Kapuscinski

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Los cinco sentidos del periodista Ryszard Kapunscinski

EL OFICIO: LOS PERIODISTAS Y LOS TRABAJADORES DE LOS MEDIOS

Hace 50 años este oficio se veía muy diferente a como se percibe hoy. Se trataba de una
profesión de alto respeto y dignidad, que jugaba un papel intelectual y político. La ejercía un
grupo reducido de personas que obtenían el reconocimiento de sus sociedades. Un periodista
era una persona de importancia, admirada. Cuando andaba por la calle, todos lo saludaban.

Algunos de los mayores políticos del mundo contemporáneo empezaron su carrera como
periodistas y siempre se sintieron orgullosos de ello. El británico Winston Churchill trabajó como
corresponsal en África antes de convertirse en uno de los grandes estadistas del siglo XX; lo
mismo sucedió a algunos escritores como Ernest Hemingway, por ejemplo. Estos grandes
hombres siempre reconocieron que sus carreras comenzaron en el periodismo, y nunca dejaron
de sentirse periodistas. Pero eso cambió en los últimos 20 años, a partir de una tremenda
transformación en las prácticas de este oficio. El periodismo escrito contemporáneo representa
apenas una reducida porción del gran mundo de los medios. En ese campo, que además se halla
en perpetua expansión, nosotros, los periodistas gráficos, ocupamos escaso lugar. Cada día es
mayor el número de quienes se emplean en la televisión, especialmente entre los medios
audiovisuales. A ellos se les aplica la denominación de media worker, ya que eso son
trabajadores de losmedios masivos.

A diferencia de aquel periodista de hace 50 años, este trabajador de hoy es una persona
anónima. Nadie lo conoce, nadie sabe quién es. Eso se debe al cambio más importante que
sucedió en sus rutinas de trabajo: el producto final que crea un trabajador de los medios masivos
no es de su autoría sino que constituye el resultado de una cadena de gente como él que
participó en la construcción de una noticia. Cada noticia que se emite por CNN ha sido trabajada
por 30 o 40 personas anónimas; tanta gente participó en el proceso de transformar el material
que no se puede establecer un autor de aquello que finalmente se vio en la pantalla de
televisión.

Como consecuencia, en esta profesión se perdió algo tan central como el orgullo de lo personal.
Ese orgullo implicaba también la responsabilidad del periodista por su trabajo: el hombre que
pone su nombre en un texto se siente responsable de lo que escribió. En cambio, en la televisión
y en las grandes cadenas multimedia, de igual modo que en las fábricas, esta responsabilidad
personal ya no existe.

UN MUNDO VIRTUAL
Al mismo tiempo, la relevancia de los medios crece a medida que avanza el siglo. Los jóvenes
periodistas que hoy se desempeñan en el pequeño territorio de la prensa escrita van a trabajar
en una civilización donde nuestra tarea importará cada día más por dos razones: la primera,
porque es una profesión a través de la cual se puede manipular a la opinión pública; la segunda,
porque los mecanismos de los medios construyen un mundo virtual que remplaza al mundo real.

La manipulación de los modos en que piensa la gente, una práctica de enorme difusión, se
emplea en numerosos sentidos y medidas. Ya no existe la censura como tal, con excepción de
ciertos países; en su lugar se utilizan otros mecanismos —que definen qué destacar, qué omitir,
qué cambiar— para manipular de manera más sutil. Eso importa a los poderosos de este mundo,
siempre tan atentos a los medios, porque así dominan la imagen que dan a conocer a la sociedad
y operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan.

Con respecto a la construcción del mundo virtual, es valioso recordar que hasta 30 o 40 años
atrás hombres y mujeres conocíamos la historia que nos enseñaban en las escuelas y a través
del relato de nuestras familias, dos vertientes que formaban parte de la memoria colectiva de
las sociedades a las que pertenecíamos. Hoy, en cambio, con el desarrollo de los medios, vivimos
en un mundo donde la historia se ha vuelto doble, donde conviven dos historias simultáneas:
aquella que aprendimos en la escuela y en la familia, de manera personal, y la que nos inculcan
los medios, que fijamos —a veces subconscientemente— a través de la televisión, la radio, los
métodos de distribución electrónica. El gran problema se presenta cuando, con el tiempo, esta
acumulación de construcciones de los medios nos hace vivir cada vez menos en la historia real
y cada vez más en la ficticia. Es la primera vez que algo así ocurre a la humanidad. Enfrentamos
un fenómeno cultural del que no sabemos cuáles podrán ser sus consecuencias.

La revolución de los medios ha planteado el problema fundamental de cómo entender el mundo.


Convertida en una nueva fuente de la historia, la pequeña pantalla del televisor elabora y relata
versiones incompetentes y erróneas, que se imponen sin ser contrastadas con fuentes
auténticas o documentos originales. Los medios se multiplican a una velocidad mucho mayor
que los libros con saberes concretos y sólidos.

Como ejemplo tenemos los trágicos acontecimientos que tuvieron lugar en Ruanda en 1994.
Una de las masacres más grandes del siglo XX sucedió durante tres meses en un país pequeño y
desconocido, muy adentro del enorme continente de África, de estructura sociológica muy
complicada, con una historia cultural y étnica peculiar que muy pocas personas conocían.
También es muy poca la gente que sabe lo que realmente pasó allí: algunos académicos, algunos
especialistas en asuntos africanos. Un grupo muy reducido que quedó ciertamente asombrado
de la falsedad con que se dio a conocer el horror que vivió Ruanda cuando la noticia se difundió
por el mundo.

Millones y millones de personas en todos los continentes aprendieron una historia irreal de esos
acontecimientos a través de las noticias que mostró la televisión. Esa construcción ficticia fue la
única historia que conocimos, la única que hubo y quedó, porque las voces alternativas —los
pocos libros que aparecieron sobre Ruanda de antropólogos, sociólogos y otros especialistas—
no pueden ofrecer la misma accesibilidad que los medios masivos. La gente común conoce la
historia del mundo a través de los grandes medios.

Como ésa, cada vez más historias virtuales ocupan el lugar del mundo real en nuestro imaginario.
Esas manipulaciones nos alejan de las historias y problemas reales que suceden en las diversas
civilizaciones. Vivimos en un mundo de tantas culturas que solamente un reducido grupo de
especialistas es capaz de entender y aprender algo de lo que está pasando. El resto accede al
discurso fragmentado y superficial que los grandes medios condensan en un minuto: se trata de
un problema que seguiremos sufriendo mientras las noticias muevan tanto dinero, estén
influidas por el capital y compitan como productos de los dueños de los medios.

NOSOTROS JUNTO A LOS OTROS

Sin embargo, nada más alejado del sentido básico del periodismo. Lo que nosotros hacemos no
es un producto, ni tampoco una expresión del talento individual del reportero. Tenemos que
entender que se trata de una obra colectiva en la que participan las personas de quienes
obtuvimos las informaciones y opiniones con las que realizamos nuestro trabajo. Por supuesto
que un periodista debe tener cualidades propias, pero su tarea va a depender de los otros: aquel
que no sabe compartir, difícilmente puede dedicarse a esta profesión.

El periodismo, en mi opinión, se encuentra entre las profesiones más gregarias que existen,
porque sin los otros no podemos hacer nada. Sin la ayuda, la participación, la opinión y el
pensamiento de otros, no existimos. La condición fundamental de este oficio es el
entendimiento con el otro: hacemos, y somos, aquello que los otros nos permiten. Ninguna
sociedad moderna puede existir sin periodistas, pero los periodistas no podemos existir sin la
sociedad.

De allí se deriva que una condición fundamental para ejercer este oficio consiste en ser capaz
de funcionar en conjunto con los otros. En la mayor parte de los casos nos convertimos en
esclavos de situaciones donde perdemos autonomía, donde dependemos de que otro nos lleve
a un lugar apartado, de que otro decida hablarnos acerca de aquello que estamos investigando.
Un periodista no puede ubicarse por encima de aquellos con quienes va a trabajar: al contrario,
debe ser un par, uno más, alguien como esos otros, para poder acercarse, comprender y luego
expresar sus expectativas y esperanzas.

El mejor camino para obtener información pasa por la amistad, decididamente. Un periodista
no puede hacer nada solo, y si el otro es la única fuente del material en que luego habrá de
trabajar, es imprescindible saber ponerse en contacto con ese otro, conseguir su confianza,
lograr cierta empatía con él. Durante mi experiencia profesional tuve muchos amigos que
carecían de esta disposición de hacer amigos entre la gente, y tuvieron que dejar el periodismo
porque no pudieron hacer mucho.

Esta característica viene acompañada por uno de los misterios de nuestro oficio: qué pasa
cuando el otro tiene una visión sesgada de los hechos, o intenta manipularnos con su opinión.
Para prevenir esto no existe receta alguna, porque todo depende de las situaciones, que es como
decir de un montón de cosas. La única medida que se puede tomar, si tenemos el tiempo,
consiste en juntar la mayor cantidad de opiniones, para que podamos equilibrar y hacer una
selección.

Por último, conviene tener presente que trabajamos con la materia más delicada de este mundo:
la gente. Con nuestras palabras, con lo que escribimos sobre ellos, podemos destruirles la vida.
Nuestra profesión nos lleva por un día, o acaso por cinco horas, a un lugar que después de
trabajar dejamos. Seguramente nosotros nunca regresaremos allí, pero la gente que nos ayudó
se quedará, y sus vecinos leerán lo que hemos escrito sobre ellos. Si lo que escribimos pone en
peligro a esas personas, tal vez ya no puedan vivir más en su lugar, y quién sabe si habrá otro
sitio adonde puedan ir.

Por eso escribir periodismo es una actividad sumamente delicada. Hay que medir las palabras
que usamos, porque cada una puede ser interpretada de manera viciosa por los enemigos de
esa gente. Desde este punto de vista nuestro criterio ético debe basarse en el respeto a la
integridad y la imagen del otro. Porque, insisto, nosotros nos vamos y nunca más regresamos,
pero lo que escribimos sobre las personas se queda con ellas por el resto de su vida. Nuestras
palabras pueden destruirlos. Y en general se trata de gente que carece de recursos para
defenderse, que no puede hacer nada.

LA FORMACIÓN DEL CAZADOR FURTIVO

Junto a esa sensibilidad es valioso mantener una actitud humilde sobre lo que hacemos porque
en esta profesión la experiencia no se acumula. A diferencia de otras actividades, donde en
ocasiones es posible afirmar que alguien ha conseguido mucho, en el periodismo nunca sabemos
en realidad qué hacer, cómo actuar, cómo escribir. En cada artículo, cada reportaje, cada
crónica, siempre estaremos empezando de nuevo, desde cero. Ni siquiera los libros que
escribimos escapan a esta regla: ninguno nos va a servir mucho para el que sigue. Siempre
estaremos al principio, nunca podremos estar contentos.

En esta profesión los estudios nunca se acaban. En medicina, en ingeniería o en administración


se puede decir que, en algún punto, las carreras terminan; en periodismo esto no es así porque
este oficio se ocupa de nuevos datos, nuevos hechos y nuevos problemas. Mientras el mundo
progresa y se mueve, nosotros estamos dentro de esos cambios porque la sociedad espera que
lleguemos a ella para que contemos qué está pasando, para que interpretemos qué quiere decir
la novedad. Eso nos impone la obligación de estudiar, permanentemente y de todo. El periodista
es un cazador furtivo en todas las ramas de las ciencias humanas.

Antropología, sociología, ciencias políticas, psicología, literatura... Debemos estudiar cualquier


disciplina que necesitemos, porque nuestra profesión es transparente: todos ven cómo
escribimos, es decir, cómo estudiamos, cómo investigamos, cómo reflexionamos. Y el lector vota
cada día sobre nuestra suerte profesional. No cada cuatro o seis años, como les sucede a los
presidentes, sino cada día.

El lector es una persona activa, con sus opiniones y sus preferencias, que compra el periódico y
pierde su tiempo leyéndonos porque confía en que allí va a encontrar respuestas a sus
preguntas. Si no las halla dejará de leer el periódico o al periodista; pero si las encuentra quedará
muy agradecido y con el tiempo empezará a reconocer nuestros nombres. De ese modo
construimos nuestra posición en este oficio.

LOS CONTEXTOS DE NUESTROS TEXTOS

Pero no sólo los periodistas dependemos de los otros para escribir y para que nos lean: también
el texto periodístico depende, como ningún otro, de su contexto. El texto periodístico funciona
en su pleno valor en determinada ubicación y en determinado momento; en otros pierde
muchos de sus valores automáticamente.

En primer lugar existe el contexto de la revista o el periódico para los cuales fue escrito. Cada
medio tiene sus principios y filosofías; también tiene características formales que permiten que
ese texto periodístico se comprenda mejor a la luz de un editorial o de otros textos que
expliquen antecedentes, informaciones complementarias o interpretaciones que quedaron
fuera, ya que no es posible decirlo todo en un artículo.

En segundo lugar cuenta el tiempo: los textos escritos hace tres, cuatro o cinco meses no tienen
el mismo valor que el de ayer. Eso es irremediable. Por eso varios escritores y periodistas tratan
de salvar sus escritos de esa extinción publicando libros, un soporte que da a los textos la
posibilidad de evitar la matanza del tiempo.

También los lectores constituyen el contexto de un texto periodístico. Al escribir nos


preguntamos a quién dirigimos un artículo. Si el lector de un texto sobre el presidente Hugo
Chávez es un venezolano, sería una estupidez llenarlo de detalles que seguramente conoce. Para
quienes vivimos en otros países, al contrario, esos detalles son indispensables si queremos
discutir sobre el artículo.
Por último, un artículo se inscribe en el conjunto de los textos que produce su autor. No
podemos decir mucho de un periodista por un único texto. Hay que relativizar la crítica, porque
un texto es una muestra limitada, pequeña, de un periodista.

Fuente: Fundación para un nuevo periodismo iberoamericano, www.nuevoperiodismo.org.

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