Una Fe Victoriosa

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Una Fe Victoriosa

Base Bíblica: 1 Juan 5:1-5

Una de las marcas de un verdadero hijo de Dios es que tiene una fe


genuina en el Señor Jesucristo que significa que esa persona ha nacido de
nuevo, ha sido engendrada de Dios y por ende es capaz de amar a Dios,
amar a los hermanos, obedecer la Palabra de Dios y vencer a este mundo
pecador. La vida de un creyente es una vida de amor, santidad, comunión
y victoria sobre este mundo, sobre el pecado, sobre la maldad, sobre las
ataduras del engaño, sobre todas las cosas que este mundo degenerado y
pecador ofrece. Para ello, leamos por favor 1 Juan, capítulo 5, versos 1 al
5:
“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel
que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios,
y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que
guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.
Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria
que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo,
sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?“

Una fe vencedora es una fe que ama (v. 1)


“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo
aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado
por él

Una de las características mas importantes de la fe cristiana es que es


sobrenatural: no solo es una creencia humana intelectual que alguna
persona puede tener en un momento, sino que Juan declara algo
maravilloso: Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, esto es, todo
aquel que realmente es un cristiano, es nacido, engendrado de Dios. Esto
es revelador, porque el apóstol Juan nos está enseñando el origen de la fe
que todos los creyentes tienen. Esa fe no viene de la intelectualidad, esa fe
no viene como herencia de los padres, no se aprende en un salón de
clases, no la puedes recibir de nadie, esa fe viene directamente de Dios.
Cuando el Señor Jesús preguntó por su identidad a sus discípulos, Pedro
confesó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le
respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te
lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo
16:16-17). Nuestro Dios es el dador de la fe, el autor y consumador de la
fe que hemos recibido para creer en el nombre del Señor Jesucristo y ser
salvos. Para el ser humano le es imposible entender y comprender por sí
mismo los asuntos espirituales, porque está muerto en sus delitos y
pecados y no puede ser salvo. Pero gracias a Dios que nos ha dado a su
Único Hijo como provisión para la salvación y nos da la fe que viene por
el oír la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Por lo tanto, el creyente tiene
un origen sobrenatural, es engendrado de Dios, como nos lo dice el
mismo Juan en el primer capítulo de su evangelio: “Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de
carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). Pedro
también manifiesta esto con respecto a la fe de los creyentes: “Habiendo
purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el
Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros
entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente
corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y
permanece para siempre” (1 Pedro 1:22-23).

Además de esto, Juan dice: “y todo aquel que ama al que engendró, ama
también al que ha sido engendrado por él“. Esa fe sobrenatural,
maravillosa, ese regalo hermoso que hemos recibido de parte de Dios
tiene 2 implicancias poderosas: amamos a Dios y amamos al que ha sido
engendrado por El, esto es a Cristo mismo y a los hermanos en la fe. Si he
nacido de nuevo y soy un creyente amo a Dios y amo a los hermanos,
amo la iglesia del Señor, amo congregar, amo servir, amo cantar a mi
Dios, amo su bendita Palabra, amo pasar tiempo con los hermanos, amo
predicar el evangelio, amo las cosas que Dios ama y empiezo cada vez
más a aborrecer lo que Dios aborrece. Una vida victoriosa es una vida
donde dejamos de hacer las cosas del mundo, el pecado y sus terribles
consecuencias y empezamos a hacer de corazón la voluntad de Dios.
Ahora, dado que la fe es sobrenatural y dada por Dios las evidencias de
esa fe deben manifestarse en la vida de todo creyente. Esto quiere decir
que para el creyente que está en plena comunión con el Señor esto no
debe ser un esfuerzo o una carga, sino todo lo contrario, es algo que fluye
de manera natural. Si pecamos o no tenemos comunión con Dios, si
andamos en desobediencia, entonces el corazón se endurece, la mente se
cierra y se vuelve necia, el servicio se vuelve una carga, los problemas nos
agobian y nos volvemos egoístas, centrados en nosotros mismos, no
queremos saber más de nadie ni queremos que nadie sepa de nosotros.
Nos aislamos y pensamos que así estaremos bien, pero eso no es lo
correcto. Dios nos llama a amarle y amar a los hermanos. Vivir en amor,
en libertad, en fe, en servicio, en esfuerzo, en gozo es lo que Dios quiere
de sus hijos. No hay paz más grande que poner tu cabeza en la almohada
y saber que no tienes asuntos pendientes con Dios, ya te has arrepentido
y has confesado todo pecado ante El; y que tampoco tienes asuntos
pendientes con ningún hermano.

En paz con Dios y con los hombres

Una fe vencedora es una fe que obedece (v. 2-3)


“En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a
Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que
guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”

Otra de las características de una fe vencedora es que no es algo místico,


nebuloso, mágico. Es una fe aunque sobrenatural, muy racional, es
entendible, se puede examinar. Es decir, como creyentes nos podemos
evaluar para saber si estamos andando en la senda correcta y esa fe que
hemos recibido de Dios la estamos guardando con integridad. ¿Cómo
sabemos que estamos amando a Dios? ¿Por nuestras palabras? ¿Por cómo
cantamos? ¿Por cuantos versos bíblicos o doctrinas nos sabemos de
memoria? ¿Por cuánto tiempo pasamos sirviendo? Mucho cuidado de
pensar que estas cosas indican que amamos más a Dios. Servir hasta el
agotamiento no sirve de nada y a veces puede ser pura religiosidad.
Sabemos que amamos a Dios en que amamos a los hermanos. Amor hacia
nuestro prójimo, dejar el egoísmo, la individualidad, la codicia y estas
cosas, esto es la mejor evidencia de que amamos a Dios a quien no vemos,
cuando amamos a los hombres a quienes si podemos ver. La segunda
cosa que evidencia que tenemos una fe victoriosa es que obedecemos los
mandamientos de Dios. Dos columnas en la vida cristiana: amor a los
hermanos y obediencia a Dios.

Porque este es el amor a Dios, dice Juan, no en que lo digamos porque


hay muchos que se llenan la boca hablando y prometiendo y jactándose
de cosas que ni saben ni entienden. Muchos hay que dicen muchas cosas.
Hermanos, el papel aguanta todo, el teclado también; pero la verdadera
medida de nuestro amor a Dios no es un sentimiento de deuda hacia Él,
sino un sentimiento de gratitud hacia Dios, expresada en la obediencia a
los mandamientos de Dios; porque Juan dice, estos no son gravosos, osea
no son pesados, no son difíciles, no es una carga pesada para quien ama a
Dios. Recuerda por un momento cuando estuviste enamorado. A ti no te
importaba si tenías que caminar cuadras de cuadras para ver a tu amada.
No te importaba si ella pedía un plato costoso en el restaurante y tú solo
pedias agua, porque estabas enamorado, la amabas y harías lo que fuera
por ella. Ni el sueño, ni el cansancio, ni el frio, nada podía robar el gozo
de tu corazón al saber que tu persona amada era feliz y que tu podías
hacerla feliz. Siendo padres uno sería capaz de dejar de dormir, de comer,
de lo que sea por amor a nuestros hijos, por verlos felices. Su gozo es
nuestro gozo, su alegría es nuestra alegría. ¿No debe ser lo mismo para
con Dios? Por supuesto. ¿Cuándo los mandamientos de Dios no son
gravosos? Cuando amamos a Dios, cuando estamos enamorados de Él.
Cuando tenemos el corazón lleno de amor y gratitud para con Dios no
existen excusas. Una vigilia no es pesada, dejar de comer, levantarnos
más temprano, servir hasta más tarde, predicar, enseñar, ayudar en la
obra de Dios, dar de nuestro dinero, nada, absolutamente nada es difícil
cuando estamos apasionados, enamorados, agradecidos con Dios. Pero
cuando nuestro corazón ha perdido el gozo, cuando se ha endurecido por
el engaño del pecado, cuando hemos dejado de pasar tiempo en la
presencia de Dios en oración, cuando hemos dejado de lado su Palabra y
nuestra mente está cada vez más llena de la inmundicia de este mundo y
de sus engaños, entonces los mandamientos de Dios son pesados,
gravosos, difíciles, incómodos. Empezamos a pensar que servir a Dios
significa perdernos lo más divertido de la vida. Pensamos que es
aburrido pasar tiempo en la iglesia cuando podría irme al cine con mis
amigos (incrédulos por supuesto, porque si un amigo tuyo es un buen
cristiano jamás te animara a desobedecer a Dios). Pensamos que servir a
Dios nos quita tiempo para nuestras vidas y que Dios nos quiere
esclavizar a una vida aburrida y monótona. Hermanos, ¡es todo lo
contrario! La vida cristiana es la verdadera libertad, servir es el verdadero
gozo y obedecer a Dios es la inteligencia, la sabiduría y la garantía de que
todo nos ira bien en esta vida. ¿Acaso no recuerdas lo que Dios le dijo a
Josué? “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día
y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo
que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo
te saldrá bien. Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no
temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera
que vayas” (Josué 1:8-9). Pero la desobediencia a Dios trae tristeza,
depresión, culpa, vergüenza, el gozo se va, las fuerzas se van, el mundo
nos atrae, el orgullo llena nuestro corazón, las ideas necias llenan nuestra
mente, dejamos de lado el sendero bueno y nos enfrentamos a las
consecuencias. ¿Quieres saber cuáles son las consecuencias de alejarte de
Dios?

Mira: “Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios,


para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te
prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones
de la tierra. Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si
oyeres la voz de Jehová tu Dios. Bendito serás tú en la ciudad, y bendito
tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto
de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. Benditas
serán tu canasta y tu artesa de amasar. Bendito serás en tu entrar, y
bendito en tu salir. Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren
contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de
delante de ti. Jehová te enviará su bendición sobre tus graneros, y sobre
todo aquello en que pusieres tu mano; y te bendecirá en la tierra que
Jehová tu Dios te da. Te confirmará Jehová por pueblo santo suyo, como
te lo ha jurado, cuando guardares los mandamientos de Jehová tú Dios, y
anduvieres en sus caminos. Y verán todos los pueblos de la tierra que el
nombre de Jehová es invocado sobre ti, y te temerán. Y te hará Jehová
sobreabundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia,
y en el fruto de tu tierra, en el país que Jehová juró a tus padres que te
había de dar. Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la
lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos. Y
prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado. Te pondrá Jehová
por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás
debajo, si obedecieres los mandamientos de Jehová tu Dios, que yo te
ordeno hoy, para que los guardes y cumplas, y si no te apartares de todas
las palabras que yo te mando hoy, ni a diestra ni a siniestra, para ir tras
dioses ajenos y servirles. Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu
Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que
yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te
alcanzarán. Maldito serás tú en la ciudad, y maldito en el campo. Maldita
tu canasta, y tu artesa de amasar. Maldito el fruto de tu vientre, el fruto
de tu tierra, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas. Maldito serás
en tu entrar, y maldito en tu salir. Y Jehová enviará contra ti la maldición,
quebranto y asombro en todo cuanto pusieres mano e hicieres, hasta que
seas destruido, y perezcas pronto a causa de la maldad de tus obras por
las cuales me habrás dejado. Jehová traerá sobre ti mortandad, hasta que
te consuma de la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.
Jehová te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación y de ardor, con sequía,
con calamidad repentina y con añublo; y te perseguirán hasta que
perezcas. Y los cielos que están sobre tu cabeza serán de bronce, y la tierra
que está debajo de ti, de hierro. Dará Jehová por lluvia a tu tierra polvo y
ceniza; de los cielos descenderán sobre ti hasta que perezcas. Jehová te
entregará derrotado delante de tus enemigos; por un camino saldrás
contra ellos, y por siete caminos huirás delante de ellos; y serás vejado
por todos los reinos de la tierra. Y tus cadáveres servirán de comida a
toda ave del cielo y fiera de la tierra, y no habrá quien las espante. Jehová
te herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, con sarna, y con comezón
de que no puedas ser curado. Jehová te herirá con locura, ceguera y
turbación de espíritu; y palparás a mediodía como palpa el ciego en la
oscuridad, y no serás prosperado en tus caminos; y no serás sino
oprimido y robado todos los días, y no habrá quien te salve. Te
desposarás con mujer, y otro varón dormirá con ella; edificarás casa, y no
habitarás en ella; plantarás viña, y no la disfrutarás. Tu buey será matado
delante de tus ojos, y tú no comerás de él; tu asno será arrebatado de
delante de ti, y no te será devuelto; tus ovejas serán dadas a tus enemigos,
y no tendrás quien te las rescate. Tus hijos y tus hijas serán entregados a
otro pueblo, y tus ojos lo verán, y desfallecerán por ellos todo el día; y no
habrá fuerza en tu mano. El fruto de tu tierra y de todo tu trabajo comerá
pueblo que no conociste; y no serás sino oprimido y quebrantado todos
los días. Y enloquecerás a causa de lo que verás con tus ojos. Te herirá
Jehová con maligna pústula en las rodillas y en las piernas, desde la
planta de tu pie hasta tu coronilla, sin que puedas ser curado. Jehová te
llevará a ti, y al rey que hubieres puesto sobre ti, a nación que no
conociste ni tú ni tus padres; y allá servirás a dioses ajenos, al palo y a la
piedra. Y serás motivo de horror, y servirás de refrán y de burla a todos
los pueblos a los cuales te llevará Jehová. Sacarás mucha semilla al
campo, y recogerás poco, porque la langosta lo consumirá. Plantarás
viñas y labrarás, pero no beberás vino, ni recogerás uvas, porque el
gusano se las comerá. Tendrás olivos en todo tu territorio, mas no te
ungirás con el aceite, porque tu aceituna se caerá. Hijos e hijas
engendrarás, y no serán para ti, porque irán en cautiverio. Toda tu
arboleda y el fruto de tu tierra serán consumidos por la langosta. El
extranjero que estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú
descenderás muy abajo. Él te prestará a ti, y tú no le prestarás a él; él será
por cabeza, y tú serás por cola. Y vendrán sobre ti todas estas
maldiciones, y te perseguirán, y te alcanzarán hasta que perezcas; por
cuanto no habrás atendido a la voz de Jehová tú Dios, para guardar sus
mandamientos y sus estatutos, que él te mandó; y serán en ti por señal y
por maravilla, y en tu descendencia para siempre. Por cuanto no serviste
a Jehová tú Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de
todas las cosas, servirás, por tanto, a tus enemigos que enviare Jehová
contra ti, con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las
cosas; y él pondrá yugo de hierro sobre tu cuello, hasta destruirte. Jehová
traerá contra ti una nación de lejos, del extremo de la tierra, que vuele
como águila, nación cuya lengua no entiendas; gente fiera de rostro, que
no tendrá respeto al anciano, ni perdonará al niño; y comerá el fruto de tu
bestia y el fruto de tu tierra, hasta que perezcas; y no te dejará grano, ni
mosto, ni aceite, ni la cría de tus vacas, ni los rebaños de tus ovejas, hasta
destruirte. Pondrá sitio a todas tus ciudades, hasta que caigan tus muros
altos y fortificados en que tú confías, en toda tu tierra; sitiará, pues, todas
tus ciudades y toda la tierra que Jehová tu Dios te hubiere dado. Y
comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos y de tus hijas que
Jehová tu Dios te dio, en el sitio y en el apuro con que te angustiará tu
enemigo. El hombre tierno en medio de ti, y el muy delicado, mirará con
malos ojos a su hermano, y a la mujer de su seno, y al resto de sus hijos
que le quedaren; para no dar a alguno de ellos de la carne de sus hijos,
que él comiere, por no haberle quedado nada, en el asedio y en el apuro
con que tu enemigo te oprimirá en todas tus ciudades. La tierna y la
delicada entre vosotros, que nunca la planta de su pie intentaría sentar
sobre la tierra, de pura delicadeza y ternura, mirará con malos ojos al
marido de su seno, a su hijo, a su hija, al recién nacido que sale de entre
sus pies, y a sus hijos que diere a luz; pues los comerá ocultamente, por la
carencia de todo, en el asedio y en el apuro con que tu enemigo te
oprimirá en tus ciudades. Si no cuidares de poner por obra todas las
palabras de esta ley que están escritas en este libro, temiendo este nombre
glorioso y temible: JEHOVÁ TU DIOS, entonces Jehová aumentará
maravillosamente tus plagas y las plagas de tu descendencia, plagas
grandes y permanentes, y enfermedades malignas y duraderas; y traerá
sobre ti todos los males de Egipto, delante de los cuales temiste, y no te
dejarán. Asimismo toda enfermedad y toda plaga que no está escrita en el
libro de esta ley, Jehová la enviará sobre ti, hasta que seas destruido. Y
quedaréis pocos en número, en lugar de haber sido como las estrellas del
cielo en multitud, por cuanto no obedecisteis a la voz de Jehová tu Dios.
Así como Jehová se gozaba en haceros bien y en multiplicaros, así se
gozará Jehová en arruinaros y en destruiros; y seréis arrancados de sobre
la tierra a la cual entráis para tomar posesión de ella. Y Jehová te
esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el
otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus
padres, al leño y a la piedra. Y ni aun entre estas naciones descansarás, ni
la planta de tu pie tendrá reposo; pues allí te dará Jehová corazón
temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y tendrás tu vida
como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día,
y no tendrás seguridad de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera que
fuese la tarde! y a la tarde dirás: ¡Quién diera que fuese la mañana! por el
miedo de tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus
ojos. Y Jehová te hará volver a Egipto en naves, por el camino del cual te
ha dicho: Nunca más volverás; y allí seréis vendidos a vuestros enemigos
por esclavos y por esclavas, y no habrá quien os compre” (Deuteronomio
28:1-68)

Una fe vencedora vence al mundo y sus deseos (v. 4-5)


“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la
victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al
mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?“

Por último, la tercera característica de una fe vencedora es que vence al


mundo y sus deseos pecaminosos. Si el mundo te atrae y no puedes
vencer el pecado es porque tu corazón ha perdido el gozo, tu comunión
con el Señor no está del todo correcta y tu fe se ha debilitado. El apóstol
Juan dice que esto no es patrimonio de algunos “ungidos”, sino que
todos, todos los creyentes, los que han nacido de Dios vencen al mundo.
Y esta es la victoria dice Juan, nuestra fe. Es interesante que Juan dice que
es nuestra fe la que vence al mundo y no nuestro talento, nuestro carácter,
nuestra obediencia. Es nuestra fe, la cual recibimos en primer lugar de
Dios, así que no es nuestra. En nosotros no hay fuerza para vencer a este
mundo; pero en Dios sí. La Palabra de Dios dice: “Entonces respondió y
me habló diciendo: Esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No
con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los
ejércitos” (Zacarías 4:6). Es nuestra fe sobrenatural, maravillosa, que
viene de Dios la cual nos hace vencer, porque nos ha dado nueva vida,
nos ha dado una nueva mente, nuevos pensamientos que generan nuevas
actitudes y nuevos comportamientos y nuevos sentimientos de gozo y
alegría en Dios. Lo triste es creyentes que tienen esa fe pero la tienen
escondida, guardada, maltratada, pisoteada porque siguen teniendo la
mente llena de la basura del pecado, la inmundicia de este mundo.
Entonces viven derrotados, deprimidos, cayendo en pecado
constantemente, tristes, sin esperanza, sin deseos de servir, con el corazón
frio y entumecido, con un callo en el corazón y la mente y una venda en
los ojos. Son incapaces de ver lo que Dios quiere hacer, no escuchan la
voz de Dios, son sordos y viven anhelando y deseando volver a sus
pecados y a la condenación de la cual Dios les sacó.

Pero ¿quién es el que vence al mundo? ¿El más preparado? ¿El que tiene
riquezas? ¿El que tiene muchos amigos? No, el que vence a este mundo,
el que vence al pecado, el que vence la basura, la derrota, la tristeza, la
depresión y vive con gozo, con esperanza, lleno del Espíritu Santo, con
alegría sirviendo a Dios y siempre puede salir victorioso de todos sus
problemas es aquel que cree que Jesucristo es el Hijo de Dios, que se ha
rendido a los pies de Dios, que le ama a Dios y por ende ama a sus
hermanos en la fe y le obedece a Dios. Aquel que vive de rodillas delante
del Señor, obedeciéndole, siendo agradecido con lo que Dios nos da, sea
poco o mucho, aquel que esta tan enamorado de Dios que obedecer no es
penoso ni una carga. Aquel que tiene su corazón escondido en Dios, que
ante cualquier circunstancia solo mira a Dios, ese es el vencedor, ese es el
que sigue adelante. Hermanos, quiero que medites en Daniel. Llego como
un jovencito a Babilonia. Fue arrancado de su familia y llevado a una
nación extraña, aprendió costumbres extrañas, fue alejado de todos, tuvo
muchos enemigos en su vida, gente que lo quería destruir. Vio el castigo
de Dios al pueblo de Israel por su incredulidad y desobediencia. Pero
¿sabes qué? Pasaron reyes, pasaron reinos, pasaron imperios, pasaron
personas y años y nadie pudo derrotar a Daniel. Pasó Nabucodonosor,
pasó Dario, pasó Ciro, pasó Belsasar, pasaron todos y Daniel permaneció
firme como una roca. ¿Por qué? Porque este era un hombre que amaba a
Dios, que le obedecía de manera radical, que ante cualquier situación el
prefería obedecer a Dios. Si tenía que escoger entre su trabajo o Dios, el
prefería a Dios. SI tenía que escoger entre su vida o Dios, el escogía a
Dios. Por eso, porque puso siempre a Dios en primer lugar, Dios le dio el
mejor de los trabajos y le dio una vida larga; porque cuando buscamos
nuestra vida la perdemos pero cuando la entregamos a Dios, entonces la
ganamos.

¿Quieres vencer? Prefiere a Dios antes que a nada y lo ganarás todo


¿Quiere vencer? Ama a Dios con todo tu corazón
¿Quieres vencer? Ama a tus hermanos, sírveles, ama a la humanidad,
predica el evangelio
¿Quieres vencer? Obedece la Palabra de Dios
¿Quieres vencer? Siempre mira a Jesús, ríndete a Él, reconócele como el
Único Hijo de Dios, el Salvador de este mundo, tu Señor y tu Salvador

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