Evolución Histórico de Las Pruebas
Evolución Histórico de Las Pruebas
Evolución Histórico de Las Pruebas
vigente)
Una prueba es científica cuando el procedimiento de obtención exige una experiencia particular en
el abordaje que permite obtener conclusiones muy próximas a la verdad o certidumbre objetiva. El
método o sistema aplicado trabaja sobre presupuestos a comprobar, y el análisis sobre la cosa o
personas, puede ser racional y falible, o exacto y verificable.
Para Marcelo S. Midón, por ejemplo, la noción de prueba científica remite a aquellos […]
“elementos de convicción que son el resultado de avances tecnológicos y de los más recientes
desarrollos en el campo experimental, que se caracterizan por una metodología regida por principios
propios y de estricto rigor científico, cuyos resultados otorgan una certeza mayor que el común de
las evidencias”
En efecto, Taruffo sostiene que […] “entre ciencia y proceso existen relevantes diferencias que se
deben tener en consideración si se desea comprender cómo la ciencia puede ser usada en el contexto
del proceso. La ciencia opera a través de varios pasajes, en tiempos largos; teóricamente con
recursos y fuentes ilimitadas, conoce de variaciones, evoluciones y revoluciones. Según la postura
tradicional, la ciencia está orientada al descubrimiento, la confirmación o la falsificación de
enunciados o leyes generales que se refieren a clases o categorías de distintos eventos. Al contrario,
el proceso se halla limitado a enunciados relativos y a circunstancias de hecho, seleccionadas y
determinadas por criterios jurídicos, es decir, referidos a normas aplicables al caso concreto, de
modo que el proceso –a diferencia de las ciencias de la naturaleza- se presenta con carácter
ideográfico. En otras palabras, el proceso trabaja en tiempos relativamente cortos, con fuentes o
recursos limitados y está orientado a la producción de una decisión tendencialmente definitiva sobre
el específico objeto de la controversia”.
La diferencia de métodos no impide el uso de la ciencia en el proceso, siempre y cuando, la
ideología imperante sea la de obtener la verdad porqué, en caso contrario, al juez le resulta
suficiente la opinión técnica que proviene de la pericia, como dictamen de quien tiene un
conocimiento especializado. Dicho esto, como válido para el proceso civil, porque en materia penal
la medicina legal es un ejemplo claro de cuánto se utiliza la ciencia en el proceso.
En suma se basa en el uso por parte del juez de la sana crítica, que es una operación intelectual
basada en las reglas de la lógica y las máximas de la experiencia. Se diferencia del sistema de la
íntima convicción por cuanto la sana crítica si está sujeta a pautas para la operación intelectual del
juez y se diferencia del sistema de la tarifa legal por cuanto no está sujeta a reglas rígidas de
valoración de la prueba que puedan contradecir al sentido común aplicable a cada caso en concreto.
LA PRODUCCION DE LA PRUEBA
la prueba no legislada se diligenciará aplicando por analogía las disposiciones de los
medios probatorios semejantes, o en la forma que establezca el juez. La cuestión a dilucidar
consiste en relacionar la actividad probatoria con la naturaleza de la prueba científica (que
no es igual a prueba no legislada) teniendo presente lo dicho precedentemente respecto a
considerar que ella puede estar en el carril de los documentos o de los testimonios. En
realidad, cualquiera sea el mecanismo, todos siguen el principio de utilidad y adquisición
de la prueba, de manera que, antes que una cuestión de esencia, debe quedar resuelto el
tema de la admisión y la forma como se desarrollará.
La dicotomía entre proceso civil y penal, asimismo, no debe ser descartada, si la coacción
debe realizarse contra el imputado. En todos los casos, resulta trascendente además el
análisis de la proporcionalidad del medio ofrecido, es decir, el balance que para su
admisión debe formularse de acuerdo a parámetros como:
I. la gravedad del hecho;
II. la verosimilitud de la pretensión;
III. la relevancia de la prueba para acreditar la hipótesis fáctica (que no es sólo su
pertinencia, concepto obvio, sino especialmente la estimación -prima facie- de su
eficacia o fuerza probatoria, de la existencia de otros medios para lograr similar
resultado, etc.);
IV. la intensidad de la invasión corporal que es necesaria para la extracción (no es lo
mismo un hisopado bucal para extraer saliva que la intervención quirúrgica para
remover una bala receptada en el cráneo a efectos de realizar una pericia balística);
V. el riesgo a la salud derivado de la práctica respectiva, etc.
Ahora bien, la prueba científica tiene un método especial que depende de la práctica a
realizar; no es incorrecto señalar que la prueba pericial sea el medio más semejante por el
cual canalizar la producción, pero igualmente nos parece que son exigibles algunas pautas
más. Si la correspondencia se traza respecto a la prueba documental, la cuestión primera es
la autenticidad, y como la prueba científica es “resultado”, solamente en la etapa de
observaciones y/o impugnaciones se podrán ellas formular.
Cuando el carril se encamina por el testimonio, la idoneidad del medio y el control de la
práctica convierten típica la producción, con la salvedad que, tanto en la formación de la
prueba documental, testimonial o pericial) la fiscalización (control) es facultativo de la
parte. Para nosotros la prueba científica genera un valor probatorio muy vinculado con el
rigor científico del método con el que sean tratados. Para que las conclusiones sean útiles y
pertinentes, es preciso que el juez ordene prácticas complementarias que prevenga
eventuales nulidades y aseguren el esclarecimiento de la verdad de los hechos
controvertidos.
VALORACION DE LA PRUEBA CIENTIFICA
La utilización de la ciencia como medio de prueba destinado a verificar los hechos que las
partes llevan al proceso, produce cierto temor sobre la influencia que pueda tener en el
ánimo del juzgador al producir una convicción superior a los estándares de la libertad
probatoria, convirtiendo al resultado conseguido en casi una prueba legal.
Desde hace tiempo la doctrina reitera la distinción que se suele hacer entre el beneplácito
que tiene la llamada “ciencia buena” respecto de la fluctuación que puede traer el opuesto o
“ciencia mala”, a cuyo fin se trae al estudio de las previsiones que han de tenerse para
aceptar el dictamen técnico altamente especializado:
1º) Que respecto del conocimiento de que se trata, exista un consenso general por parte de
la comunidad científica; es decir, se excluye su utilización cuando medien dudas acerca de
su validez epistemológica.
2º) Que de alguna manera sea empíricamente verificable.
3º) Que, en su caso, se conozca el margen de error que lo condiciona.
4º) Que haya sido revisado por parte de un comité o consejo, de probada jerarquía
científica. 5º) Que se haya publicado en revistas especializadas que aplican el sistema de
control preventivo por parte de científicos especializados en la rama del saber de qué se
trate a fin de que certifiquen su valor científico (referato).
6º) Además, claro está, se requiere la condición de pertenencia que presupone la existencia
de una relación directa con el caso.
Estos parámetros se establecen como una guía que persigue dar tranquilidad al que juzga
sobre la seguridad del procedimiento científico aplicado y la garantía del resultado que
consigue; pero el debate estricto se posiciona sobre el sistema de apreciación de la prueba,
donde anida la libertad de consideración de todos los medios de confirmación, bajo reglas
predispuestas como la “sana crítica”, “la íntima convicción”, “la apreciación en
conciencia”, “las máximas de experiencia”, por citar solamente los usos más habituales de
racionalización.
La prueba científica, estimada con el balance de confiabilidad que merece el método, a
veces convierte las conclusiones en verdades incuestionables; en estos casos, posiblemente
la prueba sea única y determinante; pero en ocasiones la evidencia científica admite
cuestionamientos (ideológicos o de competencia) que tornan el dictamen complementario
de las demás pruebas. En uno y otro caso, el sistema de apreciación es el mismo, pero el
peso específico trasciende el mero asesoramiento.
Según Taruffo, cuando de la ciencia se hace un uso epistémico al igual que se realiza con la
prueba, o sea el medio con el que en el proceso se adquieren las informaciones necesarias
para la determinación de la verdad de los hechos, significa que en ambos se aportan
elementos de conocimientos de los hechos que se sustraen a la ciencia común que se
dispone […] “Por lo que se refiere a la valoración de las pruebas, la adopción de la
perspectiva racionalista que aquí se sigue, no implica la negación de la libertad y de la
discrecionalidad en la valoración del juez, que representa el núcleo del principio de la libre
convicción, pero implica que el juez efectúe sus valoraciones según una discrecionalidad
guiada por las reglas de la ciencia, de la lógica y de la argumentación racional. Por decirlo
así, el principio de la libre convicción ha liberado al juez de las reglas de la prueba legal,
pero no lo ha desvinculado de las reglas de la razón”.
Surge entonces el peso de la ciencia o de la verdad judicial prevalente, que puede asegurar
el resultado verdadero con una mínima chance de error, que de existir, es justificable con
las pautas de la razonabilidad y certeza objetiva. En los hechos, antes que una contradicción
entre el sistema de la libertad para valorar la prueba y el criterio de la determinación
anticipada de la convicción (prueba legal), en realidad es un contrasentido adoptar el
estándar más inseguro, un verdadero disparate que sólo puede resultar del juego con las
teorías. ).
En el procedimiento penal suele afincar la cuestión en resolver “más allá de toda duda
razonable”, que por su cercanía con la exigencia de convicción plena que se pide para el
uso de la prueba científica, puede tener íntima relación.
En efecto, el primer escalón que presenta trabajar con estándares de prueba muestra la
asimetría entre la necesidad probatoria del proceso penal respecto al civil; por ejemplo, en
el sistema judicial anglosajón, del que se importa la regla, la declaración de culpabilidad
penal impone la prueba más allá de toda duda razonable (beyond a reasonable doubt), sin
que esté delimitada con precisión dónde está el límite de la incertidumbre. Se consiente sí
que la sentencia no arroje “sombra de dudas”. En el proceso civil, el grado de seguridad es
inferior pero no lo bastante errática como para sostener que carezca de veracidad suficiente
o de evidencia preponderante (preponderance evidence), esto es, se exige que la existencia
del hecho quede más acreditada que su inexistencia.
Inclusive, en materia de probabilidades científicas que arrojen convicción, existe otro nivel
a ponderar que es una zona de penumbra entre la alta verosimilitud penal y la certeza civil,
que se instala en la actividad probatoria que obtiene resultados claros y convincentes,
habitualmente aplicado en la determinación de responsabilidades profesionales, o ante
situaciones que se deducen de probabilidades y presunciones.
En cada caso, la fehaciencia de la prueba científica confronta con la posibilidad de duda
que puede tener quien ha de resolver, contingencia que frente a la calidad del medio
probatorio lleva a utilizar un nuevo estándar: el de la duda razonable.
Se regresa con ello a un punto de inicio donde el acento se tiene que poner en esclarecer si
los sistemas de valoración de la prueba pueden regir con su impronta cultural en los
mecanismos judiciales de apreciación científica. La racionalidad está siempre presente, con
la comprensión que la regla de la sana crítica no se encuentra afectada; pero es menester
ajustar el calibre de la prueba científica ante la calificada conclusión de sus trabajos sobre
las cosas, las personas y los hechos. Podríamos afirmar que el único límite es la moral, las
buenas costumbres y que no se afecte la libertad individual ni la dignidad de las personas.
En suma, como dice Morello […] “dando en todos los casos motivación razonable y
plausible, embretado el juez por líneas maestras que se dibujan en este esquema: 1º) si los
hechos, científicamente establecidos, no son contradichos o impugnados, vendrán a ser
determinantes y, virtualmente, vinculante para los jueces; 2º) éstos deben valorar
razonablemente dichas pruebas, en relación con las restantes, reconociendo, si
correspondiere, el valor de prueba científica; y cuando se expida por el rechazo o la
devaluación, esa decisión se sustentará en razones existentes y de entidad que así los
justifiquen. Empero, será siempre el juez el que expresará la última palabra sobre la
procedencia y el mérito de la prueba científica, porque sólo él es quien juzga y decide”.