Dialnet LaIslaPerdida 398703 PDF
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La isla perdida
Memorias de San Borondón
desde La Palma
© Fotograf ías:
Archivo Eulogio Hernández López (San Andrés y Sauces); Archivo Familia Poggio (Breña Alta); Archivo
Fernando Bullón (Santa Cruz de La Palma); Archivo Foto Gaspar (Tazacorte); Archivo María Victoria
Hernández Pérez (Los Llanos de Aridane); Archivo Municipal de Los Llanos de Aridane (Los Llanos de
Aridane); Archivo Municipal de Santa Cruz de La Palma (S.C. de La Palma); El Museo Canario (Las Palmas
de Gran Canaria); Colección Ángeles Rodríguez Castro (Los Llanos de Aridane); Colección Conny Spelbrink
(Puntallana); Colección Jaime Rubio Rosales (Arucas); Colección José M. Morales Quintana (Telde);
Colección Pedro Cabrera Díaz (Fuencaliente); Colección Pedro Rodríguez González (Tazacorte); Colección
Pepe Dámaso (Agaete); Colección Tarek Ode y David Olivera (Santa Cruz de Tenerife); Colección Yurena
Hernández Rodríguez (S.C. de La Palma); Museo de Artes Decorativas Cayetano Gómez Felipe (La Laguna);
Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife (La Laguna).
© Ilustración de la cubierta:
Susana Gómez Morales, Atardecer de San Borondón de Manuela Aleida (2005).
Catalogación
El Museo Canario
Diseño y maquetación
Yosmary De La Cruz Aranguren POGGIO CAPOTE, Manuel.
Gráficas El Time La isla perdida: memorias de San Borondón desde La Palma /
Manuel Poggio Capote; Luis Regueira Benítez. - Breña Alta
Impresión (La Palma): Cartas Diferentes, 2009.
Gráficas Sabater 256 p.: il.; 20 cm. - (Decires: cuadernos palmeses de folklore; 1)
ISBN 978-84-936817-0-8
Depósito legal
1. San Borondón. I. Título. II. Serie. III. Regueira Benítez, Luis
ISBN 978-84-936817-0-8
908 (309):(649.3)
6
Sumario
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
7
5. LA HUELLA DEL SANTO: TOPÓNIMOS LOCALES Y MARCAS IDENTIFICATIVAS . . . . . 129
Tazacorte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 134
Barranco de la Herradura (San Andrés y Sauces) . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153
Marcas de San Borondón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158
CONCLUSIONES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229
EPÍLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241
8
A Carmen Capote Cabrera, que vive en la isla de los Bienaventurados.
A Mariló Orihuela Millares, tierra de magia, isla encontrada.
... y a Mario, que acaba de asomarse a su horizonte en busca de quién sabe qué.
Introducción
Una vez más resurge, como es su periódico deber, la isla de San Borondón. En
esta ocasión lo hace en forma de archipiélago de papel —porque es ése el mate-
rial que ase el lector en sus manos—, pero durante el paseo al que nos invita
hemos de tener presente que, en aleación con la celulosa, hay una buena parte
del material del que están hechos los sueños.
11
irlandés ha dejado en La Palma numerosos rastros, no sólo en la memoria
colectiva de sus habitantes, sino también en lo que denominamos la Historia,
en los documentos que hablan de su presencia o en los escritos que discurren
sobre su realidad y sus características.
Este libro tiene siete capítulos principales porque siete son las islas Canarias.
Bien es verdad que existe una octava —San Borondón— que merecería el esfuer-
zo de redactar otro, pero tal vez así desvelaríamos al lector algunos misterios
que, según creemos, debería tratar de hallar por sí mismo. Si San Borondón tiene
un significado simbólico, éste seguramente estará relacionado con el placer de
descubrir lo intangible más allá de lo que la razón (que no siempre demuestra ser
razonable) nos enseña. Así pues, que cada lector escriba para sí el último capí-
tulo de este libro y descubra cómo es la San Borondón que ven sus ojos.
12
pues, «Decires» quiere servir también de referente para la recuperación
mediante nuevas exploraciones de fuentes sumidas, por su formato o el con-
tenido que nos revelan, en un injusto letargo. Al esfuerzo de Cartas
Diferentes Ediciones por crear esta colección hay que añadir, pues, la gene-
rosidad del Ayuntamiento de la Villa de Breña Alta, del Cabildo Insular de
La Palma, de la Caja General de Ahorros de Canarias y de la empresa Unión
de Asfaltos Palmeros (José Rodríguez Jiménez) al hacer posible que este
proyecto salga adelante.
Nuestros testigos directos de esta tierra mítica, que amablemente nos rela-
taron sus recuerdos, fueron: Juan Luis Curbelo Pérez, Manuela Aleida
Hernández Paz y María Nieves González en Fuencaliente; la Sra. Vda. de José
Lorenzo Acosta, Pedro Rodríguez González y Felipe Jorge Pais Pais en el Valle
de Aridane y la comarca del poniente de La Palma; e Ylliní Álvarez Blas,
Yurena Hernández Rodríguez (que tiene nombre de luz y que con el objetivo
de su teléfono móvil captó en una ocasión el fulgor de San Borondón) y Ramón
Gómez Rodríguez en Santa Cruz de La Palma. Ante la mirada cartesiana de nues-
tro tiempo, no debe de ser fácil narrar una experiencia como las suyas: nada menos
que contemplar una tierra inexistente. A todos ellos nuestro agradecimiento.
13
Por las ilustraciones de este libro reconocemos la colaboración de Susana
Gómez Morales (una acuarela suya enmarca el presente volumen) y, de nuevo,
de Antonio Lorenzo Tena por sus figuraciones artísticas según algunos de los
testimonios que acabamos de enunciar; e igualmente la de Pepe Dámaso,
Tarek Ode y David Olivera por permitir la reproducción de algunas de sus
obras, y la facilitada por Pedro Cabrera Díaz (antiguo farero de Fuencaliente),
Eulogio Hernández López, Jaime Rubio Rosales, Conny Spelbrink, María
Victoria Hernández Pérez, Javier Méndez Álvarez, José M. Morales Quintana,
Ángeles Rodríguez Castro y herederos de Foto Gaspar de Tazacorte por su
amable aportación fotográfica. Una mención especial merece Fernando
Bullón, observador de meteorología del Aeropuerto de La Palma, cuyas foto-
graf ías de paisajes maravillosos menudean a lo largo de este libro; su desinte-
resada sesión resulta ejemplar. También María Remedios Gómez García (pro-
pietaria y directora del Museo de Artes Decorativas Cayetano Gómez Felipe),
la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, El Museo Canario,
el Archivo Municipal de Santa Cruz de La Palma y el Archivo General de La
Palma cedieron especímenes de sus fondos y colecciones gráficas.
14
ayuda. Y de la misma manera tasamos alta la aportación de quienes nos han
alcanzado alguna diligencia: Carlos J. García Méndez, David Sanz Delgado,
Salvador González Vázquez, Luis García Martín, María del Rosario Pérez
Camacho y Miguel Rodríguez Rodríguez, así como de otros muchos amigos,
investigadores, archiveros y bibliotecarios de los que hemos recibido apoyo,
aliento y auxilio. Y como siempre una calurosa mención a Víctor J. Hernández
Correa por su amistad, su enorme capacidad de trabajo y su entrega encomia-
ble en la revisión de este texto y en el cuidado final de la edición.
15
1
17
variantes más, son otras de las denominaciones que ha recibido la isla en el
pasado; y de la misma manera que nosotros hemos elegido dar preferencia a
San Borondón, en otros lugares han perpetuado otros nombres, como es el
caso de la costa asturiana, donde aún existe el mito de la isla de San Balandrán,
gracias, tal vez, a la playa de Avilés que lleva este nombre. En cualquier caso,
todas estas denominaciones tienen, como es evidente, un origen etimológico
común, que no es otro que el nombre del monje viajero irlandés san Brendan
de Clonfert. Curiosamente, al igual que la isla que lo recuerda, el monje es
conocido por numerosas variantes nominales, y no es raro encontrarse refe-
rencias que lo llamen Brendán, Brandan, Brandán o Brandon. Su nombre
irlandés es Brenainn (también con numerosas variantes debidas casi siempre a
la imperfecta transcripción del alfabeto gaélico), y el santoral católico español se
refiere a él como Brendano o Brandano.
18
que san Jarlath tenía en Cluanfois, que luego trasladó a Tuam por consejo del
propio Brendan. Esta época de formación, durante la cual se dice que convir-
tió al cristianismo al poeta Colman McLenin4, concluyó en el año 503, cuando
fue ordenado sacerdote y comenzó la fundación de numerosos conventos y
pequeñas comunidades monásticas, de todas las cuales fue abad.
Tal vez fue desde Sant Malo desde donde salió san Brendan para su más
famoso viaje —que es el que realmente nos interesa en este estudio—, aunque la
mayoría de sus biógrafos lo hacen partir de las costas de Irlanda, concretamen-
te desde el lugar que hoy se conoce como Brandon Hill, en su Kerry natal. En
realidad no sabemos bien en qué momento de su vida emprendió Brendan esta
aventura, ya que las diferentes fuentes ofrecen versiones distintas, de manera
4 En realidad, no es posible que esta conversión de Colman se produjera a tan temprana edad de Brendan,
puesto que el poeta nació alrededor del año 522. Sin embargo, sí parece claro que ambos estuvieron juntos
en la investidura del príncipe Aodh Caomh de Cashel en el llano de Femyn y que la vocación religiosa de
Colman pudo gestarse en este encuentro, tras el cual abandonó su posición como poeta de la corte de Cashel
para tomar los hábitos monacales. Más tarde fue obispo y santo.
5 San Malo (también llamado san Macuto y san Maclovio) nació en Montmouthshire (Inglaterra) en la déca-
da de 510. Fue discípulo de san Brendan en el monasterio de Llancarvan y acompañó al abad de Clonfert en
su periplo fantástico. Los habitantes de la población francesa de Sant Malo, tradicionalmente dedicados a la
pesca, dieron su nombre a las islas Malvinas.
19
que unas fechan la salida en su juventud, antes de su estancia gala, y otras la
datan en su vejez, volviendo a Irlanda muy cerca del final de su longeva vida. De
algunos pormenores de este viaje nos ocuparemos enseguida.
Hemos visto, a grandes rasgos, los pasos del monje de Clonfert por el
mundo, pero este personaje histórico siempre fue más conocido por la ver-
tiente literaria gestada a posteriori que por sus hechos reales. Lo cierto es
que los viajes de san Brendan fueron objeto de inspiración lírica para algu-
nos autores, cuyas diferentes versiones sobre estas singladuras oceánicas
tuvieron una extraordinaria difusión por toda Europa desde finales del siglo
X hasta el XV. Estas obras de creación, que se encuadraban dentro de lo que
podríamos llamar literatura mística medieval, han llegado a nosotros a tra-
vés de los citados manuscritos que dan cuenta de la Navigatio sancti
Brendani, un periplo atlántico que el monje realizó en compañía de otros clé-
rigos y por el que conoció una serie de lugares extraordinarios.
20
San Brendan [miniatura], siglo VI [Universitats Bibliothek de Heidelberg, RL]
21
En la literatura irlandesa medieval son frecuentes los relatos de viajes ins-
pirados por motivos religiosos, conocidos como imrama, muchos de los cua-
les son anteriores al de san Brendan. Los viajes descritos en los imrama solían
ser actos de penitencia para purgar determinados pecados; en no pocas oca-
siones, en cambio, se trataba de aventuras místicas en busca de un lugar de
retiro para meditar; otras veces eran motivados por la necesidad de encontrar
comunidades a las que cristianizar; y, por último, podían obedecer a la búsque-
da del Paraíso Terrenal, las Islas Afortunadas, la Tierra de Promisión o cuales-
quier otros lugares fantásticos de los que hablaban los autores de la antigüedad
clásica y que frecuentemente eran situados océano adentro.
En el caso de san Brendan, los motivos varían según las diferentes versio-
nes y normalmente fusionan varias de las razones que acabamos de enumerar.
Así, según algunos textos, el abad suplicaba por encontrar un lugar solitario en
el que dedicarse a la meditación, y Dios, a través de un ángel, le mostró la
Tierra de Promisión y le dio instrucciones para hallarla; según otros manuscri-
tos, un ángel enseñó a Brendan un libro sobre tierras maravillosas y hechos
fantásticos, pero el fraile quemó el volumen por considerar que sólo reflejaba
mentiras, por lo que fue penitenciado a conocer estas cosas personalmente y a
dejarlas escritas de nuevo para enseñanza del poder de Dios.
En cualquier caso, es opinión común que los viajes del abad fueron inspi-
rados por los relatos de san Barinto y su discípulo Mernoc, quienes asegura-
ban que navegando hacia occidente habían arribado a la Tierra de Promisión
(es decir, al Paraíso), un territorio tan extenso que no habían podido llegar a su
extremo tras haberlo recorrido durante quince días. Por eso el abad decide
hacer los preparativos necesarios para emprender el viaje junto a catorce mon-
jes de su congregación, a los que en el último instante se les unen otros tres.
22
ayuda sobrenatural. Se trata, en fin, de una odisea sensu stricto, ya que su trama
recuerda las aventuras de los héroes clásicos, como Ulises o Eneas. En el caso
del religioso irlandés, las pruebas y sus soluciones las irán ofreciendo alterna-
tivamente Dios y los santos, y en el caso de los héroes griegos eran los dioses
protectores y enemigos los que representaban estos papeles. En ambos, la
astucia, la piedad y el respeto a la divinidad se impondrán siempre a la maldad,
al desánimo y a la flaqueza de espíritu.
23
para que ningún monje sucumbiera a las tentaciones del diablo; otra de las islas
a las que volvían cada año era en verdad una enorme ballena, en la que cele-
braban una misa anual de Pascua; en otra isla, en la que se alojaban siempre
desde Pascua hasta la octava de Pentecostés, encontraban numerosos pájaros,
trasunto de las almas de quienes, sin haber pecado, habían consentido pecados
ajenos, y que en los días festivos tomaban forma de ave para cantar a Dios; para
Navidad arribarían siempre a un monasterio donde todas las necesidades esta-
ban cubiertas por la divinidad y en el que los monjes no habían envejecido en
ochenta años, dedicados únicamente a rezar en silencio.
24
favor por una ave; visitaron una isla en la que había tres pueblos, habitados res-
pectivamente por niños, jóvenes y ancianos; en otra se alimentaron de uvas del
tamaño de manzanas. Cerca del final de su viaje, los monjes llegaron a las cer-
canías del infierno, donde Judas les contó cómo era torturado por los demo-
nios excepto los domingos, cuando podía sentarse sobre una roca a recibir los
embates del mar, no como castigo sino como una tregua a los tormentos.
Transcurridos siete años entre éstas y otras aventuras, la comitiva llegó a la Tierra
de Promisión, una hermosa isla repleta de árboles frutales y piedras preciosas en la
que siempre era de día. Allí Brendan recibió el encargo de volver a su patria.
Olaus Magnus, Carta marina et descriptio septemtrionalium terrarum ac mirabilium rerum in eis contentarum
[fragmento], 1539 [Biblioteca Rediviva de Upsala, RL]
25
rra firme, y en su lomo celebraron una misa de Pascua y prepararon un fuego
para cocinar. Se dieron cuenta de su error cuando el animal comenzó a mover-
se, obligándoles a embarcarse en la nave apresuradamente, dejando sobre la
espalda del cetáceo numerosos utensilios, entre ellos la marmita de cocción.
Dios reveló a Brendan que se trataba de Jasconius, el primer pez que pobló los
mares y, desde entonces, cada año los monjes volvían en la misma festividad a cele-
brar los ritos sobre su lomo. Es éste el episodio más famoso de la epopeya brenda-
niana y por eso en numerosísimas ocasiones el santo ha sido representado repeti-
damente sobre un cetáceo en las ilustraciones de las edades Media y Moderna; y
en los bestiarios medievales, así como en la iconografía sobre la isla de San
Borondón, no es raro encontrarse con el episodio de los preparativos de cocina.
La aventura de la isla que resulta ser una ballena es idéntica a la que prota-
goniza Simbad el marino en su primer viaje —según se narra en Las mil y una
noches—, lo que significa que la historia de la navegación de san Brendan tiene
una estrecha relación con la literatura árabe, de la que podría ser deudora, tal
26
como afirma De Goeje6. Este hecho abre la posibilidad de que la epopeya de
san Brendan esté inspirada en relatos previos, lo cual, unido a la existencia de
numerosas historias de islas maravillosas en complejos mitológicos de distin-
tas culturas de la antigüedad, nos anima a hacer un repaso de ellas para buscar
una posible raíz común.
Sin embargo, no debemos olvidar que en el caso que nos ocupa nos vale
tanto una isla como una ballena gigante. Si repasamos la existencia de islas
míticas en las antiguas culturas de las que somos deudores, nos llevaremos
una enorme sorpresa al comprobar con cuánta profusión fantasearon nues-
tros antepasados con la existencia de extrañas ínsulas de características mara-
6 DE GOEJE (1891).
7 ASÍN PALACIOS (1919), pp. 316-317.
8 GÉNESIS, 1: 21; TALMUD, Bathra 74b.
27
villosas. La isla es, sin lugar a dudas, uno de los motivos de inspiración mito-
lógica más recurrentes en las diversas culturas.
Nos parece que sendas tesis de Graves y Jung han de encontrar un equi-
librio para explicar el nacimiento y desarrollo de los mitos con la interven-
ción de acontecimientos históricos y motivaciones psicosociales. Si hemos
de creer a Eloy Benito Ruano, uno de los investigadores que más se ha inte-
resado por el estudio del fenómeno samborondoniano desde todos sus
flancos, «el hecho histórico, geográfico y literario de San Brandán consis-
te, en esquema, en un suceso cierto, cuyos pormenores y después su esen-
cia han sido abultados y deformados literaria y popularmente. Tal es el ori-
gen de las leyendas propiamente dichas y éste es el mecanismo de toda
tradición que no sea pura creación novelesca —caballeresca o lírica— de
la Edad Media»11.
28
Siguiendo este razonamiento, no resulta descabellado relacionar la presen-
cia de islas en las tradiciones legendarias de los pueblos con las noticias sobre
la llegada de algunos viajeros a tierras desconocidas, a lo cual debemos añadir
la necesidad psicológica de inventar un lugar idílico en el que poder situar a
aquellos marinos que nunca volvieron de un viaje.
29
que siempre imaginamos mejores. Y este matiz junguiano es precisamente lo
que conforma el verdadero puente entre los mitos clásicos y el actual de San
Borondón, un puente que, no hace muchos siglos, tenía escala en unas
Canarias por las que hoy pasa de largo porque se han vuelto geograf ía.
No obstante, los extremos de este puente están muy distantes entre sí. El
último clásico que habla de islas inaccesibles es, probablemente, Ptolomeo
(siglo II de nuestra era), que incluso se atreve a dar sus coordenadas geográfi-
cas en una posición muy cercana a las actuales Canarias. Tras él se agotan
durante largos siglos, si no las creencias, sí al menos las referencias escritas a
30
Gracioso Benincasa, Mapa, 1482 [EMC]
la escurridiza isla. En efecto, desde Ptolomeo, hay que esperar hasta el siglo
XIV —cuando Europa empieza a sentir los primeros síntomas de la fiebre
expansionista que definirá los siglos posteriores— para asistir de nuevo al
surgimiento de toda una legión de islas desconocidas que cada reino o país
se empeña en identificar, nominar y cartografiar incluso antes de estar segu-
ro de su existencia, para así, en caso de que dicha existencia sea confirmada,
poder demostrar de manera más o menos fehaciente su primer descubri-
miento y, por tanto, su propiedad. Es entonces cuando los mapas portulanos
comienzan a mostrar sus enjambres de islas inexistentes a las que se asignan
los nombres más dispares.
31
SAN BORONDÓN EN UN ATLÁNTICO SUPERPOBLADO
Las islas míticas que el imaginario colectivo sitúa perdidas en el océano, espe-
cialmente en el Atlántico, son extraordinariamente numerosas, lo que parece
que viene a apoyar la idea que hemos planteado de las motivaciones psicosocio-
lógicas para su creación, al tiempo que —como acabamos de apuntar— las moti-
vaciones políticas y geoestratégicas contribuyen enormemente a su difusión y
multiplicación. Entre los relatos mitológicos clásicos y las representaciones car-
tográficas antiguas y modernas hemos podido identificar más de treinta nom-
bres distintos de islas inexistentes, algunos de ellos referidos a conjuntos de
archipiélagos, por lo que podemos imaginar un océano repleto de islas que apa-
recen y desaparecen como si se tratara de un cielo estrellado.
32
que reúnen las mayores densidades de aventureros, entre los que destacaban
especialmente los caballeros pertenecientes a órdenes híbridas entre militares
y religiosas. En cualquier caso, sus viajes eran siempre por tierra o por mares
interiores, donde los peligros, aunque numerosos, fueran, al menos, conoci-
dos. El Gran Océano, con sus islas y sus reinos, sus monstruos y su límite abis-
mal, estaba —por supuesto— fuera de sus rutas.
Volviendo a nuestro tema, hay que recordar que el caso de San Borondón tiene
una característica especial que, aunque no lo haga único, sí lo diferencia de
otras islas fantásticas. Hablamos del hecho de que la isla no es simplemente
una tierra que aparece en relatos difundidos como cuentos o como pura litera-
tura, ni tampoco una tierra desconocida cuya existencia se sospeche; además
de esto, San Borondón es una isla que aparece y desaparece en lugares dife-
rentes dentro de una amplia área geográfica, dejándose ver desde la distancia
pero eclipsándose siempre antes de poder arribar a ella. Por ello es curioso
constatar cómo en sucesivas etapas de la historia, desde que Ptolomeo le diera
el nombre de Aprósitos, la isla ha ido recibiendo otros que son, en realidad,
adjetivos descriptivos de su naturaleza escurridiza: Inaccesible, Non
Trubada, Encantada, Perdida, Encubierta... Incluso el nombre de San
Borondón, que es una evolución del de san Brendan, se refiere en realidad a
una etapa concreta del periplo atlántico de este monje: aquélla en la que,
junto a sus compañeros, desembarca en la isla-ballena y comprueba la exis-
tencia de un monstruo que, con apariencia de isla, se mueve por el océano
como corresponde a su naturaleza animal.
33
este punto, hemos de diferenciar entre dos tipos de mitos: los referidos a la
existencia de islas con unas u otras características fantásticas (como es el caso
de las islas de los Bienaventurados, las Gorgonas, etc.) y los referidos expre-
samente a islas que desaparecen ante los ojos de los viajeros o que son halla-
das a veces por azar y nunca por voluntad. Los primeros, como se ha dicho,
pueden asociarse —si se quiere— a los archipiélagos reales del Atlántico
nororiental, y, por tanto, han experimentado la evolución desde la fantasía
hacia la tangibilidad. Pero los segundos, en cambio, han sufrido una suerte
diferente, ya que han evolucionado desde la inexistencia fantástica hacia la
inexistencia tangible al quedar desvelado su secreto a la luz de la razón.
Entre todas estas islas intangibles, la de San Borondón fue la que más resisten-
cia opuso siempre a su desaparición del imaginario colectivo, para lo cual se
valió de su extraordinaria capacidad de ser vista por isleños y navegantes. Por
ello, no es de extrañar que tan peculiar tierra acabara siendo cartografiada.
En una ocasión, allá por el año 1958, el escritor catalán Noel Clarasó se sor-
prendía en El Museo Canario de Las Palmas cuando se le mostraba un mapa
de San Borondón, tal vez el diseñado por Leonardo Torriani al final del siglo
34
XVI, una copia del cual se exponía entonces a los visitantes. Admirado, escribió
en la prensa nacional y regional: «Es curioso. Existe un mapa de una isla que
no existe...»12. Lo que Clarasó no sabía es que no se trataba de un caso único.
San Borondón, al igual que otras muchas islas, aparece en varios mapas medie-
vales, en casi todos los portulanos atlánticos de los siglos XIV, XV y XVI, y en
numerosos mapas posteriores, incluso en algunos del siglo XIX.
No hay que olvidar que estamos hablando de una tierra que, de hecho,
puede verse en el horizonte cuando se dan las condiciones adecuadas, por más
que su existencia f ísica esté absolutamente descartada en la actualidad (excep-
to para algunos místicos demasiado sugestionables). San Borondón es, ni más
ni menos, un efecto óptico atmosférico, como veremos en el capítulo corres-
pondiente, pero, sea cual fuere la explicación, de lo que no cabe duda es de que
San Borondón se nos aparece con frecuencia, y es impulso natural en el ser
humano representar lo que ven sus ojos o cree su mente. Por ello no faltan des-
cripciones textuales del fenómeno13 ni, por supuesto, dibujos de su silueta o
incluso de su planta, llegando a aparecer muy frecuentemente, como hemos
dicho, en innumerables mapas y cartas de navegar.
12 CLARASÓ (1958). Noel Clarasó no olvidaría nunca la experiencia de encontrar un mapa de estas caracterís-
ticas, y por ello recordaría la anécdota años más tarde (en 1974) con motivo de la independencia de la isla
de Granada. CLARASÓ (1974).
13 Pondremos un ejemplo seleccionado por su carácter de primicia, ya que después de su publicación en
Suecia alrededor de 1708 se había perdido su rastro hasta este momento. Se trata de una pequeña obra aca-
démica sobre Canarias escrita en latín por Georgius Melin para ser presentada en la Universidad de Upsala
en dicho año y editada en la misma ciudad por la Officina Werneriana. Su título es Exertitium academicum
de insulis Canariis y, en el fragmento que nos concierne, refiriéndose erróneamente a Nivaria (Tenerife), el
autor describe las características de nuestra San Borondón. Transcribimos el fragmento según la traduc-
ción proporcionada gentilmente por el profesor Antonio Henríquez Jiménez: «Pero sin embargo era tenida
por innaccesible, porque siendo vista por los navegantes a doscientos sesenta mil pasos, o como otros quie-
ren, por un espacio de sesenta millas, no siempre aparece, sino sólo durante la aurora y después de la caída
del sol. Pues especies de cosas remotas surgen a través de los vapores matutinos y vespertinos más alto que
durante el día, cuando el sol disipa los vapores. Esto sucedería, como parece verosímil, a aquellos que inten-
taron alcanzar los primeros esta isla, que habrían visto la isla poco antes de la salida del sol desde tan amplia
distancia como cercana, pero inmediatamente era retirada de sus ojos. Y cuando lo mismo sucedía a la últi-
ma y tercera luz, alucinados por la inmensidad del lugar creyeron que su carrera era retardada o que la isla
35
Esta gran cantidad de representaciones gráficas puede dividirse en tres
grupos atendiendo a la concepción que los cartógrafos tenían de lo que era San
Borondón. Esta ordenación no implica necesariamente una secuenciación cro-
nológica rígida, lo cual significa que las diferentes concepciones convivieron
durante años hasta llegar a la actual idea de una sola isla que lleva el nombre del
santo. Por ello, no parece lógico separar tajantemente en nuestro discurso los
mapas medievales de los portulanos y las cartas náuticas posteriores.
huía de continuo; por eso creían los antiguos que era inaccesible. Entre otras cosas, tenemos un experimen-
to muy claro de este fenómeno en la isla situada en nuestro mar Báltico, cerca de Oelandia, que llamamos
Jungfrun, así como en Gunnar Dor, las cuales aparecen de muy diverso modo por la variada constitución
de la atmósfera horizontal. Pues a veces se ven muy elevadas sobre el horizonte y al instante no se ven ente-
ramente, y no sólo se ven de diversas formas y colores, sino también en lugares diferentes. Sobre esto últi-
mo se podrá consultar el muy ilustre señor D. Hierne, médico real, en el tratado sobre el agua, pp. 97 y ss.,
donde expone claramente estas cosas una a una según todas las circunstancias». No hemos podido com-
probar esta última cita, pero probablemente se refiera a Urban Hiärne (1641-1724), autor de la obra Den
lille wattuprofwaren (Pequeño analizador del agua).
14 Este mapa fue destruido en un bombardeo sobre Hannover en 1945, pero se conservan algunas copias y
numerosas fotograf ías.
15 Archivo de la Catedral de Hereford.
16 Biblioteca Nacional de París.
36
como tierras reales y no como meras posibilidades. Resulta curioso que esta
carta, al mismo tiempo que muestra los últimos conocimientos geográficos
como las Canarias redescubiertas, se haga eco de la geograf ía legendaria,
mostrando al noroeste de estas islas un pequeño archipiélago formado por
las islas Primaria, Capraria y Canaria y con el nombre colectivo de Insulle sci
Brandanj siue puelarum (Islas de San Brandano o de las niñas). Para el car-
tógrafo portugués Anselmo Cortesão se trata de las islas de Madeira, que,
descubiertas oficialmente en 1418, ya figuraban en el Atlas Mediceo
Laurentino de 1351, en la carta de los hermanos Pizzigani de 1367 y en el
Atlas Catalán de 1375, por citar algunos ejemplos. Por su parte, Segundo de
Ispizúa17 opina que se trata de las Azores. En cualquier caso, se puede pen-
sar que Dulcert debió de solapar el redescubrimiento de las Canarias con los
conocimientos clásicos de Ptolomeo y Plinio (de ahí los nombres que asigna
a estas tierras).
17 ISPIZÚA (1922).
18 SÖRGEL DE LA ROSA (2001), pp. 101-107.
37
referencias a la isla encubierta. Al revisar esta lista llama extremadamente la
atención el hecho de que San Borondón (o sus variantes ortográficas) surja no
sólo en la localización a la que estamos acostumbrados, sino también en las
cercanías de Terranova o incluso en el Océano Índico, donde sistemáticamen-
te la ubican los mapas de los siglos XVI, XVII y XVIII haciendo compañía a la isla
de Madagascar19. Lo que sí podemos hacer, ya que Sörgel nos invita a ello, es
añadir a esta lista algunos mapas que escaparon a su revisión, como el legen-
dario mapa de Piri Reis trazado en 1513, el profusamente ilustrado mapamun-
di de Olaus Magnus de 1539, el atlas de Joan Martines de 1587, el Mercator de
1595, el mapa de Scandia de Magini de 1596, el libro de historia de la navega-
ción de Cornelis de Houtman de 1609, el globo terráqueo de Coronelli de 1688
que conserva el Museo Naval de Madrid, el mapa de De l’Isle de 1742...
Joan Martines, La isla de S. Brandan, junto a una hermosa rosa de los vientos
[fragmento de Atlas], 1587 [EMC].
19 Esta isla índica no es sino un grupo de islotes que forman parte de un arrecife de las islas Mascareñas
(Mauricio). Este grupo recibe los nombres alternativos de Saint Brandon Shoals y Cargados Carajos.
38
Además de estas representaciones cartográficas, la supuesta isla también
fue objeto de dibujos; sus avistadores —algunos con más destreza que otros—
recogieron como fuente de estudio o como simple testimonio de su aparición
en el horizonte. Así ocurre con Leonardo Torriani (1587), Manuel Fernández
Sidrón (1735), Matías-Pedro Sánchez Bernalt (1735), Cayetano de Huerta
(1737), José de Viera y Clavijo (1772)...; incluso existen documentos más feha-
cientes obtenidos con técnicas modernas, como las fotograf ías obtenidas por el
palmero Manuel Rodríguez Quintero (1957), una de las cuales fue publicada en
la prensa nacional20 propiciando un nuevo renacimiento del mito, o la graba-
ción videográfica tomada desde Gran Canaria por Jaime Rubio Rosales en 2003.
39
2
De todas las islas míticas localizadas en el Atlántico —a las que nos hemos
referido en el capítulo anterior— sólo ha pervivido la de San Borondón, con-
servada en el imaginario canario. Resulta curioso observar que esta misma isla
haya desaparecido de todos los enclaves oceánicos excepto del ámbito más cer-
cano a las Canarias occidentales, particularmente del horizonte visible de La
Palma, donde se sigue produciendo con irregular frecuencia el fenómeno ópti-
co que remeda una ínsula donde no la hay. Por supuesto, las características de
41
la isla son conocidas en todo el archipiélago, pero es aquí donde su presencia
intermitente se deja notar con más intensidad, siendo en gran medida esta pre-
sencia en las cercanías de La Palma la que ha propiciado la fijación perenne del
mito, conocido en todas las islas canarias, cuando ya resulta prácticamente
ignorado en otros enclaves atlánticos, incluyendo los archipiélagos vecinos de
Madeira y Azores, otrora tan significativos en la historia de San Borondón.
42
hubieran visto alguna vez San Borondón1. Esta falta de información podría
explicarse por el hecho de que los conquistadores y colonos no se interesa-
ran por la cultura prehispánica, de cuyo universo mítico nos ha llegado real-
mente poco más que unas colecciones de ídolos y otros vestigios arqueoló-
gicos, pero quizás otro razonamiento congruente sea que, debido a la falta
de conocimientos básicos de navegación2, los habitantes de estas atalayas
hubiesen considerado que San Borondón fuera tan real como Tenerife, isla
que también veían normalmente en el horizonte sin poder llegar a ella. En
el complejo mitológico de los indígenas parecen tener especial importancia
las montañas e hitos geográficos (Roque Bentaiga, Fortaleza de Chipude,
Montaña de Tindaya, Roque Idafe...). Siguiendo esta línea, algunos investi-
gadores han llegado a la conclusión de que la cumbre de Tenerife represen-
taba un papel importante no sólo en la cultura de esta isla, sino también en
la de todas las demás. En efecto, numerosos yacimientos arqueológicos de
todo el archipiélago están orientados hacia este punto; téngase en cuenta
además el hecho de que el propio nombre de Tenerife pueda no ser sino el
apelativo por el que los benahoaritas conocían al Teide (su significado no
sería otro que ‘monte nevado’, como afirma Alonso de Espinosa)3. Siendo
así, si los primitivos habitantes de las islas veneraban sus montañas y las de
las islas vecinas, ¿por qué no inferir que también acogieron los montes de
San Borondón en el seno de sus religiones? En cualquier caso, carecemos de
indicios concluyentes para afirmar estos extremos.
1 Se podría oponer a este razonamiento la posibilidad de que la isla inexistente que ven los canarios con fre-
cuencia en el horizonte no sea más que una sugestión provocada por nuestro propio mito de San Borondón,
con lo que quedaría invalidado el argumento a favor de los avistamientos protagonizados por aborígenes.
Sin embargo, las numerosas aseveraciones —que iremos viendo oportunamente— de testigos extranjeros
que no están necesariamente imbuidos de la leyenda, nos permiten incidir en la suposición de que la isla
hubiese podido ser observada desde Canarias antes de la llegada de los europeos.
2 Los conocimientos navales de los primitivos canarios han sido ampliamente discutidos en diversas investi-
gaciones. Destaca el amplio estudio de Soraya Jorge sobre las navegaciones atlánticas de la Antigüedad,
donde la conclusión es clara: «Las poblaciones aborígenes que poblaron el archipiélago no practicaban la
navegación en el momento de la Conquista». JORGE GODOY (1996), p. 88.
3 TEJERA, MONTESDEOCA (2004), pp. 35-42.
43
PRIMEROS AVISTAMIENTOS Y EXPEDICIONES MODERNAS
Una vez que los europeos asientan sus pies en Canarias, las referencias
escritas sobre la isla encantada se hacen habituales en cualquier crónica o
descripción del archipiélago. Tanto es así que la existencia de San
Borondón no dejaba lugar a dudas, y la promesa de hallar una tierra de
características fantásticas, y seguramente con enormes posibilidades de
explotación, animó a autoridades y aventureros a organizar innumerables
expediciones para arribar a sus costas a mayor gloria del reino y, sobre
todo, de sí mismos.
4 ARRUDA (1932).
5 La mítica isla de las Siete Ciudades, frecuentemente relacionada con San Borondón, es una tierra en la que
supuestamente se establecieron siete obispos portugueses que huyeron de la invasión musulmana durante
la Edad Media. En esta isla fundaron ciudades en las que, durante siglos, mantuvieron la lengua portuguesa
y un modo de vida basado en el cristianismo piadoso. Un buen relato sobre esta isla fue recogido por
Manuel Fernández Sidrón en el manuscrito Ms 5 de la Universidad de La Laguna, que a su vez fue estudia-
do por BENITO RUANO (1970-1973), v. I, pp. 201-221.
44
En 1487 un flamenco establecido en la isla azoreana de Terceira,
Ferdinand van Olm (conocido allí como Fernão Dulmo) se propuso también
descubrir la isla de las Siete Ciudades con ayuda financiera del mercader de
Funchal João Afonso do Estreito, para lo que ambos obtuvieron licencia y
promesas de Juan II. El escritor dominico Bartolomé de las Casas cita esta
aventura al nombrar al marinero gallego Pedro de Velasco, quien durante
una estancia en Murcia habló a Colón de una tierra que había visto al oeste
de Irlanda, alejándose en alta mar en uno de sus viajes. Velasco refiere que
aquella tierra podía ser la misma que había intentado descubrir un tal
Hernán Dolmos.
45
Lo mismo podríamos decir de los reyes españoles, que acabarían imitando
el ejemplo de sus vecinos. Así, en 1519, el regidor de La Palma Francisco
Fernández de Lugo, aprovechando una estancia en la corte durante la cual
intercambió la regiduría de esta isla por la de Tenerife, propuso a la corona de
Castilla unas capitulaciones parecidas a las que se firmaron con Colón en Santa
Fe en 1492 y que estaban en la línea de las concedidas a Dulmo y Estreito.
Francisco Fernández de Lugo propone partir con tres naves a «arar la mar
por espacio de un año, si fuere menester» hasta hallar esa isla que muchas
veces divisaba desde La Palma y a la que llamaba Sant Blandián. A cambio,
como era de suponer, pide el título de capitán general durante la conquista y el
gobierno perpetuo de la isla cuando ésta concluyera, además del cargo de
alguacil mayor, un salario, la décima parte del oro y plata que se obtuviera, el
derecho de repartimiento de tierras (con un mínimo para sí) y otras condicio-
nes como la posibilidad de nombrar personalmente regidores y escribanos6.
Un tiempo más tarde, Fernández de Lugo afirma en la corte que unos marine-
ros a quienes había pagado para hacer la descubierta habían encontrado la isla
y la tenían marcada para dar aviso de dónde estaba, por lo que pedía el cum-
plimiento de las condiciones firmadas.
46
ambos navegantes volvieron derrotados —y seguramente avergonzados— des-
pués de haber recorrido durante varias jornadas las inmediaciones del lugar
del supuesto desembarco portugués.
Poco más tarde, en 1537, Gabriel de Socarrás Centellas organiza una nueva
aventura destinada a encontrar la tan ansiada tierra. Socarrás había participado
en la conquista de La Palma, isla de la que era regidor en esta fecha. Según unos
documentos conservados en el Archivo General de Indias, planificó la conquis-
ta de la ínsula de San Bernardo, que su piloto Antonio de Fonseca había descu-
bierto entre La Palma y La Española. Estos documentos fueron localizados en el
archivo sevillano por Antonio Rumeu de Armas, quien los dio a conocer en
19658, pero no fueron estudiados hasta 1996, esta vez de la mano de Emelina
Martín Acosta9, quien apunta que el nombre de San Bernardo asignado a la isla
responde a la necesidad de evitar el de San Borondón, tal vez demasiado risible
para que el emperador Carlos tomara en serio la propuesta de su conquista. Los
papeles a los que nos referimos no son otra cosa que unas capitulaciones en las
que Socarrás obtiene la licencia real para descubrir, conquistar y poblar dicha
isla, recibiendo en caso de éxito los títulos de gobernador, capitán general y
alguacil mayor, así como otras prebendas y mercedes, tierras, vasallos y esclavos.
47
tigos daban testimonio fuera de toda sospecha, confirmando la realidad de un
fenómeno óptico que se produce en éste y otros muchos enclaves del orbe. Sin
embargo, ciertas noticias no remiten a este efecto ocular, sino que más bien
manifiestan la desorientación de algunos marinos que juzgan estar en un lugar
en el que no debería haber ninguna tierra, cuando en realidad están en las
inmediaciones de alguna isla conocida; esto es posiblemente lo que les ocurrió
a los ocupantes de un navío francés varado en 1560 en «la que identificaron
con San Borondón»; tras reparar su palo mayor, dejaron una cruz, una carta y
algunas monedas de plata para atestiguar su paso por la fabulosa playa11. Otras
veces es la propia credibilidad del testigo la que nos hace dudar de su testimo-
nio, como sucede en dos de las más famosas declaraciones relacionadas con
este tema: la del hidalgo Ceballos —homicida huido de España, que describió
en 1554 sus varias arribadas a San Borondón12— y la del corsario John
Hawkins —quien dijo haber estado en la isla tres veces tras salvar las fuertes
corrientes que la rodeaban, aptas sólo para marinos excepcionales—.
48
do actuó como barrera de grandes corrientes marinas, evitando el desembarco
en la más protegida de las islas de nuestro archipiélago.
Hemos de creer que los años posteriores fueron deliciosamente ricos en avista-
mientos desde las islas Canarias occidentales. Tanto fue así que el regente de la
Real Audiencia de Canarias, el doctor Hernán Pérez de Grado, acabó encargan-
do la más completa recogida de información sobre San Borondón de que se
tenga noticia, una investigación que, de resultar positiva, habría de llevar inexo-
rablemente a la organización de una nueva expedición de descubierta.
Hernán Pérez de Grado, que llegó a Gran Canaria en 1566 para ocupar
el cargo de regente de la Real Audiencia de las islas, supo muy pronto de la
posible existencia de San Borondón (ya su mención se hacía cada vez más
frecuente). Los avistamientos fueron tantos en 1570 que el nuevo regente
ordenó el 3 de abril que las justicias de La Palma, El Hierro y La Gomera
recogieran toda la información posible mediante el interrogatorio de cuan-
tas personas hubiesen tenido cualquier contacto con la isla movediza,
incluyendo no sólo a quienes la hubieran visto en la lejanía, sino también
—y sobre todo— a quienes pudieran haber desembarcado en sus playas.
49
serva. Núñez relata que él mismo pudo tenerlo en sus manos cuando lo custo-
diaba Bartolomé Román de la Peña, que había sido gobernador de El Hierro y
que residía en Garachico14.
14 El ingeniero Próspero Casola realizó una copia de este informe hacia el año 1590, pero Benito Feijoo insi-
núa que esta copia «fue supuesta». Esta afirmación la toma el benedictino de un manuscrito sobre San
Borondón —que a la sazón estaba en sus manos— escrito por un jesuita cuyo nombre no cita.
15 Torriani refiere que fueron sólo tres los marineros que desembarcaron y que ninguno de ellos pudo volver
a bordo cuando una fuerte corriente de mar alejó la nave de la costa. TORRIANI (1592), p. 324.
16 VIERA Y CLAVIJO (1772-1783b), v. I, pp. 89-90 y ABRÉU GALINDO (1632), pp. 340-341, refieren esta historia
pero omiten los detalles de la cruz, las pisadas y los restos de fuego. TORRIANI (1592), p. 324, sólo omite lo
de la cruz, mantiene que encontraron grandes pisadas y añade que había humaredas en la lejanía.
50
de la Real Audiencia o si actuaba por propia iniciativa17, pero el caso es que
sus consultas dieron resultado positivo, muy similar al que se había obteni-
do en la isla de La Palma. Así, la definitiva declaración de Marcos Verde o de
sus hombres18 constituyó otro excelente acicate para la organización de una
operación de descubierta que seguramente ya estaba en la mente de los pes-
quisadores. La versión de Verde relataba que a su regreso de Berbería se topó
con la isla y la rodeó en busca de un buen puerto en el que desembarcar. Sin
17 ABRÉU GALINDO (1632), p. 341, dice que Funes investigó el asunto porque era «curioso y amigo de inquirir
curiosidades»; NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676), p. 10, también sostiene que fue «por curiosidad». Por su parte,
TORRIANI (1592), p. 323, fecha la investigación de Funes en 1569, un año antes de la de Pérez de Grado. Es
muy probable que el cremonense se equivocara de fecha, puesto que es el único autor que no la sitúa en
1570, pero está claro que con ese error está resaltando la independencia del visitador en las razones que lo
llevaron a iniciar la pesquisa.
18 Cioranescu, basándose en la dudosa redacción de Torriani, infiere que la investigación se hizo en ausencia
de Marcos Verde, que en aquella fecha había fallecido. Véase la nota 7 en TORRIANI (1592), p. 323.
51
dudar que estaban en San Borondón, el capitán y varios miembros de la tripu-
lación pisaron tierra en cuanto hallaron un lugar adecuado, pero la llegada de
la noche les hizo volver pensando posponer la exploración para la mañana
siguiente; un acierto providencial, porque enseguida se manifestó un terrible
temporal que arrastró el navío con sus anclas, alejándolo de la costa19.
HERNANDO DE VILLALOBOS
19 ABRÉU GALINDO (1632), pp. 341-342; NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676), p. 10; Viera y Clavijo cuenta otra versión de
lo sucedido y asegura que el barco se alejó de la costa por prudencia ante la llegada del temporal. Véase:
VIERA Y CLAVIJO (1772-1783b), v. I, pp. 90-91.
20 NÚÑEZ DE LA PEÑA (1676), p. 7.
52
realizó a La Palma en mayo de 1581. Fueron registrados como tales su padre,
el mercader Álvaro Díaz de Villalobos —encausado por el Santo Oficio por
prácticas judaizantes—; un pariente llamado Luis Pérez de Lara, escribano del
Juzgado de Indias; y el propio Hernando21. Aun así, en 1564, estando en La
Habana, nuestro marino había sido nombrado depositario general para las
penas de cámara en La Palma, cargo que hizo efectivo a su regreso en agosto
de 156622 y que ocupó mientras tanto su progenitor por medio de un poder
expedido al efecto23. En cualquier caso, tal vez por su condición de converso y
por las prerrogativas inherentes a este cargo24, parece que el resto de los regi-
dores del cabildo palmero expresaron su desacuerdo con este nombramiento.
En cuanto a su vida familiar, Villalobos contrajo matrimonio con Isabel de
Morales y tuvo al menos un hijo, Álvaro Díaz de Villalobos, bautizado en la
parroquia de El Salvador de Santa Cruz de La Palma el 5 de diciembre de
1567, quien se desposó a su vez con Leonor Machado en 158525. Según
Cioranescu, falleció antes de 159026, pero lo cierto es que su rastro docu-
mental lo encontramos aún en 1595 en algunos protocolos notariales,
como se verá a continuación.
21 CIORANESCU (1992), v. II, p. 1135; ANAYA HERNÁNDEZ (1996), pp. 343-344. La madre de Hernando de
Villalobos, Inés de Lara, era hija a su vez de Martín Pérez, probable conquistador y seguro colonizador de
La Palma, quien en 1501 obtuvo por data de Alonso Fernández de Lugo 8 cahíces de tierra y monte en La
Galga, al igual que su hermano Álvaro Pérez. Véanse: AFP, caja 1, leg. 1, n. 40, ff. 295r-295v; y POGGIO
CAPOTE (2001), docs. 44, 56, 57, 58 y 64).
22 CIORANESCU (1992), v. II, pp. 1135-1136.
23 AMSCP, Libro de Acuerdos del Concejo (1557-1567), caja 665 altas (5/8/1566).
24 Estas prerrogativas están detalladas en la carta de merced en la cual Felipe II le concede este oficio. Véase:
AMSCP, Libro de Acuerdos del Concejo (1557-1567), caja 665 altas (5/8/1566).
25 CIORANESCU (1992), v. II, pp. 1135-1136.
26 CIORANESCU (1992), v. II, p. 1136.
53
de descartar que contribuyera a ello la natural ambición de ver aumentados
aún más su fortuna y su poder, ya que el éxito de la empresa podría facilitarle
nuevas y enormes riquezas, prebendas y distinciones entre las que no habría
estado de más el cargo de gobernador de la isla. De esta manera, Hernando de
Villalobos partió en busca de San Borondón en la que fue probablemente la
expedición mejor pertrechada que haya navegado nunca con este fin. El resul-
tado hubo de ser, ni más ni menos, equiparable al resto de las frustadas inten-
tonas previas y posteriores.
El fracaso del viaje en busca de San Borondón no fue el último que depara-
ba la vida a nuestro personaje. En la documentación que habla sobre él pode-
mos seguir el rastro de la pérdida de la fortuna familiar algún tiempo más
tarde. Así, junto a algunos destacados protagonistas del Quinientos palmero,
como Álvaro Díaz de Villalobos, Diego Sánchez de Ortega, Anes van Trilla y
Francisco de Salazar, don Hernando sufrió un descalabro económico en bene-
ficio de Luis Maldonado y Guzmán, que se hizo cargo en un primer momento
del dinero y las propiedades perdidas por todos ellos —1.200 doblas en el caso
de la familia Villalobos—. Más tarde, el 15 de julio de 1595, Maldonado cede-
ría parte de este legado al licenciado Pedro de Liaño tras una resolución de la
Real Audiencia de Sevilla27.
27 AGP, PN, Escribanía de Pedro Hernández Guadalcanal, caja 10, cuaderno 2 (15/7/1595), f. 300v.
54
MELCHOR DE LUGO
28 Alejandro Cioranescu apuntó la existencia de algunos de estos documentos en TORRIANI (1592), p. 324, pero
confundió la expedición con la de Villalobos y su importancia pasó desapercibida. Para un estudio de todos
los documentos hallados, véase: REGUEIRA BENÍTEZ, POGGIO CAPOTE (2007).
29 GARRIDO ABOLAFIA (1995).
55
la ambición y el arrojo de quien, ante la remota posibilidad de prosperar hasta
límites insospechados, se lanza a la más improbable de las aventuras con la
esperanza de salir cubierto de oro, de poder y de gloria.
30 Jaques de Monic, flamenco nacido en Brujas hacia 1538, aparece en la documentación notarial de La Palma
formalizando algunos negocios, aunque no tan frecuentemente como sus compañeros de aventura. En 1556
se casó con Beatriz Martín, que aportó una dote de 2.500 ducados que habría de administrar su marido.
Véase: HERNÁNDEZ MARTÍN (2005), p. 234.
31 María de Castilla nació en Santa Cruz de La Palma, hija de Fernando de Castilla, regidor y alférez mayor de
La Palma, y de Beatriz de Riquelme. En 1570 se hallaba viuda de Bernardino de Riberol, graduado en dere-
cho canónico y civil por la Universidad de Sevilla. Riberol se asentó en La Palma como letrado del cabildo
y aquí contraería matrimonio con doña María, estableciendo domicilio en la calle Real (actualmente O’Daly,
3) de la capital. Sus hijos fueron Bernardino, Inés, Leonor, Juan, Esperanza, Francisca, Beatriz, Francisco y
Lucano. Este último habría de tomar parte en esta búsqueda de San Borondón. Véase: NOBILIARIO (1952-
1967), v. IV, pp. 154-158; MILLARES CARLO (1975-1993), v. VI, p. 65; PÉREZ GARCÍA (1985-1998), v. II, pp. 198-
199; PÉREZ GARCÍA (1995), p. 140.
32 Aunque era natural de Las Palmas de Gran Canaria, Gaspar González se trasladó con posterioridad a la
capital palmera, donde en 1565 era ya vicario y participaba en tareas administrativas sobre algunas canti-
dades del diezmo episcopal. En 1569 pasó a ser beneficiado en El Salvador y en 1586 fue ascendido a maes-
trescuela del cabildo catedralicio. El rédito económico de su puesto en el templo palmero, que le permitió
por ejemplo mantener varios esclavos, queda patente en el hecho de que, tras su traslado al cargo catedra-
licio, el Concejo de La Palma solicitara a la corona la división del beneficio de la iglesia de El Salvador en
dos medios beneficios. González aparece citado como bachiller o como doctor —seguramente en discipli-
nas eclesiásticas—; falleció en Las Palmas de Gran Canaria el 5 de octubre de 1599. Véase: LORENZO
RODRÍGUEZ (ca. 1900), v. II, p. 57; HERNÁNDEZ MARTÍN (1999-2005), v. IV, docs. 2464, 2503, 2504 y 2505;
QUINTANA ANDRÉS (2004), p. 297; C ATÁLOGO (1999), v. I, p. 148, fichas 412 y 413; GARRIDO ABOLAFIA (1994).
33 Baltasar de Guisla, nacido en la villa flamenca de Iprés, se asentó en La Palma y se casó en 1546 con Catalina
Van-de-Walle Torres y Grimón, previo concierto con la distinguida familia de la contrayente. De los dos
hijos del matrimonio, Diego y Baltasar, el primero habría de formar parte de la aventura de San Borondón
representando a Van Daizel y a su propio padre. Guisla poseía una fructífera tienda en el centro de Santa
Cruz de La Palma, donde estableció numerosos negocios con residentes y viajeros, lo que le proporcionó
una notable riqueza y una posición social que se vio colmada en el siglo XVIII cuando sus descendientes reci-
bieron el título de marqueses de Guisla-Ghiselín. Véase: NOBILIARIO (1952-1967), v. II, p. 833; HERNÁNDEZ
MARTÍN (2005), pp. 223-224.
56
van Daizel34. La gran presencia pública y, sobre todo, la notabilísima hacienda de
los nuevos socios hacían que el riesgo financiero se presentara con ellos mucho
menos peligroso que en compañía de Monic.
34 Anes van Daizel era también natural de Flandes y se conoce su presencia en La Palma desde 1558. En 1565
contrajo matrimonio con Susana Jacques y estableció una ambiciosa compañía comercial dedicada al tráfi-
co de mercancías con la familia Van-de-Walle, para lo que contribuyó con 1.500 de las 5.000 doblas de oro
del capital inicial del negocio. Vivió en la calle Real, cerca del puerto (en la actualidad O’Daly, 34), en un
inmueble de dos plantas cuyo piso alto destinó a habitación y el bajo a lonja y almacén para toda clase de
géneros. Una de sus hijas, Juana, fue apadrinada por Beatriz Martín, esposa del citado Jacques de Monic.
Véase: HERNÁNDEZ MARTÍN (2005), pp. 234, 236, 255-261; PÉREZ GARCÍA (1995), pp. 79, 81-82.
35 Antonio de Troya Sañudo (Las Palmas de Gran Canaria, 1530-Santa Cruz de La Palma, 1577) fue doctor en
leyes. De su matrimonio con Elena de Salazar se conocen ocho hijos: Leonor, Francisco, Catalina, Alonso,
Luis, Francisca, Elena y Antonio.
36 AMSCP, Libro de Acuerdos del Concejo (1557-1567), sesión correspondiente al 17 de diciembre de 1559, caja
665 altas (5/8/1566). Disfrutó este cargo hasta el 13 de noviembre de 1560, fecha en que se nombró a Pedro
Aguilar. Con posterioridad alternó esta plaza con la capital grancanaria, dado que en 1566 fue recibido
como abogado de la Real Audiencia de Canarias.
57
conocido por el grancanario; de esta manera, es muy probable que tanto sus
pesquisas orales como el propio manuscrito hubiesen estado a disposición de
esta expedición, contribuyendo incluso a idearla. Además, también cabe que
los comentarios de Thomas Nichols apoyaran el germen de la empresa; no olvi-
demos que este viajero pasó unos años antes por La Palma, recogiendo algunos
relatos de primera mano sobre la conquista de Nueva España; a juzgar por su
pequeña obra Descripción de las islas Afortunadas, entre estos relatos debían
de estar los referidos a San Borondón37.
58
Lo cierto es que el 18 de mayo de 1570 Lugo y Monic suscriben un documen-
to para fletar el navío San Andrés (construido unos pocos años antes en la playa
palmera de San Andrés y del que era copropietario el capitán Miguel Pérez38) y
establecer todos los detalles del viaje. En ese momento la idea ya estaba
madura, como demuestra el hecho de que pensaran partir de inmediato, sin ni
siquiera recabar el permiso ni las habituales capitulaciones reales (como habí-
an hecho antes los citados Fernández de Lugo en 1519 y Socarrás en 1537). Tal
vez las prisas respondieran a la seria competencia con la expedición de
Villalobos, que debió de zarpar en fechas cercanas. Sin embargo, algo ocurrió
en los días siguientes porque el 22 de mayo otro documento revoca el fleta-
mento del barco y establece un contrato similar (esta vez sin Monic) entre
Melchor de Lugo, María de Castilla, Gaspar González, Baltasar de Guisla y
Anes van Daizel, encargados de sufragar los gastos.
El liderazgo del galeno se materializa en otra escritura que dicta las condi-
ciones del viaje, entre ellas el nombramiento de Lugo como sobrecargo y capi-
tán de la expedición. En este mismo escrito se establece que los demás parti-
cipantes no tomarán parte personal en el viaje, delegando su representación
en individuos de su confianza para así formalizar como mérito de todos cual-
quier descubrimiento. De esta manera, Gaspar González comisiona a su herma-
no Baltasar, que habrá de ser capitán y sobrecargo de la exploración —y posible
conquista— en caso de encontrar la isla; Baltasar de Guisla y Anes van Daizel
delegan en el hijo del primero, Diego de Guisla, que asumirá el título de alférez si
fuera necesario un desembarco; y María de Castilla envía al menor de sus nueve
38 Miguel Pérez, capitán del número de Su Majestad, piloto mayor de La Palma y familiar del Santo Oficio, era
de origen portugués. Contrajo matrimonio con Melchora Hernández de Ocanto, hija del mercader palmero
Baltasar Hernández de Ocanto y de Francisca Hernández de Aguiar, también natural de esta isla. Su hija
Francisca fue asesinada en 1629 por su esposo, Blas Lorenzo de Cepeda, por lo que los nietos fruto de este
matrimonio quedaron a su cargo. El capitán Pérez simultaneó su oficio con actividades comerciales; era
copropietario del San Andrés y mantuvo negocios, entre otros, con Baltasar de Guisla. Véanse: PÉREZ
GARCÍA (1995), pp. 173-174; LORENZO RODRÍGUEZ (ca. 1900), v. I, p. 189; v. II, p. 350; HERNÁNDEZ MARTÍN
(1999-2005), v. IV, doc. 2358.
59
hijos, Lucano de Riberol, que en este documento no recibe ninguna tarea y que
en otra carta, fechada un día más tarde, queda facultado para informar personal-
mente al rey en la corte si San Borondón fuere hallada por los expedicionarios.
60
za del regreso de don Sebastián (que ejemplifica el anhelo de independencia
de Portugal) es un mito fundamental en la historia lusa, conocido como
sebastianismo; en el siglo XVIII habría de ser relacionada con San Borondón
por Manuel Fernández Sidrón en su Carta apologética, un alegato contra el
escepticismo del Teatro crítico de Feijoo, que negaba la existencia de la hui-
diza tierra atlántica.
También en 1604 se produjo una nueva tentativa tras otra oleada de noticias
sobre su avistamiento. Entre ellas se encontraba la que un navegante francés
relató a Abréu Galindo. Según éste, su barco perdió los mástiles en medio de una
gran tormenta desatada a una jornada de distancia de La Palma. Ante este grave
contratiempo, desembarcó en una isla desconocida y pudo comprobar que se
trataba de una tierra de árboles frondosos que sirvieron para su propósito de
sustituir los elementos perdidos de la nave. En la mañana siguiente se levantó un
nuevo temporal que obligó a la tripulación a embarcar apresuradamente y a
abandonar aquella isla, que el marino había identificado con San Borondón.
61
quienes salieron el 9 de agosto de 1604 para arribar a una isla que, según sus cál-
culos, se encontraba a 28º 53’ de latitud y 358º 31’ de longitud (1º 29’ al oeste del
meridiano de El Hierro). Aunque su perseverancia les hizo navegar durante
muchos días por las inmediaciones de ese punto, lo cierto es que finalmente vol-
vieron a puerto con el fracaso y la vergüenza como única carga en sus bodegas.
62
De aquí podemos extraer algunos episodios interesantes sobre la presencia
de San Borondón en la mentalidad de los isleños y frente a sus costas, para lo
cual remitimos a la trascripción publicada por Dolores Corbella y Javier
Medina. Por ejemplo, en la ciudad de La Laguna declaró el palmero Francisco
Patricio, que relató cómo unos ocho años antes, viniendo de las Indias, su
barco había avistado una isla identificada con La Palma; siguieron rumbo a
Tenerife sin desembarcar en aquella tierra, pero al día siguiente llegaron de
nuevo a La Palma, deduciendo entonces que la primera de las islas no era otra
que San Borondón. Este mismo declarante contó que, mucho tiempo atrás, el
anciano Manuel Sánchez Carta le había referido la historia del padre Perdomo,
vecino de la localidad palmera de Buenavista, quien partió de Tazacorte «en un
63
barquito cuyos dueños llamaban los de digo por apodo» para buscar la isla de
San Blandón y desencantarla con agua bendita. Después de su localización,
una nube la cubrió haciéndola desaparecer41.
64
A un general le ocurrió
lo que a naiden tan aprisa,
que en pocos diyas apristó
cierto barco sin melicia
pa buscar San Borondón
que es mito que en la mar posa,
que es sobra diotra rigión
formada por nubarrón
que tanto ingaña a la vista.
Sí, tuito fué una elución,
Tuito, mentiras que exista.
45 El peregrino a Canarias, islas del mar Occeano, y sus dos viajes a estas islas, y lo que en ellas, y en ellos hizo,
y pasó en mar, y tierra donde moró; descripción del terreno, ciudades y villas donde ay Colegios de la
Compañía de Jesús, principio de sus Fundaciones con sus progressos hasta el año de 1734; con los elogios de
algunos valores claros de la Compañía de Jesús, que an muerto en estas Islas. BUS, sign. 331/252.
65
Manuel Fernández Sidrón, Silueta de San Brendan, 1730 [MADCGF]
66
67
quien, sin embargo, no cree que se trate de una isla inaccesible, sino de unas
pequeñas rocas que asoman a la superficie cuando en el mar se dan determina-
das condiciones, como ocurre con las vecinas islas Salvajes; ello explicaría que no
siempre se pudiera arribar a sus costas.
El siglo XVIII aún vería al menos dos expediciones más, organizadas por aven-
tureros potentados en busca de un aumento de fama y fortuna. La primera de
ellas la recoge Viera y Clavijo en el Borrador de sus Noticias de la historia gene-
ral de las islas de Canaria (conservado en la Sociedad Económica de La Laguna).
Está fechada alrededor 1732 y fue comandada por el capitán santacrucero
Gaspar Domínguez, quien buscó San Borondón a bordo de una balandra llama-
da San Telmo46, tal vez la misma que años más tarde, patroneada por Antonio
Miguel, apresó dos navíos ingleses durante las hostilidades británicas iniciadas
en 173947. Se da la circunstancia de que el propio Viera, en la edición príncipe
de sus Noticias, omite esta aventura en los capítulos dedicados a San Borondón,
pero sitúa a Gaspar Domínguez capitaneando la empresa de 1721 (en lugar de
Juan Franco de Medina). De ahí que la información sobre esta nueva tentativa
resulte demasiado dudosa como para darla por segura.
68
recogido por Corbella y Medina48. Este texto afirma que el último rastreador
de tan apetecido solar fue el tinerfeño Juan Cartas, padre del tesorero Matías
Cartas, que buscó la isla sin encontrarla. Lo interesante de esta historia es que
años después, en 1746, el ingeniero Manuel Hernández logró marcar desde el
Teide la posición exacta de la isla, pero cuando quiso preparar la travesía en su
búsqueda se lo prohibió el capitán general Juan de Urbina, tal vez sobornado
por los descendientes de Cartas que trataban de evitar que otros se hicieran
con la fama que había perdido su abuelo.
Durante todo el siglo, por tanto, la ballena del santo irlandés no dejó de
hacer periódicamente sus visitas de cortesía. Se vio el 25 de abril, en junio y
en julio de 1730, año en que la delineó Juan Smalley, beneficiado de Tijarafe49;
el 23 de mayo de 1735 a las 9 de la mañana, y otras dos veces esa misma sema-
na; el 3 de mayo de 1759 a las seis de la mañana desde Alajeró, según un fran-
ciscano que hizo el dibujo publicado por Viera, ante su vista, la del cura
Antonio José Manrique y otras cuarenta personas50; dos días después se vol-
vió a ver igual; el 3 de mayo de 1769 desde las 12:00 horas hasta la puesta de
sol, a 30 leguas de La Palma, según fray Pedro Laso, que además la dibuja; en
junio y julio de 1770, según el padre Clavellina, lector jubilado del convento
de San Francisco, que también la retrató51. Las apariciones no han dejado de
sucederse, unas veces con más asiduidad y otras con más recato, y, aunque los
testigos del siglo XIX acabaron dándole menos importancia que sus predece-
sores —debido a la extensión del pensamiento positivista—, no fueron pocos
los autores que se ocuparon del asunto, como veremos enseguida.
69
3
El siglo XIX también acarició en más de una ocasión los contornos de la legen-
daria tierra del abad de Clonfert. Los nuevos tiempos, que con el paso de unos
años traerían consigo la revolución industrial, un considerable progreso cientí-
fico y un mayor índice de lectura en las capas medias de la sociedad, no se pre-
sentaron de improviso. Como es lógico, el paso de la Ilustración al siglo deci-
monono se producirá de manera gradual y, aunque la organización de la socie-
dad quede definitivamente marcada por esta evolución, las carencias culturales
de buena parte de la población determinarán la permanencia de algunas creen-
cias sobrenaturales. Por ello, el siglo XIX, caracterizado por la visión científica del
fenómeno, no podrá, sin embargo, eludir los misterios de San Borondón.
71
En 1802, desde Tenerife, se data una de las primeras apariciones de las que
tenemos constancia documental. El texto de su descripción se halla en una
nota manuscrita interpolada a un ejemplar impreso del tomo I de las Noticias
de la historia general de las islas de Canaria (Madrid: Blas Román, 1772-1783)
de José de Viera y Clavijo (1731-1813). Este ejemplar se conserva en la biblio-
teca de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife y pertene-
ce al fondo que donara en 1931 el presbítero Rodríguez Moure1. Entre las pági-
nas 80 y 81, en las que el polígrafo canario estudia el tema samborondoniano,
existe una anotación manuscrita añadida, en letra que no parece la de Viera,
en la que se menciona este avistamiento. Según esta fuente, el 27 de marzo de
1802, cerca de las tierras del capitán Felipe González, en un lugar denomina-
do Lo del Rubio, situado en algún punto del norte de Tenerife —que sin embar-
go no podemos precisar—, se descubrió el perfil de San Borondón. Testigos del
fenómeno fueron Salvador Alonso Forte, Francisco Trujillo Delgado (alcalde),
Juan Bautista Lorenzo Betancur (sargento) y Domingo Pérez de la Sierra. El
avistamiento se produjo sobre las 8:00 horas, prolongándose durante treinta
minutos. El relato de esta aparición cuenta que la misma tomó la forma de El
Hierro, aunque se distinguía nítidamente de esta última isla, de La Gomera y
de La Palma, puesto que todas eran perfectamente visibles. En principio se
divisó con total claridad, pero al cabo del tiempo fue engullida por varias
nubes que borraron su visión2.
Desde la isla de La Palma y por esas mismas fechas constan otros avistamien-
tos. Sin embargo, debemos ser muy cautelosos con la fuente y su compilador.
Nos referimos en este caso al viajero y militar A. Burton Ellis, autor del ensa-
72
yo Western African islands, publicado en 18853. El británico, que conocía
Canarias desde la década de 1870 (dado que a partir de esta fecha estuvo en el
archipiélago en varias ocasiones, sobreviniéndole incluso la muerte en Santa
Cruz de Tenerife el 5 de marzo de 1894), afirma que en un libro manuscrito
conservado en Las Palmas de Gran Canaria, que alcanzó a hojear, se registra-
ba una relación de personas que habían presenciado el fenómeno de San
Borondón. De ser cierto, nos encontraríamos en este caso frente a un supues-
to «códice samborondiano», hoy en paradero desconocido, similar a los com-
pilados en los siglos XVI y XVIII por Pérez de Grado y Juan de Mur respectiva-
mente, y emparentado con aquel otro redactado en latín, perteneciente al
archivo y biblioteca de la Catedral de Santa Ana, que al parecer trataba sobre
la predicación en las islas de santos cristianos medievales, entre los cuales se
encontraría san Brendan. A diferencia de éstos, el manuscrito que se utiliza y
cita para la composición de Western African islands es más reciente, probable-
mente comenzado a redactar a mediados del XVIII, añadiéndosele más tarde
nuevos datos. El viajero británico subraya que el «códice samborondiano» que
analizó en Las Palmas de Gran Canaria poseía un listado de personas que habí-
an visto la isla del santo, y de él extrajo y reprodujo algunos testimonios.
En su estudio, Ellis recoge ante todo los registros más extravagantes, como
confirma la rareza de las entradas relacionadas, algunas de ellas francamente
insólitas. Baste reseñar que el británico anota en un tono irónico, cuando no
burlesco, que la mayoría de los testigos de estas visiones eran personas fácil-
mente sugestionables o influidas por los efectos del alcohol. Así, Ellis transcri-
be la aparición protagonizada en 1825 por Pedro Gómez, según el cual la isla
a la forma de la del Hierro pero distante de la del Yerro y Gomera que aun mismo tiempo se estaban miran-
do, y lo mismo La Palma, estubo descubierta como media ora sin ninguna bruma y luego enpesó a entrar
en nubes que la taparon según se deja ver». Cit. BONNET Y REVERÓN (1927-1929), p. 204; R[ÉGULO PÉREZ,
Juan]. «Nota 2». En: VIERA Y CLAVIJO (1772-1783a), v. I, p. 84; [CIORANESCU, Alejandro]. «Nota 2». En: VIERA
Y CLAVIJO (1772-1783b), v. I, p. 87.
3 ELLIS (1885).
73
fluctuante se veía desde el Teide con la forma de «un cabrito asado relleno de
gofio». Pero no se queda aquí el viajero inglés, ya que también alude a otras ver-
siones anteriores tanto o más singulares que ésta. Entre las mismas menciona la
piadosa contemplación de Pedro Díaz, fraile franciscano, quien en 1769 compa-
ró la visión de San Borondón con el busto de San Antonio de Lisboa tocando un
dulcémele. A otro testigo de este mismo avistamiento, Fernando Correa, de pro-
fesión pescador, la isla se le asemejó más a la «cabeza de una mula tocando una
flauta» (como se puede apreciar, toda una galería de opiniones encontradas para
una misma observación), a lo que hay que añadir una cuarentena de personas
relacionadas en el «códice» grancanario, aunque Ellis no especifica sus declara-
ciones. Por nuestra parte, suponemos que todos ellos debieron de tener una
visión un poco más fidedigna del fenómeno y por este motivo no fueron recogi-
dos por el británico. Estas razones alejan el expresado manuscrito de los tres
mencionados con anterioridad (Pérez de Grado, Mur y catedral), compilados
mucho antes, y dos de ellos oficializados por la audiencia de las islas. En conclu-
sión, aunque los extractos anotados por Ellis en Western African islands no
deben de ser representativos del contenido del perdido «códice» grancanario, a
sus páginas no tenemos más remedio que acudir por haberse perdido la pieza
original y no contarse con ninguna otra fuente de características similares.
74
día 5 de junio de 1801. En su declaración dijo que el mismo había aconteci-
do 17 jornadas antes —es decir, sobre el 18 de mayo, sólo dos días después
de la festividad católica de san Brendan de Clonfert—, un hecho que, de ser
tomado por cierto en aquellas fechas, no debía de ser más que una señal
celestial para avisar al capitán Thomas Smith sobre el peligro que corría su
alma por su adscripción a alguna de las congregaciones protestantes. De
lograrse la conversión final, el clero local, además, ganaría un peldaño en la
corte celestial al salvar un alma herética, de la misma manera que había ocu-
rrido en 1676, cuando John Martin se convirtió al catolicismo en Santa Cruz
de La Palma un día antes de su muerte.
4 Dado su interés, no nos resistimos a transcribir esta pieza documental en su integridad: (f. 367v) (en el mar-
gen izquierdo): Declaración. En la muy noble y leal çibdad de Santa Cruz, que es en esta ysla del Señor San
Miguel de La Palma, a dies y seis de agosto de mil septecientos noventa y nueve años, ante mí el presente
escrivano y notario infraescrito pareció presente el capitán don Thomas Smith y por medio de don Daby
O’Daly, vesino de esta ciudad, como intérprete de la lengua ynglesa que también está presente y dijo que
75
A pesar de que tanto el nombre (Thomas) como el apellido (Smith) del mari-
no protagonista de este intento de abordaje son muy comunes en el mundo
anglosajón, es probable que este Thomas Smith sea el mismo que registra el via-
jero británico en su libro, puesto que no nos consta la presencia de ninguna otra
persona bajo ese apelativo en la capital palmera durante esos años. Quizá el avis-
tamiento de San Borondón sucediera un poco antes de la fecha consignada por
Ellis, o tal vez la data estuviese errada. Es posible, también, que Smith se afinca-
se en La Palma durante algún tiempo debido a las reparaciones que hubiese sido
preciso practicar en su navío. Incluso ésta podría ser la causa de su arribada al
puerto palmero, con experiencia en la construcción naval. Tampoco sería des-
cartable que fuese testigo de la reseñada visión en otro hipotético viaje. Por últi-
haviendo salido dicho capitán en la fregata nombrada «Fortitude» de Nueva York el día seis de julio carga-
da de millo, arina, arros y otras mercaderias destinada para la ysla de la Madera, y que en el día quinse del
mismo mez tuvo un biento recio del suduest, el que hizo tumbar mucho a dicha fregata asía vn lado, en cuyo
estado permaneció asta el siete de agosto, en el qual muy tem- (f. 368r) prano descubrió dos velas a barlo-
bento poco distante a la punta occidental de la referida Ysla de la Madera, la qual una de ellas cono[ció] que
le [daba caza], y en cosa de dos horas descubrió que hera un bajel armado con mucha gente y que venía así
a dicha fregata con velas y remos, por cuyo motibo dispucieron su referida fregata para defenderse del
mejor modo posible, y siendo como las ocho y media [vno] corsario disparó vn tiro y arboló bandera por-
tuguesa, el qual después de haver tirado algunos más recogió dicha bandera y puso la francesa [tachado: a
que] se fue asercando a toda prisa e igualmente tirando con dos cañones reforsados, el qual hizo mucho
daño al velamen y enjarcia de dicha fregata, y advirtiendo el corsario que la fregata tumbaba de vn lado aco-
metió por ella por lo que dispararon de ella vn cañonsito de popa que por impericia del que lo manejaba lo
dejó suelto y corrió al lado de babor. Y después de este tiro conociendo el corsario el poco alcance de los
cañonsillos de dicha fregata, dicho corsario se asercó con más intrepides por lo que después de haver resi-
bido su fuego por más de media hora y biendo que no hera posible (f. 368v) [hallar] la expresada fregata
tubo a [bien] vajar el pabellón. El corsario se llama Balney, mandado por el capitán Pauguet, su tripulación
cesenta y siete hombres con dos cañones de bronce reforsados. A dose [tachado: noviembre] días salió de
Cádis [tachado: salió de Cádiz de] y les condujo a esta ysla de La Palma, onde llegó el trese por la noche de
este presente mes. Y requiriéndome como me a requierido a mí el escriuano se lo de por fee y testimonio a
fin de que quede el otorgante libre de toda responsabilidad en cuya virtud, yo el escriuano la doy habiendo
presentado el dicho otorgante por testigos de su conocimiento al mismo don Daby O’Daly, Pedro Wood,
Guillermo Freeman, de nación estos dos vltimos americanos, quienes voluntariamente juraron ser el mismo
don Thomas Smith por lo que firman, siendo testigos don Antonio Fernandes Siçilia, Fernando Guerra y
Felipe de Oropeza, vesinos el primero de esta dicha cuidad y los dos vltimos del lugar de Puntallana y re-
(f. 369r) sidentes en esta misma cuidad. Enmendado: salió de Cádiz, noviembre. Thomas Smith (firmado y
rubricado). Como testigo: Peter Wood (firmado y rubricado). Como testigo: Wiliam Fullman (firmado).
Como testigo: David O’Daly (firmado y rubricado). Ante mí, Josef Manuel de Salazar, escriuano público (fir-
mado y rubricado). AGP, PN, Escribanía de José Manuel Salazar, caja 2 (1799), ff. [367v-369r]).
76
mo, cabe la posibilidad de que se trate de otro Smith. En cualquier caso, hay que
tomar —como ya apuntamos— los testimonios relacionados en el libro Western
African islands con mucha cautela.
Sea como fuere, Ellis se detuvo únicamente en las entradas que recogían
los casos más increíbles. Es una pena que no lo hiciese en aquellos otros —
y que seguro constarían en el manuscrito— más verosímiles, pero al viajero
sólo le interesó el aspecto más pintoresco de los habitantes de aquel atrasa-
do archipiélago, situado en las proximidades del continente africano. La
leyenda o el fenómeno fue lo de menos en su transcripción; lo importante
era registrar la ignorancia, el miedo y, en definitiva, la superstición. A fin de
cuentas, lo que Ellis comunica a sus lectores británicos es la descripción de
una región exótica, apegada a unas costumbres religiosas primitivas. Por
último, como ya señalamos, hay que anotar que este manuscrito se encuen-
tra en la actualidad en paradero desconocido o, peor aún, definitivamente
perdido. Con su recuperación dispondríamos de un instrumento capaz de
proporcionar, al margen de los testimonios copiados por Ellis, otros muchos
con los que aproximarnos a la casuística del fenómeno y a la comprensión
de la mentalidad de sus observantes. Por este motivo, quizás lo único apro-
vechable de los datos aportados por el británico sea la idea de que durante
77
esa época todavía era común la creencia popular en la existencia real de
esta ínsula fantástica.
78
Saint-Vincent no cree en absoluto en la existencia de la isla de San Borondón,
pero curiosamente dedica buena parte de su ensayo a defender la teoría de las
islas macaronésicas como restos de la Atlántida.
79
los isleños, a cuyas capas medias define como gente con poca capacidad de
reflexión y propensa a la fantasía10.
cuando el cielo está nublado, pero el horizonte aparece claro; aunque la visión es
turbia, sus contornos se ven con nitidez, de forma semejante a como se muestran
las islas vecinas cuando hay bruma. Este fenómeno no parece estar ligado ni a un
momento concreto del día ni a una estación determinada. Según cuentan los habi-
tantes de La Gomera, el espejismo aparece, propiamente, el día de San Juan; en
cambio, parece que este fenómeno natural no se observa desde El Hierro. Es dif ícil
decir con exactitud qué es lo que se refleja; sin embargo, la visión de una isla con
dos cumbres sólo puede corresponder a La Palma de entre estas islas.
80
tánica Olivia Stone, autora del libro Tenerife y sus seis satélites. Esta viajera,
que visitó La Palma en 1883, dejó escrito sobre San Borondón que no era más
que una ilusión óptica12.
81
LA BARCA ELVIRA: ¿UNA ÚLTIMA EXPEDICIÓN EN PLENO SIGLO XIX?
Pero regresando a la mentalidad insular del pueblo llano, uno de los episo-
dios más sugerentes de la historia borondoniana del XIX nos lo brinda el fol-
klore. En la década de 1920, Buenaventura Bonnet, profesor de la
Universidad de La Laguna, daba a conocer en uno de los artículos concer-
nientes a la historia de San Borondón que publicó por aquellos años, un
romancillo sobre la supuesta aventura de una barca, llamada Elvira, perdi-
da en su salida en busca de la isla errática15. En su artículo, Bonnet agrade-
ce la transmisión de estos versos populares a Francisco P. Montes de Oca,
quien los había oído cantar a los pescadores del Puerto de la Cruz (Tenerife)
aunque parece que tenían un origen anterior en La Palma. Posteriormente,
las referidas coplas serían citadas por María Rosa Alonso en 194016, y más
tarde las recogería más ampliamente Luis García de Vegueta en 194417,
siendo esta última la versión más cercana al romance original, ya que con-
tiene variantes de extremo interés que remiten a episodios samborondonia-
nos ausentes en la que Montes de Oca dictara a Bonnet. Sin duda, los mari-
nos portuenses de los que se tomaron primeramente estos versos habían
suprimido los pasajes más incomprensibles, que sólo tienen sentido para
oídos educados en el sonido de las costas de San Borondón. Por ello, en la
versión de Bonnet se convierten casi todas las sextillas en cuartetas por la
elisión y adaptación de algunos versos. Resultará muy ilustrativo que reco-
jamos la versión completa de Luis García de Vegueta, quedando las varian-
tes de Bonnet anotadas a pie de página18:
Trimenda mentira
nos metió el patrón
quien siendo muy joven
82
mucho navegó19
en la barca Elvira
la que se perdió.
El patrón contaba
cosas que inventó22
porque aquella isla
jamás la encontró,
ni viola en su vida
ni a ella arribó.
Era la Encantada
que despareció
la negra ballena23
del diablo mayor
con los sietes obispos
y el santo santón.
Boguen compañeros
que el viento rondó,
boguen compañeros,24
83
que el viento salió,
y la mar nos tumba
sobre el caletón.25
Boguemos ligeros
con fuerza y ardor,
que allá por los mares26
la Elvira se hundió,
sin dar con la isla
de San Borondón.
El Elvira real fue construido en Santa Cruz de La Palma en 1839 bajo las
órdenes de Miguel Monteverde Benítez de Lugo (1792-1862), a cuya madre,
Elvira Benítez del Hoyo, honró en aquella ocasión dando su nombre de pila
a la nueva embarcación. El naviero Monteverde, particularmente interesado
en los temas históricos del archipiélago, era regidor primero del
Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma27; por su parte, el Elvira fue un
bergantín goleta de 72 toneladas28.
25 Hay varios parajes en el archipiélago conocidos como El Caletón, pero el romancillo puede referirse a la
costa de Garachico (Tenerife), donde el oleaje puede poner en apuros a las pequeñas embarcaciones.
26 Bonnet: que allá en «Los Pesqueros». Puede que Bonnet transcribiera como topónimo lo que en realidad
era una forma genérica de referirse a las zonas de pesca.
27 PÉREZ GARCÍA (1985-1998), v. II, p. 164.
28 LORENZO RODRÍGUEZ (ca. 1900), v. I, p. 51; YANES CARRILLO (1953), p. [99].
84
Sabemos de una primera salida del Elvira al mar el 19 de junio de 1839,
según consta en un registro de atraques y partidas del puerto de esta ciudad
conservado en el Archivo Municipal de Santa Cruz de La Palma29. Se dirigió
en aquella ocasión a las costas de África, haciendo escala en Gran Canaria, y
regresó el 7 de agosto con una carga de pescado en salazón. Se trataba, pues,
de una nave comercial, y como tal la encontramos en los años posteriores entre
las costas canarias y el litoral sahariano, llevando frutos del país y trayendo gra-
nos, cal y otras mercaderías. Su hechura le permitió incluso viajes transoceánicos,
ya que el 5 de octubre de 1842 transportó hasta Puerto Rico un flete de vino de La
Orotava y diez meses más tarde retornó con una partida de cuero.
Botadura de navío en Santa Cruz de La Palma desde El Callao de la Marina, ca. 1900 [AGP, LM]
85
El Elvira de Miguel Monteverde no fue, sin embargo, el único barco de
este nombre que navegó por nuestras costas. Por ejemplo, en 1844 un navío
homónimo, de 46 toneladas y aparejado como balandra, visitó el puerto
capitalino de La Palma, y en 1861 otro Elvira, bergantín goleta de 51 tone-
ladas, hizo también escala en la misma rada. Con todo, el bergantín palme-
ro sí fue el más asiduo de nuestros mares y, por tanto, podemos aventurar
que es a éste al que hace referencia el romance que hemos recogido. Si ver-
daderamente éste u otro barco homónimo hizo el viaje en busca de San
Borondón es algo que dejamos a la imaginación de los lectores y a las pes-
quisas de los historiadores. Pero por desgracia hemos de contemplar tam-
bién la menos sugerente idea de que tal operación nunca se llevara a cabo,
pudiendo las estrofas referirse simplemente a un avistamiento de San
Borondón desde la cubierta de este barco o puede, en suma, que los versos
no sean más que una hermosa narración literaria. A esta última idea contri-
buye la evidente erudición que emana de la composición lírica, rasgo poco
frecuente en este tipo de manifestaciones populares. Es, en fin, posible que
el poema se refiera al Elvira de Miguel Monteverde —hundido o perdido en
el mar, aunque no tengamos de ello testimonio documental— y que el anó-
nimo autor del romancillo quisiera ofrecer la visión escatológica del navío
surcando las riberas de la ilusión.
El eco de San Borondón seguía resonando, pues, en las islas. Como ha que-
dado dicho, el siglo XIX se caracteriza por la visión racionalista de los fenó-
menos de la naturaleza, por lo que este aspecto será uno de los predominan-
tes en cualquier aportación que los escritores hagan al que nos ocupa.
Además, será frecuente encontrar el nombre de San Borondón como recur-
so literario para tratar de forma irónica los temas que los columnistas con-
sideren de interés. Por último, también en ocasiones la prensa se hizo eco
de algún avistamiento frente a las costas canarias, aunque siempre mirando
el asunto con incredulidad.
86
Un ejemplo de esto último nos lo ofrece en 1865 el periódico tinerfeño El
guanche30. En un artículo anónimo, publicado en forma de folletín aunque en
una sola entrega, se narraba el caso de un fraile franciscano que, en una carta
a sus amigos, afirmó haber visto la isla de San Borondón desde el lugar de
Alajeró, el 3 de mayo de 1856, a las 6 de la mañana. Cuenta este fraile que la
isla constaba de dos altas montañas separadas por un valle arbolado y que
podrían confirmar la aparición otros cuarenta testigos –entre ellos el cura
Antonio José Manrique– a quienes el franciscano había llamado. Este artículo,
además de referir este caso particular, repasa a modo de resumen la relación
entre las islas Canarias y la de San Borondón, citándose avistamientos históri-
cos, expediciones de descubierta, presencia en mapas, disquisiciones filosófi-
cas y científicas, etc. Sin embargo, para despejar dudas sobre la posición racio-
nalista del anónimo autor, éste aprovecha la oportunidad para comentar que al
crédulo vulgo le costaba mucho esfuerzo dejar de creer en la existencia real de
la isla fantasma. Es más, el propio artículo se esfuerza en despejar de antema-
no cualquier asomo de duda sobre el enfoque del autor, ya que comienza con
la frase «Una de las ilusiones ópticas de que hay recuerdo...».
30 IMAGINARIA (1865), p. [3]. En 1873 este artículo fue reproducido en dos entregas en el periódico La
Afortunada (IMAGINARIA, 1873).
31 BELLO Y ESPINOSA (1883).
87
ción terrestre de lo más gigantesco, y que lo que se veía en realidad no era otra
cosa que los norteamericanos montes Apalaches. Esta explicación, que ya Viera
y Clavijo había propuesto un siglo antes, tuvo un eco extraordinario en Canarias,
donde inmediatamente se difundió32 y donde aún se hablaba de ella en los perió-
dicos en 187833 y, en el caso que nos ocupa, en 1883. El trabajo de Bello, además
de recoger algunos extractos de aquel artículo y un grabado de Juan Ernesto
Meléndez Cabrera (1856-1891) basado en el de Viera, aduce algunas jugosas con-
sideraciones personales sobre las explicaciones ofrecidas por el francés.
Juan Ernesto Meléndez Cabrera, Reinterpretación del dibujo de José de Viera y Clavijo
[grabado], 1883 [EMC]
88
política, cultural y religiosa. Llegó a ser alcalde de Santa Cruz de La Palma en
1904 (con anterioridad, en 1890 y 1899, también había ejercido este puesto,
pero de manera interina), cronista oficial de la misma ciudad, sacristán mayor
de la parroquia matriz de El Salvador y secretario de la Venerable Orden
Tercera de San Francisco. Fue autor de varias publicaciones de interés local,
pero la obra más destacada de su labor investigadora son las célebres Noticias
para la historia de La Palma. Redactada en cinco gruesos volúmenes en folio,
recoge un amplio corpus documental sobre todos los períodos del pasado pal-
mero. Constituye, fundamentalmente, una obra historiográfica orientada a la
transcripción de numerosas fuentes primarias, evitando cualquier tipo de
análisis o crítica de los hechos. En la actualidad, este libro se revela aún como
una herramienta muy valiosa para el estudio de la historia insular. El profesor
Régulo Pérez apunta sobre su confección que el manuscrito debió de estar
concluido a fines del siglo XIX, pero no llegó a verse en letra impresa hasta
197534, permaneciendo aún inédito el último de los volúmenes.
Como no podía ser de otra manera, en sus páginas aparece la cuestión de San
Borondón, tan vinculada a la tradición palmera. Lo hace en cuatro ocasiones: en
el primer tomo, bajo el encabezamiento «151. Espejismo»; en el segundo, dentro
de los epígrafes rotulados como «119. Efemérides de la isla de La Palma» (concre-
tamente en la que hace referencia al día 9 de agosto, que menciona la expedición
de 1604) y «128. San Borondón»; y en el quinto, con el título «XI. San Borondón».
Es muy curioso observar que en casi todos esos artículos Lorenzo Rodríguez
compara la isla errática con un espejismo. Nos encontramos en plena centuria
decimonónica, momento en el que la filosofía positivista está en plena vigencia.
Fruto de estas ideas había sido la creación en 1881 de la Sociedad Cosmológica,
ubicada en la capital insular. Al poco tiempo de su fundación se creó en su seno
34 LORENZO RODRÍGUEZ (ca. 1900), v. 1, pp. IX-LIX. En la actualidad José Eduardo Pérez Hernández prepara la
publicación del volumen IV.
89
un Museo de Historia Natural y Etnográfico. Adornaban todo ello numerosas
pinceladas liberales, progresistas y masónicas, corrientes de pensamiento que
habían calado de forma profunda en una parte de la burguesía urbana y que arti-
culaban en buena medida el devenir de la población local. Es muy probable que
de ahí surgieran las reiteradas y continuas explicaciones proporcionadas sobre el
fenómeno. El historiador, en un intento por estar acorde con su tiempo, no pre-
tendió más que dar un toque racional a la cuestión samborondoniana.
Pero continuando con la ruta trazada por nosotros mismos y que discurre tras
la estela de la nave del mítico san Brendan, parece oportuno rescatar otro dato
proporcionado por el que fuera cronista de Santa Cruz de La Palma. En los epí-
grafes citados con anterioridad de las Noticias para la historia de La Palma, el
erudito local ofrece alguna referencia muy puntual sobre diversos avistamientos.
35 Traemos a colación el fragmento del volumen V referido a San Borondón por tratarse de un texto inédito. De
esta manera, Lorenzo Rodríguez, comentando el epígrafe sobre la isla fluctuante recogido de la Historia
general de las islas Canarias de Millares Torres (1882, v. 1, pp. 140-141), deja consignadas unas breves notas
sobre este fenómeno: «A estas observaciones les falta alguna cosa. La isla encantada de San Brandan ó
Borondon que tanto dió que pensar á nuestros abuelos y que tantas expediciones se malograron como capi-
tales se invirtieron en su vusca durante los siglos XVI, XVII Y XVIII, era un fenomeno natural, que aun se repi
te, conocido con el nombre de espegismo, segun ha venido á demostrar la ciencia; pero dada la configura-
cion con que todos los autores la diseñan, es indudable que la encantada San Borondón era la imágen de la
isla de La Palma, reproducida por una nube en quien se hacía la impresión.
90
Así, en una muy breve reseña afirma que en el pasado, desde los pueblos de
Tijarafe y Puntagorda, se había contemplado San Borondón. Esta mención es mucho
más jugosa que la suministrada sobre la observación del espejismo del Teide. En pri-
mer lugar, apunta a que el fenómeno de la isla se había repetido en fechas anterio-
res con mucha asiduidad. Sin embargo, esta nota debe interpretarse simplemente
como una mención a los numerosísimos avistamientos, como los de Pedro Laso en
1769, el padre Clavellina en 1770 y otros registrados en las Noticias36. La magnitud
de la aportación viene realmente a continuación, cuando agrega que en aquella
misma época la isla errática también se había aparecido en esporádicas ocasiones.
Segun el inteligente piloto Gaspar Perez de Acosta, la figura de la isla de San Borondon, que él creia reali-
dad y por eso fué en su vusca en union del insigne canario fray Lorenzo Pinedo, del Orden Seráfico, (1) esta-
ba á los 28 grados y 53 minutos de latitud y 35 grados y 31 minutos de longitud demarcandola y demoran-
dola de los pueblos de Tijarafe y Puntagorda, segun se presentaba á la vista, Noroeste cuarta al Nordeste,
su centro; la punta del sur al Oesnorueste y al Nornordeste la del Norte (2).
Este fenómeno se repetia con mucha frecuencia y aun se observa en algunas ocasiones desde los pueblos
de Tijarafe y Puntagorda.
Otro semejante fué el que se vió desde la ciudad de la Palma el día 25 de Noviembre del año de 1890.
Anunciando la salida el Sol, tiñose el orizonte de vivos colores confundidos con muchas franjas de un dora-
do brillantisimo, sobre cuyo espléndido fondo se ostentaba la magestuosa silueta del Teide, y sobre este, casi
en contacto con él y aunque en posicion inversa, dibujábase como una minuciosa reproducción fotográfica
de igual tamaño que el original, el gigantesco pico, cuyo espectáculo duró por algún tiempo.
Poco á poco la imagen inversa del Teide fuese desvaneciendo por la cúspide, hasta no quedar de la base
mas que una sombria nuve, que por último desapareció al par que avanzaba el día.
(1) Núñez de la Peña pág. 6
(2) Poseemos el dibujo y cálculo referidos». Véase: LORENZO RODRÍGUEZ, Juan Bautista. Ligeras observacio-
nes sobre la Historia general de las islas Canarias por don Agustín Millares. [Manuscrito]. [Santa Cruz
de La Palma, 189?]. BJPV, ff. 17r-18v.
36 LORENZO RODRÍGUEZ (ca. 1900), v. 2, pp. 402-403.
91
Conny Spelbrink, Sombra del pico del Teide sobre las nubes, 2004 [CS]
92
Fernando Bullón, Sombra del pico del Teide sobre las nubes, 2004 [AFB]
93
En este sentido, es muy significativo comprobar que en toda la prensa deci-
monónica publicada en La Palma no se menciona ni una sola vez la aparición de
San Borondón. Quizá la situación geográfica de las zonas en las que se producí-
an más frecuentemente los avistamientos, alejadas de la urbe, resultara determi-
nante para tal omisión. Por otra parte, las malas comunicaciones internas, la poca
fiabilidad que ofrecerían los testigos o el mismo descrédito del fenómeno —atri-
buido a mentes demasiado sugestionables— contribuyeron a este vacío. Pero una
razón mucho más decisiva que todas las anteriores puede que haya de atribuirse
a la mentalidad de la sociedad urbana de la capital insular, deudora de las corrien-
tes racionalistas que ya circulaban con fuerza sobre este solar atlántico, ajenas, al
menos en apariencia, a cualquier tipo de fenómeno extraño37. Ellos eran al fin y
al cabo quienes redactaban, compraban y mayoritariamente leían los periódicos,
y ahora San Borondón no pasaba de ser para ellos un tema anecdótico, cuyo mis-
terio estaba plenamente resuelto a la luz de los nuevos conocimientos científicos.
Las apariciones samborondonianas no eran más que el recuerdo de una mera ilu-
sión de tiempos remotos. A pesar de todo, un rescoldo de este sueño sí aparece-
rá registrado en los periódicos locales de La Palma.
37 Un ejemplo de esta incredulidad podría ser el cuestionario que el Ateneo de Madrid distribuyó en 1901,
puesto que el corresponsal encargado de su recogida en Santa Cruz de La Palma, Eustaquio García, obvió
los apartados sobre las supersticiones relacionadas con la muerte y las apariciones fantasmagóricas. Véase:
BETHENCOURT ALFONSO (1901), pp. 274-304.
38 PÉREZ HERNÁNDEZ (1998), pp. 153-175. De este autor y de su trabajo tomamos el dato de la inexistencia de
avistamientos en los periódicos palmeros del XIX. Por nuestra parte, podemos hacer la misma afirmación
refiriéndonos a la prensa regional que hemos tenido la oportunidad de estudiar, si exceptuamos la citada
referencia en el periódico El guanche sobre la visión de 1856 y el caso de los científicos portugueses que
observaron San Borondón desde el Teide en 1865.
94
va a otorgarle nuevo protagonismo a la isla. La mayoría de estos artículos se
encuadra en el marco cronológico de 1860 hasta 1880, data a partir de la cual las
milenarias sombras que habían velado esta leyenda se cernirían sobre el «fenóme-
no» periodístico.
39 Para otra opinión acerca del autor que está detrás de este pseudónimo, véase: DÍAZ ALAYÓN, CASTILLO
MARTÍN (2005), pp. 57 y ss., donde se atribuye al portuense José Agustín Álvarez Rixo (1796-1883).
40 Las referencias bibliográficas de estos artículos son como se sigue a continuación. La relación de todas ellas
ha sido tomada del artículo de Pérez Hernández citado con anterioridad: BACHILLER SANCHO SÁNCHEZ
[Antonio Rodríguez López]. «Sección de variedades: bachillerías de un bachiller: viaje a la isla de San
Borondón». El Time, n. 81 (5 de febrero de 1865), pp. 2-3; n. 82 (12 de febrero de 1865), pp. 3-4; n. 83 (19
de febrero de 1865), pp. 2-3; n. 85 (5 de marzo de 1865), pp. 2-3; n. 86 (12 de marzo de 1885), pp. 2-3; n. 87
(19 de marzo de 1885), p. 3; n. 95 (28 de mayo de 1865), p. 3; n. 96 (4 de junio de 1865), p. 3; n. 98 (18 de
junio de 1865), pp. 2-3; n. 100 (2 de julio de 1865), p. 3; n. 102 (16 de julio de 1865), p. 3; n. 104 (30 de julio
de 1865), p. 3. SANCHO [¿Antonio Rodríguez López?]. «Variedades: carta de Sancho a Sánchez: San
Borondón». El convenio, n. 9 (11 de julio de 1890), p. 3. F[ernández] D[íaz], J[osé] M[aría]. «Variedades: los
montes de la isla de San Borondón». El Time, 198 (30 de agosto de 1867), pp. 3-4; «Diálogo suelto entre el
quídam y don Jota». El clarín, n. 48 (20 de noviembre de 1871), p. 3; JOTA [José María Fernández Díaz].
«Sonidos». El clarín, n. 38 (10 de agosto de 1871), p. 2; «Sonidos: la elección municipal de Santa Cruz de
La Palma en 1872: diálogo entre el quídam y D. Jota». El clarín, n. 58 (10 de marzo de 1872), pp. 2-3.
ANÓNIMO [José María Fernández Díaz]. «Sonidos: uno interesante». El clarín, n. 9 (20 de octubre de 1870),
p. 3; «Sonidos: diálogo entre en quídam y D. Jota». El clarín, n. 61 (20 de abril de 1872), pp. 3-4. ANÓNIMO
[Domingo Carmona Pérez]. «Un encuentro en San Borondón». La asociación, n. 18 (20 de mayo de 1879),
pp. 1-2; «Lo mismo: en San Borondón». La asociación, n. 36 (18 de agosto de 1879), p. 2; «Lo mismo: nues-
tro partido». La asociación, n. 20 (28 de mayo de 1879), pp. 1-2; «Lo mismo: acto segundo». La asociación,
n. 22 (4 de junio de 1879), pp. 1-2. ANÓNIMO [Víctor Fernández Ferraz]. «Lo mismo». La asociación, n. 39
95
entre 1872 y 187341. En esta misma década los periódicos de Las Palmas
volverían a publicar otros artículos que utilizarían San Borondón como
escenario en el que apoyar las críticas a la situación de las Canarias reales.
Es el caso de los sueltos anticlericales de las cabeceras La prensa (1876) y Las
Palmas (1878), puestos bajo el pseudónimo Demócrito42, quien, según hemos
podido averiguar, no era otro que Pablo Romero Palomino43. Un ejemplo tar-
dío del uso de San Borondón como subterfugio para satirizar casos más cerca-
El Time, n. 198 (Santa Cruz de la Palma, 30 de agosto de 1867), pp. 1-2 [EMC]
44 ASCANIO Y POGGIO (1958). En este artículo el autor remite a otro anterior, que no hemos logrado localizar
por el momento, titulado «Los plátanos de la isla de San Barandán».
97
4
99
Por otra parte, debemos tener en cuenta la evolución del mito. A partir de
la segunda mitad del XVIII la probable tangibilidad de la tierra samborondonia-
na se tornó en escepticismo, aunque se siguió creyendo generalmente en su
existencia hasta el Diecinueve y no fue hasta la segunda mitad de la centuria
decimonónica cuando todo su misterio se disolvió. No obstante, las aparicio-
nes que se han sucedido en los dos últimos siglos han contribuido de manera
estimable a la pervivencia de la leyenda. Su encantamiento no ha terminado: la
isla errante continúa obsequiándonos en esporádicas ocasiones con su presen-
cia. Y es este encantamiento el que subyace en el subconsciente de los canarios.
100
cúmulos de cirros y nimbos que con frecuencia se asemejan a una isla. Es pro-
bable que este fenómeno —concluye De las Casas— diese lugar a la confusión
legendaria. Es muy relevante, en este sentido, comprobar cómo el investiga-
dor local se afana en proporcionar una explicación lógica de la visión sambo-
rondoniana. Sin embargo, ello no debe extrañar, puesto que La Inaccesible,
como hemos podido comprobar, ha estado muy cerca, durante las cuatro cen-
turias precedentes, de los habitantes de estas islas. Su estudio, quizás a través
de distintas y detalladas observaciones directas, se realizó a finales de 1919,
dándose por concluido el 11 de diciembre de dicho año1. Por último, recorde-
mos que este autor volvió a tocar las condiciones meteorológicas de
Fuencaliente en un opúsculo sobre los Mártires de Tazacorte2. Allí vuelve a
1 CASAS RODRÍGUEZ (1919). Por tratarse de un texto perdido —como la errática isla— y por la explicación
científica que proporciona del fenómeno, nos parece oportuno rescatar la parte de este trabajo en la que se
ofrece un estudio sobre las causas que lo producen: «creo de oportunidad ahora decir algunas considera-
ciones más, deducidas de ciertos estudios prácticos, que he hecho sobre el lugar que aquellos antiguos
soñadores creían elegido para destacarse la frondosa isla.
Las direcciones de los vientos reinantes en la Isla de La Palma que como todos sabéis, siguen al sur dicha
isla, en donde terminan las montañas un rumbo rectilíneo casi del faro de Fuencaliente hacia latitudes pró-
ximas a la Isla del Hierro, forman sin duda, en el horizonte visible, entre Hierro y Palma, por efectos atmos-
féricos y caloríficos, en armonía f ísica con el mar, lienzos de nubes (cirrus y nimbus) que la mayor parte de
las veces, adquieren formas tan semejantes a una isla, que muchos viajeros, y hasta el cronista, al cruzar por
Fuencaliente, creyeron con cierta firmeza fundamental, la existencia de una isla hermosa y frondosísima,
enclavada en las aguas del Atlántico, entre la isla de Hierro y la de Palma.
Estos efectos de la naturaleza —fenómenos de belleza incalculable— son vistos precisamente, sólo en las
horas polícromas del crepúsculo vespertino, cuando el disco áureo del sol (bello disco de oro antiguo de buena
luz) se oculta en el mar, mirándole desde luego, por lugares de Fuencaliente u occidentales de la Isla del Hierro.
Así es que, pasadas las horas del crepúsculo, la fabulosa isla, que tanto diera que hablar y escribir a frailes y
marinos, desaparecerá en el misterio de la naturaleza. Pero, como nuestro siglo, el siglo de las realidades y de
las grandes luchas titánicas sociales, no puede admitir las erróneas y quiméricas ideas de los antiguos, ¡claro
que no creerá en brujas y duendes!, sino que se someterá a las más estricta realidad de las cosas.
Luego de las observaciones que llevo realizadas, dedúcese indudablemente que lo que los antiguos llama-
ron isla de San Borondón, no era más que un efecto atmosférico, en el horizonte luminoso del mar, cuan-
do el Sol de nuestro sistema “daba al racimo maduro, su postrer beso”.
Fíjense los habitantes de La Palma en esta Isla, los efectos crepusculares que se ven a la hora vespertina
desde este pueblo de volcanes y de pinos canariensis, y verán sin duda cómo aquellas afirmaciones de Pedro
Vello y Marco Verde sobre la isla de San Borondón, haciendo hasta detalles de sus desembarcos, no indi-
can más que una broma de navegantes, ávidos de traer de las entonces tenebrosas latitudes de los mares,
cuentos raros y azules, dignos de la época».
2 CASAS RODRÍGUEZ (ca. 1940).
101
hacer hincapié en las características atmosféricas de la tierra situada más al sur
de La Palma, que causaron la captura de la nave Santiago por parte de los cor-
sarios franceses capitaneados por Jaques de Sores, desembocando en la dra-
mática ejecución de casi todos los religiosos que viajaban a bordo; sin embar-
go, en esta ocasión no hizo mención de la isla fugitiva3.
Algunos de los que han quedado registrados en la prensa son muy poco
conocidos, en ocasiones por lo ef ímero del medio y a veces también por la
vaguedad de los datos ofrecidos por los autores, ya que normalmente se utili-
za la anécdota de la aparición para propiciar reflexiones sobre la naturaleza
del fenómeno, para divagar sobre su significación en la mentalidad isleña o,
simplemente, para repasar una vez más el rosario de expediciones y materia-
lizaciones anteriores. Un ejemplo es el recogido por José Francisco
Hernández Guimerá en el rotativo palmero Diario de avisos en 1953, cuando
afirma que «De veraneo en la Costa Gris, allá por principios de Agosto, llega-
ron comentarios y rumores de cierta isla flotante que aparecía entre La
Palma, La Gomera y El Hierro, y que era visible desde algunos puntos de
102
dichas islas»5. Se intuye que los comentarios y rumores se referían a un avista-
miento reciente, del que se anota un testimonio dado en El Hierro: «Apareció por
la mañana y a eso del mediodía se fue nublando y desapareció; era de dimensio-
nes más extensas que las de la isla de La Palma». No se aclara, sin embargo, si
desde esta última isla también se observó el fenómeno. Este avistamiento es, sin
duda, el mismo que habían recogido José Padrón Machín en Diario de Las
Palmas el 28 de agosto6 y José María Martínez-Hidalgo en La vanguardia espa-
ñola el 17 de octubre7. Fue una aparición visible desde la cumbre de Vinto, en El
Hierro, y produjo en esta isla un significativo revuelo porque, a tenor del artículo
de Padrón, San Borondón había acabado olvidada entre los herreños desde su
última aparición frente a la isla del meridiano allá por el año 1723. Curiosamente,
diez años después, esto es, en 1963, sería el mismo Padrón Machín quien saliera
en defensa de sus paisanos ante la afirmación despectiva de Enrique Nacher de
que los herreños creían en cosas como San Borondón8. Cuatro años más tarde, en
marzo de 1967, la aparición se hizo visible de nuevo frente a las costas de El
Hierro en un intento por volver a la memoria colectiva de sus habitantes9.
103
Gran Canaria no es, de hecho, ajena a los últimos visionados samborondo-
nianos. Podemos recordar el que tuvo en 1971 la escritora costumbrista María
Dolores de la Fe, quien, regresando en avión desde La Palma (a donde había ido
a contemplar las erupciones volcánicas en Fuencaliente), observó asombrada la
presencia de una isla entre Gran Canaria y Tenerife; jocosamente, se hizo la
espinosa pregunta de a qué provincia habría de pertenecer12.
Jaime Rubio Rosales, Imagen videográfica captada desde el norte de Gran Canaria, en la que se observa a la
izquierda la punta de Anaga en Tenerife (el resto de las formaciones no corresponden a islas reales), 2003 [JRR]
12 FE (1971). María Dolores de la Fe quedó en cierta medida marcada por esta experiencia, y tres años des-
pués, como corresponsal de La vanguardia española, volvió a nombrar la isla en un contexto insólito, refi-
riéndose a la Conferencia Europea de Correos y Telecomunicaciones celebrada en Las Palmas. FE (1974).
13 GARCÍA DE VEGUETA (1999).
104
tas que, desde el norte de Gran Canaria, se divisaban frente a la tinerfeña
punta de Anaga, tal vez el mismo lugar en el que María Dolores de la Fe había
tenido su experiencia.
FUENCALIENTE
Siguiendo los pasos del erudito De las Casas, en primer lugar nos dirigiremos a
la punta sur de La Palma, concretamente al municipio de Fuencaliente y en
menor medida a algunas zonas limítrofes. Tal demarcación ocupa una extensión
de 56 kilómetros cuadrados y su población se reparte entre los barrios de La
Caleta, Las Indias, Los Quemados y Los Canarios. A lo largo de las más recientes
décadas, este último núcleo se ha asentado como la cabeza administrativa muni-
cipal. En la actualidad cuenta con un censo de 1.900 habitantes y una sugerente
tradición oral acerca de San Borondón. Sin embargo, el primero de los testimonios
con los que contamos fue protagonizado por un vecino de Santa Cruz de La
Palma. Hacia 1945 (o quizá un poco antes), el empresario, constructor naval y
escritor Armando Yanes Carrillo (1884-1962), cuando conducía su vehículo desde
la capital palmera hasta el término de Tazacorte, donde disponía de varias propie-
dades, pudo contemplar desde un punto indeterminado de la carretera que tran-
sita por Fuencaliente la figura de una extraña isla que de inmediato relacionó con San
Borondón. Este dato, que nos fue comunicado de manera verbal por un conocido de
don Armando, a quien se lo había oído relatar, se podría enlazar con sus investigacio-
nes en temas navales. En 1953, Yanes publicó la monografía Cosas viejas de la mar14.
105
Teniendo en cuenta el avistamiento de que fue testigo, es extraño que entre las
páginas de su libro no exista una sola mención a San Borondón (ni sobre este asun-
to ni sobre ningún otro), cuya historia ha estado siempre tan ligada a la cultura
marítima de La Palma; y resulta más extraño aún si tenemos en cuenta que en el
pasado el propio autor se había interesado personalmente por algunos aspectos lite-
rarios del mito, como se demuestra en una carta remitida a José Pérez Vidal en 1935:
Don Antonino está para Las Palmas pero llegará uno de estos días y a él le voy a
pedir un trabajo escrito por un notario de Lanzarote que escribió sobre la Isla de
San Borondón, un cuento para unos juegos florales que hicimos aquí una vez cuan-
do la fundación del Club y este me ha dicho que él tiene una copia pues el original
desapareció y recuerdo que estaba muy bien hecho15.
Se refiere, sin ninguna duda, al relato escrito por Antonio María Manrique,
cuya única copia conocida fue propiedad de Antonino Pestana. De esta obra habla-
remos más detenidamente en el capítulo 6. Una testificación bien distinta nos la
procura Concepción Capote Álvarez. Recuerda que cuando viajaba con sus padres
por la carretera general del sur desde Santa Cruz hasta El Paso para visitar a la
familia, sus progenitores bromeaban con ella y su hermano: «¡Miren: San
Borondón!»16. Aunque se trataba sólo de una broma infantil, con esta evocación
queda patente una vez más la presencia en la cultura insular de la mítica ínsula. Donde
sí abundan los testimonios orales es entre los actuales vecinos de Fuencaliente.
Algunos han visto con sus propios ojos el fenómeno. Otros han escuchado la existen-
cia de la leyenda. Por tanto, serán ellos quienes nos relaten sus historias.
15 BJPV, ARCHIVO 26-Ñ-4. Carta de Armando Yanes Carrillo a José Pérez Vidal (Santa Cruz de La Palma, 16 de
diciembre de 1935).
16 La entrevista fue realizada en su domicilio de Santa Cruz de La Palma el día 23 de enero de 2008.
106
mante, desde la terraza de su actual domicilio, situado a la entrada del casco de
Los Canarios (en la carretera que enlaza Santa Cruz de La Palma con el núcleo
administrativo fuencalentero), se pudo divisar una vez más el fenómeno. Se
trata de la «Casa Gumersindo Curbelo Yanes», inmueble de dos plantas de
finas líneas que data de 1928. Ocupaba la parte baja en aquel entonces un esta-
blecimiento comercial, regentado por la familia propietaria, sirviendo el piso
alto como residencia. La terraza, en el lateral izquierdo, junto a esta segunda
planta forma una meseta en relación con la vía pública. Desde allí se otea una
magnífica panorámica del Atlántico, descubriéndose al ojo del observador
Tenerife, La Gomera y El Hierro.
107
nebulosa. Además, se distinguía de manera asombrosa su superficie, de color
cobalto, no diferenciándose de la tierra real que la rodeaba.
Juan Luis Curbelo, Avistamiento de San Borondón en 1954 [dibujo], 2004 [AFP]
108
De igual manera, la escritora Manuela Aleida Hernández Paz19, natural de
Fuencaliente, tuvo la oportunidad de contemplar el fenómeno óptico que
causa la ilusión samborondoniana. El suceso ocurrió en la tranquila tarde de
un claro y soleado día del verano de 1962. Al salir de paseo a bordo de su vehí-
culo, acompañada de sus hijas y de algunas de sus jóvenes amigas, fuera ya del
casco de Los Canarios en dirección a Jedey, pudo observar el contorno de una
tierra irreal. La isla aparecida presentaba la forma de una montaña de estima-
ble altitud situada al oeste de La Palma. El fenómeno no persistió mucho tiem-
po; una vez que doña Manuela se hubo percatado del avistamiento, acudió con
109
premura a su domicilio para avisar a los familiares que allí se encontraban,
quienes, sin embargo, no creyeron lo acontecido. En cualquier caso,
Hernández Paz compuso unos versos —que ha conservado celosamente desde
entonces— en los que relata con detalle aquel suceso20. Los mismos dicen:
Un atardecer
20 Las entrevistas fueron realizadas en su domicilio de Los Canarios (Fuencaliente) los días 16 de junio y 15
de julio de 2004.
110
yo me sentía bien
pero tenía que enmudecer
antes que relatar
aquel atardecer.
Y fueron, como siempre
incrédulos,
sonrieron sin disimulo
pues todo en mi era un bulo
y vi el horizonte claro,
tal vez vi el mito, la leyenda,
la ilusión, la fantasía,
pero digo con toda mi razón
que sí existe:
yo vi San Borondón.21
21 Manuscrito firmado por Manuela Aleida Hernández Paz en Fuencaliente y fechado en 1962.
111
manece con viveza en la memoria de doña María Nieves, quien compara la ima-
gen contemplada con los dioramas que se confeccionan en los nacimientos mon-
tados en los últimos años en los bajos de la Casa de la Cultura de Los Llanos de
Aridane con el patrocinio municipal. Tampoco sabe a ciencia cierta lo que pudo
ver: quizá el reflejo de la propia isla de La Palma; quizá San Borondón; quizá las
dos cosas una vez más22.
VALLE DE ARIDANE
22 La entrevista fue realizada en la Casa de la Cultura de Los Canarios de Fuencaliente los días 26 de mayo y
16 de junio de 2004.
23 La entrevista fue realizada en su domicilio de Tazacorte el día 1 de mayo de 2008.
112
Comoquiera que en el epígrafe anterior ha quedado perfilado Fuencaliente
como un lugar sobrado de avistamientos, no creemos necesario profundizar
en la vigencia de apariciones borondonianas desde otros lugares de la geogra-
f ía palmera. No en vano, a lo largo de la historia ha sido toda la franja del
poniente palmero la zona más privilegiada para divisar el fenómeno borondo-
niano. Desde Puntagorda hasta Fuencaliente se han verificado los relatos y
dibujos de estas seculares «floraciones marítimas».
Lo que sí es cierto es que desde algunos de los puntos de las zonas más
bajas de la comarca aridanense tuvo lugar uno de los avistamientos más céle-
bres del siglo, puesto que quedó plasmado en la película de una cámara foto-
gráfica. El protagonista de esta historia es el fotógrafo Manuel Rodríguez
Quintero (1897-1971), profesional con estudio abierto en Los Llanos de
Aridane. Entre el 15 y el 21 de septiembre de 1957 (sobre las 18:00 horas),
desde el barrio de Las Martelas (en el municipio aridanense), logró captar con
su máquina «Violader» la esquiva silueta de San Borondón. Quintero, que se
encontraba este día realizando fotograf ías de un cumpleaños fuera de su estu-
dio, logró sacar dos instantáneas del inesperado acontecimiento. En una de
ellas, la imagen registrada muestra una pequeña isla, alineada frente a sotaven-
to de La Palma, de la que se elevan dos protuberancias de fuerte pendiente. En
la otra reproducción, sólo se aprecia el perímetro de una sola montaña24.
113
Sánchez y Evaristo Pérez Barreto, alias Lepanto, quienes relataron con
posteridad lo sucedido.
114
no mostraba una isla originada a partir de vapor de agua. Mientras duró su
contemplación (unos treinta minutos), el mar comenzó a rizarse un poco, caye-
ron algunos goterones y daba la sensación de que al catar el agua, ésta poseía
unos grados más de lo habitual. Ellos han atesorado a lo largo de sus vidas estos
hechos. Incluso compartieron en su domicilio esta experiencia con Rodríguez
Quintero, quien les enseñó poco después el retrato de la aparición26. Con poste-
rioridad, don José anotó en una cuartilla todo lo sucedido:
Fue en la segunda quincena del mes de septiembre. Yo tenía una caseta en la playa
del Roque de Tazacorte, ese año había una hermosa playa, un día bellísimo, lleno de
paz y tranquilidad, en que nos quedamos mi señora y yo con nuestro hijo haciendo
una merienda-cena. Ya empezaba a caer el día, en eso que mirando hacia la isla de El
Hierro, vimos como entre esta isla y la de El Hierro, se empezó a formar algo como
una tormenta. No nos extrañó tanto pues en esas fechas casi siempre puede haber
algún que otro chubasco o lo que conocemos por las «cabañuelas de San Miguel».
Pero no, aquel fenómeno llamó la atención, así que seguimos mirándolo como algo
raro y a la vez comentando si sería una tormenta de agua, etc. Seguimos allí a pesar
26 La entrevista fue realizada en su domicilio familiar de la villa y puerto de Tazacorte el día 7 de febrero de 2008.
115
de que hubo un momento en que pensamos irnos por si empezaba a llover, pero a
medida que iba pasando el tiempo nos fuimos entusiasmando y seguimos toda la
evolución que iba tomando el fenómeno. Al fin, después de ver tantas nubes (unas
blanquecinas mezcladas con otras grises) pudimos ver como difuminada y de entre
esas nubes se iba formando la silueta de una isla, con su contorno perfecto.
Entonces ya y al unísono mi señora y yo dijimos: «¡San Borondón!».
Ésta es la historia (anécdota). Yo no sé si se trató de una ilusión óptica o de otra
cosa. Sea lo que sea que vengan más y las vea. Unos días más tarde me vio don
Manuel Rodríguez Quintero (al cual me unía una buena amistad y que siempre me
regalaba alguna que otra fotograf ía del pueblo). Sacó una fotograf ía de entre las que
traía y me dijo: «¿a ver si sabes qué es esto?». Yo sin pensarlo dos veces le dije: «la isla
de San Borondón». Le conté la historia y me dijo: «no sabes la alegría que me das,
pues ya somos tres los que la hemos visto y me pueden dar fe de la fotografía». Parece
ser que alguien le había tratado de iluso27.
Era un día amenazado por lluvia. El mar estaba revuelto. Mi esposa y yo, junto a
varias personas más, nos estábamos bañando en la playa del Roque. Se había ocul-
tado el sol, el cielo estaba gris: teníamos panza de burro. De pronto empezó a llo-
ver y alguien dijo: «Vamos a dejar el baño, que está lloviendo». Yo dije: «Métanse
debajo del mar para que no se mojen». Entonces empezamos a ver cómo en el hori-
zonte se levantaba una montaña. Todos los que estábamos sentimos al mismo tiem-
po miedo y respeto porque no sabíamos lo que estábamos viendo. Alguien dijo:
«Será una ola». Lo cierto es que todos dejamos el baño.
¿Leyenda?
27 JLA.Nota autógrafa suelta. El hijo que se nombra en las líneas citadas había nacido en 1955.
28 La entrevista fue realizada en su domicilio familiar de la villa y puerto de Tazacorte el día 27 de mayo de 2008.
116
y de inmediato requirió a su autor la venta de una copia de una de las imágenes.
Hoy conserva dicha reproducción entre una interesante colección fotográfica de
su autoría. Entre este conjunto —preservado en varios álbumes y cartulinas a
modo de marcos— hay alguna instantánea en la que se aprecia la formación de
una masa nubosa tras la punta de Juan Graje (Tazacorte). Rodríguez González
señala este celaje como el fenómeno cotidiano más próximo a los espejismos que
han producido a lo largo de la historia la aparición de San Borondón.
117
dio de la prehistoria insular, ya que alberga unos grabados de gran interés
descubiertos en 1752 y conserva una potencia estratigráfica de varios metros
que ayudó a establecer la primera secuencia cultural en el poblamiento
prehispánico insular29. En el mismo año de la adquisición de los terrenos del
caboco tuvo lugar el tristemente célebre temporal de lluvia en el que falleció
una treintena de personas en el barranco de Aduares (El Llanito, Breña Alta).
29 PAIS PAIS (1998), pp. 122-130. Aquí se afirma que Luis Diego Cuscoy realizó una excavación en Belmaco
en 1956. No obstante, según testimonio del propio Pais, la adquisición de la cueva no se materializó hasta
un año después.
118
to y preparó un pequeño trabajo para divulgarlo. Así, el 10 de agosto de
1958 apareció publicado en el diario madrileño de difusión nacional Abc un
artículo firmado por el propio Cuscoy. Bajo el título «La isla errante de San
Borondón ha sido fotografiada por primera vez», propagó la noticia por los
más diversos rincones de España. El trabajo comienza con un recorrido por
la leyenda, centrándose en las expediciones y en los antiguos avistamien-
tos. Finalmente toca, aunque de manera muy superficial, el de 195730. En
este punto señala que la aparición se produjo frente al pago de San
Borondón en el municipio de Tazacorte (lo cual sólo es cierto a medias).
Pero lo más curioso del trabajo es la publicación de una de las fotograf ías
tomadas por Quintero. Aunque la reproducción que se realiza de la imagen
no es de muy buena calidad, permite ver —como apuntábamos— el contor-
no de una tierra inexistente.
119
tellos celestiales con el fenómeno ovni. Según el rotativo palmero, se produje-
ron el 14 de noviembre de 1974, el 22 de junio de 1976 y el 5 de marzo de 1979.
Más tarde, estas luces se han vinculado de modo inequívoco con algunos lan-
zamientos de cohetes y pruebas balísticas desarrolladas durante aquellas
fechas por la armada de los Estados Unidos en el océano Atlántico34.
120
OTROS ENCLAVES
De igual manera que en los lugares citados, desde otros puntos de la geograf ía
insular también se ha contemplado el fenómeno. Por ejemplo, desde Santa
Cruz de La Palma pudo verse a principios de enero de 1955, provocando la
curiosidad de todos los niños y maestros que estaban en la escuela esa maña-
na, según relata Luis Ortega Abraham36.
121
una fina sensibilidad, fue la primera niña en recitar versos en la Fiesta de las
Madres de Breña Baja (1936), y a lo largo de su vida se ha señalado como una
apasionada lectora. En una estancia en Las Palmas de Gran Canaria tuvo oca-
sión de dialogar con Pedro González Vega (autor del libro El mensaje de San
Borondón38) y comunicarle con detalle su avistamiento39.
Otra aportación nos llega desde el barrio del Socorro en Breña Baja.
Sobre las 10:00 horas y hasta entrado el mediodía del 20 de febrero de 2006,
la joven Yurena Hernández Rodríguez advirtió la manifestación del fenóme-
no40. Llegó a tomar media docena de instantáneas con la cámara de su telé-
fono móvil y, aunque en ninguna de las fotograf ías capturadas se distingue
tan siquiera la presencia de una silueta, cabe matizar que en el emplazamien-
to sobre el que se situó esta supuesta aparición se aprecia el único punto de
las instantáneas en que los rayos de luz se posan directamente sobre el océ-
ano, un hecho que no se percibe en el resto de la panorámica fotográfica, lo
cual podría servir en el futuro como dato de interés para proporcionar una
explicación a este fenómeno. Según el relato de Hernández, el color de la isla
era de un gris azulado. En principio pensó en La Gomera, pero de inmedia-
to se percató de que se trataba de otra isla. La apariencia de una y otra isla
era muy similar: la real divisada en el horizonte y, junto a ella, el perímetro
de la tierra insólita vista ese día.
122
Es preciso significar las características de los avistamientos recopilados y de
aquellos otros que se encuentran mejor descritos. Todos ellos pertenecen a los
siglos XX y XXI y han sido presenciados desde La Palma. Los mismos se han
123
presentado casi siempre en época estival y tanto en días con alguna nubosi-
dad, como sin ella; el tiempo de exposición ha sido en general corto, entre
veinte minutos y una hora; su localización, en la mitad sur de La Palma; y con
una forma que puede variar entre una isla con una montaña y dos montañas
separadas por una degollada.
124
periódico local al referirse a la vigencia contemporánea de la ilusión que
causa la floración de San Borondón41. En alguna ocasión, también, el racio-
nalismo más recio nos ha acompañado. Afirmaciones como «puro ilusionis-
mo», «gente crédula» y otras sentencias análogas han servido de pretexto
para valorar la presencia del fenómeno atmosférico que propicia la aparición
de San Borondón. Y es que, a pesar de todo lo apuntado, encontrar testigos
del fenómeno no ha resultado tarea sencilla. En contra de lo que pudiera
parecer, los testimonios de avistamientos son escasos. Los palmeros convivi-
mos con la leyenda de la isla-ballena de una manera un tanto borrosa. A
veces, las opiniones generales sobre San Borondón sólo se refieren a ella
como mero cuento fantástico. Las mismas mezclan la vertiente «auténtica»
(u óptica) de la historia con las elucubraciones más especulativas, confor-
mando unas y otras un tronco monocromático. Por esta razón no son extra-
ños los posicionamientos enunciados.
125
Pedro Rodríguez González, Bajas de San Pedro (Tazacorte), ca. 2005 [PRG]
126
CUADRO DE AVISTAMIENTOS DESDE LA PALMA EN LOS SIGLOS XX Y XXI
127
5
La toponimia, entendida como disciplina que se ocupa del estudio del origen
y significado de los nombres propios de cada lugar (formas geográficas, acci-
dentes del terreno o localidades), puede ser abordada desde distintos puntos
de vista: lingüístico, geográfico o histórico; incluso cabe un análisis multidisci-
plinar desde todos esos ángulos. Para el examen de los numerosos y variados
129
términos toponímicos, esta ciencia se divide a su vez en una rama mayor que
analiza los nombres de amplias áreas geográficas —como ciudades y villas,
montañas, cabos y golfos, por mencionar sólo algunos ejemplos—; y otra
menor que investiga los vocablos referidos a nombres locales de reducida y
escasa importancia —tales como aldeas, cerros, playas, etc. —.
130
En Canarias es estimable la profusión del topónimo San Borondón y sus
variantes en diversos lugares de la geograf ía insular. En fecha reciente, los pro-
fesores Corbella Díaz y Medina López han registrado ejemplos del mismo en
las islas de La Palma, Tenerife, Gran Canaria y La Gomera, lo que evidencia de
manera fehaciente la presencia del santo irlandés y su leyenda en nuestro terri-
torio3. Sin embargo, lo más curioso de todo esto es que no existe en todo el
archipiélago un templo, capilla o simple imagen consagrada a este célebre
navegante y evangelizador. De ello deducimos que la hagiograf ía local del abad
de Clonfert ha estado ligada principalmente a la tradición más profana, que ha
mantenido viva esta leyenda empero sin penetrar en su origen: únicamente se
hace mención al recuerdo de un viajero irlandés ligado a una isla que aparece
en ciertas ocasiones frente a las costas canarias4. Por esta causa, no es de extra-
ñar que en Canarias no exista un solo lugar de culto para un santo que goza de
cierta popularidad no sólo en Irlanda, sino también en el resto de las islas bri-
tánicas y en otros puntos de Europa y América del Norte.
En estas islas, por el contrario, San Borondón ha estado asociado a una his-
toria demasiado fantástica y, debido a este motivo, tanto las autoridades ecle-
siásticas como los mismos fieles no alcanzaron a ver en el monje nórdico más
que un cuento medieval protagonizado por un antiguo santo sobre el cual
pocos datos se conocían. Con certeza, tanto unos como otros fueron incapa-
ces de asimilar el trasfondo espiritual de sus viajes y es de este modo como el
recuerdo de esta historia ha perdurado exclusivamente integrado en las men-
tes más especulativas. Para finalizar, hay que tener en cuenta que el abad de
Clonfert tampoco goza de relevancia en el orbe católico hispano, lo que hacía
poco menos que imposible la propagación de su veneración hacia alguna de
estas tierras, siempre fuertemente dirigidas y controladas por las autoridades
religiosas en connivencia con las civiles.
131
En cambio, se ha de precisar el arraigo que poseyó la figura de san Amaro
en el devocionario isleño. Tanto en Gran Canaria como en Tenerife, en La
Gomera y en La Palma se localizan oratorios o efigies puestas bajo esta advo-
cación. En esta última isla se contaba con una iglesia parroquial en el término
de Puntagorda y un buen número de imágenes repartidas a lo largo del cerco
insular (Santa Cruz, Las Lomadas, La Galga, Puntallana, Los Sauces, Breña
Alta, San Andrés y Barlovento). La presencia de una substancial colonia por-
tuguesa explica la presencia de este considerable número de tallas donde, al
igual que en Galicia, el viejo abad y navegante goza de un ancestral fervor.
Hasta el templo de San Amaro, ubicado en Puntagorda, en el poniente palme-
ro, se dirigían en su fiesta anual peregrinos procedentes de todas las circuns-
cripciones palmeras. Se trataba de una de las más importantes romerías, cele-
brada hasta bien entrado el siglo XIX —posiblemente desde el Quinientos— en
las inmediaciones de su parroquia. Es sabido que las biograf ías de Brendan y
Amaro se encuentran moteadas de numerosas similitudes5. Según cuentan las
crónicas, ambos varones viajaron a unas islas paradisíacas situadas en el occi-
dente Atlántico, dando con tierras maravillosas. En razón a estas influencias
no deberían extrañar posibles confusiones en el pasado entre una y otra leyen-
da, entre uno y otro santo. Las narraciones orales sobre las que se transmitía
la cultura popular pudieron con frecuencia conjugar sus historias legendarias.
132
les, bibliográficas e incluso orales). Todas ellas nos auxiliarán para com-
prender la evolución y permanencia de la leyenda borondoniana en este
rincón oceánico.
6 Un panorama más amplio que el que aquí podemos proporcionar ha sido descrito recientemente por DÍAZ
ALAYÓN (2001) y DÍAZ ALAYÓN (2003).
7 DÍAZ ALAYÓN (1987).
8 ÁLVAREZ DELGADO (1941).
9 RÉGULO PÉREZ (1968-1969), pp. 12-174.
10 AFONSO PÉREZ (1988), p. 8.
11 DÍAZ ALAYÓN (1987), p. 125.
12 REYES GARCÍA (2003).
13 LEAL CRUZ (2003).
133
Tras la reseña de estos materiales, es preciso destacar que la toponimia
insular aún adolece de numerosos aspectos necesitados de nuevos abordajes y
revisiones14. Uno de ellos es el análisis de este lugar perteneciente a la demar-
cación municipal de Tazacorte. Conviene recordar, no obstante, que con ante-
rioridad a estas líneas el pago palmero de San Borondón fue examinado en
relación con la historia del monje irlandés. Benito Ruano en 1978, Corbella
Díaz y Medina López en 1997 y Marcos Martínez en 2002 y 2004 se ocuparon
de ello, aunque siempre —debido a los propósitos de sus textos— de manera
tangencial. El fin de todos esos trabajos no era otro que el estudio de la leyen-
da en Canarias15. Los aspectos toponímicos de los samborondones isleños per-
manecieron así relegados a simples alusiones generales.
TAZACORTE
14 Como estudios específicos sobre toponimia palmera son destacables, aparte de la tesis doctoral de DÍAZ
ALAYÓN (1987), los trabajos de ÁLVAREZ DELGADO (1943) y RÉGULO PÉREZ (1975), además de los artículos de
María Victoria Hernández Pérez y Miguel Martín González publicados en periódicos regionales y locales.
15 BENITO RUANO (1978), pp. 71-73; CORBELLA DÍAZ, MEDINA LÓPEZ (1997), pp. 31-32; MARTÍNEZ (2002), pp. 31-
33; MARTÍNEZ (2004), p. 201.
16 El profesor Benito Ruano ha sido, además, decano de las facultades de Filosof ía y Letras en las universida-
des de Oviedo y León; presidente de la Asociazione degli Sotri Europei y del Comité Español de Ciencias
Históricas, vicepresidente del Comité Internacional del mismo nombre y presidente honorario de la
Sociedad Española de Estudios Medievales; fundador de las publicaciones periódicas Asturiensia medieva-
lia (Oviedo), Estudios humanísticos (León) y Medievalismo (Madrid); doctor honoris causa por las univer-
sidades de Oviedo y León; encomienda de la Orden de Alfonso X el Sabio y Palmas Académicas de Francia;
y autor de más de doscientas publicaciones.
134
centro, el erudito profesor desglosó uno de sus temas de investigación favo-
ritos: San Borondón17.
17 Véase: BENITO RUANO (1950), pp. 186-308; BENITO RUANO (1951), pp. 35-50; BENITO RUANO (1970-1973), v.
I,
pp. 203-221. Estos tres trabajos fueron recogidos en BENITO RUANO (1978); BENITO RUANO (1985), v. V, pp.
145-160; BENITO RUANO (1989), pp. 49-58.
18 OLIVE (1863), pp. 908-909.
135
tenemos constancia documental sobre este lugar y su nombre desde las prime-
ras décadas del siglo XVII. Es lógico pensar, por otra parte, que la nomenclatu-
ra se remonte todavía algo más en el tiempo, quizás hasta el XVI. Su motivación
es, igualmente, incierta. En relación con las causas de su elección, sólo podre-
mos esbozar alguna hipótesis.
52. En la suerte que dicen de San Borondon tres fanegas y tres selemines con caña
soca nueva. Y una más fanega de tierra calma pegada a las dichas cañas que por
todos son quatro fanegas y tres selemines: 4-3 (f. 251v).
53. En la dicha suerte de San Borondon y devaxo de la dicha rueda otra fanega de
tierra [...]: 1 (f. 251v).
64. En la suerte de San Borondon doce fanegas y nueve selemines con caña de soca
en nueve selemines con caña de soca de planta, digo once fanegas y nueve selemi-
nes, las nueve fanegas y nueve selemines con caña de soca de planta nueva; y las dos
fanegas en calma que son las dichas fanegas y un selemín. Es demás de las sinco
fanegas y tres selemines que están deuaxo de la rueda en partida 52 y 53: 11-9 (f.
252v).
19 AGP, PN.Escribanía de Bernardo José Romero, caja 21 (1783). La escritura fue certificada en este año a peti-
ción de Félix Poggio y Valcárcel.
136
(a) Melchor de Monteverde recibió una fanegada de la partida 53 y tres fane-
gadas y tres celemines correspondientes a los lotes 52, 53 y 64 (f. 264v).
Hacia mediados del siglo XVII volvemos a tropezar con otras referencias
sobre el paraje estudiado. En un primer repaso, se debe subrayar la partición
de los bienes pertenecientes a Ana van Dalle, mujer que fue de Pablo
Wangüemert, rubricada el 15 de octubre de 1641 pero no oficializada ante
escribano público hasta 167620. Según esta pieza documental, la familia
Wangüemert-Van Dalle poseía «en el sercado de San Borondon seis fanegas
y un celemín en la parte primera, luego a la entrada que linda con tierras del
maese de campo don Pedro de Sotomayor» (f. 191r). En una segunda revi-
sión no se pueden desatender las adquisiciones operadas por Juan de
Sotomayor y Topete sobre un cercado que con anterioridad había perteneci-
do a Domingo Martín, mayordomo, vecino de Argual y progenitor de María
Pérez y Margarita Martín.
20 AGP, PN. Escribanía de Andrés Chávez, caja 38 (1676), ff. 134r.-192v; SC. Archivo, Protocolo de las Haciendas
de Argual y Tazacorte, f. 218r.
137
En los sucesivos matrimonios de sus hijas, María Pérez (casada con
Pedro de la Cruz el 2 de septiembre de 1635)21 y Margarita Martín (mujer
de Pedro de Acosta desde el 28 de octubre de 1646)22, el prenotado
Domingo Martín, padre de ambas, entregó en dote a cada una de ellas la
mitad de un cercado de tres fanegadas de extensión, preparado para el cul-
tivo de cereales, que tenía en el término o jurisdicción de Los Llanos,
«donde disen San Barandon». El mismo se hallaba delimitado por la parte
de arriba con el camino real que se dirige desde Tazacorte hasta Tihuya;
por abajo, los riscos del mar, en el llamado Paso de Mangoy; en un costa-
do, un cercado integrado en la hacienda de Tazacorte; y por el otro, una
finca del capitán Pedro Beltrán de Santa Cruz. Entre 1647 y 1649 los matri-
monios De la Cruz-Pérez y Acosta-Martín enajenaron a Juan de
Sotomayor Topete ambas mitades del aludido cercado. Los traspasos se
efectuaron el 12 de noviembre de 1647, cuando Pedro de la Cruz y María
Pérez vendieron por 220 reales al mencionado Sotomayor Topete el medio
cercado de tierras de una fanegada y media aproximadamente que tenían
en el lugar denominado «San Barandon» (f. 372r)23; y el 10 de noviembre
de 1649, fecha en la que Pedro de Acosta y Margarita Martín otorgaron
escritura de venta por precio de 240 reales al referido Sotomayor de la otra
mitad del cercado que disfrutaban en el lugar llamado «San Varandon o
Varandan» (f. 307v)24.
138
Foto Gaspar, Vista del barrio de San Borondón, ca. 1960 [AFG]
139
Barrio de San Borondón I, 2008 [AFP]
140
22. Yten dies fanegas, nueve selemines y medio de tierra en sercado que llaman de
San Barandon, linda por arriua con la pared de dicha serca y por abaxo con la bera
del risco de aguas virtiente a la playa del mar, y por un lado tierras de los
Monteverde, y por otro con tierra de don Juan Massieu que fueron adjudicadas a
doña Ana van Dalle en la partición grande y son las que se comprenden en la par-
tida 83 del cuerpo de bienes de ella.
Entrado el siglo XVIII se cuenta con nuevas noticias acerca de este paraje.
Una de ellas es la consignada en el testamento mancomunado que otorgaron
141
el 22 de abril de 1747 los cónyuges Francisco Ignacio Fierro Monteverde y
Luisa María Antonia de Torres y Santa Cruz. En el mismo consta la propiedad
de un «cercado en San Borondon» (f. 231v)27. Otra noticia es la referida por
Juan de Guisla Vandewalle, quien dejó escrita una anotación sobre el arrenda-
miento a Juan de Toledo de unas tierras «en San Borondon» por un período de
doce años28. Una nueva alusión es la que aparece verificada en un informe de
partición del heredamiento de Tazacorte; en él se halla indicada la suerte «de
27 AGP, PN.Escribanía de Andrés Huerta y Perdomo, caja 26 (1747). La carta de testamento se abrió el 3 de
noviembre de 1748. Apud. PÉREZ GARCÍA (2004), p. 60, nota 82.
28 SC. Archivo, Protocolo de las Haciendas de Argual y Tazacorte, f. 234r. La nota dice así: «En San Borondón
se arrendó a Juan Tholedo por ante dicho escribano Alberto en 21 de marzo de 1750 por espacio de 12 años
que comensaron a correr desde agosto pasado de 1747 y por precio de seis fanegas de senteno».
142
San Borondon» (ca. 1750)29. Y de unas décadas más tarde se podría citar un
traslado de la relación de bienes heredados por María Monteverde (1823), en
la que leemos otras referencias a la «suerte de San Borondon»30.
De los fragmentos analizados se deduce que las tierras conocidas por San
Borondón ubicadas en el pago de Tazacorte se situaban en uno de los extremos de
la hacienda azucarera, comprendiendo tanto fincas de regadío como de secano.
Las primeras estarían plantadas de caña y las segundas destinadas al cultivo de
cereales. Conformaban un conjunto (en la documentación coetánea denominado
cercado o suerte), perteneciendo tanto a la administración de la hacienda como a
algún mediano y pequeño agricultor (como ocurrió en el caso de Domingo
Martín). Es indudable que el emplazamiento de este San Borondón sea el mismo
que el que en la actualidad recibe tal denominación. El lugar comprendía una
zona dilatada (al menos 17 fanegadas, unos 90.000 metros cuadrados), que se
extendería desde los riscos del mar hasta entrada la línea de costa. Con el paso del
tiempo, es probable que las propiedades colindantes a las plantaciones fueran
compradas por los ricos terratenientes y que las incorporasen a su patrimonio
familiar. Estamos ante un mecanismo utilizado para consolidar bienes y aumen-
tar beneficios. Como ha apuntado Pérez Morera, la explotación de los hereda-
mientos de Argual y Tazacorte adquirió una gradación autárquica, en cuyo seno
los señores ostentaban todo resquicio de poder. En palabras del enunciado profe-
sor, se trataba de un régimen semifeudal en el que se controlaba —por ejemplo—
desde el abastecimiento interno hasta el sistema defensivo, los oficios divinos e
incluso, en la práctica, la justicia civil31.
Es lógico creer, por otro lado, que la denominación de San Borondón res-
ponda a dos factores. De una parte, los sucesivos avistamientos de los que no
29 AGP, LV-M, sin sign. Partición del décimo de Tazacorte que hace Camacho según el conocimiento que tiene
en los muchos años que lo ha tenido en arrendamiento.
30 AMLL, Fondo Lorenzo Mendoza, signatura antigua P-G (III), f. [1r].
31 PÉREZ MORERA (2004), pp. 75-115.
143
quede testimonio escrito y que posiblemente se hayan producido durante las
décadas finales del siglo XVI y primeras del siguiente32. De otra, las distintas
expediciones que salieron en su descubierta. Estos agentes debieron de asen-
tar durante el curso del tiempo la precipitada denominación borondoniana.
Es relativamente frecuente encontrar a lo largo de la costa palmera topóni-
mos vinculados con sucesos marítimos, tales como incursiones o ataques
piráticos, o incluso otros referentes a lugares con un marcado carácter defen-
sivo, como atalayas y sitios de observación de los posibles acercamientos
navales. Así, localizamos nombres como Punta del Moro, Matamoros o
Montaña de la Centinela dispersos en varios puntos de la geograf ía insular33.
Cabría preguntarse, entonces, por qué no marcar con el nombre de la isla
misteriosa un lugar de la costa occidental de La Palma, franja desde la cual
presumiblemente se producían esporádicos avistamientos y, asimismo, un
emplazamiento que los palmeros de aquel tiempo creían próximo a la ínsula
fantasma. Si otros topónimos servían para recordar hechos relacionados con
el mar, ¿por qué no iba a fijar el imaginario colectivo este otro ligado estre-
chamente a una realidad considerada tangible? Acerca de esta cuestión es
necesario preguntarse cómo definir este topónimo. ¿Se trata de un hierotopó-
nimo y hace referencia al santo de Clonfert? ¿O más bien de un morfo-
topónimo y hay que relacionarlo con un hecho geográfico, otorgándosele al
lugar elegido el nombre de una isla vecina de existencia cierta pero aún no
descubierta y cartografiada? Nosotros nos decantamos por la segunda
opción: un morfotopónimo. Sobre esta aserción, baste recordar, por un lado,
la falta de devoción por san Brendan en Canarias, y, por otro, las sabrosas
alusiones proporcionadas por el viajero lusitano Gaspar Frutuoso, quien a
mediados del siglo XVI escribió en su obra As saudades de terra cómo desde
esta zona, durante la puesta de sol, se divisaba la isla de San Borondón. El
sacerdote azoreano dejó redactado que «se muestra como una tierra negra
144
no muy alta, redonda como la isla de La Gomera, y a ella nunca se pudieron
acercar aunque muchas veces es vista y buscada»34.
145
través de un rastreo documental ha podido comprobar cómo durante los siglos
XVI y XVII se adjudicó un nombre distintivo a cada una de las suertes de cañave-
rales que constituían los heredamientos de Argual y Tazacorte. Algunas de estas
designaciones han pervivido hasta la actualidad. Con ellas se pretendía indivi-
dualizar cada explotación. Entre estas calificaciones se enumera toda clase de
topónimos35. Apuntaremos, sin ir más lejos, la elección de formas geográficas
(barrancos, lomos, llanos, calderetas, montañas), elementos vegetales, santos y
vírgenes, nombres de personas y apodos, calidades de las tierras o proximidad
al castillo de San Miguel para señalar las superficies cultivables. Es destacable
que el referido topónimo de San Borondón sea el único de naturaleza mitológi-
ca que aparece colacionado. Asimismo, no se debería perder de vista un dato,
casi anecdótico pero de particular belleza. Se registra en la carta de testamento
cerrada y formalizada de manera mancomunada por Nicolás van Dalle Massieu
y Vélez y su esposa Gerónima María de Sotomayor Massieu (30 de enero de
1706). En la cláusula veintiocho de la expresada escritura36 se recoge la intención
de los otorgantes de dedicar una misa cantada en memoria de sor Catalina de
San Mateo de la Concepción (1648-1695), religiosa lega, profesa en el convento
de Santa Clara de Las Palmas de Gran Canaria, en cuyas supuestas bilocaciones
se contaban transmigraciones que llegaban hasta la isla de San Borondón37.
146
olvidar, como hemos visto en los capítulos anteriores, que los numerosos avis-
tamientos que se sucedieron a lo largo de los siglos conservaron viva la memo-
ria de la isla fluctuante entre los lugareños del archipiélago.
147
social. Es decir, una interpretación de los vecinos sobre el nombre del pago.
Leer, oír y mirar noticias referentes a este tema podría haber despertado
inconscientemente un afán etimológico. Pero todo ello, de momento, no pasa
de ser mera elucubración. Desde nuestro punto de vista, el supuesto más admi-
sible sería que se hubieran unido en esta designación algunos de los factores
citados por Afonso Pérez (por ejemplo, la pérdida de la memoria sobre su ori-
gen, de una parte; y su manifiesta sonoridad de amplio calado popular, de otra).
148
escrita por estas fechas— a la precitada partición de 1619, dicho vocablo apa-
rece copiado de idéntico modo: «San Barandon» (235r)40. Llegado el
Setecientos volvemos a encontrar la forma primitiva de San Borondon (por
ejemplo, en el testamento de 1747, nota de Juan de Guisla y relación de bienes
de 1823). Y así se ha mantenido hasta la actualidad. De todas maneras, la com-
plejidad de esta palabra desemboca con frecuencia en alguna confusión. Hoy
en día, no es infrecuente oír de boca de ancianos el referido «San Barandón»,
al igual que otras variables similares.
Con posterioridad a estos textos de los siglos XVII y XVIII, el citado Olive
recopiló algunos datos generales. En la entrada correspondiente al poblado de
San Borondón de su Diccionario estadístico-administrativo, describió la situa-
ción geográfica, urbanismo y demograf ía en 1863: unos 120 habitantes repar-
tidos entre una veintena viviendas, de lo que se podría colegir la existencia de
una comunidad rural consolidada41:
San Borondón: Caserío situado en término jurisdiccional de Los Llanos, partido judi-
cial de Santa Cruz de La Palma, isla de La Palma. Dista de cabeza del distrito muni-
cipal 5 k. 555 m., y lo componen 11 edificios de un piso y 14 chozas u hogares habi-
tados 24 constantemente por 24 vecinos 120 almas y 4 inhabitados.
149
Barrio de San Borondón V, 2008 [AFP]
150
cia de otras ocupaciones. Únicamente se reseña la presencia de cuatro pro-
pietarios, un comerciante y una quincena de otros oficios relacionados fun-
damentalmente con el sector primario. Finalmente, podemos destacar que
nueve vecinos se hallaban ausentes, la mayoría probablemente en América
a causa de la emigración42. Desde esta fecha hasta los noventa del siglo XX,
los cambios provinieron de la construcción de algunos edificios durante las
tres décadas anteriores.
En el año 2004 el barrio de San Borondón forma una de las siete entida-
des administrativas en las que se divide el término municipal de Tazacorte,
tiene una extensión de dos hectáreas y una altitud de 104 metros sobre el
nivel del mar. El urbanismo de esta jurisdicción presenta una organización
caótica en la que se combinan edificios de varias plantas de reciente cons-
trucción junto a numerosas casas terreras, vestigios arquitectónicos —estas
últimas— del viejo pago. La población la componen 185 habitantes reparti-
dos entre 99 viviendas, 14 de ellas vacías. Se cuentan, asimismo, 36 locales
entre los que hay garajes, espacios inactivos y los que propiamente se
encuentran abiertos al público, como establecimientos comerciales. Entre
los mismos podemos enumerar «Modas Cruz», «Apartamentos Tagomate»,
los almacenes de empaquetados de frutas «Plátanos Cejas», «Plátanos
Roberto Remedios» y un «Bar San Borondón», negocio que evoca de mane-
ra fehaciente la mítica isla43.
42 AMLLA. Padrón general de los habitantes de hecho y derecho, de este término municipal, según resulta de la
inscripción verificada el día 31 de diciembre de 1910. ff. [94r]-[100r]. El total de la población del municipio
de Los Llanos era de 7.214 personas de hecho y 7.741 de derecho.
43 AMT. Dossier confeccionado por Francisca Acosta Concepción. En este distrito se localizan, además, un
horno para hacer dulces (bollos, rosquetes, chibiricos), el campo de fútbol municipal, el cementerio, una
carpintería, un bar, el pozo de San Isidro, etc.
151
prólogo al libro de Ulises Martín Cuentos del año mil y otras leyendas atlánti-
cas sobre santos, marinos y monstruos olvidados por la historia. Dicho lance ha
sido recogido en tono irónico. No en vano, narra una jornada del mes de mayo
de 1976 cuando, estando en Tenerife, Hernández preguntó a su padre (natural
de Breña Alta) sobre lo que sabía acerca de la isla San Borondón. En su res-
puesta le indicó nada menos que conocía a una familia procedente «de San
Borondón». La desilusión del joven fue inmediata al ponerse de manifiesto que
se trataba del caserío homónimo de Tazacorte44.
44 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ (2006), pp. 10-11. «Creo que fue una tarde de mayo de 1976 cuando le pregunté a
mi padre, palmero natural de Breña Alta, si él había oído hablar alguna vez de San Borondón. Con gran sor-
presa para mí respondió que no sólo había oído hablar de San Borondón, sino que “en Llanito, frente a la
casa de abuela vivía una familia que había venido de allí”. El lector se puede imaginar cuál sería mi asom-
bro, curiosidad y alegría al oír aquellas palabras que salían de la boca de mi padre. Mi decepción vino cuando
después de tratar de aclarar aquel dato, me explicó que el San Borondón de donde procedía aquella familia no
era la famosa isla que algunos habían visto, sino un barrio de Los Llanos de Aridane que así se llamaba».
152
En la actualidad se proyecta la construcción de una urbanización rotulada
«Isla de San Borondón». Según un cartel informativo instalado al pie de la
finca que se va a edificar, se prevé que dicho residencial conste de cuarenta y
cinco viviendas unifamiliares adosadas y veinticinco apartamentos. Un poco
más hacia el sur, en el mismo eje del núcleo poblacional, se erige otro comple-
jo de viviendas (Residencial El Hornito). Este nuevo conjunto limitará la visión
del océano. A pesar de este escollo, no dudamos que los residentes del viejo
caserío de San Borondón continúen hollando el horizonte en busca de una res-
puesta al nombre del sitio que les vio nacer.
Mucho más desapercibida que el pago ubicado en Tazacorte (y por fortuna aún
sin edificar) es una zona denominada San Borondón situada en la demarcación
territorial de Los Sauces, en el noreste de La Palma. El único autor que se ha
referido a ella ha sido Pérez Hernández en un artículo publicado en la Revista
de historia canaria en 199845. La pieza citada recoge una partición legalizada el
31 de diciembre de 1875 entre los hermanos Manuela, Francisca, María de los
Dolores, Teresa, Lorenzo, José, Juan, Enriqueta y Sebastián Ortega y Lonstan,
herederos legítimos de Andrés de Ortega y Arturo y Francisca Lonstan y
Guisla, sus padres, y Teresa Ortega y Arturo, su tía46. En su contenido aparece
una cláusula que dice (f. 640r):
153
Y rastreando en la escritura de últimas voluntades citada en el fragmento
anterior, otorgada por José Miguel Arturo y protocolizada un siglo antes
(1774), se registra una estipulación en la que se vuelve a hacer referencia a este
pedazo de tierra (f. 324r)47:
Yten, dos suertes de viña en el barranco de la Herradura, vn[a] en donde llaman San
Borondon, y la otra donde disen Tholedo, c[on] un lagar dentro, de que se paga
quinto a los Prínsipes.
47 AGP, PN.Escribanía de Francisco Mariano López Abréu, caja 10 (16 de junio de 1774), ff. 321r-335r.
48 BATISTA MEDINA, HERNÁNDEZ PÉREZ (2001), pp. 115-119; LORENZO RODRÍGUEZ (ca. 1900), v. I, pp. 207-208.
154
isla— del avistamiento de una tierra misteriosa desde esta franja del norte de La
Palma, pero en esta ocasión hacia el naciente. Escribía el clérigo azoreano que
desde la Cruz de los Frailes «se ve a veces una isla grande, más alta por la banda
del este, tan cercana como Tenerife, que queda al sureste de esta Cruz de los
Frailes; parece tener 18 leguas de largo, y aunque esta isla y de la de San Brandán
se ven desde La Palma bien claras, nunca fueron a buscarlas estos habitantes»49.
49 FRUTUOSO (ca. 1590), pp. 126-127. La transcripción se realiza con las abreviaturas desarrolladas.
155
Alrededores de la finca San Borondón II, 2007 [AFP]
156
y siguientes, algunas referencias nominativas. Baste apuntar un amillaramien-
to levantado hacia 1945 en el municipio de San Andrés y Sauces, donde apare-
ce registrada la expresada voz. Es reseñable, asimismo, cómo entre las fincas
próximas a la analizada aparecen otros apelativos exóticos (Brasil, Guinea, o
incluso el plasmado en la mención anterior, Toledo). Así, en el citado amillara-
miento de San Andrés y Sauces se alude a una finca conocida por San
Borondón o Sanborondón en las relaciones de varios contribuyentes. En este
expediente se define como un grupo de tierras de secano, dedicadas a pastos,
árboles frutales y tubérculos.
A grandes rasgos se puede afirmar que el lugar conocido bajo este nombre
comprende una zona de unos 10.000 metros cuadrados de extensión (según
nuestros informantes es imposible precisar con exactitud sus linderos). El
paraje se encuentra en la ladera meridional del barranco de la Herradura (entre
unas cotas aproximadas de 200 y 350 metros de altitud sobre el nivel de mar),
limitando hacia el naciente con la parcela denominada Los Pasitos, al oeste con
La Marranera y el Portal del Valle, al norte con El Callao o cauce hídrico de
La Herradura, y al sur con Las Vueltas. Es un terreno fragoso y de fuerte des-
nivel sobre el que se han laborado algunos huertos. La parte que da al barran-
co está separada de su fondo por una pared de unos 40 metros de alto50.
157
mayor cohesión en la continuidad nominativa de las distintas entidades que
componen su territorio, añadiendo este geógrafo que normalmente se recogen
en los sucesivos documentos locales aquellas entidades que de hecho se
encuentran perdidas en la memoria de los vecinos52. Por todo ello, en el futu-
ro sería recomendable este desagravio histórico recuperando en la documen-
tación oficial la ancestral denominación de San Borondón.
158
Quizás las mismas no sean más que múltiples decires de una sola voz, puesto
que la complejidad del término siempre ha acarreado transcripciones dispares.
Baste apuntar la referencia «San Borombón: leyenda y realidad», título de un
artículo aparecido en 1980 nada menos que en una revista de temas etnográ-
ficos, en el que, como se observa, no se transcribió de forma correcta el nom-
bre de la mítica isla56. A todos los topónimos precedentes se deben agregar los
recolectados por Afonso Pérez en el macizo de Anaga: una baja en la costa del
municipio de La Laguna y una punta situada en la demarcación perteneciente
a Santa Cruz de Tenerife57.
159
viajera en Santa Cruz de Tenerife (ciudad en la que hay un edificio con este
nombre en la plaza Imeldo Serís), Adeje, Arona, Granadilla de Abona y La
Laguna; además consta un Hotel San Borondón en el Puerto de la Cruz y una
urbanización en el Puertito de Güímar; en La Gomera se encuentran sendas
calles de San Borondón en los núcleos de San Sebastián y de Alojera (munici-
pio de Vallehermoso) 58.
58 El profesor Afonso Pérez, refiriéndose a los nuevos poblamientos urbanos, afirma que en reiteradas cir-
cunstancias se prefiere la elección de nombres exóticos a los propios de cada lugar. De esta manera se llama
la atención de los residentes, faltos de vínculos afectivos con la zona. Véase: AFONSO PÉREZ (1988), p. 15.
Una buena muestra de ello podría ser el título de la urbanización bautizada como Valle de la Luna (Breña
Alta, La Palma). Tras la conclusión de las obras de este residencial de viviendas unifamiliares —a finales de
la década de 1990—, casi ha desaparecido de la semiótica viaria (y más tarde del habla de sus vecinos) la
ancestral denominación del lugar: La Caldereta. La situación de los samborondones isleños, en todo caso,
sería bien diferente de esta última mención. Sobre esta cuestión es necesario apuntar que toda alusión a la
mítica tierra del abad de Clonfert posee un vigoroso arraigo en la cultura popular de cualquiera de las islas
que componen el archipiélago canario.
160
En relación a las iniciativas culturales, la más llamativa es la ofertada por el
Centro de la Cultura Popular Canaria. Fundado en 1977, tiene su sede princi-
pal en San Cristóbal de La Laguna; cuenta, además, con una oficina en Las
Palmas de Gran Canaria. En sus más de treinta años de andadura, ha ejercido
una encomiable labor y, si bien el Centro de la Cultura es más conocido en el
resto del archipiélago por sus sellos editorial y discográfico, en Tenerife ha
conseguido consolidar unas actividades paralelas a las de sus publicaciones.
Uno de los rasgos más sugerentes es la denominación recibida por el conjunto
de esas iniciativas: San Borondón. Con el nombre de la isla se ha vestido un
boletín informativo (número 0 editado en octubre de 2004), últimamente
transformado en revista electrónica; una sala polivalente para conferencias,
mesas redondas o seminarios; un club de cine; y una emisora de radio (creada
en 2003). Con anterioridad a esta última fecha (en concreto hacia 1989 ó 1990),
el poeta palmero Francisco Viña59 —muy vinculado también al Centro de la
Cultura Popular— había dispuesto en Radio Cadena Española en Tenerife de
un programa al que llamó San Borondón. Este proyecto radiofónico, circuns-
crito en principio al ámbito tinerfeño, adquirió difusión regional, pasando de
los treinta minutos de duración inicial hasta llegar a las tres horas en antena.
Como significa Viña, el término San Borondón evoca ilusión, concordia y espe-
ranza: «es una metáfora que aparece ante los canarios cuando aspiran a un
futuro más justo y desaparece, por el contrario, ante los isleños que no ambi-
cionan contemplar el porvenir de esta manera».
59 Su nombre completo es José Francisco Afonso Viña (Los Llanos de Aridane, 3 de abril de 1949). La entre-
vista fue realizada vía telefónica el día 14 de mayo de 2008.
161
«Viviendo en San Borondón», «Desde San Borondón» o «Vivir en San
Borondón». La elección de estos términos obedeció a la necesidad de crear
mentalmente un lugar utópico desde el que fuera posible plantearse la realidad
canaria, alejada de los vicios cotidianos atribuidos a las élites políticas y eco-
nómicas. En palabras de Fernández Belda, San Borondón es para él un refugio
como lo fue Nunca Jamás para Peter Pan, el País de las Maravillas para Alicia,
o incluso la capital de España para Galdós, quien prefirió «vivir en Madrid y
añorar Canarias, pero desde la distancia, desde su San Borondón, lejos de los
que querían envenenarle el alma, pero al alcance de sus amigos»60.
162
Para terminar con este capítulo dedicado a la utilización del nombre de la
isla, no podemos resistirnos a incluir una pequeña nota sobre su uso como
antropónimo, cuyo ejemplo más significativo es el apellido portugués
Brandão. En nuestro ámbito más cercano, y como mera curiosidad, en La
Palma constatamos la presencia durante el siglo XVIII del apellido Borondo61,
un patronímico muy poco común en España, diseminado hoy en día principal-
mente por zonas de Castilla y el Levante peninsular; aunque nada tiene que ver
con el tema aquí planteado, no deja de resultar un afortunado caso de homo-
nimia62. El que parece ser algo más que una similitud meramente sonora es el
apellido Borondón, que encontramos citado en las islas una sola vez, en los
años finales del siglo XVII63.
61 AGP, LV-M, sin sign. En las cuentas correspondientes a 1792 de Ana Tello y Massieu sobre la hacienda de
Puntallana, aparece un José Borondo (f. 3r).
62 No nos ha sido posible hallar el origen de este apellido. Únicamente dejamos constancia de la existencia
como apodo en el pueblo de Lopera (Jaén). Véase: LÓPEZ CORDERO, MEDINA CASADO (2008).
63 El franciscano Diego de Inchaurbe recoge el nombre de Luis Borondón en una relación de religiosos falle-
cidos entre el 21 de agosto de 1695 y el 31 de enero de 1698. INCHAURBE Y ALDAPE (1966).
163
6
Como toda academia real, la titular de las Artes y las Letras de San Borondón
cuenta con una distinguida representación. Nada menos que académicos
auténticos para un colegio imaginario. Y no por tratarse de una institución
extraoficial habría de ser menos solemne o de estar compuesta por miembros
menos creativos que cualquier otra. Numerosos pintores, escultores, músicos,
poetas o novelistas contemporáneos han plasmado en alguna ocasión su evo-
cación del mítico territorio. Este hecho les convierte a todos ellos en miembros
165
de la academia ficticia. Y como acreedores de tan alto galardón (nunca una
corporación fue tan ilusa) es necesario rescatar su nómina. En esta relación
nos centraremos principalmente en los creadores que guardan algún vínculo
con La Palma. No obstante, para poderlos encuadrar a todos con precisión, a
menudo ampliaremos la moldura propuesta hasta confines más amplios. En
esta tarea comenzaremos por las representaciones plásticas. Éstas fueron las
que primeramente (desde el mismo siglo XVI) abocetaron la isla-ballena.
Resulta curioso que uno de los primeros trabajos pictóricos de pura creación
artística que representaron esta legendaria tierra haya desaparecido antes de defi-
nirse del todo. Nos referimos a un boceto del artista surrealista Juan Ismael (1907-
1981) para un proyecto de mural titulado Aparición de la isla de San Borondón1.
Se ha conservado una fotografía en la que aparece el artista junto al cuadro pre-
paratorio, que representaba a un ángel sosteniendo en el vacío las dos colinas de
la isla fantasma, mientras una persona señalaba la extraña aparición frente a un
mar poblado de barcos del que surgía una sirena. Este trabajo fue expuesto entre
el 11 y el 30 de noviembre de 1935 en el Centro de Exposición de la carrera de San
Jerónimo (Madrid), en una muestra en la que Ismael presentó diecisiete óleos y
tres dibujos. Para el crítico R.M. Solano este lienzo tenía el valor de simbolizar
un tema fundacional dentro de la plástica contemporánea del archipiélago2.
Con posterioridad, otros pintores han trazado sobre el caballete sus impre-
siones de tan fantástico territorio. Uno de ellos fue Juan José Gil (nacido en
1947), obrador grancanario que desarrolló algunas series pictóricas relaciona-
das en mayor o menor media con San Borondón, entre las que cabría recordar
las siguientes: «Paraislas» (1983-1984), que aunque no cita el mítico territorio
166
expresamente, posee en el nombre elegido un sentido insinuante, lo mismo
que el motivo de la isla como ente onírico; «La casa» (1985), con un cuadro
titulado La casa de San Borondón; y especialmente «Fragmentos de la isla de
San Borondón» (1987-1988), dedicada de manera monográfica a este motivo y
exhibida en el Club Prensa Canaria de Las Palmas y en el Círculo de Bellas de
Santa Cruz de Tenerife3. Varios cuadros de esta última serie participaron en
una representación del arte canario que, bajo el título «Frontera sur», recorrió
varias capitales españolas en 1987-19884.
167
artista plástica Manuela Pérez de Oliveira plasmó su particular homenaje a la
isla-ballena en la exposición de pintura acrílica San Borondón, isla mítica, que
mostró a los curiosos del arte en dos ocasiones entre 1996 y 19976.
Efectuada esta breve relación, es seguro que se nos escapan muchos pinto-
res que en algún momento de sus carreras discurrieron sobre tan apasionante
argumento. Pero si continuáramos en la descripción de las obras de cada uno
de los posibles artífices, esta lista se revelaría demasiado extensa. Conviene
subrayar que la isla de San Borondón es un pretexto que cada vez se manifies-
ta más ligado a las artes plásticas. A lo largo de las últimas décadas, numerosas
firmas se han servido de esta tierra irreal como fundamento de su inspiración9.
168
Fernando Bellver, Las ciudades de San Borodón, 2000 [AMLLA]
169
Así, en la exposición permanente ubicada en las calles de Los Llanos de
Aridane —denominada La ciudad en el museo: foro de arte contemporáneo
(CEMFAC)— se encuentran tres cuadros que de alguna manera aluden a San
Borondón10. En una época como la actual, en la que el arte mantiene un matiz
elitista y casi exclusivamente destinado a expertos y entendidos, el CEMFAC pre-
tende acercar las últimas manifestaciones plásticas al ciudadano de a pie y
ofrecer un atractivo cultural a la población local y visitante. Sobre los tejados
de la arquitectura tradicional del casco urbano aridanense, en las paredes de
los nuevos edificios levantados en ese entorno durante el desarrollismo de los
años sesenta y setenta, cuelgan grandes cuadros integrados en las construc-
ciones de los siglos XVI al XIX y principios del XX, enriqueciendo estética-
mente ese conjunto. Desde 1999, el Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane
gestiona este singular y pionero museo —vio sus primeros resultados prác-
ticos en mayo de 2000—, singularizado por ser una de las primeras propues-
tas de extracción del cuadro de su espacio tradicional: el cubo blanco de las
salas museísticas.
10 Véanse reproducciones de las tres obras que a continuación se citan y los comentarios alusivos a cada una
de ellas por Andrés Lorenzo Palenzuela en SUÁREZ ACOSTA (2007a).
170
lago canario aparece una sirena, armada con tridente, advirtiéndonos de los
trances que corre el viajero. Contiguo a ella, en el espacio que resulta de tener
su brazo aferrado al arpón, bajo su axila izquierda, surge una isla con la ins-
cripción «S.B.» (San Borondón), indicando un lugar ideal donde viajar y aden-
trase en lo incógnito e inexplorado.
Javier de Juan, Hay mil vientos posibles, hay mil rumbos a elegir [fragmento], 2003 [AMLLA]
171
Finalmente, Jorge Fin se atrevió en 2006 a pintar una Vista de La Palma
desde San Borondón11. Este cuadro de cincuenta y cinco metros cuadrados
coquetea con la leyenda a la inversa. Es decir, cómo se divisaría La Palma desde
el litoral samborondoniano. El lema de este trabajo es «Desde San Borondón
todos ven La Palma; desde La Palma nadie ve San Borondón; quien mira
mucho, ve poco; quien ve mucho, mira poco». Fin ha desarrollado a lo largo de
su carrera un ejercicio interpretativo de las nubes, técnica denominada por los
especialistas como nefelocoquigia. En esta obra se aprecia en primer plano
cómo algunos moradores de San Borondón otean el mar; en el horizonte surge
La Palma y en su extremo sur (desde un volcán) nace una nube «goyesca», con
la forma de una mujer, que se alza hasta el cielo mientras intenta atraparla otra
nube varón. Cabría resaltar que, dentro de la nómina de todos los creadores
invitados a participar en este proyecto, hayan sido únicamente los peninsula-
res los que han intimado con San Borondón. De momento, ningún pintor isle-
ño ha abordado el tema en el CEMFAC.
172
tales irreales, los enanos de la Bajada de la Virgen de las Nieves y un denso
colorido marcando el paisaje que cierra cada uno de los lienzos. «San
Borondón es un escondite de la realidad», afirma Díaz. Con certeza, sus cua-
dros no poseen otra pretensión que esa fuga constante.
13 Nació en 1973 en Santa Cruz de La Palma. Formada en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La
Laguna y en la Camberwell College of Arts de Londres, gestiona desde 2007 el espacio comercial «La
Guayaba», a la vez tienda de marcos artesanos y sala de exposiciones temporales.
14 Horacio Concepción García nació en Santa Cruz de La Palma el 24 de mayo de 1974. Ha cursado estudios
de diseño gráfico, escenograf ía y pintura al óleo. Su obra ha sido expuesta entre 1994 y 2008 en numerosas
muestras individuales efectuadas en La Palma y Tenerife.
173
En el campo de las artes fotográficas (dejando aparte el retrato del fenóme-
no óptico que en 1955 consiguió efectuar Manuel Rodríguez Quintero), exis-
ten aproximaciones más recientes desde perspectivas meramente formales.
Una es la del herreño Alexis W. Brito, San Borondón: relato de un sueño15; otra,
las colecciones de fotograf ías que ilustraban la exposición San Borondón: la
isla descubierta, que abandonaba su discurso principal para mostrar diversas
interpretaciones del mito en las creaciones de José Ramón Bas, Isabel Flores,
Carlos A. Schwartz, Mª Florentina Fuentes y David Olivera16.
Esta exposición, además, más allá del interés que ofrecen las fotograf ías que
acabamos de referir, marca un hito en la historia de San Borondón por el pro-
pio planteamiento de la muestra, creada por el mismo David Olivera y por
Tarek Ode, y por las fascinantes reproducciones fotográficas de este último. La
exhibición ofrecía una puesta en escena muy sugerente, ya que se presentaba
como el fruto de algunas pesquisas de los artífices de la muestra, quienes de
manera fortuita dieron en el Reino Unido con los vestigios de una supuesta
expedición a San Borondón en 1865. Este viaje estuvo liderado por un imagina-
rio científico llamado Edward Harvey, y después de los pertinentes análisis his-
tóricos se llegó a la conclusión de que partió desde las costas del archipiélago
(donde incluso se enroló en su tripulación un palmero) en busca de San
Borondón. Se descubrió —por fin— la isla fantasma, y al regreso los nautas tra-
jeron numeroso material para el estudio de esta misteriosa tierra. Por supuesto
—avatares del destino—, todo quedó sepultado en el olvido más absoluto y casi
ciento cincuenta años después se consiguieron rescatar fotograf ías, dibujos, un
herbario e, incluso, el Diario de su promotor, en cuyas páginas se relataban de
manera pormenorizada los entresijos de la aventura. Todo un alarde de imagi-
nación concebido por Ode y Olivera, quienes, junto a una sutil complicidad de
los medios de comunicación, llevaron a una buena parte del público a creer
174
Tarek Ode, David Olivera, Fotograf ía de la exposición «San Borondón, la isla descubierta», 2004
[Colección de los autores]
175
auténtico todo lo que tenía ante sus ojos. Uno de los lugares donde pudo ser
visitada esta original muestra fue la Casa Massieu (Argual, Los Llanos de
Aridane), entre noviembre y diciembre de 200517. En el fondo se trataba
sólo un juego artístico presentado como una historia real; lo relevante,
desde nuestra perspectiva de análisis, es que este ejercicio estaba asenta-
do sobre la leyenda de una tierra inexistente (que surge de vez en cuando
frente a nuestras playas) en el océano que nos abriga. La huella de la tra-
dición se mantenía así viva y renovada.
ACADÉMICOS DE PENTAGRAMA
El mar, ese misterio. El mar, esa sonoridad. Misterio para los navegantes y
exploradores de los siglos XV y XVI que se inmiscuyeron en sus entrañas para
dibujar los confines de una tierra evanescente. Sonoridad para los isleños que
desde nuestras atalayas abrigamos su fragor. Si alguna vez fuera posible desve-
17 POGGIO CAPOTE, REGUEIRA BENÍTEZ (2005a); POGGIO CAPOTE, REGUEIRA BENÍTEZ (2005b); POGGIO CAPOTE,
REGUEIRA BENÍTEZ (2005c).
18 Esta filmación ha sido mostrada en los programas televisivos Crónicas marcianas de la cadena Tele 5, de
alcance estatal (5 de noviembre de 2003); Zona oscura de Canal 7 de Gran Canaria (18 de noviembre de
2003); e Y tú, ¿de qué lado estás?, emisión de la Televisión Autonómica de Canarias (25 de junio de 2008).
176
lar el misterio de la ínsula de san Brendan, habría de ser a través de sus mur-
mullos. Queda desde ahora postergada su búsqueda a través de la óptica. Es
seguro que por este motivo el conjunto de expediciones de descubierta en las
que se ha pretendido abordar la legendaria tierra del abad de Clonfert ha fra-
casado. Todas intentaron dar con esta ilusión por medio de las declaraciones
de numerosos testigos que en distintas circunstancias (bien desde sus embar-
caciones, bien desde la costa de sus islas reales) observaron el fenómeno.
Quizás todavía no nos hemos percatado de que, como el mar, San Borondón
sólo es eso: una tierra evanescente. Y como el mismo océano que nos rodea,
sólo cabe escuchar su rumor.
177
rio La patria el 2 de marzo siguiente, pero no se trata en absoluto de una refe-
rencia aislada, como demuestra el caso notorio de la novela La regenta, en
cuyo capítulo XXVI, para censurar la actitud permisiva de un hombre hacia su
esposa, una señora impele: «–¡Qué maridos de la isla de San Balandrán!»20.
20 Víctor J. Hernández Correa nos apunta un curioso juego de palabras que enfatiza el matiz cómico del títu-
lo de la zarzuela: al significado de Balandrán como ‘isla perdida’ (derivado del Borondón que venimos estu-
diando) debemos añadir su acepción como ‘vestidura talar ancha y con esclavina que suelen usar los ecle-
siásicos’, es decir, un traje de clérigo y, por tanto, de un ser socialmente asexuado. Además, el refrán
«Desdichado balandrán, nunca sales de empeñado», aplicado a quienes nunca pueden salir de deudas o
atrasos, contribuía a ridiculizar la capacidad de los personajes masculinos de la zarzuela.
21 En Madrid encontramos, además del estreno en 1862, representaciones en 1865 (Diario oficial de avisos de
Madrid, 15 de abril de 1865); en Valencia fue interpretada al menos en 1863 y 1873; en Badajoz hallamos
su rastro en 1872 y 1873 (SUÁREZ MUÑOZ, 1994); por Écija (Sevilla) pasó en 1890 y dos veces en 1896
(BOLAÑOS DONOSO, 2007); e incluso en Paraguay fue puesta en escena en el Teatro Nacional de Asunción
en 1885 (PLA, 1994).
22 En diferentes periódicos hemos podido comprobar que la zarzuela fue representada en Las Palmas de Gran
Canaria y en Santa Cruz de Tenerife entre septiembre y diciembre de 1866 por la Compañía de Zarzuela
dirigida por Tomás Brotons, que traía más de veinticinco obras en su repertorio, aunque hay que decir que
las críticas, especialmente las referidas a esta pieza, no fueron en absoluto benevolentes. Véase: «Sección
local». El país (Las Palmas de Gran Canaria, 16 de noviembre de 1866), p. [2]; «Revista teatral». Eco del
comercio (Santa Cruz de Tenerife, 29 de diciembre de 1866), pp. [1-2]. En la capital grancanaria volvió esta
zarzuela a escena el 29 de diciembre de 1894 y el 28 de junio de 1895, esta vez a cargo de la Banda Municipal
en la Alameda de Colón.
23 ZOZALLA, Antonio. «Cartera de un estoico: no basta a la hembra votar». La crónica (Las Palmas de Gran
Canaria, 29 de noviembre de 1933), p. [1].
178
esta isla misteriosa lo encontramos en Asturias, donde el septeto Balandrán
ofrece un repertorio que constituye la vanguardia del folk asturiano aderezado
con ritmos celtas. Este conjunto visitó las islas Canarias en marzo de 1999,
ofreciendo un concierto dentro del tinerfeño Festival Folk y Raíces. No es de
extrañar esta presencia borondoniana en Asturias ya que una ramificación del
mito permanece en Avilés, donde existe una playa de San Balandrán estrecha-
mente relacionada con la isla viajera.
179
ción, que estuvo compuesta —además del propio Guerra— por Andrés
Molina, Rogelio Botanz y, sólo en sus inicios, por Marisa Delgado, llegó a
alcanzar un notable éxito de público y crítica en todos los rincones del archi-
piélago canario. En cierta manera, el abandono en 1993 de Pedro Guerra y su
marcha a Madrid en busca de fortuna musical finiquitó la andadura de Taller,
aunque con posterioridad Molina y Botanz editarían, entre 1994 y 1999, dos
nuevos trabajos antes de proseguir sus carreras artísticas de forma individual.
En la prenotada canción (San Borondón) se establece una especie de juego del
escondite y un cuento infantil con la leyenda de este mítico territorio. Esta
melodía fue incluida en el elepé Identidad (Centro de la Cultura Popular
Canaria, D-031, 1988).
Otra banda canaria cuyo nombre homenajeaba a la fantástica isla fue Jazz
Borondón, que recorrió los escenarios entre 1986 y 1993 y grabó al menos dos
discos, Jazz Borondón (Centro de la Cultura Popular Canaria, CCPC-D-102,
1990) y Botaraste (Manzana, JJCD-15, 1991). El primero de ellos se abría con
una composición titulada precisamente Borondón, con música de José Carlos
Machado y letra de Luis Fernández, ambos componentes del grupo. Esta pieza
ganaría el premio a la mejor composición en la Muestra Nacional de Jazz 99.
180
Quintana26; la segunda es una canción coral de Francisco Brito fechada en
enero de 1992, que pone música a un romance compilado por Alberto Navarro
del cancionero isleño27; y la tercera es una composición para un cuarteto de
saxos titulada El viaje a San Borondón y firmada por Ernesto Mateo.
26 Falcón Sanabria se ocuparía de nuevo de San Borondón en la banda sonora de la citada película Guarapo,
que incluye una breve pieza dedicada a la fantasmagórica isla (Manzana, SNI-71, 1988).
27 NAVARRO GONZÁLEZ (1964).
28 La entrevista fue realizada en su galería de la placeta de Borrero (Santa Cruz de La Palma) el día 21 de abril
de 2008.
29 Taburiente se inspiró en otras leyendas insulares para la elaboración de su repertorio. Por ejemplo, en la canción
dedicada a la Quinta Verde (Santa Cruz de La Palma) se alude a la Dama Blanca, trasunto de la poetisa palmera
Leocricia Pestana Fierro (1850-1926), cuyo fantasma pasea por los jardines según un cuentecillo tradicional.
181
los componentes que han permanecido desde el comienzo y que han dado
aliento a esta legendaria formación han sido los citados Luis Morera (quien,
además de compositor, se ha adentrado en la pintura, escultura, diseño arqui-
tectónico y poesía) y Miguel Pérez. Asimismo, es necesario subrayar la evolu-
ción de Taburiente: partiendo de unos inicios marcados por un débito nacio-
nalista, ha expandido su compromiso en la defensa del ecologismo y el pacifis-
mo. De igual manera, la sonoridad del grupo se ha modificado enormemente.
Desde las primigenias canciones próximas al folklore tradicional de las islas
pasó a otras en las que se plasman influencias contemporáneas. En Astral
(disco en donde se inserta La isla de los sueños), cabe subrayar la incorpora-
ción por primera vez de sonidos electrónicos, adentrándose en cierta manera
en la estética de las corrientes de la denominada Nueva Era.
182
Borondón. La inspiración de esta canción sobrevino tras una fuerte experien-
cia onírica que se prolongó durante varias jornadas. Antes, esta creadora pal-
mera cuyo nombre real es María del Carmen González había mencionado a
San Borondón en una canción del disco Arco de colores, (Galguén, 1994), pieza
sonora grabada junto a Jorge Guerra y destinada al público infantil.
Y de comienzos del siglo XXI data la obra musical más ambiciosa inspirada
sobre la mítica isla de San Borondón. Su autoría se debe al compositor palme-
ro Luis Cobiella Cuevas, y lleva por título SanBorondón: poema sinfónico desde
una isa. Su autor —licenciado en Ciencias Químicas, ensayista y poeta— nació
en Santa Cruz de La Palma el 23 de marzo de 1925. Es artífice de una variada
producción sonora de la que son buenas muestras tres trabajos para el deno-
minado «Festival del siglo XVIII», que se interpreta en las fiestas lustrales de la
Bajada de la Virgen de las Nieves; cuatro autos marianos, ideados para el Carro
Alegórico y Triunfal de la misma celebración; la banda sonora El poema de La
Caldera; o las Cinco nanas para cuarteto de cuerdas.
SanBorondón: poema sinfónico desde una isa es una creación para coro,
orquesta y solistas, dividida en cuatro partes: i) «Marcha de los desterrados»,
ii) «Intermedio por seguidillas», iii) «Relaciones» y iv) «Canción del mar». La
pieza está basada en un poema de Luis Ortega Abraham, quien en 2002 pro-
puso a Cobiella la confección de la correspondiente parte musical30. En pala-
bras del propio compositor, «SanBorondón es una decisión final de Luis
Ortega», quien «decide finalmente buscar, hallar y ofrecer la raíz de la belle-
za de su tierra; una belleza que, finalmente, es su propia belleza. Todas sus
búsquedas anteriores, todas las búsquedas del mundo, son las de peregrinos
hacia tierras prometidas»31.
30 Luis Ortega ya se había ocupado de San Borondón en un libro de poemas que publicó en 1974, prologado
por Rafael Arozarena, y volvería a hacerlo en La aventura de Canarias. ORTEGA ABRAHAM (1974); ORTEGA
ABRAHAM (1984).
31 COBIELLA CUEVAS (2008).
183
En principio la obra sinfónica se concibió para ser representada en el lito-
ral de Tazacorte. En la idea inicial se partía de que la misma fuese puesta en
escena en el frente marítimo del barrio del Puerto, de espaldas o semivueltos a
la costa del poniente de La Palma (donde se ha aparecido con más frecuencia
San Borondón). Y aunque los textos de Luis Ortega no eran referentes especí-
ficos de la legendaria isla, se pretendía jugar con los conceptos de ‘aparecer’ y
‘desaparecer’, ‘ser’ y ‘no ser’. Para su presentación pública se pensó en un even-
to audiovisual en el que intervendrían un grupo de danza, otros de música
popular, la orquesta, coros y solistas del espectáculo, junto con la proyección
de algunas imágenes sobre tres grandes pantallas. Sin embargo, razones admi-
nistrativas y económicas impidieron que se pudiera llevar a cabo el estreno en
las circunstancias previstas. Más tarde, a principios de 2007, el ayuntamiento
de la capital palmera retomó la idea del estreno, esta vez en el marco de la inau-
guración del recientemente restaurado Teatro Circo de Marte. Dentro del pro-
grama formalizado para aquel evento (en cuidada edición de Víctor J.
Hernández Correa y que no llegó a ver la luz), se incluyó la interpretación de
esta pieza para ocupar toda la primera parte de la frustrada ceremonia inaugu-
rativa. Comoquiera que fuera, aquel evento se pospuso y la obra de Cobiella
hubo de continuar un tiempo más a la espera de su presentación en sociedad,
pero en 2008 el Parlamento de Canarias la eligió de nuevo para presentarla de
forma solemne en el concierto conmemorativo de su 25º aniversario, celebra-
do en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife el 3 de julio32. Fue enton-
ces cuando finalmente la obra completa pudo ser conocida por el público, aun-
que las «Seguidillas de SanBorondón» ya habían sido estrenadas en el Palau de
la Música de Valencia en abril de 200433. Más tarde, el 25 de octubre de 2008,
SanBorondón: poema sinfónico desde una isa pudo ser representado en el
32 PARLAMENTO DE CANARIAS (2008), ORTEGA ABRAHAM (2008a), ORTEGA ABRAHAM (2008b). Desde su con-
cepción primitiva hasta su estreno público, la obra —a efectos musicales— fue reorganizada algunas
veces por Cobiella.
33 DIARIO DE AVISOS (2004).
184
Circo de Marte durante el acto inaugural de su restauración, tal y como se
había programado para el año anterior, aunque esta vez sin el aliciente del
estreno riguroso34.
El eje del poema sinfónico es la isa Palmero sube a la palma y dile a la pal-
merita que se asome a la ventana, cuyas notas se aluden misteriosamente a lo
largo de las cuatro partes y otorgan unidad al conjunto de la obra. El secreto se
185
desvela en el último número de la «Canción del mar», parte que recoge una
variedad de temas breves donde se caracteriza el sentido musical de La Palma. En
concreto en el tramo final de la canción «Mi mar es tal cual parece». Por medio
de una modulación Palmero sube a la palma se transforma en la música de la Loa
de Alejandro Henríquez (1848-1895), dedicada a Nuestra Señora de las Nieves.
Una vez más, la magia de la virgen perpetúa su encantamiento. Es entonces cuan-
do la realidad se transforma... La isa se hace Loa y aparece la isla de San Borondón
sobre la música de la Danza de enanos. Todo ello en sólo dos minutos.
¿Es el Palmero sube a la palma? ¿Es la Loa de Henríquez o son los Enanos?
¿Es una isla? ¿No es una isla? ¿Es esto? ¿Es lo otro? ¿En qué quedamos? Es la
Loa, son los Enanos y... es San Borondón. Es volver a la infancia. Es la evanes-
cencia de vida. Y como de la propia isla de San Borondón, sólo cabe escuchar
su rumor. La transformación se ha completado: la loa que rinde tributo a la
186
imagen mariana, la magia de los sorprendentes enanos que bailan a su patro-
na, la isla fantasma que todo lo envuelve: como el mar37.
37 Estas líneas fueron completadas con una entrevista sostenida en el domicilio de Luis Cobiella de Santa Cruz de
La Palma (21 de enero de 2008). Del diálogo mantenido surgió el siguiente texto. Dado su interés, reproduci-
mos en su totalidad los apuntes de Cobiella. Él mismo nos los hizo llegar unas semanas más tarde de la conver-
sación mencionada:
Tras un grato coloquio hemos convenido en que «San Borondón» existe. Transcribo aquí algunas «con-
fesiones» o «secretos» que en tal ocasión tuve la debilidad de desvelar.
Para empezar «confieso» mi tendencia a dar capacidad al lapsus en favor de la comunicación, especial-
mente en climas de comunicación poética. El subtítulo de mi SanBorondón ¿es «Poema sinfónico desde una
isa» o «Poema sinfónico desde una isla» (con ele entremetida o entrometida)? A veces pronuncio isla en vez
de isa; mas pienso que, en el fondo, no se trata de un simple equívoco: todo lo más resulta que a veces digo
isa y a veces isla siendo simultáneamente adecuados ambos sustantivos. Permítame que a eso le ponga el
nombre de sanborondear.
La isa (o la isla) Palmero sube a la palma está presente en diferentes y principales momentos de la parti-
tura. Como indico al principio, en la «Marcha de los desterrados» aparece, en modo menor, para entonar
el último párrafo el poema: «Supervivientes de sí misma la gente va sin bandera, sin edad; ésta es la señal
de identidad, siempre tras el mismo afán: tierra, pan y libertad».
La melodía está a cargo del coro en unísono y una trompa. Tras ella se desarrolla en una marcha progre-
siva. El final de la «Marcha» diseña la isa sin coro en tutti fortísimo.
De una manera especial e inequívoca la isa está presente en las dos últimas coplas de la «Canción del
mar»: «Hondo, largo y arbolado, iracundo y sosegado, previsible, inoportuno: nos confunde de consumo
con su humor y con su estado, porque el mar es sólo uno». La idea base es que el mar nos confunde por-
que sólo es uno. Y por ser uno, el mar sanboronea.
La isa en menor aún se expresa en dúo de tenor y tiple.
Pero es en la última copla donde se escucha la isa, la isla, en plenitud. Su texto es el de la primera copla:
«Mi mar es tal cual parece: igual se achica que crece. Embullado por la brisa, a norte y a sur me mece, se
perfila y desvanece, pero deja su sonrisa».
La copla se presenta, naturalmente, en modo mayor, que es el modo de la isa, de la isla, en la voz de una
tiple, pronto seguida por un tenor que canta «embullado por la brisa». Pues bien, he aquí el secreto radical
de SanBorondón: se está entonando la isa Palmero sube a palma y, sin dejar de entonarla, el tenor canta la
Loa de la Bajada de la Virgen para decir «embullado por la brisa», embullado, ese término tan genuinamen-
te palmero. ¿Esto es posible? Sí, es posible San Borondón. En los últimos compases de mi SanBorondón el
coro repite las cuatro sílabas con la música de las cuatro primeras sílabas de la polka de los Enanos: los dos
últimos compases en tutti fortísimo. Y todo esto porque el mar es sólo uno y la isla no es sólo una: puede
ser isla, puede ser isa, puede ser San Borondón.
187
rarios pasaron por las costas de San Borondón contemplando la isla desde
lejos, viendo cómo se desvanecía en un instante, en una frase. Es el caso del
premio Nobel portugués José Saramago, quien en la alegoría panibérica La
balsa de piedra38 inserta un breve diálogo acerca de las donaciones de los
monarcas portugueses de las que hablamos en el capítulo 2, que se nos anto-
jan argumento perfecto para el universo saramágico.
Otra obra portuguesa que se refirió al tema fue Contos em viagem39, del
político y literato João de Andrade Corvo (1824-1890), donde, como nos
recuerda Miguel Pérez Corrales40, se asocia San Borondón con el mito del rey
don Sebastián. Este mito, del que también hemos tratado en el capítulo 2,
había renacido con fuerza en el siglo XIX, en el contexto de la independencia
del Brasil frente a Portugal, como reflejo del propio sentimiento independen-
tista portugués frente al reinado de los Felipes españoles.
188
libro de viajes Un verano en Tenerife dedica un capítulo a «La otra isla»45.
Además, las ínsulas perdidas, no necesariamente relacionadas con San
Borondón, han sido tradicionalmente muy del gusto de los literatos; podríamos
citar ejemplos tan dispares como las aventuras de La isla del tesoro (1883) de
Robert Louis Stevenson, la novela romántica de Victoria Holt La isla del Paraíso
(1985) o El cuento de la isla desconocida (1998) del citado José Saramago.
189
bibliotecaria46. Por su parte, Juan del Río Ayala otorga un singular papel trági-
co a la visión de la que llama «Tierra maldita» en su novela histórica Iballa,
donde La Inaccesible es signo de mal presagio y como tal se muestra en diver-
sas ocasiones47. Igualmente significativa es la novela de Pedro González Vega
El mensaje de San Borondón (1989, reeditada en 1996 con el título San
Borondón: conexión extraterrestre en Canarias)48; y tampoco podemos obviar
el relato de José Fajardo Spínola titulado Tecorón49, que gira en torno a la exis-
tencia de la isla del abad irlandés.
46 Francisco Osorio prepara su edición dentro de la colección Biblioteca Perdida de Ediciones Idea. Véase:
CATÁLOGO 2008-2009: todos los libros. Santa Cruz de Tenerife; Las Palmas de Gran Canaria: Idea, D.L. 2008, p. 46.
47 RÍO AYALA (1963), especialmente pp. [32]-47, [62]-69.
48 GONZÁLEZ VEGA (1989); GONZÁLEZ VEGA (1996).
49 FAJARDO SPÍNOLA (1998).
50 LEAL (1983).
51 MEDINA (1992).
52 Cítese, además, la obra de teatro La fuga de San Borondón, puesta en escena durante el año 2007 por la
Asociación Cultural Tamaragua.
190
explorar la maravillosa aparición desde sus abiertas costas hasta sus más escon-
didos rincones, y por ello la tierra de Brendan aparece tanto en manifestaciones
poéticas populares53 como en la obra de numerosos poetas consagrados.
Manuel Alvar tampoco quiso pasar por alto el poder simbólico de esta «isla
que juega al escondite», y así, en 1970 publicó en la prensa un poema titulado
«San Borondón» que explora algunos aspectos de la pérdida de la fe y la per-
manencia de la esperanza58. De la misma manera, el poeta habanero Adolfo
Suárez, de origen grancanario pero nacido en Cuba tras el exilio de sus padres
191
en 1936, dedicó un poema a la «Ínsula al viento» que había de dar título a un
poemario inédito. Esta composición, rescatada más tarde por Javier Cabrera
en su antología canario-cubana59, es una muestra literaria de cómo el mito de
la isla viajera se instala también al otro lado del Atlántico.
59 CABRERA (2003).
60 ÁLVAREZ CRUZ (1975), p. 103. Este autor también reflexionó sobre el mito en otras publicaciones: ÁLVAREZ
CRUZ (1957); ÁLVAREZ CRUZ (1995).
61 TARAJANO (1982).
62 BORONDÓN (2005).
63 ESCUELA HERRERA (2005). María Gómez Rodríguez de Okens, aficionada palmera a la poesía, también ha
citado a la isla de San Borondón en alguno de sus populares versos.
64 MARTÍNEZ (1997).
192
Spínola o Eugenio Padorno, pero la nómina sería interminable; si nos empe-
ñáramos en completarla veríamos cómo se aumentaría constantemente con
nuevos autores que nos impedirían llegar al final. En cualquier caso, no
podemos dejar de nombrar al catedrático de Didáctica de la Literatura de la
Universidad de La Laguna Ulises Martín, quien en 2005 publicaba en la
prensa una serie de artículos sobre diversos aspectos relacionados con la
mitología, algunos de los cuales dedicó a novelar varios episodios de la
leyenda borondoniana65.
65 MARTÍN (2005).
66 PÉREZ HERNÁNDEZ (2004).
67 PÉREZ HERNÁNDEZ (2005), pp. 38-42.
193
Antonio María Manrique, El descubrimiento de San Borondón, 1905 [EMC]
194
Más recientemente encontramos la isla en la obra de Luis Ortega Abraham
Estancias de San Borondón68, un poemario que utiliza el nombre de la isla fantas-
ma como trasunto de la esperanza, la ilusión y la búsqueda de la belleza lírica.
Algunos cuentos también han versado sobre este tema, como «Catalufo: la
otra isla», publicado por Luis Sánchez Brito en 1991, 1992 y 200069, que relata la
visita de un deficiente mental a una isla que, según le habían dicho, se veía algu-
nas veces frente a La Palma; o también «San Borondón existe y es muy mía (de un
poeta)», que cierra el libro de Alfredo Rodríguez-Marrón70 Rimas nostálgicas y
ecos de San Borondón71 y que incluye, además, un pequeño poema72. No son los
únicos cuentos referidos a esta quimera, ya que, por ejemplo, Luis García de
Vegueta publicó «El tesoro de San Borondón» en 198173, y un año antes el sema-
nario El independiente había publicado el relato «La isla de San Borondón», fir-
mado por un críptico «Fernando»74. Aún en 2004, Luis León Barreto volvería a la
isla fantasma en «La vidente», publicado en Cuentos de la Atlántida75.
195
sitúa en la isla de Brándar, que no es otra que la que conocemos como San
Borondón. La novela de Agustín Rodríguez Fariña77 El último auarita, dedica-
da «A los enamorados de La Palma», consagra igualmente un capítulo a la
cuestión de San Borondón78 en el que repite alguna información histórica. De
la misma forma, Carlos Soler Liceras, en su novela La historia de la Fuente
Santa, incluye dos capítulos sobre este tema en los que se representa un cón-
clave de sabios que, además de discutir sobre la posibilidad de hacer brotar de
nuevo la sepultada fuente termal, tenía el objeto de desentrañar la veracidad de
las historias sobre San Borondón y de decidir, por tanto, la conveniencia de
armar una flota de conquista. Los sabios, presididos por el obispo Dávila, no
eran otros que Francisco Machado y Fiesco, Antonio Porlier y Sopranis, José
Antonio Anchieta y Alarcón, Juan de Iriarte, José de Viera y Clavijo y Antonio
Romero Zerpa Padilla. El sorprendente resultado del cónclave es en la novela
contrario a la razón (y a la propia personalidad de algunos de los reunidos), ya
que se rechaza la opción de desenterrar la fuente por intereses creados de la
Iglesia, mientras que en la cuestión samborondoniana se llega a la conclusión
de que la isla es real y conquistable, a pesar de que la ciencia de aquel final del
XVIII ya había identificado la visión como un fenómeno óptico79.
77 Rodríguez Fariña nació en Arafo (Tenerife) en 1929, pero con 16 años se trasladó a La Palma, donde ha
redactado algunos libros sobre senderismo. La Universidad Ambiental de La Palma lo nombró
«Distinguido de la Isla».
78 RODRÍGUEZ FARIÑA (2004), pp. 257-260.
79 SOLER LICERAS (2007), pp. 153-189.
196
La idea, expuesta el 28 de marzo en las páginas de Diario de avisos80, recogía
la propuesta de incubar un espacio expositivo y un mirador hacia el océano en
el entorno de los faros de Fuencaliente, en la punta sur de la isla, con vistas a
Tenerife, La Gomera, El Hierro y el poniente... La dotación de este centro
museístico estaría acompañada de un servicio de restaurante que garantizaría
el mantenimiento del museo, dado que la titularidad de su explotación econó-
mica recaería en el Ayuntamiento de Fuencaliente. Ello, unido a la curiosidad
turística que podría despertar entre propios y foráneos la existencia de un
lugar que elucubrase y elucidase acerca de esta leyenda universal y sus ramifi-
caciones isleñas, avalaría su continuidad en el tiempo.
197
7
199
siones a su naturaleza encantada, sorprendente o incluso diabólica, y aunque
algunas explicaciones científicas trataron más tarde de desentrañar definitiva-
mente el misterio, éste había calado ya tan hondo en la población que fue muy
dif ícil sustituir la superstición por la ciencia. En la actualidad continúa siendo
un tema muy sugerente para todos los estratos sociales, culturales y educati-
vos del archipiélago1.
ETNOGRAFÍA
Desde antiguo los isleños han coqueteado con la leyenda de San Borondón,
unas veces para imaginar una explicación sobrenatural del fenómeno y otras
para, sin explicarlo, darle una significación simbólica que frecuentemente era
de buen o mal presagio. Tal vez el ejemplo más claro se produjo en 1723, cuan-
do el religioso de la orden de Predicadores fray Luis Rey, misionero apostólico,
se pertrechaba ante la mayoría de los vecinos de El Pinar para conjurar un
exorcismo contra la plaga de la langosta que en aquellas jornadas azotaba los
campos herreños. En aquel momento la isla-ballena se apareció de repente
frente a decenas de personas, y ante aquella extraña —aunque consabida—
visión, en vista del pánico general causado por tan fantasmal presencia, el
dominico no tuvo más remedio que alterar el sentido de la invocación para
expulsar de sus latitudes la endemoniada isla.
1 Un buen ejemplo del arraigo del que goza la leyenda de San Borondón es su uso entre los escolares. En este
terreno son dignos de reseñar los trabajos dirigidos por el docente Miguel Ángel Lorenzo Martín en el
Colegio San Antonio (Breña Baja), muchos de ellos premiados por la Consejería de Educación del Gobierno
de Canarias. En el curso 2003-2004 los alumnos de 6º de primaria elaboraron un amplio cuaderno titulado
Historia y estudios del agua en el archipiélago canario y en especial en la isla de La Palma. En sus páginas
tuvo cabida una síntesis histórica de la mítica isla.
200
en el refranero popular. En nuestros días, todavía se conservan máximas y
dichos referidos a este fantástico territorio, como la frase refranesca recogida
en el municipio palmero de Puntagorda por Pedro González Vega, cuya espo-
sa era natural de este término. Aunque desconocemos el rigor puesto en su
recolección, no deja de ser un testimonio de la mentalidad que pudo despertar
el fenómeno en nuestra sociedad. Dice esta composición2:
Niño no seas burlón, ni a San Borondón mires a la puesta de sol, pues verás brujas
volando sin escoba ni bastón.
201
relata que en la mañana de San Juan, antes de salir el sol, es cuando se ve la isla
de San Borondón según la tradición, y añade que los vecinos creen que para
poderse habitar esta isla debe antes desaparecer alguna de las otras del archi-
piélago5. En Arona anota Bethencourt que en esa mañana se muestra la isla fren-
te a Las Galletas6 y que también se ven otros encantamientos porque la vista se
pone más clara ese día, recogiendo además que, según se afirma, las varas del
palio del Puerto de la Cruz están hechas de una madera procedente de San
Borondón7. Sobre esto último lo único que hemos logrado constatar es que las
referidas varas son de plata y que, efectivamente, tienen el alma de madera, pero
no hemos podido verificar de qué especie lignaria se trata ni cuál es el origen de
tan curiosa creencia8. Refiriéndose globalmente al conjunto de la isla de Tenerife,
el etnógrafo apunta que «algunos creen que en el día de San Juan canta la sirena,
y que se ve la isla de San Borondón»9; sobre ello volverá Galván Tudela en su
estudio de las fiestas populares: «Ese amanecer [el del día de San Juan] canta la
sirena y los campesinos canarios veían aparecer la fantasmagórica visión de la
isla de San Borondón, para después desaparecer bajo las aguas»10.
202
vemos, todas estas tradiciones tienen en común la mañana del día de San Juan,
y en el mismo sentido incidiría más tarde Sebastián Jiménez Sánchez en un
artículo publicado en Falange12, en el que se afirma que algunos explorado-
res a lo largo de la historia han referido que precisamente ese día, «de
extraña luminosidad y de radiante sol», se hace visible la Non Trubada
desde las más elevadas montañas de Gran Canaria y Tenerife. Ignoramos a
qué exploradores se refiere Jiménez, ya que todos los materiales bibliográfi-
cos que relacionan San Juan con San Borondón nos remiten únicamente a
creencias populares.
12 JIMÉNEZ SÁNCHEZ (1945). Este artículo sería aprovechado años más tarde por su autor para la Revista de dia-
lectología y tradiciones populares. Véase: JIMÉNEZ SÁNCHEZ (1954), p. 183.
13 LORENZO PERERA, GARCÍA MARTÍN (2003), p. 231.
14 UDEN (ca. 1940), pp. 209-271. El autor afirma que la creencia en San Borondón se mantuvo arraigada entre
los campesinos y pescadores de Tenerife hasta mediados del siglo XIX. Recoge, además, un piropo que se
supone se decía en esta última isla («Eres tan bonita como una mocita de San Borondón», p. 213).
Suponemos sobre el mismo que no sea más que una creación literaria del autor.
203
españoles»15; Impresiones y recuerdos de Canarias de Baltasar Brotons16; o Jirones
de un sueño de F. Julio Armas17. En la misma línea fueron algunas promociones
turísticas que utilizaron San Borondón como reclamo para atraer visitantes a las
islas, como fue el caso de la Semana Canaria que se celebraba anualmente en
Madrid y que en su XI edición, correspondiente a 1966, estuvo dedicada especial-
mente a la onírica isla, representada en esta ocasión por la «maga» Hilda Ramírez.
15 DÍAZ PINES Y FERNÁNDEZ-PACHECO (1956), pp. 22-23. «Desde La Palma, La Gomera y Hierro se puede con-
templar esta isla en determinadas épocas del año. Se sabe exactamente por donde hace su aparición: al oes-
suoeste de La Palma y al oesnoroeste de Hierro. “Son tantos los que la han visto, que negar su existencia
sería demasiado. La isla se extiende de norte a sur; el centro aparece hendido por una profunda garganta y
dos montañas se levantan en sus extremos”».
16 BROTONS GARCÍA (1980), pp. 25-29.
17 JULIO ARMAS (2003), pp. 62-63.
18 CASAS HERRERA (ca. 1975), p. 21.
204
normales «Otros mundos». El autor del obituario fue Manuel Darias, especiali-
zado en crítica de cómics y compañero de redacción, que imaginó al fallecido lle-
gando a su amada isla de San Borondón, entendiendo ésta como el lugar ideal
para disfrutar de la eternidad. Ilustró el texto con una imagen de Jonás: la isla
que nunca existió, raro ejemplo de recreación de este mito en viñetas de cómic19.
ESOTERISMO
Desde el atril de esta ficticia aula hay que subrayar, aunque nos pueda pare-
cer innecesario por evidente, un aspecto primordial: ninguna de las hipótesis
que se han formulado se basa en un solo criterio científico; únicamente se fun-
205
damentan en la creencia personal de cada uno de sus defensores. De manera
muy sucinta, éstas y otras teorías se pueden reducir a cuatro supuestos, y en
cada una de estas posibles coyunturas San Borondón no sería más que el refle-
jo de las actividades mantenidas en su interior, bien por sus moradores, bien
por la mecánica del universo en que se ubicaría. Desglosemos pues, sin más
demora, cada una de dichas propuestas21:
(2) Destellos de un universo paralelo; San Borondón sería algo así como
luces o halos procedentes de otras dimensiones de las que los humanos
sólo percibiríamos esos resplandores.
(3) Una base submarina operada por extraterrestres. A fin de cuentas los océ-
anos se revelarían como el mejor escondite para un centro que requiriese
tales características, ya que ocupan la mayor parte de la superficie terres-
tre y constituyen la zona del planeta menos explorada por el hombre.
21 En la Internet se pueden encontrar muchas más disgresiones de las presentadas sobre estas líneas. Sin
embargo, no es éste el momento de abordar dichos aspectos con mayor profundidad.
22 En analogía con esta corriente podría encontrarse el pensamiento de algunos publicistas lusitanos. En la
História misteriosa de Portugal de Victor Mendanha se recoge un epígrafe titulado «A ilha encoberta».
Lejos de que lo pudiera aparentar tal denominación, las referencias a la historia canaria de San Borondón
206
bó en su obra los conceptos de San Borondón y la Atlántida, fue seguidor de
las corrientes emanadas de la teosof ía (escuela filosófica que intentó analizar
de manera comparativa los distintos credos religiosos); en su novela De Sevilla
al Yucatán (1918) se plantea un viaje por los que considera los restos visibles
del supuesto continente, sepultado hace miles de años23. En el periplo narrati-
vo que trazan los protagonistas de su relato se efectúa una amplia escala en las
islas, en especial durante la segunda parte, titulada «Por tierras de la
Atlántida». Aquí, Roso intuye tanto en la geología como en los habitantes de
Canarias los indicios remotos de una tierra hundida, de una cultura desapare-
cida, y deduce que no podría ser otra que la Atlántida. Por otra parte, de mane-
ra específica, dedica una amplia mención a San Borondón (un capítulo concre-
to rotulado «La “Non Trubada”, isla de San Balandrán», así como otras páginas
anteriores y posteriores al referido epígrafe). Aunque las alusiones a tan suges-
tivo tema se presentan casi siempre encorsetadas en citas a distintos historia-
dores isleños, se arriesga, sin embargo, con singulares aportaciones.
son escasas. No obstante, en el texto queda patente la percepción de los archipiélagos atlánticos como res-
tos de un territorio anterior desaparecido. A pesar de que esta monograf ía no sea más que uno de tantos
productos de consumo sobre esoterismo, es necesario hacer una mención a sus páginas, dada la relación
que el libro efectúa con la Atlántida y otras antiguas tradiciones portuguesas. El autor, incluso, se hace eco
de una vieja historia que da cuenta del hallazgo de una estatua ecuestre en la isla de Corvo. Según esta
curiosa leyenda, en 1452, cuando se descubrió esta diminuta ínsula de sólo 17 kilómetros cuadrados en el
extremo occidental del archipiélago de Azores, se encontró en su único pico (un cono volcánico de 770
metros de altitud) una efigie que representaba a un caballero en su montura. Con posterioridad, la estatua
se desmontó y se trasladó a Lisboa. En la actualidad todo rastro material de la misma ha desaparecido.
Véase: MENDANHA (1995), pp. 75-86 y 156; CORDEYRO (1717), pp. 489-490.
23 ROSO DE LUNA (1918).
207
y visiones o ruidos espectrales diversos, manifestados en esporádicas ocasiones.
En mayor o menor grado, todos los juicios enumerados los conjuga con la historia
de las apariciones de San Borondón. De este modo, la isla del abad de Clonfert no
sería más que el reflejo de una cuarta dimensión24 o, en la jerga utilizada por Roso,
un «centro jina»25. La idea queda reflejada de manera muy clara cuando escribe26:
toda dimensión superior es invisible o inabarcable por las inferiores pero en ciertos
momentos de intersección, o proyectivos —como ésta en que islas etéreas y astrales
han sido vistas f ísicamente—, cada dimensión puede ser visible y abarcable por
estas dimensiones inferiores.
208
cuando navegaba en aguas canarias a 30 metros de profundidad, se produjo el figu-
rado incidente. Según Tarade, todos los dispositivos de navegación del sumergible
se disparataron y de pronto todos los tripulantes sintieron un enorme empellón
que obligó a la nave a emerger. Una vez en la cota de superficie, los tripulantes que
salieron a la parte exterior del puente de mando pudieron divisar una isla artificial
frente a sus ojos, de la que a continuación despegaron tres platillos luminosos.
209
a una isla llamada Atlantaria (San Borondón), que no era otra cosa que una
«base móvil atlante» que se hallaba en otra dimensión30.
210
Otra de las explicaciones heterodoxas para el fenómeno de San Borondón
es, como hemos visto al referirnos a Tarade y a González Vega, su relación con
los extraterrestres. Es una interpretación que no está muy desarrollada pero
que fue recogida en varias ocasiones por el ya mencionado Francisco Padrón,
que incluso adapta a esta hipótesis algún ejemplo histórico36. Es el caso del
relato de los dos capuchinos portugueses que afirmaron llegar en 1638 a una
extraña isla en la que fueron recibidos por siete personas muy altas y blancas
y conducidos a un peculiar palacio, todo ello a dos días de distancia de
Madeira. Estos y otros detalles fueron relacionados por Padrón con una expe-
riencia de contacto con extraterrestres37.
Finalmente, se podría reseñar algún breve dato sobre las aportaciones pro-
cedentes de las corrientes espiritistas. En Santa Cruz de Tenerife hacia la déca-
da de 1950 ó 1960 se consolidó un grupo que organizaba con cierta periodici-
dad sesiones bajo este signo. En sus restringidas convocatorias (además de
clandestinas, dado que cualquier reunión de este tipo durante el franquismo se
encontraba proscrita) algunos de sus participantes afirmaron —con posterio-
ridad— que se contactó con la isla de San Borondón38.
CIENCIA
211
Fenómenos de reflexión y refracción samborondonianos según José de Viera y Clavijo, 2009 [Elaboración propia]
212
estudioso que trata el asunto en nuestras islas desde un punto de vista incré-
dulo y crítico, y, por qué no decirlo, incluso burlón39. Las explicaciones previas
a él inciden normalmente en que San Borondón existe realmente y en que, sin
embargo, diversas circunstancias impiden que sea fácil arribar a ella, aunque
algunos autores ya intuyeron que esta explicación podía no ser cierta y aven-
turaron que San Borondón no era más que una arrumazón de nubes que daba
la apariencia de una isla.
Por su parte, Viera parte del convencimiento empírico de que la isla es una
quimera, un engaño a la vista producido por las condiciones meteorológicas40.
Su discurso no termina en esta afirmación, sino que incluso llega a proponer
dos explicaciones diferentes desde la ciencia de la óptica que podrían ser la
clave para acabar de desentrañar el misterio de la isla fugitiva. Estas explica-
ciones se fundamentan respectivamente en la reflexión y en la refracción.
213
La refracción, por su parte, es el cambio en la dirección que experimentan
los rayos de luz cuando atraviesan medios de distinto índice de reconducción,
como el aire o el agua. Este fenómeno es el que hace, por ejemplo, que una
cucharilla introducida en un vaso de agua parezca desplazada en el espacio. A
gran escala, no es excepcional en el mundo que los fuertes contrastes de la pre-
sión atmosférica hagan que tierras distantes parezcan más cercanas en deter-
minados momentos gracias a esta desviación de los haces lumínicos, de mane-
ra que incluso pueden hacerse visibles lugares que se encuentran por debajo de
la línea del horizonte. Ocurre frecuentemente en algunos puntos determina-
dos del globo, pero el caso más famoso es el que se produce en el estrecho de
Mesina, donde desde la costa continental de Calabria se distinguen ocasional-
mente las ciudades, casas e incluso personas de la isla de Sicilia. Es un caso
paradigmático que se ha dado en llamar fata morgana42, nombre que se usa
actualmente para definir el fenómeno. El primero en proponer que San Borondón
se podría ajustar a este efecto fue Viera y Clavijo, que incluso se aventuró a apun-
tar la posibilidad de que San Borondón fuera una fata morgana de los montes
Apalaches, paralelos a la costa oriental norteamericana y situados en la misma
latitud que las Canarias, aunque él mismo dudó de esta asignación en favor de la
reflexión de la isla de São António, la más septentrional de las de Cabo Verde.
Estas explicaciones han sido consideradas válidas durante los más de dos
siglos que nos separan de Viera, de lo cual hemos dejado constancia más que sig-
nificativa en los capítulos anteriores. Con posterioridad a los razonamientos de
das en el horizonte causando la ilusión de la existencia de una tierra virtual. La silueta de la misma sería una
imagen inversa al contorno de la isla reflejada. En la actualidad, esta hipótesis se halla fuera de las explica-
ciones más plausibles. Únicamente, como indica el Dr. Benn, se ha constatado un fenómeno parecido en el
ártico, donde, en unas condiciones atmosféricas específicas (cielo nublado), se puede reflejar un mapa de
los canales entre el hielo a decenas de kilómetros de distancia, dado el gran contraste cromático entre las
masas heladas (blanco) y el agua (oscuro). Pero ése no sería el caso para una isla, cuya oposición con el mar
no es tan acusado.
42 El nombre de fata morgana se refiere al hada Morgana, hermanastra del mítico rey Arturo, quien, según una
leyenda local, provocaba la visión de Sicilia para que Rogerio I de Altavilla se decidiera a conquistarla con ayuda
de su magia. El rey desdeñó el apoyo de Morgana y tardó treinta años en ganar Sicilia por sus propios medios.
214
este historiador tinerfeño, contamos con los estudios abordados por diversos
científicos del Ochocientos (en su mayor parte extranjeros) y, en fecha más
reciente, con las observaciones efectuadas por José Apolo de las Casas (1919) y
Bonnet (1927-1929). Estos últimos trataron de desentrañar con cierta coheren-
cia las causas ópticas que originan en esporádicas circunstancias las apariciones
de la ínsula de San Borondón. En el primero de dichos trabajos, dado a conocer
como artículo periodístico en un rotativo de Santa Cruz de La Palma, De las
Casas infirió estas visiones como resultado de una ilusión provocada por unas
masas nubosas formadas al sur de La Palma. En concreto (como se ha señalado en
el capítulo 4), los vientos, al alcanzar la punta de Fuencaliente, toman una direc-
ción hasta latitudes próximas a El Hierro, formando en el momento del crepúscu-
lo, con el auxilio de la temperatura y en conjunción con los rayos solares, unos
cúmulos de cirros y nimbos que en ciertas oportunidades simulan una isla43. Por
otra parte, Bonnet en un trabajo mucho más amplio publicado en Revista de histo-
ria, negó cualquier supuesto meteorológico para decantarse —al igual que Viera—
por un fenómeno de reflexión. El erudito se ocupó incluso de describir de modo
puntilloso las particularidades sobre las que se produciría dicho efecto óptico44.
215
(1) Espejismo de tipo fata morgana, en el que objetos ubicados en el hori-
zonte (o más lejos) se magnifiquen en dirección vertical, dando la apa-
riencia de columnas. Si fuera ésta la situación en la que se distingue San
Borondón se necesitarían unas condiciones térmicas específicas, quizás
consistentes en una hora determinada y muy precisa del día. En este
caso, para conseguir el espejismo se tendría que magnificar «algo» dado
que es dif ícil llegar a divisar cosas emplazadas a mayor distancia de 400
km (aunque se cuentan historias de fenómenos ocurridos con proyec-
ciones situadas aún a mayor separación). Como no hay otras islas al
oeste (a menos de esos 400 km), es probable que los objetos magnifica-
216
dos sean nubes o grandes olas en el horizonte. Cabe subrayar, asimismo,
que una razón para que los avistamientos no se aprecien en el este
podría ser que al ver algo en el levante de La Palma se piense más en
Tenerife u otra isla que en la mítica San Borondón.
217
tras el ocaso. Es espectacular, y si alguien lo ve y no sabe de qué se trata,
podría pensar que es una isla. En este caso el avistamiento tendría sólo
un pico (no dos). El fenómeno tiene a su vez mayor relevancia cuando
se avista desde la costa y hay nubes que actúan como pantalla proyecto-
ra a una distancia de varias decenas de kilómetros.
218
(3) Sombra de un agujero entre las nubes. Cuando hay masas nubosas en el
cielo, el mar refleja su color blanco: es brillante. Si existe un agujero entre
las nubes, el reflejo oceánico de esta parte del firmamento sería «oscu-
ro», de línea irregular, y podría parecerse a una isla. Esta sombra no tiene
la misma forma que el agujero dado que está relativamente comprimido
en la dirección de vista.
219
(4) Sombra de una nube. En el momento del amanecer o del atardecer, en
días de gran trasparencia, una nube muy distante observada en la direc-
ción de la salida o puesta del sol y situada a una distancia que «toque» el
horizonte puede confundir a un testigo con la apariencia de una isla. Es
importante en este caso subrayar la necesidad de transparencia de la
atmósfera, dado que es imprescindible para disponer de una visión direc-
ta de la línea del horizonte y de las nubes que pudiera haber más allá. Este
fenómeno puede verse aumentado por algunos hechos subjetivos. Y es
que un posible observador localizado en La Palma estaría acostumbrado
a la visión cotidiana de otras islas (Tenerife, La Gomera y El Hierro). Así,
mientras que para el este y sur poseería varios objetos de referencia (las
islas prenotadas), no ocurriría lo mismo hacia el oeste, con lo cual un ele-
mento con cierta apariencia de una ínsula podría ser tomado como tal.
220
Fernando Bullón, Secuencia de la sombra de una nube, 2008 [AFB]
221
Fernando Bullón, Visión de nubes I, 2008 [AFB]
En los últimos años, sin embargo, ha surgido alguna otra teoría científica
totalmente desvinculada de las posibilidades anteriores. Así, José Luis González
222
argumenta que lo que provocaba la visión podían ser realmente restos, casi siem-
pre vegetales, que se hallaban a la deriva. De esta manera, recuerda los restos de
bambú y los cadáveres de otras razas llegados a las Azores de los que se hizo eco
Colón, y refiere casos similares y más paradigmáticos como las praderas flotantes
que se forman en el Danubio, en el Nilo y en el Mississippi; e incluso los fragmen-
tos desprendidos de icebergs que recorren enormes distancias en el mar45.
223
que sus descubridores han formulado denominarla Las Hijas49. Quizás el
nombre de San Borondón fuera más apropiado, pero otra investigación ha
venido a corregir este agravio a la tierra que nos ocupa otorgándole el nombre
al recién descubierto fragmento desplomado de Tenerife (de 24 km2), que per-
manece sumergido a más de 80 km al norte de dicha isla50. Estas «islas subma-
rinas» vienen a sumarse a otras que van descubriendo los vulcanólogos frente
a nuestras costas, como el famoso Volcán de Enmedio, situado entre Tenerife
y Gran Canaria, la futura isla que emerge entre esta última y Fuerteventura, y
la que crece en el punto caliente situado al sur de La Palma, todas ellas estu-
diadas por el buque Hespérides del Instituto Español de Oceanograf ía51.
226
que, unidos a razones sociológicas, han prolongado su existencia hasta nues-
tros días. No en vano, además de los componentes f ísicos enumerados, se
podrían adicionar otros que coadyuvaron a levantar la geología de esta desea-
da tierra. Narraciones fantásticas trasmitidas por cauces orales, creencias pri-
vativas de siglos pretéritos y, sobre todo, el hecho de encontrarse (especial-
mente durante el siglo XVI) en una época de constantes descubrimientos geo-
gráficos, penetraron tan hondo en la cultura popular que terminaron por ama-
rrar al archipiélago canario este lugar irreal. Y de todo ello quizás lo más inci-
tante sea que aún en los albores del siglo XXI no dispongamos de una disquisi-
ción lo suficientemente probada para interpretar los fenómenos que han ori-
ginado frente a nuestros ojos la legendaria isla de San Borondón.
(En las pp. 224-225:) Fernando Bullón, Sombra de nubes II, 2008 [AFB]
227
Conclusiones
229
secuencial de diversos temas relacionados más o menos directamente con
San Borondón en Canarias. Desde este punto de partida, pueden establecer-
se unas constantes en la asunción del mito en la mentalidad y las creencias de
los canarios, de manera que San Borondón ha sido, de manera ininterrumpi-
da desde la conquista de las islas, un integrante más (y no el menor) del uni-
verso cultural de los isleños. Cada uno de los habitantes del archipiélago
conoce en síntesis la naturaleza del mito samborondoniano y lo asume como
un rasgo distintivo de su cultura, por más que ignore, generalmente, los por-
menores de su devenir histórico, su origen real y las posibles explicaciones
científicas o paracientíficas.
Hasta el momento, a los que nos hemos querido adentrar en el mito nos
parecía que San Borondón era un conjunto de noticias, documentos, leyendas,
etc. sueltos, carentes de un hilo conductor. Por otro lado, el análisis historio-
gráfico no había logrado hacerse con un estudio de conjunto capaz de reunir
la masa de investigaciones dispersas en multitud de publicaciones, muchas de
ellas total o parcialmente desconocidas. Todo esto hacía imprecisa —y borro-
sa incluso— la idea que el público en general tenía y sigue teniendo acerca de
lo que es San Borondón.
230
gar como una sola isla de características particularmente extrañas, puesto que
su nombre acabó asociado al efecto óptico que simula temporalmente la exis-
tencia de una isla donde no la hay. La opinión general, incluso la de los intelec-
tuales más formados, fue favorable a la realidad de esta extraña tierra, y su
existencia fue defendida férreamente por historiadores y filósofos, como el
citado Fernández Sidrón, hasta el siglo XVIII, cuando la Ilustración engendró
intelectuales de la talla de Feijoo y Viera, paradigmas de la lógica contraria a la
superstición, que se centraron en las explicaciones científicas del fenómeno.
Como evolución de ello, durante todo el siglo XIX la ciencia fue el único punto
de vista desde el que se divisaba la isla, quedando otro tipo de visiones poster-
gado a las creaciones literarias de nuestro Romanticismo tardío. Finalmente,
estos acercamientos científicos consiguieron, en el transcurso del último siglo,
que incluso la indiscutible presencia periódica de algo parecido a una isla en el
horizonte fuera ignorada, de manera que en la mayor parte del archipiélago
San Borondón quedó relegado únicamente al ámbito de la cultura popular,
olvidándose que la leyenda tiene una base real y, seguramente, explicable. Por
otro lado, en las últimas décadas la moda de lo paranormal ha calado también
en San Borondón, y no han sido pocos los que han tratado de desentrañar el
fenómeno mediante explicaciones que suscitan más preguntas que respuestas.
El mito, finalmente, experimenta hoy un pequeño renacimiento con algunos
artículos y libros que, por lo general, revisan y repasan sus aspectos históricos
y la vida del santo que le dio nombre.
231
que llevan el sello de la isla), pasando por terrenos más hollados, tales como el
análisis historiográfico, el estudio de fuentes primarias escritas, etc.
En relación con estos puntos, conviene incidir en que hasta ahora parecía
que la historia del mito de San Borondón estaba agotada y poco más podía
añadirse al tema que no fueran noticias sueltas y sin relación —en muchos
casos— con precedentes de otras expediciones, avistamientos, etc. Esta histo-
ria, centrada en la isla de La Palma, ha venido a cubrir ciertos aspectos no tra-
tados hasta ahora y de los que apenas se tenía conocimiento. Nos referimos,
por ejemplo, a los avistamientos más modernos, cuyos informantes han sabi-
do pasar la barrera del miedo al ridículo dando testimonio de un fenómeno
fantástico al que debemos enfrentar las versiones científicas o racionalistas
que lo analizan desde un punto de vista completamente opuesto, quizás irre-
conciliable.
232
Antonio Lorenzo Tena, Recreación del avistamiento de San Borondón en 1987, 2005 [AFP]
233
Epílogo
235
líquido refugio, lejos de las miradas boquiabiertas de los que han tenido la osa-
día de observar su leve presencia. Es momento, pues, de que cada observador
ordene sus recuerdos y decida lo que opina, de que cada uno reconstruya una
vez más la historia de esta isla caprichosa y la cuente a sus hijos y a sus nietos,
añadiendo cada cual su propia experiencia y sus propios anhelos. Sólo así, ellos
podrán aguardar, sentados en alguna playa, la próxima visita, que sin duda se
producirá algún día, trayendo nuevas sorpresas, nuevas maravillas, nuevas ilu-
siones, y desapareciendo al punto tras dejar asegurada la fresca renovación de
su propio mito.
Vuelve San Borondón a las entrañas del mundo, pero queda allá, en el hori-
zonte, el rastro sutil de una silueta, la sombra de un reflejo, el recuerdo de una
nube diluida... Tierra ligera, tenue y liviana, tierra impalpable y etérea, tierra
inasible y volátil, desaparece en la nada porque nada es, pero nos deja en los
ojos el regalo de su imagen como queda en los labios el recuerdo puro del agua
limpia, la que no sabe a nada y que a todos sacia la sed.
236
(En la p. 11:) Fernando Bullón, Sombra de Tenerife sobre las partículas atmosférica, 2007 [AFB]
(En la p. 17:) Piri Reis, Mapa [fragmento], 1513 [Museo de Topkapi, Estambul, RL]
(En la p. 41:) Guillaume Delisle, Carte de la Barbarie de la Nigritie et de la Guinée, ca. 1774 [AFP]
(En la p. 71:) Avistamiento de San Borondón [dibujo], 1802 [RSEAPT]
(En la p. 99:) Faro de Fuencaliente, ca. 1960 [PCD]
(En la p. 129:) Letrero viario de Tazacorte al barrio de San Borondón, ca. 1970 [AFP]
(En la p. 165:) Pepe Dámaso, Flores de San Borondón, 2002 [Colección del autor]
(En la p. 199:) Fernando Bullón, Sombra de La Palma, 2006 [AFB]
(En la p. 229:) Anton Sorg, San Brendan en su nave [grabado], ca. 1476 [AFP]
(En la p. 235:) Foto Gaspar, El Roque, playa de los Tarajales, ca. 1970 [AFG]
237
Archivos y bibliotecas
239
CS: COLECCIÓN CONNY SPELBRINK (Puntallana).
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La isla perdida: memorias de San Borondón desde La Palma
se terminó de imprimir
en los talleres de Gráficas Sabater
el día 26 de enero de 2009,
al cumplirse el 405º aniversario de la aventura capitaneada
por el piloto Gaspar Pérez Acosta y el franciscano fray Lorenzo Pinedo
en busca de esta tierra legendaria.
Al decir de José de Viera y Clavijo, esta expedición
«sería el escollo de los mismos Colones y Magallanes,
si les hubiere cabido en suerte».