Resumenteologia 1
Resumenteologia 1
Resumenteologia 1
Resumen teología 1
Diferencia entre secularización y secularismo. La secularización es la justa autonomía de las realidades terrenas que
tiene sus leyes propias, sus valores propios independientes de la religión; mientras que el secularismo es la versión atea de
la secularización, pues corta toda relación con Dios y deja al mundo sumergido en la inmanencia. El secularismo es
herencia de una modernidad mal dirigida y más que un "ateísmo militante" se trata de una "indiferencia agnóstica".
EL HOMBRE: "El hombre no sólo es el único ser de la tierra capaz de proyectos, sino que él mismo es proyecto, no ya
solamente por su innata programación genética, sino también por la riqueza de su espíritu encarnado que tiende a desplegar
sus virtualidades. Estas podrán desarrollarse de variadas formas accidentales, pero en lo esencial y profundo han de
responder a las auténticas exigencias del espíritu creado para el bien, la verdad y la belleza. Toda vida lleva en sí un plan y
un destino fundamentales que presiden el desarrollo de las virtualidades. A ese proyecto básico, ínsito por Dios en la
naturaleza del ser humano nos referimos al decir que el hombre es un proyecto dinámico... Vivir humanamente es el
resultado de un armónico desarrollo integral e integrado del triple nivel que caracteriza al hombre: el nivel vegetativo, el
perceptivo-motor del vivir animal y el nivel de la vida propia del espíritu que penetra la esencia de las cosas, razona, decide
y ama, crea el mundo de la ciencia, de la técnica, del arte, descubre la vocación moral y la dimensión religiosa. El hombre
se percibe a sí mismo como un ser "llamado a elegir un proyecto de vida en conformidad con su propio ser, por lo tanto
"artífice de su destino". Proyecto de vida no son pues, las ocurrencias antojadizas con que llenamos el tiempo de la vida,
sino la orientación organizada de los esfuerzos para dar vida a la vida. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un
ser social y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás. Además de un ser social, el
hombre es un ser religioso, "capaz" de Dios que, relacionándose con Él, puede conocerlo, amarlo, servirlo, adorarlo,
reverenciarlo... el deseo de Dios está inscripto en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por y para Dios;
y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar.
La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es
invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento. Por la narración del génesis sabemos que dios creo cuanto existe en el
universo y que termino su obra creando al ser humano, somos obra suya, obra de su inteligencia, de su poder, de su bondad.
El ser humano a recibido una inteligencia capaz de penetrar en el ser de las cosas y de comprender la interrelación que
existe entre las criaturas. EL HOMBRE “IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS”: fuimos creados a imagen de dios par
que nos asemejásemos a él por la acción de su gracia, por eso somos una huelle de él, o mejor, un icono suyo. El ser
humano es un ser espiritual porque dios es espíritu y nos creo a su imagen y semejanza, teneos inteligencia y voluntad,
porque participamos de la inteligencia y voluntad de dios, somos capaces de amar, porque dios es amor, en nosotros se
encuentra refleja la belleza del creador, su inteligencia, sabiduría, bondad, y en el trabajo su gran poder. A imagen de dios,
no quiere decir que dios tiene semejanza física con el hombre, cuando la biblia habla del hombre a imagen de dios, se
refiere al hecho de que el hombre tiene un alma espiritual, esta por encima de los otros seres vivientes que habitan en la
tierra. El hombre puede pensar, amar, escoger el bien, todas las cosas que ningún animal puede hacer. La razón es que dios
nos ha hecho a su imagen para conocerle y amarle, solo el hombre es capaz de dios, el hombre esta llamado a amar primero
a dios y luego a todo el que tiene semejanza con dios, o sea, a sus hermanos. La imagen herida por el pecado original fue
sanada y elevada por dios, el cristiano va configurándose por la gracia a imagen de cristo, trasformándose en un hombre
nuevo. El destino final del hombre, para lo que fue credos por dios, es vivir junto a dios en la gloria eterna de la trinidad.
Vías de acceso al conocimiento natural de Dios: (cosmológica y antropológica)
Cosmológica: tiene como punto de partida el mundo material. Desde lo creado, llego al Creador; desde lo bueno, al Bien;
desde el orden y la finalidad, a la Suma Inteligencia. "A partir del movimiento y del devenir, del orden y de la belleza del
mundo se puede conocer a Dios como origen y fin del universo" El principal representante de este método fue SANTO
TOMÁS DE AQUINO, postuló las tan célebres "cinco vías de prueba de la existencia de Dios".
La primera vía se basa en el movimiento y el cambio: es un hecho de la experiencia que en el mundo existe el
movimiento, entendido como un pasaje de la potencia al acto. Todo lo que se mueve recibe el movimiento de otro. Ningún
ser puede moverse por sí mismo, pues "no es posible que el mismo ser esté a la vez en acto y en potencia bajo el mismo
concepto". Pero no puede continuarse esta cadena de comunicar y recibir movimiento hasta el infinito, porque en tal caso
nunca llegaríamos a una explicación del movimiento mismo. Por lo tanto, es necesario llegar hasta un ser que mueve sin ser
movido por otro; es decir, permanece inmóvil y es el origen de todo el movimiento existente. Este es Dios.
La segunda vía se basa en la causa eficiente: la experiencia nos revela que existen causas eficientes, pues unas cosas
producen a otras (por ejemplo: los padres al hijo, el fuego al carbón, el árbol al fruto). Pero no es posible que un ente sea su
propia causa eficiente, porque entonces sería anterior a sí mismo, lo que es una contradicción lógica. Tampoco es posible
concebir una cadena de causas que pueda llegar hasta el infinito, porque no habría entonces una primera causa eficiente, y
por consiguiente tampoco las causas eficientes que observamos en la naturaleza. Es, entonces, necesario admitir la
existencia de una primera causa eficiente, y ésta es Dios.
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La tercera vía se basa en lo contingente y lo necesario: en la naturaleza hallamos cosas que siendo, pudieron no haber
sido y no serán en el futuro (seres contingentes o posibles), pues todos los entes naturales comienzan y dejan de existir. Al
ser contingentes no pueden por sí mismos comenzar a existir, porque en ese caso todavía no existirían y "lo que no existe
no puede recibir el ser sino de lo que existe". Por con siguiente, debe existir un ser que no es contingente sino necesario, del
cual han recibido su existencia los seres que estaban en la mera posibilidad o contingencia. Este es Dios, que tiene en Sí
mismo la razón de su existencia, esto es, existe necesariamente, y es causa de la existencia de todos los seres que son
simplemente posibles o contingentes.
La cuarta vía se basa en los grados de perfección de los seres: se comprueba que en el universo existen cosas con menor
o mayor bondad, verdad y belleza, pero no son causa de esa bondad, verdad y belleza. Por con siguiente, debe haber un ser
que sea verdadero, bueno y bello por excelencia, y por tanto el ser en plenitud en tal perfección. Pero aquello que es por
excelencia un género de perfección es la fuente última de dicha perfección, y por lo tanto debe existir el último principio o
fuente de todas las perfecciones: el ser perfecto por excelencia, la plenitud del ser, al cual llamamos Dios.
La quinta vía se basa en el orden y finalidad del universo: vemos que los entes carentes de inteligencia obran de un modo
conforme a un fin. Por lo tanto, lejos de una explicación por mero azar, existe una intención deliberada para arribar a ese
fin. Pero estos entes, al carecer de conocimiento, no pueden tender a un fin si no son dirigidos por un ser inteligente que
conoce este fin. Luego, debe existir ese ser inteligente que conduce todas las cosas del universo a su fin, y éste es Dios.
La vía antropológica:
Pensadores como SAN AGUSTÍN, SAN ANSELMO, PASCAL y DESCARTES compartían la convicción de que,
mediante un proceso de introspección, es posible descubrir cómo el hombre remite a Dios.
SAN AGUSTÍN, descubría una clara presencia divina tanto en la sed de infinito como en el conocimiento de la verdad, es
decir, en la interioridad humana. "Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en
Ti".
BLAS PASCAL, expresó otra idea agustiniana en sus Pensamientos, poniéndola en boca de Dios mismo: "Tú no me
buscarías si no me hubieras ya encontrado antes".
RENÉ DESCARTES, la idea misma de infinito en el hombre evidencia la existencia de Dios.
Siendo la persona humana un ser finito, este concepto nunca podría haber sido ideado por ésta, sino sólo por Dios mismo,
único infinito.
SAN ANSELMO, desarrolló en su Proslogion: "todas las personas, aun las ateas, coinciden en definir a Dios como aquello
de lo cual no puede pensarse nada mayor. Pero si Dios no existiera, podría pensarse algo mayor que Él, a saber, un ser con
existencia real". De modo que, concluye Anselmo, "Dios es el único ser en cuya idea está necesariamente incluida su
existencia".
Un camino más reciente surgió a comienzos del siglo XX desde una vertiente no atea del existencialismo, con pensadores
como M. BLONDEL, M. BUBER, K. JASPERS (+1969) y G. Marcel, entre otros. Desde la experiencia de fracaso,
angustia y situación límite, y allí donde Sartre diagnosticaba que el hombre es "una pasión inútil", estos filósofos
vislumbraron un punto de partida para la apertura a la alteridad de Dios, el único que puede rescatarlo de su situación de
paradoja existencial.
El hombre puede hablar de Dios: el hombre pueda expresar las verdades de Dios, así como nuestro
conocimiento de Él es limitado, nuestro lenguaje sobre Dios también lo será. No podemos nombrar a Dios sino a partir de
las criaturas, y según nuestro limitado modo humano de conocer y de pensar. Según la terminología teológica, entonces,
valerse de analogías para hablar de Dios significa que después de dar una afirmación sobre Dios, la teología reconoce un
momento negativo que purifica la definición humana de los posibles antropomorfismos. Dios es incomparable en sentido
estricto, ningún nombre lo expresa adecuadamente. Esto es lo que nos ilustra el Catecismo de la Iglesia Católica a cerca de
¿cómo hablar de Dios?: Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre creado a
Su imagen y semejanza. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan, por tanto, la
perfección infinita de Dios. Por ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus criaturas. Sin embargo,
Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de
expresión por medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios "inefable, incomprensible, invisible,
inalcanzable"con nuestras representaciones humanas. Nuestras palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de
Dios. Al hablar de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin
poder, no obstante, expresarlo en su infinita simplicidad... "Nosotros no podemos captar de Dios lo que él es, sino solamente
lo que no es y cómo los otros seres se sitúan con relación a él" Sin embargo, a pesar de las múltiples limitaciones del
lenguaje humano, éste es capaz de un discurso verdadero sobre Dios. La proclamación eclesial de la fe católica se sirve de
tal lenguaje como único vehículo humano posible de expresión. El Espíritu Santo, al transmitir aquello que Dios quiso
darnos a conocer de Sí mismo y del hombre en Jesucristo, es capaz de darnos un mensaje que nos llega a través de hombres
concretos y, aun así, sin error ni distorsiones.
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La Revelación: Dios al encuentro del hombre: "La palabra Revelación se deriva del latín revelare, pueden significar
también "velar nuevamente", se trata de un "desvelar/velar". En el lenguaje común, fuera del contexto religioso, la
revelación implica usualmente una comunicación sorprendente e inesperada de un conocimiento que tiene un significado
profundo para la vida y, posiblemente, para el mundo que lo rodea. Frecuentemente también designa la acción con la que
una persona confía libremente sus pensamientos y sentimientos íntimos a otra, introduciéndola así en su mundo espiritual.
Ya en el ámbito estrictamente teológico y cristiano tal concepto ha tardado en estructurarse, aunque su realidad refleja en
todo caso y en definitiva uno de los hechos teológicos centrales del cristianismo: Dios se conoce a través del mismo Dios.
La naturaleza de la revelación es quitar el velo. Es la manifestación amorosa que Dios hace de sí mismo y de su misterio en
orden a nuestra salvación. Dios rompe su silencio y se hace cercano, aunque siga siendo un misterio.
El OBJETO de la revelación es Dios mismo, su palabra encarnada, Jesús: en él se nos muestra quién es Dios y cuál es su
proyecto para nosotros.
La FINALIDAD de la revelación no es el conocimiento, sino la salvación, la participación de la misma vida de Dios. una
transmisión de un "conjunto de conocimientos" dirigido al intelecto humano. Dios no da mensajes intemporales a
destinatarios anónimos, sino que dirige personalmente su palabra a un interlocutor situado en una cultura e historia vivas:
Abraham, Moisés, Josué, Samuel, David etc. A la luz de la historia del Pueblo de Israel vemos el constante darse a conocer
de Dios que toma la iniciativa y actúa salvando.
La Revelación como: Palabra - Encuentro – Presencia "En el Antiguo Testamento la noción dominante para la
comprensión de la Revelación es el concepto de "Palabra de Dios" tanto presente en la creación, como dirigida a Israel a
través de la historia. En efecto, la palabra de Dios es precisamente una fuerza dinámica que pide obediencia y lleva al
hombre a la acción. El punto central de esta revelación veterotestamentaria es la alianza de Dios con su pueblo, que se
convierte en la "Palabra de Dios" por excelencia, plasmada en la Ley, anunciada por la Profecía y meditada como Sabiduría.
Debe notarse que la forma de Revelación es siempre con acontecimientos y palabras. En el Nuevo Testamento la
comunicación de Dios como punto central de la Revelación se cumple plenamente en Jesucristo, como "Logos encarnado",
Palabra de Dios por excelencia, que no solo revela sino que es autocomunicación personal de Dios en Jesucristo por el
Espíritu. Y esta Revelación se ofrece tanto a los judíos como a todos los hombres que así puede formar parte de la
comunidad de los creyentes de Jesús en la comunidad cristiana que es la
Iglesia que debe predicar "la palabra de esta salvación"." Esta comprensión de la palabra es la que ha posibilitado que se
convierta en la categoría fundamental de la Biblia para expresar la Revelación de Dios. Por esta razón, la fórmula "Palabra
de Dios", "Oráculo del Señor" y similares, con sus dos raíces hebreas dabar y amar, y sus dos expresiones griegas logos y
rema son los términos más empleados en toda la Biblia después de la expresión "Dios". "De hecho la Palabra marca el inicio
y el término de la Biblia. En efecto, la historia de la Palabra se inició en la mañana de la creación cuando por siete veces se
afirma: "Dios dijo...", y es en la Palabra hecha hombre que llega a la plenitud de su significado con Jesucristo "la Palabra
(que) se hizo hombre..." ya que "Dios había hablado a los padres, pero ahora nos ha hablado en la persona del Hijo", que por
esto "su nombre es Palabra de Dios". Podemos tipificar el concepto bíblico de Revelación en clave de síntesis a través de las
tres dimensiones que pueden englobar todos los aspectos que surgen en la Biblia:
1.- Dimensión dinámica: revelando, Dios actúa: por la cual crea y actúa realizando signos "milagrosos" en el cosmos y en la
historia personal y colectiva del pueblo de Dios;
2.- Dimensión noética: revelando, Dios enseña: por la cual revela y enseña, desde la ley, la profecía y la sabiduría hasta las
bienaventuranzas y el Reino de Dios;
3.- Dimensión personal: revelando, Dios se autocomunica: por la cual progresivamente se autocomunica de una manera total
en Jesucristo, "palabra de Dios"su nombre es palabra de Dios")."
El hombre nunca puede expresar su interioridad plenamente, se ve sometido a sus limitaciones y miserias. Sólo Dios cuando
expresa su palabra puede realizar acabadamente estas tres dimensiones.
PALABRA COMO AUTOEXPRESIÓN: así como la palabra humana intenta ser la expresión total de la propia verdad, la
palabra divina es perfecta manifestación de la verdad del Padre en el Hijo en el seno de la Trinidad. Ésta palabra se expresa
hacia afuera con la Encarnación de Jesucristo.
- PALABRA COMO ENCUENTRO: la palabra pronunciada exige la respectividad dada en la relación y en el encuentro
interpersonal con un tú. Requiere la reciprocidad que se encuentra en una relación constituida por dos personas libres. Ésta
relación interpersonal reclama también intimidad entre las personas que se encuentran. Se trata, por lo tanto, de una
verdadera relación que partiendo del intercambio subjetivo entre el yo y el tú, desemboca en un nosotros fecundo, que puede
ser constatado en el diálogo, la amistad y el amor humano, como formas más exquisitas de este encuentro interpersonal.
Por toda esta profundidad relacional que conlleva el "encuentro personal", "no es extraño que la Biblia use también la
categoría del encuentro personal para caracterizar la Revelación de Dios. En efecto, la gran obra de Israel no es solamente
mostrar un único Dios verdadero, sino invocarlo como un Tú, haber estado con Él. Así, en las narraciones donde se
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manifiesta a Israel el nombre propio de Dios se muestra una voluntad de comunicación, de acercamiento, de llamada por
parte de Dios... En Jesucristo esta relación interpersonal llega a la plenitud como comunión con Dios y con los hombres.
- PALABRA COMO PRESENCIA: la palabra humana interpela la confianza del oyente, solicita su
adhesión personal al testimonio que le ha sido confiado. Así también Jesús solicita nuestra adhesión a
su testimonio, pues Él es el testigo de la verdad en el seno del Padre. Jesús es la verdadera presencia
de Dios con los hombres, es el "Emmanuel" (Dios con nosotros), que se impone por ella misma e
ilumina, interpelando a su entorno. "Es claro que en la Biblia las expresiones reveladoras, palabra y
encuentro, se unen a la radical presencia de Dios en medio de su pueblo. Presencia tanto en la
naturaleza como en la historia. El Apocalipsis, además, hablando del cielo nuevo y la tierra nueva,
califica a la Iglesia como, la nueva Jerusalén, como "la tienda donde Dios se encontrará con los
hombres.
1.- Un Dios de personas: es el "Dios de Abraham, Isaac y Jacob". No está asociado a un lugar o aspecto de la naturaleza,
como un árbol o una piedra sagrados, el sol, la luna o la fertilidad. Como el Señor es trascendente a una determinación
espacio-temporal, es capaz de acompañar al pueblo más allá de sus circunstancias históricas y de los tiempos de vida
humanos.
2.- La dimensión de la esperanza: el primer rostro que Dios revela es el de la promesa. Al asegurar a Abraham tierra y
descendencia futuras, lo sitúa en un horizonte diverso a su realidad actual (la esterilidad de Sara, la vejez de ambos, la
ausencia de una tierra en donde prosperar). Al otorgarle la novedad de unos bienes pendientes, ingresó en su vida la
esperanza que lo impulsó a ponerse en marcha hacia lo desconocido. Se produjo así una ruptura de la concepción reinante
del tiempo cíclico, al introducir el concepto de historia.
3.- Señorío de la historia: en contraste con otras cosmogonías que muestran la creación del mundo como fruto ya sea de
una lucha entre héroes y dioses, ya sea de un gesto de un Ser Supremo cuyo poder siempre es disputado, el Dios de Israel
se revela como Creador en el cabal sentido del término: el Señor crea con un acto plenamente soberano, sin existir poder
divino ni creatural que se le oponga, ni que aun pudiera eventualmente poner en crisis su majestad en el futuro.
La historia deviene así lugar de manifestación divina. En efecto, Dios no es sólo Señor del universo sino también de la
historia, a la que conduce hacia su consumación irrevocable; es por eso que su promesa dada al hombre se cumplirá de
modo incondicional.
La distinción esencial entre religión "natural" y "revelada" está en que la iniciativa de la segunda, parte de Dios. No
nosotros lo hemos buscado, sino que él ha salido a nuestro encuentro, es gracia y don. El OBJETO de la revelación es
Dios mismo, su palabra encarnada, Jesús: en él se nos muestra quién es Dios y cuál es su proyecto para nosotros. La
FINALIDAD de la revelación no es el conocimiento, sino la salvación, la participación de la misma vida de Dios. Los
medios de la revelación sobrenatural son OBRAS Y PALABRAS en unión íntima. Hasta en esto respeta Dios nuestro
modo de entrar en contacto con a los demás.
Los destinatarios de la revelación somos todos, sin exclusión de nadie (DV 14; GS 22). Las etapas de la revelación
encuentran su cumbre en Cristo, de ahí la división en Primer Testamento, con economía parcial y progresiva, palabras
fragmentarias y múltiples mediadores, y Segundo Testamento, con una economía nueva y definitiva en Jesús, único
mediador. Jesús es, a la vez, autor y objeto de la revelación, predicador y predicado, mensajero y contenido del mensaje.
La respuesta a la revelación es la fe. Si la revelación es automanifestación y autodonación de Dios para salvarnos, la fe es
la entrega total del ser humano a Dios. El núcleo de la existencia cristiana está en la estructura entre la iniciativa gratuita y
libre de Dios en su revelación-donación, y la respuesta libre del ser humano que acepta y recibe la gracia salvífica. La
revelación es TRINITARIA - CRISTOCÉNTRICA. Jesús nos revela a Dios, no como un ser solitario, sino como un
Padre. La iniciativa procede del Padre, el Hijo es mediador y plenitud de la revelación y el Espíritu hace que el ser
humano penetre en el misterio revelado.
La revelación es SALVÍFICA Y LIBERADORA. Revelación se identifica con salvación: Dios se nos revela para
salvarnos y para liberarnos. Esta revelación es dialogal, universal, comunitaria, personalizante y escatológica.
La revelación es HISTÓRICA Y SACRAMENTAL, porque Dios entra realmente en la historia a través de los
acontecimientos. Es dinámica porque tiene una pedagogía con la que Dios va educando gradualmente a su pueblo y hay
también una dinámica progresiva de comprensión.
La revelación es ENCARNACIONAL, porque se da en un tiempo y en una cultura determinados, en una lengua humana
concreta cuyas regias se respetan, pero -sobre todo- porque el "Logos" eterno del Padre se hizo carne, ser humano como
nosotros.
La revelación debe transmitirse; la misión de Israel se va realizando en la medida en que es capaz de recordar y conservar
las maravillas de Dios en su memoria, para transmitirlas a las próximas generaciones a través del culto, los escritos, las
costumbres, las leyes, la práctica de su vida. El orden de la transmisión es así: primero es la experiencia histórica, luego la
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tradición oral y vital (memoria histórica del pueblo) y, por último, la fijación por escrito. Así, la transmisión de la
revelación debe tener dos características:
1.- conservarse fiel e íntegra: estabilidad (dimensión estática);
2.- transmitirse a todas las generaciones y épocas de manera comprensible: adaptabilidad (dimensión dinámica).
- En definitiva, "La Tradición y la Escritura constituyen un único depósito sagrado de la palabra de
Dios (DV 10), en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de
todas sus riquezas."
La historia de la salvación: Dios, a la hora de revelarse, en su sabiduría ha elegido hacerlo al modo humano, es
decir con obras y palabras, respetando además, la condición histórica de las personas y los pueblos, pues toda persona
humana no puede concebirse sin un espacio y un tiempo. Dios va revelándose a sí mismo. El cristianismo es esencialmente
un acontecimiento histórico. La palabra de Dios es actuante: no sólo llama a Abraham para enviarlo a la tierra prometida,
sino que lo colma de las bendiciones de tierra y descendencia. Revela su nombre a Moisés y lo envía a liberar a su pueblo de
la esclavitud de Egipto; entrega Ley a Moisés, adopta al pueblo de Israel y establece una Alianza. Habla por los profetas y
purifica el corazón de los hombres. su Hijo, Palabra Eterna se encarna en Jesús. Él nos comunica la voluntad del Padre, nos
redime en la cruz y nos envía su Espíritu.
ETAPAS DE LA HISTORIA DE LA SALVASION:
1) La época patriarcal: La historia de los patriarcas se sitúa en el medio Oriente durante el segundo milenio antes de
Cristo. . El Génesis nos habla concretamente de Abraham, primer patriarca, Con él comienza el período patriarcal. En esta
época no podemos hablar todavía de un "pueblo" de Israel, mucho menos de nación. "Históricamente se sabe que los
patriarcas pertenecían a las tribus seminómadas, Eran pastores que se ocupaban de la crianza de cabras y ovejas, y que
estaban constantemente en movimiento. Los relatos bíblicos muestran a los patriarcas descendiendo desde la Mesopotamia y
dirigiéndose hacia la tierra de Canaán. En sus peregrinaciones llegan hasta Egipto". Algunos de estos grupos, se volvieron
sedentarios y comenzaron a practicar la agricultura, Otros establecidos en la zona montañosa y menos apta para la labranza,
debieron de seguir dedicados básicamente al pastoreo. Así se explica que, en un período de hambre, muchos de ellos bajasen
a Egipto en busca de mejores pastos junto al delta del Nilo. Es lo que nos dice la historia de Jacob y de sus hijos. los
patriarcas eran, Abraham, Isaac y Jacob. El relato está lleno de significación religiosa. La migración de Abraham desde su
tierra de Caldea hasta Israel es interpretada como un primer acontecimiento fundador del pueblo de Israel, mucho antes de la
historia de Moisés, Abraham, el primer judío, fue guiado por Dios en todo lo que hizo y creyó en la palabra de Dios." con el
relato de la vocación de Abraham, "Israel rompió con la concepción cíclica del tiempo, porque encontró a Dios en la
historia. Israel confiesa que Dios intervino en su historia, que este encuentro tuvo lugar un día y que cambió por completo
su existencia. Su Dios no está inmerso en la naturaleza: es una persona viva, soberanamente libre, que interviene donde
interviene la libertad, en los acontecimientos."
2)La esclavitud en Egipto, la liberación y la marcha hacia la tierra prometida: Empujados por una época de malas
cosechas y hambre, José y sus descendientes emigraron al delta del Nilo hacia el 1700 a.C. Allí fueron esclavizados por los
egipcios, permaneciendo en cautiverio hasta el año 1300 a época del advenimiento de Moisés. Con la tradición bíblica,
podría compaginarse el dato probado de la existencia de los nómades asiáticos en Egipto, con permiso legal para el
pastoreo. Según el relato bíblico, las cosas fueron bien al comienzo. Al cabo de los años, cambiaron. Quizá fueron los
faraones Setis I y Ramsés II los que obligaron a los israelitas a trabajos forzados para llevar a cabo la construcción de
grandes palacios y graneros. surge un personaje fundamental, Moisés, a quien Dios encarga liberar a su pueblo. durante la
dinastía XIX, se opera un cambio en la conducción que implica un gobierno más riguroso y nacionalista. en este terreno
hipotético que nos permite pensar en la utilización de población semítica en la construcción de las "ciudades almacenes" y
en este período de la XIX dinastía, se transforma en algo creíble al sentido común el recuerdo reflejado en las tradiciones
bíblicas, de una "época de esclavitud", pues no es ajeno a la realidad pensar que nómades libres, pastores, vieran como una
esclavitud el tener que trabajar en la construcción y bajo la exigencia de otros "patrones". El acontecimiento del éxodo tan
evocado por la tradición bíblica, con el consiguiente paso milagroso por el mar, parecería hacer confluir dos tradiciones, lo
cual ha dado pie para hablar de "éxodo huida" y de "éxodo expulsión". Para el primero, quizá en el siglo XIII bajo Ramsés
II, podría situarse el tiempo de opresión, y bajo el mandato de su hijo. Este éxodo, indudablemente debió realizarse a través
del desierto ya que la escalada de fortaleza que custodiaban el camino del mar aconsejaba a un grupo de evadidos el camino
de la península del Sinaí. Acerca del éxodo expulsión, podría efectuarse por el camino del mar. En el libro del Éxodo se
narra el acontecimiento central, es decir la salida milagrosa de Egipto a través de una zona de agua como "Mar Rojo". El
momento central lo constituye la celebración de la alianza el solemne juramento con el que Dios se comprometió a ser el
Dios de las tribus, formando con ellas su propio pueblo. De esta forma se ve que la salida de Egipto no es el paso de una
situación de esclavitud a una libertad absoluta, sino el paso de una condición de esclavos a la de miembros del pueblo de
Dios. Antes estaban sometidos a la realeza egipcia que los denigraba, a partir de la alianza están sometidos a Dios que los
trata de otra manera". "la actuación de Moisés está ligada a la organización del pueblo: conducción y legislación. La Biblia
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lo presenta, como el guía que debe organizar al pueblo para sacarlo de Egipto y llevarlo por el desierto hasta la tierra
prometida; es el intermediario que sella la alianza y se ocupa de la transmisión de las leyes exigidas por Dios, etc. todo, los
textos bíblicos lo muestran siempre como el confidente de Dios y con una autoridad indiscutible. El nombre de este
personaje, es explicado en el Éxodo como "Salvado de las aguas". ."En lo sucesivo la Pascua judía de la liberación de
Egipto y la Alianza de Moisés con Yahvé en el Sinaí con el don de la Ley serán los acontecimientos fundacionales, que
invocarán los profetas como memoria viva, tanto para conservar identidad del pueblo como para instarlo a la conversión.
3) El asentamiento en Palestina (finales siglo XIII): Después de la marcha por el desierto se llega a la estepa de Moab,
frente a la tierra prometida. Allí muere Moisés, y Josué toma el relevo. El asentamiento en Palestina de los grupos
procedentes de Egipto se produjo más bien de forma pacífica, estableciéndose en territorios desocupados o estableciendo
alianzas con los habitantes cananeos. los israelitas ocuparon primeramente, regiones escasamente pobladas, luego
progresivamente se fueron extendiendo a lo largo del país, lo que supuso enfrentamientos con los habitantes locales,
indudablemente mas fuertes, que probablemente recién pudieron ser asimilados o sometidos en la época de la monarquía,
los textos bíblicos de Jos, permiten postular una "penetración pacífica" en un primer momento, que se transforma en
"conquista" probablemente recién en el tiempo de la monarquía con Saúl, no sólo contra las poblaciones locales, sino y
sobre todo cuando los enemigos: los filisteos, contrincantes poderosos llegados por el mar, se presentaban como una
alternativa al poder del país.
En definitiva, a la razón de la lucha religiosa e idolátrica que plantea la Biblia en la conquista se suma la lucha por el poder
político y económico.
4) La época de los Jueces: "De los primeros tiempos de los israelitas en la tierra de Canaán, en el período de sedentarización,
el libro de los Jueces recoge varias tradiciones pertenecientes a las diferentes tribus. Unas tienen más valor histórico que otras,
algunas son solamente folklóricas, En todas ellas actúan personajes llamados "jueces", que son los líderes carismáticos que
surgieron en las tribus en tiempos de angustia y llevaron a cabo la liberación. La lectura de los relatos muestra que la acción
de cada uno de ellos se redujo a una tribu o en todo caso a unas pocas, y que los hechos de un juez podían ser contemporáneos
con los de otro. Tres rasgos caracterizan a este período.50 Primero, la falta de cohesión política, ya que cada tribu se va
organizando independientemente y resuelve como puede sus problemas. Segundo, un profundo cambio en la forma de vida
(posesión y reparto de la tierra cultivables) y religiosas (difusión del culto), Tercero, la continua amenaza de los pueblos
vecinos. El principal enemigo son los filisteos. Se trata de un pueblo venido "del mar" que gracias a su perfecta organización
política y militar, le permite atacar y dominar continuamente a Israel. Esta amenaza filistea culmina, el año 1050, con la
derrota de los israelitas. Esta situación de opresión y lucha hizo surgir en las tribus la urgencia de organizarse, pues fueron
cayendo en la cuenta de que es imposible defenderse de estos enemigos poderosos si no se unen y organizan de forma nueva.
Así va surgiendo el anhelo de la instauración de la monarquía.
5) La monarquía unida: Saúl de la tribu de Benjamín es elegido rey y libra al pueblo de la amenaza filistea, pero solo
temporalmente. . Pues, distrayendo sus obligaciones reales por sus celos de poder con David, y abriendo una brecha entre el
poder religioso-carismático y el poder civil, permite que los filisteos se refuercen, y terminará derrotado por ellos,
suicidándose ante la derrota inevitable. A Saúl le sucede David de la tribu de Judá. Quien. Organizó un ejército con el que en
poco tiempo liberó a Israel de todos sus opresores y llegó a dominar los reinos vecinos, estableciendo una especie de imperio.
Los que ahora pasaban a ser dominados debían pagar tributos y aportar mano de obra, con lo que la situación económica llegó
a ser floreciente. David conquistó la ciudad de Jerusalén, allí fijó su capital estableciendo su corte. La sucesión de David está
marcada por una serie de intrigas y derramamiento de sangre entre sus propios hijos. Le sucede Salomón, Este reinado es uno
de los momentos más gloriosos de la historia de Israel. Salomón organizó su reino siguiendo el modelo de la monarquía de
Egipto. Abandonando las guerras exteriores, se dedica casi por completo a construir grandes edificios, como el templo de
Jerusalén y su palacio; asegura la defensa nacional, La riqueza aumenta de forma inesperada, las ciudades crecen, y se
produce un fuerte fenómeno de inmigración. a la muerte de Salomón, la situación se agrava por la ceguera de poder de su hijo,
se rompe la obra comenzada por Saúl. La monarquía unida ha durado menos de un siglo. A partir de ahora, existirán dos
reinos, el del norte, Israel, y el del sur, Judá.
6) Los dos reinos: Israel tuvo nueve dinastías distintas y 19 reyes, de los cuales siete fueron asesinados y uno se suicidó. En
cambio, Judá, tuvo una dinastía (la de David) y 21 monarcas. La información bíblica sobre este período se encuentra en los
dos libros de los Reyes. Los años de reinado del soberano de un estado son calculados sincrónicamente en relación con los del
soberano del otro estado. "Esta época de contaminación religiosa por el influjo de los cultos paganos coincide con la aparición
en Israel y Judá de las más grandes personalidades religiosas del Antiguo Testamento: los profetas." el profeta era constituido
ante todo testigo de la admirable acción divina en la historia. Le era encomendado, en efecto, leer desde la perspectiva de
Yahvé mismo los "signos de los tiempos" en los diversos sucesos que le tocaba vivir. El profeta proclamaba entonces un
juicio sobre el presente de infidelidad del pueblo de Israel, al que conminaba a volver a la Alianza pactada en el Sinaí, y se
proyectaba a la vez en la promesa de la futura concreción definitiva del designio divino de salvación”. Este dice lo que le ha
ocurrido; transmite palabras que Dios le ha dirigido... Se puede hablar pues a propósito del profeta de una "inspiración", no
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sólo de una inspiración literaria o poética, sino de una inspiración propiamente divina." Desde esta experiencia cercana del
Señor, los profetas serán los encargados de leer la historia a la luz de la voluntad y las promesas de Yahvé. Es justamente a
partir de esta lectura teológica desde donde integrarán su triple magnitud de pasado, presente y futuro: exhortarán al pueblo a
mantener una perseverante fidelidad para con la Alianza original de Yahvé, a la vez que anunciarán una intervención decisiva
del Señor (el "día de Yahvé").
7) El destierro: comienza el período del exilio, el momento más triste, semejante al de la opresión en Egipto. El pueblo queda
dividido en tres grandes grupos: los que han quedado en Palestina, campesinos pobres; los que han marchado a Babilonia; los
que han huido a Egipto. ). El profeta Jeremías informa que 4.600 varones adultos fueron deportados. Por su parte el profeta
Ezequiel narra la vida de los deportados en Babilonia. En medio de estas condiciones favorables, muchos exiliados se van
acomodando y progresando en la nueva situación, y por lo tanto desisten de regresar a Palestina; otros, sin embargo,
comienzan a alentar la esperanza del retorno.
8) El período persa: Con la entrada triunfal a Babilonia de Ciro rey de Persia en el una nueva etapa se abre para el pueblo de
Israel. Ciro con una política de tolerancia religiosa y cultural distinta a las de los caldeos, autorizó mediante un edicto el
regreso de los deportados a Jerusalén y la reconstrucción del Templo con la ayuda del imperio. Además ordenó la devolución
de los objetos sagrados que Nabucodonosor había sustraído del templo.
El retorno a Palestina fue difícil y lento, accede al gobierno Nehemías, quien además de reconstruir las murallas de Jerusalén,
lleva a cabo una gran reestructuración de la comunidad. Gracias a la reforma religiosa y moral promovida por Esdras, toda la
vida del pueblo judío se fue centrando en la Torah (Ley), al punto de convertir al pueblo en el "pueblo del Libro". En adelante
la figura de este sacerdote escriba dada su importancia en la restauración, será puesta al lado de Moisés por las tradiciones
judías.
9) Época griega: La aparición del genio de Alejandro Magno en la historia, termina con el poderío persa, y en sucesivas
conquistas, logra consolidar un imperio entre oriente y occidente. Su muerte prematura y la división de su potencia en manos
de sus generales no pudieron sostener esa unidad, y en el caso concreto de la tierra de Palestina, paso a mano de Egipto. Con
el arribo al trono de Antíoco IV, rey de la dinastía seléucida, se produjo la división de la comunidad, entre los que se plegaban
a este nuevo modo de vida y aquellos que querían mantenerse en la tradición de sus antepasados. Antíoco, decide llevar a cabo
la helenización de Jerusalén. Como primer paso, su general Apolonio atacó al pueblo, degollando a muchos y esclavizando a
otros; la ciudad fue saqueada y parcialmente destruida, igual que las murallas. Luego, viendo que la resistencia de los judíos
se basaba sobre todo en sus convicciones religiosas, prohibió la práctica de esta religión en todas sus manifestaciones. Además
se erigieron santuarios paganos por todo el país y se ofrecieron en ellos animales impuros; los judíos fueron obligados a comer
carne de cerdo bajo pena de muerte y a participar en ritos idolátricos. Fue introducido dentro del templo el culto a Zeus
Olímpico. La rebelión comenzó con Matatías y sus cinco hijos. Después de la muerte de su padre, Judas "el Macabeo, quedó
al frente de la resistencia; reconquistaron el templo de Jerusalén y luego establecieron un periodo transitorio de independencia
judía. A pesar de algunos éxitos en el aspecto militar, que le significan a Judá la recuperación de territorios, los disturbios y
las insurrecciones van minando esta independencia que acaba con la entrada de Pompeyo en Jerusalén, quien convirtió a Siria
y a Palestina en una provincia del imperio romano. El Nuevo Testamento se desenvolverá en la órbita del imperio romano,
marcada por revuelta judía, que culminará dramáticamente con la caída de Jerusalén y la destrucción del segundo templo.
Jesucristo: mediador y plenitud de la toda la revelación: Este acontecimiento central y decisivo que marca
en el calendario un "antes" y un "después" de Cristo, constituye la cima de la revelación de Dios.
El Concilio Vaticano II sintetizó magníficamente esta cumbre que alcanza la revelación divina con la entrada del Hijo de Dios
en la historia: "Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas. Ahora, en esta etapa
final nos ha hablado por el Hijo. Pues envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a todo hombre, para que habitara entre
los hombres y les contara la intimidad de Dios. Jesucristo, Palabra hecha carne, "hombre enviado a los hombres" habla las
palabra de Dios y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó. Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre; pues El,
con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa
resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino; a
saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida
eterna.
"Jesús revela pues a Dios y su designio para los hombres por su presencia y manifestación, "con sus palabras y sus obras", a lo
largo de toda su vida. Es su manera de vivir y de morir la que nos dice que es Dios, y en qué consiste ser Dios. En él Dios es
para nosotros ya un rostro. Las palabras de Jesús son la predicación del Reino, son las parábolas y las palabras sobre el
misterio de Dios y de la salvación. Sus obras son sus grandes iniciativas de perdón a los pecadores, es la invitación a comer
con ellos, son los signos que acompañan a sus actos y, sobre todo, su muerte y su resurrección. Porque a su manera de vivir
corresponde su manera de morir, que suscita la fe en el centurión. La resurrección, en fin, es el sello divino en todo este
itinerario."
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unos problemas concretos a que hace frente, no pierde su dimensión universal y su reflexión profunda de las diversas
realidades del ser humano. en ella encontramos el espíritu, los criterios, los valores que deben informar nuestras respuestas; en
ella encontraremos la luz que nos impulsará a responder a las nuevas problemáticas de acuerdo a los valores y criterios que
proclama. Pues la Biblia no es el libro del individuo, sino de la comunidad; debe leerse en comunión con la iglesia del pasado,
porque no somos los primeros en comenzar a interpretar adecuadamente la Biblia, tal como acabamos de apreciar en la larga
historia de la tradición eclesial. Debemos leerla con espíritu de humildad, sabiendo que nuestras interpretaciones son falibles y
nuestros resultados provisorios. Debemos leerla, por último, "desde la Tradición de los pobres", es decir, desde la perspectiva
solidaria con el oprimido y el desposeído, contexto en el que se sitúa Dios en el Antiguo Testamento y Jesús en el Nuevo
Testamento. Dios habla hoy también a través de los ACONTECIMIENTOS. Estos acontecimientos pueden ser fruto de la
libertad humana o resultado de la contingencia y limitación del ser humano y de la naturaleza. No interesa el acontecimiento
en sí mismo sino en cuanto revelador de las personas, fenómeno de conciencia colectiva. Los acontecimientos son palabra de
Dios que nos interpela y cuestiona. Nuestra tarea sigue siendo saber leer e interpretar los signos de los tiempos y discernirlos a
la luz del evangelio, distinguir el elemento divino (gracia) del humano (pecado), discernir la voz del Espíritu en medio de
otras voces que quieren imponerse. Para llevar a cabo esta tarea de interpretar los signos de los tiempos, es necesaria una
verdadera sensibilidad espiritual para escuchar la voz de Dios y mirar su obrar. Por último, es necesario reafirmar que Dios
nos habla a través del HERMANO, protagonista muchas veces de esos signos de los tiempos. Estas palabras de Dios (Biblia,
acontecimiento, hermano) no son paralelas e independientes, sino que se relacionan mutuamente. La Biblia interpela a la vida,
pero la vida también interpela a la Escritura. Vamos a ella con nuestras preguntas y salimos con las preguntas que ella nos
lanza. Leemos la Biblia y ella nos lee a nosotros.
Magisterio: "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al
Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo", es decir, a los obispos en comunión con el sucesor
de Pedro, el obispo de Roma".La Iglesia como pueblo de Dios es anterior a las escrituras. La constitución del Concilio
Vaticano II: Lumen Gentium expresa que la Iglesia ya está prefigurada desde el mismo origen del mundo, pues surge del
misterio de la Trinidad. De este modo, la Iglesia prolonga las misiones del Hijo y del Espíritu Santo y se constituye en sí
misma sacramento de la presencia del Dios Uno y Trino en medio de la historia.
Al consagrarse como nuevo Pueblo de Dios mediante la vocación de Pedro y los apóstoles, la Iglesia ha heredado y
continuado esta tradición viva. Por el hecho de permanecer como único sujeto en el seno del cual fueron compuestas las
Sagradas Escrituras, su Magisterio es el único que posee la autoridad para interpretarlas, con la asistencia del Espíritu Santo
dado por Jesús. Es misión del Magisterio eclesial conservar la identidad de la fe revelada por Jesucristo, interpretando a la vez
su Palabra a la luz de los signos de los tiempos. Es ésta una tarea ardua en que la Iglesia persigue un equilibrio entre dos
actitudes fundamentales: la fidelidad a la integridad del mensaje evangélico confiado por Jesucristo mismo y la creatividad,
que permita encontrar un lenguaje para que este mensaje llegue a un oyente de la palabra situado en una cultura y
circunstancia particulares, y que se le manifieste como respuesta concreta a sus problemas humanos y cristianos. Cabe afirmar
con el Concilio Vaticano II que: "el Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar
puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia
celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser
creído."
Relación entre Tradición, Escritura y Magisterio: relación entre la tradición y la escritura: Entre Escritura
y Tradición hay UNIDAD porque ambas proceden de la misma fuente, las dos tienen un mismo servicio que prestar, poseen
un mismo contenido y se orientan a una misma finalidad: comunicar la salvación en Cristo. Hay también entre Escritura y
Tradición una MUTUA DEPENDENCIA. La Escritura depende de la tradición porque encuentra en esta última su origen.
Cronológicamente hablando está primero la Tradición y después la Escritura. Pero también la Tradición depende de la
Escritura. En efecto, la Tradición no puede ser reconocida como divino-apostólica sin la Escritura, porque ésta controla la
Tradición, hace que no se desvíe, que no se considere como tal lo que no pertenece a su núcleo y sustancia. hay también
COMPLEMENTARIEDAD. Ya no se puede seguir hablando de dos fuentes de la revelación, sino de dos expresiones de la
misma fuente, dos manifestaciones complementarias del mismo Dios que se revela
Diferencias, entre Escritura y Tradición: la Escritura es única e irrepetible, mientras que la Tradición es continua y
prosigue a lo largo de la historia. En cuanto a estructura, la escritura es palabra formal de Dios, mientras que la tradición es
palabra formal del ser humano... Escritura y Tradición son inseparables, forman una unidad orgánica; no son dos realidades
paralelas que se puedan aislar, o entre las que está repartida la revelación. Ninguna verdad sale de la sola Escritura, ni de la
sola Tradición; más bien todas las verdades salen de la Escritura y la Tradición tomadas en su conjunto.
Relación entre Escritura, Tradición y Magisterio: el Concilio Vaticano II concluye de manera contundente: "Así pues, la
Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que
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ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo,
contribuyen eficazmente a la salvación de las almas."
UNIDAD N°III:
La Sagrada Escritura: Dios habla en lenguaje humano:
El proceso de formación de las Escrituras es lento: experiencia, memoria histórica y transmisión oral y escrita. La Escritura,
realidad exquisita del proceso de transmisión de la Revelación, merece un párrafo aparte. En efecto, el carisma de la
inspiración está orientado básicamente a consignar por escrito la revelación; no está en orden directo al conocimiento del
hagiógrafo (escrito sagrado), sino a la transmisión escrita que de él debe hacer a los demás. Inspiración y revelación son dos
carismas distintos, pero ligados entre sí sucesivamente. Consecuentemente, la inspiración trae aparejado tanto la cuestión de la
verdad que revela, como así también de la canonicidad , es decir, del reconocimiento del carácter inspirado de los libros por
parte de la Iglesia. Finalmente, este carácter divino-humano del texto bíblico conduce a la problemática entorno a su correcta
hermenéutica o interpretación. De la apocalíptica surge la idea de libro inspirado: Puesto que los profetas ya están en el cielo,
ahora lo que suscita Dios son libros inspirados: ya no en el Sinaí, sino en los cielos mismos; ya no en las tablas de la Ley, sino
en tablillas celestiales. Los judíos van pronto a rechazar la apocalíptica y provocan que el canon judío se cierre. el Concilio
Vaticano II afirma el carisma de la inspiración. El objeto de la inspiración es la fijación y consignación escrita mediante la
cual la Palabra de la revelación se hace escritura. La inspiración no tiene ningún límite: toda la obra está inspirada; Dios es el
autor en cuanto causa, no en cuanto escritor. El hagiógrafo es verdadero autor literario en sentido propio y estricto; Dios sólo
lo es en sentido analógico. la inspiración es un carisma personal, pero con una función SOCIAL. el hagiógrafo es
VERDADERO AUTOR LITERARIO. es el Pueblo de Dios, que debe tener capacidad de atención y escucha de la Palabra
para descubrir el o los sentidos que se perciben a través de los elementos textuales, contextuales y extratextuales de la obra. la
inspiración es la conjugación de la acción de Dios y la del escritor sagrado que producen textos inspirados que se confían a la
iglesia. Inspiración Escriturística" a lo que va directamente encaminado a la consignación por escrito de la revelación o de la
palabra de Dios y a su permanencia constante en la comunidad del pueblo de Dios. Sabemos que en los primeros tiempos la
verdad de la Escritura se aceptaba como un dogma indiscutible entre judíos y cristianos. Es en los siglos XVI y XVII que las
ciencias de la naturaleza comenzaron a plantear interrogantes. Es famoso el caso de Galileo y, ya en el siglo XIX, la teoría
evolutiva de Darwin. El caso de Galileo es particularmente aleccionador: no solamente no negaba él la verdad de la Escritura,
sino que en su defensa puso algunos principios en la línea de San Agustín. El Concilio Vaticano II, superando el planteo de la
"inerrancia bíblica" (la Biblia no tiene errores) que había conducido a un callejón sin salida, a través del CONCORDISMO o
del FUNDAMENTALISMO, se plantea más bien qué tipo de verdad enseña la Biblia. Así, en la versión final de la Dei
Verbum, el término "verdad" equivale a "revelación-salvación. eso podemos afirmar que la Escritura no enseña errores por lo
que toca a nuestra salvación. Podrá haber inexactitudes o errores geográficos, históricos, científicos, pero no habrá ningún
error en lo que se refiere a nuestra salvación. El Concilio nos presenta así un principio teológico fundamental para entender la
verdad de la Escritura. Hay que complementario con otros dos aspectos: la unidad de toda la Escritura y los géneros literarios.
.- Canonicidad: La palabra "canon" significa caña o vara de medir. Después de los siglos pasó a designar la lista de los
libros inspirados por Dios y aceptados como tales por la Iglesia, en los que se contiene la regla de la fe. Llamamos
canonicidad, pues, a la aceptación oficial por parte de la Iglesia del carácter inspirado de un libro. se distinguieron dos tipos de
libros: los aceptados por todos desde el principio, y los contro- vertidos discutidos, posteriormente fueron designados por
SIXTO DE SIENA como "protocanónicos" y "deuterocanónicos".
La formación del canon del Antiguo Testamento: La "LEY" (Torah), concluida hacia los siglos V-VI a.C. fue reconocida,
ya desde esa época, como normativa para la comunidad judía; es la colección más estable que gozó de la aceptación total entre
los grupos judíos. Los ESCRITOS, por último, son la colección más variable y quizá la última en su composición. cuando el
Señor ordena a los profetas escribir sus oráculos. No se pretende decir que consideraran estos libros ya como "canónicos",
pero sí señalar que hay una conciencia de estar ante una palabra del Señor que es normativa para la comunidad. Hubo, con
respecto al AT, una variabilidad práctica en su aceptación canónica. más que diversos "cánones" fijos, existía una variedad de
usos y costumbres entre los judíos y los cristianos de los primeros siglos. Paulatinamente esa pluralidad de usos fue
convirtiéndose en un proceso de uniformación. Los motivos que llevaron a definir el canon son múltiples: a.- Motivos
aglutinantes de su fe y de su identidad; b.- Escritos diversos de corriente apocalíptica que urgía aclarar que no pertenecían a la
auténtica fe normativa; c.- Polémica contra los cristianos que admitían más libros; d.- Creencia del fin o interrupción de la
profecía desde el siglo II a.C.; los escritos, para ser considerados sagrados, debían haberse escrito antes de esta fecha. El
cristianismo naciente recibió del judaísmo la colección de libros, aun no totalmente delimitada, convertida ya en Biblia. La
novedad cristiana con relación a estos libros es su Interpretación en perspectiva cristológica. MARCIÓN no reconocía los
libros del AT porque no provenían del Dios bueno. Sólo aceptaba "su" Nuevo Testamento La iglesia se opuso a este
pensamiento desde el inicio y reconoció al mismo Dios como autor de ambos testamentos. Trento es una respuesta a la
Reforma: Trento constituye la definición dogmática de la lista de libros inspirados y canónicos de valor universal para la
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iglesia católica. El apoyo de Trento está basado en una consideración teológica, no histórica y se apoya en la larga tradición de
la Iglesia y el uso litúrgico de la Escritura. Trento no acepta hacer distinciones entre unos y otros libros del AT porque hubiera
significado meter dudas, mientras que su finalidad era clarificar a los fieles la lista de los libros en relación con la posición
protestante. A partir de esa declaración de Trento, los concilios no han hecho más que ratificarla.
Formación del canon del Nuevo Testamento: la Biblia de la iglesia primitiva era lo que llamamos ahora Antiguo
Testamento, interpretado en clave cristológica Junto a estas Escrituras existió, desde el inicio, la tradición de las palabras y los
hechos del Señor, puesto que la norma suprema era la persona de Jesús. Poco a poco se fue viendo la necesidad de escribir esa
"memoria" para que la tradición no se deformase por la expansión de la Buena Noticia y la muerte de los testigos oculares.
Así va surgiendo el Nuevo Testamento: primero hay un período de tradición oral; después, sin suprimir la tradición, se
realizan escritos parciales o totales que van paulatinamente integrándose en libros. En el mismo NT se pueden ver algunos
indicios del valor canónico que van adquiriendo algunos libros en la comunidad. Del siglo VI en adelante se da la uniformidad
hasta que en el siglo XVI se hace la declaración solemne de Trento. El canon no nos llega por una revelación directa, sino que
su reconocimiento ha sido fruto de una toma de conciencia paulatina de la Iglesia, iluminada por la tradición. . En el campo
católico se ha llegado a la conclusión de que la Escritura es reconocida como tal por la Tradición; es decir, que no es la Iglesia
o su jerarquía la que inventa el canon, sino que éste se impone a la comunidad. Algunos criterios que se han propuesto a lo
largo de los siglos para entender el canon son: a.- La apostolicidad, que es el criterio articulante. Quiere decir que para
declarar a un libro canónico los apóstoles deben estar a la base de la transmisión, su contenido ha de estar de acuerdo con el
kerygma y debe tener la función de edificar a la comunidad. b.- La presencia del Espíritu Santo en la Escritura, esto es, que la
última fundamentación de la normatividad de las Escrituras es la autoridad del Señor Jesús, manifestada por su Espíritu. c.- La
recepción de la comunidad es el llamado "criterio eclesial". Es el criterio práctico decisivo para considerar unos libros como
inspirados. La iglesia entera, incluido su magisterio, está sometida a la Palabra de Dios.
Interpretación: La Biblia tiene que ser interpretada y actualizada para que conserve su valor perenne. La hermenéutica
bíblica pretende, no sólo descifrar el pasado, sino actualizar el mensaje bíblico; establecer un puente entre el autor y el lector a
través del texto, para así descubrir lo que significó el texto en el pasado y lo que significa hoy. Nos encontramos ante textos
del pasado, escritos en otra lengua, cultura y tiempo. Además, la Escritura entierra los hechos y se hace difícil descubrir el
acontecimiento que está detrás del texto y el significado que tuvo en su situación originaria. Presupuestos de una buena
hermenéutica: 1.- La Escritura es la memoria escrita de la revelación. La historia se interpretó por grandes tradiciones y se
consignó después por escrito. El texto no puede, entonces, separarse de su contexto vital. 2.- La Escritura es el libro del pueblo
de Dios, no del individuo aislado, pero esa misma Escritura, escrita en una época determinada, es por sí misma valedera para
todas las generaciones. 3.- La Escritura es única y múltiple a la vez; a pesar de la diversidad, su autor es el mismo, su
contenido es la misma historia de salvación y su finalidad es comunicarnos la vida divina. 4-. La Escritura es relativa: sólo el
misterio de Dios es absoluto. Es viva y actual para todas las generaciones, por eso el texto debe estar abierto a nuevas
interpretaciones; y es dinámica porque su comprensión puede crecer y madurar. A fin de lograr una auténtica interpretación
bíblica, hay que recordar que ésta es PALABRA HUMANA, por eso se requiere de la ciencia ("texto"); es también
PALABRA DIVINA, por eso se exige la fe para su comprensión ("con-texto"); es también PALABRA ACTUAL, por eso se
requiere una referencia a la vida del lector y a su situación concreta y actual ("pre-texto")LA BIBLIA ES PALABRA
HUMANA está sujeta a los condicionamientos de la lengua y por eso necesita de la filología, de la traducción y de la
lingüística para su comprensión. Es una palabra literaria, por lo que es indispensable analizarla bajo las leyes de esta ciencia y
arte. Es una palabra concreta e histórica, que responde a una determinada situación, por lo que su interpretación necesita
recurrir a las ciencias históricas como la geografía, la sociología, la economía, la política, etc. Por eso, para encontrar el
sentido literal, es preciso conocer la intención del autor, es decir, tratar de situar bien su tiempo y espacio, sus destinatarios, la
problemática que enfrentaban ambos, la intención del escritor, etc. Pero también es necesario conocer el significado de las
palabras con las que ese autor se expresa, y para ellos es necesario leer bien y profundamente la obra, fijarse en sus palabras
claves, buscar las relaciones que establece en el texto, su estructura y división, etc. Un medio importante para descubrir la
Escritura como palabra humana es el conocimiento de los géneros literarios.
Los géneros literarios: La historia bíblica es teológica porque su principal personaje es Dios y nos narra principalmente la
historia de la salvación. Procuraban además con sus escritos la formación en la fe y la conversión de los lectores. En la
mayoría de los casos no le interesa al hagiógrafo el contar la historia en forma de crónica detallada y exhaustiva sino el relatar
los principales hechos que hacen a la historia del amor de Dios." El género legislativo Los Libros del Antiguo Testamento y
del Nuevo Testamento nos presentan leyes y preceptos que son las normas de Dios para los suyos." La Ley dada a Moisés en
el A.T. comprendía tres tipos de preceptos: preceptos de orden natural; preceptos ceremoniales, culturales o litúrgicos
preceptos civiles. "El género literario sapiencial está representado principalmente por los siete libros del Antiguo
Testamento. Los libros de Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría y Eclesiástico. Ellos cantan
a la Sabiduría y enseñan sus caminos." El proverbio: es la forma básica de la literatura sapiencial. La comparación: se
propone resaltar la naturaleza superior de ciertos tipos de conducta respecto de otros. .- El enigma: se distingue del proverbio
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o aforismo a nivel formal. Sin embargo, en ambos el lector o aprendiz se ve obligado a "adivinar" lo que hay detrás de su
forma, dada la ambigüedad de sus formulaciones. Pues es la ambigüedad o el carácter cambiante de las circunstancias lo que
impulsa al sabio a dicha formulación que exprese esa realidad. La fábula y la alegoría: relacionada con el enigma, la fábula
se caracteriza por presentar como personajes realidades del mundo vegetal o animal. fue instrumento útil para ser aplicada a la
vida política, convirtiéndose en muchos casos en alegoría. El discurso sapiencial: es una llamada pública de la propia
sabiduría personificada. El estilo es netamente didáctico y auto descriptivo. El himno: Existen en la literatura sapiencial, los
himnos de indudable sabor sálmico. Pero también están aquellos himnos que son alabanzas a la sabiduría y que constituyen un
género hímnico sapiencial propio. El poema didáctico: se caracteriza principalmente por su impulso educativo; mientras que
por su "forma", se caracteriza por ser expositivo y carecer casi por completo de imperativos. El diálogo: este recurso literario
sapiencial, se encuentra casi exclusivamente en el libro de Job. El poema autobiográfico: esta forma literaria ya presente en
la literatura egipcia, consiste en la confesión autobiográfica ofrecida, lógicamente en primera persona del singular, en la cual
el maestro de sabiduría hace suyas experiencias para ponerle mayor realismo a la enseñanza. literatura onomástica: largas
listas que incluían todo tipo de realidades y fenómenos del mundo del hombre y de la naturaleza, que bien podría ser
considerada precursora de las modernas enciclopedias. pretende poner de manifiesto la gloria de Dios en la creación y servir
así de soporte al ríspido problema de la justificación de Dios en la angustiosa cuestión de la presencia del mal y de la injusticia
en el mundo. El recurso de la solución diferida: se trata de un recurso perceptible en unos pocos textos, los maestros
recurrieron a multitud de ardides retóricos para atraer la atención de sus discípulos, incitar su curiosidad, estimular la
inteligencia y proporcionar medios adecuados para ejercerla. El género profético "Los profetas ejercieron pues esta triple
misión de teólogos de la historia, pastores del pueblo y voceros del Mesías. Como teólogos de la historia iluminaron al pueblo
de la promesa en la visión vertical y trascendente que había recibido gratuitamente. Sus cayados de pastores guiaron a Israel,
animando e increpándole para que fuese fiel a la alianza. Los profetas, como voceros del Mesías, mantuvieron viva la espera
del Salvador y preanunciaron su realidad." Los textos proféticos emplean diversas formas literarias, tomadas de los ámbitos
más distintos. Géneros oraculares: el elemento profético más característico es el oráculo, es decir, la revelación de Yahvé.
Géneros narrativos. Pueden ser formulados tanto en tercera persona como en primera. Los Salmos En los Salmos aparecen
representados los principales géneros del Antiguo Testamento: la historia, la ley y sabiduría y el profetismo, además de otros
tantos géneros literarios menores (los símbolos, comparaciones, antropomorfismos, etc.), cantan las gestas de la historia
bíblica, exaltan la ley y sabiduría del justo y profetizan al Mesías. El Evangelio Con el término "evangelio" se indica el
mensaje religioso y espiritual en general, propuesto en la predicación cristiana. . "El género literario evangelio es único y
singular como único y singular es el personaje central y objeto de los mismos, Jesucristo. . Los santos Evangelios son a la vez
escritos históricos, teológicos y apologéticos. Género Actas de los Hechos de los apóstoles
"El género literario Actas se caracteriza principalmente por describir en forma narrativa, comprendiendo hechos y diálogos,
las grandes gestas de personajes ilustres. El libro de los Hechos de los Apóstoles se asemeja a este tipo de literatura aunque no
se puede identificar con las praxis o actas de los antiguos. El género epistolar El género epistolar era común en la antigüedad
y ocupa asimismo un puesto representativo entre los géneros literarios de la Sagrada Escritura. En el Nuevo Testamento, de
modo particular, poseemos epístolas. Características generales de este género:
- Tono familiar y directo. - Encabezamiento en forma de presentación del autor y saludos a sus destinatarios.
- Cuerpo de la epístola: en el que se tratan los temas principales que pueden ser de diversa índole: breves tratados doctrinales;
la respuestas a ciertos cuestionamientos; cartas pastorales; intervenciones ante sucesos o problemas dentro de la comunidad a
quienes se dirige. - Saludos finales con algunas recomendaciones concretas. - La finalidad de las epístolas son de orden
doctrinal y pastoral. Miraban a instruir y formar a los fieles en la doctrina y encaminarlos en la vida cristiana animándolos a
superar los inconvenientes internos y externos dentro de la comunidad de fieles. El género apocalíptico "Apocalipsis
significa revelación. Los escritos apocalípticos se refieren a las revelaciones divinas sobre los últimos tiempos en un sentido
mesiánico y escatológico. Los Apocalipsis son proféticos en cuanto que predicen lo que ha de venir, hablan de la historia del
pueblo elegido, de la humanidad y de su futuro; describen el plan de Dios en la historia. El género apocalíptico expresa sus
profecías valiéndose del tipo y del antitipo, proclamando sus anuncios a dos niveles, uno más próximo y el otro más remoto.
Es característico de este género el dramatismo y la solemnidad de las escenas así como el frecuente uso de imágenes y
símbolos muy vivos y enfáticos. Este género está representado de un modo particular en el Nuevo Testamento, por el
Apocalipsis de San Juan Apóstol. También se ubican dentro de la apocalíptica los discursos de Nuestro Señor y algunos
relatos de San Pablo. Funciones del Pueblo de Dios en la interpretación Toda la Iglesia escucha y transmite la Palabra de
Dios (DV 8 y 10). Sin embargo, por tratarse de una comunidad organizada y orgánica, existen algunas funciones específicas:
LOS EXÉGETAS: son los especialistas, a quienes les toca lo más técnico y especializado, la verdad histórico crítica, el
conocimiento objetivo de los hechos, el dato que está en el fondo de la Escritura. LOS FIELES: les toca la verdad
"existencial" de la Palabra, es decir, buscar en la Palabra la respuesta a las grandes interrogantes sobre el sentido de su vida. El
MAGISTERIO: le compete la proclamación e interpretación auténtica de la Palabra de Dios. Sus interpretaciones también
están sujetas a la maduración de la iglesia que camina hacia la verdad plena. Una exigencia fundamental para todo creyente
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que quiera interpretar rectamente la Escritura es observar los tres ángulos del llamado "triángulo hermenéutico": 1.- Aceptar.
El PRE-TEXTO o situación en que se encuentra el lector. Darse cuenta de los propios condicionamientos y evitar que se
conviertan en prejuicios. Estar abiertos para dejar que la Palabra cambie nuestros valores, critique nuestra vida, transforme
nuestros criterios. 2.- Ser fieles al TEXTO analizado críticamente, en su contexto histórico- literario global. Debemos evitar la
simplicidad fideísta y el literalismo ingenuo que genera el fundamentalismo. Una lectura global de la Escritura es
imprescindible, para que estemos abiertos a la Palabra y su misterio. 3.- Situarnos en el auténtico CON-TEXTO de la fe en
una lectura militante, abierta al Dios que habla en la comunidad eclesial, situándonos en la línea de la legítima tradición de la
iglesia y de las directrices del magisterio.
Creer: Fe es una manera relacional de conocer. Comencemos afirmando, para luego completarlo, que la fe es una forma
de conocer. El acto de creer es una forma original de "conocer", creer es algo cotidiano en nuestra vida y no podemos
prescindir de él. Nuestros mismos conocimientos son fruto de la recepción del saber de los demás. . La fe-confianza es
importantísima en la vida de cada día. Esta confianza es la base de la sociedad y por eso la mentira es algo grave en la vida
social. La franqueza es la primera forma de la honradez. Fe y saber se combinan en una relación enteramente original. Son
instancias diferentes pero no necesariamente opuestas. El que cree en sentido fuerte de la palabra acepta un determinado
contenido como real y verdadero en virtud del testimonio de la persona al que se le otorga confianza. El creer se realiza en
este caso sobre la base de una relación de confianza entre un yo y un tú. No podemos vivir en sociedad sin confiar, es decir,
sin un mínimo de fe en los otros. Ninguno de nosotros puede vivir sin un mínimo de valores. Notemos que nuestra vida social
y pública se apoya sobre un cierto número de valores: justicia, verdad, libertad, igualdad, respeto, etc. Si bien el uso de las
palabras creer, creo, fe, tengan también un sentido común, alejado de lo religioso, estas palabras sobretodo se aplican a lo
religioso: al creer en Dios, al tener una fe religiosa. La forma más visible del creer es el creer religioso. Pero este uso de la
palabra creer aplicado a lo religioso, reviste, en nuestra cultura, características particulares, ligadas a los problemas
sociopolíticos, propios del modernismo y posmodernismo. Los finales del siglo XX y los inicios de éste nuestro siglo XXI nos
presentaron imágenes positivas del creer, pero también muchas aberraciones hechas en nombre de una fe religiosa, baste como
ejemplo la violencia que genera el fundamentalismo religioso. El primer gran testigo de esta fe en la tradición bíblica es la
figura de Abraham, que "creyó al Señor y el Señor lo consideró como un hombre justo" Abraham padre de la fe. El cambio
de actitud operado por Abraham consistió en aceptar una relación de tipo personal con un Dios que no podía sino ser único.
Esta relación comenzó con la confianza depositada en la palabra, esa llamada que había escuchado. Abraham creyó con todo
su ser en la promesa que había recibido de Dios de hacer de él un gran pueblo. Su fe se desarrolló luego en una historia de
alianza interpersonal, que vino a avalar fielmente la confianza inicial. La verdadera cuestión de la fe invierte los términos: no
se trata de creer que experimentar que Dios me toma en cuenta, que existo para El, que El se interesa de mis cosas. Es aceptar
y comprobar que la historia humana no la escriben solo los hombres, que Dios interviene a favor de los suyos, que el Dios
Altísimo no es tan lejano que se olvidó del hombre que salió de sus manos y amor. Dios y el hombre caminan juntos por la
vida. Dios y los hombres caminan juntos haciendo historia, así la historia humana se convierte en historia de salvación. La fe
asocia dos elementos: un "creer en" y un "creer que". Comienza, en efecto por el encuentro con una persona, la de Jesús de
Nazareth, y conlleva el momento de la decisión de comprometerse con Él. "Creer en" es un acto interpersonal por el que el
discípulo se da a Jesús, se pone a su disposición y pone en Él toda su confianza. lo que Jesús pide es un acto de fe en Dios.
SAN AGUSTÍN colocará en una línea ascendente los tres aspectos de la fe cristiana: creer que hay Dios, que Dios existe,
primer presupuesto de toda fe creer a Dios, es decir, creer en su palabra, en el contenido de su enseñanza; y finalmente creer
en Dios, es decir, creer en el sentido bíblico y evangélico: entregarse a Dios y confiarle el sentido de nuestras vidas, contar
con Él que es nuestra roca, poner en Él nuestro destino en un movimiento de respuesta a la alianza que Él nos ofrece. Cuando
el fiel cristiano dice" creo en Dios", expresa pues la respuesta de fe a la triple iniciativa de Dios en su favor: - la del Padre
creador que está en el origen de todo, - la del Hijo que ha venido a vivir en nuestra carne, morir por causa nuestra y resucitar,
y - la del Espíritu Santo que se ha dado a la Iglesia. Así se ha reflejado y sigue reflejándose en la celebración del bautismo o
en la renovación de las promesas del bautismo durante la vigilia pascual. El credo es entonces un diálogo con tres preguntas y
tres respuestas entre el sacerdote y el bautizando o sus padres y padrinos. El bautizando debe afirmar su fe con un profundo y
sincero: sí creo. Dios habla y el hombre responde. El diálogo expresa claramente quien ha tenido la primera palabra en esta
alianza entre Dios y su criatura, a la que llama a la filiación. Si la fe es una respuesta supone que Dios ha hablado primero. La
fe cristiana se inscribe en una alianza en la que Dios lo ha hecho todo por su Hijo Jesús. Dios se ha interesado por el hombre;
sobre este fundamento, el hombre puede otorgarle su fe. La fe don de Dios: Si es posible entrar en relación con Dios,
conocerlo, escucharlo, aceptarlo se debe a que Dios tiene la iniciativa del diálogo, la respuesta del hombre, la fe, es puro don.
La reflexión humana ha llegado a esta conclusión: al anhelo del hombre de encontrar respuesta a profundos interrogantes, a su
necesidad de comunicación, a su necesidad de vivir, la única respuesta posible es: porque Dios existe y me ha hablado, se ha
interesado en mí, yo puedo responder con la fe. El acto de creer es, fruto de una experiencia religiosa enteramente original. El
creyente lo interpreta como un don gratuito ofrecido por Dios, un don que lo supera y del que no puede dar cuenta exacta;
pero un don que acepta con toda su libertad. Dios ofrece la fe a todos los hombres, sus hijos. el ofrecimiento de Dios se dirige
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a nuestra libertad y se inscribe en nuestra historia. Reflexión desde la teología sistemática: La voluntad de Dios, el plan de
amor divino. Dios quiere que todos sus hijos se salven y Él mismo es su Salvador. Dios no escatimará esfuerzos amorosos
para salvarlos, hasta el punto de enviar a su Hijo, que murió en la cruz para salvarnos. A este salir al encuentro de parte de
Dios y manifestarse como su Salvador, el hombre debe responder con la fe. La fe es la respuesta humana apropiada a la
revelación de Dios. El plan divino de salvación y la fe: Por amor Dios sale al encuentro del hombre con la Revelación para
hacerle alcanzar la verdad y la salvación. Habla para que los hombres puedan salvarse a través de un conocimiento suficiente
de la verdad. La respuesta del hombre a esta palabra es la fe. La Revelación es un acto libre y amoroso de Dios a todos los
hombres, sus hijos, y llamándolos a su gloria. Dios se revela para que los hombres no caminen por las sendas de la ignorancia
y del error, y puedan ascender a verdades más altas conociendo el amor de Dios con mayor profundidad y alcanzar así la
salvación. La Biblia es un testimonio constante del profundo anhelo humano de experimentar la presencia de Dios, de ver su
rostro: "oigo en mi corazón una voz que me dice: busca mi rostro, tu rostro buscaré Dios mío". Si bien, como enseña el
Magisterio de la Iglesia, con la razón podemos conocer la revelación de Dios, "sólo la fe permite penetrar en el misterio,
favoreciendo su comprensión coherente". La fe es una respuesta del hombre a Dios. El hombre inteligente y libre se sitúa ante
el Dios infinito y asiente a su palabra, reconoce la verdad del testimonio divino porque el mismo Dios se lo dice. Creer es un
suceso personal, es decir, algo que sucede entre dos seres personales. Dios se autocomunica, se hace el encontradizo y llama,
y el creyente responde a la llamada. Antes que creer algo el cristiano cree en Alguien, y sabe que ese Alguien no puede
engañarse ni engañarle. Noción bíblica de fe: amén es la afirmación de firme compromiso pronunciado con frecuencia en la
solemnidad de la liturgia92. El sentido de la palabra fe, según el Diccionario bíblico: "si se respeta el sentido semita de la
palabra, creer significa asegurarse y afirmarse: quien cree construye sobre el fundamento sólido e inconmovible de la Roca;
quien cree se asegura, no en un orden contingente y variable, sino en Dios mismo" La fe es entregarse en manos de Dios, es la
aceptación de la promesa de Dios de liberación, es renuncia a los apoyos humanos y confianza solo en Dios en los momentos
de crisis. la fe como conocimiento-reconocimiento de Yhwh, de su poder salvador y dominador revelado en la historia, como
confianza en sus promesas, como obediencia ante los mandamientos de Yhwh". Dios es la solidez del hombre: es el tema de
Dios "Roca de Israel"."si no creéis, no podréis subsistir". Apoyarse en Dios es confiar en Él respondiendo a sus expectativas.
La fe evoca igualmente la fidelidad. Es una relación fuerte entre Dios y su pueblo. La fe es siempre una respuesta a una
iniciativa de alianza. Los evangelios son libros de la fe en Jesús"."Como síntesis de la visión del Antiguo y del Nuevo
Testamento se puede afirmar que la fe es la adhesión total -el AMEN- del hombre a la palabra definitiva y salvadora de Dios.
Y en la totalidad humana de este acto aparecen estos tres aspectos: 1.- el conocimiento y confesión de la acción salvífica de
Dios en la historia. 2.- la confianza y sumisión a la palabra de Dios y a sus preceptos, y 3.- la comunión de vida con Dios
ahora y a su vez orientada a la escatología. La fe veterotestamentaria Aspecto Dominante: La Confiamos. La fe
neotestamentaria Aspecto Primordiales: Conocimiento y Confesión Al final tal diferencia está determinada por la singularidad
del acontecimiento de Cristo que la define como fe propiamente cristiana". Textos bíblicos tradicionales en la reflexión
sobre la fe: En la reflexión teológica, los teólogos y el Magisterio han buceado en los textos bíblicos, poniendo el acento en
algunos de ellos. Is. 7, 9: Si ustedes no creen, ciertamente no permaneceréis. si no creéis, no tendréis estabilidad; La palabra
"aman" en el A.T expresa: tener fe, confianza (en) o creer; y en Is 7,9, que es una amonestación a creer, aparecen los
imperativos "no temas, ni te asustes" (literalmente: "no se debilite tu corazón". Rom 12, 1: Por consiguiente, hermanos, les
ruego por la misericordia de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios: este es el culto
racional que deben ofrecer. La tradición de la Iglesia subraya la importancia de la razón en el acto de fe. 1 Pe 3,15: dispuestos
siempre a dar respuesta a todo aquél que les pida razón de la (fe y) esperanza que ustedes tienen. Para los apóstoles y los
primeros discípulos el ser llevado a los tribunales y juzgados era visto, también, como una posibilidad de "proclamar la fe", de
ser "testigos", de ser "misioneros". Por eso, es también una "declaración misionera" de la esperanza. la carta de San Pedro
habla constantemente del comportamiento llamativo de los cristianos: un comportamiento muy fecundo, como testimonio de
fe para los demás. Para sintetizar las relaciones entre la fe y la razón. San Agustín afirmó que es diferente si la demanda de dar
razón de la fe proviene de un no creyente o de un creyente. En el primer caso, se debe procurar "dar razón por la que se pueda
ver, si es posible, lo que se presupone antes de la fe"; en el segundo caso, se debe posibilitar una "inteligencia de la fe". El
Vaticano II cita el texto una vez, en la Lumen Gentium, al tratar del sacerdocio de todo el pueblo de Dios dice que todos los
discípulos de Cristo "deben dar testimonio de Cristo en todas partes y han de dar razón de su esperanza de la vida eterna a
quienes se la pidan. La novedad está en la equivalencia entre el "dar razón" y el "testimonio". Hay una persona histórica que
es Jesucristo. Por lo tanto es una fe personal y testimonial, que me invita a vivir en relación íntima con Jesús, con Dios Padre
y con el Espíritu Santificador. Definición de fe: a.- Retomando el texto bíblico la primera definición de fe es la siguiente: Heb
11,1: la fe es fundamento de realidades que se esperan, prueba de realidades que no se ven. b.- La teología católica
siguiendo a Santo TOMÁS DE AQUINO define la fe como "acto del entendimiento, que asiente a una verdad divina con
el imperio de la voluntad movida por la gracia de Dios" (ST, II, II, quaestion 2, art. 9).
c.- Aquí otra definición de fe considerada como virtud: "fe es la virtud sobrenatural por la que creemos en Dios y en todo
lo que Él nos ha dicho y revelado y que la Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma". Es decir, la fe es la virtud
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sobrenatural por la que aceptamos como verdadero todo lo que Dios ha revelado. d.- La teología más cercana a nuestro tiempo
nos habla en éstos términos de la fe: El acto de fe no consiste simplemente en la adhesión del intelecto a las verdades
reveladas por Dios; y tampoco en la mera actitud de entrega confiando en la acción de Dios. Es, más bien, la síntesis de
ambos elementos porque implica tanto la esfera intelectual como la afectiva, al ser un acto integral de la persona
humana. Santo Tomás y la tradición hablaban más bien de la fe como un acto del intelecto, hoy debemos hacer notar que
también la afectividad humana está presente en el acto de fe.
e.- El Catecismo de la Iglesia Católica, que trata de ofrecernos una definición más acabada de la fe, enseña: La fe es la
respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre
que busca el sentido último de su vida. La fe es una forma de conocimiento personal mediante la cual, bajo el impulso
de la gracia, se acoge la revelación de Dios en Jesucristo. la fe cristiana se concibe, primariamente, a la luz de la gracia.
consiguiente, se manifiesta como don de Dios que, revelándose, llama al conocimiento de sí, y como acto plenamente personal
mediante el cual puede cada uno realizarse a sí mismo en la verdad y libertad.
Breve evolución del concepto de la fe desde Trento hasta el Vaticano II
- CONCILIO DE TRENTO. El Concilio de Trento no intentó explicar directamente la fe sino mostrar la relación entre la fe
y la justificación y en este contexto ofrece una afirmación central para toda la teología de la fe de inspiración agustiniana: "la
fe es el principio de la salvación humana", el fundamento y raíz de toda justificación; sin ella es imposible agradar a Dios.
- CONCILIO VATICANO I. Para el Concilio Vaticano I la preocupación principal fue la de mostrar la relación entre fe y
razón: la fe es definida como "la plena sumisión de la inteligencia y de la voluntad al Dios que revela". Tal "sumisión" es
"conforme con la razón", pero de ninguna manera conclusión necesaria de un razonamiento constringente. Los "signos
externos" de la Revelación y profecías, manifiestan el acontecimiento de la Revelación y la muestran "creíble", y son
normalmente necesarios para que el asentimiento libre de la fe sea "conforme con la razón" y "no sea un movimiento ciego del
alma".101
- CONCILIO VATICANO II. Concilio Vaticano II en diversos documentos trata de la fe. En la Constitución sobre la
Iglesia, LG, nos recuerda que por el don de profecía propio de cada cristiano, debemos difundir con una verdadera vida de fe
nuestro ser cristiano. En la Constitución DV sobre la divina revelación, al hablar de los cuatro evangelios nos dice que
precisamente en los evangelios está el fundamento de nuestra fe. Al tratar del compromiso y vocación del hombre, en la
Constitución Gaudium et Spes, donde el Concilio nos invitará a vivir nuestra realidad de cristianos y santificar el mundo
mediante un compromiso de fe: "El pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el
Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa
juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios. La fe todo lo ilumina con
nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre"
El acto de fe: - Nuevo Testamento. Para el Nuevo Testamento, la fe se da en la persona de Jesús de Nazaret, en quien se
cree el enviado del Padre, confiando en su palabra porque es la palabra misma de Dios; en efecto, lo que él dice o hace, lo ha
oído y visto en el Padre. El acontecimiento pascual de la muerte y resurrección del Señor será el objeto peculiar de la fe, ya
que en este misterio Dios se revela plenamente a sí mismo. De todas formas, nadie puede realizar este acto de fe si Dios no lo
llama antes a sí mismo y lo atrae con su amor. El contenido de la fe no puede quedar escondido, sino que ha de ser anunciado
a todos y en todo tiempo, para que a cada uno se le dé la posibilidad de la salvación. La teología paulina subraya que llegamos
a la fe porque escuchamos y acogemos la palabra que se nos anuncia.- La teología medieval. que permite sintetizar la
complejidad del acto de fe en torno a tres dimensiones: credere Deo, credere Deum, credere in Deum. Con credere Deo se
intenta expresar la confianza plena, ya que es Dios mismo el que se revela y garantiza la verdad que revela. Con credere
Deum se cualifica el objeto de la fe, a saber, a Dios mismo en su vida interpersonal y el misterio de su revelación. Con
credere in Deum se quiere explicitar la relación interpersonal y de amor que se da entre Dios y el creyente. - Tomismo.
Según la tradición tomista, el acto de fe está determinado por el objeto en que se cree. El objeto en que se cree y la persona
que realiza el acto de creer. Por lo que atañe al primer aspecto, se trata de algo esencial, ya que califica a las cualidades y a la
intensidad de la persona que quiere creer. Desde el Antiguo Testamento, el acto de fe se ve esencialmente como un abandono
en las manos de Dios. El Dios que actúa en la historia del pueblo y que muestra los signos de su presencia es el Dios a quien
nos entregamos porque sólo en él vemos la salvación. - Creer en la persona de Jesús de Nazareth. La fe en la persona de
Jesús supone por parte de los creyentes la realización de un acto que sea en sí mismo plenamente libre, aunque inserto en el
interior de la acción de la gracia. La libertad de este acto es posible si responde a una doble exigencia: que corresponda a la
verdad y que abra al sentido último de la existencia. Respecto a la verdad, el creyente la ve realizada en la persona de Jesús de
Nazaret, que dijo que era la verdad. Él mismo se convierte en su garantía y no necesita que nadie de testimonio en su favor,
excepto el Padre, ya que la fe requiere la aceptación plena de su persona. Pero en Él, la verdad entra en la historia; por primera
y única vez, Dios se revela asumiendo la historia como lugar donde expresarse a sí mismo. . El creyente, en el momento en
que realiza el acto que libremente le permite acoger dentro de sí el misterio de Dios, no es ya un sujeto individual, sino un
sujeto eclesial, ya que en virtud de la fe se ha convertido en parte de un pueblo. La fe cristiana no se le ha dado al individuo,
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sino toda la Iglesia, que ha recibido de Cristo la misión de transmitirla y anunciarla a todo el mundo hasta el final de los
tiempos, pues, el acto de fe.
Características de la Fe en el Catecismo de la Iglesia Católica: fe es un regalo, es un don, es una gracia de Dios a
todos sus hijos. Todos necesitamos de fe y ésta es dada por el amor misericordioso de Dios a todos sus hijos. La fe es un don
de Dios, una virtud sobrenatural infundida por El. "Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se
adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del
espíritu y concede "a todos gusto en aceptar y creer la verdad". Si bien la fe es un don, una gracia, es también un acto humano,
es la respuesta del hombre al Dios que se le revela como cercano, que lo busca, que lo llama. Sólo es posible creer por la
gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. Puesto
que es un acto humano, necesariamente implica nuestra inteligencia y voluntad: "Creer es un acto del entendimiento que
asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia. Creemos "a causa de la autoridad de
Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos". "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese
conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas
exteriores de su revelación". la fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma
de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia
humana, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural".Es inherente a la fe que el
creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado. A éste mayor
conocimiento de las verdades reveladas somos guiados por el Espíritu Santo: "para que la inteligencia de la Revelación sea
más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones. No puede existir
contradicción entre las verdades de fe y la ciencia, puesto que ambas provienen del mismo Dios y ambas son dadas, a favor de
los hombres: "Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y
según las normas morales, nunca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe
tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo
escondido de las cosas, aún sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que
sean lo que son. Toda la predicación de Cristo fue una invitación a aceptar el amor de Dios, a aceptar libremente su propuesta,
a aceptar libremente la fe; Cristo no obligó a nadie a creer en El ni en sus palabras: ""El hombre, al creer, debe responde
voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazarla fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por
su propia naturaleza" En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, El no forzó jamás a nadie. "Dio testimonio de la
verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino... crece por el amor con que Cristo,
exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia El". Dado que la fe es un don gratuito dado por Dios a todos sus hijos, todo
hombre necesita de la fe, justamente porque la necesita, Dios la da a todos. Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para
salvamos es necesario para obtener esa salvación. "'Puesto que sin la fe... es imposible agradar a Dios'. "Este don inestimable
podemos perderlo; San Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta;
algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe". Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla
con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente; debe "actuar por la caridad", ser sostenida por la esperanza y
estar enraizada en la fe de la Iglesia". La Salvación definitiva, la vida eterna comienza con la fe. Cristo nos dice "quien cree en
mi, aunque hubiere muerto vivirá, y aquel que vive y cree en mi no conocer á la muerte segunda", pero esta vida eterna no es
sólo para después de la muerte, sino que ya tiene su comienzo en nuestro tiempo: "La fe nos hace gustar de antemano el gozo
y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara", "tal cual es". La fe es,
pues, ya el comienzo de la vida eterna". Es propio de la vida de fe el caminar en una cierta oscuridad, en la visión no plena,
aunque su luz es suficiente para el que cree a veces el cristiano está invitado a creer en la prueba: "caminamos en la fe y no en
la visión , y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera confusa..., imperfecta". "El mundo en que vivimos parece
con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la
muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación". Tanto la Sagrada
Escritura, como la tradición de la Iglesia y la espiritualidad nos invita a considerar como ejemplo a los santos que vivieron la
fe, aceptando sus momentos difíciles, cuando todo parecía perder sentido, pero ellos sin quitar los ojos de Jesús. "Debemos
volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda esperanza"; la Virgen María que, en "la
peregrinación de la fe", llegó hasta la "noche de la fe" participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y
tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y
el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y
consuma la fe". La inteligencia no se limita a recibir la fe, sino que desarrolla lo más que puede esas verdades extrayendo todo
lo que tienen de implícito el vínculo estrecho entre fe y razón. El acto de fe considerado en su integridad debe traducirse
necesariamente en actitudes y decisiones concretas. Una fe entendida en sentido pleno no es un elemento abstracto, separado
de la vida diaria; al contrario, abarca todas las dimensiones de la persona, incluidos sus ámbitos existenciales y sus
experiencias vitales. También la teología, fiel a su índole de reflexión sapiencial sobre la fe, desemboca por su misma
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naturaleza en la vida de cada día. Un elemento importante a la reflexión sobre el acto de fe es el paso de la esfera personal, de
la intimidad del hombre, a la esfera comunitaria y misionera. La fe, para que sea plena y madura, tiene que ser comunicada,
prolongando en cierto sentido el movimiento que parte del amor trinitario y tiende a abrazar a la humanidad y a la creación
entera. La fe es luz para la razón y una enorme ayuda para poder llegar a la verdad. La fe proporciona a la razón una
iluminación que le descubre el sentido profundo de cada cosa. Por ejemplo, que todo ha sido creado, que el acto creador es
amoroso, que el hombre es libre para vivir de ese amor para siempre: estas verdades que podemos conocer por el
razonamiento natural, al ser iluminadas por la luz de fe se hacen vida en nosotros, nos pones en relación directa con el Señor.
La inteligencia no se reduce a los sentidos sino que puede reflexionar sobre esos datos y llegar a la causa de lo sensible que es
la misma divinidad, al Creador. La fe nos dice que el pecado original fue una ceguera de orgullo que quiso prescindir del
conocimiento que viene de Dios y quedó ofuscada la razón, "los ojos de la mente no eran ya capaces de ver con claridad:
progresivamente la razón se ha quedado prisionera de sí misma". Cristo libra a la razón de su debilidad "librándola de los
cepos en los que ella misma se había encadenado" con dos luces la externa de la Revelación y la interna de la fe. Así se
alcanza una nueva sabiduría, la sabiduría de la Cruz que "supera todo límite cultural que se quiera imponer y obliga a abrirse a
la universalidad de la verdad, de la que es portadora. ¡qué desafío más grande se le presenta a nuestra razón y qué provecho
obtiene si no se rinde!", esto es, descubrir el amor sin límites de Dios en sí mismo, en Cristo hacia los hombres y al mundo.
Dios Padre: Creador y Providente: La afirmación "creo en Dios" es la profesión de fe fundamental de nuestro Credo.
Nuestra fe cristiana confiesa que hay "un solo Dios, por naturaleza, por sustancia y por esencia". Las páginas del A.T. dan
testimonio de una experiencia de relación con Dios en la que Él mismo toma la iniciativa, se muestra, busca y llama al
hombre. El "Dios escondido" se acerca a los hombres. Dios se da a conocer en la historia que, para Israel, consiste en una
relación de alianza. Y esta relación, que se abre y se supera continuamente, se va concretando en una tensión hacia el
cumplimiento de la promesa de que Dios se auto-comunique plenamente al hombre. El Dios de todos los pueblos, para darse a
conocer, eligió a Israel. Ahora bien, Dios se fue revelando progresivamente, pero la revelación de su Nombre divino fue hecha
a Moisés. Primero le dijo "Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob", porque
Dios es el Dios de los padres o patriarcas, que los había guiado en sus peregrinaciones, los había cuidado y a quienes les hizo
varias promesas. El nombre de Yahvé es "Yo soy el que soy", expresión de un modo de ser estable y seguro, dinámico y
salvífico; pero no menos misterioso y polifacético. En un único concepto se encuentran diversos matices. El nombre de
Yahvé, al mismo tiempo, implica: "Yo soy Aquel que es establemente", "Yo soy Aquel que está seguramente contigo, que
está presente en tu vida", "Yo soy Aquel que ha estado y Aquel que estará siempre contigo para librarte". El nombre de Yahvé
es, pues, un nombre que nos une al pasado, nos asegura en el presente, pero además, queda abierto hacia el futuro. A.T. habla
de Dios Santo. Tal santidad no debe verse como una cualidad de Dios entre tantas otras, sino como lo que caracteriza a Dios
como Dios, su divinidad, su diferencia cualitativa respecto de las criaturas.
Dios Trino: Siguiendo el mandato de Jesús, el bautismo debe ser administrado en el nombre del Padre, de Hijo y del
Espíritu Santo. Este hecho muestra la gran relevancia de la fe en el Dios Trino: se entra en la comunidad de los creyentes. , la
Trinidad no sólo está en el lugar central de la liturgia cristiana, de las celebraciones eucarísticas y de los otros sacramentos
sino, también, de la misma Iglesia. Según el Catecismo, "el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y
de la vida cristiana. "La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los misterios escondidos de Dios, que no
pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto. Dios, ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de
Creación y en su Revelación a lo largo del A.T. Pero la intimidad de su Ser como Trinidad Santa constituye un misterio
inaccesible a la sola razón e incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y del envío del Espíritu Santo".
Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe, en cuanto luz que los ilumina. Es
la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe. Toda la historia de la salvación no es otra cosa
que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela,
reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos. del primer Concilio Ecuménico de la historia, el
Concilio de Nicea proclamaron solemnemente que el Hijo es de la misma naturaleza (homoousios) que el Padre, es decir Dios
mismo; por eso es engendrado, no creado.112 El Concilio de Constantinopla I (381) remarcó, como acabamos de afirmar, que
el Espíritu Santo es Dios. Proclamó de modo definitivo la fe de la Iglesia en el Dios Uno y Trino. El Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo son tres Personas diferentes, pero las tres de la misma naturaleza divina, y por lo tanto dignas de adoración. el
hecho de que la Iglesia haya expuesto solemnemente la identidad de Dios como Trino en los Concilios de Nicea y
Constantinopla no es una mera contingencia histórica, sino una acción providencial del Espíritu para conservar la
contundencia del mensaje evangélico. La confesión de la Trinidad es el origen y culminación de toda la fe cristiana. Los
principios fundamentales que cimientan el dogma trinitario.
a.- La Trinidad es una o lo que es lo mismo, la naturaleza de Dios Trino es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios
en tres personas. Dios es Uno en esencia y Trino en personas. Esto equivale a afirmar que Dios posee una única esencia o
naturaleza divina que subsiste en las tres personas divinas (Padre, Hijo y Espíritu Santo).
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b.- Cada persona es enteramente Dios. Las tres Personas no se reparten un tercio de la divinidad cada una. Suponer esto sería
ignorar el atributo de la unidad divina y caer en un triteísmo. Por su infinita simplicidad, todo en Dios es uno en cuanto a su
divinidad, y por eso el cristianismo es estrictamente monoteísta. Dios posee una única naturaleza perfectamente realizada en
cada una de las tres personas. El Catecismo cita a San Gregorio Nacianceno: "Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios
todo entero… Dios los Tres considerados en conjunto..."Padre, Hijo y Espíritu Santo no son simples nombres para designar
las modalidades de las acciones divinas, sino que son Personas verdaderamente distintas entre sí, cada uno de ellos es un
Alguien. La distinción en Dios no se refiere entonces, a la esencia divina (que es común a las tres personas), sino al recíproco
relacionarse del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En definitiva, las personas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la
misma y única realidad en cuanto a su divinidad. Así, todos los atributos de la naturaleza divina se aplican por igual a
las tres Personas: Dios Trino es infinito, omnipotente, eterno, simple, creador, providente, consumador... El Padre es la
fuente de este movimiento eterno y por eso no procede de ninguna otra Persona: es inengendrado. Sin embargo, su eterno ser
origen no originado de las otras Personas Divinas no implica una suerte de "prescindencia" respecto de la recíproca donación
intratrinitaria. Dios Padre es el modelo por antonomasia de la paternidad humana. . El Hijo procede del conocimiento perfecto
que el Padre tiene de sí mismo, como su Palabra íntima: es engendrado por el Padre. Si Jesucristo se manifestó ante el mundo
como revelador y mediador del Padre es por que ya era Verdad y Vida en el seno mismo del Padre, de donde provino y por
quien fue enviado a este mundo. El Espíritu Santo procede del amor perfecto comunicado entre el Padre y el Hijo. Es
espirado por el Padre y por el Hijo, y no generado como en el caso del Hijo. Mientras que el Hijo es la autoexpresión del
entendimiento del Padre, ), el Espíritu Santo es en cambio el acto mismo del amor del Padre de unirse con el Hijo amado El
Espíritu presupone pues, una mutua presencia del amado en el amante y viceversa y procede así de la recíproca comunión del
amor entre el Padre y el Hijo. El N.T. habla del envío del Hijo por iniciativa del Padre y del envío del Espíritu Santo también
por iniciativa del Padre. Estas misiones revelan el modo de ser de cada una de las tres Personas Divinas, que desbordan su
riqueza infinita hacia la creación.
El Hijo palabra eterna del Padre en el seno de la Trinidad, al ser expresado "hacia fuera" es enviado con un gesto de infinita
libertad por el Padre a un tiempo y lugar concretos, y deviene Palabra hecha carne en María Virgen Es por tanto Dios Hijo
quien nace, predica sufre y muere en Palestina. El Espíritu Santo, que procede del amor infinito entre el Padre y el Hijo, es
enviado en Pentecostés para unificar y santificar la Iglesia y llevar a su plenitud la Revelación de Cristo. De Dios más
sabemos lo que "no es" que lo que en realidad "es". Dios está siempre "más allá". De ahí que nunca podremos enumerar ni
experimentar toda la verdad de Dios.
Las imágenes de Dios distorsionadas Cada época, cada cultura, cada persona formó diversas imágenes de Dios, según su
propia experiencia religiosa y su propia manera de relacionarse con Él, con los otros y con el mundo. La enseñanza recibida,
la propia personalidad, los avatares de la vida, han formado en cada uno una idea de Dios. Y aunque en la actualidad, para
muchos, el concepto de Dios como la existencia de Dios no es algo evidente (como quizás lo era para nuestros antepasados),
no obstante siempre sigue rondando en la conciencia humana la pregunta sobre Dios. Las respuestas, a lo largo de la historia
la humanidad, fueron diversas. Antiguamente, la existencia de Dios se aceptaba como un hecho que no necesitaba
demostración. Hoy, en cambio, debido en gran parte al secularismo, a la postmodernidad, a la necesaria y reconocida
autonomía del mundo no es tan fácil aceptar que Dios existe ni que interviene en la vida de los hombres. Surge casi
espontáneamente el error de contraponer el Dios del A.T. al Dios del N.T. Muchos cristianos siguen pensando que el
Dios del A.T. es el Dios severo, más inclinado al castigo que al perdón, que atemoriza al hombre y no tolera el menor
pecado.... en oposición al del N.T. que es un ser bondadoso y amable, Padre de Jesucristo, que nos entrega a su Hijo
para salvarnos... Sin saberlo, se va aceptando la doctrina herética, condenada hace siglos por la Iglesia, de oponer el
Dios del AT al del NT como si fueran dos seres distintos. Nada más alejado de la realidad.
Dios en el Antiguo Testamento: El hombre religioso por naturaleza y por encima de las otras criaturas, siempre se
ha sentido en una relación particular con la divinidad. Así en muchas religiones antiguas, especialmente las que convivían
junto al pueblo hebreo, atribuían a Dios el titulo de padre; en algunos casos algún personaje o bien todo el pueblo era
considerado hijo de Dios. También el pueblo de Israel invocó a Dios como su Padre coincidiendo, sorprendentemente, con
muchas otras religiones.
Este título de Padre dado a Dios por el antiguo pueblo de Israel, luego asumido por el cristianismo y plenamente revelado por
el mismo Jesucristo, nos lleva a afirmar la paternidad divina: Dios es nuestro Padre. - Dios es Padre. Llamar a Dios Padre no
es una originalidad absoluta ni del cristianismo ni del judaísmo, hay una buena cantidad de culturas y religiones donde se usa
el apelativo "padre" para dirigirse a Dios. Dios traza las fronteras de las naciones según el número de los hijos de Dios. En
este sentido llamar padre a Dios es una forma de reconocer que es creador, origen de la vida y de todo lo que existe. Este es el
sentido en que se entiende comúnmente la paternidad divina en el mundo de las religiones. Pero también despunta una
segunda forma de entender la paternidad de Dios: es Padre particularmente de un pueblo. Hay varias expresiones paralelas de
esta especial relación paterno-filial entre Dios y el pueblo de Israel: "padre y creador" Dios es Padre de Israel porque lo ha
19
constituido como pueblo y lo ha elegido de forma particular. La paternidad particular de Dios sobre Israel no consiste en
situarlo únicamente en el origen de su existencia, sino en vincularlo a él a lo largo del tiempo, por lo que su obra de creación
del pueblo elegido es algo continuado en el tiempo, la permanencia en el tiempo de Israel se debe a la permanencia de la
Alianza de Dios con él. Israel se considera hijo de Dios de forma singular, hijo primogénito al que Dios se vincula para
liberarlo de la esclavitud y estar unido a él. Dios ha adoptado a su pueblo, Israel, y manifiesta su predilección convirtiéndolo
en lote de su heredad, al mismo tiempo Israel recibirá la heredad de Dios: la tierra prometida. la paternidad de Dios no es
únicamente una expresión de su poder creador, sino en primer lugar de su amor y acción salvadora. Dios es Padre
constituyendo un pueblo según su voluntad, y es la unión a esa voluntad de Dios la que hace de los hombres, hijos de Dios. -
Dios es celoso. A Israel, su elegido, Dios se reveló como el Único. "Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor.
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza". A partir de la doctrina profética adquiere
carta de ciudadanía en la fe de Israel la convicción de que los dioses son "apariencia" en comparación con el único Dios
verdadero. el pueblo de Israel, finalmente, llegará a la conclusión de que los dioses de Babilonia son falsos. Así se articula,
para siempre, la fe de que Dios es el único Creador y Rector de todo lo que existe. Los astros a los que otros pueblos adoran
como dioses son obra del Dios único, criaturas suyas como todo lo que existe. El Dios absolutamente cercano al pueblo es, a
causa de su cercanía y Alianza, un Dios trascendente y celoso que no quiere compartir con nadie su exclusividad. -
Elohim/Yahveh es un Dios personal. Israel, como cualquier pueblo religioso, tuvo desde sus orígenes un nombre para Dios:
Elohim, es la expresión que sirve para significar la percepción de lo divino como pluralidad inabarcable de fuerzas: es el que
posee todas las cualidades de Dios. Ahora bien, este nombre genérico y plural de lo divino en boca del pueblo de Israel,
concretado con la referencia a los patriarcas ("el Dios de Abraham, Isaac y Jacob"), no es más una idea genérica, sino la
referencia a Aquel con quien los antepasados establecieron una alianza. Dios confía a Moisés su nombre propio. Este es mi
nombre para siempre: así me llamaréis de generación en generación". El nombre propio de Dios, Yahveh (que nuestras Biblias
traducen generalmente como "Señor"). Su significado es "soy el que soy" y designa una existencia presente y eficaz. A través
de este nombre "Yahveh" Dios se muestra en su personalidad propia como ligado a su pueblo, pero también en su poder sobre
la creación que sustentará la liberación de la esclavitud. En el A.T. se muestra como el Dios de la Alianza y de la Promesa. El
A.T. no es la historia de una investigación sobre la esencia de Dios, ni un elenco de sus características, sino el testimonio
privilegiado de una relación personal entre Dios y su pueblo a través de la que se va manifestando el ser divino. Dios es
todopoderoso y universal, pero esa plenitud y universalidad sólo adquieren pleno sentido en el marco de su unión indisoluble
con Israel. Dios es Padre siendo creador de todo lo que existe, pero es Padre especialmente respecto a Israel, el pueblo que él
creó para establecer su Alianza. Ser hijo de Dios significa participar y colaborar en la labor creadora de Dios uniéndose
efectivamente a su voluntad de justicia. estos dos nombres de Dios, aunque llegan a resultados paralelos, recorren dos caminos
inversos. "Elohim", que en primer lugar indica a Dios como el Todopoderoso y Trascendente, se convierte en el Dios de los
Patriarcas, el que entra en relación de Alianza con ellos. "Yahveh", que se aplica a la personalidad concreta del Dios revelado
a Moisés, se muestra como el Dios Poderoso que rige los destinos del mundo y es capaz de liberar a su pueblo de la
esclavitud. En ambos casos tenemos una coordinación entre la trascendencia absoluta y la absoluta cercanía de Dios. Dios es
Campesino. Entre los múltiples antropomorfismos que podemos elegir del A.T. ("Dios Guerrero", "Dios abogado", "Dios
Escultor", "Dios Albañil", etc.), resulta interesante el del "Dios Campesino", "Hortelano" o "Jardinero" tal como, por ejemplo,
nos lo describen los últimos versos del Sal "Visitas la tierra y la riegas; mucho la enriqueces. La acequia de Dios, rebosa de
agua. Haces crecer sus trigales. Así, pues, la preparas: empapas sus surcos, allanas sus terrones; tu llovizna la ablanda;
bendices sus brotes. Dios es Amigo. Abraham es reconocido por judíos y cristianos como el iniciador o padre de la fe. Su
experiencia espiritual de amistad con este Dios Personal que le hablaba directamente fue tan importante que lo impulsó a
renunciar a todo y marchar, bajo su mandato, a una tierra extranjera. No quedan dudas, que tanto en el A.T. como en el N.T.,
Abraham es reconocido como el gran amigo de Dios Otro de los personajes del A.T. han experimentado la amistad de Dios
como Moisés. También los profetas han gozado de la amistad del Señor. Dios no es Juez sino parte ofendida. Dios no es
Juez sino parte ofendida. El juicio, por lo que se refiere a Dios es una dimensión sólo escatológica. Porque mientras estamos
en la historia, Dios es Aquel que perdona y el juez nunca perdona. Es decir, Dios es la parte lesa que selló con sus fieles una
alianza y nos acusa (= nos pone delante de nuestras injusticias, transgresiones o pecados) porque antes nos ha perdonado. Su
intensión es hacernos comprender que hemos pecado para que nosotros lo reconozcamos y aceptando Su perdón, seamos
definitivamente liberados. Dios me perdona (Él es quien comienza el rib y siempre tiene la iniciativa) y por eso yo puedo
confesar mi culpa. Porque confesar la culpa es aceptar un perdón que ya ha sido dado y pero al mismo tiempo, permitirle a ese
perdón ser operante para mí. Si no lo acepto, no opera; pero no porque Dios no me haya querido perdonar sino porque yo,
rechazándolo o no reconociendo mi pecado, le impido al perdón que haga su efecto. Dios es misericordioso. El rostro
misericordioso de Dios no se expresa sólo con palabras, sino también con símbolos, imágenes y actitudes. "Dios es
misericordioso y amoroso hacia todas las criaturas, pero de modo particular hacia su pueblo", expresa la encíclica. Dios es
tierno. La ternura de Dios se manifiesta en que su amor, además de ser paterno, es materno. Esto dice respecto a los
sentimientos que experimenta para con nosotros.
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Dios en el Nuevo Testamento En el N.T., la revelación acabada de Dios nos llega por la persona de Jesús. Cristo es
la revelación del Padre en sus palabras y en sus obras, en sus silencios y en sus sufrimientos, en su manera de ser como de
hablar. Jesús mismo lo dijo: "Quién me ve a mí, ve al Padre". Con Abba, Jesús está expresando no solamente "la confianza
con la que Él vive esta relación sino también, al mismo tiempo, el don total del Hijo que se entrega al Padre en la obediencia”.
De estas dos cosas Jesús nos ha hecho partícipes y seguro espera que las pongamos en práctica cuando tratemos con el Padre.
Cristo establece el reino del Padre que la vida de Jesús es explícitamente teológica e implícitamente cristológica. Es
explícitamente teológica porque el centro de su predicación y su vida no es él mismo sino Dios Padre y su Reino. Es
implícitamente cristológica porque la realidad del Reino de Dios en el mundo es inseparable de la persona de su heraldo:
Jesús. Para Jesús, el Reino de Dios es una realidad ya presente en el mundo, que despunta a través de sus obras y de su
predicación. Su anuncio es el cumplimiento, a través de su persona, de la esperanza alimentada por Dios en el A.T. Este
mensaje, tal y como ocurría en la revelación de Dios a Israel, exige una reorientación de la vida del hombre, una conversión.
El Reino de Dios es una realidad dinámica, es Dios mismo que entra en el mundo y actúa en él. Reino de Dios significa que
Dios comienza a reinar en la realidad de cada día para hacerla lugar de salvación para los hombres. Es Dios mismo quien está
actuando como poder salvador entre los hombres, por eso los milagros son signos del Reino, sacan a la luz la realidad oculta
de Dios que se opone a todo aquello que oprime y destruye a la humanidad. Reino es el cumplimiento final de la Promesa que
alentó toda la historia de Israel como pueblo de Dios. El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del
Padre que le ha enviado", "al entrar en este mundo, dice: He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad... En virtud de
esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo".Es Dios Padre
quien, para Jesús, motiva las curaciones en sábado, la cercanía a los leprosos, el perdón de los pecadores. El llamar a Dios
"Abba" no es la única originalidad de Jesús, sino igualmente el romper las leyes que los fariseos consideraban como divinas.
Jesús no enseña una doctrina sobre la paternidad de Dios distinta a los principios del judaísmo, sino que sitúa esa paternidad
en el contexto de una forma de salvación del hombre inaceptable para sus contemporáneos. De este modo, la persona misma
de Jesús es la que se sitúa en primer plano. Su predicación y sus hechos se unen indisolublemente a la realización de la
Alianza y al cumplimiento de la Promesa de Dios hechos en el A.T. La sola existencia de Jesús es una provocación que incita
a cambiar la forma de relación del hombre con Dios. Todo esto lleva a una crisis final, a una puesta en cuestión de su propia
persona por parte de las autoridades tanto religiosas como políticas, que desembocará en el misterio de su cruz y su
resurrección. Dios, el Padre del crucificado que resucita. La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una
desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos
de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de
Dios". En los relatos evangélicos de la pasión vemos como el conflicto entre Jesús y las autoridades, tanto religiosas como
políticas, llega al límite: o bien, ante el rechazo de las autoridades, Dios intervendrá en favor de Jesús y esto mostrará que
tiene razón en su forma de vivir, o bien es un falsario y esto quedará demostrado si Dios no lo defiende. La muerte en cruz
aparece en primer lugar como la suprema desautorización de Jesús: es un falso profeta y un falso Mesías, puesto que Dios no
lo ha librado de la muerte135. Esta desautorización de Jesús conlleva otra aún más profunda, la de Dios mismo tal como Jesús
lo vivió y lo enseñó: si el portador del Reino queda muerto en la cruz, toda esa dinámica de salvación se ha acabado. Este sería
el juicio definitivo si todo hubiera acabado con la cruz, pero no acabó ahí. Jesús resucitó y este acontecimiento provoca una
revisión radical del sentido de los acontecimientos que llevaron a su muerte. Los cuatro Evangelios nos dan versiones distintas
de la pasión y muerte de Jesús; pero todos interpretados a partir de otro acontecimiento tan real como la muerte: la
resurrección, ésta sólo accesible por la fe. Ahora bien, la resurrección modifica la comprensión de la cruz al mostrarla como
revelación definitiva de la acción salvadora de Dios y la cruz modifica la comprensión de Jesús al manifestarlo como
revelador definitivo del amor y de perdón de Dios al mundo. Por otra parte, tomando la Cruz y la Resurrección como lugares
desde donde se nos da a conocer la realidad de Dios, podemos decir que, en ellas, Dios se muestra al mismo tiempo como
ruptura y como unión. La ruptura en Dios es causa y consecuencia de la radicalización de la Alianza: Dios entrega y pierde su
propio ser en el Hijo para darlo al mundo. Jesús, el Hijo perfecto obediente al Padre, revela en la cruz el intercambio eterno en
el que el Hijo devuelve todo su ser al Padre que lo engendró y misteriosamente entrega su Espíritu Santo. Además, esta unión
siempre renovada por el Espíritu entre el Hijo (y con él de toda la humanidad asumida en su ser humano) y el Padre produce la
realización de la Promesa: Dios da su vida en el Espíritu a Jesús y, a través de él a todos los hombres. Dios Todopoderoso la
omnipotencia es universal: el poder universal de Dios se basa en el hecho de que hizo todo lo que existe "en el cielo y en la
tierra". También lo rige todo y lo puede todo. Nada le es imposible, todo le pertenece enteramente hasta gobernar los
corazones y los acontecimientos según su voluntad. la omnipotencia es amorosa: Dios muestra su omnipotencia paternal por
la manera como cuida de nuestras necesidades (Mt 6,32), por adoptarnos filialmente como por su infinita misericordia que
demuestra su poder perdonando libremente los pecados. la omnipotencia es misteriosa: "nada es imposible para Dios", sin
embargo, la fe en Dios todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del sufrimiento. A veces, Dios
puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. De hecho, Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más
misteriosa en el anonadamiento voluntario y en la resurrección de su Hijo, por las cuales ha vencido el mal. Así, Cristo
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crucificado "es poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la
debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres".
"Creador del cielo y de la tierra " "En el principio, Dios creó el cielo y la tierra". El Dios Eterno ha dado principio
a todo lo que existe fuera de él. - Él solo es Creador (el verbo "crear" -en hebreo "bara"- tiene siempre y únicamente por sujeto
a Dios). - La totalidad de lo que existe (expresada por la fórmula "el cielo y la tierra") depende de Aquel que le da el ser. La
creación es el fundamento de "todos los designios salvíficos de Dios", "el comienzo de la historia de la salvación" que culmina
en Cristo. Inversamente, el Misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el Misterio de la creación; revela el fin en vista del cual
"al principio, Dios creó el cielo y la tierra": desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo. La
teología de la creación
- Antecedentes. La pregunta a cerca de ¿quiénes somos?, ¿para qué existimos?, ¿de dónde venimos y a dónde vamos?... es
decir, sobre nuestra identidad, origen o fin en relación con el mundo divino, obviamente, no es exclusiva de la cultura hebrea.
Ya mucho antes que los israelitas pusieran por escrito estos planteamientos y sus posibles respuestas, culturas y pueblos
vecinos habían intentado lo mismo. De los que se tienen noticias, entre los mitos y leyendas más antiguos, contamos con los
de las civilizaciones sumeria, acádica o mesopotámica,
Estos son los tres relatos mitológicos más útiles para la comprensión de las problemáticas y de los símbolos presentes en los
primeros capítulos del libro del Génesis.141
- El poema Enuma elish: es antiquísimo (al menos del 2000-1700 a.C.). En él se narra que al principio de todo existían dos
principios sexuales: Apsu (masculino, las aguas dulces) y Tiamat (femenino, las aguas saladas. De
Apsu y Tiamat, asistidos por Mummu (la "Palabra", la "Inteligencia"), nacen todos los dioses. Pero como estos dioses la
enojan, Tiamat (símbolo del caos y del desorden, del mal y de la muerte) quiere eliminarlos. Ellos delegan su poder en
Marduk (el principal dios de Babilonia) que lo primero que hizo fue hacerse proclamar "dios de los dioses" y después mata a
Apsu con el que forma el mundo subterráneo. Luego, dividiendo en dos a Tiamat, con una mitad forma la esfera celeste y con
la otra mitad la tierra. Después, al momento de crear el hombre, lo empasta con sangre de una divinidad junto a tierra: el
hombre es sabio y debe trabajar para los dioses. Al final Marduk se casa con Ea (la diosa de la sabiduría) y celebran una gran
fiesta.
- La epopeya asiria de Atrahasis (el sapientísimo): de la misma época del precedente. En ella se narra que los dioses,
cansados del mucho trabajo asignado, deciden crear al hombre para que trabajara en lugar de ellos.
Entonces lo moldean con arcilla mezclada con la sangre de un dios degollado.
Pero la humanidad crece y se desarrolla hasta cansar a los dioses con sus quejas y pretensiones. Entonces los dioses, para
vengarse, envían al género humano diversos azotes hasta un diluvio de grandes proporciones. Afortunadamente el dios Ea
advierte un hombre amigo, el rey Utnapistim, que construye un arca donde sube su familia y una pareja de cada uno de los
animales que vivía en la tierra. Así se salvan la humanida y los seres vivientes.
- El célebre mito de Guilgamesh, surgido hacia el 2.300 a.C. para narrar a cerca del héroe de la gran ciudad de Sumer. Los
dioses deciden castigar a Guilgamesh por su orgullo y envían contra él a un monstruo llamado Enkidu que, humanizado por
una mujer, se transforma, en cambio, en su amigo íntimo. Después de haber cumplido muchísimas empresas juntos, Enkidu
muere y Guilgamesh experimenta la absurdidad de la muerte y parte a la búsqueda de la planta de la inmortalidad. Encuentra
un antepasado suyo, Utnapistim, que le narra la experiencia del diluvio y después le revela el secreto de la inmortalidad: basta
recoger la "planta de la vida", situada en lo profundo del abismo y comer de ella. Guilgamesh logra apropiarse de esa planta,
pero no a conservarla porque una serpiente se la roba y se la come.
El héroe sumérido, y con él toda la humanidad debe resignarse a morir. No estamos frente a "historias verdaderas" como las
entendemos nosotros hoy, pero sí frente a "narraciones que dicen verdades" sobre determinados problemas y según la óptica
de la fe del que relata. No son textos "científicos" sino narraciones que pretenden explicar ¿por qué el mundo y el hombre son
así como son? o ¿cuál es la relación que tienen con Dios? Ahora bien, a pesar de las tantas diferencias que existen entre estos
relatos míticos y las narraciones de los primeros capítulos del Génesis142, señalemos una nota compartida por ambos: a
ninguno de estos relatos debemos acercarnos buscando encontrar respuesta de cuándo o cómo aconteció el inicio del mundo,
sino que debemos acercarnos para comprender el mensaje religioso que pretenden dar, la verdad acerca de Dios, del mundo y
de mi mismo; es decir, la relación que existe entre el creador, la creación y todos los hombres y cada hombre en particular.
- Los dos relatos bíblicos de la creación143. En cuanto concierne al libro del Génesis, éste presenta dos relatos de creación
que no sólo pertenecen a distintas épocas sino que además son poco semejantes y sin una perfecta armonía entre sí. Esto se
debe a que proceden de distintas fuentes literarias o tradiciones: la tradición sacerdotal " P" generalmente datada del exilio o
post-exilio y la tradición Yavista "J" de finales de la monarquía.
Gn 2,4-3
142.- Entre los conceptos más importantes por los que la mitología se diferencia de los textos bíblicos, tenemos los
siguientes: 1) hay un claro pasaje del politeísmo (que admite la presencia de muchas divinidades o de muchos principios
constitutivos de la realidad), al monoteísmo que afirma la existencia de un sólo Dios, Yahvé, experimentado en el evento de
22
la liberación de la esclavitud de Egipto (el Dios Salvador); 2) todas las fuerzas cósmicas (aire, sol, astros, etc.) y de la
naturaleza (fertilidad, desierto, etc.) fueron reducidas de divinidades a simples creaturas dependientes del Creador. Además
subsisten en armonía entre ellas y no en continua guerra como en los relatos míticos; 3) la creación del mundo y de la
humanidad por parte del autor bíblico no tiene lugar en un contexto de lucha, cuanto más bien en modo pacífico y
armonioso; 4) la humanidad no fue creada para servir como esclava a los dioses, sino para representar a Dios en la tierra y
para continuar su obra creadora. La humanidad tampoco está sujeta a la ira de alguna divinidad que la aflige con todos los
males posibles; al contrario, es objeto de atención, cuidado y sobre todo bendición de parte de su Creador y Padre.
- Cosmogonía terrestre145: su escenario es un oasis surgido en medio de un desierto interminable. La tradición "J" se
caracteriza por desarrollar el tema de la bendición gratuita que Dios otorga al hombre en medio de la aridez del desierto (nos
recuerda la experiencia del éxodo: durante 40 años, el pueblo que sale de Egipto camina hacia la media luna fértil). La
creación es presentada como un oasis perfectamente irrigado por cuatro ríos y en cuyo centro Dios planta el Árbol de la Vida
cargado de frutos apetitosos. Luego de moldear al hombre de barro, poblará el oasis de animales para que lo sirvan. Dios
Plasmador o Artesano: entre las "actividades" de Dios, se repite el verbo hebreo (yâsar) “y plasmó...” que quiere decir
“modelar, formar, plasmar”, en general, usado para la arcilla, el fango o la creta. A diferencia del Dios del Gn 1 que crea con
la palabra, en Gn 2 aparece el Dios Artesano que toma la arcilla y la modela, se mancha las manos, trabaja, se fatiga y hasta
suda por su trabajo, para terminar complaciéndose. Es el obrar del artista. Lo que Gn 1 explícitamente dice "y vio Dios que era
bueno", ahora queda implícito en el sentido del verbo. Un Dios plasmador es un Dios comprometido, implicado y gozoso con
la belleza y perfección de lo que hizo. Ésta es la relación de Dios con el cosmos en Gn 2.
Gn 1,1-2,4
Cosmogonía acuática: el relato presenta a Dios actuando en el escenario de un mar u océano infinito y tenebroso que,
probablemente, tenía que ver con el mito cosmogónico local148, que narraba la creación a partir de la lucha del dios-héroe
contra dioses enemigos y sus ejércitos de monstruos marinos: el Enuma Elish. Este mar oscuro donde todo es confusión y caos
refleja una mentalidad semita visual y concreta que para referirse al cosmos lo contrapone a la ausencia de ser y al orden 149.
Por eso sin hablar de lo caótico, en Gn 1, es imposible tratar de la creación. Tras todo lo creado subsiste el abismo de la
informe; además, todo lo creado puede continuamente ser engullido por este abismo. En suma, el caos constituye una perpetua
amenaza para las creaturas. Por lo tanto, respecto a la relación de las creaturas con su Creador, que evidentemente tienen
distintos planos de inmediatez, el caos es lo más lejano y no posee ninguna fuerza propia. La oposición existente no sería tanto
creación-nada sino cosmos-caos. Dios Creador: en esta sección, el verbo característico es el hebreo bara" que, exclusivo de
Dios, ha sido traducido con crear. Ahora bien, en el texto, crear se explicita con varias acciones: Dios crea haciendo: Se dice
que Dios hace el firmamento, las dos grandes luminarias, las fieras selváticas, la humanidad. Y al final, Dios vio cuanto había
hecho y era muy bueno. Este verbo, sin dudas, es sinónimo de crear. Otro sinónimo de crear es ponerdar: en el v.17 se dice
que Dios pone los astros. Dios puso las dos luces en el firmamento para iluminar el cielo. Por fin después de haber creado al
hombre, Dios aún da la hierba como alimento. Así pues, Dios hace, crea, pone o da (el verbo poner o dar en hebreo es un
mismo verbo). Dios crea separando: la segunda modalidad fundamental de la creación es el separar, no como fractura sino
como distinción. Separó la luz de las tinieblas (v.4) las aguas que están bajo el firmamento de las aguas que están encima del
firmamento. La creación existe porque hay la separación entre luz y tinieblas y porque hay separación entre las aguas de arriba
y las aguas de abajo. Implícitamente el concepto de separación también está en la creación de la tierra seca y del mar como en
la diferenciación. También se dice que los astros separan el día de la noche. Para existir es necesario aceptar la propia
diferencia y diversidad tanto de los otros como de Dios. Y a su vez, esto es lo que supone la comunión. Dios crea diciendo:
Dios dice y las cosas son. La palabra de Dios es eficaz porque da vida. Tiene el poder de hacer todo lo que existe: Él manda y
las cosas son. Por 10 veces, como los 10 mandamientos, se repite "y Dios dijo". La existencia de las distintas realidades
depende de un acto de obediencia a aquellas 10 palabras divinas. Por eso para un judío, obedecer el Decálogo vivir según el
proyecto originario de Dios. Además, Dios llama, da el nombre a las cosas, es decir, mientras ejerce dominio sobre las cosas,
les revela su sentido más profundo. Nombrar es signo de señorío y en Dios, también es crear. "La única continuidad que hay
entre Dios y su obra es la Palabra". Dios crea bendiciendo: el crear encuentra su momento culminante cuando Dios bendice.
En el v.22 Dios bendice los peces y los pájaros, en el v.28 bendice al hombre y a la mujer y en el 2,3 bendice el sábado. Y de
nuevo, el decir de Dios es eficaz, cuando "dice" crea bendición, crea aquel bien que dice. Dios crea todo bueno. Dios es bueno
y hace buenas todas las cosas que crea. Su bendición siempre está unida a la vida y a la fecundidad. La reflexión teológica en
los primeros siglos de la Iglesia. La Iglesia naciente tuvo que enfrentarse con dos culturas muy fuertes que le obligaron a
pensar la doctrina bíblica y su forma de expresarla: la cultura griega y la romana. Cuando las nociones bíblicas (en su gran
mayoría, provenientes del judaísmo) tomaron contacto con estas culturas, los primeros Padres de la Iglesia debieron defender
la fe en Dios Creador confrontándose con un doble frente: el monismo que afirmaba un solo y único principio originante de
todo y el dualismo que afirmaba la existencia de dos fuerzas -el bien y mal- contrapuestas generadoras de todo lo que existe.
La reflexión teológica en el Medioevo. Luego, el IV CONCILIO DE LETRÁN , contra los cátaros (herejía que rechazaba lo
material como impuro o no querido por Dios), defendió tres artículos fundamentales respecto de la creación. Dios crea:"de la
23
nada, "en el principio” y "todo lo existente", contra la idea de una materia mala. Por su parte SANTO TOMÁS, en su Suma
Teológica, entre otros, distinguió el concepto de causalidad. Dios es causa de la creación de tres modos: a.- ejemplar
(concepto proveniente de Platón): las cosas creadas participan de la idea que Dios tiene de ellas; b.- final (desarrollada por
Aristóteles): el cosmos salió de las manos de su Creador y tiende a volver a Él, por un dinamismo propio; c.- eficiente
(original de Santo Tomás): es la causa fundamental, Dios es causa del ser del mundo. La reflexión teológica en el
Renacimiento. Posteriormente, con el surgimiento del Renacimiento, que escindió el ámbito de la naturaleza por un lado, y el
ámbito teológico por el otro, se presentó una nueva visión del universo. Se abandonó el heliocentrismo (sol como centro del
universo) y se estableció el antropocentrismo (el hombre al centro). Paralelamente, surgió la "teología natural" que por partir
de la razón y prescindir del dato revelado, otorgaba mayor importancia a los argumentos metafísicos que a los bíblicos. La
reflexión teológica en nuestros tiempos. Luego, el CONCILIO VATICANO I reafirmó la libertad de Dios en la creación, la
creación ex nihilo y la diferencia esencial entre Creador y creatura. el CONCILIO VATICANO II, al restituir la teología de la
creación al marco histórico-salvífico, introdujo una visión novedosa. En la Constitución Pastoral Gaudium et Spes se presentó
una imagen dinámica del mundo, en la que el hombre colabora y prolonga la obra de Dios como co-creador. Se retomó el
aspecto cristológico de la creación: el Verbo actúa en la creación y en la redención del mundo (GS 38) de modo que existe una
orientación escatológica de la creación hacia "una tierra nueva y un cielo nuevo" El CATECISMO, por último, se explaya en
explicar que la creación es obra de la Santísima Trinidad, que el mundo ha sido creado para la gloria de Dios y que la
creación es un misterio. No obstante, al intentar descifrarlo enseña que: - Dios crea por sabiduría y por amor - Dios crea de la
nada - Dios crea un mundo ordenado y bueno - Dios trasciende la creación y está presente en ella - Dios mantiene y conduce
la creación.
Dios Providente Con el hecho de la creación están íntimamente unidos el gobierno, la providencia y la conservación (o
fidelidad) de lo creado. Pues, "crear no es sólo dar el "golpecito" inicial a la existencia del mundo. Es una acción constante y
co-extensiva al tiempo de la creación. Si su "brazo" dejara de sostener el mundo, éste se convertiría de nuevo en polvo". Dios
habrá concluido su creación cuando la lleve al descanso definitivo, en vista del cual creó el Cielo y la Tierra. La providencia
divina incluye dos conceptos importantes: el gobierno de Dios y la conservación del mundo.- El gobierno de Dios El
gobierno de Dios reviste una estructura evolutiva, casi biológica. Buscando promocionar a las criaturas, Dios ordena las cosas
a partir de comienzos ínfimos. El Dios cristiano es un Dios Personal y Creador de todo, que respeta la libertad del hombre. En
consecuencia, en el cristianismo se hablará siempre de providencia y nunca de destino (fatum), como en otras religiones. La
providencia, respecto al acto creador de Dios, no se limita a sostener en el ser al universo y al hombre. Él no abandona a la
creatura a su propia existencia autónoma, sino que conduce a todo a su fin, es decir, a Él mismo. Pues el universo creado por
Dios se halla inconcluso, en estado de peregrinación hacia su perfección última. La providencia divina es entonces la acción
de un Dios que, sin invadir la justa autonomía del mundo en general ni del hombre en particular, conduce a uno y a otro hacia
esa perfección. .- La conservación del mundo El tema del Dios Providente, nos remite al mismo tiempo a la afirmación d que
nuestro Dios es, contemporáneamente, Creador y Padre. Como Creador, está en el trasfondo de nuestras acciones,
manteniendo su autonomía justa. Dios quiere que participemos en el desarrollo de la creación, no es un Dios milagrero que
suple la pereza o la incompetencia del hombre. El que se imagine la providencia divina como la de un Dios del que se puede
disponer a capricho está equivocado: Dios crea al hombre como ser inteligente y libre para completar la creación. Pero, a la
vez, como Padre, pide el abandono en su providencia, que dejemos en sus manos nuestras preocupaciones y le pidamos por
nuestros problemas, al tiempo que, como personas responsables, pongamos los medios humanos para solucionarlos. Siendo
Padre, se le puede pedir por todas nuestras necesidades espirituales y materiales. Él mismo quiere que se lo pidamos,
ininterrumpidamente. Puede ocurrir que no obtengamos lo que pedimos. No conocemos los caminos de Dios. Sabemos,
con todo, que Dios puede sacar bienes de lo que consideramos males y que, al final, cuando veamos a Dios cara a cara,
comprenderemos Sus caminos. Por ahora, sabemos que "todo coopera al bien de los que aman a Dios.
El Misterio del Mal y la Gracia: En el mundo se experimenta una presencia del mal muy profunda y difundida. Las
guerras y el terrorismo, el individualismo egoísta que constituye para cada persona la norma absoluta e inapelable, las
pasiones desatadas y amenazantes, la fragilidad de la familia, la crisis de la democracia, las posiciones filosóficas que
proclaman la muerte de Dios y la del hombre, constituyen parte de la lista de los problemas enormes de nuestro tiempo. El
hombre experimenta muy vivamente que él es el único ser de este mundo visible en el que dentro de su ser se juega su destino,
es el único que tiene en sus manos la conducción de su vida, según la revelación divina: "Mira, yo pongo ante ti vida y
felicidad, muerte y desgracia". Los cristianos miramos nuestro ser y nuestro destino con los ojos naturales de la inteligencia y
con los ojos sobrenaturales de la fe. Ella nos capacita para conocer a Dios y sus designios sobre toda la creación. Nos permite
reflexionar acerca del misterio del mal, de su tremenda realidad y de la dureza del combate que libramos para que triunfe el
bien en nuestras vidas y en la de todos los hombres.
hemos de distinguir claramente entre el mal "en sentido físico" y el mal "en sentido moral". El mal moral se distingue del
físico, por comportar culpabilidad y por depender de la libre voluntad del hombre. El mal moral, en cambio, no depende
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directamente de la voluntad del hombre, sino que se deriva de la propia naturaleza limitada, contingente y finita del hombre o
de la creación. Las calamidades provocadas por terremotos, inundaciones y otras catástrofes naturales, las epidemias, las
enfermedades, así como la muerte, serían ejemplos de este mal que hemos denominado "físico". Mientras los desastres
producidos por la guerra, el terrorismo, el odio, la violencia de todo tipo que tiene por origen al hombre, serían ejemplos de
ese mal que hemos llamado "moral". A partir de esta diferenciación, cabe señalar lo siguiente:
- El mal físico es inherente a la condición del hombre y de la creación. El hombre es un ser finito, sujeto a la enfermedad y a
la muerte; además, vive en un universo en el que se producen determinados fenómenos naturales productores de daño y de
sufrimiento. Las limitaciones y la caducidad propias de todas las criaturas son el origen último de este tipo de males,
consustanciales a la propia estructura del hombre y del universo. En última instancia, puede decirse que este mal en el orden
físico es permitido por Dios, como se señala en la catequesis de JUAN PABLO II antes citada, "con miras al bien global del
cosmos natural".
- Algo bastante distinto sucede respecto al mal moral. En palabras de JUAN PABLO II, "este mal decidida y absolutamente
Dios no lo quiere". El mal moral es radicalmente contrario a la voluntad de Dios y su autor es exclusivamente el hombre, al
haber hecho mal uso de su libertad. ¿Por qué tolera Dios este mal? Porque para Dios la existencia de unos seres libres es un
valor más importante y fundamental que el hecho de que aquellos seres libres abusen de su propia libertad contra el propio
Creador y que, por eso, la libertad pueda llevar al mal moral. Diferencia entre mal "físico" y mal "moral. Mal físico inherente
a la condición del hombre y de la creación. Mal moral, "este mal decidida y absolutamente Dios no lo quiere". El hombre
llamado a unirse personalmente con Dios, y mediante esta unión guiar a toda la creación al fin previsto por la providencia, no
se une más perfectamente a Dios sino por el sufrimiento ofrecido. Así, Dios, misteriosamente hace entrar en el plan de su
providencia no sólo la libertad del hombre sino junto a ella, también el mal y el sufrimiento. Así dice el Eclesiástico: "Hijo, si
te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. -Vemos como la unión con Dios exige el amor que se mantiene
firme en la adversidad- Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego
se purifica el oro, y los aceptos a Dios en el honor de la humillación". Se confirma entonces -dice el Papa- las palabras del
salmista: "El Señor es mi Pastor nada me falta. Aunque camine por oscuras quebradas nada temo porque Tú vas conmigo".
Cristo nos acompaña en el sufrir, no solamente en el sentido de que Dios no permite que las oscuras quebradas nos hagan
daño, sino que más aun, hace de ellas surgir el bien para nuestra salvación.
El Misterio del Mal: - En el pensamiento judeo cristiano la revelación de que Dios crea todo desde la nada, excluye
totalmente la posición de aquellos que sostienen la sustancialidad del mal, al afirmar la existencia de dos principios absolutos,
uno bueno y otro malo. Así era la doctrina del gnosticismo y del maniqueísmo. La revelación de la creación ya está al
principio de la Biblia, en el Génesis, se repite en otros textos del Antiguo Testamento, y es coronada en el Evangelio de San
Juan, cuando pone al Verbo de Dios actuando junto al Padre: "El estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas
por él, y sin él no se hizo nada de cuanto fue hecho". La creación es una verdad de fe que marca toda la revelación, y está
vivamente presente en la conciencia creyente. En el pensamiento griego, quien tiene muy especial importancia es
PLOTINO . El trató explícita y ampliamente el tema del mal, que definía como "privación, falta de bien". Pero añadía -y en
esto se equivocaba- que la materia era su causa: "La materia no tiene ni siquiera el ser que le permitiría tener parte en el bien;
si se dice que ella "es", es por equívoco; en realidad es un no ser... la falta total del bien, es el mal". Estas expresiones
manifiestan una posición muy lejana a la del cristianismo. Entre los Padres recordamos especialmente a ORÍGENES. Él dice
explícitamente que "el mal es carecer de bien", que no es una cosa, que si Dios no elimina un mal, es porque prevé que de él
saldrá algún bien. Estas ideas son ya germen de la teología cristiana del mal. SAN BASILIO , expresa: "No vayas a suponer
que Dios es causa de la existencia del mal, ni a imaginarte que el mal tiene una subsistencia propia. La perversidad no subsiste
como si fuera algo vivo; no podrá ponerse nunca ante los ojos su sustancia -ousía- como existiendo verdaderamente: porque el
mal es la privación -stéresis- del bien". En los Padres Latinos cabe destacar a SAN AMBROSIO que, recogiendo la
tradición cristiana, (asumiendo la enseñanza de los Padres Capadocios y no la de Plotino), dice que "el mal es la indigencia de
un bien", que "la ciencia del bien es la que hace discernir el mal", que en Dios no hay mal alguno, y que, "el mal no es una
sustancia viva, sino una perversión del espíritu y del alma". Pero el Padre de la Iglesia que más ha estudiado el misterio del
mal es SAN AGUSTÍN (354-430), quien tuvo por una parte la experiencia fuerte de su maniqueísmo y por otra el encuentro
profundo con San Ambrosio en Milán, que fue tan determinante en su vida y su pensamiento. SAN AGUSTÍN sacó
plenamente a luz la definición del mal. "No sabía, dice el santo, que el mal no es sino la privación de un bien, y que tiende
hacia lo que no es de ninguna manera". En la teología católica no se puede dejar de recordar la doctrina del mal de SANTO
TOMÁS DE AQUINO, quien escribió "Acerca del mal", así ella como SANAGUSTÍN, explica el mal subordinándolo al
bien: el error no es una realidad en sí misma sino privación de la verdad; la fealdad es privación de belleza; la nada es
privación absoluta de ser. Reflexión sobre el por qué del mal Dios es creador del mundo y que el mundo salió de las manos
de Dios bueno, para el bien del hombre. Pero el hombre ha experimentado el dolor, la muerte, el sufrimiento, el peso del mal
físico y también el mal moral. Ante estas situaciones desgarradoras surge la pregunta acerca del porqué del mal, del dolor, de
la muerte. Dios ha creado sólo el bien, no puede crear el mal, entonces, de dónde provienen tantas cosas malas. la Biblia y el
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cristianismo sostienen que el hombre, instigado por el Tentador, con su pecado introdujo el mal y la muerte. Pero el Señor no
abandona al hombre, sino que en su plan ya había decidido salvarlo. La historia de toda la humanidad, y especialmente del
pueblo elegido, no es más que una clara manifestación de este plan de salvación divino. Será el mismo Hijo de Dios, hecho
hombre, quien con su obediencia, muerte y resurrección nos da la salvación. La palabra definitiva de Dios sobre el hombre no
es el mal y la muerte, sino el amor, la felicidad y la vida eterna. .- La perspectiva cosmológica se ve reflejada en la pregunta:
¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que no pudiera existir el mal en él? Parece incontrastable el hecho que vivimos
en un mundo imperfecto que no funciona como debería; un mundo en el cual no sólo abundan los múltiples límites sino
también las adversidades. Realidades como las catástrofes naturales, las enfermedades y sufrimientos físicos, la vejez y en
especial la muerte, se nos presentan a nuestros ojos como desequilibrando y atomizando la armonía de la creación y de nuestra
existencia concreta. La perspectiva antropológica relativa al mal moral, involucra y surge como un clamor existencial: ¿por
qué un Dios bueno permite el sufrimiento del inocente? Es éste tal vez el argumento más extendido en contra de la existencia
de Dios. El odio, la indiferencia, el egocentrismo, la falta de solidaridad, la mentira, la manipulación, la muerte absurda son
algunas de las diversas caras del mal moral, aquel que conlleva un sufrimiento primordialmente espiritual. El drama de la
existencia del mal ha sido usado desde muy antiguo para poner objeciones a la existencia de Dios o al menos a su actuación en
el mundo. Lo reconoce el mismo Catecismo de la Iglesia Católica: "Si el mundo procede de la sabiduría y de la bondad de
Dios, ¿por qué existe el mal?, ¿de dónde viene? ¿quién es responsable de él?, ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal?".
Y también en otro lugar: "La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la experiencia del mal y del
sufrimiento. A veces Dios puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal". Negar la existencia de Dios no resuelve la
cuestión del mal. El aporte de Santo Tomás: Respecto del mal físico o cosmológico, afirmaba con osadía que Dios, en su
poder infinito, podría haber creado un mundo mejor. Sin embargo quiso crear este universo concreto, en "estado de
peregrinación" hacia su perfección natural, evolucionando a través de la generación y la destrucción. El mal está, pues,
relacionado con el hecho que la creación toda se encuentra en tránsito hacia su plenitud. Es por ello que el Doctor Angélico
afirmaba que si Dios impidiese los males naturales, el universo tendría menor y no mayor perfección, pues entonces "se
echarían de menos muchos bienes en el mundo; no viviría el león si no pereciesen otros animales". Asimismo, el papel central
del hombre como "pastor de la creación" quedaría reducido a nada si no pudiera éste interactuar con el cosmos, empleando su
propio esfuerzo para mejorarlo a través de su cultura, su trabajo y su ciencia. ¿Dónde residiría la razón de existir del ser
humano si no pudiera colaborar en la edificación de un mundo aún en crecimiento? Desde una perspectiva metafísica, el mal
carece de entidad, pues es sólo ausencia de bien. Vimos justamente que creer que el mal posee alguna entidad subsistente
equivaldría a aceptar un principio malo no creado por Dios; como tal escaparía, más aún, se opondría a la infinita bondad
divina, como en las concepciones religiosas dualistas. El aporte de la reflexión cristiana: El mal no tiene existencia en sí
mismo, sino que es privación del bien. Pero sea por una naturaleza imperfecta (mal físico) o por el pecado del hombre (mal
moral) no tiene entidad. Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben caminar hacia su destino último por
elección libre y amor de preferencia. Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral entró en el
mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa
del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien:
como decía SAN AGUSTÍN: "Porque el Dios Todopoderoso... por ser soberanamente bueno, no permitiría jamás que en sus
obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal"."Así, con
el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal,
incluso moral, causado por sus criaturas" se visualiza en la Muerte del Hijo de Dios hecho hombre: "Del mayor mal moral que
ha sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los pecados de todos los hombres, Dios, por la
superabundancia de su gracia, sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra Redención. Sin embargo, no
por esto el mal se convierte en un bien". Dios es el Ser Pleno, no obra sino expresándose perfectamente. En cambio, el
hombre, creatura libre pero finita, puede introducir al pecar una "cierta nada", una omisión de bien en el camino del desarrollo
en su propio ser. No obstante, esta condición de "no-ser" no convierte al mal en inocuo ni diluye su dramaticidad. Al pecar el
hombre hiere la comunión con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Rechazando la voluntad de Dios, se niega a realizar
humana y cristianamente su vocación plena, con la cual el Señor lo había creado de modo personalísimo. Catecismo:
"Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con
frecuencia desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios "cara a cara",
nos serán plenamente conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá
conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra". La cruz de Cristo.
El Concilio Vaticano II afirmó que "por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte". Y en verdad, la
intervención de Dios alcanza su máximo y definitivo sentido en el gesto de amorosa entrega de Jesús en la cruz. El no refutó
ni minimizó el mal, como si se tratase de una ilusión humana al estilo de las concepciones budista o hinduista. Su sacrificio no
resolvió un problema, pues el mal sigue vigente aún después de su Pascua, pero éste queda resignificado y transfigurado. Mas
en la cruz el misterio del mal queda derrotado desde dentro por el misterio del amor; la última palabra sobre el sentido de la
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vida del hombre ahora no es el mal sino el amor. Donde el mal nos abismaba en el sin sentido, Jesús, gracias a este gesto de
amor trascendental, nos conduce al Padre a través de su resurrección. En la Encíclica de 1984 dedicada al sentido cristiano del
dolor, Juan Pablo II subrayaba que "aunque la victoria sobre el pecado y la muerte, conseguida por Cristo con su cruz y
resurrección no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana "esta victoria proyecta una luz nueva, que es la luz de
la salvación". Profundizando en la Pascua de Cristo el hombre puede encontrar un sentido a su propia experiencia de dolor,
pues descubre que el amor tiene capacidad de redimir, rescatar de la percepción de un absurdo que parecería omniabarcante.
Desde el amar salvífico de Jesús, el mal ya no es más la última instancia de la existencia humana, sino sólo la penúltima.
Desde la Resurrección, el mal se transforma en pascua, es decir, paso hacia la vida plena de Dios.
La providencia y el origen del mal: La providencia divina gobierna y mantiene el universo. La providencia es
el acto creador de Dios que no se limita sólo a sostener en el ser al universo y al hombre. El no abandona a la creatura a su
propia existencia autónoma, sino que conduce a todo a su fin, esto es, a Él mismo. El universo en tanto que creado por Dios es
bueno, se halla inconcluso, en estado de peregrinación hacia su perfección última (la aseveración de Pablo: "El universo sufre
dolores de parto". La providencia divina es entonces la acción de un Dios que, sin invadir la justa autonomía del mundo en
general ni del hombre en particular, conduce a uno y a otro hacia esa perfección. La Providencia divina acontece usualmente
en y por las acciones particulares de las creaturas, pero gozando éstas de verdaderas autonomía y consistencia. Es justamente a
través de la libertad humana y de las leyes naturales cómo Dios se hace presente en el mundo y en la historia. La enseñanza de
Jesús en el Padre Nuestro: "Venga a nosotros tu reino", no es un simple pedido, sino el compromiso de cada cristiano de hacer
presente con su actividad el reino de Dios.
El pecado El CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA manifiesta que el primer pecado del hombre fue la
desobediencia, razón por la cual en adelante todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
desde el mismo momento del comienzo de su existencia y por tanto, sin culpa personal, todo hombre participa de esta
condición pecadora. La trasmisión del pecado original. Pablo expresó rotundamente esta verdad en su carta a los Romanos:
"Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores". El Concilio de Trento definió formalmente en
su sesión que todo hombre es concebido bajo la condición "adámica" de ruptura de amistad divina, "por propagación, no por
imitación", la Iglesia afirma en realidad que, por nuestra naturaleza solidaria, todos comenzamos a existir en esta condición de
pecado original por el sólo hecho de ser humanos. La verdad de la transmisión del pecado original trae aparejada una delicada
cuestión ante una eventual postulación científica del poligenismo en dos versiones: a) la descendencia de la especie humana
a partir de varias parejas pertenecientes a una misma comunidad y b) la descendencia humana no ya de una misma
comunidad, sino desde varias ramas evolutivas que habrían cruzado el umbral de hominización en diversos puntos del planeta
y, eventualmente, en diferentes épocas. La principal dificultad residiría en que debería admitirse que habría habido seres
humanos que no habrían descendido de Adán y Eva, y que por lo tanto habrían quedado exceptuados del pecado original
originado. Actualmente se proponen algunos caminos de solución basados en la solidaridad humana para con el pecado. En
caso de ser verdadera la hipótesis poligenista (debatida aún hoy por biólogos y paleontólogos), bien podría concebirse que la
primera comunidad humana en su totalidad se habría visto colapsada solidariamente por el pecado de los primeros padres, y
por ende no habría habido ulteriormente persona alguna exceptuada de esta condición. El tema del poligenismo abriría una
perspectiva más profunda sobre cómo entender la unidad y solidaridad actuales de la entera especie humana. Pecado original
y anuncio de salvación: el protoevangelio. Así como a lo largo de Génesis 3 se narra el pecado original y sus consecuencias,
no es de menor importancia el anuncio de la redención original con que cierra el relato. Mientras Dios "arropa"
misericordiosamente a Adán y Eva ya caídos, promete la victoria final del linaje humano sobre el mal en el llamado "proto-
evangelio". Es siempre Dios quien toma la iniciativa y por eso su perdón antecede al arrepentimiento del hombre. El no
condiciona el arrepentimiento humano para ofrecer su perdón. Como señala el Catecismo, la doctrina del pecado original es
como "el reverso de la Buena Nueva de que Jesús es el salvador de todos los hombres". Por eso, "es preciso conocer a Cristo
como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado". El pecado original no puede entenderse sino en
función de una verdad fundamental de la cual es servidora: el dogma de la universal redención de Jesucristo. En efecto, el
mensaje fundamental de la doctrina sobre el pecado original afirma que como todos nacemos en pecado original, todos
necesitamos ser redimidos por Cristo. O en otras palabras, la salvación de Cristo debe llegar a todos los hombres. El hombre
bajo el signo del pecado. El hombre está constituido como imagen de Dios: en su ser cuerpo y alma, y en su ser hombre y
mujer. Debemos ahora ver también la otra cara de la moneda: esa imagen, tal como aparece en nuestra experiencia, está
empañada por el mal. No sólo el mal físico, sino también el mal moral, todo aquello a lo que llamamos pecado. Debemos
comprender qué es el pecado, para poder vencerlo. La idea que nos viene a la cabeza cuando hablamos de pecado es la de
transgresión. Es la primera y más directa experiencia de pecado que tenemos. Hay pecado allí donde se da una acción
contraria a los mandamientos de Dios. Esta noción de pecado nos aporta concreción, ya que aparece claramente ligada a
nuestra propia acción, podemos saber con relativa facilidad que hay pecado allí donde se dan hechos contrarios a la voluntad
de Dios. Necesitamos ampliar la idea que tenemos de pecado a partir de la relación personal con Dios. Situando el pecado en
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su contexto propio, el de una relación personal con Dios, muestra otra faceta más profunda de su realidad: hay pecado allí
donde se da una ruptura en la relación entre el hombre y Dios. Solo se comprende la profundidad del pecado cuando se acoge
la inmensa grandeza de la revelación de Dios en Cristo. Dios ha mostrado en Cristo el abismo de amor que es su mismo ser
trinitario. El alejamiento de Dios es alejamiento de la fuente del amor, de la verdad y de la vida, deshumanización del hombre.
Pablo, en los primeros capítulos de la carta a los Romanos hace una descripción abrumadora de la extensión del pecado: "Por
la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a todos los que creen, sin distinción alguna. Pues todos pecaron y todos están
privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo Jesús, a quien
constituyó sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre". Todos los hombres han pecado y están privados de la gloria
de Dios. Son las dos realidades complementarias a las que llamamos pecado las que afectan a toda la humanidad: el acto
concreto y la situación de alejamiento de Dios. Más solo mediante redención en Cristo Jesús como podemos tener de nuevo
acceso a Dios y ser justos ante Él.
"Donde sobreabundo el pecado sobreabundo la gracia": La cruz de Cristo es el hito que señala el lugar
desde el que Dios nos ha rescatado para la salvación. Si Jesús es redentor de todos los hombres y su redención ha tenido la
forma concreta del perdón de los pecados, entonces es que todos los hombres están necesitados de redención y de perdón por
parte de Dios. Sólo a partir de la conciencia clara de la amplitud y grandeza del don de la salvación de Dios en Cristo nace la
conciencia de la amplitud y grandeza de la situación de pecado previa a este don. Más adelante, y desde su misma experiencia,
Pablo analiza en carne propia la situación del hombre pecador: "El bien que quiero hacer no lo hago: el mal que no quiero
hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado
que llevo dentro.
Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la
ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace
prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, presa de la
muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias"., por eso agradece haber recibido finalmente esa ayuda
de Dios por medio de Jesucristo. Todos los hombres somos pecadores pero a partir de la salvación dada en Jesucristo podemos
salir de esa situación. El mal en horizonte de Jesús de Nazareth El sufrimiento es parte de la existencia humana, se hace
presente en cada momento de nuestra vida. Nos movemos en esta tensión entre lo finito e infinito, entre lo bueno y lo malo,
entre el dolor y el sufrimiento, entre la vida y la muerte. El sufrimiento es el fruto del choque de las constataciones en la
realidad entre aquello que debiera ser y lo que en realidad está siendo. La angustia, la incapacidad de satisfacer el anhelo de
proyección y permanencia del estar bien, la incomodidad y la experiencia de la propia fragilidad no son sino indicios en
situaciones límites.
La experiencia del dolor nos hace un reporte inmediato de la situación límite, de lo humano, en donde con violencia y con el
descarnado advenimiento de los hechos, nos encontramos en una situación de ruptura. Por eso, la tendencia humana frente al
sufrimiento es tratar de evitarlo. A veces como cristianos consideramos los padecimientos de Jesús como el medio por el cual
nosotros nos escapamos del sufrimiento. Pensamos que El sufrió por nosotros para que no tengamos que sufrir. La enseñanza
de la Primera carta de Pedro contradice tal concepto y se adhiere a la teoría de la existencia humana; Pedro presenta el
sufrimiento como parte necesaria del plan divino, tanto para Cristo como para el creyente. El plan de Dios para Jesús incluía
el sufrimiento. Como bien lo dice la Biblia: "Porque tanto amó Dios al mundo, que dio su unigénito Hijo, para que todo el que
crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna". Estas palabras, pronunciadas por Cristo en el coloquio con Nicodemo,
nos introducen al centro mismo de la acción salvífica de Dios. Ellas manifiestan también la esencia misma de la soterología
cristiana, es decir, de la teología de la salvación. Salvación significa liberación del mal, y por ello está en estrecha relación con
el problema del sufrimiento. El cristiano ha de experimentar el sufrimiento unido a Cristo, y plenamente identificado con él.
Es cierto que la relación mística del creyente con Cristo, "el arquetipo del que sufre, representa la base religiosa de todo su
sufrimiento". Jesús había advertido a sus seguidores que "si a mi me han perseguido, también a vosotros os perseguirán". Los
contemporáneos de Jesús consideraban que la enfermedad, el dolor y el sufrimiento eran castigos divinos por el pecado
propio, o bien de los antepasados. Jesús reprueba la doctrina farisea de que todo dolor o infortunio de la vida tenga carácter de
retribución, o que toda abundancia de riqueza tenga carácter de una vida sin pecado. Cristo sufre voluntariamente e
inocentemente. Acoge con su sufrimiento aquel interrogante que, puesto muchas veces por los hombres, ha sido expresado,
en un cierto sentido, de manera radical en el Libro de Job. Sin embargo, Cristo no sólo lleva consigo la misma pregunta (y
esto de una manera todavía más radical, ya que El no es sólo un hombre como Job, sino el unigénito Hijo de Dios), pero lleva
también el máximo de la posible respuesta a este interrogante. La respuesta emerge, se podría decir, de la misma materia de la
que está formada la pregunta. Cristo da la respuesta al interrogante sobre el sufrimiento y sobre el sentido del mismo, no sólo
con sus enseñanzas, es decir, con la Buena Nueva, sino ante todo con su propio sufrimiento, el cual está integrado de una
manera orgánica e indisoluble con las enseñanzas evangélicas.
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La Gracia La revelación nos dice claramente que el pecado y la desobediencia de "uno solo" nos ha constituido "a todos"
pecadores, y que igualmente la gracia y la obediencia de "uno solo", Jesucristo, nos ganan la salvación de Dios. Jesucristo es
el protagonista de la salvación. Dios Padre entrega totalmente a su Hijo para salvación de la humanidad por el poder del
Espíritu Santo. La muerte y resurrección de Jesucristo es la fuente de la gracia en la que el hombre puede dar cumplimiento a
su libertad por la participación en la vida de Dios. En el Nuevo Testamento la participación en la vida divina se describe por
medio de la categoría de filiación. El gran don que recibimos de Dios en Jesucristo por el Espíritu Santo es el de ser hijos de
Dios. La llamada de Dios a cada hombre es un gesto absolutamente gratuito. Dios quiere la salvación de cada hombre y a cada
uno se la ofrece, es la convicción de la fe cristiana. La creación y salvación son acciones libres de Dios, su voluntad es
creadora y salvífica. El ha querido crearnos, llamarnos a la vida y salvarnos. Tales acontecimientos son signos de la gracia y
en sí, por tanto signos de la gloria de Dios, que se glorifica en el Hijo, en su acción en el mundo 170. Lo que caracteriza el
aspecto de gracia de esta realidad es nuestra vocación a tomar parte en la vida divina, ya Buena-ventura piensa: "Habere est
haberi", vivir en Dios o dejar a Dios vivir en uno significa perderse en el océano divino, en la noche oscura, en el desierto sin
fin que nos rodea, penetra y soporta. La gracia en el Catecismo EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA en la
presentación de las diversas secciones, ya muestra claramente la consideración de la gracia como un don. Se llama gracia al
don divino que permite acoger la revelación en la fe. Es uno de los dones con los que Dios revistió a nuestros primeros padres
y que caracterizaban aquel estado inicial de comunión íntima con Él. Por ella, Dios saca bien del mal; el mal no se convierte
en un bien, pero por la superabundancia de la gracia Dios, después del rechazo de los hombres al Hijo de Dios y de su muerte,
glorificó a Cristo y nos redimió de nuestros pecados. Por el don de la gracia el hombre es llamado a una alianza con su
Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar. Por la gracia somos salvados y
por ella nuestras obras pueden dar fruto para la vida eterna. La gracia permite al hombre a entrar en el gozo divino. Eleva las
virtudes. Es un don que se pierde por el pecado mortal. La gracia junto a la ley es el otro don, la otra ayuda que Cristo ofrece
al hombre; la ley lo dirige, la gracia lo sostiene. La gracia produce grandes frutos en el hombre: aparta el corazón de la codicia
y de la envidia, inicia al hombre en el deseo del supremo Bien y lo instruye en los deseos del Espíritu Santo. La
contemplación se considera como gracia, como don de Dios. La gracia es una participación en la vida de Dios, que nos
introduce en la intimidad de la vida trinitaria. Por el Bautismo el cristiano participa de la gracia de Cristo, Cabeza de su
Cuerpo. Como "hijo adoptivo" puede ahora llamar "Padre" a Dios, en unión con el Hijo único. Recibe la vida del Espíritu que
le infunde la caridad y que forma la Iglesia. El don de la Gracia es sobrenatural, es decir, "sobrepasa las capacidades de la
inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana”. Por eso es un don gratuito y por su naturaleza no exigido por la esencia del
hombre, por lo cual debe tenerse en cuenta que este don no es irresistible. Dios interpela al hombre en busca de una respuesta
personal a su llamado. La Gracia es una verdadera autodonación de Dios al hombre, sólo abriéndole libremente las puertas de
lo más íntimo es como Dios, de modo recíproco, admite al hombre en su dinamismo intratrinitario. Al recibir a Dios
íntimamente, se produce un cambio ontológico en nuestra naturaleza, una transformación en el núcleo de nuestro ser que nos
convierte en nuevas creaturas en Cristo. La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida por el
Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla. Se trata de la gracia santificante recibida en el Bautismo.
La gracia es un don recibido en el Bautismo que borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios. Es el don de Cristo que
el Espíritu Santo distribuye en los sacramentos. La Iglesia contiene y comunica la gracia invisible que ella significa. Es en
nosotros la fuente de la obra de santificación: Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es
nuevo. "Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo. La libre iniciativa de Dios exige la libre respuesta
del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole, con la libertad, el poder de conocerle y amarle. El alma
sólo libremente entra en la comunión del amor. Dios toca inmediatamente y mueve directamente el corazón del hombre. Puso
en el hombre una aspiración a la verdad y al bien que sólo él puede colmar. Las promesas de la "vida eterna" responden, por
encima de toda esperanza, a esta aspiración: "Si tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy buenas, fue
para decirnos por la voz de tu libro que al término de nuestras obras, "que son muy buenas" por el hecho de que eres tú quien
nos las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti. La justificaciónSan Pablo desarrolló
esta concepción cristológica de la Gracia, en su Carta a los Romanos. El Apóstol sostiene que Jesús resucitado justifica al
hombre pecador, lo hace justo y lo deja reconciliado con Dios. A partir de la concepción de los "judaizantes" 172, Pablo afirma
en la que la Gracia de Jesucristo opera en el cristiano una triple liberación: a) lo libera de la muerte, pues es ahora admitido a
la vida eterna; b) del pecado, de la esclavitud de la incapacidad de obrar el bien por sus solas fuerzas; c) de la Ley ya que el
pecado conducía a la muerte. El hombre nuevo, renacido por el bautismo accede así a la nueva vida del Espíritu. Lo primero
que menciona el Concilio de trento es la falta de Adán. No se trata sólo de recordar el origen del pecado original, sino también
el pecado que modela todos nuestros pecados. Lo que se pretende no es disculpar el pecado personal apelando a un origen
extraño a nosotros mismos, sino, al contrario poner a la luz la raíz última de la situación del pecador como necesitado de
salvación. Si la gracia de Dios es el origen necesario de la justificación debemos ver su presencia en todo aquello que lleva a
la justificación. Por eso decimos que la preparación a la justificación es también obra de la gracia.
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Justificación es entrar en una nueva relación con Dios como hijos suyos, recibir su presencia en nuestra vida, y sólo Dios
puede hacerle sitio a Dios, sólo Èl puede preparar al hombre para que éste sea capaz de recibir el don de la gracia. .- La
filiación divina La filiación divina puede ser entendida de diversas formas a partir de las categorías humanas para entender la
filiación. En efecto, a nivel humano conocemos dos formas de filiación: la filiación natural y la adoptiva. Por la filiación
natural existe una relación no sólo física, sino también afectiva y moral, entre padre e hijo, que tiene su origen en la
generación física. La filiación adoptiva es también una relación entre padre e hijo, pero no basada en la generación, sino en un
acto de libertad por el que una persona es introducida jurídicamente en una familia. La filiación divina en San Pablo PABLO
habla de un espíritu de hijos adoptivos. Este espíritu no parece referirse directamente al Espíritu Santo, sino al ser espiritual
del hombre transformado por el Espíritu Santo, por lo que podemos afirmar que la filiación adoptiva incluye al menos cierta
transformación interior de la persona. La filiación adoptiva tiene diversos efectos: dejarse llevar por el Espíritu de Dios,
dirigirse al Padre con la confianza de hijos y ser coherederos con Cristo. El Espíritu Santo es aquí el gran protagonista. Él es
quien lleva al cristiano en su vida, quien destierra de su espíritu el temor y quien da testimonio de la esperanza nueva del
cristiano en Cristo. La filiación divina en San Juan Por su parte, JUAN plantea las cosas desde el lado opuesto, su
paradigma de comprensión de la filiación divina del cristiano parte de la filiación natural: "La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba: el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la
conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen
en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad".
La filiación divina supone en el hombre una transformación real que, a veces es descrita como nuevo nacimiento. Los hijos de
Dios han nacido de Dios, es la tajante afirmación del cuarto evangelista. Se trata aquí de un nuevo nacimiento que no tiene su
origen en ninguna realidad creada, sino sólo en Dios. El protagonista de la acción es la Palabra hecha carne, su venida al
mundo es la ocasión para abrir la posibilidad del nuevo nacimiento por la fe en él. El Espíritu Santo es quien lleva al cristiano
en su vida, destierra de su espíritu el temor y da testimonio de la esperanza nueva del cristiano en Cristo. La filiación divina
supone un nuevo nacimiento. La filiación divina y el obrar del cristiano Con estos dos teólogos ( San Pablo y San Juan) del
Nuevo Testamento podemos tener una primera visión de lo que significa la gracia para el cristiano. Gracia es participación en
la vida de Dios, una transformación de la relación del hombre con Dios que lo introduce en la eterna relación de amor que une
al Padre con el Hijo en el Espíritu. El cristiano, unido a Cristo, el Hijo único, como hijo adoptivo, recibe la fuerza del Espíritu
para poder llamar a Dios Padre como verdadero hijo suyo. Se trata, por tanto, de reproducir la vida trinitaria de Dios en el
mundo a nivel creatural. Somos introducidos en la vida de Dios para que esa vida se haga presente en la creación. Somos
santificados porque el mismo Espíritu que movió a Jesús nos mueve y sustenta de modo que seamos capaces de vivir como el
vivió, haciendo de nuestra vida una forma de actuación del amor de Dios en el mundo. La gran oportunidad y el gran reto del
cristiano es transformarse en presencia viva del amor de Dios en el mundo, porque ese mismo amor lo guía y conduce. Esto
significa, por una parte, estar incluido en el amor con que el Padre ama al Hijo en el Espíritu y, por otra parte, ser capaz de
desplegar ese amor en el mundo. La gracia, en cuanto configuración con Cristo, hace posible en nosotros el
Mérito. Una nueva creación La Biblia con diversas expresiones, especialmente del Nuevo Testamento, expresa esta
transformación interior del hombre: la re-creación179. SAN PABLO utiliza varias veces la expresión "nueva creación" para
referirse al nuevo ser del hombre en Cristo. "El que está en Cristo es una nueva criatura; pasó lo viejo, ha aparecido lo nuevo".
El contexto se refiere a la reconciliación del hombre con Dios en virtud de la muerte de Cristo; en consecuencia ya no
debemos vivir para nosotros mismos sino para aquel que murió y resucitó por nosotros (v. 15). El simple hecho de que se
hable de "creación" indica que se trata de la obra de Dios en el hombre, no de algo que éste pueda adquirir por sus propias
fuerzas o por iniciativa propia. Sin duda es una consecuencia importante del "estar con Cristo", el llevar una vida digna de
reconciliados con Dios. Cuando se está en Cristo y reconciliado con el Padre, el hombre es una criatura nueva. Quien está
inserto en Cristo y vive para él, reconciliado con Dios, es algo distinto de lo que ha sido hasta ese momento, ha sido
internamente cambiado. Relación entre gracia y libertad la gracia es la que posibilita y sostiene la libertad humana para que
el hombre pueda obrar bien. La ley del Espíritu no es un nuevo código de normas, sino un principio nuevo e interno de
actuación, el Espíritu Santo que dirige nuestras vidas en el seguimiento de Jesús. Los profetas ya anunciaban esta "nueva
alianza" superior a la ley, que Dios escribiría en el corazón de cada hombre (cfr. Jer 31,33). No se trata de un principio
exterior, sino del corazón nuevo en el que se infunde el espíritu de Dios para que el hombre viva según la ley divina. Este
anuncio del Antiguo Testamento se ha cumplido en el don del Espíritu Santo que nos entrega Jesús resucitado, la ley nueva es
el mismo Espíritu presente en el corazón del hombre. La ley del cristiano "la gracia del Espíritu Santo que se da a los que
creen en Cristo". De esta manera coinciden la libertad y la ley del amor ya que es el mismo Espíritu el que hace posible estas
dos cosas. Vivir en gracia El cristiano en gracia es un hombre liberado por Cristo para el amor. Esta libertad está en relación
intrínseca con las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. En el Nuevo Testamento, en particular los escritos paulinos
colocan a estas tres virtudes casi siempre juntas y la tradición teológica las ha llamado teologales. También el CONCILIO DE
TRENTO afirma que en la justificación se infunden en el hombre estas tres virtudes. No podemos considerarlas en forma
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separada sino en mutua interacción ya que estas tres virtudes definen toda la vida del cristiano en su relación con Dios con los
hombres y con el mundo. LA FE es la confesión de Jesús como Señor y Salvador, más este reconocimiento solo lo podemos
hacer si estamos en gracia. En el Nuevo Testamento la fe tiene una profunda referencia cristológica: el Dios en el que creemos
es el que ha resucitado a Jesús de entre los muertos. Creer en Dios significa aceptar a Jesús como Hijo y como Palabra,
reconocer que solo en él tenemos la salvación y que en su vida tenemos nosotros la norma suprema de actuar La fe no solo nos
justifica sino que debe ser la actitud fundamental que ha de presidir toda la vida del cristiano. La actitud de la fe conlleva
necesariamente la de LA ESPERANZA; se hace difícil distinguirlas adecuadamente. Si la fe significa apoyarse en Dios ha de
llevar consigo la confianza en que el Señor cumplirá sus promesas. La fe en Jesús resucitado nos remite a la segunda y
definitiva venida del mismo Jesús, a su manifestación gloriosa. De ahí que la fe y la esperanza aparezcan siempre unidas en
numerosos pasajes bíblicos , la salvación ya es real pero es todavía esperada . La CARTA A LOS HEBREOS relaciona con
claridad la fe y la esperanza cuando define la fe diciendo: "es la garantía de lo que esperamos, la seguridad de lo que no se
ve".
También la fe implica EL AMOR. Esta es respuesta del amor de Dios al hombre. La fe se hace operante por la caridad. Si la fe
es la aceptación de la obra de Dios y el reconocimiento de su primacía en todo, el amor es la respuesta activa a esta iniciativa
divina que necesariamente ha de manifestarse en el amor no solo a Dios, sino también al prójimo. Por ello, SAN PABLO
atribuye al amor un cierto primado sobre las otras dos virtudes teologales . SAN JUAN también afirma que a la fe en Jesús
que es el único camino de salvación, debe acompañar el amor que es respuesta al amor de Dios que nos amo primero y que se
ha manifestado en la entrega de Jesús. La gracia, siendo el don del Espíritu que nos justifica y nos santifica, comprende
también los dones que el Espíritu Santo nos concede para asociarnos a su obra, a fin de hacernos capaces de colaborar en la
salvación de los otros y en el crecimiento del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Se trata de las GRACIAS
SACRAMENTALES, dones propios de los distintos sacramentos. Están además las GRACIAS ESPECIALES, llamadas
también "carismas", según el término griego empleado por san Pablo, y que significa favor, don gratuito, beneficio.
Cualquiera sea su carácter, a veces extraordinario, como el don de milagros o de lenguas, los carismas están ordenados a la
gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia, pues están al servicio de la caridad que edifica la Iglesia.
Si cada uno de nosotros tiene una llamada única y original de Dios como principio propio de su ser esto significa dos cosas:
por ser algo que se da en nosotros es algo personal y distinto en cada uno, por ser de Dios es algo orientado al amor y la
salvación del mundo. Las gracias sacramentales y los carismas, al mismo tiempo que nos recuerdan la originalidad del camino
de cada cristiano, nos hacen presente que en todos ellos está la única y definitiva llamada de Dios a la salvación. No se trata de
pensar si unos tienen más gracia que otros, sino de darnos cuenta de que en cada uno de nosotros la gracia nos da todo aquello
que necesitamos para unirnos a Dios y colaborar en su obra de forma absolutamente única y personal. Don gratuito para
todos los hombres La gracia es, digámoslo en consecuencia, el mayor de los bienes que puede recibir la criatura racional. La
gracia nos permitirá gozar con el gozo de Dios, nos capacitará para conocerlo -verlo "cara a cara"- en la gloria eterna, amarlo
y bismarnos en su bondad. "La gracia y a gloria se incluyen dentro del mismo género, porque la gracia no es más que cierto
comienzo - la gloria en nosotros". SAN PABLO dice que "la gracia de Dios, que ha sido derramada en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que se nos ha dado, es la vida eterna". Por la gracia Dios nos introduce en el santuario donde acontece lo más
íntimo de la vida divina: la generación eterna del Hijo y la espiración del Espíritu Santo. Dios en nosotros Dios Uno y Trino, y
nosotros en Dios, como en el Cielo. La gracia, como el fuego al hierro, nos pone al rojo: nos otorga unas características que
antes no teníamos: un "color", una belleza, una armonía, una fluidez, una eficacia sobrenaturales.
Escatología: La escatología cristiana (del griego "esjatón", último; "lógos", discurso) trata de la realización, en el futuro
absoluto o meta-histórico del hombrey del universo, del conjunto de artículos de fe referentes a esas realidades últimas y de su
incidencia en la situación actual del hombre, situado en su comunidad y su mundo.
Para iniciar podemos asumir el siguiente concepto de escatología: "la escatología versa sobre el futuro del hombre. Más no
sobre cualquier futuro, sino sobre el futuro absoluto, sobre lo último del hombre. Hablando con mayor precisión, la
escatología es la reflexión creyente sobre el futuro de la promesa aguardado por la esperanza cristiana" Y continúa diciendo
RUIZ DE LA PEÑA: "Tal reflexión es ineludible para el cristiano no sólo en base a su creencia en las Escrituras, que le
anuncian una consumación de la historia terrena, sino también en razón de su constitución ontológica, que lo proyecta
constantemente hacia los límites de su presente"."La escatología destaca, más que el final y el acabamiento en sí, que es lo que
nos asusta, la novedad de lo que uno encuentra y en lo que es transformado". Conviene recordar que los tratados teológicos
tradicionales solían distinguir entre una escatología colectiva y una escatología individual187. La escatología colectiva
comprende la parusía, la resurrección de todo el género humano, la creación, y el juicio final. Por su parte, la escatología
individual comprende los temas de la muerte, el purgatorio, el infierno y el cielo para el individuo en particular, para cada ser
humano en sí.
Sin embargo, excepto el infierno que es en sí mismo un estado de radical autoexclusión, toda realidad escatológica posee
ambas dimensiones: colectiva e individual. Así, por ejemplo, mientras que un alma en el purgatorio experimenta la intercesión
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de la Iglesia toda, complementariamente el juicio final comportará la revelación del ser personalísimo de cada ser humano
ante Dios y los demás.
La Parusía Desde una buena antropología filosófica y teológica descubrimos que el hombre es un ser abierto al futuro
último y a la esperanza, pero vive en la tierra y debe colaborar con Dios como co-creador, debe construir no sólo la ciudad
celeste sino también la ciudad terrena, por eso, aunque la escatología dice relación con la existencia del hombre de hoy, sus
artículos refieren propiamente al futuro transhistórico: la vida con Dios en la gloria, por toda la eternidad. La espera
escatológica de la comunidad cristiana se orienta a un acontecimiento finalizador de la historia en un doble sentido:
finalizador porque otorga a ésta una finalidad y porque le impone un término. Esta esperanza del establecimientodefinitivo del
Reino de Cristo llamamos "parusía". Parusía es una palabra griega, derivada del verbo "páreimi" (= estar presente, llegar) y
que significa la presencia o la llegada de personas, cosas o sucesos. En el uso litúrgico de los griegos esta palabra: "parusía"
servía para referirsetanto al descenso o manifestación de personas divinas en la tierra, como a las visitas que reyes y príncipes
hacían a las ciudades de su dominio. En el Antiguo Testamento la proclamación profética del "día de Yahvé" revistió el
sentido del anuncio de una inminente ira divina por causa del endurecimiento del corazón de los israelitas. Se interpretó la
venidera invasión de las potencias enemigas de Caldea y Asiria como un castigo divino para purificar al israelita,
presentándosela vívidamente a través de la desoladora descripción de llantos, tinieblas y matanzas. Sin embargo, ya durante la
época del exilio, el profeta Isaías vio en el "día de Yahvé" una nueva esperanza en una restauración definitiva de Israel. Al
retorno de Babilonia se anunció este acontecimiento como un castigo para los pecadores,y un seguro triunfo de los justos que
confían en Dios. El Nuevo Testamento asume la esperanza escatológica del Antiguo, y a la vez ofrece la superación con la
esperanza cristiana, centrada en la figura de Jesucristo. San Pablo asumió con frecuencia esta expresión en sus cartas para
designar la venida gloriosa de Jesucristo. Cuando Jesús se refería al "último día", aquél de su venida en gloria, no aludía a
destrucción ni enfrentamientos sangrientos de ejércitos del bien y del mal, sino a un acto soberano de congregación de todos
los hombres y del subsiguiente juicio.
En el Nuevo Testamento la parusía se conecta directamente con el fin del mundo, con la resurrección y con el juicio. Enseña
San Pablo: no queremos hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto, para que no estén tristes como
los otros, que no tienen esperanza. respecto de la "Parusía" o segunda venida de Cristo en gloria, para establecer su reino
definitivo, la doctrina de la Iglesia tiene su fundamento en la Sagrada Escritura, especialmente en los Evangelios y en las
Cartas de Pablo. Signos precursores de la llegada de la parusía El Nuevo Testamento no se limita a proclamar que el Señor
vendrá en poder y gloria, sino que también alude a los diversos signos que la precederán, tal como el enfriamiento de la fe, la
aparición del Anticristo o guerras y catástrofes. Sin embargo, algunos de estos sucesos ya estaban ocurriendo en el tiempo en
que fueron narrados, y por eso no deben tomarse como predicciones futuras. De todos modos, siguen siendo el pan cotidiano
de la actual etapa de la humanidad, hasta que advenga la consumación definitiva de la historia. Otro de los signos de la parusía
es el anuncio del Evangelio a todo el mundo y la conversión de los judíos. En cuanto a la predicación del evangelio a "todas
las naciones" deja a la Iglesia la responsabilidad de ir por todo el mundo y proclamar la Buena Nueva; con la conversión de
Israel se retoma el universalismo de la voluntad salvífica de Dios, expresada a Abraham: en ti serán bendecidas todos los
pueblos de la tierra. El cristiano no debe preocuparse cuándo será el día y la hora de la parusía, por eso los Evangelios omiten
intencionalmente toda pista para descubrir el instante de la segunda venida. Jesús lo advertía explícitamente:... en cuanto a ese
día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. La esperanza cristiana está cimentada
en el "qué" y en el "cómo", pero no en el "cuándo". Este conocimiento es no necesario para el creyente. El sentido del
peregrinar se funda en la certeza de la existencia misma de aquel día en el que Dios intervendrá decisivamente en la historia a
favor de la humanidad toda. El mensaje evangélico está orientado a una finalidad, a una llegada triunfal del Señor. Será una
llegada en poder y gloria, por eso nada la podrá obstaculizar, evitar ni ensombrecer ésta manifestación soberana y gloriosa.
Los datos de la Sagrada Escritura muestran una distancia infinita entre creatura y Creador: nada ni nadie puede luchar contra
el Señor para arrebatarle nada. Por todo esto, afirmar que el demonio sea capaz de tornar incierto este triunfo final de Dios es
olvidar que el diablo es una mera creatura mantenida en la existencia por la voluntad divina. Además los poderes del mal
fueron ya vencidos irrevocablemente por Jesucristo. No obstante la experiencia nos indica que existe una resistencia
intrahistórica a la llegada del Reino; perseverar libremente en esta oposición implicará una autoexclusión del banquete
escatológico futuro. Nada ni nadie podrá impedir la victoria que Jesús obtuvo en la cruz, pues la humanidad ya ha sido
redimida. Cuando el Señor retorne habrá una pacífica y gozosa consumación de las promesas. Con el Concilio Vaticano II la
Iglesia recupera aquella esperanzada oración de las primeras comunidades cristianas: "Maranathá": Ven, Señor Jesús. La
nueva creación: "cielos nuevos y tierra nueva" La creación siendo una magnitud fundamental entre las diversas esferas de
acción de la persona humana, de la historia de la salvación, no permanecerá ajena a los sucesos escatológicos. La recuperación
de la cristología cósmica pone de relieve esta realidad de la escatología. Al considerar el episodio del pecado original se ve
cómo el hombre rompe su relación con Dios y con el prójimo, entonces el universo también se desgarró. A partir de ese
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momento los frutos de la tierra no resultaron ya dones espontáneos, se hizo necesario el esfuerzo humano para obtenerlos. Con
la actual destrucción del ecosistema nos consta dolorosamente cómo toda acción negativa del hombre repercute
inmediatamente en la naturaleza, desquiciándola y apartándola aún más del paraíso original. Las Sagradas Escrituras emplean
recurrentemente la expresión "cielos nuevos y tierra nueva" para anunciar que el mundo, herido y fatigado se renovará
juntamente con el hombre. Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: "Así pues, el universo visible también está destinado a
ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de
los justos" participando en su glorificación de Jesucristo resucitado.
El Cristo cósmico y la creación" cristología cósmica" que trata de la escatología como parte integrante de la misma.
los hombres pretenden visiones completas (holísticas) de la realidad -o cosmovisiones- buscando responder, a la pregunta por
el sentido del todo. Para los cristianos la respuesta es Cristo y, entonces, para la teología, se trata de pensar a fondo este dato,
preguntándose por la relación entre Cristo y todo lo creado. En esa reflexión creyente encontramos el paso de Jesús de
Nazaret, de su vida, muerte y resurrección en cuanto acontecimiento histórico, al Cristo cósmico en el que toda la realidad
encuentra su sentido último. Toda la creación tiene en Cristo su centro y cúlmen, y espera la manifestación de los hijos de
Dios. La cristología afirma que Cristo es el centro y cúlmen de todo, también del mundo futuro. La escatología, al tratar de la
consumación final, del destino último de las cosas, de la recapitulación de todo en Cristo, no afirma solamente la salvación de
los hombres, sino que declara que toda la "creación" espera la salvación. Dios salva a todo lo creado, no sólo al hombre. La
naturaleza, el mundo universo, todo lo creado tiende a la unidad y la evolución del cosmos está en la línea de la recapitulación
de todo en Cristo. La escatología por lo tanto no atañe solo a la humanidad sino a toda la creación.
El Hombre co-creador con Dios El empeño cristiano de transformar la creación. En la cultura actual reina un
cierto escepticismo respecto de la existencia de un sentido totalizante y abarcador, existe también la esperanza en una
finalidad última de la historia, mediante el advenimiento de una nueva sociedad que transforme al hombre. Esta convicción
sobrevive a pesar del desengaño propio de la postmodernidad y ciertas ideologías positivistas o neomarxista, pero sobretodo el
sincretismo de la New Age (Nueva Era). El cristiano, debe confiar en un fin bello y pleno para el hombre y toda la creación,
que se funda en Jesucristo, Señor del tiempo y de la historia. La constitución conciliar GAUDIUM ET SPES enfatiza que la
apertura a la magnitud escatológica del futuro no atenúa la dedicación del hombre por su historia, sino que muy por el
contrario la vuelve incondicional: "… la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar la preocupación
de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un
vislumbre del nuevo mundo". En efecto, la dedicación "al servicio terrenal de los hombres" prepara "la materia del reino
celestial". El desentendimiento de este mundo en nombre de la esperanza en el otro, propio de "cristianos que se apartan de la
verdad".
La resurreción de todos los muertos: La revelación progresiva de la fe en la resurrección La teología
escatológica del Antiguo Testamento se resuelve en la comunión del hombre con Dios. Los diversos temas escatológicos:
promesa, apertura al futuro, anhelo de felicidad, valoración bíblica de la vida, la muerte, la suerte de los muertos, el sheol, la
retribución, confluyen en la aceptación de la justicia divina y de su fidelidad a la alianza: la comunión con Dios. Precisamente
sobre la comunión con Dios viene a confluir las distintas concepciones de la alianza: desde el "Yo seré vuestro Dios" del
pacto del Sinaí hasta el texto de uno de los últimos libros del Antiguo Testamento, el de la Sabiduría 5,15: los justos "tienen
en el Señor su recompensa". A través del dolor, del anhelo y silencio de Dios en Job, la decepción e inutilidad de la vida sin la
cercanía del Señor en el Qohelet (Eclesiastès) o el gozo de su presencia el los Salmos, es Dios quien va llevando al hombre a
la perfecta comunión y a la vida191. La concepción bíblica del hombre es netamente unitaria. Al crear al hombre, Dios le
otorga una totalidad corpóreo-espiritual, sin divisiones ni compartimentos estancos. No es el alma aislada, el espíritu del
hombre separado de su cuerpo lo que se relaciona con el Señor, sino el ser humano entero. Al morir, muere todo el hombre, no
sólo su cuerpo, muere la persona humana. La Sagrada Escritura, en la comprensión de este tema va creciendo paulatinamente,
su primera concepción acerca de la suerte de los difuntos es que descienden a un lugar de ausencia llamado "sheol", donde
moran entre sombras y en silencio; esta doctrina irá evolucionando hasta llegar a descubrir que elSeñor Eterno que por su
fidelidad y amor no abandonará al hombre en la muerte,sino que le dará la vida eterna. Cuando el hombre muere hay una
permanencia latente del hombre, algo no desaparece. La Iglesia debiendo dar una respuesta inculturizada al anhelo devida del
hombre, tomando la revelación del Antiguo Testamento192 y asumiendo los conceptos culturales griegos afirmará la
pervivencia del alma (concepción hilemórfica = hombre es alma y cuerpo); se aseverará que el alma es un principio que
perdura más allá de la muerte, y que asegura que el hombre no desaparece completamente. En continuidad con el mensaje
bíblico, la Iglesia proclama que el hombre nunca es aniquilado, pues es amado incondicionalmente por Dios desde el día de su
creación193. Si bien las tempranas tradiciones bíblicas consideraban al sheol como un mero lugar de olvido, se fue abriendo
camino en la revelación y en la conciencia del hombre que, el "sheol" no podía quedar fuera de la misericordia de Dios; así
fue naciendo y afirmándose la fe en la resurrección. Algunas visiones proféticas proclamaron que Yahvé finalmente
intervendrá en el sheol, rescatando a los que allí habitaban, pues su fidelidad para con el hombre justo iba más allá de la
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muerte. la primera confesión formal de la resurrección de los muertos, como certeza más que como esperanza, recién apareció
hacia la época del dominio helenista, siglo II a.C., durante las sangrientas persecuciones de Antíoco Epífanes. En el Nuevo
Testamento Jesús, respecto a la resurrección de los muertos, Cristo se presentó a sí mismo como el cumplimiento de las
promesas divinas de un rescate definitivo: Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive
y cree en mi, no morirá jamás". Su propia Pascua significó la realización perfecta de este anuncio. La manifestación de Jesús
resucitado a los apóstoles produjo un cambio decisivo en la historia. Ellos se encontraban encerrados por el terror de sufrir el
mismo fin de Jesús, incrédulos y desconcertados por la muerte ignominiosa de su Maestro. Entonces, luego de la aparición del
Resucitado, se lanzan valientemente a proclamar aquello de lo cual fueron testigos Jesús había resucitado y todos los hombres
eran llamados a resucitar con Él. Justamente el apóstol Pablo centró el mensaje de sus cartas en el alegre anuncio de la
resurrección de Jesús, como fundamento de nuestra esperanza. La resurrección de Cristo y nuestra resurrección La tensión
escatológica del Reino se hace extensiva a nuestra resurrección. Esta comienza ya en nuestro nacimiento mismo a la fe con el
sacramento del bautismo, por el cual morimos y resucitamos con Cristo, renovándonos interiormente y revistiéndonos del
"hombre nuevo". De este modo es el Resucitado en persona quien vive en el cristiano. El Antiguo Testamento había abierto al
hombre la esperanza de la vida eterna, de la resurrección de los muertos, y el Nuevo Testamento con la resurrección de Cristo,
será la respuesta definitiva, es la ratificación categórica de esta esperanza: Dios no abandona a sus elegidos al poder de la
muerte. Sin embargo, todavía nos resta esperar la total transformación, el día que Cristo regrese triunfante. Entonces nuestros
cuerpos serán glorificados a imagen de su propio cuerpo, y la muerte resultará vencida definitivamente. Lo que la comunidad
cristiana espera para sí misma es lo que ya ha acontecido en la humanidad de Jesús. Parusía y resurrección están íntimamente
relacionadas: la parusía, en cuanto último acto de la historia, comportará no sólo la resurrección de los muertos sino también
la pascua de la creación toda, "su paso a la configuración ontológica definitiva mediante la anulación del defasaje aún vigente
entre Cristo y su obra creadora" El "estado intermedio" y el destino final del alma La Iglesia proclama por cierto que el
alma es inmortaly que, una vez separada del cuerpo por la muerte, deja de pertenecer a la historia humana y se dirige hacia
una situación definitiva e irrevocable. En caso de hallarse en amistad con Dios, el alma se dirige inmediatamente al encuentro
con El. El Magisterio es muy preciso al puntualizar la provisionalidad del estado "intermedio", período en que el alma existe
separada del cuerpo: aunque se halla en la presencia "facial" de Dios, espera aún reunirse con su cuerpo glorificado al final de
los tiempos. El CATECISMO trata: "Cómo resucitan los muertos" Esta situación entre la muerte y la resurrección es llamada
"estado intermedio". Respecto del "cómo" leemos: "Cristo resucitó con su propio cuerpo: Mirad mis manos y mis pies soy yo
mismo; pero El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El "todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen
ahora" (Cc. de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será transfigurado en cuerpo de gloria, en cuerpo espiritual. la
resurrección no acontece en el momento mismo de la muerte, pues el alma se despoja verdaderamente del cuerpo, y subsiste
como un "yo" hasta la Parusía. Existe pues un proceso, con un antes y un después, por el cual el alma se unirá con el cuerpo
resucitado al final de la historia. Resucitaremos como hombres completos por toda la eternidad la doctrina de la Iglesia
católica afirma que es el hombre completo, cuerpo y alma, quien es creado y redimido por Dios; el mismo hombre que vive su
historia personal sufriendo, buscando y tropezándose, pero también abriéndose, encontrando y amando, es el que va a
resucitar para la vida eterna. El grado de felicidad que pueda alcanzar no la obtendrá "liberando su alma encadenada", sino
poniendo en juego su totalidad espíritu-corporal, su humanidad íntegra. Una vez establecido el Reino de Dios para toda la
eternidad, sería inconcebible vernos despojados de una parte esencial de nosotros mismos, con la cual hemos ido expresando
en nuestra existencia temporal lo que llegamos finalmente a ser. No seríamos personas completas. la existencia en el Reino de
Dios sería impensable si no estuviéramos presentes con todo nuestro ser, con la misma carne y los mismos huesos, con la
intuición, inteligencia, afectividad y personalidad con que buscamos construir nuestro destino. El hombre es un ser indivisible
y único; todo él es redimido por Cristo, y todo él vivirá eternamente en su presencia. Dios crea al ser humano de una vez para
siempre, y lo ama íntegra y personalmente. La Iglesia afirma que la resurrección será universal: todos los que hayan muerto
antes de la llegada de Cristo serán convocados con sus propios cuerpos y congregados junto con aquellos que aún
permanezcan vivos.
El Juicio Final El juicio de Dios es fundamentalmente para la salvación. "Este juicio se ordena a la salud… Este
pensamiento de la salud por medio del juicio aparece bajo la imagen de la fragua o crisol y del castigo correctivo. Conforme a
la evolución de la escatología, esta salud se entiende de distinta manera, pero siempre queda la convicción de que todo juicio
divino ha de servir a la gracia y que Dios mirará otra vez a su pueblo para bien. La imagen distorsionada de un proceso
judicial humano Con demasiada frecuencia el hombre quiere amoldar la justicia de Dios a sus propios cálculos humanos.
Una y otra vez, trata de reducir la misericordia divina, a menudo desconcertante e incomprensible, a un inflexible sistema
codificado de premios y castigos proporcionales a cada acto humano. La Revelación bíblica sobre el juicio final es ajena a los
terrores por una sanción divina. El hombre sometido a injusticias poseía la confianza de que Dios lo rescataría de las manos de
sus perseguidores; lejos de temer su intervención, clamaba por ella. Los Salmos son un perfecto ejemplo de esta actitud . Más
aún: recordemos que Quien nos juzgará es Aquel que se hizo hermano nuestro, compartiendo nuestra humanidad y amándonos
hasta el extremo de morir en la cruz para perdonarnos y salvarnos. Por eso el cristiano puede presentarse ante El con total
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confianza: En esto ha alcanzado el amor su plenitud en nosotros: en que tengamos confianza en el día del juicio, pues según es
él, así seremos nosotros en este mundo. No cabe temor en el amor; antes bien, el amor perfecto expulsa el temor; porque el
temor entraña castigo; quien teme no ha alcanzado la plenitud del amor. La conclusión es simple y rotunda: quien teme el
Juicio, sea su temor justificado o no, se teme en realidad a sí mismo. Juicio: manifestación de lo que somos Jesús no vino
para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por E. Su misión como Juez será manifestar lo que está oculto en el
corazón del hombre, con sus luces y tinieblas. En la medida en que éste se abra solidariamente a su prójimo, también
alcanzará la cercanía con Jesús y su Reino. Por eso, Jesús no ejercerá ningún castigo a posteriori, sino que es el mismo
hombre, con su propia actitud en su vida temporal, quien decide su destino eterno: El juicio está en que la luz vino al mundo,
y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y
no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad va a la luz, para que quede de manifiesto que
sus obras están hechas según Dios". Si no desea participar en el banquete ofrecido, tal decisión constituirá en sí misma el
veredicto en el Juicio Final. Según estas enseñanzas evangélicas se podría hablar de un "autojuicio". Aquello que surgirá ante
la mirada de Dios será lo que cada uno hizo de sí mismo. El día del Juicio caerán todas las máscaras; las hipocresías,
falsedades y justificaciones quedarán así al descubierto, y se develará la desnuda realidad de cada persona. Esta revelación no
se restringirá a la inmanencia de nuestro ser. Percibiremos nuestra verdad emergente en la perspectiva divina de la entera
historia del universo; esto es, conoceremos el sentido último de la historia de la redención y su inserción en la totalidad de la
obra de la creación. Aquello que configura nuestro destino eterno no es una actitud aislada de un instante de lucidez, sino un
compromiso real que ha de manifestar nuestras convicciones y actitudes a lo largo de nuestra existencia. El hombre va
elaborando su compromiso a lo largo de las sucesivas ocasiones cotidianas en las que pone en juego la opción entre una
apertura generosa a los demás y el encierro en el egoísmo de un yo omnipotente. Los caminos de la misericordia divina son
infinitamente más poderosos y más sabios que los intentos de explicación que la pobre reflexión humana ha intentado dar.
Durante nuestra vida fuimos construyendo y siendo construidos por nuestra opción fundamental; así, tal como decidimos ser,
será como compareceremos en el día del juicio. Nuestra persona será nuestro propio veredicto.
EL Purgatorio: La doctrina del purgatorio en la Sagrada EscrituraUna de estas ideas claras y repetidamente
enseñadas por la Sagrada Escritura es la absoluta necesidad de pureza para entrar en la presencia y visión de Dios. Varios
libros del Antiguo Testamento proponen un complicado ceremonial de limpieza ritual; aparece también un cierto "miedo de
ver a Dios" en la conciencia del pueblo debido a su indignidad y falta de pureza. Se trata de textos que plantean la necesidad
de estar puros para pertenecer a la Ciudad Santa donde está Dios. Diversos textos del Nuevo Testamento continúan en esta
línea de la necesidad de la pureza para participar de la vida eterna: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán
a Dios; Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial; Nada profano entrará en ella (en la nueva Jerusalén). Otra idea
es la de la responsabilidad humana en el proceso de justificación, que implica la necesidad de una participación personal en la
reconciliación con Dios y la aceptación de las consecuencias de los pecados cometidos. Estas dos ideas de la necesidad de la
pureza para comparecer ante Dios y la participación humana en el proceso de justificación nos permiten deducir la posibilidad
que una persona muera sin haber alcanzado la madurez necesaria para vivir en la comunión inmediata con Dios, lo que sugiere
la necesidad de purificación ultraterrena. Precisamente ante esta posibilidad debemos entender la práctica, enseñada por la
Biblia, de la oración a favor de los difuntos, para que se purifiquen. Reflexión histórica teológica en los primeros cuatro
siglos de historia de la Iglesia era común y bien asentada la práctica de oración por los difuntos, tanto en la Iglesia de
occidente, como en la Iglesia de oriente, la memoria de los fieles difuntos en la oración eucarística. El CONCILIO DE LYON
estableció tres elementos: el carácter local del purgatorio, es decir, que el purgatorio es un "lugar", la existencia del fuego y
sobretodo la índole expiatoria, penal del purgatorio. El CONCILIO DE FLORENCIA trató explícitamente del tema,
retomando el concilio de Lyón, deja caer dos temas aceptando la posición de la Iglesia de oriente, ya que no afirma que el
purgatorio sea un "lugar" y no habla sobre el "fuego". El CONCILIO DE FLORENCIA define cuanto sigue: a) la existencia
de un estado en el que los difuntos no enteramente purificados "son purgados", b) el carácter penal (expiatorio) de éste estado
(aquí no se aceptó la propuesta de los griegos, pero no se explicita en qué consisten las penas y c) la validez de la oración de
los vivos por los difuntos a manera de sufragio. Estas son las tres notas que integran la noción dogmática de purgatorio. Años
más tarde, en 1563, el CONCILIO DE TRENTO al tratar del purgatorio lo hace dentro de la decreto de la justificación. EL
CONCILIO VATICANO II en la Lumen Gentium, en el capítulo VII trata de la "Índole escatológica de la Iglesia peregrinante
y su unión con la Iglesia celestial", en el No 49 afirma que hay fieles difuntos que se purifican, la comunión de todos los
miembros del cuerpo de Cristo fundamenta la costumbre de rezar por los difuntos, así en el No 50: "La Iglesia de los
peregrinos desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo
místico de Jesucristo y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ofreció sufragios por ellos, porque santo y
saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados". Y finalmente entre las
disposiciones pastorales, en el No 51, insiste en la idea de consorcio vital con los hermanos que se purifican después de la
muerte, y confirma los textos de los concilios de Florencia y de Trento. La esencia del Purgatorio Desde sus primeros años
de existencia, la Iglesia tuvo conciencia de la realidad del Purgatorio, y practicó la oración por los difuntos para acompañarlos
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en este trance de purificación. durante el Purgatorio acontece lo que constituye una "penitencia" para el pecador: al morir
vuelto hacia Dios, el hombre que no haya alcanzado la perfección en su vida experimentará cómo sus miserias lo distancian de
El. Sentirá dolor por la dilación del encuentro que podría haber acortado o eliminado si hubiese anticipado la santidad durante
su vida. Querrá estar ya en comunión con Aquel que es su fundamento, sustento y meta, pero tomará conciencia de que, por su
propia responsabilidad, aún no está preparado. Será ésta una genuina experiencia de conversión, que producirá en él la
purificación necesaria para participar en el Reino. en el
Purgatorio el pecador ama a Dios y a sus hermanos. Afirma el documento de 1992 de la Comisión Teológica
INTERNACIONAL "La esperanza cristiana de la resurrección": "Realmente un estado cuyo centro es el amor, y otro cuyo
centro sería el odio, no pueden compararse". Sólo aquellos que se atrevieron a salir del "común denominador" y se volcaron
enteros a Dios y a los demás, pudieron ya en su vida realizar la completa santidad; el resto de los mortales, tal vez la mayoría
de nosotros, deberá alcanzarla en el Purgatorio. La Virgen María es modelo de perfecta santidad, pues tuvo siempre una total
disponibilidad hacia Dios; así al pasar a la eternidad en su Asunción a los Cielos, toda su persona estaba preparada ya para el
encuentro con el Señor.
Creer en el Purgatorio es creer en un Dios para quien alcanzar la pureza en vida no es una condición excluyente. Llamando a
todos los hombres situados en una historia concreta, exige una conversión sincera para obrar en ellos la purificación que les
permita ingresar al ámbito de su presencia. A la mesa del banquete se sentará quien amó, no quien menos caídas tuvo.
El infierno en las Sagradas Escrituras Cuando los evangelios hablan de "gehenna" se refieren al valle de Ge-Hin-non,
en las afueras de Jerusalén, que era usado como basurero, donde se quemaba continuamente la basura, y se arrojaba allí todo
lo que no servía, lo inútil, los deshechos. Si interrelacionamos estos datos, comprenderemos que las palabras de Jesús van más
allá de una superficial descripción de un sitio de castigos para condenados. las referencias neotestamentarias al fuego del
infierno no tienen por qué ser consideradas como simples metáforas de una pena espiritual. A partir de la constatación de la
indisoluble relación entre cuerpo y alma, resulta impensable una felicidad eterna sin un cuerpo resucitado en el cielo, tampoco
resulta que pudiera concebirse la eventual existencia infernal de una persona con su espíritu ensoberbecido y vuelto sobre sí
mismo, sin repercusiones dolorosas en su dimensión somática. Podrá seguramente objetarse por antropomórfico la existencia
de un fuego externo y material, pero no como significante de un sufrimiento exteriorizado a nivel corporal. La esencia del
infierno Mientras que la salvación de la humanidad toda en Jesucristo es una certeza de fe, la condenación es una
eventualidad donde se juega particularmente la opción fundamental de cada persona. El infierno es una posibilidad real de la
libertad humana. No hay opciones posibles: o el hombre es realmente capaz de un "no" libre y consciente a la invitación
divina de redención o es un ser imposibilitado de obrar libremente. La autoexclusión constituye "per se" un autojuicio. Una
persona al morir concluye el tiempo de su peregrinación, y con él el ejercicio de sus opciones. Se manifestará entonces como
destino definitivo aquello que hizo de él mismo, como vivió su vida y cual fue su proceso de vivir también para los otros.
Hablando en términos jurídicos, el castigo del condenado no es una pena externa al propio delito; no existe una instancia
sobreagregada por Dios para castigar y mandar al infierno junto al demonio. Delito y castigo son realidades indisolublemente
unidas. Lejos de ser una condena divina impuesta desde fuera, es en el mismo acto de rechazo donde se realiza el infierno. El
hombre que rechaza la comunión con Dios y con los demás, se ubica a sí mismo en una situación no eclesial por antonomasia;
se inflige de este modo el peor de los sufrimientos, perpetuado por toda la eternidad. El Magisterio ha afirmado con claridad
que el infierno no es una creación divina y que en modo alguno Dios destina a nadie a la condenación. La única
"predestinación" del hombre es al Reino, que ya ha sido irrevocablemente instaurado entre nosotros por Jesucristo. Sólo existe
una senda hacia el Reino de Dios, por donde toda la humanidad ya redimida es invitada a transitar. El infierno es, siguiendo la
analogía, optar por sentarse de espaldas y a "la vera" de este camino.
El cielo en nuestro imaginario y la enseñanza de la Revelación La vida es descubrir, crear, amar; si la realidad celestial
nada tuviera que ver con esto, entonces no nos resulta humanamente atractiva. El cielo no se nos muestra como un lugar
estático y ajeno, sino como un don de Dios al hombre. En el Antiguo Testamento el cielo era la morada del Trono de Dios.
Desde allí descendía la lluvia, bendición para el israelita, y la revelación de los planes divinos sobre la salvación del Pueblo de
Dios. Jesús prefirió la expresión "Reino de los cielos" antes que "cielo", que denotaba mayor cercanía a la experiencia del
israelita de su época. Este Reino constituye una recompensa, dice: Alégrense y regocíjense entonces,, porque ustedes tendrán
una gran recompensa en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron y en otro pasaje
afirma que es un tesoro. Cristo se refería a él con comparaciones tomadas de la vida cotidiana, Jesús también empleó
imágenes metafóricas como "bodas" y "banquete" que indicaban ese elemento comunitario que será esencial en el cielo:
ambos son celebraciones festivas, convocados por la invitación del esposo o del señor, y cuya consigna es compartir su
alegría. Cielos los restablecerá en un grado aun más elevado. Sus relaciones con Dios como hijo, con los hombres como
hermano, y con el mundo como señor serán llevadas hasta su máxima expresión. Veamos pues separadamente la plenificación
de esas relaciones con el mundo, con el prójimo y con el Señor en el cielo. Cielo: La creación espera la creación está
esperando que lleguen los cielos nuevos y la nueva tierra, allí tendrá la armonía y la plenitud para la que fue creada. El Reino
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realizará con la plenitud el vínculo del hombre con el cosmos; éste ya no será más cobijo provisional para la indigencia de
aquél, sino a la vez hogar y expresión de la riqueza interior humana. Pablo afirmaba que somos ciudadanos del cielo y por eso
aspiramos a esa ciudad, eterna y trascendente donde encontrar por fin nuestro lugar. Es posible creer que toda actividad
auténticamente humana no se habrá perdido en la nada, sino que será asumida para el Reino. El cosmos, transfigurado por la
iniciativa divina con la colaboración de la actividad humana, será el sitio donde el hombre glorificado establecerá sus
relaciones con Dios y el prójimo. Cielo: Hermanos en Cristo para siempre Afirmar que los hombres son en verdad
hermanos, en el convulsionado y dividido mundo actual, parece, en el mejor de los casos, una ingenua expresión de deseos.
Son pocos los vínculos humanos que nos interesan, y de éstos aun menos los que podemos rescatar de los desencuentros y
egoísmos diarios. Llevados por los desvalores de la sociedad nos resulta arduo extender nuestra ya frágil y restringida
fraternidad al resto de la humanidad. Conforme nos alejamos del círculo de nuestros afectos próximos, este concepto se vuelve
cada vez más abstracto y difuso. Sin embargo, lo reiteramos, el hombre no es individuo aislado sino persona, un ser en
relación. Hay en él un dinamismo natural por compartir, comunicarse, amar. En su alienación a veces acalla o niega esta
exigencia interior, pero aun los más egocéntricos están relacionados de algún modo con un otro. Dios creó al hombre como un
ser social que buscó en su pareja y en su comunidad complementar sus carencias. Al revelarse, Dios respetó esta condición
personal por Él creada; eligió así un pueblo de terminado y no a un único individuo. La alianza en el Sinaí no fue celebrada
exclusivamente con Moisés sino con las doce tribus de Israel, que por ese acontecimiento quedaron constituidas como una
comunidad única bajo la protección del Señor. La Iglesia fue fundada por Jesús para heredar las promesas de este pueblo y
para extender el Evangelio por el mundo entero. Todos son invitados a participar en la humanidad nueva redimida por Él y a
unirse desde la fraternidad en el Hijo.
Tampoco esta magnitud le será arrebatada al ser humano. Su capacidad de relacionarse y autocomunicarse será elevada hasta
más allá de sus propios límites. El Reino de Dios será la suprema manifestación de una verdadera comunidad entre hermanos;
estos vínculos serán indestructibles, pues estarán fundados en la filiación divina en Jesucristo. Cielo: nuestra vida En
comunión con Dios, hijos de Dios para siempre
El creyente sabe que la condición de posibilidad para una dicha imperecedera no puede ser otra que el encuentro definitivo
con Dios mismo. Ahora bien, la fe proclama que tal encuentro consistirá en la contemplación inmediata del Señor, "cara a
cara", sin ninguna mediación. Con inmensa alegría debemos recordar que el Padre que Jesús nos revela es un "Abbá" con
quien nos invita a un trato de familiaridad y confianza. Su amor es por cierto amor divino, cuya fuente es la recíproca ofrenda
entre las tres Personas de la Trinidad, pero que en la kénosis (abajamiento) del Hijo se manifiesta como amor-para-el-hombre,
y desde esta perspectiva es amor humano.
Este será el Dios ante cuya presencia viviremos: no una soledad estéril, sino una familia que adopta a sus hijos creaturales
para participarlos en su comunidad divina. En un gesto de libre rebasamiento de su amor intratrinitario, Dios nos internará en
el eterno torrente vital de su seno. Habrá así un permanente sobrepasar nuestros propios límites, personalizándonos cada vez
más en la medida en que nos permeabilicemos para darnos y recibirlo. Pero no será este dinamismo un movimiento que no
alcance jamás su plena concreción, sino una inagotable capacidad de ser divinizado. Acontecerá así en nosotros una verdadera
transformación ontológica en la medida en que nos configuremos a imagen de Jesucristo. Pero esta divinización no se debe
entender al modo hinduista, en la cual se pierde la individuación y se produce una fusión en el todo divino. El hombre nunca
deja de ser él mismo, y por eso al acceder a su estado definitivo no verá disuelta su personalidad; muy por el contrario, la
plasmará enteramente amando a los otros y al Otro. Es en este diálogo eterno en el amor recíproco donde alcanzará su tan
anhelada felicidad. No podemos ir más allá en nuestra reflexión, pues no nos es dado penetrar más, SAN PABLO reconocía
estos confines inalcanzables: Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar,
aquello que Dios preparó para los que lo aman. Concluimos con el último libro de la Biblia: Luego vi un cielo nuevo y una
tierra nueva - porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva
Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que
decía desde el trono: "Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él
Dios - con - ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas,
porque el mundo viejo ha pasado." Entonces dijo el que está sentado en el trono: "Mira que hago un mundo nuevo." Y añadió:
"Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas." Me dijo también: "Hecho está: yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el
Fin; al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis. Esta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para
él, y él será hijo para mí.
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