Lo siento, señor —dijo Ash—. Los Centinelas estaban a tres metros de la
salida. De haber esperado un poco más habrían escapado de la trampa. Le habrían
disparado a ella. No podía correr ese riesgo.
Kelly negó con la cabeza… no para mostrar su desacuerdo, sino más bien para
despejar los sentidos. Sus señales biológicas recuperaron los niveles normales.
—Tiene razón —murmuró—. El chico lo hizo bien. —Alzó los pulgares en
dirección a Ash.
El muchacho inclinó la cabeza.
Kurt soltó un suspiro de alivio al comprobar que Kelly había sobrevivido. Había
arriesgado la vida de su compañera para obtener una ligera ventaja sobre el enemigo
y ahora tenía que usar esa ventaja sabiamente.
—¿Ahora qué? —preguntó Fred.
—Ahora tenemos una oportunidad —les dijo Kurt—. Si ese Centinela de
vigilancia no consiguió determinar nuestra posición, tendremos un poco de espacio
para maniobrar y tomar la iniciativa.
—¿Maniobrar adonde? —preguntó Holly.
—Zona 67 —repuso Kurt—. Es el centro de todo. Si hay alguna tecnología que se
pueda recuperar aparte de restos de Centinela, estará allí.
—Las patrullas se tornan más compactas cuanto más al norte vamos, señor —
comentó Dante.
—No tardará en oscurecer —replicó Kurt—, tiempo suficiente para dar un rodeo
de vuelta a la nave de desembarco del equipo Azul. El sol se estará poniendo y la
haremos volar bajo; las sombras nos proporcionarán algo de camuflaje. Las rocas en
estos desfiladeros se han estado asando al sol todo el día y eso nos proporcionará
también cobertura térmica.
Kurt contempló a su equipo.
—¿Alguna idea mejor?
Su mirada se posó en la doctora Halsey mientras ella y el Jefe Méndez descendían
por la ladera del valle. La mujer lo miró como si pudiera ver a través de su visor
facial de espejo.
—De acuerdo. Estad atentos. Olivia, Will, Linda, explorad al frente. Sin charlas
por la radio. Acabemos con esto.
* * *
La doctora Halsey contempló como Kurt daba instrucciones detalladas a los Spartans.
No le importaba cuáles eran sus órdenes tanto como el modo en que las daba y el
efecto que tenían en ellos. Hablaba con seguridad, pero también había calidez y
orgullo en su voz, y ella jamás había oído que un Spartan se mostrara tan expresivo.
Desde luego, Kelly era capaz de contar algún que otro chiste, pero aquello no era más
que una capa de blindaje emocional.
Kurt era diferente.
Los Spartans, jóvenes y viejos, respondían a ello. Existía el acostumbrado
estoicismo Spartan y no se hacían preguntas, pero también había cabeceos, ligeras
inclinaciones de las cabezas; las señales involuntarias de atención extasiada. Kurt era
su líder sin ninguna duda.
Aquel hecho podría serle útil en la crisis que se avecinaba.
Por supuesto, Kurt ocultaba algo sobre sus SPARTANS-III. Si la
psicológicamente muda Lucy era alguna indicación de cuál era ese secreto, la doctora
Halsey sólo podía hacer conjeturas sobre sus horrores.
Pero a medida que se acercara el fin, ella no tendría otra elección que confiar en
Kurt. Tendría que confiar en que todos ellos perdonarían las mentiras que les había
contado sobre el tesoro oculto de tecnologías de los Forerunners.
30
19.50 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA BETA
DORADUS, PLANETA ONYX
PROXIMIDADES DEL ÁREA RESTRINGIDA
CONOCIDA COMO ZONA 67
Kurt estaba de pie detrás de Kelly y Will en la cabina de la nave de desembarco del
Covenant. Kelly ocupaba el asiento del piloto mientras Will se encargaba del puesto
del artillero y vigilaba los escáneres. El resto de Spartans, Méndez y la doctora
Halsey estaban en la popa, preparando el equipo, aguardando y observando.
Kelly se removía adelante y atrás; el asiento del piloto estaba colocado en una
posición que no encajaba con la fisiología humana, y la Spartan tenía que inclinarse
en una posición incómoda sobre la superficie de control.
Conducía la nave en un vuelo bajo y rápido por encima de la jungla. Los
controles eran un curioso conjunto de geometrías holográficas que danzaban ante sus
manos.
Kurt intentaba aprender todo lo posible por si acaso tenía que pilotar la nave
alienígena. No obstante, resultaba difícil observarla a ella y no las pantallas de visión.
Al sol le faltaba un palmo para hundirse bajo la línea del horizonte, y la nave del
Covenant discurría entre sombras alargadas y una tenue luz roja.
Cuando la jungla empezó a tornarse menos espesa, Kelly descendió y zigzagueó
entre las acacias, volando a dos metros por encima de la sabana.
—Pan comido, capitán de fragata. Tranquilícese —dijo Kelly sin alzar los ojos de
sus controles.
Pasó la mano con suavidad por encima de una banda de aceleración y la nave
saltó al frente, abandonando con un zumbido la sabana para sobrevolar el escarpado
territorio de desfiladeros.
Kelly maniobraba de un modo agresivo: desviándose arriba y abajo, efectuado
cuartos de giro para virar alrededor de mesetas, descendiendo al interior de barrancos
y parando en seco en el último instante para evitar estrellarse contra una.
—Fantástico —murmuró Kurt a Kelly, y se obligó a soltar el borde del asiento
que ésta ocupaba.
Justo al frente, la ladera de la montaña se elevaba suavemente a unos dos mil
metros de altura.
—Nada aerotransportado en los sensores —anunció Will—. Navegación
despejada al frente.
—¿Situación de las ojivas? —preguntó Kurt, usando el transmisor.
Ash se conectó al canal.
—Todos los detonadores de las ojivas FENRIS asegurados y fijados a nuestra
señal segura de transmisión, señor. Como ordenó, dos cabezas nucleares separadas,
armadas y listas para el transpone. Trabajando en el resto.
—¡Atención! —chilló Kelly.
El morro de la nave se elevó violentamente. Una roca del tamaño de un Warthog
rodó por la ladera de la montaña… golpeando el tren de aterrizaje.
La nave de desembarco empezó a descender en picado, pero, con suma pericia,
Kelly la estabilizó, la enderezó y volvió a retomar el rumbo.
—Eso estuvo cerca —masculló.
—Efectúa otra exploración en busca de movimiento en la superficie —ordenó
Kurt a Will.
Will movió el ángulo de la cámara a babor y a estribor.
Kurt advirtió que no se hallaban sobre una única montaña; era una cordillera…,
toda ella con una elevación equivalente, extendiéndose suavemente en un arco hasta
donde alcanzaba la vista.
—Movimiento detectado —dijo Will—. Acaba de aparecer, señor. Al frente.
Tengo un blanco fijado.
Una silueta apareció en la pantalla, recortada en el resplandor del sol que se
ponía.
Kelly viró violentamente a babor.
Mientras su ángulo relativo cambiaba, Kurt vio movimiento: tierra y rocas
salieron disparadas hacia lo alto y luego cayeron en cascada por la ladera.
Will deslizó la mano sobre sus controles y polarizó el monitor para eliminar el
resplandor. El movimiento provenía de una colección de treinta Centinelas
entrelazados, con los botalones y esferas centrales reunidos en una forma oblonga, y
por el centro viajaba una corriente continua de piedras.
A Kurt le recordó un gusano mecánico vomitando encima de la ladera de la
montaña.
La doctora Halsey trepó a la cabina.
—No se detectan picos de energía —indicó Will—. No están listos para disparar.
—Mantén esta dirección —indicó Kurt a Kelly, tragando saliva.
Contempló como la máquina gigante se perdía de vista tras ellos. Sin duda los
había visto. Treinta juegos de ojos no podían haber dejado de ver algo tan grande
como una nave de desembarco del Covenant. ¿Por qué no había atacado?
La doctora Halsey pulsó un control y una de las pantallas retrocedió a los
Centinelas entrelazados. Estudió la imagen un instante, y luego declaró:
—Muñecos de hojalata.
—No comprendo la referencia —dijo Kurt.
—Un antiguo juguete infantil —respondió ella—. Palitos y conectores planos
redondos. Estos podrían ser su homólogo en el mundo de los Forerunners. Se
reconfiguran para llevar a cabo distintas tareas, poseyendo todos los componentes
básicos requeridos: unidades antigravedad, generadores de campos de energía,
armamento proyector de energía. Es el equivalente, sospecho, de las sencillas
máquinas que componen nuestra tecnología: la rueda, la rampa, la palanca, la polea y
el tornillo.
Su análisis superficial de una tecnología varios siglos más avanzada que la de
ellos irritó a Kurt.
—Yo diría que esta configuración —prosiguió la doctora Halsey— no está
diseñada para combatir, y no atacará a menos, desde luego, que se les provoque. Su
programación, en tanto que sofisticada, parece destinada a algo; es decir, cada
combinación de Centinelas se especializa en una tarea individual. Y justo en estos
momentos, esa tarea es remover tierra.
—Eso no significa que no haya más parejas de combate en las cercanías —dijo
Kelly—. ¿Ordenes, señor?
Kurt detectó un levísimo deje de nerviosismo en la voz de Kelly. También él lo
sentía en el fondo del estómago. Si aquellos treinta Centinelas de allí atrás hubieran
querido, podrían haber convertido aquella nave en pedacitos de metralla.
Sólo existían dos opciones: seguir adelante o retroceder.
Kurt sintió que su suerte se había agotado, pero también pensaba que estaban
cerca de encontrar algo.
Echó de menos los días de misiones sencillas, cuando sólo había dos cosas de las
que preocuparse: maniobrar y dónde estaban las líneas de fuego del propio equipo.
Sin embargo, cuando descomponías aquello en sus diferentes componentes,
olvidabas las consecuencias del éxito o el fracaso; ¿no era aquella misión igual que
cualquier otra?
Moverse y disparar. Localizar un objetivo que capturar o neutralizar. Minimizar
las bajas al tiempo que se inflige el mayor daño al enemigo. Entrar de prisa. Salir aún
más de prisa.
—Nuevo rumbo —dijo a Kelly—. Noventa grados a estribor. Haznos subir por
esa ladera.
—A la orden, señor.
La nave de desembarco en forma de diapasón se ladeó y ascendió veloz por la
ladera. La tierra desapareció debajo de ellos al coronar la cima.
Al otro lado encontraron un cráter de un centenar de kilómetros de diámetro.
Había miles de excavadoras en la ladera interior, todas ellas escupiendo rocas por
encima del borde. Los Centinelas habían creado un gigantesco hormiguero. ¿Cuánto,
se preguntó Kurt, había excavado la ONI en las décadas que habían estado allí?
Y ¿cuánto de aquello era obra de los Centinelas?
A elevaciones menores no había nada que ver. El sol estaba demasiado bajo y las
sombras se acumulaban. Kurt aumentó la ampliación de imagen de su visualizador
frontal de datos y aparecieron unas líneas tenues…, pero nada tenía sentido.
—Acércanos más —susurró.
Kelly inclinó la nave para que descendiera por la ladera interior y redujo la
velocidad a un cuarto.
Las nubes del cielo se iluminaron con tonos naranjas y rojos a medida que el sol
poniente se reflejaba en sus partes inferiores…, y el cráter interior resplandeció con
un tenue color ámbar.
Kurt parpadeó, deslumbrado por lo que veía. Imágenes reflejadas de las nubes
flotaban sobre superficies angulosas y llameaban carmesíes y doradas.
A medida que sus ojos se adaptaban, distinguió remolinos y bandas de otros
colores apagados por debajo de las imágenes reflejadas: listas verdes y ondas negras
y plateadas que parecían un tempestuoso océano congelado allí mismo.
Pestañeó una vez, dos, y luego, por fin, desenmarañó la ilusión óptica de formas,
colores y sombras.
Había pilares y arcos; acueductos elevados; templos con columnas con florones
de símbolos tridimensionales de los Forerunners; un bosque de geometrías esculpidas
de esferas, cubos y boceles; carreteras que se curvaban hacia arriba y se enroscaban
en superficies Möbius: era una inmensa ciudad alienígena.
Kurt sacudió la cabeza para aclarar sus ideas, y entonces reconoció el material
con el que estaba construida la ciudad. Lo había visto antes en los cantos rodados
arrastrados por el río y en las losas extraídas del cercano cañón Gregor. Una roca tan
abundante que había dado nombre a aquel mundo. Sólo que el material del cráter lo
habían pulido hasta darle una nivelación óptica que reflejaba el cielo con bandas
multicolores superpuestas.
—Ónix —murmuró.
—Cuarzo de calcedonia con microelementos que amplifican su variación
espectral —comentó la doctora Halsey.
Columnas festoneadas se alzaban del suelo del cráter hasta la montañosa cima,
una elevación que Kurt asumió que había estado a nivel del suelo antes de que la ONI
iniciara sus excavaciones.
Mientras maniobraban para acercarse más a un pilar, Kelly ladeó la nave y Kurt
vio las imágenes reflejadas de un millar de puestas de sol diferentes; todas con
distintas geometrías de nubes, alguna con bandadas de aves migratorias, o
dinosaurios; otras tenían siluetas de naves espaciales azules, y una ardía con una
supernova que iluminaba el crepúsculo… todas imágenes capturadas allí. ¿Del
pasado? ¿Del futuro? ¿De ambas cosas?
Y sólo entonces cayó en la cuenta de la escala a que estaba hecha la estructura.
Tenía tres kilómetros de diámetro, más grande que un transporte del UNSC.
La mente de Kurt se rebeló ante la envergadura de aquella tecnología, el esfuerzo
que habría costado construir algo así.
Dirigió un vistazo a la doctora Halsey. Esta, si bien estudiaba atentamente la
pantalla de visión, no parecía en absoluto impresionada.
—¿Sabía que esto estaría aquí? —le preguntó.
—Lo sospechaba —respondió ella—. Francamente, tras examinar los informes de
las estructuras Halo, me siento un tanto decepcionada.
—Es más grande que las ruinas situadas debajo de Reach —dijo Kelly.
—No descubrimos toda la extensión de aquellas ruinas —replicó la doctora—, y
probablemente jamás lo haremos. —Miró al monitor entrecerrando los ojos—. Ahí —
dijo, señalando una lejana cúpula reluciente—. ¿Puedes acercarte más a esa
estructura? —Se volvió hacia Kurt—. Con su permiso, capitán.
—Nueva dirección cero dos cinco —indicó él—. Elige la mejor ruta.
—Nuevo rumbo, a la orden —respondió Kelly.
Al descender más, la nave de desembarco pasó veloz junto a una escalera que
ascendía hacia la nada; cada peldaño era una hectárea de piedra pulida e intacta.
La luz reflejada en las nubes se atenuó y las suaves superficies se fundieron en las
sombras. La cúpula de la doctora Halsey se tornó de un rojo dorado y se desvaneció
hasta convertirse en una silueta.
Will dirigió el radar pasivo hacia la construcción y un contorno recubrió la
estructura. Kurt vio que la parte superior de la cúpula estaba cortada en facetas que
formaban siete superficies planas, cada una con un arco elevado que conducía al
interior.
—¿Son lo bastante grandes como para volar a través de ellos? —preguntó.
Will consultó su pantalla sensora.
—Enormes —respondió.
—Métenos dentro —ordenó Kurt a Kelly.
—A la orden —dijo ella, y alzó el morro de la nave.
A medida que desaparecían los últimos vestigios de luz, Kurt vio destellos en el
cráter; puntos rojos que pululaban por todas partes. Centinelas.
Las manos de Will se movieron a toda velocidad sobre el panel de sensores.
—Nuevas señales de energía detectadas. Frecuencias sumamente bajas. —Alzó
los ojos—. Más de cien mil emisores claros, señor.
—¿Qué configuración? —preguntó la doctora Halsey—. ¿Enjambres, unidades
individuales o parejas?
—Noventa y cinco por ciento enjambres —respondió Will, estudiando el panel—,
unos pocos cientos son pautas individuales… y otros pocos cientos son señales
dobles.
—Parejas de combate —murmuró Kurt—. Kelly, iguala su velocidad. —Tecleó
en el transmisor del equipo y dijo—: Preparados para un desembarco peligroso.
Todos listos para combatir.
Luces de situación verdes centellearon como respuesta confirmando su orden.
Desaceleraron sobre la ciudad cada vez más oscura, deslizándose sigilosamente
hacia la cúpula. A Kurt su instinto le decía que aquello era lo correcto. Sin embargo,
la parte lógica y consciente de su mente lo instaba a marcharse. Confiaría en su
«instinto» en aquello…; conseguiría que entraran y se pusieran a cubierto antes de
que cada Centinela del lugar empezara a dispararles.
—Con suavidad —dijo.
La mano de Kelly permaneció inmóvil por encima de la banda del acelerador.
—¿Cree que esas cosas son lo bastante listas como para usar nuestros propios
trucos contra ellas? ¿Atraernos al interior y luego cerrar la trampa?
—Es una posibilidad —admitió él—. Pero no creo que se hayan tomado tantas
molestias para desenterrar este lugar sólo para luego volarlo en pedazos. —Se
encogió de hombros—. Es simplemente un presentimiento.
Kelly y Will intercambiaron una veloz mirada.
—Comprendido —dijo Kelly—. Acercándonos a la estructura. Trescientos
metros.
—Métenos dando marcha atrás —indicó Kurt.
La nave aminoró, giró, y se dirigió con cuidado hacia una de las arcadas de la
cúpula. Cinco naves de desembarco del Covenant habrían pasado al unísono por la
abertura y aún habría quedado espacio libre.
Una vez dentro, el resplandor azul de sus motores iluminó las paredes. Las
superficies interiores estaban cortadas en ángulo y talladas con mapas estelares y
jeroglíficos de los Forerunners.
Debajo, siete superficies planas, cada una del tamaño de una cubierta de aterrizaje
para naves de transporte, estaban colocadas a intervalos regulares. Kelly los posó
sobre una de ellas.
Kurt abandonó la nave. Will lo siguió, y juntos ayudaron a la doctora Halsey a
salir.
El resto de Spartans ocuparon posiciones defensivas alrededor del vehículo.
El sensor de movimiento de Kurt mostró a todos los que estaban en la cubierta,
pero no había nada más allá de la plataforma de aterrizaje aparte de oscuridad. Todo
ruido quedaba engullido por el inmenso vacío del interior, y le pareció como si se
ahogara en sombras y silencio.
Puso en marcha una frecuencia de radio en monocanal y abrió el audio externo
para que la doctora Halsey también pudiera oírlos.
—Haremos esto de prisa —dijo a su equipo—. Olivia, Will, explorad el perímetro
de esta plataforma de aterrizaje. Quiero un informe en noventa segundos sobre todas
las rutas y movimientos detectados por los sensores.
Olivia y Will asintieron y se fundieron con la oscuridad.
—Linda, Fred, Mark, Holly, coged proyectiles garfio, escalad la cúpula y ocupad
puestos de vigilancia en las arcadas. Montad repetidores de monocanal y líneas de
interconexión. Al más mínimo movimiento, dad la alarma.
Sus luces de situación le respondieron con parpadeos verdes. Linda desapareció
en el interior de la nave y regresó con unas saetas que parecían arpones y rollos de
cuerda, que repartió entre los otros tres Spartans. Éstos deslizaron los proyectiles al
interior de sus rifles, apuntaron, y los dispararon a través de las arcadas situadas sobre
sus cabezas. Unos cables trenzados se desenrollaron, arrastrados por el garfio, y, tras
comprobar la fijación, ascendieron rápidamente por las cuerdas.
—Dante, Méndez, quedaos junto a la nave. Tened vuestro equipo listo y cargado
en bolsas.
La luz de Dante permaneció apagada durante todo un segundo en señal de
protesta, y luego parpadeó verde. Méndez asintió y ambos volvieron a subir a la nave.
—Kelly, Ash, Tom y Lucy…, vosotros conmigo y la doctora Halsey. Ash, agarra
esas ojivas desmontadas.
Ash penetró en la zona de carga de la nave y regresó cargando una pesada
mochila.
—Tom, Lucy —siguió Kurt—, mantened cubierta a la doctora Halsey.
Sus suboficiales mayores se colocaron uno a cada lado de la doctora.
—Tenemos una escalera, señor —informó Will—. Atraviesa el suelo y rodea el
pedestal de soporte de la plataforma de aterrizaje. No se detecta movimiento.
—Recibido —dijo Kurt—. Olivia, únete a Will. Exploradla. Os seguiremos.
Se orientó siguiendo el identificador amigo-enemigo de Will y colocó una antena
de retransmisión monocanal en el borde de la plataforma para poder mantenerse en
contacto con la superestructura.
Kurt condujo a su equipo a la escalera que descendía en espiral alrededor del
pedestal gigante que sostenía la plataforma de aterrizaje. Kelly y Ash iban justo
detrás de él, Tom era el siguiente, luego la doctora Halsey y a continuación Lucy
cerrando la marcha.
Cada peldaño de la escalera estaba separado veinticinco centímetros del siguiente,
pero se desplegaban en abanico diez metros desde el pedestal. Kurt se mantuvo en la
zona interior de la espiral, evitando la oscuridad que se extendía más allá.
La doctora Halsey hizo una pausa para examinar la superficie de piedra.
También Lucy se detuvo, y la tenue iluminación de las luces tácticas de su
armadura SPI se reflejó en la roca veteada. Alargó la mano y tocó su imagen. El
material era de tal transparencia que, por un momento, hizo rebotar reflejos dentro de
los reflejos…, y un número infinito de Lucy’s aparecieron en la roca.
Retiró la mano y prosiguieron apresuradamente la marcha.
Tras dar tres giros alrededor del soporte, el identificador de Will apareció en el
visualizador frontal de datos de Kurt.
Un canal de comunicación monocanal se activó.
—Una sala al frente, señor —informó Will—. Con símbolos de los Forerunners,
creo.
La voz de Fred sonó en el transmisor.
—Estamos en nuestros puestos. Todo tranquilo.
—Manteneos alerta —dijo Kurt a Fred, y luego se dirigió a Will—: Muéstramela.
Este los guió hasta que las escaleras atravesaron un piso y se detuvieron en una
entrada en forma de arco. Olivia se agazapó allí, con el rifle preparado, cubriendo la
habitación situada al otro lado. La estancia sólo tenía cuatro metros de ancho. Tras la
grandiosidad capaz de inducir agorafobia de la ciudad, aquella habitación parecía
sofocantemente pequeña.
—Observe —dijo Will, y dio un paso al interior.
Glifos holográficos de los Forerunners —puntos, guiones, líneas y polígonos— se
alzaron del suelo de piedra y se enroscaron a su alrededor.
—¿Da usted su permiso, capitán? —preguntó la doctora Halsey—. No es
peligroso, se lo aseguro. He visto superficies de control similares en los diarios de la
misión Halo.
A Kurt no le gustaba que un civil asumiera el mando, pero la doctora Halsey era
la experta allí…, o lo más parecido a un experto de que disponía, en cualquier caso.
—Muy bien, doctora —respondió—. Pero vaya con cuidado.
La doctora Halsey se adelantó.
—Quédese totalmente inmóvil —le dijo, y entró en la habitación.
Dio un golpecito con el dedo a un diminuto cuadrado cristalino de color azul, que
parpadeó a modo de respuesta.
—Siguen siendo condenadamente difíciles de interpretar —masculló ella—.
Existe una sencilla traducción bidimensional, pero ahora veo que hay interpretaciones
a dimensiones más elevadas. —Alargó la mano para coger su ordenador portátil.
—No hay tiempo para detalles —le dijo Kurt.
La mujer frunció el entrecejo y guardó el ordenador.
—Todo significado está en los detalles, capitán. —Apretó los labios,
concentrándose en los símbolos, y luego se irguió—. Por aquí.
Empezó a avanzar a grandes zancadas por la habitación, y el suelo se iluminó con
un azul brillante ante ella, dirigiéndose directamente a una pared desnuda.
Kurt posó una mano sobre su brazo, conteniendo con suavidad su precipitación;
luego hizo una seña a Lucy y a Tom para que se reunieran con él y los tres Spartans
avanzaron lentamente.
La doctora indicó un pequeño punto azul ligeramente más brillante situado en la
pared.
Tom y Lucy adoptaron posiciones de disparo a ambos lados de él, y Kurt alargó la
mano hacia el punto, esperando problemas.
La pared se deslizó lateralmente, dividiéndose en dos, y en la oscuridad del otro
lado un puente de luz se encendió con un parpadeo, describiendo un arco que se
perdía a lo lejos.
—Quédate aquí y transmite información a la zona superior —ordenó Kurt a
Olivia.
La joven asintió.
Kurt hizo una pausa ante la pared, comprobando si el puente semitransparente
soportaría su peso. Aguantó. De todos rao-dos no le gustaba. Si la energía se
interrumpía, aquella cosa podía desvanecerse.
Avanzó doce pasos, con Tom y Lucy justo detrás de él… aunque la distancia que
cubrían sus pasos no parecía corresponderse con la distancia mucho mayor que le
parecía estar recorriendo a lo largo de la curva del puente. Miró abajo: sombras
insondables. Mantuvo los ojos fijos al frente.
Cuando alcanzaron el final del puente, una puerta de luz deslumbradora hizo su
aparición, y las sombras se abrieron.
Kurt, Tom y Lucy cruzaron, sin registrar siquiera una ínfima señal de contacto
enemigo en sus sensores de movimiento. Kurt se encontró en una cámara
semiesférica de veinte metros de anchura. En el centro había una consola por encima
de la cual flotaban jeroglíficos de tonalidad metálica de los Forerunners.
Kurt se dio la vuelta e hizo una seña a la doctora Halsey para que se reuniera con
ellos.
La mujer cruzó el puente con pasos rápidos. Kelly, Will y Ash la siguieron a toda
prisa, con los sentidos agudizados en busca de cualquier movimiento.
Entraron en la estancia y la doctora Halsey estudió el holograma.
—A falta de un término mejor —explicó—, esto es un centro de información. —
Pasó las manos por encima de los símbolos de la consola—. Deberíamos poder
encontrar… —pulsó un diminuto icono triangular flexible—… un mapa.
Alrededor de Kurt se produjo un estallido de luz. Formas geométricas
holográficas centellearon y se retiraron veloces a una perspectiva lejana, y una esfera
de símbolos y líneas de topología surgieron sobre la consola, hasta llegar al techo de
la habitación.
—¿Un mapa? —inquirió Kurt.
—De nuestra posición actual —respondió la doctora Halsey.
—¿Así que este edificio es redondo? —preguntó Kelly.
—No es exactamente correcto —respondió la doctora—. Sí que nos encontramos
en este edificio. Y este edificio está en esta ciudad, que técnicamente se encuentra en
este denominado planeta, pero esta imagen está contemplada en zum. Observen.
Hizo dar vueltas a un símbolo circular dorado y la estructura holográfica pasó a
través de Kurt a medida que el mapa se expandía. Un punto en la superficie de la
esfera se amplió y se convirtió en líneas, cuadrados, triángulos y un círculo.
La imagen se amplió rápidamente sobre el círculo y éste se ladeó noventa grados,
mostrando profundidad y una cúpula cortada en facetas con siete arcos.
La doctora Halsey giró el símbolo circular dorado y el punto focal se desplazó,
descendiendo a través de los niveles del edificio para mostrar la plataforma de
aterrizaje y el contorno de la nave de desembarco del Covenant con un núcleo del
reactor llameante. Méndez y Ash aparecieron y diminutas señales biológicas se
desplegaron junto a ellos.
La imagen descendió más y la habitación en la que estaban se materializó y Kurt
se contempló a sí mismo, a los otros Spartans y a la doctora Halsey.
—Y atrás —dijo ella mientras hacía girar el icono en forma de círculo. La
habitación encogió hasta convertirse en edificio, luego ciudad y de nuevo a la enorme
estructura esférica.
La escala de aquello finalmente penetró en la mente de Kurt. Una vez que lo
comprendió, tardó unos cuantos segundos en volver a hablar.
—Cuando dijo que la traducción de los Forerunners para Onyx era «mundo
escudo» —murmuró—, se trataba de una traducción literal, ¿no es cierto?
—Aparentemente así es —convino la doctora—. Todo el planeta es artificial…,
como los anillos Halo.
Algo atrajo la atención de la mujer a la consola y pulsó un octaedro azul.
—¿Es posible que sea…? —murmuró.
El mapa volvió a cambiar, ahora a través de la superficie del mundo, penetrando
profundamente en la corteza, y mostró una sala llena de maquinaria y ocho vainas
oblongas que brillaban recubiertas de campos de energía. En el interior había cuerpos
humanos, traslúcidos, con las facciones recordando a espectros. Junto a cada uno
palpitaba el vestigio de los latidos de sus corazones.
—Son el equipo Katana —dijo Ash, y se acercó un paso—.
AJ menos cinco de las personas metidas en esas cosas. Desaparecieron en la Zona
67… antes de que todo esto empezara.
—Tenemos que sacarlos —replicó Kurt—. Doctora, encuéntreme una ruta hasta
esa posición. Kelly, Ash, traed los botiquines médicos de la nave y…
La doctora Halsey alzó una mano.
—Un momento, capitán —oprimió un punto.
El mapa de Onyx retrocedió hasta tener un metro de anchura y las estrellas
titilaron en las paredes de la sala de mapas. Un diminuto destructor del Covenant
apareció en órbita…, luego otro… y otro, hasta que un total de veinticuatro naves
orbitaron repentinamente en el espacio normal surgiendo del Slipspace.
—Salimos del fuego para…
Kurt se puso a pensar a toda velocidad. Todavía podían hacerlo. Rescatar al
equipo Katana y salir de allí. Pero no podían limitarse a marcharse y entregar al
Covenant toda la tecnología que había en Onyx. Disponían de las ojivas FENRIS,
pero ni detonándolas todas conseguirían destruir siquiera una diminuta porción de
aquel planeta.
—Tenemos visitas. —La voz llena de estática de Fred crepitó en el transmisor—.
Centinelas.
—¿Cuántos?
—Todos ellos, señor.
31
SÉPTIMO CICLO, 193 UNIDADES
(CALENDARIO DE COMBATE DEL
COVENANT) / A BORDO DEL CRUCERO
«INCORRUPTIBLE», EN ÓRBITA SOBRE EL
SISTEMA DEL PLANETA ONYX: ZETA
DORADUS (DENOMINACION HUMANA)
* * *
Ocho naves del UNSC abandonaron el espacio Slipstream para penetrar en el negro
vacío interestelar, dando lugar a un espectáculo pirotécnico de radiación Cherenkov
azul y vertiginosa desintegración de partículas subatómicas.
El comandante Lash lo usó a su favor.
—Fije nuevo rumbo a estribor, perpendicular al vector de ataque de la flota —
ordenó a la teniente Durruno.
—A la orden, señor.
Bajo el resplandor rojo de la iluminación de combate de la nave, sus oficiales
parecían más vivos ahora… y más asustados.
El camuflado Dusk se alejó de los destructores, la nave de transporte y el crucero
del grupo de combate del almirante Patterson.
Lash no huía; un sentimiento que no hacía más que repetirse desde que
presenciara los acontecimientos en el anillo Halo.
Había ofrecido los servicios del Dusk para regresar y explorar el planeta en una
segunda misión de reconocimiento, pero el almirante le había dicho que no había
tiempo. Pensaba «atrapar a aquellos bastardos del Covenant con los pantalones
bajados» y atacar mientras se hallaban cerca del pozo gravitacional del planeta.
Con todo a su favor era una táctica acertada. No obstante, a Lash le preocupaba
que el almirante comprometiera tantas vidas sin disponer de todos los datos.
—Colóquenos en una órbita elíptica alrededor del lado oscuro de Onyx —ordenó
Lash—. Fije el apogeo a cincuenta mil kilómetros. Adelante un tercio.
—Nuevo rumbo fijado, señor. —La teniente Durruno se volvió para mirarlo. Con
expresión afligida, abrió la boca para hablar, vaciló y luego dijo a toda prisa—: Le
pido disculpas, comandante. Creía que teníamos órdenes de permanecer alejados del
combate.
—Lo haremos —respondió él—, pero vamos a finalizar ese escaneo planetario.
—Se dirigió al puesto de navegación y posó una mano en el hombro de Bethany—.
Llévenos con suavidad y sin hacer ruido.
—Sí, señor —respondió ella, y sus ojos se clavaron al frente en sus pantallas.
A continuación Lash dijo al teniente Yang:
—Controle las lecturas térmicas de los motores e impúlsenos por delante de ellos
a un tercio de potencia…, justo hasta el límite de la línea oscura.
Yang tragó saliva y luego respondió:
—A la orden, comandante.
Lash se movía por una línea muy fina. Quería velocidad e invisibilidad.
—¡Acción en pantalla! —anunció el capitán Waters.
En el visor central aparecieron destellos en la oscuridad. El almirante Patterson
había lanzado su ofensiva alfa.
—Ampliación a cuarenta —ordenó Lash.
Los dos destructores del Covenant aparecieron bruscamente en la pantalla central.
Misiles Archer dispersos detonaron sin causar daños en sus escudos. Las naves
abandonaron la alineación orbital para enfrentarse al enemigo, y, al hacerlo, cerraron
filas.
Tres esferas blancas reventaron detrás de los navíos…, se expandieron y
envolvieron a los destructores enemigos, ahora agrupados. Chorros de iones
sobrecargados se canalizaron hacia abajo en dirección a la magnetosfera del planeta.
—Una colocación perfecta de las cabezas nucleares —murmuró Yang, paseando
la mirada entre la pantalla y sus instrumentos—. Máxima destrucción y radiación
atrapadas por el planeta de modo que la flota pueda entrar.
—Y acabar con ellos. —Waters se frotó las manos con inconsciente expectación.
Las bolas de fuego se enfriaron tornándose rojas y una solitaria figura de
elegantes líneas emergió: uno de los destructores había sobrevivido. Cargas de
plasma salieron raudas en dirección al centro del grupo de combate del UNSC; en
línea recta hacia la nave insignia del almirante Patterson, el Stalingrado.
Las proas de las naves del UNSC llamearon al disparar sus cañones de
aceleración magnética.
Llamaradas y proyectiles sobrecalentados atravesaron el espacio entre los dos
contendientes.
El destructor del UNSC Glasgow Kiss aceleró para colocarse frente a la flota; la
estrecha nave giró lateralmente, situándose entre el plasma que se acercaba y el
Stalingrado. Una docena de cápsulas de salvamento salieron disparadas de su casco al
recibir la nave el impacto de tres de las cuatro lanzas de plasma. El casco se calentó
durante un momento, y luego se hizo añicos.
—Rastree esas cápsulas —ordenó Lash al teniente Yang.
—A la orden, señor.
En la pantalla, el Stalingrado recibid un impacto directo en su lado de babor. El
plasma se abrió paso a través de metros de blindaje de titanio-A como un soplete a
través de papel de arroz, y las cubiertas de la parte central reventaron.
Los proyectiles MAC de la flota del UNSC alcanzaron el destructor del Covenant,
rompieron los escudos reconstituidos de la nave y a continuación penetraron en el
casco, empujando la nave hacia atrás con tal violencia que ésta cayó sin control a la
atmósfera del planeta, dejando un rastro de turbulencia y fuego.
Sus motores llamearon y aceleraron, introduciéndola en una órbita sumamente
baja…, lejos de la flota.
—Cobardes —masculló Waters.
—Tengo mis dudas —replicó Lash—. Hemos sobrevivido a cinco combates entre
el UNSC y el Covenant. —Clavó la mirada en las profundidades espaciales,
recordando la carnicería y que el UNSC sólo había vencido en una de aquellas
batallas—. El Covenant sencillamente no huye, capitán. Pueden retirarse para
reagruparse, pero cuando los superan en armamento y en número… mueren matando.
Sólo existía una razón posible para que aquel solitario destructor del Covenant
pusiera pies en polvorosa.
—Vamos a salir a la luz —dijo Lash a la teniente Durruno—. Aumente la
velocidad de flanqueo. Mantenga el rumbo.
—¿Señor…? —La oficial se inclinó sobre sus controles—. A la orden, señor.
Lash se puso en comunicación con ingeniería.
—Capitán de fragata Cho, vacíe condensadores de Slipspace y dirija esa potencia
a los motores. Los quiero un ciento treinta por ciento calientes.
Lo que había parecido como una victoria en el puente hacía un instante se
desvaneció y los oficiales de Lash volvieron a parecer recelosos y cansados.
El silencio reinó en la radio, y entonces Cho respondió:
—Dirigiendo potencia ahora.
El Dusk había salido al descubierto, y Lash estaba violando la primera regla de
cualquier capitán de patrullera: permanecer oculto.
Pero todos sus instintos le gritaban que el Covenant no sería tan fácil de vencer, y
que habían pasado por alto algo de vital importancia.
Las siete naves del almirante Patterson salieron en persecución del solitario navío
enemigo y se perdieron de vista cuando el Dusk describió un arco alrededor del
planeta.
Lash regresó al asiento del capitán y se instaló en él, inquieto.
Waters permaneció de pie junto a él y le susurró:
—Dime que sabes lo que haces, Richard.
Lash se inclinó al frente y no dijo nada.
—Saliendo a la parte oscura de Onyx en quince segundos —anunció el teniente
Yang—. Diez… cinco… tres, dos, uno.
El rostro nocturno del planeta apareció en todas las pantallas, oscuro a excepción
de las centelleantes nubes situadas en los límites del crepúsculo.
—¡Punto caliente! —gritó Yang—. En el horizonte: veintisiete grados norte,
ciento dieciocho este. Recalibrando lecturas térmicas para atravesar distorsión
atmosférica.
En el visor principal una imagen fluctuante se convirtió en veinte naves del Pacto
—ascendiendo a velocidad de flanqueo por la atmósfera— que avanzaban por un
vector de intercepción hacia la flota del almirante Patterson.
Lash se puso en pie de un salto.
—Reduzcan potencia de motores a un tercio —dijo—. Vuelvan a habilitar
protocolos de invisibilidad. Introduzcan nuevo rumbo: órbita polar. Denme una clara
línea de visión con el Stalingrado.
—Nuevo rumbo, a la orden —dijo la teniente Durruno, con la voz tensa mientras
calculaba la órbita—. Preparados para impulso de corrección a un tercio de potencia.
El Dusk cabeceó y se inclinó para alcanzar una alineación con el polo. Los
motores retumbaron y la patrullera describió un arco en dirección a los casquetes de
hielo de Onyx.
—Cénit en veintitrés segundos —anunció Durruno.
Lash se volvió hacia el capitán de fragata Waters.
—Informe de acción.
Los ojos de Waters ya estaban fijos en su pantalla.
—Nada, la flota del Covenant hace caso omiso de nosotros.
Lash debería haberse sentido aliviado; el enemigo podría haber destruido el Dusk
con unos cuantos disparos láser. Pasar a invisibilidad era lo correcto. Pero a pesar de
sus años de entrenamiento eludiendo al enemigo, Lash deseó que el Covenant se
hubiera vuelto contra ellos, porque eso habría dado a Patterson unos cuantos
segundos extra para ver lo que se avecinaba.
Aguardó quince segundos —el cuarto de minuto más angustioso de su vida—
contemplando como las nubes, las masas continentales y los océanos de Onyx
pasaban por debajo de su nave.
Finalmente, el Dusk coronó el polo y las estrellas —así como la flota del
almirante Patterson— volvieron a aparecer en la pantalla de proa.
Sólo a un centenar de kilómetros de distancia los navíos del UNSC dispararon
todos los cañones de aceleración magnética y lanzaron una andanada de misiles
Archer contra las naves enemigas que se precipitaban sobre ellos. Los meteóricos
proyectiles resplandecieron en la atmósfera dejando cicatrices humeantes.
Relampaguearon láseres desde las naves enemigas destruyendo los misiles que se
aproximaban, pero no pudieron detener los proyectiles MAC disparados a
quemarropa.
Siete de ellos alcanzaron los dos destructores que encabezaban las filas del
Covenant, hicieron añicos sus escudos, abollaron el blindaje y aporrearon los cascos,
inutilizando los navíos de modo que tuvieran que abortar su misión de ataque al verse
atrapados en la atracción gravitacional del planeta. Los motores de una de las naves
llamearon, sobrecargándose cuando su capitán intentó un aterrizaje del que pudieran
salir con vida. Un solitario destructor, no obstante, consiguió ponerse en órbita,
neutralizado su impulso de caída.
Una victoria que Lash sabía duraría poco.
El enemigo los superaba en número en casi tres a uno, con armamento y escudos
defensivos superiores. Y la proximidad de un pozo de gravedad significaba que
Patterson estaba inmovilizado en un rincón. Sería una masacre.
Un chorro de plasma brotó de la flota del Covenant asemejando una erupción
solar mientras hervía a través del vacío del espacio en dirección a las naves del
UNSC.
Patterson no era ningún idiota. No intentó ninguna maniobra de evasión a aquella
distancia, sino que en su lugar los motores de sus naves funcionaron a toda su
potencia y viraron hacia una órbita más baja…, acelerando en dirección al ataque.
Aquello no serviría para detener el plasma guiado, pero saldrían moviéndose a
mucha más velocidad, posiblemente lo bastante rápido como para evitar un segundo
ataque.
El plasma siguió a las naves del UNSC mientras descendían en picado. Una
milésima de segundo antes de que impactara, los proyectores de energía se
encendieron en las naves del Covenant y rayos deslumbrantes de pura radiación
blanca iluminaron las naves de Patterson; el resplandor fue tal que la escena quedó
paralizada por un instante, grabada a fuego en las retinas de Lash.
Explosiones y chorros de titanio fundido inundaron las pantallas y se expandieron
rápidamente en forma de una nube de chispas y humo procedentes de los cascos
resquebrajados de las naves del UNSC.
Milagrosamente, cinco naves de guerra humanas salieron disparadas del centro de
aquella destrucción, dejando un reguero de fuego, para penetrar atronadoras en el
corazón de la flota enemiga.
Un destructor del UNSC, el Iwo Jima, rozó un transporte del Covenant que era el
triple de su tamaño, rebotó contra sus escudos y fue a estrellarse contra otros dos
destructores enemigos. El navío estalló desde el interior, debido a una sobrecarga del
reactor y a una cabeza nuclear detonada en un acto de autodestrucción. La bola de
fuego envolvió a ocho naves enemigas cercanas…, de las cuales seis sobrevivieron
tras sus resplandecientes escudos de energía.
En la flota del Covenant reinaba la confusión, así que aminoraron la velocidad e
hicieron una pausa para reagruparse.
Las naves de Patterson siguieron acelerando y describieron un arco para pasar al
otro lado de Onyx.
Habían sobrevivido…, al menos durante una nueva pasada orbital.
—Contactos adicionales —dijo Yang, que medio se alzó de su asiento para
cernirse sobre el tablero de los sensores—. Ascendiendo rápidamente desde la
superficie del planeta. Ruta de intercepción con la flota del Covenant.
—Refuerzos —dijo Lash, y sintió que se le caía el alma a los pies.
Yang permaneció en silencio, estudiando su pantalla, y luego respondió:
—No, señor. Mire en su pantalla.
Lash giró la diminuta pantalla de la silla del capitán hacia él y examinó la silueta
de una nave. El ordenador extrapoló un tosco modelo tridimensional de tres botalones
y una esfera sin estructuras de conexión entre ellos.
—Miden tres metros de proa a popa —dijo Yang—. El radar pasivo está captando
a miles de ellos.
La pantalla principal saltó a una posición de visión medio orbital y Lash
contempló como una nube de naves diminutas se aglutinaba en forma de figuras
octaédricas.
Las naves del Covenant giraron en dirección a aquella nueva amenaza,
abandonando la persecución del grupo de combate del almirante Patterson. Las
baterías laterales se calentaron y una serie de descargas de plasma salieron disparadas
en arco en dirección a las formaciones alienígenas que se aproximaban.
Una lluvia de fuego cayó sobre la estructura de ocho caras que iba en cabeza
cuando hizo aparición un escudo de energía que parecía una cortina de agua con
motas doradas. El plasma vaciló allí, como atrapado en un campo magnético. Se
calentó hasta adquirir un rojo amarillento, a continuación un rojo blanquecino y luego
se tornó azul y ultravioleta. El plasma se disolvió a través del escudo, y luego pasó al
interior de la formación sin causar el menor daño.
—¿Una captura de plasma? —murmuró Waters, sobrecogido—. Eso sí que es un
buen truco.
Las esferas situadas en el interior de la formación alienígena resplandecieron, y
de cada una surgieron rayos centelleantes que atravesaron la atmósfera a toda
velocidad en dirección a las naves del Covenant que formaban la vanguardia de la
flota.
Un centenar de haces de energía traspasaron los escudos del Covenant y se
abrieron paso al interior de los cascos de las naves. El plasma calentado a
temperaturas altísimas en el interior de la formación alienígena brotó entonces
siguiendo los rayos, enroscándose y retorciéndose como una serpiente, y cayó sobre
las dañadas naves del Covenant, vaporizando cascos y fundiendo cubiertas y
superestructuras como si estuvieran hechos de una fina película de plástico.
Tres destructores estallaron bajo aquel fuego combinado.
El plasma se disolvió por la atmósfera superior, llenando aquel casi vacío con una
neblina púrpura que se desvanecía rápidamente.
Los navíos supervivientes forzaron sus motores hasta una aceleración que los
sacara del pozo gravitacional.
Sin embargo, las naves alienígenas oponentes fueron más veloces y acortaron
distancias.
Dos navíos del Covenant giraron en redondo y dispararon sus proyectores de
energía y sus láseres contra la formación alienígena de vanguardia.
Los escudos en forma de octaedro chisporrotearon por la estática y se disolvieron.
La diminuta nave del interior de la formación estalló en una serie de bolas de fuego.
Las dos formaciones alienígenas restantes dispararon sobre las naves de la
retaguardia del Covenant; haces de energía hendieron sus escudos y las hicieron volar
por los aires convertidas en diminutas partículas.
No obstante, la estratagema del Covenant había funcionado.
El resto de su flota había escapado a la gravedad de Onyx y dejado atrás a sus
perseguidores.
A Lash le dio vueltas la cabeza. ¿Quiénes eran aquellos nuevos alienígenas? ¿O
se trataba de un arma capturada y controlada por los Spartans que éstos habían
enviado por delante?
Las tácticas del Covenant también confundían a Lash. No habían usado un salto
de Slipspace, algo que estaba seguro que habrían hecho para escapar en lugar de
sacrificar dos naves.
De repente, todo en aquella guerra había cambiado, y el comandante Lash no
estaba seguro de si había sido para mejorar o empeorar.
—Abandonen órbita… muy despacio —murmuró—. Llévenos a Lagrange-Tres.
Teniente Yang, mantenga un control continuo sobre nuestro perfil de invisibilidad.
Durruno, no abandone el radar pasivo y busque cápsulas de salvamento.
—¿Qué diablos son? —preguntó Waters, contemplando asombrado la pantalla de
visión.
Las formaciones octaédricas se dispersaron y los drones se desperdigaron por la
atmósfera superior.
Lash negó con la cabeza.
—Transmisión en la frecuencia E del UNSC, señor —dijo Yang, esforzándose por
oír a través de su minúsculo auricular—. Procedente de la superficie del planeta.
Alguien transmite en canal abierto.
—«A las fuerzas del UNSC en órbita sobre el planeta designado como XP-063,
aquí la inteligencia artificial Endless Summer, IA MIL ID 4279. Si quieren sobrevivir
los próximos tres minutos, respondan a esta salutación».
Lash y Waters intercambiaron miradas sobresaltadas.
—El mensaje se repite, señor —dijo Yang—. El esquema codificado en la onda
transportadora solicita una respuesta mediante el protocolo de codificación Jericó.
Lash no estaba seguro de qué hacer. La flota de Patterson se encontraba en el lado
equivocado del planeta para poder recibir el mensaje. Fuerzas del Covenant y fuerzas
alienígenas cuya disposición hacia ellos les era desconocida se encontraban
peligrosamente cerca, y por el momento, mientras el Dusk permaneciera en silencio,
ellos se hallaban a salvo.
—Lance un satélite de comunicaciones Viuda Negra —ordenó Lash—, y luego
llévenos a treinta kilómetros de aquí y envíe un mensaje por monocanal. Transmita
esto: «A la IA MIL ID 4279, aquí el comandante Richard Lash de la patrullera Dusk
del UNSC. Lo escuchamos…».
SECCIÓN 7
RECUPERADORES
33
20.30 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA
DORADUS, PLANETA ONYX / ÁREA
RESTRINGIDA CONOCIDA COMO Z0NA 67
Kurt gateó hasta el borde en el que Linda y el Jefe Méndez se habían apostado y fijó
la mirada sobre la enorme fábrica situada al otro lado, aunque la palabra «fábrica»
resultaba de todo punto inadecuada para describir aquel paraíso de la ingeniería.
Desde su puesto de observación se extendía un espacio cavernoso tan enorme que
detectó el leve arco de la curva del planeta a lo lejos. El techo se hallaba más allá del
alcance de la mira de precisión Oráculo de Linda, y unas finas nubes negras flotaban
dos tercios por debajo de la altura del techo.
Una máquina del tamaño de una nave de combate escupía un río de aleación
fundida al aire. Aquel metal licuado describía un arco hacia las alturas y luego caía en
cascada al interior de una torre hueca que palpitaba con colores bioluminiscentes y de
cuya parte inferior salían rodando incontables piezas diminutas que emitían destellos
de luz. Aquellas piezas las retiraban a toda velocidad cintas de energía refulgente tan
distorsionada que Kurt no veía lo que ocurría en su interior…, aunque del extremo
opuesto surgía una procesión interminable de cilindros de tres metros.
Una pirámide cinco veces la altura de la gran pirámide de Giza se alzaba a
kilómetros de distancia del punto de observación de Kurt. Pero en lugar de bloques de
piedra, aquella construcción estaba compuesta de esferas doradas flotantes que
giraban y brillaban con jeroglíficos de los Forerunners grabados en sus superficies.
Cada seis segundos una esfera de la cúspide de la pirámide ascendía en medio de
un haz de luz plateada, y a medida que se elevaba, la luz se intensificaba hasta tal
punto que ni siquiera con el visor facial polarizado al máximo podía Kurt distinguir
lo que sucedía allí. Cuando la esfera emergía, tres botalones la acompañaban, todas
las partes girando en gravedad cero y desplazándose hasta que las piezas se asentaban
en su configuración letal: un Centinela de Onyx.
El nuevo drone volaba en dirección a las nubes situadas en las alturas… que Kurt
calculó eran miles de unidades finalizadas.
Pestañeó, preguntándose cómo iban a destruir aquel lugar, y se apartó del borde.
Más hundida en las sombras de la amplia repisa descansaba una plataforma de
cuatro metros de diámetro y una diminuta consola holográfica: el aparato de
translocalización de la doctora Halsey.
La mujer, arrodillada en el centro, escudriñaba los símbolos en movimiento y de
vez en cuando pulsaba uno que le interesaba.
Los había salvado…, los había trasladado desde la sala del mapa hasta aquella
fábrica de Centinelas en un abrir y cerrar de ojos.
Fred, Kelly y Will estaban acuclillados en la plataforma, con los rifles de
precisión al hombro. No es que disparar hubiera sen-ido de nada, pero al menos
verían a cualquier Centinela que se acercara.
Frente a los SPARTANS-II estaban sentados Ash, Holly, Olivia, Mark, Tom y
Lucy; una colección de negros y grises moteados en sus armaduras SPI de camuflaje.
Sostenían guanteletes escudo Jackals, listos para activarlos y proteger a los demás.
La translocalización había provocado fuertes sensaciones de náusea. «Errores de
indeterminación» los había llamado la doctora.
A Kurt le pareció como si le hubieran desenrollado los intestinos y luego se los
hubieran vuelto a meter en el cuerpo del revés.
Holly había vomitado durante el viaje, y la muchacha sacudía ahora la cabeza,
despejando el visor todo lo que podía. No se atrevía a despojarse del casco estando en
terreno hostil. Disponía de una válvula de desempañar que secaría todo aquello, pero
harían falta unos cuantos minutos.
La muchacha se acercó más a Dante y posó una mano sobre su hombro. El cuerpo
del joven Spartan descansaba apoyado contra la pared, envuelto en una manta
térmica.
Kurt desvió la mirada; todo resultaba demasiado doloroso y se alegraba de que
nadie pudiera ver su expresión crispada.
—¿Está segura de que no podemos utilizar armamento nuclear? —preguntó a la
doctora Halsey.
—La pulsación electromagnética afectaría al sistema de translocalización durante
días. —Echó una ojeada a su reloj de pulsera—. En sesenta y ocho horas, lo que se
desencadenó al activarse los anillos Halo llegará a su término en este mundo. La
entrada a la habitación del núcleo de Onyx se cerrará. Sin el sistema de
translocalización no tendremos modo de entrar, recuperar las tecnologías, y escapar.
—Si esas cosas salen —dijo Fred, indicando la fábrica con un movimiento de
cabeza—, se enfrentan a la flota del UNSC y vencen, estaremos atrapados aquí.
La doctora Halsey abrió su ordenador portátil, pulsó unas cuantas teclas y luego
giró la pantalla de cara a los Spartans. Allí aparecía una vista aérea de la fábrica.
—Aquí, aquí y aquí —dijo, señalando con el dedo—. Eliminad estas estructuras y
la producción de Centinelas se detendrá indefinidamente.
Los objetivos eran un cristal emisor de energía del tamaño de un edificio de tres
pisos, un objeto en forma de «U» tan grande como un crucero del UNSC y una esfera
colosal que se extendía diez mil metros bajo el suelo.
—Vaya…, facilísimo —bromeó Kelly.
—Si usamos el resto del C-12 —indicó Will— y unos cuantos misiles SPNKR,
podríamos hacer pedazos ese cristal.
—Mirad la escala del mapa —replicó Fred, negando con la cabeza—. Los
blancos se encuentran a treinta kilómetros unos de otros. Hará falta demasiado tiempo
para llegar allí y montarlo todo.
—O sea, que debemos estar en tres lugares simultáneamente —dijo Holly con una
tosecilla—, y necesitamos diez veces la potencia de luego de que disponemos en
estos momentos. No es posible.
Kurt dio un respingo al oírlo, recordando el credo «nada es imposible para un
Spartan». ¿Cuántas vidas había costado demostrarlo? Tal vez en aquella ocasión sí
que se encontraban en un atolladero táctico insoluble.
Todos contemplaron fijamente el diagrama, perplejos.
—Conejo —murmuró Ash.
Kurt aguardó una explicación, pero Ash se limitó a seguir examinando el mapa de
la doctora Halsey.
—¡Lo tengo! —Kelly chasqueó los dedos y luego soltó una risotada—. Un plan
atrevido, chico.
—Sí que podemos estar en tres sitios al mismo tiempo —declaró Ash,
volviéndose de cara a ellos—. Y disponemos de cien veces la potencia de fuego que
necesitamos. —Se dio la vuelta y contempló la fábrica—. Todos vamos a ser conejos.
* * *
Ash reprimió el impulso de vomitar. Era el plan más estúpido que se le había ocurrido
jamás. Aunque en aquellos momentos era demasiado tarde para dar marcha atrás.
No hacía ni un momento estaba sobre la repisa mirando a la doctora Halsey
mientras ésta manipulaba los símbolos holográficos… y ahora todo el equipo Sable
se encontraba ya en el suelo de la fábrica, él con las tripas revueltas, y todos
corriendo como alma que lleva el diablo.
Desde las nubes de Centinelas situadas en las alturas, un centenar de parejas se
despegaron del resto y descendieron en picado tras ellos.
Los Spartans del equipo Sable se desperdigaron, escondiéndose bajo tuberías y
resplandecientes conductos de cristal, sin dejar de moverse tan rápido como podían.
La velocidad era la única táctica viable en aquellos instantes.
Ash distinguió el objetivo, irguiéndose tan enorme ante él que parecía más un
accidente geográfico que un objeto destructible. La pirámide de esferas se elevaba
hacia el infinito, millones y millones de bolas doradas balanceándose en sus puestos
mientras giraban suavemente, todas ellas inmovilizadas allí por tres descomunales
generadores subterráneos de campos de fuerza.
El suelo era de metal azul decorado con símbolos entrelazados de los
Forerunners. Al frente, una refulgente mancha plateada brillaba como un faro. Con
sólo diez metros de ancho, aquello era el ápice de un generador que se extendía diez
mil metros por debajo de la fábrica.
Sobre sus cabezas, un surtidor de acero fundido describía un arco de kilómetros
en el aire, un brillante arco iris de fuego. El acoplamiento de la alineación magnética
de la base era el objetivo del equipo Sable. Tom y Lucy se habían infiltrado por
delante de todos ellos para volar el cristal, alto como un edificio de tres pisos, situado
en el otro extremo de la fábrica.
Ash se detuvo un instante y se volvió para ver dónde estaban los Centinelas que
los perseguían.
Sus ojos detectaron relampagueos. El adiestramiento recibido tomó entonces el
control y su cuerpo se movió antes de que llegara a bloquear su mente pensando.
Se dirigió a la derecha, echó a correr y saltó a la izquierda. El suelo estalló. La
metralla se abrió paso a través de su armadura SPI, y él fue remotamente consciente
de que algo le había sucedido a su pierna izquierda, pero hizo caso omiso.
Rodó, se dio la vuelta y lanzó una granada mientras tres parejas de Centinelas
pasaban a toda velocidad sobre él.
La granada rebotó en sus escudos y detonó inofensivamente en el aire. Al menos
aquella parte del plan funcionaba: atraían el fuego.
Detectó una docena más de aquellas cosas en el aire, disparando a otros blancos y
bañando la fábrica en una brillante iluminación dorada, sombras afiladas y cráteres de
refulgente metal fundido.
—Formad grupos —transmitió Ash desde su radio—. Acelerad aproximación al
objetivo.
En su mapa táctico marcó la cúspide del generador, y lúe-go colocó un indicador
secundario en el punto de extracción: una posición a trescientos metros de distancia a
través de campo abierto.
Echó a correr como una exhalación, siguiendo una enloquecida pauta de
movimientos: derecha, izquierda, paradas repentinas, volteretas y regates. Haces de
energía cayeron a su alrededor. Una lluvia de fuego lo envolvió. Metal líquido le
salpicó la espalda, pero ni se inmutó. Sus ojos se nublaron y su visión se estrechó
hasta concentrarse únicamente en el blanco situado al frente.
Tenía que llegar allí. Llegaría allí.
Corrió al frente a toda velocidad, y cada uno de sus músculos bombeó ácido
láctico.
Olivia y Holly alcanzaron la cúpula, se dieron la vuelta, y sus guanteletes Jackals
se activaron con un chisporroteo. Permanecieron juntas, superponiendo los escudos
de energía.
A su espalda se erguía la increíblemente colosal pirámide de esferas, con todos
los ojos dirigiéndose hacia ellas.
—De prisa —gritó Holly en su transmisor, y alzó el borde inferior de su escudo
medio metro—. ¡Por debajo… de prisa!
Ash saltó y se coló junto a sus pies y detrás de los escudos.
La luz lo envolvió y el suelo a ambos lados se fundió y estalló.
Permaneció de pie entre sus compañeras de equipo y activó su propio guantelete
Jackal.
Mark se reunió con ellos.
Ash vaciló, esperando a que Dante llegara, y en seguida comprendió su triste
error. Deseó que su amigo estuviera allí a su lado… pero se había ido, y Dante habría
querido que el equipo mantuviera la serenidad, luchara, y venciera.
Ash contempló el enjambre de enemigos que los rodeaba. Había unos cuarenta
pares de Centinelas. Podrían haber disparado todos y enviado al equipo Sable al
infierno, pero en lugar de hacerlo se mostraban cautelosos, como si estuvieran
reflexionando sobre la situación.
Que era precisamente lo que él no podía permitir que sucediera.
—Atraed su atención —dijo a Mark.
Mark asintió y alzó el único lanzamisiles SPNKR que tenían. Apuntó a un grupo
de Centinelas situado a las cuatro en punto.
El misil hendió el aire y alcanzó a un par justo en el centro… convirtiéndose en
un estruendoso champiñón de humo. Los Centinelas, tras sus escudos, permanecieron
intactos.
Los artefactos flotantes dejaron de describir círculos y siete de ellos se alinearon
uno detrás de otro para formar una línea que apuntaba al equipo.
—Preparaos para lo que viene, chicos —dijo Ash—. Olivia, el ojo puesto a
nuestras seis.
Los Spartans se acurrucaron todo lo juntos que pudieron.
—Todo despejado detrás —susurró ella—. El mejor vector de salida está a las
nueve.
No existía la menor posibilidad de que unos pocos escudos Jackals pudieran
resistir una explosión de energía combinada que habría aplanado toda una meseta de
granito.
No obstante, tendrían que hacerlo.
Los siete Centinelas ajustaron el punto de mira y las esferas refulgieron rojas,
después ámbar, y luego con un dorado reluciente.
—Atención —murmuró Ash por el transmisor, y se agachó aún más mientras
hacía rechinar los dientes.
Los drones se contrajeron y el resplandor de sus esferas se intensificó.
—¡Ahora! —gritó Ash.
Los Spartans del equipo Sable saltaron, rodaron por el suelo y se dispersaron.
Los Centinelas dispararon un letal haz de energía que alcanzó el punto en el que
habían estado los miembros del equipo un momento antes…, una diana directa en la
cúpula reluciente del generador de campo de fuerza.
Ash se apartó a un lado, pero la onda expansiva de la explosión recorrió todo su
cuerpo. Pedazos de metralla se incrustaron en su espalda y la piel se le llenó de
ampollas.
Concentró la atención en el segundo indicador del navegador de su visualizador
frontal de datos: lo único que importaba ya.
Corrió hacia él, una plataforma diminuta a trescientos metros de distancia. La
única salida.
A su alrededor el aire se detuvo, y luego salió disparado hacia atrás en dirección
al generador con la fuerza de un huracán. Volvió la cabeza, la curiosidad por encima
del instinto de huir.
En el lugar que había ocupado la cúpula plateada había un cráter ennegrecido de
metal retorcido. Los Centinelas se habían trasladado allí, proyectando sus escudos
sobre la herida abierta, pero los bordes del cráter se arrugaron a medida que la
atmósfera era absorbida al interior.
Más Centinelas se precipitaron a la brecha, intentando contenerla.
Un fogonazo plateado anegó los sentidos de Ash. Hubo una explosión doble y
una mano gigante lo azotó. Rodó diez metros y se detuvo violentamente chocando
con la espalda contra el suelo.
Aturdido, se incorporó despacio. Los Centinelas habían desaparecido y el cráter
que habían intentado contener era en aquellos momentos una sima humeante de
cientos de metros de anchura.
La pirámide de esferas, la montaña de metal, se estremeció.
Aquel generador de campo de fuerza era sólo uno de tres, pero sin él actuando, la
formación se encontraba desequilibrada. Y cuando un millón de cojinetes
amontonados unos sobre otros no se encuentran exactamente equilibrados…
Ash dio media vuelta y salió a la carrera.
Al frente, Holly había caído y se esforzaba por incorporarse. Fue hacia ella, le
agarró la mano y la levantó.
Pero ambos se quedaron paralizados al vislumbrar fugazmente la pirámide.
Las capas exteriores de esferas cayeron y rebotaron sobre sus compañeras
formando una reacción en cadena de destrucción; fluyeron ríos de bolas de metal,
luego torrentes, en una avalancha que se extendía por el suelo en enormes oleadas,
toneladas de metal que iban en dirección a ellos.
—¡Chicos! ¡Moveos! —chilló Mark en su radio.
Ash pestañeó y salió bruscamente de su aletargamiento.
Holly y él dieron la vuelta y corrieron como flechas hacia el punto de extracción.
Mark y Olivia estaban ya en la plataforma, haciéndoles señas para que se dieran
prisa.
A través del suelo, Ash percibió la atronadora fuerza, que fue tornándose más
estruendosa con cada paso que daba hasta estremecerle los huesos.
Holly y él subieron a la plataforma de un salto.
—¡Doctora Halsey, vamos! —gritó por un canal abierto de radio.
Nada sucedió.
El equipo Sable se colocó hombro con hombro y contempló como el maremoto de
metal destrozaba maquinaria y aplastaba a los Centinelas que intentaban escapar de la
ola de un kilómetro de altura.
Pero no había modo de escapar de algo como aquello.
—Llevamos a cabo la misión —dijo Ash a sus amigos a través del transmisor del
equipo—. Vencimos.
Aún sujetaba la mano de Holly, y la oprimió con más fuerza.
La sombra de la ola los cubrió y los sumió en la oscuridad.
Se produjo un fogonazo.
La sensación de náusea golpeó a Ash igual que un guante de plomo con un
ladrillo en su interior.
La luz cegadora se apagó.
Estaban de vuelta en la repisa.
Holly soltó su mano de la de él y desvió la mirada. Mark se apoyó en la pared
para no caer. Olivia descendió de la plataforma y hundió la cabeza entre las piernas.
La doctora Halsey se sentó y se quedó mirando el tornado de símbolos del
Covenant que surgía de su ordenador portátil, moviendo los ojos de un lado a otro
para intentar vigilarlos a todos a la vez. Reunió una colección de triángulos plateados.
—Mis disculpas por el retraso —dijo sin alzar los ojos—. Hay complicaciones.
Por favor, descended de la plataforma. Tom y Lucy son los siguientes.
El equipo Azul de SPARTANS-II estaba ya de regreso agazapado a lo largo de la
línea de sombras situada junto a la repisa que daba a la fábrica.
El aire estaba repleto de Centinelas volando en formación. La pirámide había
desaparecido, y un millón de esferas rebotaban y corrían por el suelo, aplastando
maquinaria y provocando cortocircuitos en los conductos.
El surtidor de fuego que había sido el objetivo del equipo Azul oscilaba
violentamente, fuera de control, rociando con aleación fundida las paredes, el techo y
cualquier otro lugar excepto el recipiente receptor que se suponía que debía llenar.
La voz de Tom crepitó en la radio.
—Listos para translocalización, doctora Halsey.
Se oyeron disparos en segundo término.
La doctora profirió un gruñido de contrariedad y dio un manotazo a los iconos. A
continuación inició el proceso de volver a reunidos.
—¿Qué provoca el retraso? —inquirió Kurt.
—Alguien más está accediendo al sistema —respondió ella—. Esto explica el
retraso del equipo Sable… y ahora el de Tom y Lucy.
—¿Alguien más? —inquirió él—. ¿Se refiere al Covenant?
—Es totalmente probable.
—Eso significa que pueden localizarnos y seguirnos —susurró Fred, dándose la
vuelta.
Por el transmisor, la voz de Tom chilló:
—¡Doctora, si es que va a hacer algo tiene que hacerlo… —Anillos de oro
parpadearon con fuerza en la plataforma y luego se desvanecieron; Tom y Lucy
aparecieron allí de pie, con la manos alzadas en un gesto instintivo por repeler el
peligro. Volutas de plasma se arremolinaron y disiparon a su alrededor—… ¡Ahora!
—finalizó Tom, que a continuación exhaló un largo suspiro e informó al capitán—.
Misión cumplida, señor.
A lo lejos chasquearon pequeñas explosiones, como si se tratara de una ristra de
petardos. Las formaciones volantes de Centinelas se desperdigaron; algunas
estrellándose contra otras, unas más acelerando para ir a chocar contra las paredes.
—Tenemos cincuenta y tres minutos antes de que la entrada de la habitación del
núcleo se cierre, Kurt —indicó la doctora Halsey, consultando su reloj.
El capitán asintió.
—Todo el mundo a la plataforma —ordenó—. Doctora, trasládenos al lugar
donde está el equipo Katana.
Con la náusea asentándose ya en su estómago, Ash se apelotonó en la alfombrilla
de cuatro metros junto con sus compañeros de equipo.
Era curioso, pero no había pensado en los Spartans de más edad como parte del
equipo hasta aquel momento. ¿O era él quien formaba parte de su equipo? Observó
entonces la sangre que rezumaba de las junturas de su armadura, cuyo color rojo
imitaban a su vez los paneles de camuflaje. Bautismo de fuego. Habían perdido a
Dante, también. El precio a pagar era alto.
—Eso es una barbaridad de Centinelas —murmuró el Jefe Méndez, contemplando
la fábrica que se autodestruía—. Me pregunto por qué sólo desplegaron una parte de
ellos.
—Fijando el tiempo de retraso en tres segundos —dijo la doctora Halsey, luego
cerró su ordenador y fue a reunirse con ellos.
El comentario de Méndez preocupó a Ash más de lo que éste podía explicar, y la
inquietud en sus tripas se intensificó. Había cientos de miles de Centinelas allí. ¿Por
qué tenerlos parados sin hacer nada? Sin duda tenían que servir a algún propósito…
Anillos de luz envolvieron al pelotón.
Ash deseó no tener que averiguar nunca el motivo. Simplemente quería rescatar a
los Katana, obtener la tecnología que la doctora Halsey había prometido, y salir de
allí antes de que el Covenant los atrapara.
No obstante, tenía la sensación de que no iba a resultar tan fácil.
35
21.05 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA
DORADUS, EN ÓRBITA CERCA DE LA LUNA
DE ONYX / A BORDO DE LA PATRULLERA
«DUSK» DEL UNSC
Kurt hizo una nueva seña a Fred, Ash, Linda y Mark para que acortaran distancias.
Avanzaron por el pasillo de dos en dos, deslizándose de columna en columna, los
SPARTANS-III que iban por delante eran apenas visibles en sus armaduras, en parte
sombras y en parte veteadas franjas de ónice. Los SPARTANS-II cerraban la marcha
como mercurio líquido rodando sobre terciopelo, con movimientos gráciles y
silenciosos.
Las diferencias entre sus dos generaciones se habían dejado atrás. Los equipos
Sable y Azul actuaban como una única unidad, una familia que se había unido en una
situación de crisis.
Kurt observó su rastreador de movimiento, con identificaciones superpuestas en
la parrilla. Los Spartans tenían las mejores posiciones posibles: dispuestos a lo largo
de cada una de las columnas que se alzaban hasta el techo del pasillo de diez metros
de altura. Kurt, Tom y Lucy iban en cabeza.
Olivia estaba de reconocimiento, con su identificación desactivada, de modo que
Kurt no estaba seguro de su ubicación precisa en la habitación situada al frente.
Aquel pasillo estaba enlosado con símbolos entrelazados de los Forerunners de
jade, turquesa y lapislázuli. La doctora Halsey suponía que se trataba de un poema
épico que describía una contienda que había tenido lugar en el remoto pasado de los
Forerunners.
Todo lo que Kurt sabía era que se trataba de un lugar peligroso, con muy pocos
lugares en los que refugiarse y largos ángulos de tiro. Un buen lugar para tender una
emboscada.
Olivia hizo centellear su luz verde de situación tres veces: la señal de que todo
estaba despejado.
Kurt hizo una seña a Tom y a Lucy para que lo siguieran, y se escabulleron
sigilosamente al interior de la habitación situada al frente. Las sombras envolvían
hileras de máquinas achaparradas, y la única luz provenía de ocho sarcófagos con
aspecto de vaina apelotonados en el centro.
Aquellas vainas eran semitranslúcidas, y dentro de cada una yacía una persona
cuyas facciones quedaban ocultas.
—Cinco de éstos tienen que ser el equipo Katana —susurró Olivia, colocándose
junto a Kurt—. Este todavía lleva la etiqueta verde lima de «muerto» del ejercicio
para obtener los máximos honores.
Kurt pasó el guantelete sobre la superficie de la vaina. ¿Estaban vivos allí dentro?
¿Muertos? ¿Algo entre ambas cosas? Se había dirigido allí primero, en lugar de ir tras
la tecnología que el UNSC necesitaba, arriesgándolo todo por el equipo Katana.
Uno jamás deja atrás a un camarada caído.
Pero no era sólo aquello: ante la alternativa de elegir entre tecnologías alienígenas
que podrían salvar a toda la humanidad y aquellos cinco Spartans…, los había
elegido a ellos primero. Habría hecho cualquier cosa para protegerlos.
—Veamos con qué nos enfrentamos aquí —dijo.
Puso en marcha las luces tácticas de su casco y las hizo girar por toda la sala.
Apéndices orgánico-metálicos acunaban cada vaina, y de ellos irradiaban
ramificaciones que conectaban con hileras de cubos de dos metros.
Tras una inspección más atenta, Kurt descubrió una luz tenue que escapaba de
aquellos cubos…, y al mirar más de cerca advirtió que no eran cubos en absoluto; los
bordes estaban distorsionados e irradiaban dimensiones adicionales.
Retrocedió tambaleante, llevándose las manos instintivamente a las sienes. La
desorientación se apoderó de él al sentir la tenue luz verde, al inhalar los aromas
polvorientos procedentes de los símbolos del suelo y escuchar el tintineo de la
electrónica orgánica de las vainas.
Dobló una rodilla en tierra y el enmarañado aporte sensorial se desvaneció.
—Manteneos a distancia —advirtió a los demás, y por el transmisor dijo—: Will,
escolta a la doctora Halsey hasta aquí.
Otra oleada de desorientación invadió a Kurt y su visión se nubló. Cuando volvió
a ver, la doctora Halsey estaba arrodillada junto a él.
—Apártalo de las máquinas —dijo a Will.
Will lo arrastró de vuelta a la entrada de la estancia, y la visión de Kurt se aclaró
al instante y la sensación de mareo desapareció.
—¿Qué era eso? —preguntó a la doctora.
—Un campo de Slipspace sin protección —respondió ella.
El rostro de la mujer era una máscara de concentración mientras contemplaba
fijamente la envoltura de la máquina cúbica. Frunciendo el entrecejo, se dirigió a las
vainas.
—Linda —dijo—, ayúdame por favor.
Linda se aproximó a la doctora Halsey, con el rifle de precisión apuntando al
suelo.
—Usa el telémetro de tu arma y apunta al interior de la vaina.
Linda asintió, alzó el rifle y apuntó al Spartan del interior de la vaina. Tras un
momento, bajó el arma, comprobó la fijación de la mira Oráculo, y luego repitió la
acción. Negó con la cabeza.
—¿Lees un alcance infinito? —inquirió la doctora Halsey.
—Sí —respondió ella, con una inusitada irritación en el tono de voz—. Algo no
debe de funcionar bien.
—No —repuso la doctora—, me temo que funciona perfectamente.
Se volvió hacia Kurt.
—No puedo revivir a sus Spartans ni a los otros tres, capitán. No se encuentran en
suspensión criogénica.
Kurt se sacudió de encima los últimos vestigios de desconcierto.
—Explíquese —dijo.
—Están embutidos en un campo de Slipspace. El proceso para estabilizar un
campo así en el espacio normal está totalmente fuera del alcance de cualquier
tecnología que nosotros o el Covenant poseamos. Esencialmente, estos Spartans se
encuentran aquí pero no lo están, se hallan extrudidos dentro de un conjunto
alternativo de coordenadas espaciales y excluidos del tiempo.
—Están aquí mismo —dijo Linda, y señaló las vainas.
—No —replicó la doctora Halsey—; simplemente contemplas su postimagen. Es
como contemplar una masa acelerada más allá del horizonte final de un agujero
negro. La imagen puede permanecer allí eternamente, pero la masa se ha ido.
—¿De modo que se han ido? —murmuró Linda.
—Oh, no —respondió la doctora—; están justo aquí.
—Acaba de decir que no están —intervino Kurt—. ¿Cuál es la verdad?
La mujer reflexionó al respecto por un momento y luego respondió:
—Ambas. Las implicaciones de la mecánica cuántica no pueden traducirse en
términos clásicos, sencillos y desprovistos de paradojas.
—Entonces mantengámonos en la terminología práctica —replicó Kurt, cada vez
más irritado—. ¿Están a salvo?
La doctora ladeó la cabeza, meditando, y luego respondió:
—Podría detonar una cabeza nuclear sobre estas vainas, y puesto que el Slipspace
extrudido en su interior no se encuentra en esta dimensión, no tendría ningún efecto
en su contenido.
Ante aquella referencia a «cabeza nuclear», Ash cambió de posición su mochila,
que contenía las dos bombas FENRIS desactivadas.
—¿Podemos moverlos? —preguntó Kurt.
La doctora Halsey fue hasta el extremo de una vaina, examinó la línea principal
conectada allí y la desenchufó. Se produjo un siseo y la vaina se alzó medio metro del
suelo.
—Parece que las diseñaron para ser movidas —dijo, y sus últimas palabras se
apagaron en profunda reflexión.
—Equipos Sable y Azul —dijo Kurt, señalando las vainas— desenchufadlas. Las
llevaremos con nosotros hasta la entrada de la habitación del núcleo.
Los Spartans soltaron los contenedores.
Mientras Ash maniobraba una vaina, la doctora Halsey alzó una mano,
indicándole que parara. La mujer se inclinó más cerca de la última vaina y pasó los
dedos sobre los iconos que los Forerunners habían colocado a lo largo del costado,
traduciéndolos mientras lo hacía:
—«Aquello que debe ser protegido… tras el afilado borde del escudo… fuera del
alcance de las espadas… para los reclamados». No, ése no es el significado correcto.
—Reclamados… —repitió Ash—. ¿Quizá «recuperadores»?
La doctora Halsey alzó los ojos hacia él, sobresaltada.
—Sí. Un título. Concretamente, un tratamiento honorífico.
—Sí —dijo él—, eso es lo que nos llamó el Centinela.
—¿Uno de ellos habló? —inquirió ella.
Se subió las gafas por el puente de la nariz y se acercó a Ash.
—Lo había olvidado con todo lo que está sucediendo. —Ash negó con la cabeza,
avergonzado.
—¿Qué dijo exactamente? —exigió saber ella—. Las palabras concretas. Podría
ser importante.
Ash se removió, cambiando el peso de un pie a otro.
—No lo recuerdo, señora.
El Jefe Méndez se acercó y posó una mano sobre el hombro del muchacho.
—Inspira profundamente, Spartan. Retrocede en el tiempo y piensa: ¿qué hacíais
justo antes de que la cosa hablara?
—Nos habíamos movido hasta el borde de la Zona 67 —respondió Ash, hablando
lentamente—, para alejarnos de los equipos Katana y Gladius. Entonces fue cuando
empezaron a volar los búnkeres de la ONI…, y luego uno marchó tras nosotros.
Persiguió a Holly justo hasta el borde un precipicio.
»Atraje su atención. Arrojé una piedra a la cosa y ella me persiguió, me
inmovilizó en un barranco. Empecé a transmitir en canal abierto para indicar a Sable
que se podían traspasar sus escudos con un objeto balístico lento; no tenía mucho que
perder en aquel momento. Pero el Centinela atenuó mi señal de radio y la transmitió
de vuelta a mí.
—Ve un poco más despacio —murmuró el Jefe Méndez—. Tómate tu tiempo.
¿Qué sucedió a continuación?
—Al principio no tenía ningún sentido —continuó Ash—. Como el idioma del
Covenant sin traducir; sólo que era distinto. Un especie de jerigonza. Intenté hablar
con él. Le dije que no comprendía. Volvió a hablar pero seguía siendo un galimatías,
pero entonces dijo «non sequitur/>. Estuve seguro de que había hablado en latín.
—Análisis lingüístico basado en una muestra microscópica de conjuntos —dijo la
doctora Halsey—. Intentó comunicarse con un lenguaje raíz.
—Luego dijo: «Protocolos de seguridad habilitados» y «Escudo en modo de
cuenta atrás. Intercambia contrarrespuesta apropiada, recuperador». Le dije que no
quería hacerle ningún daño. Imagino que fueron las palabras equivocadas, porque fue
entonces cuando me dijo que no era un recuperador, y me reclasificó como
«subespecie aborigen».
La doctora Halsey clavó la mirada en el vacío, pensando.
—Sí… —murmuró—. Todo tiene sentido.
—Estaba a punto de dispararme su haz de energía cuando el resto del equipo
Sable apareció y le arrojó unas cuantas piedras. —Se encogió de hombros—. Eso es
todo, señor.
Kurt había oído suficiente… Más importante aún, había visto la reacción de la
doctora Halsey. La mujer sabía mucho más de lo que les contaba. Y ya era hora de
que él averiguara qué era.
—De acuerdo —dijo Kurt—. Coged las vainas entre todos y llevadlas a la
plataforma de translocalización.
Se acercó más a la doctora Halsey.
—Me gustaría hablar con usted, señora.
Los Spartans maniobraron con las vainas de vuelta al pasillo. Méndez dedicó una
mirada a Kurt y a la doctora Halsey, y luego se marchó.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Kurt a la mujer.
—Cuarenta minutos para ser exactos —respondió ella, echando un vistazo a su
reloj—, hasta que la entrada de la habitación del núcleo se cierre.
—Usted sabe lo que hay dentro.
Se produjo una leve vacilación, y entonces ella respondió:
—¿Cómo podría saberlo, capitán?
—Usted no me lo ha contado todo.
Los ojos de la doctora Halsey se endurecieron y su boca adoptó lo que Méndez
habría denominado una cara de póquer.
—Doctora, no voy a arriesgar las vidas de mis Spartans sin saberlo todo. Incluso
lo que usted pueda considerar un detalle insignificante podría tener importantes
repercusiones tácticas.
—Ya lo creo —murmuró ella, y su expresión se suavizó un poco—. Si significan
tanto para usted, entonces hábleme primero sobre el acrecentamiento neural que han
recibido.
Kurt se puso tenso, no muy seguro de cómo proceder. La doctora Halsey era un
civil que estaba fuera de su cadena de mando. Existían reglas y protocolos que
dictaban como interactuaban los militares con los civiles bajo su protección; todo ello
demasiado lento para sus propósitos. De no haber dependido de su pericia científica,
Kurt había considerado una acción más directa. En lugar de ello, volvió a intentarlo.
—No voy a hacer trueques, doctora. Carece de la autorización adecuada para
obtener tal información. Ahora, por favor, hábleme del núcleo. Podría salvar vidas.
—Salvar vidas es exactamente lo que intento hacer —replicó ella, y cruzó los
brazos.
El gesto era idéntico al que Kelly efectuaba cuando decidía mostrarse
decididamente obstinada.
Kurt estaba acorralado. Si amenazaba a la doctora, podía perder su cooperación.
Si no conseguía la información, podría perder vidas. Con el tiempo agotándose, sólo
tenía una opción y ella lo sabía.
Inspiró profundamente y dijo:
—Muy bien. La mutación neural de los SPARTANS-III altera su lóbulo frontal
para ampliar la respuesta agresiva. En momentos de suma tensión los convierte en
casi inmunes al estado de shock, capaces de soportar daños que ni siquiera un
SPARTAN-II podría aguantar.
—¿Cómo Dante? —preguntó ella—. ;Que seguía moviéndose cuando debería
haber estado en coma?
Kurt revivió aquel momento. Se vio sosteniendo a Dante que apenas un segundo
antes se había cuadrado ante él y le había dicho que creía que le habían dado.
—¿Efectos secundarios? —inquirió la mujer.
—Sí —respondió él—. Con el paso del dempo, las funciones superiores del
cerebro quedan reprimidas y los Spartans pierden su criterio táctico. Un contraagente
bloquea ese efecto, pero hay que administrarlo regularmente.
—No estoy segura de estar de acuerdo en que ese sacrificio merezca la pena —
dijo—. A menos que sus necesidades fueran, incluso según los parámetros de los
Spartans, extraordinarias. —Estudió a Kurt cuidadosamente y luego murmuró—:
¿Qué le sucedió a la compañía Alfa?
—Los desplegaron para eliminar un astillero en los límites del espacio del UNSC.
Kurt se detuvo, esforzándose por contener la oscuridad que se alzaba en su
interior. Shane, Robert, todos ellos estaban muertos, y la culpa era suya.
—Jamás oí hablar de esa operación —dijo la doctora Halsey.
—Porque fue un éxito —respondió Kurt, recuperando un cierto control—. De no
haberlo sido, el Covenant habría destruido todas las colonias del lado de Orion…
Pero toda la compañía, trescientos Spartans, cayó.
La doctora Halsey hizo intención de alargar la mano hacia él, y luego se detuvo,
cambiando de idea.
—¿Tom y Lucy…?
—Los únicos supervivientes de la compañía Beta de la operación Pegasi Delta —
respondió él.
Permanecieron en silencio un momento. Kurt luchó por sobreponerse a sus
emociones y a los recuerdos; pero con tantos muertos sobre su conciencia sintió como
si se ahogara.
—Comprendo el motivo de que se arriesgara con un protocolo tan ilegal —
admitió la doctora—. Usted haría cualquier cosa para ayudarlos, a sus Spartans…,
igual que yo haría por los míos.
—Estamos en la plataforma, señor —dijo la voz del Jefe Méndez en la radio—.
Aguardamos nuevas órdenes.
—Manténganse a la espera —respondió Kurt.
Desterró sus sentimientos a un sombrío recipiente en su mente, uno que estaba
lleno hasta rebosar de dolor, y luego se concentró en la doctora Halsey.
—¿Por qué está aquí? —le preguntó—. Desde luego no es para recuperar
tecnología de los Forerunners. Si realmente lo hubiera sospechado, se lo habría dicho
a John y él habría enviado más efectivos que una única Spartan y una nave de
cincuenta años transformada para uso civil.
La mujer bajó la mirada al intrincado suelo de baldosas.
—No hay necesidad de todo este fingimiento con usted —murmuró—. Lo que
sucede es que uno se acostumbra tanto a guardar secretos que se acaba olvidando
como contar nada… a nadie. —Su frente se arrugó casi como si le doliera hablar—.
Está en lo cierto. No vine a Onyx buscando tecnología de los Forerunners. Vine a
buscar a los Spartans. Queremos la misma cosa: su supervivencia.
La doctora posó la mano sobre su garganta; fue un instintivo gesto defensivo para
protegerse.
—Ésta no es una guerra que el UNSC pueda ganar, Kurt. Seguramente ya se le ha
ocurrido.
Él asintió, aunque en realidad no había sido así.
Ella pareció aceptarlo, no obstante, y prosiguió:
—Hemos estado perdiendo lentamente esta guerra. «Lentamente», creo, porque
no hemos sido el foco de atención principal de la hegemonía del Covenant hasta hace
muy poco. Ahora han encontrado la Tierra y centrado su atención en ella. Añada a
este sombrío escenario el Flood…, una biología emergente que ni siquiera los
Forerunners pudieron controlar.
—Pero es necesario que luchemos —dijo Kurt—. El Covenant no hace
prisioneros. Y por lo que nos ha contado del Flood… no existe otra opción.
—Eso es tan propio de un Spartan… —La doctora Halsey sonrió—. Y al mismo
tiempo es usted tan diferente de ellos. Cruzó una línea que ninguno de los de su clase
se ha atrevido a cruzar con anterioridad: infringir las normas y urdir una inmensa
tapadera. Todo para proteger a aquellos que están a su cargo. Lo que yo había
planeado, no obstante, iba mucho más allá…
La voz de Fred en la radio los interrumpió.
—Señor, los controles de los Forerunners de la plataforma se mueven. Se han
vuelto locos. No estoy seguro de qué puede significar.
—Manténganse a la espera —replicó Kurt.
—Verá —dijo la doctora Halsey—, mis SPARTANS-II jamás abandonarían una
pelea. Están demasiado adoctrinados para conocer otro modo de actuar. Pero cuando
me enteré de la posibilidad de que existiera una generación nueva de Spartans,
comprendí que había una posibilidad de atraerlos con alguna excusa. Tal vez
colocarlos en criogénesis y volar tan rápido y tan lejos como se pudiera de este sector
de la galaxia.
—Para vivir y pelear otro día —murmuró Kurt.
—Tropezar con esta instalación de los Forerunners —continuó ella— fue pura
casualidad… O tanta «casualidad» como lo fue construir el campamento Currahee
junto a la Zona 67. En cualquier caso, aquí puede que exista, o no, tecnología
armamentística a la que podamos dar nueva utilidad. Quién sabe. Sin embargo, sí
existe algo mucho más valioso para nosotros: un modo de salvar sus vidas, lo que
creo que tal vez formaba parte del plan original de los Forerunners. Existe un refugio
para esos «recuperadores» que…
En el pasillo resonaron disparos.
Kurt se dio la vuelta y alzó su rifle.
—Un destacamento de reconocimiento del Covenant apareció en la plataforma de
translocalización —anunció la voz de Fred en la radio—. Eliminados tres Elites.
Ningún herido aquí. Panel de control todavía activo. Solicitamos instrucciones.
—Escuche atentamente si quiere que vivan —dijo la doctora Halsey a Kurt.
La mujer volvía a mostrar su cara de póquer y su voz denotaba una determinación
inflexible.
—Ordene a Fred que coloque las vainas en esa plataforma… ahora.
37
21.30 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA
DORADUS / POSICIÓN INDETERMINADA
EN LA ESTRUCTURA DE LOS
FORERUNNERS CONOCIDA COMO ONYX
MUNDO ESCUDO
40
22.05 HORAS, 4 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA
DORADUS / LA LUNA DE ONYX / A
BORDO DE LA PATRULLERA «DUSK» DEL
UNSC
—¡Señor, tengo algo! —El teniente Joe Yang se encorvó sobre su puesto de sensores
en cuya pantalla danzaban picos de energía—. Señal doble de pulso
electromagnético. Bajo la superficie. —Negó con la cabeza y tiró nerviosamente de
una ceja—. Señales de energía múltiples. Cientos. Todas subterráneas.
El comandante Lash y el capitán de fragata Waters se inclinaron por encima del
hombro de Yang e intentaron encontrar alguna explicación a aquello.
—Armas nucleares sin la menor duda —musitó Waters—. Las proporciones
radiológicas indican que es una de las nuestras.
Los pulsos electromagnéticos se desvanecieron en un mar embravecido de
oleadas mayores.
—Esa es muchísima más energía que dos cabezas nucleares FENRIS —dijo Lash
—. Algo mucho más gordo está sucediendo ahí abajo.
Soltó aire y su aliento surgió en forma de trémulos estremecimientos. Nadie lo
advirtió.
Abrió un canal interno de radio a Cho.
—¿Situación de los condensadores de Slipspace?
—Siete tres por ciento —respondió Cho—, perdiendo un cero tres por ciento por
minuto, señor.
—Esté atento para desviar de golpe la potencia del reactor —le dijo Lash— y
mandar toda la energía al sistema de Slipspace.
Se produjo una larga pausa en la radio.
—A la orden, señor —respondió al fin—. Cho, fuera.
Desviar de golpe la potencia de los reactores lanzaría una señal luminosa a la
armada del Covenant. No obstante, Lash esperaba que fuera la que fuese la actividad
que tenía lugar en el planeta, ésta los distrajera y diera al Dusk una posibilidad de
conseguir escapar.
La teniente Bethany Durruno se balanceó adelante y atrás en su asiento, con los
ojos pegados a las tres conexiones vía satélite que penetraban en su puesto de
navegación. Pulsó un trío de controles de micropropulsión, manteniendo a los
satélites VIUDA NEGRA revoloteando justo en el límite de la distancia a la que
podían permanecer sin perder el contacto.
La oficial estaba al borde del colapso nervioso. Aunque lo mismo podía decirse
de Yang y Waters. Incluso Cho, bajo cubierta, mostraba las clásicas señales de
retraimiento que acompañaban a la fatiga de combate.
El Dusk había sobrevivido a la destrucción de la flota del almirante Patterson, y
luego se había mantenido en silencio y camuflado en la oscuridad mientras la armada
del Covenant pasaba justo por encima de donde estaban.
Aquello había sido lo más difícil para su tripulación; moverse metro a metro en
dirección a la luna, flotando lentamente entre un campo de escombros repleto de
cascos destrozados de naves del UNSC, cápsulas de salvamento destruidas… y miles
de cadáveres de los hombres y mujeres más valientes de la marina.
Habían conseguido llegar al lado opuesto de la plateada luna de Onyx sin ser
detectados, y se posaron suavemente en la sombra de un cráter. Mientras el Dusk se
acomodaba en la superficie, el capitán de fragata Cho había soltado tres satélites
espía VIUDA NEGRA del tamaño de una pelota de béisbol para que pudieran
observar a las fuerzas enemigas.
—Ondas de energía extendiéndose por el planeta, señor —dijo Yang,
completamente desconcertado por sus lecturas.
—Póngalo en pantalla —ordenó Lash.
Las tres pantallas principales se encendieron a medida que el material procedente
de los satélites hacía pasar por ellas imágenes de Onyx: océanos de lapislázuli y
nubes nacarinas, continentes color esmeralda con cordilleras zigzagueantes.
En órbita alta se deslizaban los navíos del Covenant, moviéndose en manadas y
emitiendo un fulgor azulado sobre el fondo negro del espacio.
Un punto apareció en la superficie del planeta; una llamarada roja que describió
un arco hacia las alturas lanzando una lluvia de roca fundida y cenizas. Otros tres
hicieron su aparición…, luego una docena más centelleó…, y a continuación fueron
cientos.
Grietas irregulares se abrieron entre los puntos de erupción y una telaraña de
refulgentes fisuras de lava se extendió sobre el mundo. Alcanzaron las regiones
polares y los casquetes de hielo estallaron en forma de géiseres de vapor.
—Un bombardeo de plasma —murmuró Waters—. El Covenant está vitrificando
el planeta.
—No se detecta plasma, señor —indicó Yang—. Toda la energía se está
originando en el interior del planeta.
Un solitario haz de luz atravesó la nubes cada vez más espesas: un dorado
cegador que hendió la atmósfera superior y salió disparado al espacio.
Un espectro de luz fluctuante centelleó en la pantalla de Yang.
—Hemos visto eso antes —dijo Lash—. Fuego combinado de drones.
Un segundo haz se unió al primero; luego miles de ellos centellearon e irradiaron
de la superficie de Onyx; lanzas fulgurantes inundaron el espacio y transformaron el
mundo en un erizo marino de energía pura.
Las naves del Covenant atrapadas por los rayos, se desvanecieron, ionizadas en el
acto.
Onyx se hizo añicos y la superficie estalló lanzando los restos al espacio.
Oscurecido por capas de polvo y fuego, un dibujo llameante emergió debajo:
cruces, líneas y puntos.
—Factor de ampliación mil —ordenó Lash.
Yang estaba paralizado.
Waters se inclinó sobre él y tecleó la orden.
La imagen en la pantalla parpadeó y se acercó más —dejando atrás aire
hirviendo, nubes, montañas que se desplomaban— enfocando a nivel del suelo para
mostrar un entramado de botalones de tres metros de largo y esferas centelleantes de
medio metro que flotaban entre ellos, formando una estructura cristalina.
—Hacedla retroceder —dijo Lash.
La imagen retrocedió y mostró que aquel andamiaje formado por drones se
extendía a lo largo de kilómetros… Habían estado debajo de cada continente, cada
océano…, debajo de toda la superficie; hileras conectadas ordenadamente, igual que
los enlaces de carbono de una cadena infinita de polímeros, o una inmensa colonia de
hormigas soldado inter-conectadas.
Los drones eran el planeta Onyx.
—Hay trillones de ellos —murmuró la teniente Durruno.
Grupos de drones se calentaron y más haces de luz pura volvieron a salir
disparados, apuntando a los navíos del Pacto más lejanos y haciéndolos desaparecer.
—Están protegiendo este lugar —dijo Waters—. ¿Por qué?
—La onda expansiva de la detonación de la superficie hará impacto sobre la otra
cara de la luna en siete segundos —anunció Durruno, y su rostro se quedó blanco
como el papel.
Las pantallas se cubrieron de estática.
—Hemos perdido los satélites —anunció Yang.
—Cho —dijo Lash—. Traspase toda la potencia del reactor y arroje todo lo que
tenga a esos condensadores. ¡Ahora! ¡Sáquenos de aquí!
41
11.00 HORAS, 4 NOVIEMBRE 2552
(CALENDARIO MILITAR)/LOCALIZACIÓN
NO DETERMINADA EN EL INTERIOR DE
LA ESTRUCTURA DE LOS FORERUNNERS
CONOCIDA COMO MUNDO ESCUDO
Ante todo a mi esposa y colega escritora, Syne Mitchell, y a mi hijo Kai, que tuvieron
que convivir con un escritor irritable sometido a la presión de los plazos de entrega
durante varios meses. Sin su ayuda, cariño y comprensión nadie estaría ahora leyendo
ni una sola línea mía.
A continuación, al Bungie «Story Four» —Brian Jarrard, Rob McLees, Frank
O’Connor y Joseph Staten—, que me ayudó a desarrollar la historia y comprobó cada
matiz del manuscrito más veces de las que puedo contar.
A mi agente, Richard Curtis, por su lucidez y su temperamento siempre tranquilo.
A Eric Raab y a Tom Doherty de Tor Books, por su perspicacia editorial y apoyo
constante.
A Dana Fox y a Matt Whiting de Microsoft Game Studios User Experience.
En Microsoft Licensing Group a: Alicia Brattin, Alicia Hatch, Nancy Figatner,
Brian Maeda, Steve Schreck y Edward Ventura.
También un agradecimiento especial extra a Mercury Eric y a los muchos fans
que me han escrito.
Eric Nylund,
North Bend, Washington
Agosto 2006
Notas
[1] Sangheili: el nombre que dan los Elites a su raza. <<
[2] Lekgolo: el nombre que dan los Élites a la raza de los Hunters. <<
[3] Unggoy: el nombre que los Élites dan a la raza Grunt. <<
[4] Jiralhanae: el nombre que dan los Élites a la raza de los Brutes. <<
[5] Huragok: el nombre que los Forerunners dan a la raza de los ingenieros. <<