Jelin Resumen
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Jelin, Elizabeth
Datos del libro: publicado en 2014, 30 páginas. En: "desigualdades.net Working Paper Series 73,
Berlín: desigualdades.net International Research Network on Interdependent Inequalities in Latin
America. The paper was produced by Elizabeth Jelin during her fellowship at desiguALdades.net
from 04/2013 to 06/2013.
Durante la Posguerra se dio la discusión sobre la necesidad de igualar los derechos, dando
surgimiento a los DD.HH y se dieron los procesos de modernización y el desarrollo de la periferia,
donde las mujeres fueron olvidadas en las legislaciones sobre reforma agraria en los países que las
implementaron y las desigualdades de género se hicieron más notorias. En las áreas urbanas,
aumentó la participación femenina en la fuerza de trabajo, pero solamente en ciertas categorías de
empleo, especialmente el empleo doméstico informal, provocando una aguda segmentación del
mercado de trabajo, así como discriminación salarial.
Además se incrementó también la desigualdad entre lo urbano y lo rural, lo mismo ocurrió con los
indígenas.
Partiendo de esta centralidad de las clases sociales, las interrelaciones con otras dimensiones
podían ser consideradas. Los análisis son por lo general de dos dimensiones a la vez: clase y
etnicidad, clase y “raza”, clase y género.
El negro y el mulato son pensados como sujetos que tienen que encarar su libertad, en un contexto
económico y de vida social para el cual su experiencia anterior no los preparó. Fernandes
introduce una dimensión psicosocial – algo que décadas después entraría en lo que se
conceptualiza como “subjetividad” y “capacidad de acción (o de agencia)” de los sujetos
subalternos. Nuestro autor pone su mirada sobre las (limitadas) opciones abiertas a los negros, y
cómo sus maneras de actuar, aprendidas en el pasado esclavista (lo que Bauman 2011, llama la
“memoria de clase”), influyen en su proceso de integración en la sociedad de clases.
Durante todo este período, las relaciones coloniales y las relaciones de clases se entrelazan.
Como el capitalismo no se desarrolló de forma endógena en América Latina, sino como producto
de la conquista, tanto en el sistema colonial como las relaciones de clase subyacían a las relaciones
interétnicas.
Las relaciones eran definidas en clave de discriminación étnica, segregación, inferioridad social y
sujeción económica. Las relaciones de clase, por otro lado, se definían en términos de relaciones
de trabajo y propiedad, por lo que las relaciones laborales no eran entre dos sociedades sino entre
sectores específicos de una misma sociedad. Las relaciones coloniales respondían al
mercantilismo, las de clase al capitalismo.
Frente al desarrollo capitalista – que parece ser ineluctable e inevitable – las reacciones de los
indígenas pueden ser de diverso tipo: la aculturación, que puede implicar la adopción de los
símbolos de estatus de los ladinos (en bienes de consumo, por ejemplo), aun cuando se mantenga
la identidad cultural de los indios. Pero también puede darse la asimilación y ladinización
individualizada, que implica abandonar la comunidad e integrarse a la sociedad nacional,
seguramente en un proceso de proletarización.
Este es el tema que abordan Larguía y Dumoulin. Mucho se decía sobre los “modos de
producción” pero casi nada sobre los “modos de reproducción”. La contribución del debate
feminista marxista y especialmente la de Larguía y Dumoulin se ubican en este tema.
El autor señala que el capitalismo se apoya en la “comunidad doméstica”, sea a través de sus
poderes imperialistas que llevan a la migración laboral hacia los espacios donde hay demanda de
mano de obra, o a través de su transformación moderna, la familia bajo el capitalismo, que aunque
haya perdido sus funciones productivas mantiene las reproductivas.
¿En qué consiste la comunidad doméstica? ¿Qué es la familia? ¿Qué es lo que estas instituciones
producen?
El modo de producción capitalista depende así para su reproducción de una institución que le es
extraña, pero que ha mantenido hasta el presente como la más cómodamente adaptada a esta tarea
y, hasta el día de hoy, la más económica para la movilización gratuita del trabajo – particularmente
del trabajo femenino – y para la explotación de los sentimientos afectivos que todavía dominan las
relaciones padres-hijos. El patriarcado, como sistema de subordinación de las mujeres en la familia
y en la comunidad doméstica, cobra importancia analítica en esta perspectiva. Si la atención está
centrada en el hogar-familia como la institución social a cargo de la organización de la vida
cotidiana y la reproducción, importa su organización interna y los roles diferenciados de hombres
y mujeres. Como señalan Marx y Engels:
"La división del trabajo [...] descansa en la división natural del trabajo en la familia y en la división de la
sociedad en diversas familias contrapuestas; se da al mismo tiempo la distribución desigual del trabajo y
sus productos, es decir la propiedad, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los
hijos son los esclavos del marido. La esclavitud latente en la familia es la primera forma de propiedad
[...]" (Marx y Engels, La ideología alemana)
Fue sólo con el surgimiento de la familia patriarcal que la vida social quedó dividida en dos esferas
nítidamente diferenciadas. La esfera pública y la esfera doméstica. A partir de la disolución de las
estructuras comunitarias y de su reemplazo por la familia patriarcal, el trabajo de la mujer se fue
limitando a la elaboración de valores de uso para el consumo directo y privado.
El debate teórico fue intenso: ¿qué producen las mujeres cuando se dedican a su familia y a su
hogar?, ¿quién se apropia de su trabajo?
En suma, las relaciones de clase se combinan con las subordinaciones de género de manera
específica, tanto en el mercado de trabajo (como en el ámbito de la domesticidad (organización de
la reproducción social). Esta combinación – pensada como “doble jornada.