La Caída Al Pecado
La Caída Al Pecado
La Caída Al Pecado
El origen del pecado. Si Dios creo un mundo perfecto, ¿como pudo desarrollarse
el pecado?
1. Dios y el origen del pecado. Dios el Creador, ¿es también el autor del pecado?
La Escritura nos dice que por naturaleza Dios es santo (Isa. 6:3) y que no hay ninguna
injusticia en él. “Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son
rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en el” (Deut. 32:4).
La Escritura declara: “Lejos este de Dios la impiedad, y del Omnipotente la iniquidad” (Job
34:10). “Dios no puede ser tentado por el mal, ni el tienta a nadie” (Sant. 1:13); Dios odia
el pecado (Sal. 5:4; 11:5). La creación original de Dios era "en gran manera buena” (Gen.
1:31). Lejos de ser el autor del pecado, Dios es “autor de eterna salvación para todos los
que le obedecen” (Heb. 5:9).
2. El autor del pecado. Dios hubiera podido evitar el pecado si hubiese creado un universo
lleno de autómatas que solo hicieran aquello para lo cual fueron programados. Pero el amor
de Dios requería que creara seres que pudiesen responder libremente a su amor; y una
respuesta así es posible solo de parte de seres que tienen libertad de elección.
La decisión de proveer su creación con esta clase de libertad, significaba sin embargo que
Dios debía arriesgarse a que algunos seres creados se apartaran de él. Desgraciadamente,
Lucifer, un ser de elevada posición en el mundo angélico, se volvió orgulloso (Eze. 28:17;
ver 1 Tim. 3:6). Descontento con su posición en el gobierno de Dios (compárese con Judas
6), comenzó a codiciar el lugar que le correspondía a Dios (Isa. 14:12-14). En un intento
por obtener el control del universo, este ángel caído sembró la semilla del descontento entre
sus compañeros, y obtuvo la lealtad de muchos. El conflicto celestial que resulto se termino
cuando Lucifer, conocido ahora como Satanás, el adversario, y sus ángeles fueron
expulsados del cielo (Apoc. 12:4, 7-9; ver también el capítulo 8 de esta obra).
3. El origen del pecado en la raza humana. Sin dejarse conmover por su expulsión del
cielo, Satanás decidió engañar a otros para que se unieran en su rebelión contra el gobierno
de Dios. Su atención se dirigió a la recientemente creada raza humana. . ¿Que podía hacer
para que Adán y Eva se rebelaran? Vivian en un mundo perfecto, en el cual su Creador
había provisto para todas sus necesidades.
. ¿Como podrían ser inducidos a sentirse descontentos y desconfiar del Ser que era la fuente
de su felicidad? El relato del primer pecado provee la respuesta. En su asalto a los primeros
seres humanos, Satanás decidió tomarlos desprevenidos. Acercándose a Eva cuando estaba
próxima al árbol del conocimiento del bien y del mal, Satanás, disfrazado de serpiente, le
hizo preguntas acerca de la prohibición divina de comer del árbol. Cuando Eva afirmo que
Dios había dicho que si comían del árbol morirían, Satanás contradijo la prohibición divina,
diciendo: “No moriréis”. Despertó la curiosidad de la mujer, sugiriendo que Dios estaba
procurando impedirle gozar de una maravillosa y nueva experiencia: La de ser como Dios
(Gen. 3:4, 5). Inmediatamente se arraigó la duda acerca de la Palabra de Dios. Eva se dejó
cegar por las grandes posibilidades que parecía ofrecer la fruta. La tentación comenzó a
atacar su mente santificada. La creencia en la Palabra de Dios ahora se transformó en
creencia en la palabra de Satanás. De pronto se le ocurrió que “el árbol era bueno para
comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría”.
Descontenta con su posición, Eva cedió a la tentación de llegar a ser como Dios. “Y tomo
de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió, así como ella". (Gen. 3:6).
Por confiar en sus sentidos antes que, en la Palabra de Dios, Eva dejo de depender del
Creador, cayo de su elevada posición, y se hundió en el pecado. Por lo tanto, la caída de la
raza humana se caracterizó, por encima de todo, por la falta de fe en Dios y su Palabra. Esta
incredulidad llevo a la desobediencia, la cual, a su vez, resulto en una relación quebrantada,
y finalmente en la separación entre Dios y el hombre.