Cronicas de Rosario de Horacio Vargas - UNR Editora HomoSapiens

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Horacio Vargas

Crónicas
de Rosario
Vargas, Horacio
Crónicas de Rosario.
- 1a ed. - Rosario: UNR Editora y Homo Sapiens Ediciones, 2015.
124 p.; 22x15 cm.

ISBN 978-950-808-833-8

1. Crónicas Periodísticas.
CDD 070.44

© 2015 · Homo Sapiens Ediciones


Sarmiento 825 (S2000CMM) Rosario | Santa Fe | Argentina
Telefax: 54 341 4406892 | 4253852
E-mail: editorial@homosapiens.com.ar
Página web: www.homosapiens.com.ar

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723


Prohibida su reproducción total o parcial

ISBN N° 978-950-808-833-8

Diseño de Tapa: Mauricio Chiaraviglio (El Dorado ADV)


Fotos de tapa y contratapa: Javier Hourcade
Foto de autor: Beatriz Hoffmann
Corrección: Julia Sabena

Este libro se terminó de imprimir en julio de 2015


en Talleres Gráficos de la UNR | Urquiza 2050 | Tel. 341 4470053
Email: info-editora@unr.edu.ar | 2000 Rosario | Santa Fe | Argentina
Este libro está dedicado a
Horacio del Prado, mi primer maestro,
a mis hijos Sebastián y Agustín
y a los compañeros de redacciones.
Las crónicas y entrevistas que aparecen en este libro
fueron publicadas en los diarios Página/12 y Rosario/12,
salvo excepciones, cuyos medios se identifican al final
de cada artículo.
Estoy convencido de que el periodismo gráfico es
un oficio que se aprende día a día, en las redacciones,
en los bares, en las lecturas compartidas. El mejor oficio
del mundo —lo definió Gabriel García Márquez— ,
tan incomprensible como voraz. Pero tal vez la cita que
nos define a los que escribimos de la vida real para el
diario de mañana, la dio una colega, Leila Guerriero:
“Un periodista es una cámara con sus ojos, alguien que
sale de su lugar de comodidad para ponerse incómodo,
y va a buscar y vuelve para contarlo”. Este libro, se
advierte, contiene una mirada sobre la ciudad.

H.V.
CAPÍTULO 1

Fútbol y personajes
CHE, CANALLA

Nuestro hombre en La Habana. Ricardo Centurión, músico,


habitante del bar El Cairo, asesor de restaurante marinero y
agencia con algo especial. Negro y tan canalla como Fonta-
narrosa. Turista pero rosarino al fin, un día de febrero último,
el Centu —al decir de los amigos—, marchó eufórico hacia el
Museo de la Revolución cubana, Antiguo Palacio Presidencial,
Refugio Número 1. Lo recorrió con prisa hasta detenerse en el
sector donde se recopilaron desde libros y fotos hasta souvenirs
del Che Guevara: cepillos, asientos. La guía asignada repetía
la historia del otro rosarino al grupo de turistas que la seguían
con devoción.
Cuando terminó de hablar, Centurión se le acercó con
una revelación. A esta altura de la vida, pensó, cómo voy a tener
escrúpulos.
—Todo muy lindo, pero aquí falta esto —dijo nuestro hombre
y con sus dos manos extrajo de un pequeño bolso una camiseta
de Rosario Central.
—¿Rosario Central dijo? No lo conozco —respondió la hija
de la isla.
Sorprendido por la respuesta, Centurión se vio obligado a
contar que un una ciudad del sur de América, la misma donde
nació el comandante, hay un equipo de fútbol por el cual mueren
de pasión propios y extraños. Porque el Che era de Central.
—Si usted lo puede documentar con libros, fotos, seguro
que los funcionarios van a poner la…

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—Camiseta —interrumpió, respetuoso.
—…en una de las vitrinas que hay aquí —continuó la em-
pleada cubana.
Nuestro hombre en La Habana había cumplido su papel
magistralmente. Tarea cumplida.
De regreso en Rosario, la Organización Canalla para Amé-
rica Latina (OCAL) convocó a sesión de urgencia en El Cairo.
Allí, Centurión narró pormenorizadamente los alcances de la
visita a Cuba y los objetivos conseguidos.
La cuestión era ponerse en campaña para obtener toda la
información indispensable. Se pergeñaron algunas ideas, Fonta-
narrosa se comprometió a hablar con un periodista cubano para
que recibiera el material a enviar, pero nunca encontró su número
de teléfono, el Pitufo Fernández ideó el panel con la camiseta
número once, una foto de la hinchada centralista y la ampliación
de las páginas de la obra que sería clave en la historia.
El libro en cuestión se llama El Che y fue escrito en 1968
por el periodista porteño Hugo Gambini.
Pero las dictaduras militares hicieron que la obra se volviera
un incunable. Nadia podía conseguir el libro en Rosario. Hasta
que César Mansilla, otro rosarino, fana de Central Córdoba,
que vive en Baires como publicitario, se enteró de la búsqueda
del tesoro. Hombre de contactos, al fin, Mansilla lo llamó al
propio Gambini. Le contó la historia de la camiseta de Central
en el Museo de la Revolución.
—Excelente, pero hay un problema. Tengo un solo libro y
no sale de mi casa —remarcó Gambini.
Como era cuestión de vida o muerte, Mansilla lo convenció
de que se lo prestara algunos minutos. Era cuestión de sacar
fotocopias en el negocio de la esquina y devolver íntegro el mate-
rial. Precavido, el enviado de la OCAL pidió al empleado cien
fotocopias de las páginas 35, 36, 369 y 370 de las cuales pudieron
recopilarse las historias siguientes:
A los 9 años, Ernesto coleccionaba con fruición figuritas
que regalaban las fábricas de chocolate y que luego intercam-
biaba o arriesgaba en el juego con sus compañeros. La idea era
completar un álbum para obtener premios especiales: bicicle-
tas, monopatines, pelotas de fútbol. El niño leía las crónicas

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deportivas y no terminaba de asimilar que sus amigos fueran
hinchas de Boca o River. Era obvio si se entiende que el equipo
de Arroyito recién en 1939 jugó en primera división. Pero él fue
fiel a la ciudad que lo parió.
—¿Y vos Guevara, de qué cuadro sos? —le encantaba escu-
char esa pregunta.
—De Rosario, de Rosario Central. Yo soy rosarino —con-
testaba el niño.
Alguien le acercó una foto del Chueco García, el poeta de la
zurda, que en el ´36 había sido vendido a Racing. Fue el primer
nombre que grabó en su memoria. Después le resultó más fácil
identificar a sus ídolos: en el ´42, cuando Central volvió por
segunda vez a la primera, y él ya tenía 14 años y vivía en Alta
Gracia, hablaba de Waldino Aguirre (El Torito, quien empobre-
ció con el tiempo y fue muerto a patadas por policías), Rubén
Bravo y Héctor Ricardo.
La crónica dice que una vez el niño Guevara se encontró
con un turista rosarino que se hospedaba en el Sierras Hotel y
le pidió que le detallara cómo era la camiseta de su equipo.
—Es a rayas azules y amarillas, así, de arriba para abajo
—escuchó como explicación. El pibe repetiría el movimiento
(se rasgaba el pecho en franjas verticales), cada vez que le pre-
guntaban por los colores de su club.
Aquella mañana de agosto del ´61 el Che llegó en secreto a
Buenos Aires desde Uruguay, donde se había celebrado la reunión
de la OEA. Bajó de una avioneta bautizada “Bonanza” por los pilo-
tos, para reunirse con el presidente Arturo Frondizi. Aterrizaron
en Don Torcuato. El Che pegó un salto y presuroso subió al auto-
móvil que lo aguardaba a pocos metros. Había otros dos coches
de custodia y la comitiva marchó velozmente hacia Olivos. Dobló
por San Isidro, en busca de Avenida del Libertador. Y la memoria
estalló: las canchas de rugby, donde jugó por el SIC, los campos
del golf, el hipódromo. Ocho años fuera del país y encontrarse con
esa escenografía que le resultaba tan afín. En algún lugar del
barrio está la casa de la tía, cuando vino solo de Alta Gracia.
—¿Cómo anda el SIC? —quiso saber.
—¿El qué señor? —dijo mirando el espejo retrovisor el chofer
del auto.

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El Che dudó un instante y modificó la pregunta. Así que
intentó con el fútbol.
—Rosario Central, digo ¿cómo anda?
—Ah…¿Rosario Central dice usted? ¡Bárbaro! El domingo
le hizo cuatro goles a San Lorenzo. ¡Que boleta!: 4 a 0.

18 abril de 1993

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SERRAT, UNA DE PIRATAS

Cuando apretó el obturador de la cámara, el flash rebotó en la


habitación del amigo de Barcelona. Hoy mira la foto y esboza
una sonrisa de satisfacción, mezcla si se quiere de picardía juve-
nil, por el significado de esa instantánea. La foto en cuestión, no
del todo clara, está recorriendo toda la ciudad. La tienen mozos,
comerciantes, políticos, pibes de la barrabrava, intelectuales.
Otros, que la vieron y la quieren tener, acaso para ponerla arriba
de la mesita de luz, viven la espera con cierta desesperación.
En tanto, media ciudad vive esta broma mascullando cierta
bronca y amenazando con alguna otra venganza fotográfica.
En la foto en cuestión —un trofeo codiciado para cualquier
hincha de Rosario Central— aparece Joan Manual Serrat —sí,
él, señora— posando con la camiseta de Central, esa que tiene el
logotipo de Zanella cruzando el pecho y en la espalda dice “Cien
Años”, por el centenario de club en diciembre pasado, y que los
directivos, en un alarde de imaginación comercial, se encarga-
ron de vender a los hinchas en la sede del club. Obviamente se
agotaron.
El autor de la foto es el Negro Fontanarrosa, quien conoció
a Serrat hace varios años a través de un amigo en común: César
Luis Menotti. El dibujante rosarino se había propuesto, antes de
viajar a España, en enero pasado, regalar camisetas de Central
a fanas extraviados en Europa y regresar con la foto de Serrat.

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El cronista, como no podía ser de otra manera, encuentra a
Fontanarrosa en el bar El Cairo. Está sentado alrededor de una
mesa que comparte con individuos de indisimulado fervor por
el equipo de Arroyito. El Negro lo único que balbucea es haber
sido autor de la misma. El periodista exige ver una copia. Fonta-
narrosa busca algo en uno de los bolsillos de su campera y extrae
una. Entonces aparece Serrat detenido en el tiempo español, y
debajo, como si fuera un epígrafe, un texto reza: “Ñúvel: ¡¡Deja ya
de joder con la pelota!!” y Joan Manuel Serrat — Barcelona 1990.
—En un episodio confuso, el negativo fue a parar a la OCAL
(Organización Canalla Anti Lepra) —aclara Fontanarrosa en
tono policial. Quienes comparten la mesa de un café estallan
en risa.
Sin querer el Negro le ha dado pie a un gordo que arranca con
un monólogo: “La OCAL surgió en la década del 60 por inspira-
ción de un grupo de canallas, la mayoría de ellos profesionales,
agentes de propagandas médicas, que en charlas informales en
los pasillos de los hospitales o en bares descubren que a todos
ellos, además de la pasión centralista, los unía un denominador
común: el odio a la lepra”.
Fontanarrosa revela que una vez lo invitaron a un restaurante
a festejar una fecha “patria”, como dicen los canallas: el 19 de
diciembre de 1971, cuando Aldo Pedro Poy, de palomita y en
el Monumental de River, permitió que Central llegara a la final
con San Lorenzo y obtuviera la primera estrella campeona.
—Es la única oportunidad donde pueden participar los tipos
que no están en la OCAL y que son invitados especialmente.
Pero nadie empieza a comer hasta que Poy hace la palomita…
—recuerda el dibujante.
Otro de los parroquianos, asiduo visitante a las comilonas
canallas, lo grafica de la siguiente manera: “Los tipos sacan una
pelota debajo de la mesa y luego prenden un grabador con la voz
de un relator que grita el gol de Poy en River. Es emocionante,
incluso en diciembre último la fiesta fue filmada en video”.
—Hablá con el Colorado Vázquez —le dicen los parroquia-
nos al cronista que se resiste a creer lo escuchado.
Lo único que vamos a decir de Vázquez es que es conta-
dor público. Él es uno de los integrantes históricos de la logia

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OCAL. Ratifica todo lo dicho por Fontanarrosa y compañía y
agrega otros datos.
—La segunda fecha “patria” es el 5 de julio de 1969.
—¿Qué pasó por entonces?
—Ah no, ésa es una pregunta de examen para ingresar a la
OCAL —dice el Colorado.
Finalmente accede a contar la anécdota: en esa fecha,
Newell´s se va al descenso con Unión, en recordado partido que
la lepra pierde 4 a 3 después de ir ganando 3 a 0 y donde abunda-
ron las denuncias por soborno de algunos jugadores de Newell´s.
Pero estos inocentes masones de fútbol rosarino, que están
lejos de la barrabrava, ahora encontraron una nueva veta para
expresar su bronca contra los del Parque. Se dedican al rubro
fotográfico. A la toma de Serrat, deben agregarse dos más.
En una, el secretario general del club, Pablo Scarabino, aparece
entregando un banderín y la camiseta de Central nada menos
que al Papa Juan Pablo II, que mira atónito semejante regalo.
El epígrafe, hiriente, dice: “En el nombre del Padre, de Ñúvel,
del Espíritu Santo. Amén. Propiedad privada Vaticano”. En la
otra aparece una gallina con la camiseta de Newell´s pisando el
césped de Arroyito, luego de aquel partido que los de Parque
perdieron 3 a 0 contra Nacional de Montevideo, en la final por
la Copa Libertadores.
Vázquez aclara que después del Mundial ´78, la OCAL cam-
bia su filosofía “y el Gran Lama dicta su inolvidable y sabia carta
encíclica Odium Inutilis, donde se aconseja a todos los ocalis-
tas no malgastar el odio en quienes no lo merecen. Alguna vez
dijimos que el odio es tan importante como el amor… No lo
menospreciemos, no lo brindemos a quienes no se hacen acree-
dores de él”. Y entonces crean la Organización Canalla para
América Latina.
El hombre de la OCAL le pide un favor al periodista. Que ave-
rigüe por qué la revista El Gráfico nunca publicó hasta ahora una
nota que le habían hecho a la organización en diciembre último.
“Una lástima que no haya salido, ¿será porque aparecemos con
los rostros cubiertos con capuchas con los colores de Central?”
Cuando Serrat estuvo hace pocos días en Buenos Aires, Fon-
tanarrosa se acercó a visitarlo al camarín del Luna Park. En un

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momento, el Negro le mostró la foto en cuestión. Serrat la miró
detenidamente, pensó un momento y sólo respondió: “Negro,
no voy a poder ir más a Rosario, después de esto los hinchas de
Newell´s deben estar furiosos”.
El gordo del bar escucha emocionado la confesión de Fon-
tanarrosa y no puede más que estallar en un aplauso. “Eso es
para desmentir que Serrat es de Boca. En todo caso es de Boca
y de Central”, agregó alguien. “Sí y cuando va a Mar del Plata
es de Aldosivil”, agrega otro.
—Por si fuera poco, ¿saben lo que me contó Serrat? —dice
Fontanarrosa con misterio.
—No, ¿qué? —preguntan los parroquianos.
—A su hija Candela la acunaba cantándole “soy canalla,
canalla yo soy…”.Entonces, los centralistas volvieron a reír.

6 de mayo de 1990

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OPERACIÓN KUSTURICA

Uno espera transpirarla en los escenarios del mundo; el otro


prometió usarla cuando juegue al golf en La Habana. A la dis-
tancia, el director de cine y músico de rock, Emir Kusturica, y el
mítico amigo estudiante de Medicina del Che Guevara, Alberto
Granados, comparten un símbolo de la liturgia de los hinchas
de Central: las musculosas estampadas con la cara célebre del
Che y el escudo canalla. Dos operaciones de alta inteligencia
que sólo podían ser cumplidas, con éxito, por la Organización
Canalla para América latina (OCAL), ex Organización Canalla
Antileprosa.
En septiembre de 1997, la OCAL llegó a Cuba con el gol más
festejado del mundo. No es una exageración. Hasta las autorida-
des del Libro Guinness de los records están evaluando seriamente
en incorporar a su archivo la palomita de Aldo Pedro Poy, aquella
del 19 de diciembre de 1971, cuando en la cancha de River Central
le ganó 1—0 a Newell’s y se clasificó para la final del Nacional,
que ganaría algunos días después.
Allí estaban Poy y una numerosa comitiva de la OCAL, pre-
sidida por el Gran Lama, el médico Eduardo Ferrari del Sel, y el
ministro de Información, el Colorado Vázquez. Llegar a Cuba
fue más fácil de lo esperado: contaron con la colaboración de la
periodista cubana Angela Zoto, quien de paso por Rosario —en
plena elaboración de una biografía de Tamara, la guerrillera—
llegó a la casa natal del Che de la mano de la OCAL. Allí se enteró
de que el Che era un canalla.

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“¿Cómo canalla?”, interrogó la colega. Respiró aliviada
cuando le contaron el origen de la palabra, una “canallada de los
jugadores de Central cuando faltaron, sin aviso, a jugar un partido
contra los de Newell’s a favor de un leprosario”. El ministro de
Información fue más allá, y le recordó que hasta Libertad Lamar-
que —todo un icono para la cultura popular en Cuba— era de
Central. Entonces ella pidió ser “la madrina canalla”.
La OCAL llegó a La Habana con 700 camisetas de fútbol para
los caribitos (los juveniles nuestros), cuadernos, lápices y partidas
de nacimiento del Che, para regalar. Poy fue recibido como un
embajador plenipotenciario.
El siguiente paso fue llegar hasta la casa del mejor amigo del
Che. Granados los recibió con una amabilidad sorprendente.
Uno de los integrantes de la OCAL le entregó la musculosa gue-
varista, el viejo se la puso y esperó con una sonrisa que la máquina
de fotos disparara.
“Me viene bien para jugar al golf”, dijo Granados. Y luego
contó una anécdota del “Pelado”, como le decía al Che: “Él tenía
adoración por el Chueco García, un wing izquierdo centralista…
pero cuando lo vendieron a Racing (en 1936), le pregunté si
ahora iba a cambiar de equipo”. “Yo voy a ser de Central hasta la
muerte”, le contestó el Che.

El ministro de Información llamó por teléfono al organiza-


dor del concierto de Emir Kusturica en Rosario, a 48 horas de su
presentación. La OCAL tenía preparado un “Kit Guevara” para
el director de cine europeo.
“No hay problemas”, recibe como contestación del produc-
tor, que facilita todo en honor a su origen canalla. Y le recordó
que ya tenía la camiseta oficial de Central, pedida expresamente a
los directivos del club, con el número 10 estampado en la espalda,
así como el apellido Kusturica.
El ministro preguntó —con cierta excitación— si se la iba
a poner en el escenario del anfiteatro municipal, como hizo
en La Trastienda con la de Excursionistas. El productor estuvo
a punto de decirle que sí, pero después sus amigos ñulistas le

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rogaron que no cometiera semejante ofensa pública. Finalmente,
la entrega se realizaría después del concierto.
Antes del show, el ministro de la OCAL volvió a contactarse
con el organizador y acordaron una cita al borde del escenario.
Faltan minutos para que Kusturica salga a tocar con The No
Smoking Orchestra. El anfiteatro desborda de público, el calor
es sofocante. El ministro llega a la cita con un sobre papel madera,
en su interior está la partida de nacimiento del Che y la camiseta
de la OCAL. “Suerte”, dice, extiende el material y se pierde entre
el público.
Cuando el show termina, Kusturica se desploma en una silla,
está tomando cerveza, su mirada se pierde en el río Paraná. El tra-
ductor se acerca sigilosamente con un pedido del organizador.
Emir acepta, se levanta con pesadez, recorre unos metros y se
para frente a ese rosarino que espera ansioso darle los obsequios.
Cuando el productor le explica entonces que Central está pri-
mero en la tabla, no resiste más y saca la camiseta oficial de una
bolsa transparente, la extiende, y la ofrece.
Emir la toma con sus dos manos y la lleva hasta la altura del
mentón, mira a su alrededor y sonríe. Después llega el kit del Che.
Afloran partidas de nacimiento, una explicación sucinta de la casa
donde nació, en Urquiza y Entre Ríos, y ahora sí, aparece la cami-
seta del Che. El talle no es muy grande para un cuerpo enorme,
pero igual se la pone. Posa para la foto. Y vuelve a reír. Agradece,
promete usarla en algún show fuera de la Argentina.

6 de abril de 2005

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Roberto Fontanarrosa:
“EL OFICIO SE APRENDE COPIANDO”

“Vivir en Rosario no es ningún exotismo, si acá viven un millón


de tipos”, suele repetir el “Negro” Fontanarrosa cada vez que
se le pregunta por qué no se radicó en Buenos Aires, como
tantos músicos rosarinos, por ejemplo. Lo cierto es que este
humorista-dibujante-escritor de 44 años desarrolla su actividad
desde el barrio Alberdi. Desde allí han salido personajes como
“Inodoro Pereyra”, “Boogie el aceitoso” y los trabajos para el
diario Clarín y las revistas Humor y Fierro, o para publicaciones
extranjeras. También ha escrito tres novelas (Best Seller, El área 18
y la reciente La gansada) y cuatro libros de cuentos (Los trenes
matan a los autos, El mundo ha vivido equivocado, No sé si he sido
claro y Nada del otro mundo).

—Sus comienzos como dibujante arrancan en una agencia de


publicidad rosarina…
—Tuve la suerte de encontrarme con gente con gran capa-
cidad didáctica que significó mucho para mí en los años en que
trabajé en publicidad, un rubro del cual uno nunca se desprende
del todo, hay como una familiaridad con todo eso.
—¿Pero es casual que uno comience en publicidad, como paso
previo para desarrollar otras disciplinas gráficas?
—Mirá, los dibujantes de humor ven a la publicidad como
una suerte de aeropuerto de alternativa, se empieza o se vuelve
a la publicidad por considerar que es un medio donde se puede
vivir con más facilidad que con respecto al humor, es como que

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hay más plata. La publicidad desde ya nos da a todos los que
trabajamos en esto un oficio muy grande, un convencimiento
de que es un trabajo comercial, por lo tanto quita esa cosa del
arte y de si uno estará comercializándose o no. Tal vez por eso,
no hay tanto vedetismo en el dibujante de historieta o de humor,
como suele ocurrir dentro de la pintura, no sé si un vedetismo
pero sí un cuidado mayúsculo con respecto a la comercialización
de la obra.
—Primera revelación: no pasó por las escuelas de dibujo.
—Algunos amigos han pasado por Bellas Artes, pero el común
denominador de esto es que todos hemos aprendido el oficio
copiando, porque había un gusto particular por las historietas o
por el humor, no estaba la competencia de la televisión, o sea,
nuestra diversión era leer historietas o consumir humor. En mi
caso, debo confesarlo, le he copiado a Hugo Pratt.
—¿Y qué pasa con los chicos que dibujan?
—Yo sostengo que los dibujantes somos pocos, entonces los
chicos se encuentran bastante aislados, por otra parte los padres
les dicen que dibujan bien, entonces vienen a buscar otro tipo de
opinión. Además los padres, cuando los chicos son muy peque-
ños, tienen una especie de temor de que al pibe se le vaya el entu-
siasmo por el dibujo. El riesgo que se corre con determinadas aca-
demias es que a un pibe al que le gusta dibujar figuras o humor,
lo ponen a copiar una botella o un prisma, entonces se hincha
y no va más. Lamentablemente en la Argentina no hay muchas
academias que trabajan sobre el humor o la historieta, sacando
la Panamericana de Arte, la escuela de Carlitos Garaycochea o
el taller de Menchi Sábat.
—¿Le agota hacer el chiste de contratapa en el diario Clarín?
—Me asusté un poco cuando empecé a publicar, hace de esto
unos quince años; es terrible como traga material un diario, pero
esto con el paso del tiempo se hace un oficio y uno le encuentra
un resorte al trabajo para hacerlo con más rapidez; en mi caso,
los chistes de contratapa salen con las noticias de los diarios de
domingo y lunes para toda una semana.
—Digamos entonces que no puede zafar de la realidad.
—Sí, eso es así, pero hubo una especie de aprendizaje a través
de las publicaciones; con el paso de tiempo nos dimos cuenta,

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los dibujantes que publicamos en ese diario, que tenía mucho más
impacto todo aquel chiste que estuviera relacionado con lo que
estaba pasando en el país. Hacer chistes anacrónicos y descol-
gados, se pueden hacer, pero no tienen mucho sentido dentro
de un diario.
—Con respecto a los dos personajes más conocidos que ha creado,
como son “Inodoro Pereyra” y “Boogie, el aceitoso”, ¿con cuál de ellos
trabaja más cómodo?
—A mí me divierte más “Inodoro Pereyra” porque es más
absurdo, incluye el humor lunático, en cambio, desde ese punto
de vista “Boogie” es más realista dado que no pretendo hacer un
chiste por cuadro. La propuesta es diferenciar bien a los dos
personajes. Con el paso del tiempo uno ha encontrado una fór-
mula para desarrollar las historietas simultáneamente.
—¿Tiene idea de cuántos países publicaron esos trabajos?
—No son demasiados. El “Boogie” se publica en Uruguay,
y hasta hace poco en Colombia, hasta que me dijeron que dada
la situación política colombiana era un personaje irritante (se ríe).
También se publica en México y en la revista L`eternauta de Italia.
“Inodoro” es prácticamente inexportable, se publica desde hace
poco tiempo en Uruguay, que es el país donde medianamente
puede ser entendido. No funcionó en el sur de Brasil, donde
está la cosa gaúcha.
—El bar El Cairo de Rosario es un santuario intelectual, que a
lo mejor usted supo exportar a través de sus trabajos.
—No sé si es así. En todo caso es algo familiar para mí y por
lo tanto todo aquello que me llegue cercanamente me resulta
más fácil de escribir. Además es lugar de reunión de determinados
personajes y en ese sentido es muy rico. Para mí es un lugar
fundamentalmente de recreo.
—Una pregunta muy formal. ¿Qué balance hace de su etapa de
escribidor?
—Ante todo es muy difícil decir qué es lo que más me ha
gustado, porque esto está muy de acuerdo a épocas y los gustos
van cambiando, e incluso en donde puedo sentirme más cómodo.
Yo comencé a escribir unos esbozos de cuentos que se publi-
caron en 1973, Los trenes matan a los autos; eso fue realmente
experimental, después tenía ganas de escribir algo más largo y

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entonces salió una novela apoyándome en la parodia de los “best
sellers”, porque me da la impresión de que es más fácil parodiar
que arrancar con algo absolutamente original, por lo menos uno
ya tiene el modelo. Después retomé el personaje en otra novela
que se llamó El área 18, que como su nombre lo indica es de
fútbol, y después volví a los cuentos, dándome cuenta que me
resulta de más fácil resolución, porque uno tiene un punto de
interés, lo desarrolla y se terminó el cuento.
—Sin embargo su último trabajo —que acaba de editarse—
es una novela, La gansada.
—Sí, parecería una contrariedad. La gansada, que es el nom-
bre de la mansión donde transcurren los hechos, como las ante-
riores, tiende al humor, no llega a ser una parodia, es una novela
liviana, de entretenimiento, lo que podría llamarse libro para
la playa.
—Un tanto a destiempo…
—Sí, nos pasamos, perdimos la oportunidad (se ríe). Te digo,
yo me guío por el grado de diversión que brinda el hecho de
escribir. Lo que puedo arriesgar es que es una novela divertida.
—Charles Bukowski suele decir que lo único que se necesita para
ser escritor es una máquina de escribir…
—Sin embargo, a mí me sorprende que haya escritores que
siguen escribiendo a mano, pero invariablemente la tecnología te
lleva a que por ejemplo uno piense en comprar una procesadora,
cosa que a mí me espanta porque tengo una especie de rechazo
natural hacia toda la electrónica. Pero, tal vez, lo de Bukowski
sea realmente ingenioso y suena muy lindo. Yo derivaría esa frase
al hecho del esfuerzo de trabajo, de ponerse a trabajar sobre una
máquina, ahora creo que es más importante tener una idea y atre-
verse a contarla. Lo que me he dado cuenta después de mucho
tiempo, y más que nada escuchando una cosa que contaba Hora-
cio Altuna, es que yo también me dedicaba a contarles a los chicos
del barrio las películas que iba a ver. Eso refleja indudablemente
un gusto por la narración, por contar historias, yo creo que tal vez
sea el oficio más viejo del mundo, aunque se dice que es otro
(se ríe). A veces se cuentan a través de una historieta, un cuento,
una novela o a veces la idea no da nada más que para un chiste
suelto. Yo no privilegio, eso se soluciona a través de las exigencias

28
prácticas. En el campo literario yo no tengo fechas de entrega,
por lo tanto tengo más tiempo; en cambio para las historietas o
los dibujos, la cosa es distinta, porque hay entregas estrictas, eso
me lleva a trabajar todos los días en la cuestión del dibujo, y cada
tanto y cuando se me ocurre algo, escribo. La exigencia entonces
es la que me da la medida de tiempo que tengo que emplear en
cada una de las cosas. Este trabajo me gratifica tanto que es una
pasión natural, porque viene desde que soy chico, lo tomo como
algo que no me resulta demasiado extraño, no me ha tensionado
demasiado, pese a que pongo mucho amor propio en esto.
Otra pasión obvia es el fútbol, es como una cosa más intensa por
el mismo hecho de que el fútbol en sí es algo que se aleja bastante
de lo intelectual y se acerca a lo más irracional.

19 de abril de 1989

29
Jorge Valdano:
“SOMOS ALGO MÁS QUE MÚSCULOS”

La entrevista fue en su pueblo, Las Parejas. La selección argen-


tina acababa de ganar el Mundial México 86. Desde el otro lado
de la línea telefónica puso como condición que el encuentro
fuese la casa de su madre, porque literalmente no podía salir a
la calle. Estaba rodeado de gente que quería tener un minuto
con el ídolo. “Mi casa parecía un velorio al revés; la gente desfi-
laba muy contenta y yo me sentía un producto típico; todos me
miraban y seguían, porque había tanto tránsito en casa que era
imposible abandonar el pueblo sin pasar por mi casa, cada hora
tenía que salir a la calle para hacerme treinta fotos con gente que
se iba encolumnando y otra vez adentro para atender periodistas”,
narró.

—¿Con qué imagen de país te fuiste a España hace diez años?


—Incompleta, porque carecía de elementos que me ayudaran
a evaluar en su globalidad la situación del país de aquel entonces.
Intuía muchas cosas pero no le daba la lectura intelectual que le
puedo dar diez años después. Creo que, a pesar de que existía en
Argentina una gran confusión social, política, económica, lo mío
fue un exilio profesional. Yo me voy de una Argentina democrática
a una España franquista, de un fútbol mal remunerado, desor-
ganizado, con índices de violencia que difícilmente se dieran
en otras partes del mundo, a uno que permitía el ejercicio de la

31
profesión con normalidad. Mi exilio profesional no tiene nada
que ver con el exilio político, mucho más dramático.
—Es decir que llegás en los estertores del franquismo y vivís toda
la transición democrática.
—Yo llegué con Franco enfermo y se murió en forma casi
inmediata. Esto despertó mis inquietudes políticas, porque
se dan desde ese momento transformaciones muy serias en la
sociedad, pero no a nivel político de altas esferas. Esa meta-
morfosis tuvo en el pueblo reflejo inmediato y grosero por lo
espectacular. Se dan una serie de fenómenos de lo que luego
habrá participado Argentina, posiblemente en menor medida.
La nuestra es una sociedad muy convulsionada y muy rítmica
en esto de golpes de Estado y normalización democrática.
España venía de una férrea dictadura de cuarenta años, de ais-
lamiento internacional, superando una guerra civil y una pos-
guerra —tan cruel como la guerra misma— que había dejado
en el cuerpo social reflejos miedosos. Lo que se percibió de
una forma inmediata es que, a pesar del anquilosamiento de las
autoridades relacionadas con el último período franquista, el
pueblo estaba preparado para asumir un cambio espectacular
que lo acercara a la realidad europea. Se dieron fenómenos
curiosos, como el destape.
—Me imagino que para vos, que viviste años juveniles en Rosario,
que aún hoy se escandaliza cuando oye hablar de sexo, habrá resultado
bastante novedoso.
—Yo era una persona muy permeable a todo tipo de cam-
bio, que se fue de Rosario irritado por la actividad de la Liga
de la Decencia (risas), y que recibía todos los procesos trans-
formadores verdaderamente complacido. El destape fue posi-
blemente el más visible pero el menos profundo; a tres meses
de su aparición las películas porno quedaron marginadas en
cines de barrio. Emparentado con esto —aunque más profun-
damente— había en Vitoria —primer lugar donde recalé— una
lucha nacionalista con elementos genuinos (vascos) que ayuda-
ban a la reflexión y que se expresaban en manifestaciones sig-
nadas por lo político. Esto no ocurrió en Zaragoza —segunda
parada— que es una región que tiene un sentido nacionalista
algo más devaluado. En Madrid —mi actual lugar— hay un

32
centralismo político heredado del franquismo. Lo que ocurre
es que en España ahora hay una realidad plácida; plácida hasta
el aburrimiento para lo que fueron aquellos años de modifica-
ciones profundas en el plano social.
—¿Qué opinión te merece el gobierno socialista de Felipe González?
—Las estructuras económicas no han sufrido ningún tipo
de cambios, se mantienen inalterables. En ese sentido el socia-
lismo fue todo un fraude. Se encararon reformas positivas
(divorcio, aborto), que diez años atrás parecían imposibles, pero
el Partido Socialista Obrero Español no es socialista ni contem-
pla la problemática obrera, ni tiene vocación de cambios para
los próximos años de gobierno. Supongo que los dos millones
de desocupados que existen actualmente son escépticos respecto
al cambio.
—¿Qué análisis hacés ahora de la manipulación política del
Mundial `78 pergeñada por la dictadura militar?
—Se hace difícil desvincular lo político de lo deportivo
cuando se trata de un fenómeno de una dimensión tan masiva
como es un campeonato mundial, aunque debemos distinguir
las fronteras. A la hora de buscar responsables habrá que apun-
tar a los enemigos de siempre y no mirar hacia el fútbol. Quiero
decir que si yo era jugador del seleccionado habría jugado ese
campeonato para el pueblo y no para las autoridades de turno.
Termina por hacerse difícil saber qué es lo que se pude hacer en
ese tipo de circunstancias, aun teniendo conciencia plena de que
el mundial `78 fue utilizado para objetivos indecentes. ¿Qué
es lo adecuado en ese momento para un entrenador o jugador?
¿Perder o desertar para no prestarse a la maniobra? Lo que hay
que hacer es responder a las aspiraciones tradicionales de un
pueblo en lo futbolístico y entregarte al juicio de tu gente, no
de tus autoridades ilegítimas. A mí me resultó especialmente
placentero entregarle simbólicamente la Copa del Mundo a un
presidente legítimo de mi país, y muy probablemente no hubiera
asistido a un acto de este tipo de haberse tratado de un gobernante
que no representara la soberanía popular.
—¿Qué balance hacés de México `86?
—A mí me ha causado una satisfacción muy particular sen-
tirme responsable de haber regalado una alegría indiscutible al

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pueblo, como es la obtención de un título mundial, a partir de un
fenómeno como el fútbol que tiene raíces culturales indiscutibles
y que han sido mal analizadas por los intelectuales. El intelectual
está obligado a interpretar este fenómeno de masas con respeto y
no desde el desprecio.
—Esa imagen “intelectual” que tenés en un medio como el
futbolístico, ¿cómo es recibida por tus compañeros?
—Nunca he tenido conflictos, al contrario, digamos que esa
característica me sirve para ser elegido portavoz de problemas
e inquietudes del plantel y como bisagra entre éste y los direc-
tivos. Cuando se impulsó la federación de futbolistas y al ser
capitán del Zaragoza, fui responsable de aspectos de concienti-
zación del equipo. Mis compañeros, lejos de sentirse agredidos,
me han respetado e incluso encontré en muchísimos de ellos
cierta complicidad. Los dirigentes de fútbol deben entender que
los futbolistas son algo más que músculos.
—¿Y en Argentina?
—Acá se siguen dando unos niveles de solidaridad en la
profesión que tienen sus reflejos en lo gremial, con índices
mayores a los de Europa. Posiblemente en lo cultural este
país esté un tanto distanciado de la realidad europea. Esto lo
hablaba con dirigentes de Futbolistas Argentinos Agremiados
(FAA), quienes se quejaban por las dificultades de implementar
una lucha constante, en un medio donde el jugador se siente
despegado de la sociedad, como si formara parte de un compar-
tamiento estanco. Esta es una profesión más deformante que
otras. Que un jugador se encuentre a los diecisiete años con
popularidad y dinero son elementos que no ayudan a reflexio-
nar. En España, actualmente, se está rompiendo con aquellos
esquemas inhibitorios que el jugador tenía a fin de no opinar
para no comprometerse. Es decir, en un equipo como el Real
Madrid, que alguien declare ser socialista significa ganarse la
antipatía de una parcialidad, por lo general conservadora. Pero
cada día el futbolista arriesga más sus opiniones. De ahí que es
bastante habitual encontrar a un jugador popular encabezando
una marcha o declarar su intención de voto cuando se avecinan
las elecciones.

34
—¿Qué te llevó a lanzar en medio del mundial mexicano el pro-
yecto de formar una Asociación Internacional de Futbolistas?
—La necesidad imprescindible de anteponer al poder muchas
veces prepotente de la FIFA —organismo rector del fútbol inter-
nacional, con intereses puramente mercantilistas desde el punto
de vista organizativo— vertientes distintas. Lo primero que hay
que hacer para que esto tenga una dimensión global es impulsar
las asociaciones gremiales en aquellos países donde no existen,
como ser México, Colombia. Luego habrá que defender la dig-
nidad y los intereses del hombre del fútbol. Yo creo que juga-
dores y dirigentes son socios de un mismo negocio y deberían
caminar juntos en la búsqueda de la dignidad de este deporte.
Si eso no es posible, deberemos estar preparados para la lucha.
La propuesta, en general, fue muy bien recibida por jugadores
y algunos directivos.
—Entre los que no se contaba Joao Havelange, quien dijo que
“los futbolistas deben limitarse a jugar”.
—A lo que respondí que ése es el argumento de los dictado-
res y a los dictadores no hay que hacerles demasiado caso ¿no?
La FIFA sabe que el fútbol, en un sistema capitalista, es un gran
negocio. Lo que hay que interrelacionar es el interés económico
con la pureza deportiva.
—Una vez que abandones el fútbol, ¿pensás volver al país?
—Yo, sin ser un exiliado político, tengo algunos de los sín-
tomas del exilio, de la enfermedad que produce, sobre todo el
desarraigo. A pesar de que hace once años que vivo en España,
todavía no he terminado de irme de la Argentina. Y claro, llega un
momento en que hay un sitio que no te reclama lo suficiente y otro
que no ha terminado de llamarte. En la vida, uno pretende que
exista un núcleo que te reclame de una manera suficientemente
fuerte para no tener dudas sobre tu futuro. Todavía no sé adónde
voy a vivir el día que termine mi carrera; será más difícil saber
de qué voy a vivir. Sé que para llegar a esto existe una condición
fundamental: perder de vista al fútbol, que es un bacilo en mi vida.

Entrevista publicada en la revista El Periodista de Buenos Aires.


en julio de 1986, un mes después de la obtención
del título del mundo en México.

35
MARCELO BIELSA, LOCO POR EL FÚTBOL

Su abuelo, Rafael Bielsa, no sólo es un prócer del derecho argen-


tino, sino también una calle de Rosario, en pleno corazón de
Empalme Graneros, un barrio obrero y popular. Él, Marcelo,
uno de los nietos (“Cabezón”, según sus amigos de infancia, “el
Cholo”, para sus ex compañeros de fútbol, “Ignomiriello”, para su
hermano, Rafael A.), logró que su nombre remita a una organiza-
ción leprosa (“La peña del Loco Bielsa”) que se encarga de honrar
al técnico de fútbol que despertó la pasión ñulista, luego de que
Newell´s alcanzara dos campeonatos argentinos con él. Pero hoy,
Selección Argentina de por medio, es el rosarino más famoso.
Marcelo Alberto Bielsa nació el 21 de julio de 1955 en Rosa-
rio y, como el saxofonista “Gato” Barbieri, creció en un barrio
pegado a la cancha de Newell´s; en medio de semejante paisaje,
su destino estaba al rojo y negro. “El niño Marcelo”, como lo
llamaban las criadas en la casa de la ilustre familia de los Bielsa,
no dudó en transgredir los límites y fue a probar suerte en el club
de enfrente. Cuando comenzó a recorrer las divisiones inferiores
en Newell´s, su padre se enfadó por el camino elegido; la madre
fue considerada: “Apuntá siempre alto”, le dijo.
En 1974 debutó en la tercera división: jugaba de dos o de seis.
Dos años después, un mes antes del golpe de Estado, debutó en
primera. En 1979 llegó el momento del retiro. “Dejé de jugar
porque no lo hacía bien, me di cuenta de que no iba a poder
sobrepasar la mediocridad y entonces opté por dedicarme al pro-
fesorado de Educación Física”, contó.

37
Debutó como entrenador de los equipos de la Universidad
Nacional de Buenos Aires —adonde se había radicado—, hasta
que un encuentro luminoso con Eduardo Bermúdez —su téc-
nico en la tercera de 1978— le abrió las puertas de Newell´s.
Le preguntó si quería tomar las inferiores. La respuesta no se
hizo esperar.
Una vez dijo que ganarle a Central era un principio moral.
Trata invariablemente de “usted” a jugadores, periodistas y
desconocidos, difícilmente los mire a los ojos, siempre adusto,
con esa voz de barítono que impone distancia. Hacía concentrar
a los jugadores —casados unos, con novias otros— durante
cuatro días en un liceo militar cercano a Rosario. Un día a la
semana los obligaba a practicar sólo centros: pateaba Zamora,
cabeceaba Domizzi, pateaba Zamora, cabeceaba Domizzi…
“Estadísticamente está comprobado que de cada 100 tiros, se
aciertan 5”, les decía, mientras hacía extrañas anotaciones en su
cuaderno. Proclive a las cábalas, el día previo al primer clásico
le contó a su hermano que se cortaría el dedo si semejante rito
significaba el triunfo el día después. No lo hizo, pero es obvio
señalar por qué le pusieron “el loco”.
Con el argumento de que el que no cuenta con información
comete “un grave error”, fue de los primeros en obtener videos
de fútbol europeo, en 1985. Todos los meses recibía los envíos
de un amigo rosarino en Madrid. Cada vez que apretaba stop
y la casetera de la video dejaba de funcionar, por un instante,
se preguntaba cómo sintetizar la habilidad de los futbolistas
argentinos con la mecanización y la disciplina europeas.
La otra obsesión (que soportan estoicamente esposa e hijas)
era (es) recopilar la información que aparecía en los medios grá-
ficos del equipo rival a enfrentar, y la desplegaba en una gran
mesa, su campo de batalla. ¿Será por eso que aún es dueño de
un kiosco de diarios y revistas en Rosario?
Así surgieron sus ideas futbolísticas:

“El técnico es importante fuera de la cancha, pero no dentro


de ella, porque ahí son los futbolistas los que deciden. En la
elección del grupo y en el clima donde se mueve el equipo para
afrontar una competencia, el técnico es fundamental”.

38
“El fútbol es técnica, táctica, estrategia, pero también es una
cuestión de actitud. La actitud tiene que ver con la conducta y
la conducta tiene que ver con la buena gente”.

“Los equipos totalmente mecanizados no sirven, ya que si


los sacan del libreto se pierden, pero tampoco me gustan los que
viven sólo de la inspiración de sus solistas”.

“Bilardo es el exponente de la disciplina, de la esquematiza-


ción, del esfuerzo y la planificación. Menotti lo es de la libertad,
de la creación, de la capacidad de improvisación. Aunque generar
antagonismos es coincidente con el sentir argentino, de los dos
he obtenido cosas positivas”.

“Los jugadores habilidosos deben utilizar la fantasía para


la efectividad y no para su lucimiento personal”.

“El fútbol es movimiento, siempre hay que estar corriendo,


y si corro soy el mejor”.

24 de agosto de 1998

39
PICA

Había una vez —aunque tal vez ciertas costumbres del barrio se
mantengan inalterables y las cosas se sigan llamando de la misma
manera—, en que era habitual que los pibes de la periferia juga-
ran a las escondidas, esa cosa lúdica que dejaba al descubierto a
los que se ocultaban detrás de un árbol, un auto o un zaguán.
La consigna era gritar “pica” y salir corriendo hacia determinado
lugar y dejar constancia del descubrimiento, apoyando suave-
mente la mano sobre algún objeto. A Alfredo Quintana le gustó
la sonoridad de ese “pica” infantil y lo adoptó como seudónimo.
No hay fecha que registre ese cambio de identidad, salvo para la
memoria popular que dirá que el fútbol dio personajes increíbles,
como “El Loco Pica”, fana rabioso de Ñuls.
Es como un chico. Está sentado alrededor de la mesa del
living de su departamento de calle Alvear, con los trofeos, meda-
llas, diplomas regalados por directivos y jugadores, recortes ama-
rillentos con noticias de una ciudad que ya no existe. Muestra
reconfortado al visitante una copa que tiene grabada la fecha 3 de
mayo, el día de su cumpleaños. Si uno acerca la vista puede leer:
“A nuestro amigo Pica, hincha número 1 de NOB”, firmada por
apellidos que alguna vez pasaron por la institución.
Va hacia una habitación y vuelve en segundos con pilas de
historias, que luego desplegará ante el interlocutor y leerá algunas
de ellas en voz alta, como un recorte del diario Tribuna, donde se
anuncia que fue bailarín campeón de rock. Hay fotos, decenas
de ellas, en las que aparece codo a codo con personajes como

41
Billy Cafaro, Goyeneche, Palito Ortega, el gobernador Eduardo
Duhalde y con numerosos futbolistas. En todas ellas sobresale
ese rostro de sonrisa cómplice.
De adolescente formó un dúo con un amigo al que bautiza-
ron “Pica y Chupetín”. Tiempo pasado donde se ganaban la vida
divertiendo a los clientes de cantinas y boliches. “Era la época de
actor, cuando había trabajo para todos”, dice el pequeño bufón.
Pero en aquellos años su fuerte era el carnaval. “Pica” se disfra-
zaba con lo que tenía a mano. Hizo furor —recuerda— cuando se
vistió de gitana: “Todo el mundo pensaba que era una mina”, dice.
Hace más de 30 años, en una de sus actuaciones, conoció a
los dueños del diario La Capital, quienes terminaron ofreciéndole
trabajo de ordenanza. “Les dije que sí, pero lo primero que les
aclaré es que no quería trabajar los sábados y domingos, así podía
seguir a Central Córdoba y Ñuls”.
También fue boxeador. Hizo cinco peleas como profesional
en la categoría livianos, pero terminó abandonando “porque los
huesos de las manos no resistían los golpes, decían que tenía
poco calcio”. Por entonces se hizo amigo de “Ringo” Bonavena.
Otro recorte —en este caso de La Razón— da cuenta de esa
amistad. El 31 de enero del ‘65, Bonavena protagonizó un simu-
lacro de salvataje de “Pica” en un balneario de la playa Bristol
de Mar del Plata, que terminó en una “batahola show”, según
el diario, cuando los bañeros comprobaron que sólo se trataba
de una broma. Una entre tantas. Con Andrés Selpa —otro ex
boxeador que hace poco dejó la cárcel— recorría la costa mar-
platense de frac y galera, ante el desconcierto de los turistas.
Se acuerda de Leopoldo Jacinto Luque —aquel integrante de
la selección campeona de fútbol del 78 y acusado de “ñoqui”
de la intendencia santafesina en tiempos de Carlos Aurelio
Martínez—, cuando le regaló una camiseta argentina para dis-
frazarse del gauchito —símbolo de la dictadura militar.
—¿Lo conociste a El Tula? (el defenestrado jefe de la barra brava
de Central y hoy empleado todo servicio del menemismo)—,
le pregunto con una obviedad pasmosa.
—Claro, pero a diferencia de él yo nunca me metí en polí-
tica—, responde.

42
—¿Y con los pibes de la barra brava de Ñuls cómo te llevás?
—Mirá… Yo me la juego solo, el club no me banca nada,
salvo los jugadores, que a veces me invitan a comer algún asado,
cumpleaños o casamiento… Pero a los pibes no les doy bola, yo
tengo mi propio mundo —dice ahora, cuando se acerca a los
sesenta años.
“Pica” no tiene idea de quién es Bukowski, pero al igual que
el escritor maldito de la literatura norteamericana, el alcohol es
una invitado permanente. Una vez viajó con la delegación leprosa
hasta Salta. Ñuls jugaba con Juventud Antoniana. Mientras estaba
parado en la puerta del hotel, vio pasar una multitud frente a sus
narices.
—¿Y esto? —preguntó.
—Es la procesión de la Virgen del Rosario —le contes-
taron. Antes de escuchar la respuesta completa, “Pica” estaba
marchando a un costado de la Virgen. “Yo pensé que eran todos
rosarinos y me enganché con los tipos que convidaban vino de
una cantimplora gigante”, dice con picardía. Y agrega: “La gente
del club me estaba buscando por todos lados, pero qué querés,
hermano… no podía dejar de probar el vino salteño”.
En la cancha de Vélez se le cayó un anillo en la fosa por
gritar un gol y se tiró a buscarlo; en el Monumental robó una
bandera e hinchas de River salieron a perseguirlo. Por mirar a
sus perseguidores terminó con su humanidad en el fondo de la
pileta de natación del club. Lo que pasó después no lo cuenta,
por orgullo.
Sigue yendo a la cancha del Parque, pero ya no se trepa al
alambrado para lanzar un insulto resonante. Dice que “eran mejo-
res los futbolistas de antes, había más calidad y eran más guerre-
ros, el fútbol de ahora es mediocre, hoy un jugador hace diez goles
y ya lo venden al extranjero”. Se enorgullece de que lo conozcan
en todas partes y se despide del cronista, prestándole una revista
de humor, La cebra a lunares, donde figuraba como corresponsal
en el Parque.
En ella hay una crónica sobre su paso por La Florida:
“Pica” anuncia a viva voz el acto de la estatua griega. La gente
se congrega alrededor de él. De repente se llena la boca de vino,
se sube a una mesa, se baja la malla y, haciendo equilibrio con

43
una pierna, lanza un hilo de alcohol por la boca. Los bañistas
aplauden la ocurrencia.
No es la única. Dice que no se casó porque “para qué voy a
aguantar a otra loca al lado mío, no me caso aunque me lo ordene
el juez”. Uno de sus hermanos, presente en la entrevista, estalla
en risas. Por pudor, “Pica” jamás dirá que sus cinco primogénitos
son de Central. Lo que se dice una maldición canalla.

13 de junio de 1993

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CAPÍTULO 2

Sucesos rosarinos
HISTORIA DEL CRIMEN

De aspecto humilde, recién llegado del Chaco, el padre del hin-


cha Blas Lezcano, muerto por una bala de goma disparada por
la policía, como consecuencia de los incidentes registrados el
domingo último en el clásico Central-Newell´s, se hizo presente
ayer en el Juzgado de Instrucción del doctor Héctor Triglia.
—Yo venía a decirle que mi hijo era un buen muchacho…
—arrancó diciendo el hombre.
—No hace falta que me lo diga, porque no está bajo sos-
pecha una víctima sino quién efectuó el disparo mortal —lo
interrumpió el juez rosarino.
El doctor Triglia, quien lleva a cargo las investigaciones, es
considerado entre sus pares como un juez incorruptible. En diá-
logo con Página/12, apuntó que ha solicitado ampliar el informe
forense y está a la espera de un estudio técnico de la Fábrica
Militar Fray Luis Beltrán, sobre la fuerza del impacto y capaci-
dad de perforación del proyectil que mató al albañil Lezcano.
“Necesito reconstruir la historia del caso, para eso no sólo
necesito estos informes, sino que también solicité la presencia
en el Juzgado de todas aquellas personas que pueden llegar a
aportar datos importantes para la investigación”, dijo Traglia.
La autopsia, practicada por el médico forense Oscar Sánchez,
reveló en un primer momento que la muerte “se produjo por
una hemorragia interna como consecuencia del proyectil dispa-
rado desde una distancia de 40 metros, causándole un orificio
de entrada de 30 milímetros”, además agregaba que el cuerpo

47
presentaba una herida en la parte “inferior posterior externa
izquierda del tórax” por lo que se le retiraron trozos de una bala
de goma alojados en las costillas y el pulmón.
Sin embargo han surgido críticas desde los familiares de
Lezcano sobre la real distancia en que se efectuó el disparo en
las inmediaciones de estadio de Central. Un testigo clave de lo
ocurrido, que le ha pedido garantías al juez Triglia para declarar,
señaló al diario La Capital que a Lezcano se le disparó práctica-
mente a quemarropa y desde corta distancia, mientras un grupo
de jóvenes salía corriendo de la cancha ante los incidentes que
se habían generado dentro del estadio.
—Díganle a ese muchacho que si tiene miedo de venir a Tri-
bunales, me llame por teléfono y nos encontramos en un bar —les
dijo Triglia al padre, a uno de los hermanos de Blas, a su cuñado
y a una abogada que lo visitaron en la víspera para entregar la
campera del muchacho muerto y para interiorizarse en la causa.
También pasó por el juzgado un policía de Criminalística a
dar su opinión sobre el uso de la bala de goma. Palabras más,
palabras menos, el oficial —un experto en el tema, según el juez—
explicó que una bala de goma puede ser mortal “según la distan-
cia en que se haya hecho efectivo el disparo” para apuntar que
“la potencia del cartucho siempre es irregular”. Y dio a entender
que una bala de goma se dispersa en el aire si la distancia es impor-
tante, pero cuando el disparo ocurre a menos de tres metros de
la víctima, el impacto es pleno y fatal.
A pesar del informe de forense, la gran duda del juez es a qué
distancia se hizo el disparo y está dispuesto a pedir otros infor-
mes a la Policía Federal, por ejemplo, si nota cierta contradicción
en las pericias practicadas por la policía provincial.
“Debo trabajar rápido, pero de acá en adelante voy a pre-
servar las pruebas que acrediten que no se trató de una muerte
accidental”, dijo el magistrado, quien adelantó que una vez que
se identifique al culpable podría definirse la carátula de la causa,
cuyo título se debate entre el homicidio doloso o culposo. Tri-
glia se hace una buena pregunta: “¿Qué pasa por la mente de un
policía cuando dispara un arma antidisturbios en medio de una
muchedumbre? ¿Sabe que puede matar a alguien, o no?”

48
—Cuando ocurren estos casos, donde un policía aparece compro-
metido en la muerte de un hincha, ¿la policía presiona?
—A la policía se le pide que envíe el sumario correspondiente
y nada más. Yo tengo que identificar al autor de una muerte, no
estoy imputando a la policía de hecho ni voy a detener a decenas
de oficiales para que digan quién fue. Pero entiendo que entre
ellos hay solidaridad de cuerpo, y necesidad de salvar el prestigio
de la institución.
—Pero si se comprueba que una bala de goma mata estaremos
ante un hecho gravísimo…
—Es cierto. Llegado al caso me tocará solicitar al Ministerio
de Gobierno que prohíba el uso de armas antidisturbios. Ya una
vez se impidió que la policía use revólveres en los estadios, ahora
se les puede negar el uso de armas largas cargadas con balas
de goma.
—Dígame, ¿con qué van a tirar, la próxima vez?
—Espero que con bombitas de agua.
El padre de Lezcano le recordó al juez que su hijo, “uno de los
14 que tengo desparramados por ahí”, a veces le enviaba dinero al
Chaco para mantener una chacra. “Era un pibe bueno, que iba a
la cancha porque le gustaba el fútbol, pero no estaba en ninguna
barra brava”, agregó el hombre sobre su hijo Blas, que hace 10
años atrás abandonó el Chaco para radicarse en Rosario, que lo
condenó a una vida miserable, primero, y a la muerte, después.
El grito de “justicia” recorre todo el barrio La Esperanza, en
el noroeste de Rosario, que difícilmente pueda olvidar la imagen
de un taxista que venía con la mala nueva desde el hospital donde
Blas había entrado sangrando a buscar a su mujer y una pequeña
beba. Ese grito después volvería a repetirse durante el sepelio y
ayer, ese hombre venido del Chaco, volvió a repetírselo de frente,
humildemente, “como hombre de campo”. Una cosa tiene en
claro el juez: el resarcimiento económico que deberá afrontar el
Estado santafesino “será tremendo”. Aunque esto no valga nada.

25 de mayo de 1990

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EL DOCTOR SEINELDÍN NO ESTÁ MUY DE ACUERDO
CON SU HERMANO CORONEL

“En estos momentos preferiría llamarme Gómez y pasar desaper-


cibido”. El doctor Semy Seineldín tiene 52 años, una especiali-
dad —la cirugía— y un apellido que en estos días no le sienta
cómodo. No sólo porque los periodistas y fotógrafos lo persi-
guen tras la popularidad que ganó su hermano, sublevación de
Villa Martelli mediante. “Me considero un demócrata que aspira
a que el ciudadano se desarrolle en libertad. Con mi hermano no
puedo llegar a compartir, en todo caso, ciertas actitudes de los
militares que tanto mal le hicieron al país”, asegura al excusarse
ante la prensa.
—¿Por qué no quiere hacer públicas las diferencias con su hermano?
—Compréndame. Recibo presiones, pero libéreme de
explicárselas.
—Doctor, ¿usted cree en Dios?
—No. Soy ateo.
—¿Qué explicación le encuentra al mesianismo de su hermano?
—Por lo que tengo entendido eso tiene que ver con la edu-
cación militar que recibió. Pero le aclaro que es un excelente
militar.
—Muchos de sus colegas aseguran que usted es un cirujano
prestigioso…
—Mejor diga que soy un médico mediocre. Para muchos
tener prestigio es estar arriba. Y cuando uno está arriba se olvida
de lo que pasa abajo.

51
—Su hermano…
—Le aclaro que hace mucho tiempo que no lo veo.
El doctor Semy Seineldín llegó a Rosario a estudiar medi-
cina en 1954, venía de Concordia, Entre Ríos. Es tres años menor
que el coronel Mohamed. Actualmente trabaja en una clínica
privada y en el hospital provincial. Su tarea, según puede leerse
en la guía de telefónica de la ciudad, es “la cirugía de tórax,
esófago”. Es alto, de ojos celestes, cabello levemente canoso,
tiene la piel bronceada, y una nariz aguileña, idéntica a la de su
hermano coronel.
“Le voy a explicar: yo no doy entrevistas por razones fami-
liares. En otro momento con mucho gusto”, le dijo a Página/12
frente a su consultorio del hospital provincial.
—¿En qué momento usted cree que podrá aceptar la entrevista?
—Cuando la situación de mi hermano se decante. Cuando
reciba toda la información de su caso.
En la ciudad recuerdan que el coronel Seineldín llegó en
noviembre del ´82 para recibir una condecoración de la Mutual
Cristiana de Ayuda Familiar, relacionada con el Arzobispado
de Rosario. La distinción, según el organismo, la merecía por
su “heroica participación en el Operativo Virgen del Rosario”,
nombre de bautismo del desembarco militar en las islas Malvi-
nas. “Ese día el coronel Seineldín lo buscó a su hermano para
charlar, pero no logró localizarlo”, rememoró en estos días un
periodista local que no disimula su simpatía por los carapintada
y que se emociona cada vez que cuenta que el coronel le envió
desde Panamá una tarjeta de fin de año donde pide a la Virgen que
“lo ilumine y proteja” en su profesión.

15 de enero de 1989

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DON SEVERIANO, EL HOMBRE DEL RIFLE

La consigna es tocar tres timbres en la casa de Severiano Ramos


del pasaje Monroe 2836, muy cerca del centro de Rosario.
Desde el interior de la vivienda emerge la figura del capitán
Juan Carlos Coster, del Ejército de Salvación. Abre una pequeña
ventanita del portón y espera que el visitante se anuncie. La escena
es contemplada por un policía que está en la vereda de enfrente,
del lado del sol, como custodia.
Para llegar hasta la cocina de la casa hay que traspasar un
pequeño jardín. Allí está don Severiano, parado detrás de una
puerta con rejas que comunica con el interior. Desde que
comenzó el conflicto judicial y policial el jueves 10 de mayo, por
el que se pretendió desalojarlo primero amigablemente y luego
a balazos limpios al haber perdido su propiedad en un remate, el
hombre se ha negado a pisar el patio de su casa ante el temor de
que algún policía esté escondido en los techos de las casa vecinas.
El sábado y a diferencia de otros días, el clima en la casa es
mucho más tranquilo. En la cocina, don Ramos está acompa-
ñado por su abogado, Enrique Seara, integrantes del Ejército de
Salvación, de la Asamblea Permanente por los Derechos Huma-
nos y por pastores evangelistas. Están debatiendo las últimas
instancias para superar el fantasma de un nuevo allanamiento,
que tiene fecha fija: mañana lunes.
Sobre una vieja mesa han sido colocadas varias cajas de car-
tón que preanuncian una mudanza. Pero los preparativos de
desalojo son lentos. Aún hoy se respira el olor a gas lacrimógeno

53
que la policía tiró en buena dosis para ablandar al viejo. Don
Severiano se toca la panza. “Miren cómo se me ha hinchado,
debe ser por los gases”, explica mientras los acompañantes tosen
y sus ojos se vuelven brillosos a cada rato.
La casa de don Severiano es humilde, da la impresión de
haber estado abandonada por mucho tiempo. Las paredes hace
rato que perdieron color, hay un pequeño boquete en uno de
los techos que comunica con la pieza de la única hija, Mirta.
El mobiliario es elemental y sufre el mismo deterioro general.
Alguien prende la luz en la cocina, las puertas están cerradas,
pero hace frío y se siente. En el fondo hay un pequeño taller
donde sobran las herramientas de todo tipo, es el territorio ideal
de don Severiano.
Pero por orden de la justicia, en lo civil y comercial, ya todo
eso no le pertenece más. Su casa ha sido rematada por no haber
escriturado una parte de su vivienda que había vendido al vecino
de al lado y su comprador ha sido un abogado, Carlos Cúneo,
que ahora espera sumar una nueva propiedad a las tantas que ha
comprado en remates, a bajo precio, como representante de una
organización de compradores de casas baratas. “Nunca recibí
las citaciones para ir a explicar por qué no escrituraba. Al falsifi-
carme la firma los mismos que compraron una parte de mi casa,
entonces me declararon en rebeldía y ahí se terminó todo…”,
explica don Severiano, para preguntarse: “¿Eso es justicia?”
Una vez más, Ramos vuelve a contar el día del tiroteo con la
policía. “Yo sabía que iban a venir a sacarme, así que me preparé
para resistir el despojo ilegal de mi casa, con dos armas, una cali-
bre 22 y una escopeta casera doble caño recortado”, hecha con
caños de luz, con un resorte en una punta que acciona un torni-
llo hasta encontrarse con el cartucho que sale disparado. Cuenta
que tiró 30 tiros, “todos al aire” y ensaya una curiosa explicación
al respecto: “En el `78 estuve detenido cinco días por falso testi-
monio en la comisaría 8ª y los policías me trataron como si fuera
de la familia. Gracias a ellos no maté a ningún policía, ninguno
tiene la puntería que tengo yo”, dice este fabricante de armas
domésticas que solía utilizar para la caza.
El hombre está dispuesto a dejar su casa pero se niega a
declarar por “resistencia calificada a la autoridad policial”, en

54
la comisaría 6ª, lugar desde donde partieron los numerosos poli-
cías para cumplir la orden judicial de desalojo. Imagina que la
va a pasar mal si queda detenido aunque sea un día, hasta que su
abogado presente el pedido de excarcelación, que ya cuenta con
el guiño cómplice del juez interviniente.
El abogado ha sido muy clarito con don Severiano. Si no
recapacita, se viene la represión policial. “Él está recapaci-
tando, pero tenga en cuenta que vive toda esta situación dra-
mática como algo místico. Cree que es una especie de salvador
de la sociedad contra la corrupción y las injusticias”, apuntó
Seara.
Don Severiano dice que a los 17 años se le apareció Cristo,
mientras estaba durmiendo en su habitación. “La pared del dor-
mitorio se iluminó y con los años entendí que se trataba de Él”.
A partir de allí recorrió varias sectas religiosas, al igual que su
mujer Elsa y su hija.
Severiano no es jubilado porque hace tiempo que no cuenta
con un trabajo con relación de dependencia. Hijo de padres
españoles, tiene 57 años y un hermano menor en Miami, con
cargo alto en el Ejército de Salvación de allí. Antes de conocer
la desocupación ha trabajado de todo un poco: taxista, albañil,
pintor, armador de bicicletas, reparador de muebles, vendedor
de rifas, viajante de comercio. Es profesor de música pero tuvo
que vender dos violines “para poder comer”. Además tiene dos
cursos incompletos: de bobinado de motores y director espiritual
del grupo Científico Basilio.
Fue candidato a convencional provincial en 1983 por la
UCR santafesina y últimamente le ha escrito cartas a Carlos
Menem y a Aldo Rico explicándoles el conflicto. Hombre de
ensayar teorías permanentes, don Severiano dice: “Si me llega a
pasar algo grave, la Justicia será responsable y con eso se viene
la intervención federal de la provincia, sería la gota que rebasa
el vaso”.
Elsa, su mujer, es pequeña y hace 48 horas dejó la casa para
siempre por propia voluntad. Su hija, Mirta, el día del desalojo
estaba cuidando chicos y luego le negaron el ingreso a la
vivienda. Elena ahora debe volver a pensar si continúa traba-
jando como doméstica en hogares rosarinos. Ambas, además de

55
ser evangelistas, se extrañaban mutuamente: “Salí con mucha
pena de mi casa. Perdí todo, nos han estafado, pero confío en
la justicia de Dios”, dice la mujer que ahora descansa en la casa
de una vecina, mientras pregunta por la tortuga que no pudo
sacar de la casa y se lamenta por el futuro de las palomas que
también ella cuidaba.
Don Severiano no le reprocha nada a su mujer y con ale-
gría y sorpresa muestra al visitante decenas de cartas llegadas de
varios lugares donde se solidarizan con él “por haber defendido
lo que es de uno”. Agradece a los vecinos que cuidaron de su
hija, a quienes le acercaron comida y a todos aquellos que mon-
taron guardia para no dejarlo solo ante la posibilidad de que se
repitiera la orden de desalojo.
La solidaridad ha tenido un pico increíble en estos tiempos,
en esta ciudad. El Ejército de Salvación le ha ofrecido una casa
a Ramos para vivir con su familia; un empresario, un día, gol-
peó la puerta para ofrecerle también casa y trabajo para los tres;
dueños de flotillas de camiones han puesto al servicio de don
Severiano los camiones que sean necesarios para la mudanza.
Pero lo más colorido ocurrió el domingo pasado, cuando juga-
ron al fútbol aquí Central y Mandiyú de Corrientes. Cuando la
policía, encargada de la custodia del estadio, hizo su ingreso a
la cancha desde la barrabrava de Central salió un grito hiriente:
“Ramos querido, el pueblo está contigo”.
“Aunque me den una casa, jamás voy a estar contento…
Me siento avergonzado por lo que ocurrió contra mi persona,
que ya le ha pasado a otros”, reflexiona el hombre. Dice que no
le teme a la muerte “aunque parezca una fanfarronada” y vuelve
a repetir que “perder una casa es perder parte de la vida”.
El abogado interrumpe la charla porque ya se hace tarde
y el juez Martínez Fermoselle, que entiende en la causa penal
por desacato y resistencia policial, lo está esperando con una
respuesta definitiva sobre el desalojo. Ramos sabe que aunque
abandone la casa puede quedar detenido por horas o días en
la comisaría, luego de prestar declaración indagatoria. “Tiene
miedo, pero le hemos hecho saber que todos los organismos de
derechos humanos estarán allí para que no pase nada anormal;
además debe entender que hoy es el ciudadano más cuidado del

56
país a través de los medios de comunicación: hasta la Televi-
sión Española le hizo una nota”, explica Rubén Naranjo de la
APDH, que ha estado conviviendo con Severiano en los últi-
mos días.
—¿Es cierto que pensaba volar la casa si la policía volvía a buscarlo?
—le preguntó Página/12.
—(Se ríe.) Mire, yo quise decir que iba a salir a volar por
Rosario con mis palomas —responde Severiano, el hombre del
rifle.

20 de mayo de 1990

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LAS CARAS DE MASCIARO

—¿Entonces usted no lo mató?


—No. Pero le digo algo más. Si a uno lo acusan de matar a una
persona en su intimidad piensa que ella está viva en algún lugar.
La respuesta es de Juan Carlos Masciaro, acaso el preso más
popular que tiene la cultura carcelaria de Santa Fe.
En 1989 había sido noticia otra vez cuando la policía lo detuvo
por el intento de robo de una farmacia de Moreno y 3 de Febrero.
Muchos se sorprendieron de que fuera el propio Masciaro uno
de los ladronzuelos porque lo imaginaban preso de por vida en el
penal de Coronda por el asesinato del empresario Jorge Salomón
Sauan, en diciembre de 1980.
Lo que muchos no sabían era que Masciaro es un preso ejem-
plar: está a cargo de la biblioteca de Coronda, desde su condición
de abogado ayuda a los presos que reclaman su servicio, debate
con las autoridades del penal mejores condiciones de vida de los
reclusos y participa de la FM que transmite desde el interior del
penal. Despliega un arsenal de discursos, citas y otras apreciacio-
nes del derecho en la celda de su cliente. Luego pasa a máquina las
presentaciones que eleva a los jueces y vuelve con copias para que
las firmen sus clientes cautivos. Algunos jefes de la penitenciaria
estaban orgullosos del preso modelo y hasta se sacaban fotos en el
despacho del director.
Salía los fines de semana y no dudaba en volver a Rosario para
visitar a su madre, una viejita que sufría por las cosas que vomitaba
el periodismo sobre las perversidades de su hijo.

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Cuando pedí entrevistarlo, en octubre del 89, me conduje-
ron a un sector de la comisaría segunda, donde Masciaro espe-
raba declarar por el robo de la farmacia, pidió disculpas por
presentarse en ese estado: estaba enyesado en su pierna derecha,
y tenía una bala incrustada a la altura del tobillo, producto de la
ira del justiciero farmacéutico, quien no reparó en su humani-
dad cuando intentaba escapar. Su aspecto era la de un hombre
cansado de lidiar con la justicia, los policías, los traslados y los
trabajitos de otros.
Un guardia se acomodó cerca de nosotros dos y se quedó en
silencio mientras duró la entrevista. Masciaro se había sentado
en una banqueta en medio de una sala oscura. Luego supe que era
“la cuadra”, una suerte de pequeño patio cerrado que tienen los
presos para encontrarse cuando se abren las celdas.
Antes de hablar pidió cigarrillos y al final se quedó con el
atado. “Usted no sabe el valor que tiene esto en la cárcel”, dijo ese
pequeño hombre calvo y de hablar bajo, tan bajo que sus palabras
se transforman en parte del aire. “Acepto esta entrevista porque
no he logrado que nadie me escuche, hay medios periodísticos
que ya me han condenado”, dijo hace cinco años. En esa frase está
condensada también la respuesta capital que aún hoy sigue dando
a aquellos periodistas que pretenden arrancarle una confesión.
Masciaro es el hombre de las mil caras. Puede ser Messiano,
aquel defensor de Rosario Central, el doctor Macías Medrano,
abogado, piloto de pruebas de la compañía aérea Air France, y ex
asesor de Juan Domingo Perón y el empresario Graiver. Lo único
cierto era su título de abogado —era brillante para muchos de sus
compañeros de facultad— pero no pudo contenerse a la tentación
de la mentira y vendió varias veces un campo (“estafas reiteradas”
en el léxico de los jueces) que pagó con cinco años de cárcel.
Cuando lo conoció al empresario Sauan, Masciaro, obvio, era
Medrano. Lo envolvía en largas fabulaciones mientras vaciaban
la botella de whisky y planeaban el futuro en los cabaretes o en los
restaurantes.
Una noche, el doctor Jekyll dio paso a la bestia, que se en-
cargó de inyectarle alguna droga poderosa a la víctima. Dormida
o muerta, qué más da, la bestia introdujo el cuerpo en un tan-
que de agua que simulaba ser un enorme y grosero macetón

60
con una planta de interiores, en un rincón del living. 14 litros de
ácido sulfúrico volcados en el interior del estanque para hacer
desaparecer el cadáver. Después tomó el teléfono y reclamó un
rescate de un millón de dólares a los familiares de Sauan.
El doctor Medrano fue el principal sospechoso, pero desba-
rató todas las encerronas judiciales con nuevas pistas. La policía
dio vuelta su departamento varias veces pero no encontraba nada
que lo incriminara. En febrero del 81, el entonces secretario judi-
cial Alberto González Rimini volvió a la vivienda. El macetón
seguía ahí. Pero notó que el gomero se estaba marchitando, lo
sabía porque las plantas eran su hobby. Calentó una pava de agua
y vertió el líquido en abundancia. “Parece que hace mucho que
no lo riegan”, pensó el secretario. El tanque se recalentó y eso
no era normal. Los policías que lo acompañaban lo miraban con
asombro. El secretario hizo sacar la tierra del tanque de agua,
que fue desparramada en el piso del living, y desde el fondo del
fibrocemento apareció un líquido oscuro… una cadenita de oro,
una prótesis de acrílico completa y un zapato con un dedo de pie.
—¿Masciaro, existe el crimen perfecto? —le pregunté aquella
vez—. No en todo caso hay crímenes que nunca se descubren…
—contestó.
En el mundo hay algunos casos comprobados de utilización
de ácido sulfúrico para fines non sanctos. En 1925, en Marsella,
una pareja fue asesinada a tiros y luego colocados los cadáveres
en una bañadera cuyo desagüe fue obstruido con un vidrio fijado
con cemento. El ácido volatiza la carne, la transforma en una masa
gelatinosa. En Marsella y en Rosario.

2 de julio de 1994

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MAYO DEL ´89

Efemérides: un suceso notable ocurrió hace cuatro años.


Un 29 de mayo, a la madrugada del domingo, en las primeras
luces del lunes, los sonidos y las escenas fueron explosivas: a metal
martilleado, a vidrios destrozados, a gritos histéricos. El vecinda-
rio estaba conmocionado. El estallido social, hasta entonces una
mera categoría de análisis, se escuchó en Rosario. El saqueo se
transformó entonces en un acto premonitorio, una advertencia
moral (según la definición de premonición que aporta el diccio-
nario de la Real Academia Española), en un país carcomido
por la hiperinflación. Desde entonces, Rosario ya no es lo que
era. Lo que sigue son imágenes, fagocitadas por los tiempos que
imprime un diario, pero revividas en la memoria de un cronista.

***

Un muchacho, joven y con el torso desnudo, se abre paso


entre la multitud, cargando sobre su espalda una media res vacuna.
Camina con dificultades pero una sonrisa se le dibuja en la cara
cada vez que algún vecino interrumpe su paso y lo felicita por la
presa.
—Cuando hagás el asadito, avisá, negro— le dice un com-
padre. Es mediodía en Parque Field y acaba de ser saqueado el
mercadito de calle Baigorria. Hay un hombre en el techo de zinc
del minimercado —donde sobresalen puestos de carnicería, ver-
dulería y venta de bebidas— que intenta ordenar la furia devasta-
dora de los packman.

63
—De a uno, por favor, que se pueden lastimar —grita el
hombre que está en el techo. Y tiene razón. Desde que la prepo-
tencia del barrote terminó con la seguridad del local, una pequeña
abertura deja paso al pecado. La cuestión es que no puede pasar
ni salir más de una persona a la vez.
—¿Hay azúcar, doña? —pregunta una mujer gorda en la cola
de los saqueadores.
Calle Baigorria divide en dos al vecindario. Al norte están
los dueños de viviendas, construidas con la intención de levan-
tar una imitación pacífica y recoleta de algún barrio californiano.
Mucho verde, mucha tranquilidad. Eso era, en los orígenes,
Parque Field. Esos son los vecinos que salieron de sus refugios
para escrutar, indignados, los rostros de los saqueadores, curio-
samente los que viven al sur de Baigorria, los que nunca soñaron
con California Country.

***

Pregunto por él en la oficina de informes. El Hospital de


Emergencias “Clemente Alvarez” es demasiado inmenso para
recorrerlo sin un punto de partida. La enfermera me mira con
desgano. Igual le cuento: —Hay un chico del barrio Las Flores
que fue herido por la policía, y quiero saber dónde está. Soy perio-
dista—. Con una lapicera me señala una puerta. Le agradezco.
Ni se molesta en mirarme. Tomé un ascensor hasta el primer
piso y me encontré con una gran puerta. Husmeo el pabellón con
heridos de balas, presos comunes que esperan volver a la cárcel,
apuñalados que superaron la intervención quirúrgica. Hay camas
a los dos costados y el lugar está en penumbras. Alguien grita de
dolor, alguien consuela al otro desde el borde de la cama.
Uno de los que sufren me indica una cama. Casi la última
del pabellón. Allí está el pibe. Se asusta cuando me acerco. Estú-
pidamente le aclaro que no soy policía. Está solo entre tanto
dolor. Está herido en su pierna por una bala policial perdida, que
le impactó cuando miraba parado en un muro cómo saqueaban
camiones con alimentos en la ruta que une Buenos Aires con
Rosario en su barrio.

64
Juan, Pedro, qué importa su nombre. La crónica del día se
encargó de su existencia.

***

Hace quince días, Raúl Alfonsín estuvo a solas con Mirtha


Legrand, y para todo el país, a través de la televisión.
—¿Por qué dejó el gobierno, doctor? —le preguntó Mirtha,
quien no parecía estar dispuesta a ser contemplativa con el ex
presidente del país. Alfonsín ensayó una defensa y se detuvo en
Rosario—: Fue allí donde se dio el complot de los supermercados,
usted se acordará—.
Mirtha no entendió el razonamiento final y repreguntó.
—Doctor, usted se refiere a los saqueos… “Llámele así, si usted
quiere, pero esa situación fue coordinada por las unidades bási-
cas y los carapintada”.
—Es fuerte lo que está diciendo…
—Pronto se va a saber la verdad… —contestó Alfonsín, que
en otro momento había involucrado en el golpe económico y
acortamiento del mandato a la Asociación Empresaria. ¿La ver-
dad de Alfonsín sobre lo que se cocinó en Rosario tendrá cara
de libro?

***

—¿Doctor, qué le diría a los rosarinos que nos están escu-


chando en estos momentos? —preguntaron los periodistas desde
el estudio de LT 8.
—Yo les pido que tengan tranquilidad, que estamos haciendo
el esfuerzo necesario para adelantar la entrega del gobierno.
Y que pronto estaré por allí —contestó el entonces ganador de
las elecciones generales, Carlos Menem.

***

—A Las Flores —le ordenó al taxista.


El hombre gira su cuerpo y se anima: — Mire, va a tener que
tomar otro taxi, porque yo ahí no entro.

65
En Las Flores el aire está enrarecido. Es el último foco de
agitación social que la policía no pudo apagar. A sus calles les dan
nombre plantas compuestas de cáliz, corola, estambres y pistilos.
En Flor de Nácar, por ejemplo, hay un cartel que dice “Autoser-
vicio Moya”, y está enclavado en el corazón del barrio. Su dueño
está parado en la vereda, mirando hacia un punto incierto, acaso
hacia esos rostros que se mueven en el interior de las casillas mise-
rables, donde las puertas fueron reemplazadas por un retazo de
cortina, en el mejor de los casos.
—Así que periodista —acota, malhumorado, después de la
presentación de rigor.
—Ve aquella dos mujeres, esas dos gordas que vienen cami-
nando por el medio de la calle… —hace una pausa y me mira.
—Ajá— le respondo.
—Esas son las dos putas del barrio que anoche armaron todo
para vaciarme el negocio —está enfurecido, y se va con la bronca
a atender a los clientes cuando ve que las dos gordas marchan
desafiantes hacia el boliche. Me pregunto qué hará Moya si lo
entiende como una provocación. Por las dudas, no se detienen y
siguen de largo—. Esas putas vinieron anoche con los pibes y se
llevaron de todo. Después vinieron los más grandes —arremete el
hombre desde el otro lado del mostrador. Su hija está atendiendo
a un chico en harapos que pide comprar yerba. Los estantes están
vacíos, y aún pueden percibirse paquetes de azúcar desparramados
en el suelo, como saldo de la batalla del ejército de los hambrien-
tos, los desesperados y los oportunistas.
Moya es un personaje. Ha decidido soldar la balanza al mos-
trador, para evitar nuevos asaltos. Y se esfuerza en controlar el
nuevo sistema de seguridad de su mercadito. En algún lugar
esconde una escopeta.
—Por más que me roben y una mil veces, yo me voy a quedar
acá, no les voy a dar el gusto de irme —advierte.
Una mujer, que espera su turno para comprar alimentos, fija
su mirada en él. No parece estar muy de acuerdo con el comer-
ciante. Y se lo dice: —Sabe qué pasa, Moya, usted tiene las cosas
muy caras…
Moya le retruca: —Y vaya a comprar a otro lado…

66
La mujer lo interrumpe: —Adónde, Moya, si el supermercado
que tenía el barrio quedó destruido después de los saqueos y no
lo van a abrir más.

***

Un ramillete de mujeres esposas, abuelas, madres, se pegan


como moscas al portón de entrada principal de la Sociedad Rural,
en el Parque Independencia. Han peregrinado hasta allí para acer-
carse hasta sus hombres maridos, hijos, abuelos. Un policía fran-
quea el paso a cualquier desconocido. “Señoras, es inútil que se
queden. Están incomunicados”, arenga. Que a lo sumo dejen allí
los bártulos con comida caliente. “Queremos saber cómo están”,
grita una. Ellos están muertos de frío, sin alimentos, en un establo
de porcinos y vacunos. Ahora los animales son ellos, hasta que los
jueces determinen responsabilidades y encuentren qué artículo
del Código tirarles por la cabeza. Entonces, vendrá la libertad y
el empezar de nuevo.

30 de mayo de 1993

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VLADIMIR MIKIELIEVICH
Y LA CIUDAD MACHA

El cronista llega unos minutos antes de lo previsto a la cita


acordada. Córdoba —el hombre que junto a su mujer y su niña
cuidan de “el profesor”— abre la puerta y conduce al visitante
hasta la gran sala. El sol se filtra por el ventanal que da a calle 1º
de Mayo; un singular color amarillo sobresale en la habitación
donde centenares de libros están colocados en una biblioteca
majestuosa y otros, no tanto, en estantes precarios. Vladimir
Carlos Mikielievich está allí, en medio de un desorden gene-
ralizado de papeles y objetos útiles, con sus 94 años a cuestas,
sentado en una silla, las manos apoyadas sobre un libro abierto,
en silencio, mirando en dirección a la abertura de luz.
Córdoba se le acerca y le susurra suavemente al oído que ha
llegado el periodista. El anterior había sido Reynaldo Sietecase,
hace casi un año. Desde entonces y luego de una polémica por
el destino de su archivo personal, el historiador se había llamado
a silencio.
A Don Vladimir lo azota el paso del tiempo: oye muy poco
—no usa audífonos—, apenas si puede leer, ya no camina, al punto
que debe desplazarse en una silla de ruedas por el interior de la
casa. Córdoba invita a sentarse frente a él. Se supone que para
Mikielievich uno apenas si es una imagen borrosa en movimiento.
Pero sorprende al cronista cuando le acerca el grabador. “¿Va a
grabar?”, pregunta con su voz frágil.

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Desde hace cincuenta años vive en la misma casa, que
compartió con una mujer con la que estuvo “bien casado, pero
siempre soltero”, como apunta él. No todo lo que reluce es
oro. El polvo se deposita en pilas de diarios que esperan un
destino fatal en los escalones que conducen a la planta alta.
Allí puede hojearse material invalorable, o toparse con incu-
nables como la colección completa de la Revista de historia de
Rosario.
—¿Cómo definiría a la ciudad?
—¿Despedirla dijo?
—No, le pregunté ¿cómo la definiría? —repite, a viva voz, el
cronista.
—Ah… Es una ciudad de gente muy noble, que es una forma
de admitir que es una ciudad muy interesante, que cumple sus
obligaciones.
—Muchos dicen que es una ciudad “fenicia”.
—¿Fenicia? Eso es un cuento chino. No tiene nada de fenicia…
—¿Y el “Rosariazo”, por ejemplo, qué fue para usted??
—Otro cuento chino, todo fue para jorobar un poco.
—Releyendo su biografía, me parece que un hecho significativo en
su vida fue haber trabajado en 1961 en el Archivo de Indias, en Sevilla,
donde encontró documentos sobre la fundación del Rosario.
—Me interesaba conocer las actividades de los españo-
les. Y ahí encontré antecedentes sobre la historia de Rosa-
rio. Eran muchos, estuve bastante tiempito, encontré mucho
material.
—Entonces usted lo reivindicó a Pedro Tuella, como el primer
historiador que tuvo la aldea en la época colonial.
—Sí, el viejo trabajó bastante.
—Y todos esos documentos los volcó luego en lo que sería la Revista
de historia de Rosario.
—Por entonces las publicaciones no tenían importancia, eran
parcas…
—¿Cómo recuerda a esa Rosario de hace 30 años atrás, cuando usted
decide empezar a publicar sus trabajos de investigación?
—Y… ha cambiado. Habría que hablar con un muchacho
como Ielpi (Rafael), que sabe bastante… Perdón, ¿qué está
buscando?

70
—Estoy revisando las hojas escritas con preguntas para hacerle
a usted.
—¿Qué quiere saber..?

Don Vladimir se ha quedado mirando el ventanal otra vez.


“La historia de este edificio es lo más interesante que tiene Rosa-
rio”, dice y señala con el dedo índice a la construcción con 100
de antigüedad que se levanta enfrente: una escuela técnica que
alguna vez fue cárcel.
—A propósito de edificios con valor arquitectónico y patrimonial,
¿sabía que tiraron abajo la Casa Tiscornia, que estaba al lado del Correo,
epicentro de la revolución radical de Alem?
—¡No! ¡No sabía nada!
—¿Qué sensación le produce que se derrumben casas con historias?
—Los que hacen eso son unos animales, gente que no tiene
consideración por la nobleza que puso mucha gente cuando
trabajó para esta ciudad… Hay muchos sinvergüenzas que des-
truyen los documentos, consideran que no tienen importancia
y van a parar a la basura. No tienen cariño por la ciudad. Y pen-
sar que yo toda la vida he peleado por la ciudad por distintos
motivos.
—¿Qué opinión le merece lo investigado por Juan Álvarez, recono-
cido oficialmente como el primer historiador de la ciudad?
—Era chinchudo, severo, lo conocí cuando estaba en la
Biblioteca Argentina. Pero había cada sinvergüenza ahí, iban a
la biblioteca a robar material.
—¿Cómo quiere que lo recuerde la gente?
—Como cualquier cosa… Como un buen vecino.
—¿Qué le pediría a la gente?
—Que encuentre parte del material que yo he perdido o lo
han vendido…
—¿Cuál sería la ciudad ideal?
—La nuestra, por supuesto.
—¿Alguna vez pensó en vivir en otra ciudad que no fuera Rosario?
—¡No! ¡No! ¡No! Siempre Rosario, Rosario, Rosario…
¿Por qué hace señas?

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—Es el fotógrafo que está corriendo las cortinas para que entre un
poco más de luz a la sala.
—¿Ustedes son de acá?

Recibe visitas la mayor parte de la semana: desde maestras que


viven en el barrio urgidas por material de la ciudad, hasta cole-
gialas que se divierten con las historias de las chicas de Pichincha,
profesores universitarios y algunos amigos historiadores que no
lo defraudaron. Como en este reportaje, sus frases serán siempre
breves para con los que lo escuchan.
—¿Se considera un maestro?
—No, no… no.
—¿Cuál sería entonces su virtud?
—No sabría decirle… En principio no me gusta hacer alarde
de estupideces… me gustaría seguir manteniendo el ritmo que he
tenido siempre. Por ejemplo me encamoto… ¿no sé si el término
le gusta a usted…? con recibir a la muchachada que necesita tener
información de la ciudad…
—Don Vladimir, ¿qué instrucciones le daría a aquellos que se inte-
resan por la historia local?
—Que cultiven lo auténticamente nuestro, no busquen mate-
rial en otra parte, cultiven lo propio para que tengan cariño por
la ciudad, nada más.
—¿Qué consejos les daría a los jóvenes?
—Que amen a la ciudad, que la quieran…
—Como la quiso usted…
—Sí, claro.
—No hay que olvidar que en definitiva Rosario lleva nombre
de mujer.
—¿Porque se llama Rosario? No, Rosario es Rosario, siempre
fue macha…
—Y nadie se olvida de Pichincha…
—Cómo no voy a recordarla, he pasado buena parte de mi
existencia allí, si le contara las cosas que se hacían… pero con
decencia. Bueno, ¿qué otra cosa quiere preguntar?

72
—¿Cómo se imagina la ciudad futura?
—Es muy complejo hablar de ella, hay que conocer toda la
ciudad para darse cuenta de que hay distintas calidades de personas.
—Dicen que en el 2000 va a volver a funcionar el tranvía acá.
—No, no les haga caso.

Entre paredes descascaradas, Mikielievich sopló la vela


número 94, el 28 de marzo último. La señora que lo atiende le
hizo una torta. Y algunas personas le hicieron llegar felicitacio-
nes en esquelas hechas con esmero. Desde hace 40 años percibe
una pensión como jubilado municipal que ahora asciende a los
1000 pesos. La vida —dice— lo trató bien, “siempre fui medido”.
Recuerda con placer la tierra de sus descendientes: Montenegro,
“el país mas viejo de Europa”, pero se había olvidado que desde
1985 ostenta el título de Ciudadano Ilustre de Rosario. “¿Sabe
qué pasa? Me olvido de las cosas… ya he finiquitado mi intención
de existir”, concluye.

La biblioteca de Mikielievich consta de 20 mil libros, docu-


mentos históricos y decenas de fotografías antiguas. Pero lo más
importante es su “Diccionario de Rosario”, que armó paciente-
mente durante 50 años de vida. Son 53 tomos celosamente colo-
cados en un archivador en varios cajones de un armario de oficina.
En su momento el Concejo Municipal aprobó la publicación de
esta obra monumental inédita.
El propio intendente Hermes Binner y el subsecretario de
cultura, Marcelo Romeu se llegaron hasta la casa de Vladimir a
principios de 1997 para dejar constancia del interés oficial por
publicar sus trabajos además de querer saber el destino que ten-
drían los libros de la buena memoria.

Revista Vasto Mundo.


Edición de la Municipalidad de Rosario.

73
74
EL LUMIÈRE NO SE VA

De entrada uno se topa irremediablemente con un patio al aire


libre hasta alcanzar la boletería. Hoy por hoy es el único cine de
barrio de la ciudad. Está en la zona de Alberdi, en el norte, y se
llama Lumière.
Funciona desde 1939 y sus veredas son transitadas diaria-
mente por muchachos de la fábrica de café La Virginia, que a
pocos metros deja ver una chimenea que sobresale por encima
de los techos bajos de las casas del barrio y que larga a toda hora
un humo negro y espeso, con aroma particular.
“Mire, por ahora no me quejo, mal no me va, pero si yo fuera
el dueño de la sala ya la hubiera vendido”, explica, acaso contra-
diciéndose, don Modesto Bou, gerente del Lumière e inquilino.
“No hay peligro de cierre”, vuelva a aclarar una tarde de lunes,
que ese día de otoño convoca a una decena de espectadores para
consuelo de don Modesto.
Bou, sin embargo, se enorgullece de contar con la única sala
de barrio de la ciudad y revela que los gastos de mantenimiento
son mínimos. Sólo trabajan él —aunque de vez en cuando algún
familiar da una mano—, un proyectorista y un acomodador
sordo. “Viene gente del centro, pero sigue siendo un cine para
la familia del barrio”, explica. Aunque reconoce que ya no es
habitual encontrar a los parroquianos que todos los días, en otro
tiempo, se daban una vuelta por el cine.
Funciona los días viernes, sábados, domingos y lunes, los
precios de las entradas están casi a mitad de precio de una sala de

75
centro, no depende de ninguna cadena exhibidora —“es inde-
pendiente”, acota— y en general reestrena películas que bajaron
de cartel en los últimos meses.
El cronista también tiene sus propios recuerdos del Lumière,
por lo que se dispone a violar una regla periodística que impide
hablar de uno mismo. Ese cine de Alberdi fue el lugar que le
permitió transgredir, con la complicidad de otros pibes del barrio
y del anónimo boletero, una regla infranqueable en los cines del
centro: entrar a ver películas prohibidas para menores de 18 años.
Don Modesto critica al Instituto Nacional de Cinematogra-
fía (INC) por mantener inalterable una resolución que lo obliga
a pasar cine nacional cada tres meses. “¿Usted me puede decir
qué película voy a pasar con la crisis que hay?”, se pregunta.
“¿Qué quieren, que pase mil veces las películas de Sandrini?”
También es duro con las distribuidoras “porque te obligan
a comprar un paquete de películas y no te dejan seleccionar
las que fueron taquilleras”. E imagina, para los próximos días,
poder reestrenar Las cosas del querer, que lleva más de diez semanas
en cartel en Rosario.

1 de julio de 1990

76
EL TIEMPO DETENIDO

Todos los días se repite la escena. La gente que viene caminando


por el cantero central del Boulevard, hacia el río; los automo-
vilistas que reducen la velocidad y extienden sus cuerpos hacia
la ventanilla del acompañante. Todos miran, como si el tiempo
se hubiese detenido en Oroño y Salta. Una valla metálica sos-
tiene un cartel que dice ATENCION NO PASAR. La gente
se detiene, de día y de noche, se queda en silencio. ¿Qué es el
dolor? Sólo hay que ver lo que expresan esos rostros para res-
ponder la pregunta que se hacen todos los que están allí. DIOS
BENDIGA A CADA UNO DE USTEDES, GRACIAS, señala
un afiche en otro sector de la esquina, con un Cristo dibujado,
sin destinatarios. Unos metros más adelante, un cartel ence-
rrado en un corralito, LITORAL GAS S.A. LIDER EN CALI-
DAD DE SERVICIOS. CERRADO POR REFACCIONES,
dice el texto escrito en letra cursiva y pegado con cinta en un
panel de madera que reemplaza lo que alguna vez fue la puerta
de entrada al Banco Macro. GRUPO DE ASISTENCIA PSI-
COLOGICA A LOS DAMNIFICADOS. Es un volante del
IRDES, la escuela de psicología social de Pichón Riviére Rosa-
rio, que se esparce por las veredas. “En un proceso donde el
daño sigue aún en curso habilitamos este espacio de sostén,
contención, reparación en el bar Malos Conocidos. Oroño y
Salta”. GRACIAS ANA JUANA POR TU SOLIDARIDAD. El
mensaje, hecho en tela rústica, se extiende entre dos árboles del
cantero del Boulevard. Otra pancarta, pintada con letras rojas y
fondo blanco, fue colocada en otra valla, en el centro de la calle.
Dice: MEMORIA POR LAS VICTIMAS DE CALLE SALTA.

77
La playa de estacionamiento del supermercado La Gallega
recuperó su función original. Por allí ingresó la Presidenta
para ver lo que ahora puede ver cualquiera. La parte trasera
de la segunda torre. Lo que queda de ella. Bolsas de consorcio,
negras, tapan los espacios donde alguna vez hubo vidrios de ven-
tanales. En el piso quinto, en lo que fuera tal vez un dormitorio,
cuelga, intacto, un ventilador de techo; en el piso de abajo, una
lámpara de luz se resiste a caer, como los aires acondicionados,
un colchón, una remera azul, tal vez.

“Ese es el quemado”, dice el hombre, y señala con el dedo


índice de su mano derecha hacia el edificio de Salta 2141.
Su mujer alza la mirada, a la distancia observa los pisos, sus
balcones, negros de hollín, el gris de ausencia de las paredes,
trozos de ventanas que no terminan de caer a la calle. Hasta
que encuentra lo que buscaba. “María del Carmen vivía en el
segundo piso”, dice y como antes lo había hecho su marido,
ahora es ella la que extiende su mano izquierda. Su rostro se
vuelve melancólico cuando señala el departamento. El hombre
la escucha, la acompaña en su recorrido gestual por el edificio
quemado un vez más, sus codos están apoyados en el cerco de
metal que impide ingresar a la Zona Cero rosarina, donde sólo
se escucha el andar de los obreros de la construcción con sus
cascos amarillos, los diálogos de arquitectos e ingenieros con
planos en sus manos, y de los policías que están de custodia en
la esquina de Salta y Oroño.
—Fijate que al de al lado, al de ladrillo visto, no le pasó
nada-, dice el hombre, como si estuviera viviendo una reve-
lación, en alusión al edificio contiguo de departamentos de la
vereda impar.
—No creo que vaya a vivir nadie allí -razona ella.

6 de setiembre de 2013.
A un mes de la tragedia de calle Salta.

78
CAPÍTULO 3

Escritos sobre música

79
80
Fito Páez:
CUANDO ERA PIBE TUVO UN JARDÍN

En la infancia uno vive. Entonces el recuerdo de esa etapa siempre


es maravilloso. Lo dice pensando que hay palabras que lo acom-
pañarán para siempre: muerte, amor y locura; los temas de todo
el mundo; los clásicos.
El miércoles 13 de marzo de 1963, Margarita Zulema Avalos
—pianista, concertista y profesora de álgebra— llegó al Sanatorio
Británico de Rosario con una urgencia inocultable: estaba a punto
de parir a su primer hijo. Tenía 33 años y esta vez confiaba en que
no hubiera complicaciones en el parto. Su deseo era una forma
de superar una experiencia difícil que había tenido en un anterior
embarazo, cuando parió una beba que nació muerta.
Su cuñado, el obstetra Eduardo Carrizo, la asistió en el parto.
Y cuando el vástago pegó el primer alarido, Margarita lo cobijó en
su pecho. Llevaría el nombre del padre, Rodolfo. Rodolfo Páez.
El pequeño llegó a una casa llena de sonidos de música clásica,
con su madre tocando Brahms y Liszt en el piano de concierto,
colocado en el living de Balcarce 861 (el hijo se inclinaría en la
adolescencia por autores más audaces, vinculados con lo con-
temporáneo: Debussy, Ravel, Varése; se aburriría con Chopin y
Mozart; le fascinaban los autores audaces, la locura de la lucidez,
la locura que no se apoya en la moral).
El proceso de crianza tendría un corte inesperado. La madre
debió convivir con un cáncer de hígado —la familia pensaba en un
principio que se trataba de un embarazo más—, y se murió cuando

81
el niño tenía apenas ocho meses. De ella, quedan el recuerdo de
una foto vestida de blanco tocando el piano; un disco de pasta
grabado en una radio. El niño se ubicó en un plano distinto a los
demás, lamentaba su ausencia justo cuando había que acceder a la
llave para accionar el mundo.
—¿Cómo recordás a tu madre?
—Yo creo que ella está todo el tiempo en la manera en cómo
toco el piano. Mi vieja fue la generadora de todo lo que me pasó.
Fue la primera ausencia, en el primer sentido de que la cosa no
andaba bien y que el mundo ha vivido equivocado.
—También confesaste que una vez encontraste un agujero y por
ahí hiciste pasar tu música.
—Siempre me acuerdo de eso. Ese agujero me lo hizo mi
vieja. Y eso está en lo que hago.
La muerte de Margarita hizo que el pequeño fuera criado por
la abuela paterna, Delia Zulema Ramírez, viuda de Páez, a quien
el pequeño bautizaría como “Belia”, la tía abuela Josefa Páez, sol-
tera y una suerte de hermana de crianza de aquella, a la que el
muchacho llamaría “Pepa”, y su papá, Rodolfo, empleado jerár-
quico de la Municipalidad de Rosario. Los cuatro vivirían en la
casona de calle Balcarce ubicada en el macrocentro rosarino, a una
cuadra de la Jefatura de Policía, a metros de la escuela Normal 2,
las facultades de Derecho y Ciencias Agrarias y de la emisora LT 3.
Su padre tenía un cargo administrativo en la comuna. Y el hijo
apela a una imagen cinematográfica para completar la escena: una
oficina lúgubre, al fondo de un pasillo interminable, luz morte-
cina en el ambiente, papeles y carpetas apilados en un escritorio
de madera, paredes de un gris opaco. Su padre sentado, leyendo
historias, números de legajos. Kafka en su despacho de Rosario,
vigilado por el jefe de turno, cuya presencia se esfumaba al ritmo
de los cambios políticos en el país: su padre fue testigo de la lle-
gada y partida de empleados jerárquicos puestos por el peronismo,
la dictadura militar, el radicalismo… Él, su hijo, quiere recordarlo
con una exageración: cómo el hombre que sobrevivió a la buro-
cracia siendo amo y señor de la Municipalidad.
Hay otras reminiscencias: ese señor alto era, en realidad, un
místico, creía en la reencarnación después de la muerte y cuando
escapaba de la rutina y se refugiaba en su casa se ponía a escuchar

82
los discos de Piazzolla, Stampone, Sinatra, George Gershwin y
Duke Ellington. Ellos dos tenían una buena relación, discutían,
había idas y vueltas. Cuando llegaba el verano y la familia se que-
daba en Rosario —una vez porque el padre no podía trasladarse
de lugar al tener enyesada una de sus piernas, otra por falta de
dinero— el hijo se resignó y se enclaustró en su pieza de colores
deprimentes, escuchando en los auriculares la música de Géne-
sis, La Máquina de Hacer Pájaros (Charly García), Luis Alberto
Spinetta, Joni Mitchel, el jazz a través del sonido del piano de Bill
Evans u Oscar Peterson.
Los Páez eran de clase media con aspiraciones de ascenso
social, que nunca se cumplirían, al punto que el niño registraba
las diferencias sociales en la ropa que usaban sus compañeros
de entonces, y debía conformarse con prendas de Robelito y
Casa Tía, las tiendas habituales de los rosarinos de la periferia,
negritos, peronistas.

La casona de calle Balcarce 681 ya no es lo que era. Su estilo


antiguo, sus dos ventanales mirando a la calle, los pisos de par-
qué, el pequeño patio donde se levantaba un árbol, rodeado de
cemento y smog, el piano, disimulado entre los muebles viejos…
Ya no están más las marcas del tiempo en las paredes, con mensa-
jes de amor y solidaridad al ocupante que aparecieron después del
horror que se desató en el interior de esa casa chorizo.
“Me crié en un ambiente de órdenes, de ghettos, de cate-
cismos, escuelas, familias. Era un monje en la abadía. Cumplir
horarios y las pelotas. Llegó un punto en que quise romper eso”.
Como si se tratara de una fatalidad histórica, que desaconseja
todo intento por preservar el patrimonio arquitectónico de una
ciudad, la casa de calle Balcarce donde creció Fito Páez —como
el conventillo donde nació el Negro Olmedo en Pichincha— ha
sido sepultada por la ciudad del progreso.
Conocí a Fito en el bar Saudade (que estaba en Santa Fe y
Entre Ríos). Y por él, su casa de calle Balcarce. No me acuerdo
por qué, pero una tarde toqué timbre en la puerta y me atendió su
abuela Delia. Pregunté por el muchacho y la mujer hizo un gesto
de cortesía. “Pase, ya viene”, indicó. Me quedé esperando en el
pequeño zaguán hasta que llegó otra mujer y me saludó. Era Pepa,

83
la tía abuela, las dos mujeres que lo criaron después de la muerte
de su mamá a los ocho meses.
—Hola, negro —me dijo el muchacho antes de señalarme el
camino.
De esa casa recuerdo una pequeña cocina, un living grande y
una de sus habitaciones. Y un jardín, casi oculto, justo donde los
edificios tapan el cielo.
Me mostró el piano de su madre, un piano vertical, amagó
algunos acordes y sacó un manojo de papeles del cajón de la
cómoda. Los guardó en el bolsillo de la campera. No se lo pre-
gunté pero supongo que serían bocetos de letras de canciones
futuras. Ese día —todos los días— tenía ensayo.
La segunda vez que entré a la casa antigua fue de madrugada.
Las mujeres dormían y Fito se internó en busca del piano Yamaha,
eléctrico, negro y de patas doradas, flamante y misteriosa compra
de su padre.
Que jamás llegó a decirle cómo había hecho para obtener un
teclado de esas características cuando el dinero faltaba en el hogar.
Me pidió que lo ayudara a mudarlo a metros de allí. Me rogó que
fuera prudente. Era demasiado tarde para despertar con torpes
ruidos a la familia. Lo sacamos con cuidado y recorrimos dos
cuadras a pie. Hasta llegar al edificio de departamentos de Santa
Fe casi Oroño.
Adentro esperaban un primo —que vivía con él desde hacía
poco tiempo— y el Zapo Aguilera, ex baterista de la primera
banda de Juan Baglietto. El departamento estaba vacío. Armó el
piano en el living y se puso a cantar una canción de una prostituta
que algunos años después cantaría Silvina Garré en su disco
“La mañana siguiente”. Cantaba: “No tenés banderas ni religión
/ sos la calle”.
“Me crié en un ambiente de órdenes, de ghettos, de cate-
cismos, escuelas, familias. Era un monje en la abadía. Cumplir
horarios y las pelotas. Llegó un punto en que quise romper eso”.
Pero también entraron a esa casa los hermanos. Fue el 6 de
noviembre de 1986. Las abuelas fueron gentiles con ellos porque
eran chicos del barrio, conocidos de Fito —por entonces en Río
de Janeiro—, que frecuentaban el lugar desde aquella primera vez
que realizaron trabajos de mantenimiento. Pero la muerte llegó

84
un día y arrasó con todo, todo, todo, todo un vendaval y fue un fuerte
vendaval. Ríos de sangre rumbo a la desembocadura fúnebre. Un olor
penetrante invadiendo las habitaciones. CasaTumbas. La ambigüedad
del panteón, los que quedaron en el camino o pueden caer cualquier
noche, dicen que ya no soy yo, que estoy más loco que ayer y matan a
pobres corazones.
Después de los asesinatos de las muchachas de 1920, después
del horror, la casa se llenó de silencio. Hasta que volvió un ejér-
cito de arquitectos, albañiles, electricistas, pintores, decorado-
res… Ya nada sería igual en la esquina de Balcarce y Santa Fe.
No quedan rastros del pasado. Sólo queda por imaginar aquellas
madrugadas en que Fito se calzaba los auriculares para menear
la cabeza al ritmo de Peter Gabriel o Luis Alberto Spinetta, o
cuando tomaba el bombo legüero, a modo de ensayo, ante el adve-
nimiento de las fiestas escolares que lo tendrían sobre las tablas
del salón de actos. O “el Fito no está” de algunas de ellas cuando
atendían el teléfono negro de Entel que no paraba de sonar.
Lo que hay allí ahora es un Centro de Diagnóstico de Alta
Complejidad, un baldío hacia San Lorenzo y una peluquería de
apellido Burgués. Dos lugares del vecindario, de puertas abiertas
para ver el futuro y maquillar la vida. Y no hablar del pasado,
oculto tras la piqueta que tiró abajo la casa de planta baja de calle
Balcarce 681. Su casa ya no es su casa. Cuando era pibe tuvo un
jardín pero se escapó hacia otra ciudad.

Mayo de 1997

85
Leandro y Rubén Barbieri
LOS GATOS DEL JAZZ

“Me pasás la sal”, pide el saxofonista de jazz, Gato Barbieri, a


su hermano Rubén, trompetista, músico de jazz como él, en
medio del ruido de utensilios y la música funcional de fondo
del hotel de Rosario donde se aloja un mediodía de fines del
año 2000. El almuerzo, obvio, se transformó en una increíble
historia oral del jazz, en la memoria de los hermanos Barbieri.
—¿Qué pasó con su vida en los últimos 20 años? —pregunta este
cronista.
—Y… la cosa común. Se va en un tobogán y después te
hacen subir si querés vivir— contesta el Gato en el mediodía del
día que vuelve a tocar en un teatro de Rosario, su ciudad. Su voz
es casi un susurro y por un momento ha dejado su sombrero de
ala ancha a un costado.
—Monk —prosigue— a los 60 años estaba tan cansado de
la mente… como no tenía técnica él buscaba… Tum Tum —y
simula el sonido pianístico de Thelonious. En ese tiempo, el
Gato también se dio cuenta de que algo estaba pasando con su
música, no estudiaba, no hacía nada y además sufrió la muerte
de Michelle, su esposa y su manager, su corazón se debilitó,
le hicieron un triple bypass.
Estuvo 14 años sin grabar un disco. Después sí llegaron
Qué pasa (1997) y Che Corazón (1999). Su mirada de los mismos
es elocuente: “El primero, que es el más feo, vendió muchísimo;

87
el segundo, que es más lindo, no lo difundieron en las radios,
resulta que ahora hay unas computers que escuchan como si fue-
sen gente, y si es demasiado así (y hace como un gesto despec-
tivo) la computer dice ‘no vale’ y no lo pasan nunca a tu disco”.
Por eso, anuncia, no va a grabar más discos. Aunque después
se contradice y anuncia su próximo deseo. Quisiera hacer un
disco que se llame Complete and Different, quisiera tener al bajista
Stanley Clarke, que ya tocó con él, al percusionista Airto Moreira,
a sus amigos argentinos, y tocar los temas viejos que nadie conoce
y basta. Y si no se va a vivir a Europa. “Lo que tienen los euro-
peos es que escuchan jazz y free jazz, vos querés tocar un tema
así, hacelo; allá no existe el smooth jazz que toca Kenny G. Hace
poco estuvo en un hotel donde sonaba Kenny G. todo el tiempo.
El tipo vende millones de discos. (El guitarrista) Pat Metheny
hizo una crítica errada, dice, a Kenny G. Cómo puede tocar una
cosa que tocó Louis Armstrong se preguntó Metheny. “No, uno
puede tocar lo que quiera, ahora que Kenny G. lo haga con el
culo es otro problema”, remarca el Gato. Y pone otro ejemplo:
“Miles Davis toca My Prince Will Come y es otra cosa, vos no
pensás que ese tema es de Walt Disney”.

Rubén fue el primer hijo de Vicente Barbieri y Adalcinda


Gimello. Nació el 12 de diciembre de 1928 en Rosario. Cuatro
años después, el 28 de noviembre de 1932, nacería Leandro.
Infancia en barrio Parque, cerca de la cancha de Ñuls. Los her-
manos se hicieron hinchas de ese club —como su padre— por la
proximidad, por los goles que escuchaban como un eco lejano.
El Gato quería ser futbolista pero siguió los pasos de su her-
mano mayor: fue enviado por sus padres a estudiar en la escuela
del barrio: Infancia Desvalida.
En ninguno de los países en los que estuvo —Japón, Rusia,
China, Italia— nunca encontró “una escuela tan divina”. “Ade-
lante era una escuela y atrás te daban clases de clarinete, saxo-
fón. Un maestro te enseñaba clarinete y el otro tuba, trompeta.
De allí salieron muchos buenos músicos”, declaró al diario
La Capital.

88
La biografía oficial dice que a los 12 años escuchó “Now’s
the time”, con Charlie Parker en saxo alto y lo deslumbró. “Te
acordás que venían a Rosario los discos en 78 rpm cada 20 días
—le recuerda a su hermano, sentado a su lado—. Yo me fui de
Rosario a los 12 años y volví a los 14”.
—¿Cómo que te fuiste de Rosario a los 12? —se sorprende
Rubén.
—Sí, a los 12 me fui, vos tenías 16.
—Mi primer disco que escuché de jazz fue uno de Parker
con (Dizzy) Gillespie, tendría 18 años —señala el Hermano
Mayor.
En el ’45, los hermanos Barbieri ya vivían en Buenos Aires.
“Yo estoy influenciado por muchos, incluso por Perón que me
hizo tocar tangos y chacareras; estaba en una orquesta cuando
tenía 17 o 18 años y dijo que debíamos tocar tango y música fol-
clórica, así que tuve que aprender”, agrega el Gato con humor.
—Me acuerdo que iba a la casa de un amigo, que me expli-
caba las diferencias entre el bop y las frases redondas del jazz
clásico —agrega Rubén.
—En vez a mí, el dixieland me cansaba, al igual que la
música brasilera vieja. No va… En cambio, Parker y Miles toca-
ban un melódico juntos… Se me cayeron los pantalones, se me
abrió el techo en una ciudad donde no pasaba tanto.
—Su segunda influencia fue Davis en los cincuenta, ¿no?
—En esa época estaban sonando Clifford, Fats, Kenny Dor-
ham, un montón de tipos, pero Miles rompió algo, lentamente.
De todas maneras, el Gato tiene su teoría sobre la presencia
de su admirado Coltrane en el grupo de Davis. “Miles preci-
saba un choque, ¿entendiste? Cuando Miles toca se abre todo,
cuando entra Coltrane es un choque y después entra Miles de
nuevo y termina todo…”.

—¿Me gustaría conocer cuáles son sus discos de jazz preferidos?


—insiste el cronista.
—Es una pregunta muy difícil.
—Pero imprescindible.

89
— Te puedo dar nombres.
—¿De discos?
—¡No! Porque el nombre es el disco.
—Ok, nombres de músicos entonces.
—Ornette (Coleman), Miles, (John) Coltrane, (Charlie)
Parker, Armstrong, Clifford Brown, Fats Navarro…Te acordás
Rúben de aquel blanco que tocaba tan bien con Fats…
—(El clarinetista) Howard McGhee.
—Howard McGhee. ¡Era un tipo! ¿Quién más me gusta?
(Duke) Ellington, (Stan) Kenton, que hizo su contribución,
(Gerry) Mulligan, pero el de los primeros discos, no los que te
ponen a Mulligan en una jam session, ¡no viejo!
—El Mulligan de las baladas— agrega el hermano.
—Exacto.
—¡Lo que es una balada!— remarca el otro Barbieri, entre-
cerrando los ojos.
—…con Chet Baker y después el quinteto donde estaba
(Lee) Konitz, ¿te acordás, Rúben?
El saxofonista que se hizo estrella con la musicalización de la
película Último tango en Paris dice que los americanos no saben
nada de esos músicos de jazz. Y recuerda a la cantante Diana
Ross. “No sabía quién era Billie Holiday, se enteró cuando hizo
la película (Lady Sings the Blues, en 1972).
—Vos sabés que una vez (el actor norteamericano) Clark
Gable, que era un guapo, fue a escucharla a Billie. Había unos
tipos que la estaban verdugueando y los cagó a trompadas —inte-
rrumpe El Hermano Mayor.
—Bien hecho.

Los Barbieri almuerzan con cierta fruición mientras rees-


criben la historia del jazz. La entrevista de prensa al Gato se
transforma en una larga conversación entre hermanos que ape-
nas puede ser interrumpida por el cronista, su amigo músico
rosarino, el saxofonista Chivo González y el bajista Adalberto
Cevasco, el músico que toca esa noche con el Gato en el teatro
El Círculo.

90
—Casi todo el mundo coincide en que Kind Of Blue de Miles Davis
es el gran disco en la historia del jazz —argumenta el periodista.
—Lo han dicho. Tocan… (silba So What), dicen que es
el más…
—Perfecto —acota alguien.
—La cosa más…
—Redonda… —interrumpe otro.
—Aparte tocan blues que no parecen blues. Es la cosa más
summum que hizo Miles. ¡Pero Miles hizo tantas cosas!
—Todos los que tocan con Miles, dan algo más. Bill Evans,
por ejemplo, toca con todo. Miles transmitía algo— apunta Rubén.
—El tenía siempre los mejores músicos. Philly Joe Jones, Paul
Chambers, Jimmy Cobb, con el que toqué en Milán temas de
Gershwin, bastante deprimente, pero vino porque pagaban bien.
—¿Vos leíste la autobiografía de Davis? —pregunta el her-
mano trompetista.
—No.
—No sé cuánto de macaneo hay pero vamos a suponer que
realmente transcribieron las cosas que se charlaron con el perio-
dista. A mí lo que más me impresionó de ese libro, es cuando
decide cambiar, después de 20 años estaba como asfixiado. Pero
hay que escuchar The Complete Concert (1964). Para eso tenés
que bajar las cortinas del living y te tirás para atrás… Ahí está el
famoso Yeeaahhh.
—Usted se está refiriendo al concierto en el Philharmonic
Hall, el tema donde está el mejor grito de un oyente de jazz
en la platea —resume el amigo González.
—Escuchás una cosa que es densa, pero cómo toca “My
Funny Valentine”. Es algo impresionante. Pero hay otros solos
que me gustan más. Clifford, que también era un tipo barroco,
tampoco mentía en nada. Tocaba rápido, hacía cuatro coros y vos
escuchás bien todo lo que toca. Era un fenómeno.
—…en el 62 venía Miles a tocar, todos queríamos saber
con quién vendría. Y allí estaban Tony Williams, ¡tenía una
dimensión!, Ron Carter, Herbie Hancock, todos nuevos. ¡Un
concierto, Rúben! Cada vez que lo escucho, siempre encuentro
una cosa. Miles nunca tuvo un grupo pelotudo —razona el
Gato.

91
—Como dice Rúben, están los tipos que quieren demostrar
técnica y están los otros, que no demuestran que tocan para ellos
y que transmiten la técnica o la no técnica o una nota que está
mal, pero siempre divino —ironiza el Gato. Y vuelve a Coltrane:
“Tenía melodías muy difíciles —que yo he practicado— pero
para él eran naturales. Para mí Coltrane fue un dios”.
—No macaneaba nunca. Igual cuando escuchás una melodía
de Johnny Hodges (histórico saxofonista de Elligton)…
—¡Te das cuenta!
—No es descriptible, es difícil. ¿Cómo definís la expresión
de (Frank) Sinatra, por ejemplo? A lo mejor hay alguien que
pueda entonar mejor —razona Rubén—. ¿Ray Charles tiene
buena voz? No sé, puede ser dura pero cuando canta Moon
River… ¡es una cosa!
—¿Y Georgia on My Mind? —agrega el Gato, al borde la
exclamación.

Cuando partió a Europa, el Gato se cruzó con el trompetista


Don Cherry.
—Eso ya era un escalón más alto —le remarca el Chivo
González.
—Sí, pero el quid de la cuestión es que Cherry tocaba
como si fuera un popurrí, en media hora ponía como 20 temas
y vos tenías que ser rápido para saber cuál era la nota. El ritmo
seguía, se cambiaba el tiempo, fue un éxito ese quinteto en Paris.
Recuerda una anécdota que le contó el propio Cherry. De gira
por Italia, Don se sumó al grupo de Sonny Rollins. En los con-
ciertos se metía en los solos del gran saxofonista, a quien no le
gustaba esa situación. Entonces un día Rollins tomó un papel
y escribió: “No hagas esto y llámame Maestro”. Y se lo dio en
mano a Don Cherry.
—Otro bravo para tocar es B.B.King —dice el Gato.
—Vos sabés que de los músicos argentinos me ha impresio-
nado un tipo como Pappo.
—¿Quién?

92
—Pappo, ¡te toca un blues! Tiene una coherencia formal y
una falta de mentira. B.B. King le dio bola y a B.B.King no le
podés vender un buzón.
González, el saxofonista rosarino, le pregunta al Gato por
el saxo alto Lee Konitz. Sobre la frialdad y la belleza de Konitz.
—Él creó algo pero nunca le dieron bola.
—Yo pensé que tenías otra opinión —interrumpe Rubén.
—Cuando estaba con Warne Marsh y Lennie Tristano era
increíble pero se rompió. Ahora está subiendo un poco, él ahora
hace de maestro, va para Europa, el jazz se hizo más frío, ¿enten-
diste? Muchos arreglos. Yo a Konitz lo respeto, no es que me
calienta pero vale.
—Konitz era flojo expresivamente, pero desde el punto de
vista de la forma me influyó un montón. Pero no tiene nada
que ver con lo que expresaban Ben Webster, Parker, Coltrane
tocando baladas, o con (el cantante) Johnny Hartman, acompa-
ñándolo en “Lush Life”, lleno de acordes y él hace un (imita un
sonido suave y lento). Para mí es algo sublime.
—Ese disco con Hartman lo hizo después de que la boquilla
se le arruinara un poco. Esos tipos te hacían llorar, yo amo a Red
Garland. Es un pianista bárbaro —señala el Gato. Y agrega un
comentario, como al pasar: “Un músico que no voy a nombrar
fue a ver (al pianista) Bud Powell. Qué aburrido que es, me dijo.
Yo le contesté que cualquier músico puede tener un día malo.
Lo que hago es ir a escucharlo al otro día y al otro también…
Son tipos que marcaron.
—Tocaba a los pedos, era espectacular —remata Rubén.

A Rubén le gusta contar anécdotas. Davis, recuerda, decía


que nadie podía tocar con la intensidad y rapidez de Chet Baker,
pero le preocupaba que le pusieran el diente que le faltaba,
el sonido de Chet podía cambiar.
—¿Por qué no te ponés uno movible? —le sugirió Miles.
—¿A Chet Baker? —se pregunta el Gato—. Pero sin el diente
soplaba mejor.

93
Entonces Chet le contesta que el diente se lo había puesto fijo.
—A ver, tocá —le ordenó Davis.
Y Chet sopló. No, el sonido no cambió dijo Rubén que dijo
Miles.
—Viste que Chet no hablaba ante el público, pero una vez
lo escuché decir: “Nosotros la hemos pasado muy bien, espe-
ramos que ustedes también”. Él tocaba para él, los demás no
existían… ¿Vos cazaste a Armstrong? —le pregunta el hermano
Rubén al hermano Gato.
—Armstrong era especial…
—Bix (Beiderbecke) era un fenómeno de la época, cuando
todos tocaban pipiripipí, Armstrong acentuaba en otros luga-
res… hacía pipú dadú.
—En ese sentido, hay mucho racismo allá… —teoriza el
Gato sobre Estados Unidos—. Ellos siempre pasan (en las radios)
negros, negros estúpidos también, nunca vas a escuchar Kenton,
Woody Herman, Maynard Ferguson.
De Ellington, el hermano Rubén trae otra cita. Decía que no
quería buenas personas en su orquesta sino buenos músicos, bus-
caba personalidades. Duke, agrega el Gato, elegía cada solista por
la calidad que tenía, él sabía lo que podía hacer cada uno de ellos,
como el saxo tenor Paul Gonsalves que “se mandaba 15 coros”.
—Fueron 27 coros en el Festival de Jazz de Newport
—corrige González.
—Nos preguntábamos cómo habrá quedado esa boquilla
con el chicle que tenía —agrega el Gato.

Barbieri, Leandro, recuerda una comparación que se hizo en


la televisión norteamericana entre pianistas de principios del mil
novecientos. “Eran tipos que iban al piano, lo olían, lo tocaban,
¿entendiste?”.
—De esta conversación surge una cosa que es el centro, es
lo humano, sin mentiras, iban hacia algo esencial del hombre
—filosofa el Hermano Mayor.
—Se chupaban, se daban… era gente hermosa —agrega el
Hermano Menor.

94
Y se fueron muriendo casi todos, como señala el Gato, con
un dejo de tristeza.

El periodista intenta volver a su entrevista.


—La crítica especializada pone a Joe Lovano y Michael Brecker
como los saxofonistas más interesantes del momento.
—A Lovano lo escuché —dice el Gato con cierta solemni-
dad—. Es un poco zapatero…
—Jajaja — ríen en la mesa.
—Sí, clava mal los clavos.
De Brecker apunta: “Clava los clavos perfectos pero yo qui-
siera que algún clavo esté torcido”.
Y compara: “Miles le ponía notas a Hancock que no estaban
ahí pero lo hacía de una manera que estaban ahí, increíble”.

Los hermanos disparan recuerdos, anécdotas, comentarios,


van y vienen por la historia musical, las frases quedan abiertas…
cambian de tema.
—Anyway —propone el Gato. Y larga una sentencia sobre
Luis Bacalov, compositor argentino nacionalizado italiano,
célebre por sus bandas sonoras de Django, El cartero entre
otras: “Era tan shifriano (por Lalo Schifrin), decía ‘yo primero
quiero ganar guita’, se puso Luis Enrique, hizo millones de
discos para filmes, los cheques le caían cada cinco segundos”.
—Los Spaghetti Western eran lindos —interrumpe Rubén.
—Después en El Cartero, él hizo la música y ganó el Oscar
que para mí no se lo merecía. Ahora toca jazz y debe ser una
cagada. Yo te lo digo —enfatiza el Gato, quien llegó a sacar un
disco, Desbandes (1975), junto a Bacalov.
—Siempre decía que el jazz le generaba mucha tensión.
—Era un tipo particular, era inteligente, amaba a (Frédéric)
Chopin.
—Tenía una formación clásica, una vez me dio una defini-
ción que no me convence pero dice así: “La música clásica es

95
la música químicamente pura. No hay la cosa humanística ni
romántica ni nada”. Decía que Sinatra, Ray Charles, Gardel,
María Callas eran mucho más que buenas voces, eran la con-
ciencia del ser.
—Yo no estoy de acuerdo —responde el Gato.
Y cuando uno espera una explicación, pone de ejemplo a
Maurice Ravel: “No sé cómo hacía para que tocaran sus obras,
ponerlas en papel, reordenarlas… ni hablemos de (Igor) Stra-
vinsky, se dice que él marcó el mundo, me emociona porque usa
el ritmo, esa cosa avasallante”.
—Los compositores tocando no son buenos intérpretes.
Salvo Miles, claro —concluye el Hermano Mayor. Y refuerza su
idea con una cita de la cantante Sarah Vaughan: “No hay malos
temas, hay malos intérpretes”.

10

Rubén le pregunta a Leandro si le gusta la cantante Dinah


Washington.
—Vos sabés que siempre la amé.
—Tenía una manera de decir…
—¿Sabés cómo se murió? Jovencísima. Quería ser flaca,
tomaba píldoras para adelgazar, pero un día chupó y se hizo
pelota.

11

Cevasco —que ha tocado en un disco histórico del Gato,


Chapter One— ha escuchado la larga entrevista prácticamente
en silencio. Hasta que se permite hacer una acotación cuando
los hermanos se llaman a silencio por un instante.
—Hay un comentario —arranca— que yo les quiero hacer a
Rubén y al Gato… Es interminable la lista de músicos que están
nombrando y que han dejado un camino espectacular. Ahora,
les pregunto, ¿hay en la actualidad alguien que los movilice de
esa manera al escucharlos?
—Yo escucho una radio que pasa los últimos discos de
jazz… ¡No hay líderes! Más bien parecen cooperativas… “Ché,

96
vos hacés esto”. Se necesita alguien que diga “no viejo, así no”
(y golpea el Gato suavemente la mesa con su puño derecho),
se hacen tantos arreglos con tantas cosas que te quedás así (en
silencio).
—Yo he hecho el esfuerzo, pero hay una especie de vacío,
lo digo sin mala leche.
—Es como echarse un polvo contra una pared —dice el
Gato, más elocuente.
“Entonces, ¿entendiste?”, le dice el Gato al sorprendido
cronista. “Estos nuevos músicos parecen pajeros… ¡Dale, viejo,
tocá!”, aconseja.

12

—¿Algún postre desean los señores? —interrumpe, amable,


el mozo en el mediodía rosarino.
—Yo continuaría pero quiero parar un poco —responde el
Gato mirando al resto de los comensales.
El periodista apaga el grabador, es el fin de la entrevista. “Sí
mejor, así me voy a comprar unas botas al centro”, dice el Gato
cuando escucha el sonido del stop.
—¿No querés nada más? —insiste el hermano Rubén.
—No, ayer el pantalón me apretaba de una manera… y no
es bueno porque te aprieta el diafragma —el Gato se para, se
ajusta el cinturón del pantalón y exclama: “Uh Uh”.

Coda

—¿Vio la película El Perseguidor que se hizo sobre un


cuento suyo?
—Sí, la vi en un festival europeo. En esa película me gustó
mucho la banda sonora. Entonces yo no sabía que el que
tocaba era el Gato Barbieri, porque el Gato no tenía en aquel
momento la justa fama que consiguió después. Yo sabía que
había dos hermanos Barbieri, que uno había hecho los temas y
el otro los había tocado, pero no los conocía. Cuando vi la pelí-
cula, la música me impresionó, porque yo me estaba temiendo

97
que se hiciese un simple pastiche de Charlie Parker. Puesto que
el personaje, en alguna medida, encarnaba a Charlie Parker.
Los Barbieri tuvieron la extraordinaria habilidad y la honestidad
de hacer una música muy original y que, al mismo tiempo, tenía
un estilo. Era un homenaje, pero no un pastiche.
(Entrevista de Hugo Guerrero Marthineitz a Julio Cortázar,
en alusión al film de Osías Wilensky, cuya música fue compuesta
por Rubén y donde su hermano toca los solos de saxo).

Rubén Barbieri falleció el 17 de marzo de 2006 de un


infarto cerebral, tenía 77 años; “murió nuestro Chet
Baker”, escribió alguien en Internet a modo de epita-
fio; el Gato, con 82 años, pese al corazón débil y una
ceguera casi total, sigue tocando y sigue viviendo en su
departamento frente al Central Park de Nueva York.

Una primera versión se publicó en el año 2001.

98
UNA BIOGRAFÍA POSIBLE DEL MÚSICO
HORACIO FUMERO

A Horacio Fumero le gusta definirse como un nómade. Por cir-


cunstancias de la vida, él también recorrió un largo camino, desde
el día que con 19 años dejó su pueblo natal, Cañada Rosquín,
en la provincia de Santa Fe, para ser lo que es hoy, a los 63 años:
un contrabajista de jazz de renombre internacional. En su biogra-
fía deberá constar que no duda en asumirse como un sideman,
un músico acompañante, ese que atesora un pequeño poder, ser
el guía del músico solista, del líder.
Cañada Rosquín está ubicada en el centro oeste de la Pro-
vincia de Santa Fe, República Argentina, situada a la vera de la
RN 34. Dista de Capital Federal 449 km, de Rosario 148 km
y de la ciudad capital de la provincia, 128 km. Población: 5.103
habitantes. Allí nació Fumero.
La relación con la música está directamente ligada a la tradi-
ción familar. Su abuelo tocaba la guitarra. Al igual que unos tíos,
incluso uno de ellos se atrevía con el violín de manera amateur.
Su hermano Hugo, el mayor, también era guitarrista, le enseñó
los primeros acordes, las primeras enseñanzas. A los 12 años,
Horacio se inclinó por el bajo eléctrico en su pueblo natal.
El siguiente paso fue armar la primera banda. Se llamaban
Los Moscos y uno de sus integrantes era León Gieco. Hacían
temas de los Rolling Stones, los Beatles, Spencer Davis Group.
En Cañada había un peluquero, de apellido Petrone, era el
único habitante del pueblo que tenía un contrabajo. Horacio se

99
enteró y fue a visitarlo a su casa. Quería saber cómo funcionaba
ese instrumento que tanto lo intrigaba en su adolescencia.
Lo primero que le enseñó el peluquero de Cañada fue cómo
tomarlo al contrabajo. Se agarra así, le dijo, y extendía el brazo
izquierdo sobre el puente del contra…
—¿Y las notas, cómo son? —preguntó el joven Fumero.
—Pibe, pa´qué querés las notas… —le respondió Petrone.
—…
…Tocalo como el bombo… Pum… Pum…
Algunos meses después, alguien se equivocó y llevó al quin-
teto de Astor Piazzolla a El Trébol, un pueblo cercano a Cañada.
El contrabajista era Quicho Díaz. Después de verlo tocar, el
pibe Fumero exclamó: “Ah, ¡sí que tiene notas!”. Quicho le hizo
entender además que el problema no era el instrumento sino el
tipo que lo toca.
Descubrió el jazz a través de la radio. En los años sesenta, en el
medio de la pampa argentina escuchaba un programa semanal que
emitía Radio Universidad del Litoral. Los textos, lo sabría mucho
tiempo después, los escribía Juan José Saer. Saer, dice, es la persona
que mejor explica su infancia, su primera juventud. “Aunque ya no
esté entre nosotros, para mí sigue siendo uno de los más grandes
escritores argentinos”, lo recuerda el lector Fumero.
A los 19 años fue su primera partida. Dejó Cañada y se instaló
—con su “hermano” León Gieco— en Buenos Aires. El obje-
tivo era claro: dedicarse a la música, estudiar (en el Conservato-
rio Manuel De Falla) y trabajar en una empresa privada. En esa
ciudad descubrió el jazz a través del saxofonista John Coltrane.
El disco Crescent fue muy fuerte para él. Se volvió loco con el
free jazz. Y como el Che Guevara y el Mayo Francés, esa música
también era una bandera para muchos jóvenes de los sesenta.
“Yo navegué el río para atrás, a través de Coltrane llegué a
Miles Davis y de ahí para atrás”, explica.
Hubo, claro otros referentes musicales en su vida. Cita al
grupo Quinteplus, un quinteto de su maestro el pianista San-
tiago Giacobbe y a otro pianista Gustavo Kerestezachi, “muy
bueno, que falleció joven”.
La banda sonora original de la película de Bernardo Berto-
lucci Último Tango in Paris (1972) le dio al saxofonista argentino

100
Gato Barbieri un reconocimiento internacional y lo convirtió
en una auténtica estrella. El paso siguiente era la grabación de
Chapter One: Latin America. Y para eso decidió viajar a la Argen-
tina con el deseo de grabar con músicos del Cono Sur. El Gato
le encarga al percusionista Domingo Cura la tarea de armar
una banda con elementos folklóricos. Cura recolectó lo mejor
del momento, sólo faltaba conseguir un músico que tocara el
charango. Y Cura le trasladó el pedido a Kerestezachi. Y éste le
trasladó la inquietud a Fumero.
—El Gato está buscando un charanguista para que toque
en su nuevo disco, ¿conocés alguno? —le preguntó su amigo
Gustavo.
—Sí, yo —respondió, ni lerdo ni perezoso, Horacio. Al otro
día tenía cita con el Gato en su suite del Alvear Palace. Fumero
llegó con el charango, nervioso a dar la audición, el Gato lo
recibió con cortesía.
—A ver, tocá algo, pibe —le ordenó Barbieri. Y el pibe tocó
algunos minutos.
—Ya está, dale para adelante —le respondió el Gato. Y le
abrió las puertas del mundo.
A cuarenta años de ese disco precursor de latin jazz y World
Music, Horacio toca el charango en un par de temas con el nom-
bre de Isoca, su seudónimo, que remitía a una plaga de campo.
Fue un éxito de ventas para el sello Impulse, con producción de
Ed Michel, nada menos que el productor de Coltrane. También
participa en Chapter Two. “El Gato era un adelantado. Ese grupo
de entonces, con esa mezcla de folklore, jazz coltreneano, sonidos
que venían del rock, percusiones increíbles, hoy sería increíble-
mente moderno. Tendría tanta vigencia ahora como entonces”,
lo recuerda.
En 1973, Fumero quería partir, dejar la Buenos Aires de
los malos aires políticos. Y le llegó la invitación del Gato para
tocar en el festival de jazz de Montreux, en Suiza. No lo dudó
y se subió al avión. “¡Aquello fue una lotería! La verdad es que
me considero un hombre con suerte, a quien le ha tocado varias
veces la lotería. Pero no aquella a la que la gente le vuelve loca,
la del dinero, sino que me ha tocado la lotería musical, la del
conocimiento. Y, desde luego, el hecho de poder actuar con

101
Gato Barbieri en ese festival fue una de esas loterías a las que
me he referido”, contó alguna vez.
Era riesgoso volver al país —tres años después de partir,
Argentina estaba bajo control de la dictadura militar, se con-
venció y no volvió: decidió hacer el examen de ingreso al Con-
servatorio de Música de Ginebra, entró y se quedó seis años,
estudiando muy en serio el instrumento, colaborando con la
Orquestre a’ Cordes de Lausanne y diversos grupos de jazz de
Suiza, y dando clases particulares de guitarra. Además realizó
giras por los principales festivales de jazz de Europa (Varsovia,
Roma, Paris, Estocolmo, Madrid, Zagreb, Copenhague).
Hasta que se cansó o se aburrió y volvió a partir. Su próximo
destino sería Barcelona. “Cuando llegué en 1980 había algunos
músicos excepcionales, como (el pianista ciego) Tète Monto-
liú, pero en el escalón siguiente había muy poca gente”, dice
sobre el pasado. “Actualmente no hay una figura de la talla del
Tète, aunque muchos apuntan…, hay una mediana cantidad de
músicos de muy buen nivel”, señala sobre el presente del jazz
en España, que como en Barcelona, Buenos Aires o Rosario,
sigue siendo una música minoritaria y con lugares para tocar,
no siempre, en condiciones civilizadas.
El Tète lo convocó a su casa para tomarle una audición. No
sólo entró al trío, se quedó 17 años, fueron 17 años de concier-
tos, festivales, programas de televisión y grabaciones hasta el
fallecimiento en 1997 del pianista. “El Tète era un gran tipo,
especial, muy culto, con un humor muy ácido”, lo define.
Se toca con el corazón, le enseñó. Nunca hablaban de dinero por
actuaciones, en la medida en que Tète más ganaba, más pagaba.
Hablaban más de escritores argentinos, Cortázar o Borges, que
de música.
Fumero tardó mucho tiempo en grabar su primer disco.
Lo hizo, dice, más por propia iniciativa del productor del sello
discográfico. Si hubiese sido por él, no lo habría sacado nunca.
Entonces pensó en su amigo y lo llamó. Se encontraron direc-
tamente en el estudio de grabación. Hicieron “Cinco siglos
igual”, León Gieco en voz, casi a capella y detrás la línea del
contrabajo. “Fue un gustazo”, recuerda Fumero con ese tono
campechano. Hubo otros encuentros. Con actuales pianistas de

102
jazz de Argentina. Adrián Iaies (“tenemos mucha conexión”),
Ernesto Jodos (“un gran pianista”), Francisco Lo Vuolo (“a los
16 años, ya tocaba muy bien”).
Su trabajo, mayoritariamente, ha sido el de músico acompa-
ñante. Le gusta ser un sideman. “Es un lugar maravilloso, crear la
base, guiar al solista; el instrumento más poderoso de la orquesta
está tus manos”, dice, convencido. Y enumera con qué grandes
leyendas del jazz tocó: Freddie Hubbard, Cedar Walton, George
Cables, Bobby Hutcherson, Danilo Pérez, Chano Domínguez,
Horace Parlan, Johnny Griffin, Joe Newman, Harry “Sweets”
Edison, Philip Catherine, Idris Muhammad, Cedar Walton, Sal
Nistico, Jerome Richardson, Oliver Jones, Woody Shaw, James
Moody y Benny Golson.
El suyo “es un lugar maravilloso” en el escenario, desde allí
se guía rítmicamente y armónicamente al solista hacia donde uno
quiere… “que puede ser hacia el precipicio, según qué bajista te
toca”, aclara y ríe.
Su residencia en Barcelona le ha permitido colaborar con la
Orquestra de Cambra del Teatre Lliure de Barcelona, Orquesta
Sinfónica de Granada, con músicos de jazz como Lluis Vidal y
Albert Bover, Lalo Schiffrin con la Orquesta Ciudad de Bar-
celona, los argentinos Iaies y Jodos, el uruguayo José Reinoso
además de liderar su propio Jazz Trío. Desde 1999 viene actuado
anualmente en las galas que organiza la Sociedad General de
Autores Españoles (SGAE) para actuar en los sucesivos concier-
tos en memoria de Montoliú. En 2003 el diario “El Mundo” de
España le otorgó un premio en reconocimiento a su trayectoria
profesional. Ha colaborado en la grabación de más de cincuenta
discos con diferentes músicos y es profesor de la Escuela Supe-
rior de Música de Catalunya (ESMUC).
—¿Has tenido alguna vez el sentimiento de desarraigo? —le
preguntó una vez un periodista español.
—Lo tengo desde que me fui de mi pueblo a Buenos Aires.
Creo que todo lo posterior fue menos doloroso —contestó.
Tiene un amigo en Barcelona, que nació cerca de la frontera
entre Argentina y Bolivia. “Al hablar de él mismo, dice: ‘Indio
entre los europeos y europeo entre los indios’. Creo que esto me
define perfectamente”, remarcó.

103
El año pasado estuvo tres veces a la Argentina. Y este 2013
lo encontró de vuelta en el país, tocando.
—¿Tenés ganas de volver definitivamente al país? —le pre-
guntó este cronista.
—Aunque allá tengo mis trabajos, me gustaría… mis hijos ya
están grandes… La puerta nunca la cerré —concluye el hombre
que ya lleva 40 años partiendo.

27 de enero de 2013

104
Hugo Pierre:
¡MÚSICA, MAESTRO!

Nació en Rosario el 2 de junio de 1936. Desde chico le gustaba


cantar, acaso para vencer la timidez. Una foto familiar lo recuerda
simulando tocar el bandoneón con una lata de aceite de oliva,
recostada sobre sus rodillas, para asombro de primas y primos.
Cantaba en la Ameghino, donde hizo la escuela primaria,
en fiestas infantiles. Pero su padre se negaba a que estudiara
música, arrastrando viejos prejuicios sobre la vida disipada de
los “artistas” de entonces.
Una prima, a escondidas de su padre, lo inscribió en la
Sociedad Protectora de la Infancia Desvalida, un conservatorio
de música, gratuito, por donde también pasó el Gato Barbieri.
Quería estudiar trompeta, pero terminó inscribiéndose, por
error, en clarinete. Eso lo supo recién un año después de las cla-
ses de teoría y solfeo cuando ese palito negro, de 13 llaves, de
origen alemán, de comienzos de siglo XX, llegó a sus manos por
primera vez. Y él que esperaba a la trompeta.
En su casa comenzó a tocar boleros y su padre, sorprendido,
le dio el espaldarazo que necesitaba para seguir su carrera de cla-
rinetista. Obviamente tocó en la banda de la escuela, eran días
de uniforme y marchas orgullosas. A los 14 años ya tocaba el
saxo tenor en La Panamá Jazz, una orquesta famosa del Rosario
de los ´50.
A los 19 años llegó a Buenos Aires, era la época del “jazz
remise”, porque en las puertas de las radios esperaban los coches
para trasladar a los músicos a otros escenarios. “Tuve pesadillas

105
intolerables sobre esa actividad de correr de una actuación a otra
y no llegar a tiempo a ninguna”, contó. Se tocaba jazz todos los
días. Con Lalo Schiffrin se propuso hacer jazz moderno contra
las corrientes tradicionales.
Desde entonces ha recorrido un largo camino: integró
orquestas que acompañaron a Nat King Cole; Edith Piaf, Tony
Bennett, Roberto Carlos, Julio Iglesias; hizo Porgy and Bess con
la Filarmónica de Buenos Aires, ha tocado saxo alto y soprano
en la Orquesta Estable del Colón, la Sinfónica Nacional, trabajó
17 años en la orquesta de Canal 13; en 1988 integró La Banda
Elástica con Jorge Navarro y Acher con la que ganaron premios
y popularidad, formó dúos de saxo y piano y sigue enseñando.
Hace algunos años sacó el disco Música, maestros junto al pia-
nista Juan Carlos Cirigliano, socio desde entonces en demostrar
cómo hay que tocar jazz para gozarlo.
Ahora está de vuelta en su ciudad. Hugo Pierre —de él se
trata—, el pibe que quería aprender trompeta.

Publicado en el catálogo del Festival de Jazz,


Rosario 2002.

106
Chick Corea

RETURN

La primera que vino a Rosario fue en 1997 para dar un con-


cierto de solo piano. Cuando llegó al teatro El Círculo a realizar
la prueba de sonido sorprendió la presencia de su acompañante:
el afinador de los pianos Steinway, un técnico —japonés— que
no se desprendía de maleta de herramientas. El pianista tocó
el Steinway un rato, se levantó de su butaca y lo llamó a su
acompañante con un ademán. Le ordenó que lo desarmara com-
pleto y lo volviera a armar. Y el reparador de piano lo hizo.
Desarmó las piezas y con una obsesión milimétrica las volvió a
unir, regular, para que el maestro tocara un rato después, hace
15 años, ante escasos melómanos.
Pero el pianista siguió con las sorpresas después del concierto.
Avisó a los productores que no volvería al hotel. Se iba a quedar
tocando el Steinway un tiempo más, solo, sin nadie alrededor,
salvo la compañía de algún murciélago que bajaba rasante desde
el Paraíso.
La historia del jazz dice que fue pianista del quinteto de Miles
Davis entre 1968 y 1970, sucediendo a Herbie Hancock y pre-
cediendo a Keith Jarrett, con quienes conforma quizás el trío de
pianistas de jazz más influyentes de la era post Bill Evans. Pero,
se sabe, toda lista es arbitraria.

***

Hace frío en la ciudad pero cuando uno entra al teatro El


Círculo hay como un clima templado, se hace más agradable la

107
espera del pianista. Cuando aparece en escena, lo hace a pasos
lentos, como saltando. Lleva puestos un blujins, una remera azul
mangas cortas, una campera deportiva y calza zapatillas depor-
tivas. Primera sorpresa. La segunda —la más importante— es la
música que toca esa noche para muchísimos rosarinos que col-
man plateas y gradas. Toca un tema de Bud Powell —otro genio
loco del jazz—, se anima con un tango —dedicado a su madre
y a Piazzolla—, reversiona a Jobin, hace temas propios, pasa
del Steinway a los teclados —como a principios de los setenta,
cuando formó el super grupo Return To Forever, el jazz se hizo
fusión y el rock metió la cola—, deja espacio para lucimiento de
sus acompañantes, The Vigil, el percusionista venezolano Lui-
sito Quinteros, el contrabajista cubano Carlitos del Puerto, el
saxofonista inglés Tim Garland y los estadounidenses Marcus
Gilmore en batería y Charles Altura en guitarras.
El cierre es con el clásico “Spain”, y la gente, literalmente,
explota.
Cuando todo concluye, Chick Corea ordena prender las
luces del teatro y recorre con su mirada los distintos pisos desde
donde baja una ovación. Corea sonríe, aplaude, se lo ve hones-
tamente sorprendido por la reacción del público. Y entonces,
parado en medio del escenario junto a sus músicos, busca su
teléfono celular en el bolsillo derecho de su blujins para que
quede registro de su retorno —para siempre— a Rosario.

28 de agosto de 2014

108
CAPÍTULO 4

Hay recuerdos que


no se pueden olvidar

109
110
UN DISCO VERDE Y AMARILLO

“¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opues-


tos de la muerte, el verde, para la resurrección y el amarillo para la
descomposición y la decadencia? (Antonin Artaud, París, 1937).

Las mudanzas traen aparejadas distintas consecuencias. Una


de ellas, la más repetida en la vida de mi familia, era perder los LP
que con tanto esmero y dedicación uno atesoraba en su juventud.
Mi familia tuvo varias mudanzas, lo que implica cierta
melancolía. Las cosas de las que hay que desprenderse, olores,
amigos, imágenes, pequeños detalles de la vida cotidiana.
Yo perdí muchos discos en las mudanzas, cuando decir dis-
cos era decir ElePé, Long Play, comprados en una disquería que
funcionaba en la Terminal de Ómnibus cuyo nombre, lamenta-
blemente, borró el tiempo.
Toda mudanza, decía, implica un dejo de tristeza pero toda
mudanza si es forzada –como perder una casa-, se vuelve trau-
mática. De un día para el otro hay que armar los bártulos y par-
tir. Cuando nos acomodamos con mis padres y mi hermana en
la pequeña casita del Pasaje Masón –donde sobrevivimos como
pudimos-, el tocadiscos –salvado por mi viejo Litto- fue a parar,
estratégicamente, al minúsculo living abarrotado de muebles,
sillones, cuadros, bártulos.
Artaud de Luis Alberto Spinetta (¿o de Pescado Rabioso?)
fue uno de los pocos discos que salvé de mi Titanic. También salvé
otros discos y gracias a ellos, la música me acompañó siempre.
Aún en los peores momentos.

111
Un día de otoño decidí abrir la caja con los discos que estaban
a salvo. Elegí Artaud, el de la original tapa cuadrada, esa que no
entraba en las bateas para desesperación de los jefes de venta de
los sellos discográficos. Creo, como a toda una generación roc-
kera, que lo primero que me atrajo de ese disco fue la tapa, con
esa forma de estrella extraña, surrealista, genialidad de Juan Gatti.
Fui hasta el tocadiscos, una luz roja se prendió y un breve
acople dio cuenta de que el pequeño amplificador aún funcio-
naba, a pesar de los camiones, las descargas y los empleados que
tuvo que padecer.
Saqué el disco con cuidado. Puse el tema 2 y empezó a sonar
la voz del Flaco: “Justo que pensaba en vos nena, caí muerto”.
Y luego el solo de guitarra cargado de blues y jazz de Spinetta.
Y después el riff, esa repetición de notas, insuperable, histórica.
“Qué sólo y triste voy a estar en este cemeterio”, se escucha.
Aparece mi viejo en el living y me vuelve a la realidad. —¿Quién
toca la guitarra?— me pregunta. Y sin esperar respuesta, agrega:
—Toca bien ese, eh. “Cementerio Club” es uno de los temas que
siempre está.
El LP no sobrevivió a las mudanzas, se perdió en algún lugar
de la ciudad. Pero me queda la pequeña alegría de ver a mis hijos
escuchar hoy Artaud que lo tengan entre sus preferidos, en cd,
descargado, propio.
“Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo
por pasado fue mejor… mañana es mejor”. Es uno de los frag-
mentos de letras de canciones del rock más citados y pertenece
al tema “Cantata de Puentes Amarillos”. Es un himno.
Y después suena “Bajan”, un rock de los setenta, flaco…
la noche se nubla sin fin y además vos… que eres sol … despa-
cio también… podés ser la luna… escucho, siento, deliro a mis
20 años. Y el solo de guitarra que se va…
Artaud se convirtió en uno de los mejores discos del rock
nacional, su portada fue elegida por músicos y diseñadores
gráfica como la más original de todos los tiempos. Yo lo supe
mucho tiempo después. Yo entonces era el que espera frente al
despertar.

23 de junio de 2013.

112
RETRATO DE FAMILIA

Amanece. Y llueve. Una voz extraña se escucha en el living de


la casa. No es forma de presionarme para levantarme para ir al
colegio, pienso, y echo maldiciones a la costumbre de mi padre
de despertarse con la radio a todo volumen.
Inclina su cuerpo hasta el parlante de la radio para escuchar
con más detenimiento lo que acaba de decir La Voz. Alguien gol-
pea a la puerta. Mi madre se sobresalta. Es mi prima, que vive a
pocos metros de casa, un poco mayor que yo, que pregunta con
candidez: “¡Escucharon lo que dijo la radio!”.
Comunicado Nº 1. Se comunica a la población que a partir de la
fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de
Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas. Firmado: Jorge
Rafael Videla, Teniente General, Comandante General del Ejército.
Mis padres decidieron que ni yo ni mi hermanita fuéramos a
la escuela. Ella aprovechó y siguió durmiendo un poco más.
Y yo, con la valentía de un pibe de 15 años, decidí recorrer el
tramo que va desde mi habitación hasta la ventana principal del
living. Con lentitud desplegué la cortina cerrada y asomé breve-
mente mi cara al exterior. Y vi una calle —que en realidad fueron
miles— dominada por el silencio y las ausencias.
Después de que mi viejo partió al trabajo, mi mamá salió de
compras por el barrio. Al rato regresó con una blanca palidez
en su rostro.
Salí del almacén y me crucé con unos tipos con caras de ase-
sinos rondando por la casa de Lucero, tipos con armas largas,

113
vestidos con uniformes del Ejército, y vi a su esposa, la Gringa,
parada en la puerta, sola… Y me asusté, pensé: “¡los chicos están
solos en casa!”. Y pensé qué hago ahora con los libros de Quique,
que se los dio a Lito para que se los guardara por un tiempo por-
que lo estaban persiguiendo…
Y corrió con su bolso de red sujetado a su mano derecha
y en el camino, tropezó y cayó al suelo. Y se lastimó la rodilla y
como pudo se levantó y recogió el paquete de fideos, el pan, des-
parramados en la acera, para el almuerzo de la familia, y corrió
sin importarle la lastimadura, la sangre.
Comunicado Nº 19. Se comunica a la población que la Junta de
Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena
de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio
difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenien-
tes o atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o grupos notoriamente
dedicados a actividades subversivas o al terrorismo. Será reprimido
con reclusión de hasta diez años, el que por cualquier medio difun-
diere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes, con el
propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar las actividades de las
Fuerzas Armadas, de Seguridad o Policiales.
Papá volvió del trabajo con cara de malos presagios. Mamá le
contó: “¡Lo vinieron a buscar a Lucero!”. Y a Carmencita tam-
bién, su hija, mi amiga querida. Lucero, el diputado, el chancho,
su amigo. Mi viejo se encerró en su habitación y no salió a cenar.
Después, después llegó la noche.

24 de marzo de 2006

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EL PIBE

* Amanece en barrio Sarmiento. Es domingo y el pibe de once


años, antes que toda la familia, decide levantarse muy temprano.
El cielo se recorta por nubes muy grises y sopla un viento helado.
La noche anterior, la madre le ha dejado el desayuno preparado.
Y el pibe toma la taza de café con leche de pie, urgentemente,
en un costado de la cocina. Mira la hora en el reloj de pared. Se
hace tarde. Se cambia. Primero se pone el pantaloncito blanco,
después la camiseta a rayas rojas, como la de Estudiantes de
La Plata, que con tanto esmero le planchó la vieja, los botines
negros de marca ignota, las medias blancas y una campera para
amortiguar el frío. Sale a la calle de tierra, mientras sueña con
los días de asfalto por venir, recorre sólo dos cuadras, cruza la vía
del ferrocarril Mitre y aparece la cancha de Sparta, en toda su
inmensidad. Todavía no han llegado ninguno de sus compañeros
de equipo ni tampoco el Viejo Distéfano, el técnico, peronista
de la primera hora, árbitro de fútbol de La Rosarina y eximio
bandoneonista. Entonces el pibe se sienta en un montículo de
tierra a esperar, observa las vías del tren que rompen el paisaje
desde el terraplén; el silencio que se respira en la villa miseria
que rodea al club. Hoy juega Defensores de Marchegiana, el club
de su barrio, contra Sparta. Y el pibe espera por el Gran Debut.
* Al vecino de la cuadra todo el mundo lo conocía como
Nené. Los pibes hinchas de Central lo adoraban. Era un hom-
bre de unos 35 años, en la semana trabajaba en una empresa
pública que ya nadie recuerda, y cada 15 días era boletero en

115
la vieja cancha de Génova y Cordiviola, cada vez que Central
jugaba de local. Un día invitó a uno de ellos a llevarlo a la can-
cha. Y éste estalló en éxtasis. Sería su primera vez. El padre le
dio el consentimiento y ese domingo, partieron con Nené hacia
Arroyito, caminando hasta Nansen, atravesando el parque Alem.
El trabajo lo obligaba a Nené a estar temprano en el estadio.
Tanto sacrificio tenía su recompensa para el pibe: entraría sin
pagar entrada. Debutó viendo la reserva de Central contra la de
Huracán, en medio de la soledad de una cancha que comenzaba a
poblarse de a poco. Acurrucado en la platea debajo de la tribuna
con visera, como recuerda que decían los relatores de radio, el
chico se sobresaltó cuando el estadio se transformó en una cal-
dera donde todos gritaban por el gol que se hacía desear. Nené le
había dicho que no se moviera del lugar donde lo había dejado. Y
el pibe, estoico, cumplió con su palabra. Recién a los 15 minutos
del segundo tiempo de ese partido para la memoria, después de
que el hombre pasara a cobrar su jornal por una oficina perdida
del estadio, Nené apareció por la platea, le tocó el hombro, se
sentó junto a él y le preguntó: “¿cómo vamos?”.
* De su tío recuerda las maravillosas anécdotas en el cemen-
terio de Tenerife, tierra a la que abandonó como polizón oculto
en un barco que amarró en el puerto de Rosario, en plena guerra
civil española. Pero aun no encuentra una explicación a aquel día
en el jardín de la casa de la abuela materna cuando Jesús, el tío,
que de fútbol poco sabía, se apareció con una camiseta de Racing
a la que el pibe debía rendirle pleitesía futbolera para toda la vida.
* Ya adolescente, su padre —un extraterrestre hincha de Lanús
en Rosario— lo llevó a la cancha de Central. Y ocuparon, como
corresponde, el sector popular destinado al equipo visitante,
detrás del río Paraná. Serían 100 hinchas granates. Su padre
sería el único que sacaba chapa de hincha número uno de Lanús
en Rosario. El pibe se sentía fuera de ese mundo. Hasta que la
realidad lo hizo despertar cuando comenzaron a llover los gases
lacrimógenos que la policía disparaba con una maldad sorpren-
dente contra esos pobres hinchas venidos de tan lejos. Vio al
padre, con desesperación, tomar un pañuelo y extendérselo a
él… Se quedaron sentados, con los ojos brillosos, el llanto falso,
en la popular de cemento, sin atinar a nada, sin animarse a seguir

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a esos muchachos venidos de tan lejos escapando de la brutalidad
policial por un portón, esperando que el humo de los gases se
diluyera en el aire rosarino.
* Se hizo de Central la noche que el canaya recibió a Boca.
Con su padre llegaron tarde al estadio. Era un partido de noche.
Y las tribunas estaban desbordadas de público. Los colores azul y
amarillo sobresalían en todas las tribunas. Al padre se le ocurrió
ir a la popu de Boca porque había algunos claros en lo alto de
la tribuna visitante sobre Génova. El padre dio a entender a los
forasteros que impedían el paso que allá arriba había algún fami-
liar que los estaban esperando. Su actuación se vio coronada con
un gordo inmenso que tuvo la osadía de alzar al pibito y subirlo
a través de tantos brazos y manos extrañas y solidarias. Cuando
llegó a la cima, cuando alguien cantaba “dale Boca”, el pibe se
llamaba a silencio, pero cuando se sentía observado gesticulaba
un “dale boca” que nadie escuchaba. Cuando Central hizo el gol,
lo gritó con tanta fuerza interior, que hasta su padre, al lado suyo,
lo miró como miran los padres que aman a sus hijos.

4 de enero de 2009

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ÍNDICE

CAPÍTULO 1. Fútbol y personajes

Che, canalla ........................................................................................................................ 13


Serrat, una de piratas ................................................................................................ 17
Operación Kusturica ................................................................................................. 21
Roberto Fontanarrosa: “El oficio se aprende copiando” .............. 25
Jorge Valdano: “Somos algo más que músculos” ............................... 31
Marcelo Bielsa, loco por el fútbol ................................................................. 37
Pica ............................................................................................................................................ 41

CAPÍTULO 2: Sucesos rosarinos

Historia del crimen ..................................................................................................... 47


El doctor Seineldín no está muy de acuerdo
con su hermano coronel ......................................................................................... 51
Don Severiano, el hombre del rifle ............................................................. 53
Las caras de Masciaro ............................................................................................... 59
Mayo del ´89 ..................................................................................................................... 63
Vladimir Mikielievich, el último historiador ........................................ 69
El Lumière no se va ................................................................................................... 75
El tiempo detenido ..................................................................................................... 77
CAPÍTULO 3: Escritos sobre música

Fito Páez. Cuando era pibe tuvo un jardín ............................................ 81


Leandro y Rubén Barbieri. Los Gatos del Jazz ..................................... 87
Una biografía posible del músico Horacio Fumero ........................ 99
Hugo Pierre. ¡Música, maestro! ...................................................................... 105
Chick Corea. Return .................................................................................................. 107

CAPÍTULO 4: Hay recuerdos que no se pueden olvidar

Un disco verde y amarillo .................................................................................. 111


Retrato de familia ....................................................................................................... 113
El pibe ................................................................................................................................... 115

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