Cuento de Terror MEJOR ME CALLO
Cuento de Terror MEJOR ME CALLO
Cuento de Terror MEJOR ME CALLO
Olga Drennen
Le contesté que no podía creer lo que me decía, que se dejara de hablar pavadas. Pero él siguió y
siguió con el cuento ese del fantasma.
Ahora que todo el mundo está desesperado, no me animo a decirles lo que sé. ¿Qué van a pensar? Mejor
me callo.
Riqui, que era mi amigo, venía todas las tardes a buscarme para andar en bici. Casi siempre, los chicos del
barrio al vernos, nos decían gansadas.
-¡Estás rebuena!
-¡Genia!
Algunos hasta se zarpaban. Yo ni movía la cabeza; pero él, ¡pobre!, se ponía todo colorado.
Venía todas las tardes hasta que un día, no vino. Me dejó esperando. Estuve un rato larguísimo con la bici
y nada. No apareció.
Bueno, está bien, sí, me dio un poco de rabia, sin embargo, cuando volví a verlo, tan alto, con esa sonrisa
redulce que tenía, se me pasó todo. Le brillaban los ojos al saludarme.
-Ayer te esperé ...-dije.
-¡No sabés lo que me pasó! -contestó.
Y, entonces, me contó que en la esquina de su casa se había mudado una chica y que él, Riqui, había estado
ayudando a descargar paquetes.
-¡No sabés la que te perdiste! -dijo -después me dieron un montón de golosinas.
Y allí mismo, me regaló unos chocolates diciendo que los había guardado para mí. Estaba tan contento que
me invitó a ir hasta su casa ya que yo no la conocía.
Al rato, pasamos por una casita de puerta verde.
-¡Mirá! Mi papá pintó el frente -dijo -y aquí es donde se mudó la chica nueva.
Justo en ese momento, apareció ella. De pelo castaño, un poco gordita, al vernos, lo saludó muy
sonriente. ¿La verdad? No me gustó nada. Llevaba un moño colorado en la cabeza y se movía como una
gallina. No me gustó, así que cuando pasamos a su lado, le di vuelta la cara.
Lo mejor de esa tarde fue que los dos nos divertimos a lo grande. Claro que no todos los días amanecen
con sol, Pasaron tres tardes. Tres. Estoy segura. Las conté. A la cuarta, apareció serio como nunca. Yo
también me puse seria cuando lo saludé. No es cosa de andar dejando que a una la dejen plantada as cada
rato.
Él, Riqui, me hizo una seña para que lo acompañara, entonces, lo seguí mientras pensaba en la chica nueva
¡me daba una rabia! A los dos minutos, empezaron los pavotes.
-¡Chau, preciosa! ¿No querés que te llevemos en la bici?
Esa vez, Riqui ni los miró ni nada. Caminaba con las manos en los bolsillos y la cabeza baja, ¿en qué
pensaría?
-Tengo miedo -dijo de golpe.
Le pregunté de qué, pero él, Riqui, no me contestó. Sonrió un poquito triste sin dejar de caminar y se fue.
Ahora, pienso que si en lugar de quedarme callada la boca, hubiera hablado, tal vez, no andarían
todos, así como andan, desesperados y yo no tendría que callarme lo que sé. Después, pasó un tiempo
largo y no nos vimos. Hasta que una mañana, me lo encontré en la panadería. Casi no lo reconocí. Tenía
los ojos hundidos, la ropa le bailaba de grande.
-¿Estás enfermo? -le dije cuando salimos.
Riqui, se puso mal, le empezó a temblar la boca y se tapó la cara con las manos. Esa vez, sí que me olvidé
del enojo y seguí a su lado hasta que se tranquilizó.
-Me persigue un fantasma -dijo, y yo le solté la carcajada en la cara. Estaba segura de que me había tomado
por idiota.
-Me persigue un fantasma, te digo -repitió.
Como insistía, le pedí que me acompañara a casa y que me contara. Riqui, empezó a hablar.
-En cuanto me quedo solo, aparece. ¿Sabés qué horrible?
Ahora, no me acuerdo de todo lo que me contó, pero fueron cosas raras, muy raras. Entre otras
cosas, dijo que veía unos pies calzados con zapatos negros que flotaban en el aire y que oía una voz que lo
llamaba y le avisaba que se lo iba a llevar.
-¿No habrás estado soñando? -le pregunté al final.
Riqui, no sé si me escuchó porque se quedó callado, pensando..., me dio lástima. Tan lindo que era y tan
triste que parecía...
-Los huesos le crujen cuando se mueve. ¡Te lo juro!
Mientras hablaba, ponía unos ojos que me hacían acordar a los de la gente esa que sale en las estampitas.
-Mirá que nadie lo sabe. Solamente vos.
Solamente yo. Y se fue y no volvió.
Ahora que todos dicen que me pasa esto o lo otro y que el médico de aquí o los remedios de allá,
sigo acordándome de él y de la tonta del moño colorado. Lo cierto es que, con tanta historia, pensaba en él
de la mañana a la noche. También pensaba en ella, ¡mejor!, ¡total! A mí no me importaba. No tenía que
importarme. Y si andaba en problemas, ¡que se arreglara solo!, o que lo ayudara ella, ¿no era tan buena? Y
después de todo, cuando me lo cruzara, también a él le iba a dar vuelta la cara. Lo más seguro era que
andaba inventando pavadas para que yo me olvidara de él. Sin embargo, después, me acordaba del
"¡Ayudáme!" que me había dicho y me daba un no sé qué.
Ahora, pienso que si, por lo menos, hubiera hablado en ese momento, si hubiese llamado a alguien de mi
casa para que conversara con él, tal vez, las cosas podrían ser distintas. Claro que igual, ¿cómo ayudar a un
chico que en lo único que pensaba era en fantasmas?
Esa tarde, después de que me contó que se lo quería llevar un fantasma, se fue con esa cara
transparente como papel de calcar y la ropa bailándole en el cuerpo. Y no volví a verlo. Eso quiere decir,
justamente que no lo vi más. ¡QUE NO LO VI MÁS!
Esperé y esperé. Lo extrañé y lo extrañé. Hasta que no aguanté más y fui a buscarlo.
Cuando toqué el timbre de la casita verde, me temblaban las rodillas. Abrió una señora, entonces, le
pregunté por mi amigo.
-¿Qué Riqui?
Me quedé fría, según ella, allí no vivía ningún Riqui.
Ningún Riqui. Ningún Riqui, en la vereda de enfrente, ni en la otra, ni en la manzana. Ningún Riqui. Así,
que empecé a preguntar por él a los chicos del barrio.
-¡Dale, tarada, ¿qué Riqui?
¿Cómo que Riqui? El, Riqui, mi amigo.
Ahora, que todo el mundo me mira desesperado, sé que, si hablo, va a ser para peor. Mejor me
callo, y en cuanto pueda, voy a buscarlo a casa de la chica nueva, ella seguro que sabe.
Pero, ahora, no voy a decir nada porque si no, van a empezar otra vez con la historia esa de que en esa
esquina tampoco vive nadie, que es un terreno baldío. Van a decirme que la termine con Riqui y con la
chica del moño, que no existen. Mejor no digo nada. Mejor no digo lo de los zapatos negros que veo
flotando en el aire, ni de los huesos que crujen. Mejor, no les digo que, de noche, alguien que tiene la voz
de Riqui me llama y me llama.
Mejor no digo nada. Sí, mejor, me callo.
ñ
Revista Virtual de literatura infantil y juvenil Léeme un Cuento.
Talleres literarios y de escritura para chicos y grandes en Tres de Febrero.
El guante de encaje
Cierta vez, un paisano de La Aguada viajaba con su hijo en carro por el camino viejo que une al poblado que llaman
Capilla de Garzón con Pampayasta. Cuando iban pasando por el campo de los Zárate, en el cruce mismo con el
camino nuevo, una mujer muy joven vestida de fiesta, los detuvo.
Aunque era muy entrada la noche, la habían visto de lejos porque la luz de la luna era intensa y el color del vestido,
blanco brillante. – Mi novio se ha enojado conmigo y me ha dejado sola en el medio del campo –dijo cuándo el carro
se detuvo- ¿Podrá usted llevarme hasta la entrada de Pampayasta? Yo vivo ahí.
-Como no, señorita – contestó el paisano, y él y su hijo le hicieron un lugar en el carro. Viajaron en silencio un buen
rato, hasta que empezaron a hablar de cosas sin importancia, más por ser amables que por verdadera necesidad de
decir algo. En esas conversaciones ella confesó que le gustaba demasiado el baile y que se llamaba Encarnación.
Era una noche de crudo invierno y la joven estaba desabrigada. Cuando el paisano la vio temblar, dijo: - Convide,
hijo, a Encarnación con un bollo de anís y un trago de ese vino de canela que llevamos, que es bueno para los
enfriamientos. Y el muchacho le ofreció pan y vino. Ella pegó un bocado grande al bollo y tomó desesperada unos
tragos. Algo de vino cayó sobre el vestido y dejó allí, en el pecho, una mancha rosada como un pétalo- - ¡Qué
Lástima! – habló ella- ¡Era tan blanco!
Pero siguió comiendo el bollo de anís con muchas ganas, tanto que cualquiera hubiera dicho que iban a pasar años
antes de que volvieran a ofrecerle algo.
Cuando llegaron a la entrada de Pampayasta, muy cerca de donde está el boliche de Severo Andrada, les dijo que
habían llegado. El paisano detuvo el carro y ella bajó y fue corriendo a meterse en la casa de la esquina, frente al
cruce. Padre e hijo siguieron viaje. Habían hecho unas cuantas leguas cuando el hijo vio brillar algo en el piso del
carro. Se agachó y descubrió un guante blanco de encaje fosforescente. Entonces se lo mostró a su padre y
decidieron volver a la casa donde habían dejado a Encarnación, para devolvérselo.
Hicieron de regreso las leguas que habían andado, hasta la zona del boliche de Severo Andrada, y se detuvieron en
la esquina, frente al cruce. Bajaron los dos, pero fue el padre quien golpeó las manos. -¡Avemaría purísima!- llamó
como lo hacen los paisanos. Le contestaron los perros. Y después, la voz de un hombre recién arrancado del sueño:
- ¿Qué se le ofrece?
- ¿Aquí vive una señorita llamada Encarnación? -preguntó el paisano. El dueño abrió la puerta. Estaba pálido. Y se
quedó mirando a los dos forasteros sin decir palabra.
-Venimos a devolverle un guante. Se lo ha olvidado hace un momento en nuestro carro. El hombre siguió mirándolos
en silencio.
-No lo tome a mal...insistió el paisano-. Tuvo un problema y nos pidió que la acercáramos. -El hombre seguía en
silencio.
El hijo estuvo con la mano extendida, acalambrada de tanto ofrecer el guante al dueño de casa, hasta que éste
habló: - Es mi hija, pero está muerta...ayer se cumplieron veinte años...
-Dijo que venía de bailar...recordó el paisano.
-Hace veinte años...contó el padre- para el día de Santa Rosa, murió bailando en las fiestas patronales. Del corazón,
¿sabe?
Los dos hombres que habían llegado en el carro, así como estaban, pegaron media vuelta murmurando una
disculpa. Pero el padre de la joven reclamó: - El guante...por favor. Es para llevárselo a la tumba. Todos los años,
para la fiesta de Santa Rosa, se olvida algo en alguna parte y hay que ir a ponérselo.
El muchacho entregó el guante de encaje. Después alcanzó en silencio a su padre que ya estaba sentado en el
carro azuzando a los caballos.
El fantasma
Un muchacho corre a una casa corrido por terroristas, entra y se encierra en una habitación. La
ciudad de Nanates afuera estaba oscura y silenciosa. Cerró la habitación con llave y con un escritorio
pesado trabó la puerta. Se dio vuelta y vio a un chico que lo miraba.
Le dijo: -Me persiguen terroristas. Estamos encerrados.
El chico lo miró silencioso y le contestó: -No, tú lo estás.-. Y salió de la habitación atravesando la
pared.
Los temas recurrentes en los relatos fantásticos y de terror pueden resumirse en seis grandes grupos, que, a su vez, se
subdividen en distintos pequeños temas más definidos y concretos. Son los siguientes:
-La muerte
-La pérdida de la integridad física y/o psíquica
-El Mal
-El subconsciente y el inconsciente
-El propio cuerpo
-Los hechos cotidianos
1- ¿en qué lugares (pensando en las películas que has visto o cuentos que hayas leído) suceden los cuentos de terror?
¿Qué escenarios tienen comúnmente?
2- Imagina lo que piensa un fantasma de muchos años.
3- Crea un cuento de terror a partir de los siguientes personajes. Toma una de las opciones
a- un vampiro gordo, una chica impresionable y un perro flaco.
b- Un rengo, una señora grande, un fantasma y dos bailarinas de cumbia.
c- Un zombie, dos vampiros, una casa chica y tres chicos asustados.
4- escribe el argumento (de que se van a tratar, inicio, desarrollo, conflicto y resolución) de las siguientes películas
inventadas:
a- Mi hermana es una zombie
b- El fantasma de mi mujer
c- Mi vecino es un vampiro
5- crea un cuento de terror que contenga las siguientes frases:
- La luna asomaba por detrás de la casa, en el patio había una sombra extraña.
- Cerré la puerta desesperado, algo me seguía muy cerca, respirando fuerte.
El guante de encaje
Cierta vez, un paisano de La Aguada viajaba con su hijo en carro por
el camino viejo que une al poblado que llaman Capilla de Garzón con
Pampayasta. Cuando iban pasando por el campo de los Zárate, en el
cruce mismo con el camino nuevo, una mujer muy joven vestida de
fiesta, los detuvo.
Aunque era muy entrada la noche, la habían visto de lejos porque la luz
de la luna era intensa y el color del vestido, blanco brillante. – Mi novio se
ha enojado conmigo y me ha dejado sola en el medio del campo –dijo
cuándo el carro se detuvo- ¿Podrá usted llevarme hasta la entrada de
Pampayasta? Yo vivo ahí.
-Como no, señorita – contestó el paisano, y él y su hijo le hicieron un
lugar en el carro. Viajaron en silencio un buen rato, hasta que empezaron
a hablar de cosas sin importancia, más por ser amables que por
verdadera necesidad de decir algo. En esas conversaciones ella confesó
que le gustaba demasiado el baile y que se llamaba Encarnación.
Era una noche de crudo invierno y la joven estaba desabrigada. Cuando
el paisano la vio temblar, dijo: - Convide, hijo, a Encarnación con un bollo
de anís y un trago de ese vino de canela que llevamos, que es bueno
para los enfriamientos. Y el muchacho le ofreció pan y vino. Ella pegó un
bocado grande al bollo y tomó desesperada unos tragos. Algo de vino
cayó sobre el vestido y dejó allí, en el pecho, una mancha rosada como
un pétalo- - ¡Qué Lástima! – habló ella- ¡Era tan blanco!
Pero siguió comiendo el bollo de anís con muchas ganas, tanto que
cualquiera hubiera dicho que iban a pasar años antes de que volvieran a
ofrecerle algo.
Cuando llegaron a la entrada de Pampayasta, muy cerca de donde está
el boliche de Severo Andrada, les dijo que habían llegado. El paisano
detuvo el carro y ella bajó y fue corriendo a meterse en la casa de la
esquina, frente al cruce. Padre e hijo siguieron viaje. Habían hecho unas
cuantas leguas cuando el hijo vio brillar algo en el piso del carro. Se
agachó y descubrió un guante blanco de encaje fosforescente. Entonces
se lo mostró a su padre y decidieron volver a la casa donde habían
dejado a Encarnación, para devolvérselo.
Hicieron de regreso las leguas que habían andado, hasta la zona del
boliche de Severo Andrada, y se detuvieron en la esquina, frente al
cruce. Bajaron los dos, pero fue el padre quien golpeó las manos. -
¡Avemaría purísima!- llamó como lo hacen los paisanos. Le contestaron
los perros. Y después, la voz de un hombre recién arrancado del sueño: -
¿Qué se le ofrece?
- ¿Aquí vive una señorita llamada Encarnación? -preguntó el paisano. El
dueño abrió la puerta. Estaba pálido. Y se quedó mirando a los dos
forasteros sin decir palabra.
-Venimos a devolverle un guante. Se lo ha olvidado hace un momento en
nuestro carro. El hombre siguió mirándolos en silencio.
-No lo tome a mal...insistió el paisano-. Tuvo un problema y nos pidió que
la acercáramos. -El hombre seguía en silencio.
El hijo estuvo con la mano extendida, acalambrada de tanto ofrecer el
guante al dueño de casa, hasta que éste habló: - Es mi hija, pero está
muerta...ayer se cumplieron veinte años...
-Dijo que venía de bailar...recordó el paisano.
-Hace veinte años...contó el padre- para el día de Santa Rosa, murió
bailando en las fiestas patronales. Del corazón, ¿sabe?
Los dos hombres que habían llegado en el carro, así como estaban,
pegaron media vuelta murmurando una disculpa. Pero el padre de la
joven reclamó: - El guante...por favor. Es para llevárselo a la tumba.
Todos los años, para la fiesta de Santa Rosa, se olvida algo en alguna
parte y hay que ir a ponérselo.
El muchacho entregó el guante de encaje. Después alcanzó en silencio a
su padre que ya estaba sentado en el carro azuzando a los caballos.
María Teresa Andruetto