Sociedad Civil PDF
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El tema de “la sociedad civil” en Venezuela cobra, cada día, mayor repercu-
sión en los medios de comunicación y en el debate político, a tal punto que el término
es de uso permanente en el espacio mediático venezolano. La participación política
de actores de la sociedad civil, y su intervención en lo público, se hace desde lo
mediático, pasando a ser los medios y estrategias de comunicación un espacio desde
donde se construye la acción política, y no solamente un recurso para fortalecerla.
Este fenómeno coloca en debate aspectos como representación y ciudadanía, asimis-
mo interpela sobre la construcción del espacio público y el papel del Estado.
Reconfiguración de lo público
Es muy amplia la producción académica en la que se ha abordado el papel de
los medios de comunicación como canales para la realización de la acción política en
las sociedades actuales, y esto no es casual; “la lucha por lograr ser escuchado o visto
no es un asunto periférico propio de los vaivenes sociales y políticos de las socieda-
des complejas; al contrario, se trata de un aspecto central en ellas” (Peterson y Thörn,
1999: 12). Hoy, la pantalla de televisión y la página del diario son, esencialmente, la
plaza o espacio público donde los políticos hacen política, y por tanto los medios, que
median entre la experiencia social y la sociedad, vienen a ser ámbitos desde donde se
construye la legitimidad de los actores sociopolíticos y desde donde se articulan los
debates sobre lo público.
Sin embargo, debe resaltarse el papel que muchas de estas agrupaciones de la
sociedad civil han jugado y siguen jugando en la recuperación de lo público, que
hasta inicios de la década de los años noventa en Venezuela, y en otros países de
América Latina, parecía identificarse exclusivamente con el Estado o lo estatal. “Hoy
Cañizález, Andrés (2004) “Sociedad civil, medios y política en Venezuela: una mirada a su
interacción”. En Daniel Mato (coord.), Políticas de ciudadanía y sociedad civil en tiempos de
globalización. Caracas: FACES, Universidad Central de Venezuela, pp. 151-166.
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concebimos al Estado como lugar de articulación de los gobiernos con las iniciativas
empresariales y con las de otros sectores de la sociedad civil” (García Canclini, 2000:
55) y esto ha sido, en parte resultado de las políticas de ajuste que implicaron un
reordenamiento de las funciones del Estado, pero también —y no debe
menospreciarse— de las presiones que desde distintos sectores sociales organizados
se han hecho y se siguen haciendo para lograr influir en las políticas estatales que
regulan al conjunto de la sociedad, en aras de lo que apunta García Canclini de repen-
sar al Estado en una concepción de agente de interés público.
Esto pasa necesariamente por la participación, “es la participación política, el
ejercicio político de los ciudadanos, en sus más diversas formas lo que funda y confi-
gura lo público” (Sánchez-Parga, 1995: 14). Justamente, a los fines de este trabajo,
nos centramos en algunas organizaciones de la sociedad civil, que si bien creadas por
una iniciativa privada en realidad se constituyen en un canal de participación, para
ese grupo de interés, en aras de incidir en la vida social, y por tanto son expresiones
políticas. “El riesgo de evacuar lo público de la sociedad civil no es tanto su
despolitización, sino una repolitización que clandestinice la política” (Sánchez Parga,
1995: 20). Para insistir en esta línea, se entrevistó a actores de agrupaciones de la
sociedad civil venezolana que construyen discursos sobre “problemas concernientes
a cuestiones de interés general en el marco de espacios públicos” (Daza, 1998: 57).
La actuación de algunos activistas del campo de derechos humanos en Venezuela va
en esa dirección, por un lado, el intento de una reapropiación de la política en una
dinámica de acción de la sociedad civil, en el marco de un sistema democrático. Esto
lo recogió a inicios de la presente década Juan Navarrete, quien fuera coordinador de
la Red de Apoyo por la Justicia y la Paz, una de las organizaciones venezolanas con
mayor trayectoria en la defensa de derechos civiles y políticos, en un espacio de en-
cuentro de participantes de organizaciones no gubernamentales dedicadas al campo
de los derechos humanos:
La aparición de una esfera pública no estatal, una respuesta a la crisis del Estado, la cual
puede ser entendida a partir de estas dos restricciones: la económica, que exige la eficiencia
de los servicios sociales que el Estado presta o financia; y la política, que requiere
decisiones tomadas en el ámbito democrático (Navarrete, 2001: 7).
En algunos estudios, (Paris, 1990: 102) se resalta el poder y la influencia de la
construcción discursiva de estas agrupaciones o movimientos, llamados también sim-
bólicos, tanto en las decisiones oficiales como en la constitución de la cultura política
nacional. Un ejemplo citado fue el papel jugado por grupos defensores de los dere-
chos humanos (en general agrupaciones con números limitados de activistas e inte-
grantes) para que se visualizaran —se hicieran de conocimiento notorio—, especial-
mente internacional, las aterradoras experiencias (torturas, desapariciones, ejecucio-
nes) vividas bajo las dictaduras en varios países de Sudamérica en la década de los
años setenta y ochenta del siglo XX. Este accionar coincide con una visión amplia
que no circunscribe territorialmente la noción, “ya que en público se constituye todo
espacio, tiempo y prácticas sociales donde lo político y la política están en juego”
(Sánchez Parga, 1995: 21). Lo público, resumidamente, se articula entre el interés
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1. Ha sido larga la polémica en Venezuela en torno a los sucesos de abril de 2002. Si bien el hecho más
importante en aquel contexto fue el golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez, de forma
intencional hacemos referencia a “la crisis institucional” que vivió el país en aquellos días, y en los
cuales no sucedió exclusivamente la defenestración del jefe de Estado. En el marco de esa situación,
el papel jugado por los medios, con una abierta parcialidad a favor de la oposición y sin cuestionar
la acción que rompía el hilo constitucional, unido a un prolongado silencio informativo cuando se
gestaba el regreso de Chávez al poder, han servido para un cuestionamiento ciudadano acerca del
papel de lo mediático y su papel en el sistema democrático.
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Por su parte, Jorge Reyes, director ejecutivo de Sinergia, una red que agrupa a
organizaciones de la sociedad civil en Venezuela, ve estrechamente asociados los
fines de su agrupación con el mundo de la comunicación:
Hemos identificado que la información es el alimento primero para la participación, a
un ciudadano que no está informado se le dificulta la tarea de la participación al
contrario de cuando dispones de medios, mecanismos y fuentes de información [...] en
tal sentido la comunicación es una herramienta fundamental pero históricamente ha
pasado en el mundo de las organizaciones, y me estoy refiriendo al mundo de las
organizaciones de desarrollo social, por situaciones de precariedad presupuestaria,
independientemente de que tengan conciencia de la importancia de la comunicación
no siempre están en la posibilidad de disponer de algún recurso [...] y normalmente
como hemos funcionado es que hacemos uso de los medios de manera muy empírica,
en momentos puntuales.
Para la profesora de la Universidad Simón Bolívar, María Pilar García, quien
se ha especializado en el estudio de la sociedad civil y los movimientos sociales en
Venezuela, la relación es estrecha entre las acciones de las agrupaciones, los fines que
persiguen y el rol que en este proceso juegan los medios masivos de comunicación:
Los medios son el vehículo fundamental para que los temas de las organizaciones
sociales trasciendan a la opinión pública política, los convierte en un hecho político
[...] Si yo hago una tremenda manifestación, pero alejada del público y los medios
simplemente no la muestran, pues hubo una manifestación, hubo una protesta, pero no
se ha politizado, no se ha convertido en un hecho político.
En este proceso, como nos recuerda Norberto Bobbio, están estrechamente
ligados actores sociales y medios:
En la esfera de la sociedad civil también se ubica normalmente el fenómeno de la
opinión pública, entendida como la expresión pública de consenso y disenso con res-
pecto a las instituciones, trasmitida mediante la prensa, la radio, la televisión. Por lo
demás, opinión pública y movimientos sociales caminan de la mano y se condicionan
mutuamente. Sin opinión pública, lo que más concretamente significa sin canales de
transmisión de la opinión pública, que se vuelve pública precisamente porque es tras-
mitida al público, la esfera de la sociedad civil está destinada a perder su función y
finalmente a desaparecer (Bobbio, 1994: 45).
Si bien no será motivo de este trabajo profundizar en las definiciones de socie-
dad civil, nos parece apropiado hacer algunas puntualizaciones. En los últimos años,
y especialmente desde la llegada al poder del presidente Hugo Chávez, que dio pie a
una serie de transformaciones políticas e institucionales en el país, se viene colocan-
do en Venezuela, en un primer plano, el término sociedad civil. No son excepciones
los casos en que voceros de algunas organizaciones figuran en grandes titulares de
prensa como los representantes de “la” sociedad civil, cuando en solamente hablan en
nombre de su organización o red de agrupaciones, con lo cual en realidad representan
una parte de la sociedad civil venezolana, y en ningún caso la totalidad de la misma.
La definición a la que se ha apelado en los últimos años al referirse a la socie-
dad civil es siempre en negativo, pues se le ubica como lo “no-Estado”. Para Norberto
Bobbio la sociedad civil es el espacio donde “se desarrollan los conflictos sociales
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4. Si bien este texto de Edgardo Lander data de 1992 y el autor ha producido otra literatura sobre el
tema, éste en particular nos pareció apropiado pues se centra en el contexto venezolano y ya a
inicios de la década pasada avizoraba algunos elementos, por ejemplo sobre el carácter elitista del
término sociedad civil, que ahora son de evidente y cotidiana presencia en el panorama político
actual de nuestro país.
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de los planes sociales, aparejado a un sistemático descrédito del Estado y de los par-
tidos políticos tradicionales, formó parte de una lógica que pretendía legitimar los
programas de ajuste de corte neoliberal. Como se apuntaba, hace más de una década,
“en un amplio espectro de las organizaciones de la sociedad civil venezolana se ha
venido asumiendo acríticamente el discurso anti-Estado y anti-político y anti-ideoló-
gico de la ideología neoliberal-tecnocrática” (Lander, 1992: 140). Yúdice es más cla-
ro al señalar que “la organización de la sociedad civil no es necesariamente una acti-
vidad progresista. En gran medida, ha sido asistida, cuando no impuesta (al menos
indirectamente), por el neoliberalismo” (1997: 29).
Como hemos sostenido, Venezuela se inscribía en una dinámica que se estaba
generando en los centros del poder financiero y que arropaba a un número importante
de naciones. Por un lado el descrédito de lo que llevara el ropaje de estatal o político
y por el otro la exaltación de la sociedad civil y de otros actores no identificados con
el Estado y la vieja política. “La relación entre las organizaciones sociales de base y
el régimen Estado-partidos, no es un juego suma cero, en el cual el debilitamiento del
Estado y de los partidos signifique automáticamente el fortalecimiento de la organi-
zación ciudadana” (Lander, 1992: 140). La experiencia en Venezuela de la última
década tal vez sea el mejor ejemplo que lo que se advertía al iniciarse la década
pasada. No se trata de excusar los errores de la dirigencia partidista, pues debe
puntualizarse que en el caso venezolano “las élites políticas nacionales redujeron la
política a la actividad partidista” (Alvarez, 1995: 91), con lo cual vaciaron de posibi-
lidades de participación democrática al sistema político.
En el país, se registran movimientos sociales de base desde los años sesenta,
los cuales “fueron particularmente activos durante las década de los ochenta”, sin
embargo el surgimiento de “las redes sociales de los años noventa parecen represen-
tar nuevas formas de organización social y pudieran significar una continuidad o una
ruptura en la identidad y en las estrategias de los movimientos vecinales, populares,
cooperativos y ambientalistas” (García y Silva, 1999: 11). Las autoras apuntan la
consolidación en la década pasada de “redes organizacionales liberales”, al tiempo,
que como hemos señalado antes, diversas organizaciones de la sociedad civil hicie-
ron suyo el discurso anti-Estado con lo cual terminaron contribuyendo a justificar el
modelo neoliberal. Paralelamente, en la experiencia venezolana, el paso de una déca-
da a otra, parece estar marcado por el desencanto de la población hacia el sistema
político bipartidista, si nos guiamos por las estadísticas electorales.
En 1988 los dos partidos tradicionales, Acción Democrática (AD) y el
socialcristiano COPEI, contaron con 92 % de los votos, y cinco años después (y tras
el serio resquebrajamiento político que significó la poblada conocida como el Caracazo
de 1989 y los dos intentos de rebelión militar de 1992) ese respaldo se había reducido
al 45 % (Ramos Jiménez, 1999: 36), en tanto que la abstención —pese a la obligato-
riedad del voto— se elevó de 18 a 39 % en el mismo lapso. Aunque la “democracia de
partidos” no pareció asimilar este duro golpe electoral y de credibilidad, evidente-
mente estaba escrito su epílogo. En diciembre de 1998 triunfó Hugo Chávez con un
claro discurso del “cambio revolucionario” y en contra de las “cúpulas partidistas”
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las movilizaciones de oposición en agosto de 2002 (Bisbal, 2002: 76). Este cambio,
obedece no sólo a una estrategia de mayor presencia pública de los propios actores en
la coyuntura política, sino también:
Al papel de los medios en el desarrollo de agendas, la provisión de horizontes de
interpretación de los acontecimientos sociales, así como en la creación y fortalecimiento
de estereotipos e imágenes establecidas conjuntamente por diferentes instituciones de la
sociedad (Rey, 1999: 100).
En Venezuela, en los últimos años hemos asistido a una reapropiación de lo
político, por sectores bastante diversos, socialmente. Esto ha constituido un cambio
de primer orden, pues coincidimos con diversos autores en que el sistema hegemónico
de partidos aún vigente hasta 1998, impidió la consolidación de un tejido social orga-
nizado. Un ejemplo claro de esta distorsión se vivió en el mundo obrero, porque “a
diferencia de otros movimientos sindicales en el continente, los sindicatos en Vene-
zuela fueron creados por los partidos políticos, fueron instrumento de los partidos
que orientaban y fijaban su ‘línea’ de acción” (Díaz, 2000: 157). La partidización
excesiva y asfixiante terminó cerrando canales legítimos de participación social y
reforzó una apatía participativa que se evidenció durante largos años. Hoy se vive un
proceso que parece ir en sentido contrario, pero todavía estamos lejos de poder des-
granar totalmente los nuevos y complejos elementos socio-políticos presentes, entre
ellos contamos a las organizaciones de la sociedad civil y la dimensión mediática de
su actuación para intervenir en lo público.
“La construcción de lo público se relaciona, en primer lugar, con la comunica-
ción” y ésta “se ha convertido en una dimensión estratégica para pensar la sociedad”
(Pereira, 2001: 6). El resaltar este carácter preponderante de lo comunicacional es
una intencionalidad que ha atravesado las páginas de este artículo, pues constituye
hoy día uno de los principales ámbitos desde donde debe verse y reflexionarse sobre
ciudadanía —en una de cuyas vertientes la noción de sociedad civil ocupa grandes
espacios en nuestras sociedades—. Todo ello constituye un reto, en momentos en que
las viejas representaciones socio-políticas están en entredicho y enfrentamos escena-
rios diferentes para la actuación política:
El análisis de los dispositivos de representación mediática de las prácticas políticas y
ciudadanas y de los sujetos que las encarnan resulta una tarea insoslayable si tratamos
de comprender de qué modo ellas se inscriben productivamente en la definición de
dichos sujetos, en sus modos de constituirse y actuar como tales (Mata, 2002: 68).
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