Ritual de La Penitencia
Ritual de La Penitencia
Ritual de La Penitencia
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RITUAL DE LA
PENITENCIA
liturgiapapal.org| RITUAL DE LA
PENITENCIA
OBSERVACIONES
PREVIAS
I. EL MISTERIO DE LA RECONCILIACIÓN EN LA
HISTORIA DE LA SALVACIÓN
Pedro, fiel al mandato del Señor que le había dicho: «Te daré las
llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en
el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo», 14
proclamó el día de Pentecostés un bautismo para la remisión de los
pecados:
«Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo, para que se os
perdonen los pecados.»
15
Desde entonces la Iglesia nunca ha dejado ni de exhortar a los
hombres a la conversión, para que, abandonando el pecado, se
conviertan a Dios, ni de significar, por medio de la celebración de la
penitencia, la victoria de Cristo sobre el pecado.
2
liturgia .org| RITUAL DE LA
2. Esta victoria sobre elpapal
pecado la manifiesta la Iglesia, en primer
PENITENCIA
lugar, por medio del sacramento del bautismo; en él nuestra vieja
condición es crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra
personalidad de pecadores y quedando nosotros libres de la esclavitud
del pecado, resucitamos con Cristo para vivir para Dios.16 Por ello
confiesa la Iglesia su fe al proclamar en el Símbolo:
«Confieso que hay un solo bautismo para el perdón
de los pecados.»
3
Pero además nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el
sacramento de la penitencia al dar a los Apóstoles y a sus sucesores el
poder de perdonar los pecados; así los fieles que caen en el pecado
después del bautismo, renovada la gracia, se reconcilien con Dios, 19 La
Iglesia, en efecto, «posee el agua y las lágrimas, es decir, el agua
del bautismo y las lágrimas de la penitencia».20
necesitada de purificación.
a) Contrición
b) Confesión
c) Satisfacción
d) Absolución
Tiempo de la celebración
Vestiduras litúrgicas
Rito breve
Ritos iniciales
23. Una vez reunidos los fieles, se canta si parece oportuno, un canto
adecuado. Después, el sacerdote saluda a los fieles y él mismo, u otro
ministro los introduce, si parece oportuno, con breves palabras, en la
celebración y les da las indicaciones prácticas sobre el orden que se va
a seguir en la misma. A continuación, invita a todos a orar, y, después
de un momento de silencio dice la oración.
34. Aquellos a quienes se les han perdonado pecados graves con una
absolución común acudan a la confesión individual lo antes posible, en
cuanto tengan ocasión, antes de recibir otra absolución general, a no
ser que una justa causa se lo impida. En todo caso están obligados a
acudir al confesor dentro de un año, a no ser que los obstaculice una
imposibilidad moral. Ya que también para ellos sigue en vigor el
precepto por el cual todo cristiano debe confesar a un sacerdote
individualmente, al menos una vez al año, todos sus pecados, se
entiende graves, que no hubiese confesado en particular. 59
V. LAS CELEBRACIONES
Utilidad e importancia
8.
28. Cf. 1P 4, 13.
29. Cf. 1P 4, 8.
30. Cf. Concilio Tridentino, Sesión XIV, De sacramento Paenitentiae: DS 1638, 1740
II.
32. PABLO VI, Constitución apostólica Paenitemini, de 17 de febrero de 1966: AAS 58
1675.
38. Ibid ., cap. 4: DS 1676.
39. Cf. Hb 1, 2; Col 1, 19 y en otros lugares; Ef 1, 23 y en otros lugares;
doctrina, de 1 de enero de
1967, núms. 2- 3: AAS 59 (1967), pp. 6- 8.
42. Flp 3, 13.
43. Cf. Tt 3, 4- 5.
44. Cf. Lc 15, 7.10. 32.
45. Cf. Concilio Tridentino, Sesión XIV, De sacramento Paenitentiae, cáns. 7- 8: DS
1707- 1708.
46. Cf. 2Co 4, 10.
47. Cf. Ga 4, 31.
48. Cf. Mt 18, 18; Jn 20, 23.
49. Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia,
núm. 26.
50. Cf. Flp 1, 9- 10.
51. Cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Normas pastorales
liturgia.
53. Cf. Código de Derecho Canónico, can. 964.
54. Cf. Sagrada Congregación de Ritos. Instrucción Eucharisticum mysterium, de 25 de
núm. 26.
65. Cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Normas pastorales
Acogida del
penitente
El penitente responde:
Amén.
O
bien:
85. Ez 33, 11
Acércate confiadamente al Señor,
que no quiere la muerte del
pecador, sino que cambie
de conducta y viva.
86. Lc 5, 32
El Señor Jesús,
que no ha venido a llamar a
los justos, sino a los
pecadores,
te acoja con
bondad. Confía
en él.
89. Mt 6, 14-15
Escuchemos al Señor, que nos dice:
«Si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro
Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras culpas».
90. Mc 1,14-15
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a
Galilea a proclamar el
Evangelio de Dios. Decía:
«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios:
convertios y creed en el Evangelio».
91. Rm 5, 8-9
La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía
pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta
más razón, pues, justificados ahora por su sangre,
seremos por él salvos de la cólera!
92. Ef 5, 1-2
Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid
en el amor, como
Cristo os amó y se entregó por nosotros como
oblación y víctima de suave olor.
93. 1 Jn 1,6-7. 9
Si decimos que estamos
unidos a Dios, mientras
vivimos en la oscuridad,
mentimos con palabras y
obras.
Pero si vivimos en la luz,
lo mismo que él está en la luz,
entonces estamos unidos unos
con otros, y la sangre de su
Hijo Jesús
nos limpia los pecados.
Pero, si confesamos nuestros
pecados, él, que es fiel y
justo,
nos perdonará los pecados
y nos limpiará de toda injusticia.
Oración del
penitente
100.Jesús, Hijo de
Dios,
apiádate de mí, que soy un
pecador.
Dios, Padre
misericordioso,
que reconcilió consigo al
mundo
por la muerte y la resurrección
de su Hijo y derramó el
Espíritu Santo
para la remisión de los
pecados,
te conceda, por el ministerio
de la Iglesia, el perdón y la
paz.
Y YO TE ABSUELVO DE TUS
PECADOS
EN EL NOMBRE DEL PADRE, Y DEL
HIJO,
✠ Y DEL ESPÍRITU
SANTO.
El penitente responde:
Amé
n.
Acción de gracias y despedida del penitente
El penitente responde:
O bien:
El Señor que te ha liberado del pecado,
te admita también en
su reino. A él, la gloria
por los siglos.
O bien:
Vete en paz,
y anuncia a los hombres las
maravillas de Dios que te ha
salvado.
Capítulo
II.
RITO PARA RECONCILIAR A VARIOS
PENITENTES CON CONFESIÓN Y ABSOLUCIÓN
INDIVIDUAL
Cant
o
O bien:
Acerquémonos con seguridad al trono de la
gracia, para alcanzar misericordia y encontrar
gracia que nos auxilie oportunamente. Hb 4, 16
Salud
o
O bien:
107. La graciay la paz de
Dios Padre, y de Jesucristo,
que nos amó
y nos limpió de nuestros pecados
con su sangre, esté con todos
vosotros.
108.La gracia, la
misericordia y la paz de Dios
Padre y de Jesucristo su
Hijo, en la verdad y en la
caridad,
esté con vosotros.
R. Amén.
R. Amén.
Oració
n
O bien:
Señor. R. Amén.
Señor. R. Amén.
115.Dios omnipotente y
misericordioso, que nos has
reunido en nombre de tu Hijo
para alcanzar misericordia
y encontrar gracia que nos auxilie.
Abre nuestros ojos para que descubramos el mal que
hemos hecho;
mueve nuestro corazón,
para que, con sinceridad, nos convirtamos a ti;
que tu amor reúna de nuevo a quienes dividió y
dispersó el pecado;
que tu fuerza sane y
robustezca a quienes
debilitó su fragilidad;
que el Espíritu vuelva de
nuevo a la vida a quienes
venció la muerte;
para que, restaurado tu amor en
nosotros, resplandezca en nuestra
vida la imagen de tu Hijo, y así, con la
claridad de esa imagen,
resplandeciente en toda la Iglesia,
puedan todos los hombres
reconocer que fuiste tú, quien
enviaste a Jesucristo, Hijo tuyo
y Señor nuestro.
R. Amén.
R. Amén.
Liturgia de la
Palabra
I
La plenitud de la ley es
el amor
Hermanos:
Sed imitadores de Dios, como
hijos queridos, y vivid en el amor
como Cristo os amó
y se entregó por nosotros
como oblación y víctima de
suave olor. Por otra parte,
de inmoralidad, indecencia o afán
de dinero, ni hablar;
por algo sois un pueblo santo.
Y nada de chabacanerías, estupideces o
frases de doble sentido; todo eso está
fuera de sitio.
Lo vuestro es alabar a
Dios. Meteos bien esto
en la cabeza: nadie que
se da a la inmoralidad,
a la indecencia o al afán de dinero
—que es una idolatría—
tendrá herencia en el reino de Cristo
y de Dios. Que nadie os engañe con
argumentos especiosos; estas cosas
son las que atraen el castigo de Dios
sobre los rebeldes.
No tengáis parte con ellos;
porque antes sí erais tinieblas,
pero ahora, como cristianos,
sois luz. Vivid como gente
hecha a la luz.
En otro tiempo erais
tinieblas, ahora sois
luz en el Señor.
Caminad como hijos de
la luz,
—toda bondad, justicia y verdad son
fruto de la luz buscando lo que agrada
al Señor,
sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas,
sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza
mencionar las cosas que ellos
hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al
descubierto, y todo lo descubierto es
luz.
Por eso dice:
«Despierta, tú que
duermes, levántate de
entre los muertos y
Cristo será tu luz».
Palabra de Dios.
122. EVANGELIO
Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas
✠ Lectura del santo Evangelio según san Mateo. 22, 34-
40
II
Renovad vuestra
mentalidad
123. PRIMERA
LECTURA
Cesad de obrar mal,
aprended a obrar bien
Lectura del profeta
Isaías. 1, 10-18
Palabra de Dios.
Devuélveme la alegría de tu
salvación, afiánzame con
espíritu generoso; enseñaré
a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
R.
Los sacrificios no te
satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no
lo querrías. Mi sacrificio es un
espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y
humillado, tú no lo
desprecias. R.
125. SEGUNDA
LECTURA
Renovad vuestra
mentalidad
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los
Efesios. 4, 23-32
127. EVANGELIO
Dichosos los pobres en el espíritu
✠ Lectura del santo Evangelio según san Mateo. 5, 1-12a
Homilí
a
128. Sigue la homilía que, partiendo del texto de las lecturas, debe
conducir a los penitentes al examen de conciencia y a la renovación de
vida.
Examen de
conciencia
RITO DE
RECONCILIACIÓN
pecados
131. El diácono o el
ministro:
Hermanos: confesad
vuestros pecados
y orad unos por otros, para que
os salvéis.
El diácono o el ministro:
Pidamos humildemente a Dios
misericordioso,
que purifica los corazones
de quienes se confiesan
pecadores y libra de las
ataduras del mal
a quienes se acusan de sus
pecados, que conceda el
perdón a los culpables y
cure sus heridas.
El diácono o el
ministro:
Con las mismas palabras que Cristo nos enseñó,
pidamos a Dios Padre que perdone
nuestros pecados y nos libre de todo
mal.
Todos juntos
prosiguen:
Padre nuestro, que estás
en el cielo, santificado sea
tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo. Danos hoy nuestro
pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros
perdonamos a los que nos
ofenden;
no nos dejes caer en la
tentación, y líbranos del
mal.
El sacerdote concluye,
diciendo: Escucha,
Señor, a tus siervos,
que se reconocen
pecadores;
y haz que, liberados por tu Iglesia de
toda culpa, merezcan darte gracias
con un corazón renovado. Por
Jesucristo nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
II
Recordando, hermanos, la
bondad de Dios, nuestro Padre,
confesemos nuestros
pecados, para alcanzar
así misericordia.
Todos juntos
dicen:
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros,
hermanos, que he
pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi
gran culpa. Por eso ruego a santa
María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los
santos y a
vosotros,
hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
El diácono o el ministro:
Pidamos humildemente a Cristo, nuestro salvador y
abogado ante el
Padre, que perdone nuestros pecados y nos limpie de
toda iniquidad.
El diácono o el ministro:
Ahora, como el mismo Cristo nos mandó,
oremos todos juntos al Padre
para que, perdonándonos las ofensas
unos a otros, nos perdone él nuestros
pecados.
Todos juntos
dicen:
Padre nuestro, que estás
en el cielo, santificado sea
tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra
como en el cielo. Danos hoy nuestro
pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros
perdonamos a los que nos
ofenden;
no nos dejes caer en la
tentación, y líbranos del
mal.
El sacerdote concluye, diciendo:
Oh Dios, que has dispuesto los auxilios que necesita
nuestra debilidad:
concédenos recibir con alegría y mantener con una
vida santa los frutos de tu perdón. Por Jesucristo
nuestro Señor.
Todos:
Amé
n.
Confesión y absolución
individual
Dios, Padre
misericordioso,
que reconcilió consigo al
mundo
por la muerte y la resurrección
de su Hijo y derramó el
Espíritu Santo
para la remisión de los
pecados,
te conceda, por el ministerio
de la Iglesia, el perdón y la
paz.
Y YO TE ABSUELVO DE TUS
PECADOS
EN EL NOMBRE DEL PADRE, Y DEL
HIJO,
✠ Y DEL ESPÍRITU
SANTO.
El penitente
responde:
Amé
n.
Auxilia a Israel su
siervo, acordándose de
la misericordia,
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
136. Salmo 135, 1-9. 13-14. 16. 25-26.
Él hizo lumbreras
gigantes: porque es
eterna su misericordia.
El sol que gobierna el
día:
porque es eterna su misericordia, R.
O bien:
Padre Santo,
tú nos has renovado a imagen de tu Hijo;
concédenos tu misericordia,
para que seamos testigos de tu amor
en el mundo. Por Jesucristo nuestro
Señor.
Todos:
Amén.
O
bien:
138. Enverdad es justo y
necesario darte gracias
siempre y en todo lugar,
Dios todopoderoso y eterno,
que corriges con justicia y perdonas
con clemencia. Pero siempre te
muestras misericordioso,
porque, cuando castigas, lo
haces para que no perezcamos
eternamente
y, cuando perdonas, nos das ocasión
para corregirnos. Por Jesucristo nuestro
Señor.
R. Amén.
R. Amén.
140.Señor Jesucristo, generoso
para el perdón, que quisiste
aceptar la debilidad de la carne,
para que nosotros siguiéramos tu
ejemplo de humildad y fuésemos fuertes
en la prueba:
haz que conservemos siempre los
bienes que hemos recibido de ti,
y que, por la penitencia, nos
levantemos cada vez que caemos en
el pecado.
Por Jesucristo nuestro
Señor. R. Amén.
R. Amén.
Rito de
conclusión
Celebrante:
Para que podáis caminar con una vida nueva y
agradar a Dios en todas
las
cosas.
R.
Amén.
Celebrante:
Y que os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo ✠ y
Espíritu Santo. R. Amén.
O bien:
Celebrante:
El Hijo, nos conceda la salvación, pues murió y
resucitó por nosotros.
R. Amén.
Celebrante:
El Espíritu Santo, nos santifique, pues fue
derramado en nuestros
corazones, y nos llevó por un
camino recto. R. Amén.
146. El sacerdote bendice a todos, diciendo:
Celebrante:
El Espíritu Santo, nos fortalezca, pues hizo de
nosotros su templo. R. Amén.
El Señor ha perdonado
vuestros pecados. Podéis ir en
paz.
Monici
ón
Confesión
general
O
bien:
Quienes deseen recibir la absolución sacramental,
inclínense y reciten la fórmula de la confesión
general.
O proponga otro signo, establecido por la Conferencia Episcopal.
Absolución
general
paz. R. Amén.
Espíritu Santo. R.
Amén.
El Espíritu Consolador,
que se nos dio para el perdón de
los pecados, purifique vuestros
corazones
y los llene de su claridad,
para que proclaméis las hazañas del que os llamó
a salir de la tiniebla y a entrar en su
O bien:
Dios, Padre misericordioso,
que reconcilió consigo al mundo
por la muerte y la resurrección
de su Hijo y derramó el
Espíritu Santo
para la remisión de los
pecados,
os conceda, por el ministerio de
la Iglesia, el perdón y la paz.
Y YO OS ABSUELVO DE VUESTROS
PECADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE,
Y DEL HIJO,
✠ Y DEL ESPÍRITU
SANTO.
Acción de gracias y
conclusión
RITO
BREVE
154. En caso de urgente necesidad, puede abreviarse este rito de
reconciliación de muchos penitentes con confesión y absolución
general. En tal caso, y según se crea más oportuno, tras una lectura
breve de la Sagrada Escritura, y después de la acostumbrada monición
y la conveniente satisfacción, se invita a los penitentes a recitar la
fórmula de la confesión general (por ejemplo, Yo confieso) y el
sacerdote da la absolución general, con la invocación más arriba
indicada.
SANTO. R. Amén.
156. El fiel a quien se le han perdonado sus pecados graves por una
absolución general, queda obligado a manifestarlos la primera vez que
se acerque a la confesión individual.
Capítulo
IV.
Textos variados que pueden emplearse en la
celebración de la
reconciliac
ión.
I. INVITACIONES A LA CONFIANZA EN
DIOS
160. Is 53,
4—6
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por
nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus
cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su
camino, y el Señor cargó
sobre él lodos nuestros
crímenes.
161. Lc 6, 31
—38
162. Lc
15,1—7
163. Jn 20,
19—23
164. Col 1, 12
—14
Damos gracias a Dios Padre,
que os ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la
redención, el perdón de los
pecados.
IV. LECTURAS
BÍBLICAS
Las lecturas que aquí se proponen han sido escogidas para utilidad de
pastores y fieles. Según la diversidad y peculiaridad de las asambleas
pueden escogerse otras lecturas.
173. Ex 20, 1—21 «Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses».
176. Is 5, 1—7 «Mi amigo tenía una viña. Y esperó que diese uvas, pero
dio agrazones».
177. Is 53, 1—12 «El Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes».
SALMOS
RESPONSORIALES
184. Sal 12
R. Yo confío en tu misericordia.
185. Sal 24
R. Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí.
187. Sal 31
R. Confesaré al Señor mi culpa.
188. Sal 35
R. ¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!
190. Sal 50
R. Devuélveme la alegría de tu salvación.
191. Sal 72
R. Para mí lo bueno es estar junto a Dios.
192. Sal 89
R. Sácianos, Señor, de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y
júbilo.
193. Sal 91
R. ¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor!
194. Sal 118, 1. 10—13. 15—16
R. Dichoso el que camina en la voluntad del Señor.
195. Sal 122
R. Nuestros ojos están en el Señor Dios nuestro.
202. Rm 6, 16—23 «El pecado paga con muerte, mientras que Dios
regala vida eterna por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro».
207. Ef 2, 1—10 «Dios, por el gran amor con que nos amó, estando
nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo».
209. Col 3, 1—10. 12—17 «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad
los bienes de allá arriba. Dad muerte a todo lo terreno».
210. Hb 12, 1—5 «Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra
pelea contra el pecado».
214. 1Jn 1, 5—10; 2, 1—2 «Si confesamos nuestros pecados, él, que es
fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda
injusticia».
218. Ap 20, 11—15 «Cada uno fue juzgado según sus obras».
LECTURAS DEL
EVANGELIO
229. Mt 25, 31—46 «Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis».
233. Lc 15, 1—10 «Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta».
235. Lc 17, 1—4 «Si siete veces en un día vuelve a decirte: “Lo siento”,
lo perdonarás».
237. Lc 19, 1—10 «El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo
que estaba perdido».
OTRAS
LECTURAS
244. Dt 9, 7—19
245. 2S 12, 1—9. 13
246. Ne 9, 1—20
247. Sb 1, 1—16
248. Sb 5 ,1—16
249. Si 28,1—7
250. Is 1,2—6. 15—18
251. Is 43, 22—28
252. Is 58, 1— 11
253. Is 59, 1—4. 9—15
254. Jr 2, 1—13
255. Jr 7,21—26
256. Ez 11, 14—21
257. Os 2, 16—25
258. Os 11, 1—10
259. Mi 6, 1—15
260. Mi 7, 2—7. 18—20
261. Za 1, 1—6
262. 2Co 5, 17
—21
263. Ef 4,1—3.
17—32
264. Ef 5 ,1
—14
265. 1P 1, 13
—23
266. 2P 1, 3
— 11
267. 1Jn 4, 16
—21
268. Ap 2,
1—5
269. Mt 26, 69
—75
270. Jn 19,13
—37
1
Pidamos, hermanos, al Dios omnipotente y misericordioso,
que no se complace en la muerte del pecador, sino en que se
convierta y viva, que quienes hoy lloramos nuestros pecados,
no sintamos en el futuro sus efectos, y que no volvamos a
caer en lo mismo de lo que hoy nos arrepentimos.
R. Perdona, Señor, perdona a
tu pueblo.
2
Nuestro Dios es clemente, su inmensa misericordia borra
nuestros pecados, y su perdón nos libra de las culpas
pasadas. Pidámosle confiadamente que nos conceda el
perdón de nuestros pecados, ya que venimos arrepentidos de
corazón.
R. Te rogamos,
óyenos.
3
Dios entregó a su Hijo a la muerte por nuestros pecados, y lo
resucitó para nuestra justificación. Humildemente
dirijámonos a él, diciendo:
R. Ten piedad de tu
pueblo, Señor.
4
Pidamos a Dios, nuestro Padre, que espera a los hijos que se
alejan y abraza a los que vuelven, que reciba benignamente a
quienes hoy regresamos a su casa.
R. Hemos pecado, Señor, pero no tomes en
consideración nuestras culpas.
(O bien: Padre, hemos pecado contra ti, ya no somos dignos de
que nos llames hijos tuyos.)
5
Dirijamos nuestras súplicas a Dios, que busca lo que había
perecido, que acerca lo que se había alejado, que une lo que
estaba roto, que cura lo que está enfermo:
R. Cura, Señor, nuestras
enfermedades.
272. Cuando la oración se
dirige a Cristo:
1
Invoquemos humildemente a Jesucristo, vencedor del pecado
y de la muerte, para que consigamos el perdón de nuestras
ofensas y, a la vez, que nos reconciliemos con la Iglesia a la
que hemos herido con nuestras culpas.
R. Señor Jesús,
sálvanos.
2
Con oración confiada y esperanza segura, acudamos a Cristo
que, por nuestros pecados y los de todos los hombres, se
entregó voluntariamente y con inmenso amor a la muerte.
R. Cristo,
óyenos.
3
Oremos confiadamente a Cristo, el Buen Pastor, que busca la
oveja perdida y, una vez encontrada, la recibe lleno de
alegría.
R. Búscanos y
recíbenos, Señor.
4
Hermanos, con humildad y confianza, dirijamos nuestras
preces a Jesucristo que
cargado con nuestros pecados subió al leño, para que,
muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos
han curado. Digamos todos juntos:
R. ¿A quién iremos?, Señor, tú tienes palabras
de vida eterna.
(O bien: Nosotros hemos creído y conocido que tú eres
Cristo, el Hijo de Dios).
(O bien: Compadécete de nosotros y
ayúdanos, Señor).
5
Supliquemos confiadamente a Cristo, Nuestro Señor, que
seentregó a la muerte por nuestros pecados y resucitó para
nuestra justificación, diciendo:
R. Tú eres nuestro
Salvador.
(O bien: Cristo, Hijo de Dios vivo, ten piedad
de nosotros).
VI. INVOCACIONES
I
Para que a nosotros, pecadores, que hemos manchado con
nuestra culpa la limpieza de la Iglesia, nos
concedas el perdón total de nuestras culpas, y nos devuelvas
a la plena comunión con los hermanos:
R. Te rogamos, óyenos.
(o bien: Ten misericordia de nosotros, Señor).
II
Las invocaciones siguientes pueden recitarse con una respuesta variable
o invariable, como en la
Liturgia de las Horas.
I
— Tú, que por tu muerte nos has reconciliado con el Padre y
nos has salvado. (Rm
5, 10)
R. Señor, ten misericordia de nosotros.
(O bien: Cristo, escúchanos, u otra respuesta que se considere más
adaptada).
— Tú, que has muerto por los pecados una vez para siempre,
el inocente por los culpables. (1P 3, 18) R.
— Tú, que eres víctima de propiciación por nuestros
pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del
mundo entero. (1Jn 2, 2) R.
— Tú, que has entregado a tus apóstoles las llaves del reino
de los cielos, para que puedan atar y desatar. (Mt 16, 19) R.
— Jesús, vida de todos, que has venido a este mundo para que
los hombres tengan vida y la tengan abundante. (Jn 10, 11) R.
— Jesús, verdad eterna, que nos has hecho libres. (Jn 14, 6; 8,
32. 36) R.
II
Las invocaciones siguientes pueden recitarse con una respuesta variable
o invariable, como en la
Liturgia de las lloras.
Cantad al Señor un
cántico nuevo, porque ha
hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su
victoria revela a las
naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y
su fidelidad en favor de la casa
de Israel. R.
Señor, escucha mi
oración, que mi
grito llegue hasta ti;
no me escondas tu
rostro
el día de la
desgracia. R.
Inclina tu oído
hacia mí;
cuando te invoco, escúchame
en seguida.
Que mis días se desvanecen
como humo, mis huesos
queman como brasas. R.
Estoy desvelado,
gimiendo,
como pájaro sin pareja en
el tejado.
Mis enemigos me insultan sin
descanso;
furiosos contra mí, me
maldicen. R.
Cuando el Señor
reconstruya Sión, y
aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los
indefensos, y no desprecie sus
peticiones. R.
Tu reinado es un reinado
perpetuo tu gobierno va
de edad en edad.
El Señor es fiel a sus
palabras, bondadoso en
todas sus acciones. R.
Ha cesado, Señor,
tu ira y me has
consolado.
Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder
es el Señor, él fue mi
salvación. R.
¿Quién no temerá,
Señor, y glorificará
tu nombre? Porque
tú solo eres santo,
porque vendrán todas las
naciones y se postrarán
ante tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos».
APÉNDICE
I.
ABSOLUCIÓN DE
CENSURAS
(1964) p. 110.
I. PARA EL TIEMPO DE
CUARESMA
299.
ORACIÓN
Herman
os:
Ya que por nuestros pecados nos hemos olvidado de la gracia
bautismal, pidamos ahora que seamos restaurados en esa
gracia por medio de la penitencia.
O
bien:
Inclinaos ante el
Señor.
Y todos oran en silencio algún tiempo. Luego, el sacerdote
recita la siguiente plegaria:
Podéis
levantaros.
Guarda, Señor, en tu constante amor a los que has lavado en
el agua del Bautismo, para que, redimidos por tu pasión, se
alegren en tu resurrección. Tú que vives y reinas por los
siglos de
los siglos.
Amén.
3(3) Cf. Conc. Vat. II. Const. Sacrosantum Concilium, núm. 109; Pablo VI, Const.
Apost. Paenitemini, 17 febrero 1966, núm. IX: AAS, 58 (1966), p. 185.
Lectur
as
PRIMERA
LECTURA
300. Del mismo modo que los israelitas, después del paso del mar
Rojo, se olvidaron de las maravillas de Dios, así ahora los miembros
del nuevo pueblo de Dios, después de la gracia del Bautismo, han
vuelto al pecado.
Palabra de
Dios.
En Horeb se hicieron un
becerro, adoraron un
ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por
la imagen de un toro que
come hierba. R.
302. EVANGELIO
O
bien:
Palabra del
Señor.
Homilí
a
303. Puede
tratar:
— sobre la necesidad de perfeccionar la gracia del Bautismo por medio
de la fidelidad de vida al
Evangelio de Cristo (Cf. ICo
10, 1—13);
— sobre la gravedad del pecado después del Bautismo
(Cf. Hb 6, 4—8);
— sobre la infinita misericordia de Dios nuestro Padre, que siempre nos
recibe cuando volvemos a él después del pecado (Cf. Le 15);
— sobre la Pascua, que es la fiesta de la Iglesia que se alegra por la
iniciación cristiana de los catecúmenos y por la reconciliación de los
penitentes.
Examen de
conciencia
Acto
penitencial
305. El diácono (o, en su ausencia, otro ministro) se dirige de este
modo a los presentes:
Herman
os:
Este es el tiempo aceptable, este es el día de la misericordia
divina y de la salvación humana, en el cual la muerte
encontró su término y la vida eterna halló su principio,
cuando en la viña del Señor, a la vez que se injertan nuevos
sarmientos, se podan los viejos para que den más fruto.
Este es el momento en que cada uno de nosotros se confiesa
pecador y, mientras
somos impulsados a la penitencia por el ejemplo y las
oraciones de los hermanos, confesamos y decimos: «Yo
reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi delito. Aparta
tu rostro de mi pecado, Señor, y borra todas mis iniquidades.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu
generoso».
Venga sobre nosotros la misericordia de Dios cuya piedad
invocamos con un corazón contrito; para que, cuantos no
éramos agradables a ti a causa de nuestros pecados,
podamos desde ahora agradarte unidos al Señor resucitado,
autor de nuestra vida.
R. Amén.
Oració
n
307.
Hermanos:
Oremos para que, unidos por la penitencia a Cristo,
crucificado por nosotros,
podamos participar con todos los hombres en
su resurrección. Pongámonos de rodillas (o
Inclinémonos ante, el Señor).
R.
Amén.
O
bien:
Padre omnipotente y
misericordioso,
concédenos que, movidos y ayudados
por tu Espíritu, llevemos siempre en
nuestro cuerpo
la muerte de
Jesús,
para que también
su vida se
manifieste en
nosotros.
Por Jesucristo nuestro
Señor.
R.
Amén.
Lectur
as
PRIMERA
LECTURA
308. El siervo del Señor, como manso cordero, recibe y soporta los
pecados del pueblo para que con sus heridas queden todos curados. Los
discípulos de Cristo, por la penitencia, pueden llorar y expiar en sí
mismos los pecados de todo el mundo.
pecadores. Palabra de
Dios.
Él es mi alabanza en la gran
asamblea, cumpliré mis votos
delante de sus fieles. Los
desvalidos comerán hasta
saciarse, alabarán al Señor los
que lo buscan:
viva su corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe. R.
SEGUNDA
LECTURA
Queridos hermanos:
Si, obrando el bien, soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa
hermosa ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya
que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos
un ejemplo para que sigáis sus huellas.
Él no cometió pecado, ni encontraron engaño en su boca;
cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no
profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que
juzga justamente. Cargado con nuestros pecados subió al
leño, para qtie, muertos al pecado, vivamos para la justicia.
Sus heridas os han curado. Andabais descarriados como
ovejas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de
vuestras vidas.
Palabra de Dios.
U otro canto
apropiado.
EVANGELI
O
Señor.
Homilí
a
312. Puede
tratar:
— sobre el pecado como ofensa a Dios y también a la Iglesia, cuerpo de
Cristo, del que somos miembros por el Bautismo;
— sobre el pecado en cuanto que es falta de amor a Cristo, que nos ha
amado hasta el fin en su misterio pascual;
— sobre la corresponsabilidad en el
bien y en el mal;
— sobre el misterio de la expiación vicaria, en virtud de la cual Cristo
soporto nuestros pecados,
para que con sus heridas fuésemos sanados (Cf.
Is 53; 1P 2, 24);
— sobre el aspecto social y eclesial de la penitencia, por la que cada
uno coopera a la conversión de toda la comunidad.
— sobre la celebración de la Pascua como fiesta de la comunidad
cristiana, que se renueva por la conversión o la penitencia de cada
uno de sus miembros, para que se manifieste más
claramente como signo de la salvación
en el mundo.
Examen de
conciencia
Acto
penitencial
314. Después del examen de conciencia,
todos dicen a la vez:
Y a
continuación:
Por eso ruego a santa María,
siempre Virgen, a los ángeles, a
los santos
y a vosotros,
hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios,
nuestro Señor.
Líbranos, Padre, de
todo mal,
y por medio de la santa pasión
de tu Hijo, a la que nos unimos
por la penitencia,
haznos participar con alegría en su
resurrección.
Por Jesucristo nuestro
Señor.
R.
Amén .
Monici
ón
Herman
os:
Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de
espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca
que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el
día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y
pertre- chémonos con las armas de la luz. (Rm 13; 11—12)
Oració
n
R.
Amén.
O
bien:
Señor, Hijo de
Dios,
creador y Salvador del
género humano,
ven pronto desde la Virgen
Inmaculada, redime al mundo,
para que sintamos que tú nos has
librado del pecado, haciéndote en todo
semejante a nosotros,
excepto en la
culpa.
Tú que vives y reinas por los siglos
de los siglos.
R.
Amén.
Lectur
as
PRIMERA
LECTURA
317. La venida del Señor lleva consigo un juicio. Con nuestras obras
realizamos ahora la elección del premio o del castigo. Cuando aparezca
el Señor, se manifestará también entonces nuestra elección. La
penitencia es el momento de la elección y de la decisión.
Ejércitos—». Palabra de
Dios.
318. SALMO
RESPONSORIAL Sal 84
con tu tierra,
has restaurado la suerte
de Jacob,
has perdonado la culpa de
tu pueblo, has sepultado
todos sus pecados,
has reprimido tu
cólera,
has frenado el incendio de
tu ira. R.
SEGUNDA
LECTURA
319. El Señor Jesús, por su venida, nos introducirá en una vida nueva,
en un mundo nuevo. Ya desde ahora, la Iglesia es signo vivo de aquella
ciudad santa que se revelará en el futuro y de la que, por el pecado,
somos excluidos.
O bien:
El Espíritu y la novia
dicen: ¡Ven! El que lo
oiga que repita: ¡Ven!
¡Ven, Señor Jesús!
U otro canto apropiado.
EVANGELI
O
O bien:
Examen de
conciencia
Acto
penitencial
Oh
Dios,
que al crear en el
principio la luz disipaste
las tinieblas del mundo,
te pedimos que venga el
creador de la luz, preparado
antes de los siglos,
para que el pueblo, libre de la esclavitud del error,
pueda salir al encuentro
de tu Hijo con el fruto de
las buenas obras. Por
Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
O bien:
Dios todopoderoso y
eterno, que has
reconciliado al mundo
por medio de la encarnación
de tu Hijo, concédenos
que las tinieblas del pecado desaparezcan de
nuestro corazón y que los misterios luminosos
de la natividad del Señor,
los podamos celebrar con una santa alegría.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
I. Sobre el pecado y la
conversión
325. Después de un canto apropiado (por ej., el salmo 138, vv. 1—12.
16. 23—24) y del saludo, el ministro que preside la celebración explica
con pocas palabras el tema de las lecturas; seguidamente invita a orar
y, después de un espacio de silencio, concluye la oración del siguiente
modo:
Señor Jesús:
cuando Pedro te negó tres veces
tú lo miraste con amor misericordioso
para que llorase su pecado
y se convirtiese a ti de todo corazón;
míranos y mueve nuestros corazones
para que volvamos a ti
y te sigamos fielmente durante toda nuestra vida.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Lectur
as
326.
Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas
negado conocerme
✠ Lectura del santo Evangelio según san Lucas. 22, 31—34
Palabra del
Señor. Breve
pausa en silencio.
327.
Saliendo afuera, lloró amargamente
✠ Lectura del santo Evangelio según san Lucas. 22, 54—62
Palabra del
Señor.
328. SALMO
RESPONSORIAL
Sal 30, 10. 15—17. 20; o Sal 50; o un
101
Por segunda vez le
pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me
amas?».
Él le
contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que
te quiero». Él le dice:
«Pastorea mis
ovejas».
Por tercera vez le
pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me
quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si
lo quería y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes
que te quiero».
Jesús le
dice:
«Apacienta mis
ovejas».
Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas
adonde querías; pero,
cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te
llevará adonde no quieras.
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a
dar gloria a Dios.
Dicho esto,
añadió:
«Sígue
me».
Palabra del
Señor.
Homilí
a
330. Puede
tratar:
—sobro la confianza que se ha de poner en la gracia de Dios, no
en nuestras fuerzas;
— sobre la fidelidad con la que debemos vivir conforme al Bautismo
para ser verdaderos
discípulos del
Señor;
— sobre nuestra debilidad, por la que frecuentemente caemos en el
pecado y nos negamos a dar
testimonio del
Evangelio;
— sobre la misericordia del Señor, que nos recibe de nuevo como
amigos si, después de haber
pecado, nos convertimos a él de
lodo corazón.
Examen de
conciencia
Acto
penitencial
El diácono o el
ministro:
Todos juntos
dicen:
R.
Amén.
Señor, Dios
todopoderoso tú
eres el Padre de
todos.
Tú has creado a los
hombres
para que vivan en
tu casa y alaben tu
gloria.
Abre nuestros corazones para escuchar tu voz
y, pues nos hemos apartado de ti por el pecado,
haz que volvamos a ti de todo corazón
y te reconozcamos como nuestro Padre,
lleno de misericordia para todos los que te invocan.
Corrígenos para que nos
apartemos del mal y perdónanos
nuestros pecados.
Danos la alegría de tu salvación
para que, retornando juntos a ti,
nos alegremos en el banquete de tu casa
ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Lectur
as
Palabra del
Señor.
Homilí
a
338. Puede
tratar:
— sobre el pecado como rechazo del amor filial a
Dios nuestro Padre;
— sobre la misericordia infinita del Padre para con
los hijos pecadores;
— sobre la naturaleza de la
verdadera conversión;
— sobre el perdón que siempre se debe conceder
a los hermanos;
— sobre el banquete eucarístico como culminación de la reconciliación
con la Iglesia y con Dios.
Examen de
conciencia
Acto
penitencial
El diácono o el ministro:
R. Amén.
Lectur
as
Queridos hermanos:
Os anunciamos el mensaje que hemos oído a Jesucristo:
Dios es luz sin tiniebla alguna.
Si decimos que estamos unidos a él,
mientras vivimos en las
tinieblas, mentimos con
palabras y obras. Pero si
vivimos en la luz,
lo mismo que él está en la luz,
entonces estamos unidos unos
con otros, y la sangre de su
Hijo Jesús
nos limpia los pecados.
Si decimos que no hemos pecado,
nos engañamos y no somos
sinceros. Pero si confesamos
nuestros pecados, él, que es
fiel y justo,
nos perdonará los pecados
y nos limpiará de toda
injusticia. Palabra de
Dios.
344. SALMO RESPONSORIAL Sal 145, 5—10
345. EVANGELIO
110
porque de ellos es el reino de
los cielos. Dichosos los que
lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán
saciados. Dichosos los
misericordiosos,
111
porque ellos alcanzarán
misericordia. Dichosos los
limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque ellos se llamarán los hijos de
Dios. Dichosos los perseguidos por
causa de la justicia, porque de ellos
es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os
calumnien de cualquier
modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque
vuestra recompensa será grande en el cielo».
Homilí
a
Examen de
conciencia
Acto
penitencial
Hermanos:
Jesucristo nos ha dado ejemplo para que sigamos sus huellas.
Dirijámosle nuestra oración con humildad y confianza para
que purifique nuestros corazones y nos conceda vivir según
su evangelio.
El diácono o el ministro:
Señor
Jesucristo,
suave y humilde de
corazón
misericordioso y
pacífico,
pobre e inmolado para
nuestra justicia,
que por medio de la cruz
llegaste a la gloria para
mostrarnos el camino de la
salvación, concédenos recibir
con gozo tu evangelio,
y vivir según tu
ejemplo,
para ser coherederos y
copartícipes de tu reino
por los siglos de los
siglos.
R.
Amén.
IV. PARA
NIÑOS
Salud
o
Lectu
ra
Queridos
niños:
Todos nosotros somos hijos e hijas de Dios por el bautismo.
Dios nos ama como Padre y nos pide que le amemos de todo
corazón. Y quiere que seamos buenos unos con otros, para
que todos vivamos juntos felizmente.
Pero los hombres no siempre cumplen la voluntad de Dios.
Dicen: «Yo no me someteré a nada. Hago lo que quiero». No
obedecen a Dios y se niegan a escuchar su voz. Muchas veces
nosotros obramos así.
A esto lo llamamos pecado, por el que nos alejamos de Dios y
si realmente es mortal, nos separamos completamente de
Dios.
¿Qué hace Dios cuando alguien se aleja de él? ¿Qué hace
cuando abandonamos el camino recto y nos ponemos en
peligro de perder la vida? ¿Acaso ofendido se aleja de
nosotros? Escuchemos lo que el Señor nos dice:
Homilí
a
Examen de
conciencia
Acto
penitencial
357. Las siguientes preces litánicas pueden ser recitadas por el
celebrante o por uno o varios niños alternando con los demás
presentes. Antes de la respuesta, que puede ser cantada, es
aconsejable guardar una breve pausa de silencio.
Dios y Padre
nuestro:
El diácono o el
ministro:
Ahora volvamos al Padre con Jesús, nuestro hermano, y
pidámosle que perdone nuestros pecados.
Todos juntos
dicen:
Acto de contrición y
propósito
358. Puede manifestarse por medio de algún signo, por ejemplo: cada
uno de los niños, si parece oportuno, lleva en la mano un cirio hasta el
altar o a otro lugar apropiado donde pueda encenderlo, ayudándoles un
ministro, si fuera necesario.
Cada niño
dice:
En lugar del cirio o juntamente con él, los niños pueden dejar sobre el
altar o sobre la mesa destinada para ello el texto de la oración y la hoja
escrita con el propósito.
Oración del
celebrante
R.
Amén.
360. El ministro invita a los niños a que den gracias, por ejemplo,
con un canto apropiado. Después los despide.
V. PARA
JÓVENES
Oració
n
Lectur
as
Herman
os:
Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí, es decir,
en mis bajos instintos;
porque el querer lo bueno lo tengo a mano,
pero el hacerlo, no.
El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero
hacer, eso es lo que hago.
Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que
no soy yo el que actúa, sino el pecado que llevo dentro.
Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente
con lo malo en las manos.
En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo
en mi cuerpo un
principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba
mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está
en mi cuerpo.
¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío
presa de la muerte?
Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y
O
bien:
Herman
os:
La creación, expectante, está aguardando la plena
manifestación de los hijos de Dios; ella fue sometida a la
frustración, no por su voluntad, sino por uno que la sometió;
pero fue con la esperanza de que la creación misma se vería
liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la
libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que
hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con
dolores de parto.
Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias
del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la
hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
Palabra de
Dios.
Palabra del
Señor.
Homilí
a
365. La homilía
puede tratar:
— de la ley del pecado que se opone en nosotros
a la ley de Dios.
— de la necesidad de abandonar el camino del pecado para poder
entrar en el reino de Dios.
Examen de
conciencia
Acto
penitencial
120
y a vosotros,
hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios,
nuestro Señor.
Minist
ro:
Señor Dios, tu
conoces todo.
Conoces también nuestra
sincera voluntad
de servirte mejor a ti y a nuestros
hermanos. Míranos y escucha
nuestras súplicas.
Lecto
r:
121
— Suscita en nosotros un espíritu de penitencia y confirma
nuestros propósitos.
R. Te rogamos,
óyenos.
Minist
ro:
Todos juntos
dicen:
VI. PARA
ENFERMOS
Salud
o
Oració
n
Lectur
as
Queridos hermanos:
¿Sufre alguno de vosotros? Rece.
¿Está alegre alguno? Cante cánticos.
¿Está enfermo alguno de vosotros?
Llame a los presbíteros de la Iglesia, y que recen sobre él,
después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor.
Y la oración de fe salvará al enfermo,
y el Señor lo curará, y, si ha cometido pecado, lo perdonará.
Así, pues, confesaos los pecados
unos a otros, y rezad unos por
otros, para que os curéis. Mucho
puede hacer la oración del justo.
Palabra de Dios.
Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.
delitos. R. O bien:
Sal 50
En la sentencia
tendrás razón, en el
juicio resultarás
inocente. Mira, en la
culpa nací,
pecador me concibió mi madre. R.
¡Líbrame de la sangre,
oh Dios, Dios, Salvador
mío!
cantará mi lengua tu
justicia. Señor, me
abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R.
375. EVANGELIO
Homilí
a
Examen de
conciencia
Lecto
r:
Lecto
r:
Lecto
r:
Minist
ro:
Dirijamos ahora nuestra oración a
Dios Padre,
para que perdone nuestros pecados y nos
libre del mal.
Todos juntos
dicen:
Ministr
o:
Oremo
s:
Tu bondad Señor, es
inmensa y tu
misericordia es
infinita.
Te damos gracias por los dones
recibidos
y te suplicamos que mires a estos
hijos tuyos, reunidos en nombre
de tu Hijo;
conserva en ellos una
fe viva,
una esperanza
firme,
y un sincero amor a ti y al
prójimo.
Por Jesucristo nuestro
Señor.
R.
Amen.
O
bien:
El Dios de la
paz
llene vuestros corazones de
todo bien,
para que, fortalecidos con la esperanza y el
consuelo divinos,
viviendo según su
voluntad, alcancéis la
salvación eterna.
Estos y toda clase de
bienes
os conceda el Dios
omnipotente: Padre, Hijo
✠ y Espíritu Santo.
R.
Amén.
131
4. ¿Tengo reverencia y amor hacia el nombre de Dios o le
ofendo con blasfemia, falsos juramentos o usando su nombre
en vano? ¿Me he conducido irreverentemente con la Virgen
María y los Santos?
3. ¿Comparto mis bienes con quienes son más pobres que yo?
¿Defiendo en lo que puedo a los oprimidos, ayudo a los que
viven en la miseria, estoy junto a los débiles o, por el
contrario, he despreciado a mis prójimos, sobre todo a los
pobres, débiles, ancianos, extranjeros y hombres de otras
razas?
I
Se ha de mantener con firmeza y se ha de continuar poniendo
fielmente en práctica la doctrina del Concilio de Trento. Por
ello, se ha de reprobar la práctica surgida recientemente
aquí y allá, según la cual se pretende satisfacer el deber de
confesar sacramentalmente los pecados mortales para
obtener la absolución mediante la sola confesión genérica, o,
como dicen, celebrada comunitariamente. Además del
precepto divino declarado en el Concilio de Trento, esto lo
exige el mayor bien de las almas, que, según puede
comprobarse por experiencia secular, se consigue con la
confesión individual rectamente hecha y administrada. La
confesión individual
e íntegra seguida de la absolución es el único modo ordinario
mediante el cual los fieles pueden reconciliarse con Dios y
con la Iglesia, a no ser que una imposibilidad física o moral
los dispense de tal confesión.
II
Puede suceder de hecho que alguna vez, en circunstancias
particulares, sea lícito e incluso necesario dar la absolución
de modo colectivo a muchos penitentes, sin previa confesión
individual.
Puede ocurrir esto sobre todo cuando se presenta
peligro inminente de
muerte y no hay tiempo para que el sacerdote o sacerdotes,
aunque estén presentes, puedan oír en confesión a cada uno
de los penitentes. En ese caso, cualquier sacerdote tiene la
facultad de dar la absolución de manera general a muchas
personas, haciendo antes, si hay tiempo, una brevísima
exhortación para que cada uno procure hacer un acto de
contrición.
III
Además de los casos de peligro de muerte, es lícito dar la
absolución sacramental simultáneamente a muchos fieles que
han confesado sólo de modo genérico, pero
convenientemente exhortados al arrepentimiento, cuando
haya grave necesidad; es decir, cuando, visto el número de
penitentes, no hay a disposición suficientes confesores para
escuchar convenientemente la confesión de cada uno en un
tiempo razonable, y, por consiguiente, los penitentes se
verían obligados, sin culpa suya, a quedar privados por largo
tiempo de la gracia sacramental o de la sagrada comunión.
Esto puede ocurrir sobre todo en territorios de misión, pero
también en otros lugares y entre grupos de personas donde
resulte clara una tal necesidad.
Sin embargo, esto no es lícito cuando haya confesores a
disposición, por el solo motivo de una gran concurrencia de
penitentes, como puede ocurrir, por ejemplo, en ocasión de
una gran fiesta o peregrinación (cf. Prop. 59 de las
condenadas por Inocencio XI el 2—3—1679: DS2159).
IV
Los Ordinarios del lugar y también los sacerdotes, en lo que
a ellos atañe, están obligados en conciencia a procurar que
no sea insuficiente el número de confesores por el hecho
de que algunos sacerdotes descuiden este noble
ministerio (cf. Presbyterorum Ordinis 5. 13; Christus
Dominus 30), dedicándose a asuntos temporales o a otros
ministerios menos necesarios, sobre todo si éstos pueden ser
ejercidos por diáconos o fieles laicos.
V
Queda reservado al Ordinario del lugar, después de haber
intercambiado su parecer con otros miembros de la
Conferencia Episcopal, juzgar si se dan las condiciones
señaladas en el número III y, por tanto, decidir cuándo se
puede dar una absolución sacramental colectiva.
Además de los casos determinados por el Ordinario del
lugar, si se presenta otra necesidad grave de dar la
absolución sacramental simultáneamente a muchos, el
sacerdote está obligado a recurrir previamente al Ordinario
del lugar, siempre que le sea posible, para poder dar
lícitamente la absolución; en caso contrario, deberá informar
cuanto antes al mismo Ordinario sobre tal necesidad y sobre
la absolución dada.
VI
Por lo que se refiere a los fieles, para que puedan
beneficiarse de la absolución sacramental dada
colectivamente, se requiere absolutamente que estén bien
dispuestos, es decir, que cada uno esté arrepentido de sus
pecados, tenga propósito de enmienda, esté decidido a
reparar los escándalos o daños eventualmente causados, y
a la vez se proponga hacer a su tiempo la confesión de todos
y cada uno de los pecados graves que por el momento no ha
podido confesar de esa manera. Los sacerdotes deberán
instruir diligentemente a los fieles sobre estas disposiciones
y condiciones, necesarias para la validez del sacramento.
VII
Aquellos a quienes han sido perdonados los pecados con una
absolución general han de hacer una confesión individual
antes de recibir una nueva absolución general, a no ser que
estén impedidos por una causa justa. De todos modos, están
obligados absolutamente a acudir dentro de un año a un
confesor, a no ser que estén impedidos por imposibilidad
moral. Sigue vigente también para ellos el precepto por el
que todo cristiano está obligado a confesar privadamente a
un sacerdote, al menos una vez al año, los propios pecados,
se entiende los pecados graves, que no haya confesado
todavía singularmente (cf. Concilio Lateranense IV, cap. 21,
con el Concilio de Trento, Doctrina sobre el Sacramento de la
penitencia, cap. 5 Sobre la confesión y can. 7—8: DS 812;
1679—1683 y 1707—1708; cf. también la Prop. 11 de las
condenadas por la Suprema Sagrada Congregación del Santo
Oficio en el Decr. del 24 de septiembre de 1665: DS 2031).
VII
I
Los sacerdotes instruyan a los fieles que no está permitido a
quienes tienen conciencia de estar en pecado mortal y tienen
a disposición algún confesor eludir intencionalmente o por
negligencia el cumplir la obligación de la confesión
individual, esperando una ocasión en que se dé a muchos la
absolución colectiva (cf. Instrucción de la Sagrada
Penitenciaría Apostólica del 25 de marzo de 1944).
IX
Para que los fieles puedan satisfacer fácilmente la obligación
de la confesión individual, procúrese que haya en las iglesias
confesores disponibles en días y horas determinadas,
teniendo en cuenta la comodidad de los fieles.
En los lugares lejanos o de difícil acceso, donde el
sacerdote puede ir pocas veces al año, dispónganse las cosas
de manera que el sacerdote, en cuanto sea posible, oiga cada
vez las confesiones sacramentales de algunos penitentes,
dando a los demás penitentes, si se cumplen las condiciones
indicadas en el número II, la absolución sacramental
colectiva; de tal modo, sin embargo, que todos los fieles, si
es posible, puedan hacer la confesión individual al menos una
vez al año.
X
Se debe inculcar claramente a los fíeles que las
celebraciones litúrgicas y los ritos penitenciales comunitarios
son de gran utilidad para prepararse más fructuosamente a
la confesión de los pecados y para la enmienda de vida.
Téngase cuidado, sin embargo, de que tales celebraciones y
ritos no se confundan con la confesión y la absolución
sacramental.
Si durante estas celebraciones los penitentes han
hecho la confesión
individual, cada uno reciba individualmente la absolución del
confesor que ha escuchado su confesión. En caso de
absolución sacramental dada simultáneamente a muchos,
ésta deberá ser siempre impartida según el rito peculiar
determinado por la Sagrada Congregación para el Culto
Divino. Entre tanto, hasta la promulgación de este nuevo rito,
se usará en plural la fórmula de la absolución sacramental
actualmente prescrita. La celebración de este rito debe
distinguirse claramente de la celebración de la Misa.
XI
Quien sea motivo actual de escándalo para los fieles, si está
sinceramente arrepentido y tiene propósito serio de hacer
desaparecer el escándalo, puede recibir la absolución
sacramental colectiva con los demás; sin embargo, no se
acerque a recibir la Sagrada Comunión mientras no haya
hecho desaparecer el escándalo, a juicio de un confesor, al
que debe acudir antes personalmente.
En cuanto a la absolución de las censuras reservadas se
han de observar las
normas del derecho vigente, computando el tiempo para el
recurso a partir de la próxima confesión individual.
XII
Por lo que se refiere a la práctica de la confesión frecuente o
de «devoción», los sacerdotes no disuadan de ella a los fieles.
Antes al contrario, elogien los frutos abundantes que aporta
a la vida cristiana (cf. Mystici Corporis: AAS 35 [1943] 235) y
muéstrense siempre dispuestos a oír en confesión cuando lo
pidan razonablemente los fieles. Se ha de evitar
absolutamente el que la confesión individual quede limitada a
los pecados graves solamente, lo cual privaría a los fieles del
gran fruto de la confesión y perjudicaría la buena fama de los
que se acercan individualmente al sacramento.
XIII
Las absoluciones sacramentales dadas colectivamente sin
observar las normas precedentes han de considerarse abusos
graves. Todos los pastores han de evitar cuidadosamente
estos abusos, conscientes de su propia responsabilidad ante
el bien de las almas y de la dignidad del sacramento de la
penitencia.
FRANJO Card.
SEPER Prefecto
PAUL
PHILIPPE
Secretario