Miller
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por
Karina Miller
Independent Scholar
1
Este artículo forma parte de un capítulo de mi libro Escrituras Impolíticas: Anti-representaciones de la
comunidad en Juan Rodolfo Wilcock, Osvaldo Lamborghini y Virgilio Piñera (en revisión).
2
“No solo estábamos muertos en vida; parecíamos no haber nacido nunca”, son las palabras de Antón
Arrufat que cita Rita Molinero al referirse a la marginación del período del quinquenio gris (1970-1975)
(19).
3
Para una mejor comprensión de este tema, y en particular de las posiciones teóricas críticas de la
lectura alegórica de la literatura en Gilles Deleuze y Derek Attridge, ver el ensayo de Gert Buelens y
Dominiek Hoens: “Above and Beneath Classification”. La problemática de la lectura alegórica como
“la regla” y la singularidad del texto como “la excepción” se resuelve en la literatura como “evento”:
“[Derek] Attridge has argued for a type of reading that does not reduce literature to allegory of meaning.
Literature is not something that simply exists–waiting for a theoretician who will use it as an illustration
or for a reader who will only understand what he or she already knows–but is an event, something that
brings something new into a given situation. This singularity does not turn literature into something
that is altogether irrelevant for theory. On the contrary, precisely because it escapes, or at least resists,
interpretative schemes, literature forces the reader to question them”, 157.
820 Karina Miller
4
Susan Buck-Morss toma la definición de lo político de Schmitt y afirma: “To define the enemy is,
simultaneously, to define the collective. Indeed defining the enemy is the act that brings the collective
into being”, 9 (énfasis del autor).
5
Thomas Anderson señala que la novela fue escrita en 1958, cuando Piñera estaba en Argentina, después
del golpe de Estado a Perón. Creo que, por una lado, las circunstancias políticas de su contexto de
producción, y las de su contexto de publicación en el 63’, son significativas para una lectura (im)política.
–– • ––
6
El padre explica al hijo la lucha por la “Causa”: “–El jefe que ahora me persigue, hace muchos años
logró, tras cruenta lucha, abatir al poderoso y feroz jefe que tenía prohibido en sus estados, so pena de
muerte, el uso del chocolate. Éste mantenía rigurosamente tal prohibición que se remontaba en el tiempo
a siglos. Sus ancestros, los fundadores de la monarquía, habían prohibido el uso del chocolate en sus
reinos. Afirmaban que el chocolate podía minar la seguridad del trono. Imagina sus esfuerzos, las luchas
que tuvieron lugar durante siglos para impedir el uso de dicho alimento. Millones de personas murieron,
otras fueron deportadas […]”, Carne de René 31.
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El rouge melé tiene semejanzas con lo que Matías Montes Huidobro, en su ensayo “Siervos cubanos”
(sobre la obra de teatro “Los siervos”, publicada en la revista Ciclón en 1955), denomina “cantinflismo
Qué me han hecho. Es una broma pesada que me vea reducido a este triste papel de
locutor de una ciudad súbitamente enmudecida. […] Véanme: puedo decir cualquier
palabra que se me antoje –taza, plato, sol, paraguas, zapatos, mantel… puedo abrir
la Enciclopedia Británica y pronunciar todas las palabras en ella contenidas; puedo
decir: Buenos días, ¿Cómo están ustedes, y buenas noches y buenas tardes. (109,
énfasis del autor)
Cierta ética situacional del guerrero (talante estoico, valor, dignidad ante la muerte,
magnanimidad del más fuerte, respeto del vencido, protección del desamparado, auxilio
del débil, sacrificio de la vida por los compañeros de armas, etc.) sirve de modelo
virtuoso […] para generar hegemonía. (46)
–– • ––
dialéctico” marxista: “El “cantinflismo dialéctico” marxista es un sistema mediante el cual se inventa
un sistema léxico que empieza por un determinado razonamiento y se distorsiona a través del lenguaje
hasta tal punto que no se entiende nada de lo que se está diciendo. Su objetivo único es anular el
pensamiento individual mediante una mecánica del lenguaje frente a la cual la única salida posible es
negarse a leer”, Molinero 191.
Muy temprano fui a su casa a decirle que no me casaría. Aunque me conozco poco o
nada, traté de explicarle mi decisión. […] En cambio, le hice ver que no me casaba
sencillamente porque no podía hacerlo, que no estaba en mí calificar la fuerza oculta
que me obligaba a tal decisión. (241, énfasis mío)
“Nada exaspera más a una persona seria que una resistencia pasiva” (9) dice
el abogado sobre Bartleby; el relato de Melville va perfilando la manera en que
paulatinamente el escribiente se vuelve una amenaza, en una primera instancia para su
empleador, por el hecho de no cumplir las tareas requeridas en la oficina; para los otros
dos escribientes, que se violentan por la carga de trabajo extra que les toca frente a las
“preferencias” de Bartleby; luego para los visitantes de la oficina que observan con
mirada crítica lo absurdo de la situación; para el nuevo inquilino que alquila después de
que el abogado se muda; y también para todos los que trabajan en el edificio de oficinas
que finalmente Bartleby ocupa. El escribiente inspira una serie de reacciones afectivas
de parte del abogado que gradualmente se transforman de estupor en piedad, lástima,
rechazo: “Mis primeras reacciones habían sido de pura melancolía y lástima sincera,
pero a medida que la desolación de Bartleby se agrandaba en mi imaginación, esa
melancolía se convirtió en miedo, esa lástima en repulsión” (13, énfasis mío). Bartleby
se transforma en una amenaza para la reputación y la salud mental de su empleador:
“Temblé pensando que mi relación con el amanuense ya hubiera afectado seriamente
mi estado mental” (15). A tal punto Bartleby trastorna el funcionamiento de la oficina,
que incluso el lenguaje, y con éste el pensamiento que lo sostiene, comienza a simular,
a copiar, a repetir la retórica del oscuro personaje:
Al abrir la puerta vidriera para retirarse, Nippers desde su escritorio me echó una
mirada y me preguntó si yo prefería papel blanco o papel azul para copiar cierto
documento. No acentuó maliciosamente la palabra preferir. Se veía que había sido
dicha involuntariamente. Reflexioné que era mi deber deshacerme de un demente, que
ya, en cierto modo, había influido en mi lengua y quizás en mi cabeza y en las de mis
dependientes. Pero juzgué prudente no hacerlo de inmediato. (15)
Creo que estas dos últimas preguntas rondan también las novelas Presiones y
diamantes y Pequeñas maniobras. ¿Qué se da por sentado cuando no hay nada que
hacer? ¿Qué función queda para el antagonismo de lo político cuando la guerra deja
de ser una opción válida? Lo que el abogado vislumbra (lo inútil de la exterminación
de Bartleby como enemigo), es en la escritura de Piñera la negación de la violencia
hacia el otro, y por sobre todo la negación del compromiso político como antagonismo
bélico. Si no existe un Otro (un sistema, una comunidad, una ideología) que pueda ser
interpelado por la pregunta por el enemigo, y si la pregunta misma queda flotando,
absurdamente, en la apatía, el aburrimiento y la improductividad, la interpelación del
enemigo es un planteo imposible y por lo tanto, impolítico. En Presiones y diamantes
no se trata de una conspiración en “contra” de un sistema de poder, sino de lo absurdo
de la conspiración misma; de tal manera que la narración no despliega valores o
afectos positivos con los cuales el lector se pueda identificar, sino por el contrario, una
apatía general, una suspensión de la Historia y del conflicto como motor de ésta. Los
personajes de estas novelas de Piñera se retiran de la acción de una manera extrema,
recuerdan la imagen que Fidel Castro reclama como anti-ejemplo de lo revolucionario
cuando afirma, en “La segunda declaración de La Habana”, que no es de revolucionarios
sentarse en la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del capitalismo.
La estupidez como correlato de la apatía se perfila tanto en Piñera como en Melville.
Branka Arsic (siguiendo a Gilles Deleuze) analiza la capacidad de pensamiento del
escribiente, el esfuerzo del abogado por “leer” en Barlteby alguna señal de actividad
en un rostro que está tan inmóvil como sus pensamientos: “An absolute nonpolitical
being, Bartleby becomes an almost idiotic figure” (60). La pasividad de la mente
se refleja en la impasividad del cuerpo, de esta manera en Presiones y diamantes la
masticación mecánica del chicle simula (¿o produce?) la monotonía del pensamiento
y como señala el narrador, imita el rumiar de la vaca, metáfora de la estupidez.8 La
calificación del escribiente como ser “no-político” llama la atención a la relación entre
esta incapacidad de pensamiento y la lógica de lo político. ¿De qué manera la estupidez
8
Arsic relaciona la “falta de labios” en el rostro de Bartleby como una metáfora de su falta de pensamiento:
“Such an absence (of the labor of thinking) manifests itself as the negation of the lips themselves.
Bartelby’s lips are a pale trace of the oblivion of thought, which fails to write itself as a face”, 63.
es una amenaza para la soberanía? ¿Es posible que la estupidez reclame un “estado de
excepción”? En Presiones y diamantes los habitantes de la tierra, rumiantes, congelados,
jugadores silenciosos de canasta, comienzan a esconderse del “Presionador”, para lo
cual se ocultan en sus casas y evitan todo contacto con el prójimo. Como una especie
de toque de queda autoimpuesto, la gente deja de circular por las calles, situación que
simula un estado de guerra. Si bien es la estupidez general, incomprensible para el
narrador, y no la guerra, lo que genera este estado de excepción, es el aburrimiento y
la apatía que se han contagiado a la población entera los que producen el vaciamiento
de sentido del lenguaje (rouge melé) y de la Historia. Estos afectos negativos se
vuelven entonces una táctica impolítica, que bloquea el sentido de trascendencia
de los valores morales que fundamentan la ideología revolucionaria como motor de
la historia, no para proponer otros valores diferentes, o para cumplir la función de
denuncia alegorizando un mensaje, sino precisamente para mostrar la artificialidad de
esta utopía. Es importante remarcar la relevancia política de esta operación de sentido:
lo impolítico no es apolítico ni anti-político, sino que opera desde los límites de la
política, es decir, que no la niega ni la neutraliza: la representación del aburrimiento y
la estupidez hacen más evidente (por absurda e inútil) la lógica bélica de lo político, es
decir, maniobra en el terreno de la política, pero funciona como táctica impolítica. En la
problematización de la articulación entre aburrimiento y utopía (o la falta de esta), los
afectos desplegados aquí pueden ser leídos como estrategia discursiva (im)política que
filtra, entre las fisuras y porosidades de la retórica institucional de la revolución, estas
representaciones negativas que son posibles estrictamente fuera de ciertas políticas y
de la retórica de lo político como lógica bélica.
Tanto en Presiones y diamantes como en Pequeñas maniobras (y en muchos
otros textos de diversos géneros del autor cubano)9 observamos una insistencia en
la puesta en suspenso de la voluntad política y del ideal heroico. Según Thomas
Anderson, Pequeñas maniobras no es un texto revolucionario; Sebastián es la antítesis
del héroe revolucionario (200).10 La novela cuestiona la idea de voluntad colectiva,
de antagonismo de lo político, y de la función comprometida de la literatura. Como
señala Peter Hallward: “Political will, of course, involves collective action and
direct participation. A democratic political will depends on the power and practice
of inclusive assembly, the power to sustain a common commitment” (14). Voluntad
política, el devenir histórico, la comunidad y el compromiso se neutralizan en Piñera
por las figuras de la apatía, el miedo, el aburrimiento, la estupidez. Si el proletariado,
como sujeto de cambio histórico, existe sólo por medio de la acción y por lo tanto es
9
Por ejemplo en su obra de teatro Dos viejos pánicos, en muchos de los Cuentos Fríos y en la novela La
carne de René, entre otros.
10
Anderson interpreta Pequeñas maniobras como representación de culpa y frustración sexual
relacionados a la homosexualidad de Piñera, y a la confesión textual y religiosa.
acción (“The proletariat forms itself by its day-to-day action. It exists only by action.
It is action. If it ceases to act, it decomposes”)11 su estatuto ontológico se desarma en
la inactividad, y de esta manera se dificulta indirectamente una representación de la
Historia en la cual la voluntad (del pueblo, del sujeto heroico, del proletariado, del
Estado) es el motor que la vuelve posible. Este poder de voluntad y emancipación, tan
presente en las ideas del Che Guevara para la teoría foquista de la revolución, supone
una persistencia y continuidad de la voluntad de acción, pero además, como lo nota
Hallward, se constituye en la decisión:
To continue or not to continue – this is the essential choice at stake in any militant
ethics. Either you will and do something, or you do not. Even as it discovers the
variety of ways of doing or not-doing, these are the alternatives a political will must
confront: yes or no, for or against, continue or stop […] (20)
15
Se trata de una cita de Luckàcs que Hallward menciona en su texto, 17.
And since whatever prevents thinking belongs to the world of appearances and to
those of common-sense experiences I have in company with my fellow-men and that
automatically guarantee my sense of realness of my own being, it is indeed as though
thinking paralyzed me in much the same way as an excess of consciousness may
paralyze the automatism of my bodily functions. (78-79; énfasis mío)
12
En general la información de la fecha de publicación de Pequeñas maniobras es 1963. Pocas fuentes
aclaran que su primera fecha de escritura es 1957, cuando Piñera estaba en Buenos Aires (Anderson). De
todas maneras su contexto de publicación en la cuba posrevolucionaria es significativo para una lectura
de la novela, y sería interesante compararla con otras novelas publicadas el mismo año.
escenario son las calles de mi ciudad; su materia, mi sangre gota a gota, y mi ideal,
el deseo angustioso de pasar inadvertido” (323). El narrador de estas “memorias” se
define como “un estratega de pequeñas maniobras” (322) que pasa su vida evitando el
compromiso, los vínculos afectivos, he incluso la narración de su propia historia: “Otro
lector, con santa indignación, echando llamas por la boca se me pone adelante […] Estoy
harto de leer páginas y páginas donde el protagonista no se compromete. Acaso ignora
que el hombre es compromiso, que hoy más que nunca la consigna es comprometerse”
(315). Es que Sebastián tiene miedo y sus memorias podrían considerarse como un
recuento de su miedo, y aún más; una manifestación de su paranoia:
13
“[…] like the conventional film-noir detective, belatedly find they are small subjects caught in larger
systems extending beyond their comprehension and control”, Ngai 299.
Prosigo con los tumbos o los palos de ciego. Quisiera poder ofrecer al lector un cuadro
más animado. En estas Memorias deberían pasar cosas. De pronto el lector suspende
la respiración: el protagonista se ha equivocado de sobre [..] la situación es crítica, el
lector se angustia […] Pasan veloces sus dedos por las páginas, es preciso salir cuánto
antes de esta duda terrible. Por fin, el desenlace se ofrece a su vista despavorida. El
lector se sorprende al escuchar su propia risa. Sucede que el novelista, dotado de
“amplios recursos”, de “fértil imaginación”, tiene muy presente que en su relato deben
pasar cosas. (255, énfasis mío)
En Pequeñas maniobras el novelista “tiene muy presente” que deben pasar cosas,
y sin embargo, se niega a comprometerse con la narración y con el lector. La novela
relata el escape del sujeto –y de la literatura misma– del imperativo ideológico; y en
éste sentido es una escritura que no representa, que no alegoriza: es paranoica de su
propia capacidad de alegorizar, de la facilidad de representación del lenguaje y por lo
tanto, de su potencialidad para hegemonizar. Evita la función pedagógica y ejemplar
de un compromiso político o simplemente del protagonista como héroe que representa
un modelo dentro los parámetros morales de la revolución. Sebastián es la contracara
del “hombre nuevo” que el Che Guevara prefigura en “El socialismo y el hombre
en Cuba”; en el cual el sujeto revolucionario está siempre constituido por la moral
como engranaje de la comunidad y de la Historia: “Como ya dije, en momentos de
peligro extremo es fácil potenciar los estímulos morales; para mantener su vigencia,
es necesario el desarrollo de una conciencia en la que los valores adquieran categorías
nuevas. La sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela”
(Guevara 14). La acción revolucionaria y la conciencia de su deber social son las
bases para este hombre nuevo, así como el sacrificio (“El individuo de nuestro país
sabe que la época gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio. Los
primeros lo conocieron en la Sierra Maestra y dondequiera que se luchó; después lo
hemos conocido en toda Cuba” (Guevara 20)). y sobre todo la acción como condición
ontológica del sujeto revolucionario: “Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando
un hombre nuevo con una nueva técnica” (Guevara 20). Punto por punto Sebastián
representa el anti-héroe revolucionario, pero aún más: palabra por palabra la novela
de Piñera plantea una experiencia de pasividad y evasión en la que la literatura no
responde con el compromiso a la interpelación de lo político.
Rita Molinero interpreta Pequeñas maniobras y La carne de René como novelas
que comparten un “síndrome masoquista”, en el cual la “estética de la suspensión”
constituye una manera de crear una realidad ideal, lo que Piñera llama “FUGA”. Según
Molinero, esta es una manera de “suspender los horrores de la realidad” para retirarse
a regiones imaginarias (330). Sin embargo, en las novelas que analizamos no existe un
escape hacia mundos ideales sino más bien una interrupción de cualquier ficción utópica,
ya sea de la ficción de lo político o de la comunidad. En las novelas que analizamos
aquí se puede rastrear una insistencia en la experiencia del tedio, la apatía, la repetición
alienante. El aburrimiento se presenta como distanciamiento: del deseo, las relaciones
amorosas, el trabajo, la creatividad o la fidelidad a una idea, el activismo o la voluntad
política. Interrumpe la comunicación y los lazos entre sujetos, el compromiso afectivo
o ideológico, la continuación de la narración (en la que el lector está harto de que no
pase nada) el interés general de obtener un beneficio, el valor de cualquier objeto
(incluso el diamante más valioso de la tierra) o meta. Si pudiéramos, a la manera de un
panóptico, observar al mismo tiempo a todos los personajes de las novelas y relatos de
Piñera, los veríamos subiendo y bajando una escalera sin fin, viajando en círculos en
un cochecito de bebé o una cazuela, escuchando el relato interminable de fotografías
invisibles, mascando chicles, jugando canasta silenciosa, congelándose en bloques
de hielo, escribiendo la misma frase un millón de veces, nadando en seco, evitando
el placer y el dolor, negándose una y otra vez a comprometerse.14 Como autómatas,
repitiendo los mismos gestos absurdos e inquietantes; simulacros de afectos, de ideas,
de relaciones sociales: crean un vacío que, irónicamente, sugiere que deberían pasar
cosas. ¿Pueden leerse como síntoma de un deseo utópico? En un sentido literal, la lectura
de Molinero interpreta la escritura como un antídoto contra lo real, punto de partida
hacia mundos imaginarios; pero ¿cómo identificar estos mundos? Resulta productiva
la conexión entre aburrimiento y utopía como figuras que plantean la experiencia de la
posibilidad, lo que Peter Osborne identifica como una similitud entre el “aburrimiento
14
Me refiero aquí a cuentos como “El álbum”, “El viaje”, “La gran escalera del palacio legislativo”,
“El filántropo”. Para un análisis que incluya estos cuentos véase mi trabajo Escrituras Impolíticas (en
revisión).
Bibliografía
15
En Society Must be Defended, Foucault revierte la frase de Clausewitz y afirma: “Politics is the
continuation of war by other means”.