KITTO, Hdf. La Polis. Los Griegos
KITTO, Hdf. La Polis. Los Griegos
KITTO, Hdf. La Polis. Los Griegos
Capítulo V
LA "PÓLIS"
Pólis es la palabra griega que traducimos como "ciudad-estado". Es una mala traducción,
puesto que la pólis normal no se parecía mucho a una ciudad y era mucho más que un estado.
Pero la traducción, como la política, es el arte de lo posible y, como no tenemos la cosa que los
griegos llamaban pólis, tampoco poseemos una palabra equivalente. De ahora en adelante,
evitaremos el engañoso término "ciudad-estado" y utilizaremos en su lugar la palabra griega.
En este capítulo indagaremos primero cómo surgió tal sistema político, luego trataremos de
reconstituir la palabra pólis y rescatar su significado real al observarla en acción. Puede ser
una tarea larga, pero mientras dure nos servirá para mejorar nuestro conocimiento sobre los
griegos. Sin una clara concepción de lo que era la pólis y de lo que significaba para los griegos,
es completamente imposible comprender adecuadamente la historia, el pensamiento y las
realizaciones de los helenos.
Empecemos, pues, por el principio. ¿Qué era la pólis? En la Iliada distinguimos una estructura
política, al parecer, no fuera de lo común; una escructura que puede considerarse como una
forma adelantada o degenerada de organización tribal, según se prefiera. Hay reyes, como
Aquiles, que gobiernan su pueblo, y existe el gran rey, Agamenón, rey de los hombres, que es
algo así como un gran señor feudal. Tiene la obligación, establecida por el derecho o por la
costumbre, de consultar a los demás reyes o caudillos en los asuntos de interés común. Ellos
integran un consejo regular y en sus debates el cetro, símbolo de la autoridad, es tenido por el
que habla en ese momento. Esto es, como puede verse, europeo, no oriental; Agamenón no es
un déspota que gobierna con la indiscutida autoridad de un dios. Hay también indicios de
una indefinida Asamblea del Pueblo, que debía ser consultada en las ocasiones
importantes; si bien Homero, poeta cortesano y de ningún modo historiador constitucional,
dice en realidad muy poco sobre ella.
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HIS 375 2017-1 Liliana Pérez Miguel
Tal es, a grandes rasgos, la tradición sobre la Grecia anterior a la conquista. Cuando se levanta
nuevamente el telón después de la época Oscura, vemos un cuadro muy diferente. Ya no hay un
"Agamenón de amplio poder" que gobierne en Micenas señorialmente. En Creta, donde
Idomeneo ha gobernado como único rey, encontramos más de cincuenta póleis
independientes, cincuenta "estados" pequeños en lugar de uno. No importa mucho que los
reyes hayan desaparecido; lo importante es que también los reinos han seguido la misma
suerte. Lo que sucede en Creta pasa también en toda Grecia, o al menos en aquellas partes que
desenmpeñan un papel considerable en la historia griega: Jonia, las islas, el Peloponeso (con
excepción de Arcadia), Grecia centrar (excepto las regiones occidentales), y el sur de Italia y
Sicilia cuando se volvieron griegas. Todas ellas se dividieron en una enorme cantidad de
unidades políticas independientes y autónomas.
Es importante hacerse cargo de su tamaño. El lector moderno descubre por allí una
traducción de la República de Platón o de la Política de Aristóteles y se encuentra con que
Platón establece que su ciudad ideal tendrá cinco mil ciudadanos, en tanto que el Estagirita
sostiene que cada ciudadano debería conocer de vista a todos los demás. Quizás sonría
entonces ante tales fantasías filosóficas. Pero Platón y Aristóteles no son unos visionarios.
Platón se imagina una ciudad de acuerdo con la escala helénica; con ello expresa que muchas
póleis griegas existentes eran harto pequeñas, pues las había con menos de cinco mil
ciudadanos. Dice Aristóteles en su manera tan divertida -a veces Aristóteles se parece mucho
a un dómine- que una pólis de diez ciudadanos sería imposible, porque no podría bastarse a sí
misma, y que una pólis de cien mil sería absurda, porque no podría gobernarse
adecuadamente. Y no debemos pensar que estos "ciudadanos" son una "clase dominante" que
posee y rige miles de esclavos. El griego común en estos siglos primitivos era granjero, y si
poseía un esclavo, ello se debía a que las cosas andaban más o menos bien. Aristóteles habla
de cien mil ciudadanos; si permitimos que cada uno de ellos tenga su mujer y cuatro hijos, y
luego agregamos un amplio número de esclavos residentes extranjeros, llegaremos a casi un
millón, más o menos la población de Birminghan; y para Aristóteles un "estado"
independiente tan populoso como Birmingham es un chiste escolar. Pero dejemos a los
filósofos y vayamos a un hombre práctico. Hipodamo, el que construyó el Pireo en el más
moderno estilo americano, dice que el número ideal de ciudadanos es de diez mil, lo cual
implicaría una población tal de unos cien mil.
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HIS 375 2017-1 Liliana Pérez Miguel
De hecho, solo tres póleis tenían más de 20.000 ciudadanos: Siracusa y Acragas (Agrigento) en
Sicilia, y Atenas. Cuando estalló la Guerra del Peloponeso la población de Atica era
probablemente de unos 350.000, de los cuales la mitad eran atenienses (hombres, mujeres y
niños); una décima parte eran residentes extranjeros y el resto esclavos. Esparta, o
Lacedemonia, tenía un cuerpo urbano mucho más pequeño, aunque era mayor en su
superficie. Los espartanos habían conquistado y anexado a Mesenia y poseían 8.200 km
cuadrados de territorio. Para un griego era un área enorme; un buen caminador pondría dos
días para cruzarla. La importante ciudad comercial de Corinto tenia un territorio de 855 km
cuadrados, más o menos el tamaño de Huntingdonshire. La isla de Ceos, la cual es tan grande
como la de Bute, estaba dividida en cuatro póleis. Tenía, por consiguiente, cuatro ejércitos,
cuatro gobiernos, posiblemente cuatro calendarios diferentes, y quizás cuatro diferentes tipos
de monedas y sistemas de medidas, aunque esto último es poco probable. Micenas era en los
tiempos históricos un triste vestigio de la capital de Agamenón, pero seguía siendo
independiente. Envió un ejército para ayudar a la causa griega contra Persia en la batalla de
Platea. El ejército constaba de ocho hombres. Incluso para el criterio griego era una ciudad
pequeña, pero no hemos oído que se hiciesen bromas sobre un ejército que compartía un
carro.
Pensar en esta escala nos resulta difícil a nosotros, que consideramos pequeño un país de diez
millones y estamos acostumbrados a estados como USA y la URSS, que son tan grandes que
deben ser designados con sus iniciales. Pero cuando el adaptable lector se acostumbre a la
escala, no cometerá el vulgar error de confundir tamaño con significación. A veces, escritores
modernos hablan con magnífico desprecio de "aquellos insignificantes estados griegos, con sus
interminables luchas". Es exacto: Platea, Sición, Egina y el resto eran insignificantes si se los
compara con los estados modernos. También la Tierra es insignificante, comparada con
Júpiter; pero la atmósfera de Júpiter es principalmente amoníaco y esto ya es una
diferencia. A nosotros no nos gusta respirar amoníaco y a los griegos, a su vez, les habría
resultado intolerable la atmósfera de los vastos países modernos. Ellos conocían un gran
estado, el Imperio persa, y les parecía muy conveniente... para los bárbaros. La diferencia de
escala, cuando es lo bastante acentuada, equivale a diferencia de condición.
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Pero antes de ocuparnos de la naturaleza de la pólis, al lector le agradaría conocer qué sucedió
para que la estructura relativamente espaciosa de la Grecia predoria se convirtiese en un
mosaico de pequeños fragmentos. Al erudito clásico también le gustaría saberlo, pero no hay
datos y todo lo que podemos hacer es sugerir razones plausibles. Existen razones históricas,
geográficas y económicas. Cuando ellas hayan sido debidamente explicadas, tal vez lleguemos
a la conclusión de que la razón más importante de todas es que así les gustaba vivir a los
griegos.
La llegada de los dorios no fue un ataque de una nación organizada a otra. El invadido tenía su
organización, aunque indefinida; algunos de los invasores -el grupo principal que conquistó
Lacedemonia- debe haber poseído una fuerza coherente; pero también hubo seguramente
pequeños grupos de invasores que aprovecharon el tumulto general y se apoderaron de
buenas tierras donde pudieron encontrarlas. Un indicio de esto es que hallamos miembros de
un mismo clan en diferentes estados. Píndaro, por ejemplo, era un ciudadano de Tebas y
miembro de la antigua familia de los Egidas. Pero había Egidas también en Egina y en Esparta.
póleis completamente independientes, y Píndaro se dirige a ellos como a parientes. Así, pues,
este clan particular se había fragmentado durante las invasiones. En un país como
Grecia, esto resultaba muy natural. En un período tan incierto, los habitantes de
cualquier valle o isla podían de un momento a otro verse obligados a luchar por su territorio.
Por consiguiente, era menester un punto firme, normalmente la cima de una colina defendible
en algún lugar de la llanura. ésta, la "Acrópolis" (la ciudad alta), fue fortificada y sirvió como
residencia al rey. Llegó a ser también el lugar natural de la Asamblea y el centro religioso.
He aquí el comienzo de la ciudad. Ahora nos corresponde dar las razones de por qué creció la
ciudad y por qué un puñado de personas siguió siendo una unidad política independiente. Lo
primero es simple. Para comenzar diremos que el natural crecimiento económico hizo
necesario un mercado central. Ya vimos que el sistema económico que surge de Homero y
Hesíodo era una "estrecha economía doméstica"; el estado, grande o pequeño, producía todo
lo que necesitaba y si no obtenía determinada cosa se arreglaba sin ella. Cuando la situación se
volvió más estable, fue posible también una economía más especializada y se produjeron más
mercancías para la venta. De ahí el auge del mercado.
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En este punto, debemos recordar los hábitos sociales de los griegos, antiguos o modernos. Al
granjero inglés le gusta construir su casa en sus tierras y venir a la ciudad cuando tiene que
hacerlo. En sus ratos libres le agrada dedicarse a la satisfactoria ocupación de mirar a través de
la puerta. El griego prefería vivir en la ciudad o en la aldea, ir andando hasta su ocupación y
pasar sus ocios más amplios conversando en la ciudad o en la plaza de la aldea. Así el mercado
se convierte en un mercado-ciudad, situado naturalmente al pie de la Acrópolis. éste llegaré a
ser el centro de la vida comunal del pueblo y ya veremos en seguida cuán importante era ella.
Pero ¿por qué estas ciudades no constituyeron unidades más amplias? ésta es la cuestión
primordial.
Hay un aspecto económico. Las barreras físicas, tan abundantes en Grecia, hacían difícil el
transporte de mercancías, salvo por mar; pero al mar todavía no se le tenía confianza.
Además, la variedad a que nos referimos antes permitía que un área muy pequeña pudiera
bastarse a sí misma, sobre todo para un pueblo como el griego, tan sobrio en sus exigencias de
la vida. Es decir que ambos factores tienden a la misma dirección. No había en Grecia una gran
interdependencia económica, ni puja recíproca entre las distintas partes del país, lo bastante
fuertes como para contrarrestar el deseo de los griegos de vivir en pequeñas comunidades.
Hay también un aspecto geográfico. Se ha asegurado alguna vez que el sistema de póleis
independientes fue impuesto a Grecia por las condiciones físicas del país. La teoría es atractiva,
especialmente para los que prefieren tener una explicación imponente de cualquier fenómeno,
pero no parece ser verdadera. Es obvio que la subdivisión física del país contribuyó a ello; tal
sistema no podría haber existido, por ejemplo, en Egipto, país que dependía totalmente del
adecuado aprovechamiento de las crecientes del Nilo, y que tenía, por consiguiente, un
gobierno central. Pero hay países tan divididos como Grecia -Escocia por ejemplo- que nunca
han desarrollado el sistema de la pólis; y a la inversa, hay en Grecia muchas ciudades vecinas,
como Corinto y Sición, que fueron independientes una de otra, aunque entre ambas no hay una
barrera física que pueda incomodar a un ciclista moderno. Además, son en efecto las regiones
más montañosas de Grecia las que nunca desarrollaron póleis o por lo menos no lo hicieron
hasta fecha posterior: Arcadia y Etolia, por ejemplo, que tenían algo así como un sistema de
cantones. La pólis floreció en regiones donde las comunicaciones eran relativamente fáciles. De
modo que proseguimos buscando nuestra explicación.
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La historia tiene muchas amargas ironías, pero ésta debe ser puesta en el saldo a favor de los
dioses, quienes dispusieron que los griegos tuviesen casi para ellos solos el Mediterráneo
oriental durante el tiempo suficiente para efectuar esa experiencia de laboratorio, tendiente a
mostrar hasta qué punto y en qué condiciones la naturaleza humana es capaz de crear y
sustentar una civilización. En Asia, el Imperio hitita había sucumbido; el reino de Lidia no se
mostraba agresivo, y el poderío persa, que eventualmente venció a Lidia, era aún embrionario
en los lugares apartados del continente; Egipto se hallaba en decadencia; Macedonia,
destinada a poner en quiebra el sistema de la pólis, permanecía en la penumbra y seguió por
mucho tiempo debatiéndose en un estado de semibarbarie inoperante; la hora de Roma
todavía no había llegado ni se conocía ningún otro poder en Italia. Existían, por cierto, los
fenicios, y su colonia occidental, Cartago, pero éstos eran
ante todo mercaderes. Por consiguiente, este vivaz e inteligente pueblo griego pudo vivir
durante algunos siglos de acuerdo con el sistema aparentemente absurdo que satisfizo y
desarrolló su genio en lugar de ser absorbido en la densa masa de un dilatado imperio, que
habría sofocado su crecimiento espiritual y lo habría convertido en lo que fue después, una
raza de individuos brillantes y oportunistas. Seguramente algún día alguien crearía un firme
poderío centralizado en el Mediterráneo oriental, sucesor del antiguo dominio marítimo del
rey Minos. ¿Sería éste, griego, oriental o de otro origen? Esta pregunta se convertirá en el tema
de un capítulo posterior; pero ninguna historia de Grecia podrá entenderse si no se ha
comprendido lo que la pólis significaba para los griegos. Cuando hayamos dilucidado este
punto, descubriremos también por qué los griegos la desarrollaron y procuraron mantenerla
con tanta porfía. Examinemos, pues, la palabra en acción.
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urbana con una administración puramente local. Las palabras de Tucídides implican que hay
una ciudad -aunque posiblemente muy pequeña- llamada Epidamnos, la cual es centro político
de los eipidamnios que viven en el territorio del que la ciudad es el centro -no la "capital"- y son
epidamnios si viven en la ciudad o en alguna aldea de su territorio.
Algunas veces el territorio y la ciudad tienen nombres diferentes. Así, el ática es el territorio
ocupado por el pueblo ateniense, inclusive Atenas -la pólis en su sentido más restringido-, el
Pireo y muchas aldeas; pero sus habitantes en conjunto eran atenienses, no áticos, y un
ciudadano era ateniense cualquiera fuese el lugar del ática en que vivía. En este sentido
pólis es nuestro "estado". En la Antígona de Sófocles, Creón se adelanta para formular su
primera proclama como rey y dice: "Señores, en lo que atañe a la pólis, los dioses la han guiado
a salvo a través de la tormenta, sobre firme nave". Es la imagen familiar de la Nave del Estado
y creemos saber dónde nos hallamos. Pero más adelante en la tragedia expresa lo que
traduciríamos naturalmente por: "Se ha dado una proclamación pública"... él dice, en realidad:
"Se ha hecho saber a la pólis...", no al "estado", sino al "pueblo". Cuando, más tarde, disputa
violentamente con su hijo, exclama: "¿Qué, hay algún otro fuera de mí que gobierna en esta
tierra?" Hemón le responde: "No es una pólis la que es gobernada sólo por un hombre."e;
Esta respuesta pone de manifiesto otro aspecto importante de la concepción total de la pólis, a
saber que es una comunidad, y que sus asuntos competen a todos. La real tarea de gobernar
podía ser confiada a un monarca, quien actuaba en tal caso en nombre de todos, según los
usos tradicionales; o a los jefes de ciertas familias nobles; también a un consejo de ciudadanos,
elegidos de acuerdo con un censo de propiedad, o de lo contrario, a la totalidad de los
ciudadanos. El conjunto de éstas y muchas de sus modificaciones eran formas naturales de
"comunidad política" que los griegos distinguían claramente de la monarquía oriental. Dentro
de esta última el monarca no era responsable ante la ley ni depositario del poder por la gracia
de un dios, sino que él mismo se consideraba dios. Si el gobierno no estaba obligado a
responder de sus actos es indudable que la pólis no existía. Hemón acusa a su padre de hablar
como un tirannos(1) y, en consecuencia, de destruir la pólis, no "el Estado".
pólis hará que se enderecen los entuertos. Y no por medio de una elaborada máquina de la
justicia del estado, puesto que esta máquina sólo puede ser manejada por individuos, tal vez
tan injustos como el que comete los desafueros. La parte agraviada sólo estará segura
de obtener justicia, si puede declarar sus ofensas a la pólis entera. Por consiguiente, la palabra
significa ahora "pueblo", nítidamente distinguida de "estado"
Yocasta, la trágica reina en el Edipo nos mostrará otro aspecto del alcance de la palabra. Se
trata de que, después de todo, su marido Edipo no es el hombre condenado que ha matado al
rey anterior Layo. "¡No, no -grita Yocasta- no puede ser! El esclavo dijo que eran "bandidos"
quienes los atacaron y no "un bandido". No puede ahora desdecirse. No lo oí yo sola; lo oyó la
pólis" Aquí la palabra está usada sin ninguna asociación política, está, por así decirlo, fuera de
servicio, y significa "todo el pueblo". Éste es un matiz significativo no siempre destacado, pero
nunca ausente por completo.
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"Cada uno tiene el deber de ayudar a la pólis" no era expresar un hermoso sentimiento, sino
hablar según el más llano y urgente sentido común (2). Los asuntos públicos tenían una
inmediatez y una concreción que para nosotros resultan extraños.
Pericles habló desde una plataforma lo bastante alta para que su voz llegara al mayor número
posible. Consideremos dos frases usadas por Pericles en esta oración. Compara la pólis
ateniense con la espartana, y señala que los espartanos admiten a los visitantes extranjeros de
mala gana y que de tiempo en tiempo los expulsan, "mientras que nosotros permitimos que
nuestra pólis sea común a todos". Pólis no es aquí la unidad política; no se trata de naturalizar a
los extranjeros, cosa que los griegos hicieron muy rara vez, simplemente porque la pólis era
una unión tan íntima. Pericles quiere decir aquí: "Nosotros abrimos de par en par a todos
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nuestra común vida cultural", como puede verse en las palabras que siguen, aunque sean
difíciles de traducir; "ni les negamos ninguna instrucción o espectáculo", frase ésta que casi
carece de sentido hasta que nos enteramos de que el drama, trágico y cómico, la ejecución de
himnos corales, los recitales públicos de Homero, los juegos, eran partes necesarias y normales
de la vida "política". Esto es lo que Pericles piensa cuando habla de "instrucción y espectáculo",
y de "abrir la pólis a todos". Pero debemos ir más lejos. Una detenida lectura de la oración
mostrará que, al ensalzar a la pólis ateniense, Pericles está ensalzando algo más que un estado,
una nación o un pueblo; está ensalzando un modo de vida. Otro tanto quiere significar, cuando,
un poco más adelante, llama a Atenas la "escuela de la Hélade". ¿Qué tiene esto de particular?
¿No alabamos nosotros "la manera inglesa de vivir"? La diferencia es la siguiente: nosotros
esperamos que nuestro Estado permanezca completamente indiferente a este "modo inglés de
vida", y por cierto la idea de que el Estado fomente activamente este modo de vida nos llena de
alarma a casi todos. Los griegos concebían la pólis como una cosa activa, formativa, que
educaba la mente y el carácter de los ciudadanos; nosotros la concebimos como una pieza de
maquinaria para la producción de seguridad y conveniencia. El aprendizaje de la virtud, que el
estado medieval encomendaba a la Iglesia, y la pólis consideraba como empresa propia, el
estado moderno lo deja a la buena de Dios. La pólis, pues, en su origen "la ciudadela",
puede significar tanto como "toda la vida comunal, política, cultural, moral" incluso
"económica" de un pueblo, pues ¿de qué otro modo podemos entender esta otra frase de este
mismo discurso: "el producto del mundo entero llega a nosotros, a causa de la magnitud de
nuestra pólis? Esto debe significar "nuestra riqueza nacional".
También la religión estaba vinculada a la pólis, si bien no toda forma de religión (3). Los dioses
olímpicos eran adorados por los griegos en todas partes, pero cada ciudad tenía, si no sus
propios dioses, al menos sus propios cultos particulares de estos dioses. Así, Atenea de la Casa
de Bronce era adorada en Esparta, pero para los espartanos Atenea no fue nunca lo mismo que
para los atenienses, "Atenea Polias", Atenea guardiana de la Ciudad. Así Hera, en Atenas, fue
una diosa adorada especialmente por las mujeres, como la diosa del corazón y del hogar; pero
en Argos "Hera Argiva" era la suprema deidad del pueblo. Lo mismo que Jehová, estos dioses
son deidades tribales, y existen simultáneamente en dos planos, como dioses de la pólis
individual y como dioses de toda la raza griega. Pero, además de estos olímpicos, cada pólis
tenía sus deidades locales menores, "héroes" y ninfas; cada una adorada con su rito inmemorial
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y que difícilmente podía ser imaginado fuera de la localidad en que tal rito se cumplía. De modo
que, a pesar del panhelénico sistema olímpico, y a pesar del espíritu filosófico que hacía
imposible para los griegos la existencia de dioses puramente tribales, en cierto sentido puede
afirmarse con seguridad que la pólis es una unidad independiente tanto en su aspecto religioso
como político. Los poetas trágicos podían al menos utilizar la antigua creencia de que los dioses
abandonaban una ciudad cuando estaba a punto de ser capturada. Los dioses son los
copartícipes invisibles en el bienestar de la ciudad.
En la Orestíada de Esquilo podemos ver mejor cuán íntimamente ligados estaban el
pensamiento "político" y el religioso. Esta trilogía está compuesta en torno a la idea de la
Justicia. Ella lleva del caos al orden, del conflicto a la reconciliación; y obra en dos planos a la
vez, el humano y el divino. En el Agamenón vemos una de las Leyes morales del universo: que
el castigo debe seguir al crimen, y ser realizado en la manera más cruel posible; que un crimen
exige otro crimen para vengarlo, y así en una sucesión inacabable, pero siempre con la sanción
de Zeus. En las Coéforas esta serie de crímenes llega a su culminación cuando Orestes venga a
su padre matando a su madre. Comete el matricidio con repugnancia, pero Apolo, el hijo y
vocero de Zeus, le ordena hacerlo. ¿Por qué? Porque al asesinar a Agamenón, el rey y su esposa,
Clitemnestra ha cometido un crimen que, de quedar impune, quebrantaría el edificio social.
Corresponde a los dioses olímpicos defender el orden, puesto que son especialmente los dioses
de la pólis. Mas el delito de Orestes ofende los más profundos instintos humanos; por
consiguiente Orestes será implacablemente perseguido por otras deidades, las Furias. Las
Furias no tienen interés alguno en el orden social, pero no pueden permitir esta afrenta a la
santidad del vínculo consanguíneo, pues su deber es protegerlo. En las Euménides hay un
tremendo conflicto entre las antiguas Furias y los olímpicos más jóvenes sobre el desdichado
Orestes. La solución está en que Atenea viene con una nueva dispensa de Zeus. Se elige un
jurado de atenienses para juzgar a Orestes en la Acrópolis, a donde él ha huido para protegerse;
esta es la primera reunión del Consejo del Areópago. En la votación hay empate; por lo tanto,
como un acto de misericordia, Orestes es absuelto. Las Furias, despojadas de su legítima presa,
amenazan al ática con la destrucción, pero Atenea las persuade de que se establezcan en
Atenas, con su antigua dignidad no suprimida (como ellas pensaron al principio) sino
acrecentada, pues en adelante castigarán la violencia en la pólis, no solo a la familia. Así para
Esquilo la pólis perfecta se convierte en el medio por el cual la Ley es satisfecha sin provocar el
caos, ya que la justicia pública remplaza a la venganza privada; y los derechos de la autoridad
se concilian con los instintos de la humanidad. La trilogía termina con una imponente escena de
alegoría. Las horrendas Furias cambian sus ropajes negros por otros rojos; ya no son las
Furias, sino las "diosas benévolas" (Euménides); ya no son enemigas de Zeus, sino sus
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tratarse de diferencias entre miembros unidos por la misma sangre. Esta circunstancia explica
no solo la pólis sino también mucho de lo que este hombre singular, destinado por imperativo
étnico a vivir en sociedad, realizó y pensó. en la manera de ganar su subsistencia reveló el
griego una aguda tendencia individualista, mas por el contenido con que llenó su concepción
social fue esencialmente "comunista". La religión, el arte, los juegos, la discusión de grandes
temas, todo ese animado cuadro, resultaban necesidades del medio que solo podían ser
satisfechas gracias a la pólis y no -como entre nosotros- con la ayuda de asociaciones
voluntarias de personas que comparten idénticos esquemas mentales, o bien por la acción de
organizadores que mueven a los individuos. (Esto explica parcialmente la diferencia entre
drama griego y el cine moderno). Además, él deseaba desempeñar su propio papel en el curso
de los asuntos de la comunidad. Cuando advertimos cuántas actividades necesarias,
interesantes y excitantes disfrutaba el griego mediante la pólis, con su vida tan animada y
amplia, por una unidad mayor pero menos atrayente. Quizás resulte apropiado registrar aquí
una conversación imaginaria entre un antiguo griego y un miembro del Ateneo. Este último
lamenta la falta de sentido político que mostraron los helenos. El griego pregunta: -¿Cuántos
clubes hay en Londres? Su interlocutor, calculando, dice que unos quinientos. Entonces el
griego expresa: -Si todos ellos se reunieran, qué espléndida mansión construirían. Podrían
tener un local para el club tan grande como Hyde Park. -Pero -arguye el miembro- esto ya no
sería un club. - Exactamente -replica el griego-, y una pólis tan grande como la vuestra ya no es
una pólis. Por cierto, la moderna Europa, a pesar de su cultura común, sus intereses
coincidentes, y sus facilidades de comunicación, no se atreve a aceptar la idea de limitar la
soberanía nacional, aunque por tal medio lograse acrecentar la seguridad de la vida sin
aumentar demasiado su estolidez. El griego tenía posiblemente mucho que ganar si disolvía la
pólis; pero mucho más que perder. No fue el sentido común lo que hizo grande a Aquiles, sino
otras cualidades.
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