Parte-II-..apunte Penal
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Primera Parte
I. INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA DEL DELITO
1.2. Función de la teoría del delito. Debemos advertir desde ahora que el esfuerzo realizado
para construir una teoría del delito por los penalistas en estos últimos cien años, ha estado
enderezado a obtener la mejor explicación al fenómeno "delito", y, por ello, todo lo que han
pretendido es conseguir la aplicación más segura del derecho penal sometiéndolo a reglas
científicas, procurando liberarlo del albur o azar, pues cuanto más desarrollada esté la
dogmática jurídico-penal más seguridad e igualdad se conseguirá en la aplicación de la ley.
Por tanto, el objetivo primordial que se persigue con estructurar una teoría del delito es
proveer una herramienta de racionalización del uso del Derecho Penal.
A semejanza de la teoría general del acto jurídico en ámbito civil, la teoría del delito
emerge del análisis de las normas penales, realizado por juristas, con el objeto de sistematizar
este conjunto de reglas dispersas a través de un método ordenado de aproximación a lo que
dice la ley, categorizando cada uno de los delitos y estableciendo un sistema de imputación
racional aplicable a los casos concretos.
1.3. El delito como una decisión política. ¿Por qué el homicidio constituye un delito?
¿Consiste en una realidad natural o puede concebirse un orden donde no se encuentre
sancionado penalmente? El delito no existe como tal, ni en el mundo ideal más básico como
menos aún en la naturaleza; ya que los hechos del mundo externo no conllevan un delito, este
no se “descubre” en ella, sino que corresponde a una construcción social, en la forma de una
afirmación que se hace respecto a un determinado acontecer. El legislador atribuye a
determinados hechos la calidad o clasificación de delito, sobre la base de determinados
elementos o presupuestos que configuran el mismo. Por eso es un mecanismo de imputación,
un conjunto de elementos que nos permiten identificar en determinados hechos la calidad de
delitos, la que siempre es una consecuencia posterior al análisis o verificación de que se vayan
cumpliendo todos los elementos o requisitos que componen la estructura. El mérito del
sistema de la teoría del delito es que nos permite confiar en que un análisis ordenado,
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1.4. Variaciones sistémicas de los elementos estructurales de la teoría del delito. Ahora
bien, el contenido de esta estructura y sus contenidos pueden cambiar dependiendo de la
concepción que se tenga sobre el delito; pero básicamente a modo global se distinguen dos
grandes juicios: uno que recae sobre la conducta misma para determinar su gravedad,
integrado normalmente por la tipicidad y antijuricidad (injusto penal), y otro sobre el sujeto
que la realizó, la culpabilidad.
Como marco introductorio, podemos afirmar que la teoría del delito es un mismo
problema, pero estudiado por diferentes ángulos o puntos de partida, según las concepciones
ideológicas, filosóficas y la influencia de la criminología acorde al contexto histórico social en
que se elabore el esquema. Lo más relevante de esta parte del módulo es que cada una de
estas concepciones básicamente tiene dos esquemas básicos que son modificados según la
corriente de que se trate: el esquema causalista valorativo (injusto concentrado en el desvalor
de resultado) y el esquema finalista (desvalor de resultado y de acción, este último cobrando
una relevancia primordial). Lo que cambia al pasar de una estructura a otra, no es el esquema
básico de los cuatro elementos (acción, tipicidad, antijuricidad y culpabilidad), sino que
otorgarán diferentes soluciones para los problemas concretos. Para efectos del ejercicio
profesional, al menos es fundamental manejar las dos corrientes que actualmente viven en
tribunales (causalismo valorativo; especialmente en los tribunales del alzada y el finalismo),
sin perjuicio del estudio y conocimiento acertado de las corrientes actuales y las soluciones
que plantean ante la insuficiencia de los modelos de antaño.
1.5. Definición global de los elementos clásicos de la teoría del delito. Antes de comenzar
el estudio de las principales escuelas penales, podemos esquematizar de forma general los
cuatro elementos del delito de la siguiente forma:
2) Tipicidad. Esa acción ha de ser típica, o sea, ha de coincidir con una de las descripciones
de delitos, de las que las más importantes están reunidas en la Parte Especial del CP. La
estricta vinculación a la tipicidad es una consecuencia del principio nullum crimen sine
lege. Este análisis de comprobación entre el supuesto de hecho y la norma general
constituye el primer juicio de atribución.
3) Antijuridicidad. La acción típica ha de ser antijurídica, o sea prohibida. Por regla general
lo será ya con la tipicidad, puesto que el legislador sólo incorporará una acción a un tipo
cuando la misma usualmente deba estar prohibida. Pero ese indicio puede ser
contradicho, ya que una conducta típica no es antijurídica si en el caso concreto concurre
una causa de justificación. Ante una acción típica y antijurídica se habla de injusto penal,
concepto que comprende por tanto las tres primeras categorías.
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1.1. Situación a fines del siglo XIX. El delito era concebido como una lesión al ordenamiento
jurídico vigente, más un componente de carácter subjetivo que permitía asignar
personalmente ese hecho antijurídico a una persona. Un hecho ilícito contrario a la voluntad
del ordenamiento jurídico que se vinculaba a la responsabilidad de un individuo. Actualmente
el sistema del common law sigue rigiéndose por este esquema; en la forma del actus reus
(ámbito externo) y mens rea (ámbito subjetivo).
Los componentes subjetivos eran básicamente el dolo y la culpa, es decir, el hecho era
querido por la persona o producto de una conducta negligente o imprudente que le atribuía
responsabilidad penal (básicamente el esquema actual de la responsabilidad Civil: un hecho
injusto y la responsabilidad subjetiva). En el fondo, se tenía un conjunto de supuestos de
hecho, no deseados por el legislador y para su producción ha intervenido una persona de
manera intencional o imprudentemente. Simplemente un esquema que nos plantea la forma
en cómo podemos vincular un hecho objetivo de por sí ilícito con la responsabilidad de una
persona determinada. Su gran mérito consiste en que permite una primera distinción entre lo
que sucede en la realidad objetiva (suceso externo) y lo que acontece en el fuero interno de la
persona.
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ordenamiento jurídico busca proteger la propiedad. Existe el elemento objetivo injusto e ilícito
(daño al vehículo) y el subjetivo (la intencionalidad). Por otro lado no se podrá atribuir la culpa
al conductor, puesto que fue la “víctima” de un hecho imprevisto y no podría siquiera haber
pensado ni querido matar a esa persona, ya que no tuvo ni un instante para decidir darle
muerte, ni tampoco una actitud imprudente ya que el peatón cruzó de improviso. Este quedaría
impune a simple vista, ya que para la época, faltaría el elemento subjetivo.
1.2. La escuela clásica positivista o causalismo naturalista. Gracias a la obra de VON LISZT
y BELING se logró distinguir a principios del siglo XX, que para verificar la presencia de una
situación delictual es necesario añadir elementos nuevos y perfeccionar los existentes. Inspira
las obras generales de LABATUT y Eduardo NOVOA.
1.2.1. Sustrato filosófico que inspira el causalismo naturalista. La estructura del delito y
la concepción de cada uno de sus elementos propuesta por esta corriente manifiesta las ideas
predominantes a inicios del siglo XX. Se valoran las ciencias exactas y se apuestan todas las
fichas por el positivismo científico para aproximarse a la realidad, ello se traduce en el
positivismo jurídico y el desprecio por el idealismo y racionalismo de la filosofía de los valores
(KANT, HEGEL), apostando por soluciones utilitarias proporcionadas por lógicas causales de
las leyes de la naturaleza. Por lo mismo su nombre; causalismo (el delito como un fenómeno
científico descriptible por las ciencias exactas) naturalista (fenómeno casi asimilable a los
hechos naturales aprehensibles por el método científico).
1.2.2. Concepción sobre los elementos del delito. La lógica sencilla y didáctica que otorgan
las ciencias exactas y la importancia radicada en la dinámica causa-efecto impregna cada uno
de los elementos, reconociendo el mérito de BELING de establecerlos por vez primera, dando
origen a la concepción clásica del derecho continental: delito es una acción típica, antijurídica
y culpable. Para estas teorías lo más importante era la producción de un resultado (muertes,
heridas, lesiones a la propiedad, etc.); de ahí se concluye que el injusto penal (tipicidad y
antijuricidad) lo constituye el desvalor de resultado únicamente. El comportamiento se reduce
a una relación causal y la voluntad humana queda reducida a un nexo psicológico entre aquel
resultado lesivo y el movimiento corporal que modifica el mundo, una “causalidad
psicológica”.
ii. Distinción con los hechos naturales. Pese a ello, un acierto fue la distinción de que
los hechos ilícitos pueden provenir de hechos naturales, que sólo provocarían
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responsabilidad civil y actos humanos, siendo estos la única fuente del delito. Sin
embargo, la acción sigue entendiéndose como tan solo un movimiento externo, y esta
manifestación de voluntad humana no configura un reconocimiento subjetivo de
relevancia para la teoría, es tan solo “inervación” o un “querer moverse
neurológicamente hablando”.
V. gr., un análisis de tipicidad según esta lógica requiere: que exista una actividad
humana con potencialidad de privar de vida a otro (cualquiera sea esta actividad), luego
verificar una relación causal, cualquiera sea la forma en que se produzca esta; lo importante
es que exista fiambre.
iii. El delito como una decisión política que se traduce en un mandato para los
jueces.que lo separa del marco de lo ilícito para integrarlo en lo punible. El
delito corresponde a una decisión política, vinculada al principio de reserva legal como
limitación al poder estatal; en que el legislador recoge porciones de la ilicitud y las
eleva a una especial forma de sanción; la pena, sujeta al marco formal de una ley en
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sentido estricto, como garantía política y jurídica para los ciudadanos. A su vez,
identifica la norma penal como un mandato a los jueces y no en forma principal hacia
la ciudadanía De ahí que se puedan establecer niveles respecto de cuál es el sentido
que tiene la publicidad del principio de legalidad. Se constituye como garantía de que el
legislador se ocupe diligentemente en la elaboración de tipos penales y describa en
forma precisa cada delito. Este nivel comunicativo es muy relevante para determinar
más adelante en la doctrina el error de prohibición, que permitió advertir a los
justiciables acerca del marco de lo prohibido.
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esta distinción que parece muy básica fue un aporte fundamental en la evolución de la
teoría del delito.
1.2.3. Valoración positiva del causalismo naturalista. Entre los méritos u ventajas de
semejante concepción objetiva es a todas luces que facilita la prueba, por sobrevalorar el
desvalor de resultado; además de:
1) Identifica los elementos tradicionales del delito. Su gran aporte fue haber definido los
cuatro elementos que hoy en día mayoritariamente configuran la teoría del delito; obra de
BELING y que se mantiene hasta la actualidad.
1.2.4. Limitaciones del enfoque causal positivista. Estas tesis naturalistas no se pudieron
mantener, ya que la conducta humana jamás fue un hecho natural sin valor; se requería algo
más que ideas descriptivas. Entre sus principales falencias:
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El legislador recurre a muchas de estas valoraciones cuando crea delitos, por tanto
el dejar de lado los elementos normativos del delito en la descripción típica no puede dar
cuenta de todos los fenómenos de la realidad.
iv. Elementos subjetivos del tipo. Existen descripciones típicas cuya consideración
a fines internos o móviles se refieren netamente en relación a las actitudes
internas del autor (el “ánimo lascivo” en los delitos sexuales”).
V. gr., ¿Cómo podemos describir desde las ciencias empíricas o causales una omisión?
La madre que tuvo un embarazo no deseado da a luz, y a las 48 horas, ya cansada de sus
chillidos, deja de alimentar a su bebé, encerrándolo y tomando pastillas para dormir, caso
cual fallece dos días después. ¿Cuál fue la acción externa causal que provocó un cambio en el
mundo externo en que incurrió esa mujer? Claramente es relevante hacerse cargo de esta
situación, pero las situaciones de omisión no se pueden describir a través del método causal.
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1.3.1. Sustrato filosófico que inspira el neokantismo. Este proceso de transformación que
sufre el sistema original LISZT/BELING se caracteriza por el intento de referir a valores las
categorías de la teoría del delito, mostrando así la influencia manifiesta de la filosofía
neokantiana que en esta época tuvo su máximo esplendor y reflejo entre los penalistas
alemanes; por el afán de sustituir el formalismo positivista por un positivismo teleológico, es
decir, es la razón humana la que dota a la realidad de un cierto orden abstracto, volviendo a
creer que el mundo de las ideas y valores tenía relevancia en la configuración del mundo,
recurriendo a KANT y HEGEL para interpretar las normas, repensando el Derecho Penal desde
los criterios que lo involucran y los fines que lo inspiran. Vuelve a cobrar relevancia la
discusión jurídico-dogmática para la imputación del delito; superando los escollos causal-
positivistas.
1.3.2. Concepción sobre los elementos del delito. La primera quebrazón del sistema clásico
comienza a aparecer en su propia base, en el concepto de acción. Pronto se demostró que el
concepto causal de acción era incapaz de sostener todo el edificio de la teoría del delito. Esto
último es muy relevante, ya toda la lógica de estas teorías gira en torno a su objeto de estudio,
y al incorporar elementos valorativos o juicios de valor en la acción, que como veremos a
continuación, se impregna todo su funcionamiento.
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V. gr., el profesor tiene un problema grave con el decano, y conversando con una
pareja de alumnos los invita a seguir la charla en la oficina. De repente saca un par de
revólveres y obliga al pololo a ir y volarle los sesos al director de escuela y al decano,
amenazándolo de que si no cumple dentro de diez minutos, rociará de plomo a su
amada. El mismo ejemplo aplicado al secuestro de un hijo o de un familiar puede
resultar más cercano. El ejemplo típico que recoge MEZGER es un naufragio donde existe
solo una tabla que aguanta una persona, luchando dos personas a muerte por salvarse.
¿Es una situación normal?
1.3.3. Valoración positiva del causalismo naturalista. Todos nuestros grandes maestros
fueron formados bajo esta estructura. Es un esquema que con algunos matices y correcciones
o aditivos encontramos en las obras de ETCHEBERRY, NOVOA, GUZMÁN D´ALBORA,
POLITOFF, MATUS y RAMÍREZ. Esta corriente sigue vigente al menos en parte en nuestro
Derecho actualmente a través de la jurisprudencia. Las producciones críticas al casualismo
valorativo en Chile recién aparecen en la época de los ochenta, lo que significa que buena
parte de nuestros jueces, particularmente de los tribunales superiores de justicia, se formaron
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sobre la base de este esquema. La razón es sencilla; el manual de ETCHEBERRY fue el más
completo de su época, con parte especial incluso; por tanto la judicatura recurría a este libro
cuando necesitaba analizar los delitos en particular. Lo curioso es que los años noventa, luego
del surgimiento del finalismo, reaparece el causalismo valorativo con el manual de POLITOFF,
MATUS y RAMÍREZ; es decir, una teoría vigente en el foro, que da soluciones distintas a la
mayoritaria hoy en día: el finalismo. Por tanto es necesario manejar ambas estructuras para
configurar el delito, sobretodo en casos de alegatos Ante ministros formados en la década de
los cincuenta o sesenta. En España, el único autor que mantiene este esquema es COBO DEL
ROSAL; en Alemania, está prácticamente relegado al olvido.
1.3.4. Limitaciones del enfoque neokantiano. Entre las más relevantes podemos señalar:
1) La filosofía de los valores sobredimensiona el “hecho típico”. Como las categorías “del
ser” no condicionan el injusto, sino las del “deber ser” (la norma jurídica configura la
realidad a través no ya de lo que efectivamente sucede, sino que mediante la “idea del
acto” que impone), condujo a excesos. En otras palabras, la acción pierde su consideración
objetiva, no en el sentido de la intencionalidad del agente en cuanto a su imputación, sino
que en la valoración abstracta que se hace de ella, considerada como exterior, pero la
orientación del Derecho a valores disminuye la objetividad en su consideración;
derivando en abusos o manipulaciones como tipos penales de autor (mendicidad, vagancia,
pertenencia a grupos raciales o ideológicos), preparando la antesala del III Reich. No por
azar, según descubrió MUÑOZ CONDE, durante el régimen nacionalsocialista, MEZGER
tuvo una activa participación respecto a la teorización sobre la orientación punitiva,
incluso visitando campos de concentración.
1.4. La escuela finalista de la acción. La teoría finalista planteada por Hans WELZEL,
atacaría a la piedra angular del sistema, el concepto mismo de acción, sobre la base del
movimiento cultural, científico y filosófico de los años treinta. Sus primeros principios
fundamentales son que el delito es acción, pero no causal sino final, lo que significa que el
actuar humano se determina desde el fin perseguido por el autor sobre la base de su
experiencia causal.
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1.4.2. Concepción sobre los elementos del delito. La nueva concepción de la acción
produce una reestructuración completa de la estructura de imputación. De ahí se deriva como
consecuencia sistemática que el dolo, que en el sistema clásico e incluso en el neoclásico se
había entendido como forma de culpabilidad y del que también se consideraba componente
necesario la conciencia del injusto, ahora aparece en una forma reducida a la dirección causal
y se considera ya como componente del tipo. Ello supone una ulterior subjetivización del
injusto, y en cambio para la culpabilidad una creciente dessubjetivización y normativización,
por lo que en esa medida el sistema finalista está diametralmente contrapuesto al clásico.
1) La acción final. WELZEL define la acción como “actividad final”; el “obrar orientado
conscientemente desde el fin”. El individuo humano piensa en obtener determinado fin y
para conseguirlo, desencadena movimientos externos. La acción va a estar compuesta de
una realidad interna (intención o fin) y una externa (el movimiento). Lo relevante de la
acción humana está en el hecho de que proviene de una finalidad: un momento subjetivo de
motivación inicial. Esa finalidad se basa en que el hombre, gracias a su saber causal, puede
prever, dentro de ciertos límites, las consecuencias posibles de su conducta, asignarse, por
tanto, fines diversos y dirigir su actividad, conforme a un plan, a la consecución de estos
fines.
V. gr., si dos personas están discutiendo y uno empuja al otro, que tropieza botando
al suelo a una mujer atrás. ¿Quién realiza la acción? El que empujó sería la respuesta más
lógica. ¿Qué pasa con el que tropezó? Desde el causalismo naturalista, habría ejecutado una
acción que cambió el mundo externo, aún sin ningún tipo de intencionalidad que
desencadenara un proceso externo.
El gran quiebre sistemático de la teoría del delito: la inclusión del dolo (neutro y
avalorado) en el tipo penal y la separación de éste con la conciencia de la
antijuricidad. Sin lugar a dudas es la herencia más importante del finalismo, cuya
trascendencia repercute en toda la concepción del delito. La importancia radical del
desvalor de acción se manifiesta en este momento, aunque no desconociendo el desvalor
de resultado, pero aminorado a una exigencia típica en algunos delitos.
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i. El dolo y la culpa aparecen contenidos dentro del tipo penal. El tipo penal siempre
describe una conducta humana compuesta de elementos subjetivos; dados por la
intención directa de concretar la descripción legal; el dolo, o por una actitud
imprudente, la culpa. Recapitulando, la disposición mental hacia el acto, dado por el
dolo o la culpa se encuentra expresamente descrito en el tipo (tipos dolosos o
culposos). WELZEL señala que el gran error del causalismo es confundir el “objeto de
la valoración” con “la valoración misma del objeto”. La culpabilidad en el causalismo
entra a valorar lo que el autor hizo, confundiendo que ese “hacer” ya se encuentra
valorado previamente en la etapa donde se constató su tipicidad. Por lo mismo, el dolo
y la culpa no forman parte del juicio de valor en sí mismo, estos forman parte de la
realidad a la que se imputará posteriormente (el objeto que será valorado, es decir, la
conducta típica) la situación concreta del agente (culpabilidad). El dolo y la culpa
corresponden a la “finalidad tipificada” en la norma; por ello la acción que sirve de
base al tipo no es un proceso causal "ciego" del sistema anterior, sino uno "vidente",
guiado por la finalidad, integrado en la descripción legal.
3) Antijuricidad. Sigue considerándose una conducta típica no amparada por una causal de
justificación, pero admite elementos subjetivos antes descartados. Existe tanto una
antijuricidad formal; la no adecuación a una causa de justificación, objetivamente
hablando, pero también se mantiene la antijuricidad material introducida por el
neokantismo; es decir, cobra más relevancia en esta etapa el desvalor de resultado (la
efectiva lesión o puesta en peligro de un bien jurídico), pero WELZEL incorpora, como es
natural a su concepción del desvalor de acción, un elemento subjetivo: se necesita
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WELZEL señala que esa consciencia de la ilicitud se separa del dolo y debe
radicarse hacia el final de la estructura: la persona “quería” y “sabía” (conciencia de la
antijuricidad) que estaba ejecutando una determinada conducta contraria a Derecho
(acción típica y antijurídica). Es decir, se constata y reprocha que el autor quería el
resultado antijurídico de forma consciente. Las acciones pueden ser típicas (dolosas) y
antijurídicas (sin concurrir causales de justificación), pero solamente en la culpabilidad se
puede determinar si corresponde reprochar personalmente al sujeto aquella conducta.
V. gr., en 1997, Concepción, una mujer cartonera encuentra en una bolsa de basura
varios fajos de billetes. Su primera reacción natural es un recorrido visual por el perímetro, y
se encuentra con una sucursal del Banco Santander y arranca; ¿quería tomar dinero ajeno
dolosamente? Encontrar todo artefacto que no pertenece a nadie y no denunciar el hecho es
delito (hurto de hallazgo). La cartonera sabía que se estaba apropiando de algo ajeno (dolo
neutral en el tipo), pero no sabía que estaba cometiendo un delito. ¿Parece correcto
encerrarla además de devolver el dinero? Esto sucede a menudo en una serie de delitos
específicos. Llegaremos a la conclusión de que la cartonera, por su bajo nivel de escolaridad,
no le podemos reprochar el desconocimiento de que estaba cometiendo un delito; en cambio,
a Tito FOUILLIOUX, por más que argumente no saber que debe pagar impuestos, a un
egresado de quinto año de Derecho no se le permite decir que no conoce ese delito.
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1.4.3. Valoración positiva del finalismo. Reconocer elementos subjetivos es coherente con
la solución de los variados problemas ya comentados, principalmente las consecuencias de
trasladar el dolo y la culpa al tipo, con la repercusión que tiene para la antijuricidad y la
culpabilidad. Se distingue con claridad el error de prohibición del error de tipo. El error de
prohibición ya no tiene injerencia alguna en la existencia de dolo en el agente, solamente en el
grado de conciencia de la ilicitud con que éste actúa. Asimismo explica la sanción de las etapas
incompletas de ejecución del delito.
1.4.4. Limitaciones o problemas del enfoque finalista. Podemos señalar que la acción final
tropieza tanto con problemas concretos de la teoría del delito, como también por sus
repercusiones en torno a la forma de entender el delito de parte de los operadores jurídicos
chilenos.
1) La discusión abstracta entre los modelos finales y causales latente por décadas
abandonó una real preocupación de la dogmática por los problemas esenciales de la
aplicación racional del Derecho Penal. La aparición de una obra tan confrontacional
como lo es la vuelta al racionalismo idealista frente a un esquema totalmente positivista
produjo una lucha intelectual que se vio interrumpida por la Alemania nazi; que reaparece
en la década de los años 50. Entre los teutones reaparece esta discusión entre causalistas y
finalistas, como una forma de encubrir el oscuro pasado de los intelectuales que sirvieron
al régimen hitleriano; puesto que discutir abstracciones teóricas permite evitar ahondar el
oscuro pasado que les precedía. Por eso en nuestro país es tan importante la discusión, ya
que precisamente las obras dogmáticas de ése período son las que llegan traducidas a
Chile (por los teóricos españoles exiliados en Latinoamérica). En el mundo, la discusión
fue zanjada en los años 60; por la intervención de las nuevas generaciones de penalistas
en la realización de la nueva parte general del Código Alemán (figura radical de Claus
ROXIN) y su preocupación por los efectivos problemas de la política criminal más que la
perfección teórica del sistema; pero en nuestro país, se reproduce la situación producto de
la contingencia de 1973. Hoy en día, desde los ministros de Corte hacia arriaba les
produce serias dificultades entender el finalismo; siendo necesario manejar la estructura
causal; situación anómala a los ojos de observadores extranjeros. Una discusión latente en
el foro chileno. En Chile, Enrique CURY es el principal defensor del finalismo más ortodoxo
(introdujo el finalismo cuando todo el mundo era causalista) junto a Mario GARRIDO
MONTT y Sergio YÁÑEZ (quién trabajó directamente con WELZEL). En España, José
CEREZO y su discípulo Luis GRACIA MARTÍN.
2) Los excesos a los que puede llegar el finalismo por exacerbar el desvalor de la
acción. El sobreposicionar el desvalor de acción puede llevar a sancionar meras
intenciones en los planteamientos más extremos de la teoría, desconociendo el valor del
resultado, la lesión realmente producida. Al incorporar los elementos subjetivos dentro de
los elementos del injusto, se pueden generar algunas distorsiones. Lo reprobable del delito
no está solo en haber ocasionado un daño, sino que también en haber querido producir un
daño; y puede suceder que una serie de comportamientos de poca lesividad pasan a ser
importantes. El querer contradecir el ordenamiento pasa a ser tan o más importante que
el grado lesión.
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que entraron a robar. La policía determina que la persona murió 6 horas antes del disparo,
se decir, estaba muerta cuando fue acribillada. ¿Hay lesión a la vida? ¿Qué pasa con la
intencionalidad? ¿Amerita ser penalizado? Se sobrevalora el desvalor de acción. Pueden
darse excesos al sobrevalorar el papel que juega en el injusto la actitud contraria al
ordenamiento, por ende, permite la sanción de conductas que no generan lesión real alguna.
3) Se han planteado una serie de problemas prácticos que esta doctrina, por sus bases
fundamentales, no es capaz de resolver.
i. Problemas en el nexo causal. Los cursos causales complejos generan problemas que
ni las leyes naturales como tampoco la dirección de la voluntad pueden solucionar. Las
situaciones de concausalidad son un buen ejemplo de estas falencias, donde los
factores que se analizan para imputar un resultado delictivo presentan las mismas
propiedades para hacerse acreedores de la imputación, tanto a nivel objetivo como
subjetivo, y por lo tanto son incapaces de ser explicadas a través de los esquemas
causalistas o finalistas. Se requieren nuevos mecanismos de imputación.
ii. Dificultades con los delitos imprudentes y omisivos. El prototipo de la acción final
es el delito doloso de comisión, por ende, no son capaces, sin recurrir a “elásticos
intelectuales” de explicar cuál es la voluntad final de la imprudencia (que además
requiere fundamentalmente de un resultado que la define, aspecto dejado de lado por
el finalismo), o más aún, el “querer omitir” (¿Existe alguna conducción “final” en la
misma?). La causalidad o la mera intencionalidad no pueden explicar estas
situaciones. Son mecanismos de imputación a los que hay que recurrir, pero aún falta
algo para obtener resultados razonables.
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dominan la doctrina moderna desde los años 90; y en su estructura teórica no se diferencian
demasiado con el modelo finalista; aunque en la interrelación entre sus elementos y el
contenido de los mismos. Los exponentes ya clásicos de estos modelos son ROXIN, haciendo
acopio de los conceptos de política criminal elabora una teoría funcional moderada; y JAKOBS
en los años ochenta, que utiliza los elementos de la teoría sociológica de los sistemas para
construir el funcionalismo radical.
V. gr., el art. 363 Nº4 CP sanciona el estupro, el realizar una actividad de invasión
física con carácter sexual respecto de una persona mayor de 14 años y menor de 18. Hasta
hace aproximadamente 40 años, los actos de iniciación sexual de hombres y mujeres eran
parte de nuestro acervo cultural en cualquier estrato social, en los hombres particularmente,
inclusive por los padres, que forzaban un acto de iniciación sexual, como el ejemplo de la
prostituta con el joven de alta alcurnia en la película “Julio comienza en julio”. Por ende, se
tomó la decisión social de penalizar dicha conducta, pese a las prácticas encubiertas de la
mayoría de los patrones de fundo.
El autor de esta tesis central fue el italiano Alessandro BARATTA, cuya escuela fue
muy influyente en Latinoamérica impulsando la criminología sociológica y crítica. Su
principal discípula es Elena LARRAURI, actualmente de gran influencia y que formada bajo
el alero de Juan BUSTOS.
1.5.2. Características globales de los modelos funcionalistas. Las tesis funcionalistas son
valorativa/normativas, como lo son el neokantismo y la teoría de la acción social, diferente al
carácter ontológico de los causalistas y finalistas.
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que resulte adecuado al sistema social, la función que debe cumplir el Derecho Penal
dentro de ese sistema. A partir de este razonamiento, y la concepción sobre el fin que se
tenga del mismo; el funcionalismo va a definir un rol distinto de cada uno de los elementos
de la estructura del delito que va a llevar a contenidos diferentes. Si el Derecho es un
conjunto de normas que cumplen una función en la sociedad, cada rama del mismo tiene
sus funciones propias con sectores autónomos de actividad. Por tanto, cada subsistema
tiene una finalidad propia, es decir, las instituciones jurídicas no pueden ser analizadas al
margen de sus fines.
Craso error para estos autores. El punto de partida del Derecho Penal para el
funcionalismo es la norma penal, como un mensaje cuya finalidad es advertir al individuo,
es decir, la prevención general. El centro de la imputación penal ya no está en el sujeto,
sino en la norma penal que recoge la finalidad de una política de Estado: evitar que se
produzca el delito. La óptica de la prevención general. El delito es el detonante o supuesto
de hecho que pone en movimiento el sistema, pero la base del funcionamiento del orden
punitivo y su forma de actuar es la conducta tipificada en la norma penal. El Derecho Penal
es una herramienta con una finalidad, objetivo que no podemos dejar de lado.
¿Por qué se toma la decisión pública? El primer motivo por el cual se crea una norma
penal es evitar que se cometa una conducta. No porque haya algo ontológico o maldad per
se, sino que se decide la penalización, como podría ser en un tiempo más un delito de
contactar menores de edad para actividades sexuales por internet. O despenalizar
determinados comportamientos para evitar determinadas conductas, como las figuras
penales antimonopolio que se cambiaron por un régimen administrativo de sanciones
pecuniarias: es mucho más fácil cobrar una multa gigantesca a una empresa que meter a la
cárcel al ejecutivo. Se facilita el cumplir el fin de la prevención general.
2) La norma penal como centro del esquema funcionalista. El Derecho Penal como
subsistema dentro del sistema global del ordenamiento jurídico, actúa a través de normas,
la tipicidad es el centro de atención de la estructura del delito. Su presupuesto de
actuación es el delito; pero este ya no se constituye basado en categorías ontológicas o
prejurídicas (causalidad, finalidad, libre albedrío), sino que la esencia de su existencia
como fenómeno es su naturaleza normativa o deontológica.
3) El Derecho Penal como un sistema social. Como todo sistema social, el derecho penal
cumple una función, nace y existe para algo. Debemos orientar cada uno de los
componentes del sistema a la mejor satisfacción de la función. Que el sistema sea
funcional a sus objetivos, que justifican su existencia. En cierta medida la finalidad debería
teñir cada uno de los componentes del sistema. El funcionalismo no es una elaboración
teórica de la dogmática jurídico penal, sino que una construcción sociológica que describe
a la sociedad como una realidad compuesta de sistemas y subsistemas. El ser humano
mismo es un sistema para el funcionalismo, que se auto reproduce y genera lazos y redes
con otros sistemas, es decir, cumple una función dentro del sistema más global que es la
sociedad. Cuando los sistemas chocan, se produce algo disfuncional y se debe volver a su
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estado natural a cada uno de los componentes para evitar ese choque. Es una forma de
describir la sociedad como línea de pensamiento de la sociología. Los principales
exponentes son chilenos, Humberto MATURANA y VARELA; cuya obra podemos encontrar
referida tanto en los trabajos de JAKOBS como ROXIN en cuanto a la “teoría de la
autopoyesis”.
1) El concepto de acción se normativiza de tal modo que se rechaza como elemento del
delito y se incorpora dentro del tipo penal. La acción humana ya no es la base del
delito, ello es un error, pues aunque es parte del funcionamiento de la norma, el centro es
la decisión del legislador tipificada. La acción pertenece al tipo penal, es uno de sus
elementos, pero la finalidad de prevención expresada en la misma es lo medular. El centro
de operación es el tipo penal y la acción una consecuencia de la existencia de la norma. La
conducta es simplemente parte de un esquema funcional que cumple un papel en la
sociedad.
V. gr., si el delito fuera algo natural, el niño de cuatro años debería irse a la cárcel a
través de su justo merecido, radicando toda la maldad en el individuo. En el funcionalismo se
determina que hay sujetos que no se comunican con la norma penal, por tanto, la
culpabilidad busca encontrar un sujeto capaz de comprender el significado de la norma para
poder aplicársela. Si este no lo entiende, no se cumple la prevención general.
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1.5.4. Corrientes funcionalistas destacadas. Esta tesis es trasvasijada al Derecho Penal por
los autores alemanes, dando nacimiento a dos grandes clasificaciones:
ii. La prevención general positiva. La dañosidad social del delito viene dada
porque su realización exterioriza una "infidelidad del autor con el ordenamiento
jurídico" más que una efectiva antijuricidad material, infracción que pone en duda
la vigencia de la norma en sí (carácter disfuncional); y por ello la pena cumple la
misión de confirmar la vigencia de la expectativa y de la norma defraudada por el
autor.
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sistemas organizados como la empresa, dentro del derecho penal económico. Sin embargo, en
sistemas mucho más complejos como la sociedad puede llevar a ciertos equívocos, al ser una
organización mucho más informal y menos estructurada. En el fondo es una estructura muy
llevada a los extremos de la neutralidad valórica: daría lo mismo un Derecho Penal en un
régimen totalitario sin CPR que en un régimen de Estado de Derecho.
V. gr., lo que nos diría el funcionalismo es que corresponde realizar la imputación a quién
debía cumplir el rol o satisfacer una determinada posición: por ejemplo, un estudiante de quinto
año de medicina que trabaja como garzón en un bar, si a un cliente le da un ataque no tiene la
función de garante porque en ese momento cumple el rol de mesero.
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Segunda Parte
LA PRELACIÓN LÓGICA DE LOS ELEMENTOS DE LA TEORÍA DEL DELITO
1.2. La teoría del delito en el Código Penal chileno. El inciso primero del art. 1 CP nos dice
que “Es delito toda acción u omisión voluntaria penada por la ley”. Considerando que su
elaboración (promulgado en 1874) precede al menos 40 años a la definición clásica de
BELING, la doctrina chilena ha logrado ajustar (o forzar) los postulados sistémicos actuales a
dicha normativa del siglo XIX, para ajustar la clásica definición dogmática de acción típica,
antijurídica y culpable.
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labor del Ministerio Público ejercer la actividad persecutora, y las reglas más básicas
del debido proceso nos señalan a nivel de CPR que al Estado le corresponde acreditar
la responsabilidad penal y basta que el imputado guarde silencio para trasladar la
carga de la prueba al Poder Público.
Esta presunción de autonomía viene dada por la regla general de la CPR de que
somos todas las personas capaces de auto administrarnos, con determinados espacios
de madurez. Los derechos fundamentales se reconocen según la plena autonomía de
todos los individuos de la sociedad, sin diferenciar edad ni condiciones; por tanto, el
inciso segundo presume la autonomía en el sentido de culpabilidad: que todos los
sujetos son capaces de responder al mensaje normativo; por excepción, la defensa
deberá probar la no concurrencia de esos presupuestos. La regla de interacción en
comunidad es la autonomía de los sujetos.
Ejemplo práctico: si un fiscal astuto que no logra probar el dolo pretende ocultar
su falta de prueba en la presunción de culpabilidad del inciso segundo; una buena
defensa debe argüir la inconstitucionalidad de la presunción legal por afectar el derecho
de defensa, y argumentar que la acertada comprensión de la “voluntariedad” es
equivalente a la culpabilidad general y no al dolo.
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b) Omite al quebrantar un deber de conducta, una orden que lo obliga a realizar determinado
comportamiento (actividad negativa o inacción). Una noción eminentemente normativa y
no fenoménica como la acción causal o final clásicas.
1.2. Distinción entre conducta y hecho. Los tipos penales describen un hecho prohibido, es
decir, describen tanto una conducta como también un resultado, ambos elementos
conceptualmente diferenciados. Ambos elementos son esenciales, siendo la conducta el
primer elemento determinante, aunque en la teoría de la tipicidad estudiaremos el resto de
presupuestos objetivos del tipo penal.
a) Por el momento es necesario advertir que estamos en presencia de uno de los elementos de
la descripción del delito, y ese elemento es distinto de los hechos que describe el
legislador, cual es más complejo que la mera conducta, ya puede acompañarse de
elementos de igual valor (como el resultado, por ejemplo).
V. gr., el acceso directo al dinero, cada día, de parte de una cajera, genera una
especie de presión a cometer robo hormiga, día tras día, durante un tiempo largo. ¿Cuántas
conductas cometió la cajera, tantas apropiaciones indebidas como días robó de la caja o por
una apropiación indebida por el total? En el primer caso la pena se dispara al infinito. La
lógica nos dice que estamos en presencia de un solo hecho; acá resulta clara la diferencia
entre conducta o acción y hecho.
1.3. LA ACCIÓN PROPIAMENTE TAL Y SUS REQUISITOS. Entendida como expresión positiva
del comportamiento humano, la doctrina exige que para que sea objeto de imputación, la
conducta positiva debe cumplir con dos requisitos:
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1.4. Casos de ausencia de acción. Ocurren en general cuando lo que falta o se cuestiona es la
manifestación de la voluntad; es decir, que no existe ni siquiera el instante previo de
voluntariedad para la manifestación objetiva de una conducta. La mayoría de los casos son de
laboratorio, pero en caso de presentarse en la vida real, lo importante es determinar si se
tratará como una circunstancia anormal dentro de la culpabilidad, o situar como ausencia de
acción.
a) La fuerza física irresistible o vis absoluta. Entendiendo la vis absoluta como caso de
ausencia de acción, se refiere a situaciones donde el sujeto no actúa voluntariamente ya
que es utilizado como objeto de algo (fuerza de la naturaleza) o alguien (fuerza física
desplegada por un tercero); fuerza que debe ser necesariamente externa (los impulsos
internos se estudiarán a continuación) y absoluta (el que la sufre no debe tener la
posibilidad de resistirla). Son movimientos involuntarios e incontrolables del sujeto. El
sector de la academia que acoge esta exclusión de conducta nos dirá que falta el primer
elemento configurador del delito y no puede seguirse la estructura de imputación. En
forma particular, es relevante para efectos de la omisión, respecto a la posibilidad de
actuar.
V. gr., X empuja a Y para que lesione a Z. En ese caso ante la responsabilidad eventual
de Y, vamos a entender que está exceptuado por no concurrir el elemento sistemático de la
acción: actúo una fuerza insuperable sobre este.
Para otra parte de la doctrina, habrá acción, tan solo que encontraremos consagrada una
causal de exculpación, como motivo de exención de responsabilidad penal en la etapa de
culpabilidad, de acuerdo al art. 10 Nº9 CP: “El que obra violentado por una fuerza
irresistible o impulsado por un miedo insuperable”.
b) Los movimientos o actos reflejos. No constituyen acción las respuestas automáticas del
sistema nervioso a ciertos estímulos externos que la voluntad del sujeto no puede
gobernar. Se refiere únicamente a los impulsos que no operan sobre la base de una
decisión, y que se traducen en respuestas externas no deseadas relevantes para el
Derecho Penal.
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un sujeto que asesinó a la suegra durante esta clase de sueño), producto de impulsos del
subconsciente desajustados que aún no se han podido determinar.
i. Escuela de Paris. Según la parte más tradicional de la ciencia médica en los casos de
hipnosis no existe acción, ya que el hipnotizador toma el control de todas las acciones
del hipnotizado; asumiendo la dirección completa de su voluntad. Bajo esta
perspectiva, se entiende que el hipnotizado no actúa, es tan solo un ente controlado
por un tercero.
ii. Escuela de Nancy. Esta vertiente moderna de la psiquiatría plantea que el sueño
hipnótico no otorga control absoluto al hipnotizador, por ende habría acción; ya que el
hipnotizado conserva algún grado de conciencia, actúa por sugestión, pero actúa. Ello
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Eventual tratamiento en la culpabilidad. Sobre esta base, habría conducta típica, puesto
que el hipnotizado estaría en condiciones de no ejecutar determinados actos contrarios a
sus convicciones más personales, como la realización de actividades delictivas, y se debe
analizar en la culpabilidad a través de la anormalidad de las circunstancias; ya que si bien
ninguna persona es hipnotizada espontáneamente, pues habrá una voluntad de someterse
al procedimiento, desde el momento que se produce la hipnosis nace el nexo de voluntad,
que puede ser aprovechado por el hipnotizador.
1.5. La acción en las diversas concepciones de la teoría del delito. Históricamente, toda la
teoría del delito se ha estructurado sobre la base de una concepción del comportamiento
humano como expresión externa o física, que repercuten en la estructura sistemática del
delito y algunos de los problemas que ha enfrentando la doctrina (la omisión, la imprudencia,
los cursos causales, etc.).
1.5.1. Concepción causal de la acción. Con criterios de orden naturalístico, empleados por
las ciencias naturales, se considera a la acción como un movimiento corporal externo que
provoca un cambio en el mundo circundante, perceptible por los sentidos, cuyo proceso
causal determina un resultado; consecuencia externa que determina la imputación del delito.
VON LISZ, BELING, JIMÉNEZ DE ASÚA y otros seguían esta concepción clásica, que
posteriormente fue reformulada por MEZGER, que añade el componente de “movimiento
voluntario” (actuación de la voluntad humana que permite diferenciarlo del provocado por
una fuerza física extraña al sujeto), sumando una valoración social a este movimiento externo,
que permitió incluir las injurias verbales dentro de las posibilidades de actuación.
a) Desconoce que toda acción del hombre lleva implícita un componente subjetivo.
Jamás es tan solo un movimiento que causa un efecto, estas teorías parten de un
presupuesto de orden empírico filosófico discutible, como es el de la causalidad natural,
cuando en realidad los tipos penales sí incluyen elementos subjetivos que el neokantismo
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no pudo evadir, llamándolos elementos subjetivos especiales o anómalos del tipo (como el
“ánimo de lucro”).
1.5.2. La teoría de la acción final. El padre del finalismo, Hans WELZEL, atiende a un criterio
ontológico de la conducta, es decir, la acción sí corresponde a un criterio prejurídico, pero este
no está regido por las leyes de la naturaleza, sino que la evidencia de que todo
comportamiento humano está regido por una finalidad a través de su control de los cursos
causales. Esa realidad anterior al Derecho no puede ser desconocida, y por ende “la finalidad
es vidente, la causalidad es ciega”. Los hombres no actúan de modo ciego, pues prevén o, por
lo menos, están en condiciones de prever las consecuencias de su actuar; accionar es provocar
o dirigir procesos causales hacia metas concebidas con antelación.
La acción finalista se integra con la parte subjetiva que desechan los causalistas (el
objetivo representado en la mente del agente y todas las circunstancias de su eventual
ejecución) y se agota con la actividad material realizada. Esta concepción llevó al finalismo a
trasladar el dolo desde la culpabilidad al tipo penal, con las consecuencia de ser el sistema de
análisis instalado hasta la actualidad.
1.5.2.1. Problemas que presenta la acción final. En general derivan que el paradigma de
toda su elaboración es el delito doloso de comisión, por tanto ello le generó trabas para
explicar el análisis de todas las situaciones abarcables por el sistema.
1.5.3. Noción social de la acción. Nace como respuesta a las críticas a los modelos
causalistas y finalistas; buscando un concepto unitario que abarque todas las modalidades de
conducta en un denominador común; una perspectiva valorativa superior a la realidad del ser
(ontológica de WELZEL) que sería lo “social”; lo que interesa al derecho no son los efectos
materiales mismos que provoca una actividad humana, sino en cuanto dichos efectos tienen
trascendencia social.
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Se objeta esta tesis porque más que una noción de acción, lo que hace es consagrar la
doctrina de la imputación objetiva del resultado; resultado socialmente trascendente, que
margina la voluntariedad del contenido de la acción permitiendo atribuir un resultado a un
sujeto, pero no da una explicación sobre la naturaleza de la acción, y como apunta
BULLEMORE, este esquema unificador a fin de cuentas se basa en “anticipar” elementos de la
antijuricidad y la culpabilidad, en la búsqueda de su relevancia para la sociedad, creando un
nuevo concepto omnicomprensivo de imputación que desconoce las grandes ventajas de los
cuatro elementos clásicos, volviendo a una estructura propia del Derecho Civil previos al
desarrollo de la moderna dogmática jurídico penal.
V. gr., la lógica causal diría que caminar es mover el pie, levantarlo y torcer hacia
adelante, bajarlo, mover el otro pie… el concepto de “caminar” tiene un significado concreto
distinto que el fenómeno biológico que se describe, que nuestra sociedad le atribuye. Esto plantea
la teoría de la acción comunicativa.
V. gr., esto nos ayuda a resolverla distinción entre varias conductas o un solo hecho; hay
solamente una apropiación indebida, el que hayan varios fenómenos físicos da lo mismo.
Utilizamos la palabra apropiación indebida para ese conjunto de hechos que aparecen dispersos
en el tiempo.
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V. gr., el supervisor de una empresa que debe controlar el porcentaje de cierta sustancia
en un producto lácteo. ¿Qué pasa si ocurre un descuido de uno de los operarios? ¿Es responsable
de una intoxicación masiva que termina con la vida de 4 niños? Otro caso relevante; la
parvularia que dejó al niño en el auto que murió calcinado. ¿Tenía el deber de cuidar al niño y
omitió hacerlo? ¿Puede responder intencionalmente a título doloso por la omisión? ¿Puedo
“querer no actuar” o basta una simple conciencia del deber? ¿Cómo se diferencia la conciencia
del deber de una imprudencia?
En el plano de los hechos (ontológico) sólo hay acciones, ya que las omisiones son el
opuesto a un comportamiento positivo. Empero, en el plano deontológico (normativo) existen
deberes impuestos por el ordenamiento jurídico, imperativos que obligan a los sujetos a
comportarse de acuerdo a la norma. Omitir es incumplir un mandato impuesto por una norma
penal de realizar una conducta debida. Así, las distintas modalidades de conducta se
distinguen a partir de la descripción que hace el legislador y se precisan al observar el
contenido del imperativo normativo: una prohibición (acción) o un mandato (omisión).
1.2.2. Requisitos para configurar una omisión. Omitir para nuestros efectos, será dejar de
hacer algo que el individuo podía y debía hacer.
b) Existencia de un deber normativo de actuar. Debe existir una norma imperativa que
exija al sujeto actuar cuando concurran los presupuestos de su conducta esperada.
Dependiendo si esta norma se encuentra en la ley penal (omisión pura o propia) o en las
fuentes de la posición de garante (omisión impropia o delitos de comisión por omisión)
clasificaremos la misma.
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V. gr., los padres de un bebé se turnan para alimentarlo. El padre llega a las seis
de la tarde, y despide a la asesora del hogar. El nasciturus se alimenta normalmente a las
5, pero esta vez ella no lo hizo. El padre incumplió su deber de alimentación, pero por
desconocer los supuestos que detonaban su obligación.
iii. Posibilidad normativa. La omisión existe desde el momento que existen expectativas
sociales de actuar, como expresión de los deberes jurídicos. El conocimiento de la
existencia de una norma que impone la conducta es fundamental.
1.2.3.1. Delitos de omisión propia o pura. Casos en que el legislador expresamente define
un comportamiento omisivo. Junto con la norma que establece el delito, el legislador consagra
el deber de actuar. La norma es a la vez fuente de ambos elementos. Como ya se revisó
anteriormente, se exige para configurar una omisión propia una norma jurídica que imponga
el deber de actuar, el conocimiento de la situación fáctica que impone ese deber por parte del
sujeto activo y la posibilidad real de actuar de éste. Si el sujeto no actúa, concurriendo las
condiciones antes expresadas, entonces incurre en una omisión propia, con total
independencia del resultado concreto que pueda producirse o de la lesión específica para el bien
jurídico involucrado. El tipo penal se agota con la sola infracción de la norma imperativa. Casos
en nuestro CP hay muchos, a saber como ejemplo:
a) La falta de omisión de socorro (art. 494 Nº14 CP): “El que no socorriere o auxiliare a
una persona que encontrare en despoblado herida, maltratada o en peligro de perecer,
cuando pudiere hacerlo sin detrimento propio”. Existe el deber normativo (socorrer o
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1.2.3.2. Delitos de omisión impropia o de “comisión por omisión”. Los delitos de omisión
impropia se caracterizan por el hecho de no encontrarse expresamente descritos por el
legislador, pero que la doctrina ha elaborado sobre la base de tipos penales que permiten esta
modalidad de comportamiento humano; ya que en principio han sido definidas como
acciones, pero permiten su comisión en la forma de omisión por ciertas interpretaciones del
verbo rector, cuando se logra acreditar además una fuente alternativa que genera un deber de
conducta.
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a) Presencia de un verbo rector en el tipo que permita la comisión por omisión. Ello se
da en dos circunstancias:
i. Verbos rectores ambivalentes. Es decir, verbos que representan una conducta que se
puede cumplir ya sea por una acción o por una omisión. Se abre la posibilidad de que
el tipo penal sea cumplido tanto por una acción como por una omisión. El problema de
este tipo de casos es que los tipos penales en sí mismos no delimitan claramente la
extensión de la obligación, por lo que se hace necesario recurrir a otros parámetros
para verificar que existe una omisión.
ii. Verbos rectores transitivos. Es aquel que se define a partir de los efectos que
acarrea. Es decir, el legislador no define un comportamiento en sí mismo, sino que un
resultado, que se puede alcanzar por una amplia gama de comportamientos.
V. gr., la madre tiene el deber de garantizar la vida de un bebé de pocos meses, y esa
obligación de garantía la responsabiliza de las consecuencias del curso causal que pueda
alterar la indemnidad de la vida de su hijo, ella debe intervenir en las causas que hagan
peligrar su integridad. Su nexo no es directo con el objeto, sino con el bien jurídico que
protege el tipo penal: la vida de un ser humano. Una posición de “garantizar” su derecho a la
vida.
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1) La ley (ordenamiento no penal). Se refiere a los casos en que la ley, si bien para efectos
distintos de los penales ha consagrado un deber de actuar, cabe estimar que la ley penal
considera la situación de relieve suficiente para establecer una posición de garante. Se
refiere a casos del ordenamiento civil, laboral, etc., donde existe un deber legal de
proteger un bien jurídico y que podemos asumir que cabe la posibilidad de omitir.
2) El contrato. El deber de conducta puede estar establecido por la voluntad de las partes; y
como fuente es reconocido generalmente como el más fecundo en la creación de la
posición de garante. Las convenciones laborales o de otro orden imponen que, dentro de
ciertos límites, terceros contraigan la obligación de proteger al contratante respecto de
determinados riesgos comprendidos en el ámbito del acuerdo de voluntades. Fuera de
tales límites no existe ese deber, pues la impedición del riesgo se refiere exclusivamente a
aquellos inherentes a la función comprendida en el convenio; es decir, se cuenta con la
niñera, con su actuar vigilante, para lo cual se obligó por un contrato, que salvará a la
criatura que le está confiada y que está en trance de caer en un pozo y ahogarse.
V. gr., el agricultor que quema rastrojos o malezas tiene el deber de impedir que el
fuego perjudique la propiedad ajena; el conductor que al atropellar a un peatón lo lesiona,
debe socorrerlo para solventar los peligros a que queda expuesto por no recibir atención
oportuna.; o bien, cuando el nieto jugando le desactiva la maquinita al abuelo que está
conectado a un respirador, ese niño tiene la obligación de volver a conectarla antes que el
tata se ponga morado.
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objeto de daño. Autores como CURY, POLITOFF y GARRIDO MONTT discuten bastante su
admisibilidad en el medio nacional. Se puede distinguir en doctrina:
ii. Hay un sector de la doctrina que extiende esta fuente a otras circunstancias no
voluntarias; y entiende que los deberes de solidaridad se extreman en situaciones
excepcionales, donde todos los que la viven experimentan deberes de autoprotección
recíproca. El solo hecho de estar viviendo una situación crítica (riesgo de vida,
integridad física), hace que naturalmente la reacción de cada uno sea de
autoprotección, que transforma la mera solidaridad en un deber.
V. gr., hasta hace poco tiempo era considerado un caso de laboratorio, pero basta
con imaginar el terremoto; se agrupan las familias para resguardarse del frío,
alimentarse, terremoto, mar, saqueos, trifulca, etc. Surge la autoconciencia de
protegerse entre ellos. Otro ejemplo; si uno de los mineros experimenta un problema
mayor, ¿Los demás pueden hacer la vista gorda? No, en cierta medida, ellos sustituyen
toda la ayuda que nos puede dar el Estado y en los hechos se vive una situación que nos
sitúa en el máximo deber de protección recíproca. Para la doctrina, ese deber adquiere la
forma de una posición jurídica de garante exigible a las personas para proteger a los
demás.
Estas cuatro fuentes generarían una posición de garante y permiten en los casos que el
legislador ha definido el comportamiento por la vía de un verbo ambivalente o transitivo
eventualmente se podría argumentar la concurrencia de la posición de garante. La
importancia de manejar bien las bases elementales del delito de omisión, repercute en
complicaciones que se verán más adelante: existen instituciones muy similares a los
elementos constitutivos de la omisión, y debemos aprender a diferenciarlos (si estamos
ante un problema de dolo, de imputación de resultado o de configuración de omisión).
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1.3. Funciones del análisis de la tipicidad. Se señalan dos razones de ser del tipo penal
relevantes para la teoría del delito:
b) Función sistemática de la tipicidad. Su rol dentro del esquema de la teoría del delito, es
constituir un indicio de la antijuricidad. En un inicio, parece lógico que las conductas
típicas contravienen el ordenamiento jurídico; sin embargo, en ciertas ocasiones, el
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legislador autoriza lesionar ciertos bienes jurídicos a través de una norma permisiva,
denominada causal de justificación, que se analiza en la etapa siguiente: la antijuricidad.
Por eso se habla de función indiciaria, que hace presumir que si la conducta se ajusta a los
elementos objetivos y subjetivos descritos por el tipo, eventualmente será antijurídica;
pero ello no es definitivo hasta que se concluya que efectivamente no concurre un
comportamiento legalmente justificado (como el homicidio en legítima defensa). La
tipicidad nos advierte que puede existir una situación de antijuricidad, en la forma de un
pequeño síntoma.
La teoría de los elementos negativos del tipo. Principalmente las corrientes causal
valorativas o neokantianas sostenían que la tipicidad era ratio essendi de la antijuricidad,
es decir, invierten la óptica aceptada en la actualidad: todo hecho típico es antijurídico, y
unifican ambas etapas de imputación es un solo gran juicio, siendo ambos presupuestos
correlativos del otro. Este juicio se compone de elementos positivos (que deben concurrir,
es decir, la tipicidad de la conducta) y elementos negativos (que se debe acreditar su no
concurrencia); precisamente las causales de justificación. Estos elementos negativos se
integran dentro del tipo penal, de modo que su presencia hace desaparecer la tipicidad. La
tipicidad es la razón de fondo constitutiva de la antijuricidad, y las causales de justificación
pasan a ser elementos negativos de la tipicidad. Se debe acreditar tanto lo que hay
(elementos positivos) como lo que no hay (elementos negativos).
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se puede afirmar ningún tipo de reproche, ya que como se mencionó, es tan solo un indicio de
la antijuricidad.
La conducta típica nos indica un esbozo de antijuricidad formal (el simple hecho que la
conducta contradice la norma general). La dimensión material de la antijuricidad dice relación
con el fundamento real, el motivo de fondo por el cual se va a incriminar una conducta. Estas
razones son básicamente la presencia de un desvalor de acción; la voluntad de afectar un
determinado bien jurídico y en segundo lugar; el desvalor de resultado: el hecho de lesionar un
bien jurídico. Por tanto la tipicidad de la conducta tan solo nos indica que existe al parecer con
mayor grado de certeza una antijuricidad formal, pero respecto a su dimensión material, es
decir, el grado de lesividad real de la misma, es un tema que se deja para la etapa
inmediatamente posterior: el juicio de antijuricidad de la conducta.
V. gr., cuando ejecutamos un acto de invasión corporal que identificamos como violación
sobre una persona de 13 años de edad (hombre o mujer), se está sancionando por el hecho de
desarrollar una conducta de carácter sexual sin el consentimiento del interlocutor. La idea base
es que el legislador entiende que una persona menor de 14 años no puede consentir válidamente,
por tanto, lo hace equivalente a la situación de forzar a una persona mayor de 18 años a tener
sexo. La ausencia de voluntad o libertad. Por eso se habla que el bien jurídico protegido por los
delitos sexuales es la libertad sexual más que la sexualidad en sí misma, porque lo que se
quebranta es el hecho de que la otra persona no consintió. El desvalor de acción aparece en el
hecho de que el violador sabe que la otra persona no quiere tener relaciones, y por el hecho de
conocer esto, posee una voluntad contraria al ordenamiento para lesionar el bien jurídico de la
libertad sexual, dirigida para atentar contra su negación. El desvalor de resultado no es más que
la ejecución material de la violación. ¿Qué pasa si la niña de 13 años sí quiere o consiente
libremente en acostarse con el sujeto? En la tipicidad se comprueba tan solo que hubo relación
sexual, el resto se averiguará más adelante.
1.5. Elementos constitutivos del tipo penal. Como el tipo penal es una descripción de
elementos que configuran un delito en específico, el legislador utiliza el lenguaje para señalar
que tipo de requisitos debe cumplir un determinado hecho para constituir un delito. Sobre la
base de los elementos descritos, la doctrina los clasifica en muchas categorías, que sirven para
determinar tanto el análisis de la tipicidad como para agruparlos según distintas clases. Se
procederá a esbozar las principales categorías de elementos que más utilidad aportan para el
ejercicio profesional, no desconociendo que existen muchas otras como labor de la dogmática.
ii. Elementos negativos. La norma contempla elementos que deben faltar para
configurar determinadas figuras, por ejemplo; el hurto se perfecciona si ocurrió “sin el
consentimiento del dueño” (art. 432 CP), la violación de morada si se entró “contra la
voluntad del morador” (art. 144 CP), etc. Su ocurrencia no permite la tipicidad.
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La verificación de estos elementos negativos nada tiene que ver con la ya expuesta “teoría
de los elementos negativos del tipo”.
i. Elementos descriptivos. Describen una realidad perceptible por los sentidos sin
tener que recurrir a ningún referente valorativo, generalmente nociones unívocas
para la generalidad de las personas. Forman parte de la realidad material que el
legislador se limita a describir. Se demuestran mediante pericias de naturaleza
empírica (“hombre”, “mujer”, “herir”, “matar”, etc.). No obstante, no puede
desconocerse que cada vez son menos los elementos puramente descriptivos, pues
siempre hay, incluso en los casos aparentemente más claros, un referente valorativo.
ii. Elementos normativos. Los elementos normativos son aquellos que sólo pueden ser
aprehendidos o comprendidos mediante un proceso intelectivo o valorativo. Para su
comprensión se necesita una norma o parámetro establecido (social, legal o cultural)
demostrable necesariamente a través de un razonamiento o análisis racional (“cosa
mueble”, “ánimo de lucro”, “funcionario público”, “cumplimiento de un deber”).
ii. Elementos subjetivos. Actitud psicológica del sujeto respecto al hecho, como se
precisará más adelante.
Parte de la doctrina (la minoría) entiende que el 366 ter así como los delitos sexuales
más importantes requieren también de la acreditación un elemento implícito denominado
“ánimo lascivo”, que básicamente se trata de pretensión de procurar la excitación sexual
propia al desarrollar el acto. Cuando un médico ginecólogo realiza la mayoría de sus tareas,
si miramos a nivel meramente objetivo, podemos determinar que se trata de actividades de
contacto corporal, relevantes (invasivos) y de significación. La doctrina nos dice que para
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separar este caso (si el médico se está demorando demasiado en la “revisión”) del abuso
sexual es necesaria una determinada animosidad. Esa animosidad lasciva está radicada en
la psiquis del sujeto; todo lo demás está fuera del individuo como expresión externa. Aunque
como veremos más adelante, es un punto que permite separar lo interno de lo externo, es
discutido bastante por la doctrina argumentando su inexactitud.
La tipicidad del hecho exige que se den tanto los elementos objetivos como subjetivos
para comenzar el análisis de la imputación de responsabilidad penal, por la función de
garantía del tipo. Por lo mismo es que en doctrina se habla de dos grandes etapas correlativas
dentro de la tipicidad: la faz objetiva (las exigencias del mundo exterior respecto al hecho) y la
faz subjetiva del tipo (sus modalidades psicológicas de comisión).
ii. Delitos de omisión. Admiten una distinción atendiendo a la fuente del deber
normativo de actuar:
2) Según la calidad del sujeto activo. Específicos delitos hacen necesario distinguir:
i. Delitos comunes. Son aquellos en que cualquier persona puede ser sujeto activo, ello
cuando evidentemente satisfagan posteriormente los requisitos de la culpabilidad. La
generalidad del CP los establece de esta forma.
ii. Delitos especiales o de sujeto activo calificado. Exigen del sujeto activo ciertas
características especiales, de modo que en ellos sólo pueden incurrir personas
determinadas. Se subdividen en:
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ii. Delitos de resultado. Son aquellos en que el tipo exige además de la realización de la
conducta, un resultado material determinado mediante la relación de causalidad en un
objeto material también exigido. Se requiere de la producción del evento externo para
estar en presencia de la consumación. Parte importante de los delitos de más corriente
ejecución son materiales o de resultado, el hurto y el robo (art 432), las mutilaciones y
lesiones (arts. 395 y ss.), los homicidios (arts. 390 y ss.).
i. Delitos de lesión. Son aquellos que requieren una efectiva lesión o menoscabo del
bien jurídico protegido por el tipo penal. Para su perfeccionamiento, o sea su
consumación, exige que realmente se produzca la lesión o menoscabo del bien jurídico
(u objeto jurídico) que está destinado a proteger, como la vida en el homicidio, la
privación de libertad en el secuestro, la propiedad en el hurto y el patrimonio en la
estafa.
ii. Delitos de peligro. Son aquellos en que la consumación del tipo exige la creación de
una situación de peligro para el bien jurídico; no siendo necesaria la producción de la
lesión. Se subdistinguen, con muchos reparos en la doctrina:
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ii. Quebrantamiento del principio de lesividad. Por otro lado, se esgrime que no
satisface los requisitos mínimos del principio de lesividad, vulnerando las exigencias
constitucionales, adelantando la intervención penal a momentos previos a la lesión o
siquiera puesta en peligro concreta de un bien jurídico.
Aparente confusión y distinción entre objeto material y el objeto jurídico. Los delitos
de resultado suelen identificarse con los delitos de lesión; confundiendo el objeto material
con el objeto jurídico; disparidad en torno a factores aunque ligados, completamente
distintos. Por otra parte, suelen confundirse los delitos de peligro con los de mera
actividad porque el riesgo no requiere lesión del bien tutelado; que se asemeja a la falta de
resultado material en los delitos de mera actividad. Sin embargo ambas categorías
apuntan a criterios totalmente diferentes. Los delitos de resultado material o los de mera
actividad se vinculan con la descripción o no de un efecto externo sobre un objeto de
acción u objeto material. En cambio, los delitos de lesión y los delitos de peligro se
refieren las formas de afectación o perturbación del objeto tutelado, el bien jurídico penal.
El objeto jurídico no es lo mismo que el objeto de acción, es una síntesis valorativa
inmaterial que trasciende a los elementos estructurales del tipo.
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Objeto material o corporal sobre el que Objeto jurídico es el bien jurídico protegido,
recae el verbo rector. una situación que la norma penal protege.
Así, existen delitos de peligro de resultado material, como el incendio, que aunque
implica destrucción de un objeto material por fuego, no es un tipo de lesión a la propiedad,
sino de peligro para la seguridad pública. Por otro lado, un delito de mera actividad puede ser
de lesión, como la violación de domicilio que se consuma con la sola entrada en morada ajena
contra la voluntad del morador y lesiona la intimidad. De modo que son dos clasificaciones
distintas que atienden a factores diversos, los elementos descritos por el tipo y las formas de
afectación del bien tutelado por la norma. Esta última clasificación tiene más relevancia al
examinar la antijuricidad de la conducta típica. Esta distinción tiene mucha importancia para
determinar qué grado o etapa del delito se sanciona y el análisis de los elementos subjetivos
del tipo.
1.6.1. El tratamiento del riesgo por el Derecho Penal. La lesividad a bienes jurídicos se
puede dar por generación de peligros o lesión directa de los mismos; en ambos casos parece
razonable aplicar el Derecho Penal. Pero esta postura es criticable puesto que a medida que
nos alejamos de la lesión y nos aproximamos al peligro, surge con fuerza que el legislador es
quién valora los riesgos (próximo al funcionalismo extremo). Como la posibilidad de abuso es
mayúscula, es riesgoso para las garantías fundamentales el regular el peligro. Al anticipar las
hipótesis de riesgo en forma permanente, se terminan sancionando comportamientos
completamente inocuos o inofensivos, restringiendo al máximo las libertades individuales: un
Estado policial en pleno siglo XX. A esto la doctrina lo llama delitos formales o delitos de
peligro abstracto, donde no existe posibilidad de constatar una real lesividad. El legislador
presume el riesgo para el bien jurídico, pues se castiga la mera ejecución de un verbo rector;
aún sin que exista de por medio alguna posibilidad de riesgo ex ante. Este fenómeno ha sido
influenciado por la sociología, particularmente de la obra de Ulrich BECK, quién define la
sociedad postmoderna, informática y transnacional como una sociedad de riesgo. El hecho de
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que el mundo moderno sea tan complejo, implica la generación de riesgos en todo ámbito de
la vida, pero al ser necesario para el progreso, la sociedad aumenta su tolerancia al mismo, y
surge la necesidad de que la actividad social sea reglada cada vez de forma más específica
para controlar el riesgo (como veremos más adelante, el “riesgo permitido). El Derecho Penal
y la política buscan anticiparse a la materialización del riesgo, como fenómeno general del
Estado. BECK aclara que este aumento de peligros nos permite reemplazar el caso fortuito por
error humano; es decir, podemos atribuir responsabilidades de forma mucho más concreta
ante cualquier conflicto. En un primer paso suena más que razonable.
1.7. LA FAZ OBJETIVA DEL TIPO. Los elementos requeridos en forma externa para la
configuración de la dimensión objetiva de cada delito en específico. La doctrina ha elaborado
una lista con los elementos comunes a la generalidad de las descripciones típicas como
esenciales para su configuración. Su importancia radica en que la ausencia de cualquiera de
esos elementos determina la atipicidad de la conducta; su no adecuación al tipo penal descrito
por el legislador y por ende, no delictiva.
1. El sujeto activo.
2. Un verbo rector.
3. El objeto material del delito.
4. Un resultado material.
5. Un vínculo o nexo causal entre la conducta y el resultado material.
6. Otras circunstancias del delito.
1.7.1. El sujeto activo. El sujeto activo de la conducta es quién incurre en el delito, el agente
que ejecuta la conducta típica; por regla general se tratará de un sujeto activo común, es decir,
cualquier persona natural; si sólo algunas personas pueden cometer ciertos delitos, estos se
denominan delitos especiales (propios o impropios), según se trató en el apartado anterior.
1.7.1.1. El sujeto pasivo considerado como objeto material del delito. El sujeto pasivo es
el titular del bien jurídico penal afectado por la conducta típica. Existe unanimidad en doctrina
en orden a entender que el legislador nunca define al sujeto pasivo en cuanto “sujeto” por una
razón muy simple: cuando se emite una norma penal, ella va dirigida hacia la generalidad de la
población, por ende, se pretende regular el comportamiento del infractor y no de la víctima. El
sujeto pasivo se considera siempre en el tipo penal como objeto material (entidad sobre la que
recae la ejecución del verbo rector). Las veces que se considere a la víctima, será siempre en
función del comportamiento del infractor. Así considerado, reviste cierta importancia para
reconducir la acción a algún tipo penal determinado; así el actual delito de sodomía requiere
características especiales del sujeto pasivo; o el parricidio.
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V. gr., la norma penal vincula al Estado con el infractor, pero no así con la víctima. Lo
que hace el poder público, por ejemplo en un robo, es regular el conflicto a través del Derecho
Civil, como conflicto entre particulares: indemnización de perjuicios, acción reivindicatoria para
recuperar las cosas, etc. En el Derecho Penal, la sociedad se representa a través del Estado, que
se apropia de una parte del conflicto particular y procede a imponer una pena, para los fines
generales del orden punitivo. Este último es propiamente el conflicto penal, ya que el particular
no tiene ese derecho de “venganza”, sino que se reserva el ejercicio de la violencia a nombre de
todos al Estado. No hay un nexo netamente jurídico entre el derecho de la víctima y la imposición
de la pena: ella no exige la pena, lo hace el Ministerio Público en nombre de la sociedad; la parte
del conflicto que le corresponde a ella se canaliza mediante el Derecho Civil.
1.7.3. El objeto material de la conducta. Es aquel ente físico sobre el que recae la conducta
del sujeto activo; como la “cosa mueble” en el hurto, la persona en el homicidio y el
“documento público” en algunos delitos funcionarios. Es de naturaleza material (corporal) y
objetiva.. Cabe recordar la distinción con el objeto jurídico, aunque el objeto material puede
confundirse con el objeto protegido por la norma cuando éste último tiene un sustrato
material como en las lesiones: el objeto material es el cuerpo humano, y el objeto protegido es
la integridad física.
1.7.4. Otras circunstancias del delito. Se refieren a otros requisitos objetivos típicos. Un
examen de la rica variedad de los tipos revela, no obstante la clasificación tradicional, que esta
no forma un cuadro cerrado y es meramente orientadora; y habrá que atender a los términos
del legislador para precisar a qué se refieren. Lo importante es tener en cuenta que son
características periféricas del hecho que constituyen elementos fundamentales como
cualquiera de los demás; si faltan no hay delito, tal como si faltase el verbo rector. Entre las
más conocidas se dan:
3) Las formas de comisión. También pueden describirse otros factores que especifiquen las
formas de comisión, como la edad en los tipos de sustracción de menores (art. 142) y
algunos delitos sexuales, consideraciones como la “violencia” y la “intimidación”, en la
violación de de morada (art. 144.2 CP) o en la usurpación (art. 458 CP).
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Esta materia es importante para la situación de concurso de delitos, cuando dos o más
tipos penales presentan todos sus elementos en un mismo supuesto de hecho, y se debe
analizar cuál se aplica. Por ejemplo, el delito de lesiones y el homicidio frustrado.
1.7.5. El resultado (en los delitos de resultado material). Para la tipicidad, el resultado
material es el evento externo que se produce como consecuencia de la ejecución del verbo
rector. Un efecto físico sobre un objeto de la conducta, como dar muerte a otro (art. 391 CP) o
cortar un miembro ajeno (art. 395 CP). Esta precisión tiene relevancia para examinar la clase
de vínculo que se debe verificar. El fenómeno físico descrito por el legislador en el tipo; cuyo
acaecimiento efectivo es constitutivo de la tipicidad.
1.7.6. El nexo causal o la imputación de la relación causal objetiva del tipo (en los
delitos de resultado material). Inevitablemente en los delitos de resultado, la doctrina exige
un nexo causal para vincular el resultado material con la conducta; punto que resulta esencial
dentro de la actividad probatoria, al menos a nivel argumentativo, para sostener una
imputación. De este modo, recordando la finalidad de imputación como razón de la
estructuración de la teoría del delito, se debe poder atribuir a una conducta un resultado
lesivo, cual es mucho más directo que una mera conexión. La conducta debe ser causa del
resultado material, y éste, correlativamente, efecto de aquella.
1.7.6.1. Valoración neutra del nexo causal entre la conducta y el resultado material. Este
nivel de imputación es netamente objetivo, sin valoración alguna sobre la conducta o el
resultado. Se constata en bruto, lo que sucede a nivel externo respecto a la conducta que exige
el tipo penal y su consecuencia sobre el objeto material. El universo de los resultados
materiales pertenece al tipo, como se ha señalado antes, y no a valoraciones simbólicas sobre
esa consecuencia tangible (ello se analiza en la antijuricidad, en relación al concepto
inmaterial del bien jurídico).
V. gr., en el delito de hurto, existe una teoría que nos dice que el acto material de sustraer
la cosa de la esfera de protección del dominio de su dueño implica el resultado material. A nivel
normativo o valorativo, el Derecho Civil nos dirá que el derecho de dominio no ha sido afectado:
el delincuente es un mero tenedor irregular de la cosa y el dueño podrá accionar de
reivindicación. Lo importante para efectos de este análisis es la materialidad del resultado
material lesivo; al pobre infeliz que robaron su Porsche recién adquirido.
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además determinar que ese vínculo natural interese al Derecho Penal. Pues bien, éste último
caso consiste en formular un juicio normativo, también conocido con el nombre de juicio de
imputación objetiva. Las teorías que versan sobre la imputación objetiva del tipo, en el sentido
de su faz objetiva (para no confundir con la teoría de la imputación objetiva propiamente tal)
proponen criterios razonables para distribuir las cargas penales en un determinado hecho
susceptible de tener relevancia penal. Diversas respuestas se han dado a la pregunta de
cuándo una conducta es causa de resultado típico, o en otras palabras, cuando existe un nexo
que permita imputar un determinado resultado típico a la conducta del caso concreto:
2) Escoger entre las condiciones del resultado aquellas que puedan calificarse como causas
del mismo. Y es en este momento que se postula la equivalencia de todas las condiciones,
en el sentido de que todas ellas son causa del resultado. Causa y condición son sinónimos.
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Si A hiere a un navegante y luego éste, por las heridas, no puede hacer maniobras y
naufraga, A es autor del homicidio por inmersión (ejemplo de VON LISZT). Un hombre debe
viajar en avión el día 10; pero un automóvil lo atropella y, a raíz de eso, viaja el día 15; el avión
cae y el viajero perece. Conforme a esta teoría, el autor de la muerte del viajero, sería el
conductor del auto.
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3) Cursos causales atípicos. Se produce un resultado por una causa que se adjunta a la
acción.
4) Causalidad hipotética. Otra causa podría haber causado al mismo tiempo el resultado.
V. gr., “A” envenena la comida de B. Antes que el veneno haga efecto, C mata de un
balazo a B. O si la amante le entrega a su amigo un veneno, con el que éste mata a su esposa,
aquélla ha causado la muerte de ésta aunque no conociera el fin para el que se iba a emplear
el veneno, o si como consecuencia de una acción abortiva nace prematuramente un niño y
entonces se le mata, el aborto, con independencia del homicidio doloso, es causal respecto del
resultado; y si alguien deja abandonado un revólver cargado, con el que otro se mata de un
disparo, es causal pese al suicidio doloso.
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7) Causalidad adelantada. Opera en los casos dónde dos o más conductas son dirigidas al
mismo fin, pero una de ellas se adelanta a las otras y produce primero el resultado.
Así Juan dispara a Pedro con el fin de matarlo, pero le provoca una simple lesión; sin
embargo, al ser trasladado al hospital en una ambulancia, por una falla mecánica este vehículo
se da vuelta provocando su muerte. En el ejemplo propuesto la muerte es consecuencia de un
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a) Valoración positiva. Como aciertos de esta teoría se reconoce que reduce ampliamente el
campo de acción del nexo causal, y permite a nivel argumentativo, apelar a la lógica como
base de un buen argumento jurídico para convencer al tribunal, debido a su
funcionamiento abstracto para ligar una conducta a un determinado resultado.
b) Problemas que presenta. Se critica que esta “experiencia general” es un criterio al que es
fácil referirse, pero cuya fuente es imposible precisar. Una fórmula demasiado vaga y
abstracta, que no soluciona todos los problemas que pueden presentarse.
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b) Problemas que presenta. Se criticó que tan solo constituye un parámetro formal, pero
falla como mecanismo de imputación, ya que los tipos penales no son “fotografías” exactas
de la realidad, carecen de la precisión necesaria para abarcar de forma completa las
infinitas posibilidades, que el legislador jamás podrá contener en tipos formulados sobre
la base de la abstracción.
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1) La teoría de los riesgos. ROXIN construye esta teoría a partir de la obra de Ülrich BECK
sociólogo alemán, que ha descrito la sociedad actual como la sociedad del riesgo. Un riesgo
es tal cuando existe la contingencia de su ocurrencia; por lo tanto es una posibilidad que
por alguna razón es desvalorada o valorada negativamente. La contingencia es todo el
conjunto de eventos que pueden tener o no lugar. Los riesgos naturales han sido más o
menos estabilizados en el tiempo, no así los emanados de las relaciones interpersonales. A
medida que los contactos se hacen más anónimos y el entramado de relaciones se hace
más complejo, la sociedad sí se convierte en una sociedad de riesgo. Nosotros convivimos
con el riesgo, y a la vez somos fuente de riesgo. Esto es una fuente vital para el Derecho
Penal.
V. gr., le prestamos un lápiz a alguien, pero luego el sujeto con el lápiz mata a un
tercero. Respecto de mí no hay una conducta jurídico-penalmente relevante porque actué
conforme al riesgo permitido y confío que el resto lo hará
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Por ejemplo, una tormenta imprevisible provoca fallas en los controles del avión
que obligan a un aterrizaje forzoso y algunos pasajeros resultan lesionados; no se
podrán atribuir las lesiones a la conducta del capitán de la nave, a pesar que ha sido su
acción la que las causó. En todos estos casos, como el lesionado en riña que muere en
accidente de tránsito al ser trasladado al hospital, el resultado se produjo causalmente,
pero no es jurídicamente imputable por la falta de capacidad de la acción de pretender
la producción del resultado típico. Caso distinto sería si A lesiona a B a sabiendas de su
hemofilia, aquí cabe imputar el resultado.
Como señala CURY, uno de los reparos al aumento del riesgo es que parecería incorporar,
pese a su aparente objetividad, criterios relativos a la previsibilidad del resultado y por
ende, pertenecientes a la culpabilidad y al tipo subjetivo.
Alguien tira a un niño por la ventana de una casa que sufre un incendio y con ello
le causa considerables lesiones, pero de esa manera le salva de la muerte entre las
llamas; o si alguien encierra a otro, sin poder explicarle que es porque, tal como están las
cosas, no hay otro medio para "quitarle de en medio" y preservarle así de un secuestro.
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Quien ve cómo una piedra vuela peligrosamente hacia la cabeza de otro y, aunque no la
puede neutralizar, sí logra desviarla a una parte del cuerpo para la que es menos
peligrosa, a pesar de su causalidad no comete unas lesiones, al igual que tampoco las
comete el médico que con sus medidas sólo puede aplazar la inevitable muerte del
paciente.
Este criterio sirve para solucionar casos en los que, aunque el autor ha creado o
incrementado un riesgo que se transmite en un resultado lesivo, no procede imputar este
resultado si no se produce dentro del ámbito de protección de la norma. Los casos a los que
afecta estos problemas son muy diversos y complejos y van desde la provocación imprudente
de suicidios (se dejó una pistola al alcance de un depresivo suicida con ella) y la puesta en
peligro de un tercero aceptando por este (muerte del copiloto en una carrera de
automóviles) hasta los daños sobrevenidos posteriormente a consecuencia del resultado
dañoso principal producido (la madre de la víctima del accidente muere de la impresión al
saber lo ocurrido a su hijo).
Todos estos casos caen fuera del ámbito de protección normal que se previó al
dictar la norma penal y deben ser excluidos del ámbito jurídico penalmente relevante.
Dentro de la esfera de protección de la norma, se suelen agrupar en torno a las siguientes
clasificaciones:
a. Aquellos casos en los que el resultado no es una plasmación del riesgo creado.
Es decir, hipótesis en las cuales el peligro se materializa a causa de un curso causal
anormal, aunque, probablemente previsible. Este criterio es aplicable en el campo de
los delitos imprudentes; y también en el ámbito de los delitos dolosos, lo que es
conocido como la problemática de las desviaciones causales. En éstos supuestos se
afirma que el resultado acontecido no es una plasmación del riesgo creado, sino que
procede de fuentes diversas.
La norma que prohíbe matar no ampara las muertes producidas por un incendio
de hospital, resultado éste que puede suceder independientemente del motivo por el cual
el sujeto se encuentra en el hospital. Ejemplo: A, con intención de matar dispara contra
B, ocasionándole una ligera herida. Sin embargo este muere al ser trasladado al hospital,
ya por un accidente de tráfico, por una intervención con un bisturí infectado, o bien por
un incendio del hospital.
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b. Casos en los que el peligro generado no es de aquellos que la norma tiene por fin
impedir. Esta problemática es lo que conocemos con el nombre de consecuencias
secundarias y puede aplicarse en el ámbito de los delitos dolosos y culposos. En este y
otros supuestos análogos, lo esencial es determinar si el fin protector del precepto
infringido está destinado a impedir la producción de las consecuencias directas lesivas
para el bien jurídico o también evitar daños secundarios desencadenados por
aquellas. En el caso propuesto, parecería que el fin protector de la prohibición penal
del homicidio o lesiones no incluye preservar a personas distintas del afectado de las
repercusiones psíquicas del suceso y cosa distinta, serán las posibles
responsabilidades civiles por los daños indirectos que deriven de la producción del
delito o falta.
1.8. LA FAZ SUBJETIVA DEL TIPO. Como legado del finalismo, salvo algunos autores
nacionales (POLITOFF, MATUS y RAMÍREZ en particular, que consideran la culpabilidad como
un juicio de reproche subjetivo que agrupa el dolo y la culpa, pero que no pueden desconocer
la presencia de elementos subjetivos “anormales” en el tipo), es mayoritariamente acogido en
la doctrina el modelo sistemático de la acción final; que en el tratamiento de la tipicidad,
considera que el legislador describe un comportamiento personal que incluye características
subjetivas en todo delito: el dolo o la culpa; y en algunos casos especiales, elementos
subjetivos especiales.
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Acto doloso: Juan quiere matar a Pedro y Diego y para lograrlo les lanza una granada, en
este caso Juan prevé la muerte de Pedro y Diego y realiza la acción para alcanzar ese efecto. Acto
culposo: Juan quiere hacer explotar la granada, y lo hace en un lugar que cree solitario, sin
reparar que están Pedro y Diego conversando, los que sufren heridas con la explosión, aquí lo
que faltó es cuidado en la realización de la actividad, ya que por su desidia no se dio cuenta de la
presencia de los que resultaron lesionados.
1. EL DOLO. El dolo penal es el conocimiento de todos los elementos objetivos que integran el
tipo; acompañado de su voluntad de realización, o cuando menos, de la aceptación de esa
ocurrencia en caso que sobrevenga a consecuencia de un actuar consciente. La tipicidad del
delito doloso depende no sólo de la realización del tipo objetivo, sino, además, de la
realización del tipo subjetivo, es decir, fundamentalmente del dolo del autor. Se trata del
complemento que permite imputar el hecho no sólo objetivamente, sino también
subjetivamente. Es claro que en la acción se dan elementos exteriores (objetivos) y elementos
interiores (subjetivos). Este aspecto subjetivo constituye el "tipo subjetivo".
1.1. Elementos del dolo. A partir de la definición (heredera instalada en la mayor parte de la
doctrina como legado del finalismo); podemos identificar sus dos elementos estructurales o
fases; sin las cuales no puede hablarse de la presencia de dolo:
Como se analizará, cualquier tipo de discordancia con lo exigido por la norma penal
(elementos objetivos) y este conocimiento constituirá una situación de error de tipo; pues
el sujeto yerra sobre el contenido del hecho punible, no configurándose el tipo penal.
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1.1. Distinción con la noción clásica instalada por el dolo en materia civil. El dolo en
materia penal es un concepto avalorado o neutro; que en otras palabras, nos dice que aquel
conocimiento de los hechos descritos en el tipo y su correlato volitivo no van acompañados de
la “intención positiva de inferir daño”, no están cargados de un barniz necesariamente
negativo; ya que esta disposición mental hacia el acto no abarca ni a la contrariedad de esa
conducta con el Derecho, es decir, la conciencia de la antijuricidad, lo que corresponde evaluar
en la fase de la culpabilidad ya en relación con el propio sujeto (que podría dar pie para
sostener un “error de prohibición”) como tampoco al conocimiento de los aspectos fácticos de
las causas de justificación (que excluyen la prohibición de la conducta), punto que se analizará
en la siguiente fase de la antijuricidad, solo respecto a la conducta. Por ello, la bondad o
maldad del comportamiento será atribución de juicios posteriores en la teoría del delito. Por
tanto, el dolo en Derecho Penal implica que el sujeto debe saber, y querer o aceptar lo que
sobrevenga de su comportamiento.
V. gr., respecto a las causas de justificación, si bien el producir lesiones graves a otro en
primer término constituye delito, si esta conducta se realiza cumpliendo los requisitos de una
situación real de legítima defensa, el ordenamiento jurídico autoriza esta actuación; lo que no
quita que siga siendo dolosa. Por otro lado, respecto a la conciencia de la antijuricidad; no son
pocas las personas que desconocen la existencia del delito de hurto de hallazgo; es decir, el
apropiarse de una especie que pese a verse abandonada, pertenece a la esfera de propiedad de
otro sujeto; situación real en el caso de la cartonera de Concepción, que desconocía estar
cometiendo un delito.
1.2. ELEMENTO COGNITIVO O INTELECTUAL DEL DOLO. El sujeto debe saber que su
conducta satisface todos los elementos del tipo, ya que si falta alguno el hecho adolece de
atipicidad subjetiva y por tanto, en la mayoría de los casos se excluye el dolo. La exigencia de
conciencia se vincula con algún grado de representación, pues el sujeto realiza una “fotografía”
en su mente en la cual concurren los elementos que integran la parte objetiva del tipo penal.
Esto no quiere decir que el autor de un delito conozca la descripción exacta del CP, sino que se
desprende de las “circunstancias concomitantes” y los hechos probados en el juicio.
1.2.1. El conocimiento de los elementos objetivos del tipo. El delito doloso se caracteriza
por una coincidencia entre el tipo objetivo y el tipo subjetivo: la representación del autor
propia del tipo subjetivo debe alcanzar a los elementos del tipo objetivo. En este sentido es
posible afirmar que en el delito doloso el autor obra sabiendo lo que hace. De esta coincidencia
entre lo que se ejecuta y lo que se sabe que se ejecuta surge la forma más grave de ilicitud: la
del delito doloso, frente a la menos grave: la del delito imprudente. De esta afirmación
obtenemos dos requisitos del dolo:
a) Conocimiento real, cierto y actual. El elemento cognitivo del dolo debe darse en el
momento de la comisión del hecho y requiere un conocimiento actual, es decir, presente.
El conocimiento exigido en el dolo, aparte de ser real y cierto, ha de ser actual, y no
potencial. Si el sujeto activo estuvo en la posibilidad de saber que en su actividad
concurrían los elementos del tipo objetivo, pero en la realidad al ejecutarla lo ignoraba, no
actuó dolosamente. La simple posibilidad de conocer (conocimiento potencial) no
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b) Grado del conocimiento. La exigencia del elemento intelectual, como bien señala
MEZGER corresponde a una “valoración paralela en la esfera del profano”, es decir, un
hombre medio, asimilando profano a lego, una persona que no es jurista. Ello es lógico ya
que ante la presencia de elementos normativos del tipo, solamente los jurisconsultos
podrían cometer delitos si fuese requisito conocer la dimensión jurídica de los conceptos.
De esta forma, basta que el sujeto tenga conocimiento medio del contenido de la conducta,
en la noción ordinaria del significado de las cosas. Por lo mismo, los menores de edad o
enajenados mentales pueden actuar dolosamente; cosa muy distinta es la valoración
respecto a ellos que se realiza en la culpabilidad. Resumiendo, el elemento intelectual
precisa una correspondencia entre el ánimo del agente que ejecuta el verbo rector con el
conocimiento de los elementos típicos; siendo este grado de comprensión el básico de un
hombre promedio.
V. gr., el delito de hurto doloso (art. 432 CP). El sujeto que hurta en un supermercado
tiene que conocer de todos los elementos que integran el tipo: “apropiación”, “cosa mueble”,
“cosa ajena”, sin la voluntad del dueño y con “ánimo de lucro”. Naturalmente que el que
hurta (hombre medio) no conoce todos los elementos que integran el tipo, jurídicamente
hablando, pero basta que el sujeto tenga el sentido normal del conocimiento de los
elementos: tomando una cosa que no es de él, sabiendo que el dueño no se la regala, y que
corresponde a una cosa que antes de apropiarse no le pertenecía. Dado ello, es suficiente
para decir que el sujeto tiene el conocimiento necesario para cumplir con el requisito
cognoscitivo del dolo.
V. gr.; si un cazador entra en un área no apta para caza (cerca de una población) y al ver
movimiento en unos matorrales dispara pensando que había un conejo, pero en realidad era una
pareja teniendo relaciones sexuales en los matorrales, la “imagen” que se representa el sujeto es
distinta a la que se produce en los hechos (probados en juicio), y por lo tanto no existe dolo
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“querer doloso” estará dirigido por una representación mental que yerra respecto a lo
prescrito por la norma penal, en cuanto en los hechos se produzcan divergencias con lo
“querido”. El dolo se excluye cuando el autor ha obrado con un error sobre los elementos del
tipo objetivo, es decir, sobre la concurrencia de circunstancias y elementos que permiten
conocer la existencia de un peligro concreto de realización del tipo. Si el autor ignora que
detrás de una mata, sobre la que dispara con el propósito de probar el funcionamiento del
revólver, hay un vagabundo durmiendo y lo mata, no habrá obrado con el dolo del homicidio,
y eventualmente sólo podrá ser responsabilizado por un homicidio imprudente. Por lo tanto,
el dolo resulta excluido por un error que impida al autor conocer el peligro concreto de
realización del resultado.
V. gr., el sujeto que yerra respecto de la “ajenidad” de la cosa cuando toma un celular que
es exactamente igual al suyo, cuando en los hechos pertenecía a otra persona. Ese error excluye
el requisito cognoscitivo del dolo, ya que no satisface el dolo del hurto, pues el agente nunca
“quiso”, penalmente, apropiarse de cosa ajena.
V. gr., un cazador se representa una situación atípica, como es salir a cazar perdices,
pero cuando presiona la escopeta en contra de los animales que huyen tras un arbusto, impacta
a una pareja que se encontraba intimando en los matorrales, resultando una conducta típica por
esparcir los sesos de los amantes por la arbolada. No puede hablarse de que “quiso” concretar el
tipo de homicidio, no hay dolo homicida al respecto.
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1.2.2.4. ERROR DE TIPO AL REVÉS EN PERJUICIO DEL AGENTE. En este caso, la situación
de error no beneficia al sujeto, sino que lo perjudica. El dolo no se excluye, por un desvalor en
aquella conducta dirigida a un fin lesivo; este se mantiene (el autor tuvo una representación
de algo típico), y presentándose una serie de otros supuestos, terminará siendo penado por
dirigir su voluntad hacia esa representación inicial. Los problemas derivados de este tipo de
situaciones forman parte de la teoría de las etapas de concreción del delito, mediante los
“tipos incompletos” (donde pueden faltar elementos objetivos como el resultado). Pese a ello,
podemos esbozar las dos hipótesis generalmente estudiadas:
* Concurso ideal de delitos. Sin embargo, los elementos objetivos pueden ser captados por
otro tipo penal (“B”), y se genera un concurso ideal de delitos (un mismo suceso fáctico da
cabida a dos delitos distintos; pues hay una única acción dirigida a una finalidad que cruza
ambos delitos) entre un delito en hipótesis incompleta (tentado/frustrado; que tienen
asociada menor pena pero igual reconocen la “intencionalidad”) con uno eventualmente
imprudente (el tipo efectivamente realizado). No desaparece el dolo y por lo tanto va a existir
un delito doloso tentado o frustrado; junto al delito que se produjo; que podría ser
imprudente (cuando se detectan los elementos de éste, dándose los presupuestos de la culpa).
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V. gr., el sujeto que dispara a matar, pero solamente consigue lesionar gravemente en el
brazo al sujeto pasivo, se entiende que concurre el dolo homicida; es decir, concurso ideal de
delitos entre un homicidio frustrado y delito de lesiones graves por imprudencia, dándose los
requisitos del caso.
1.2.2.5.1. El error en la persona (como objeto material del delito). Como se estudió
anteriormente, el sujeto pasivo de la conducta, por regla general, no integra el tipo penal,
siendo en la mayoría de los tan solo el objeto material (homicido, lesiones o la violación)
sobre que recae la misma. Atendido ello, podemos afirmar que el error sobre la persona
afectada por el delito (sujeto pasivo) por regla general no constituye un error de tipo; pues el
Derecho Penal otorga a nivel general igual protección para todos los bienes jurídicos de una
misma categoría.
V. gr., el agente quiere matar a su empleada y dispara a la empleada del lado que se
encontraba regando, que usaba el mismo atuendo a una distancia que produjo la confusión.
El error en la persona es irrelevante y concurre el dolo de homicidio. El error a efectos de la
comisión del delito es irrelevante.
b) Error de tipo en la “calidad especial” del objeto material: sujeto pasivo como objeto
material no intercambiable. La situación de error se presenta en cuanto el sujeto activo
concurre con dolo enfocado en la calidad especial en cuanto al sujeto pasivo, en los
llamados delitos especiales impropios (que tienen un correlato típico para el sujeto no
calificado). El objeto material de la conducta se identifica con el sujeto pasivo e importa
una calificación especial en cuanto la especificidad que establece la ley en relación al
sujeto activo calificado. Si concurre el dolo en esa calidad específica del objeto material
(sujeto pasivo), la doctrina ha planteado mayoritariamente que no se excluye el dolo; pues
se manifiesta en dirección a esa finalidad.
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V. gr., si el sujeto desea asesinar a su mujer adúltera, y espera que salga de la oficina
para arrollarla; pero sucede que la mujer que resulta muerta era una secretaria que
ocupaba el mismo atuendo, se entiende que concurre el dolo parricida y no el de homicidio
simple, pese a no terminar con la vida de su esposa. Tentativa dolosa de parricidio. Por tanto,
de acuerdo a lo expuesto, pueden darse las siguientes hipótesis:
V. gr., el sujeto se encuentra decidido a eliminar a su molesta vecina que todas las
noches corta el pasto, pero en el momento de la ejecución la confunde con su hija mayor
que se encontraba jardineando en la oscuridad; el sujeto es responsable de dolo de
homicidio (lo que él se representaba) y no de parricidio (porque desconocía la
circunstancia calificante).
Solución normativa para el error en las cualidades especiales del objeto material
que entrega el art. 1.3. del CP. Pese a que dogmáticamente corresponde aplicar la lógica
precedente, nuestro legislador del siglo XIX, por razones que no han podido ser
sistematizadas dentro del cuerpo legal por la doctrina (razones de política criminal o
principio pro reo, o por otra parte, derechamente la no existencia de una teoría del delito
cuando se elaboró), precisa expresamente una solución distinta.
1.2.2.5.2. El error en el curso causal. Este error recae en el curso causal mismo, de
relevancia para los delitos de resultado material. En otras palabras, el autor se representa el
proceso que sigue su conducta para concretar el resultado, el conducto por el cual se
desarrollaría el hecho doloso; de cierta manera la forma de conexión entre la conducta y el
resultado. Existe un momento de cambio o inflexión que altera esa vía “representada” de
conducción de los acontecimientos. El problema que se presenta es que en la amplia mayoría
de las conductas dolosas se presentan alteraciones que el agente no puede controlar, existen
múltiples factores (gravedad, clima, pulso, nerviosismo) que pueden conspirar contra la
voluntad de concretar el tipo; entonces surge la necesidad de un criterio para distinguir
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cuando el error en la representación del curso causal es esencial para excluir al dolo. En
general, actualmente se resuelven estos problemas con la teoría de la imputación objetiva.
V. gr., GARRIDO MONTT señala un ejemplo al respecto: “se puede graficar con el
tradicional paradigma del sujeto que quiere provocar la muerte de otro mediante su
ahogamiento por inmersión, y para ello lo lanza al río desde un puente, y la víctima, en lugar
de fallecer al caer en el agua, muere instantes antes al golpear su cráneo una viga de la
estructura del puente. Aquí la desviación del curso es inesencial, porque esta alternativa
estaba dentro del ámbito de lo previsible; por ello el autor responderá de esa muerte a título
de dolo. O bien, se quiere matar a alguien, percutando un disparo directo al corazón, pero el
pulso del agente yerra, aunque el estruendo le provoca un paro cardiaco que detona su
muerte. pero le da un infarto. La conducta igualmente materializó el resultado querido.
b) Error esencial o excluyente del dolo en el curso causal. El resultado representado por
el agente no se produce bajo ningún tipo de relación con su “plan de acción”; entendido
como las posibilidades reales de la “potencialidad causal” de su conducta; aunque en los
hechos, se produce ese resultado “querido”. La discrepancia entre imputación objetiva e
imputación al dolo en las desviaciones del curso causal tendrá lugar sobre todo allí donde
el menoscabo del objeto de la acción se produzca de un modo totalmente diferente al que
correspondía a las intenciones del sujeto. Siguiendo a MIR PUIG, si la desviación del proceso
causal excluye la posibilidad de imputación objetiva del resultado por ruptura de la
necesaria relación de riesgo del mismo con la conducta, el error permite excluir el dolo.
Esta quebrazón significa que para la producción del mismo, ha sido necesaria una segunda
conducta del agente o la intervención de un tercero; o bien una situación totalmente
impredecible que escapa a la imputación objetiva, perdiendo la vinculación de la relación
causal con la conducta del sujeto. En resumen, no es atribuible al agente la desviación del
curso causal que provoca igualmente el resultado “querido”.
V. gr., se quería matar, pero sólo se lesiona y el herido muere por un accidente que
sufre la ambulancia camino al hospital; no puede hablarse que concurre el tipo objetivo del
resultado como manifestación consecuente de ese querer lesivo.
Error esencial por una segunda intervención del agente. Se excluye el dolo de una
primera intervención (error al revés en perjuicio del agente, en un principio, que pasa a
ser error esencial) que por una desviación del curso causal no genera el resultado
“querido”, cuando se realiza una segunda intervención (ajena o propia, lo relevante más
allá de las intervenciones es la identidad de la segunda que efectivamente detona el
resultado) que consigue el resultado inicial de forma efectiva; enmarcado todo dentro de
una misma situación fáctica.
V. gr., un sujeto pretende matar a otro de un disparo, pero yerra en el objetivo directo
y lesiona gravemente su pierna, posteriormente realiza un segundo disparo que perfora su
pulmón y le causa la muerte minutos después en la ambulancia camino al hospital. Existe un
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error esencial respecto del primer disparo (que sólo causa lesiones) y un error inesencial en
el curso causal del segundo acto (pues consigue su resultado de forma inexacta), imputable
objetivamente, por ende, todo ello constituye un solo hecho y se estudiará de acuerdo a las
reglas del concurso de delitos.
Disparo a matar que produce lesiones. En un Segundo disparo que yerra y da en el pulmón,
principio, lesiones dolosas, pero la segunda herida que produce la muerte en la
intervención excluye el dolo (lesiones ambulancia. Error inesencial, homicidio
culposas). doloso en concurso con lesiones imprudentes.
1.2.2.5.3. Error en el golpe o “aberratio ictus”. Corresponde a una variación específica del
curso causal, donde se yerra en la dirección del ataque hacia un bien jurídico, comprometiendo
otro o más bienes jurídicos. El resultado, producto de una desviación en el curso causal, se
materializa en otro objeto jurídico al efectivamente representado. Ahí la gran diferencia con el
error en el objeto material (sujeto pasivo inesencial), donde existe confusión con la identidad
del bien jurídico, y no una alteración esencial del curso de la conducta dolosa, que
efectivamente compromete más bienes jurídicos, ya que la conducta ha creado, además, un
peligro para otros bienes protegidos, al no prever la posibilidad de una desviación del curso
causal que sin embargo era imaginable. Los problemas respecto a este error parten de la base
de los bienes jurídicos involucrados.
V. gr., el sujeto quiere romper a su enemigo el cristal de la ventana, pero alcanza sin
proponérselo al propio dueño de casa. Se castiga, en ese caso, la tentativa de daños en
concurso ideal con las lesiones culposas, si este segundo resultado era previsible.
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sangre, resultando muerta; nos encontramos ante una pretensión homicida no concretada
en contra del cuñado; tentativa de homicidio frustrada, y homicidio imprudente respecto a
su hermana, puesto que era un resultado no previsto, pero previsible con la diligencia
debida, atendiendo el contexto de la comisión del injusto (casa familiar).
c) Dolo de Weber o “dolus generalis”. Por una desviación en el curso causal, el sujeto yerra
sin advertirlo sin producir el resultado querido, y posteriormente mediante la ejecución
de una conducta posterior, alcanza impensadamente el resultado primitivo.
i. Concurso real de delitos. Parte de la doctrina, como NOVOA y CURY, estima que
la segunda intervención rompe la unidad de representación del curso causal,
separando los hechos y considera que en esta hipótesis se da un concurso real de
delitos (art. 74 CP) de tentativa de homicidio doloso, en grado de frustrado, con un
delito de homicidio consumado atribuible a culpa.
ii. El dolus generalis. Otro sector, como WELZEL, GARRIDO MONTT y MUÑOZ
CONDE sostienen que el error es inesencial y que se está ante un proceso unitario
donde el dolo del primer acto abarcaría la actividad posterior, de manera que
existiría un delito doloso único de homicidio.
iii. Imputación objetiva. Otros autores pretenden alcanzar igual solución por medio
de los principios de la imputación objetiva, pues el resultado muerte posterior
quedaría en la posibilidad de ser atribuido objetivamente a la actividad del sujeto,
que conlleva como inherente a ella peligros de esa naturaleza, aunque no hayan
sido aprehendidos por su dolo.
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intensidad de esta disposición mental hacia el acto, se elaboran las categorías dolosas. Es la
voluntad de realizar la actividad típica, que algunos autores ejemplifican mediante la decisión
de lograr el objetivo, de emplear los medios escogidos y de llevarlo a cabo en todas sus etapas
en la forma prevista. Dolo es voluntad de concreción, no sólo de iniciar algo o de intentarlo. La
voluntad es de realizar íntegramente lo pensado.
1.3.2. Clasificaciones del dolo. Acorde a la intensidad de la voluntad, se determinan las tres
formas que puede adoptar el dolo. Es menester señalar que para efectos punitivos no existe
diferencia entre estos tipos de dolo, el título se imputa de igual en forma en cualquiera de sus
tres concepciones.
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c) Dolo eventual. Existe una menor intensidad del elemento volitivo, pues consiste en que el
sujeto se representa la posibilidad de producir el hecho, pero ella no es segura, es
“eventual” o posible, sin certeza de su ocurrencia, pero de todas formas actúa; entendiendo
que “acepta” o queda “indiferente” ante su potencial suceder.
V. gr., el profesor enajenado que quiere pulverizar al decano con explosivo plástico de
alta potencia en el piso de abajo, acepta la posibilidad de que existe el riesgo de que su
secretaria o algún alumno circundante podría resultar herido. La expresión de la voluntad es
distinta, pero a efectos penales, aún en la forma de un compromiso subjetivo leve, lo integra.
1.3.3. El dolo eventual y la culpa con representación. Corresponde a una de las pocas
materias asociadas a la imputación subjetiva que realmente se desarrolla en tribunales; cuyo
matiz no siempre es fácil de aclarar. Los delitos culposos se castigan con mucha menos dureza
que los dolosos, y constituyen tipo excepcionales en nuestro ordenamiento jurídico. Por lo
mismo, diversas teorías han desatado polémica respecto a determinar el alcance de la
distinción. Ambos elementos subjetivos parten de una base común que facilita su confusión:
tanto en el dolo eventual como en la culpa consciente no se persigue el resultado típico y en
ambos casos el resultado ha sido previsto como posible.
El manejar con una botella de pisco completa en el cuerpo, 1.8 grados de alcolemia; y se
pone en riesgo tanto la vida de los acompañantes como de muchos transeúntes. ¿Hay desprecio
por la vida de los demás? ¿Hay efectivamente desprecio? ¿El que atropella a una persona en
estado de ebriedad dormirá tranquilo después?
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1.3.3.3. Teorías que permiten determinar el marco subjetivo. El problema dogmático que
presenta el dolo eventual es su diferenciación con la imprudencia consciente, y una de las
grandes discusiones en Derecho Penal, pues el criterio para distinguir cuando el sujeto
“acepta” o le es “indiferente” la producción del resultado, asimilable jurídicamente al “querer”
doloso, de una conducta que produce un resultado “no querido” pero representado y causado
(aunque “rechazado”) por una falta de cuidado en la realización de la misma, determina
consecuencias de punibilidad práctica de envergadura. La mayoría de las formulas de solución
son teorías elaboradas hacia los inicios de la teoría de la culpa, y no se han construido nuevas
tendencias que lo solucionen con propiedad. Las dos formas clásicas son:
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Según las leyendas, Guillermo Tell era un habitante de Bürglen (pueblo del cantón
suizo de Uri), ballestero, famoso por su puntería, de finales del siglo XIII. En aquella época,
por una muestra de rebeldía ante su legítimo señor, el gobernador (presentado como un
individuo colérico y sanguinario), detuvo a Tell. Habiendo llegado a sus oídos noticia de su
fama como ballestero, le obligó a disparar su ballesta contra una manzana colocada sobre la
cabeza de su propio hijo, el cual fue situado a 80 pasos de distancia. Si Tell acertaba, sería
librado de cualquier cargo. Si no lo hacía, sería condenado a muerte. ¿Cómo calificamos este
caso? ¿Tell actúa “aceptando” la eventual muerte de su hijo o incurre en una actitud
meramente imprudente, “confiando” en que sus destrezas le salvarán los sesos a su propia
sangre? Resulta a todas luces atendiendo a las circunstancias que Guillermo jamás querrá
producir la muerte de su propio hijo; a menos que se trate de un parricida encubierto.
1.3.3.4. Autores que niegan su existencia como categoría. Algunos dogmáticos como Juan
BUSTOS, consideran el dolo eventual como un exceso desproporcionado de la doctrina, ya que
esos casos deberían ser considerados a título culposo. En efecto, señala: “el “querer” del dolo
está referido a un proceso real de volición de un determinado suceso que el sujeto concreta en
la realidad. Juan si quiere matar a José, coge la pistola y dispara sobre él. En cambio, en el dolo
eventual, la situación es diferente. Hay un suceso posible. Puede que el automóvil atropelle a
José, lo que sería aceptado, tomado a cargo o aprobado. Como puede apreciarse, en el dolo
eventual se sustituye un proceso real por uno totalmente hipotético. Luego, no se puede
hablar en estos casos de una realización volitiva, sino simplemente de una hipótesis
aceptada”. Para Bustos, si partimos de la base de que el dolo es conocer y querer la realización
típica, en el llamado dolo eventual no sólo falta el elemento volitivo que la doctrina pretende
suplir, bien sea con el consentimiento o bien la probabilidad, sino que también falta el
conocimiento de la realización. Simplemente hay una representación del resultado probable y
de no haberse tomado las debidas precauciones. Esta representación no puede asimilarse al
conocimiento de la realización típica como requiere el dolo, por ejemplo, saber que se está
matando en el caso del homicidio. La mera probabilidad no puede identificarse con el conocer
y el querer del dolo. Aparte del elemento subjetivo general de todo delito culposo, que el
sujeto conozca que está participando en un proceso de alto riesgo, de la representación de la
posible afección del bien jurídico y de la no aplicación de las medidas de prudencia que son
exigibles, exige además que el sujeto cuente con o se decida por la afección del bien jurídico. Y
ese proceso voluntativo de “decisión” es algo imposible de probar.
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jurídico, de su posición de garante y de la posibilidad de actuar; con esos tres elementos (parte
intelectual) se puede eventualmente imputar dolo en la omisión.
V. gr., la madre casi al borde de la locura producto de los llantos de su recién nacido (que
lleva 48 horas ininterrumpidas sin dormir y totalmente exasperada por la situación) con los ojos
inyectados en sangre inclusive, una vez por todas decide acabar con el bebé. Se sienta en el living
con una batería de somníferos y lo deja morir de hambre durante días. ¿Cómo determinamos que
“quería” matarlo? Infringió su deber impuesto por una posición de garante, se castiga la “no
intervención”. Basta con que haya sabido, y se acredite que “supo” para imputar dolo en la
omisión.
Estos requisitos subjetivos forman parte de la descripción típica (por ello el nombre de
“anómalos”, ya que hasta el neokantismo reconoció su existencia en tipo pese a ubicar el dolo
en la culpabilidad). En casos prácticos, la parte acusadora debe probarlos de forma
independiente al dolo; por consiguiente, la defensa debe exigir su comprobación para que
proceda la condena. No se presumen de la sola voluntad, son elementos distintos y como tal
deben acreditarse, tal como los elementos objetivos. En el fondo, estos tipos exigen
complementos del dolo; y es conocido que en las pautas de investigación de la Fiscalía se
requiere ahondar en estos aspectos.
2.1. Los elementos subjetivos especiales sólo se dan en hipótesis dolosas. No es pensable
la forma culposa de aparición de estas conductas, lo que se explica porque la pertenencia de
los elementos subjetivos al tipo se debe a que sin su concurrencia la acción de que se trata
pierde trascendencia penal. De consiguiente, los elementos subjetivos del tipo sólo se dan en
delitos dolosos; como precisan de una proyección psíquica especial que no se encuentra
presente en un comportamiento imprudente. Las razones por las cuales el legislador los
tipifica son:
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V. gr., el solo hecho de tomar contacto físico con una cosa no implica que exista
apoderamiento, ya que la propiedad requiere un elemento intelectual (el ánimo de señor y
dueño para entrar al ámbito de la posesión). Por tanto el legislador en los tipos de
apoderamiento exige tomar contacto físico (elemento objetivo) y también intelectual
(elemento subjetivo especial): ello determina la intención de atentar contra el patrimonio
ajeno. ¿Vamos a esperar 4 años para que el delincuente adquiera la prescripción adquisitiva
para entender que el delito se consumó? Basta el interés de enriquecer el patrimonio: “ánimo
de lucro”. Respecto al segundo ejemplo; para algunos los delitos de pornografía infantil
protegen el derecho a la imagen y dignidad del menor de edad. Almacenar pornografía
puede tener relevancia tanto para el consumo (el legislador estima que un sujeto que guarda
este tipo de materia constituye incentivo para su mayor producción) o bien el acopio para su
eventual distribución; su acto preparatorio como partícipe de la producción: el tipo exige
una intencionalidad de distribuir. El legislador no esperará que participe en el negocio:
almacenaje e intención de distribución.
2.2. Ejemplo. Una persona puede “querer” matar a su abuelo para heredar, porque abusó de
la misma toda su infancia o por maldad, en las tres hipótesis ellas se identifican con los
motivos o móviles; que en el delito de homicidio son irrelevantes. La razón de ejecutar esa
conducta forma parte de los motivos, ellos llevan a tener dolo respecto de la conducta, algo
distinto a él. Pues bien en algunos casos estas razones sí las considera el legislador, por
ejemplo; el artículo 366 ter.: abuso sexual.
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2.3. Como regla general, los móviles son irrelevantes para el Derecho Penal. En un plano
de igualdad, el “por qué” (las razones personales o interiores) una persona se comporta
contraria a la norma no debiera interesar a un Derecho Penal moderno a nivel de tipicidad
(responsabilidad por el hecho, principio de lesividad); salvo cuando tengan relevancia para
explicar el fundamento del mismo (que se analiza en antijuricidad y culpabilidad). Suele
esgrimirse por la prensa sensacionalista motivos de violencia racial (antisemitas, gente de
color, islámicos) o religiosa en las comisiones dolosas, pero a nivel de ordenamiento jurídico
esto solo debe ser relevante cuando a nivel típico proteja algún interés socialmente relevante
(la protección de una etnia originaria por ejemplo). Si el motivo no daña algo identificable, no
da razón al tribunal para elevar la penalidad; en el fondo, estaría inmiscuyéndose en el fuero
interno de los justiciables; y cuando el Estado se comienza a meter en el cerebro de la gente,
normalmente comienzan los problemas (Escuela de Kiel en la Alemania nazi).
3.1. Punición excepcional de la culpa en el CP. Nuestro Código Penal recoge la forma de
numerus clausus o sistema de incriminación excepcional de los cuasidelitos. La culpa, según el
art. 2 CP configura “cuasidelitos”; pues el agente siempre dirige su conducta hacia un resultado
atípico, aunque por la falta del cuidado debido en una conducta riesgosa genera uno típico. Por
regla general, las conductas imprudentes no se castigan. El art. 10, Nº13 nos dice que están
exentos de responsabilidad criminal “el que cometiere un cuasidelito, salvo en los casos
expresamente penados por la ley”. Generalmente corresponden a delitos de resultado (puesto
que el riesgo de la conducta peligrosa se materializa), aunque existen delitos de mera
actividad atribuibles a imprudencia, pues la realidad de una sociedad tan compleja y
normativizada como la contemporánea genera una preocupación legislativa que da mayor
importancia en lo que dice relación con el control de los riesgos derivados de la convivencia
humana y las actividades propias del desarrollo económico y social (caso intoxicación masiva
del producto ADN).
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3.2. El tipo imprudente como una norma distinta del tipo doloso. Es de suma relevancia
para el estado actual de la doctrina penal el reconocimiento como entidad distinta del dolo
que se otorga al delito culposo, con criterios y reglas de imputación totalmente distintas. Se
entiende que el legislador prohíbe determinado hecho que se genera de una conducta. Desde
la dimensión normativa, aquella prohibición se expresa a partir de dos normas (lo prescrito a
nivel subyacente de la norma positiva) distintas: en el delito doloso, el legislador busca
desmotivar una pretensión o voluntad que atenta directamente a producir un daño para
bienes protegidos; en el delito culposo, la norma se orienta a sancionar la falta de cuidado
debido en la ejecución consciente de una conducta que sea peligrosa. El objetivo en la norma
que sanciona la imprudencia persigue que las personas obren de forma diligente para no
lesionar bienes jurídicos. Dicho de otra forma, se busca la evitación de una conducta que de
forma indirecta produzca un resultado típico. Es por ello que la diferencia entre ambos delitos
se radica en el tipo penal; pues el legislador pretende regular figuras muy distintas entre sí: en
la imprudencia un mandato de mantener control sobre el riesgo permitido aplicando la
diligencia debida; en el dolo; vencer la tentación de atacar directamente el bien jurídico. No
son formas o títulos subjetivos para calificar un suceder, sino que configuran hipótesis de
conductas u actos netamente diferentes. Lo central en el delito culposo es la conducta
descuidada o imprudente; caso muy distinto a un comportamiento intencional.
V. gr., retomando el caso del transantiago, lo que importa en la muerte del joven de 15
años es dirigir el disparo contra su pecho; una situación separada de la muerte del pequeño. Lo
que importa respecto del segundo homicidio, es el hecho de abrir fuego dentro de una micro, una
actitud totalmente negligente; equivalente a disparar contra el techo y que la bala rebotara y
pegara en cualquier otro pasajero; la norma que vulnera quien dispara es aquella que no
permite portar armas de fuego sin permiso ni efectuar el tiro en situaciones no justificadas que
pongan en riesgo la integridad corporal o la vida de terceros. No es relevante la relación causal
acreditada a nivel objetivo; se deben analizar las dos acciones como propias de tipos distintos. Se
le sanciona por atentar contra dos normas, no por los resultados solamente, aunque ellos
importen consecuencia de esta transgresión. Si fuera tan solo una misma norma con
modalidades subjetivas distintas, acorde al principio de legalidad, debiera sancionarse por una
norma y un solo delito.
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indica, el error de tipo excluyente del dolo determina la desaparición de este, pero no siempre
de la imprudencia o culpa. Puede eventualmente ocurrir que la imprudencia subsista, como se
analizará más adelante, siempre y cuando exista el tipo por comisión imprudente; ya que en
nuestro ordenamiento, los tipos por imprudencia son la excepción a la regla.
V. gr.; si una persona maneja en estado de ebriedad, es consciente de que ello está
prohibido y es riesgoso, pero confía ciegamente en sus habilidades de conductor y por ende
podemos entender que no tiene ningún grado de voluntad de lesionar a otro, pese a que su
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3.4. Elementos que definen la imprudencia. Retomando las ideas de Ulrich BECK, la
sociedad actual (postmoderna o postindustrial) implica interactuar sobre la base de un nivel
de riesgo generalizado, pues el colectivo social evoluciona y saca provecho de actividades
riesgosas que son esenciales para mantener el nivel de desarrollo. Por ende, el asumir la
presencia del peligro como una realidad latente día a día lleva a su regulación jurídica. El
legislador no puede prohibir todos los riesgos, ello paralizaría el progreso; sino que procede a
mantenerlo controlado dentro de un parámetro razonable o tolerable; para obtener un
equilibrio entre las ventajas de los mismos y minorizar la exposición al daño. El parámetro
para medir una conducta imprudente no es la generación de un riesgo, lo desvalorado se
radica en un manejo indebido del riesgo; fuera del marco permitido o debido. El riesgo o el
peligro no es lo relevante en la culpa, sino haber sobrepasado el baremo permitido para
controlar el mismo; haber ido más allá de la diligencia esperable. De consecuencia si
eventualmente producto de una actividad riesgosa, donde se ha guardando el cuidado debido,
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3.4.1. Concepto del “cuidado debido” en relación a los riesgos actualmente regulados.
Como ya señalamos, las conductas potencialmente riesgosas se encuentran normadas en su
ejercicio permitido en diferentes cuerpos del ordenamiento jurídico (reglamentos, normas
sociales, leyes, etc.); y frente a un riesgo regulado un sujeto tiene dos opciones: procura
llevarla a cabo dentro del margen legal permitido (ejercicio de una profesión, inclusive
existencia de deberes) o bien se abstiene de ejecutar conductas peligrosas. El problema surge
en que la norma de cuidado no está tipificada en la ley. ¿Dónde están los márgenes de cuidado
que permiten atribuir o no el traspaso de lo “debido”? No existen referentes concretos, y
necesariamente debe recurrirse a conceptos normativos y elementos de hecho que permitan
determinar en el caso concreto si se ha guardado o no la diligencia exigida por el
ordenamiento penal. La riqueza y complejidad de la sociedad actual no permiten su
regulación pormenorizada, y por ende, el legislador debe recurrir a parámetros delegados en
los operadores jurídicos para determinar el margen de licitud. No existen reglas específicas al
respecto, sino un espacio intermedio entre principios orientadores que permiten llenar de
contenido las disposiciones al respecto, mediante un desarrollo argumentativo que permitan
satisfacer o llenar su fondo; que la doctrina ha ordenado a partir de diversos criterios; que a
continuación desarrollaremos como los más relevantes:
1) Criterio del “hombre medio”. Constituye el principio más global o básico para
determinar el cuidado debido: lo que cualquier persona con el mismo nivel de
conocimiento del agente realizaría en la situación determinada para evitar la concreción
de un riesgo. Este nivel de conocimiento presenta dos características:
a) Nivel de conocimiento ex ante. Se refiere a que el nivel del mismo debe ser el que
existía previo acaecimiento del hecho, en dos dimensiones:
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Este primer nivel de precisión es el habitualmente pasado por alto por la judicatura y
operadores jurídicos (fiscales/defensores); cuyos matices ya señalados pueden ser
esenciales a la hora de configurar un argumento decisivo para el caso concreto.
2) Reglas de ejecución para ciertas actividades o lex artis. Como segundo nivel, en
materia de ejercicio de determinadas actividades, existen a nivel social ciertos principios o
reglas sobre cómo ejecutar determinadas conductas. La estructuración u organización de
los niveles de conocimiento de áreas determinadas se denominan lex artis; que otorgan un
marco del cuidado debido. Los protocolos o rangos dentro de la medicina son un buen
ejemplo; los diversos tratamientos reglados para ciertos síntomas permiten determinar
con mayor certeza el actuar diligente: en el fondo, es la reglamentación que prescribe los
cursos de acción “correctos” ante las hipótesis de la realidad; dentro de esos márgenes, el
resultado dañoso se mantendrá como atípico; constatando dicha obediencia o diligencia
dentro de la lex artis.
Esta clase de criterio se corrobora solicitando, por ejemplo, a las facultades de medicina
cuál es el procedimiento que se enseña ante ciertos casos: la ley como se desarrolla
aquella técnica (albañilería, derecho, ingeniería); o bien a testigos especialistas
respectivos.
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3.5. La imprudencia en el Código Penal. Hoy en día, la mayoría del ámbito de ejercicio del
control penal considera el delito imprudente; pues la relevancia del riesgo en materia de
tráfico de estupefacientes, funciones públicas o el ámbito económico ha tendido a regular
comportamientos de riesgo en legislación especial. El delito culposo ya no es el pariente pobre
del delito doloso como antaño, aunque como veremos para el CP no constituye la regla
general. El legislador reguló un título especial sobre los cuasidelitos, arts. 490 y ss.
3.5.1. Regulación general respecto a los delitos imprudentes contra las personas. El CP
regula de forma exclusiva las hipótesis de imprudencia que atentan contra las personas; a
propósito de la regulación de los delitos dolosos, en el art. 490. Al respecto deben realizarse
tres precisiones:
a) Esfera de los delitos que atentan contra la integridad corporal. Esta referencia
actualmente se entiende que abarca solo la salud (integridad corporal/física) o la vida de
las personas y no la integridad psíquica. Ello es discutible, pues en la parte especial se
regulan atentados contra el honor como las injurias y calumnias, pero la doctrina de forma
casi uniforme en Chile interpreta la voz persona en el sentido ya señalado.
El art. 343 sanciona a “el que con violencia ocasionare un aborto, aun cuando no haya
tenido propósito de causarlo, con tal que el estado de embarazo de la mujer sea notorio o
le constare al hechor”. El tipo evidencia que el legislador fue consciente de que el aborto
quedaba fuera del título que regula los cuasidelitos; y por ello reguló específicamente el
tipo culposo en este caso excepcional dentro de la parte especial. Existe el tipo de
provocar un aborto culposo, pero en el caso específico.
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c) Para algunos autores no existen dentro del CP más delitos culposos que los
regulados en el título X. Ello actualmente está completamente superado; pues se
encuentran delitos imprudentes tanto en el mismo CP (caso precedente) como en
legislación especial.
3.5.2. Graduación de la imprudencia en el CP. Al igual que el legislador civil, en sede penal
excepcionalmente para determinados casos la ley regula niveles específicos de diligencia. La
regla general está en el artículo 490, y a continuación se presentan dos exigencias particulares
según cuál sea la entidad del riesgo que conlleva el desarrollo de ciertas actividades.
1) Regla general (art. 490). El que por imprudencia temeraria ejecutare un hecho que, si
mediara malicia, constituiría un crimen o un simple delito contra las personas. El nivel de
imprudencia exigido es relativamente grave, en la generalidad de las actividades de la vida
social que se pudiera ejecutar una conducta contra las personas constitutiva de simple
delito o crimen (se excluyen las faltas); por tanto el nivel de cuidado exigido es el mínimo
(debe ser una negligencia grande o importante). Una conducta que se califique de
temeraria; que transita desde las lesiones hasta el homicidio.
ii. Posibilidad de omisión culposa. Señala el inciso primero que “las penas del artículo
490 se impondrán también respectivamente al que, con infracción de los reglamentos
y por mera imprudencia o negligencia, ejecutare un hecho o incurriere en una omisión
que, a mediar malicia, constituiría un crimen o un simple delito contra las personas”.
Queda claro que incluso en aquellos tiempos el legislador reconocía la posibilidad de
una omisión imprudente, pues la inadvertencia de una situación de riesgo y la
inactividad al respecto, también generan responsabilidad penal culposa por omisión.
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V. gr.; el padre o la madre no están atentos al resfrío de su hijo por ver televisión,
sabiendo de esta condición, y el pequeño muere ahogado en sus propias flemas. Omisión
impropia culposa.
iii. Penas accesorias del inciso segundo: Aplicable a los responsables de homicidio o
lesiones imprudentes, por medio de vehículos a tracción mecánica o animal.
a. Suspensión del carné, permiso o autorización que los habilite para conducir.
1 a 2 años si el hecho constituye un crimen; o bien 6 meses a un año si constituye
simple delito.
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1. Análisis valorativo de carácter objetivo sobre la conducta típica. Una vez terminado el
análisis de la tipicidad, culmina la etapa “descriptiva” de la teoría del delito; es decir, el
ponderar los hechos con lo que describe la norma penal. Ahora corresponde un juicio de valor
que recae sobre la conducta típica, analizando su efectiva contradicción con el ordenamiento
jurídico. Un análisis objetivo (en relación a la normas jurídicas) de “desvaloración” frente al
hecho típico, de carácter general en relación a su contradicción a Derecho (en la culpabilidad
se reprocha respecto al sujeto mismo). Recapitulando, la tipicidad se erige como indicio de la
antijuricidad, pues el hecho de afirmar que una conducta es típica ya apunta a que
probablemente constituya un hecho punible, un signo inicial de que ella se encuentra
prohibida; pero es necesario verificar si existe alguna norma que permita su ejecución (causal
de justificación): en el fondo, se acepta generalmente (en la mayoría de los autores) que una
conducta es antijurídica al lesionar o poner en peligro un bien jurídicamente protegido.
Precisamente es indicio porque aquélla señala la posibilidad de ésta debe verificarse si existe
o no una causa o fundamento de justificación. Esta verificación es una tarea independiente de
la comprobación de la tipicidad y en cierto sentido inversa. Es independiente porque sólo cabe
plantearse la cuestión de la antijuridicidad cuando se ha llegado a la conclusión de que la
acción es típica, es decir, que se subsume bajo un tipo penal. A la vez es inversa porque
consiste en la verificación de que el caso no se subsume bajo el supuesto de hecho de una
causa de justificación (por ejemplo, defensa necesaria, estado de necesidad, consentimiento
presunto).
1.1. Antijuricidad formal y material. De forma tradicional se distingue entre dos formas de
antijuricidad; producto de la evolución de la teoría del delito y correctivo ante los excesos del
causalismo y finalismo ortodoxos.
ii. Desvalor de resultado. Conlleva relacionar con el principio de lesividad, pues se trata
de constatar efectivamente la perturbación de los bienes jurídicos, daño que puede
adoptar la forma de una lesión directa o de puesta en peligro (cuando se genere un
riesgo suficientemente que sostenga una exposición penalmente relevante).
Naturaleza copulativa del análisis material. Ambas dimensiones son insuficientes por
sí mismas para sostener la antijuricidad y pueden llevar a excesos ya analizados: si falta el
desvalor de la acción, se podría llegar a entender que el injusto perfectamente puede estar
configurado por el desvalor de resultado, castigando situaciones meramente causales o
incluso, “casuales”; y ni siquiera el Derecho Común admite que se configuren ilícitos sin
correlato subjetivo (no se sanciona el caso fortuito). Por otro lado, la predominancia del
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ii. Facilita la interpretación de los tipos penales. El delimitar los contornos de lo que
es antijurídico; resalta los motivos legislativos para incriminar determinada conducta,
de forma que se puede graduar o establecer la real lesividad de la misma, no
quedándose en un esquema formalista de antaño.
iii. Permite estructurar los diversos delitos. El detectar la gravedad de los hechos
permite graduar el contenido de injusto de un hecho. En principio un hecho es o no es
antijurídico; está permitido o prohibido por las normas penales. El contenido material
de la antijuricidad permite medir la gravedad del caso concreto. La antijuridicidad
como categoría general de imputación no es cuantificable: un hecho es o no
antijurídico, pero no puede ser más o menos antijurídico. En este aspecto la
antijuridicidad no se debe confundir con la ilicitud misma del caso concreto (hecho
típico y antijurídico) que, por el contrario, sí es cuantificable en el análisis de
antijuricidad (un delito doloso frente a un tipo imprudente), dado que un hecho típico
y antijurídico puede ser más o menos grave.
V. gr.; un homicidio dolos es más grave que uno culposo, un tentativa es menos
grave que un delito consumado; el parricidio reviste mayor dañosidad social que el
hurto, etc.; todo ello es diferenciable gracias a esta dimensión material de la
antijuricidad de la conducta.
b) Antijuricidad formal. Responde tan sólo a la cáscara del análisis; no versa sobre su
contenido. El hecho se encuentra o no amparado por una causal de justificación, por tanto
es un análisis binario sobre la misma. En la actualidad, ejemplo de que este criterio se
encuentre superado es que la jurisprudencia exige en los delitos de peligro abstracto el
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acreditar un peligro real (el desvalor de resultado concreto; la efectiva puesta en peligro),
pues de lo contrario faltaría la razón de ser de esa incriminación.
b) Tesis más cercanas al finalismo. Autores como GARRIDO MONTT y CURY estiman que el
CP parte del presupuesto de que el sujeto actúa siempre con la finalidad que en cada caso
indica, de modo que explícitamente está exigiendo una subjetividad particular e inherente
a cada cual; si falta este elemento; concurre un desvalor de acción (actuar contrario a
Derecho) pero carece de desvalor de resultado (la consecuencia típica está autorizada por
una causal de justificación); y equiparan esta situación a un delito frustrado o tentado.
CURY estima que son equivalentes a etapas incompletas de la ejecución del delito.
c) Corrección a la tesis anterior: el delito putativo. Esta tercera tesis es la más aceptada
hoy en día, adicionando un elemento determinante: efectivamente hay desvalor de acción
y carencia de desvalor de resultado; pero ello no es equiparable a las etapas incompletas de
ejecución del delito. La ausencia del elemento subjetivo en la causal de justificación no
presenta ninguna puesta en peligro de un bien jurídico, ninguna posibilidad de llevar a
cabo un hecho antijurídico, pues ya existía una autorización: ello excluye toda lesividad.
Por ende, no hay peligro de realizar una lesión antijurídica: la causal de justificación lo
impide; a pesar de la voluntad del agente; equivalente a querer matar a un occiso. El hecho
nunca podrá estar injustificado objetivamente, y dado el carácter copulativo ya mencionado
de ambos elementos, no puede estar sistemáticamente castigado.
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ii. Las dirigidas a la actuación de un derecho, como son el ejercicio legítimo de un derecho,
autoridad, oficio o cargo y el cumplimiento de un deber.
2.1. LEGÍTIMA DEFENSA. Obra en legítima defensa quien ejecuta una acción típica,
racionalmente necesaria, para repeler o impedir una agresión ilegítima, no provocada por él y
dirigida en contra de su persona o derechos, o los de un tercero. El legislador establece cuatro
hipótesis, con requisitos esenciales comunes a todas estas formas:
2.2. Requisitos de la legítima defensa. El art. 10 Nº4 señala que está exento de
responsabilidad criminal “el que obra en defensa de su persona o derechos, siempre que
concurran las circunstancias siguientes”; de ello podemos establecer que la estructura se
monta sobre dos elementos básicos: una agresión y una reacción defensiva.
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a. Agresión:
1. Ilegitimidad.
2. Realidad.
3. Gravedad.
4. Actualidad.
5. Falta de provocación necesaria de quién se defiende.
b. Reacción defensiva.
1. Hecho típico.
2. Racionalidad necesaria de los medios empleados.
ii. No se puede actuar en defensa de una actividad lícita. Es decir, a pesar de ser un
agresión, si ella está justificada, ella no es ilegitima, pues está amparada por una causal
de justificación. Por ejemplo, no hay legítima defensa en contra de acciones ejecutadas
por la autoridad dentro del ámbito de sus facultades, como la policía.
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5) Falta de provocación suficiente por parte del que se defiende. Exigido en el tercer
requisito del art. 10 Nº4, la agresión no debe haber sido provocada de forma particular
por quién se defiende. Hay que renunciar a cualquier esfuerzo de definir cuantitativa o
cualitativamente lo que debe entenderse por suficiente, asunto que quedará entregado al
criterio del juez en cada caso concreto. Si la provocación no tiene el carácter de suficiente,
puede darse la hipótesis de una legítima defensa incompleta, que atenúa el injusto
(culpabilidad).
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completa de provocación, sino que esta no haya sido suficiente para que provocar al
agresor, por razones mínimas de proporcionalidad entre los hechos y la reacción
defensiva. Caso contrario -es decir, cuando la provocación tiene entidad suficiente para
generar la agresión- se invierten los papeles, y la reacción defensiva en realidad
constituye una agresión ilegítima y lo que en principio parecía una agresión, tendremos
que valorarla como defensa (pasa a ser más bien a ser una reacción independiente ante la
agresión ilegítima).
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(cuchillos, palos, de todo) y lo único tiene a disposición es una sierra eléctrica, esa
reacción es racionalmente necesaria.
Aplicación de las exculpantes del art. 10 Nº9. Es importante poder distinguir excesos
que pueden ser atribuibles al estado emocional que provoca la agresión (adrenalina,
miedo, etc.), ya que la generalidad de las personas no están adiestradas para manejar este
tipo de situaciones; que aún dando lugar a un exceso en la defensa son analizadas como
causales de exculpación (miedo insuperable o fuerza moral irresistible), al realizar una
actividad autorizada en principio por una justificante.
Se entiende que si por peritaje se determina que dos puñaladas eran necesarias y se
efectuaron cuatro, por decirlo de algún modo “pasa” como necesario; caso distinto si se
ejecutaron 40 estoques.
Pese a los elementos básicos sobre los que se funda la causal, muchas veces en casos más
complejos se presentará la dificultad para diferenciar cuál es la agresión o la defensa;
donde existen agresiones múltiples de varios intervinientes. Normalmente el criterio de
temporalidad puede ayudar, pero muchas veces se producen escaladas a partir de
agresiones verbales hasta lesiones corporales.
2.3. Legítima defensa de parientes. Art. 10 Nº5: “El que obra en defensa de la persona o
derechos de su cónyuge, de sus parientes consanguíneos legítimos en toda la línea recta y en
la colateral hasta el cuarto grado inclusive, de sus afines legítimos en toda la línea recta y en la
colateral hasta el segundo grado inclusive, de sus padres o hijos naturales o ilegítimos
reconocidos (…)”.
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defensor no haya participado ni tampoco conocido la situación, ello por un eventual trato
injusto respecto del tercero, ya que si el agresor fue provocado de forma necesaria, el padre
debería estar impedido de defenderse legítimamente (constituiría propiamente una agresión),
si lo viésemos como una legítima defensa propia. La doctrina justifica este tratamiento
señalando que la norma presume que el pariente que actúa en defensa desconoce esta
provocación. Por el contrario, esa legitimidad de actuación desaparece al conocer dicha
provocación necesaria. Por tanto, parte de la doctrina restringe la aplicación de esta variación
a los casos en que el defensor no posee ningún grado de conciencia.
2.3.2. Casos respecto al delito de maltrato habitual. Las situaciones que tienen un
precedente habitual de violencia son complejas, en los casos de violencia intrafamiliar.
¿Cuándo se inicia el contexto agresivo? ¿Cuándo el maltratador comienza a beber, antecedente
seguro de que comenzarán los golpes? ¿Desde cuándo se considera la inminencia en estos
casos? Se tratará a propósito del estado de necesidad exculpante.
2.3. Legítima defensa de terceros. Art. 10 Nº6; el “que obra en defensa de la persona y
derechos de un extraño, siempre que concurran las circunstancias expresadas en el número
anterior y la de que el defensor no sea impulsado por venganza, resentimiento u otro motivo
ilegítimo”.
2.3.1. Requisitos de la legítima defensa de terceros. Exige los requisitos respecto a los
parientes adicionando una circunstancia bastante discutible:
2. Que no exista ningún motivo o animosidad acreditable del defensor en contra del
agresor. El legislador desconfía de la “solidaridad” del eventual defensor, estableciendo
un requisito totalmente absurdo que restringe la aplicación de la justificante: se debe
verificar luego del hecho que el defensor no haya tenido animadversidad alguna ante el
agresor. Absurdo puesto que de verificarse todos los requisitos, la defensa está totalmente
justificada.
Si una persona que tiene problemas y riñas pendientes con un compañero de curso,
observa que el sujeto se encuentra agrediendo con clara animosidad sexual a una
compañera, para no verse en una situación de agresión ilegítima, solo puede preguntar a la
desafortunada amiga como lo pasó en el ultraje.
2.4. Legítima defensa privilegiada. El inciso segundo del art. 10 Nº6 establece una
situaciones de hecho que en principio invierten la carga de la prueba, consistente en presumir
los requisitos de la legítima defensa respecto a la persona que realiza una acción defensiva en
los casos señalados. En otras palabras, el Ministerio Público deberá probar que no concurrían
los requisitos de la legítima defensa (en la práctica, fiscalía se encarga de probar la tipicidad
mientras que defensa las causas de justificación). Los casos que abarca el numeral son los
siguientes:
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3) Impedir la comisión de ciertos delitos que señala el legislador; los arts: 141 (secuestro),
142 (sustracción de menores), 361 (violación), 362 (violación de menor de 14 años), 365
bis (sodomía), 390 (parricidio), 391 (homicidio), 433 (robo calificado) y 436 (robo con
violencia o intimidación).
Por ejemplo, lo único que se debe probar es que se rechaza el escalamiento en lugares
habitados y en locales comerciales de noche, pero qué pasa si el guardia observa a un joven
(borracho) arriba de la pandereta de la industria y descarga una ametralladora semiautomática
sobre este. ¿Parece razonable presumir la agresión ilegítima?
3.1. Requisito fundamental: deber jurídico. GARRIDO MONTT señala que el mandato de
obrar tiene que ser de naturaleza jurídica, aunque no necesariamente dispuesto por la ley; un
convenio internacional, un reglamento, una instrucción, pueden ser fuentes hábiles. Lo que se
analiza es el deber de causar un resultado típico, proveniente del ordenamiento jurídico de
forma directa y nunca mediatizado a través de un tercero interviniente. El mandato legal tiene
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que ser específico e inmediato; a saber, el texto legal debe señalar cuál es la conducta
mandada y a quién se la encomienda, como sucede con el verdugo en cuanto al cumplimiento
de la pena de muerte o con el policía en cuanto a la detención del delincuente in fraganti.
3.2. Diferencia con la exculpante de la obediencia debida. Las situaciones en las que el
deber pasa por la decisión de un tercero da lugar a la exculpante denominada obediencia
debida, donde el contenido del deber jurídico constituye un hecho típico producto del arbitrio
de un superior jerárquico, quién decide ese contenido antijurídico. Se trata de situaciones en
que tanto el desobedecer la orden como ejecutarla constituirían hechos típicos, y su análisis
corresponde a la culpabilidad.
El ejercer presión sobre el deudor explicándole que se utilizarán los derechos auxiliares
del acreedor no constituye una amenaza, ya que es una facultad que el CC. permite al sujeto
activo de la relación jurídica.
Como dato relevante, la ley de violencia en los estadios agrava sustancialmente las
penalidades cuando se ejecutan delitos al interior de los recintos deportivos.
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4.2. Requisitos para configurar la causal supralegal. Cuando este consentimiento no está
consagrado expresamente, debe cumplirse:
Los problemas comienzan con la discusión sobre los bienes sobre los cuales se encuentra
prohibida su disponibilidad por los titulares, generalmente aquellos sobre los que no
estamos habituados y que presentan marcos de disponibilidad, como la libertad
ambulatoria, integridad física e incluso la vida, todos temas respectivos a la Parte Especial.
5.1. Introducción. Esta justificante deriva de un problema general para el Derecho: las
situaciones de necesidad. El ámbito de ejercicio de las facultades jurídicas (derechos
fundamentales, rango legal, etc.) jamás es nítido, ya que la vida en sociedad presenta rangos
de interferencia entre los intereses de las personas. Dicho de otro modo, hasta en la normativa
más básica es complicado distinguir las esferas legítimas de ejercicio en cuanto los derechos
de las personas; o más bien incluso, que dos ámbitos legítimos de facultad puedan colisionar
entre sí. La intervención misma del Derecho Penal es un buen ejemplo, donde debe
quebrantarse el derecho fundamental de la libertad ambulatoria en pos de la paz social, como
medida de última ratio. Ciertamente si se analiza la situación en abstracto, el condenado es
privado arbitrariamente por el Estado de un derecho fundamental, decisión legitimada por el
consenso social. La supremacía de la realidad presenta colisiones inevitables de bienes
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jurídicos, donde ni el ser humano ni el ordenamiento jurídico pueden hacer nada por evitar.
Precisamente se denominan situaciones de necesidad ya que plantean la necesidad de
sacrificar alguno de los intereses en juego dada la imposibilidad de resguardar ambos.
Acreditar que no existe posibilidad alguna salvo el sacrificio es el presupuesto esencial para
hablar de un estado de necesidad.
5.1. Necesaria distinción con la legítima defensa. En las situaciones de legítima defensa
existe un ejercicio ilegítimo de parte del agresor respecto a una facultad jurídica que no posee:
actúa fuera del margen de lo reconocido como legítimo por el ordenamiento. No existe una
colisión de derechos legítimos propiamente tales: se autoriza a lesionar un bien jurídico como
reconocimiento excepcional a prevenir una actuación ilegítima. En el estado de necesidad
existen dos actuaciones legítimas que entran en colisión. Dicho de otra forma, se trata de
conflictos que se crean entre intereses legítimos contrapuestos, cuando para salvar uno hay
que lesionar necesariamente otro.
Titanic (1997). Jack se da cuenta que no pueden flotar ambos en la tabla, la vida es cruel
y confina a Rose a las gélidas aguas del océano. ¿Le podemos exigir a Jack algo tan instintivo
como no salvar su vida? No parece razonable, ya que cualquier persona va a tratar de sacar al
otro con patadas, combos o lo que pueda para salvar su vida.
5.2.3. Consecuencias concretas de uno u otro caso. Ahora bien, cuando hablamos de que la
acción dañina está justificada, lo estamos incorporando dentro del marco de lo legítimo, y el
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sujeto actuó conforme a Derecho; por tanto no incurre en ningún tipo de responsabilidad que
pueda considerarse como ilícita (por ejemplo, las reparaciones de la propiedad dañada para
salvar el bien de mayor valor), pues todo está dentro del marco amparado por el
ordenamiento jurídico, ni siquiera la indemnización de perjuicios más básica: los terceros
lamentablemente sufren los daños derivados de la situación de necesidad. Caso distinto son
las situaciones de exculpación.
5.3. El estado de necesidad justificante propiamente tal. Lo primero que debemos hacer
frente una situación de necesidad, es diferenciar en cuál de los dos planos se encuadra. Como
segunda etapa, se deben examinar los requisitos positivos de la causal o los criterios que
señala la doctrina.
5.3.1. Regulación positiva del estado de necesidad justificante. Normado en el art. 10 Nº7,
donde señala que está exento de responsabilidad criminal el “que para evitar un mal ejecuta
un hecho que produzca daño en la propiedad ajena, siempre que concurran las circunstancias
siguientes (…)”. Pese a lo señalado, la doctrina ha extendido la formula que utiliza el
legislador también a la inviolabilidad del hogar- porque se entiende como una de las facultades
del dominio- como bien jurídico autorizado a sacrificar. Los requisitos son los siguientes:
Por ejemplo, la necesidad de conseguir leche para alimentar a un niño recién nacido
en vísperas del terremoto de parte de una madre desesperada que roba una farmacia semi
derruida. El mal puede provenir de la acción de terceros (del incendiario que prende fuego a
la morada, lo que obliga a quien la habita a apoderarse de la manguera del vecino para
apagarlo), de fuerzas de la naturaleza (un desborde de río que compele al que se encuentra
en la ribera a salvarse usando de un bote ajeno), de fuerzas vivas, como el ataque de un
animal. El peligro puede tener origen en actos realizados por el propio sujeto que lo
enfrenta, como sucedería con el campesino que roza su campo y se ve envuelto en las llamas
que provocó y tiene que huir en el vehículo de un tercero para salvarse y solicitar ayuda.
2. La entidad del mal debe ser real. Exigido en la circunstancia 1ª “Realidad o peligro
inminente del mal que se trata de evitar”. El daño potencial que se trata de evitar debe
tener un sustento real, caso contrario, estaremos en presencia de una justificante putativa
de acuerdo a las reglas del error de prohibición.
3. Gravedad del mal. El mal debe ser al menos de mayor entidad que aquellos que pueden
afectar a la propiedad o a la intimidad, para el mismo sujeto o un tercero amenazado. El
estado de necesidad como causal de justificación (u objetivo) exige que la propiedad ajena
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Si un sujeto es perseguido por el doctor Lecter y salta la reja de una casa, rompiendo
un ventanal para resguardares y proteger su integridad corporal, o incluso sexual si a
Hannibal le atraen los de su sexo, estamos ante eventos que afectan la propiedad y por ende
amparados por la causal de justificación. Respecto a un tercero, si vemos a una persona que
se está ahogando a 50 metros de la orilla y hurtamos un bote para salvarlo, es probable que
al ser inexpertos dañemos el motor del bote.
4. Actualidad o inminencia del mal que se trata de evitar. Los peligros a futuro no
cuadran con el estado de necesidad; el mal debe estar actualmente sufriéndose para que el
acto típico evitador se justifique o, por lo menos, debe encontrarse en situación de
inmediatez en cuanto a su ocurrencia, o sea constituir un peligro seguro y próximo.
5.3.1.2. Requisitos del comportamiento evitador del mal mayor. Los requisitos que
debemos acreditar respecto a la reacción son:
2. El bien sacrificado debe ser de menor valor del que se pretende salvar. La doctrina se
divide al momento de establecer un baremo de medición:
a. Marco objetivo de evaluación. Aquí estamos hablando de un valor para los efectos
jurídicos (dentro del tráfico jurídico) y no la apreciación subjetiva de su titular.
b. Valor relativo del bien jurídico. Enrique CURY plantea que el derecho analiza el
valor relativo que puedan tener las especies a la hora de establecerse efectos
comparativos; la mera apreciación pecuniaria no es suficiente, esta avaluación tiene
relación con la significación que representan los distintos objetos para cada persona y
no necesariamente con su estimación en dinero. Para estos efectos sacrificar una
mansión o una mediagua nos lleva a una situación de exculpación, pero no ha
establecer que uno u otro hogar vale menos.
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Puede darse una situación de exceso, cuando el medio empleado para evitar el mal no ha
sido el menos perjudicial entre los practicables, lo que puede o no deberse a un error. Si
fue por error se tratará como tal, de lo contrario, si el empleo del medio es voluntario del
sujeto, corresponderá tratarlo como causal de justificación incompleta (atenuante).
5.3.2. Situaciones complejas. El que la afectación de un bien jurídico de menor valor esté
justificado (conforme a Derecho) plantea serios problemas en hipótesis complejas como la
siguiente: cuando B está siendo objeto de un mal -se ahora cerca de la costa- y A lo pretende
salvar hurtando el bote inflable de C; concluimos que A actúa de forma justificada y legítima,
pero C con justa razón puede representarse la situación de hurto y defender su propiedad, no
obstante A estar justificado. Podría concluirse que la conducta de C es una agresión ilegitima,
y toda lesión que produzca A estaría justificada. Estos casos no son sencillos de resolver
porque nos traiciona el sentido común y la doctrina aparece como única vía de orientación. Lo
más probable es que determinemos que C incurre en un error de tipo, y por ende no habría
punición.
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1.2.1.1. Critica de las teorías ontológicas. La real libertad equiparable para todos los
individuos es algo que no existe; asimismo, no hay forma de probarlo mediante
experimentación (el repetir el hecho no da cuenta veraz de la concurrencia o no del
presupuesto, existen miles de factores que configuran un “efecto mariposa”). La disposición
contraria a Derecho significaría para estos autores una asunción libre de la “maldad”;
suponiendo que los esquemas valorativos de cada uno vienen dados por la naturaleza, y el ius
puniendi debe “devolver el golpe”.
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2.1. La culpabilidad dentro de la teoría del delito como una de las aristas del principio
limitativo del mismo nombre. El principio limitativo del ius puniendi de la “culpabilidad” se
erige como garantía para los ciudadanos que sólo podrán ser penados por una conducta sea
“reprochable”, dentro de la esfera de su actuación. Dicho de otro modo, el Estado tiene como
límite el imputar consecuencias penales a los individuos solamente cuando ello sea
efectivamente atribuible. Aplicaciones del principio encontramos en la tipicidad, a través del
nivel objetivo del tipo (atribución normativa más que de causalidad natural”, consecuencias
previsibles), subjetivo (disposición mental efectivamente sancionable respecto al hecho y no
imputación de “casos fortuitos”) y que en esta etapa de análisis, culpabilidad como elemento
del delito, respete las condiciones que efectivamente permitan concluir y acreditar la
autonomía del infractor (no podemos imputar consecuencias cuando el sujeto no se encontraba
libre para tomar una decisión). En el fondo, el marco de las circunstancias del hecho determina
la atribuibilidad personal o no de una reacción penal. Por lo mismo, en el ámbito del common
law la mayoría de las causales de exculpación son denominadas “disculpas”. Constituyen
hipótesis que el legislador estima que ameritan ser consideradas para la no aplicación de una
pena, puesto que el agente se encuentra en una situación donde no le es exigible la normativa
penal.
2.1.1. Instituciones que atentan contra una efectiva manifestación del principio en el
análisis sistemático de la culpabilidad:
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2.1.1.2. Actio libera in causa. Esta teoría plantea que en los casos que el individuo comete un
delito careciendo de la autonomía necesaria, pero que la causa de encontrarse en ese estado
resulta plenamente atribuible al mismo, se le sancionará de todas maneras, a pesar de
ejecutar el hecho en ausencia de culpabilidad. Es una clara manifestación del principio versare
in re iliccita (el que está en cosa ilícita debe responder por todas las consecuencias sucesivas
de su actuar, aún cuando lo haga en ausencia completa de culpabilidad).
3.1.1. CASOS DE PRIVACIÓN TOTAL DE RAZÓN. El art. 10 Nº1 señala que están exentos de
responsabilidad criminal “el loco o demente, a no ser que haya obrado en un intervalo lúcido
(…)”. Actualmente esa terminología se encuentra superada, y se entiende que abarca todo tipo
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3.1.1.1. La privación total de razón permanente. Se acepta cuando se acredita que el sujeto
se encuentra privado totalmente de razón por una patología mental, definida por la ciencia
médica. Vale la pena precisar el concepto:
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La medicina todavía no logra encontrar una pastilla ni para el psicópata o pedófilo y por
ello se envían a la cárcel y no al establecimiento de medidas de seguridad; pese a que concurren
los motivos de fondo de inimputabilidad.
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El sujeto que en su sano juicio asesina a su mujer, pero días después enloquece. Siendo
procesado en pleno juicio oral comienza a salir espuma de su boca… Fue una de las alegaciones
principales del caso PINOCHET (vinculada a demencia senil).
3.1.1.9. Situación del sordomudo. Si bien en un comienzo (siglo XIX) eran considerados
absolutamente incapaces para interactuar en el ámbito del tráfico jurídico del Derecho Civil,
en la actualidad no existen razones, producto de técnicas de enseñanza y tratamientos de
comunicación que permitan afirmar su incapacidad para interactuar con la norma penal; pues
existen mecanismos clínicos para incorporarlos de forma normal en el desarrollo de la vida
social. No es un tema relevante para efectos de inimputabilidad.
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* Antecedentes de la aplicación del actio libera in causa. Se habla de actio liberae in causa
(acción libre en su causa) si el sujeto, en un estado de plena imputabilidad, voluntariamente se
coloca en una posición que conduce a un estado de pérdida total de la razón, perdiendo en el
momento de la ejecución típica enteramente la imputabilidad y hasta la capacidad de acción.
Si bien es cierto que en estos casos el hecho no se puede considerar libremente perpetrado en
el momento de su realización, es también verdad que él está vinculado a un acto libre, y por
ende era libre en su causa, ya que estaba en poder del sujeto el colocarse o no en el estado de
incapacidad. En nuestro CP, la aplicación de la teoría de las acciones liberadas en su causa se
aplican, en virtud de la parte final del art. 10 Nº1 a los delitos dolosos e imprudentes
cometidos en estados transitorios de privación de razón, salvo las excepciones que
comentaremos más adelante.
1.2.2.1. Origen doloso. En estos casos se aplica el principio del “actio liberae in causa”, pues
existe una preordenación delictiva, ya que el agente de forma voluntaria y deliberada se
coloca en posición de la pérdida de razón. La doctrina estima aplicable el principio
controvertido pues el autor de una actividad típica podría evadir su calidad de imputable,
creándose artificialmente un estado de pérdida total y temporal de la razón en esta forma. En
este caso la privación transitoria de razón se convierte en un medio de comisión del delito.
Acciones como las señaladas se denominan libres en su causa, pues el autor al momento de
ejecutar la acción se crea un estado de inimputabilidad.
1.2.2.2. Origen culposo. Es posible que una persona por falta de cuidado o diligencia pierda
temporalmente la razón, caso cual se aplica el mismo sistema. Retrotraer la culpa al momento
en que su autor se colocó en estado de irresponsabilidad penal, considerando su actuar como
un todo, lo que permite atribuir el resultado típico a culpa, pues al iniciar su actividad era
imputable. Si la causa es imprudente, se procede a imputar a titulo de culpa, en la medida que
exista el tipo culposo respectivo. Si el delito que se cometió no tiene sanción culposa, hay
atipicidad de la conducta.
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Por ejemplo, si Pedrito roba un supermercado por haberse pasado con los pitos, el robo
culposo no existe en nuestro CP, y por ende no hay delito. La persona que no desea borrarse, pero
se le pasa la mano en la cena de la empresa y termina acosando sexualmente a la compañera
exuberante de trabajo; por imprudencia termina privado de razón y es responsable a ese título.
1.2.2.3. Casos en que procede la causal de exculpación. Existen dos situaciones donde pese
a constatarse los requisitos, la doctrina excluye la aplicación de las acciones libradas en su
causa, otorgando eficacia a la causal:
De esta forma la doctrina limita la aplicación de la teoría del actio libera in causa a los
siguientes supuestos dolosos y culposos de origen de la privación de razón; salvo si se
comprueba que no hay responsabilidad en la causa que origina la patología, caso en que
debemos entender que opera la causal de privación de razón (alcoholismo, dependencia a
las drogas, etc.).
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integra a la sociedad como un actor relevante (trabajo infantil del siglo XIX, etc.). El gran
problema es que asimila al niño al adulto, respondiendo penalmente como tal.
3.1.3.3. El sistema tutelar. Hacia aines del siglo XIX, el positivismo comienza a buscar las
causas del delito en la propia condición social o humana, caso en que el menor de edad
pareciera presentar una menor capacidad física y síquica de controlar sus impulsos; y por otro
lado salen a la luz las posiciones desfavorecida socialmente, como Oliver Twist. Lo que se
plantea es que estas personas están en una situación irregular, de peligro material y moral. Se
les declara irresponsables porque no son capaces de salir de su situación marginal, El menor
de edad es incapaz de absorber su problema social y el Estado paternalisticamente tratará de
trabajar ese problema social para transformarlo en un niño de bien (colocarle un sombrerito,
una tenida marinera, uniforme, enviarlo al colegio). El niño pasa a ser un objeto de protección
y no se le trata como un sujeto, y en vez de encerrarlo se le “protege” hasta que cumpla los 18
años sin necesidad alguna de juicio. Se vulneran garantías constitucionales, asimilándolos a
una cosa muy distinta a un sujeto de derecho. El sistema no apunta a la culpabilidad del joven
y la conciencia del injusto en este, sino el “riesgo social” de su entorno, lo que derivó en serios
problemas de discriminación social (jóvenes adinerados integrados socialmente quedaban
bajo la custodia de sus padres aún cometiendo homicidios). Este era el sistema vigente hasta
hace 5 años.
1) Hay mayor acento en el sujeto. Los factores generales asociados a la comisión del hecho
son importantes.
4) El régimen de determinación de la pena. Este tiene que dar la amplitud suficiente como
para poder captar las particularidades que son considerablemente mayores en este tipo
de casos que en los de adultos.
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3.2.1. Razón de ser o justificación de la institución. La relevancia acordada por la ley penal
al error sobre la prohibición es consecuencia del reconocimiento de la conciencia de la
antijuridicidad (potencial) como presupuesto de la pena. Uno de los objetivos de la norma
penal es desincentivar (prevención general negativa) las conductas punibles; en consecuencia,
es presupuesto esencial para graduar el nivel de disposición anímica o voluntad de un sujeto
para obrar en contra del Derecho el que este haya podido conocer la ilicitud penal del hecho.
Quién no se pudo representar la punibilidad, no amerita un reproche que dé lugar a la sanción
penal, pues resulta lógico que si la persona se hubiera representado la consecuencia penal de
su actuar, no habría realizado la conducta: pues la generalidad de los ciudadanos ajustará su
conducta bajo el riesgo de ser acreedores de una pena.
3.2.3. Grado del conocimiento de la ilicitud. El agente no debe haber tenido la posibilidad de
representarse el conocimiento de la ilicitud del hecho para configurar la exculpante, caso
contrario, es acreedor de responsabilidad penal respecto a este elemento.
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3.2.4.2. Casos del error de prohibición. La doctrina reconoce cuatro hipótesis del error de
prohibición. Bajo estas condiciones, la creencia errónea al obrar respecto a la licitud puede
asumir diversas formas:
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el ámbito de las acciones punibles (actualización del reglamento que establece las
sustancias psicotrópicas penadas por la ley 20.000 por ejemplo),
V. gr.; Chile, el año 2002 se estableció como edad de capacidad sexual los 14 años
(cualquier interacción sexual con un menor de esa edad lo constituye en víctima, aún
mediando consentimiento), y durante los primeros meses de vigencia se generaron multitud
de delitos producto que la edad conocida anterior a la reforma estaba tipificada en 12 años
(aunque pueda sonar extravagante un error de esta especie respecto a un menor, ello califica
dentro de cualquier tipo de interacción sexual: una mirada libidinosa, un toqueteo
pernicioso, un beso subido de tono, los “visitantes de colegio” -la apariencia física engañosa-,
etc.). Clásico ya en la doctrina, el caso de un turista escandinavo que supone la situación de
que en Chile no se prohíbe la práctica del aborto o la venta de cannabis.
V. gr.; el autor cree que el ordenamiento jurídico autoriza a los maestros a aplicar
castigos físicos a los alumnos con fines educativos, cuando tal autorización no está prevista
en las leyes vigentes, o bien, el antiguo derecho de corrección de los padres sobre los hijos.
V. gr.; los excesos en las causales de justificación, como la legítima defensa, donde se
sobrepasa la necesidad racional del medio empleado; cuya situación podría ser el responder
una injuria con un escopetazo en la sien. O bien, respecto a otra norma penal, donde el autor
cree que la prohibición de matar no alcanza a los casos de eutanasia.
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hechos. Los errores de hecho se tratarán de acuerdo a la lógica del error de tipo cuando
configuren justificantes putativas.
Por esa razón la mayoría de la doctrina prefiere tratar esta conducta constitutiva de error
de prohibición como error de tipo según las reglas de vencibilidad:
a. Error evitable. Se excluye el dolo (aunque a todas luces es doloso, pues se tomó un
bloque de mármol con el que se reventó la cabeza de una persona de forma consciente
y deliberada), pero al constituir una actitud imprudente ante la verificación de los
elementos objetivos de la causal de justificación (el agente no se preocupó de
constatar adecuadamente los hechos constitutivos), se debe examinar que existe un
tipo imprudente que capte la conducta y si lo hay, se sanciona por este.
4) Teoría limitada del dolo. Correctivo a la teoría anterior con una sola modificación: si se
logra acreditar que el agente intencionalmente “no quiso saber” (casos de ceguera
jurídica) ilicitud del hecho, se considera como si hubiese tenido conocimiento actual,
sancionado la voluntad de no ocupar la potencialidad (desconocimiento intencional) de
conocimiento para eximirse de responsabilidad, con la mayor sanción (conducta dolosa).
A fin de cuentas se le priva de eficacia excusante, pues el desconocimiento es
responsabilidad del mismo agente (aplicación del versare in re iliccita). Se atribuye un
delito doloso como si no existiera error de prohibición como sanción a la ignorancia
intencionada.
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3.3.1. FUERZA IRRESISTIBLE. El art. 10 Nº9 parte primera señala el caso de “el que obra
violentado por una fuerza irresistible (…)”. La doctrina coincide en entender que se trata de
situaciones de fuerza moral o psicológica irresistible, que a fin de cuentas constituyen
situaciones de intimidación; ya que los casos de fuerza física se consideran de ausencia de
acción (no existe siquiera un “obrar”), excluyendo todo el resto del análisis.
1. Conducta compelida. Se debe haber ejecutado una conducta motivada por una
intimidación.
2. Amenaza de un mal. Esa intimidación debe ser capaz de doblegar la voluntad del sujeto,
generalmente bajo la amenaza del ejercicio de violencia física sobre el mismo sujeto o un
tercero cercano. Una presión psicológica capaz de llevar a cometer un delito.
3. Aquella fuerza moral debe ser irresistible. Esto es entendido por la doctrina como una
exigencia de entidad en los males de una gravedad seria. Cualquiera colocado en una
situación de intimidación grave sentirá una presión suficientemente fuerte como para que
su voluntad no sea completamente libre. Existe voluntad, pero está viciada por la fuerza
irresistible.
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3.3.1.2. Baremo de medición. El parámetro por el cual vamos a medir la fuerza irresistible es
el hombre medio colocado en la misma posición del autor. Sin embargo ello tiene una
excepción en determinadas funciones sociales en que existen deberes especiales de resistir la
fuerza moral. Normalmente se alude a aquellas personas que trabajan cotidianamente en
situaciones de presión por la naturaleza de su ocupación, debiendo ponderar entre cumplir
con el deber o ser objeto del mal, siendo su deber resistir la fuerza. Existe un mandato jurídico
para resistir la fuerza y respecto a ellos la causal no opera (fiscales del MP, agentes de policía,
guardias de seguridad, militares, etc.).
3.3.2. MIEDO INSUPERABLE. Incluido en la segunda parte del art. 10 Nº9, el miedo
insuperable es una alteración emocional de cualquier origen (salvo patológico, caso cual
estaríamos ante la exculpante de inimputabilidad) como tampoco se requiere que la causa sea
real (se puede tratar de una situación simulada en la forma de un engaño o mentira) para
alterar a una persona. Lo relevante es el grado de alteración que anula la voluntad del sujeto.
3.3.3. OBEDIENCIA DEBIDA. Se analizan los casos en que hay contrariedad entre el deber de
obedecer a un superior jerárquico y el contenido delictivo de las órdenes o instrucciones que
aquel emite. Este tipo de situaciones sólo se analiza en una estructura jerárquica de carácter
institucional, que orgánicamente el Derecho reconoce como organización piramidal y
jerárquica basadas en deberes jurídicos de obediencia. Esto se da básicamente en la función
pública, como también en Carabineros o PDI e instituciones militarizadas. Existen en doctrina
tres sistemas para solucionar estos casos:
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En Chile opera el sistema de obediencia reflexiva por una amplia mayoría de instituciones
militarizadas, regulado en el art. 214 del C. de J. Militar.
Respecto a la función pública, el art. 159 CP dispone que “si en los casos de los artículos
anteriores de este párrafo, el inculpado justificare que ha obrado por orden de sus
superiores a quienes debe obediencia disciplinaria, las penas señaladas en dichos
artículos se aplicarán sólo a los superiores que hayan dado la orden”, ello a propósito de
los delitos funcionarios. En este ámbito la doctrina interpreta que si la orden es
manifiestamente antijurídica (fuera del marco de competencias del funcionario público,
como sería utilizar un vehículo fiscal para un alunizaje), debe operar el el sistema de
desobediencia. En los demás casos, cuando la orden discutiblemente parece estar dentro
de las atribuciones del superior, operaría el sistema de obediencia absoluta.
3.3.4. ENCUBRIMIENTO DE PARIENTES. Enrique CURY, con acierto, estima que constituye
exculpante, que de acuerdo al art. 17, inciso final CP se dispone que “están exentos de las
penas impuestas a los encubridores los que lo sean de su cónyuge o de sus parientes legítimos
por consanguinidad o afinidad en toda la línea recta y en la colateral hasta el segundo grado
inclusive, de sus padres o hijos naturales o ilegítimos reconocidos, con sólo la excepción de los
que se hallaren comprendidos en el número 1.° de este artículo”. Suena razonable que un
sujeto vea alterada su voluntad de denunciar a un ser querido. Sin embargo, la mayoría de la
doctrina entiende que es una situación de excusa legal absolutoria.
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ella cuando poseen respaldo jurisprudencial firme al respecto. En el fondo, a pesar de lo que
se diga respecto al principio de legalidad, la doctrina tiene un papel muy activo cuando se
debe establecer un criterio determinante. El problema mayor que se puede plantear es que la
interpretación doctrinaria sea muy amplia, vulnerando el principio de legalidad (la base
democrática que sustenta la legitimidad de las normas, representación política).
3.3.5.1. Origen de la disposición. Fue incorporado con la llamada ley “de femicidio” y
constituye el nuevo artículo 10 Nº11 CP. Su objetivo fue hacerse cargo de los casos en que la
persona que es objeto del delito de maltrato habitual (en los casos de violencia intrafamiliar),
cede a un estado de alteración emocional importante y termina dando muerte al agresor, aún
cuando no se den los presupuestos necesarios y específicos de una situación de legítima
defensa, particularmente la actualidad o inminencia (primer requisito del nuevo precepto).
Por ejemplo, en una determinada casa todos saben que al momento en que el padre
maltratador comienza a beber sentado en el comedor, es solo cuestión de tiempo antes que
empiece a repartir puños y agresiones a todo el grupo familiar. Derivado de este pánico o no
querer aguantar más dicho abuso, cuyo antecedente habitual (el beber) se encuentra en
gestación, alguno de los hijos decide reventarle la cabeza con un bate u semejante. Se comete
homicidio respecto al padre, resguardando la integridad física por sobre la vida del maltratador;
sacrificando el bien de mayor valor para salvaguardar uno de menor.
ii. Inclusive podría en un futuro eventual abarcar el 10 Nº9, pues las hipótesis de estado
de necesidad exculpante se radicaban en la fuerza irresistible o miedo insuperable.
1. Personas afectadas. Los amenazados con el mal pueden ser la misma persona o un
tercero al que se defiende, en su persona o derechos.
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2. Entidad del mal. Puede ser cualquier tipo de mal; sin embargo, ni el precepto mismo
como tampoco COUSO, CURY o HERNÁNDEZ señalan si cabe la posibilidad de que
pueda ser aparente (es decir, existente en la sola mente del agente eventualmente
exculpado como sucede con las justificantes putativas en la antijuricidad), sin embargo,
atendida la naturaleza de la regulación (culpabilidad), podemos entender que debería
tener el mismo tipo de tratamiento de la legítima defensa, es decir, tratarse un mal
real, pues debe existir algún grado de certeza mínima que haga razonable exculpar la
conducta típica.
Ejemplo de la mujer que jugando una broma al marido, simula estar robando
su casa, y resulta muerta por un disparo del cónyuge que se representa un verdadero
asalto a su hogar. Legítima defensa no existe, hay una situación de pánico, sea miedo
insuperable o el nuevo 10 Nº11, exculpando de la pena al marido profundamente
alterado; pues la reacción psicológica del sujeto justifica en cierta medida que haya
matado a la mujer.
3. Momento en el cual opera la causal. El mal debe ser actual o inminente. Ello deja
fuera el entorno en que opera la causal una anticipación demasiado prolongada.
4. Que el sacrificio no sea razonablemente exigible al sujeto que lo tiene que sufrir.
En otras palabras, el titular del bien jurídico no debe tener que soportar por ninguna
razón el sacrificio. En otras palabras; el soportar dicho mal no debe ser algo exigible al
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agente en términos racionales (lo que haría cualquier persona en dicha situación). El
juez debe valorarlo en atención a las circunstancias concretas del hecho. Entonces, la
norma establece que:
i. La no exigibilidad general del sacrificio por parte del agente del bien jurídico que
se defiende.
ii. Esta exigibilidad debe ser calificada acorde al parámetro normativo que establece
el legislador: la razonabilidad o racionalidad, es decir, lo que haría cualquier
persona en esa misma situación (el criterio del hombre medio).
b) Exigencias respecto del daño que se puede ocasionar para evitar el mal:
1. Que el mal causado no sea sustancialmente superior al que se evita. Esto quiere
decir que el daño puede ser de una entidad superior, pero no demasiado superior (un
mínimo de proporcionalidad exigido). Eventualmente el legislador permitiría el
sacrificio de un bien superior en poz de uno inferior, donde no exista una demasiada
desproporción.
i. Puede entenderse que abarca todos los casos posibles de estado de necesidad,
tanto a nivel de justificante como de causal de exculpación. Se habría
producido una derogación tácita del art. 10 Nº7. Posición afirmada por Jaime
COUSO, pues el estado de necesidad justificante se amplía más allá del sacrificio de
la propiedad privada y la inviolabilidad del hogar. El mismo tipo de hechos han
sido regulados de una forma distinta por el legislador. Existe un argumento jocoso
que avalaría esta teoría, pues Enrique CURY señala que dentro del trámite
legislativo, ACOSTA le señala que parecía derogarse tácitamente el art. 10 Nº7, a lo
que el académico señalado le recomendó callar, para no entorpecer todo el trabajo
logrado (las reformas a la parte general son resistidas por el Congreso).
ii. Lo correcto en doctrina sería mantener el 10 Nº7 para los casos justificantes,
y el nuevo artículo a los casos de exculpación. Se desprende de los comentarios
de HERNÁNDEZ, pues si el legislador hubiese querido ampliar la causa de
justificación, habría derogado formalmente el art. 10 Nº7. Ello producto de una
interpretación sistemática. El 10 Nº 11 sólo regula los casos de sacrificios de
bienes jurídicos de igual o mayor valor, pero jamás de menor entidad.
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Johnny Deep efectivamente puede rescatar a su hija, con toda probabilidad de éxito.
No resulta aceptable exculparlo de que aún así haya asesinado a la gobernadora.
El militar que piensa que el general le dio una orden antijurídica, cuando en realidad
estaban todos ebrios en la reunión, ordenando matar a determinado líder político. Situación
de obediencia debida. Le rompe el cuello con los brazos en el baño pensando que se trató de
una orden directa.
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prohibición. Ahora bien, el art. 10 Nº11 al exigir “siempre que ello estuviese o pudiese
estar en conocimiento del que actúa” hace clara referencia a un conocimiento potencial.
Este es el único sustento positivo en nuestra legislación que permitiría sostener con
alguna claridad que las reglas del error de prohibición se aplicarían a el error sobre
las causales de exculpación.
Caso muy discutido en Alemania del año 2003. El secuestro del hijo de un millonario
empresario alemán que a propósito de una intervención telefónica, permitió dar con uno
de los cabecillas. Si pasaban más de 48 horas, el niño sería asesinado. La policía decidió
“apretar” al delincuente -según la sentencia bajo “amenaza de tortura” (que ya es tortura
psicológica)”- que posteriormente accionó contra la policía por tortura. La defensa del
policía arguyó una causal de inexigibilidad de estado de necesidad exculpante (afectar la
integridad corporal del secuestrador para salvar al pequeño). Bajo esa lógica, se estaba
legitimando jurisprudencialmente la exculpación por tortura policial.
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Tercera Parte
AUTORÍA Y PARTICIPACIÓN: EL CONCURSO DE PERSONAS EN EL DELITO
1.1. Configuración de los tipos penales que involucran concurso de personas. La teoría
de la autoría o participación busca justificar la penalización de ciertos grados de colaboración
en torno a un hecho punible, complementado por el trabajo conceptual de la doctrina. El
legislador establece reglas generales aplicables a todos los tipos penales, ubicados a nivel de
tipicidad (una especie de tipo complementario), que modifican la estructura general o básica
del delito ejecutado por un solo interviniente. El concurso de personas en el delito se tipifica
por ende, por el respectivo tipo de la parte especial sumado con la regla correspondiente del
concurso de personas (arts. 14 a 17 CP). Por tanto, constituyen tipos subordinados -el error
sobre su concurrencia tiene relevancia de error de tipo- que complementan la conducta
paradigmática del legislador (ejecución individual del delito en grado de consumado).
1.1. Divergencia entre su tratamiento positivo y dogmático. Esta apertura conceptual que
otorga la técnica legislativa de cláusulas generales permite a la doctrina como veremos más
adelante, precisar con detalle y controversia los conceptos de intervinientes en el delito en
contraposición a su tratamiento positivo (el tratamiento de la complicidad por ejemplo). No
existe unanimidad de criterios para el tratamiento de los intervinientes, tanto a los criterios
diferenciadores como tampoco a la gravedad de sus sanciones.
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ii. Autoría mediata. Aquel que en general se sirve de otra persona como instrumento
para que lo ejecute a su nombre -prácticamente como si fuera una “cosa”- pese a no
intervenir como ejecutor material, pero domina la situación que lo hace acreedor de la
autoría del delito.
ii. Complicidad. El que ayuda sin ejecutar parte alguna en el delito a su consecución.
iii. Encubrimiento. El que interviene después que el delito se llevó a cabo, para favorecer
la consecución de los fines del delito (obtener los beneficios perseguidos) o favorecer
la impunidad del mismo (el “blanqueo” del delito). Por lo mismo, en doctrina se
entiende que no constituye una forma estricta de participación, sino un delito propio o
figura típica autónoma en contra de la administración de justicia.
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siguientes, que en suma sostienen los títulos de imputación para determinar alternativas de
solución con apoyo doctrinario; principalmente respecto al principio de accesoriedad media.
Un sujeto aporta el plano, copia de llaves y pistola para robar una institución bancaria,
mientras que el segundo la valentía para ejecutar el crimen. Si el último en el lugar de los hechos
se acobarda justo enfrente de la puerta y escapa a su hogar para evadir al “socio”, ¿corresponde
sancionar al suministrador aunque no se haya realizado el plan? No se debe sancionar, pues al
menos debe haberse dado inicio a la ejecución del delito, tan solo un acto preparatorio.
De esto deriva incluso que en algunos casos el ejecutor material no sea sancionado y si lo
serán los demás intervinientes.
El nieto de 5 años no será sancionado (autor material del delito), sino que su abuelito
a título de autoría mediata.
3) Accesoriedad máxima. Sostenida algún tiempo por GARRIDO MONTT, requiere de una
conducta típica, antijurídica y culpable para sancionar al resto de intervinientes. La tesis
señala que si no hay delito en la ejecución material, no se puede sancionar a ningún otro
interviniente.
Genera serios problemas en cuanto a los abusos que pueden darse de parte de un autor
respecto a sujetos susceptibles de inculpabilidad.
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referencia directa al dolo, sino que una dirección de voluntades hacia la misma finalidad. En
general, se entiende por convergencia de las voluntades una especie de “dolo común” en la
actividad punible, que se traduce en que para castigar a los intervinientes (tanto a nivel de
autores –sentido amplio- como partícipes) debe existir convergencia de voluntades del hecho
principal, en sus dos perspectivas:
b) Convergencia subjetiva. Esto supone que todos aquellos que intervienen conocen y
aceptan ese hecho común. Este aspecto es relevante en cuanto al grado de representación
de quiénes concurren al delito.
Si una persona entrega un arma a otro sujeto, sabiendo que planea asaltar una
licorería, y en el momento del hecho el asaltante dispara a matar al cajero, se plantea què
grado de convergencia subjetiva tiene quien suministra el revólver: podría sostenerse que
obra con dolo eventual -pues lógico resultaría que la utilizara tanto para encañonar como
matar- aceptando esas consecuencias previsibles, respondiendo a título de cómplice por
homicidio consumado. Caso distinto sería si el arma la entregara con la expresa mención de
utilizarla para amenazar y producida la muerte -fuera de la representación del sujeto-
incluso podría quedar en una mera proposición impune, excluyendo su responsabilidad por
una divergencia de voluntades.
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Por ejemplo, situaciones de negligencia médica: falta de diligencia que termina con
resultado fatal. No existe ningún acuerdo de actuar de forma imprudente, y cada uno responde a
título propio: el anestesista cumple adecuadamente su función, pero el médico cabecera comete
un error que el segundo al mando siquiera lo percibe y siguen adelante con la intervención,
dejando dos tijeras y una pinza en el estómago. En este caso, tanto el médico principal que deja
los artilugios como el segundo que no lo advierte responden a título individual por su propia
culpa, no habiendo ejecución colectiva del delito de homicidio imprudente. Hay tantos delitos
como imprudencias de terceros. Delitos totalmente individuales.
Si el juez con la ayuda del secretario -y una módica suma de dinero- fallan contra
Derecho, estamos en presencia de un delito de prevaricación que -en principio o atendiendo
al sentido común- es imposible que tiña a los intervinientes, pues no existe figura accesoria y
por ende el ejecutor material no es punible, ya que no detenta el cargo de la judicatura.
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Por ejemplo, A le pide a su mejor amigo B que lo asista para asesinar a su padre –
Don A- para que de una vez por todas deshacerse de su molesto progenitor. A partir de este
ejemplo, pueden surgir varias hipótesis: B ejecuta de forma solitaria y directa el asesinato, A
y B lo muelen a palos de forma conjunta… ¿Sancionaremos a B por homicidio o parricidio en
el primer caso? ¿En el segundo, habrá dolo parricida en ambos intervinientes o solo en A?
1. Ejecución material y directa de parte del sujeto activo calificado. El individuo que
posee la calidad, función o condición exigida por el tipo especial debe ser ejecutor
material y directo de la conducta descrita o, al menos, ser uno de los ejecutores
materiales y directos.
Si el hijo participa como autor material aporta el requisito del parricidio, y por
ende el injusto parricida se extiende a cualquier interviniente. Caso distinto es si el amigo
del alma lo asesina sin participación material del hijo, produciéndole 45 puñaladas. Para
NOVOA hay homicidio calificado y no parricidio, ya que el primogénito actúa como
inductor y no como ejecutor material.
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Por lo mismo al asesinar a don A, el buen amigo B sólo puede ser condenado por
homicidio simple o calificado pero jamás por parricidio, pues no concurre lazo sanguíneo
alguno con el occiso.
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Para el hijo A que tiene el deber especial con el parentesco ante don A, no hay
problema con sancionarlo por dolo parricida -aun no siendo ejecutor material- mientras
que B se llevará su propia tajada a título de homicidio simple.
c) Tesis mixta. Tesis planteada en un comienzo por Alfredo ETCHEBERRY, recogida por la
jurisprudencia y actualmente mayoritaria, adoptada inclusive por Enrique CURY. En su
planteamiento debemos distinguir:
La señora del señor Ministro que redactó todo un fallo contra Derecho -con
profundos conocimientos jurídicos- y su marido tan solo coloca su firma; resulta ilógico
que se vaya preso a título de prevaricación mientras ella se queda viendo televisión.
¿La “quintrala” es autora mediata o inductora del delito? En otras palabras, tiene un rol
protagónico y titular dentro de la ejecución del delito -autora- o solamente generó una voluntad
para delinquir -mediante un “contrato”- en un delito ajeno. Independientemente que el CP
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sanciona con la misma pena ambas calidades, la distinción es importante para calificar
adecuadamente la intervención. ¿Se realiza a título de autoría o de participación?
Las teorías que hasta la fecha se han dado para delimitar autoría y participación son
diversas y todas muestran insuficiencias más o menos amplias, dada la complejidad que
plantea este problema en algunos casos concretos:
1) Concepto unitario de autor. Corresponden a las teorías más antiguas en pleno auge del
causalismo naturalista, donde atendiendo al carácter contingente del delito, es autor todo
aquel que pone una condición o interviene de manera efectiva para la causación del
resultado típico. Símil directo con una especie de teoría de la equivalencia de las
condiciones aplicada al concurso de personas: cualquier causa aportada por un sujeto que
es condición para el resultado determina su calidad de autor.
Quién suministra las balas, el que presta el revólver y el que percuta el gatillo
generan una contribución distinta que los califica de autores, pues elevan el riesgo de
comisión del delito.
Excesiva amplitud de la teoría. En suma, si no existe una norma especial que regule la
forma de participación, debe tratarse como autoría. Todo aquello que no está regulado
como participación, debe ser penado como autor. Como se deduce, muchas contribuciones
marginales deben tratarse a título de autoría, que resta un poco de razonabilidad al
planteamiento.
Si bien esta concepción ha sido abandonada en la última década por los sistemas penales
de referencia (alemán, español y sudamericanos), pareciera volver a cobrar vida y se
encuentra en replanteamiento -particularmente por la ciencia italiana- por los problemas
que presentan las teorías que analizaremos a continuación.
2) Teoría del dolo. Plantea que debemos atender a la posición subjetiva que asume el autor
de un delito, es decir, si asume que obra con dolo de autor, ejecutando el hecho como
propio o más bien por el contrario, reconoce dolo de partícipe, considerando el hecho
como ajeno. Alude al vínculo subjetivo que admite el interviniente.
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Correctivo a la tesis del dolo: teoría del interés. Algunos de sus sostenedores
pretendieron dotar de precisión a la tesis, señalando que se considera autor a quien tiene
un interés concreto en el resultado del delito y caso contrario, será un mero partícipe. La
teoría tuvo una buena acogida en la República Federal Alemana, hasta que un fallo del TS
resolvió un controvertido caso:
Una madre en una etapa de alteración emocional post parto, con una neurosis
hormonal muy agravada, se vuelve histérica por los gritos del niño, intentando quitarle
la vida. Sus familiares la contuvieron, pero la empleada doméstica ejecutó las órdenes de
su patrona. Un señor magistrado condenó a la asesora como cómplice y a la madre como
autora, ya que el delito iba en interés directo de la madre.
Relativa efectividad de la teoría. Soluciona la mayoría de los casos aunque tiene una
falencia relevante: los casos de autoría mediata -en nuestro ejemplo del abuelito, este no
puede ser sancionado pues no ejecuta ningún elemento típico de forma directa del delito-
que serán objeto de una profunda revisión por la doctrina. Los autores mediatos per se no
ejecutan directa y materialmente ningún elemento típico.
4) Teoría del dominio del hecho. Claus ROXIN, perfeccionando las ideas de Hans WELZEL
(padre de la concepción final de la acción), elabora hacia finales de los años 60 la teoría
que cuenta con más adherentes en la actualidad para diferenciar autoría de participación:
el dominio del hecho. El dominio del hecho consiste en la posibilidad objetiva y subjetiva de
un sujeto, por sí o a través de otro, para resolver la ejecución del delito. Aquel titular de la
intención y el poder para controlar el curso que tomará el desarrollo del delito, ya sea
interrumpiéndolo o ejecutándolo. Quien carece de esa posibilidad material o
intencionalidad de controlar la situación no tiene el dominio del hecho y no puede ser
considerado autor. Por ende, conlleva dos aspectos:
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a) Delitos de dominio. Se aplica cabalmente la teoría del dominio del hecho en los
términos expuestos; debiendo determinar quién es el titular del mismo.
b) Delitos de infracción de un deber. Son los que lesionan o ponen en peligro un bien
jurídico mediante el quebrantamiento de un deber jurídico: los delitos de omisión
(garante), culposos y los delitos especiales (sujeto activo calificado). El dominio del
hecho corresponde al titular del deber jurídico.
1.4. LA AUTORÍA Y SUS CLASES. Como ya señalamos, atendiendo a la teoría del dominio del
hecho, dogmáticamente se considera autor al que efectúa una intervención determinante o
esencial en un delito, que permite afirmar la calidad de ejecutor del mismo para efectos de su
penalidad, que se corresponde con la pena asignada en la parte especial. En general se
distinguen conceptualmente tres clases de autoría:
1.4.1. AUTORÍA DIRECTA, EJECUTIVA O MATERIAL. Entenderemos por autor directo como
aquel que ejecuta por sí mismo al menos una parte del tipo penal (en concordancia con la tesis
de BELING).
La mayor parte de la doctrina entiende que cada uno de los tipos penales de la parte
especial presupone un autor ejecutivo, por ende su ubicación positiva es inherente a cada
delito específico (paradigma del delito consumado por un solo autor).
Un sector minoritario de la doctrina entiende que la autoría directa está regulada en el art.
15 Nº1: “Los que toman parte en la ejecución del hecho, sea de una manera inmediata y
directa (…)”. Como veremos más adelante, esto se relaciona con la coautoría.
1.4.1.1. Casos especiales de autoría directa. Situaciones poco comunes identificadas por la
doctrina:
1) Situaciones en que el autor emplea fuerza física. Existe unanimidad en doctrina que las
situaciones de empleo de fuerza física -vis absoluta- constituyen autoría directa por
cuanto se utiliza la corporeidad de otro sujeto (desde su punto de vista ausencia de
acción) como instrumento para alcanzar un hecho típico.
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Iron man levanta a su adversario y lo lanza contra un edificio… U bien una persona
empuja a un tercero para provocar la caída de su rival a la línea del tren. El tercero no es
más que un instrumento.
El caso del “abuelito”. El niño no alcanza a cumplir con toda la tipicidad objetiva,
pues no sabe que la cosa es ajena y por ende hay un error de tipo: él se representa una
actividad atípica pese a ejecutar una actividad típica. Por ende no hay accesoriedad por falta
de dolo, resultando impune en un primer momento el abuelo.
1.4.2. AUTORÍA MEDIATA. Se produce en aquellos casos en que el autor ocupa la actuación
de otra persona que opera como instrumento para que ejecute el delito por él. Se sirve de otro
cuya voluntad domina y es quien lo realiza materialmente. El “hombre de atrás” no ejecuta el
delito, sino un tercero que es utilizado.
1.4.2.1. Regulación positiva. La doctrina -en forma unánime- ubica la autoría mediata en la
primera parte del art. 15 Nº2: “los que fuerzan (…) directamente a otro a ejecutarlo”. El
adverbio “directamente” implica la capacidad superior de dominio del autor mediato y su
control sobre el instrumento. En efecto, se asimila la estructura jerárquica y el error como
situaciones de fuerza moral.
1.4.2.2. Hipótesis de autoría mediata. Normalmente, los casos de que nace la autoría
mediata derivan de sujetos en condiciones de ausencia de culpabilidad, particularmente
situaciones de obediencia debida o inexigibilidad (fuerza insuperable o miedo irresistible)
precisamente derivadas de la actuación del autor mediato. En la actualidad se sostiene la
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autoría mediata en casos más amplios que la sola falta de culpabilidad del ejecutor material.
Las hipótesis más comunes son:
1) Cuando ha operado algún grado de coacción. El autor mediato ocupa alguna forma de
presión o coacción moral sobre el ejecutor directo para obligarlo a cometer el delito.
Generalmente se trata de sujetos que resultarán impunes por falta de culpabilidad, ya que
la coacción incide en la autonomía del ejecutor material. Ejemplos típicos, situaciones de
obediencia debida, fuerza moral irresistible y situaciones de necesidad que provienen de
la actuación de un tercero.
ii. Error de prohibición. El ejecutor material realiza una acción típica pero
inculpable por un error provocado de prohibición sancionando al “hombre de
atrás” como autor mediato del delito. Las situaciones más usuales se dan en delitos
complejos vinculados a conocimientos especiales -fraude contable o
reglamentación vigente respecto a sustancias dañinas para la salud de la
población- donde el autor mediato puede inducir a error en los ejecutores.
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mensaje cuando su propia mujer cruza el umbral, consiguiendo vía autoría mediata
la desaparición de su infiel compañera.
iii. El superior que opera como autor mediato es responsable de todo lo que sucede a
propósito de sus funciones directivas, que opera con total independencia de la
culpabilidad de los ejecutores materiales. El autor mediato será sancionable de
todas formas en cuanto instrumentaliza a toda la estructura.
La base teórica de la autoría mediata nació a propósito de este tipo de situaciones a partir
de los juicios de Nuremberg y la responsabilidad de los jefes nazis, aún cuando no
ejecutaron materialmente ninguna actividad.
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intelectual- al plan de ejecución (como puede ser facilitar el plano de un banco o los turnos de
guardia), que al constituir información esencial para la comisión del delito es equivalente a
otro aporte de naturaleza material como puede ser el suministro de armas o medios de
escape. Por otra parte, también puede consistir en una forma de inducción o inclusive de
complicidad. Es decir, la colaboración de naturaleza intelectual puede dar lugar a una
intervención en cualquiera de estas formas, atendido a cada caso concreto.
1.4.3.1. El principio de división del trabajo. La esencia de la coautoría está dada por el
principio de división de funciones. El plan para llevar a cabo el delito se subdivide a través del
aporte de varias personas, donde cada uno de ellos es titular de una “cuota” del dominio del
hecho, pero que solamente en conjunto se puede ejecutar. Una especie de “comunidad” sobre
el hecho punible, donde cada uno de los intervinientes es dueño de una cuota abstracta de la
ejecución material del delito y por ende, si alguno de ellos falla, no se puede materializar -al
menos- en los términos en que fue planificado.
Este ejemplo es clásico de Hollywood: el sujeto que espera en el furgón para recoger a los
que entran encapuchados asaltando el banco: tanto el conductor como los fusileros son
determinantes en la ejecución del delito.
1.4.3.2. Exigencias para que exista coautoría. Para afirmar que cada uno de los
intervinientes colaboran de forma consciente y voluntaria, es necesario:
ii. Define los límites de la coautoría. Esto es muy relevante, por aplicación del
principio de convergencia. Quién se aparta de lo concertado, responde por ese
hecho a título individual. El dolo común abarca la planificación concertada,
cualquier hecho adicional se imputa a título individual.
Existe el plan para robar un domicilio del barrio alto, pero si el que debe
custodiar la entrada se tienta con la atlética esposa del empresario, el resto de los
coautores no responden por la violación: no forma parte de la coejecución y por
tanto es abarcado por el dolo común. Aún cuando el aporte para la huida fue
esencial para la violación, los coautores solamente responden en donde sus
voluntades fueron convergentes.
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3) Aporte de naturaleza esencial. Cada uno de los aportes debe ser determinante para la
ejecución del delito, en el sentido de que al faltar, el plan no se puede ejecutar de acuerdo
al concierto o bien materializar en los términos acordados. Por ello, el momento en que se
realiza el aporte define su materialidad esencial, independientemente de su contenido
aislado. De fallar el mismo, se derrumba la probabilidad de éxito en el diseño criminal. Es
determinante el rol de cada uno para que el plan sea exitoso.
ii. Los casos señalados al final del artículo confirman la regulación de coautoría. El
planteamiento es ratificado por las hipótesis finales del mismo precepto: “sea
impidiendo o procurando impedir que se evite”. Estos ejemplos solo pueden cobrar
importancia ante la intervención de varias personas en un delito, que suponen la
ejecución material de parte de otro sujeto que realiza la ejecución directa y por tanto,
es evidente que regulan otro tipo de aportes. Se abarcan todas las formas posibles de
contribuir, ya sea de manera activa o de naturaleza pasiva u omisiva.
Consecuencia práctica: los casos del Nº3 requieren menos exigencias para ser
castigados bajo pena de autor. La mayoría de la doctrina estima que constituyen casos
de mera complicidad, y por tanto con menos requisitos para su existencia. El argumento
de base es que “se consideran autores”, aún cuando no lo sean en sentido estricto, y este
tratamiento es la forma que tiene el legislador para aplicar la pena de autoría a situaciones
que dogmáticamente corresponden a participación. Por ende, para castigar estos casos
basta acreditar la complicidad del sujeto sumado al concierto previo de voluntades, y no
las mayores exigencias de la coautoría.
Pedro quiere matar a su papá, Robertito le facilita una pistola y el viernes en la tarde
lo llena de plomo. Es una situación de mera complicidad, pero basta acreditar el concierto de
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voluntades para que Robertito sea penado como autor. Basta un grado de convergencia para
entender que se incluye en el dominio del hecho.
b) El art. 15 Nº1 define autoría directa y el Nº3 la coautoría. Posición minoritaria -que
tiene un grado de recepción jurisprudencial- sostenida por Sergio YAÑEZ y GARRIDO
MONTT. Los autores plantean que nada tiene de extravagante que el legislador haya
mencionado el caso obvio y típico de autoría directa en el Nº1, pues más que un sinsentido
responde a un formalismo obvio al listar quiénes pueden cometer un delito. La verdadera
coautoría que se quiso regular está en el Nº3, que no constituyen hipótesis de mera
complicidad, sino que casos que abarcan una ejecución colectiva previo concurso de
voluntades. El texto evidencia la planificación y aportes individuales en la ejecución del
delito.
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1.4.1. INSTIGACIÓN O INDUCCIÓN. Si bien existen autores que diferencian los conceptos, la
mayoría de la doctrina los asimila. La intervención en el hecho ajeno está constituida por
generar en otro de manera directa la voluntad de cometer un delito específico. El aporte
consiste en la motivación para ejecutar un delito, pero sin nivel alguno de dominio en la
ejecución del mismo, a pesar de lo determinante que parece el generar una voluntad. El
inductor con su contribución aporta decisivamente, pero no domina la situación en cuanto no
es capaz de detenerla.
1.4.1.1. Requisitos de la inducción. Se encuentra regulada en el art. 15 Nº2 CP: “los que (…)
inducen directamente a otro a ejecutarlo”. Para configurar esta clase de participación, la
doctrina exige acreditar:
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1.4.2.1. Regulación positiva. Está regulada expresamente en el art. 16 CP: “Son cómplices los
que, no hallándose comprendidos en el artículo anterior, cooperan a la ejecución del hecho
por actos anteriores o simultáneos.”, además de la discusión ya desarrollada respecto al art.
15 Nº3, que la mayoría de la doctrina identifica como complicidad agravada con penalidad de
autoría.
1) Entidad del aporte. No debe formar parte del plan concertado, pues estaríamos en una
subdivisión de funciones propias de la coautoría. Es decir, basta con un auxilio que facilite
o haga más expedita la ejecución del hecho, aunque sin ella también hubiera podido
realizarse. Es decir, en estos casos la actividad desplegada por el cómplice es una
contribución de facilitar la comisión de ese delito pero el delito igualmente podría
cometerse por otra vía.
Lo fundamental que hay que tener en cuenta cuando hablamos de cómplice que el
comportamiento desplegado conlleve un grado de peligro respecto del bien jurídico,
acelerando la comisión del delito. El cómplice le dice por ejemplo donde se encuentra la
víctima, lo asesora con el veneno más eficaz o la ubicación de la caja fuerte, etc.
2) Aporte directo y efectivo. Se debe emplear el aporte para sancionar al cómplice, puesto
que es la única forma de conectar esa actividad con el fundamento de su castigo. El hecho
de que se ejecute el delito utilizando el aporte o colaboración permite sancionar al
cómplice. Si ello no sucede, no hay responsabilidad del colaborador.
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El amigo que facilita el revólver para que Robertito asesine a su hermana, pero
llegado el momento, le revienta un macetero en la cabeza. No se utiliza la colaboración, el
aporte no es punible y subsiste como una mera tentativa de complicidad. Caso de blanca
nieves. La madrastra -perversa como ella sola- es inductora del leñador, pero si éste se
apiada de la protagonista del cuento en el bosque minutos antes de sacar el hacha recién
afilada, su empleadora quedará impune, pese a que su aporte fue realizado en los mismos
términos que si efectivamente se hubiere cometido el homicidio. Ella sigue siendo igual de
mala. Las hipótesis pueden dispararse con el caso: es inductora o autora mediata, el
desistimiento del leñador alcanza o no a la madrastra, etc.
Podría llegar a ser argumentable si el aporte se realiza con un sentido específico, por
ejemplo el suministrar una escopeta que es utilizada para golpear y no disparar, la no
utilización de la colaboración en su sentido natural.
3) El aporte debe ser doloso, aunque no se conozca por los ejecutores. No se requiere
consciencia de todos los coautores respecto a la contribución, pues se trata de aportar en
un hecho ajeno. Resulta obvio que debe concurrir conocimiento de parte de quién
colabora –dolo- respecto al hecho punible, aún sin que ninguno de los autores lo sepan,
siempre cuando exista convergencia de voluntades. El ejecutor material puede delinquir
auxiliado de forma inconsciente, sin que se requiera el consentimiento exigido para la
coautoría.
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3) El encubridor debe ser una persona distinta a los ejecutores del delito.
Necesariamente no debe haber participado en la ejecución -hecho propio- ya que el
encubridor concurre en un hecho ajeno. La actuación del encubridor es subsidiaria a la de
autor y al cómplice.
Si alguien mata a una persona y luego la entierra, los actos de encubrimientos son
absorbidos por la figura del autor. Pero si el entierro de esa persona lo realiza un tercero, ese
tercero estaría actuando como encubridor.
1) Aprovechamiento. Consiste en dos tipos de aportes en relación a los efectos del delito
(productos obtenidos del mismo) o sus instrumentos (medios utilizados para llevarlo a
cabo). Señalados en el Nº1: “Aprovechándose por sí mismos o facilitando a los
delincuentes medios para que se aprovechen de los efectos del crimen o simple delito”.
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ii. Aprovechamiento indirecto. El encubierto aporta los medios para que los coautores
aprovechen los efectos del mismo, es decir, contribución para la reducción por parte
de terceros de los efectos o instrumentos del delito, como sería el caso del encubridor
que recibe los televisores robados para venderlos en el mercado negro para beneficio
económico de los autores.
El art. 17 Nº2 debe relacionarse con el art 269 bis que tipifica la obstrucción a la
investigación, acorde con el sistema procesal vigente. Armonizando ambas
disposiciones, la doctrina señala que la figura del encubrimiento tiene lugar respecto
de actos desplegados antes de que comience la investigación de parte del órgano
persecutor, y cualquier acción posterior debe sancionarse con el tipo comentado.
ii. Favorecimiento personal ocasional. Tiene relación con alguno de los autores del
delito, sea ocultándolo, ayudándolo a fugarse, salir del país, etc. Cualquier actividad
para favorecer que el sujeto no sea aprehendido, señalado en el Nº3: “Albergando,
ocultando o proporcionando la fuga del culpable”.
Este ejemplo deja en claro que el encubrimiento tiene naturaleza propia como delito,
puesto que no cabe asociarlo con ningún tipo en específico. Tanto así la incongruencia
sistemática que el legislador con posterioridad tuvo que tipificar una pena en particular
para esta figura en el art. 52 inciso final (presidio menor en cualquiera de sus grados).
Constituye una hipótesis típica independiente que ratifica las tesis que sostienen que el
encubrimiento no es una modalidad de participación.
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Cuarta Parte
ITER CRIMINIS: ETAPAS DE CONCRECIÓN DEL DELITO
1. Introducción y tratamiento típico del iter criminis. En general las hipótesis delictivas
contempladas en la parte especial versan sobre delitos consumados por un solo autor
material. Sin embargo, también se admite la posibilidad de sancionar la comisión de delitos
cuando su ejecución haya sido incompleta. La tipificación de los estados incompletos de la
ejecución de un delito se regula a través de cláusulas generales complementarias a nivel de
tipo, al igual que la autoría y participación, en los arts. 7 a 9 CP, que se deben montar sobre el
tipo que se trate para configurar la tipificación de la forma imperfecta. Ello no obsta a que se
regulen en ciertos tipos de forma especial.
Por ejemplo, si se intenta matar a otro pero la bala roza su hombro, el sujeto se
arrepiente de matarlo y se retira de lugar. Las tipificaciones obvias serían delito de homicidio,
lesiones u omisión de socorro. Debe optarse por alguna de esas alternativas para determinar la
correcta tipificación del delito.
1.1. Referencia general a los momentos de ejecución del delito. El término “iter criminis”
significa el camino del delito. Conceptualmente se pueden diferenciar cinco etapas en la
concreción de un delito:
2) Tentativa. De forma muy resumida constituyen los actos con que se da inicio a la
ejecución de un delito.
Los actos cometidos dentro el mismo iter criminis quedan absorbidos por el delito:
prohibición de una doble sanción por el mismo hecho. Cualquier intervención de un
sujeto en alguna de estas etapas forma parte de la ejecución de un mismo y único delito.
No se puede responsabilizar a un sujeto dos veces por satisfacción incompleta, solo cabe
sancionar una de estas etapas.
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Si el profesor quiere matar al decano y le dispara dos veces, una en el hombro y otra
en el corazón. Se satisfacen las lesiones y el homicidio, y será responsable por un solo de ellos.
Existe un concurso de normas entre la satisfacción de las lesiones consumadas y el homicidio
tentado, pero por aplicación del principio de la subsunción se sancionará el homicidio.
Técnicamente es un concurso entre las normas que tipifican las lesiones y el homicidio, y no
se puede sancionar dos veces por el mismo delito.
Existen intervenciones que parecen mucho más lejanas, referentes a los actos
preparatorios y al agotamiento del delito que atendiendo al principio también deben
quedar absorbidas. El ejemplo por excelencia es el art. 456 bis A: delito de receptación.
Quien comete hurto y a su vez reduce la especie, no puede ser sancionado por ambos
tipos: la receptación es un acto ejecutado en la fase de agotamiento del hurto que forma
parte del mismo iter criminis y por tanto, mismo delito. Por lo tanto, la receptación se
sanciona solo respecto a terceros intervinientes, pues de contrario se sancionaría una
doble sanción por el mismo hecho.
1.2. LAS ETAPAS DE EJECUCIÓN DEL DELITO. Por regla general, el legislador sanciona las
fases de ejecución propiamente tales: tentativa, frustración y consumación. Sin embargo,
existen tipificaciones especiales.
* Regla general: las etapas incompletas se castigan solamente en los simples delitos y
crímenes. Señala el art. 9 CP que las “faltas sólo se castigan cuando han sido consumadas”,
salvo que el legislador expresamente las haya tipificado en algún delito específico.
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poca lesividad, y ante el tratamiento de este delito no pareciera claro si configura per se una
figura típica o más bien se trata del castigo de un acto preparatorio. El mínimo regulatorio de
la asociación ilícita debe ser -doctrinariamente hablando- algo más que la proposición o la
conspiración, marco interpretativo para lo que resultan útiles las concepciones sobre el
castigo de los actos preparatorios.
1.2.2. TENTATIVA. PRIMER NIVEL DE EJECUCIÓN DEL DELITO. Señala el art. 7.3. CP que
“hay tentativa cuando el culpable da principio a la ejecución del crimen o simple delito por
hechos directos, pero faltan uno o más para su complemento”. Se habla de tentativa en general
o conato cuando el autor que da principio de ejecución al delito, aunque se lo proponga, no
logra consumarlo, bien porque no se produce el resultado punible o bien porque, cuando la
ley no exige un resultado material ésta no ha alcanzado el pleno desarrollo que la hace
punible.
Ejemplo del primer caso es disparar a matar contra otro causándole lesiones, y del
segundo como sucedería cuando quien pretende entrar en morada ajena sin permiso de su
dueño, es repelido por éste, art. 144; o cuando alguien es detenido justo en el momento que se
dispone a vaciar sobre el surtidor de agua potable de una localidad venenos o sustancias capaces
de provocar "muerte o grave daño a la salud" (art. 314).
1) No se deben haber realizado todos los elementos que el tipo penal exige para la
ejecución del delito. Requisitos que se exigen ejecute directamente el autor, básicamente
aquello que configura el verbo rector y no elementos adicionales que no dependen de su
conducta, como el resultado material o el nexo causal.
2) Se debe dar principio a la ejecución de alguno de los elementos del delito por
hechos directos. La expresión “hechos directos” es interpretada por la doctrina como
inequívocamente encaminados a la ejecución del delito. Es el elemento que permite
conectar un principio de ejecución con un tipo determinado, debiendo atender
cuidadosamente a las circunstancias de cada hecho en concreto. Si ello no es posible, no
habrá tipicidad de la tentativa (recordemos que el art. 7 junto al delito en específico
configuran la tipicidad de la fase incompleta).
Ejemplo, para asesinar al decano por los abusos de horario para la toma de
exámenes de grado durante el verano. El profesor decide construir un artefacto explosivo:
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desde ahí comienzan los problemas. ¿Desde qué momento comienza la ejecución del
homicidio? ¿Cuando compró los elementos en la ferretería, cuando va configurándola en el
taxi, cuando ajusta el temporizador o cuando la coloca fuera de la oficina? ¿Cuál de los
hechos externos agrega el contenido decisivo de lesividad a la intención de matar a Jorge?
2) Teoría objetiva de CARRARA. el autor la vida era un fenómeno complejo y había que
distinguir entre la naturaleza unívoca y equívoca del acto, atendiendo a las características
concretas de cada caso en concreto. Los actos unívocos son aquellos que conducen por su
naturaleza a un resultado criminoso (admiten una sola interpretación). Éstos serían actos
ejecutivos y de consiguiente constituirían tentativa. Son meramente preparatorios los
actos equívocos, los que al considerarlos en su objetividad (ante el caso concreto) pueden
o no estar dirigidos al resultado típico: esta eventualidad hace descartarlos de lleno.
3) Teoría material objetiva de FRANK. Es la primera de las teorías que aporta un criterio
material para la distinción, a modo de correctivo de la fórmula BELING. Deriva del
principio de lesividad: el mínimo para castigar una conducta consiste en una puesta en
peligro de un bien jurídico, sin ella, no existe fundamento de incriminación. El inicio de la
puesta en peligro para un bien jurídico es el momento que principia la ejecución de un
delito, como primer momento susceptible de incriminación. Por el contrario si la conducta
no alcanza a poner en riesgo de forma específica el bien jurídico que se pretende afectar,
estamos en presencia de un acto preparatorio.
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Para medir el peligro debe atenderse al hombre medio general ya que nos encontramos en
el ámbito de la tipicidad objetiva: lo que todo hombre en las mismas condiciones pensaría
respecto a la situación. Sin embargo, no existe una posición mayoritaria en la actualidad a
si realmente debe atenderse a criterios más generalizadores o individualizadores de la
misma (conocimiento específico del autor por ejemplo). En todo caso, por su utilidad
práctica, constituye la más aplicada.
4) Teoría material subjetiva (plan del autor). Sostenida por CURY (derivada de las
corrientes finalistas), atiende a cómo el autor pretendía -acorde a su planificación- llevar a
cabo el delito. Debemos identificar dentro de su plan los actos preparatorios de los
ejecutivos, atendida su posición subjetiva. Posteriormente se debe analizar a qué parte
llegó -en los hechos- el autor en su planificación y contrastarlo con el examen subjetivo
precedente.
No permite solucionar con nitidez los casos complejos atendiendo la extrema subjetividad
de su formulación: lo más probable es que el autor guarde silencio en el proceso. La
reconstrucción de la planificación opera con supuestos presuntos sin base material sólida
-prueba indiciaria dirán los tribunales- que a fin de cuentas entrega la solución al
“ojómetro” del juzgador.
El dolo del delito consumado es el mismo que el del delito en tentativa: todos los
elementos más allá de los necesarios para la tipicidad de la tentativa. Es un tipo
imperfecto, es decir, pese a no constatarse el nexo causal y el resultado material, a nivel
subjetivo el dolo sí debe abarcarlos, por consiguiente es necesario acreditar el dolo
concurrente hacia la realización del tipo (conocimiento de los elementos objetivos del tipo
y la voluntad de concretarlo), a pesar de no materializarse en la realidad. También deben
concurrir los elementos subjetivos del injusto que requieren ciertos tipos, como sucede
con el ánimo de lucro en el hurto y robo.
El dolo es idéntico al delito consumado que se intentó: deben ser captados por el dolo
del autor aún cuando no se dieron en los hechos. Ello permite diferenciar las lesiones
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ocasionadas del delito de homicidio propiamente tal al disparar “a matar”: el dolo va más
allá de las lesiones, a modo de fase incompleta que supera lo ejecutado de forma material.
b) Dolo directo. Enrique CURY en forma minoritaria en doctrina limita esta exigencia a dolo
directo, extremando la interpretación de los “hechos directos”, que requieren un
compromiso subjetivo mayor de parte del agente.
1.2.2.4. TENTATIVA INIDÓNEA. Corresponde a los casos en que la tentativa, pese a cumplir
con todos los requisitos de la tipicidad, no tiene posibilidad alguna de consumarse en el delito
intentado, donde caben tres hipótesis:
1) Inidoneidad del objeto. El objeto protegido por el tipo penal no puede ser alcanzado por
la conducta del autor. Por ejemplo, cuando el bien objeto del ataque es inexistente en la
realidad:
2) Inidoneidad de los medios usados para llevarlo a cabo. Los medios empleados por el
autor son totalmente inadecuados para lograr la consumación del delito (pretender hacer
abortar con una infusión de té).
3) Inidoneidad del sujeto. Características del sujeto en los delitos especiales propios: la
cualificación personal para ser titular de la incriminación del delito no concurre en el
pretendido autor.
Diferencia radical con el delito frustrado. La doctrina entiende que la inidoneidad real
y objetiva de estos casos permiten interpretar que no se ha realizado por el autor todo lo
necesario -a su alcance- para ejecutar el delito: ello puesto que se analizan las
posibilidades a nivel objetivo del tipo. Por ende ello permite establecer la inutilidad del
esfuerzo en la tentativa que la diferencia del delito frustrado: “objetivamente” no se hizo
lo necesario para llevarlo a cabo.
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mero desvalor de acción no se puede sancionar, aún cuando lo exteriorizó materialmente pues
no se constata antijuricidad material (no existe desvalor de resultado).
Si un sujeto de 70 años, amante del box y por tanto de las reglas del juego, va
caminando en New York y se topa con Mike Tyson, sumamente molesto por la mordedura de
oreja decide golpearlo con todo su esfuerzo, a pesar de la inidoneidad de medios -sus brazos
son incapaces de afectar la musculatura de Tyson- por qué no se sancionaría: concurre dolo
y todo el esfuerzo físico posible para efectuar un delito. CURY nos dice que es perfectamente
real que en la vida real se den situaciones similares que no parecen tan de laboratorio.
1.2.3. FRUSTRACIÓN. Expresa el art. 7.2. CP que hay “crimen o simple delito frustrado
cuando el delincuente pone de su parte todo lo necesario para que el crimen o simple delito se
consume y esto no se verifica por causas independientes de su voluntad”. El infractor tiene
que haber realizado todo lo que el tipo penal exige de su parte para llevar a cabo el delito,
pese a lo cual el resultado del mismo no se produce por una causa completamente ajena a su
control: una causa independiente de su voluntad.
1.2.3.1. Requisitos para el delito frustrado. En lo esencial, los elementos constitutivos del
delito frustrado son los mismos que los de la tentativa propiamente tal, radicando su
diferencia sólo en el número de actos de ejecución requeridos, en la tentativa, parte de ellos;
en la frustración, todos. Nuevamente el legislador es muy preciso en cuanto a su
configuración, debiendo concurrir:
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único aspecto problemático para configurar un delito frustrado: lograr determinar cuáles
elementos del tipo dependen netamente de la voluntad del autor de los que son ajenos a
su voluntad, siendo los primeros ante los que debe analizarse -desde un plano objetivo- si
empleó todo lo necesario para su realización efectiva.
La estafa consiste un montaje que provoca un error, que a su vez genera una
disposición patrimonial que genera un perjuicio. Cuatro elementos concadenados, pero que
solamente la simulación depende del autor, ya que del error en adelante queda entregado al
azar el desarrollo del tipo. El solo hecho de generar la maquinación ya satisface el delito
frustrado: hizo todo lo que dependía de su voluntad para concretar el resultado.
2) El resultado del mismo debe impedirse por causa ajena a su voluntad. El resultado
no debe producirse por causas ajenas a la voluntad del agente, como sería la eficaz
intervención médica a la víctima de un envenenamiento o la maniobra acrobática de una
víctima circense ante el disparo imprevisto.
Si el resultado se impide por causas relativas a su voluntad, estaríamos ante una situación
de desistimiento de la frustración.
1.2.3.3. El delito frustrado solo puede darse en delitos de resultado. La frustración sólo
es concebible en los delitos que exijan un resultado, entendido como un evento separado de
los actos de ejecución, que pueda o no verificarse después de que el agente ha puesto todo lo
necesario de su parte para que el delito se consume. Por lo mismo no procede respecto a los
delitos formales o de mera actividad (o están en tentativa o consumados).
* Problema con el hurto. Prácticamente la doctrina conteste identifica al hurto como delito
de mera actividad, pero en el CP existe un problema con la regulación de la falta del mismo. El
legislador reguló el hurto frustrado, pasando a llevar dos principios generales: la no
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1.2.4. CONSUMACIÓN. Completitud de todos los elementos objetivos y subjetivos del tipo
penal, siendo la tentativa y la frustración alteraciones a esta regla general.
1) Abandono de la ejecución del delito. Este abandono no debe ser absoluto (en el sentido
de que tal vez en el futuro el sujeto tenga la intención de volver a intentarlo), sino que en
lo referente a la ejecución concreta del delito específico. Renuncia a su prosecución en
concreto.
a) Operación del desistimiento: impunidad del agente. El agente debe ser capaz de
anular completamente la puesta en riesgo en la forma de retrotraer todo el peligro que
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puso dolosamente en marcha. Requiere que el sujeto activo despliegue actos, dirigidos a la
evitación de un resultado -que lo diferencia del desistimiento de la tentativa- ya sea por el
mismo o con la intervención de un tercero (llamada al 131 por ejemplo) siempre cuando
impida de forma real el resultado típico.
i. Atenuante del art. 11 Nº7. La ley valora la actividad desplegada por el autor dirigida
a evitar la producción del resultado otorgando la posibilidad de aplicar atenuante a la
responsabilidad por el delito consumado: “Si ha procurado con celo reparar el mal
causado o impedir sus ulteriores perniciosas consecuencias”.
La enajenación con el decano era tan grande que en vez de una bomba, el profesor se
dirige a la oficina con una pistola, apunta a su corazón y dispara. El proyectil impacta el hombro
y el sujeto queda tendido efectuando gritos de auxilio: el arrepentimiento baja en ese momento
(anécdotas de la infancia, buenos momentos, etc.). El agente llama a enfermería antes que el
decano se ponga azul. Se aplica desistimiento respecto al homicidio, pero al configurarse el tipo
de lesiones en etapa consumada, se castigará a ese título. El bien jurídico ya se lesionó. Si el
intento de violación solo alcanza a ciertos tocamientos lascivos en la víctima y el depravado se
arrepiente justo antes del acceso, no será punible a título de violación, pero si habrá consumado
el tipo de abuso sexual calificado puesto que se consumaron las tocaciones. Si un sujeto se
arrepiente de hurtar un plasma, subsiste su responsabilidad por violación de domicilio.
Si la bomba es colocada por tres sujetos en el decanato y es desactivada por uno solo de
ellos, la excusa legal absolutoria beneficia al arrepentido mientras que los restantes coautores
serán sancionados por homicidio frustrado.
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Parte III
TEORÍA DE LA REACCIÓN PENAL
2) Una consecuencia jurídica principal: la forma de reacción penal que está dada por una
pena o medida de seguridad o corrección.
Cuando una persona comete un delito nace lo responsabilidad penal, que es el deber
del mismo de responder con la consecuencia prevista en la ley por la ejecución del delito. Una
situación de sujeto pasivo desde el punto de vista de la teoría de las normas que está obligado
a cumplir la imputación de la respectiva consecuencia jurídica establecida para el presupuesto
de hecho. Un débito en su patrimonio moral vinculado a la ejecución de un hecho ilícito, que
producto del principio de fragmentariedad se ha elevado a la categoría de bien jurídico
protegido por el Derecho Penal. Pero esta no es la única consecuencia jurídica de la comisión
de un delito.
1.1. El delito como hecho y su captación por múltiples ramas del ordenamiento. El delito
en sí mismo puede tener múltiples relevancias para el ordenamiento jurídico en su amplitud
general -que nada tienen que ver con los fines de la pena- que lo considera como presupuesto
de hecho para atribuir responsabilidades y consecuencias jurídicas distintas a las propias del
Derecho Penal, por ejemplo:
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1) Específicas para cada tipo penal. Estas pueden ser la imposición de una pena
determinada o una medida de seguridad o corrección. El principio de legalidad exige que
esté determinada en cada delito de la parte especial.
1.3. LA PENA. No existe ninguna definición doctrinaria de pena que sea capaz de graficar
todas sus aristas, ya que ni la doctrina como el sistema penal han sido capaces de identificar
claramente los fines propios o sus características esenciales que le sean enteramente
naturales. A nivel general, podemos señalar que son consecuencias jurídicas de la comisión de
un delito, consistentes en la privación de derechos, tendientes a realizar los fines del Derecho
Penal y vinculados a la idea de la autonomía individual (en relación con la culpabilidad).
1.3.1.1. Penas que se reputan de “aflictivas”. Las que tienen una duración superior a 3 años
y un día. Consagrada en el art. 37 CP, señala el precepto que “para los efectos legales se
reputan aflictivas (…)”. La clasificación la recogió nuestro legislador del derecho penal español
y tiene importancia para efecto de otras normas que se remiten a este carácter para efectos no
penales (pérdida de derechos en sede administrativa o a nivel constitucional el no ejercicio de
la ciudadanía) o bien efectos penales, para lo que tendrá que atenderse a la legislación
especial respectiva.
1.3.1.2. Atendiendo a la clasificación legal del delito. La única función de esta ordenación
consiste en que atendida la categoría en que se ubique la pena permite atribuir la misma
denominación al delito de que se trate, que en algunas ocasiones tiene relevancia.
3) Falta. En principio -en la mayoría de los manuales- se establece que son las penas de una
duración menor a 61 días, pero ello es solo un referente genérico. Sin embargo, la opinión
conteste en la práctica y en doctrina es que por motivos de proporcionalidad la duración
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es tan baja que no ameritan privación efectiva de libertad. Sanciones asociadas a los
ilícitos de menor gravedad.
Para saber si se trata de un crimen o simple delito debemos atender a la pena mayor
que está asignada al respectivo delito, y dependiendo de los márgenes entregados por el
legislador para cada tipo en específico sabremos si cabe su castigo a título de crimen.
1.3.1.3. Atendiendo a su naturaleza. Nos referimos al bien jurídico que la pena quebranta.
Toda pena por definición constituye la provocación de un mal en la forma de la privación de
un derecho. La provocación consciente e intencionada de un perjuicio de parte del legislador.
1.3.1.3.1. PENAS DE VIDA: LA PENA DE MUERTE. Esta sanción está prácticamente derogada
en el Derecho Penal chileno, pese a mantener vigencia en delitos militares cometidos en
tiempos de guerra (Código de Justicia Militar). Ello presenta varias particularidades:
EE.UU. y China son los dos únicos países en el mundo que no tienen restricción de la
aplicación de la pena capital en menores de edad.
ii. El texto del instrumento internacional dispone que no se pueden ampliar sus casos de
aplicación desde el momento que “actualmente” se ratifique la CADH. De este modo, al
momento de congelar nuestra legislación seguían vigentes los 39 casos de aplicación
común siendo totalmente legítimo reponer esas hipótesis. Para sus partidarios, el
compromiso internacional fue no ampliar ese número a partir de ese momento, por
cuanto no habrían impedimentos para reponerlos.
Si bien las mociones no fueron exitosas, no es menor que la primera votación haya
tenido un resultado de 20 a 21 votos.
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La crítica más severa fue la construcción del “Valle de los caídos” en España, pueblo
de San Lorenzo por orden de Francisco FRANCO en los años sesenta. Su tumba y la de las
tropas caídas en la guerra civil fue construida con mano de obra penitenciaria (con
descuentos en sus condenas) de propia mano en esta monumental estructura que dio un
ejemplo al mundo del abuso de esta obligación accesoria.
Destino de los ingresos. Una parte del dinero se deposita en una libreta familiar, otra se
acumula en la misma libreta para el momento de su egreso y finalmente una cuota de
libre disposición.
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Estos casos porcentualmente son bastante bajos pese a los intentos de los recientes
Ministerios de Justicia. El gran impedimento es que -de forma bastante acertada- nuestro
reglamento penitenciario reconoce de forma íntegra la relación laboral en todas sus
dimensiones, con las exigencias del CTr: por ejemplo, existencia del IMM (pese a no ser el
ordinario), escrituración del contrato, pago de obligaciones previsionales, rige el despido
causado, etc. Situación que pareciera no agradar al empresariado: no se pueden saltar la
relación laboral ni exenciones tributarias.
iii. Régimen excepcional CET: Centros de educación y trabajo. Regímenes especiales con
internos muy seleccionados que cumplen su condena en recintos muy amplios que
nacieron a modo de “granjas penitenciarias”, consistentes en varias hectáreas que
trabajan los reclusos (con amplias posibilidades de fuga). Pequeñas agroindustrias y
ciertas actividades industrializadas a nivel artesanal. Ha sido una experiencia muy
positiva en nuestro país.
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ii. Permisos de salida. Dominicales, de fin de semana, diarios (el interno tan solo vuelve a
dormir al recinto) y ante eventualidades personales o familiares.
Quien no muestra estas señales de progreso cumplirá buena parte o bien la totalidad de la
condena en la unidad penitenciaria respectiva.
El hecho de que una persona sea capaz de hacer uso responsable de su autonomía en
cuanto respeto por los derechos de los demás y la vida en sociedad, autoadministrando sus
facultades y derechos en un contexto de respeto evidentemente podemos hablar de una persona
que socializa de forma adecuada. La pena en sí misma restringe espacios de ejercicio de
derechos, entrando un tercero –El Estado- a heteroadministrar el ejercicio de los mismos. La
heterotutela impuesta por la pena coarta la autonomía y por tanto implica alejarse de la
socialización normal en lugar de -por naturaleza- socializar al individuo. De ahí viene el hecho
que las escalas de valores e intereses dentro de la cárcel sean distintos, denominado por la
sociología de los años treinta como “subcultura carcelaria”: los internos llevan efectivamente
una valoración distinta de la realidad, “mercados informales” (celulares, droga, etc.). Toda la
forma de vida determina que los sujetos -que se mantienen por mucho tiempo alejados del
núcleo social- se acostumbren a dinámicas en que impera o la fuerza o el Derecho, pero desde
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ii. Su condena debe ser inferior a tres años de privación o restricción de libertad.
iii. Presenta condiciones de socialidad que hacen presumir que en el futuro no volverá
a delinquir.
i. El interno -se supone- está obligado a cumplir con una serie de exigencias que le
impondrá un delegado de libertad vigilada, quien debe acompañar este proceso de
acondicionamiento de socialidad.
ii. Son casos un poco más dudosos que los anteriores, porque aún cuando el sujeto
presenta índices adecuados de socialidad, existen circunstancias que justifican
este acompañamiento a modo de “control de observación” (verificar que ejerza su
trabajo, que asista a los programas de rehabilitación terapéutica, etc.).
iii. Las condenas susceptibles de libertad vigilada van de desde los 2 a los 5 años de
privación de libertad.
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Dicho de otro modo, los delegados deben atender en promedio 90 casos al mismo
tiempo; la reclusión nocturna se cumple en piezas originalmente pensadas para 10 sujetos
donde se deben acomodar 30, etc.
Reforma integral al régimen. Existe un proyecto de ley -en sus etapas finales de
tramitación- donde se incorporan nuevas formas de sustitución de condenas y
complementos a la ley 18.216, como nuevas medidas alternativas (brazalete electrónico),
ampliación de la naturaleza de las medidas, etc.
1.3.1.3.2.5. Particularidad del origen de la ley 18.216. Promulgada el año 1983, precedida
por una gran crisis económica -de cierto modo la más importante desde 1931-que genera en
Chile índices de cesantía alarmantes, que producen en la autoridad militar un profundo temor
de que los niveles delictivos reventaran las cárceles, que ya contaban con niveles de
hacinamiento importantes. En otras palabras, un colapso del sistema penal. Lo que hace el
gobierno es revivir un proyecto del criminólogo Marco A. GONZÁLEZ y promulgarlo como ley
para descongestionar los recintos penitenciarios, tanto sacando gente como impidiendo que
ingresen. Esta es la razón de fondo del porqué no se le otorgó los recursos suficientes a las
unidades de control para que materialmente cumplieran sus fines, sino que constituyó una
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solución pragmática ante el delicado contexto nacional. En los hechos configura una paradoja:
un régimen dictatorial que administra una liberalización u apertura del proceso penal. El
problema fue que recuperada la democracia, nadie hizo absolutamente nada hasta la reforma
en comento que se encuentra en tramitación.
b) Aplicación principal. Atendida la naturaleza misma del delito. Los casos en que se
utilizan de forma principal son los que el contenido del ilícito tiene estricta vinculación
con la sanción: delitos funcionarios; lógico es inhabilitarlos para el cargo o bien delitos de
tránsito o sexuales, etc.
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atentados sexuales contra menores de edad: la imagen perfecta del anciano ceboso, obeso y
calvo que vive para abusar de impúberes, es decir, ni siquiera barrendero cercano a un
colegio.
1.3.1.3.5. PENAS PECUNIARIAS. Recaen por regla general en el patrimonio o propiedad del
condenado e implican la privación del mismo. La más frecuente es la multa, que consiste en el
pago de un porcentaje de dinero en beneficio fiscal de parte del condenado, además del comiso
y la caución (especie de medida de cautela más que sanción penal propiamente tal). La
confiscación consiste en la pérdida de bienes de propiedad del infractor que no forman parte
de la comisión del delito, prohibido expresamente en nuestra CPR con la sola excepción de los
delitos calificados de terrorismo. Una segunda excepción -brindada por la práctica- se refiere
a los bienes de las asociaciones ilícitas, ya que todo lo que se produce después de la
constitución de las mismas, que básicamente -en su fundamento- es una confiscación aunque
realizada a título de comiso, ya que pueden consistir en especies no utilizadas de forma directa
en la ejecución de los delitos por los “asociados” (inmuebles adquiridos al efecto, maquinaria e
insumos, etc.): por la naturaleza ilícita, se confisca todo a través de la figura formal del comiso.
ii. La lógica contraria plantea que existe una reacción social contra el delito, en sede
penal producto de un hecho delictivo para dar garantías de seguridad, cuya ventaja es
la aplicación de las garantías propias del sistema penal (constatación efectiva en
contradictorio de su incapacidad concreta de adaptarse a las normas: hecho típico y
antijurídico efectivo).
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