La Cuaresma SVP Charla
La Cuaresma SVP Charla
La Cuaresma SVP Charla
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consideraban días de ayuno. Así, la preparación pascual se alargó en Roma a seis
semanas –también con ayuno diario, excepto los días indicados, es decir, sábados y
domingos-, de las que quedaban excluidos el viernes y sábado últimos, pertenecientes
al Triduo Sacro.
Pero a finales del siglo V, los ayunos tradicionales del miércoles y viernes anteriores a
ese domingo primero de cuaresma cobraron tal relieve, que se convirtieron en una
preparación al ayuno pascual. Durante los siglos VI-VII varió el cómputo del ayuno. De
este modo, se pasó de una Cuadragésima (cuarenta días: del primer domingo de
cuaresma hasta el Jueves Santo, incluido), a una Quinquagésima (cincuenta días,
contados desde el domingo anterior al primero de Cuaresma hasta el de Pascua), a
una Sexagésima (sesenta días, que retroceden un domingo más y terminan el
miércoles de la octava de Pascua) y a una Septuagésima (setenta días, ganando un
domingo más y concluyendo el segundo domingo de Pascua). Este periodo tenía
carácter ascético y debió introducirse por influjos orientales.
Esta evolución cuantitativa se extendió también a las celebraciones. En efecto, la
Cuaresma más antigua en Roma sólo tenía como días litúrgicos los miércoles y los
viernes; en ellos, reunida la comunidad, se hacía la “statio” cada día en una iglesia
diferente. En tiempos de san León (440-461), se añadieron los lunes. Posteriormente,
los martes y los sábados. El jueves vendría a completar la semana, durante el
pontificado de Gregorio II (715-731).
Al desaparecer la penitencia pública, se expandió por toda la cristiandad, desde
finales del siglo XI, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles como señal de
penitencia. Por tanto, la Cuaresma como preparación de la Pascua cristiana se
desarrolló poco a poco, como resultado de un proceso en el que intervinieron tres
componentes: la preparación de los catecúmenos para el bautismo de la Vigilia
Pascual, la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la comunidad el
Triduo Pascual, y la preparación de toda la comunidad para la gran fiesta de la
Pascua.
Como consecuencia de la desaparición del catecumenado (o bautismo de adultos) y
del itinerario penitencial (o de la reconciliación pública de los pecadores notorios), la
Cuaresma se desvió de su espíritu sacramental y comunitario, llegando a ser
sustituida por innumerables devociones y siendo ocasión de “misiones populares” o de
predicaciones extraordinarias para el cumplimiento pascual, en las que –dentro de una
atmósfera de renuncia y sacrificio- se ponía el énfasis en el ayuno y la abstinencia.
Con la reforma litúrgica, después del Concilio Vaticano II (1960-1965), se ha hecho
resaltar el sentido bautismal y de conversión de este tiempo litúrgico, pero sin perder
la orientación del ayuno, la abstinencia y las obras de misericordia.
3. SENTIDO TRADICIONAL DE LA CUARESMA ROMANA
La Cuaresma Romana tradicional tuvo un triple componente: la preparación pascual
de la comunidad cristiana, el catecumenado y la penitencia canónica.
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a. Primero, la preparación pascual de la comunidad cristiana: Según san León, la
Cuaresma es “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia,
proponiendo a sus fieles el ejemplo que le dio Cristo en su retiro al desierto, se
prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del
corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana”. Se trataba, por tanto, de un
tiempo –introducido por imitación de Cristo y de Moisés- en el que la comunidad
cristiana se esforzaba en realizar una profunda renovación interior. Los variados
ejercicios ascéticos que ponía en práctica tenían esta finalidad última y no eran
fines en sí mismos.
b. Segundo, el catecumenado: Según la Tradición Apostólica, el catecumenado
comprendía tres años, durante los cuales el grupo de los audientes recibía una
profunda formación doctrinal y se iniciaba en la vida cristiana. Unos días antes de
la Vigilia Pascual, el grupo de los elegidos para recibir en ella el Bautismo, se
sometía a una serie de ritos litúrgicos, entre los que tenía especial solemnidad el
del sábado por la mañana. Es el catecumenado simple.
Más tarde, la Iglesia desplazó su preocupación por los audientes a los electi. Estos se
inscribían como candidatos al bautismo al principio de la Cuaresma. En ella recibían
una preparación minuciosa e inmediata. Pero a principios del siglo VI desapareció el
catecumenado simple, se hicieron raros los bautismos de adultos, y los niños que
presentaban para ser bautizados procedían de medios cristianos. Todo ello provocó
una reorganización prebautismal.
Al principio había tres escrutinios, que consistían en exorcismos e instrucciones. En la
segunda mitad del siglo VI son ya siete. Unos y otros estaban relacionados con la
misa. Primitivamente los tres escrutinios se celebraban los domingos tercero, cuarto y
quinto de cuaresma. Después se desplazaron a otros días de la semana. En esos
escrutinios se preguntaba sobre la preparación de los catecúmenos.
Desde esta perspectiva, es fácil comprender que la preparación de los catecúmenos y
su organización modelase tanto la liturgia como el espíritu de la Cuaresma. De hecho,
los temas relacionados con el bautismo permearon la liturgia cuaresmal. De otra parte,
la comunidad cristiana, aunque ayunaba sin olvidar a los penitentes, lo hacía
pensando sobre todo en los catecúmenos.
La evolución posterior de la preparación bautismal trajo consigo que los escrutinios se
desligasen completamente de la liturgia cuaresmal, provocando una nueva
reorganización. Sin embargo, el mayor cambio afectó a la cuaresma misma, que pasó
a ser el tiempo en que todos los cristianos se dedicaban a una revisión profunda de su
vida cristiana y a prepararse, mediante una auténtica conversión, a celebrar el misterio
de la Pascua. Quedó clausurada la perspectiva abierta por la institución penitencial y
el catecumenado, con menoscabo de la teología bautismal.
c. Tercero, la penitencia canónica: La reconciliación de los penitentes sometidos a la
penitencia canónica se asoció al Jueves Santo. Por este motivo, los penitentes se
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inscribían como tales el domingo primero de Cuaresma. A lo largo del período
cuaresmal recorrían el último tramo de su itinerario penitencial entregados a
severas penitencias corporales y oraciones muy intensas, con las que ultimaban el
proceso de su conversión. La comunidad cristiana les acompañaba con sus
oraciones y ayunos. Como quiera que los penitentes participaban parcialmente en
la liturgia, es lógico que en ésta quedara reflejada la situación de los penitentes.
La imposición de la ceniza es, por ejemplo, uno de esos testimonios penitenciales de
la liturgia cuaresmal.
4. SENTIDO DE LA CUARESMA ACTUAL
La Constitución “Sacrosanctum Concilium” (nn. 109-110) considera a la Cuaresma
como el tiempo litúrgico en el que los cristianos se preparan a celebrar el misterio
pascual, mediante una verdadera conversión interior, el recuerdo o celebración del
bautismo y la participación en el sacramento de la Reconciliación.
A facilitar y conseguir estos objetivos tienden las diversas prácticas a las que se
entrega más intensamente la comunidad cristiana y cada fiel, tales como la escucha y
meditación de la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, y otros medios
ascéticos, tradicionales, como la abstinencia, el ayuno y la limosna.
La celebración de la Pascua es, por tanto, la meta a la que tiende toda la Cuaresma,
el núcleo en el que se convergen todas las intenciones y el elemento que regula su
dinamismo. La Iglesia quiere que durante este tiempo los cristianos tomen más
conciencia de las exigencias vitales que derivan de hacer de la Pascua de Cristo
centro de su fe y de su esperanza.
No se trata, por tanto, de preparar una celebración histórica (drama) o meramente
ritual de la Pascua de Cristo, sino de disponerse a participar en su misterio; es decir,
en la muerte y resurrección del Señor. Esta participación se realiza mediante el
bautismo –recibido o actualizado-, la penitencia –como muerte al hombre viejo e
incorporación al hombre nuevo-, la Eucaristía –reactualización mistérica de la muerte
y resurrección de Cristo-, y por todo lo que contribuye a que estos sacramentos sean
mejor participados y vividos.
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II. TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA CUARESMA
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De la teología de la cuaresma que hemos expuesto nace, por tanto, una típica
espiritualidad pascual-bautismal-penitencial-eclesial. Desde este punto de vista, la
práctica de la penitencia, que no debe ser sólo interior e individual, sino también
externa y comunitaria, se caracteriza por los siguientes elementos:
40 DÍAS
La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la
Biblia. El Antiguo Testamento, usa el número cuatro en el sentido tradicional, pero sin
las connotaciones astrológicas de las culturas vecinas. El cuatro simboliza así la
totalidad y universalidad indeterminada o indefinida, en extensión espacial (los cuatro
vientos/los cuatro puntos cardinales); (Ez 1,5): «En medio de éstos [los relámpagos]
aparecía la figura de cuatro seres vivientes»; 37,9: «Ven, aliento, desde los cuatro
vientos, y sopla en estos cadáveres para que revivan»; Zac 2,10: «Yo os dispersé a
los cuatro vientos -dice el Señor-»; 6,5 (de cuatro carros tirados por caballos, que
expresan la omnipotencia de Dios, efectiva en todas direcciones): «Están al servicio
del Dueño de todo el mundo y salen a los cuatro vientos»; Dn 8,8 (de los imperios):
«[Al macho cabrío] se le rompió el cuerno grande y le salieron en su lugar otros cuatro
orientados hacia los cuatro puntos cardinales.»
Los cuatro ríos del paraíso rodean las cuatro partes de la tierra en Gn 2,1 ss: «En
Edén nacía un río que regaba el parque y, después se dividía en cuatro brazos, etc.»
Los cuatro vientos o puntos cardinales se mencionaban con frecuencia, por ejemplo,
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en Is 11,12: «Congregaré a los dispersos de Judá de los cuatro extremos del orbe», y
en Jr 49,36: «Conduciré contra Elam los cuatro vientos, desde los cuatro puntos
cardinales.»
Un múltiplo de cuatro, en particular «el cuarenta», se usa como número redondo para
indicar una totalidad limitada; por ejemplo, una generación o la edad de una persona
(Gn 25,20: «Cuando Isaac cumplió cuarenta años tomó por esposa a Rebeca»); indica
repetidamente períodos de tiempo (Gn 7,4: «Haré llover sobre la tierra cuarenta días
con sus noches»); se asocia con largos períodos de sufrimiento y con la duración de
fases sucesivas del plan salvador de Dios. Cuarenta años duró la travesía del desierto
(Ex 16,35: «Los israelitas comieron maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a
tierra habitada»). Cuatrocientos años equivalen a diez generaciones (Gn 15,13: «Tu
descendencia ... tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años»).
Según estos datos, cuando en los evangelios aparece el número cuatro hay que
preguntarse si indica alguna totalidad. Este es el caso de los «cuatro» portadores del
paralítico, señalados únicamente por Marcos (Mc 2,3: «Llegaron llevándole un
paralítico transportado entre cuatro»), que representan a la humanidad pagana que
vive en el mundo entero. El manto de Jesús, que representa su reinado a través del
Espíritu, se divide en cuatro partes por estar destinado a la humanidad entera (Jn
19,23).
Lo mismo puede decirse del «cuarenta»: Jesús está en el desierto cuarenta días (Mc
1,13; Mt 4,2; Lc 4,2), en paralelo con los cuarenta años del éxodo de Israel; los
«cuarenta días» representan así el tiempo del éxodo de Jesús, es decir, la duración
de su vida pública. Después de la resurrección permanece con los discípulos también
«cuarenta días», que indican el tiempo en que han de superar la prueba (Hch 1,3; cf.
Dt 8,2). «Cuatro mil», múltiplo de cuatro, señala que el éxodo liberador significado por
el reparto del pan está destinado a toda la humanidad. Así, en Mc 8,9 par.: «Eran
unos cuatro mil, y él los despidió»; cf. en 8,20 el número exacto: «Cuando partí los
siete [panes] para los cuatro mil.»
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4.- La cuaresma es LUZ, como se pone de evidencia, por ejemplo, en el evangelio del
ciego de nacimiento. Es el tránsito de las tinieblas a la luz. Jesucristo es la luz del
mundo.
5.- La cuaresma es SALUD, símbolo manifestado en textos como la curación del
paralítico o la sanación del hijo del centurión.
6.- La cuaresma es AGUA. Es el tránsito de la sed de nuestra insatisfacción al agua
viva, el agua de Moisés al pueblo de Israel en el desierto o de Jesús a la mujer
samaritana.
La cuaresma es superación victoriosa de las pruebas y dificultades.
7.- Es LIBERACIÓN, TRIUNFO. Algunas figuras bíblicas, que sufren graves peligros y
vencen en la prueba, son José hijo de Jacob, la casta Susana, Ester, el profeta
Jeremías y, sobre todo, Jesús, tentado y transfigurado.
8.- La cuaresma es CRUZ. Signo y presencia permanente durante toda la cuaresma.
Prefigurada en el AT y patentizada con el ejemplo de Jesucristo y como su llamada a
cargar con ella como condición para el seguimiento.
9.- La cuaresma es TRANSFIGURACIÓN. Es la luz definitiva del camino cuaresmal,
preanunciada y pregustada en la escena de la transfiguración de Jesús. "Por la cruz a
la luz".
10.- La cuaresma es el ESFUERZO por retirar el fermento viejo e incorporar la
LEVADURA NUEVA DE LA PASCUA RESUCITADA Y RESUCITADORA , ahora y
para siempre.
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Cuaresma es tiempo de discernimiento interior para morir a todo aquello que nos aleja
de Dios y de los demás, que nos impide abrazar su voluntad y construirla en nuestras
vidas.
Cuaresma es tiempo de purificación, que nos recuerda la tentación del egoísmo, del
poder, de la riqueza, del individualismo, de la indiferencia… que lentamente carcomen
y corroen nuestra fidelidad al Reino.
Cuaresma es tiempo de solidaridad activa, pues el Dios de la Vida no quiere
sacrificios sino solidaridad, vida y bienes compartidos, entrega y compromiso por la
Justicia, como nos lo recuerda el hermoso texto de Isaías 58,1-14, que leemos en la
liturgia de la Primera Semana de este tiempo.
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III. LA PALABRA DE DIOS Y LA LITURGIA EN LA CUARESMA
La Cuaresma, que llega a nosotros ya desde el Miércoles de Ceniza como tiempo por
excelencia para la gracia y salvación y para la autenticidad, encuentra siempre en el
primer domingo los llamados relatos sinópticos –los de los evangelios de Mateo,
Marcos y Lucas- sobre las tentaciones de Jesús en el desierto. Ello nos indica que la
Cuaresma es un tiempo de desierto, de prueba y de superación de las distintas
tentaciones: del poder, del tener, del aparentar.
La transfiguración del Señor centra siempre el segundo domingo cuaresmal. Ello nos
habla que la Cuaresma es tiempo para dejar y alternar el valle de la vida con la subida
a la montaña de la contemplación. Así la Cuaresma debe ser aprovechada con
tiempos fuertes de oración, retiro, oración y encuentro personal y transformador con el
Señor. Ello nos habla también que estos tiempos fuertes de oración se han de iluminar
y nutrir de la Palabra de Dios, que nos mostrará el destino transfigurado de la
existencia humana. Y ello nos habla finalmente que después de subir y permanecer
en la montaña es preciso regresar al valle de la vida para continuar la misión,
conscientes, eso sí, de que la transfiguración –la Pascua, en suma- es nuestro futuro.
En el ciclo A, en los domingos tercero, cuarto y quinto se proclaman los pasajes
evangélicos de la Samaritana, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de
Lázaro. Son símbolos de la iniciación cristiana, de la fuerza del encuentro
transformador con Jesucristo, del destino que aguarda a los cristianos. La importancia
de estos mensajes es tal que siempre se pueden leer estos relatos evangélicos,
aunque el año en cuestión no sea del ciclo A.
El tiempo de gracia y de salvación de la Cuaresma debe ser aprovechado para, en
primer lugar, tomar conciencia de las distintas tentaciones que amenazan nuestra
salud cristiana. En segundo lugar, que el discernimiento y la fuerza para superar las
tentaciones la encontramos en la oración y en la Palabra de Dios. Y, en tercer lugar,
que la vocación cristiana es la misión de cada día para transmitir con nuestra vida que
el Evangelio de Jesucristo es la novedad y la transformación definitiva –de ahí los
símbolos del agua, de la luz y de la resurrección- que todos y cada uno de nosotros y
nuestra entera humanidad tanto necesitamos.
La Cuaresma –recordamos- es el tiempo para tomar conciencia y superar las
tentaciones de cada día; para llenarnos de la luz transfigurada de Jesucristo y salir al
valle de la vida a transmitir con nuestra vida que El, solo El, es el agua, la luz y la vida
que tanto anhelamos y necesitamos.
En este último sentido, los domingos tercero, cuarto y quinto del ciclo B nos presentan
la novedad y singularidad de la salvación cristiana. Es Jesucristo quien nos salva.
Solo El. Con la promesa y certeza de su resurrección –“destruid este templo y en tres
días lo levantaré”-. Con su cruz, que se eleva sobre la tierra para que todo el que crea
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en el Crucificado tenga vida eterna. Como el grano de trigo que solo florece en la
espiga de oro siendo enterrado en la tierra.
En el ciclo C, el de este año 2019, los domingos tercero, cuarto y quinto, el tema
central es la conversión, a la luz del evangelio de San Lucas. Se trata, en el tercer
domingo, de una triple conversión: liberadora a luz de Moisés, conversión para no
perecer y conversión en las actitudes y estilo de vida. En el cuarto domingo C se
proclama el evangelio de la parábola del Hijo Pródigo, que es el mejor mosaico, la
más bella e interpeladora historia para todos (“los hijos menores” y “los hijos
mayores”) sobre la conversión. Por fin, en el quinto domingo de Cuaresma, de la
mano del conocido relato del evangelio de San Juan del encuentro de Jesús con la
mujer adúltera, se nos invita a todos (a los “intachables” y a los pecadores públicos) a
vivir la conversión con sinceridad, radicalidad, agradecimiento y seguimiento.
Por su parte, las lecturas del Antiguo Testamento se refieren a los principales
acontecimientos de la historia de la salvación, que es uno de los temas básicos de la
primera y fundamental catequesis cristiana. Estos textos parten desde el principio de
la historia de la salvación hasta la promesa de la nueva alianza. Dios es fiel a su
promesa y a su alianza, idea central que se retoma en la selección de las epístolas
paulinas, que buscan esta gran convergencia y llamada a la conversión, es decir, a
aprovechar la gracia inmensa de la Cuaresma.
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Padre (Evangelio); así, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (segunda
lectura). El hombre que desee vencer la tentación debe decidir seguir a Jesús, entrar
en el desierto, en su ayuno, para vivir de la voluntad del Padre. Toda la historia
aparece como un itinerario hacia el desierto, una búsqueda del Señor y su palabra
vivificante, para entrar en posesión de la "tierra".
Una segunda síntesis se proclamará al final de la cuaresma, en la vigilia pascual. Las
lecturas parten de la primera creación, para pasar, a través de la vocación de Abrahán
y del pueblo de Israel y a través del anuncio de una nueva creación, a la proclamación
de la resurrección de Cristo, creación definitiva. La historia de la salvación, anunciada
por diversas etapas a lo largo de la cuaresma, desemboca en la pascua de Cristo. La
pascua es la que da sentido a toda la historia y la recapitula.
Este itinerario histórico-salvífico se desarrolla en los diversos ciclos con matices
diversos; corresponden, respectivamente, al itinerario bautismal, cristológico-pascual,
penitencial.
Año A: anuncio del itinerario bautismal: Las lecturas del año A recogen la tradición
antigua que acompañaba al catecúmeno en la preparación del bautismo: el gran
anuncio de lo que Dios hace en el bautismo, es la mejor catequesis bautismal.
Primer domingo: domingo de la tentación. Se trata de una introducción general a este
tiempo cuaresmal, con vistas a preparar para la lucha que espera al hombre en sus
opciones definitivas. En este domingo, la Iglesia, después de escuchar el testimonio
de padrinos y catequistas, celebra la elección de los admitidos a los sacramentos
pascuales. En los domingos sucesivos les irá presentando el bautismo con las
imágenes del agua, de la luz y de la vida.
Segundo domingo: domingo de Abrahán y de la transfiguración. El bautismo es el
sacramento de la fe y de la filiación divina. Con Abrahán, padre de los creyentes,
también el catecúmeno debe partir, salir de su tierra (primera lectura); se entrevé la
meta en la transfiguración de Cristo (Evangelio); el bautizado también será llamado
"hijo de Dios".
Tercer domingo: domingo de la samaritana. Como Israel a lo largo del Éxodo, también
el catecúmeno busca el agua que le salva (primera lectura); Jesús le indica, como a la
samaritana, que tiene un agua capaz de extinguir toda sed (Evangelio); esta agua es
su mismo Espíritu (segunda lectura). Como ya había anunciado Juan Bautista, Jesús
es aquel que bautiza en agua y Espíritu Santo. La Iglesia en este domingo celebra el
primer escrutinio; durante la semana tiene lugar la entrega del símbolo (el Credo).
Cuarto domingo: domingo del ciego de nacimiento. En el bautismo el hombre es
liberado de las tinieblas e iluminado (Evangelio); se le capacita para vivir como hijo de
la luz (segunda lectura), consagrado con la unción real (primera lectura). Se celebra el
segundo escrutinio.
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Quinto domingo: domingo de Lázaro. En el bautismo el hombre pasa de la muerte a la
vida (Evangelio y primera lectura) y llega a ser capaz de agradar a Dios viviendo del
Espíritu del resucitado (segunda lectura). Se celebra el tercer escrutinio y durante la
semana se entrega a los catecúmenos la oración del Señor (el Padre nuestro).
Año B: anuncio de la nueva alianza en el misterio pascual de Cristo: Las lecturas del
año B ponen su atención en el tema de la alianza y en el misterio pascual de Cristo.
Son una invitación a descubrir a Cristo, que en su misterio pascual se ofrece en
sacrificio para nuestra salvación, para renovar la alianza, para hacerla "nueva y
eterna".
Primer domingo: en el relato de las tentaciones se fija en la lucha que Jesús afronta
con el mal, hasta vencerlo con su muerte y resurrección (Evangelio). Ya tuvo que
luchar Noé, optando decididamente por Dios; fue salvado y pactó una alianza con el
Señor (primera lectura): todo esto constituye un anuncio bautismal (segunda lectura).
Segundo domingo: el Padre toma la iniciativa. En el misterio de la transfiguración, que
revela el misterio de la cruz, el Padre proclama a Jesús su Hijo (Evangelio); no le evita
la muerte (segunda lectura) y nos lo entrega, como Abrahán, que ofreció en sacrificio
a Dios a su hijo (primera lectura). En los domingos sucesivos, Jesús mismo revela
haber aceptado el designio del Padre para convertirse en el templo donde se ofrece el
nuevo sacrificio por nuestra salvación.
Tercer domingo: Jesús crucificado (segunda lectura) es, en su cuerpo, el nuevo
templo destruido y reedificado (Evangelio); su acontecimiento pascual es sabiduría y
potencia de Dios (segunda lectura), que lleva a cumplimiento la antigua Ley (primera
lectura).
Cuarto domingo: la vuelta del destierro (primera lectura) y la liberación del pecado
(segunda lectura) son la salvación que Cristo exaltado en la cruz, como la serpiente
en el desierto, lleva a todos los hombres: su juicio es la salvación (Evangelio).
Quinto domingo: Jesús, con su obediencia hasta la cruz (segunda lectura), es el grano
de trigo; cae en tierra, muere y da mucho fruto; es glorificado (Evangelio); en él se
pacta la alianza que libera del pecado (primera lectura).
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Tercer domingo: Dios envió a Moisés para librar a su pueblo (primera lectura). La
historia es una "enseñanza" (segunda lectura) actualizada en Jesús cuando invita a la
conversión (Evangelio).
Cuarto domingo: acogiendo la invitación a la conversión, el hijo que huyó del Padre,
vuelve (Evangelio); es Cristo quien lo reconcilia (segunda lectura) y lo acoge en casa,
en la tierra prometida, celebrando como Israel la pascua (primera lectura).
Quinto domingo: quien se conforma a Cristo por la muerte al pecado (segunda
lectura), por el perdón (Evangelio), se hace criatura nueva (primera lectura). A éste se
le invita a mantenerse en la novedad de vida: "Anda y no peques más" (Evangelio).
EL LECCIONARIO FERIAL
El leccionario ferial presenta "los diversos temas propios de las catequesis
cuaresmales" (OLM 98) y es muy variado.
Semana después de ceniza: aparece la invitación a la conversión interior, al ayuno
espiritual, a la fraternidad.
Primera semana: invitación insistente a la conversión, la eficacia de la Palabra, el
amor al prójimo.
Segunda semana: el perdón de los pecados, los verdaderos valores, el anuncio de la
pasión.
Tercera semana: escuchar al Dios único, la curación obra de Dios, el perdón de Dios y
el perdón recíproco, el culto espiritual.
Cuarta semana: la renovación que Dios ejecuta (cielos y tierra nuevos, aguas
sanadoras, curación del paralítico...), la alianza, la incredulidad y tentativas de matar a
Jesús.
Quinta semana: el perdón del Señor que salva (Susana, la adúltera, la serpiente de
bronce, los jóvenes en el horno, Jeremías...), el anuncio de la pasión de Jesús y
figuras típicas, la pasión de Jesús para salvar y reunir los hijos de Israel dispersos.
Sexta semana o Semana santa: el Siervo doliente de YHWH.
En las dos últimas semanas se hace la lectura semicontinua de Jn 4-11. Se presenta
el itinerario o subida de Jesús a Jerusalén, su autorrevelación como Hijo de Dios y la
creciente oposición de los judíos hasta su decisión de matarlo.
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Cristo continúa y lleva a cumplimiento el camino de Moisés por el desierto
convirtiéndose en guía y libertador de todos. Con su ayuno manifiesta su libertad y
señorío sobre las cosas, su saber vivir de algo más que de “pan”, de "toda palabra
que sale de la boca de Dios" (Mt 4,14): su alimento es hacer la voluntad del Padre. A
diferencia del primer hombre, que no aceptó el proyecto de Dios y se convirtió en
esclavo, el nuevo Adán, Cristo, acoge la voluntad de Dios, que lo hace Señor de todo
y de todos: incluso los ángeles le servirán (Mt 4,11).
La Iglesia celebra estos misterios del éxodo y ayuno de Cristo en la cuaresma, tiempo
de renovación. Lo vive con los catecúmenos que se preparan a los sacramentos de la
iniciación cristiana, al nuevo estilo de vida marcado por el Evangelio. En cuaresma,
con sucesivas celebraciones (elección, escrutinios, entregas del Símbolo y de la
oración dominical), recorren el tiempo de la purificación y de la iluminación, que les
lleva a los sacramentos pascuales (itinerario bautismal). La Iglesia vive el tiempo de
renovación como purificación del pecado con todos los penitentes, que después del
bautismo sienten la necesidad de reconciliarse con Dios y con los hombres. Al
concluir la cuaresma, según la antigua tradición, celebrará la reconciliación con la
participación de todos los "santos" (itinerario penitencial). La Iglesia celebra con todos
la cuaresma, buscando una renovación cada vez más profunda, mirando a Cristo, a
su amor apasionado por el Padre y por los hombres, viviendo su misterio de "semilla"
que, depositada en la tierra, muere y da mucho fruto (itinerario pascual).
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IV. VIVIENDO LA CUARESMA
Durante este tiempo especial de purificación, contamos con una serie de medios
concretos que la Iglesia nos propone y que nos ayudan a vivir la dinámica cuaresmal.
Ante todo, la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En
la oración, si el creyente ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia
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divina penetre su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre la oración del
Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (ver Lc 1,38).
Asimismo, también debemos intensificar la escucha y la meditación atenta a la
Palabra de Dios, la asistencia frecuente al Sacramento de la Reconciliación y la
Eucaristía, lo mismo la práctica del ayuno, según las posibilidades de cada uno.
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-es signo de nuestra voluntad de expiación: "No ayunamos por la pascua, ni por la
cruz, sino por nuestros pecados, porque estamos preparándonos a los misterios" (san
Juan Crisóstomo);
-es signo de nuestra abstinencia de pecado: "El ayuno verdaderamente grande, el que
compromete a todos los hombres, es la abstinencia de la iniquidad y de placeres
ilícitos del mundo; éste es el ayuno perfecto [...]. Y, por consiguiente, cuando en este
mundo vivimos rectamente, cuando nos abstenemos de la iniquidad y de los placeres
ilícitos observamos de algún modo los cuarenta días de ayuno" (san Agustín).
-La limosna es fruto del ayuno y de las privaciones que conlleva. No es sólo un
expediente para que sobrevivan situaciones injustas. Probablemente hoy se asocia la
limosna cristiana con el compromiso por la justicia y la reestructuración de sistemas
sociales. La limosna, así entendida, obliga al cristiano a solidarizarse con el esfuerzo
por un nuevo orden social.
-También la oración brota de ese ayuno que nos hace vivir de la Palabra de Dios. La
oración auténtica brota de la escucha asidua de la Palabra de Dios, sobre todo
cuando se hace en común. En el tiempo de cuaresma el individuo, las familias, las
comunidades cristianas, se reúnen más frecuentemente en torno a la Escritura,
encuentran nuevos espacios de escucha (¿por qué no apagar también la televisión
alguna tarde?), responden al Dios de la alianza con su "Amén" coral.
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4. Haciendo oración: Aprovecha estos días para orar, para hablar con Dios, para
decirle que lo quieres y que quieres estar con Él. Te puedes ayudar de un buen libro
de meditación para Cuaresma. Puedes leer en la Biblia pasajes relacionados con la
Cuaresma.
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"Hoy no malgastaré mi dinero"
"Hoy hablaré con alguien que esté triste"
"Hoy donaré un producto para los mercados de los pobres"
"Hoy dejaré de comer un alimento de mi agrado (ayuno)"
"Hoy me reconciliaré con alguien con quien estoy disgustado"
"Hoy buscaré la oportunidad para confesarme”
"Hoy por amor a Dios ofreceré una hora de silencio"
"Hoy evitaré quejarme por cosas sin importancia"
"Hoy y siempre no arrojaré basura al piso"
"Hoy seré puntual y responsable en todas mis actividades"
"Hoy amaré la verdad, evitando la mentira"
"Hoy tendré un detalle de cariño con un empleado".
PASTORAL DE LA CUARESMA
La pastoral debe ser creativa para actualizar las obras típicas de la cuaresma (oración
- ayuno - caridad), adaptándolas a la sensibilidad del hombre contemporáneo
mediante iniciativas que, sin apartarlo de la naturaleza y del objeto propio de este
tiempo litúrgico, ayuden a los fieles a vivir el bautismo en dimensión individual y
comunitaria y a celebrar con mayor autenticidad la pascua. La vida cristiana, en
efecto, está esencialmente guiada por la dinámica pascual.
La última semana de la cuaresma, denominada santa o semana grande, se ha
desarrollado sobre todo por la exigencia de historización de los acontecimientos de la
pasión del Señor. En Jerusalén, donde mejor que en otras partes se podían revivir en
los mismos lugares los momentos últimos de la vida de Jesús, se desarrolló una rica
liturgia que abarcaba el período de tiempo que va desde el domingo de ramos hasta la
pascua.
Para imitar a Jerusalén en ese revivir de los episodios descritos por los evangelistas,
la liturgia occidental hizo algo parecido, organizando celebraciones particularizadas,
que terminaron por dar origen a la semana santa. La reconstrucción demasiado
anecdótica, si por una parte permitió un análisis atento del valor de cada uno de los
episodios, por otra quebrantó la unidad del misterio pascual. En la edad media, en
efecto, la semana santa se llamaba semana dolorosa, porque la pasión de Jesús era
dramatizada, más que celebrada in mysterio, poniendo de relieve los aspectos del
sufrimiento y de la compasión emotiva, con perjuicio del aspecto salvífico y de la
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victoria sobre la muerte por la resurrección. Aún corremos el mismo peligro si no
estamos atentos o no tenemos las ideas claras, a pesar del esfuerzo realizado por la
reforma del Vat. II para restablecer la unidad perdida.
Las principales celebraciones de la semana santa que cierran la cuaresma y preceden
al I triduo pascual son las siguientes:
1. EL DOMINGO DE RAMOS, "DE PASSIONE DOMINI ". En este día, como dice el
Missale Romanum, la iglesia conmemora a Cristo, el Señor, que entra en Jerusalén
para llevar a cumplimiento su misterio pascual. En todas las misas se debe hacer
memoria de esta entrada del Señor: con la procesión solemne (forma I); con la
entrada solemne (forma II) antes de la misa principal; o bien con la entrada simple
(forma III) antes de las otras misas. La entrada solemne, aunque sin procesión, puede
ser repetida antes de otras misas que tengan gran número de fieles.
Desde el punto de vista pastoral, hay que saber encontrar los modos más adecuados
para dar realce de fe al reconocimiento mesiánico de Cristo en el hoy de la vida de la
iglesia y del mundo por parte de nuestras asambleas. Por eso la celebración de la
entrada de Jesús debe valorar no tanto los ramos de olivo cuanto sobre todo el
misterio expresado a través de la procesión, que proclama la realeza mesiánica de
Cristo.
La liturgia de la palabra y la liturgia eucarística son una celebración de la pasión del
Señor. En efecto, éste es el único domingo del año en que se celebra el misterio de la
muerte del Señor con la proclamación del relato de la pasión. Este hecho no carece
de significado teológico, ya puesto de relieve por los evangelistas: Jesús se dirige a la
ciudad santa y entra en ella triunfalmente, pero para consumar su pascua de muerte y
resurrección.
2. EL JUEVES SANTO: CONCLUSIÓN DE LA CUARESMA. Antiguamente, en la
mañana del jueves santo se celebraba el rito de la reconciliación de los penitentes que
ya habían cumplido todo su camino penitencial siguiendo una rígida disciplina para los
pecados graves, que les habían excluido de la participación en la eucaristía. El
miércoles de ceniza, el obispo les había impuesto el cilicio; después permanecían
recluidos hasta el jueves santo, día en que eran absueltos para que participasen en la
eucaristía de la noche de pascua. Hoy no existe ya esa antigua y rígida disciplina
penitencial. Sin embargo, la comunidad cristiana está igualmente llamada, al final de
la cuaresma, a celebrar el sacramento pascual de la reconciliación en las formas
establecidas por el nuevo ritual de la penitencia, y según las necesidades de cada una
de las comunidades.
3. LA MISA CRISMAL. El origen de la bendición de los santos óleos y del sagrado
crisma es de ambiente romano, aunque el rito tenga huella galicana. Parece que
hasta el final del s. VII, la bendición de los óleos se hacía durante la cuaresma, y no el
jueves santo. El haberla fijado en este día no se debe al hecho de que el jueves santo
sea el día de la institución de la eucaristía, sino sobre todo a una razón práctica: poder
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disponer de los santos óleos, sobre todo del óleo de los catecúmenos y del santo
crisma, para la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana durante la
vigilia pascual. Sin embargo, no se debe olvidar que este motivo de utilidad no resta
nada a la teología de los sacramentos, que los ve a todos unidos a la eucaristía.
Esta solemne liturgia se ha convertido en ocasión para reunir a todo el presbiterio
alrededor de su obispo y hacer de la celebración una fiesta del sacerdocio. Los textos
bíblicos y eucológicos de esta misa manifiestan y recuerdan esta realidad. Aparece
así, junto con el compromiso de fidelidad de los presbíteros a su misión sacerdotal, la
naturaleza profética del sacerdocio ministerial del NT, llamado, como Cristo, "a
evangelizar a los pobres, a predicar a los cautivos la liberación y a los ciegos la
recuperación de la vista, a libertar a los oprimidos, y a promulgar un año de gracia del
Señor" (Lc 4,18). Si el ministerio presbiteral está unido esencialmente a la eucaristía,
es también verdad que este ministerio se ordena a la eucaristía ante todo con el
anuncio del evangelio, y encuentra en ella toda la amplitud y profundidad de su
dimensión profética.
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