Mcewan Hunter Y Egan Kieran - La Narrativa en La Enseñanza El Aprendizaje Y La Investigacion
Mcewan Hunter Y Egan Kieran - La Narrativa en La Enseñanza El Aprendizaje Y La Investigacion
Mcewan Hunter Y Egan Kieran - La Narrativa en La Enseñanza El Aprendizaje Y La Investigacion
el aprendizaje y la investigación
Hunter McEwan y Kieran Egan
compiladores
Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
Colección Agenda educativa
Narrative in Teaching, Learning, and Research, Hunter McEwan y Hieran
Egan, compiladores
© Teachers College Press, Columbia University, 1995
Traducción: Ofelia Castillo
Primera edición en castellano, 1998; primera reimpresión, 2005; segunda
reimpresión, 2012
O Todos los derechos de la edición en castellano reservados por
Amorrortu editores S.A., Paraguay 1225, T piso - C1057AAS Buenos Aires
Amorrortu editores España S.L., C/López de Hoyos 15, 3o izquierda -
28006 Madrid
www.amorrortueditores.com
McEwan, Hunter
La narrativa en la enseñanza, el aprendizaje y la investigación /
compilado por Hunter McEwan y Rieran Egan. - 1* ed. 2* reimp.-
Buenos Aires : Amorrortu, 2012.
320 p. ; 23x14 cm. - (Agenda educativa)
Traducción de: Ofelia Castillo
ISBN 978-950-518-802-4
1. Formación Docente. 2. Educación-Investigación. 3. Práctica de la
Enseñanza. I. Rieran Egan, comp. II. Ofelia Castillo, trad. III. Título.
CDD 370.7
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provin
cia de Buenos Aires, en noviembre de 2012.
Tirada de esta edición: 1.500 ejemplares.
Indice general
II
Hemos planteado entonces que existe un vínculo vital
entre la forma narrativa y la acción humana. Aludimos ade
más a la fundamental importancia de la narración para
comprender cómo funciona el entendimiento humano. En
esta sección queremos examinar más de cerca la interesan
te coincidencia que hay entre la forma narrativa y el pensa
miento y la práctica educativos. Hemos observado que hay
dos tipos de narración —íntimamente relacionados entre
sí— que hacen una importante contribución al discurso
educativo.
En primer lugar, recordemos que la estructura narrativa
es característica de las explicaciones de la historia de la con
ciencia humana como tal; o sea, de las historias por medio
de las cuales relatamos en términos generales el viaje edu
cativo de la especie humana y los cambios que han marcado
nuestro desarrollo como seres pensantes. Se trata de las
historias de desarrollo del conocimiento, del descubrimiento
de ideas nuevas y de los viajes de exploración que culmina
ron en nuestras modernas concepciones de la ciencia, el arte
y las humanidades, y su despliegue en nuestros proyectos y
prácticas. Con frecuencia estas historias forman subtramas
dentro de otros conjuntos más amplios de historias cons
truidas por los filósofos: las llamadas «grandes narrativas».
Un ejemplo es la gran narrativa de Hegel de la marcha
triunfal de la razón. Y la alegoría de la caverna de Platón o
la concepción romántica de Rousseau de la historia de la
conciencia hum ana pueden ser también leídas como una
suerte de parábola del sentido y el fin de nuestros esfuerzos
para obtener el conocimiento. A veces estas historias pue
den contarse como grandes narrativas del progreso y la per
fectibilidad del hombre (Condorcet, Macaulay, Marx, He
gel); y a veces, de la declinación y la pérdida del ser (Spen-
gler, Heidegger, Rousseau). Y hay ciertas versiones recien
tes de la estructura de la historia humana (Gellner, 1988)
que pueden ser consideradas como expresión de una visión
más coherente de las pautas que ya están presentes en el
pensamiento y la acción del ser humano. Gellner considera
que la tarea de sacar a luz las narrativas ocultas es funda
mental: «quienes desdeñan la historia filosófica son escla
vos de pensadores muertos y de teorías no revisadas» (pág.
12). Este estudio narrativo de la estructura de la historia
humana brinda un marco para comprender las historias
narrativas individuales a través de las cuales las culturas
nacen, florecen y decaen.
En segundo lugar, en el nivel de la conciencia individual
la idea de lo que es una persona educada convoca en la men
te relatos de crecimiento personal desde la infancia —pa
sando por la juventud y la adultez— hasta la sagacidad de
la vejez. Los relatos de este tipo son más frecuentes en la li
teratura que en la historia de las ideas. Estos relatos consti
tuyen un rico acervo de fábulas morales: autobiografías,
confesiones, biografías, estudios de caso, novelas de apren
dizaje, fábulas y otras formas didácticas que se inscriben en
la cultura popular.
Muchas veces los relatos de desarrollo educativo indivi
dual se enmarcan en alguna de las «grandes narrativas» o
les prestan tácito tributo. Así, podemos leer las Confesiones
de San Agustín, o los textos de Rousseau, no meramente co
mo el relato de determinada educación sino como algo em
blemático del crecimiento de la conciencia humana en su to
talidad, como algo lleno de profética sabiduría acerca de sus
posibilidades.
La filosofía de la educación de Dewey constituye una
prestigiosa versión de este tipo de pensamiento, donde la
narrativa desempeña un papel decisivo. La idea central de
este enfoque es que cada aprendiz debe reconstruir los pe
ríodos, fases o niveles del crecimiento de la mentalidad hu
mana. Ello no equivale a afirmar que cada aprendiz deba
redescubrir o revivir la secuencia invariante de aconteci
mientos o la historia narrativa que los autores originales de
esas ideas experimentaron. Esa posición representa una
teoría ingenua recapituladora, que el mismo Dewey demo
lió críticamente (1916/1966, pág. 71). Un enfoque recons-
truccionista, por el contrario, registra las formas de la con
ciencia presentes en todo pensamiento desarrollado e iden
tifica ciertas pautas como características de determinada
época en su crecimiento. Y respecto de diferentes fases del
desarrollo formal de la conciencia individual, se considera
aplicable una secuencia paralela. Así, por ejemplo, las for
mas de conciencia que identificamos con las sociedades
orales desempeñan una importante función en el crecimien
to de la capacidad de leer y escribir en la sociedad moderna.
Los estadios tardíos de la conciencia dependen para su
desarrollo de los primeros estadios, no sólo en la historia del
crecimiento de la mente, sino también en la mente de cada
aprendiz.
Como la forma del relato es enormemente importante en
las culturas orales, y en la medida en que nuestra moderna
cultura alfabeta conserva prácticas orales, la narrativa si
gue desempeñando un papel vital y fundacional en la ense
ñanza y el aprendizaje. El principiante comparte con los
individuos pertenecientes a las culturas orales una cuali
dad narrativa del pensamiento primaria e indiferenciada,
cuyos sistemas de pensamientp conservan una cualidad
múltiple y ramificada, en oposición a la nítida y lógica divi
sión del trabajo y de las funciones característica del traba
jo especializado y de la razón instrumental (Gellner, 1988,
págs. 39-53). Como nos cuenta Platón, los relatos consti
tuyen el alimento natural de los jóvenes. Y además, las
narraciones son el alimento intelectual y práctico de las cul
turas orales.
Ahora bien, una de las explicaciones más reconocidas
del rol que la narrativa desempeña en el aprendizaje deriva
de la obra de James Britton y otros miembros de la «Escuela
de Londres», un grupo de lingüistas educativos que han pro
movido incansablemente el papel fundamental que los pro
cesos orales desempeñan en el aprendizaje en todo el cu
rriculum escolar (Britton, 1970; Rosen, 1985). Según la opi
nión de este grupo, la narrativa es inmanente al discurso
corriente y al discurso expresivo. La narrativa representa
una forma primaria o privilegiada. Según la definición de
Barbara Hardy, «La narrativa (...) no debe ser considerada
una invención estética utilizada por los artistas para con
trolar, manipular y ordenar la experiencia, sino como un ac
to primario de la mente transferido al arte desde la vida»
(1977, pág. 12). El discurso narrativo, que es expresivo y ex
ploratorio, y se presenta en el estilo de la conversación infor
mal, no es sólo una manera de hablar, sino un elemento fun
dacional para el aprendizaje como un todo. Así, la capacidad
de narrar es una condición del aprendizaje de las formas
más elaboradas del pensamiento y la escritura. No podemos
aprender estos géneros especializados, como el ensayo o el
informe científico, si no abordamos primero el tema a través
de la narrativa. Y es en las exposiciones narrativas informa
les donde encuentran aplicación las cualidades inherentes
al discurso narrativo. La conversación informal no es mera
charla ociosa sino una etapa de fundamental importancia
en el desarrollo de nuestra comprensión de temas nuevos
para nosotros. Ella nos permite expresar ideas con nuestras
propias palabras. Por lo tanto, nadie está dispuesto a perder
su capacidad de relatar una historia. Esa capacidad es algo
más que una característica de la infancia, porque desem
peña un papel vital en la conciencia adulta y es sumamente
activa cuando empezamos a aprender algo nuevo. Para de
cirlo de la manera más simple y directa posible, empezamos
a aprender algo nuevo con una historia en mente.
Desde luego, puede parecer extraño escribir acerca de
narrativa y relato como características del discurso infor
mal, especialmente teniendo en cuenta que en nuestra ex
posición hemos puesto gran énfasis en las consideraciones
formales o estructurales. Pero si definiéramos el relato y la
narrativa de una manera puram ente formal estaríamos
poniendo límites demasiado rígidos a nuestra comprensión
de estos términos. La función también es importante. Y es
precisamente la similitud de función entre narrativa y dis
curso informal lo que Britton encuentra importante. Jero-
me Bruner emplea la metáfora de un paisaje para explicar
cómo el habla y el relato comparten funciones narrativas.
«El relato —escribe— debe construir dos paisajes simultá
neamente» (1986, pág. 14): el paisaje exterior de la acción y
el paisaje interior del pensamiento y la intención. Si bien
podemos hacer esta distinción entre un paisaje interior y
otro exterior, de hecho ambas partes están siempre presen
tes en la narrativa. El lenguaje narrativo nos permite bu
cear por debajo de las apariencias exteriores del comporta
miento humano para explorar los pensamientos, sentimien
tos e intenciones de los agentes. La narrativa es una «des
cripción densa» en el sentido en que usa la frase Clifford
Geertz (1973). Y como escribió Alasdair Maclntyre: «La his
toria narrativa de cierto tipo resulta ser el género básico y
esencial para la caracterización de las acciones humanas»
(1981, pág. 208). El novelista talentoso lleva a un nivel su
blime de elaboración estructural la capacidad, inherente al
lenguaje usual, de describir los actos, pensamientos, senti
mientos e intenciones de los seres humanos. Y nosotros
compartimos con los grandes narradores, aunque en el ni
vel menos elevado del habla informal, el profundo don de la
narración.
La importancia de los argumentos que hemos citado del
actual debate acerca del estudio de la enseñanza y el apren
dizaje está en que brindan una explicación lógica para el
«giro hacia la narrativa» en educación. Walter Benjamin
(1968), en su famoso ensayo sobre Nikolai Leskow titulado
El narrador, comentó con cierta tristeza la declinación del
narrador como una fuerza presente en el mundo moderno.
«El se ha convertido para nosotros en algo remoto, en algo
que se vuelve cada vez más distante» (pág. 83). Para Ben
jamin, como también para muchos críticos de la prisa del
mundo moderno por reducir todo a técnica y sistematicidad
maquinista, el narrador es una víctima de una época que
valora el discurso no narrativo como medida del refina
miento de la racionalidad, en oposición al mero «valor de en
tretenimiento» que poseen los relatos. La verdad, para los
incansables promotores de la modernidad y la racionalidad
técnica, se mide con arreglo a los procedimientos estándar
que exigen una mirada fría y crítica dirigida al objeto de
estudio. La forma narrativa, por el contrario, invita al oyen
te o al lector a suspender ese escepticismo y adherir al flujo
narrativo de los acontecimientos como una auténtica explo
ración de la experiencia desde determinada perspectiva. La
declinación del narrador, el contador de cuentos, puede ser
leída como un síntoma del deseo de cierta clase de objetivi
dad, de la aplicación de un punto de vista neutral e impar
cial desde el cual sería posible medir la veracidad de las
pretensiones de conocimiento. El arte, la religión, la moral y
hasta la filosofía son sospechosas de no estar a la altura de
los dogmas de ese invasor positivismo. Pero al apoyar este
programa olvidamos el poder de la narrativa para informar
e instruir. En una frase inolvidable, Milán Kundera (1988)
describe uno de los efectos de esta negación de la narrativa
como «el depreciado legado de Cervantes». Hemos olvidado
que los novelistas han contribuido magníficamente a nues
tra comprensión de nosotros mismos y de la compleja na
turaleza humana. La narrativa, como manera de conocer y
también como manera de organizar y comunicar experien
cia, ha perdido gran parte de la importancia que debería
tener. El retorno a la narrativa indica que hoy reconside
ramos el valor de la forma y la función de los relatos en
todos los campos de la vida humana, especialmente en la
educación, donde se impuso un sesgo no narrativo y conduc-
tista. Tal vez el giro hacia la narrativa indique una inver
sión de esa tendencia declinante. En los últimos años hemos
sido testigos de un resurgimiento de los narradores, profe
sionales y semiprofesionales, y ello puede ser una razón
para alentar esperanzas y un indicio de que las cosas cam
bian para mejor.
Pero la forma narrativa, si bien contribuye a nuestra au-
tocomprensión, puede también inducirnos a engaño. Hay
un lado oscuro del funcionamiento de la narrativa, que se
muestra claramente en nuestra propensión a rendirnos an
te el seductor poder de los mitos y las ideologías. Surge en
tonces la cuestión del contenido de la narrativa como una di
mensión problemática en toda discusión acerca de la narra
tiva en la educación, especialmente cuando los relatos se
usan para distorsionar u ocultar otras perspectivas y para
promover o legitimar un punto de vista en detrimento de
otros. Los posestructuralistas y los teóricos críticos se han
esforzado en demostrar este poder de la narrativa para
moldear nuestra conciencia y para dirigir las operaciones de
nuestras instituciones educativas.
Dentro de una tendencia menos crítica, los recientes in
tentos de construir un estudio narrativo de la educación tie
nen un alentador sesgo interdisciplinario y multicultural.
Las intelectuales feministas, por ejemplo, figuran entre las
primeras que intentaron formular la lógica de la narrativa y
desde entonces vienen argumentando persuasivamente en
contra de suprimir la narración como yna manera de co
nocimiento. Las intelectuales feministas identificaron la
narrativa como una importante expresión de valores clara
mente femeninos, que establecen conexiones en vez de ha
cer divisiones, y que trabajan en colaboración en vez de
adherir a sistemas y organizaciones de ordenamiento jerár
quico. También hay filósofos, como Alasdair M aclntyre
(1981), Charles Taylor (1989) y Paul Ricoeur (1984), que
han afirmado que el pensamiento narrativo constituye una
parte fundamental de nuestra vida cognoscitiva y afectiva;
una parte firmemente vinculada con los asuntos éticos y
prácticos. Por cierto, si nos atenemos a las recientes investi
gaciones sobre este tema, es evidente que la narrativa es
fundamental para el propósito de comunicar quiénes so
mos, qué hacemos, cómo nos sentimos y por qué debemos
seguir cierto curso de acción y no otro. Taylor (1989) ha sos
tenido que en gran medida, y sobre todo cuando se trata de
resolver una discrepancia, el razonamiento práctico asume
la forma narrativa. Y por último, los análisis posmodernos
de nuestros procesos e instituciones educativos han puesto
de manifiesto las narrativas implícitas en las que se basan y
que proveen legitimidad a sus operaciones.
Estas conclusiones no pueden dejar de ser tenidas en
cuenta por los investigadores de la educación y los construc
tores de política que se interesen en estudiar la enseñanza
y el aprendizaje y en implementar cambios educativos bien
pensados. Parece ser que los relatos tienen un importante
papel que desempeñar en la comprensión del curriculum,
las prácticas docentes, los procesos del aprendizaje, la reso
lución racional de cuestiones educativas y la práctica de una
enseñanza que sea rica y sutil.
Para resumir lo expuesto, digamos que las narrativas
forman un marco dentro del cual se desenvuelven nuestros
discursos acerca del pensamiento y la posibilidad del hom
bre, y que proveen la columna vertebral estructural y fun
cional para muchas explicaciones específicas de ciertas
prácticas educativas. Los relatos contribuyen a fortalecer
nuestra capacidad de debatir acerca de cuestiones y proble
mas educativos. Además, dado que la función de la narrati
va consiste en hacer inteligibles nuestras acciones para no
sotros mismos y para los otros, el discurso narrativo es fun
damental en nuestros esfuerzos de comprender la enseñan
za y el aprendizaje. -Necesitamos aprender más acerca de la
narrativa y del papel que desempeñan las narraciones en la
educación.
III
Creemos que los ensayos contenidos en este volumen
ofrecen cierto material sobre narrativa muy necesario para
quiches desean descubrir su valor y sus aplicaciones en la
enseñanza y el aprendizaje. Hemos dividido el conjunto de
ensayos en tres partes. La primera considera los roles de la
narrativa en la práctica de la enseñanza. Este tema, desde
luego, reaparece en otros ensayos de las otras secciones.
Pero en esta Primera parte se exploran una serie de impli
caciones para la práctica de la enseñanza. El hecho de que
los maestros utilicen la narrativa como una herramienta
fundamental para organizar y comunicar los contenidos nos
indica claramente que una mejor comprensión de ella nos
brindará claves para llegar a una mejor práctica de la ense
ñanza. No es casual que casi todas las personas reconozcan
la buena enseñanza por la atracción de la fuerza imagina
tiva con la que se exponen los contenidos en un orden narra
tivo que capta la atención de los estudiantes. Los ensayos
de esta primera sección consideran el uso de las estructu
ras del relato para organizar la enseñanza y el contenido
curricular y consideran también las características morales
y afectivas de la enseñanza que se ponen de manifiesto
cuando el enfoque es narrativo. A lo largo de los ensayos del
libro, lo afectivo y lo moral obtienen un papel más pro
minente del usual en la investigación, que se ha concentra
do en una franja relativamente angosta de habilidades cog-
nitivas. Como ese tipo de investigación fijó los objetivos y los
programas educativos en el pasado, el giro narrativo es im
portante porque vuelve a colocar el centro de nuestra aten
ción en rasgos de la vida humana que de algún modo fueron
negados en la investigación educativa.
La Segunda parte considera ciertas implicaciones de la
narrativa para nuestra visión del educando. Si, para citar a
otro colaborador, el entendimiento es una «tarea narrativa»
y si, como afirma Britton (1970, pág. 165), «el discurso na
rrativo constituye una etapa importante en el aprendizaje
de la escritura», entonces la nueva preocupación por la na
rrativa trae a la escena ciertas características del pensa
miento y el aprendizaje infantiles que también fueron en
cierto modo negadas o dejadas de lado en la investigación
más tradicional. Se trata —como los ensayos lo demues
tran— de características muy importantes del pensamiento
infantil. Estas investigaciones dejan a la vista un amplio es
pectro de capacidades narrativas de los niños que sugieren
ciertos principios descuidados del aprendizaje, con conse
cuencias tanto para el curriculum como para la práctica de
la enseñanza. Ellas nos ayudan a superar las caracteriza
ciones simplistas de los niños, como la que los considera
pensadores «concretos» que difieren radicalmente de los
adultos en sus actos de conocimiento, y nos proporcionan
claves acerca de la manera de capturar la imaginación de
los niños partiendo de principios por lo general subestima
dos en las actividades educativas e inaccesibles a estas. El
enfoque narrativo tiende a revelar procesos concretos de
aprendizaje que con frecuencia se descuidan cuando se nos
invita a investigar un conjunto relativamente estrecho de
habilidades cognitivas.
La última parte expone en detalle la rica gama de posi
bilidades que la narrativa ha abierto para el estudio de la
enseñanza y las directas implicaciones que esta investiga
ción tiene para la práctica de la enseñanza. Estos ensayos
exploran el uso de la narrativa como un medio de capacitar
a los maestros para reflexionar sobre su propia práctica,
ampliarla y al mismo tiempo enriquecerla. Los trabajos ex
plican la importancia de la narrativa para llevar a los in
vestigadores a una comprensión más compleja de la ense-
ñan-za. Describen detalladamente la capacidad de la forma
narrativa y de otras estrategias retóricas para comprender
el sentido de la experiencia docente y comunicarlo a los de
más con mayor elocuencia. Varios de los ensayos elaboran
métodos para llegar a comprender el valor de las narrati
vas orales y escritas en la reconstrucción de la experiencia
pedagógica de manera que se vuelva accesible a la reflexión.
Y por último, estos ensayos nos permiten comprender la
compleja vida mental del maestro, no encerrada en los es
trechos límites de las concepciones instrumentales del pen
samiento y la acción, sino concebida, de una manera más
fecunda, en comparación con el narrador y el artista, en
cuya vida desempeñan un papel de la mayor importancia la
imaginación y la energía creativa.
En resumen, en estos ensayos se despliega una amplia
gama de perspectivas donde la narrativa nos ayuda a llegar
a comprender mejor la enseñanza, a vislumbrar nuevas
vías de investigación y a elaborar nuevos métodos para
mejorar la práctica docente. El tema de la narrativa en la
enseñanza y el aprendizaje tiene actualmente gran impor
tancia para la investigación educativa en todo el mundo,
como se lo puede advertir rápidamente en vista de la re
presentación internacional de autores en este volumen. Y
además, como varios de nuestros colaboradores lo demues
tran, este tema empieza a tener influencia sobre la práctica
misma de la enseñanza.
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Primera parte. El lugar de la narrativa
la enseñanza
1. Sobre el lugar de la narrativa en la
enseñanza
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Sartre, J-P. (1965) La náusea, Buenos Aires: Losada.
2. La naturaleza narrativa del saber
pedagógico sobre los contenidos
Sigrun Gudmundsdottir
Definiciones de narrativa
Las palabras «narrativa», «narración» y «narran> tienen
todas raíz latina, lo que indica una estrecha vinculación con
el conocimiento y con la práctica profesional (Whyte, 1981).
Los actuales usos y definiciones de la palabra «narrativa»
conservan vestigios de sus raíces latinas. Independiente
mente de la disciplina o de la tradición académica de que se
trate, la narrativa se refiere a la estructura, el conocimiento
y las habilidades necesarias para construir una historia. En
lenguaje cotidiano, los términos «historia» y «narrativa» son
sinónimos: relatos de actos que por lo general involucran a
seres humanos o animales humanizados. Una historia tiene
personajes; tiene comienzo, medio y fin; y se unifica por me
dio de una serie de eventos organizados. El conjunto se de
nomina trama o argumento. Fry (1984), por ejemplo, consi
dera que la forma de las historias representa un conjunto de
modelos relaciónales por medio de los cuales lo que de otra
manera sería sólo una serie de acontecimientos vinculados
mecánicamente entre sí, ahora presenta una conexión sus
tancial y moral. Otros especialistas han elaborado diver
sas definiciones para informar conceptos afines, tales como
«discurso» e «indagación». Los diferentes enfoques pueden
agruparse en dos tradiciones separadas.
Los teóricos literarios estructuralistas establecen una
clara distinción entre narrativa, historia y discurso (Culler,
1975). Una narrativa tiene dos partes: la historia y el dis
curso (Chatman, 1978). La historia incluye los aconteci
mientos, los personajes y los escenarios que constituyen el
contenido de una narrativa. El discurso es el relato, expre
sión, presentación o narración de la historia. El discurso
puede ser oral, escrito o representado dramáticamente;
también puede ser película cinematográfica, mimo o danza.
El producto final es una narrativa, un texto organizado
(Chatman, 1981). Desde este punto de vista se considera
que una historia tiene bien delimitados el comienzo, el me
dio y las fases finales (Scholes, 1981; Whyte, 1981). Whyte
(1981) considera que las narrativas incorporan un punto de
vista que impone «cierto número de exclusiones y de condi
ciones restrictivas» (pág. 3). Por otra parte, Scholes (1981)
se concentra en los aspectos estructurales y comunicativos
de las narrativas, y sostiene que una narrativa es «un texto
que se refiere, o parece referirse, a cierta serie de aconteci
mientos que se producen fuera de él mismo» (pág. 205).
Otros autores establecen una distinción mucho más va
ga entre historia y narrativa. En este caso la distinción es
más flexible y, en consecuencia, más útil para los investi
gadores de las ciencias sociales que desean aplicarla al aná
lisis de una vasta gama de fenómenos sociales. Herren-
stein-Smith (1981), por ejemplo, considera que la definición
estructural de la narrativa es demasiado limitante. Nos
aconseja utilizarla «fructíferamente» en el análisis «del len
guaje, el comportamiento y la cultura». Propone entonces
otra definición, que se basa en la idea de que la narrativa es
algo más que una mera característica estructural de los
textos. Es más bien algo que está intrínsecamente incorpo
rado al accionar humano (pág. 227). De acuerdo con este
punto de vista, la narrativa está constituida por una serie
de actos verbales, simbólicos o conductales que se hilvanan
con el propósito de «contarle a alguien que ha sucedido algo»
(pág. 228). Así, el contexto social dentro del cual se relata la
narrativa, las razones del narrador para contarla, la compe
tencia narrativa del narrador y la índole de la audiencia son
elementos importantes para desarrollar y comprender la
narrativa (véase también el capítulo de Shirley Pendlebury
en este volumen).
Esta manera de definir la historia y la narrativa ha sido
adoptada por muchos investigadores y críticos de la educa
ción que quieren estudiar la narrativa dentro de sus contex
tos social y educativo (Ben-Peretz, 1990; Cárter, 1992; Con
nelly y Clandinin, 1988; Elbaz, 1983, 1990, 1991). Las na
rrativas han encontrado aplicación práctica en dos áreas del
campo de la educación, ambas vinculadas con la acción
«contarle a alguien que ha sucedido algo». La primera área
es la enseñanza de los contenidos (véase el trabajo de Jack-
son en este volumen). La narrativa parece ser una elección
obvia como estructura organizativa. Muchos maestros ta
lentosos, entre ellos Leimar (1974), Marshall (1963), Paley
(1990) y Warner (1963), han explicado cómo usan las histo
rias para captar la atención de sus alumnos. Algunos filóso
fos de la educación, como Egan (1988), han recomendado a
los maestros que utilicen la narrativa como un medio para
estructurar el curriculum. El modelo alternativo de Egan
organiza el curriculum sobre la base de opuestos binarios,
que representan «las principales líneas estructurales a los
largo de las cuales avanza una historia» (pág. 27). Un estu
dio realizado por maestros con gran experiencia demostró
qu^ los maestros usan intuitivamente narrativas para po
ner orden en lo que consideran un curriculum desmem
brado (Gudmundsdottir, 1991). La estructura narrativa es
también lo que los maestros noveles utilizan cuando tratan
de explicar el curriculum a sus alumnos y de explicárselo a
ellos mismos (Cárter, 1991; Gudmundsdottir, 1990a). La es
tructura narrativa caracteriza además las maneras en que
los maestros experimentados organizan lo que saben acerca
de la enseñanza. «Hanna», una maestra jubilada, comunica
su importante conocimiento profesional por medio de rela
tos de hechos pasados y de personas que conoció hace déca
das; y (quizás) gracias a la forma narrativa, recuerda toda
vía vividamente los detalles (Ben-Peretz, 1990). Cuando
Hanna y sus colegas, jóvenes y viejos, tienen que transfor
mar «el saber en decir» (Whyte, 1981), eligen naturalmente
la narrativa.
La segunda área dentro de la educación donde las narra
tivas han encontrado aplicación útil es la investigación edu
cativa. Elbaz (1990) identifica el relato como uno de los prin
cipales temas en la investigación sobre la enseñanza. Ob
serva esta autora que «el relato constituye la materia mis
ma de la enseñanza, el paisaje en el que vivimos como do
centes e investigadores y dentro del cual el trabajo de los
maestros tiene sentido» (Elbaz, 1990, pág. 31). Elbaz se re
fiere a tres tipos de narrativas: la narrativa en el curricu
lum, la narrativa en la vida de los maestros y la narrativa
de los investigadores acerca de las otras dos. Elbaz reconoce
que las narrativas se instalan hoy firme y rápidamente en
la investigación educativa. Cada vez más la narrativa re
presenta el objeto de los intereses del investigador, su méto
do de indagación y la forma que elige para estructurar sus
propios escritos, como en el estudio de casos y la etnografía
(véase el capítulo 13, de Zeller, en este volumen).
Clandinin y Connelly (1990) llaman a su trabajo, y a
otras investigaciones afines, «relatos de experiencia y de
indagación narrativa», es decir, cuentan historias de docen
tes y dirigen indagaciones narrativas. Para ellos la narrati
va significa «tanto el fenómeno como el método» (Clandinin
y Connelly, 1990, pág. 2). Es evidente que muchos buenos
investigadores de la enseñanza utilizan narrativas tanto en
el proceso de indagación como en los informes de los resul
tados de la investigación. Como Spence (1984) señaló, «es
indudable que un relato bien construido posee una especie
de verdad narrativa real e inmediata» (pág. 21). Las narra
tivas de los investigadores que se han ocupado de maestros,
estudiantes de magisterio individuales o pequeños grupos
de unos u otros muestran que la narrativa parece ser una
mediación natural entre cierto estudiante y el maestro en
determinada clase y entre los estudiantes y los maestros
en todas las escuelas en el mundo occidental. Las historias
de los «Lads» (Willis, 1977), «Sarah» (Elbaz, 1983), «Bruce»
(Clandinin y Connelly, 1986), «Stephanie» (Clandinin,
1986), «Colleen» (Grossman, 1987), «Nancy» (Gudmunds
dottir, 1988, 1991) y «Benny» (Erwanger, 1973) son bien
recibidas también en Escandinavia.
Una de las razones por las que estos relatos son acepta
dos en Europa es porque hay algo básicamente humano en
las narrativas. Whyte (1981) señala que el estudio de las
narrativas implica «la reflexión sobre la naturaleza misma
de la cultura y posiblemente hasta sobre la naturaleza de la
humanidad» (pág. 1). Los relatos, al igual que la cultura y el
lenguaje, han sido constantes compañeros de viaje de los se
res humanos, siempre y en todas partes. Por ejemplo, pode
mos advertirlo en los dibujos rupestres de Francia y Espa
ña. Esos dibujos pueden leerse como narrativas que descri
ben un hecho de caza, y al contemplar estas vividas e impre
sionantes pinturas podemos atisbar la cultura y los valores
de las personas que las realizaron. Hoy en día diferentes
culturas mantienen su acervo de narrativas para comuni
carse y conservar sentidos compartidos. Participar de una
cultura equivale a conocer y usar una amplia gama de sen
tidos acumulados y compartidos. Sin embargo, esos senti
dos compartidos no son estáticos sino que están en constan
te revisión. La idea de los sentidos compartidos subyace en
la tesis de Bruner (1986) cuando afirma que nosotros, como
individuos, sólo expresamos «una variante de las formas
canónicas de la cultura» (pág. 15). Sus palabras encontra
ron eco en Maclntyre (1985), quien va aun más lejos y afir
ma que si a los niños se los priva de los relatos, «se los con
vierte en tartamudos, en personas vacilantes, tanto en sus
palabras como en sus actos» (pág. 216).
Narrativizar la experiencia
El saber pedagógico sobre los contenidos es una manera
práctica de conocer la materia. Se aprende ante todo obser
vando, conversando y trabajando con los colegas. La tradi
ción provee los modelos narrativos en los que es posible apo
yarse para comprender y construir el presente; y se mantie
ne por el sentido de práctica acumulativa que es también
compartida por los otros. Las narrativas contadas dentro de
una tradición son «paquetes de conocimiento situado» (Jor
dán, 1989). Los docentes experimentados en esta tradición
saben muy bien qué historias contar, cuándo, a quién y con
qué propósito contarlas (Orr, 1987).
Los maestros viven en relatos. Los utilizan para contar
les a sus alumnos algo de lo que saben. Si los investigadores
interactúan con los docentes como oyentes interesados, lle
gan a conocer el mundo del aula y a saber cómo son los pro
fesores y qué saben estos. A medida que los investigadores
indagan y orientan con sus preguntas, las historias de los
maestros se van convirtiendo inevitablemente en una pro
ducción conjunta. Este proceso es dinámico. Las experien
cias pasadas no se entierran como si fuesen tesoros arqueo
lógicos, sino que el pasado es recreado a medida que se dice
(Gudmundsdottir, 1992). A través de este diálogo narrativo
entre reflexión e interpretación, la experiencia se transfor
ma en saber pedagógico sobre los contenidos.
El estudio de los relatos y las narrativas de los docentes
no# lleva directamente al corazón mismo del saber peda
gógico sobre los contenidos, con toda su variedad y riqueza.
Ese estudio debe concentrarse en las cuatro dimensiones de
las narrativas dentro del saber pedagógico sobre los conte
nidos: la experiencia práctica, la interpretación, la reflexión
y la transformación (Shulman, 1987).
Experiencia práctica
Los profesionales que trabajan con gente suelen codifi
car sus experiencias en forma narrativa. Con frecuencia uti
lizan historias de caso y explicaciones narrativas, tal como
se ejemplifica en el trabajo de Schon (1983). Los profesiona
les que él estudió eran arquitectos, ingenieros y psicotera-
peutas, pero sólo los de este último grupo trabajaban con
gente, y por lo general presentaban relatos para explicar y
justificar su pensamiento y su accionar. Del mismo modo, el
mundo del docente rebosa de actividad humana. A veces ese
mundo es caótico, impredecible y multidimensional (Doyle,
1977), pero al representar los acontecimientos a través de
narrativas los maestros logran poner cierto orden en el caos
y proyectan un determinado nivel de saber práctico que
informa sus acciones. Los estudios de investigación de El-
baz (1983), Connelly y Clandinin (1988), Grant (1988) y
Gudmundsdottir (1988) exponen las diferentes maneras en
que los profesionales experimentados estructuran su saber
práctico. Elbaz junto con Connelly y Clandinin (1988) han
identificado un cuerpo de saberes que ellos definen como
«conocimiento práctico». Se trata de un «conjunto de concep
tos complejo y de orientación práctica que los docentes utili
zan activamente para modelar y dirigir el trabajo de ense
ñan) (pág. 19). Elbaz (1983) identifica cinco categorías de
conocimiento práctico de los maestros: del yo, del entorno de
la enseñanza, de la materia, del desarrollo curricular y de la
instrucción.
Quienes estudian lo que los docentes experimentados
saben acerca de la enseñanza y del mundo del aula se en
cuentran inevitablemente en algún momento escuchando
historias que los maestros cuentan para explicar la esencia
de lo que saben. «Bruce» (Clandinin y Connelly, 1986) contó
una historia acerca de uno de sus ex alumnos para explicar
y justificar moralmente su manera de usar el lenguaje en el
aula. En los trabajos de Elbaz (1983), Clandinin (1986) y
otros que han estudiado lo que los docentes experimentados
saben acerca de su trabajo, se pueden encontrar muchas
historias de este tipo. La investigación acerca del conoci
miento y la práctica de los docentes experimentados de
muestra también que a ellos les preocupa, explícita o implí
citamente, la presencia de valores y otras cuestiones mo
rales en su práctica. Huberman (1983) señala que los estu
dios sobre los valores entre los maestros han «demostrado
consistentemente que los docentes son muy altruistas y
tienen una orientación social» (pág. 501). Huberman infor
ma que los docentes obtuvieron un elevado puntaje en la
escala de Allport-Vernon-Lindzey, «ligeramente por debajo
de los teólogos, pero muy por encima de los médicos, abo
gados, farmacéuticos e ingenieros» (pág. 501). Las ense
ñanza morales y las narrativas parecen ser socios naturales
en la vida de los docentes.
Al utilizar la forma narrativa asignamos un sentido a los
acontecimientos y los investimos de coherencia, integridad,
amplitud y conclusión. Cuando situamos eventos extraídos
de nuestras experiencias personales dentro del orden pro
visto por la narrativa, también los investimos de una sig
nificación moral. Whyte (1981) afirma que, al situar los he
chos en una secuencia narrativa, todo relato se convierte en
una suerte de alegoría dotada de significación moral. Y el
acto de contar una historia está «íntimamente vinculado al
impulso de moralizar la realidad (si no es una función de ese
impulso), es decir, a identificarla con el sistema social que es
la fuente de cualquier concepto moral que podamos imagi
nar» (pág. 14). Los estudios realizados sobre los estudiantes
de profesorado muestran que a ellos también les preocupan
los valores morales, y que son especialmente los futuros do
centes muy interesados en su materia los que más se preo
cupan por ellos (Grossman, 1987; Gudmundsdottir, 1987).
Pero al mismo tiempo parecen incapaces de integrar cabal
mente sus valores pedagógicos con su saber —en desarro
llo— de las diversas maneras de enseñar el tema. Por otra
parte, los docentes experimentados han integrado total
mente sus valores con la materia, los objetivos y sus puntos
de vista acerca de los estudiantes y la enseñanza (Gud
mundsdottir, 19906). Al parecer, sus valores se han conver
tido en una suerte de andamiaje para su saber pedagógico
sobre los contenidos.
La narración de la experiencia práctica surge natural
mente, tal como se aprende una lengua. Mandler (1984)
considera que el esquema del relato es semejante al apren
dizaje de la gramática. Es una manera natural de contar las
experiencias y una solución para un problema fundamental
en la vida: la creación de un orden razonable a partir de la
experiencia. El orden se logra siguiendo varias dimensiones
cognoscitivas (Robinson y Hawpe, 1986): economía, selecti
vidad y familiaridad. La economía significa que el orden
narrativo puede aplicarse a prácticamente todos los aspec
tos de nuestra vida: el pasado, el presente y el futuro. La se
lectividad es vital, ya que no podemos prestar la misma
atención a todas nuestras experiencias. El esquema narra
tivo clasifica y asigna significación a la información y la
sitúa dentro de la narrativa. La familiaridad se alcanza por
medio de la repetición y de la creación de relatos similares
de eventos característicos. Esto hace que las historias se
cuenten dentro de una tradición más familiar y más fácil de
comprender que si el marco es extraño y ajeno a la experien
cia de los estudiantes.
Interpretación
En la construcción y el relato de una narrativa hay siem
pre alguien que es un intérprete y que está situado, como di
ce Barthes, entre nuestras experiencias y nuestros esfuer
zos por entenderlas y describirlas. Los relatos no son nunca
meras copias del mundo, como imágenes fotográficas; son
interpretaciones. Según Palmer (1969), comprometerse en
la interpretación es colocarse en el lugar de un autor. El
maestro tiene su mente fija en su audiencia (los estudian
tes), se entrega a lo que McEwan (1987) llama «interpreta
ción pedagógica» y produce un «texto pedagógico», como me
gusta llamarlo. Como Barthes nos recuerda, un autor no es
la persona que inventa las historias o los poemas más fan
tásticos, sino la persona que alcanza el mayor dominio de
los códigos narrativos de determinada cultura.
Para interpretar de este modo, es preciso que los maes
tros aprendan a mirar y comprender textos, prácticas y au
las pedagógicamente. Pero existen muchas maneras posi
bles de mirar el mundo. Fish (1980) escribió en la pizarra
una lista de sustantivos y les dijo a sus alumnos que era un
«poema». Tan pronto como les dijeron que era un poema, los
jóvenes lo miraron con «ojos de búsqueda de la poesía». O
sea que activaron sus experiencias previas con la poesía y
convocaron un conjunto de expectativas acerca de lo que los
poemas pueden hacer. Su definición de «poesía» funcionó co
mo una «receta» de lo que había que buscar. Y en el proceso
de esa búsqueda, produjeron sentidos para el texto. El texto
mismo es como un esqueleto que espera que le den vida. Y
los lectores lo hacen, al leerlo con «ojos de búsqueda de la
poesía» o, para decirlo de otro modo, con «ojos de búsqueda
de lo pedagógico».
Los textos usados en la enseñanza, como también los li
bros de texto y otros materiales, exigen una «mirada peda
gógica». Según la hermenéutica clásica (Palmer, 1969), para
comprender es preciso reconstruir el texto. El intérprete de
be conocer los textos y la materia que presentan, debe su
mergirse en ese mundo de textos y asunto. Sólo entonces
puede tener lugar una interpretación pedagógicamente sig
nificativa. Para crear un nuevo texto, un texto pedagógico,
es preciso seleccionar primero ciertos aspectos del texto
(Polkinghorne, 1988). Por ejemplo, cuando «Nancy» y «Nao-
mi» enseñan Huckleberry Finn, seleccionan ciertos epi
sodios de la novela (Gudmundsdottir, 1988). «Snorre», un
profesor de estudios sociales noruego, selecciona de los tex
tos hechos, figuras e imágenes y los agrega a otros materia
les que tiene en su colección privada de materiales curricu-
lares (Gudmundsdottir, estudio en curso). Los referentes de
segundo orden se crean estableciendo una pauta causal que
integra todos los referentes de primer orden en un todo sig
nificativo, una narrativa. Esta narrativa es una interpreta
ción del texto, que a su vez es una interpretación de un texto
anterior. Las interpretaciones son siempre inevitablemente
interpretaciones de interpretaciones. «Snorre» creó un nue
vo «texto» narrativo, un texto que consideró más «pedagógi
co». En cuanto a las dos maestras norteamericanas, «Nan
cy» y «Naomi», cada una creó un nuevo «texto» a partir de
los referentes de primer orden que seleccionaron de Huck
Finn, creando así la narrativa que cada una sintió que co
municaba mejor lo que ella había visto en la novela. Los diez
profesores experimentados con quienes trabajé en Estados
Unidos y en Europa son diferentes en muchos aspectos, pe
ro todos llegaron a tener «ojos pedagógicamente curiosos», y
los usan para estudiar textos y construir nuevas «interpre
taciones pedagógicas» (McEwan, 1987).
Aprender a mirar los textos de este modo es un logro y
una medida de la índole compleja del aprendizaje experto.
Posiblemente la base sólida para este logro se establezca
en la escuela superior, cuando el joven empieza a estudiar
su materia. Pero las lecciones más importantes de interpre
tación pedagógica se aprenden en el trabajo, en un ciclo
de aplicación práctica y reflexión. La reflexión implica la ex
plicación meditada de los hechos pasados. Los sucesos no
tienen por sí mismos una conexión cognoscitiva sistemática:
se ubican uno detrás de otro en una secuencia temporal y
sólo a través de la reflexión adquieren sentido y empiezan a
asumir la forma de un relato. Según Robinson y Hawpe
(1986), esa acomodación es una manera natural de contar
las experiencias. Estos autores creen que tal naturalidad
demuestra la constante presencia del pensamiento narra
tivo en la vida cotidiana, especialmente entre los profesio
nales que tratan con gente.
Pendlebury (véase el capítulo 4 en este volumen) afirma
que la reflexión crea un equilibrio delicado pero importante
entre dos «estados de ánimo»: el «equilibrio reflexivo» y la
«espontaneidad perceptiva». El primero es típico de los do
centes que enseñan según las reglas consagradas; el segun
do es propio de los docentes que parecen impulsivos y pro
pensos a tomar decisiones caprichosas. Pendlebury sostiene
que los docentes alcanzan el equilibrio cuando aprenden a
reflexionar sobre situaciones concretas y reales.
Transformación
Las narrativas son un valioso instrumento transforma
dor, nos permiten comprender el mundo de nuevas mane
ras y nos ayudan a comunicar nuevas ideas a los demás
(véase Jackson, capítulo 1 de este volumen). Podemos cons
truir mundos en diversas formas (Goodman, 1978). Las
narrativas nos permiten descubrir nuevos sentidos asimi
lando las experiencias a un esquema narrativo. Por ejem
plo: al realizar experimentos con sujetos que observaban fi
guras geométricas en movimiento, se demostró que los par
ticipantes construían confiadamente elaboradas historias
para explicar la más simple de aquellas configuraciones
(Michotte, 1963), lo que constituye una prueba de que todas
las personas tienen una urgencia fuerte y natural por con
tar una historia cuando tienen que dar sentido a sus expe
riencias. El experimento con las figuras geométricas impli
caba avanzar desde algo casi sin sentido hasta una forma
dotada de sentido. En la mayoría de los casos la transforma
ción implica avanzar desde una historia incompleta hasta
otra más completa y exigente. Hacemos esto estableciendo
primero la relación o coherencia que hace avanzar la histo
ria en el tiempo. Después viene la dirección de la historia, el
objetivo o la razón de todo. Una vez establecido el objetivo,
se seleccionan, rechazan o transforman los eventos; enton
ces adquieren estos una significación que de otro modo no
habrían tenido. Los buenos relatos son interpretativos, me
morables, funcionales y entretenidos. Esas características
nos ayudan a recordarlos. Además, una forma narrativa
clara los hace generalizables y aplicables a una vasta gama
de situaciones.
Los docentes experimentados son maestros en el arte de
transformar su curriculum (Gudmundsdottir, 1991). Tie
nen una gran provisión de unidades curriculares bien orga
nizadas, a semejanza de los «pedazos de cuentos» de la tribu
xhosa de Africa (Gough, 1990). Se trata de fragmentos cohe
rentes de narrativas, que se combinan de diferentes mane
ras para crear una narrativa mayor. El narrador xhosa es
libre, dentro de ciertos límites, de combinar novedosamente
estos pedazos de cuentos.
Apoyándose en su saber pedagógico sobre los contenidos,
los maestros experimentados revisan constantemente las
viejas unidades narrativas de su curriculum y construyen
con ellas otras, al mismo tiempo que tratan de imaginar
nuevas maneras de hacer que algo interese a sus estudian
tes. Pongamos un ejemplo. «Torolf» y «Hallgerd» enseñan
literatura en un colegio secundario en Noruega. El curricu
lum les exige que enseñen los poemas de un poeta del siglo
XVI cuyo lenguaje resulta de difícil comprensión para los
estudiantes. Los profesores están constantemente imagi
nando maneras de hacer más fácil que los estudiantes se
interesen por el poeta y comprendan su poesía. Encaran esa
tarea construyendo una elaborada unidad de curriculum,
con una clara estructura narrativa, en la que presentan al
poeta y hacen conocer sus poemas y el mundo del siglo XVI.
El motivo que está detrás de esos procedimientos no es sólo
que los estudiantes entiendan esta literatura: es también
que entenderla les resulte valioso. Esto indica un segundo
sentido de transformación, el sentido que Jackson discute
en un capítulo anterior: que las narrativas de los maestros
no pretenden sólo ¿reformar a los estudiantes sino también
írazisformarlos.
Conclusión
Como cuerpo de saber que se desarrolla sobre todo a tra
vés de la práctica, el saber pedagógico sobre los contenidos
conserva algunos de los elementos que caracterizan el sa
ber de quienes trabajan con gente en el ámbito de las activi
dades prácticas. El conocimiento pedagógico del contenido
es «hecho en casa», se desarrolla en la práctica, trabajando
con textos, materias y estudiantes en diferentes contextos
año tras año; y en el caso de los profesores experimentados,
a lo largo de décadas. Narrativas e historias son herramien
tas de trabajo que los profesionales usan con frecuencia
para dar sentido a la experiencia y para organizaría en un
cuerpo de conocimiento práctico. La teoría de la interpreta
ción textual indica que comprender una historia es recons
truirla: a partir de textos viejos se crean textos nuevos. Los
docentes están en una situación singular, porque tienen que
interpretar esos mismos textos también pedagógicamente,
es decir, teniendo en cuenta la comprensión de sus alumnos.
Creo que lo que está en el meollo del saber pedagógico sobre
los contenidos es precisamente la interpretación pedagó
gica. Los buenos maestros interpretan pedagógicamente:
lo hacen y lo han hecho siempre desde los albores de la hu
manidad. Creo que ha llegado el momento de empezar a
considerar a la enseñanza lo que es, «un texto intemporal»,
una interminable tradición de historias contadas y vueltas
a contar con el expreso propósito de interesar a los estu
diantes.
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3. Los paisajes narrativos y la imaginación
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Tomar la narrativa en serio
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4. Razón y relato en la buena práctica
docente
Shirley Pendlebury
Encontrar el equilibrio
Por el contrario, las posturas de equilibrio reflexivo y
perceptivo deben terminar en una resolución. Es esto preci
samente lo que sugiere el término equilibrio. Las dos pos
turas de equilibrio no difieren porque la primera cuide los
compromisos permanentes y los principios generales mien
tras que la segunda los descarte, sino más bien por la mane
ra en que los principios, los compromisos permanentes y los
detalles se relacionan entre sí; y por lo que se equilibra en
cada una. Ya me referí a los dos conjuntos de relaciones en
mi exposición del conflicto entre Morgan como el otro y Mor
gan como maestra. Una descripción más completa requiere
una breve historia conceptual del equilibrio reflexivo y per
ceptivo, y más ejemplos y análisis.
La historia empieza con Aristóteles. Las preguntas aris
totélicas «¿Cómo debemos vivir?» o «¿Qué constituye la vida
buena?» pueden ser planteadas más limitadamente como
preguntas acerca de cuál es la mejor manera de cultivar las
prácticas a las que nos hemos comprometido. Por ejemplo:
«¿Cómo debo enseñar?» o «¿Qué constituye la buena ense
ñanza?». Al igual que la pregunta más amplia acerca de lo
que es una vida buena, estas y otras preguntas similares
acerca de los actos humanos se refieren a la naturaleza de
la excelencia, en el sentido de cómo extraer el mejor partido
posible de lo que somos, lo que hacemos y lo que llegaremos
a ser. Y también, al igual que las preguntas más amplias, se
las puede responder por un procedimiento que Aristóteles
formuló y que ha sido elaborado y aplicado en nuestros días
en variantes muy diversas por filósofos como John Rawls
(1971) y Martha Nussbaum (1990a).
El procedimiento consta de tres pasos principales. Pri
mero, tratamos de dar una descripción clara de las principa
les visiones optativas de la vida buena (o en nuestro caso, de
la enseñanza buena), comparándolas entre sí y con nues
tras propias experiencias e intuiciones. Segundo, describi
mos las tensiones y los conflictos que existen entre las dife
rentes visiones. Y por último, revisamos el cuadro general
para ponerlo en armonía consigo mismo, tratando de pre
servar lo que sea más profundo y menos opcional. En este
paso final una pregunta orientadora es «¿Qué costos tiene
eliminar o modificar diferentes elementos?». Nos propone
mos salvar los elementos que nos parecen más decisivos
para la vida buena (o la buena práctica). Respondemos esas
preguntas según nuestro sentido de lo que significa vivir; y
también según un compromiso con la coherencia y con la
comunidad: la coherencia, porque es básica para la práctica
racional; la comunidad, porque ni la vida buena ni la buena
práctica pueden realizarse en aislamiento.
El desenlace exitoso del procedimiento se manifiesta
como un equilibrio temporario: «revisamos el cuadro gene
ral para ponerlo en armonía consigo mismo». John Rawls
(1971, págs. 172-5) lo llama «equilibrio reflexivo» y agrega
ciertas especificaciones para determ inar los juicios que
aceptaremos y en los que creeremos, y aquellos que no acep
taremos y en los que no creeremos. Este autor presenta sus
especificaciones como si fueran incontrovertibles, pero Mar-
tha Nussbaum (1990a, pág. 175) sostiene que distorsionan
la idea aristotélica del razonamiento práctico.
Según Rawls, es preciso descreer de aquellos juicios que
se han formulado vacilantemente o por miedo y bajo el im
perio de otras emociones. También se descreerá de los jui
cios de los que nos prometemos ganar algo. Es que la impar
cialidad, la certeza, la distancia situacional y la neutralidad
emocional son los rasgos que distinguen a una deliberación
sólida. Rawls establece además cinco criterios que se tienen
que satisfacer para que una teoría ética merezca conside
ración seria: sus principios deben ser públicos, de aplicación
universal, generales por su forma, impondrán un orden
general a pretensiones en conflicto y decidirán como último
tribunal de alzada para el razonamiento práctico.
Este procedimiento es muy similar al que sigue Barbara
Morgan cuando analiza y evalúa su práctica de dejar des
pués de hora a los alumnos que no hagan sus reseñas de
libros. En vez de seguir profundizando en el caso de Mor
gan, tal vez resulte esclarecedor aventurarnos por un mo
mento más allá del mundo de los hechos para entrar en el
mundo de la ficción narrativa, donde encontraremos algu
nos ejemplos ricamente texturados del equilibrio reflexivo
como un estado de carácter y no como una ocasional postura
de acción.
Nussbaum (1990a, págs. 176-85) señala que en la nove
la de Henry James Los embajadores, la señora Newsome es
una caricatura de un personaje que actúa coherentemente
desde un estado de equilibrio reflexivo. Mujer de pensa
miento refinado y frío y de principios morales fijos, vive de
acuerdo con las reglas del bien no suavizadas por la luz de
los casos individuales o las circunstancias especiales. Como
es un «agente moral noble y autónomo» a quien la natura
leza «no puede sacudir ni sorprenden), ella es capaz de
triunfar sobre la vida, de no ser su víctima (pág. 178). De eso
precisamente se trata: la señora Newsome triunfa sobre la
vida, no la vive. Sus principios y los compromisos perma
nentes establecidos por su fin moral le impiden responder a
la compleja red y al flujo de las vidas y situaciones huma
nas. Sin embargo, podemos admirarla por su firmeza, su
conducta según principios, su racionalidad; y sobre todo, por
el respeto y la dignidad que concede a todas las personas,
independientemente de su naturaleza o situación. Al mismo
tiempo, encontramos terrorífica a la señora Newsome por
su ceguera ante las circunstancias especiales y por la frial
dad de su trato igualitario con los otros, trato que indica que
se preocupa más por los principios que por las personas.
Como la señora Newsome, un maestro que actúe consis
tentemente desde un estado de equilibrio reflexivo nunca se
verá superado por la práctica. Guiado por un firme compro
miso con los principios pedagógicos y profesionales públi
camente aceptados, se desempeña con seguridad, confianza
y calma. La clase de los maestros de este tipo se caracteriza
por una sensación de orden y tranquila dignidad. Desde el
comienzo sus alumnos entienden lo que se requiere de ellos
en palabras y en actos. Esto no quiere decir que el método
del maestro sea aburrido o rutinario. Con la conciencia de
quien toma muy en serio su compromiso profesional, este
maestro actualiza regularmente los materiales y se man
tiene al día sobre las investigaciones recientes, las nuevas
teorías y los métodos eficaces. Cuando este docente acepta
métodos nuevos, no lo hace por seguir una moda sino por
que los ha evaluado y, si fue necesario, modificado según los
procedimientos racionales de un equilibrio reflexivo.
Nos preguntaremos entonces: ¿qué hay de malo en un
maestro firme, responsable, confiable y racional? Nada, ex
cepto que esas cualidades surgen de un estado de carácter
que no puede dejar de ser ciego ante los conflictos más pro
fundos —los casos difíciles— de la práctica. He afirmado ya
que un maestro que actúa habitualmente desde una posi
ción de espontaneidad perceptiva es ciego a los compromi
sos permanentes y los principios morales generales. Quiero
atgumentar ahora que un maestro que actúa habitualmen
te desde una posición de equilibrio reflexivo es también cie
go, de otro modo y por razones diferentes.
Esta última argumentación retoma una visión aristo
télica de la práctica (véanse Nussbaum, 1986, 1990c; Pend
lebury, 1990; Wiggins, 1980). Según esta idea, el mundo de
la práctica posee tres características fundamentales que
forman nexo y que juntas constituyen un conjunto de incer-
tidumbres cognoscitivas que hacen a la reflexión práctica
inaccesible para un sistema de reglas generales: mutabili
dad, indeterminación y particularidad. Esbozaré, inspirada
en mi trabajo anterior (Pendlebury, 1990), cada una de esas
características con respecto a la enseñanza.
La práctica es mutable porque cambia con el tiempo, y
presenta nuevas configuraciones que no pueden ser desco
nocidas si pretendemos que nuestros raciocinios sean sóli
dos. En el largo plazo, la práctica de la enseñanza es muta
ble porque cambia según las instituciones que la contienen
y sustentan. Como práctica, la enseñanza es también mu
table en menor escala. Demos uno de muchos ejemplos posi
bles: los alumnos cambian, no sólo con la edad sino también
según su estado físico y emocional. Suele suceder que un
niño que responde bien a la enseñanza y se muestra ansioso
por aprender se torne de improviso triste, agresivo, retraí
do; y ello por diversas razones, muchas de ellas sólo com
prensibles a la luz de la narrativa personal del niño.
El mundo de la práctica es indeterminado porque las
cuestiones prácticas surgen dentro de contextos particula
res. Así, las decisiones son apropiadas sólo con relación al
contexto. Por ejemplo: en Estados Unidos, en un suburbio
acomodado y trabajando en una escuela con una cultura
académica fuertemente establecida, un maestro tendrá mu
chas más posibilidades de elección que otro colega que se
desempeñe en una escuela de gueto, mal equipada, donde la
cultura del aprendizaje se ha visto seriamente minada por
la pobreza y la frustración política.
La particularidad de la docencia ha sido muy bien capta
da por Jere Confrey (1987) en su respuesta crítica a algunos
de los trabajos de Fenstermacher:
«Cuando entro en un aula, sé que deberé sujetarme a cier
tas restricciones; las más salientes son las presiones del
tiempo y las exigencias del grupo. Entro en este contexto
con mi programa preparado más o menos explícitamente y,
como resultado de mi interpretación de las señales, permito,
promuevo, desconozco, entiendo o me confundo. Llamo a
esto una “práctica”, y las características que la definen son:
su ritmo implacable, sus interacciones humanas, sus di
mensiones normativas, sus objetivos contradictorios y su
actividad» (pág. 386).
Al dar trámite a su programa en la acción, un maestro
lee las señales (inquietud, miradas sorprendidas o deses
peradas, alumnos que se susurran preguntas), y todo le
indica que se requiere un cambio de ritmo o que él tiene que
retroceder un poco o dar tiempo para la discusión, o dispo
ner una pausa. Un buen maestro está alerta a las caracte
rísticas más destacadas de cada situación docente y está
además preparado para cambiar su curso de acción según lo
exijan las circunstancias.
Pero las características más destacadas de una situación
no saltan a la vista ya rotuladas para que sea fácil identifi
carlas. Al maestro le corresponde captarlas. Esto implica lo
que Aristóteles llama apreciación de la situación o percep
ción. Sin ella, la buena práctica no es posible. Si un maestro
interpreta mal una situación, el resultado será una acción
inadecuada o descaminada, independientemente de la co
herencia interna del razonamiento que el maestro pueda
presentar en sustento de sus acciones, o de la fuerza de los
compromisos permanentes y los principios morales de ese
maestro.
Para Aristóteles, la premisa inicial o más importante de
un razonamiento práctico concierne a lo bueno, mientras
que la premisa secundaria o menor concierne a lo posible. Yo
quiero señalar que un buen docente es aquel que entiende
bien los pormenores de la práctica y tiene una percepción
clara, realista y sensible de lo que es posible y conveniente
en diferentes circunstancias. El segundo requerimiento no
puede ser satisfecho por alguien ciego para los detalles.
He sostenido que ni la espontaneidad perceptiva ni el
equilibrio reflexivo convienen a la buena práctica. La pri
mera es ciega para los principios, los fines definidos y los
compromisos permanentes de la enseñanza; el segundo es
ciego para los detalles más finos de la práctica. Tal vez, sim
plificando, podemos decir que ambas posturas de acción
átienden a un solo término de los pares de oposiciones que
enumeré en el párrafo inicial de este capítulo. Lo que resul
ta atractivo en el maestro espontáneamente perceptivo es la
vivacidad de su imaginación y una sensibilidad de respues
ta fresca y casi inocente a las experiencias nuevas; lo que re
sulta atractivo en el maestro reflexivamente equilibrado es
su rigor en la argumentación y su profundo compromiso con
la acción guiada por principios. Pero sea cual fuere el atrac
tivo de cada uno, ambos son malos docentes; el primero más
profundamente que el segundo, porque sin cierta atención
a los objetivos precisos y a los compromisos firmes de una
práctica es dificilísimo que esta cobre vuelo.
Para concluir esta sección, volveré brevemente sobre la
historia conceptual del equilibrio reflexivo y perceptivo. La
idea de equilibrio reflexivo tiene sus raíces en Aristóteles,
pero la versión de Rawls pertenece a una tradición de pen
samiento moral que presupone la prioridad epistemológica
y moral de los principios universales y generales, no colo
reada por la emoción ni por consideraciones particulares.
En contraste con esta tradición, el énfasis que pone Aristó
teles en la percepción o apreciación situacional indica la
tosquedad ética de juicios morales que se basen exclusiva
mente en reglas generales. Lo mismo puede afirmarse acer
ca de la tosquedad de la enseñanza basada exclusivamente
en reglas generales.
Una «moralidad de la percepción» —así designa Nuss-
baum (1990c) a la posición aristotélica— es aquella en la
cual los principios generales conservan enorme importancia
como guía para la acción, pero en la que los actos no derivan
de los principios generales ni son dictados por estos. La ac
ción correcta no es simplemente una cuestión de racionali
dad o de seguir reglas morales. En The fabric of character,
su esclarecedor estudio de la Etica de Aristóteles, Nancy
Sherman arguye que la respuesta moral se basa tanto en la
razón como en las emociones, porque las emociones son en sí
mismas modos de respuesta que determinan lo moralmente
relevante en diversas situaciones (Sherman, 1989, pág. 2).
Actuar correctamente —afirma— equivale a estar emocio
nalmente comprometido.
Yo agregaría que actuar correctamente equivale a estar
narrativamente comprometido, porque es dentro del con
texto de las historias humanas donde somos capaces de ver
las características más sobresalientes de diversas situacio
nes humanas, como lo ejemplifica la respuesta de Barbara
Morgan a sus alumnos Bill y Marie. Además, la compren
sión narrativa desempeña un papel importante en el peso
que otorgamos a los fines definidos y a los compromisos per
manentes dentro de una práctica. En buena lógica, la in
tención de la enseñanza es producir aprendizaje. Un maes
tro que nunca actúa según esta intención, simplemente no
enseña, aunque dé todos los pasos necesarios para hacerlo.
Pero esta afirmación conceptual acerca de la relación entre
enseñanza y aprendizaje es una afirmación formal que es
preciso concretar de diferentes maneras para diferentes es
tudiantes en diferentes contextos. La manera en que actue
mos según la intención docente y en que interpretemos los
diversos principios docentes depende en parte de las restric
ciones y las posibilidades planteadas por las condiciones lo
cales y por las historias de aprendizaje de los estudiantes.
Depende, también, de cómo concibamos la indagación peda
gógica y de qué conflictos consideremos centrales en nues
tro impulso de resolución. Las decisiones que tomemos pue
den dirigir las narrativas de nuestros estudiantes en una
nueva dirección, ya abriendo nuevas posibilidades, ya impi
diendo, por caminos profundos y sutiles, el progreso futuro.
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Segunda parte. Los roles de la narrativa en
la enseñanza
5. Radicalizar la niñez: el entendimiento
multívoco
Brian Sutton-Smith
El andamiaje
La idea de andamiaje apareció por primera vez en un ar
tículo de Ninio y Bruner (1978) titulado «The achievement
and antecedents of labelling» [El logro y los antecedentes
del etiquetado]. En este artículo se presenta un caso de una
madre y su hijo, que se desarrolla entre los ocho y los die
ciocho meses de edad del infante. Por medio de grabaciones
de video los autores muestran el aprendizaje que hace el ni
ño de la lectura de libros con imágenes, en un proceso de
diálogo ritualizado con la madre, sobre el libro. Durante el
90% del tiempo la madre llama la atención del niño hacia
las imágenes del libro, diciendo «Mira», preguntando luego
«¿Qué es eso?», y por último etiquetando la imagen. Cada
vez que el niño presta atención a la imagen, la madre brinda
una realimentación positiva. Sea cual fuere la respuesta del
niño —sonrisa, gruñido, intento de asir, balbuceo—, la ma
dre la interpreta como respuesta adecuada y repite el eti
quetado. A medida que pasa el tiempo, el niño se involucra
cada vez más en el diálogo, repite junto con su madre: «Mi
ra», «¿Qué es?» y le da un nombre a la imagen. El proceso de
la lectura ha empezado.
Esto constituye una rotunda demostración del papel de
guía de los padres en el desarrollo del alfabetismo y del pa
pel interactivo del progenitor con el niño. Además, demues
tra también la existencia de la «zona de desarrollo próximo»
de Vygotsky, gracias a la cual el niño que cuenta con ayuda
adulta se eleva por encima de su propio y escaso nivel de
competencia hasta alcanzar un nivel más elevado. En su úl
timo trabajo, en cierto sentido autobiográfico, Realidad
mental y mundos posibles, Bruner (1986) reconoce la fuente
vygotskyana de esta idea. Vygotsky, por su parte, y en su lí
nea marxista, pretendía demostrar que los significados de
las palabras tienen un origen social; y que el segundo siste
ma de signos del lenguaje está empapado de un significado
cultural.
Si bien se trata sólo un estudio de caso de un bebé hijo de
una madre inglesa de clase media, con tendencia docente y
cuyo esposo era maestro, el caso se ha convertido en una
suerte de metáfora del desarrollo del alfabetismo. Esto se
debe en parte a la paradoja de la sociedad norteamericana.
Aunque nosotros, en los Estados Unidos, no tenemos en
general obligación de dar crédito a la idea de la fuente so
cial del lenguaje, nuestra tradición psicológica sigue la me
táfora de la ciencia física mecanicista. Tendemos a creer que
hacemos ciencia cuando descubrimos conexiones causales
y logramos resultados previstos. Este estudio de caso nos
brinda un maravilloso ejemplo de tal determinismo en el de
sarrollo infantil y constituye, por lo tanto, un ejemplo cien
tífico y un modelo para la guía de los niños. Lo que se puede
inferir de ello es que, pese a que nos vanagloriamos del indi
vidualismo de la vida norteamericana, nuestro respeto por
la ciencia social positivista nos alienta a encontrar verosí
miles ciertas explicaciones muy deterministas del compor
tamiento humano. Y esto implica que nos resulta fácil creer
que detrás de toda la confusión y el individualismo del desa
rrollo humano hay en realidad un solo conjunto de leyes
universales que, en última instancia, explican todas las va
riantes de la condición humana. De la misma manera, en
educación podemos tener fe en nuestra actividad de guía
porque, en el largo plazo, si no inmediatamente, se basará
en una ciencia del desarrollo humano. Creo que la metáfora
del andamiaje de Ninio y Bruner ayuda a fomentar esa fe
mecanicista.
Varios años después de la publicación de Bruner me dis
puse a hacer una réplica de su estudio, con ayuda de Mary
Ann Magee, propietaria y directora de varios institutos pre-
escolares en Swarthmore, Pennsylvania (Magee y Sutton-
Smith, 1983). Se trataba de indagar cómo aprende un niño
a contar un cuento. El sujeto, una niña de 23 meses, escuchó
y acompañó la lectura de libros de cuentos con imágenes y
texto y con imágenes y sin texto; narrativas personales; y
relatos orales, durante un período de nueve meses. Se gra-
barón treinta y seis sesiones de un promedio de once mi
nutos: eso hizo un total de cinco horas y veinte minutos de
grabación.
Los aspectos importantes que quiero destacar son los
siguientes: aunque la madre, el padre y el maestro norte
americanos, como la madre inglesa, monopolizaron los in
tercambios, ocupando hasta un 75% del tiempo de graba
ción, ni los adultos ni la niña fueron tan didácticamente ri
tualistas como en el paradigma de Bruner. En nuestros es
tudios, adultos y niños bromearon mucho más, sobre todo la
pareja padre-hijo, muy afectos al nonsense. Las respuestas
de la niña fueron mucho más diversas que las de los padres.
En conjunto se puede decir que la niña fue original de dife
rentes maneras, según se desprende de la risa, la invención
de textos, su propio relato o representación, pese al hecho de
que la mayor parte de las respuestas de los adultos fueron
las del relato convencional; y pese al hecho de que esta niña
se volvió más ortodoxa con el tiempo (Sutton-Smith, 1984).
A partir de estos estudios, se nos hizo evidente por pri
mera vez el entendimiento multívoco que es mi clave para
radicalizar nuestro concepto de la niñez. Tenemos la prueba
de que la mente infantil no es una tabula rasa que espera
pasivamente la acción adulta. Si seguimos al investigador
ruso Bajtin (por ejemplo, en su obra Rabelais y su mundo,
1984), veremos que la risa es la forma más primitiva de pa
rodia y sátira, y que a través de ella se impugna la santidad
de lo establecido. Es la forma básica que tiene la vida de dar
una respuesta no oficial. Pero, además de esta alternativa
mental, esta niña de dos años juega también con el material
dado, y transforma la situación oficial de andamiaje en una
situación de simulación y novedad. Y a veces la niña se con
vierte en su propia narradora, suplantando a los adultos.
Ella asume el rol oficial o inventa un nuevo texto, en el que
es seria pero innova. O sea que nos encontramos aquí con
upa niña de dos a dos años y medio que, bajo el dominio to
lerante y solidario de sus padres, pone en escena voces posi
bles, incluyendo su propia respuesta al texto. De hecho, el
análisis factorial que realizamos indicó que, según este mé
todo de coordinación de las varianzas, la niña habla con al
menos doce voces diferentes. Así las diferencias factoriales
son más sutiles y más específicas, pero es razonable consi
derar que cada una de ellas constituye una forma específica
de representación o una voz específica. Este análisis facto
rial, con su total de veinte factores separados que hicieron
falta para corresponder a las cincuenta variables codifica
das (y que cubre el 75% de las varianzas de estas), muestra
la complejidad de lo que aquí acontece.
¿Qué conclusión deberíamos sacar de todo esto? ¿Acaso
que el niño norteamericano se diferencia del niño inglés en
el alfabetismo, así como ahora sabemos que los atabascanos
(Scollon y Scollon, 1981) no son iguales a los carolinianos
(Heath, 1983; Sutton-Smith y Heath, 1981)? ¿O deberíamos
inferir que los niños de un año tienen con sus padres una
relación más didáctica que los niños de dos años? ¿O tal vez
que las niñas son diferentes de los niños? ¿O que Ninio y
Bruner se ocuparon sólo de los aspectos didácticos de su
andamiaje y descuidaron todas las demás respuestas (que
no eran objetivos expresos) de su niño de un año, las que en
todo caso eran casi ininteligibles? ¿O debiéramos tal vez ex
traer la conclusión de que Ninio y Bruner escogieron sólo el
aspecto determinista de los trabajos de Vygotsky y dejaron
de lado las partes más voluntaristas (Sutton-Smith, 1988)?
Al igual que otros rusos notables de la era estalinista,
Vygotsky transitó un difícil camino entre sus interpretacio
nes deterministas y voluntaristas (Wertsch, 1985). El nos
dio, por ejemplo, una visión del juego infantil que le otorga
un rol más creativo en la cognición humana que el usual en
las otras teorías serias de psicología evolutiva. Y precisa
mente, en su obra, el juego infantil es un ejemplo funda
mental de la zona de desarrollo próximo, aunque este aspec
to haya sido descuidado en la mayoría de las interpretacio
nes norteamericanas, donde la atención se concentra en lo
que los adultos hacen por los niños. Vygotsky dice: «El niño
se comporta siempre más allá de su edad promedio, por en
cima de su comportamiento cotidiano; en el juego es como si
se llevara una cabeza de estatura a sí mismo» (Vygotsky,
1978, pág. 102). Y todos recordamos su formulación según
la cual podríamos imaginar a dos niñas, hermanas, jugando
un juego llamado «dos niñas que son hermanas», como una
ejemplificación de la manera en que las estructuras de re
glas se engendran primero en el juego, de modo que el senti
do surge y se abstrae de la contextualización cotidiana. Dice
el autor: «Desde el punto de vista del desarrollo, la creación
de una situación imaginaria puede ser considerada un me
dio de desarrollar el pensamiento abstracto» (pág. 103). Si
así fuera (y muy bien puede serlo), esto significa que el juego
tiene una relación directa y no indirecta con la cognición.
En resumen, ya sea que se aborde el concepto de anda
miaje a través de mi propuesta de análisis para la investi
gación de un ejemplo concreto; o a través de comparaciones
culturales como las de Heath (1983) o Scollon y Scollon
(1981); o a través de un análisis de las formulaciones teóri
cas de Vygotsky, nunca llegamos a la singular versión de an
damiaje que fue tan proclamada por el estudio de Ninio y
Bruner. Esa versión subestima torpemente tanto el carác
ter como la potencialidad de la variabilidad del niño. Es in
dudable que los padres desempeñan un importante rol mo
delador a través de sus reiteradas interacciones con los ni
ños en situaciones de lectura con recompensa. Pero ese apa
rente determinismo instructivo y ese resultado obtenido por
un método científico ocultan el hecho de que la idea misma
de andamiaje es —a la luz de estos otros resultados— ape
nas algo más que una metáfora para referirse a la hegemo
nía y al control parental.
Una vez más advertimos aquí lo que podemos observar
en todas las publicaciones científicas sobre psicología: la
exaltación desmedida de los resultados causales o determi
nistas. Los efectos dejan de sostenerse cuando se tienen en
cuenta los complejos más ecológicos de status socioeconó
mico, raza o etnia. La metáfora de la ciencia positivista ob
sesiona a nuestras revistas, mantenida casi religiosamente
con varianzas mínimas y rara vez puestas a prueba. Se tra
ta de una metáfora que respalda sutilmente ese costado de
la educación que da por sentado que el niño es preponderan-
temente una tabula rasa. Esta estrechez de miras monista
en educación presupone la misma actitud mental en los ni
ños. Todos tenemos plena conciencia de lo que eso significa
en el campo político, pero al parecer negamos lo que signifi-
qgi en la escuela, todos los días.
Estructuralismo
Con el avance estructuralista y su aplicación a las narra
tivas infantiles abordamos otra metáfora que, según se la
utiliza en psicología evolutiva, también tiene matices deter
ministas. Estos matices no conciernen a los antecedentes
del aprendizaje sino a sus consecuentes: no a las causas sino
a las predicciones. En el siglo XX, el concepto de desarrollo
es en gran medida una confluencia de las ideas de progreso
y evolución: establece una secuencia de etapas por la que un
niño debe avanzar hacia su madurez. Se da por sentado que
el conocimiento de estas etapas y sus secuencias equivale
a una ciencia predictiva del desarrollo humano. Además, se
dice que la secuencia de etapas representa en cierto modo
un progreso, porque es evidente que las etapas finales re
quieren más madurez que las iniciales. Desde luego, el
maestro indiscutido de esta versión del desarrollo fue Pia-
get (1951), aunque también contribuyeron figuras señeras
como Freud (1955), Erikson (1951) y Werner (1957). Como
se mencionó anteriormente, estas explicaciones científicas,
con su exaltación de los desenlaces civilizados por sobre los
comienzos primitivos (junto con los diversos factores histó
ricos mencionados), refuerzan el rol que desempeñan los ni
ños como herederos residuales del historicismo cultural.
Ellos son los únicos que, si se los orienta adecuadamente a
través de las etapas correctas, aseguran nuestro futuro, si
no ya nuestra salvación.
No obstante, en todos estos sistemas hay una evidente
falta de relatividad subcultural. El peligro de sus metáfo
ras evolutivas científicas es la excesiva confianza en que los
psicólogos y los educadores conocen realmente las verdade
ras direcciones del desarrollo, en este caso de la narrativa.
Esa confianza tiene una influencia muy negativa sobre las
diferencias individuales. Se han hecho algunos intentos,
por ejemplo, de convertir estos tenues análisis estructurales
de los relatos en reglas para enseñarles a los niños cómo es
cribir cuentos.
Se supone que las estructuras gramaticales de las narra
tivas, como se las analiza en el trabajo de Mandler (1984) y
otros, reflejan la memoria subyacente de los niños. Aquí se
utiliza la complejidad de la capacidad de un niño para re
cordar un cuento como un medio de inferir la existencia de
una capacidad de memoria para la estructura temporal. Se
muestra que, con el transcurso del tiempo, los niños do
minan segmentos cada vez más complejos de estructura
narrativa, ya sea que se los puntúe en función de trama,
sintaxis o evaluación del sentido del relato por el propio
niño (Peterson y McCabe, 1983). Referido a su trama, por
ejemplo, se puede considerar que un argumento implica un
principio, un medio y un fin (BME). Esas estructuras pue
den dividirse a su vez en seis elementos: introducciones,
preparaciones, complicaciones, desarrollo, resolución y con
clusiones.
En mi trabajo con Gilbert Botvin (Botvin y Sutton-Smith,
1977), basado en los análisis del ruso Vladimir Propp, divi
dimos esas categorías en 18 categorías más, 92 elementos
de acción, 5 elaboraciones y 7 marcadores, y llegamos a di
versas conclusiones acerca del cambio evolutivo según ellas.
Por ejemplo, las historias de los niños de tres años son prin
cipalmente principios y fines. Recién a los doce años la sec
ción media del desarrollo ocupa un espacio equivalente a las
otras dos.
El problema, no sólo en nuestro trabajo sino también en
el de todos los demás que se han ocupado de este campo, es
el supuesto de que las narrativas descriptas de este modo
constituyen un análisis suficiente de lo que acontece. Esta
forma clásica, BME (beginning, middle, end) [principio, me
dio, fin], deriva de la narrativa del mito del héroe que se en
cuentra en las culturas folk de las civilizaciones urbanas,
pero no en todas las otras culturas folk. Estas etapas del de
sarrollo de la narrativa no son necesariamente universales
en el desarrollo humano. Muchas culturas cuentan leyen
das que no tienen una resolución. A veces intentan resolu
ciones que son fracasos; otras, hablan de la anulación de las
amenazas, pero sin una verdadera resolución.
En los cuentos tradicionales de ambos grupos están im
plícitas las grandes ideas míticas acerca del destino. Aun
dentro de nuestra sociedad, el hecho de que el relato trans
curra según las formas estructurales elementales no impli
ca necesariamente que la historia sea más pobre, aunque
los*niños más pequeños recurren más a ellas que los mayo
res. Algunos novelistas usan la leyenda más convencional
del héroe como tram a argumental. Sin embargo, muchos
novelistas modernos usan las estructuras más primitivas
de una manera artística. Según Peterson y McCabe (1983,
pág. 208), por ejemplo, William Faulkner desconoce a me
nudo la secuencia temporal de sus argumentos, Heming-
way escribe como un niño de cuatro años, en forma de epi
sodios; y Samuel Beckett, en Esperando a Godot, no tiene
orientación, complicación, resolución ni evaluación.
Así, la mayor parte de nuestros análisis actuales del de
sarrollo infantil a través de las narrativas son bastante et-
nocéntricos en su interpretación, y decididamente no lite
rarios, porque se limitan a los elementos estructurales. Una
enseñanza de la literatura que se basara sólo en estos aná
lisis estaría condenada a un resultado filisteo. Ese abordaje
dejaría de lado gran parte del carácter literario de los rela
tos (efectos figurativos, imágenes, visiones, virtuosismo,
personalidad, humor, carácter y simbolismo); ignoraría la
particular manera en que se cuentan o se representan las
historias y no tendría en cuenta la forma en que los diferen
tes escritores usan los efectos estructurales, literarios o de
representación con propósitos de expresión individualizada.
En su libro Children’s riddling (1979), John McDowell in
cluye un maravilloso relato de un niño de seis años que no
sabía nada de adivinanzas [riddles] ni de sutilezas del idio
ma pero que, no obstante, llegó a dominar perfectamente la
noción de que el planteo de ciertos acertijos obliga a res
puesta arbitraria (Sutton-Smith, 1976). Este niño llegó a
hacer muy buen papel en un concurso de adivinanzas plan
teando preguntas a las que era imposible responder como
no fuera con respuestas obscenas.
En este trabajo sobre multivocidad he tratado de lograr
que mis datos sobre la narrativa muestren todas las cosas
inusuales que se dejan de lado cuando se analiza la manera
de relatar de los niños concentrándose sólo en la estructura
gramatical del relato. Además, señalaré también la multi
vocidad que está en los relatos infantiles pero ha sido igno
rada hasta ahora. Esta vez mis datos se encontrarán en mi
libro The folk-stories of children (Sutton-Smith, 1981). Es
este libro una recopilación de material tomado en una es
cuela pública de la ciudad de Nueva York y en un jardín de
infantes próximo a la escuela, y contiene 500 historias pro
venientes de 50 niños de entre 2 y 10 años (diez historias de
cada niño). En todos los casos escogeré entre el porcentaje
de niños que toman la estructura normativa y la modifican
de un modo personal y muchas veces magnífico. Quiero se
ñalar así que los análisis usuales y las usuales expectativas
acerca del desempeño infantil dejan estos ejemplos fuera de
la educación y fuera también de la simpatía del maestro.
A r g u m e n t o . Permítaseme empezar comparando a un
brillante muchachito de 10 años con un brillante chico de 4
años. El niño de 10 años cuenta una historia con buen argu
mento y luego el de 4 años cuenta una historia sin argumen
to, aunque con cierta cronicidad (véanse las historias 1 y 2 a
continuación). Si con cada uno de estos relatos hiciéramos
una película, ¿cuál sería mejor?
Historia 1
Cierta vez Haroldo, el cuervo, estaba sentado solo en
un restaurante. Entonces se dio cuenta de que en la me
sa vecina estaba sentada una cuervita también sola. Di
simuladamente, Haroldo se acercó a ella y le preguntó
cómo se llamaba. Ella dijo «Mary Gline». Entonces Ha
roldo pensó un momento y después dijo: «¿Eres la chica
que se rompió el ala cuando tenía 9 años?». Ella le con
testó: «¿Cómo te llamas? ¿Cómo sabes que me rompí el
ala?». «Me di cuenta de lo del ala», dijo Haroldo, «porque
tu nombre me resultó conocido, así que pensé en mi in
fancia y me acordé de una chica que se llamaba Mary y
se había roto el ala. Yo me llamo Haroldo Manso.» «¡Ah!»,
exclamó Mary. Y preguntó: «¿Entonces eres el chico al
que le decían. “Manso cara de Ganso?”». «Sí», replicó Ha
roldo, «no me acordaba de eso.» Entonces empezaron a
hablar del colegio y cenaron juntos.
Después de esa noche salieron a cenar, fueron al cine,
e hicieron montones de cosas como esas. Más o menos un
año después, les dijeron a sus padres que se iban a casar.
Los padres estuvieron de acuerdo y se realizó la boda.
Tuvieron la boda más hermosa que se pueda imaginar.
De luna de miel fueron a las Cataratas del Niágara. Des
pués se establecieron en una linda casa en Poughkeepsie
*y tuvieron a Bobby y a Peter. Y vivieron felices y comie
ron perdices. (Varón, 10 años.)
Historia 2
Hace mucho mucho tiempo había una familia de tigres,
osos y leones
y fueron a un picnic animal salvaje
el picnic animal salvaje era de conejitos bebés
eso comieron
agarraban los conejitos vivos y mataban a los conejitos
en el picnic
y cuando se comían a los conejitos la sangre tapaba toda
la carne
que estaban masticando y no veían
la parte que estaban masticando
y cuando no veían se les rompieron todos los dientes
y se les astillaron todos los dientes porque se olvidaron
de sacar los huesos
los dientes se les cayeron tanto que sólo tenían uno
arriba y otro abajo
después se tragaron al conejo
después que se habían roto los dientes y que habían
cenado
se fueron a su casa y comieron conejo asado
después se tragaron el conejo y después de cenar
se fueron a dormir y todos soñaron lo mismo
Se acabó.
(Edad, 4)
F o n o l o g ía . Algunos niños pequeños, pero no todos, son ex
cepcionales para agregar efectos sonoros a sus cuentos. Pa
ra crear efectos especiales usan principalmente la alitera
ción, la repetición o la rima. He aquí dos ejemplos de compo
siciones por niños de 2 años, tomados de mi m uestra de
Nueva York.
Historia 3
Galletita en mi nariz
Galletita en el sombrero del bombero
El sombrero del bombero está en el balde
Galletita en calesita
Galletita en rompecabezas
Galletita en el perrito.
Historia 4
Los monos
Subieron al cielo
Y se cayeron
Chu chu el tren en el cielo
El tren se cayó en el cielo
Yo me caí en el cielo en el agua
Me subí al bote y me lastimé las piernas
Mi papá se cayó en el cielo.
Un ejemplo similar de composición rimada fue presenta
do por Shirley Heath y tomado de su muestra de niños afro
americanos de 2 años en Carolina del Sur (Sutton-Smith y
Heath, 1981).
N o n s e n s e [disparate]. De la rima al nonsense hay un solo
paso. Algunos niños usan la fonología de ese modo. He aquí
una niña de tres años poniendo a prueba la paciencia del in
vestigador.
Historia 5
Había una pa ca
Bum, gum
Había un perro ro ro
Y él no quería el perro ro ro
Había un hombre Bola de Nieve
Pero no le gustaba la nieve
Cha cha
Du chu
Cha cha
Du chu
Al perro lo llamé Du du
.y Chris le dijo
Perro Du du
Y había un chico llamado To to
¡Oh, To to!
Después había un capitán Bluper
Tenía un libro pero era malo
y lo lastimó
Después había un bluper pa pa
Pa pa
Superman vino después
La rodilla se lastimó
Todos volaban y al mar se cayó
Y un tiburón lo mordió
Y cía cía tu tu
Ti ta
Co co co co co co co co co co co co co co co
co co co co co co co co co
Ahora digamos paf paf cía cli
Sa si
Tu ti
Ta ta tu ti
Chi cho
Ta clu
Cli clu
Cía cía
Clu fu
Cli cía cu cu
Digamos digamos
Cli cli
Clip cía
Cli cli
Clip cía
Ella sí
Fique aj
Tungu naj
Ca pa
Popeye el marinero
El malo le pegó
Y el chico lo insultó.
En nuestra muestra, de edad escolar, los niños no usaron
historias de esta manera figurativa, pero a veces exigieron
el derecho de decirnos algunas rimas como precio de su cola
boración. La mayoría de las veces los efectos de rima o alite
ración se limitaron a nombrar personajes como «Estúpido
Túpido» u «Orangután Sarantagán».
M a r c a d o r e s , o r ie n t a c io n e s y m o r a l e j a s . L o s q u e e s t u d i a n
lo s c u e n t o s p a r a n i ñ o s s u e l e n e x t r a e r g r a n p r o v e c h o d e l a
a d q u i s i c i ó n i n f a n t i l d e lo s m a r c a d o r e s i n i c i a l e s y t e r m i n a
les, como «Había una vez» o «Y vivieron felices para siem
pre». En este ejemplo, los marcadores aparecieron recién
hacia los cuatro años. Los pequeños narradores dicen sim
plemente: «Fin» o «Y nada más». De una manera semejante,
sus ocasionales orientaciones o preludios son igualmente
informales. Los niños de 3 años, por ejemplo, dicen: «Te voy
a contar una historia de verdad» o «Tengo un cuento para
contarte». Hacia los 5 años, las introducciones se vuelven
más complejas: «Este cuento tiene un final gracioso»; «Este
es el primer capítulo»; «Ahora no reírse porque me confun
do». A los 7 años, agregan dramatismo: «¿Quiénes serán los
sobrevivientes en esta terrorífica historia?». A los 8, son im
pacientes: «Bueno, empecemos de una vez». Y a los 10 son
capaces de parodiar: «Todos los jueves viene un hombre y les
roba cuentos a los chicos». A esta edad aparece también un
sesgo de comedia: «La película del año. Tres personas mu
rieron mientras la veían y doce se suicidaron. Ahí va».
Mi alumna Ellen Brooks (1981) dedicó un año a estimu
lar a su pequeño grupo de niños mentalmente retrasados
(entre 4 y 6 años de edad mental) para que escucharan y vie
ran cuentos, en audio y en video. A lo largo de toda la jorna
da escuchaban cuentos y por último algunos pudieron con
tarlos y escribirlos; y en todos los casos pusieron un énfasis
atípico en los marcadores. Sus cuentos estaban compuestos
casi exclusivamente con marcadores iniciales y finales. Pero
el ejemplo más singular fue el del niño de cuatro años cuya
madre, bibliotecaria, le había leído todo con marcadores
convencionales. La historia 6 m uestra su parodia de los
marcadores.
Historia 6
Había una vez el había una vez se comió al había una vez
que se comió al había una vez.
Y después el había una vez que se comió al había una vez
se comió a la princesa una vez con el rey
Y después el había una vez se murió
Luego el fin se comió al fin el fin
El fin
Luego el fin murió
Luego el fin murió
Luego el fin murió
Luego el fin murió
Y luego el fin el fin el fin murió
El fin con el fin
El fin
El fin.
Un niño de 6 años hizo evaluaciones breves: «Ese cuento
fue corto»; «Aquí termina un cuento aburrido»; «Fin de un
cuento aburrido»; «Y el chico aprendió una lección»; «Y nun
ca más lo agarraron». Un niño de 7 años expresaba: «Ese
cuento es el más largo que hice. Es porque saqué casi todo
de Perdidos en el espacio». Y uno de 8 años: «Me puso los
nervios de punta; y es lo único que tengo que decin>. Hubo
muy pocas moralejas.
T ít u l o s . Hacia los 5 años de edad empezaron a aparecer los
títulos, algunos con cierta originalidad: El dinosaurio gor
do; El elefante que comió demasiado; Noche de Brujas; Yo y
mi osito Teddy; El monedero; La flor, etc. El relato de una ni
ña, acerca de un pedo, no tiene nada que ver con el título pe
ro es muy original. A los 7 años tuvimos: Monstruito va al
baño; Frogenstein y Drácula, y El eructo de Nixon, todo ma
terial bastante pesado. A los 8 los títulos se convierten en
encabezamientos de capítulos; y a los 10, tenemos títulos
irónicos como El monstruo viviente de crema.
En general, los personajes son tomados de los
P e r s o n a je s .
medios. El 20% son héroes y monstruos de la TV o el cine y
un 60% son animales. Como estos mundos brindan a los ni
ños mucha fantasía fértil a través de la televisión, las revis
tas y las historietas, muchos personajes tienen una locura
similar.
C o n t e n id o p e r v e r s o . Alrededor del
15% de esta muestra de
niños tiene una sorprendente originalidad a través de la
perversidad de sus relatos, generalmente de índole sexual o
escatológica. Hacia los 5 y 6 años ya tenemos un puñado de
pis, caca, pedos y algunas palabrotas. Pero el pico de este es
tilo se da hacia los 10 años. (Véanse ejemplos en Abrams y
Sutton-Smith, 1977.)
C o m p l ic a c io n e s . Si bien algunos niños muestran una sor
prendente originalidad en los aspectos mencionados, lo ha
bitual es que pocos —entre el 5 y el 10%— sean siempre tan
expresivos. La zona donde casi todos muestran su origina
lidad es el aspecto de la trama relacionado con la instigación
del desequilibrio, aquella zona conocida como la complica
ción. Los relatos infantiles despliegan un mundo de cambio,
anarquía y desastres. Aun a los 2 o 3 años, términos clave
usados por niños pequeños en esta compilación (y en otras
compilaciones comparables de la década de 1950, como la de
Pitcher y Prelinger, Children tell stories, 1963) incluyen
sucederes como perderse, ser robado, mordido, atropellado,
lastimado, asesinado; y acciones como llorar, enojarse, tener
miedo, pelear, empujar, llamar a la policía, huir o caerse.
Como dicen Peterson y McCabe (1983) en su reciente compi
lación titulada Three ways of looking at children s narrati-
ijes, «En resumidas cuentas, a los niños les interesan el do
lor, la sangre derramada y las vicisitudes de los relatos poli
ciales típicos. Y los historietistas lo saben desde hace años»
(pág. 27).
La preferencia de los niños pequeños por estas historias
de relativo desastre, casi siempre sin resolución, tiene que
ser una importante razón por la que sus relatos son evita
dos o fuertemente modificados en la mayoría de las situa
ciones escolares, aunque no en todas. Mi muestra, por ejem
plo, fue tomada en una escuela donde se daba mucha liber
tad para este tipo de expresión. Si a sus relatos catastróficos
agregamos sus argumentos episódicos y reiterados, su pre
ferencia por la rima y la aliteración, sus disparates, su obs
cenidad y sus alocados títulos, moralejas y personajes, no es
sorprendente que la mayoría de los adultos (incluso los que
creen apoyar su expresión creativa) tiendan a evitarlos. Es
este uno de los casos más claros de supresión de la expre
sión infantil por considerarla demasiado primitiva.
♦Dejando eso de lado, ¿por qué los niños cuentan semejan
tes historias? Mi teoría es que lo hacen (cuando se lo permi
ten) porque las historias así son las mejores para una repre
sentación gloriosa. Otra teoría podría ser que los niños se
muestran primitivos en un sentido freudiano, simplemente
expresan los instintos básicos. Esta última explicación tiene
un problema: que toda la evidencia de sus monólogos pre
vios al sueño que fueron grabados, en un momento en que
se encontraban solos y podían decir lo que quisieran, no
muestran ni rastro de exhibicionismo (Kuczaj, 1983). Por el
contrario, cuando hablan consigo mismos y están solos sue
len charlar sobre acontecimientos comunes, cotidianos. Pa
recería que al contar un cuento a amigos o adultos compla
cientes los niños introdujeran elementos desequilibrantes
para impresionar o al menos capturar la atención. Los de
sastres comunes en los relatos infantiles son el equivalente
de lo que en el mundo adulto será el noticiero de las 8 de la
noche por televisión. Esos programas han desarrollado el
arte de mantener despierto al adulto soñoliento gracias a
los horrores que se transmiten «en vivo y en directo» entre
un anuncio comercial y otro.
Por ejemplo, cuando hacia el final de nuestra investiga
ción de nueve meses (Magee y Sutton-Smith, 1983), la niña
de dos años que presentamos anteriormente contó por pri
mera vez un cuento, se trataba de un pájaro que mordía a
un gato. Tal vez el padre prestó mucha atención a ese relato
porque en el jardín de infantes su hija se había ganado una
lamentable reputación de mordedora. Indudablemente, la
niña captó la atención del padre con su traducción de su
trastorno personal a literatura oral. La importancia de este
tipo de análisis, si es correcto, es que señala la considerable
competencia de los niños de dos años para usar su propia
experiencia en términos dramáticos y hasta paródicos. Es
tán ya, por así decir, tomando distancia de sus penosas ex
periencias cotidianas y usándolas burlonamente como for
ma de logro social. Han convertido su experiencia en otra
voz, en otro comentario del mundo de todos los días.
Aunque en nuestra muestra estas complicaciones pre
sentan un matiz muy personal en los niños de cuatro años,
de allí en adelante los niños empiezan a usar contenidos
conocidos, tomados de los medios masivos y de los cuentos
de hadas. Por lo general, los varones son más propensos a
introducir personajes y acontecimientos tomados de los
medios, mientras que las niñas se concentran más en cues
tiones domésticas. Los varones encuentran más dramatis
mo en los relatos de violencia y amenazas, con monstruos y
aventuras espaciales. Y las niñas suelen encontrar más
dramatismo en las historias de mascotas extraviadas, niños
abandonados y madrastras malvadas. Los dramas de las
niñas se centralizan más en la privación que en la violencia.
Después, hacia los ocho o nueve años, empieza a filtrarse en
las historias un sentido del mundo circundante inmediato; y
las complicaciones representan caricaturas de sus compa
ñeros de clase o de sus familias. Hacia los diez años, apare
cen las complicaciones donde figuran la sexualidad y los
órganos genitales.
Y por último, permítaseme señalar que esta muestra de
mis cincuenta niños no es en modo alguno definitiva. No
obstante, estas variantes de argumento, fonología, dispara
te, orientaciones, moralejas, personajes, complicaciones y
perversidad implican una intencionalidad múltiple rara vez
sospechada en los análisis anteriores de los niños como na
rradores.
Metáforas finales
O sea que, llegado a este punto, el lector se estará pre
guntando si yo le propongo que lea las historias infantiles
de la muestra como una indicación de la capacidad multívo-
ca de los niños y no como simples disparates, tonterías, ras
gos de originalidad irrelevante. Y si yo respondo que sí, el
lector podría responder que los niños más pequeños no sólo
no son multívocos sino ni siquiera unívocos. Y entonces yo
respondería (y esto podría formar parte de nuestra radicali-
zación del concepto de niñez) que si bien eso puede ser cier
to, tal vez los bebés sean multisensoriales y multi-imágicos,
como lo permiten suponer las diversas formas de juego y ex
ploración con los juguetes de la Johnson and Johnson Play-
path (véase Sutton-Smith, 1986). Quizás estemos usando
aquí el término «multívoco» como una metáfora del juego
plural de la mente y no como una indicación de sus medios
de expresión en determinado nivel de edad.
Y a propósito, no puedo dejar de comentar el carácter
surrealista de los modernos juegos infantiles. Vygotsky bien
pudo decir que los juguetes están cargados de significado so
cial; pero él vivía en el mundo del realismo socialista, donde
los juguetes eran tractores, casas o baldes de leche. Qué ha
ría Vygotsky con los juegos infantiles de Playpath, llenos de
instalaciones de caños de Bauhaus y de reacciones circula
res piagetianas; juegos en los que los niños manipulan ju
guetes cuya idea se originó en la noble cabeza del ginebrino.
Sus laberintos, sonajeros musicales, cuadros picassianos,
anillos rojos, pelotas en un cuenco, juguetes sonoros, son
como las voces del teórico. Afortunadamente, los niños pue
den volver a la mantita transicional de Donald W. Winnicott
(1971) si así lo desean. En cierto sentido, la situación del ni
ño es como la nuestra y como la que describo, una hermosa
metáfora para la excesiva relatividad de interpretación en
el mundo moderno. Y como en el arte moderno, nada es ne
cesariamente lo que parece.
Como nota final, y apoyándome en el clásico de Gregory
Bateson Espíritu y naturaleza (1979) y en el más reciente,
Temor de los ángeles (1987) (con su hija Mary Catherine
Bateson), supongamos que en verdad me refiero al espíritu
multimetafórico y que nuestro problema con los niños pe
queños será la comprensión de su rico control de ese ele
mento. Según Bateson, la mentalidad básica de los seres
humanos, los animales y la evolución es metafórica, lo que
significa que avanza por homologías, pasando de una forma
a otra en función de la similitud entre las dos, o por lo que
Bateson llama «abducción», a diferencia de inducción o de
ducción. En estos términos, los niños pequeños no son sólo
lábiles, como diría Werner; no pasan frenéticamente de un
estímulo atractivo al siguiente ni son circularmente repeti
tivos, como diría Piaget; no repiten las respuestas eficaces a
estímulos anteriores; no los conmueve la contigüidad, como
diría algún teórico del aprendizaje; no son compulsivamen
te repetitivos, como diría Freud, movidos a expresar una y
otra vez sus angustias.
Incluyendo y rebasando todo esto, tal vez el manejo ex
ploratorio y lúdico de los seres humanos persiga formas o
actos homólogos. Es indudable que los niños, cuando pue
den hablar, se dedican interminablemente al juego de voca
lización plural de la metáfora. Hace algunos días, por ejem
plo, observaba yo a mi sobrina nieta de dos años que jugaba
en un arenero: echaba arena en el baldecito y decía que era
Coca Cola; la redondeaba con las manos y decía que era un
huevo; la estiraba y la llamaba salchicha; y por último pal-
moteaba al tiempo que vocalizaba un ritmo que llamaba
canción; y así sucesivamente. En manos de aquella niña las
propiedades del material eran «vertidas» en un collar vocal
de significantes metafóricos.
Dado el creciente consenso en la filosofía de la ciencia
acerca de que todo acto epistemológico está precedido por
metáforas básicas; que toda investigación se interna en lo
desconocido a través de vagas semejanzas con lo conocido;
y que en última instancia toda ciencia, física o humana, ras
trea la continua presencia de tales metáforas, podemos te
ner esperanzas de que habrá algún día una continuidad de
comprensión del rol de las metáforas en la infancia y de su
rol en la adultez. En tal caso, la búsqueda de esas continui
dades, de las que dependen la ciencia y toda construcción
social, puede dar a nuestros hijos una mayor dignidad, y a
nuestros educadores, una mayor sensibilidad de la que nos
permitirían nuestras presentes certezas acerca de la ciencia
positivista o acerca del rol de los niños en nuestro destino.
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6. Buscando a la Urraca
Otra voz en el aula
Vivían Gussin Paley
Referencia
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7. El papel de la narrativa en la discusión
interpretativa
Sophie Haroutunian-Gordon
La clase Belden
En un esfuerzo por lograr que los participantes se con
centraran en los temas de venganza de que trata Romeo y
Julieta, les pedí que escribieran algo acerca de alguna oca
sión en la que ellos se hubiesen vengado de alguien o hubie
sen pensado en vengarse. He aquí algunos de los relatos que
los estudiantes produjeron en respuesta a mi solicitud. El
primero es de Colette:
Bien, mi hermano Clark es tan malo que en presencia de mis
amigos me tiró al suelo y me dio de patadas en la cara. Me las
timó y además me sentí avergonzada. Llamé a la policía para
que lo arrestaran porque él (...) porque él estaba borracho.
Por lo tanto, yo ya no soy su niña (.. .) su hermanita (Haroutu-
nian-Gordon, 1991, págs. 31-2).
Nos encontramos con una historia muy dramática. Co
mo les digo a los lectores de Turning the soul, yo no estaba
preparada para la intensidad de esta revelación. Pero el
ejemplo de Colette no fue el único. He aquí el de Sylvia:
A mí me hicieron daño muchas personas. Una de esas perso
nas fue mi madre. Es por la forma en que procede conmigo y
con mi hermana. No es que yo crea que ella hace diferencias
entre nosotras. Tal vez ustedes piensen que yo estoy celosa, pe
ro no es así. Pero esa es una de las cosas que me han lastimado.
Y aunque yo nunca me vengué, a veces pensé en hacerme al
gún daño a mí misma. ¿Qué hice entonces? Un día salí a dar un
largo paseo y mientras caminaba pensaba no volver más a mi
casa. ¿Por qué? Para no decir algo de lo que después tendría
que arrepentirme. Ahora me alegro de haber salido a dar ese
paseo porque si no hubiéramos seguido peleando (pág. 32).
El contenido de este relato es también sorprendente por
el hecho de que la rabia y el dolor de Sylvia pudieron ser tan
grandes que ella haya llegado a pensar en hacerse algún da
ño a sí misma. ¿Y qué diremos de la previsión y el autocon
trol que revela esta historia, con su decisión de salir a dar
un paseo? Tal vez la intensidad de su experiencia personal
cotidiana le haya abierto los ojos al peligro de la venganza.
Para explorar el significado de estas historias, la señora
Prince y yo les preguntamos a los estudiantes:
SHG: [Sophie Haroutunian-Gordon] Tu trabajo es muy bueno,
Sylvia. ¿Puedes decirnos por qué decidiste no seguir enfren
tándote?
Sylvia: Porque ella estaba embarazada [se refiere a su madre].
SHG: ¿Estaba embarazada y por eso no quisiste lastimarla?
Sylvia: Ajá.
SHG: Bien, lo que dices es muy interesante. ¿Cómo responde
rían ustedes a esto? ¿Hay alguien en la clase que hubiera pro
cedido de otro modo en la misma situación?
Michael: Yo hacía una valija con mi ropa y me iba.
MP: ¿Y por qué habrías hecho eso?
Michael: Si mi mamá hacía diferencias, yo simplemente me
hubiera ido.
SHG: ¿Así que te hubieras ido, Michael? ¿Te hubieras ido para
no lastimar a tu madre o, como dijo Sylvia, para no lastimarte
a ti mismo? ¿O te hubieras ido para hacerle daño a alguna otra
persona?
Michael: Probablemente mi madre me hubiera lastimado a mí
antes que yo pudiera lastimarla a ella.
SHG: ¿De modo que te irías para protegerte porque crees que
si te enfrentaras con ella llevarías la peor parte?
Michael: Sí.
SHG: Marcy, ¿qué hubieras hecho tú en esta situación?
Marcy: Yo no he pensado nunca en algo así.
SHG: ¿Nunca pensaste en algo así? ¿Pero al escucharlo ahora
se te ocurre alguna respuesta?
»Marcy: Me encerraría en mi cuarto y me pondría a llorar.
Michael: ¡Sí, sí, claro! ¡Marcy es una llorona!
SHG: ¿Por qué crees que esta situación te hubiera hecho llorar,
Marcy?
Marcy: Y, que mi mamá me tratara de ese modo. Cuando ella
me hace algo así, yo me encierro en mi cuarto y lloro y después
escribo todo en mi diario.
SHG: O sea que escribirías en tu diario. Muy interesante (Ha
routunian-Gordon, págs. 33-4).
El fragmento que antecede indica que estos estudiantes
no tomaron la conversación como una oportunidad para re
flexionar sobre cuestiones cuya respuesta no esté clara.
Cuando a Marcy le preguntan qué hubiera hecho ella en el
lugar de Sylvia, y responde que «nunca había pensado en
una cosa así», tenemos la impresión de que cree que no tiene
nada que decir porque nunca pensó en eso hasta el momen
to de la conversación. Pero más adelante los alumnos reco
nocen que la conversación les brinda la oportunidad de re
flexionar; y reconocen también que no necesitan tener una
respuesta definitiva o «correcta» antes de responder a una
pregunta. Afortunadamente, la señora Prince, que participó
en muchas de las conversaciones, alentó a los estudiantes a
reflexionar con franqueza. Nótense sus respuestas a la si
guiente historia, escrita por James:
A mí me han hecho daño cientos de veces muchas perso
nas. A veces es para bien, pero casi siempre lastima, y yo
me niego a soportar que alguien me madrugue. A veces
me veo obligado a hacer lo que no quiero hacer para ven
garme. Es difícil mantenerse tranquilo. Yo trato de que
nadie me haga perder la cabeza. Entonces ellos creen
que yo no voy a hacer nada, pero yo les devuelvo el golpe.
Ahora he decidido que nunca más me van a lastimar.
Porque en mi vida me han lastimado demasiadas veces.
Ahora voy a tratar de que las cosas mejoren.
MP: Este trabajo también es bueno; explica algo acerca de
James y de la forma en que él me trata. Ahora entiendo. Estoy
contenta de haberlo leído.
Sylvia: Bueno, a lo mejor lo que sucede es que a veces lo tratas
mal y después esperas un rato. Y él se enfurece enseguida y te
contesta.
MP: Y además tiene miedo de que alguien lo madrugue. ¿No es
así? Pero tengo que hacerte una pregunta, James. ¿Qué es
madrugar?
James: Hacer algo inesperado. Estás esperando algo de esa
persona pero no estás esperando un golpe bajo. Piensas que te
va a hacer algo, pero no de ese modo. Estás ahí sentado y de
pronto te golpean. Entonces quieres vengarte. Así que vas y los
buscas otro día, en otro momento, en otro lugar.
MP: O sea que yo te dije algo malo cuando tú creías que yo no
sería capaz de decirte nunca una cosa así. Pero a mí me da la
impresión de que cuando quieres vengarte de alguien, James,
es para protegerte. No se trata tanto de perjudicar a la persona
como de evitar que eso vuelva a pasar en el futuro.
James: Sí (págs. 34-5).
Vemos aquí que la profesora utiliza el relato del estu
diante para esclarecer la relación entre ambos, de un modo
que parece aclarar esa relación para ella, la profesora. Está,
por así decir, usando el texto (el trabajo del alumno) para es
clarecer el significado de su experiencia personal con él. Pa
ra obtener algún provecho del estudio de Romeo y Julieta,
los estudiantes deben moverse entre el texto y sus experien
cias personales, de modo que a veces se apoyen en el texto
para explicar hechos de su propia vida y otras veces rela
ten sucesos de su vida para iluminar el significado del texto
(Gadamer, 1989). Colette, por ejemplo, demuestra que ya ha
empezado a jugar ese juego:
Colette: A veces no es bueno vengarse.
Sylvia: ¡En mi casa cambiarías de opinión!
SHG: ¿Cómo dices, Colette? ¿Por qué a veces es feo?
Colette: A veces es una estupidez, porque si te vengas, después
te pueden hacer algo cuando vuelvas. Es como yo conté en el
trabajo que escribí de cuando llamé a la policía para que se
llevara a mi hermano. Y después mi padre me lo reprochó y le
pusieron esposas y todo, y yo me largué a llorar cuando se lo
llevaban. Me arrepentí mucho de haberlo denunciado a la poli
cía. Pero también, pensándolo de otro modo, yo no hubiera lla
mado a la policía si él no me hubiera atacado. Me atacó y yo no
había hecho nada malo. Cuando llamé a la policía, yo estaba
llorando. Yo no quería que lo metieran en la cárcel, pero de to
dos modos se lo llevaron. Cuando salió, yo creía que me ata
caría otra vez. Pero no, no me atacó y en cambio me dijo que yo
había hecho bien en llamar a la policía (Haroutunian-Gordon,
págs. 35-6).
En este punto se tiene la impresión de que Colette ha ad
quirido una nueva comprensión del incidente con su herma
no: que, en ese caso, vengarse la apenó. Tal vez ella no llegó
a esa reflexión sólo a través de su propio discurso sino tam
bién porque escuchó los relatos y los comentarios de los
otros. Recordemos que, en el comienzo de la conversación,
Colette había estado de acuerdo con la decisión de Sylvia de
no lastimar a su madre embarazada, o sea que, hasta ese
momento, no se había puesto a pensar en las consecuencias
negativas de vengarse. El intercambio entre James y la se
ñora Prince, y que aludió a un momento difícil de la relación
de ambos, pudo haberla conmovido también.
Los alumnos del Colegio Belden aportan recursos extra
ordinarios a la situación: tienen intensas relaciones perso
nales en las que apoyarse, sus experiencias cotidianas son
fuertes y potencialmente instructivas, y además están dis
puestos a compartir esas experiencias. Por añadidura, algu
nos parecen capaces de utilizar la experiencia personal para
esclarecer el significado de un texto, como lo hicieron Mi
chael y Marcy tras escuchar la lectura del trabajo de Sylvia.
Al parecer, algunos son también capaces de usar el texto pa
ra iluminar el significado de la experiencia personal, como
lo hicieron la señora Prince y Sylvia tras escuchar la lectura
del trabajo de James, y Colette en su observación final acer
ca de las desventajas de tomarse desquite.
Pero cuando la atención se concentra en la obra Romeo y
Julieta, a estos mismos estudiantes les resulta muy difícil
apoyarse en los recursos que aportan a la discusión. Al prin
cipio, como veremos, muestran poco interés por el texto y
por la ocasión de conversar sobre él. En el transcurso de la
clase, y a través de las preguntas que se les formulan, llegan
a apoyarse en sus experiencias personales —contar histo
rias— para iluminar el significado de la obra de Shakespea
re y también de los acontecimientos de la vida de ellos mis
mos. Y en la transformación que sufren los estudiantes,
relatar historias parece desempeñar un rol importante.
El rol de la narrativa
¿Cuál es, entonces, el rol que desempeña la narrativa en
la transformación a que hemos asistido? Por un lado, pare
cería no haber una respuesta única para tal pregunta, por
que podemos observar que los relatos forman parte de la
conversación de diferentes maneras y con diversos efectos.
Cuando Marcy dice que ella le diría a su novio que «huyera»
porque está en peligro, pero insiste en afirmar que Julie
ta trataba de hacer lo contrario, su propia historia parece
tener escasa influencia sobre la interpretación del texto.
Cuando Colette afirma que si ella fuera el padre «mataría a
Romeo» si se escapara con su hija, su propia experiencia
parece influir profundamente sobre su comprensión del di
lema de Julieta: si un padre es capaz de sentirse impulsado
a asesinar a un hombre porque se ha escapado con su hija,
entonces la pareja tiene muy pocas opciones para actuar,
ya que Capuleto nunca aprobaría el matrimonio si se lo pro
pusieran antes. Además, cuando Michael sostiene que tal
vez Julieta no sea una Capuleto, porque quizá su madre
conservó su apellido de soltera y se lo dio a su hija, la his
toria parece dificultar la interpretación del texto. En resu
men, podríamos decir que usar historias basadas en la ex
periencia personal para interpretar textos no produce nece
sariamente una transformación de nuestra comprensión.
Sin embargo, en los casos en que contar historias parece
producir un profundo impacto, la experiencia vincula al lec
tor afectivamente con las situaciones presentadas por el
texto. En este nivel, el lector siente las alegrías, los pesares
y los problemas de los personajes. En tal situación, la histo
ria personal parece abrir el texto, revelar lo que se esconde
detrás de él, como diría Gadamer (1989). La historia pone al
alcance de los lectores ideas acerca de las motivaciones de
los personajes, ideas que de otro modo serían inaccesibles y
que vinculan fuertemente al lector con el personaje. Si los
estudiantes de Belden llegaron a sentir que Julieta estaba
«muy apurada por casarse», no porque fuese joven e impe
tuosa sino porque no tenía ninguna esperanza de felicidad
si procedía racionalmente y pedía permiso a su padre,
entonces su vinculación con Julieta pudo llegar a ser du
radera. Porque Julieta enfrenta un dilema que según los
estudiantes no desaparecerá con la edad y que plantea pro
fundos problemas: ¿cómo puede uno vivir si tiene que re
nunciar a su única fuente de felicidad? Una vez que los estu
diantes han entrado en el texto con la suficiente profundi
dad como para sentir los dilemas que plantea, entonces se
encuentran en situación de experimentar las grandes re
compensas de la discusión interpretativa. Y una vez que
han probado sus placeres, desaparecen de la conversación
toda apatía y todo escepticismo.
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8. Narrativa y aprendizaje
Una travesía de inferencias
Rieran Egan
Conclusión
La simple observación de que los niños pequeños no tie
nen dificultad alguna para comprometerse con las más ex
trañas criaturas en los lugares más exóticos niega de plano
la validez general de los principios de expansión de los hori
zontes, y niega también los principios que da por supuestos
aun un intérprete de los cuentos infantiles tan sensible co
mo Applebee. Podría objetarse que lo correcto para los mun
dos de la fantasía no se traslada al aprendizaje del mundo
real; que los conceptos fantásticos no son equivalentes a los
conceptos realistas. Esta es una posición defensiva razona
ble para quienes defienden las teorías del aprendizaje deri
vadas de tareas no narrativas, pero en ese caso tienen la
obligación de explicar por qué debe ser así. Si nos interesa
mos por ciertos mecanismos del pensamiento infantil que se
ponen de relieve cuando reflexionamos sobre las narrativas
de los niños, al parecer estamos ante la operación de for
mas de pensamiento que cuestionan las teorías usuales so
bre el aprendizaje. Esas teorías y principios acaso sean lo
bastante flexibles para explicar los fenómenos observados y
desmentir algunas de las inferencias que se extraen de es
tos, como las que antes se expusieron. Pero no está claro có
mo podrían hacerlo.
Quisiera hacer algunas reservas más antes de terminar:
decir que el entendimiento es una «empresa narrativa» no
implica que no sea también una empresa lógico-matemá
tica, estética, moral, etc.; concentrarse en algunas de las ca
racterísticas del aprendizaje, como las consideradas aquí,
no implica que esas características sean las únicas que
existen; sugerir que los niños usan opuestos binarios y
mediaciones no quiere decir que para enseñar se deba re
currir sólo a opuestos binarios y mediaciones; señalar que
las historias tienen valor en la construcción de los conte
nidos curriculares no implica que todos los contenidos del
curriculum deban ser modelados siempre a través de histo
rias; y el hecho de que nos concentremos en la forma del
discurso de los cuentos de hadas no quiere decir que los
niños no aprehendan y utilicen en su aprendizaje una gran
variedad de formas de discurso. Las pocas características
que aquí hemos examinado podrían ser elaboradas y am
pliadas por algunas de las capacidades multívocas explo
radas por Sutton-Smith en este mismo libro.
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Tercera parte. Narrativa en el estudio de la
enseñanza y el aprendizaje
9. Trabajando con narrativas biográficas
Michael Huberman
El estudio suizo
El estudio suizo (Huberman, 1989a, 1989b, 1993) no fue
fundamentalmente un estudio conceptual; surgió más bien
de la curiosidad por ciertos interrogantes irresistibles en la
investigación. Por ejemplo, ¿cómo interpretaron los maes
tros sus carreras en diferentes momentos? ¿Cómo veían a
sus pares más jóvenes y mayores? ¿Hubo según ellos «años
buenos» para enseñar? ¿Estos maestros volverían a elegir
su carrera? ¿Hubo momentos en que algunos pensaron se
riamente en abandonar la profesión? ¿Acaso sintieron, co
mo los maestros de Becker, que a lo largo de los años habían
llegado a parecerse a la institución en la que trabajaban, así
como algunas personas llegan a parecerse a su perro? ¿Hu
bo una evolución hacia un mayor fatalismo o conservaduris
mo, como quiere la leyenda popular? ¿Cuál fue la cualidad
de la experiencia docente inicial y cómo superaron los maes
tros las incertidumbres y las dificultades del primer año?
¿Qué aspectos básicos de la labor docente se dominaron en
determinados momentos del ciclo de la carrera y qué ocurrió
con los lados que se veían débiles? ¿Qué amplitud tuvo el
fenómeno de desgaste y cómo lo combatieron los maestros?
¿Cuáles fueron los acontecimientos de su vida privada que
mayor influencia tuvieron sobre su labor?
El segundo motivo fue más engañoso. Como gran parte
de la bibliografía sobre cognición social «ingenua» lo ha de
mostrado, las personas que trabajan en estos temas suelen
construir explicaciones para ciertos fenómenos sociales ba
sándose en datos escasos y a menudo distorsionados. Por
ejemplo, los funcionarios escolares de Ginebra pretendían
«saber» lo que les sucedía a los maestros a lo largo del tiem
po. Desde luego, la base empírica para este conocimiento
era defectuosa, se apoyaba en unos pocos casos y en conver
saciones superficiales sostenidas por la noche, con frecuen
cia bebiendo. Y lo que es aun más importante, estos funcio
narios administrativos parecían actuar —para dirigir a su
personal y elaborar las políticas de personal— sobre la base
de supuestos implícitos. Por lo tanto, otro objetivo del es
tudio consistió en evaluar la viabilidad de las interpretacio
nes que se daban por sentadas dentro del gremio docente.
La coherencia retrospectiva
Por otra parte, estos relatos —a la manera de la obra de
arte— parecen estar organizados más coherentemente que
lo está la inherente vaguedad de la vida a lo largo del tiem
po. Nos enfrentamos aquí, entonces, con uno de los proble
mas clásicos de las historias de vida. Expresado simplemen
te, todos tenemos una tendencia a reinventar nuestro pasa
do con el propósito de dar sentido al presente. Como lo ex
presan Ross, McFarland y Fletcher (1981), las personas son
historiadores revisionistas de su propio pasado. Todas las
personas recuerdan selectivamente comportamientos pasa
dos con el propósito de darles coherencia respecto de sus ac
tuales actitudes.
En este punto las pruebas experimentales y clínicas son
particularmente fuertes. Ya a fines de la década de 1940,
Hebb (1949) había demostrado que a lo largo de la adultez
los recuerdos tempranos se revisaban como una función de
las experiencias posteriores. Sin embargo, en algunos casos
esto era el resultado de nueva información y se percibía co
mo una «comprensión más profunda» o como una «compren
sión más verdadera» del propio pasado. Este último aspecto
es digno de destacar, pero no invalida la tesis de Hebb.
Con la misma inspiración, los psicólogos sociales experi
mentales tomaron biografías, alteraron las actitudes de sus
sujetos, y después descubrieron, como lo esperaban, que los
acontecimientos y las percepciones del pasado se reacomo-
daban para adaptarse al nuevo conjunto de actitudes (por
ejemplo, Ross et al., 1981). En otras palabras, podemos de
cir que aquí entran en juego influencias sociales identifica-
bles. De igual modo, experimentos de carácter más clínico
han puesto en descubierto «efectos del estado de ánimo»
(Clark y Teasdale, 1982; Cohén, Towbes y Flocco, 1988). Los
pacientes deprimidos recuerdan mucho mejor los eventos
negativos de su vida que los positivos; y viceversa. Otros
han comprobado una sobrerrepresentación de recuerdos
de la adolescencia y de los primeros años de la vida adulta
(Fitzgerald, 1988), y de recuerdos de experiencias impor
tantes o vividamente personales: se trata de los llamados
recuerdos «de flash» (Brown y Kulik, 1977).
Si examinamos vidas individuales con más atención,
descubrimos secuencias que son objetivamente mucho me
nos ordenadas y predecibles (véase Cohler, 1982, págs. 206-
41). Sin embargo, en algún momento de la vida los relatos
de los individuos son experimentados como internamente
coherentes. ¿Por qué esa preocupación por la coherencia?
Clínicamente, la coherencia con uno mismo ayuda a
mantener la estabilidad de la identidad, a ser la misma per
sona a lo largo del tiempo. Desde ese punto de vista, la psico-
patología sería un estado en el cual algunas de nuestras his
torias han sido dislocadas; y la terapia sería un ejercicio de
reparación de la historia personal (véase Howard, 1991).
Otros teóricos, como Paul Ricoeur (1984), plantean que to
dos luchamos, en la narrativa de nuestra vida, por recrear
las mismas características de las historias o los relatos épi
cos: un principio, un medio y un fin, entrelazados de manera
coherente.
Secuencias modales
Se trazaron gráficos para cada uno de los 16 subgrupos
del estudio (cuatro «grupos de experiencia», ambos sexos, y
nivel secundario inferior y superior). Esto tomó varias se
manas. Luego se construyeron sucesivas superposiciones
analíticas a través de los grupos, sexos y niveles, tomando
cuidado de respetar los datos en bruto cada vez que se agru
paban temas, aspectos y frecuencias. Culminamos este pro
ceso con 4 secuencias modales, que abarcan el 90% de los
133 protocolos utilizables, pero que representan un número
mucho menor de secuencias que las encontradas en cual
quiera de los gráficos.
Secuencia 1. La armonía recuperada
Este proceso es común a los grupos más jóvenes (entre 5
y 10 y entre 11 y 19 años de experiencia), y abarca el 17% de
esa población:
Comienzos penosos-----------------------------------------------»- Estabilización --------►Expe
Prácticamente en todos estos casos el tema y la secuencia ge
nerales son idénticos entre los informantes, y la mayoría de
los aspectos para cada tema son los mismos; es decir, refle
jan los que aparecen en la figura 9.1.
¿Todos los docentes deben tener comienzos penosos? No
necesariamente, pero la tercera parte de la muestra repre
sentó de ese modo su experiencia inicial, y definió a la pri
mera fase exclusivamente en esos términos. En otros luga
res del estudio, les pedimos a nuestros entrevistados que
revisaran sus años iniciales de docencia con mayor detalle.
Prácticamente la mitad de los informantes recitaron una
letanía conocida: sensación de ser superado por el trabajo,
un permanente método de ensayo y error, vacilación entre
el rigor y la permisividad excesivos, agotamiento, dificulta
des con la disciplina de los alumnos, miedo al juicio de los
otros profesores y de los funcionarios, intimidación por par
te de algunos alumnos. Además, estas descripciones surgie
ron después, y no antes, del programa formal de prepara
ción del maestro, descubrimiento que no se restringió a Sui
za, ni siquiera a los estudios europeos. Como sabemos, los
médicos internos hablan también de este modo, aun los que
se desempeñan bien en su residencia. Por lo tanto, tal vez
exista un umbral (bajo) para la cantidad de preparación que
es necesaria para afrontar la responsabilidad concreta del
aula. Y tal vez ese umbral exceda la preparación que noso
tros podemos brindar en los programas de formación docen
te previa al ingreso. Vale la pena señalar que las personas
que experimentaron las menores dificultades iniciales fue
ron, como era de prever, docentes que habían hecho nume
rosos reemplazos, pertenecían a familias grandes, habían
sido líderes de campamento; consejeros escolares o «turis
tas» —sobre todo hombres— que habían ingresado a la pro
fesión accidentalmente, sólo para echar un vistazo.
Debido a las limitaciones de espacio me limitaré a esbo
zadlas secuencias siguientes y ofreceré una breve explica
ción de cada una. El lector interesado en una descripción
más detallada puede consultar otras fuentes (Huberman,
1989a, 1993).
Secuencia 2. Reevaluación
Los maestros de este grupo pertenecen también al rango
de entre 5 y 10 y de entre 11 y 19 años de experiencia.
Comienzos penosos ----------- ► Estabilización ----------- ► Reevaluación
Comienzos fáciles ------------------------------------------------► Reevaluación
Permítaseme concentrarme ahora en un leitmotiv del te
ma de la reevaluación: el aburrimiento incipiente («¿acaso
tendré que morir con un pedazo de tiza en la mano?»), que
produce dudas acerca de la elección de la carrera («en rea
lidad yo no elegí; caí en la docencia. Y ahora es demasiado
tarde para retroceder»), después de 2 o 3 amargos años con
alumnos difíciles, un horario incómodo y colegas y funcio
narios competitivos.
Lo que resulta sorprendente respecto de este perfil pro
fesional es que, al menos superficialmente, es impredecible
a partir de la primera fase de la carrera. En la mayoría de
los aspectos, estos docentes se parecen a sus colegas, aun en
los acontecimientos de su vida privada. Tampoco pudimos,
en el transcurso de los análisis estadísticos más elaborados
del conjunto de datos, aislar los factores que discriminaban
entre estos maestros y, por así decir, los que pasan de un
período de «estabilización» a otro de «experimentación». Tal
vez la situación se repita.
4-6 Estabilización
31-40 Indiferencia:
«sereno» / «amargo»
Figura 9.2. Modelo de temas sucesivos del ciclo profesional del maestro.
es realizar un ordenamiento económico y sugerente de ese
material para lograr un modelo verosímil y quizás hasta
verificable.
Como la figura muestra, hay una sola dirección de ingre
so en la carrera: por la fase de «estabilización». Después,
hacia la mitad de la carrera se observan múltiples direccio
nes, que otra vez convergen en un solo camino al final de la
carrera. Según la trayectoria previa, esta fase final puede
ser serena o amarga. La trayectoria más armónica sería:
Experimentación------------►Serenidad -----------►Indiferencia (serena)
Y las trayectorias más problemáticas serían:
Reevaluación ► Indiferencia (amarga)
Reevaluación --------»- Conservadurismo --------► Indiferencia (amarga)
A continuación brindaré una breve explicación del mo
delo. Los términos «supervivencia» y «descubrimiento» evo
can en primer lugar, al iniciarse la carrera, el «choque con la
realidad» inherente a la asunción de la complejidad del au
la: la preocupación por sí mismo («¿estaré a la altura de este
desafío?»); el abismo entre los ideales profesionales y el coti
diano desgaste de la vida en el aula; la fragmentación de las
tareas; la oscilación entre la intimidad y el distanciamiento
con los alumnos; la aparente incongruencia de los materia
les educativos teniendo en cuenta la diversidad de las ca
racterísticas de los alumnos (véase Veenman, 1984). En la
otra columna de esta suerte de libro de balance, el tema del
«descubrimiento» traduce el entusiasmo inicial de tener los
propios alumnos, un aula, materiales y un programa anual,
así como el júbilo de sentirse un «colega» entre pares. Con
frecuencia, las dimensiones de la «supervivencia» y el «des
cubrimiento» coexisten; y el descubrimiento permite al do
cente novel tolerar la supervivencia. Pero hay también per
files unidimensionales, y perfiles en los que estos dos temas
están ausentes. Por ejemplo, los maestros que tienen escaso
compromiso inicial con la docencia («echaré un vistazo»)
suelen no percibir las dificultades iniciales como una cues
tión de «supervivencia», ni dan demasiada importancia a los
aspectos principales del «descubrimiento». Estas personas
adoptan una actitud más desligada, casi indiferente.
E s t a b il iz a c ió n . La fase siguiente se interseca con la biblio
grafía clásica sobre el ciclo de vida y su tratamiento del
«compromiso», la «estabilización» y la «asunción de las res
ponsabilidades adultas» (véase White, 1952). En la ense
ñanza, la estabilización corresponde a una decisión (un
compromiso semidefinitivo con esta profesión) y a un acto
administrativo (la titularidad). Ese compromiso no es un
asunto sencillo, porque descarta otras posibilidades (por
ejemplo una carrera en la investigación o en el periodismo;
una carrera artística). Esto fue especialmente duro para
muchos maestros del nivel secundario superior, que mantu
vieron abiertas otras opciones durante varios años. Algunos
hasta llegaron a decir, después de quince años en la pro
fesión, que desde que habían salido del college, hacía tan
tos años, no habían logrado decidir definitivamente qué
querían hacer con su vida.
El término «estabilización» significa también una afilia
ción a una comunidad ocupacional, el sentirse libre ya de la
supervisión directa, y un mayor dominio profesional de los
temas y técnicas. El docente que inicia este proceso se ha
construido ya un repertorio educativo rudimentario, que se
adapta a la mayoría de las situaciones que se encuentran en
los primeros tres o cuatro años de docencia; y además em
pieza ya a perfeccionar y modelar ese repertorio a fin de
adaptarlo a las propias preferencias y al propio estilo docen
te. En este punto se percibe también una sensación de alivio
por haber alcanzado esta etapa, de espontaneidad, de placer
y sentido del humor, y hasta un cierto toque de improvisa
ción, que se manifiesta en la capacidad de captar el momen
to, hablando desde un punto de vista docente.
En este punto, los informantes destacan uno o más de los
siguientes tres aspectos: primero, la gradual consolidación
de un repertorio docente invita a reforzar la propia influen
cia. Esto provoca un pequeño estallido de «experimenta
ción» con diferentes materiales, diferente agrupación de los
alumnos, secuenciamiento diferente. Luego, el deseo de te
ner más influencia sobre la clase lleva a tomar conciencia de
las barreras institucionales que restringen esa posibilidad;
y desde allí se suceden los intentos por modificar las fallas
más evidentes de la escuela o el distrito escolar al que esta
pertenece. Este nuevo «activismo» puede igualmente traer
nuevas responsabilidades (como coordinador, como dele
gado), lo que a su vez abre caminos a la «promoción» en la
carrera.
Y por último, habiendo estado bastante tiempo en la bre-
chS, estos docentes dicen que están preparados para acep
tar nuevos desafíos. El tema implícito en este punto es una
incipiente preocupación por el creciente cansancio en la pro
fesión, una enfermedad que los docentes ven aumentar en
tre sus pares de más edad.
B a l a n c e : l a s d u d a s p e r s o n a l e s . Aquí los síntomas van
desde
lo superficial hasta lo crítico, desde un deseo de reevaluar la
vida profesional hasta un molesto sentimiento de rutina y
una crisis existencial total entre permanecer en la profesión
o dejarla. En todos los casos, hay un momento en que se
hace un balance, y la persona toma conciencia de que las
otras carreras posibles tendrán que ser descartadas si no se
actúa rápidamente.
Lo fundamental aquí es que la gradual pérdida
S e r e n id a d .
de energía y entusiasmo puede ser compensada por un ma
yor sentimiento de confianza y autoaceptación. Citemos las
palabras de un informante:
«A mí no me preocupa tanto lo que puede salir mal o lo que
salió mal durante el día. Hasta me olvido de mi trabajo
cuando llego a casa. Y sobre todo, creo que no espero de mí
mismo más de lo que puedo dar; he dejado de flagelarme por
no ser perfecto. Lo que tengo para ofrecer es suficiente
mente bueno para mí y también para los alumnos».
Hay aquí un tema afín: los crecientes sentimientos de
«serenidad» van de la mano con un sentimiento de una ma
yor distancia respecto de los alumnos. Esto ha sido bien es
tudiado: la maestra joven avanza desde el papel de «herma
na mayor» hasta el rol de abuela, pasando por el rol mater
nal, mientras que sus alumnos permanecen jóvenes, año
tras año. En parte, son los alumnos quienes se distancian de
sus maestros, y no es sólo el maestro quien se desinteresa
gradualmente por establecer una relación íntima con ellos.
Por otra parte, a estos docentes les interesa cada vez menos
internarse en aventuras de campo, en actividades extra
curriculares y, en general, se involucran menos con la vida
personal de sus alumnos.
C o n s e r v a d u r is m o . Aquí nos encontramos de lleno con la
«concentración defensiva». Estos docentes se quejan mucho.
Acusan a las nuevas generaciones de alumnos (son menos
disciplinados, están menos motivados, son «decadentes»);
denuncian la imagen pública negativa de la educación, la ín
dole laxista u oportunista de los funcionarios docentes, la
falta de compromiso con la profesión que cunde entre los co
legas más jóvenes, etc. Desde luego, aquí nos encontramos
con la clásica investigación del ciclo vital que vincula edad
con dogmatismo, creciente prudencia, resistencia a las in
novaciones, nostalgia por el pasado y más preocupación por
conservar lo que uno tiene que por conseguir lo que uno
desea.
I n d if e r e n c ia . En general, toda la bibliografía sobre el ciclo
vital en la docencia señala una tendencia de creciente apar
tamiento e «internalización» hacia el final de la carrera pro
fesional. Se trata de un matiz bastante positivo. El docen
te se va desentendiendo gradualmente de su trabajo para
dedicarse a otros intereses; y se aleja de las preocupaciones
«instrumentales» para dedicarse más a reflexionar. No obs
tante, debemos señalar que en nuestra muestra y en el tra
bajo específico sobre el ciclo vital de los docentes se advier
ten también otras tendencias: reacciones ante las ambicio
nes frustradas, distanciamiento de las políticas y prácticas
que el docente desaprueba, la nostalgia de años más tran
quilos a medida que se aproxima el retiro.
Pero aun así, estas tendencias concuerdan en general
con la bibliografía sobre los ciclos vitales en la profesión.
Aquí se impone la tesis de Kuhlen (1964): una empinada
curva de expansión, tanto en la actividad como en la progre
sión de la carrera, y luego un retraimiento gradual y por lo
general fluido. Pero la índole de ese retraimiento es polémi
ca. La hipótesis básica es psicológica: es la hipótesis de una
gradual «internalización» a los cuarenta o cuarenta y cinco
años, sobre todo entre los hombres. Este cambio, que suele
asociarse con los conocidos cambios metabólicos, correspon
de al concepto de Jung de la «individuación», un desplaza
miento desde la actividad instrumental hacia la reflexión
introspectiva, desde el yo personal hacia el yo arquetípico.
Otras personas tienen marcos bastante similares para
este cambio gradual. Los estadios de Erikson de «generati-
vidad» e «integridad del ego», por ejemplo, concuerdan con
losóle Jung y con la fase última de «internalización» de San-
ford (1966). Por otra parte, los sociólogos han buscado tam
bién explicaciones en ciertos determinismos y, sobre todo,
en las presiones de rol social (Friedman, 1970; Riley, 1972)
para dar paso a la sangre joven. Y no faltan quienes han in
vertido los términos del debate. Por ejemplo, Maehr y Klei-
ber (1981) han sostenido que el éxito profesional significa
algo muy diferente para personas de cincuenta y cinco años
que para gente de veinticinco. A los cincuenta y cinco, uno
podría tener otros intereses, otros proyectos, que no esta
rían asociados con el progreso profesional en un sentido ma
terial, pero que serían igualmente activos. Leer más, tra
bajar con dos o tres colegas en vez de trabajar con veinte o
treinta, llevar adelante modestas experimentaciones en la
clase a lo largo de varios años y hasta dedicar más tiempo a
intereses personales, todas estas actividades no son necesa
riamente signos de un compromiso menor sino simplemente
de otro tipo de compromiso.
Y por último, este modelo, como todos los modelos, tiene
debilidades. Sea cual fuere su validez conceptual, este mo
delo es evidentemente normativo, descontextualizado y te
rriblemente alejado de las experiencias originales y encar
nadas de las que proviene y que ha reunido. Aun si este
agrupamiento se ha realizado con cuidado, y aun si el pro
ducto final se adapta bien a los conceptos dominantes en el
campo, es probable que el modelo sea demasiado reduccio
nista de las vidas profesionales de los docentes. Tomado ais
ladamente, el producto es demasiado incompleto en compa
ración con la densidad, expresividad y complejidad del ma
terial fuente. Simplemente, estamos demasiado lejos de los
detalles. Además, es como si dentro de cada fase hubiese un
reciclamiento a través de fases anteriores. Por ejemplo: pro
bablemente el período de «experimentación» tiene momen
tos de «descubrimiento» y luego de «estabilización». Por lo
tanto, la forma apropiada habría sido más bien de hélice
que de diagrama de flujo. Desde luego que así se habría lo
grado un modelo estadísticamente inverificable, pero es
probable que su validez última hubiera aumentado, aunque
más no fuese al devolverle algo de su vitalidad. Y por últi
mo, el modelo representa mal las dimensiones más sociales
y económicas que los teóricos críticos han aportado a la base
conceptual (p. ej., Clough, 1992).
Conclusión
Yo creo que trabajar con biografías actualiza agudamen
te el intrínseco dilema de hacer investigación en ciencias
sociales. El material fuente, el relato de la vida de las perso
nas, es tan múltiple pero al mismo tiempo tan singular que
tenemos la impresión de estar deteriorándolo desde el mo
mento mismo en que ponemos sobre ese material nuestras
manos descriptivas o analíticas. Tampoco resuelven en pro
blema —aunque traten de ser más delicados— los métodos
más indirectos o alusivos, como la hermenéutica y otras for
mas de la fenomenología social y psicológica. Estos métodos
suelen llegar a complicar más las cosas al dar por sentado
que su reexpresión o transposición deja intacto el material
fuente. De hecho, también ellos convierten a las narrativas
en algo cualitativamente diferente, al utilizar una nueva
semántica. No es sorprendente entonces que, para algunos
investigadores, las versiones más análogas y posiblemente
las mejores para estas narrativas sean las «reales», las ver
siones directamente literarias.
Sin embargo, esto no es simple. Como he tratado de mos
trar, algunos individuos relatan su biografía presentándose
como figuras tan acartonadas que sus relatos no sólo consti
tuyen mala literatura sino que también fomentan la mala
teoría: los relatos de estas personas empobrecen su material
fuente. Otras historias, en cambio, son tan delirantes que,
en ausencia del autor, nadie puede tener un verdadero ac
ceso a ellas (como el Benjy de Faulkner en El sonido y la
furia). Y por último, las historias pueden ser ficcionales,
deliberadamente redactadas para el caso, o producto de un
autoengaño, y nosotros no podemos determ inar qué son.
Así, al menos en la entrevista biográfica, parecería que
tenemos principalmente en mente a personas lo bastante
lúcidas o reflexivas para relatar algo de la complejidad de su
propia vida. Esto limita nuestro universo de indagación y,
por lo tanto, de generalización.
Por otra parte, es totalmente legítimo buscar sentidos
comunes a través de las vidas de los maestros. En primer
lugar, es evidente que tales expresiones e interpretaciones
existen, especialmente entre los maestros de cierta gene
ración, que tienen antecedentes similares y trabajan en
contextos parecidos. Basta con pasar unas pocas semanas
en escuelas y aulas para ver todo esto con claridad. También
es legítimo hacer concordar estos sentidos comunes con
otros que tratan de explicar cómo y por qué, en estas cir
cunstancias, las personas podrían pensar o sentir o com
portarse como nos narran que lo hacen o lo hicieron, en el
presente o en el pasado. Posiblemente sea esto lo que la in
vestigación del ciclo de vida y, en términos más generales,
de las ciencias sociales, trata de hacer.
Que los investigadores no hayamos trabajado tan sis
temáticamente hasta ahora no significa que no lo haremos
nunca. No obstante, sí significa que el progresivo proceso
que emprendemos de reexpresar, describir, interpretar y
abstraer al mismo tiempo que algunos de nosotros se inter
nan en terreno epistemológico no es por lo general un mé
todo adecuado para la tarea. ¿Cuál es entonces ese método?
Al parecer tenemos dos opciones. En primer lugar, pode
mos aplicar métodos de descripción y análisis por medio de
los cuales nuestras teorías lleguen a corresponderse más es
trechamente con los arquetipos o prototipos que subyacen
en las narrativas más ricas. Son estos elementos los que
constituyen la gran literatura, los estudios fundacionales
en antropología social y la mejor teoría social que tenemos.
En efecto, con frecuencia tendemos a olvidar que también
tenemos teorías clásicas a las que podemos acudir en las
instancias de análisis e interpretación: las teorías a las que
recurren invariablemente las sucesivas generaciones de in
vestigadores educativos cuando se sienten atascadas en el
camino, cuando atraviesan un momento clave en su carrera
o cuando perciben que se encuentran a punto de experimen
tar un importante giro conceptual.
Sostengo que podemos sentir estos arquetipos intuitiva
mente y que además podemos demostrarlos sistemática y
hasta científicamente. Los lingüistas contemporáneos, por
ejemplo, han hecho afirmaciones similares (véanse Lakoff,
1987; Roesch, 1975). Sin embargo, los análisis intuitivos se
han desvinculado de los racionales desde hace por lo menos
trescientos cincuenta años (utilizando como base a Descar
tes). Tan desvinculados, de hecho, que ni siquiera podemos
concebirlos juntos, y tendemos a considerar a los autores
que lo hacen como oportunistas, confusos o místicos. Sos
tengo que esa percepción es cultural: otras culturas, inclu
yendo a muchas que acostumbrábamos denominar «primi
tivas», no parecen tener en absoluto ese problema. Aunque
también refleja esta dicotomía, Geertz (1980) tiene un pun
to de vista semejante al nuestro cuando escribe que «las vi
das personales tienen causas y efectos parcialmente averi-
guables, pero el camino que lleva a descubrirlos pasa menos
por postularlos y medirlos que por examinar e inspeccionar
sus expresiones» (pág. 178).
La otra solución consiste en recoger el material integral
mente (sin intervenir) y dejarlo intacto (sin analizar). Hei-
degger se ha referido a esto como una manera de dejar que
las cosas sean. En realidad, esto se corresponde con las más
antiguas tradiciones dentro de la investigación cualitativa:
la tradición de la historia oral. El entrevistador pone en fun
cionamiento el grabador y formula una pregunta general y
orientadora, casi siempre acerca de la vida del informante
en relación con determinado período de la historia social; y
luego se aparta del camino. Después el entrevistador sólo
interviene cuando el informante divaga fuera del ámbito de
las preguntas globales; o cuando el entrevistador simple
mente no entiende nada de lo que le están relatando. Inven
tado y perfeccionado por la «Escuela de Chicago» de sociolo
gía, aproximadamente entre 1914 y 1930, el método se uti
lizó para compilar material fuente para historias sociales.
En realidad las entrevistas eran sólo un complemento para
otras fuentes de datos, como cartas familiares, archivos de
periódicos, registros escolares y otro material de archivo. El
trabajo de Studs Terkel, por ejemplo, es una versión algo pe
riodística del método. En investigación educativa, la meto
dología ha sido usada reiteradamente por los historiadores
sociales (Clifíord, 1983; Warren, 1989, 1990).
Los investigadores de la Escuela de Chicago no interve
nían en la entrevista de historia oral. Por el contrario, se
inclinaban por «triangular» este material con otros datos,
con el propósito de generar y perfeccionar una teoría social.
Pero no se buscaban arquetipos. Los historiadores sociales,
por otra parte, han sido más cautelosos al pasar de este tipo
de material fuente a las explicaciones; y al parecer quieren
más bien darle al lector una impresión real de, por ejemplo,
los diarios de maestros del siglo XIX o cartas escritas en ciu
dades de frontera.
Hay sin embargo por lo menos un ejemplo contemporá
neo de una entrevista biográfica en el campo de la enseñan
za en la que el investigador es prácticamente invisible. Se
trata del estudio de Riseborough (1988) del caso de una
maestra de escuela integrada [integración racial, en los Es
tados Unidos] quien, como yo sólo percibí poco a poco, había
tenido un colapso emocional. Desde luego hubo necesaria
mente cierta selección dentro de la transcripción total; el in
formante no empieza ni termina el relato. Pero a pesar de
ello la narrativa se sostiene, como una novela pero con un
innegable matiz de verdad. Y lo que es aún más importante,
Riseborough no hace comentario alguno, simplemente deja
al lector con la historia relatada. Aquí hay una sola voz.
Al mismo tiempo, el material se presta muy bien para un
análisis psicológico o sociológico de la profesión, y no sólo
dentro del contexto específico en el que se origina. El infor
mante encaja perfectamente, por ejemplo, en uno de los li
bretos básicos presentados antes. Su camino puede ser tra
zado claramente sobre el modelo del ciclo de vida (véase la
figura 9.2). Además, este informante es prácticamente un
caso de manual de lo que les puede suceder a los maestros
a lo largo del tiempo cuando se sienten desgastados por la
permanente tensión y el aburrimiento (algo muy parecido al
combate militar), y acosados por fuerzas sobre las que tie
nen escaso o ningún control. A este respecto, la figura de es
te maestro se adapta como un guante al perfil que aparece
ea numerosos estudios empíricos, incluyendo un subgrupo
de maestros suizos de nuestra muestra. Este retrato respal
da también una de las principales hipótesis del estudio sui
zo: que, independientemente de lo privada o protegida que
sea el aula, las fuentes últimas de satisfacción de la carrera
docente están fuera del control del maestro. Los maestroH
dependen mucho de los alumnos que les asignen y esa asig
nación constituye prácticamente una lotería que se juega
todos los años. Por lo tanto, un año una clase puede ser inol
vidable y al año siguiente la misma clase puede ser un in
fierno (véase Huberman, 1993).
Del mismo modo, el informante de Riseborough es un ca
so de manual de los aspectos más sociopáticos de la carrera
docente: alumnos inmanejables, curricula mortíferos, cole
gas indiferentes, funcionarios administrativos ruines, las
peores condiciones materiales imaginables. Es esta una
versión extrema de los principales resultados de la biblio
grafía. Pero al mismo tiempo este caso respalda la teoría,
porque describe las condiciones en que los maestros de este
nivel que trabajan en este tipo de escuela se derrumban o
prosperan. Por ello este caso brinda datos verosímiles y al
gunas líneas de orientación válidas para introducir modifi
caciones en la política y la práctica educativas.
Y por último, yo diría que el relato de este informante,
junto con las personas y lugares que describe, está lleno de
arquetipos: el maestro de mediana edad desgastado; los
adolescentes que se han hecho duros e insensibles por sus
historias de fracaso escolar y por los malos programas de
cultura general; los funcionarios administrativos incapa
ces; los colegas cínicos. Toda la situación podría tener un tí
tulo en letras mayúsculas, como si se tratase de un moderno
Pilgrim’sprogress. Todo esto parece sacado de los relatos de
Bunyan o Dickens o Balzac.
También es interesante señalar que uno se olvida de pre
guntar si este relato es verdadero, tan grande es su fuerza
expresiva. Pero una vez que nos formulamos la pregunta, el
trabajo de Riseborough parece satisfacer tanto los criterios
de una buena narración (por su coherencia, su verosimili
tud, su ritmo, su sentido de autenticidad, su fuerza) como
los de un buen trabajo de investigación en historia oral. En
efecto, más allá de sus cualidades de coherencia interna,
sabemos que estamos en presencia de un buen trabajo de
investigación porque tenemos estudios empíricos, concep
tos básicos y elementos teóricos para confirmar la solidez de
la narrativa y sus diversas configuraciones. Lo que no está
claro es si ese conocimiento es en última instancia una refle
xión desencarnada de lo que realmente nos atrae, es decir,
la primacía de lo expresivo. En este aspecto es importante el
trabajo de Eisner (1991). O si, para adoptar otra línea de in
vestigación, el encuentro de los temas arquetípicos o proto-
típicos en la biografía es un terreno de reunión de nuestras
experiencias básicas y los paradigmas que generamos para
explicar esas experiencias: paradigmas que posiblemente
las trasciendan de una manera significativa y verificable.
Agradecimiento
Agradezco a Margret Buchmann, Judith Warren Little y
John Watkins sus agudos comentarios. Esta versión mejoró
mucho gracias a ellos.
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Imágenes y memoria
En una disertación dirigida a la Asociación Sociológica
Británica, John Berger se refirió en 1978 a la relación entre
fotografía y memoria. Empezó hablando de un problema
que surgió en el desarrollo histórico de la fotografía, y afir
mó que desde su creación no se puede afirmar que haya
reemplazado a otros procesos (como el grabado o la pintura),
excepto, posiblemente, a la memoria humana. La fotografía
congela el instante. Pero aunque la mayor parte de la foto
grafía inicial era esencialmente documental, muy pronto se
la usó (al menos en los países industrializados) para publi
cidad y anuncios comerciales. Al analizar este desarrollo de
los usos de las fotografías desde la representación hasta la
propaganda, Berger (1978), habló de las conexiones entre
una fotografía y sus sentidos:
«Hay dos usos diferentes de la fotografía: el privado y el pú
blico. El privado, es decir, las fotografías que tenemos de
personas amadas, de nuestros amigos, de los compañeros
de colegio, etc. En el uso privado, una fotografía se lee en
un contexto que sigue formando un continuo con aquello de
lo que se la extrajo (. ..) las fotografías privadas son casi
siempre fotografías de algo que conocemos (...) El contexto
privado crea una continuidad semejante a la continuidad de
la que la fotografía fue originalmente tomada (. . .) Por el
contrario, las fotografías públicas son por lo general imáge
nes de lo desconocido o, en el mejor de los casos, de cosas que
sólo conocemos a través de otras fotografías. La fotografía
pública ha sido cercenada de la vida cuando se la tomó; y
permanece, como una imagen aislada, separada de nuestra
experiencia. La fotografía pública es como el recuerdo de un
desconocido, de una persona totalmente desconocida que ha
gritado “¡Mira!” ante el evento registrado».
La distinción establecida por Berger entre fotografías
privadas y públicas plantea la cuestión de si es posible ex
tender el uso del sentido personal al dominio público. ¿Pue
de registrarse la experiencia de modo de hacerla accesible a
otros? ¿Es posible aprender de la experiencia registrada de
otros?; y si así es, ¿qué podemos aprender y cómo?
Aunque estas cosas sean posibles (y la empresa debe de
estar llena de dificultades morales y técnicas), la analogía
señala un camino hacia adelante porque, al empezar a ha
cer de la investigación y la evaluación una empresa perso
nal y hasta privada, un servicio a la institución y a la per
sona y no a la comunidad de investigadores, sería posible
unificar los mundos de la investigación y la práctica. El as
pecto fundamental no es el tipo de información sino la es
tructura de los canales por los que viaja. La investigación
genera información y, por lo general, esa información se re
fiere a los menos poderosos, a los que tienen bajo status
dentro del sistema, y a los relativamente poderosos, a los de
elevado status. Cuando hablamos de vincular el mundo de
lo público con el de lo privado, es en el sentido de crear nue
vos canales de comunicación o revisar los existentes.
La calidad y lo cualitativo
Todo lo que hasta aquí hemos dicho se podría ver como
un simple reclamo de estudios más cualitativos o descrip
tivos; pero cuando observamos los informes de datos cua
litativos en los estudios de investigación y evaluación edu
cativas, advertimos que se trata de algo muy parecido a lo
que Berger llama fotografía «pública». Las declaraciones
están congeladas, separadas de su secuencia y pegadas al
texto. Esos estudios manipulan la memoria en vez de desen
cadenarla. El contexto que da sentido a la cita no surge en
principio de los datos, ni siquiera de la interacción del inves
tigador con el medio y el sujeto, sino casi íntegramente de la
cultura del investigador. Se provee un contexto, pero aliena
do del mundo del sujeto. El investigador, como el fotógrafo
público de Berger, es el desconocido que grita «¡Mira!».
Esto no significa negar el valor de la investigación cuali
tativa; es indudable que Whyte, Becker, Jackson, Willis y
muchos otros tienen importantes cosas para decir. Pero es,
sí, establecer pautas sumamente elevadas para tal investi
gación en términos de criterios que son elusivos y sutiles. La
distinción fundamental es que lo mejor de esta investiga
ción entra en el mundo de los sujetos y lo presenta con com
prensión y sensibilidad, incrementando la potencial compe
tencia del lector, quien entra en situaciones similares. Los
peligros surgen cuando el investigador se apoya en el habla
extractada y registrada de los comentaristas que interpre
tan el mundo de los sujetos desde un punto de vista externo.
Cuando tales datos son usados meramente para ilustrar as
pectos de la interpretación, empiezan a parecerse a la foto
grafía pública usada para hacer propaganda.
Debemos puntualizar una vez más que este no es un
terreno de absolutos. No estamos reclamando una ciencia
empírica, no interpretativa, sino simplemente señalando
un área donde se hacen juicios difíciles. Y esos juicios no
pueden ser enteramente especificados de antemano, sobre
todo en alguna forma de trabajo de campo. Inevitablemen
te, la distinción entre «conocedor» y «forastero» cambia a
medida que avanza la investigación. Labov, por ejemplo, co
menta que es probable que el entrevistador formule pregun
tas diferentes a medida que sabe más, a medida que se fa
miliariza con lo que va descubriendo:
«Una pregunta inicial, “¿Juega usted a la lotería?”, daría así
lugar a “¿Y alguna vez ganó un premio importante?”. Al ha
blar con cazadores de venados, una pregunta inicial como
“¿Adonde apunta usted?” daría lugar a “¿Vale la pena inten
tar un tiro al azar?”. A medida que la persona que primero
es ajena al asunto se va familiarizando con él, la calidad del
discurso y la participación del locutor se elevan poco a poco.
Un trabajador de campo que se mantenga fuera de su tema
y lo trate sólo como una excusa para suscitar lenguaje, ob
tendrá muy poco a pesar de sus esfuerzos. Se puede respon
der prácticamente cualquier pregunta sólo con la informa
ción contenida en ella. Cuando el interlocutor da algo más,
hay que considerarlo una dádiva arrancada de algún fondo
general de buena voluntad que es administrado por él y por
el trabajador de campo. Conocimiento profundo significa in
terés profundo y, como retribución por ese interés,-el interlo
cutor suele dar más de lo que nadie se sentiría con derecho a
esperap> (Labov, 1972, págs. 114-5).
Hemos arribado así a un dilema fundamental, en parte
social y en parte cultural, porque el investigador confunde
la gramática aceptada de la conducta social; pero al nego
ciar las situaciones que resultan de tales relaciones de in
vestigación, los dilemas morales suelen estar cerca de la su
perficie. Actuar al mismo tiempo como «desconocido» y como
«amigo» (según la expresión de Hortense Powdermaker
[1967]) es explotar las brechas en las reglas que rigen la
interacción, y así crear problemas para la investigación
(como lo expresó Dollard, «una persona de cada ji personas
puede no ser un amigo»), pero también plantear interro
gantes acerca de la investigación misma. Como los fotógra
fos públicos de Berger, los investigadores que emprenden
un estudio cualitativo o descriptivo se encuentran en una
precaria situación; porque están siempre en peligro de usar
a los^tros para construir el mundo según su propia imagen
y, en no pocos casos, en una forma adecuada para el con
sumo público.
Volviendo directamente a la analogía con la fotografía, es
evidente que allí surgen similares cuestiones de explota
ción, sobre todo en la investigación social, y que su aparición
no es un fenómeno reciente. Humphrey Spender (1977), por
ejemplo, sostuvo seriamente la idea del «ingreso en el mun
do del sujeto» y tenía plena conciencia del dilema del conoce
dor / forastero y de las cuestiones éticas que plantea:
«Creo que se darán cuenta ustedes de que Tom [Harrison]
ha hecho un revelador comentario acerca de la posibilidad
de entrar en los hogares de la gente; y desde luego, la prin
cipal dificultad estribaba siempre en que una vez que uno
había entrado en la casa de una persona, ya no estaba to
mando una fotografía anónima, de modo que necesariamen
te todo el proceso era largo y habría tomado mucho tiempo:
uno tendría que llegar a ser como de la familia (...) y tam
bién se tenía la sensación de que las personas pobres, sin
trabajo o en mala situación temporaria, simplemente no
querían exponer sus problemas. Así, la fotografía hubiera
sido una explotación. Yo sentía todo esto agudamente».
Los logros de Spender para acceder a las costumbres del
mundo de sus sujetos están bien ejemplificados en sus foto
grafías de Wigan y Bolton [ciudades inglesas] en los años de
entreguerras. A menudo se aprecian también las reacciones
de sus sujetos, como en la foto, tomada en una taberna de
Bolton, en la que el «sujeto» levanta las manos para cubrir
el ojo invasor de la cámara. La respuesta de Spender era ca
si siempre recíproca, porque muchas veces por un senti
miento de responsabilidad hacia los sujetos se negó a usar
instantáneas «sensacionalistas» que había tomado por en
cargo de algún periódico.
En general tendemos a pensar que los fotógrafos, debido
quizás a la índole de su medio, son bastante sensibles al
modo en que el sujeto los ve y al significado vital que atribu
ye al hecho de sacarse una fotografía. Los investigadores,
por otro lado, no son demasiado buenos para documentar
esta reflexividad. Tal vez esto se deba en parte a que las téc
nicas de investigación hacen que sea más fácil ocultar la
cuestión moral detrás del velo del anonimato. La fotografía
de Spender es simplemente un ejemplo tomado de una larga
tradición estilística en fotografía, pero es difícil aislar ejem
plos comparables en nuestras tradiciones de reportaje y
análisis social. Hay excepciones; entre otras, el Apéndice de
Paul Willis (1977) a Learning to labor; y el estudio de Peter
Fensham y Lawrence Ingvarson (1977) de dos observadores
de aula muy diferentes entre sí. Como investigadores tende
mos a concentrarnos en la descripción de nuestros propios
motivos y experiencias, y a ver las acciones de las otras per
sonas en función de problemas generalizados, como «acce
so», «rapport» o «publicación». Consúltese cualquier texto
sobre métodos de trabajo de campo y se verá que estos tér
minos abundan; pero, a partir de Whyte, es raro encontrar
estudios en los que los sujetos de la investigación surjan de
los informes como personas con su propia y fuerte visión de
lo que es la investigación. La reacción usual que tenemos
ante los relatos descriptivos es que el escritor es retratado
como un héroe. Las situaciones aparecen descriptas de mo
do tal que presentan al investigador como la persona más
perspicaz e inteligente de todas y como la única no vulnera
ble a la falsa conciencia.
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12. Historias de la enseñanza como
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Cuando la experiencia se convierte en texto
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13. La racionalidad narrativa en la
investigación educativa
Nancy Zeller
La retórica de la investigación
La codificación de la retórica de investigación tradicional
o «positivista», según Bazerman (1987), se encuentra en el
APA Publication Manual [Manual de Publicación de APA]
que se ha convertido en el manual de estilo para gran parte
de las ciencias sociales y también para la investigación en
educación. Las convenciones APA para la redacción están
destinadas a crear la apariencia de objetividad (ausencia de
parcialidad o sesgo) de modo que la retórica de los informes
o artículos de investigación sea consistentes con la metodo
logía objetiva en la que se basan. Según Bazerman (1984)
estas convenciones incluyen «1) el uso del punto de vista en
tercera persona, es decir, del punto de vista objetivo; 2) el
énfasis en la precisión, tomando la ciencia matemática co
mo modelo; 3) la evitación de metáforas y otros usos expre
sivos del lenguaje, y 4) la práctica de apoyar toda afirmación
en una prueba experimental y empírica tomada de la na
turaleza» (págs. 1-2).
Al parecer existe una notable diferencia entre la investi
gación positivista y la no positivista, en sus respectivos esti
los de redacción de informes. Los no positivistas suelen ele
gir el informe de caso en vez de decidirse por el artículo cien
tífico dividido en cuatro partes, aprobado por el APA. Para
dójicamente, si bien muchos investigadores en las ciencias
humanas han rechazado una concepción positivista de la
objetividad en la metodología de la investigación, no han re
chazado su influencia sobre su estilo de redacción.
Stake indica que para los estudios de caso es más apro
piado un «estilo de redacción informal, quizá narrativo y
posiblemente con citas textuales, ilustraciones y hasta alu
siones y metáforas» que un estilo de informe técnico (págs.
6-7). Muchos otros investigadores (por ejemplo, Agar, 1990;
Anderson, 1987; Atkinson, 1990; Hammersley y Atkinson,
1983; Krieger, 1984; Mulkay, 1985; Van Maanen, 1988; y
Zeller, 1987, 1990, 1991, 1993) han señalado que las perso
nas que redactan informes de caso tienen en cuenta ciertos
modelos, como la nueva etnografía, el nuevo periodismo, la
no ficción creativa y hasta la ficción. Pero en lugar de estar
abierto*a una amplia gama de posibilidades retóricas, el in
vestigador en ciencias sociales, en cuanto escritor, se mues
tra casi siempre cohibido.
Según Lincoln y Guba (1985), el método del informe de
caso tiene muchas ventajas para los investigadores natura
listas (y quizá también para otros investigadores cualitati
vos). En primer lugar, sostienen estos autores, los redacto
res de informes de caso pueden adaptarse fácilmente a las
múltiples realidades con que se encuentran en cualquier es
tudio. Los investigadores naturalistas, que ven la objetivi
dad como un objetivo imposible, se benefician doblemente si
construyen sus informes como narrativas de caso: pueden
describir claramente su propia interacción con el sitio y los
resultantes sesgos. Otra ventaja se refiere al tema de la cau
salidad: los naturalistas no aceptan la idea de la causalidad
lineal, y entonces pueden utilizar el informe de caso para
describir o demostrar toda la gama de las influencias mu
tuas que se encuentran presentes en su caso. Y por último,
siempre según Lincoln y Guba, los partidarios del informe
de caso se benefician porque pueden describir fácilmente
en la narrativa de caso «las posiciones de valor del investi
gador, la teoría fundamental, el paradigma metodológico y
los valores contextúales locales» (pág. 42).
Conclusión
Muchos son los investigadores que reclaman una retóri
ca exigente, innovadora y expresiva en la investigación en
educación y en ciencias humanas. Atkinson (1990) señala
que «con demasiada frecuencia el texto etnográfico parece
tratar a su propio lenguaje como si fuese un medio trans
parente». Tan descuidada simplificación del proceso de co
municación presenta un claro peligro para los etnógrafos,
cuyos textos, según la opinión de Atkinson, deben ser más
autoconscientes (pág. 178).
He intentado en este capítulo mostrar que las estrate
gias narrativas, especialmente las que hoy utilizan los nue
vos periodistas, pueden servir como modelo para la redac
ción de los informes de caso. La narrativa tiene el atractivo
del interés y la identificación y además ofrece permanente
mente la posibilidad de ampliar el acceso a la investigación
educativa, y quizá también su influencia.
Los que consideran que las estrategias de escritura ex
presiva son decorosas deben recordar que, según Jacques
Barzun (1971), un escritor «posee medios y maneja fuerzas
que el espectador da por sentadas»; cuando un escritor ha
bla de su oficio, quiere decir «bien literalmente, que tiene
oficio» (pág. 65). Y los científicos sociales también necesitan
«tener oficio» en el sentido en que Barzun usa esta expre
sión. Usando la fotografía como una metáfora de la escritu
ra, el antropólogo Renato Rosaldo (1987) argumenta que tal
artimaña es una parte inevitable y hasta natural de todo ac
to creativo:
«Es como si uno se imaginara que las fotografías mostraran
la verdad real y desnuda y no se diera cuenta de cómo fue
ron construidas. Después de todo, las imágenes de la foto
grafía fueron enmarcadas, tomadas desde determinados
ángulos, captadas a cierta distancia, presentadas con dife
rentes profundidades de campo» (pág. 3).
Del mismo modo, es intencionalmente como la narrativa
de caso se convierte en algo diferente de un simple registro
de experiencias; se convierte en un producto del estudio del
caso. Y a través de la destreza artística con que produce su
narrativa de caso, el científico social se convierte en algo
más que un narrador objetivo de experiencias: se convierte
en un filtro narrativo a través del cual se modela la expe
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