Legarralde, M Pedagogías Positivistas Latinoamericanas. Ficha de Cátedra
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Legarralde, M Pedagogías Positivistas Latinoamericanas. Ficha de Cátedra
Ficha de Teóricos 5
PEDAGOGÍAS POSITIVISTAS LATINOAMERICANAS
Temas de la Ficha
¿Qué es el Positivismo? Los sistemas filosóficos de Augusto Comte y Herbert Spencer.
¿Qué es el Positivismo?
La denominación “positivismo” ha sido empleada para nombrar distintas corrientes
filosóficas, y a un conjunto de principios ideológicos que tuvieron fuerte influencia en
América Latina desde las últimas décadas del siglo XIX y hasta la década de 1920. Más allá de
los múltiples usos de la denominación, y para ordenar la caracterización de este cuerpo
ideológico, es posible identificar dos grandes sistemas filosófico – ideológicos que fueron
llamados “positivismo”: el primero se identifica con la obra de Augusto Comte y el segundo
con la de Herbert Spencer.
Augusto Comte (1798 – 1857) fue un filósofo francés, que desarrolló un sistema de
pensamiento cuya característica fundamental era valorar el factor del orden como palanca
del progreso humano. Su filosofía se denominó “positivista” por oposición a las
consecuencias de las filosofías “negativas” promovidas por la Revolución Francesa, es decir,
por aquellos sistemas de pensamiento centrados en la destrucción del viejo orden.
En términos generales, este “primer positivismo” se presentó como el momento de
restablecer el orden una vez abatido el Antiguo Régimen en el que primaban el gobierno
monárquico y la ideología religiosa. De acuerdo con Comte, el momento histórico de la
revolución era necesario, porque liberaba a la humanidad de las trabas puestas por el orden
monárquico. Sin embargo, su vigencia no podía ser permanente sino que debía ser superada
por un momento en que se restableciese el orden.
Comte sostuvo una concepción según la cual el progreso de la humanidad atravesaba tres
estados: un estado teológico, un estado metafísico y un estado científico. Sin dudas, el motor
del progreso de un estado al siguiente era el reconocimiento paulatino del valor de la razón
en la producción del saber, como sustento del poder y como ordenador social.
Concibió la historia como una teleología (es decir que construyó un relato sobre la historia
de la humanidad que se ordenaba como si esa historia hubiera ocurrido siguiendo un
propósito o finalidad preestablecida) y eso era común a su época. La herencia intelectual que
Comte recibió del romanticismo alemán (Fichte, Herder, en alguna medida el propio Hegel)
consistía en valorar la historia de los pueblos como una marcha hacia un presente (que
siempre era mejor que el pasado), como el estadio más glorioso y más logrado de la
humanidad. Sin dudas, estas ideologías también eran tributarias de la confianza burguesa de
fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX en sus propios logros y su triunfo histórico.
Comte promovió, además, la traducción de su filosofía en principios concretos de
organización de la sociedad. Derivó su pensamiento hacia la construcción de una religión
laica, apoyada en la idea del valor absoluto de los principios racionales (una racionalidad
también burguesa). Esa religión valoraba una serie de iconos del racionalismo, proponía una
nueva organización del tiempo y del poder político y espiritual y se apoyaba en un empleo
intensivo de los símbolos como “inspiradores” del comportamiento de los individuos. Esos
símbolos eran una traducción esquemática del valor de la razón.
La filosofía de Comte suponía valorar el conocimiento científico como el momento más
logrado del pensamiento. Sin embargo, la noción de “ciencia” de Comte aún era anterior al
estallido de las ciencias característico del siglo XIX.
José Murilo de Carvalho, historiador brasileño, indica la existencia de dos corrientes de
positivistas inspirados en las ideas de Augusto Comte: los “ortodoxos”, liderados por Lafitte,
quienes se inclinan por una interpretación estricta de las ideas de Comte sobre el gobierno y
proponen la conformación de una dictadura republicana; y por otro lado, los “oportunistas”
(denominación que se debe a que consideraban que debía esperarse la oportunidad histórica
para realizar el gobierno positivista), liderados por Littre, que se inclinaban por la
participación en un gobierno parlamentario.
“De cualquier modo, todos, ortodoxos y heterodoxos [se refiere el autor a dos corrientes de
positivistas comtianos], se inspiraban políticamente en el Appel aux conservateurs
[Llamado a los conservadores] que Comte publicó en 1855. En ese texto el concepto de
conservador proviene de su visión particular de la Revolución, que intenta escapar, por un
lado, del jacobinismo robespierrista, rousseauniano, llamado metafísico, y, por el otro lado, del
reaccionario restauracionismo clerical. Es conservador, según la visión de Comte, aquel que
consigue conciliar el progreso traído por la Revolución con el orden necesario para activar la
transición hacia la sociedad normal, o sea, hacia la sociedad positivista basada en la Religión
de la Humanidad.”
(MURILO DE CARVALHO, 1997)
Una segunda acepción del positivismo es la que motorizó Herbert Spencer (1820 – 1903). El
punto común entre Spencer y Comte era la valoración extremadamente positiva de la
ciencia como forma del pensamiento. Sin embargo, la ciencia para Spencer significaba algo
distinto que para Comte. En el caso de Spencer, el modelo de ciencia no era solo una forma
de pensamiento empírico – racional como para Comte, sino que se asociaba a los hallazgos
recientes de la biología, fundamentalmente, al pensamiento de Charles Darwin.
Spencer fue el responsable de acuñar la noción de “darwinismo social”, es decir, de concebir
que los principios del darwinisimo eran aplicables a los grupos humanos. Así, para Spencer,
la división de las sociedades modernas en clases sociales era una expresión de la supremacía
de los miembros más aptos dentro de la especie. Asimismo, Spencer relacionaba estas
diferencias de clase con factores psico-biológicos y raciales que terminaban “justificando” la
situación de explotación y subordinación de determinados sectores de la sociedad.
Esta noción de “darwinisimo social” fue, a su vez, la base para un traslado más general de los
principios de la biología a la comprensión de los fenómenos sociales. Así, si bien no formaba
parte de la obra del propio Spencer, en base a sus ideas se desarrollaron enfoques
experimentales de la naciente sociología, de la psicología y de otras disciplinas asociadas al
“descubrimiento” del hombre1.
Más allá de sus afinidades y sus diferencias en términos de los principios filosóficos, ambas
corrientes constituyeron sistemas de pensamiento fuertemente conservadores. Tanto Comte
como Spencer desarrollaron conclusiones tendientes a justificar y fundamentar la
desigualdad y la estratificación de sus sociedades, así como la necesidad de su perdurabilidad
en el tiempo. Eso explica que las élites políticas latinoamericanas las adoptaran como formas
de pensamiento en las que podían apoyarse para justificar su dominación.
que contribuyó a difundir los símbolos republicanos, y que cumplió, de alguna manera,
con una función de “reemplazo” de las tareas que en otros países desempeñó el sistema
escolar. Hubo en Brasil una pedagogía positivista en el espacio social, más que en la
escuela.
ejerce una sociedad atrasada. En este sentido, los positivistas comtianos como Gabino
Barreda, que habían acompañado a los liberales como Benito Juárez, eran desplazados por
los positivistas spencerianos como Sierra, que consideraban al liberalismo como una etapa
superada y acompañaban la dictadura de Porfirio Díaz.
Para los positivistas, la adaptación del organismo social era el progreso. Para que ese
progreso se produjera era necesario garantizar un “orden” que permitiera superar la
anarquía.
En la Argentina, el positivismo se confundió y desprendió del normalismo. Los primeros
positivistas se formaron en gran parte en el seno de las Escuelas Normales. Alfredo Ferreira
(1863 – 1935), un pedagogo egresado de la Escuela Normal de Paraná será uno de los
notables intelectuales positivistas de comienzos del siglo XX. Ferreira expresó una
interpretación liberal del positivismo, que se oponía a la uniformización de la enseñanza y
proponía educar en la libertad, a partir de la discusión del conocimiento. En otro sentido se
expresó la obra de otros positivistas como José María Ramos Mejía (1842 – 1914), médico que
se desempeñó en el ámbito de la política y fue presidente del Consejo Nacional de
Educación. Ramos Mejía escribió obras como “Las multitudes argentinas” y “La locura en la
historia” en las que exponía la tesis de que la historia y el comportamiento social se podía
interpretar sobre la base de las patologías mentales. Ramos Mejía impulsó el uso del
concepto de “normalidad” y “anormalidad” como criterio clasificatorio aplicado a la
educación.
Las distintas corrientes del positivismo se propusieron actuar sobre las sociedades a través
de la educación. Esto dio lugar a la producción de pedagogías positivistas a lo largo de
América Latina. Estas pedagogías abarcaban desde grandes reflexiones sobre el papel de la
educación y de los sistemas educativos en la mejora y superación de los males sociales
debidos a la raza y a la anarquía, hasta formulaciones de una “táctica escolar” que se
preocupaba por regular el tiempo, el espacio, los cuerpos y las interacciones en el aula y en
la escuela.
En este último plano, la pedagogía positivista detalló formas de organización del tiempo
escolar, que pretendían fundarse en bases científicas. Por ejemplo, distintos artículos en
revistas especializadas especulaban sobre la duración del tiempo medio de atención de los
niños, los grados de fatiga, la normalidad y la anormalidad en el ritmo de aprendizaje, y
desde allí prescribían cómo debía ser la duración de una clase, de los recreos y de la jornada
escolar.
Esta táctica escolar positivista también regulaba el espacio: se desarrolló toda una
arquitectura escolar, que establecía los mejores modos de regular la circulación de los niños,
controlar su comportamiento, poner bajo la mirada de las autoridades las actividades de los
maestros, separar los sexos y las edades.
Un tercer plano de control fue la regulación de los cuerpos. La pedagogía positivista, sobre la
base del discurso médico-biológico, impuso un estricto control del cuerpo en las escuelas.
Este control iba desde la determinación de las posturas correctas y el diseño del mobiliario
que permitiera esas posturas (e impidiera otras) hasta especulaciones sobre el tipo de
comportamiento que debía prohibirse en las escuelas para evitar la propagación de
enfermedades.
Un desprendimiento de la pedagogía positivista fue el higienismo, que constituyó una
forma de regulación del comportamiento y de los cuerpos, sobre la base de argumentos
médico-biológicos pero que conectaban con sentidos morales. Así, por ejemplo, se
publicaban en las revistas de educación artículos que discutían sobre si las maestras debían
saludar con un beso a sus alumnos, y señalaban que se trataba de una conducta nociva
El Positivismo en la Argentina
Como en otros países latinoamericanos, también en la Argentina la ideología positivista
desempeñó un considerable papel hegemónico, tanto por su capacidad para plantear una
interpretación creíble de estas realidades nacionales cuanto por articularse con instituciones
que – como las educativas, jurídicas, sanitarias o militares – tramaron un sólido tejido de
prácticas sociales en el momento de la consolidación del Estado y de la nación a fines del
siglo XIX y comienzos del XX. De hecho, la incorporación más plena al mercado mundial y
las tareas de homogeneizar las estructuras sociales para tornar gobernables a países
provenientes del período de enfrentamientos civiles posindependentistas coincidieron con
una etapa de centralización estatal y con la penetración y difusión de la filosofía positivista.
Si bien el positivismo configuró la matriz mental dominante durante el período 1880 – 1910
en la Argentina y en gran parte de América latina, en ese mismo período se asistió a una
formidable superposición de ideologías en cuyo seno convivían tendencias tan variadas
como el vitalismo, el decadentismo o el espiritualismo modernista.
El ensayo positivista2 construyó su intervención discursiva más exitosa en la doble
pretensión de explicar, por una parte, los efectos no deseados del proceso de modernización
en curso o también de comprender los consistentes obstáculos para que dicho proyecto
pudiera desplegarse con eficacia y, por la otra, hacerse cargo reflexivamente del problema de
la invención de una nación. Existe así toda una gama de teorías, proyectos y propuestas
positivistas destinadas a diagramar un modelo de país donde las instituciones trazaran el
límite en cuyo interior se asimilarían los sectores integrables a la modernidad, en tanto que
la coerción (la represión, la criminalización, la expulsión, el disciplinamiento) operaría
también institucionalizadamente expulsando de él las fracciones pre o extracapitalistas,
renuentes a incorporarse a la estructura nacional.
En este marco, la temática positivista se concentró en la identificación de los “males
latinoamericanos”. Al cruzarse este diagnóstico con las variables sociodarwinianas que
penetraban fuertemente las concepciones no sólo positivistas del período, la mirada de los
discípulos nativos de Spencer quedó muchas veces fascinada por los factores raciales que
presuntamente explicarían el retraso o las frustraciones modernizantes especialmente de
aquellos países que – como México, Bolivia o Perú – conservaban un denso fondo indígena.
Estas lecturas en clave racial animaron la producción de muchos de los textos típicos del
ensayo positivista latinoamericano.
Por otra parte, el positivismo en su aspecto filosófico era proclive a sostener la creencia en
“lo dado” como un destino, pero también a no subestimar las resistencias de la realidad para
plegarse mansamente a la voluntad de los miembros reformistas de las élites políticas e
intelectuales. De allí que al ocuparse de la problemática de la construcción de la nación, el
positivismo registró, según las circunstancias de cada país, la necesidad de contar con esas
materialidades para dominarlas mejor. La filosofía positivista formaba parte del movimiento
dirigido a poner término a la época crítico – revolucionaria abierta en 1789 (con la
Revolución Francesa) y reemplazarla por un período estable en la cual la “estática” del orden
y la “dinámica” del progreso pudieran convivir armónicamente. En Latinoamérica eso
implicó nuevamente la legitimación de un Estado fuertemente centralizado, justificando
gobiernos fuertes como los de Porfirio Díaz en México (de 1876 a 1880 y de 1884 a 1911), el
militarismo en Uruguay (una sucesión de presidentes apoyados por su pertenencia al
ejército, entre 1875 y 1890) y Julio Argentino Roca en Argentina (de 1880 a 1886 y de 1898 a
1904).
Por otra parte, cuando el evolucionismo de Spencer se convirtió en la oferta positivista más
recurrida, fueron muchos los intelectuales que hallaron en los temas del darwinismo social
nuevos estímulos para interpretar – dentro de los parámetros de la lucha por la vida y la
supervivencia – el agitado mundo social que la modernización había lanzado a la vida
urbana, de manera especial en aquellos países en los cuales la política inmigratoria había
promovido activamente la irrupción de una población inmigrante a raíz de la cual se temió
a veces por la gobernabilidad de estas naciones. La edad positivista percibió así en la
diagramación de las sociedades latinoamericanas una serie de desfasajes y desafíos en torno
a la relación Estado – masas, generando de esa manera un claro replanteo de la cuestión de
la nación.
Junto con las propuestas para promover la modernización, explicar los males
latinoamericanos y normalizar los vínculos entre el aparato estatal y la sociedad, el
positivismo fue también utilizado en América latina como una instancia interpretativa del
pasado nacional. No obstante, tampoco aquí habría que exagerar la homogeneidad de las
respuestas. De allí la necesidad de observar específicamente el despliegue de la ideología
positivista en cada circunstancia local, respecto de la articulación entre esta concepción y los
problemas nacionales que concitaban la atención de los contemporáneos en la Argentina de
fin de siglo XIX y principios del XX.
En el caso argentino, es evidente que el primer ensayo positivista planteó una respuesta a los
problemas o efectos inesperados de la implementación del proyecto de 1880. Es verdad que
esta intervención teórica circuló dentro del clima en principio optimista, avalado por la
confianza en un progreso nacional indefinido y que se conectaba por primera vez
fundadamente con el mito originario del “argentinocentrismo”. Esta contrastación entre un
progreso material tan innegable como disolvente de viejas virtudes republicanas estalló con
motivo de la crisis de 1890. La corrupción administrativa, la fiebre especulativa y por fin el
crac financiero serían leídos con lentes moralistas no sólo por los católicos que así podían
resarcirse simbólicamente de su derrota por la promulgación de las leyes laicas del primer
lustro de la década de 1880, sino que también una análoga interpretación fue compartida
por radicales e inclusive por socialistas y anarquistas. A pesar de su final aplastamiento, la
llamada Revolución del ‘90 venía en este terreno a desnudar una crisis de legitimidad de la
élite gobernante que en el registro cultural se verá prontamente fusionada con el clima
El papel de la inmigración
El positivismo tuvo una importante aceptación como ideología oficial de los sectores
conservadores en el momento de consolidación de los Estados nacionales latinoamericanos.
En este aspecto fue relativamente independiente de las condiciones locales de
estructuración de la desigualdad social. Si en unos países, el positivismo permitía
argumentar sobre la necesaria subordinación del campesinado y de las masas rurales, en
otros permitía afirmar que las poblaciones indígenas eran biológicamente menos aptas para
el autogobierno y la modernización, y en otros casos, además, permitía identificar como
fuente de los males una mezcla incontrolada de las razas.
En el caso argentino, el auge del positivismo corrió parejo con el estallido de la estructura
social tradicional por efecto de la incorporación acelerada de la Argentina al mercado
mundial y por un importante flujo inmigratorio.
Para las generaciones de intelectuales que diseñaron el complejo institucional e ideológico
del nuevo Estado nacional argentino, la inmigración era una herramienta clave para la
modernización del sujeto social de ese nuevo sistema político. Para Sarmiento y Alberdi, la
inmigración debía comunicar hábitos de industriosidad, democratización, orden,
modernidad y civilización.
En el caso de Sarmiento, además, la política inmigratoria tenía una serie de características
específicas. Sarmiento imaginaba que los contingentes inmigratorios transformarían no solo
los hábitos y tradiciones, sino también los flujos comerciales, las prácticas políticas y los
consumos culturales. Para ello, los inmigrantes debían contar con el acompañamiento de
políticas estatales específicas. Sarmiento tuvo oportunidad de promover esas medidas
cuando ejerció la presidencia entre 1868 y 1874. En esa etapa, el poder ejecutivo nacional
argentino desarrolló una campaña activa de promoción de la inmigración, bajo la forma de
colonias, que se instalarían en los bordes de la región pampeana, ocupada por grandes
latifundios.
Para Sarmiento, un cinturón de colonias debía funcionar a la vez como un límite a la
expansión del latifundio (cuyas reminiscencias feudales asociaba a la barbarie), y como un
modo de afincar a los inmigrantes. Esta política colonizadora (comparable, según esperaba
Sarmiento, con la desarrollada por los Estados Unidos para ocupar la región centro – oeste y
3 El Consejo Nacional de Educación era un organismo de gobierno del sistema educativo argentino,
que había sido establecido por la Ley 1420 en 1884. El CNE tenía por función gobernar el nivel de
educación primaria y las Escuelas Normales, establecer contenidos, inspeccionar las escuelas y llevar
una estadística que permitiera describir el avance de la escolarización. A diferencia del Ministerio de
Instrucción Pública, no dependía directamente del Poder Ejecutivo Nacional sino que tenía un
presidente y vocales, con autonomía en sus decisiones respecto de la Presidencia de la Nación.
argumentos, producidos en el marco del positivismo, permitían explicar por qué aquellos
grupos subalternos a los que se buscaba disciplinar, se apartaban de la norma.
En esta perspectiva era frecuente que las explicaciones se apoyaran en un determinismo
biológico (es decir, la explicación de que los inmigrantes se volcaran al anarquismo, tenido a
su vez por una ideología criminal, radicaba en su herencia biológica). La continuidad entre
prácticas legales de criminalización - explicación psicológica – explicación biológica –
moralización – institucionalización, fue un formato típico de los dispositivos positivistas.
En el caso del sistema educativo argentino, Adriana Puiggrós identifica como uno de los
síntomas más fuertes de la construcción de estos dispositivos, la aparición de un discurso
médico que atravesaba la experiencia escolar. La medicina y el discurso médico
desempeñaron un papel central en las argumentaciones para la clasificación de los sujetos
sociales en todos los campos, y particularmente en la educación.
Se conformó a comienzos del siglo XX, por indicación del Consejo Nacional de Educación,
un Cuerpo Médico Escolar que dependía de dicho Consejo. El Cuerpo Médico Escolar tomó
bajo su intervención el control sanitario y el control del comportamiento ético y moral de
los actores del sistema educativo (alumnos, maestros, directores, padres). El argumento
central era que resultaba necesario que la escuela mejorase la salud física y moral de la
población, y que, por lo tanto, interviniera promoviendo prácticas, hábitos y valores.
Algunos de los temas de control fueron el alcoholismo, el tabaquismo y la sexualidad. El
alcoholismo, asociado con posiciones moralizantes y calificado como un vicio era
adjudicado a los sectores obreros. El discurso forjado por el Cuerpo Médico Escolar
establecía que el alcoholismo era una enfermedad típica de la clase obrera, y que a la vez era
evidencia de su “debilidad moral”. El alcohólico era a la vez una persona física y moralmente
enferma.
En cuanto a la sexualidad, debía ser reprimida e interpretada como nociva para las
actividades intelectuales. Sobre la base de este discurso el higienismo entró en las escuelas
argentinas. El higienismo es una disciplina que se desarrolló durante aquél período,
centrada en la promoción de prácticas de higiene, pero también se apoyó en una fuerte
moralización de la higiene y la salud física. El argumento de la higiene como base de la salud
se desplazaba continuamente hacia otro, que suponía que el cuerpo higiénico era
moralmente bueno. La limpieza de la vestimenta y la limpieza del cuerpo eran tenidos
como sinónimos de “pureza” y elevados valores morales.
Desde un discurso médico que confundía la prevención con catalogaciones morales de las
personas afectadas, se perseguía la sexualidad y todas sus posibles manifestaciones.
Adicionalmente, las prácticas consideradas desviadas, antihigiénicas, etc., eran atribuidas
centralmente a los sujetos sociales dominados, y la explicación de estas prácticas, conductas
y desvíos se relaciona con sus características biológicas.
En el mismo sentido, otras disciplinas como la arquitectura escolar, la frenología (detección
de comportamientos delictivos a partir del aspecto físico del cuerpo y del rostro), la
eugenesia (empleo de los principios de la herencia biológica para moldear las poblaciones,
promoviendo el desarrollo de determinados caracteres e inhibiendo otros), la criminología,
etc. compusieron el complejo dispositivo escolar positivista.
J. M. Ramos Mejía (quien fue presidente del Consejo Nacional de Educación entre 1908 y
1912) definía el sujeto “multitudes” y las formas de controlarlo. Ubicaba a los inmigrantes en
la línea de la barbarie, a partir de su origen predominantemente rural. De allí surgía su
interés y su preocupación por la “nacionalización” del inmigrante. La construcción de la
nación y el nacionalismo debían ser herramientas complementarias del dispositivo escolar
para el disciplinamiento de este sujeto “multitud”, de origen inmigrante. El disciplinamiento
4 Nos referimos aquí a “disciplinas” como cuerpos de saber organizados. Las actuales ciencias sociales
son en gran parte, el resultado de un conjunto de disciplinas en las que los positivistas tuvieron gran
protagonismo. Pero también formularon disciplinas que cayeron en desuso o que demostraron la
arbitrariedad de sus fundamentos a lo largo de la experiencia histórica del siglo XX. Tal el caso de la
frenología, una disciplina que decía poder anticipar o predecir el comportamiento de las personas a
partir de sus rasgos físicos (por ejemplo, cierta disposición de los ojos o una forma específica de la
nariz se asociaba a las tendencias criminales).
político, es difícil sostener que se haya tratado de una ideología “de” la burguesía. En rigor, el
proceso de consolidación y expansión del Estado nacional posterior a 1880 estuvo
atravesado por una combinación de liberalismo y conservadurismo que, si en algunos
puntos tenía coincidencia con el positivismo, distaba de él en otros aspectos.
Es quizás en el campo del reformismo social en donde es posible encontrar las más fuertes
coincidencias entre el liberalismo dominante y el positivismo operativo. El historiador
Eduardo Zimmermann identificó a comienzos del siglo XX la formación de una corriente
con mucho predicamento en los niveles intermedios de funcionamiento del Estado, que él
denominó los “liberales reformistas”. Estos liberales fueron herederos de los principios
políticos de la generación del ’80, pero fueron conscientes también de las limitaciones de la
legitimidad del sistema político vigente. Su acción en las distintas áreas del Estado se acercó
mucho a la de los positivistas porque ellos también confiaban en que la puesta en marcha de
distintos dispositivos configurase sujetos sociales disciplinados, y que, por esa vía, se pudiera
devolver (o ampliar) la legitimidad del sistema político.
El máximo exponente de esta corriente sería Joaquín V. González, quien, sin identificarse
con el positivismo, promovió la producción de instituciones estatales que alojaron el
desarrollo del discurso positivista (la Universidad Nacional de La Plata es el modelo más
acabado de esta intervención).
5 El “panóptico” fue un modelo de edificio desarrollado a fines del siglo XVIII para hacer posible el
control de las poblaciones carcelarias con poco personal de vigilancia. Se organizaban con pabellones
en forma de estrella en cuyo centro se ubicaba el puesto del vigilante. Cuando se habla de
arquitectura panóptica se hace referencia a la construcción de edificios con el criterio de hacer posible
el control y la vigilancia de los individuos que lo habitan. Las escuelas de principios del siglo XX se
construían siguiendo el criterio de que los directores y maestros pudieran vigilar a los alumnos en
todo momento.
ello en una lectura particular de la teoría de Sigmund Freud) y que debía ser controlada y
reprimida.
También el contacto entre adultos y niños debía ser vigilado. El debate sobre el beso de la
maestra al saludar a los alumnos era una indicación sumamente gráfica de estas
preocupaciones. En distintos artículos publicados en El Monitor de la Educación Común se
debatió sobre si debía permitirse o no el saludo con un beso. Los argumentos en contra se
apoyaban inicialmente en la consideración de que el beso era una vía para la transmisión de
enfermedades. Pero más adelante esos argumentos se fueron desplazando hacia una
consideración de las posibles consecuencias morales del beso, que podría despertar
sentimientos indeseables en los alumnos, por lo cual había que mantener las distancias
físicas.
Otra preocupación recurrente de los positivistas en la regulación de los cuerpos fue la
regulación de las posturas. Circularon durante el período gran cantidad de diseños de
mobiliario escolar, sillas, bancos, mesas y pupitres, destinados a adaptarse a distintas
prescripciones sobre las posturas más adecuadas para el desarrollo del cuerpo de los niños.
Esto llevó a Adriana Puiggrós a indicar la aparición de una verdadera “pedagogía ortopédica”,
preocupada por evitar las desviaciones (del cuerpo, pero también del comportamiento del
cuerpo).
Bibliografía
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CUCUZZA, Héctor Rubén (2007) Yo argentino. La construcción de la Nación en los libros
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ESCUDE, Carlos (s/f) El fracaso del proyecto argentino. Educación e ideología. Instituto
Torcuato Di Tella / CONICET
FOUCAULT, Michel (1987) Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores.