Patriarcado y Feminismo Clasista

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El ejercicio de la crítica y autocrítica, una necesidad para avanzar hacia un feminismo

clasista.

Laura González

Uno de los temas que ha tomado gran fuerza en el debate político de la izquierda revolucionaria
tiene relación con el patriarcado y la lucha feminista al interior del movimiento popular. Este
incipiente debate no significa que sea un tema nuevo, por el contrario, el patriarcado es una realidad
objetiva en la sociedad capitalista y ha sido abordado por diferentes mujeres y hombres al menos
hace cien años. Mariátegui en 1924 decía “el feminismo, como idea pura, es esencialmente
revolucionario”, es por ello que es fundamental despejar la idea de que este tema que para algunos
parece tan novedoso, o una moda reciente, la verdad es que es bastante antiguo.

La dificultad radica en que este problema no ha sido “tema” en nuestra franja hasta hace poco más
de algunos años que comenzó a instalarse y a generar la necesidad en las diferentes organizaciones
sociales y políticas de la izquierda revolucionaria de tomar posición y tener algo que decir al
respecto. En este incipiente recorrido, se visualiza un avance relacionado con el reconocimiento del
patriarcado como estructura de dominación que ha generado una condición de doble explotación
de la mujer trabajadora y de opresión sobre ella en todos los planos de su vida (social, político,
cultural, sexual). Sin embargo, estos avances en la franja no han logrado salir del plano declarativo,
es decir, en la incorporación de los principios de las organizaciones, en consignas, en asistencia a
marchas, etcétera; pero cosa muy distinta es que se generen avances concretos, prácticos y
subjetivos en torno al tema, que no sólo se exprese en trabajo hacia afuera, sino también en la
autocrítica al interior de las organizaciones en busca de superar las prácticas patriarcales internas.

Los escasos avances no son más que la consecuencia directa de la falta de claridad y propuesta
política feminista desde la vereda de los y las revolucionarias, ya que no se ha logrado avanzar hacia
una línea política que genere una síntesis entre feminismo y clasismo. Frente a lo anterior, es posible
afirmar que, hasta la fecha, la hegemonía del feminismo la tienen corrientes liberales y burguesas
que han influenciado el sinnúmero de tendencias al interior del movimiento feminista, incluyendo
en ello una influencia en la franja revolucionaria. Algunos elementos de influencia transversal a
mencionar son: instalar las demandas feministas sin cuestionar el capitalismo como sistema de
explotación, centrar parte importante de la lucha en la liberación y autonomía sobre el cuerpo
(aborto, por ejemplo) y el placer sexual (es decir en el plano individual), desconocer la sociedad de
clases, hacer de la mujer una categoría social por sí misma, trascendiendo la clase, luchar contra
todas las violencias. Esto es un retroceso si comparamos con Alexandra Kollontai, que hace décadas
dijo que el mundo de las mujeres, al igual que el de los hombres, está dividido en “dos bandos”, dos
clases sociales, y por lo tanto existen diferencias significativas en torno a los intereses y aspiraciones
de las mujeres.

Esta hegemonía influencia al feminismo de organizaciones burguesas, principalmente aquellas


vinculadas a las políticas públicas y academia; influencia a las organizaciones de la izquierda
reformista vinculada a las organizaciones estudiantiles principalmente. También irradia influencia
en el feminismo vinculado a las tendencias anarquistas que, al centrar su lucha en la mujer en tanto
individualidad, han llegado a dejar de lado la lucha de clases como marco de desenvolvimiento de
las luchas del pueblo, lo cual termina por potenciar un feminismo de conciliación de clases, pues se
otorga mayor relevancia a la lucha por la mujer que a entender la diferencia que existe entre una
mujer trabajadora y una burguesa. En esa gama de feminismos influenciados por el feminismo
liberal burgués, en algunos casos ha abundado una perspectiva de lucha reformista que no
cuestiona el capitalismo, y en otros un feminismo más parecido al socialismo utópico, aquel que
busca salir del capitalismo, pero termina conviviendo con él sin hacerle ningún daño. En todos los
casos no existe feminismo revolucionario.

Es importante mencionar que no se pueden desconocer los esfuerzos de diferentes organizaciones


sociales y políticas de la izquierda revolucionaria por avanzar en propuestas para una línea política
feminista clasista y revolucionaria, sin embargo, aún se mezclan con perspectivas burguesas,
liberales y posmodernas. Esta falencia ha propiciado deformaciones ideológicas, habiendo
feministas que han olvidado que mientras no se acabe con el capitalismo no se acabará con el
patriarcado, y que para ello la lucha la debe dar la clase en su conjunto. Sin embargo, el problema
no radica en estas mujeres, sino más bien en las organizaciones políticas de la franja revolucionaria
que no han tenido la capacidad de tener posición política para la construcción de un feminismo de
clase, arrastrando a sus militancias a la confusión ideológica frente al tema.

Esto ha generado una serie de perspectivas, prácticas y acciones al interior de la franja que,
efectivamente tensionan las organizaciones. Ahora la militancia política es cuestionada por
patriarcal, derivando en conflictos en donde se ha incurrido en la develación de militancia de
compañeros y compañeras, actitud que más que feminista parece soplonaje reaccionario.
Asimismo, la funa de acosadores, abusadores y machistas también se ha transformado en una
herramienta sobre utilizada, mediatizando todos estos problemas, sobre exponiendo casos que en
general son de gran complejidad en su tratamiento y solución. Sin embargo, y una vez más surge la
pregunta: ¿Dónde está la responsabilidad? Nuevamente recae en la carencia de las organizaciones
revolucionarias de hacerse cargo del tema, y ya no sólo con una línea política feminista y clasista,
sino también con una práctica coherente con ello, lo que implica partir por la profunda autocrítica
y el reconocimiento de prácticas patriarcales en el plano organizativo y las respectivas medidas que
se deben adoptar para ello.

Ante estos problemas, muchos compañeros han preferido criticar el carácter liberal y divisionista
del feminismo en vez de hacerse la autocrítica y asumir lo atrasado que está el sector en este tema,
ya que el patriarcado es una realidad material, que no se puede seguir desconociendo y del cual
debemos hacernos cargo.

Este diagnóstico nos invita a asumir varias cosas: en primer lugar, el patriarcado es una realidad
objetiva y material, del cual la franja revolucionaria no está exenta; en segundo lugar, el feminismo
hoy está hegemonizado por corrientes liberales y burguesas, generando confusiones y
deformaciones político ideológicas en el mundo popular y revolucionario; en tercer lugar, las
organizaciones políticas de la franja revolucionaria no han tenido la capacidad de proponer
lineamientos políticos desde una perspectiva clasista y revolucionaria lo que ha derivado en una
serie de problemas al interior de las organizaciones sociales y políticas; en cuarto lugar, la franja al
no tener claridad política no ha logrado superar el plano declarativo y no ha logrado identificar y
erradicar con acciones concretas las prácticas machistas y patriarcales en el seno de sus
organizaciones.

Ante este diagnóstico, surge como necesidad imperiosa avanzar en líneas políticas, pero sobre todo
en la autocrítica honesta, profunda y real de los compañeros y compañeras frente a las prácticas
organizativas y militantes. Es un deber revolucionario avanzar en este plano, asumir el problema en
el marco general (patriarcado y capitalismo), pero también e igualmente relevante, avanzar en la
exploración interna de las organizaciones en cómo avanzar en lo político y práctico para no hacer
de nuestras organizaciones la replicación de la sociedad que queremos destruir.

Hoy parece ilógico y reaccionario no querer avanzar en ello. El patriarcado existe y debe ser
derrocado, y es aberrante y repudiable todo aquel compañero que no logre dar el paso en
comprender que este problema también lo arrastra la clase trabajadora y que debe extirparse de
nuestras organizaciones, porque las mujeres trabajadoras son el 50% de la clase y con ello la mitad
del contingente revolucionario. No solidarizar con la condición de doble explotación y opresión de
la mujer trabajadora, compañeras de clase y militancia, no combatir hasta acabar con las malas
prácticas o “hacer el desvío” al tema, no es más que dejar de ser revolucionario o revolucionaria.

Es lamentable encontrar compañeros que, si bien tienen grandes capacidades políticas,


argumentativas, disciplina militantes, entre otros, tengan prácticas que obstaculizan el desarrollo
del feminismo clasista en vez de asumirlo como una necesidad imperiosa pues forma parte del
período en el que nos encontramos, y una revolución en este momento de la historia debe ser
feminista o no será revolución. Ese tipo de conductas hablan más de un reaccionario que realmente
sí goza y quiere gozar de sus privilegios.

Algunas propuestas para avanzar en el feminismo de clase:

- Entender que capitalismo en tanto sistema de explotación y el patriarcado en tanto


estructura de dominación funcionan articuladamente y para destruir uno se debe destruir
el otro a través de la lucha de la clase en su conjunto
- En el capitalismo, la opresión de la mujer surge de manera conjunta con el surgimiento de
la propiedad privada, transformándose en un bien más del hombre en tanto dueño del
patrimonio familiar. La institución que ha sustentado esto ha sido la familia, que encuentra
su origen en el modelo de familia burgués.
- El patriarcado ha servido al capitalismo para utilizar la condición de opresión de la mujer y
explotarla por dos, a través del trabajo doméstico y el trabajo asalariado, siendo una
característica más propia de la clase trabajadora que burguesa, pues la mujer burguesa no
es doblemente explotada, ya que explota a la mujer proletaria para que cumpla las labores
domésticas en su hogar
- La condición de opresión de la mujer se expresa también en planos ideológicos como la
moral y religión, el rol que cumple al interior de la familia que se caracteriza por la
reproducción de vida y fuerza de trabajo, la violencia doméstica, la reducción de su
sexualidad al placer del hombre y no a su placer propio, su opresión sexual y las penas del
infierno social si decide vivir libremente su sexualidad. Objetivarla sexualmente, tratarla
como objeto de disputa entre machos, violarla y matarla. Por último, tratarla de loca,
histérica y exagerada cuando levanta la voz y reclama lo justo.
- Junto al desarrollo de línea política es altamente necesario desarrollar prácticas al interior
de las organizaciones que sean coherentes con ello, y enfrentar directamente las malas y
viejas prácticas patriarcales con educación pero también con las sanciones que sean
necesarias
- El patriarcado se expresa desde lo económico hasta el plano afectivo, por lo tanto como
franja deberemos hacernos cargo de afrontar de frente todo tipo de violencia al interior de
las organizaciones, desde el acoso sexual y psicológico hasta la violencia física, sexual y
psicológica.
- Por último, las organizaciones deben comenzar a cuestionarse como dejar de marginar a las
mujeres de la participación social y política producto de su condición de vida generada por
el capitalismo patriarcal y ver las formas de generar las condiciones necesarias para su
desarrollo y participación social y política, incorporándolas en tareas que han tendido a
ocupar principalmente los hombres.

Revisar regularmente nuestro trabajo, desarrollar durante el proceso de revisión el estilo


democrático de trabajo, no temer a la crítica ni a la autocrítica y aplicar aquellas máximas populares
chinas tan buenas como di todo lo que sepas y dilo sin reservas, no culpes al que hable, antes bien,
toma sus palabras como una advertencia y corrige tus errores, si los has cometido, y guárdate de
ellos si no has cometido ninguno: he aquí la única forma eficaz de evitar que el polvo y microbios
políticos infecten la mente de nuestros camaradas y el cuerpo de nuestro Partido (Mao Tse Tung)

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