Estudios Sobre Las Mujeres y Las Relaciones de Género em México. Aportes Desde Diversas Disciplinas PDF
Estudios Sobre Las Mujeres y Las Relaciones de Género em México. Aportes Desde Diversas Disciplinas PDF
Estudios Sobre Las Mujeres y Las Relaciones de Género em México. Aportes Desde Diversas Disciplinas PDF
Elena Urrutia
coordinadora
396.972
E82
Estudios sobre las mujeres y las relaciones de género en
México: aportes desde diversas disciplinas / Elena
Urrutia, coordinadora. -- México, D.F.: El Colegio de
México, Programa Interdisciplinario de Estudios de la
Mujer, 2005, c2002.
457 p.: 21 cm.
ISBN 968-12-1051-4
Open access edition funded by the National Endowment for the Humanities/Andrew W. Mellon
Foundation Humanities Open Book Program.
ISBN 968-12-1051-4
Impreso en México
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ÍNDICE
Presentación. Tres lustros de estudios de la mujer, estudios de género en el PIEM
I. ANTECEDENTES
Los textos que aquí se reúnen son algunos de los presentados en el coloquio que tuvo
lugar en El Colegio de México los días 21 y 22 de septiembre de 1998. En esa ocasión
señalé que nada mejor para celebrar los 15 años —y algo más— de vida del Programa
Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM) en El Colegio de México que este
coloquio ti tulado “Tres lustros de estudios de la mujer y estudios de género en el PIEM”.
Porque, en efecto, las primeras acciones del programa se centraron en la investigación y
en los estudios de la mujer, ya desde el antecedente inmediato a su creación, el
seminario “Perspectivas y prioridades de los estudios de la mujer en México”,* celebrado
un-mes antes del inicio de actividades en El Colegio, en marzo de 1983. La creación de
la Unidad de Documentación tenía como una de sus principales tareas apoyar al PIEM
haciendo un inventario de las investigaciones sobre la mujer en México y en América
latina, reuniendo y clasificando material documental así como material hemerográfico
referido al tema. Es preciso destacar el apoyo invaluable que la Fundación Ford dio al
PIEM en sus primeros años.
Muy pronto, en junio de 1983, se iniciaron las sesiones periódicas del Seminario
Permanente del PIEM, los miércoles cada 15 días, cuyo objetivo era reunir a
investigadoras de El Colegio de México y de otras instituciones para conocer, confrontar
y discutir trabajos, proyectos, estudios e investigaciones sobre la mujer desde diversas
disciplinas. Se acercaban al seminario, además, personas que requerían asesoría u
orientación en sus tesis o investigaciones, no sólo residentes de la Ciudad de México
sino también de estados cercanos. Entre las primeras exponentes tuvimos a Lourdes
Arizpe: “La mujer campesina y la crisis agraria en América Latina”; María Elena
Querejazu: “Trabajo campesino en Bolivia”; Lucila Díaz Róner y Alejandra Massolo: “La
participación de las mujeres en las luchas urbanas populares”; Orlandina de Oliveira y
Brígida García: “Mujer y familia urbana”; Esperanza Tuñón: “La lucha de las mujeres en
los años 30 en México”; Soledad Loaeza: “Los efectos de la participación política
femenina”; Graciela Hierro: “La educación de la mujer en la utopía clásica”; Mercedes
Pedrero: “Requerimiento de información estadística para estudios de la mujer”. No es mi
deseo fatigar con la relación completa del “Seminario permanente”. Sólo he querido
referirme a las sesiones que se desarrollaron en ese primer año y que marcaron desde
sus inicios la vocación interdisciplinaria y multidisciplinaria del PIEM. Por otra parte, en
conferencias, ciclos de conferencias y mesas redondas nos acercamos también a la
literatura, la historia, las políticas públicas orientadas a la mujer…
El exiguo número del equipo del PIEM al cabo de su primer año de vida —a principios
de 1984 contaba con una coordinadora, una asistente de medio tiempo y una secretaria,
una encargada de la Unidad de Documentación con una asistente también de medio
tiempo y una secretaria— dio pie para que el PIEM se enriqueciera con el concurso de
investigadoras e investigadores del propio Colegio de México y de alguna otra
institución académica. Fue así que se constituyó el Consejo Consultivo integrado en sus
inicios por Lourdes Arizpe, Flora Botton, Orlandina de Oliveira, Vivianne Brachet,
Francisco Giner de los Ríos y Rodolfo Stavenhagen. Participarían también Brígida
García, Vania Salles, Antonio Yúnez, Anne Staples, María Luisa Tarrés, Beatriz Mariscal,
Kirsten Appendini, Sergio Aguayo.
La experiencia inicial del “Seminario permanente” que permitió reunir a
investigadoras e investigadores de diversas disciplinas en un foro para exponer, discutir
y confrontar sus investigaciones y experiencias de estudio, llevó de una manera natural
a la creación de talleres especializados que a su vez, de manera natural, llevaban
directamente a la investigación y, después, a la publicación de libros. Así, incluso antes
de cumplir el PIEM su primer año, se puso en marcha el taller sobre “Economía
campesina, desarrollo agrario y participación de la mujer”, coordinado por Lourdes
Arizpe y Soledad González. El taller coordinado por Orlandina de Oliveira sobre
“Familia, mujer y organización doméstica” estuvo en la base de la concreción de uno de
los primeros libros del PIEM: Trabajo, poder y sexualidad. “La mujer en la historia de
México” fue el ta11er coordinado por Carmen Ramos, y dio lugar al libro Presencia y
transparencia: la mujer en la historia de México. Aralia López y Ana Rosa Domenella
crearon el taller “La narrativa femenina mexicana del siglo XX”. Poco después habría de
constituirse el “Seminario de crítica literaria feminista” coordinado por Luzelena
Gutiérrez de Velasco. Otro taller se echó a andar, el de “El habla de la mujer”,
coordinado por Wendy Wilkins. Después de estos talleres fundantes, algunos más se
establecieron. Entre tanto, y por haber cumplido con su ciclo natural de vida, una vez
creados los talleres del PIEM, el “Seminario permanente” concluyó en junio de 1984.
Los talleres se complementaron con cursos de un semestre o un año de duración.
Brígida García, María Luisa Tarrés, Aralia López, Mercedes Barquet, Elsie McPhail,
entre otras, los impartieron, sentando las bases del programa docente del PIEM que
cristalizó en nuestro posgrado, el Curso de Especialización en Estudios de la Mujer y
Relaciones de Género.
Cuando se tiene la curiosidad de echar una mirada al catálogo de las publicaciones del
PIEM se puede advertir la fecunda contribución del Seminario Permanente, de los
talleres y cursos, a los estudios de la mujer y las relaciones de género, y no nada más en
aquellos realizados en esta institución sino en muchas otras. Los dos primeros años —y
quiero referirme estrictamente a la investigación y no a la docencia o a la difusión—, el
PIEM apoyó las investigaciones de Luz de Lourdes de Silva sobre “Algunas características
de la participación de la mujer en la élite política institucional mexicana en el periodo
1982–1984”; la de Soledad González Montes sobre “Familia, ciclo doméstico, mujer y
herencia en el municipio del Valle de Toluca 1890–1983”, posteriormente “La herencia
de la tierra en pueblos campesinos y la posición de la mujer: problemas e hipótesis”, y
poco más adelante “La violencia en la vida de las mujeres campesinas: el distrito
deTenango del Valle, Estado de México, 1880–1910”. La de Dora Rapold: “Condiciones y
formas de organización económica y política de las mujeres campesinas en México”,
habría de ser una de las primeras investigadoras que desde el extranjero se acercaron al
PIEM; también trabajó sobre “la mujer joven refugiada en la Ciudad de México”. Por
último, Jennifer Pearson, investigadora visitante, procedente de Berkeley, emprendió su
investigación sobre “Mujeres y sus familias en las cárceles de México”, directo
antecedente de nuestra investigación, años después convertida en el libro: Las mujeres
olvidadas. Un estudio sobre la situación actual de las cárceles de mujeres en la
República mexicana, de Elena Azaola y Cristina José Yacamán.
Este apoyo a investigaciones nos condujo a establecer nuestro Programa de
Financiamiento a Investigaciones y Becas para Tesis de Maestría y Doctorado, concurso
que desde un principio y hasta la fecha ha contribuido a impulsar y estimular la
investigación sobre la mujer en todo el país. El mismo día en que se inauguró el coloquio
“Tres lustros…”, quedó instalada la decimotercera promoción 1998–1999 con el apoyo
en esa ocasión a 13 investigaciones. Gracias a la creatividad y al trabajo de Julieta
Quilodrán, Luz de Lourdes de Silva, Vania Salles, Elsie McPhail, Flora Botton, Soledad
González, Dalia Barrera y Marta Torres, sucesivamente, secundadas por Verónica
Devars, este programa ha contribuido, además, a fortalecer de una manera consistente
nuestro acervo bibliográfico, resultado directo de la investigación: 11 publicaciones dan
fe de ello, sólo hasta el momento de este coloquio en 1998. Cabe destacar la importancia
que ha tenido este programa de apoyo académico y financiero a la investigación para
legitimar y fortalecer en todo el país la investigación sobre la mujer y las relaciones de
género.
Éste no es el lugar para destacar los otros dos pilares importantes del PIEM, la
docencia y la difusión; sin embargo, valga nuestro reconocimiento de modo particular a
Mercedes Barquet, que desde sus inicios ha estado en la concreción de nuestro
posgrado, el Curso de Especialización en Estudios de la Mujer que en julio de 2000
concluyó su quinta generación, y hasta la fecha cuenta con 68 egresadas. Nuestro
reconocimiento también a Brígida García, Aralia López, Beatriz Mariscal, Alejandra
Massolo, Julia Tuñón, Florinda Riquer, Estela Serret, María Luisa Tarrés, Kirsten
Appendini, Mercedes Pedrero, Alicia Martínez y tantas más que han contribuido a
acrecentar y fortalecer esta área del conocimiento relativamente nueva.
En el campo de la docencia es preciso señalar que desde 1989 y hasta la fecha, el PIEM
lleva a cabo año con año su Curso de Verano para nacionales y extranjeras (os).
No quisiera dejar de mencionar esa otra vía de investigación que el PIEM ha abierto
junto con el Centro de Estudios Sociológicos (CES) y el Centro de Estudios Demográficos
y de Desarrollo Urbano (CEDDU) de El Colegio de México: el programa “Salud
reproductiva y sociedad” con la participación de Susana Lerner, Ivonne Szasz, Juan
Guillermo Figueroa, Soledad González, Irma Saucedo y Claudio Stern.
NOTAS AL PIE
*
De cuyo contenido da cuenta el primer artículo de este libro, “Estudios de la mujer. Antecedentes
inmediatos de la creación del PIEM. Perspectivas y prioridades de los estudios de la mujer en
México”.
I. ANTECEDENTES
ESTUDIOS DE LA MUJER. ANTECEDENTES
INMEDIATOS A LA CREACIÓN DEL PIEM.
PERSPECTIVAS Y PRIORIDADESD E LOS ESTUDIOS
DE LA MUJER EN MÉXICO
ELENA URRUTIA
Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer,
El Colegio de México
En el seminario de 1983 se afirmó que los estudios sobre este tema deben señalar
específicamente a la mujer como objeto de estudio para evitar caer en generalidades, y
se indicó que surge como objeto de estudio, no sólo por su relevancia en el ámbito
feminista, sino como una necesidad para comprender y analizar la participación de los
miembros de la familia en el mercado de trabajo. En el estudio de la familia se consideró
que era necesario analizar no solamente el nivel de la unidad doméstica sino su
vinculación con el Estado, con la economía y con la sociedad civil. Se definió la unidad
doméstica con base en el proceso de producción y reproducción social y se señaló que
las actividades reproductivas recaen sobre todo en la mujer.
Se consideró como un punto importante de investigación el de la familia y el consumo:
¿qué, cómo y por qué se consume?, ¿el consumo significa poder para la mujer?, ¿hay
acceso a créditos, hecho crucial en épocas de crisis? En épocas de deterioro salarial y de
desempleo se vuelve más importante el área de decisión de la mujer que rebasa a la
familia, ya que entonces la mujer se vincula con otros grupos de parentesco y de
vecindad para tener acceso a la ayuda mutua, al crédito y a los servicios sociales. Se
señaló como tema importante de investigación la dinámica dentro de la familia, que
puede contener elementos de solidaridad y de conflicto, y se añadió la importancia de
analizar el ciclo de vida de la mujer y cómo ha cambiado el significado de cada una de
estas etapas del ciclo en distintos periodos históricos.
Se señaló también como tema relevante la relación de la mujer con el Estado por
medio de la familia y vinculada con la legislación sobre matrimonio, hijos, divorcio. Se
recomendó analizar también la relación de la unidad familiar con la escuela, con la
Iglesia y con las asociaciones de vecinos y de colonos. Finalmente se destacó que el
punto clave para una perspectiva feminista en la investigación es considerar a la mujer
como agente de transformación y no como un ente pasivo afectado por los fenómenos
sociales.
En el seminario que nos ocupa se afirmó que es importante abordar los estudios sobre la
mujer indígena tomando en cuenta su vida cotidiana como base o guía de la descripción
de sus situaciones de vida, ideas y actitudes, ya que esos puntos servirían como
elementos de análisis para comprender la posición de las mujeres dentro de su
comunidad. Por ello se indicó que era importante que los estudios sobre mujeres
indígenas debieran dedicar una parte considerable de sus resultados a dar cabida a los
testimonios de las mujeres, lo que significaba recuperar su expresión directa
constituyendo también una forma en que ellas pudieran hacerse oír directamente, toda
vez que los testimonios reflejaban con claridad el modo en que ellas percibían su
realidad.
Se señaló que la posición de la mujer indígena había sido definida a lo largo del tiempo
por la de los indios colonizados, y que por lo tanto vivía en una situación de doble
opresión: como indígena y como mujer indígena, lo que imprimía a su problemática
características particulares y, por ende, al modo de enfocar el estudio sobre su
condición.
Mujer, empleo y mercado de trabajo
Éste fue otro tema señalado como prioritario en el seminario de 1983. Se dijo que desde
el punto de vista de la investigación, existe una regularidad estadística en la educación
de las mujeres que valdría la pena analizar con mayor profundidad, ya que éstas
representaban 30% del estudiantado y los hombres 70% a partir del nivel de
preparatoria, y que continuaba en la misma proporción en el ingreso a la universidad,
entre los becarios y los profesionistas. Se señaló que lo anterior podía apuntar al hecho
de que el gran filtro que excluía a las mujeres de la educación superior era el nivel de
secundaria, ya que a partir de ahí ingresaban mucho menos mujeres que hombres. Se
señaló como problema para analizar en el estudio de estos grupos de mujeres el hecho
de que toda la interpretación de sus problemas laborales, sociales o familiares se
formulaba en términos personales, individuales. En la discusión que siguió se destacó el
hecho de que entre la mujer y la familia surgía otra unidad intermedia de análisis: la
pareja cuando no tiene hijos o cuando éstos ya se han ido, y era en tales parejas donde
resultaba posible observar una separación entre convivencia y compañerismo, entre
compañerismo y reproducción, hecho que permitiría aclarar algunos de los procesos que
en una familia completa se hallan entremezclados.
También sobre este tema se hizo hincapié en 1983 en la necesidad de realizar estudios
sobre la condición femenina en relación con las políticas sociales, para poder
comprender y estructurar mejor esas políticas. Así, el estudio de la mujer no debía
conformarse con ser una especialidad descontextualizada sino que debía constituir una
avenida fructífera hacia la reformulación de los problemas de nuestra sociedad. Se
analizó también la medida en que nuestro conocimiento de la situación social de la
mujer en México afectaba el proceso de generación, formulación, ejecución e
institucionalización de políticas públicas de carácter social.
Se señalaron algunas áreas de estudio sobre la mujer y las políticas sociales del
Estado:
1. La participación de la mujer en las diferentes etapas de formación de las políticas
sociales, y la identificación de los sesgos y distorsiones, originados por la falta de su
participación en la definición de los problemas y en la alta jerarquía de aplicación de
estos problemas.
2. El análisis de la definición e imagen implícita de los(as) beneficiarios(as) de las
políticas sociales.
3. El impacto real del sesgo sexista de las políticas sociales en proyectos particulares
aplicados hacia la familia, la calificación familiar, la salud materno-infantil, etcétera.
4. La forma de utilizar a las mujeres para neutralizar los programas sociales. El hecho
por ejemplo de dar la dirección de programas de poco peso político a mujeres. Sugería la
ponente hacer un estudio de las historias de vida de las mujeres involucradas en la
aplicación de programas públicos.
Se destacó sin embargo que el hecho de que fueran mujeres las que dirigieran los
programas sociales, no aseguraba un verdadero interés por mejorar la situación de la
mujer.
Las luchas de las mujeres urbanas para tener acceso a los servicios
públicos
Sobre este tema, en el seminario de 1983 se señaló que se había dado poca importancia
a la participación de la mujer en las luchas urbanas —sobre todo en el movimiento
urbano-popular— y que sólo recientemente se empezaba a tomar conciencia de la
necesidad de entender su participación en esos movimientos. Esta paradójica
“visibilidad-invisibilidad” de las mujeres se había traducido en una debilidad o, incluso,
en una exclusión de ellas como sujetos sociales, del marco de análisis de los
movimientos sociales urbanos y de la organización capitalista del espacio urbano.
Se consideró que la vía metodológica para abordar este tema debía ser la
reconstrucción de la memoria colectiva de las luchas urbanas, a partir de las
experiencias vividas por las mujeres, lo que permitiría formular interrogantes sobre la
presencia, ubicación, papel y prácticas colectivas de las mujeres en el movimiento
urbano popular. Esta metodología posibilitaría la comprensión del significado e
implicaciones de la participación de las mujeres en movimientos urbanos populares, y de
si éstos constituían alternativas de aprendizaje político o de nuevas formas de
socialización que permitieran a las mujeres acceder a una mayor conciencia como
mujeres y como clase subalterna que habían sido en la formación social donde se
desenvolvían.
En el seminario que se llevó a cabo en 1983 se señaló que las relaciones del Estado con
la sociedad civil podían ser de cooptación o de participación, y que en México la
dinámica que habían seguido había sido que las instituciones actuaran sobre la sociedad
civil. A partir de la plataforma política de 1917 se había sustentado esta relación
solamente por medio de las elecciones. Los mecanismos de actuación institucional
proveían varias formas de inserción de grupos: orgánicas con inserción en distintos
escalones, y coyunturales por la petición concreta popular. No había mecanismos de
participación de la sociedad civil, sino solamente elementos programáticos de inserción
sin que pudieran determinar el ejercicio del Estado. Se opinó que en México era mínimo
el peso de la sociedad civil en el Poder Legislativo, con un partido dominante y una
estructura de presidencialismo.
Sin embargo, había ejemplos de inserción de la sociedad civil: la legislación laboral
tomaba en cuenta la participación de los sindicatos y la legislación agraria también
consideraba la representación y participación de los representantes campesinos. Pero la
participación dependía del grado de organización de las asociaciones de la sociedad
civil. A este respecto se cuestionó cuál había sido el proceso de organización en la
sociedad mexicana para corresponsabilizarse con el Estado y con el papel de los partidos
en la organización; y cuáles habían sido las organizaciones de masas que habían podido
involucrarse en proyectos gubernamentales; también se preguntó sobre la posibilidad de
influencia en el gobierno de las organizaciones de mujeres o de las organizaciones de
clase con una línea de participación de las mujeres.
Se señaló que las mujeres en México no tenían una tradición de lucha, ni mecanismos
formales, ni legitimación de esta lucha, lo que planteaba mayores dificultades para su
organización. Finalmente se afirmó que además de tener identificada la problemática de
la mujer, era necesario integrar las organizaciones que pudieran influir, como serían los
partidos políticos. La respuesta tendría que ser con programas específicos hacia la
mujer que representaran las necesidades de la mayoría de las mujeres. No existía en esa
época una política del Estado para la participación de la mujer en el desarrollo, sino
programas circunstanciales, pilotos o experimentales, de menor impacto.
La mujer y la salud
La mujer y la sexualidad
En el seminario de propuso también la investigación sobre sexualidad. Se planteó que es
común encontrar definida la sexualidad únicamente como función fisiológica referida a
la respuesta sexual humana y a la reproducción, y se propuso que se definiera en otros
términos, como un sistema de erotismo del que se deriva la sexualidad.
Se comentó que con frecuencia en los estudios que se habían realizado sobre uso de
anticonceptivos, los mismos investigadores tenían un sentimiento de vergüenza y de
rechazo hacia los datos sobre sexualidad y, por lo tanto, en ocasiones carecían de
seriedad.
Los temas propuestos para investigar en esta área fueron:
1. Sexualidad y relaciones de poder intrafamiliares.
2. Identidad sexual —de género y de orientación del deseo—, roles sexuales y
socialización sexual.
3. La sexualidad como violencia.
4. La violencia intrafamiliar: psíquica, física y sexual.
5. El hostigamiento sexual en el trabajo.
NOTAS AL PIE
1
Véase el documento “Relatoría del seminario “Perspectivas y prioridades en los estudios sobre la
mujer en México”, México, 1983.
2 Para mayores detalles véase la revista fem núm. 5, correspondiente a los meses deoctubre-
diciembre de 1977.
3
Para mayores detalles véase la revista fem núm. 21 correspondiente a los meses defebrero-marzo
de 1982.
II. TRABAJO FEMENINO
CAMBIOS Y CONTINUIDADES EN EL TRABAJO, LA
FAMILIA Y LA CONDICIÓN DE LAS MUJERES
MARINA ARIZA
Instituto de Investigaciones So dales,
Universidad Nacional Autónoma de México
ORLANDINA DE OLIVEIRA
Centro de Estudios Sociológicos,
El Colegio de México
INTRODUCCIÓN
La preocupación por las estrategias de sobrevivencia surgió en América Latina hace por
lo menos dos décadas guiada por la necesidad de conocer cómo los sectores pobres o
marginales enfrentaban la situación de pobreza en el contexto de expansión de las
economías latinoamericanas. Desde el paradigma histórico estructural entonces en
boga, se criticaba la eficacia de las políticas de desarrollo para garantizar la
reproducción de los individuos y sus familias,12 destacando el carácter dependiente de
las sociedades latinoamericanas.
En las estrategias de sobrevivencia, las familias (o unidades domésticas) son
concebidas como agentes activos cuyos integrantes despliegan acciones en favor de la
reproducción del grupo doméstico. El concepto de reproducción abarca diferentes
ámbitos de la vida familiar: la manutención cotidiana, la generacional, y el
establecimiento de redes sociales.13 El trabajo extradoméstico forma parte de las
estrategias familiares llevadas a cabo para contrarrestar los efectos de los bajos salarios
sobre el nivel de vida de las clases medias y populares urbanas.14 Dichas estrategias
engloban, entre otras acciones: la participación en la actividad económica, la producción
de bienes y servicios para el mercado o el auto-consumo, la migración laboral y la
activación de las redes familiares de apoyo.
El trabajo femenino es una estrategia familiar más de generación de ingresos. Se trata
de un recurso del que la unidad familiar echa mano siempre que la situación económica
lo amerita; recurso que tiene por tanto un carácter estratégico y coyuntural. Años
después estas mismas relaciones serían examinadas de manera más rigurosa al aplicar
modelos estadísticos para evaluar el peso relativo de los distintos factores que inciden
sobre la participación económica femenina o sobre la formación del ingreso familiar
(Christenson, García y Oliveira, 1989; Cooper et al., 1989; García y Pacheco, 1998;
Rubalcava, 1998; Cerrutti, 1997). En los años de crisis y reestructuración económica
resurge el interés por las estrategias de sobrevivencia, pero ampliado para incluir a los
sectores medios empobrecidos.
Tal y como fueron empleadas, las nociones de estrategias y sobrevivencia suscitaron
inicialmente una gran controversia. Se cuestionaron varios aspectos: primero, el
supuesto de que los miembros del hogar actúan como una unidad en la que la diversidad
de intereses, derechos y obligaciones de los integrantes, las tensiones y conflictos
intrafamiliares quedan ocultos bajo la acción solidaria y cohesionada del grupo
doméstico; segundo, la idea de que las decisiones sobre cómo obtener los recursos
(monetarios y no monetarios) son compartidas por los diferentes miembros del hogar;
tercero, la imputación de una determinada intencionalidad a los actores sin ponderar el
significado que ellos atribuyen a sus prácticas, y cuarto, la no consideración del trabajo
reproductivo necesario para la reposición de la fuerza de trabajo (incluyendo la crianza y
la socialización de los hijos).15
Hoy en día, sin embargo, el concepto de estrategia ha sido reformulado. No implica ya
una planeación racional, sino más bien una elección entre alternativas disponibles que
deja un cierto margen de acción a quienes se enfrentan a ellas. La noción de
sobrevivencia se reserva para los sectores más desposeídos de la sociedad, mientras el
concepto de estrategias familiares de vida (o estrategias de reproducción) se utiliza para
los diferentes sectores sociales (véase por ejemplo, Torrado, 1985; Margulis, 1989).
La familia como mediación en el estudio del trabajo femenino
Como hemos visto, diversos son los aspectos que intervienen en las posibles
consecuencias del trabajo extradoméstico sobre la condición de las mujeres. Están, por
un lado, aquellos relacionados con las características del mercado de trabajo y la
inserción que las mujeres logran en él; por otro, los relativos a los cambios que la
actividad laboral es capaz de ocasionar en la organización familiar y en las relaciones de
pareja. Retomamos a continuación el debate más amplio acerca de las consecuencias
globales del desarrollo socioeconómico sobre la situación de las mujeres, deteniéndonos
en las principales formulaciones al respecto.
Para la teoría de la modernización, el primero de los grandes planteamientos sobre el
tema, el desarrollo sólo podía acarrear consecuencias positivas para la situación de la
mujer mediante su integración a la sociedad moderna. El tránsito a la modernidad
implicaría, por un lado, la reducción de la pauta de fecundidad prevaleciente en las
sociedades tradicionales, independizando a la población femenina de las ataduras de una
vida centrada en la reproducción. Por otro, la adquisición de los valores propios del
ethos moderno (asertividad, motivación de logro, competitividad, etc.) ampliaría en un
horizonte no muy lejano sus oportunidades de crecimiento y movilidad social. En virtud
de un proceso sostenido y acumulativo de cambio socioeconómico las mujeres quedarían
gradualmente integradas a la sociedad moderna. Desde esta posición la mujer constituía
un recurso insuficientemente aprovechado que el proceso de modernización debía
capitalizar (Graciarena, 1975, citado por León, 1982), y era precisamente el trabajo —la
participación económica en el mundo extradoméstico— el vehículo por excelencia para
alcanzar la integración social de la mujer, con un potencial liberador para ella. Dicha
integración erosionaría la subordinación femenina característica del mundo tradicional,
en el que primaban el autoritarismo, la desigualdad y la dominación masculina
(Jacquette, 1982; Souza Lobo, 1992; Benería, 1994).33 Se afirmaba incluso que, bien
vistas las cosas, el proceso resultaba aún más beneficioso para las mujeres que para los
hombres, puesto que eran ellas las que se encontraban más limitadas por la adscripción
a las posiciones y valores sociales propios de la sociedad tradicional que mermaban su
potencialidad (Jaquette, 1982).
Los planteamientos feministas se levantaron sobre un fuerte cues-tionamiento de estas
presunciones. A principios de los setenta se formula un contundente mentís a las
mismas: lejos de beneficiar a la mujer, el proceso de desarrollo ocasiona las más de las
veces una pérdida relativa de estatus para ellas; abre oportunidades diferenciales para
unos y otras que suponen un deterioro de la posición relativa de las mujeres frente a los
hombres al devaluar las actividades que realizan y restringir simultáneamente las
opciones económicas disponibles. La introducción de la tecnología moderna y la
economía monetaria, se señala, sólo favorece a los hombres al tiempo que incrementa la
carga de trabajo de las mujeres, tanto en su calidad de trabajadoras eventuales como
familiares. En este aspecto, la discriminación en el acceso a la capacitación ensancha la
brecha en los niveles de calificación de la fuerza de trabajo masculina y femenina, y
aumenta los diferenciales en los ingresos y retribuciones que perciben (Boserup, 1970,
1990; Tinker, 1976, 1990).34 La imagen dejaba sin sustento el optimismo complaciente
de la teoría de la modernización.
A partir de esta posición se resalta la existencia de una asociación negativa entre el
desarrollo socioeconómico de un país (su modernización) y el correspondiente
crecimiento social, económico y psicológico de la población femenina. Se destaca el
efecto adverso del desarrollo en las mujeres, no porque no les trajera beneficios, sino
porque éstos se convertían en pérdidas netas al contabilizar las ganancias obtenidas por
los hombres (Tinker, 1976; Blumberg, 1976; Mead, 1976).35 En oposición a la visión
integracionista de la perspectiva de la modernización, esta posición de la marginación
sostiene que el proceso de desarrollo quebró la complementariedad entre el trabajo
femenino y el masculino inherente a la sociedad tradicional, en virtud de la cual ambos
realizaban contribuciones significativas a la economía familiar. A esta contribución
correspondían un estatus y un reconocimiento sociales que, al menos en el caso de la
mujer, quedarían sin efecto una vez desencadenado el proceso modernizador. Si bien es
cierto que el cambio socioeconómico tuvo una repercusión diferencial sobre la población
masculina y femenina, ésta distaba mucho del sentido que le atribuyen los
integracionistas: abrió oportunidades para los hombres pero relegó a las mujeres al
mundo doméstico y de la subsistencia, profundizando su dependencia respecto del
ingreso monetario del varón (Tiano, 1984; Blumberg, 1991; Rodgers etaL, 1995;
Acevedo, 1995). Así, frente a la apuesta de la integración económica para elevar el
estatus de la mujer, se sostenía que la incorporación al trabajo extradoméstico había
menoscabado el estatus de la mujer en la medida en que había tenido lugar de forma
marginal e inequitativa, con una escasa participación de ellas en los beneficios del
desarrollo (Tinker etaL, 1976; León, 1982).36
Una apreciación menos desalentadora de esta misma corriente, afirmaría poco
después que el desarrollo había ocasionado tanto pérdidas como ganancias en la
condición socioeconómica femenina, siendo éste el resultado esperado de un proceso
desigual de cambio y transformación económica (Deere, 1977). De acuerdo con esta
posición, quedaban pocas dudas acerca de la superioridad de la relación salarial
respecto de la demanda ilimitada de tiempo sobre las mujeres en sociedades con
predominio de relaciones serviles. Se reconocía, no obstante, que a la mejoría
económica no había correspondido una elevación del estatus femenino, aunque sí un
mayor espacio de autonomía,37 reclamo que se ha mantenido vigente hasta nuestros días
(Babb, 1990).
Una tercera vertiente puso el acento en las condiciones de explotación a que el
proceso conduce, proporcionando una visión menos esperanzadora aún que la
perspectiva de la marginación. Con raíces en el pensamiento marxista, destaca la
funcionalidad del trabajo femenino (en especial el familiar no remunerado), y del modelo
tradicional de familia nuclear para la acumulación capitalista. En la medida en que el
trabajo de las mujeres en el ámbito familiar permite absorber parte de los costos de
reproducción de la fuerza de trabajo, deprime los salarios y asegura a los empresarios
márgenes más elevados de ganancia. Un papel similar se adjudica a la dimensión
extradoméstica del trabajo femenino, por su peso en la conformación de un “ejército
industrial de reserva”. A su vez, la rígida división sexual inherente al modelo tradicional
de familia nuclear que convierte a las mujeres en amas de casa y a sus maridos en
asalariados y proveedores del hogar, fortalece las relaciones capitalistas de producción
al proporcionar una fuerza de trabajo “libre” —la masculina— y una cantidad
imponderable de trabajo doméstico femenino que asegura su reproducción. Pero la
funcionalidad del trabajo femenino no reside únicamente en este aspecto, sino en el
hecho de que por su baja calificación y el condicionamiento de la esfera doméstica,
constituye una fuerza de trabajo barata a la que se puede explotar y ubicar en espacios
ocupacionales segregados, a la vez que retribuir con salarios inferiores a la media.
Desde este punto de vista, capitalismo y patriarcado se refuerzan necesariamente
(Tiano, 1994).
La preocupación acerca de las implicaciones del trabajo extradoméstico para la
condición femenina adquiere una formulación distinta en años recientes cuando se
reconsideran y se amplían los planteamientos iniciales. La mirada se desplaza de la
mujer hacia la construcción de géneroy y del desarrollo económico hacia el conjunto de
ejes de diferenciación social. Varios son los elementos distintivos de la nueva
aproximación. En primer lugar, el análisis de la subordinación trasciende la esfera
económica para abarcar todos los ámbitos de interacción en que participan las mujeres,
desde la arena política a la cultural, hasta los procesos de construcción de la
subjetividad y de la identidad. El examen de la participación económica femenina, tópico
por excelencia de las preocupaciones teóricas iniciales, se acota como una más de las
problemáticas que comprende el estudio de la condición femenina, y sus posibilidades de
empoderamiento.
En segundo lugar, la superación del economicismo implicó renunciar a las
desmesuradas expectativas cifradas en el trabajo como vehículo de transformación,
supuesto no pocas veces compartido por las diversas perspectivas. Se reconoció
entonces que su ejercicio podía propiciar circunstancias favorables para una mayor
autonomía femenina —siempre que confluyeran también una serie de procesos afines—,
pero que constituía en verdad una condición necesaria si bien no suficiente para la
misma. Antes bien, el trabajo podía sumarse negativamente a la carga doméstica de las
mujeres profundizando la subordinación. Más importante aún, en el caso de que las
tuviera, las potencialidades de empoderamiento derivadas del trabajo quedaban sujetas
al sentido que tomaran otras dimensiones no menos relevantes, a las que en adelante se
implicaría necesariamente en el análisis: valores, representaciones, identidad; pautas
institucionales que enmarcan las relaciones entre los hombres y las mujeres.
En tercer lugar, la adopción de una perspectiva de género, significó un paso decisivo
en la nueva aproximación. Permitió unificar en un corpus teórico coherente la diversidad
de situaciones de inequidad en que se encontraban las mujeres; arribar a un principio
estructurador de estas diferencias en los diversos ámbitos sociales. La reflexión sobre
las consecuencias del cambio socioeconómico para la condición femenina desde esta
perspectiva, condujo a reconocer entre otras cosas el carácter sistémico y
multidimensional del problema que se complicó considerablemente. No se trata en
adelante de la mujer o las mujeres como entes individuales que padecen la
subordinación, sino del modo en que procesos de diversa índole y aliento implicados en
la estructuración de esta forma de desigualdad, tanto de naturaleza socioestructural
como sociosimbólica, se modifican, refuerzan o desaparecen, al calor de las
transformaciones propiciadas por el cambio económico. Implica destacar también la
dimensión relacional del problema —las mujeres en su interacción con los varones y
éstos como coproductores de las relaciones de género— e incluir los demás ejes de
diferenciación con los que problemáticamente se articula (Ariza y Oliveira, 1996).
CONSIDERACIONES FINALES
A lo largo del presente texto hemos echado una mirada no exhaustiva a las distintas
facetas desde las cuales puede analizarse el trabajo de la mujer. Por un lado, los factores
contextúales que enmarcan su creciente presencia en los mercados de trabajo; por otro,
el peso disímil de la mediación familiar en las modalidades que puede asumir; por
último, las consecuencias del trabajo extradoméstico para el bienestar de las mujeres.
Cada una de estas instancias recoge a su vez parte de lo que ha sido la historia del
trabajo femenino en la región, así como las preocupaciones centrales que ha suscitado.
De este modo, los cambios socioeconómicos globales dan cuenta de las transformaciones
estructurales que anteceden a la creciente participación económica de la mujer. Ya sea
por factores de innovación asociados a la transformación de la agricultura y a la
demanda de mano de obra femenina en el terciario, entre otros aspectos o de
estancamiento por insuficiente crecimiento económico, el proceso de modernización
acaecido en la región en los años sesenta y setenta, favoreció de diversas maneras la
incorporación de la mujer a la actividad económica.
Las pausas marcadas por los distintos modelos de desarrollo, con sus momentos de
expansión y crisis económica, dejaron también su impronta particular sobre las
características que adquirió el trabajo femenino en cada momento histórico. En términos
generales, el papel de las mujeres en la industrialización depende del tipo de industria
prevaleciente (intensiva en mano de obra o no); la etapa (temprana o tardía) del
crecimiento, y el modelo de industrialización en curso (sustitución de importaciones o
exportación de manufacturas). La dinámica económica propia del modelo de sustitución
de importaciones estimuló la presencia de las mujeres en la actividad extradoméstica
sobre todo en sus fases avanzadas, cuando el desarrollo industrial promovió la
ampliación del terciario y de la burocracia estatal, requiriendo en especial de la fuerza
de trabajo femenina. El modelo de crecimiento basado en la reestructuración económica
y la exportación de manufacturas, por el contrario, motiva la participación femenina por
la doble vía del deterioro general de las condiciones de trabajo y el establecimiento de
empresas intensivas en fuerza de trabajo con clara preferencia por mano de obra
femenina, como las maquiladoras. Confluye también aquí la acentuada profundización
del carácter terciario de la economía, empleador por excelencia de mano de obra
femenina.
El fuerte condicionamiento del mundo familiar en las modalidades que adquiere el
trabajo femenino, se deja ver en la continuidad de este eje de referencia para entender
las características de su inserción laboral. Por las cargas domésticas que impone a la
mujer, la unidad familiar puede constituir (y de hecho constituye) una limitante objetiva
para lograr una incorporación plena al mercado de trabajo. Las características
sociodemográficas de las familias y el momento del ciclo por el que atraviesan son aquí
factores decisivos. Pero la familia puede actuar también como una instancia mediadora
entre los procesos macro y micro estructurales, dosificando el efecto con que se reciben
y decidiendo colectivamente cuáles acciones (estrategias) desplegar para enfrentar las
condiciones cambiantes del entorno. El trabajo de la mujer figura entre una de las
muchas estrategias de que dispone la unidad doméstica, y estará condicionado por los
propios rasgos de ésta y el contexto familiar que conforma (su composición, momento
del ciclo e inserción laboral del jefe, entre otros aspectos). Por la continuidad de la
división sexual del trabajo como eje de organización social, la familia constituye también
un espacio sui generis de reproducción y fortalecimiento de las inequidades de género,
extraodinariamente resistente al cambio. Esta resistencia ha puesto de relieve la
importancia de la dimensión subjetiva, la esfera de los valores y significados, para
entender los factores de continuidad y cambio en la actividad extradoméstica de las
mujeres.
Los aspectos mencionados explican parcialmente el porqué la inequidad en el acceso
al trabajo extradoméstico continúa siendo una característica distintiva de la inserción
económica femenina, no obstante su creciente incursión en el mundo del trabajo. Esta
inequidad resulta palpable en la persistente segregación sexual del mercado de trabajo,
en la existencia de situaciones de discriminación salarial en detrimento de las mujeres, y
en las condiciones generales de precariedad en que se inserta la mayoría de ellas,
aspectos que dan cuenta de las situaciones de exclusión social en que con frecuencia se
encuentran.
Paradójicamente, y no obstante estas persistentes desigualdades, la actividad
económica extradoméstica abriga la posibilidad de producir las condiciones necesarias
—aunque no suficientes— para el empoderamiento femenino; esto es, para que las
mujeres adquieran cuotas crecientes de control y autonomía sobre sus vidas. En la
medida en que propicia la diversificación de los espacios de interacción en que
participan, granjea el acceso a recursos económicos propios, y provee una núcleo de
identidad independiente de las figuras masculinas, la actividad económica
extradoméstica abre la posibilidad para un proceso de cambio inédito en ellas, el que,
sin embargo, está mediado por un conjunto tal de factores (control efectivo de los
recursos monetarios, significado atribuido al trabajo, grado de heterogeneidad de éste)
que impiden presuponer algún tipo de direccionalidad.
Si el trabajo abriga la posibilidad de empoderar a las mujeres, de desencadenar en
ellas un proceso de cambio que finalmente las conduzca a obtener cuotas crecientes de
autonomía y poder sobre sus vidas, encierra un balance positivo para ellas, a pesar de
las inequidades señaladas. Ésta es, en pocas palabras, la pregunta general que motivó la
reflexión feminista acerca de la repercusión del proceso de desarrollo socioeconómico
sobre las mujeres: ¿logró o no elevar su estatus?. Algunos esfuerzos procuraron
encontrar un resultado suma cero, pero en realidad ninguna respuesta saldó
definitivamente la cuestión porque el balance es necesariamente contradictorio.
Efectivamente, el desarrollo ha integrado parcialmente a las mujeres a la dinámica
social, aunque muchas veces en condiciones de marginación (integración insuficiente) o
de explotación. Sin embargo, ha logrado también el acceso a recursos sociales como el
trabajo, que encierran un valor estratégico respecto de otros recursos sociales
(educación, salud, vivienda) y pueden coadyuvar a empoderarlas.
En parte, la búsqueda de una respuesta definitiva a esta pregunta resultó infructuosa
porque —en su devenir— el proceso de desarrollo propicia un replanteamiento de las
situaciones de inequidad (no su supresión), con mejorías sustanciales en unos aspectos y
pérdidas en otros. En él, y por su condición sistémica, la desigualdad de género modifica
su ubicación respecto de otros ejes de distancia social (como la clase o la etnia),
tendiendo en conjunto a reproducir las asimetrías preexistentes. En otras palabras, la
pregunta que inquiere acerca de la relación entre el desarrollo socioeconómico y el
bienestar de la mujer no debe tener como único foco la incorporación económica de
ésta, sino la manera en que dicho proceso de cambio se articula con otros, y con
aquellos ejes de diferenciación social de conocida relevancia en la situación de
subordinación social de las mujeres. Son éstos los que explican su creciente inclusión en
condiciones de persistente exclusión.
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NOTAS AL PIE
1 Véase Jelín, 1978; Wainerman y Recchini de Lattes, 1981; De Barbieri, 1984b;Sánchez Gómez,
1989. Están disponibles varias revisiones acerca de los estudios sobre trabajo femenino desde una
perspectiva de género: Sarti, 1985; Bruschini, 1994; Knecher yPanaia, 1994, García, Blanco y
Pacheco, 1997; Oliveira, 1997.
2
Véase, por ejemplo, los análisis globales para varios conjuntos de países latinoamericanos de
Ramos, 1970; Durand, 1972; Elizaga, 1976; Pantelides, 1976; De Barbieri, 1984a; Katzman, 1984;
Amagada, 1990; Oliveira y Roberts, 1994a. Para países específicos se encuentran los trabajos de
Recchini de Lates, 1980; Recchini de Lattes y Wainer-man, 1983, y Recchini de Lattes, 1983, sobre
Argentina; Singer y Madeira, 1975; Paiva, 1980, y Bruschini, 1989, sobre Brasil; González, 1994,
para Cuba; Rendón y Pedrero, 1976; Oliveira y García, 1990, y García y Oliveira, 1998a, sobre
México; y Laens y Prates, 1983, sobre Uruguay.
3
Véase para México, Rendón y Salas, 1987; García y Oliveira, 1998b; Oliveira, Ari-za y Eternod,
1999; para Puerto Rico, Safa, 1983; y para América Latina, Oliveira y Roberts, 1994a.
4
Véase Fernández Kelly, 1982; Iglesias, 1985; y Carrillo, 1993, para México; PérezSáinz, 1996, para
Guatemala; Itzigsogh, 1996, para República Dominicana; Safa, 1983, para el Caribe. Para discusiones
sobre división internacional del trabajo, internacionaliza-ción del capital y trabajo femenino están
Elson y Pearson, 1982; Lim, 1990; y Tiano, 1994.
5 La noción de empleo precario incluye —además del trabajo por cuenta propia- lasactividades
documentadas en los casos de Argentina, Brasil, Chile, México, Perú, RepúblicaDominicana y varios
países de Centroamérica. Véase, Jelín y Feijoó, 1983; Raczynsky ySerrano, 1984; Oliveira, 1989a;
Cortés, 1990; Báez, 1992; y García y Oliveira, 1994a.
7
Estudios realizados sobre la Gran Depresión de los años treinta en Estados Unidos muestran que
el desempleo femenino fue menor que el masculino debido a la mayor presencia de las mujeres en las
ocupaciones no manuales, menos afectadas que las actividades manuales industriales, las que
empleaban sobre todo mano de obra masculina (Milkman, 1976).
8 Análisis para países desarrollados señalan que la reprivatización de servicios antesprestados por
el Estado implica un aumento de las atribuciones familiares y presupone lafigura de la mujer “ama de
casa” que ya no opera en sectores importantes de la población (Brodie, 1994).
9
Para una revisión y sistematización de los estudios sobre trabajo y familia en México, véase entre
otros: Oliveira y Salles, 1988 y 1989; Oliveira, 1989b; García y Oliveira, 1994a; Oliveira, Eternod y
López, 1999.
10 Acerca de los análisis de los determinantes de la participación en algunos países deAmérica
Latina están, entre otros: Wainerman, 1979; Wong y Levine, 1988; Christenson, García y Oliveira,
1989; Christenson, 1990; García y Oliveira, 1994b; Ariza, 1998; García y Pacheco, 1998. Para Asia,
véase Brinton et ai, 1995.
11
Para el desarrollo de esta perspectiva en los países desarrollados véase entre otros:Hareven,
1982, 1990; Eider, 1981 y 1985.
12 Para investigaciones sobre el tema en diferentes países, véase, por ejemplo, Duquey Pastrana,
1972, para Chile; Lomnitz, 1975, y González de la Rocha, 1986; Selby et al, 1990, y Tuirán, 1993,
para México; y Menjívar y Pérez Sáinz, 1993, para Centroamérica.
13 Para una mayor discusión del concepto de reproducción, véase Benería, 1979;Benholdt-Thomsen,
1981; Oliveira y Salles, 1989; González de la Rocha etal,1990; Selby et al., 1990; García y Oliveira,
1994a; Salvia, 1995; Oliveira, Eternod y López, 1999.
16 Véase Przeworski, 1982; Zemelman, 1982; Jelín, Llovet y Ramos, 1982; Oliveiray García, 1986;
femenina véase, entre otros Jelín, 1978; García, Muñoz y Oliveira, 1982 y1983; González de la Rocha,
1986; Margulis y Tuirán, 1986.
18 Véase García, Muñoz y Oliveira, 1983, y González de la Rocha, 1986.
19 Véase, Massiah, 1983; González de la Rocha, 1986 y 1988; Chant, 1988; Buvi-nic, 1990; Acosta
Díaz, 1991; Ariza y Oliveira, 1999.
20 Las uniones de visita llevan a la formación de familias que incluyen una pareja conhijos, en las
cuales el padre vive aparte. Estas familias comparten múltiples formas de convivencia tales como la
recreación, la socialización de los hijos, los procesos de decisiones.
21
En un estudio reciente Rubalcava (1998) analiza la formación del ingreso total delos hogares a
partir de la diferenciación entre las necesidades, los recursos y las posibilidades de las familias que
obtienen su ingreso principal de distintas fuentes (negocios agrícolas, trabajo asalariado público y
privado, negocios no agrícolas y transferencias).
22 Bruschini y Cavasin (1984) definen la esfera doméstica como “un espacio propio, con reglas
campesinaycon los artesanos independientes. Asume una forma particular (putting out system) con la
Revolución Industrial, pierde importancia con el desarrollo dela actividad industrial fabril, yresurge
con gran vigor —como parte de amplias cadenasde subcontratación— a partir de los procesos de
reestructuración económica (AbreuySorj, 1993).
25
Véase, entre otros, BeneríayRoldán, 1987; PortesyBenton, 1987; Marshall, 1987;Arias, 1988;
Alonso, 1988; AbreuySorj, 1993; Rúas, 1993; BruschiniyRidenti, 1993.
26 Acerca de la problemática de la mujer y el desarrollo, véase, entre otros, Boserup, 1970 y 1990;
Tinker, 1976 y 1990; Deere, 1977; León, 1982; Tiano, 1984 y 1994; Be-neríaySen, 1981; Jaquette,
1982; Babb, 1990; Acevedo, 1995.
27 Los índices de discriminación salarial se calculan a partir del salario promedio porhora de
hombres y mujeres, y se despeja el efecto de las diferencias en sus niveles de escolaridad (Parker,
1999).
28 Así lo confirma el análisis histórico de las ocupaciones de oficinista, maestra, mesera,
dependiente de bancos, enfermera, entre otras. Véase, al respecto, Davies, 1975;Strober, 1984;
Reskin y Hartmann, 1986; Strober y Arnold, 1987; Reskin y Roos, 1990;Wainerman y Binstock, 1993;
Oliveira, Ariza y Eternod, 1999.
29 Véase, Reskin y Hartmann, 1986; Reskin y Roos, 1990; OECD, 1994; Collinson etaL, 1990.
30
El concepto de exclusión, en boga en los últimos años, surgió en Francia en la década de 1970
para designar un conjunto heterogéneo de grupos sociales situados fuera delsistema de prestaciones
laborales, y vistos como no integrados a la sociedad (Rodgers etal., 1995). El concepto ha servido de
manera creciente para designar a aquellos grupos selectivamente desplazados por los recientes
procesos de crisis y reestructuración económica. Se ha resaltado el lugar estratégico del empleo y de
la organización de los mercados en lagestación de situaciones de exclusión social (Oliveira y Ariza,
1997).
31
Nacida dentro de las perspectivas femininistas del cambio social, la noción de empoderamiento
parte de reconocer la centralidad de las relaciones de poder en el mantenimiento de la subordinación
femenina. Se plantea como una visión alternativa a los enfoques desarrollistas, excesivamente
orientados a la dimensión económica del cambio sociale insensibles a las consecuencias diferenciales
de dicho proceso sobre hombres y mujeres. En esta concepción las mujeres son vistas como agentes
del desarrollo, antes que objetivoso blancos del mismo (Bunch y Carrillo, 1990).
32 De acuerdo con esta autora, el poder económico femenino respecto del masculino en el control
disparidad entre los papeles que desempeñan hombres y mujeres, el hecho incontrovertible es que
con el desarrollo económico las mujeres “pierden dos veces”.
36 Como puntualiza León: “En efecto, la mayoría de las mujeres están integradas, pero en la parte
más baja de un proceso que dentro de las estructuras actuales es inherentemente jerárquico y
contradictorio, y que conlleva parámetros de dominación y subordinación entre clases y sexos” (p. 4).
37
El punto central es que la crítica al desarrollo del capitalismo que destaca el deterioro absoluto
del estatus de la mujer y/o el drástico aumento de su carga económica, tiene como trasfondo la
idealización de su situación en el mundo rural (Deere, 1977: 67).
REESTRUCTURACIÓN ECONÓMICA, TRABAJO Y
AUTONOMÍA FEMENINA EN MÉXICO
BRÍGIDA GARCÍA*
Centro de Estudios Demográficos y de Desarrollo Urbano,
El Colegio de México
INTRODUCCIÓN
El efecto social de la reestructuración económica es un tema que está adquiriendo cada
vez mayor interés. En el presente artículo se hace una reflexión sobre la
reestructuración económica de México, con énfasis en los cambios que ésta ha
propiciado en la división sexual del trabajo en el mercado laboral y en la familia, y en las
transformaciones subsecuentes en el empoderamiento y la autonomía de las mujeres.1
El término reestructuración económica se ha venido utilizando cada vez más para
referirse al cambio que ocurre actualmente en diversas regiones del mundo, desde
economías y mercados protegidos hacia un tipo de industrialización basado en la
eficiencia y la competencia internacionales y en el fomento a las exportaciones.
Asimismo, este proceso generalmente se caracteriza por su acento en la reducción del
gasto gubernamental y en la regulación económica por parte del Estado, así como en el
aliento al capital privado y a las empresas transnacionales. Además de estos rasgos
generales, es esencial reconocer el hecho de que los procesos de reestructuración
económica adquieren características particulares en el nivel local. Esto significa que
sería erróneo esperar transformaciones sociales uniformes en todos los casos o en
diferentes lugares. En un buen número de naciones latinoamericanas que comparten con
México ciertos rasgos claves de su reestructuración económica podrían esperarse
efectos similares a los que ocurren en nuestro país. Sin embargo, el alcance y veracidad
de esta afirmación sólo puede determinarse por medio de investigaciones concretas.
En la siguiente sección, antes de pasar al análisis de la información con que se cuenta
en México, se sintetizan diversas hipótesis y hallazgos en torno a la repercusión que han
tenido la reestructuración económica y los programas de ajuste estructural sobre las
vidas de las mujeres de diferentes contextos nacionales. Esta revisión se centra en el
análisis de los cambios que ha experimentado la división del trabajo dentro del mercado
y la familia, y también se refiere al papel de las acciones colectivas. Se hace hincapié en
el grado en que la instrumentación de los procesos de reestructuración y ajuste
económicos ha pasado por alto los diferentes efectos que se producen sobre los hombres
y las mujeres, los cuales han llevado a una reorganización de la vida pública y privada
para ambos géneros, con consecuencias diferentes para cada uno de ellos.
El estudio del caso mexicano se inicia con una revisión sucinta de las tendencias
económicas recientes, y se proporcionan algunos datos sobre el aumento del producto
interno, la inflación, los salarios reales y los niveles de vida, al mismo tiempo que se
hace una referencia breve a las políticas gubernamentales que se han instrumentado. A
esto le sigue un estudio de la transformación del mercado laboral a partir de 1970, año
en que el modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones estaba todavía
vigente. Los cambios referentes al periodo comprendido entre 1970 y 1995 se analizan
según rama de actividad, ocupación y condiciones de trabajo, haciendo énfasis en las
diferencias entre hombres y mujeres. También nos esforzamos por identificar el tipo de
oportunidades económicas que se han abierto o cerrado en los últimos años, y sus
implicaciones posibles para el bienestar de las mujeres.
En los apartados siguientes se analizan los resultados de diversos estudios con
relación a las consecuencias del ajuste estructural sobre la vida familiar y sobre el
surgimiento de ciertas acciones privadas y colectivas que podrían conducir a
modificaciones en la condición de las mujeres. La división del trabajo dentro de la
familia se ve directamente afectada tanto por los cambios en la función económica de las
mujeres como por la necesidad que éstas tienen de satisfacer necesidades básicas con
salarios reales reducidos, y de proporcionar servicios dentro del ámbito familiar que
antes estaban cubiertos o subsidiados por el Estado (principalmente productos
alimenticios básicos y servicios de salud en el caso de México). Asimismo, los nuevos
papeles económicos pueden estar relacionados con cambios en la maternidad y la
reproducción. Resulta difícil medir con precisión este tipo de efectos debido a las
diferentes escalas de tiempo en que transcurren los diversos procesos (económicos,
sociales, familiares e individuales, de corto y largo plazos), a la diversidad de factores
que intervienen, y a la manera en que se conceptualizan los avances o retrocesos en la
condición femenina. Por otra parte, la evidencia casi siempre se refiere a un número
reducido de casos. Por consiguiente, esta parte del trabajo se centra más bien en la
formulación de hipótesis plausibles de carácter exploratorio. Lo mismo podría decirse
respecto del análisis de las acciones colectivas y su consecuencia en el empoderamiento
y la autonomía femeninas, los cuales son incipientes en México.
En la última sección del trabajo se hace un resumen de los resultados, así como una
reflexión sobre la manera en que el análisis de la situación mexicana podría contribuir a
la comprensión de los procesos de reestructuración económica y su efecto sobre el
bienestar y el logro de mayor empoderamiento femenino.
Desde 1982 México hizo frente a la crisis del pago de su deuda externa con medidas
severas de ajuste y estabilización. Lo ortodoxo en la instrumentación de estas medidas
llevó a los organismos financieros internacionales a poner al país como ejemplo a seguir.
Es importante tener en mente que México fue uno de los primeros países en beneficiarse
con el Plan Brady en lo que respecta a la reestructuración de su deuda, y hasta la fecha
continúa recibiendo préstamos y otros apoyos del Fondo Monetario Internacional (FMl),
del Banco Mundial y de los gobiernos de diver sos países desarrollados (Benería, 1992;
Oliveira y García, 1998).
A finales de los años ochenta se pensaba que lo peor había pasado y que México se
dirigía de manera sistemática hacia una estrategia de desarrollo orientada al exterior: se
habían recortado el gasto gubernamental y los subsidios a los productos básicos, al
tiempo que el programa de privatización se había aplicado con rigor. De igual manera,
en 1988 se firmó una serie de pactos con los principales grupos empresariales y cámaras
de comercio del país para controlar los aumentos de precios y de salarios y las
variaciones en el tipo de cambio. Con relación a la orientación hacia el exterior de la
economía mexicana, es importante resaltar que en 1986 México ingresó al entonces
Acuerdo General de Aranceles y Comercio, GAAT (por sus siglas en inglés), y en 1989
dieron inicio las negociaciones para establecer un Tratado de Libre Comercio con
Estados Unidos y Canadá (TLC), que finalmente se firmó a finales de 1993 (Lustig, 1992;
Oliveira y García, 1998).2
Sin embargo, en diciembre de 1994 México se vio inmerso en una nueva crisis, tal vez
la más severa en la historia moderna del país. Este nuevo contratiempo demostró la
vulnerabilidad de la estrategia de reestructuración para el caso mexicano. En unas
cuantas semanas, el capital extranjero huyó del país y la moneda se devaluó en casi
50%. En 1995, el PIB disminuyó casi 6%, hecho que no había ocurrido en cerca de medio
siglo, y la inflación fue de 52% a pesar del congelamiento de la economía. Ante esta
nueva crisis, una vez más se instrumentaron medidas de ajuste severas. En años
posteriores se han vislumbrado signos de recuperación en el terreno macroeconómico,
pero la elevación de los niveles de vida para la gran mayoría de la población sigue
considerándose una meta lejana e incierta (para la documentación de estas tendencias,
véase Presidencia de la República, 1996 y 1997, 1998).
Desde la década de los ochenta, la población de México ha experimentado un
deterioro significativo de sus niveles de bienestar, principalmente como resultado de los
controles salariales y la reducción del gasto social. En 1995, 30% de la fuerza de trabajo
masculina y 42% de la femenina no percibía ingresos o recibía menos del salario mínimo.
Según estimaciones oficiales, entre 1986 y 1996 el salario mínimo perdió la mitad de su
valor en términos reales (INEGI, 1995; Presidencia de la República, 1996). Aunque no hay
duda de que el salario mínimo ha sido el más castigado, las estimaciones oficiales
indican que entre 1986 y 1996 los sueldos promedio en casi todas las ramas económicas
no agrícolas (principalmente el sector manufacturero, la industria maquiladora, la
construcción y el comercio al menudeo) también se redujeron en términos reales
(Presidencia de la República, 1996).
Diversos estudios sobre los niveles de pobreza y la distribución del ingreso señalan
también retrocesos en los niveles de bienestar, así como una polarización de la
estructura social. En 1984, el 20% más rico de la población controlaba 51.2% del
ingreso, proporción que aumentó a 54.9% en 1989, a 56.6% en 1992 y a 57.5% en 1994.
Por el contrario, en 1984, el 20% más pobre controlaba apenas 3.9% del ingreso, y esta
proporción disminuyó hasta llegar a 3.6% en 1989 y a 3.3% en 1992 y 1994 (Cortés,
1997). Por último, es importante destacar que las estimaciones más bajas de los niveles
de pobreza, provenientes de fuentes oficiales, indican que el número absoluto de
personas que viven en condiciones de pobreza extrema aumentó en 2.6 millones entre
1984 y 1992 (Boltvinik, 1995). En 1995 la población total de México era de 91.2 millones
de habitantes.
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NOTAS AL PIE
* La autora agradece a Norma Magaña su apoyo en el procesamiento de la información y la revisión
bibliográfica.
1
En el caso de México y del contexto latinoamericano en general, el concepto de autonomía
femenina, que por lo regular hace referencia a la independencia que tienen o notienen las mujeres
para tomar decisiones, es uno de los más comunes en la literatura so-ciodemográfica. Sin embargo,
un gran número de investigaciones se refieren también al empoderamiento femenino, entendido
como el proceso mediante el cual las mujeres enfrentan las relaciones de poder existentes y obtienen
o no de esa manera algún control sobrelas fuentes de poder (véase Sen y Grown, 1985; Batliwala,
1994; López y Salles, 1996).
2
Diversos indicadores macroeconómicos mostraron señales alentadoras a finales delos ochenta y
principios de los noventa. El producto interno bruto (PIB) empezó a aumentar, alcanzando cifras de
3–4.5% hasta 1994, después de haber alcanzado cifras negativasdurante el periodo 1982–1988. La
inflación se redujo a aproximadamente 10% en 1993 y 1994, después de haber ascendido a más de
150% en 1987. Asimismo, a principios de los noventa se registraron algunos de los resultados fiscales
más favorables de la historia reciente de México (Presidencia de la República, 1996; Oliveira y
García, 1998).
3
La calidad y comparabilidad de la información sobre la fuerza de trabajo que aparece en los
cuadros 1 al 4 se determinó en diversos estudios recientes realizados en México (véase García,
1994). La información de los censos de población posteriores a 1970 nose considera apropiada para
medir la participación económica (en particular el trabajo femenino en el mercado), ya sea porque las
definiciones que se utilizan han sido extremadamente limitadas (Censo de 1990) o porque la
información resulta de dudosa calidad yen una buena parte de los casos permaneció poco
especificada (Censo de 1980). La información provenientes de encuestas de empleo para 1979, 1991
y 1995 resulta básicamente comparable y se utiliza ampliamente en México. De manera particular,
las encuestas nacionales de empleo de 1991 y 1995 utilizaron el mismo cuestionario y en ambos
casos seadoptó un proceso similar para clasificar y publicar la información.
4 Por lo general se combina parte o el total de estas categorías para estimar los problemas de
absorción laboral (denominados por diferentes estudiosos como subempleo, sector informal, sector
no estructurado o no regulado de la fuerza de trabajo).
5 Es importante tomar en consideración que las condiciones de trabajo que prevalecen en la
industria maquiladora de exportación algunas veces son peores que en otras empresas mexicanas
que se han reestructurado de manera eficiente y han logrado competircon éxito en el extranjero
(para información sobre los salarios promedio y otras condiciones de trabajo, véase Presidencia de la
República, 1996, 1997, 1998 y Gutiérrez Garza, 1996).
6 Por lo que toca a los trabajadores de tiempo parcial, el índice muestra una tendencia fluctuante,
trabajadoras con edades entre 20 y 49 años residentes en Tijuana, Ciudad de México y Mérida.
Definieron como madres trabajadoras de clase media a aquellas mujeres conocupaciones
profesionales y técnicas, con un mínimo de nueve a 12 años de escolaridad, que vivían en colonias
con servicios urbanos básicos (agua entubada, electricidad y drenaje). Por el contrario, las madres
trabajadoras de sectores pobres fueron dependientas detiendas pequeñas, obreras de fábricas y
trabajadoras de servicios menos calificados, conmenos de 12 años de escolaridad y que vivían en
colonias con servicios básicos inadecuados. Las madres no trabajadoras de clase media y sectores
pobres se definieron de acuerdo con la ocupación y nivel educativo de los cónyuges y residían
también en colonias conservicios urbanos adecuados e inadecuados respectivamente. Para mayores
detalles, véaseGarcía y Oliveira (1994, 1995 y 1997).
8
La investigación de García y Oliveira (1994, 1995 y 1997) se refiere principalmente a mujeres
cuyos cónyuges contribuyen de manera regular al presupuesto familiar. Según el Censo General de
Población de 1990, la proporción de hogares con jefatura femenina en México fue de 17% en ese año
censal.
9
Como se mencionó con anterioridad, la fecundidad ha disminuido rápidamenteen México durante
las ultimas décadas. La tasa general de fecundidad alcanzó un máximo de 7% a mediados de los años
sesenta y ha descendido de manera constante desde entonces, hasta alcanzar 2.6 en 1996. Diversos
estudios indican que el control de la fecundidad lo practican principalmente los grupos urbanos
(véase Conapo, 1997).
10
Algunos ejemplos importantes de los nuevos movimientos sociales de México sonel
levantamiento armado de Chiapas y el surgimiento de algunos grupos como El Barzónque defienden
los derechos de quienes tienen adeudos con la banca privada.
11 Estas luchas se originan en los sectores de clase media y en los más pobres. Aunque existen
algunos estudios sobre los primeros (véase Tarrés, 1989), la mayor parte de lainvestigación en
México se centra en los movimientos sociales urbanos encabezados porhombres y mujeres pobres.
LA MUJER Y EL TRABAJO EN MÉXICO: ALGUNAS
APORTACIONES DEL PIEM
MERCEDES BLANCO
Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
EDITH PACHECO
Centro de Estudios Demográficos y de Desarrollo Urbano,
El Colegio de México
INTRODUCCIÓN
El objetivo central del presente texto es hacer una revisión y reflexionar sobre cómo se
ha abordado el amplio tema del trabajo en las publicaciones del Programa
Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM). El primer paso consistió en
sistematizar la información tomando en cuenta diferentes hilos conductores. El inicial y
más obvio fue el cronológico, con la idea de poder hacer un recuento del orden de
aparición de las publicaciones, pero con la intención de ligarlo con una segunda línea
que sería la contextual. Es decir, nos propusimos hacer una revisión de las publicaciones
del PIEM tratando de ubicarlas en la discusión más amplia acerca de, por un lado, las
tónicas más generales que han estado como trasfondo en los estudios de la mujer y de
género y, por otro, la discusión teórico-metodológica sobre los temas referidos
específicamente al mundo del trabajo, constituyéndose, así, un tercer eje que sería
precisamente el temático.
El artículo ha sido dividido en dos grandes apartados que, en términos generales,
pretenden conjuntar las obras que presentan como comunes denominadores tanto la
ubicación temporal como los encuadres teóricos. Aquí es necesario señalar que esta
diferenciación presentó, de entrada, problemas de sistematización ya que fue necesario
tomar como indicador de la ubicación temporal el año de publicación, pero éste no
siempre refleja los debates teórico-metodológicos del momento pues, como es de
suponerse, la realización de los artículos (y no se diga el desarrollo de las
investigaciones en que se basan) en realidad se llevó a cabo años atrás.
Con todo, y a pesar del imprescindible desfase que casi siempre existe entre la
realización de la investigación y la presentación de resultados en forma de publicación,
es posible dar cuenta de la evolución de los temas generales que marcaron etapas y
épocas tanto en el campo de losc estudios de la mujer” —luego de género— como en la
esfera de lo laboral. Así, el primer apartado conjunta aquellos volúmenes que presentan
como telón de fondo la “consigna” de sacar de la invisibilidad a la mujer, traducida, en
este caso, en la creciente participación económica femenina y revalorando la realización
del trabajo doméstico, para lo cual el enfoque de la reproducción social resultó de gran
utilidad.
El segundo apartado se ubica ya plenamente en la tónica de la década de los noventa,
es decir, en la diversidad y la multidimensionalidad, cobijadas por la “perspectiva de
género” (aunque la mayoría de los libros contenidos en el primer apartado fueron
publicados en los primeros años también de los noventa). Problemáticas como la
articulación de dimensiones tales como las de clase, género y raza y, sobre todo, el
reiterado señalamiento de diferencias y desigualdades, constituyen los puntos más
destacados. Por último, en las “reflexiones finales” se apuntan algunas de las principales
discusiones teórico-metodológicas que han estado presentes, tanto en el campo de
investigación de la participación femenina en los mercados y la fuerza de trabajo como,
en general, en los “estudios de la mujer” y “de género”, en las últimas tres décadas.
INVISIBILIDAD Y PRESENCIA
El PIEM inició sus actividades en 1983 y sólo tres años después aparecieron las primeras
publicaciones en forma de documentos de trabajo; en 1987 comenzó una fructífera
actividad editorial con el primer libro del programa dedicado a la historia de la mujer en
México (Ramos et al., 1987).
La primera obra que considera explícitamente el tema de trabajo fue publicada en
1989 y estuvo coordinada por Orlandina de Oliveira. Como su título lo indica — Trabajo,
poder y sexualidad — se abordan estos tres grandes temas a partir de un conjunto
heterogéneo de investigaciones. En la introducción del libro, y en otra sección dedicada
a la evaluación de un proceso que duró poco más de tres años, se narra el surgimiento
de lo que, en primera instancia, se denominó como taller, las varias etapas por las que
atravesó y que implicaron objetivos diferentes, hasta la culminación que representó la
publicación de la obra.
Nos parece importante destacar este esfuerzo colectivo, que conjuntó no sólo a
investigadoras del PIEM y de El Colegio de México sino que, de hecho, se lanzó como una
convocatoria muy abierta y de la cual se benefició gente que en ese momento apenas se
iniciaba tanto en el ámbito académico como en el interés por los “estudios de la mujer”.
Esta experiencia sentó precedentes que con los años se convirtieron en modos de
trabajar colectivamente, que buscaban trascender los clásicos seminarios académicos
donde los y las alumnas iban sólo a oír y a tomar nota, para volverse, como los calificó
María Luisa Tarrés en una obra posterior del PIEM, “seminarios productivos” que desde
el inicio consideraban como su resultado final una publicación. Esto no hubiera sido
factible si no hubiera existido desde el principio la intención y la voluntad del PIEM de
publicar constantemente las discusiones y avances de los diversos seminarios y talleres.
No es posible en este momento hacer una referencia amplia de cómo las temáticas
contempladas en los talleres y seminarios, en buena medida, estuvieron dictadas por el
propio PIEM a través de su Programa de Financiamiento para apoyar proyectos de
investigación y tesis de maestría y doctorado. En términos generales, el objetivo era
orientar la discusión hacia los temas relevantes, actuales, y a veces también relegados o
poco tratados y, así, contribuir al avance del conocimiento en torno a las múltiples
facetas que podían incluirse en “los estudios de la mujer”.
En esta primera obra señera, que incluyó prepositivamente el área de trabajo, la
temática específica que se abordó no casualmente estuvo centrada en el trabajo
doméstico, en sus diferentes modalidades (por ejemplo, el asalariado y el realizado por
la propia ama de casa) y en sus aspectos teórico-metodológicos (por ejemplo, el desglose
de las actividades que implica y la medición del tiempo empleado en ellas). Es decir, si
bien el taller de ningún modo propuso que los artículos que fueran a incluirse en la
primera parte, llamada “Trabajo, familia y reproducción”, tuvieran que tocar el tema del
trabajo doméstico, los cinco textos que componen esta sección así lo hicieron.
Cuatro de ellos (Corona, Goldsmith, Blanco y González de la Rocha) se basan en
información de primera mano, producida en trabajos de campo que correspondían a
miradas cualitativas y de corte sincrónico; sólo uno de los textos (Sánchez Gómez) hace
una revisión bibliográfica del trabajo doméstico y un pequeño estado del arte de la
investigación realizada hasta el momento en México, brevedad que responde no a la
insuficiencia del recuento sino a la escasez de estudios sobre el tema.
El énfasis que se puso en el tema del trabajo doméstico en esta publicación puede
enmarcarse en las discusiones más amplias que han ido caracterizando las diferentes
épocas del movimiento feminista internacional y en el avance académico de los estudios
de la mujer y la perspectiva de género. Así, por ejemplo, es de sobra conocido cómo a
mediados de la década de los setenta algunas autoras anglosajonas (entre otras,
Coulson, Magas y Wainwright, 1975) se enfrascaron en un debate, a la luz del paradigma
marxista, sobre si el trabajo doméstico podía considerarse como productivo o
improductivo. Si bien sabemos que el dilema no se resolvió en este sentido, se
obtuvieron otros resultados relevantes como darle al trabajo doméstico un estatus de
problema teórico y empezar a sacar de la invisibilidad las actividades tradicionalmente
realizadas por las mujeres y que rara vez eran socialmente reconocidas como valiosas.
Es decir, el llamado “debate sobre el trabajo doméstico” (Borderías et al., 1994) no sólo
terminó cuestionando la utilidad del paradigma marxista sino, sobre todo, la pertinencia
de utilizar conceptos y enfoques diseñados para captar otras realidades e, incluso, el
propio concepto de trabajo. Hasta ese momento “trabajo” era sinónimo de producción
para el mercado con formas asalariadas, por lo tanto, no sólo el trabajo doméstico sino
también otro tipo de actividades no cabían en esa definición.
Al llegar a este punto, nos interesa hacer un breve paréntesis para resaltar que la
tarea de hacer visible el trabajo de las mujeres ha ido especialmente acompañada por
una reflexión constante en torno al propio concepto “trabajo”, en particular, los trabajos
del PIEM revisados en este artículo son un ejemplo fructífero al respecto: desde ese
primer libro — Trabajo, poder y sexualidad — en el que se discute en torno al trabajo
doméstico en oposición a un concepto mucho más restringido de trabajo que se limita a
la esfera laboral, hasta el último publicado, en el que la perspectiva de género se hace
explícita para ilustrar la multidimensionalidad que implica la acción de trabajar.
Retomando la obra que nos ocupa, otro aspecto fundamental que se rescató en la
discusión o, más bien, que constituía el marco general de análisis, fue la relación que de
alguna manera existía entre el trabajo doméstico y “el modo de producción capitalista”,
para algunos autores, o “la lógica del capital”, para otros, o simplemente “la esfera de la
producción”, para algunos más. Esto nos remite a lo que desde mediados de la década
de los setenta algunas autoras (Hartmann, 1976) tajantemente sostenían en torno a que
las raíces de la subordinación y opresión de las mujeres se encontraban en la división
sexual del trabajo. Si bien los orígenes mismos de esta división del trabajo por sexo eran
desconocidos (aunque existían diversas propuestas explicativas que iban desde lo
biológico hasta la universalidad del fenómeno), el hecho que aparecía como irrefutable
(y que sigue siéndolo) era una asignación diferencial de tareas en la cual a la mujer le
correspondía toda la esfera doméstica. Esto, finalmente, tenía como resultado una
desigual estructura de oportunidades que, en general, resultaba desfavorable para la
mujer.
Si bien, en un principio, la relación entre los ámbitos de la producción y la
reproducción se vio de una manera un tanto mecánica y de carácter funcionalista
(Humphries y Rubery, 1984–1994), posteriormente se le señaló como el vínculo
indispensable que existe entre ambas esferas, convirtiéndose así en la plataforma de
todo el enfoque de la denominada reproducción social, ampliamente mencionado —
aunque sea como trasfondo— en ésta como en la mayoría de las obras posteriores
publicadas por el PIEM sobre el campo de los mercados y la fuerza de trabajo.
Para terminar con la referencia a esta obra, aunque el libro Trabajo, poder y
sexualidad no salió a la luz sino hasta 1989, la parte dedicada a la esfera del trabajo
realmente puede enmarcarse en esta discusión y en el enfoque teórico más amplio de la
reproducción social, así como, finalmente, en la tónica más general que denunciaba la
opresión y la subordinación femeninas. Esta afirmación se sustenta, entre otras cosas,
en el hecho de que las propuestas y debates anglosajones no llegaban de inmediato a
México y América Latina y, sobre todo, se requería de años para hacerlas realmente
propias y aplicarlas a la investigación de temas locales. Lo anterior se sumaba a la
misma dificultad que enfrentaban las investigadoras residentes en los países de origen
de las autoras que avanzaban en la producción de conocimiento; así, por ejemplo,
algunas estudiosas opinan que “llevó más de diez años darle contenido a la propuesta de
Rubin (1976–1986) de que el objeto de estudio eran (son) los sistemas de género…” (De
Barbieri, 1998:11).
La segunda publicación vinculada al tema del trabajo fue la coordinada por Vania
Salles y Elsie McPhail cuyo título es: Textos y pre-textos. Once estudios sobre la mujer
(1991). Los trabajos reunidos en este volumen fueron resultado de la primera promoción
del Programa de Financiamiento para Proyectos de Investigaciones y de Tesis de
Maestría y Doctorado auspiciado por el PIEM. Los temas tratados fueron la partici pación
social y política, la dinámica familiar, el comportamiento reproductivo y, en lo que
respecta a la esfera laboral, el trabajo a domicilio y el trabajo industrial.
Más específicamente, en torno al tema del trabajo, Salles apunta sobre la existencia de
condicionamientos sociales que sobrepasan el nivel exclusivo de la familia y se suman a
los macroprocesos presentes en la cultura y la ideología que circulan en los diferentes
espacios sociales. Un ejemplo al respecto es el hallazgo de Aguilar y Sandoval sobre la
presencia del “maternaje” como una práctica constitutiva del espacio social del
magisterio. Hecho que, si bien las autoras señalan que se vincula, en parte, con la
descalificación de la práctica de las maestras, tiene otro significado en el sentido de
imprimir un elemento adicional debido a la preocupación que por el trabajo tienen las
mujeres. El énfasis que se pone en el papel del “maternaje” en la esfera magistral,
puede enmarcarse en las discusiones más amplias en torno a las identidades femeninas.
Al respecto es ilustrativo el trabajo de Cervantes (1994) a partir del cual se podría
inferir que la identidad de las maestras se define más por el eje de la maternidad que
por el eje concreto del trabajo o la profesión, o bien, por el eje de ser esposa o
compañera.
Otro texto que permite conocer cómo el trabajo extradoméstico afecta los espacios
sociales, es el estudio de Sánchez y Torres en el cual, al buscar reconstruir la realidad
de un grupo de mujeres —maestrasamas de casa de una colonia popular del Distrito
Federal—, llegan a afirmar que no es posible sostener la idea de que el mundo de las
mujeres es estrictamente privado, dado que tras las acciones de la vida cotidiana
aparecen los grandes sistemas de control que rigen la vida social. En cierto sentido, esta
perspectiva retoma ciertas ideas en cuanto a que los diversos mundos de la vida
cotidiana los configuran macroestructuras que a su vez son moldeadas tanto por la
demanda económica como por las estructuras de dominación (un ejemplo de esta
discusión puede consultarse en Ritzer, 1993).
A partir de investigaciones realizadas en ámbitos urbanos y rurales, que giran
nuevamente en torno al trabajo doméstico, en el libro se busca analizar el grupo familiar
como un espacio caracterizado por formas propias de funcionamiento y organización.
Esto es así, dado que bajo la influencia de los grupos domésticos se generan mecanismos
que intervienen no solamente en la naturaleza del trabajo llevado a cabo en el hogar, y
en las posibilidades de realización del trabajo fuera del ámbito doméstico para la
obtención de un salario, sino también en las relaciones que dan contenido a los grupos
domésticos. Así, en este marco se estudian además las relaciones de parentesco y los
cambios en ellas observados desde la perspectiva de la convivencia entre géneros y
generaciones.
En particular, al buscar estudiar en zonas urbanas cómo en determinadas etapas del
ciclo familiar —consideradas inhibidoras de la participación femenina en el mercado de
trabajo— las mujeres consiguen compatibilizar el quehacer doméstico con el trabajo
asalariado, se constata que entran en juego las redes familiares constituidas por
parientes, que sin vivir en la misma casa de la trabajadora, las apoyan desde sus lugares
de residencia en la ejecución del trabajo doméstico. Este hallazgo fue producto del
interés de Blanco por analizar los factores sociodemográficos que inciden en la carga de
trabajo doméstico de un grupo de mujeres de sectores medios del Distrito Federal
mostrando, además del uso de recursos externos, que el ciclo vital de las unidades
domésticas y su tamaño son factores directamente asociados a la carga de trabajo
doméstico.
Atendiendo a otro sector social, al estudiar las transformaciones en las relaciones
entre géneros y generaciones, provocadas por los cambios ocupacionales que afectan las
formas socialmente establecidas de división del trabajo en comunidades campesinas, se
indicó en la introducción del libro que la incorporación de un número creciente de
mujeres campesinas al trabajo remunerado no agropecuario constituye uno de los
indicadores de la redefinición de los patrones que rigen la división sexual del trabajo.
Sin embargo, como el fenómeno abarca contingentes de mujeres jóvenes apunta
igualmente hacia modificaciones en las relaciones intergeneracionales; así, estos dos
procesos, combinados con otros más generales de naturaleza cultural e ideológica,
explican en parte las alteraciones en las estructuras de poder en el ámbito familiar.
En torno a la perspectiva de la convivencia entre géneros y generaciones, a partir de
un análisis antropológico en Xalatlaco, González encuentra que el trabajo de
generaciones jóvenes refuerza la interdependencia económica de las generaciones, sin
embargo, destaca que la participación femenina no elimina la subordinación, por ello la
autora señala que el trabajo femenino por sí solo no puede explicar las transformaciones
en el sistema de poder, sino que debe verse en un contexto más amplio tomando en
cuenta el peso relativo que tiene la participación laboral de las mujeres en la economía
de los hogares.
En otro orden de ideas, sobre el trabajo de mujeres en la industria a domicilio y en las
fábricas, los artículos de este libro privilegian formas particulares de participación de la
mujer en la producción de mercancías, y descubren algunas características de las
condiciones de vida impuestas por el trabajo desplegado en ámbitos productivos que
guardan características muy diferentes, pues un campo de observación se enmarca en
industrias de tipo tradicional (como la del vestido) y otro en las de corte moderno (como
la planta productora de automóviles Volkswagen). Es decir, desde el ámbito de la
producción se busca hacer visible la importancia de las mujeres en la esfera laboral; así,
por ejemplo, Alonso nos dice que la interacción desigual del sector formal y el sector
informal se da gracias a la presencia de las mujeres en la industria del vestido de
Nezahualcóyotl. Por su parte, Peña y Gamboa aportan elementos para mostrar que las
relaciones “formal” e “informal” son continuas y estructurales; de hecho las autoras
sostienen que la formalidad e informalidad no son más que dos momentos de un solo
proceso. Por ejemplo, en Yucatán los empresarios informalizan sus negocios y los
hogares son parte de la producción, lo cual a su vez se explica por las necesidades que
marca la etapa del ciclo de vida familiar. Por último, el trabajo de Zapata muestra que en
la industria automotriz, específicamente en la empresa Volkswagen, la participación de
las mujeres ha sido permanente a pesar de haber sido identificada tradicionalmente
como un espacio masculino.
El tratamiento de las temáticas laborales en este libro nos lleva a reflexionar en dos
sentidos; el primero tiene relación con la continuidad frente al libro anterior, pues en
este volumen se retoma la discusión sobre la importancia de la esfera doméstica en la
explicación de los condicionantes del trabajo extradoméstico. A la vez, el tratamiento de
los temas no sólo puede verse como continuidad en la discusión, sino también como
complementariedad, es decir, mientras en el libro Trabajo, poder ysexualidad
prácticamente sólo se toca la esfera doméstica, en esta obra es en el ámbito laboral
donde se pone el acento. De esta manera, creemos que ambos libros buscan hacer
visibles las relaciones de reproducción a las que se ven atadas la mayoría de las mujeres
y, en cierto sentido, implícitamente se sostiene el argumento de que no hay una esfera
productiva autónoma de la misma manera que no hay una esfera reproductiva separada
(un ejemplo de esta discusión puede consultarse en Comas, 1995 y en Mires, 1996).
Finalmente, aunque ya en la obra anterior — Trabajo, poder y sexualidad — se habla
no sólo de subordinación sino de la resistencia femenina, o como muy acertadamente lo
resume Orlandina de Oliveira en la introducción de aquel libro al hablar de la dualidad
“presencias y ausencias”, en esta obra se apunta más claramente tanto a la persistencia
de la subordinación y, por lo tanto, a la necesidad siempre vigente de “hacer visible lo
invisible”, como a la paulatina revaloración y protagonismo de las mujeres que, en su
lucha, van haciendo más patente la existencia de una amplia gama de desigualdades
entre hombres y mujeres.
En 1992 se publicó una obra que más bien toca tangencialmente el tema del trabajo,
sin embargo, contiene la discusión de la ahora famosa doble y triple jornada de trabajo
que ha resultado un tema nodal en los estudios de la mujer y que, por lo mismo, es
imprescindible su consideración. En especial la discusión sobre la asunción de la
jefatura de hogar por parte de las mujeres y la feminización de la pobreza les permite a
las autoras abordar el tema del trabajo.
Como lo indica el catálogo de publicaciones del PIEM, “las relaciones y desigualdades
de clase y género, la pluralidad de identidades y significados, el ejercicio del poder
(masculino y femenino) y los conflictos internos del movimiento popular, constituyen
algunas de las dimensiones abarcadas por el libro Mujeres y ciudades. Participación
social, vivienda y vida cotidiana compilado por Alejandra Massolo. En la introducción, la
compiladora señala que “una preocupación del análisis feminista es descubrir cómo
incide la vivienda en el reforzamiento y reproducción del modelo tradicional de la familia
nuclear, el papel de la mujer dentro de ese modelo y la división sexual del trabajo dentro
de la casa. Por ello se ha enfatizado que la vivienda no es simplemente un cobijo
material, sino que envuelve la ideología dominante de la sociedad y refleja la manera en
que la sociedad se organiza” (Massolo, 1992: 28).
Si bien, como se mencionó, el eje del análisis de esta publicación no es el trabajo, sino
más bien la cotidianidad de las mujeres y las familias en torno a la problemática de la
vivienda, sus hallazgos ponen al descubierto aspectos tales como la sobrexplotación de
la fuerza de trabajo femenina y la doble jornada, con lo cual se logra el abatimiento de
los costos de reproducción. Con relación al fenómeno de la triple jornada, González y
Durán partiendo de la idea de que el papel de las mujeres dentro del hogar hace que
ellas resientan más la precariedad de sus condiciones materiales, señalan que eso las
impulsa a gestionar mejoras a la vivienda y hacen visible el hecho de que las mujeres
aportan más horas de trabajo a la autoconstrucción; al mismo tiempo las autoras
muestran la autovaloración que adquieren las mujeres mediante el papel y aprendizaje
de constructoras y gestoras de la vivienda. También el artículo de Sevilla rescata la idea
de que la participación en la gestión significa un espacio posible de participación fuera
del ámbito del hogar. A partir de estos hallazgos, se busca dar cuenta de las dos caras de
un mismo proceso, en el sentido de matizar las formas de análisis, o sea, no todo puede
ser subordinación ni tampoco todo es autonomía.
En otro orden de ideas, la estructura familiar es un rasgo importante para explicar el
papel de la mujer en la autoconstrucción, al igual que en los análisis sobre el trabajo
extradoméstico. La función de la mujer en la familia lleva a subestimar su participación
en la construcción, sin embargo, al indagar en la división de tareas se hace visible la
importancia de éstas (véase el artículo de Chant). Aquí queremos hacer notar que el
concepto trabajo necesariamente se convierte en algo más amplio que la simple
producción de bienes y servicios.
Finalmente, la discusión de la jefatura femenina está presente en este volumen (Chant
y Chalita); en México este tema cobró importancia en la discusión a principios de los
noventa y ha dado pie a un conjunto de reflexiones, a veces contradictorias, en torno a
esta situación. Los artículos muestran, en particular, la importancia de la jefatura
femenina para la autoconstrucción y en especial Chalita señala que la búsqueda por
mejores condiciones de vida para los hijos lleva a que algunas mujeres jefas de hogar
superen el círculo de la pobreza.
En 1993 se publicó el libro compilado por María Luisa Tarrés denominado La voluntad
de ser. Mujeres en los noventa. Los artículos incluidos en esta obra son producto, en su
mayoría, de las discusiones que se dieron en el espacio que la coordinadora denominó
“seminario productivo”. El volumen esta constituido por tres partes: la primera aborda
la identidad femenina, la segunda se refiere a la mujer en el mundo del trabajo y la
tercera a la participación política de las mujeres, que en algunos casos se caracteriza
por la discriminación y en otros por el protagonismo.
Como lo señala la contraportada, “los trabajos reunidos en este volumen dejaron atrás
la perspectiva que explicaba la condición de la mujer a partir de la subordinación como
categoría universal. Al bordar en torno a la identidad de género, es posible a un tiempo
estimar el peso de la dominación genérica y descubrir los caminos por andar que alejen
del abandono pasivo y acerquen ya la afirmación, la creatividad, la voluntad de ser”. Es
decir, en el planteamiento general del libro explícitamente se busca superar el tipo de
análisis que ubica a la mujer como víctima.
Por lo que toca al tema del trabajo, de nuevo la creciente participación femenina en el
mercado laboral es el marco de discusión y, en términos metodológicos, los artículos son
estudios diacrónicos de la dinámica laboral. García y Oliveira, con el objetivo de
presentar un panorama general sobre la actividad económica de las mujeres, analizan
sus variaciones en diez años (desde 1976 a 1986) y las confrontan con las tendencias
encontradas en otras realidades. Con la idea de explicar las tasas diferenciales de la
participación de las mujeres en el periodo de estudio se analiza la vida reproductiva de
las mujeres a partir de las variables: edad, estado civil, escolaridad y número y edad de
los hijos. Las autoras muestran que el aumento de participación femenina se caracteriza,
en parte, por una incorporación más acelerada de mujeres casadas y con hijos, a su vez
las mujeres más educadas muestran una mayor presencia en el mercado de trabajo;
estos hallazgos llevan a las autoras a repensar posibles consecuencias en cuanto a
dobles jornadas de trabajo.
Al llegar a este punto, nos parece importante destacar, por un lado, que en relación
con los cambios que han vivido las mujeres en las últimas décadas, el constante
señalamiento sobre el incremento de la participación femenina en los mercados de
trabajo es uno de los elementos cruciales en la tarea por hacer visibles a las mujeres en
la esfera laboral. Por otro lado, nos gustaría abordar un aspecto sobre el cual las
temáticas tratadas en los libros del PIEM no han puesto mucho acento, debido
fundamental mente al abordaje cualitativo de muchos de ellos, pero que, sin embargo,
ha sido importante en el desarrollo de la base empírica. Los estudios sobre trabajo se
han acompañado de un esfuerzo metodológico en términos de las formas de captación de
las actividades laborales femeninas. Al respecto se han tratado de formular preguntas en
las encuestas que permitan que las mujeres declaren actividades que frecuentemente no
conciben como trabajo; pero que forman parte esencial de las tareas de producción de
bienes y servicio (en el caso de México consultar García, 1994 y García, Pacheco y
Blanco, 1995). En particular, el trabajo de Wainerman y Recchini (1981) denominado El
trabajo femenino en el banquillo de los acusados fue pionero en exponer cómo las
formas tradicionales de medición del trabajo denotaban una dificultad en la obtención de
información sobre la participación de mujeres en la esfera laboral.
Retomando la obra que nos ocupa, vale la pena mencionar que el hallazgo de que a
partir de un cierto momento histórico las mujeres casadas participan más en el mercado
de trabajo en México, ha sido posteriormente un aspecto ampliamente mencionado en la
bibliografía al buscar hacer visible la participación de las mujeres en el mercado laboral,
lo cual, en parte, ha contribuido con la discusión más amplia sobre los estereotipos
femeninos y masculinos. Incluso una autora española, al hacer una revisión de los
estudios europeos, señala que “el trabajo remunerado de las mujeres no es algo nuevo ni
excepcional, lo realmente nuevo es la elevada presencia en el mercado de trabajo de
mujeres casadas” (Comas, 1995: 81).
En otra faceta de la creciente participación de la mujer en el mercado de trabajo, y
como bien lo señala María Luisa Tarrés en la presentación del libro, dentro de los
estudios se había otorgado poca atención a la incorporación de la mujer en el empleo
público o burocrático, pese al señalamiento ya tradicional de que las mujeres se
encuentran fuertemente representadas en el sector terciario (comercio y servicios). El
texto de Blanco se dedica sobre todo al análisis de esta actividad, y después de
caracterizar la evolución del empleo público en México entre 1965 y 1988, analiza las
tasas de incorporación de las mujeres a este mercado de trabajo tan específico con la
finalidad de aportar elementos a la discusión sobre las desigualdades por sexo en la
esfera laboral.
Profundizar en el análisis de las desigualdades ocupacionales por sexo implica, entre
otras cosas, indagar sobre los condicionantes de la división sexual del trabajo en el nivel
de la producción. En cierto sentido, podemos decir que en las publicaciones del PIEM se
ha hecho evidente que no se puede explicar la participación laboral de las mujeres sin
tomar en cuenta sus tareas en la reproducción, pero también pone de manifiesto que
existen condicionantes desde el lado de la producción que son completamente
necesarios de estudiar para conformar una explicación sobre las formas desiguales en
que se inserta la mujer en el mercado de trabajo.
Esta discusión se enmarca en la temática más general sobre la segregación
ocupacional. La bibliografía al respecto ha distinguido dos formas de segregación
ocupacional por sexo: la horizontal, que se refiere a la distribución de hombres y
mujeres por las ocupaciones, por ejemplo las mujeres representan una mayor proporción
en la ocupación de secretaria, mientras los hombres presentan mayores proporciones en
la ocupación de chofer, y la segregación vertical, la cual se refiere a distribución de
hombres y mujeres en la misma ocupación pero con la característica de que es más
frecuente que uno de los sexos se ubique en los niveles jerárquicos más altos, por
ejemplo es más común que los hombres supervisen las tareas en la industria, mientras
las mujeres se desempeñan como obreras.
Existen diferentes perspectivas teóricas que buscan explicar las razones de la
segregación, dadas las limitaciones de espacio, sólo quisiéramos mencionar algunos
aportes al respecto. Anker (1998) menciona que a pesar de las contribuciones de la
teoría del capital humano y de las teorías institucionales y de segmentación del mercado
de trabajo, ellas sólo contribuyen parcialmente al proceso de comprensión de la
segregación ocupacional por sexo. Aunque pueden explicar que el menor capital humano
de las mujeres hace que reciban un menor ingreso, o bien, que la segregación
ocupacional por sexo forma parte de los mercados segmentados, no pueden aportar
elementos para explicar por qué las mujeres llegan al mercado con menor educación, o
por qué el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos son frecuentemente
responsabilidades de las mujeres, o por qué la segmentación en el mercado de trabajo
permanece a pesar de la nivelación de habilidades de hombres y mujeres, y así se podría
continuar con una variedad de preguntas. Nosotras al igual que Anker sostenemos que
las teorías femenistas y de género han aportado muchos elementos para responder a
esas preguntas.
DIVERSIDAD Y MULTIDIMENSIONALIDAD
Producto de la Primera Reunión Latinoamericana de Antropología de la Mujer, llevada a
cabo por el PIEM en 1990, surgió el libro Mujeres y relaciones de género en la
antropología latinoamericana coordinado por Soledad González Montes y publicado en
1993. En el caso de las publicaciones del PIEM, fue hasta los años noventa cuando se
utilizó explícitamente la expresión “perspectiva de género”, como se hace en este
volumen. Con ella se está apuntando, entre otras cosas, a una noción relacional, en el
sentido de que se está tomando en consideración la interacción de hombres y mujeres.
Además, en esta obra se agrega otro elemento esencial, es decir, dado que la idea
original fue privilegiar el enfoque que propone la disciplina antropológica, el abordaje de
los diversos temas tratados, como por ejemplo, la participación política, las relaciones
familiares o la sexualidad, son vistos tomando en consideración el entrecruzamiento de
dimensiones como la de clase y la de género y, además, la de identidad étnica.
Así, se estudia básicamente a grupos sociales marginados como son las campesinas en
Chile (Rebolledo) y la mujer negra del medio rural dominicano en particular (Millán),
reiterándose el papel de las responsabilidades domésticas en las inserciones laborales,
pero sumando al análisis los condicionantes raciales y étnicos. Si bien se trata de una
primera aproximación a tan complejo tema, esta obra se sitúa en el umbral de lo que
serán algunos de los retos teóricos y metodológicos que caracterizarán a este periodo, o
sea, la diversidad y la multidimensionalidad.
Como continuidad de la obra de 1991 (Textos y pre-textos), tres años después —1994
—, a cargo de las mismas coordinadoras, se publica Nuevos textos y renovados
pretextos. El libro consta de seis partes que dan cuenta de una diversidad de temas, que
lo mismo abarcan el medio rural que el urbano, la participación política y la salud y, por
supuesto, el trabajo en sus diversas modalidades. Los cuatro artículos que se refieren
más directamente a este último tema (Carrillo, Martínez, Cooper y Pacheco) presentan
como común denominador el fenómeno de la llamada feminización de los mercados y la
fuerza de trabajo, inscrito a su vez en el proceso de reestructuración de la planta
productiva del país. Es así que se retoman temas tratados en el libro anterior (Textos y
pre-textos), tales como la creciente incorporación de la mano de obra femenina en
ámbitos laborales considerados tradicionalmente como masculinos (como la industria
automotriz) y se pone atención a temáticas nuevas como el efecto de las innovaciones
tecnológicas. Hay que destacar que uno de los temas abordados por uno de los artículos
de este volumen (Cooper) se convertirá en uno de los ejes de análisis de los estudios
sobre mercados de trabajo en los años noventa, se trata de la segregación ocupacional,
de la cual ya se hizo mención anteriormente.
En relación con todo lo anterior, es necesario mencionar que una de las diferencias
que presenta este libro frente al que le antecede es la mayor atención que se otorga a la
dinámica laboral desde el llamado lado de la demanda, en el sentido de que se atiende
especialmente a las determinaciones del mercado, mientras que el primer libro se centra
más bien en el lado de la oferta al desarrollar la discusión sobre la importancia del
ámbito doméstico.
La denominación oferta-demanda proviene de otro paradigma teórico diferente al
marxista, se trata de la llamada Economía Neoclásica. Este enfoque fue escasamente
adoptado por los “estudios de la mujer” de las décadas de los setenta y ochenta, y menos
aún por la “perspectiva de género” de los noventa, precisamente por la escasa
importancia que le conceden a un conjunto imprescindible de variables que no
corresponden al ámbito económico o laboral para explicar, por ejemplo, la incorporación
de las mujeres a los mercados de trabajo; en algún momento esta escuela trató de
subsanar tal sesgo con la vertiente denominada “nueva economía del hogar”
(Wainerman y Recchini, 1981) o “de la familia” (Borderías, 1994) pero sus alcances han
sido parciales. Sin embargo, la referida distinción entre el ámbito del mercado de
trabajo y el doméstico o familiar, de alguna manera ha sido útil para distinguir a cuál de
las dos dimensiones los estudios dan preferencia pues el ideal de analizarlas
conjuntamente es más bien una excepción o una meta alcanzada sólo en parte.
Volviendo al volumen Textos y pre-textos, otro tema importante, al cual se le dedica
una sección específica, es el de la migración, analizada básicamente como estrategia
que contribuye a la reproducción de las condiciones de vida de los hogares (Szasz,
Trigueros y Guidi). En el caso de las investigaciones reportadas en este volumen, a
diferencia de una publicación posterior (González et al., 1995) dedicada íntegramente al
tema de la migración femenina en la frontera norte del país, la estrategia de migrar se
analiza sobre todo para el caso de los hombres cuando realizan movimientos
interestatales o rural-urbanos. Así, debido a la ausencia de los hombres, las mujeres
quedan totalmente a cargo de sus unidades domésticas, lo cual implica desde cambios
en la cotidianidad hasta el cuestionamiento sobre si esto a su vez repercute en un
cambio de papeles y del estatus femenino.
Esto nos lleva también a destacar que desde la primera obra — Trabajo, poder y
sexualidad — hasta la última aquí considerada — Familias ymujeres en México —, la
unidad de análisis por excelencia ha sido el hogar o unidad doméstica aunque la unidad
de registro, o sea, quien aporta la información, ha sido siempre o casi siempre, la mujer.
Aquí habría que señalar que desde los años setenta algunas disciplinas, como la
sociodemografía entre otras, y en general las ciencias sociales, buscaron trascender del
individuo o agregado de individuos hacia una unidad de análisis más comprensiva que
permitiera incluso abordar el eterno problema metodológico de analizar conjuntamente
las dimensiones macroestructural y microsocial; la idea de “mediaciones” y la
consideración de la familia-unidad doméstica siempre ha apuntado en ese sentido. Sin
embargo, esto llevó, en parte, a un cambio en la jerarquización de prioridades o ejes de
análisis y, así, en cierto sentido, en los estudios sobre el amplio mundo del trabajo se
pasó del énfasis económico en los mercados de trabajo al rescate microsocial de la
familia-unidad doméstica, persistiendo, nuevamente, la dificultad de abordarlos
conjuntamente.
Por último, puede decirse que si bien este volumen apareció en 1994, la mayoría de las
investigaciones empíricas en las que se basan los artículos fueron realizadas en la
segunda mitad de la década de los ochenta, lo cual se refleja en la utilización explícita o
implícita del enfoque de la reproducción social y el reiterado señalamiento de tomar en
cuenta y tratar de analizar la vinculación producción-reproducción.
En 1995 se publica el libro Mujeres, migración y maquila en la frontera norte,
compilado por González, Ruiz, Velasco y Woo, cuyo rasgo distintivo es que es la única
compilación del PIEM dedicada casi íntegramente a la temática del trabajo. Como bien lo
indica la contraportada, “la migración y la maquila, dos de las actividades más
características de la frontera norte de México, son tratadas en este libro desde un
ángulo particular: el de la participación femenina”.
En la introducción, Ruiz y Velasco señalan que los artículos permiten reconocer cómo
está presente la condición de género en los procesos más significativos de las dos urbes
más importantes de la frontera norte (Tijuana y Ciudad Juárez), y cómo se construye
social y culturalmente el género en un contexto urbano fronterizo. En particular una de
las justificaciones, en términos de la relevancia del tratamiento del tema, es la
relacionada con el hecho de que en ciudades donde existe un mayor número de mujeres
vale la pena preguntarse qué sucede con el significado de cada sexo y cuál es el papel
concreto de las mujeres en los hogares sobre todo cuando los maridos están ausentes.
Como bien se menciona en la introducción, el libro contiene dos grandes apartados,
uno que trata precisamente el tema de la migración y otro que se refiere a la maquila.
En términos metodológicos vale la pena señalar que los primeros trabajos abordan
conceptos tales como unidad doméstica u hogar, ciclo vital o curso de vida, estrategias
de sobrevivencia y reproducción, mientras que los textos sobre maquila se centran en el
mercado de trabajo, las trayectorias laborales, la reestructuración industrial y la
rotación del personal, sin embargo, cabe hacer notar que estos últimos recurren también
a la unidad doméstica para explicar el comportamiento laboral femenino.
En torno a la migración, tanto Velasco como Ojeda sostienen que la participación en la
migración depende de la etapa del ciclo de vida familiar, y a la vez se asume que la
migración es una estrategia de sobrevivencia de las unidades domésticas (véase
Velasco). Además, se apunta al hecho de que la probabilidad de legalización y
participación de las mujeres en el mercado de trabajo se ha convertido en un elemento
central de la intensidad de los movimientos migratorios (véase Woo). En suma, a la
pregunta de ¿cuál es la lógica de la migración en términos de trabajo?, por un lado, se
hace mención de la presión que los mercados de trabajo ejercen para definir los ritmos
de los desplazamientos y selectividad de la mano de obra; en cierto sentido, se avanza
en el tratamiento del tema de la migración haciendo hincapié en los determinantes
desde el lado de la producción. Pero, por otro lado, se hace visible la lógica de la unidad
doméstica, como un aspecto esencial de los desplazamientos territoriales.
Por su parte, la maquila es la vía para discutir la relación entre el trabajo ligado a las
tareas de la reproducción y el trabajo extradoméstico, tema repetidamente tratado en
varias de las obras anteriores, pero en este caso se buscan resaltar aspectos que no
habían sido considerados en los estudios sobre maquila en México, como son la etapa
del ciclo vital familiar y las trayectorias de vida de las mujeres. En este sentido, al
estudiar los determinantes sociodemográficos de la rotación de personal en la industria
maquiladora de exportación en Tijuana, Canales sostiene que las diferencias entre
hombres y mujeres pueden entenderse como una diferenciación en sus trayectorias
laborales, y a su vez mediante el efecto también diferencial del ciclo de vida individual y
familiar.
Según la opinión de López, el análisis de la estructura familiar es útil para romper con
la idea de que los hogares extendidos eran fundamentalmente los proveedores de mano
de obra femenina, así, la autora encuentra que las unidades domésticas no nucleares en
Tijuana son proveedoras de mano de obra, pero no son proveedoras exclusivas. También
hace hincapié en el hecho de que el ciclo vital es importante para explicar la
participación de las mujeres en la maquila, y añade que las presiones económicas
también tienen un fuerte peso en la explicación.
Por otro lado, al profundizar en un momento específico de la transformación de la
maquila, o sea, cuando cambian algunas de las condiciones que tradicionalmente
caracterizan a este sector económico, se analiza el incremento en la proporción de
hombres en un mercado laboral donde siempre ha existido una mayoría de mano de obra
femenina. Una de las explicaciones más socorridas de dicho incremento es el cambio
tecnológico, sin embargo, al realizar un estudio de caso en la industria maquiladora
electrónica, Lara menciona que no existe una relación directa entre cambio tecnológico
y empleo. El texto de María Eugenia de la O busca entender este proceso considerando
múltiples factores como son el comportamiento mismo del mercado de trabajo, los
efectos de la reestructuración tanto en el ámbito global como regional y, a la vez, los
procesos que implican las diferentes etapas del ciclo vital del hogar. Así, esta autora
señala que el incremento de hombres en la industria maquiladora esconde un proceso
más complejo, en términos de que dicho incremento se da en un contexto de
subcontratación y precariedad laboral; por ello sostiene que no se trata de un proceso de
desplazamiento, sino de una competencia de género en un mercado descalificado.
En especial, el análisis de la rotación de personal, es decir la movilidad de un trabajo a
otro, permitió profundizar en el estudio de las diferencias entre el comportamiento
laboral de hombres y mujeres (véase Canales y Barajas y Sotomayor). En particular,
Barajas y Sotomayor encuentran diferencias entre las propias mujeres —las jefas de
hogar rotan menos que las hijas de familia—, con ello se agregan más elementos a uno
de los ejes analíticos de la perspectiva de género, o sea, la constatación de que las
desigualdades no sólo son intergenéricas sino también intragenéricas.
También en 1995 se publica un libro que analiza el ámbito del medio rural, se trata de
Relaciones de género y transformaciones agrarias. Es - tudios sobre el campo mexicano,
coordinado por González y Salles; con ello la realidad mexicana en términos de la
heterogeneidad laboral se ve reflejada en la producción editorial del PIEM. Cabe
mencionar que este volumen es producto del esfuerzo colectivo llevado a cabo por el
“Seminario de Investigaciones de Género y Transformaciones Agrarias”, impartido en
1991; sus antecedentes se encuentran en los orígenes del PIEM, cuando Lourdes Arizpe
impulsó uno de los primeros espacios de discusión denominado “Taller sobre mujeres
rurales”.
Así como en el libro anterior se analiza la producción de la maquila en la industria
fronteriza, en éste se aborda la dinámica laboral en el medio rural, donde existe la
maquila. Como se menciona en la introducción del libro, “los artículos compilados
intentan responder básicamente a dos interrogantes: ¿cuál ha sido el significado de la
llamada “feminización laboral”? y ¿cómo ha repercutido la participación de las mujeres
en su vida cotidiana?” mediante tres ejes temáticos: la participación femenina en las
economías regionales, los mecanismos de desvaloración del trabajo agrícola femenino y
los procesos migratorios ligados a la dinámica familiar.
Por lo que toca al creciente peso de las mujeres en el mercado de trabajo rural, la
discusión se centra en la categoría de análisis “feminización de la fuerza de trabajo”. Al
respecto, Sara Lara hace el señalamiento de que ésta puede ser entendida de diferentes
maneras, por ejemplo, puede significar el proceso histórico de desplazamiento de mano
de obra masculina por femenina, o puede implicar que las mujeres accedan a espacios
que antes eran típicamente masculinos, sin que por ello desplacen a trabajadores
varones. Este segundo proceso a su vez puede ocurrir bajo diferentes condiciones: la
ampliación de la demanda de trabajadores por la aparición de nuevos procesos de
producción y/o la intensificación de la producción, la expansión de la frontera agrícola
en las regiones u otros procesos equivalentes.
Como lo señalan González y Salles en la introducción, evidentemente cada región del
país ha seguido caminos particulares, como se puede constatar con los trabajos
presentados en este volumen. Sin embargo, los estudios reunidos en este libro sugieren
que como consecuencia de los cambios macroeconómicos de la última década ha
emergido una tendencia que resulta clara para el conjunto: la presencia femenina se ha
ampliado en una gama de actividades que no estaba abierta. Dadas estas nuevas
condiciones, se evidencia de nuevo la insuficiencia del modelo que conceptualiza a las
mujeres relegadas a la producción de subsistencia, permaneciendo en el hogar
marginadas del trabajo remunerado.
Así, al estudiar en Irapuato la migración femenina según los dos grandes modelos de
desarrollo, Arias menciona que se han comenzado a recuperar formas tradicionales de
estructuración y división del trabajo, en especial el trabajo femenino como una
posibilidad de desplazamiento hacia Estados Unidos. También en un estudio de caso en
Puebla, Marroni señala que la feminización de la agricultura en el sector moderno
transforma el trabajo campesino en trabajo asalariado.
El tema de la segregación también es abordado en este volumen, por ejemplo, al
estudiar a los productores de fresas y hortalizas en Zamora, Barrón señala que se
presenta un trato diferencial a hombres y mujeres aunque realicen las mismas tareas y
sostiene que esto puede desencadenar erosión de salarios y condiciones de trabajo.
Los textos reunidos en este libro hacen un esfuerzo por explorar las consecuencias del
trabajo sobre otros aspectos de las vidas de las mujeres, por ejemplo, su papel dentro de
la familia y en la comunidad. Con relación a esta temática, al hacer un estudio de tres
generaciones diferentes, Mummert menciona que han existido retrocesos y avances en
la incorporación de las mujeres al mercado laboral, sin embargo, lo que realmente
diferencia la generación más vieja y la más joven es el desmoronamiento del mundo
reducido al hogar. Al estudiar una región de Yucatán, Lazos también encuentra que las
mujeres tienen mayor libertad de movilidad a raíz de la modernización, lo cual se
expresa en la participación de las mujeres en el comercio.
También en este volumen se discute el papel de la migración femenina como una
estrategia familiar al señalarse que la migración ha permitido resolver las necesidades
apremiantes de un grupo de familias en San Miguel Acuexcomac, Puebla, y se señala la
importancia del ciclo de vida individual y familiar y de las transferencias de mano de
obra familiar a los mercados de trabajo (véase D’Aubeterre).
Finalmente, en 1997 el PIEM publica el libro Familias y mujeres enMéxico: del modelo
a la diversidad compilado por Soledad González y Julia Tuñón. Se dice en la
contraportada: “Las investigaciones reunidas en este volumen buscan precisamente
desentrañar las relaciones existentes entre los modelos hegemónicos, normativos,
promovidos por la Iglesia y el Estado en distintos periodos, y las prácticas de familias
específicas, pertenecientes a sectores sociales diferenciados”.
Los estudios más directamente relacionados con el tema del trabajo abarcan tanto el
medio rural (Vázquez) como el urbano y examinan diversos tipos de cambios a los que
las mujeres están sujetas en la actualidad, ya sea por la asunción de la jefatura femenina
(Rodríguez) o por su inserción laboral en un medio tradicionalmente masculino como lo
es uno de los ámbitos más modernos del sector terciario (los puestos denominados
“ejecutivos”) (Martínez).
Uno de los ejes centrales del análisis sigue siendo dar cuenta de cómo las mujeres
combinan su desempeño como esposas-madres-amas de casa con su inserción laboral en
muy diversos ámbitos. Así, aunque cada vez se van incorporando más o nuevos
elementos (como la subjetividad y las percepciones) la necesidad de no perder de vista
la vinculación producción-reproducción sigue vigente. Con todo, a diferencia de las
obras anteriores, aunque tal vez debido al tipo de temas que contiene este libro —
producto, como algunos otros, de un seminario especializado— ya no se menciona
explícitamente el enfoque de la reproducción social y sí, en cambio, la perspectiva de
género.
REFLEXIONES FINALES
De todo lo anterior se podrían entresacar una variedad de hilos conductores que nos
permitirían reflexionar sobre el desarrollo cronológico, temático y metodológico que
presentan las publicaciones del PIEM en tor no al tema general de la participación
femenina en los mercados y la fuerza de trabajo. Sin embargo, en un esfuerzo de
síntesis, a continuación se destacan algunas de las principales grandes discusiones
teóricometodológicas que a lo largo, no sólo del desarrollo del área de investigación de
la esfera laboral, sino también en general de los “estudios de la mujer” y “de género”,
han estado presentes en las últimas tres décadas.
Indiscutiblemente la “división sexual del trabajo” ha sido, y continúa siendo, una de las
piedras angulares de todo el entramado de la opresión y subordinación femeninas. En el
primer apartado se manifestó la importancia fundamental que adquirió, en este
contexto, el estudio del trabajo doméstico y su contribución a la consigna de “hacer
visible lo invisible” destacando, así, la constatación de la existencia de diferencias y
desigualdades entre hombres y mujeres.
Como se mencionó en el texto, se ha transitado de las visiones un tanto simplistas y
mecánicas de los años setenta donde, tanto “el patriarcado” y/o “el capitalismo” como la
división sexual del trabajo, lo explicaban “todo”, hacia la relativización del peso
explicativo en la multidimensionalidad de los noventa.
En un proceso paralelo, el estudio de la división sexual del trabajo se engarzó con el
desarrollo del enfoque de la reproducción social, ampliamente discutido en la década de
los ochenta. Recordemos cómo el señalamiento de que las esferas de la producción y la
reproducción no constituían dos ámbitos disociados, sino todo lo contrario, se
encontraban estrechamente vinculados, representó un parteaguas en la propuesta de
considerar la posición de la mujer en la sociedad, en general, y de su participación
económica, en particular, como un todo integrado. Como se apunta en el texto, en un
principio dicha relación se vio de una manera un tanto funcionalista pero, a pesar de
ello, se convirtió en el punto de partida del enfoque de la reproducción social y, además,
las propuestas teóricometodológicas para captar tal interacción se fueron
complejizando.
La utilización de dos conceptos relaciónales puede ilustrar la tónica del avance en este
encuadre: en la década de los ochenta fue el de vinculación y en la de los noventa el de
articulación. La noción de vinculación alude básicamente a la idea de unión y la de
articulación va un poco más allá pues aunque también remite a la idea de unión, la
propuesta es captar la articulación entre diferentes dimensiones que operan
simultáneamente, o sea, se trata de dos o más componentes que mantienen entre sí
cierta libertad de movimiento. Para algunos autores, la articulación no necesariamente
remite a la idea..de un engranaje bien aceitado que logra una coexistencia pacífica entre
ejes [sino de] ejes que compiten entre sí, entran en conflicto…” (Cervantes, 1994:17). De
esta manera, se reconoce no sólo la existencia de la multidimensionalidad sino se
plantea el problema de la asignación de pesos explicativos a unas u otras dimensiones,
lo cual depende, en parte, de las preguntas de investigación que se busque responder.
La interrelación de los ejes de clase, género y raza (y varios más que pueden irse
sumando, por ejemplo, el de generación) constituye el ejemplo por excelencia de la
necesidad de analizar conjuntamente la realidad multidimensional. Como se sabe, ha
sido el paradigma marxista el que ha adoptado como una de sus coordenadas esenciales
de análisis la de las clases sociales llegando, incluso, en algunas etapas de su desarrollo
a atribuirle una preeminencia total a su poder explicativo. Sin embargo, ha habido
también muchos autores marxistas que han reconocido que “desde los últimos años de la
década de los setenta, uno de los principales retos para el análisis de clase ha venido de
las académicas feministas quienes han discutido sobre la centralidad del género como
principio explicativo en la teoría social y la investigación. Muchas feministas han sido
especialmente críticas de la demanda de la “primacía de clase”, que con frecuencia se le
ha atribuido al conocimiento marxista (a pesar del hecho de que actualmente pocos
marxistas defienden la primacía de clase como principio general)” (Wright, 1997:39).
Por su parte, la raza o la etnia, al igual que el género, son categorías construidas
social y culturalmente que se plasman en la división del trabajo pues conllevan claras
consecuencias en el tipo de capacidades y, por lo tanto, de actividades que se atribuyen
y asignan a los hombres y mujeres en función de ellas (cfr. Comas, 1995). Es por ello que
un análisis más integral de la división sexual del trabajo requiere de la consideración de
esta tríada en sus complejas interacciones.
De esta manera, se puede decir que, en términos generales, es muy claro que los
“estudios de la mujer” no sólo han experimentado un cambio de nomenclatura sino
también de visión al pasar de lo primero hacia la “perspectiva de género”, lo cual ha
implicado, entre otras muchas cosas, el reconocimiento de la diversidad y la
complejidad. Es decir, no es que a lo largo del camino no se hubiera considerado la
multidimensionalidad, pero es en los años noventa que se llevan a cabo intentos teóricos
y metodológicos por abordarla en la investigación empírica (entre otras, Benería y
Roldán, 1992).
Entonces, volvemos al punto de que uno u otro eje o dimensión será más o menos
importante dependiendo de aquello que se quiera estudiar. Así como en los años ochenta
la propuesta de tomar en cuenta a la familia-unidad doméstica como una instancia
mediadora resultó novedosa y se convirtió en un elemento de indispensable
consideración en el análisis de la vinculación producción-reproducción, en los años
noventa el problema de cómo “…se articulan, entretejen e interconectan…” estos tres, y
varios otros ejes, se ha convertido en una cuestión que aún no ha sido resuelta a
cabalidad. Se han hecho varias propuestas al respecto que van desde un carácter
acumulativo hasta uno más interactivo, pero aún no se logra plenamente su manejo en
términos teóricos y empíricos (Baca Zinn y Thornton Dill, 1996, citado por De Barbieri,
1998).
Por último, no hay que perder de vista que constantemente nos estamos moviendo en
diferentes niveles de análisis ya que, por ejemplo, en una tónica más general, a fines de
la década de los noventa permanece la idea de que “la división sexual del trabajo
constituye uno de los pivotes sobre los que se asienta la organización económica de la
sociedad. La distribución jerárquica e inequitativa de las tareas de la producción y la
reproducción social a partir de ella, estatuye uno de los principales ejes de inequidad
social entre hombres y mujeres en la mayoría si no en todas las sociedades conocidas”
(De Oliveira y Ariza, 1997:186).
Sin embargo, parece necesario dejar aún más claramente establecido que esta
afirmación es válida sobre todo para el amplio mundo del trabajo, ya que existen otros
campos donde los ejes explicativos esenciales son diferentes; por ejemplo, en el estudio
del complejo ámbito de la subjetividad y la conformación de la identidad de género, es
imprescindible tomar como uno de sus ejes estructurantes a la sexualidad. Es más,
habría que agregar que aun dentro del área de estudio de los mercados y la fuerza de
trabajo, poco a poco se incursiona en nuevas dimensiones que requieren de análisis
específicos y que tomen en cuenta la diversidad, tales como los de la llamada “cultura
laboral” (véase Guadarrama, 1998). De esta manera, el dar cuenta del entrelazamiento,
la articulación y, si acaso, la preeminencia de una u otra dimensión, según el problema
teó-rico-metodológico de que se trate, constituye todavía un reto no sólo para la
perspectiva de género sino para las ciencias sociales en general.
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NOTAS AL PIE
1 Esta bibliografía contiene los artículos citados, así como también, una selección dela bibliografía
UN PANORAMA DE CONJUNTO
A principios de los ochenta Cynthia Hewitt escribió un libro en el que analizaba las
interpretaciones antropológicas del campo mexicano. Cinco líneas de esta obra están
dedicadas a mencionar la posibilidad de que a futuro se abriese
Y es que hasta ese momento las investigaciones sobre las mujeres rurales mexicanas
seguían siendo excepcionales. Había algunos antecedentes, como los libros de Isabel
Horcasitas (1957) y Beverly Chiñas (1973) sobre las mujeres indígenas de los Altos de
Chiapas y del Istmo de Tehuantepec, respectivamente, pero no tuvieron mayor eco en la
academia y no llegaron a formar parte de una corriente de estudio. No sólo los estudios
eran pocos, sino que se restringían a un número limitado de temáticas que se asociaban
con los espacios que se concebían como “femeninos”:
[los antropólogos] aceptaban como natural que se hablara de las muje res al describir el ciclo de
vida y la estructura familiar, pero no al descri bir la economía o la estructura política de sus
comunidades[…] (Bossen, 1986: 54).
ellas son la mayoría de las analfabetas, las más afectadas por el hambre y las más pobres entre los
pobres[…] Cuando ellas producen algo, sus maridos son los intermediarios entre ellas y los
comerciantes (Young, 1978a: 285).
a defender sus intereses no solamente ante la burocracia estatal, sino incluso ante otras
organizaciones campesinas, como por ejemplo la Confederación Nacional Campesina, que
empezaron a interesarse por las mujeres de las UAIM tanto para fines electorales como para
controlar los recursos financieros de los que disponían (López Estrada, 1994).
No sorprende entonces que las mujeres organizadas para llevar adelante proyectos
productivos en ocasiones lleguen a convertirse en portavoces de las necesidades
comunes a las mujeres de su región (ibid.).
a las más viejas, especialmente a las viudas, les parecía bien que tanto los maridos como los
hermanos mayores ejercieran la autoridad a través de los golpes; las más jóvenes, que han
asistido a la escuela, bilingües y con un gran interés por aprender todo lo que las rodea, se
manifestaron en contra de esa práctica. Ellas, que se están capacitando, no tienen por qué admitir
una posición subalterna, sostenida, además, por la violencia (Barrios, 1988: 339).
Las ideas acerca de lo que es “natural” y “legítimo” porque es parte de las costumbres
y de la organización social tradicional, se han ido modificando, para dar lugar a
cuestionamientos tanto teóricos (por parte de las investigadoras), como prácticos (por
parte de las mismas mujeres, en particular las jóvenes), a las relaciones genéricas en las
comunidades indias. Los testimonios recogidos en las reuniones nacionales de los
noventa, en las que mujeres indígenas toman la palabra (. Memoria, 1994), y toda una
serie de estudios de caso en diversas regiones, destacan que el derecho de costumbre
avala prácticas que resultan opresivas para las mujeres (Rosenbaum, 1993; Alberti,
1994; Bonfil y Marcó del Pont, 1999; Hernández et aL 1998; Martínez y Mejía, 1998;
Eber, 1999).2
Aída Hernández (1996), Paloma Bonfil y Raúl Marcó del Pont (1999) señalan que la
rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) ha jugado un papel de
catalizador en la apertura de nuevos fo ros y espacios organizativos para las mujeres
indígenas, en los que se han discutido las relaciones entre los pueblos indios y la nación
y sus instituciones, así como las relaciones dentro de las comunidades. En estos espacios
“se ha comenzado a discutir de manera más pública y plural la condición, situación y
posición de las mujeres indígenas” y ellas están reflexionando sobre sus derechos
específicos (Bonfil y Marcó del Pont, 1999: 239).
El taller “Los derechos de las mujeres en nuestras costumbres y tradiciones”, que se
llevó a cabo en San Cristóbal de Las Casas en septiembre de 1994, planteó que la
demanda de autonomía de las comunidades indígenas impulsada por el EZLN, debe
asegurar la democratización inter na de las comunidades y la transformación de aquellas
costumbres que resultan opresivas para las mujeres: el derecho de los maridos a
golpearlas, los matrimonios arreglados por los padres sin el consentimiento previo de
ellas, la discriminación en cuanto al acceso a la tierra, a la escolaridad y a la
participación política en igualdad de condiciones que los varones, la falta de autonomía
para decidir sobre sus propios cuerpos. Las demandas específicas de género, recogidas
en la Ley Revolucionaria de Mujeres del EZLN, se han reiterado en todos los foros en los
que las mujeres indias han podido tomar la palabra (Millán, 1996).
Muy acertadamente, a mi juicio, Bonfil y Marcó del Pont señalan que:
Para hablar de las movilizaciones y demandas de las mujeres indígenas, un referente obligado es
la lucha que los pueblos indios han dado sin parar y en distintos frentes, por su supervivencia
material y cultural. La lucha indígena en Chiapas representada por el movimiento armado del
EZLN es la úl tima y más reciente expresión de las protestas organizadas que los pueblos indios del
país siempre han sostenido (Bonfil y Marcó del Pont, 1999: 238).
En efecto, los estudios históricos demuestran que hay una larga tradición de lucha de
las comunidades indias, en la que las mujeres siempre han estado presentes (Knight,
1995). El libro de William Taylor (1979) sobre rebeliones en el México colonial, por
ejemplo, da fe de que en las tres regiones del centro y sur de México que estudió,
siempre que había revueltas en las comunidades, las mujeres estaban en la primera
línea de enfrentamiento con “las fuerzas del orden” que llegaban a reprimir. Así ocurrió
en el siglo XIX y siguió ocurriendo en el siglo XX. Lo notable y diferente de la
participación de las indígenas en la década de los noventa, es que por primera vez —
hasta donde sabemos— están reclamando no sólo por los derechos colectivos de sus
comunidades, sino también y de manera cada vez más clara y firme, por sus derechos
como mujeres. Esto no deja de causarles contradicciones y conflictos, tanto dentro de
sus hogares como con las autoridades y organizaciones locales. Para el caso de las
zapatistas, así lo sugieren los testimonios recogidos por Guiomar Rovira (1997), y los
que forman parte del libro coordinado por Sara Lo-vera y Nellys Palomo (1997).3
La modificación del artículo cuarto constitucional durante el sexenio 1994–2000 fue un
paso importante para el reconocimiento de que México es un país pluricultural. Sin
embargo resultó insuficiente frente a las demandas de autonomía de las organizaciones
indias y frente a las demandas de las mujeres. El problema, sostienen Aída Hernández y
Héctor Ortiz (1996), es que las propuestas de ley reglamentaria al artículo cuarto
constitucional,
parten de una visión armonicista de los pueblos indígenas y no reconocen las diferencias políticas,
religiosas, de clase y género que enmarcan la defi nición de lo que se considera como legítima
costumbre y tradición […] La presunción de que la cultura y los usos y costumbres de los pueblos
indíge nas son espacios al margen de las relaciones de poder, obscurece la manera en que dichos
espacios se encuentran marcados por las desigualdades de género y clase (Hernández y Ortiz,
1996: 35).
Aída Hernández señala que las nuevas demandas de género de las mujeres indias
cuestionan radicalmente todas las perspectivas esencialistas de “lo étnico”, que
presentan a las culturas mesoamericanas como armónicas y homogéneas —sea que
provengan de la academia, del gobierno o del propio movimiento indio (en sus vertientes
oficiales o, incluso, independientes). Cuestionan asimismo el feminismo que generaliza
acerca de “la mujer”, sin reconocer que el género se construye de diversas maneras en
diferentes contextos históricos y que las mujeres indias tienen sus propias concepciones
acerca de “la dignidad de la mujer”, y formas específicas de llevar adelante sus luchas y
alianzas políticas (Hernández, 2000: 48 y 50).
Otro aspecto de la cuestión es que el establecimiento de municipios autónomos en
rebeldía ha tenido como respuesta la militarización y el surgimiento de grupos
paramilitares. El libro que Aída Hernández (1998) compiló en respuesta a la masacre de
Acteal, en la que la mayor parte de las víctimas fueron mujeres y niñas (os), abre otro
tema a la investigación: el uso del hostigamiento sexual y de la violencia hacia las
mujeres como arma de guerra —en el caso estudiado, como una de las estrategias de la
guerra de baja intensidad que se lleva a cabo contra la población zapatista de Chiapas.
Pero el problema no se restringe a esa región sino a todas aquellas regiones a donde se
han extendido las demandas autonómicas y con ellas el aumento de la militarización y
las denuncias de violaciones a los derechos humanos, en particular en Guerrero, Oaxaca
y la Huasteca.
La violencia ha sido un problema endémico y de larga data en las zonas donde ha sido
fuerte el caciquismo, así como en las zonas donde hay narcotráfico. El cultivo de la
droga se ha expandido en tiempos recientes, de manera paralela al reacomodo de las
redes mexicanas en el marco del narcotráfico internacional. La tesis de Claudia Harris
(1998) analiza las consecuencias que esto ha tenido en el caso específico de un grupo
indígena de Chihuahua: se han visto afectadas negativamente la vida cotidiana y la vida
ritual del grupo, que ahora vive bajo el temor constante de los ataques armados. El
tejido social se ha deteriorado en proporción directa a la multiplicación del número de
homicidios, mujeres violadas, viudas y huérfanos que quedan en situación de extrema
penuria. El peso de este fenómeno en un número cada vez mayor de zonas indígenas lo
convierte en importante tema de estudio, pero los obvios riesgos que implica hace que
hasta ahora sean excepcionales las investigaciones dedicadas a él. Sin embargo, resulta
muy alentador que, a pesar de todo, empiece a haberlos.
CONCLUSIONES
Como señalan Rosenbaum y Eber (1992), las mujeres y las relaciones de género han
pasado de los márgenes al centro de la agenda de las ciencias sociales. En el caso
específico del México campesino e indígena, ha habido un movimiento vigoroso, en plena
expansión, de investigaciones cada vez más especializadas que consideran las relaciones
de género como una de las dimensiones fundamentales de las diferencias y
desigualdades sociales. Este enfoque ha permitido abrir nuevas áreas temáticas a la
investigación, a la vez que ha proporcionado instrumentos analíticos para abordar un
conjunto de procesos novedosos que han tenido lugar en las décadas de los ochenta y
noventa. Quienes utilizan un enfoque de género han realizado entonces un doble
movimiento: hacia adentro de las familias y comunidades, para analizar los procesos
subjetivos, la construcción de las identidades y las relaciones sociales, y hacia afuera,
para vincular los cambios en el nivel microsocial a las transformaciones
macroestructurales.
La importancia de estos estudios no ha pasado inadvertida para muchos colegas. El
volumen colectivo Las voces del campo. Movimiento cam - pesino y política agraria
(Flores et al., 1988), publicado a fines de los ochenta, no incluía las voces de las
mujeres; obras más recientes, en cambio, cuentan con capítulos específicos sobre ellas.
Tal es el caso, por ejemplo, del libro Los nuevos actores sociales y los procesos políticos
en elcampo (Cartón y Tejera, 1996). Este giro ha ocurrido en buena medida porque ha
crecido la participación de las mujeres en organizaciones y movimientos campesinos,
porque ha cambiado de carácter, y porque ahora hay más investigaciones al respecto.
Sin duda la participación femenina en organizaciones es el área temática que más ha
atraído la atención de las investigadoras en la última década, logrando crear un nuevo
terreno de indagación y debate.
En los estudios que he reseñado el énfasis se ha ido desplazando de las formas de
subordinación y opresión de las mujeres, a las formas en que ellas van logrando
afirmarse y acceder a nuevos espacios organizativos y de toma de decisiones. Un
conjunto de estudios muestra que las mujeres no son propiamente “nuevos actores” en
el campo porque siempre han participado activamente en la larga historia de
movilizaciones indígenas y campesinas. Lo novedoso es que en la década de 1990
muchas mujeres rurales han comenzado a modificar sus formas de participación,
articulando sus propias demandas de género, sea dentro de las organizaciones mixtas o
en las exclusivamente femeninas. Este proceso tiene múltiples orígenes y vías —que
también forman parte de los temas investigados. Se han multiplicado los estudios que
dan testimonio de la creciente conciencia de las mujeres rurales sobre sus derechos y
del surgimiento de un feminismo rural con características muy propias debidas a la
importancia que para la acción individual y colectiva de las mujeres siguen teniendo la
familia y la comunidad.
El interés de numerosas organizaciones rurales por el significado profundo de la
democracia y el impulso que le están dando a la difusión de una cultura de los derechos
humanos —en la que se enmarcan los derechos de las mujeres— hacen que al comenzar
el nuevo milenio muchas de las investigaciones giren en torno al llamado
“empoderamiento” de las mujeres y a su participación en la construcción de la
ciudadanía en el campo. Éste es uno de los temas que se perfilan como más atractivos en
el futuro inmediato. Seguramente muy pronto, la abundancia de investigaciones en ésta
y otras áreas de especialización hará imposible un recorrido de conjunto como el que
ahora concluyo.
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NOTAS AL PIE
1 Como lo demuestra el libro de María Consuelo Mejía y Sergio Sarmiento, La lucha indígena: un
reto a la ortodoxia (1987), las bases para que esto sucediera ya se habíanido gestando a lo largo de
los años setenta, con la experiencia de movilización de diversasorganizaciones indígenas, no sólo en
torno a las tradicionales demandas campesinas porla tierra y apoyos a la producción y a la
comercialización, sino también en torno a un con junto de demandas específicas: la participación en
el diseño de las políticas indigenistas, la ampliación de la educación bilingüe y bicultural, las
libertades políticas y el respeto alos derechos humanos. Estas demandas se ampliarían y elaborarían
a partir de 1994 como parte de la propuesta de autonomía para los pueblos indios, basada en los
lincamientos del Convenio 169 sobre pueblos indígenas y tribales, aprobado en 1989 por la
Organización Internacional del Trabajo y ratificado por el gobierno mexicano.
2 Algunos estudios publicados en los años ochenta hablaban sobre la “triple opresiónde las mujeres
indígenas: como campesinas, como indígenas y como mujeres”. Es en losnoventa que las propias
mujeres indígenas están explicitando en qué consiste la opresión“como mujeres”. Y las
investigaciones están dando cuenta de los procesos involucrados.
3 Los Acuerdos de San Andrés Sakam’chem-Larráinzar, firmados en 1996 por el gobierno y el EZLN
después de varios meses de discusión, contienen cláusulas que dan reconocimiento espacífico a los
derechos humanos y de las mujeres. No obstante, uno de losargumentos que han utilizado quienes se
oponen a la Ley sobre Derechos y Cultura Indígenas, basada en los acuerdos, es que los usos y
costumbres son lesivos de los derechos delas mujeres.
LA INVESTIGACIÓN SOBRE REPRODUCCIÓN Y
VARONES A LA LUZ DE LOS ESTUDIOS DE
GÉNERO1
INTRODUCCIÓN
El conocimiento producido en algunas disciplinas como la demografía y la medicina, así
como el derivado del lenguaje cotidiano y el de algunas demandas feministas, han
mantenido la visión de las mujeres como los seres que se reproducen y de los varones2
como actores secundarios en este proceso. Sin embargo, la perspectiva de género ha
confirmado la necesidad de cuestionar la construcción social de funciones para varones
y mujeres, en particular los que se vinculan con la valoración de la reproducción y de las
tareas asociadas a la misma. Ello ha derivado en un cues-tionamiento de las acciones
sociales que pretenden vincularse con la reproducción biológica y un replanteamiento de
la autoridad de las personas para influir sobre la construcción de su entorno
reproductivo. Este trabajo reconoce como punto de partida el carácter sexista de las
categorías utilizadas para analizar la reproducción humana, a la vez que tiene presente
el conjunto de evidencias empíricas que han permitido documentar una presencia
contradictoria de los varones en el ámbito de la reproducción: por una parte, un silencio
complaciente respecto a los papeles diferenciados y excluyentes en la reproducción, al
ejercicio unilateral del poder en este ámbito y al distanciamiento ambivalente de los
varones respecto a los procesos reproductivos, y por otra, la existencia de varones que
se enfrentan a obstáculos sociales, institucionales, de pareja y de grupos de pertenencia,
al vivir la reproducción como un proceso compartido con las personas que intervienen
en el mismo.
En este artículo se discute la forma en que la perspectiva de género posibilita
repensar la reproducción en términos relaciónales, esbozando variantes en la
interpretación que se ha hecho de la presencia de los varones en los procesos
reproductivos, tratando de identificar algunos de los aportes que las investigaciones
sobre las mujeres y sobre las relaciones de género han brindado en este sentido.
Los estudios de género han mostrado la necesidad de cuestionar los supuestos a partir
de los cuales se ha estudiado la reproducción y el papel desempeñado por los varones
dentro de ella. Una de las evidencias más significativas es el hecho de que varias
disciplinas han investigado la reproducción tomando a las mujeres como la variable
dependiente y a los varones como una más de las variables independientes, que pueden
ayudar o no a interpretar la reproducción de las mujeres, pero que difícilmente son
consideradas como parte del proceso relacional por el cual las personas van
construyendo un proceso reproductivo. En el estudio de la fecundidad, la demografía
utiliza múltiples indicadores, sin embargo todos ellos se han establecido para
caracterizar la fecundidad de las mujeres como sinónimo de la fecundidad de la
población. La medicina tiene una aproximación parecida para reconstruir los riesgos y
beneficios en los procesos reproductivos. La psicología infantil habla de la influencia de
la crianza, pero toma como variable central y fija a las mujeres, mientras que los varones
aparecen como una variable secundaria y nunca se intenta un análisis en sentido inverso
(Figueroa y Rojas, 2000).
En este trabajo se reconoce la complejidad metodológica y práctica que implica dar
especificidad a la reproducción de los varones y construir indicadores para estudiar la
reproducción de los mismos, pero a la vez se señala que en realidad no se ha hecho un
esfuerzo teórico y metodológico para desarrollarlos. Las consecuencias políticas, éticas y
de derechos humanos de ello son muy graves. La más obvia es que todas las políticas
que tratan de incidir sobre la reproducción —como las de población, de planificación
familiar, de salud reproductiva y de anticoncepción— inciden únicamente sobre las
mujeres, pero no en abstracto, sino sobre sus cuerpos, sobre su sexualidad, sobre sus
derechos y sobre sus identidades como personas.
Se intenta mostrar en este documento cómo, al margen de que los discursos vayan
cambiando un poco, se requieren propuestas novedosas para permear los principales
instrumentos que se utilizan para producir información y para validar intervenciones
sociales, ya que los hasta ahora existentes han contribuido a institucionalizar la
reproducción de estereotipos masculinos y femeninos. Para ello, en la primera parte del
artículo, se revisan los resultados de algunos esfuerzos de investigación que han
intentado incorporar y explicar la participación de los varones en los procesos
reproductivos, señalando sus principales aportaciones, al tiempo que se cuestionan
ciertas opiniones estereotipadas de la presencia masculina en la reproducción. En la
segunda sección se discute sobre la importancia de los esfuerzos que se han realizado en
la producción de estadísticas para medir la fecundidad masculina, a la vez que se
señalan los problemas conceptuales subyacentes en la recolección de esta información
por medio de encuestas y de los registros vitales.
En el tercer apartado se propone como alternativa, a partir de la perspectiva de
género, analizar el proceso reproductivo como aquél en el que concurren las identidades
genéricas, femenina y masculina, mediante el ejercicio de la sexualidad. Finalmente, en
la última sección se presentan algunas propuestas de carácter teórico y metodológico,
así como de políticas sociales vinculadas con el tema, destacando el aprendizaje
obtenido a partir de la incorporación de la perspectiva de género en la interpretación de
la reproducción desde una dimensión relacional.
El entorno del aborto es un aspecto del proceso reproductivo del que se tiene muy poco
conocimiento, porque las investigaciones realizadas al respecto son escasas. En el
ámbito latinoamericano existe un estudio realizado en México (Núñez y Palma, 1991) y
otro en Brasil (Fachel y Fachel, 1995 y 1998) que muestran que entre hombres y mujeres
existen claras diferencias en las valoraciones en torno al aborto. Los resultados de un
seguimiento de adolescentes y jóvenes de ambos sexos, en el Área Metropolitana de la
Ciudad de México, indicaron que de acuerdo con la declaración de las mujeres respecto
al resultado de su primer embarazo, 9.5% de ellas declaró que ese primer embarazo
había resultado en un aborto. Mientras que al entrevistar a los varones respecto al
embarazo de sus compañeras, se encontró que casi la quinta parte de ellos señaló que el
embarazo había terminado en un aborto, con lo que se pudo observar que los hombres
declaran una incidencia de abortos de más del doble que las mujeres (Núñez y Palma,
1991).
Para el caso brasileño se constató que los varones asumen una posición discursiva más
liberal respecto a la vivencia de la sexualidad y más conservadora respecto al aborto
como derecho de la mujer. En cambio, las mujeres brasileñas entrevistadas asumieron
en el discurso una actitud un tanto más conservadora en torno a la sexualidad pero más
liberal respecto al aborto como su derecho (Fachel y Fachel, 1995 y 1998). Ambos
estudios muestran que la experiencia reproductiva es diferencial para varones y mujeres
y que ello repercute en la valoración que cada uno de ellos hace de la misma e incluso
en su forma de nombrarla y describirla.
Por otra parte, al revisar el papel desempeñado por los hombres en la decisión de
abortar, Tolbert y Morris (1995) observan que los diferentes modelos de relaciones de
género pueden influir en la diversidad de decisiones que se toman respecto al aborto, es
decir, a mayor equidad en las relaciones de género en los diferentes ámbitos del
quehacer social se esperaría una mayor transparencia en las negociaciones entre
hombres y mujeres respecto al aborto. Lo mismo podría decirse de otros ámbitos de la
reproducción.
A continuación nos proponemos hacer una revisión de las posibilidades que se han
desarrollado, y de las cuales tenemos conocimiento, para la medición de la fecundidad
masculina, derivadas del uso de preguntas directas en la aplicación de encuestas de
fecundidad, o de las estimaciones realizadas a partir de los registros vitales.
a) En Estados Unidos, durante los años cuarenta, el interés en que la fecundidad
continuara disminuyendo motivó numerosos estudios sobre el tema, particularmente en
torno a la fecundidad no deseada y a las diferencias por clase social, pues se temía que
dichas diferencias provocaran una disminución de los niveles de inteligencia de la
población norteamericana. Así, a partir de los resultados de la Encuesta Nacional de
Salud de Estados Unidos de 1935–1936, Tietze (1944) construyó algunas mediciones
sobre la fecundidad masculina de la población blanca y urbana de ese país, por clases
ocupacionales, tales como las tasas de paternidad nupcial y general, además de tasas
específicas de paternidad y tasas de paternidad brutas y netas.4ti) En la Encuesta
Nacional de Fecundidad Masculina de Colombia (1969) se insistió en la diferenciación de
los hijos nacidos vivos de acuerdo con la unión dentro de la cual se engendró el hijo, de
manera que se separaron los hijos producto de la última unión, de los hijos provenientes
de otras uniones o de relaciones sexuales pre y extramaritales (Heredia, 1974). Sin
embargo, es importante señalar que la muestra estuvo conformada únicamente por
hombres en unión matrimonial. Vale la pena comentar que esta encuesta incluyó
preguntas sobre los hijos nacidos muertos, los abortos y sobre los embarazos de las
compañeras actuales de los hombres entrevistados, calculándose así el total y el
promedio de embarazos por hombre.
c) La Encuesta Nacional sobre conocimiento, actitud y práctica en el uso de métodos
anticonceptivos de la población masculina obrera del Área Metropolitana de la Ciudad
de México realizada en 1988, provee el promedio de hijos nacidos vivos para el conjunto
de la población masculina (de 15 años y más) y para la población masculina alguna vez
unida. En el caso de la población masculina actualmente unida, se obtiene el promedio
de hijos tenidos en su matrimonio o unión actual, los engendrados con otras mujeres
fuera de unión alguna y los hijos producto de otras uniones (Secretaría de Salud, 1990).
Puede considerarse que en esta encuesta el promedio de hijos nacidos vivos, resultado
de la declaración del entrevistado respecto al número de hijos tenidos en cada unión
conyugal o fuera de ella, es un indicador aproximado de la fecundidad masculina,
considerando que no toma en cuenta los embarazos que terminaron en un nacido muerto
o en un aborto.
d) En el Programa Mundial de Encuestas Demográficas y de Salud (DHS por sus siglas
en inglés) aplicado en diversos países en desarrollo, particularmente africanos y
asiáticos, la determinación de la fecundidad masculina se hace a partir del número total
de hijos e hijas (sobrevivientes o no), que se relaciona con la población masculina
entrevistada. Cabe aclarar que existen encuestas aplicadas en algunos países que
consideran como población masculina a todos los hombres elegibles —de acuerdo con un
cierto rango de edad y a su pertenencia al hogar de la muestra—, mientras que en otros
países estas encuestas consideran como población masculina solamente a los hombres
casados, sin establecer límites de edad. Así, las encuestas de esposos incluyen sólo a los
hombres actualmente casados, en tanto que las encuestas de varones, incluyen además
a los solteros, viudos y divorciados, situación que dificulta la posibilidad de hacer
comparaciones entre los diferentes países considerados (Ezeh, Seroussi y Raggers,
1996).
e) La Organización de las Naciones Unidas ha publicado recientemente cifras de tasas
de natalidad por edad del padre. A pesar de lo valioso que resulta dicha información, es
necesario advertir que puede tener problemas, ya que un porcentaje considerable de
padres cuya edad se desconoce, es distribuido entre los diferentes grupos de edad,
creando ciertas distorsiones, puesto que se sabe que la distribución de los nacimientos
ocurridos dentro del matrimonio, es diferente de aquella correspondiente a los
nacimientos ocurridos fuera del matrimonio.
f) En diversos países5 ya es posible encontrar datos sobre la fecundidad masculina por
edad, sin embargo hay que señalar que estos datos se publican en términos del número
de nacimientos o paternidades, y no en forma de tasas. Además de que gran parte del
material disponible sólo se refiere a los hombres casados, imposibilitando la distribución
de los nacimientos por estatus marital de la población masculina, hecho que puede
representar un problema importante cuando existan altas tasas de nacimientos
ocurridos fuera del matrimonio (Coleman, 1998).
Por otra parte, cabe señalar que mientras en algunos países se recolecta a partir de la
madre, información sobre los nacimientos ocurridos fuera del matrimonio, en otros
países se registran las características del padre únicamente cuando se trata de
nacimientos dentro del matrimonio. Si se recolectan los datos del los padres
involucrados en nacimientos fuera del matrimonio, como en Gran Bretaña, ello se realiza
solamente cuando los padres acuden con la madre a registrar a los hijos. Por ello,
algunos investigadores consideran que la ilegitimidad de los nacimientos es uno de los
factores que afectan el estudio efectivo de la fecundidad masculina a partir de las
estadísticas vitales (Coleman, 1998).
Después de haber revisado algunos de los esfuerzos que se han realizado para medir la
fecundidad masculina, creemos conveniente hacer algunos señalamientos sobre la
calidad y el contenido de la información que se utiliza para la construcción de
estadísticas respecto al tema que nos ocupa.
Gran parte de los estudios llevados a cabo en algunos países europeos sobre
fecundidad masculina, utilizan los registros vitales como fuente de información para
construir estadísticas (Coleman, 1998; Miret, 1998; Pohl, 2000; Toulemon y Lapierre-
Adamcyk, 2000), asumiendo de alguna manera que existe una baja prevalencia de
nacimientos extramaritales o por lo menos una diferencia poco significativa entre hijos
tenidos e hijos registrados. Los análisis dejan pendiente la discusión, no sólo en términos
metodológicos sino teóricos, de las implicaciones subyacentes en torno al
comportamiento reproductivo masculino dentro y fuera de las uniones matrimoniales.
A pesar de que se reconoce el esfuerzo que implica la realización de las encuestas de
fecundidad aplicadas a los varones, es necesario señalar que gran parte de ellas no
incluyen dentro de sus análisis el estudio de la no respuesta, no sólo como elemento
relevante que pueda alterar la calidad de la información, sino también como fuente de
información en torno a las respuestas masculinas respecto a su reproducción.
Construir y utilizar tasas de fecundidad masculinas, a partir de los datos de los hijos
nacidos vivos, implica partir de una subestimación de la participación masculina en los
procesos reproductivos, puesto que no se toman en consideración aquellos casos de
hijos nacidos muertos ni de los embarazos que terminaron en abortos (inducidos y
espontáneos). Por ello creemos que resultaría más fructífero recuperar la información
que se tiene, en algunas encuestas, respecto al total de embarazos en los que los
hombres han estado involucrados, y construir con ella otro tipo de tasas de fecundidad
masculina.
Las variaciones tanto en la consideración de la población masculina —ya sea que se
tome en cuenta a la totalidad de los hombres, independientemente de su estado marital,
o que se utilice solamente la información de los varones casados—, como de los hijos
tenidos o registrados, implican no solamente variaciones en los valores de las
estimaciones sobre la fecundidad masculina, y por consiguiente dificultades para su
comparación, sino también variaciones en su conceptualización.
Para terminar este apartado, nos gustaría dejar constancia de los argumentos que se
utilizaron para descartar la posibilidad de recolectar información sobre la fecundidad
masculina en el Censo de Población y Vivienda de México para el año 2000, en las
reuniones de preparación para su ensayo durante los años 1997 y 1998.
Si bien reconocemos que el Censo de Población y Vivienda no constituye la mejor
fuente de información sobre el tema que estamos discutiendo, porque no
necesariamente es el varón quien informa al entrevistador respecto a los datos del hogar
y la vivienda, es importante destacar los cuestionamientos que se realizaron para no
preguntar sobre los hijos tenidos por los varones. Se señaló en primer lugar que, si al
tratar de averiguar sobre la fecundidad masculina se iba a obtener el mismo dato que
con las mujeres, entonces ¿para qué se preguntaba un mismo indicador dos veces? Otro
argumento fue que, en caso de que el dato fuera diferente —como puede suponerse por
cuestiones de movilidad y de variaciones en la declaración, o por otros motivos—
entonces se señaló que se tendría que creer más en la declaración de las mujeres,
además de que es el dato sobre el cual pueden hacerse comparaciones a lo largo del
tiempo.
Una preocupación más alertaba sobre el riesgo de que la pregunta sobre la fecundidad
masculina podría distorsionar la indagación sobre la fecundidad femenina y, por tanto,
perder precisión en sus estimaciones. Otro señalamiento fue que no quedaba claro de
qué manera la medición de la fecundidad masculina podría mejorar las estimaciones de
las tasas de crecimiento, para cuyo cálculo se consideran las tasas de fecundidad, de
mortalidad y migración, sin precisar si la fecundidad se ha medido respecto a los
varones o a las mujeres. Existió también la consideración de que detrás del interés por
medir y estudiar la fecundidad masculina, se encontraba la preocupación por identificar
la poligamia, por lo que se propuso hacer indagaciones específicamente sobre este tema
y dejar de lado las preocupaciones por la estimación de la fecundidad de los varones.
Una preocupación metodológica adicional tuvo que ver con la falta de criterios para
analizar las posibles diferencias que pudieran encontrarse entre las estimaciones de la
fecundidad de las mujeres y la de los varones.
Creemos que detrás de todas estas preocupaciones, aparentemente de índole técnico,
se evidencia una postura que no considera trascendente explicitar que el varón se
reproduce tanto biológica como socialmente. La precisión en la medición que se obtenga
respecto a los eventos reproductivos, se transformaría en una preocupación secundaria
si lograran desarrollarse categorías más adecuadas para aprehender la reproducción,
considerando su carácter relacional y contradictorio, así como las diferentes
representaciones que ponen en juego los actores que en ella intervienen.
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NOTAS AL PIE
1
Elaborado a partir de las presentaciones en el “Seminario internacional sobre varones,
reproducción y formación familiar (Figueroa y Rojas, 1998) y en el seminario“Tres lustros del
Programa Interdisciplinario de la Mujer” (Figueroa, 1998a).
2 Es necesario señalar que en ocasiones se utiliza la palabra varón para alertar sobreel uso acrítico
reflexiones sobre las implicaciones que puede tener para las políticas sociales repensar el análisis de
la reproducción a la luz de los estudios de género.
DE LA INVISIBILIDAD A LA PROPUESTA DE UN
NUEVO PARADIGMA: EL DEBATE ACTUAL SOBRE
MUJERES Y DERECHOS HUMANOS
INTRODUCCIÓN
El objetivo de este artículo es ofrecer un panorama general de la trayectoria que ha
seguido la investigación sobre la condición jurídica de las mujeres en México en las dos
últimas décadas. Se tomó como punto de partida 1975, denominado por la Organización
de Naciones Unidas como Año Internacional de la Mujer, por ser ésa la fecha en que
después de un largo debate se establece, como garantía constitucional, la igualdad
jurídica de hombres y mujeres (artículo cuarto).
En los textos producidos durante el lapso señalado pueden identificarse tres
momentos. En una primera etapa, más descriptiva que analítica, se intentó identificar a
las mujeres en la legislación y contrastar sus derechos y obligaciones con el nuevo texto
constitucional.
En un segundo momento el estudio se centró en la discriminación legal; se produjeron
textos críticos y de denuncia, que se articularon con las demandas del movimiento
feminista. Posteriormente se profundizó el análisis de los conceptos que están en el
origen de la noción de derechos humanos y se cuestionó el paradigma de tales derechos.
De acuerdo con esta secuencia, en la primera parte se aborda el debate de la igualdad
y se señalan algunos elementos que han permeado el análisis jurídico, tales como el
movimiento internacional por los derechos humanos de las mujeres, el movimiento
feminista mexicano y el peso simbólico que se confiere a la ley. Se comentan asimismo
algunos trabajos elaborados a propósito del Año Internacional de la Mujer y las reformas
constitucionales que el evento trajo consigo.
En la segunda parte se revisan los textos que sirvieron para denunciar la
discriminación, agrupados en tres secciones. En primer término los trabajos académicos,
que se refieren a análisis legales en diversas materias, tales como la constitucional, la
laboral, la agraria, la civil y la penal. En el segundo inciso se incluyen los textos
producidos desde el movimiento feminista, que abordan temas más concretos, como la
violencia sexual o doméstica y las relaciones familiares. Finalmente, lo que se ha
denominado aportes de otras disciplinas, que son también trabajos académicos cuyo
contenido, sin ser estrictamente de análisis legal, se relaciona con los fundamentos
básicos de los derechos humanos.
Por último, en la tercera parte, se analiza el tema de la violencia contra las mujeres,
por ser uno de los llamados nuevos derechos humanos, que en virtud de su definición y
alcances ha cuestionado los mecanismos de ejecución de la normatividad internacional
en materia de derechos humanos y señalado la necesidad de revisar el paradigma
tradicional.
Antes de terminar esta introducción hay que hacer algunas aclaraciones. La primera
de ellas se refiere a una dificultad muy clara al elaborar una revisión como la que aquí
se propone. Los espacios institucionales dedicados a la investigación o docencia de
temas jurídicos (institutos, facultades o escuelas de derecho, etc.) no han privilegiado el
análisis de la condición de las mujeres, por considerar que es menos importante o que
concierne sólo a un grupo específico. En esta resistencia juega también un papel
importante la rigidez que tradicionalmente ha caracterizado a abogados y juristas,
adicionada con cuotas de desprecio y misoginia. No es casual que casi la totalidad de los
trabajos revisados hayan sido elaborados por mujeres, muchas veces a pesar de la
reticencia institucional y no gracias a su iniciativa.
Paralelamente, en los programas de investigación y estudios de género, la cuestión
legal se ha considerado más una práctica o una situación dada, que algo susceptible de
ser investigado. Así, los temas jurídicos no han ocupado un lugar central ni han sido
tratados con la prolijidad que se observa en otras disciplinas, pero siempre han estado
presentes de alguna forma. Más que eso, se han beneficiado directamente de la
investigación producida en otras áreas.
Finalmente, no está de más aclarar que cualquier omisión en este recorrido por los
estudios legales, es totalmente involuntaria.
LA DENUNCIA DE LA DISCRIMINACIÓN
Buscar a las mujeres en la legislación y advertir el trato desigual y, en particular en el
derecho de familia, francamente discriminatorio, motivó una serie de trabajos
encaminados a denunciar esa situación y también a proponer modificaciones. La
investigación sobre la condición jurídica de las mujeres estuvo enfocada, en la segunda
mitad de los ochenta y principios de los noventa, al análisis de leyes y códigos y también,
aunque en menor escala, a la aplicación de las leyes y el sistema de impartición de
justicia.
En esta área, la de la denuncia de la discriminación, es muy claro el vínculo con el
movimiento feminista. De hecho algunos análisis de tipo legal son producidos por
organizaciones o grupos militantes, o bien auspiciados por ellos vía la realización de
foros específicos.11
También hay que mencionar que los estudios sobre la mujer y las relaciones de género
ya habían adquirido solidez y cada vez tenían más arraigo en la academia, de lo que la
investigación jurídica se vio ciertamente beneficiada, al ser nutrida y retroalimentada
por los aportes de otras disciplinas. Este mismo aspecto —el de la interrelación con
otras áreas de estudio— resultó decisivo para pasar, en un momento posterior a la
denuncia, al cuestionamiento de fondo de los principios básicos de los derechos
humanos.
En este apartado vamos a exponer algunos trabajos académicos de análisis de leyes y
códigos, así como del sistema de impartición de justicia; posteriormente vamos a revisar
los aportes del movimiento feminista a la investigación jurídica y finalmente
comentaremos las contribuciones de otras disciplinas.
Desde la academia
Con una posición crítica —que, como vimos, no aparecía con toda claridad en la década
de los setenta— empieza a analizarse el cambio constitucional de 1974. Beatriz Bernal
Gómez12 estudia su inserción en el ámbito jurídico internacional, como el cumplimiento
de un compromiso adquirido por el gobierno mexicano ante Naciones Unidas. Aunque
ciertamente no tiene una visión de género, en la medida en que no problematiza las
relaciones sociales que marcan la subordinación de las mujeres, y plantea que la
reforma “fue inadecuada por estar divorciada de la realidad del país,”13 el texto tiene el
mérito de poner, en la mesa de discusiones sobre derecho constitucional, un tema poco
tratado que era la situación de las mujeres, debatir con los críticos del decreto14 y
rescatar la igualdad entre los sexos como una meta deseable.
Margarita González de Pazos,15 por otra parte, ha subrayado que los principios de
igualdad, en particular en el campo laboral, quedan vacíos de contenido si no se crean
los mecanismos para garantizarlos. El problema no es sólo establecer en qué consiste un
trabajo igual, sino sobre todo quién lo determina y con base en qué criterios. Un caso
ejemplar es el trabajo doméstico, que por lo regular recae sobre las mujeres y que no ha
sido objeto de programas o políticas públicas para aligerarlo. En otros artículos,
González de Pazos ha abordado temas de derecho internacional16 y de derecho laboral
comparado.17
Una de las contribuciones más importantes en el trabajo de denunciar la
discriminación legales sin duda la de Alicia Elena Pérez Duarte y Noroña, quien ha
abordado principalmente temas de derecho familiar. Esta autora ha analizado las
relaciones sociales en el interior de la familia,18 la obsolescencia del sistema jurídico
frente a la filiación y la maternidad,19 la problemática de la violencia intrafamiliar20 y la
regulación legal de los derechos sexuales y reproductivos.21
En 1995 Pérez Duarte coordinó la investigación sobre los derechos legales de la mujer
en México, como parte de las actividades previas a la realización de la IV Conferencia
Mundial de Naciones Unidas sobre la Mujer. Ese trabajo22 contiene un análisis
comparativo de los códigos civiles de los estados de la República. Resulta ilustrativo que,
a 20 años de la reforma constitucional, la igualdad jurídica siga siendo una meta por
alcanzar. En ocho entidades del país la ley ordenaba que la dirección y el cuidado del
hogar debían corresponder a la mujer, quien sólo podría desempeñar un trabajo
remunerado si ello “no perjudicaba su misión”; el marido podía oponerse si era un buen
proveedor y justificaba su negativa.23 Ciertamente, de 1995 a la fecha algunos de estos
estados han modificado sus leyes internas. La oposición del marido al trabajo
remunerado de la mujer sólo sigue vigente en Aguascalientes y Nuevo León; en el
primero de ellos se establece además que en caso de desacuerdo entre los cónyuges,
prevalecerá la opinión del marido.
La investigación que se comenta incluye además una revisión de los códigos penales,
en la que se comparan las sanciones establecidas para la violación simple a persona
púber y la relativa al abigeato (robo de cabezas de ganado). La elección de estos dos
delitos busca ejemplificar los bienes jurídicamente protegidos en cada caso (la libertad
de las mujeres y una forma específica de propiedad, respectivamente) y la jerarquía que
se impone entre ellos. Así, resulta que en 21 estados del país se sanciona más
severamente a quien roba una vaca que a quien viola a una mujer.
Lo importante de estos textos es que han contribuido a hacer visibles a las mujeres y a
llamar la atención sobre sus necesidades. La comparación entre la violación y el
abigeato muestra lo absurdo de la supervivencia de valores anacrónicos, como la
protección rigurosa de la propiedad de ganado, y lo difícil que ha resultado incorporar
derechos tales como la libertad sexual, a las normas jurídicas. Pone también de
manifiesto el rezago del marco legal frente a los nuevos imperativos de la sociedad
contemporánea, específicamente los planteamientos formulados por las mujeres.24
En la misma tónica, Pérez Duarte analiza los postulados de la plataforma de acción
emanada de la Conferencia de Beijing y sus implicaciones para el sistema jurídico
mexicano. Con una clara visión de género, apunta no sólo que la igualdad es un ideal
inalcanzable si no existe el marco adecuado, sino además que las normas
discriminatorias perpetúan la subordinación de las mujeres.
También como parte de las actividades previas a la IV Conferencia Mundial de la
Mujer hay que citar el trabajo de Laura Salinas Beristáin25 como coordinadora de la
investigación sobre derechos humanos de la mujer en las leyes mexicanas. Es una
revisión muy completa del marco legal conformado por la Constitución y las leyes
federales: laborales, de seguridad social, electorales, administrativas y agrarias.
Esta investigación se ubica asimismo en la línea de identificar preceptos
discriminatorios mediante el cotejo con la normatividad internacional, específicamente
la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la
Mujer. El documento resultante evidencia que el avance no es lineal; si en algún
momento se había pensado que el artículo cuarto constitucional sería el primer paso en
el camino hacia la igualdad, la nueva Ley Agraria de 1992 marca algunos retrocesos: se
suprimió el derecho de la esposa o concubina como primera sucesora de los bienes del
ejidatario (incluyendo los derechos sobre la tierra), se eliminó el derecho de las mujeres
ejidatarias a permitir que otros trabajen las tierras que no pudieran atender de manera
directa,26 así como la obligación de instalar guarderías en las Unidades Agrícolas
Industriales de la Mujer (UAIM), que además ahora ya no existen por mandato de ley sino
que su creación y la extensión de la parcela, son decisión de la asamblea ejidal.27
Si en el marco formal, abstracto, de la legislación siguen encontrándose hoyos negros,
murallas que franquean un camino que nunca ha estado exento de azares y penalidades,
el terreno de la aplicación de la norma, es decir la construcción del sistema de
impartición de justicia, ha demostrado ser un laberinto intrincado e interminable, pero
sobre todo, un terreno fértil para que los estereotipos de género y las normas sociales
que asignan valores diferenciados y jerarquizados para hombres y mujeres, se traduzcan
en una clara condena a estas últimas.
El libro de Elena Azaola, El delito de ser mujer,28 es un estudio sobre las mujeres
homicidas en el Distrito Federal. Entre los datos demográficos, fragmentos de historias
de vida, referencias a estudios en otras sociedades, etc., Azaola señala con claridad dos
cosas que resultan de particular importancia. La primera de ellas es la aplicación
desigual de la ley: las mujeres reciben, en promedio, “una sentencia que es mayor en
una cuarta parte a la de los hombres” (las condenas son de 23 años de prisión y 18.6,
respectivamente). Si el análisis de casos se reduce a quienes dieron muerte a un
familiar, la distancia aumenta sensiblemente, para situarse en 18 años para los hombres
y 24 para las mujeres.29 Estas cifras hablan por sí solas.
La otra aportación del libro de Azaola que me interesa destacar, porque es un tema
que posteriormente sería desarrollado con amplitud, es que muchas de las mujeres
homicidas y la gran mayoría de quienes mataron a su esposo o compañero, tenía tras de
sí una larga historia de violencia.30 Este solo dato, resultante de una investigación
empírica en México, bastaría para considerar El delito de ser mujer como un texto
pionero en el campo de la investigación criminológica con perspectiva de género.
En la misma línea de investigación podemos citar Las mujeres olvidadas. Un estudio
sobre la situación actual de las cárceles de mujeres en laRepública Mexicana?’ que
además de la información estadística y el análisis de los reglamentos, recupera la
experiencia de las internas en sus propias voces, mediante numerosos relatos.
En síntesis, el trabajo de denuncia de la discriminación ha sido una constante en la
investigación del fenómeno jurídico, en sus diversas manifestaciones, y ha puesto de
relieve la necesidad de emprender acciones concretas y proponer políticas públicas si se
quiere lograr un cambio cualitativo en la condición legal de las mujeres.
En el siguiente inciso vamos a revisar algunos análisis producidos desde el movimiento
feminista. Es conveniente aclarar, aunque tal vez resulte innecesario, que algunos
grupos y organizaciones han establecido contacto con la academia, a la vez que
algunas(os) investigadoras(es) han sido también militantes del movimiento feminista. La
clasificación utilizada en este apartado tiene más bien un propósito analítico que de
separación de las áreas.
Como hemos reiterado a lo largo de este artículo, la relación del análisis jurídico con el
feminismo se ha dado principalmente para abordar casos concretos, a la vez que
ejemplifica el peso simbólico que se le confiere a la ley y la posibilidad de ver reflejadas
en ella las demandas de las mujeres. No obstante, hay que hacer algunas precisiones;
ciertamente, la investigación jurídica se ha nutrido de la experiencia del movimiento
feminista, pero dentro de este último el análisis de los temas legales es relativamente
escaso. Son muy pocas las organizaciones que se han dedicado a ello y que además
cuentan, entre sus militantes, con personas capacitadas. En otras palabras, hay muy
pocas abogadas(os) en el movimiento, y entre esas pocas son aún menos las que se han
dedicado a hacer un trabajo sistemático en esta materia.
Entre las organizaciones que sí cuentan con un área de atención legal y que además
han producido materiales que sistematizan su experiencia y contienen propuestas
concretas a partir de la investigación, está la Asociación Mexicana de Lucha contra la
Violencia hacia las Mujeres, A.C. (Covac). En sus inicios, la organización atendía
principalmente casos de violencia sexual, por lo que una de sus primeras
investigaciones32 se refiere precisamente a las dificultades y escollos que deben librarse
en las agencias del Ministerio Público, en la denominada averiguación previa, una
especie de frontera límite con la justicia penal. En esa investigación se conjugan
planteamientos teóricos sobre la violencia contra las mujeres, aspectos formales de la
legislación y mecanismos de su aplicación a casos concretos, en donde se advierte la
ideología que devalúa a las mujeres como sujetos y descalifica sus palabras y acciones.
Posteriormente, Covac abordó también el tema de la violencia intra-familiar y produjo
nuevos materiales, aprovechando la experiencia práctica de la atención y analizando los
obstáculos legales concretos que tienen que enfrentar las víctimas, sea ante el
Ministerio Público (en los casos de denuncia penal) o ante los jueces familiares.33
Asimismo, han abordado el papel de la violencia en un esquema social más amplio,
vinculándolo con la democracia y el desarrollo.34
Por otra parte, el movimiento feminista también se ha vinculado con las instituciones:
en la Reunión Nacional sobre Derechos Humanos de la Mujer, convocado por la
Comisión Nacional de Derechos Humanos, 37 organismos no gubernamentales (ONG)
participaron con ponencias, y ya mencionamos los trabajos de Pérez Duarte y de Covac,
relativos ambos a la violencia intrafamiliar. Hubo algunas otras ponencias sobre el tema
de la violencia, que ya empezaba a perfilarse como un asunto que demandaba atención
creciente en el ámbito de los derechos humanos. A esto vamos a dedicar un apartado
posterior.
Sin embargo, conviene comentar desde ahora el trabajo de Martha Figueroa y Aída
Hernández,35 que hace énfasis en lo opresiva que puede resultar la costumbre para las
mujeres. En un estudio de caso, las autoras plantean temas como el matrimonio obligado
para las adolescentes, las diferencias entre el secuestro y el rapto, y la escalada de la
violencia doméstica hasta terminar en la muerte. Analizan asimismo los obstáculos que
tienen que enfrentarse con ambos sistemas de justicia, el tradicional de la comunidad y
el derivado de las leyes nacionales.
Aunque no es el tema central de la ponencia, el trabajo de Figueroa y Hernández
apunta al conflicto que puede presentarse entre los derechos colectivos (sean
económicos, sociales o culturales) cuya titularidad corresponde a la comunidad, y los
derechos individuales de cada persona, integrante de esa comunidad. Se trata de un
debate sobre el que existen posturas diversas, pero cuya solución de fondo es muy
difícil. Los principios de interdependencia e indivisibilidad del discurso jurídico-político
de los derechos humanos se ven contrariados en la práctica, frente al llamado
“relativismo cultural”.
En efecto, existe una gran diversidad de culturas cuya existencia y legitimidad sólo
recientemente se ha reconocido en los instrumentos internacionales de derechos
humanos y en los mecanismos de su ejecución. La relatividad cultural es un hecho
indiscutible. El problema surge cuando algunas de las prácticas, tradiciones, costumbres
o creencias vulneran o transgreden los postulados que desde las sociedades occidentales
se han erigido como principios universales, como prerrogativas inherentes a toda
persona.
En un extremo, quienes defienden a ultranza el relativismo cultural, sostienen que
cada cultura es la única que puede legitimar un derecho determinado o una norma
moral; en consecuencia, carece de validez cualquier crítica que se formule desde fuera.
En el otro extremo, el universalismo radical no le confiere importancia alguna a la
cultura e insiste en la validez generalizada —y sin cortapisas— de los derechos humanos.
Entre ambas posturas hay posiciones intermedias, que sostienen que hay una suerte
de núcleo duro, conformado por algunos derechos humanos (entre ellos la vida), en
tanto que otros tienen que ser avalados por la cultura. El peligro que plantea discernir
cuáles derechos se integran al núcleo duro, no es sólo de índole cuantitativa, en la
medida en que van sumándose nuevos derechos a la lista, sino también de estatus y
jerarquía. Lo que en el fondo implican estas posiciones moderadas, es que los derechos
reconocidos como universales son superiores a los que están sujetos a la aprobación de
cada cultura.
Paralelamente, ese núcleo duro constituye una limitación a los derechos colectivos,
cuya denominación como derechos humanos, ya se mencionó, es muy reciente. Sobre
este punto se ha señalado también que las sucesivas generaciones de derechos humanos
(civiles y políticos en la primera, socioeconómicos y culturales en la segunda y colectivos
o de los pueblos en la tercera) están jerarquizadas.
Éstos son sólo algunos aspectos problemáticos de un debate que sigue ofreciendo
múltiples interrogantes y escasas respuestas. Hay más preguntas que aseveraciones.
Para los fines de la revisión que contiene este artículo, me interesa destacar dos cosas.
La primera de ellas es que los derechos colectivos —y la consecuente alusión a
costumbres y tradiciones determinadas— han sido invocados como justificación cuando
se transgreden los derechos individuales de las mujeres. Un ejemplo muy claro es la
clitoridectomía o infibulación, a la que han sido sometidas más de noventa millones de
mujeres en 22 países africanos,36 pero también pueden citarse los matrimonios forzados
de adolescentes, la impunibilidad de los asesinatos por honor37 y muy variadas formas
de violencia contra las mujeres.
El otro punto se refiere a la posición de Naciones Unidas, en el sentido de que los
derechos humanos de las mujeres constituyen un patrimonio del que nadie puede
despojarlas, ni siquiera invocando costumbres o tradiciones determinadas; de hecho el
movimiento internacional por los derechos humanos de las mujeres ha expresado la
necesidad de enfrentar los riesgos del relativismo cultural. En otras palabras, el respeto
y reconocimiento a la multiculturalidad se condiciona a que la tradición de que se trate
descanse en el consenso de todos los integrantes de la comunidad; así, al poner el
acento en la voluntad, lo que se condena es la violencia, que se define como tal
precisamente porque transgrede la voluntad de la víctima.
Y aquí podemos retomar el trabajo de Martha Figueroa y Aída Hernández, que plantea
cómo la tradición no sólo vulnera sino que despoja, a las mujeres indígenas, del derecho
fundamental básico que es la vida. Al mismo tiempo, la búsqueda de recursos legales en
un espacio ajeno a la comunidad, como es el de la normatividad vigente en el país,
evidencia que no hay consenso en el derecho comunitario y que éste no responde a las
necesidades de las mujeres.38
En síntesis, Naciones Unidas reconoce los derechos de los pueblos siempre que no
impliquen discriminación para las mujeres. Ése es el contenido de la CEDAW, también
llamada Carta de los Derechos Humanos de las Mujeres,39 y de otros instrumentos
internacionales que comentaremos más adelante, entre ellos la Declaración de Beijing y
la Plataforma de Acción de la IV Conferencia Mundial de la Mujer, 1995.40
Para finalizar este inciso, relativo al análisis jurídico producido desde el movimiento
feminista, puede citarse el taller que en 1992 organizó el Grupo de Educación Popular
con Mujeres (GEM), con la finalidad de definir las propuestas políticas de las mujeres
para el Código Civil. La experiencia resulta interesante por las razones expuestas al
comienzo de este inciso: la falta de análisis jurídicos feministas y los intentos de incidir
en la problemática legal desde otras disciplinas.
Los artículos compilados en la memoria del taller muestran una gran diversidad de
enfoques y sólo uno es estrictamente legal, pero —la otra carencia— no profundiza en la
problemática de las mujeres.41 El autor señala la necesidad de regular la inseminación
asistida y menciona la importancia de utilizar un lenguaje no sexista.
Los otros trabajos, formulados desde disciplinas diversas, permiten tener una
perspectiva muy amplia del fenómeno a discusión, de la que puede sacarse mucho
provecho. Así, el artículo de Vania Salles42 aborda la relación justicia-injusticia en
términos sociales y cómo en el ámbito familiar se traduce en una doble jornada de
trabajo para las mujeres, movilidad social y derechos patrimoniales desiguales entre los
cónyuges, falta de compensación económica por el trabajo doméstico. Todos estos
elementos revelan que la legislación está impregnada de la ideología patriarcal.
Teresita de Barbieri,43 por otra parte, se refiere a los fenómenos sociales que están
detrás de la regulación legal: el tabú del incesto, las jerarquías derivadas del parentesco
y que se establecen por sexo y edad, así como el contrato sexual, que se expresa en el
débito conyugal (aspecto que posteriormente sería debatido con amplitud al proponer la
tipificación de la violación conyugal como delito) y la obligatoriedad restrictiva (sobre
todo para las mujeres) de las relaciones sexuales, a fin de asegurar la paternidad.
Esta autora propone además tomar en consideración, para la formulación de las
propuestas legislativas, no sólo la normatividad internacional, sino también prácticas
concretas de la sociedad mexicana, tales como la extensión de la esperanza de vida, la
ficción del padre proveedor y las tradiciones y derechos derivados de la
multiculturalidad, que deben ser respetados, de acuerdo con lo que hemos señalado, si
son resultado del consenso.
El taller en conjunto abrió posibilidades de intercambio y comunicación con expertos
de otras disciplinas44 y permitió también ganar sustento teórico para las propuestas
concretas. Algunas de ellas siguen en espera de llegar al recinto legislativo: los derechos
reproductivos (incluyendo la despenalización del aborto), el reconocimiento al trabajo
doméstico45 y la regulación de las uniones de hecho.46
Además de los casos específicos y las propuestas prácticas y concretas, la
interdisciplinariedad ha permitido avanzar, en el terreno de la investigación jurídica,
hacia nuevos planteamientos de fondo. La influencia de los estudios de género ha sido
decisiva para replantear temas tales como la construcción de los sujetos de derecho, el
concepto de necesidades básicas y las técnicas disciplinarias que operan de manera
paralela a la normatividad legal, entre otros.
Los estudios de género Kan tenido una influencia que, si bien no ha sido tan notoria y
contundente como en otras áreas de conocimiento, se ha dejado sentir en la
investigación jurídica, al llamar la atención sobre aspectos fundamentales. Así, análisis
de corte antropológico, sociológico y filosófico han aportado elementos importantes al
debate sobre la igualdad y con ello han permitido ampliar el concepto jurídico, de tal
manera que no se restringe ya al contenido enunciativo, formal de las leyes. Han servido
asimismo para evidenciar no sólo la distancia entre la norma legal y la realidad cotidiana
de las mujeres, sino para distinguir y analizar los mecanismos de coacción disciplinaria
que operan, en la dinámica del poder, paralelamente a los dispositivos del Estado y el
derecho. Finalmente, al analizar y deconstruir la noción de sujeto, han formulado
planteamientos clave para lo que se ha denominado, en el estudio de los derechos
humanos, la propuesta de un nuevo paradigma.
Como vimos en un apartado anterior, los análisis jurídicos que toman la igualdad
constitucional como punto de partida indubitable y se limitan a la descripción de otras
normas secundarias, resultan muy limitados en sus alcances y contenidos, a la vez que
son muy proclives a perder actualidad, si no toman en cuenta la organización de la vida
social, que reproduce la enajenación y la opresión de las mujeres como fórmulas
aceptadas —e incuestionables— de la organización genérica del mundo.
Ningún país del planeta, industrializado, subdesarrollado, democrático, fascista, etc.,
trata a las mujeres de la misma manera que a los hombres.47 Los países
antidemocráticos son también antidemocráticos con las mujeres y las sociedades
fundamentalistas ven a las mujeres organizadas como una amenaza, como un atentado a
las prácticas patriarcales.48 La situación de la mitad del género humano sigue
caracterizándose por la opresión, la explotación y el sufrimiento, lo que pone de
manifiesto que la ideología de la igualdad —expresada, entre otras cosas, en cambios
legales— ha sido insuficiente.
Marcela Lagarde49 señala algunos mitos sobre la igualdad de hombres y mujeres. Uno
de ellos consiste precisamente en creer que los derechos humanos abarcan a ambos
géneros; al afirmar que “hombre” es sinónimo de humanidad, se hace innecesario
nombrar a las mujeres y con ello se les invisibiliza. Paralelamente, se han construido
mitos que aluden a instintos diferenciados: maternidad y cuidado de los otros vs. trabajo
y producción; debilidad vs. disposición de mando, etc. Esto se afianza y fortalece, según
la autora, mediante un proceso de enajenación que busca sobreidentificar a las mujeres
con los hombres y sus símbolos, a la vez que trata de desidentificar a los hombres de las
mujeres y sus símbolos.
Los estudios de género no sólo han visibilizado a las mujeres, sino que han
documentado ampliamente cómo se les niega la voz (aunque se les reconozca
formalmente el voto), se descalifica su razón y sus conocimientos, a la vez que se les
excluye de saberes valorados; han demostrado también que no hay gobierno paritario en
ningún país y que la violencia contra las mujeres (económica, jurídica, política,
ideológica, sexual, psicológica, física) se interpreta como si no lo fuera; se tergiversan
las causas, se minimiza el daño y se niegan las consecuencias.
No se trata únicamente de denunciar, una vez más, la distancia entre la ley y la
práctica social, o lo que es igual insistir en que la ley no se cumple; hay que analizar
también las reglas no escritas que rigen las relaciones sociales (y genéricas) y que
permiten salvaguardar un orden determinado. En la vida cotidiana operan diversos
mandatos y mecanismos de obediencia que están estrechamente ligados con la
constitución y la representación del orden social. Florinda Riquer señala con claridad
que “el fenómeno del poder y el de la dominación no pueden transcribirse en el interior
del derecho, que es su compañero necesario, ya que entre el derecho y la lógica de la
disciplina es donde se juega el ejercicio del poder (y) se asegura la cohesión del cuerpo
social y un determinado orden material y simbólico”.50
Hasta ahora las mujeres han sido “ciudadanas simbólicas”. No es irrelevante difundir
la normatividad jurídica y los derechos legales de las mujeres, pero además hay que
desmenuzar las coacciones disciplinarias que impiden —o por lo menos obstaculizan— el
acceso de las mujeres a lo que la autora denomina “identidad individuo-ciudadana”. El
texto de Riquer sugiere la necesidad de contribuir a la creación de “otro” orden
simbólico, con imágenes posibles, emergentes, en el que podrían incorporarse algunos
materiales de la tradición republicana, liberal y democrática y donde la diferencia sexual
no se traduzca en discriminación.
En la misma línea propositiva, Graciela Hierro sostiene que si el hombre es el
paradigma del ser, el saber y el hacer, “la conciencia de que el otro es como yo llega
lentamente a quienes detentan el poder… y más lentamente incluso se alcanza la
conciencia de que la otra también es como yo”.51 Por ello se requiere constatar las
diferencias y asegurar la igualdad sobre una base de “justicia, dignidad y
responsabilidad… que en el caso de las mujeres tiene como premisa la autonomía
personal sobre el cuerpo y en la relación familiar”52
En el campo jurídico, la sistematización de este conocimiento ha permitido, por una
parte, reconocer que si el respeto a los derechos humanos no es universal, esto se debe
a la incomprensión del carácter sistémico de la subordinación de las mujeres, lo que a su
vez impide que se le considere violatoria de los derechos humanos. Si bien muchos
documentos internacionales prohíben expresamente la discriminación basada en el sexo,
no hay acuerdo —en la comunidad internacional— de lo que debe entenderse por
discriminación. Pequeña dificultad.
Aquí vuelven a presentarse los riesgos del relativismo cultural que comentamos en el
inciso anterior, pero el problema va más allá. Incluso en las sociedades occidentales
consideradas democráticas, el derecho —incluido por supuesto el derecho internacional
de los derechos humanos— refuerza (y jerarquiza) la distinción público-privado, con lo
que se ocultan las voces de las mujeres.
Esta dicotomía opera en dos vertientes. Por un lado se excluye a las mujeres de la
esfera pública, y por el otro se excluye la esfera privada de la regulación jurídica, por lo
menos de lo que se refiere al concepto, definición y operatividad de los derechos
humanos. No es un problema de forma sino de fondo. En ambos casos se devalúa a las
mujeres, ya que no son tan importantes, ni como personas ni en sus funciones y tareas,
como para merecer la atención directa del Estado ni de la comunidad internacional.
Aunque se ha cuestionado esta división tajante y excluyente, que por lo demás remite
a una preocupación de vieja data en el feminismo, no se ha modificado sustancialmente
el carácter androcéntrico de la definición de los derechos humanos. Así, por ejemplo, el
derecho a la vida (primera generación) sólo se refiere a la muerte causada mediante la
acción pública; el asesinato a la esposa por cuestión de honor,53 las muertes por
desnutrición o por deficiente atención médica en las áreas de salud sexual y
reproductiva, entre otros atentados a la vida de las mujeres, no se consideran
transgresiones a los derechos humanos. Están fuera de la corriente principal que sólo
toma en cuenta el vínculo Estado-individuo y que además ignora el hecho de que la
relación de las mujeres con el Estado suele estar mediada por los hombres.54
La familia como unidad social se ubica más allá de la capacidad revisora del Estado o,
para decirlo en términos de Foucault, más allá de su vigilancia y castigo. Las mujeres
pierden su individualidad al estar representadas por la familia encabezada por un
hombre, quien a su vez ejerce, por delegación estatal, las funciones de vigilar y
castigar.55
De esta manera, la dicotomía público-privado constituye un cuello de botella no sólo
para la aplicación de la normatividad derivada del derecho internacional de los derechos
humanos, sino también para definir en qué consisten tales derechos, señalar la
responsabilidad del Estado soberano, ampliar los parámetros de oposición y diseñar los
consecuentes mecanismos de garantía.
En este terreno es donde pueden ubicarse algunas necesidades básicas que sólo
recientemente han ingresado, de manera paulatina y con grandes dificultades, en el
debate sobre los derechos humanos de las mujeres. A ello vamos a dedicar el siguiente
apartado.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Como puede verse a lo largo de este breve recorrido, la investigación jurídica, y
específicamente la relativa a los derechos humanos de las mujeres, ha registrado
avances notables que no deben pasar inadvertidos. De los textos eminentemente
descriptivos y enunciativos, se pasó a la crítica y la denuncia y de ahí a la reformulación
de conceptos básicos.
En este proceso han confluido varios factores nacionales e internacionales. La
influencia de los estudios de género, de composición interdisciplinaria, ha sido
determinante en cada una de las etapas señaladas. Si en algún momento lo urgente era
denunciar la discriminación, ahora sabemos que los tres enfoques utilizados para
abordar el debate de la igualdad no sólo son insuficientes sino riesgosos. Implican el
peligro de subsumir cualquier planteamiento en la trampa de los referentes
androcéntricos. El estudio de los derechos humanos ha permitido desmantelar muy
variadas formas de desigualdad social. La tarea que se impone dista mucho de ser
sencilla, pero es impostergable. Se requiere una reformulación completa de lo humano
que implique, en principio, la dualidad genérica.
Antes de concluir este artículo, vale la pena señalar algunos aspectos que reclaman un
análisis a profundidad. En primer lugar los instrumentos internacionales. Si tomamos
como ejemplo las conferencias realizadas en Río de Janeiro (1992), Viena (1993), El
Cairo (1994), Copenhague (1995) y Beijing (1995), podemos advertir que salvo en la
última, en donde se abordó precisamente la problemática de la mujer, en todas las
demás la subordinación de género aparece como un “tema” aparte, a veces
secundario.70 No se incorpora la diversidad.
Respecto al lenguaje, llama la atención que la Declaración de Viena, en donde se
reconoció que la violencia contra las mujeres es una transgresión a los derechos
humanos, esté escrita en masculino. Solamente la de Beijing tiene un lenguaje no
sexista; las demás intentan una redacción neutra, pero con algunos errores y omisiones.
Por otra parte, hay que reconocer y dar seguimiento a los avances conceptuales
logrados: reafirmación de los principios de universalidad e interdependencia de los
derechos humanos, acumulación de acuerdos anteriores, reconocimiento de diversas
formas de familia, de la violencia de género como transgresión a los derechos básicos de
integridad física y psicológica, interdependencia público-privado, entre otros.
Hay también algunos debates inconclusos, como las diferencias Norte-Sur y los
principios de universalidad vs. el relativismo cultural.
En fin, la investigación jurídica en el campo de los derechos humanos ofrece grandes
posibilidades de exploración y descubrimiento. Junto con la expresión de las
necesidades, va también el deseo de despertar el interés en el estudio de esta materia, a
veces azaroso pero siempre gratificante.
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NOTAS AL PIE
1 De hecho se ha mencionado que en la organización interna de Naciones Unidas, las comisiones de
la mujer constituyen una especie de gueto al que se le dedica relativamente poca atención y que
cuenta, para sus funciones, con recursos notoriamente inferiores a otras instancias. Hilary
Charlesworth, “¿Qué son los derechos humanos internacionales de la mujer?”, en Rebecca J. Cook
(ed.), Derechos humanos de la mujer. Perspectivasnacionales e internacionales, Bogotá, Asociación
Probienestar de la Familia Colombiana, 1997, pp. 55–80.
2
El precepto señalado ha servido también para el estudio de los derechos sexuales yreproductivos.
Juan Guillermo Figueroa Perea, “Aproximación al estudio de los derechosreproductivos”, Reflexiones.
Sexualidad, salud y reproducción, México, El Colegio de México, Programa Salud Reproductiva y
Sociedad, 1995.
3
También se señala que la ley debe proteger a la familia y que toda persona tiene derecho a
decidir, “de manera libre, responsable e informada, el número y espaciamiento entre sus hijos”. El
artículo cuarto constitucional, que contiene estas disposiciones, ha tenido muchas adiciones desde su
redacción inicial. Se han incorporado el derecho a lavivienda, a la salud, a la recreación y, más
recientemente, el reconocimiento a la pluriet-nicidad y multiculturalidad de la población mexicana.
4
Esta declaración, en diciembre de 1979, adquirió el rango de convención (conocida como CEDAW
por sus siglas en inglés). México la ratificó en 1981.
5
María Cristina González Giacolini, El movimiento feminista en México, aportes para su análisis,
tesis de maestría, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1982; Ana Lau Jaiven, La
nueva ola delfeminismo en México. Conciencia y acción de luchade las mujeres, México, Planeta,
1987.
6 A fines de1990 se realizaron reformas penales en materia de violencia sexual y en1997 se
modificaron los códigos penal y civil para incluir la violencia intrafamiliar comodelito y como causal
de divorcio, respectivamente. En ambos casos las reformas se decretaron a iniciativa del movimiento
feminista, cuya presencia, articulada con otros sectores, fue decisiva. También puede mencionarse la
propuesta reiterada de despenalizar el aborto, que hasta ahora ha sido infructuosa en términos
legales, pero que ha producido y mantenido abierto el debate sobre el tema.
7 Condición jurídica de la mujer en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México,
1975.
8
Elvia Arcelia Quintana Adriano, “El servicio de guarderías como apoyo a la mujer”, en Condición
jurídica de la mujer en México, pp. 157–171.
9
Olga Hernández Espíndola, “La condición femenina y la legislación administrativa federal en
México”, ibidem, pp. 127–156.
10 Yolanda Frías Sánchez, “México y la condición jurídica de la mujer en el derechointernacional”,
Construyendo las propuestas políticas de las mujeres para el código civil”, organizado por el Grupo
de Educación Popular con Mujeres, en febrero de 1992.
12
Beatriz Bernal Gómez, “La mujer y el cambio constitucional en México. El decreto de 31 de
diciembre de 1974”, en Jorge Carpizo y Jorge Madrazo (coords.) Memoria del III Congreso Nacional
de Derecho Constitucional, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1984, pp. 283–308.
13
Ibidem, p. 307.
14 Algunos juristas consideraron que el decreto era innecesario, ya que el artículo primero de la
Constitución, al establecer la igualdad de “todos los individuos”, incluía a las mujeres. Lo que omitían
en sus comentarios era que las mujeres casadas estaban limitadas en sus derechos civiles (por
ejemplo no podían transmitir la nacionalidad mexicana si su esposo era extranjero) y laborales.
15 Margarita González de Pazos, “La mujer en la Constitución de 1917”, Alegatos, núm. 6,
Angélica Pulido (comps.), Humanismo. Mujer, familia y sociedad, México, Sociedad Internacional Pro-
Valores Humanos E. Fromm-S. Zubirán/Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, El
Colegio de México/Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán, 1996, pp. 129–136. De la
misma autora “La Conferencia de Beijing y las relaciones de la mujer en la familia: implicaciones
para el sistema jurídico mexicano”, Revista Mexicana de Política Exterior, núm. 48, México, otoño de
1995, pp.42–60.
19 Alicia Elena Pérez Duarte y Noroña, “La maternidad hacia el siglo XXI. Un enfoque jurídico”,
Reunión Nacional sobre Derechos Humanos de la Mujer, México, Comisión Nacional de Derechos
Humanos, 1995, pp. 25–34.
21
Alicia Elena Pérez Duarte y Noroña, “La maternidad, relato de una contradicción”, en Gloria
Careaga Pérez, Juan Guillermo Figueroa y María Consuelo Mejía (comps.), Ética y salud reproductiva,
México, Miguel Angel Porrúa/Programa Universitario de Estudios de Género, 1996, pp. 407–421.
22 Alicia Elena Pérez Duarte y Noroña (coord.), Marco legal de los derechos de la mujer en México,
México, Comité Coordinador para la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, Consejo Nacional de
Población/Fondo de Población de las Naciones Unidas, septiembre de 1995.
23 Las ocho entidades mencionadas son Aguascalientes, Chiapas, Durango, Michoacán, Nuevo
tráfico de estupefacientes. Las sanciones correspondientes, según el Código Penal del DF, son de
ocho a 14 años para la violación y de 10 a 25 para la venta o suministro —aun gratuito— de cualquier
psicotrópico o estupefaciente.
25 Laura Salinas Beristáin (coord.), Los derechos humanos de la mujer en las leyes mexicanas.
Situación de la mujer en México. Aspectos jurídicos y políticos, México, Comité Coordinador para la
IV Conferencia Mundial de la Mujer, Consejo Nacional de Población/Fondo de Población de las
Naciones Unidas, 1995.
26 Este derecho siempre fue controvertido. La titularidad de los derechos ejidales sólo podía
corresponder a quien trabajara directamente las tierras; al establecer el permiso de que las mujeres
encargaran esa labor a un tercero, se reiteraba que su principal ocupación era atender el hogar y
cuidar a los hijos. En lugar de buscar una solución equitativa y diseñar los mecanismos para
compartir o socializar el trabajo doméstico, se suprimió el derecho. Hay que decir también que no
funcionaba y que las mujeres rara vez lo invocaban; aun así creo que no había razón para suprimirlo,
sino que debieron buscarse otras alternativas.
27 Ciertamente, desde su creación las UAIM han recibido diversas críticas, tanto por las
características de la figura jurídica como por su operación. En el primer caso, se denun cia como
discriminatorio que todas las mujeres del ejido tuvieran una extensión de tierra —para ser explotada
en común— igual a la dotación individual que correspondía a cada hombre “jefe de familia”. Respecto
a la operación, se señalaba que los proyectos desarrollados en las comunidades —que en muchos
casos eran cría de puerco o de pollo, o bien talleres de costura— afianzaban una posición
subordinada de las mujeres. Al no estar diferenciados el trabajo productivo y el trabajo doméstico,
ambos se vuelven invisibles y la incorporación real de las mujeres al proceso productivo resulta cada
vez más difícil. Paradójicamente, en lugar de revisar los criterios y corregir los mecanismos formales
de adjudicación de tierras y los operativos de proyectos productivos —incluyendo el establecimiento
de guarderías— se dio marcha atrás y el espacio propio de las mujeres está sujeto ahora a la voluntad
de la asamblea, es decir, al conjunto de hombres de la comunidad.
28 Elena Azaola, El delito de ser mujer. Hombres y mujeres homicidas en la Ciudad deMéxico:
Once casos en total; de ellos, en siete la mujer había sido severamente maltratada por quien resultó
ser su víctima, en dos más se trata de mujeres inimputables que aun así refieren como causa del
homicidio la violencia de que fueron objeto, y en los dos restantes las mujeres niegan haber realizado
el acto, pero aceptan encubrir a los responsables del crimen. Ibidem, p. 116.
31 Elena Azaola y Cristina José Yacamán, Las mujeres olvidadas. Un estudio sobre la situación
actual de las cárceles de mujeres en la República Mexicana, México, Comisión Nacional de Derechos
Humanos/El Colegio de México, Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, 1996.
32
Gerardo González Ascensio, La antesala de la justicia: la violación en los dominiosdel Ministerio
Público, México, Covac, 1993. Conviene señalar que el autor, además de ser integrante de Covac, es
profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzal co.
33
Gerardo González Ascensio, y Patricia Duarte, “Un paradigma jurídico para aproximarnos a la
violencia familiar”, en Memoria de la Reunión Nacional sobre Derechos Humanos de la Mujer,
México, Comisión Nacional de Derechos Humanos, 1995, pp. 63–74.
34 Gerardo González Ascensio y Patricia Duarte Sánchez, La violencia de género enMéxico, un
la costumbre a los ojos de las mujeres. Crónica de una muerte trágica”, en Memoria de la Reunión
Nacional sobre Derechos Humanos de la Mujer, México, Comisión Nacional de Derechos Humanos,
1995, pp. 131–137.
36 Marnia Lazreg, “Feminism and Difference: the Perils of Writing as a Woman on Women in
Algeria”, en Marianne Hirsch y Evelyn Fox Keller (comps.)» Conflicts in Feminism, Nueva York,
Routledge, 1990.
37 Según un estudio de Americas Watch, Criminal Injustice: Violence against Womenin Brazil, 1991,
en algunas regiones de Brasil el asesinato a la esposa infiel en defensa del “honor” no fue castigado
en 80% de los casos en que fue invocada esa causal de impunibilidad; en el 20% restante sirvió para
disminuir considerablemente las sanciones. Citado por Hilary Charlesworth, op. cit.
38 En un trabajo anterior Martha Figueroa describe su experiencia en la Agencia Especializada en
Delitos Sexuales en San Cristóbal de Las Casas, y revela que en un alto porcentaje de las denuncias
de violación formuladas por mujeres indígenas, los agresores (también indígenas) confesaban el
hecho pero alegaban inocencia, ya que la penetración había sido anal y la mujer “seguía siendo
señorita”. El solo hecho de que las mujeres hayan acudido a la AEDS evidencia que no comparten esa
definición de violencia. Memoria delI Taller Nacional de metodofagíaspara la atención de casos de
violencia contra las mujeres, México, 1992.
39
Hasta 1993, el Comité para la Eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer,
integrado por 23 expertos, con el objetivo de vigilar el cumplimiento de la Convención, había emitido
19 recomendaciones generales. Entre ellas destaca la relativa a la clitoridectomía e infibulación, que
se sustenta en una tradición de la cultura africana. Aída González, “Los derechos humanos y los
derechos de la mujer”, en Memoria dela Reunión Nacional sobre Derechos Humanos de la Mujer,
México, Comisión Nacional de Derechos Humanos, 1995, pp. 255–278.
40 Uno de los objetivos de la delegación mexicana a dicha conferencia, era precisa mente el
reconocimiento de que ninguna tradición o costumbre puede invocarse como justificación cuando se
transgreden los derechos humanos de las mujeres; en particular se mencionó que a las mujeres
indígenas se les impide elegir libremente la pareja o se les aplica la justicia penal de manera
diferenciada. Laura Salinas Beristáin, “Beijing y los derechos humanos de la mujer”, Revista
Mexicana de Política Exterior, núm. 48, otoño de 1995, pp. 95–104.
41
Ernesto Gutiérrez y González, “Marco legal congruente con la modernidad”, en Grupo de
Educación Popular con Mujeres A.C., Familias en transformación y códigos portransformar.
Construyendo las propuestas políticas de las mujeres para el código civil, México, 1992, pp. 112–132.
42 Vania Salles, “Familias en transformación y códigos por transformar”, ibidem, pp. 30–48.
43 Teresita de Barbieri, “Algunas consideraciones para pensar la reforma al derecho de familia en
y María Antonieta Rascón, “El proceso histórico que han seguido los derechos de las mujeres en
México”, pp. 15–22), subrayan la necesidad de llevar a cabo políticas institucionales para la familia
(Rosario Esteinou, “Algunas transformaciones en los modelos familiares urbanos”), o contienen
información demográfica sobre la pareja y la familia (Julieta Quilodrán, “Rasgos sobresalientes de las
uniones conyugales en México”, pp. 56–63).
45
Éste sólo existe en la legislación familiar del estado de Hidalgo y en el Distrito Federal, en caso
de divorcio voluntario y con ciertas limitaciones.
46
La legislación mexicana contiene algunos preceptos dispersos sobre el concubinato, que es la
convivencia estable de un hombre y una mujer por un lapso de cinco años y cuando no hay
impedimento alguno para casarse. En las uniones de hecho (o amasiatos) sí existe la imposibilidad de
contraer matrimonio, por ejemplo que subsista un matrimonio anterior o que se trate de una pareja
homosexual. La única ley en México que reconoce las uniones de hecho es la Ley de Asistencia y
Prevención de la Violencia Familiar, emitida por la entonces Asamblea de Representantes del Distrito
Federal en 1996.
47
Amnistía Internacional, Los derechos humanos, un derecho de la mujer, Madrid, Editorial
Amnistía Internacional, s.f.
48
Marcela Lagarde, “Identidad de género y derechos humanos. La construcción de las humanas”,
en Estudios básicos de derechos humanos IV, San José, Instituto Interamericano de Derechos
Humanos, 1996, pp. 85–125.
49 Ibidem.
50
Florinda Riquer Fernández, “Mujer y procesos de individuación: ciudadanas simbólicas”, en Acta
Sociológica, Encuentros y desencuentros. La perspectiva social de género, México, Universidad
Nacional Autónoma de México, 1996, p. 135.
51
Graciela Hierro, “Ética y derechos humanos de las mujeres”, GénEros, Colima, Asociación
Colímense de Universitarias, núm. 11, febrero de 1997, p. 26.
52
Ibidem, p. 27.
53 Véase nota núm. 37.
54
Cuando en la segunda generación de derechos humanos se incluye el trabajo, se trata sólo de la
esfera pública y se ignora el trabajo doméstico.
55 Irma Saucedo, “Violencia doméstica”, ponencia presentada en el I Taller Nacional de
metodologías para la atención de casos de violencia contra las mujeres, México, 1992.
56 En modo alguno pretendo afirmar que los derechos sexuales y reproductivos no sean tan
importantes como la violencia de género; sobre este debate puede consultarse el texto citado de Juan
Guillermo Figueroa Perea. Véase nota núm. 2.
57
En 1979 se forma el Centro de Atención a Mujeres Violadas (CAMVAC), posteriormente surgen la
Asociación Mexicana de Lucha contra la Violencia hacia las Mujeres (Covac) y el Centro de
Investigación y Lucha contra la Violencia Doméstica (Cecovid) y más recientemente la Asociación
para el Desarrollo Integral de Personas Violadas (Adivac) y el Colectivo de Hombres por Relaciones
Igualitarias (Coriac). También en los estados se han formado grupos como el Colectivo Feminista
Coatlicue en Colima, Alaíde Foppa en Mexicali, B.C., Mujeres de San Cristóbal, en Chiapas, y otros.
58
A fines de la década de los ochenta se crearon, dentro de la Procuraduría del DF, el Centro de
Terapia de Apoyo a Víctimas de Delitos Sexuales y las Agencias Especializadas; en 1990 se inauguró
el Centro de Atención de Violencia Intrafamiliar. A fines de los noventa el Gobierno del DF creó las
Unidades de Atención de Violencia Familiar en las delegaciones políticas.
59 Instituto Francés de América Latina, Violación, un análisis feminista del discurso jurídico,
México, 1983.
60 En la misma línea se ubican los trabajos de Mireya Toto y Aída Rebolledo (Universidad Autónoma
México, 1989.
62
Por ejemplo, una de las reformas penales más discutida y que finalmente se logró, fue la de dar
un peso específico a la imputación de la mujer ofendida, si bien se requieren otros elementos de
prueba. Esto habría sido impensable diez años atrás.
63
Se trata de la Ley de Asistencia y Prevención de la Violencia Doméstica, primer ordenamiento
específico en la materia, emitido por la entonces Asamblea de Representantes del Distrito Federal, a
iniciativa de Martha de la Lama. Por mandato de esa ley se crean las Unidades de Violencia Familiar
que se mencionaron anteriormente (nota 58).
64
En diciembre de 1997 se publicó el decreto que reforma los códigos Civil y Penal, a fin de
establecer que la violencia intrafamiliar es causal de divorcio y delito, respectivamente.
65 Patricia Duarte Sánchez, Sinfonía de una ciudadana inconclusa, México, Covac, 1995.
66
Otros documentos internacionales que prohíben la tortura son el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos y las convenciones de Ginebra.
67
Leonore Walker, “The Battered Women Syndrome Study”, en Finkelhor et al, The Dark Side of
Families. Current Family Violence Research, Nueva York, Sage, 1983, pp. 31–46; Graciela Ferreira,
La mujer maltratada. Un estudio sobre las mujeres víctimas de violencia doméstica, Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 1989.
68 Rhonda Copelon, “Terror íntimo: la violencia doméstica entendida como tortura”, en Rebecca J.
desarrollo social, incluye 27 principios, de los cuales sólo uno se refiere a lasmujeres.
DE LA AMPLITUD DISCURSIVA A LA CONCRECIÓN
DE LAS ACCIONES: LOS APORTES DEL FEMINISMO
A LA CONCEPTUALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA
DOMÉSTICA
The question of difference is one with the question of identity. It is becoming the critical question for
feminist theorizing in all disciplines including social science research methods as feminists begin to
question and challenge the implicit male perspective of the dominant paradigms, methodological
structures, and theoretical assumptions of the various disciplines.1
INTRODUCCIÓN
En las ultimas tres décadas, el problema de la violencia hacia las mujeres ha sido
reconocido en todo el mundo como un problema preocupante tanto en el ámbito
discursivo de los derechos humanos como en el de salud pública. En este periodo, el
movimiento feminista mexicano logró sacar a la luz los delitos que implican violencia y
agresión contra las mujeres, elaborar propuestas de ley, presionar para que el tema
fuera incluido en los debates sobre política pública e introducirlo en el ámbito de la
salud pública (Riquer et al., 1995; Saucedo, 1999). A pesar de ello, en la década de los
noventa, el tema de violencia doméstica era relativamente nuevo en los espacios
académicos en general, y en los de estudios de la mujer en particular.
El proceso de transmutación de demanda del movimiento de mujeres, a problema de
estudio dentro de las ciencias sociales y de la salud pública ha sido complejo y puede
ilustrar (al menos para el caso mexicano) los aportes del feminismo, en tanto práctica
política y discursiva, a la comprensión de la relación entre la violencia ejercida contra
las mujeres en el ámbito doméstico, las identidades de género y el lugar de
subordinación ocupado por ellas, además de ilustrar la forma irregular y lenta en que los
temas y preguntas que emergen del movimiento feminista se introducen en el espacio
académico mexicano de los estudios de la mujer y de las relaciones de género.
En México hasta hace apenas unos años, la violencia hacia la mujer había sido
preocupación y tema de debate del movimiento feminista pero relativamente excluido
del quehacer de las investigadoras en espacios académicos, siendo uno de los últimos
temas incorporados a la agenda de investigación en los estudios de la mujer. Dicha
disociación entre la investigación, el activismo y la militancia política en torno al tema
de violencia doméstica, ha representado un límite tanto para las posibilidades de avance
en el conocimiento del mismo, como en la elaboración de propuestas que apunten a la
desarticulación del fenómeno.
La forma particular en que acción e investigación se han entremezclado en el contexto
mexicano, es el tema que abordaré para problematizar la conceptualización y
caracterización de la violencia doméstica y comprender los retos y preguntas que se
presentan a corto plazo en la investigación y las propuestas políticas de acción.
Dado el creciente interés académico por el tema, presento también lo que, desde mi
punto de vista, son los tres aspectos fundamentales para comprender la forma en que se
han elaborado los discursos alrededor de la violencia y se han priorizado las estrategias
de acción, tanto del movimiento feminista como de la investigación en los espacios
formales de la academia y de los estudios de la mujer. El primero, los aportes
desarrollados mediante la relación entre práctica política e investigación feminista para
la desnaturalización y comprensión de esta temática; segundo, la necesidad de
conceptualizar el problema haciendo uso de la teoría crítica feminista para poder
comprender la funcionalidad de este tipo de violencia en los diversos entornos
socioeconómicos, y tercero, las áreas de investigación y reflexión que han sido
oscurecidas por el sesgo disciplinar dado a la investigación que guía futuras
investigaciones o acciones.
Actualmente el concepto “violencia hacia las mujeres” engloba una serie de fenómenos
sociales que identifican y clasifican los hechos violentos ejercidos contra las mujeres por
el simple hecho de serlo. De esta manera se habla de violencia de género,3 violencia
sexual y violencia intrafami-liar o doméstica.4
Los estudios elaborados desde el feminismo y la perspectiva de género alrededor de
esta temática, identifican la violencia como un fenómeno social enmarcado por la
constitución de las identidades y las desigualdades de género, así como por la
devaluación de lo femenino (Russell y Van Ven, 1976; Martin, 1977; Schechter, 1982;
Bedregal et al., 1991; Heise, 1994). Estos trabajos han resaltado el hecho de que el
fenómeno de la violencia hacia las mujeres está complejamente imbricado en las formas
de organización y relación sociales, que sirven de escenario a situaciones y hechos
violentos específicos sufridos por las mujeres.
En cierto sentido podemos decir que la perspectiva de género, actualmente utilizada
para comprender los fenómenos relacionados con la situación o condición de las
mujeres, es la elaboración teórica desarrollada por el feminismo en su interés por
comprender y explicar las formas de relación social que perpetúan la subordinación
femenina. La teoría crítica feminista trata, entre otras cosas, de esclarecer el carácter y
la clase de esta subordinación y busca categorías y modelos explicativos que revelen, en
vez de ocultar, las relaciones entre hombres y mujeres (Fraser, 1988).
En México, la emergencia de los movimientos feministas en la década de los sesenta
originó un contradiscurso que puso en tela de juicio la naturalidad de la condición
subalterna de las mujeres. El movimiento neofeminista, iniciado en los grupos de
autoconciencia que se planteaban visualizar el mundo desde la experiencia vivida de las
mujeres, empezó a cuestionar la naturalidad de la opresión de la mujer y el orden social
que reproducía esa condición.
Durante la década de los ochenta, la discusión elaborada por el movimiento feminista
y de mujeres identificó la violencia hacia las mujeres como un problema de la sociedad
patriarcal y enmarcó la discusión en el ámbito de la lucha por la democracia, ciudadanía
y derechos humanos. Ese periodo se caracterizó por mostrar que el fenómeno se debía a
relaciones desiguales de poder entre los sexos y la desvalorización de la mujer y lo
femenino, y podríamos decir que tuvo su punto culminante hace casi 20 años, cuando la
Organización de las Naciones Unidas reconoció que la violencia contra el género
femenino caracterizaba la vida de millones de mujeres sin importar sector social, edad,
etnia o convicciones religiosas.
Los documentos de análisis de esa época tenían como objetivo comprender el origen
de la violencia y sus expresiones; sin embargo, en general, el discurso y el análisis se
limitaban a relacionar el sistema patriarcal con las leyes y mandatos que rigen las
relaciones matrimoniales y la normatividad dentro de la familia, explorando la relación
de las mujeres con las leyes y el espacio de procuración de justicia. De esta forma
podemos comprender el tipo de acciones realizadas en ese periodo y la forma en que
pasó de ser un tema de ciudadanía, a uno de preocupación de salud y salud reproductiva
(Saucedo, 1999, op. cit).
Es pertinente recordar que en la década de los ochenta, el referente del movimiento
feminista mexicano en los espacios académicos eran mujeres que, en esos espacios,
también intentaban encontrar formas para comprender la situación de las mujeres.
Inicialmente ese proceso se realizó recabando múltiples testimonios de mujeres, a partir
de las cuales se intenta conceptualizar su condición subordinada. Teresita de Barbieri
(1990) plantea que por un proceso de “intuición y razón”, las feministas interesadas en
construir una teoría que sustentara el contradiscurso feminista, se embarcaron en la
experiencia de la construcción de una “teoría revolucionaria capaz de quebrar el orden
existente desde la experiencia cotidiana y la subjetividad” de las mujeres.
A finales de los ochenta y principios de los noventa se realizó un proceso de evaluación
y análisis de las formas que había tomado este trabajo y su consecuencia en la sociedad
mexicana. Las reuniones de análisis y discusión sobre este proceso mostró que, aun
cuando se había avanzado de manera significativa en llevar al imaginario social el tema
de violencia, el avance era relativamente lento en dos aspectos: la elaboración de
propuestas específicas que pudieran presentarse al Estado mexicano y sus instituciones
para retomarlo como problema social y el análisis que permitiera identificar mejores
formas de apoyo a mujeres en situaciones de violencia (Bedregal et aL, op. cit.).
Aun cuando esas discusiones se enmarcaron en un debate más amplio respecto a las
posibilidades y límites de interlocución del movimiento feminista con el Estado
mexicano, una preocupación central de quienes habíamos recorrido una larga
trayectoria en el tema de violencia doméstica era, en ese momento, profundizar en las
áreas de conocimiento para abordar el problema de manera más sistemática y eficiente.
Mediante un proceso de sistematización y discusiones realizadas con organizaciones
feministas que trabajaban el tema de la violencia hacia las mujeres y que habían
trabajado por varios años en el área de apoyo a mujeres se identificaron aspectos que
sirvieron de hilo conductor a las propuestas que se desarrollarían en los siguientes
años:5
— el primero fue el reconocimiento de los límites para la resolución jurídica legal de
casos de violencia doméstica en el sistema de procuración de justicia y,
— el segundo, los límites en la eficiencia o eficacia de las formas de atención a las
mujeres que habían estado expuestas a experiencias de violencia sexual o doméstica.
El análisis del trabajo realizado en el ámbito de procuración de justicia mostró que el
tratamiento jurídico legal de casos representaba más un ejercicio de deslegitimación de
los hechos violentos por parte de las mujeres, al identificarlos como susceptibles de
interpretarse como delitos, o de reconocimiento discursivo de los derechos de las
mujeres, que de posibilidad real de resolución positiva de casos.
Entre los obstáculos se encontró la inexistencia de un Estado de derecho y un sistema
de procuración de justicia saturado e ineficiente. Es decir, una inoperancia real de un
sistema plagado de ineficiencias y corrupción en todos los niveles, situación que
obligaba a realizar trámites jurídicos que podían tomar años, con nula posibilidad de que
tuvieran una resolución jurídica (generalmente no pasaban del estatus de denuncia) por
considerarse sin importancia por los ministerios públicos, quienes los recibían y
mantenían en la larga lista de delitos que no llegan a juicio.
En términos estratégicos, desde la práctica de atención se reconoció la necesidad de
continuar apoyando y promoviendo reformas jurídicas al ubicarse como un espacio
relacionado más con el nivel de deslegitimación de los hechos violentos (en términos
discursivos) y buscar un acercamiento más realista sobre la práctica de la ley, ya que, en
general, la creación de nuevas leyes y ordenamientos jurídicos tenían escasa
probabilidad de aplicación real. Aun cuando existieran las leyes, los obstáculos se
encontraban en las percepciones y manejo de casos por parte de los profesionales en el
ámbito de procuración de justicia, para quienes las denuncias sólo representaban
disputas domésticas que debían resolverse en el espacio privado. De esa manera, no sólo
era necesario pasar por un largo proceso de elaboración, cabildeo y aprobación de
nuevas leyes, sino que además se debía garantizar la elaboración de procedimientos
para su aplicación y un proceso de capacitación para todos los profesionales
involucrados en los distintos niveles de procuración de justicia: fiscales, defensores de
oficio, jueces, etcétera.
En síntesis, podemos decir que, tanto en ese periodo como actualmente, la posibilidad
de intervenir eficazmente en el espacio de procuración de justicia, equivaldría a cambiar
el sistema de procuración de justicia, lo cual depende de procesos más amplios de
democratización del sistema político mexicano. Los mecanismos del sistema disciplinario
en las sociedades tienen su fuerte en el sistema de procuración de justicia y, para el caso
de México, quizá ése sea el último reducto en el que se pueda intervenir de manera
eficaz.
En el ámbito de la práctica de apoyo a las mujeres en las organizaciones no
gubernamentales se identificó, por medio de la sistematización de las experiencias, que
en la mayoría de los casos la problemática requería de un conjunto de intervenciones
que incluían recursos emocionales, jurídico-legales y médicos para su resolución. El
apoyo emocional se identificó como tema central para ayudar a las mujeres a solucionar
su problemática de violencia.
De manera casi intuitiva se fueron uniendo las experiencias en el ámbito de
procuración de justicia y de apoyo a mujeres, y se identificó un aspecto que hasta ese
momento no se había considerado en el tema de atención: el hecho de que el recurso
principal en la resolución de casos era, precisamente, la posibilidad de transformación
de la mujer que buscaba ayuda, ya que la capacidad de verse como sujeto de derechos le
permitía transitar por el difícil camino de la desarticulación de la violencia, estuviera o
no de por medio un proceso legal.
¿Qué significa ello? Desde mi análisis, este “descubrimiento” intuitivo permitió ver que
si bien es cierto que para las situaciones de violencia doméstica se requiere de
intervenciones jurídico-legales, éstas no son centrales para la desarticulación de
situaciones violentas y resultan lo suficientemente inoperantes como para crear más
frustración que sentido de logro en las mujeres que tratan de salir de esa situación.
La inoperancia de las leyes, la ineficiencia y corrupción del sistema legal y la mirada
androcéntrica y misógina de los fiscales, defensores de oficio y jueces, conjuntaban un
cuadro que hacía parecer los intentos de resolución jurídica, más bien intentos heroicos
de búsqueda de justicia. Por esta razón, el trabajo de atención en los centros de apoyo se
desarrolló de tal manera que el énfasis estuvo siempre en proveer a las mujeres los
recursos que les permitieran “ver” cómo la violencia que sufrían no era un problema
individual sino social, y que su actitud, comportamiento y utilización de servicios sería
una clave para salir de esa situación.
Mediante el apoyo emocional individual o en grupos de reflexión se identificó que la
“resolución” de una situación de violencia doméstica no significaba el tratamiento
jurídico de un hecho violento, sino la desarticulación de las formas de relación que
impedían a las mujeres que vivían en esas situaciones actuar para contener; modificar o
salir de la situación violenta.
De esa manera se empezó a trabajar con el concepto de desestructuración de la
violencia (Saucedo, 1990), que tenía como eje investigar las relaciones de dominación en
el ámbito cotidiano y de las relaciones de pareja. Ese análisis retomó los conceptos de
subordinación y poder elaborados por Millet (1975) y elementos básicos sobre el poder y
la normatividad en las sociedades occidentales planteados por Michel Foucault en su
libro Vigilar y castigar (1984).
En el contexto mexicano, un primer referente teórico en la reflexión feminista fue el
libro Política sexual, de Kate Millet (1975), que planteaba la posibilidad de considerar la
relación entre los sexos desde un punto de vista político. Partiendo de un enfoque
sociológico, Millet elaboró una primera hipótesis: la subordinación de las mujeres era el
resultado de un ejercicio de poder múltiple que estructura relaciones de dominio y
subordinación basados en dos principios fundamentales, la prioridad del varón sobre la
hembra y del macho mayor sobre el menor. El poder, propuesto por Millet como
elemento fundamental para comprender la subordinación femenina, había sido
relativamente invisibilizado y no suficientemente explorado en su relación con la
discusión sobre la diada dominación-subordinación en el espacio doméstico.
Aun cuando a finales de los ochenta se había desarrollado una “diferente mirada”
sobre el problema de la violencia hacia la mujer, seguía existiendo preocupación en el
movimiento feminista sobre cómo avanzar en la identificación de formas más efectivas
de apoyo a las mujeres que asistían a servicios, sabiendo de antemano que el
tratamiento jurídico de la temática era tangencial en el proceso de protección de las
mujeres.
Un aspecto de la reflexión que buscaba reincorporar los conceptos de poder y
subordinación al análisis sobre la violencia doméstica incluyó el reconocimiento de que
el poder que se ejerce para mantener a las mujeres en una posición subordinada no se
encuentra única y exclusivamente en el Estado y sus instituciones, que se “ejerce más
que se posee” (Foucault, 1984) y que su capacidad de reproducción depende de la
articulación que existe en los niveles en que es ejercido por los sujetos que aceptan una
forma particular de imagen sobre el orden social y el lugar que deben ocupar las
mujeres, principalmente sacerdotes, psicólogos, educadores, médicos y abogados. Por lo
tanto, para mejorar las intervenciones y la calidad y oportunidad de ayuda a las mujeres
se requería de un acercamiento que permitiera identificar los puntos de inestabilidad en
el proceso de reproducción de los mecanismos de poder en otro espacio, quizá más
susceptible de intervenir vis a vis el espacio doméstico: las instituciones del Estado.
De manera muy sintética, el concepto foucaultiano de poder proveyó pistas para
plantearse cuando menos tres nuevos niveles de análisis que llevarían posteriormente a
la hipótesis de que la violencia doméstica se puede entender mejor como un problema de
identidades de género.
El primero se refería a cómo, en diferentes contextos, los conceptos de feminidad,
maternidad, familia, obediencia y débito conyugal se conjugaban para impedir que las
mujeres reconocieran sus derechos básicos de integridad física y emocional aun a riesgo
de su propia vida.
En un intento por identificar y describir la variedad de formas que dificultaban la toma
de decisión de las mujeres cuando se requería de la separación de una pareja violenta,
se encontró que una de las partes más difíciles para éstas era la imposibilidad que
tenían de asumir comportamientos que no correspondían a normas asociadas a la
feminidad y el ser mujer (ser buenas madres, garantizar la unidad familiar, no ser
conflictivas). Es decir, el conjunto de valores que une la feminidad tradicional con el
orden social más amplio.
El segundo punto es que, no existiendo un poder absoluto en manos del Estado, la
reproducción de los mecanismos y relaciones de poder son efectivos en la medida en que
las instituciones con sus mecanismos de normatividad social reproducen y avalan el
“gran poder”.
De los testimonios de las mujeres y las entrevistas realizadas en espacios de atención
especializada, se descubrió que la mayoría de éstas habían hecho varios intentos de
obtener apoyo para protegerse de la situación vioenta, los cuales habían sido
interrumpidos por personas significativas en su vida y por especialistas en el ámbito de
la salud, por lo que podíamos suponer que la intención de la mujer de protegerse de un
hecho violento se vería reforzada, si existiera como complemento, un profesional de la
salud que por medio de la validación y el reconocimiento de su demanda aportara
elementos de apoderamiento para ésta.
El tercero, que las relaciones de poder no son estables, ya que en toda relación de
poder existe resistencia, acomodo y transgresión, con lo cual era indispensable
encontrar los puntos de inestabilidad del poder en el espacio donde se encuentran estas
mujeres, que incluye sus relaciones con otras mujeres, con el entorno familiar y los
servidores públicos en las instituciones de salud y procuración de justicia quienes son
testigos de la situación de violencia.
Estos puntos fueron centrales para la observación, sistematización y análisis que
hicieron avanzar las intuiciones elaboradas desde la práctica de atención. De tal manera
que la violencia doméstica se empieza a entender como un ejercicio de poder y control
que se da de manera cotidiana sobre las mujeres en el espacio doméstico y cuyo objetivo
es mantenerlas en la posición de subordinación asignada.
Ese ejercicio de poder siempre presente en las relaciones de pareja puede, en
determinados momentos, presentar puntos de inestabilidad manifestados por un
malestar de las mujeres que puede ser avalado o negado por el entorno social e
institucional. En la experiencia de casos atendidos por los centros especializados, rara
vez llegaban mujeres que hubieran sufrido un acto violento por primera vez, ya que,
generalmente, habían sobrevivido por muchos años la situación de violencia y habían
hablado con familiares, sacerdotes y personal de salud, pero sus demandas de apoyo
habían sido ignoradas, minimizadas o francamente negadas por el entorno en que vivían.
Así, se modificó la mirada de quienes analizábamos el problema, cambiando, de la
búsqueda de una solución única que residía en el actuar de las mujeres, a la pregunta
sobre los contextos y situaciones que enmarcaban sus acciones y los espacios de apoyo
para su resolución. Es decir, la resolución de la problemática de violencia no descansa
únicamente en las acciones de las mujeres y la intervención misma, sino en la variedad
de recursos disponibles para las mujeres y la capacidad de las personas que acompañan
y proveen las herramientas que las mujeres necesitan para ir desarticulando su situación
de violencia.
Al iniciar este proceso de observación y sistematización de las formas de apoyo, se
pudo reconocer que en ausencia de espacios especializados de atención, de personas
sensibles en las instituciones de procuración de justicia o de salud y de la posibilidad de
intervención en el contexto familiar, comunitario o institucional en el que estaban las
mujeres, la posibilidad de resolución era prácticamente difícil y a veces imposible.
De esta manera, la nueva mirada sobre el tema que incluía el concepto de
desarticulación de mecanismos de poder y la experiencia y conocimiento acumulados en
la práctica de atención a mujeres que sufren violencia doméstica, empezó a preguntarse
sobre los contextos que facilitan o impiden la acción de la mujeres que buscan apoyo
frente a situacionesde violencia.
La evidencia respecto a la responsabilidad de las instituciones del Estado ante las
consecuencias de los hechos violentos que atienden se empezó a acumular. El análisis de
la diversidad de situaciones en que una mujer había acudido por apoyo a instituciones
del Estado que habían minimizado su situación, permitió argumentar que la
responsabilidad de resolución no es individual ni exclusiva de las mujeres que están en
situación de violencia y que existe corresponsabilidad de las instituciones a las que
acuden las mujeres en busca de orientación o ayuda.
De ahí el desplazamiento de demandas del espacio de procuración de justicia a otras
instituciones del entorno en donde se identifican o ventilan situaciones de violencia para
identificar y crear mecanismos que apoyen y faciliten el proceso de desarticulación.
Considero éste como el tema central en cuanto a los aspectos teóricos surgidos de la
experiencia de la práctica política y de atención en los casos de violencia, pues tanto la
reflexión como la intervención se desplazó de una mirada cerrada sobre el sistema
jurídico, al espectro más amplio del entorno (exosistema).
De la amplitud discursiva de la violencia hacia la mujer como producto del patriarcado
y el sistema de subordinación, se empezó a plantear la reflexión sobre los elementos que
harían posible la desestructuración de los mecanismos de poder en el contexto en el que
viven mujeres con situaciones de violencia doméstica, incluyendo las instituciones de
servicio del Estado.
Retomando lo dicho, los siguientes son algunos de los nuevos conocimientos que este
acercamiento brindó, mediante la sistematización de la atención:
1) El reconocimiento de que las instituciones que reciben a mujeres que sufren
violencia (en general, el sistema de procuración de justicia y el sistema de salud)
pueden, por medio de las percepciones que sus profesionistas tienen respecto a la
violencia hacia las mujeres y la forma de atención que se les brinde, reforzar o
interrumpir el proceso de reproducción de los mecanismos de subordinación del género
femenino y ser determinantes para su desarticulación, en tanto que son el primer
contacto institucional al que se aproximan las mujeres después de reconocer el malestar
que produce la violencia en el espacio doméstico-familiar.
2) Inicio de una investigación que explora los efectos de la mirada estereotipada de los
especialistas en salud sobre las mujeres en situaciones de violencia doméstica y el
reconocimiento de la necesidad de sistematizar la experiencia de organismos
especializados, que desde la práctica feminista o de mujeres, habían desarrollado el
concepto de atención especializada, no victimizante.
3) La necesidad de estructuración de relaciones y redes con las instituciones del
Estado que eviten los hoyos negros del complejo de atención y recursos que requieren
las mujeres. En general, las mujeres que sufren violencia por parte de su pareja
requieren intervenciones en el ámbito legal, psicoterapéutico y médico, las cuales son
provistas por instituciones del Estado que no necesariamente colaboran entre sí, por lo
que gran parte del problema de atención de un caso es el que pase de una institución a
otra.
El proceso que llevó al movimiento feminista y de mujeres a demandar, diseñar y
poner en marcha la variedad de recursos que ahora existen en el exosistema, además de
proveer apoyo específico y especializado a las mujeres, permite aproximarse, en la
práctica, a la doble intervención individual-exosistema que permitiría avanzar hacia una
reflexión sobre la dinámica de interacción en estos dos niveles.
En este apartado intento mostrar cómo los aportes de Michel Foucault sobre el poder
son instrumentos útiles e indispensables en el análisis de la violencia doméstica desde
un “posicionamiento feminista”, pues permiten incorporar a la perspectiva de género las
herramientas para observar y analizar las formas inestables en que los sistemas de sexo-
género se presentan y reproducen en diferentes contextos y estratos sociales.
Los conceptos de poder y desestructuración de los mecanismos de poder, aspectos
relativamente nuevos en el análisis del fenómeno de violencia doméstica, permiten dar
cuenta de las formas en que la dinámica social en contextos particulares crea
“ambientes de imposibilidad” para el tratamiento de la violencia doméstica, permitiendo
identificar los factores para iniciar un proceso de desnaturalización y modificación de
patrones de conducta, tanto en los agresores como en las mujeres.
Este acercamiento, al cual identifico como posicionamiento feminista, utiliza la teoría
crítica feminista y las herramientas de género para elaborar preguntas diferentes en
torno a la acción política y la investigación sobre violencia doméstica. Para Nancy Fraser
(1988) una teoría social crítica enmarca su programa de investigación y marco
conceptual con una mirada que incorpora los objetivos y las actividades de los
movimientos sociales de los que forma parte y con los cuales se identifica.
Siguiendo la propuesta de Fraser, presento algunos aspectos de la teoría feminista que
han guiado la práctica docente y de investigación para la elaboración de una propuesta
respecto a la acción política e investigación en el tema de violencia doméstica. Por
medio de esta reflexión espero mostrar el potencial analítico que ofrece la teoría crítica
feminista para comprender el fenómeno de la relación entre la violencia doméstica, las
identidades de género y el orden social.
Como ya mencioné, un referente teórico del movimiento feminista utilizado para
entender la situación de universalidad de la posición de subordinación que ocupa la
mujer fue Kate Millet (1975), al considerar la relación entre los sexos desde un punto de
vista político. A pesar de que la popularización del término patriarcado ha sido el
elemento que más se recuerda de su primer análisis sobre la subordinación femenina,
considero que existen dos líneas de reflexión útiles para el entendimiento de la violencia
doméstica: la primera, es su planteamiento de que el dominio y la subordinación están
basados en prioridades marcadas por sexo y generación (del varón sobre la hembra y del
macho mayor sobre el menor) y, la segunda, que el dominio sexual tiene categoría de
ideología y está profundamente arraigada en la sociedad.
Considero que el aporte fundamental de esta autora es la perspectiva que ubica las
relaciones de poder como las relaciones sine qua non que puedan darnos pistas sobre la
reproducción de la posición subordinada de la mujer y el lugar que ocupan los hechos
violentos en ese proceso. Al entrar al terreno de la ideología y el poder, podemos
reconocer que la supremacía del varón no radica tanto en su fuerza física, como en el
aspecto ideológico cultural de la aceptación de un sistema de valores, un pacto social
que se reproduce mediante la cultura que construye identidades humanas diferenciadas
en lo femenino y lo masculino. Millet afirma que no existe una dependencia biunívoca
entre sexo y género y que su desarrollo puede tener vías independientes en virtud de las
condiciones sociales en las que se desarrolla lo masculino y femenino, que para ella
constituyen culturas y vivencias radicalmente distintas.
Gayle Rubin (1986) avanza en esta discusión aportando el concepto de sistema sexo-
género, el cual define como el “conjunto de prácticas, símbolos, representaciones,
normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual
anatomo-fisiológica y que dan sentido a la satisfacción de los impulsos sexuales”. Los
sistemas sexo-gé-nero son, por lo tanto, un objeto de estudio más amplio para
comprender y explicar el par subordinación femenina-dominación masculina (De
Barbieri, 1992). Desde mi particular lectura, la perspectiva de género que toma como
base estos aspectos, es la elaboración teórica desarrollada por el feminismo en su
interés por comprender y explicar las formas de relación social que perpetúan la
subordinación femenina.
De esa forma, la conceptualización de género representa una búsqueda de sentido en
el entramado social que permita dar cuenta del comportamiento de hombres y mujeres
como seres sexuados. La teoría supone un uso más específico de esta referencia
conceptual puesto que sostiene que hay que aplicar como herramienta heurística central
la diferencia entre sexo (hecho biológico) y género (hecho social). Así, la categoría
género adquiere un significado preciso: se entiende como una posición explicativa al
interior del pensamiento feminista que surge como alternativa de otras matrices
explicativas, como la teoría del patriarcado (Gomáriz, 1992).
La popularidad del término género y la presión por institucionalizar los programas
feministas en algunas universidades de Estados Unidos generó un nuevo debate del
feminismo académico. Para algunas feministas en los espacios académicos, en ausencia
de una teoría feminista crítica, el uso de esta perspectiva representa el tratamiento
“higiénico” de las categorías elaboradas desde el feminismo (De Lauretis, 1986).
Teresa de Lauretis (1987) explica que un problema presente para profundizar en la
conexión entre feminismo y perspectiva de género radica en la forma en que el género,
de concepto explicativo pasa a ser una tecnología más (desde el concepto foucaultiano)
aplicada sobre las mujeres. Nos dice esta autora que el género como diferencia sexual
ha llegado a convertirse en una limitación, puesto que al poner énfasis en la “diferencia
sexual” se pone, en primer y último término, una diferencia de las mujeres respecto a los
hombres, de lo femenino respecto a lo masculino.
Este uso del concepto género tiene dos problemas centrales: por un lado constriñe el
pensamiento crítico feminista dentro del marco conceptual de una oposición universal
de los sexos (la mujer como diferencia respecto del hombre y ambos términos
unlversalizados), lo cual hace muy difícil incorporar un análisis sobre las diferencias
entre las mujeres (diferencias en el conjunto de las mujeres) simplificando aspectos
relevantes como pueden ser la clase, etnia o raza en las dinámicas de los sistemas sexo-
género. La segunda limitación es que la noción de “diferencia sexual” tiende a minimizar
el potencial epistemiológico del pensamiento feminista para concebir de una manera
distinta al sujeto social y las relaciones entre la subjetividad y la sociabilidad: “hablamos
ciertamente de un sujeto constituido en el género, pero no exclusivamente merced a la
diferencia sexual, sino sobre todo a través de diferentes lenguajes y representaciones
culturales; un sujeto engendrado’ y que adquiere un género al experimentar relaciones
de raza y clase tanto como relaciones sexuales; un sujeto que en consecuencia, no es
unitario sino múltiple y que no se encuentra tanto dividido como en contradicción” (De
Lauretis, 1987: 233).
El aspecto que subrayo de estas reflexiones es que la mirada que provee el
posicionamiento feminista amplía el foco de visión analítica de las mujeres, a las
relaciones de género y poder en las que éstas están inmersas. Es decir, que nuestra
preocupación por la situación de mujeres específicas requiere de una mirada más amplia
que devele las formas, mecanismos y técnicas que permiten la reproducción de los
factores que propician la subordinación en diferentes contextos y evitar la tendencia a
universalizar condiciones particulares.
En el caso de la violencia doméstica, ello significa poder dar cuenta de cómo en una
situación de violencia doméstica no sólo es necesario explorar el contexto cultural de
construcción de las identidades de género, la organización y estructura familiar y
comunitaria, las instituciones y las miradas disciplinarias, sino también a las otras
mujeres que en esa situación específica actúan en conjunto y de manera casi invisible
para justificar o perpetuar las condiciones que sitúan a algunas mujeres en situaciones
de violencia doméstica.
De la misma manera, al separar los aspectos relacionados con el poder y estatus social
o económico se puede reconocer que la toma de decisión y acciones de las mujeres están
también relacionadas con una “inversión” en la identidad femenina tradicional y los
poderes simbólicos o concretos en determinados contextos.
Para Fraser (1988) la lectura de cualquier problema social sensible al género tiene
implicaciones conceptuales y teóricas importantes desde el punto de vista de la teoría
crítica, ya que revela que la dominación masculina en los sistemas sociales es intrínseca
más que accidental, que las identidades de género masculina y femenina corren como
hilos rosas y azules en las áreas del trabajo asalariado, la administración y servicios del
Estado, así como en los terrenos de las relaciones familiares y sexuales. Es decir, la
identidad de género no es solamente un problema de subjetividades individuales pues se
ejerce en todos los espacios de la vida. Es el “medio de intercambio” entre todas ellas,
un elemento básico del entramado social.
Aun cuando desde los estudios de género se elaboraron diversos trabajos que
describían la diferencia entre lo público y lo privado, esta separación metodológica no
debe interpretarse como absoluta, sino más bien como una herramienta de análisis que
permite analizar las formas en que la familia está unida al espacio público y a la
economía oficial por medio de una serie compleja de intercambios y se requiere analizar
los ejes que articulan el intercambio entre la familia y la esfera pública.
Los papeles de trabajador y consumidor ligan la economía con la familia, mientras que
los de ciudadano y “cliente” con el Estado. Sin embargo, estos papeles y las ligas que se
forman entre la familia y la economía oficial son matizados por las identidades de
género. Los de consumidor y “cliente” tienen un subtexto femenino, ya que la división
sexual del trabajo7 doméstico asigna a las mujeres el papel de comprar y preparar los
bienes y servicios para el consumo de la unidad doméstica, razón por la cual la
mercadotecnia ha estado orientada principalmente a las mujeres. También encontramos
que algunos de los servicios de las instituciones del Estado como pueden ser los
servicios de salud, están orientados a un “cliente” femenino y sólo recientemente, ante
problemas relacionados con la salud reproductiva y el SIDA, empiezan a preguntarse
cómo interpelar al sujeto masculino.
La conceptualización de la violencia hacia la mujer desde la visión de género implica,
por lo tanto, mostrar el papel que la desigualdad de género (con su consecuente
jerarquización de la valoración de lo femenino y masculino) tiene en los diferentes tipos
de violencia y contextos violentos en los que ocurre, así como en el tipo de tratamiento
que se proporciona a los sujetos que la sufren en los diferentes espacios de servicios del
Estado.
Desde este punto de vista, el sistema de procuración de justicia o los servicios de salud
son un elemento más de análisis, pues se entienden como espacios paradigmáticos
donde es posible atender las consecuencias de la violencia y, a la vez, reafirmar los
mecanismos que la reproducen al proporcionar servicios de tipo asistencialista que
bloquean las capacidades del sujeto mujer para interpretar sus necesidades,
experiencias y problemas.
Por lo tanto, un aspecto crítico para la conceptualización de la violencia doméstica es
no poner a la familia y el espacio público o institucional del Estado en dos lados opuestos
de la categorización mayor, pues se requiere de un marco sensible a las similitudes entre
éstos, uno que los ponga en la misma línea como instituciones, que de diferentes
maneras, refuerzan las categorías de género. Además se requiere no tener presupuestos
sobre la direccionalidad de la influencia causal y explorar los mecanismos mediante los
cuales las instituciones estructuran la realidad social; incluir referencia a los papeles de
género que norman el comportamiento y la respuesta diferenciada de los sujetos ante
conflictos sin excluir a aquellos sujetos que laboran en las instituciones de salud y al
saber médico, referentes obligados en la clasificación y tratamiento de la misma.
En el caso de la violencia doméstica, problemática que ha sido abordada de manera
rigurosa en los espacios académicos y de investigación sólo en los últimos años, se
requiere también explorar la forma en que las diferentes disciplinas la han naturalizado
al no dar cuenta de ella o creando estreotipos. El análisis de la violencia doméstica que
utiliza las herramientas de la teoría crítica feminista y el acercamiento metodológico que
el análisis de género provee, privilegia la observación sobre las dinámica del poder en
los diferentes niveles de interrelación social (micro, exo y macro) pero también y de
forma significativa se plantea la necesidad de explorar la manera en que el poder de
“nominación” en los espacios del conocimiento organiza, regula y valida la mirada sobre
este fenómeno.
Esto significa reconocer que toda práctica académica es política y que las preguntas
que hacemos, cuando surgen de las preocupaciones de un movimiento social como el
feminista, incorporan y valoran las experiencias y el conocimiento acumulados desde la
práctica del movimiento, elemento adicional del poder. En términos prácticos, el
posicionamiento feminista requiere una constante comunicación con los espacios de
práctica del movimiento y los espacios de debate en el ámbito académico.
Intentar este tipo de práctica representa un desafío, un riesgo y un aprendizaje porque
en esta posición no se tiene seguridad ni validación absoluta en ninguno de los espacios
desde donde se funciona: para el espacio académico la práctica feminista es politizada y
no necesariamente lo suficientemente académica mientras que en el espacio del
movimiento siempre existe la suspicacia de ser “utilizado”. En cierto sentido, es quizá, la
experiencia vivida de la inestabilidad de las categorías a las que Harding alude en la cita
que inicia esta sección.
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NOTAS AL PIE
1 Roslyn Bologh, citada por Shulamit Reinharz, en Feminist Methods in Social Researchy 1992.
2 Linda Alcoff y Elizabeth Potter, “Introduction: When Feminisms intersect epistemology”, en Linda
sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción, o la privación
arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada”. Definición
sintética que proporciona la Organización de las Naciones Unidas, 1993.
4 Se considera violencia doméstica todas las modalidades crónicas de maltrato que ocurren dentro
del espacio privado, de las que mujeres, niños (as), ancianos y minusválidos son los receptores
principales.
5 Véase Violencia hacia la mujer. Reflexiones y qué hacer, Centro de Apoyo a la Mujer, Colima,
1990.
6 Sandra Harding plantea que el desafío feminista revela que las preguntas que se hacen —y más
significativamente las que no se hacen— son tan determinantes en la imagen total que nos formamos
como cualquier respuesta que podamos encontrar (Harding, 1987).
7 Este concepto se ha complejizado y algunos estudiosos prefieren emplear la fórmula “división
A MODO DE JUSTIFICACIÓN
Este trabajo se propone evaluar el desarrollo de algunas ideas producidas en los
estudios de la mujer, el género y la política desde que el PIEM es creado. El objetivo es
realizar un balance definido desde los aportes y desafíos que plantea el feminismo como
una mirada distinta al conocimiento académico y por tanto al trabajo sociológico sobre la
participación social y política en la vida pública. Hacer un balance exige comparar los
hechos favorables y los desfavorables, hacer juicios, contrapesar ideas, titubear y dudar,
constatar los avances o retrocesos en un tema. Este propósito enfrenta, sin embargo, la
dificultad de limitar una reflexión a las investigaciones y el pensamiento sobre género y
política llevadas a cabo en una institución o incluso en el país. Y en efecto existe una
tendencia a la universalización de las agendas, los enfoques teórico-metodológicos y la
práctica política feminista desde el foro de Beijing en 1995 pues las ideas y el debate
sobre el tema viajan a velocidades extraordinarias. Desde ese momento, el pensamiento
feminista se globaliza y al mismo tiempo sus prácticas y propuestas tienden a
institucionalizase de manera tal que adquieren rasgos comunes en las distintas
sociedades. Debido a que en los países de América Latina, el movimiento de mujeres
formó densas redes de relación que le permiten movilizarse en forma conjunta e incidir
en las organizaciones regionales de Naciones Unidas, y en diversas agencias de
desarrollo, hoy muchos de los problemas y reflexiones que se plantean en las sociedades
de la región son comparables ya que se desarrollan en un ambiente sociopolítico similar,
al menos en cuanto al apoyo político y financiero internacional que condiciona las
decisiones nacionales sobre mujer y género. Me pareció pertinente en consecuencia
ubicar la labor realizada en el área de la política y género en un contexto amplio que
permitiera la confrontación de las ideas y reflexiones, tomando en cuenta más el
desarrollo de algunas nociones sobre género y política que han tenido una cierta
permanencia en estos últimos 15 años. Las contribuciones del feminismo al área de la
política han sido centrales en el desarrollo de los estudios políticos. Sin embargo, estos
aportes discursivos y prácticos se han modificado tanto por la influencia de la reflexión e
investigación como por los procesos de transformación de los sistemas políticos
nacionales que poco a poco han presentado oportunidades para institucionalizar algunas
demandas del movimiento de mujeres.
Quizás por ello este artículo se deslinda de una revisión sistemática sobre las
investigaciones y el conocimiento sobre género y política desarrolladas en los últimos 15
años alrededor de los espacios creados por el PIEM. La idea de balance al estructurar
este trabajo no se orientó a una tarea descriptiva sino más bien a ensayar una
aproximación crítica y propositiva que tomara en cuenta algunas reflexiones que se han
debatido en el PIEM que hoy forman parte del pensamiento académico y plantean
desafíos tanto para la práctica como para la reflexión sobre la difícil relación entre
mujer, género y política. Naturalmente se trata de una reflexión que puede parecer
arbitraria porque se limita a tratar sólo algunos aspectos de la tensa relación entre
género y política. Sin embargo, al centrarse en un análisis general del desarrollo de
algunos temas que han logrado permanecer a lo largo de estos años, es posible que
puedan contribuir no sólo al debate sobre la integración de la mujer a la esfera política
sino también a reflexiones sobre otros temas relacionados con la mujer y el género. Y
esto es así porque la política desde los estudios de género abarca la vida privada y
pública de nuestra sociedad.
INTRODUCCIÓN
Uno de los grandes aciertos del pensamiento feminista contemporáneo es haber
subvertido la concepción tradicional de la política al plantear que lo personal y lo
privado también es político. Esta idea que cobra fuerza en todo el mundo, en América
Latina se reelabora creativamente, cuando se adapta a las circunstancias regionales y se
enuncia como “democracia en el país y en la casa”. La resignificación de la propuesta
por las feministas latinoamericanas adquiere relevancia como problema de interés
general de la sociedad, cuando al fundamentar esa consigna se argumenta que la lucha
contra la subordinación de las mujeres se plantea alrededor de la negación del
autoritarismo (Kirkwood, 1986). Las latinoamericanas logran así vincular sus intereses
de género con el reclamo por la democracia en la vida política reivindicada por las
mayorías, y tiene por ende, el valor de traducir una concepción abstracta en un lenguaje
comprensible y legítimo para la gente común de las sociedades de la región.
En esta traducción se señala además que el poder no se ubica exclusivamente en una
fuente centralizada como el Estado, las clases sociales, los partidos o los grupos. El
poder es una fuerza que impregna las relaciones sociales y se expresa en los
mecanismos más finos y cercanos de intercambio social como son aquellos que se
desarrollan en la pareja, la familia y en la vida de la casa.1
La vida cotidiana se identifica entonces como el lugar donde las mujeres sufren las
consecuencias del poder patriarcal y la lucha contra el autoritarismo permite articular
dos esferas, la pública y la privada, hasta entonces separadas.
La capacidad de convicción de este razonamiento se extiende a otros actores sociales
e institucionales quienes apoyan esta ruptura con la concepción clásica de la política
cuya definición la reduce al ejercicio del poder público, así como con la idea de que lo
político es un asunto cuyos contenidos son determinados dentro de las fronteras del
sistema institucional.
El pensamiento feminista asimismo logra un efecto enorme al poner en el debate
público el papel inductor de la cultura en la definición de las relaciones sociales, en las
instituciones y en el comportamiento cotidiano. Esta mirada que demuestra cómo las
diferencias sexuales se transforman vía la cultura en desigualdades que especifican lo
que es legítimo para cada grupo o categoría social, tiene además el valor de señalar que
también el conocimiento está marcado por esas construcciones culturales hegemónicas
sobre los sexos.2
Y el campo de la política no es una excepción. Por el contrario, como se ha señalado
reiteradamente, constituye una de las actividades humanas más influenciadas por los
mandatos de la cultura sexual, en la medida que las mujeres fueron desterradas desde
un comienzo de la ciudad, y en consecuencia de la ciudadanía, de lo público, del Estado
y de las diversas formas de gobierno de una sociedad. Por ello cuando el feminismo
plantea la integración de lo privado al área de la política, al lugar donde se ubica el
poder, que basado en el monopolio de la coerción permite tomar las decisiones que
operan para toda la colectividad, produce una ruptura con la tradición y con las
construcciones culturales hasta ese momento universales. Es interesante resaltar que la
propuesta del movimiento cuestiona la actividad práctica e interroga la reflexión
disciplinaria sobre la política, la cual desde sus comienzos (Aristóteles) se ha
desarrollado paralelamente para comprender, justificar o transformar el control del
poder político.
Una de las mayores contribuciones del discurso feminista al pensamiento sociológico
es que permite repensar la relación, siempre conflictiva, entre lo social y lo político. El
tema no es nuevo. Aparece y reaparece en diversos momentos de la historia, cuando por
ejemplo se discutían las fronteras entre el reino de Dios y de los hombres, o más
tardíamente cuando el mercado desarrollado por la burguesía se separa de la política,
originando la dicotomía sociedad civil, sociedad política, o la diferenciación del sujeto
burgués que se ubica en la esfera privada de la del sujeto ciudadano que se sitúa en la
pública (véase Serrano, 1999).
Hoy son las mujeres quienes disputan la definición o redefinición de las fronteras
entre lo social y lo político, planteando la necesidad de una concepción amplia que las
incluya a ellas y a los seres humanos con todo y su condición genérica. Su inclusión en el
ejercicio del poder y la redefinición del campo que abarca lo político no significa el fin
de esta actividad. La puesta en duda de las relaciones de dominio basadas en última
instancia en el uso de la fuerza, siempre produce conflictos de intereses y controversias
alrededor de los significados que les adjudican los diversos actores o grupos.
Las mujeres han cuestionado las formas que asume el poder público y privado
presentando en el debate argumentos consistentes, distin tos a los convencionales, que
fundamentan un proyecto de democratización generalizada. Sin embargo, ello no es
suficiente. Las diversas historias sobre la construcción de la democracia enseñan que los
caminos hacia el reconocimiento y la integración de actores sociales excluidos del
sistema político es dificultoso, y muchas veces violento.
El éxito para lograr concretar la incorporación de las mujeres y sus novedosas
propuestas en el campo de la política depende de diversos factores, entre otros de la
capacidad práctica de alianzas y coaliciones que permitan reunir los medios y recursos
necesarios para el logro de sus fines, ya que el poder no se otorga, se gana. Sin
embargo, en esta senda donde cuenta la racionalidad estratégica para aprovechar las
oportunidades y la capacidad para generar fuerza política, también importa, y mucho,
mantener la reflexión creativa. Esta condición no sólo es indispensable para “generalizar
la o las culturas feministas”, si parafraseamos a Gramsci (1981) sino también para
desafiar el pensamiento hegemónico, así como para elaborar conocimiento y teoría que
produzca consensos paralelos. El saber, la reflexión, creados por los actores sociales
pluralizan las ideas y favorecen la democratización del debate público y por tanto
fortalecen a la sociedad civil.
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NOTAS AL PIE
1
El primer diagnóstico sistemático sobre el poder y el autoritarismo que vincula la lucha feminista
y la política en América Latina fue realizado por Julieta Kirkwood a partir de la situación chilena
durante la dictadura, en los años setenta. Si bien su marco analítico se inspira en autores de la
sociología, ella no considera a Michel Foucault, cuya obra ha sido utilizada por el feminismo en forma
productiva para explicar no sólo las condiciones que imponen los otros al sujeto sino también las
condiciones que posibilitan la autonomía de la acción, gracias a que los desposeídos pueden
construirla sobre la base de redes de relaciones sociales.
2
No es quizás inútil recordar que fue Simone de Beauvoir quien inició este tipo dereflexiones. Esta
autora demostró con una claridad y paciencia impresionantes las diversas formas en que el sexismo
penetra el conocimiento de las diversas teorías y disciplinas (biología, psicoanálisis, historia,
literatura y filosofía). Aunque su análisis se detiene en lasegunda guerra mundial, su postura
analítica, en mi opinión, no sólo es aún pertinente sino, a veces, mejor argumentada que ciertos
trabajos basados en la moderna perspectiva degénero.
3
Y en efecto si bien es universal en la medida que fue suscrito por todos los paísesparticipantes, no
hay que olvidar que se trata de un acuerdo, producto de negociacionesentre grupos e instituciones
gubernamentales y no gubernamentales cuyas concepcionessobre la mujer, las relaciones de género,
la sexualidad, etc., a veces difieren radicalmente. De ahí que el acuerdo esconde grandes diferencias
y los argumentos minoritarios probablemente estén subrepresentados.
4
Si bien durante los últimos cinco años existe un núcleo de investigadoras, relativamente dispersas
en la región y en Estados Unidos preocupadas por el tema, no es exagerado decir que la mayoría son
mujeres y que pese a sus esfuerzos no logran influir en lasdiscusiones de otros sectores (feministas
incluidas). Es probable que ello obedezca a queun grupo importante de investigadoras y de militantes
feministas que contribuían al debate sobre el tema, hoy se han incorporado a instituciones donde su
trabajo es reconocido pues la “perspectiva de género” comienza a tener demanda, especialmente en
el área delas políticas públicas. Al parecer esos grupos funcionaban como un puente entre las
llamadas “académicas” y los distintos sectores sociales y políticos contribuyendo así a la difusióndel
conocimiento.
5
Este recurso no es nuevo en el feminismo. Recordemos que el trabajo de descon-trucción-
construcción de las disciplinas tradicionales, ha dado interesantes resultados. Elmás conocido por su
difusión es quizás, el de Gayle Rubin que sistematizó la perspectivade género a partir de un trabajo
crítico-constructivo de diversas teorías convencionales.
6 Aunque éste no es el momento de explayarse sobre estas experiencias, vale la penarecordar que
actualmente los estudios sobre el género y la mujer ingresan a un mercado, yque el mercado es una
red de relaciones donde los participantes podrían negociar, calculare instrumentar mecanismos
propios para producir ganancias extras, relacionadas con la elaboración teórica, con el conocimiento
crítico o la reflexión feminista. Para lograrlo habríaque valorar y mucho el pensamiento creativo pues
estas ganancias se constituirían comobien público, el cual por definición es indivisible, de manera
que no satisfaría el interés individual de los y las investigadoras dedicados a los proyectos ofrecidos
por el mercado.
7
Al respecto véase el interesante artículo de Velia Cecilia Bobes, que analiza los obstáculos que
enfrenta el desarrollo de relaciones equitativas de género en la sociedad cubana, donde durante 40
años se ha destacado la igualdad, la cual se ha institucionalizado enuna legislación igualitaria y
antidiscriminatoria. Ello obedece, según la autora a la dificultad cultural e institucional para aceptar
la diferencia, condición necesaria para el logro derelaciones equitativas entre los sexos.
8
Ai respecto véase las observaciones que Haydee Birgin (1999) hace sobre los resultados y
paradojas de las leyes en la vida de las argentinas, especialmente entre aquellas ubicadas en los
estratos pobres.
9 Sobre el valor del espacio íntimo, véase el interesante artículo de Jean Cohen, 1999.
10
Una investigación reciente sobre el tema la desarrolla Carlos Vilas (1998), para varios países
centroamericanos.
11
Existen propuestas de gran interés sobre todo en la filosofía y en la sociología política
convencional que introducen los temas de la diferencia y las identidades políticas, lasnociones de
conflicto y de justicia como parte de los sistemas políticos modernos que nohan sido debatidos
seriamente por el pensamiento feminista latinoamericano (véaseMouffe; Cohen y Aratos; Ulrich, y
Touraine).
HACIA LA VISIBILIDAD: MUJERES Y POLÍTICA EN
MÉXICO
INTRODUCCIÓN
El seguimiento de los estudios en torno a la participación política de las mujeres en
nuestro país producidos en los últimos 15 años implica el reconocimiento de un proceso
doble: por un lado, el de la creciente visibilidad de la inserción de las mujeres de
distintas condiciones sociales en la lucha política, dentro de diversos movimientos
sociales, partidos políticos, procesos electorales y luchas ciudadanas, y por el otro, el
paralelo esfuerzo de estudiosas y estudiosos de la realidad nacional, por dar legitimidad
a esta movilización de las mujeres como objeto o tema de estudio.
El periodo analizado, que abarca de 1983 a 1998, ha sido marcado por una serie de
acontecimientos naturales, políticos y sociales que condicionan y dan sentido a esta
creciente acción política de las mujeres: los sismos de 1985, el “terremoto cívico
electoral” de 1988, la rebelión zapatista de 1994, la evolución de los partidos políticos
de oposición: Acción Nacional (pan), de la Revolución Democrática (PRD) y del Partido
Revolucionario Institucional (PRl) mismo, etc., han impulsado y promo vido el interés de
los analistas en el proceso de constitución de la ciudadanía en nuestro país, así como en
el papel de las mujeres.
Un primer resultado de esta visibilización de las mujeres fue el necesario
cuestionamiento de las concepciones que distinguían y otorgaban un papel central a la
participación política formal (en gobiernos, partidos políticos, etc.) respecto de la
informal (en sindicatos, movimientos sociales, organizaciones profesionales y
ciudadanas, etc.), de manera que los análisis generalmente se restringían a la primera,
interpretándose la escasa presencia femenina en los niveles de toma de decisiones en las
esferas gubernamentales, partidos políticos, etc., como resultado de su apatía y su
escaso interés por la política y por el poder. Se cuestionaron posteriormente las
especificidades del poder político y la socialización de las mujeres dirigida a su
permanencia en los espacios domésticos, privados, o ligados a sus funciones de madre-
esposa, alejadas de la vida pública, espacio considerado masculino (Fernández P., 1995;
Fernández Ch.; 1995). De otra parte, se analizaban los avances en la participación
política femenina, mediante el seguimiento del acceso de las mujeres a los espacios de
toma de decisiones en gobiernos, partidos políticos, sindicatos, etc., soslayándose el
involucramiento de las mujeres en las bases sociales de los partidos, sindicatos, y otros
espacios así como su acceso a liderazgos de nivel medio o bajo (Barrera, 1998).
La necesidad de ampliar el espectro de lo que se consideraría como participación
política resaltaba al mirar hacia las mujeres: así, su inmersión en el Movimiento Urbano
Popular (MUP) se hacía presente y recla maba la atención de los investigadores, así como
el desarrollo del movimiento feminista, su efecto en el MUP, en el movimiento campesino,
indígena o sindical, o la creciente participación de las mujeres en las ONG yen las
movilizaciones de tipo ciudadano (Tuñón, 1997; Barrera, 1998). Poco a poco comenzaron
a emprenderse investigaciones que iban dando seguimiento a la presencia de las
mujeres en diversos espacios de la vida política, de manera que, para 1998, contamos ya
con un acervo suficiente como para analizar esta producción, dividida en diversos temas.
En este ensayo, nos hemos abocado a la tarea de hacer una primera revisión
bibliográfica de 173 textos sobre la participación política de las mujeres en México, la
cual, si bien no es exhaustiva, consideramos que sí es representativa en cuanto a los
avances de investigación en torno a diez temas: la visión general de la participación
política femenina en nuestro país, las mujeres y el Movimiento Urbano Popular, las
mujeres y el sindicalismo, las mujeres en los movimientos campesino e indígena,
mujeres y procesos electorales, liderazgo femenino y mujeres en las élites políticas, y
mujeres de los tres partidos más importantes: el PRI, el PAN y el PRD.
De los 173 títulos revisados, cerca de una cuarta parte fue publicada y financiada por
el PIEM y otro pequeño porcentaje fue financiado por este programa, pero publicado en
otras instituciones o espacios. El PIEM ha resultado ser entonces un fuerte impulsor de la
investigación en esta área, promoviendo el análisis de muy heterogéneas experiencias
participativas de las mujeres en la vida política de nuestro país (véase cuadro 1).
A pesar de nuestra búsqueda de títulos anteriores a los años ochenta, resulta claro que
el interés por esta temática se desarrolla a partir de esa década, relacionado esto con la
evolución del movimiento feminista, con la inmersión creciente de mujeres en diversos
movimientos sociales y políticos, en diversos tiempos y modalidades, y posteriormente,
por la influencia de las políticas de organismos internacionales como el Banco
Interamericano de Desarrollo, la Organización de las Naciones Unidas, etc., en torno a
las acciones afirmativas hacia la equidad de género y el empoderamiento de las mujeres,
en el contexto de los ecos de las conferencias mundiales sobre la mujer, en especial la
realizada en Beijing en 1995.
De otra parte, el interés específico acerca de las mujeres en los procesos electorales,
así como el de los partidos políticos por ofrecer propuestas actuales y atractivas para
ellas, se desprende del “descubrimiento” del potencial electoral femenino, en una época
de transformaciones políticas aceleradas, coincidiendo con la lucha de las mujeres en los
partidos mismos por tener acceso a más espacios de toma de decisiones, dentro de las
estructuras partidarias y en los puestos de elección popular.
Vemos así que las problemáticas abordadas por nuestro recorrido bibliográfico no son
casuales y siguen un cierto orden cronológico, de acuerdo con la importancia dada a
ciertos temas, a lo largo de dos décadas (MUP y sindicalismo, son los temas más
antiguos, más recientes serían los de mujeres en el movimiento campesino e indígena, e
intermedios pero recientes, tanto la visión general de la participación política en el país,
las mujeres en las élites políticas y el liderazgo femenino, mujeres y gobiernos
municipales y mujeres en los partidos políticos). En este breve ensayo, analizaremos los
avances en cada uno de estos temas, señalando las necesidades en cuanto a
investigaciones futuras que ayuden a llenar los vacíos existentes.
Nuestro trabajo no aborda la participación de las mujeres en el movimiento feminista,
pues un análisis de esa índole rebasaría los marcos de su intención; sin embargo, en él
se reflejan los entrecruzamientos del (los) feminismos con otros movimientos como el
MUP (Espinosa y Sánchez, 1990,1992 y 1993), el sindicalismo (Ravelo, 1996; Carlsen,
1993), o con los partidos políticos (Tuñón, 1997; Stevenson, 1998). De otra parte, no
abrimos un ítem sobre mujeres y ONG, por ser todavía poco desarrollado como tema de
estudio, a pesar de su creciente importancia como espacios de participación femenina
(Martínez, A., 1993a, 1993b y 1993c).
MUJERES Y SINDICALISMO
Respecto a esta temática existe ya cierta bibliografía. Contamos con algunos estudios
que aportan cifras generales de mujeres en la administración pública, de candidaturas
en un proceso electoral determinado, etc., aunque en un nivel muy poco desagregado
(Fernández R, 1995; Barrera, 1998; Avelar y Zabludovsky, 1994; Martínez G., 1996;
Valdez, 1998; Martínez R., 1996). También existen algunos textos que discuten las
acciones afirmativas, las causas de la escasa participación femenina en los puestos de
toma de decisiones en los partidos, empresas, sindicatos, estructuras de gobierno, etc.
(Fernández R, 1997c; Martínez y Montesinos, 1996; Barrera, 1998).
Resaltan sin embargo por su casi ausencia los estudios sobre trayectorias políticas,
historias de vida, etc., de mujeres políticas y de dirigentas, de diversos orígenes sociales,
partidarios, etc. (Silva, 1989; Casas, 1997a y b; Hidalgo, 1997). La existencia de
múltiples y diversos liderazgos femeninos, poco reconocidos y estudiados, se evidenció
recientemente en la celebración del Parlamento de Mujeres, al que acudieron mujeres
líderes de muy heterogéneos orígenes y organizaciones, presentando una variada gama
de propuestas. Faltaría incluir entonces en estudios sobre liderazgos femeninos a las
mujeres con liderazgos en ONG, lo mismo que de organizaciones religiosas o laicas, de
organismos profesionales, de asociaciones de beneficencia, así como de diversos
movimientos ciudadanos.
Sería importante entonces, el desarrollo de estudios sobre las diversas modalidades de
liderazgos femeninos en los distintos espacios de toma de decisiones, los factores que
los impulsan e inhiben (institucionales, culturales, normativos) así como la
determinación de propuestas de acciones que contribuyan a romper las barreras a la
proliferación de dichos liderazgos. Esto implicaría contar con suficientes estudios de
caso que presenten los perfiles, las trayectorias y contextos institucionales y sociales de
desarrollo de liderazgos femeninos en las diversas regiones de nuestro país, que dieran
un panorama complejo de los estilos, formas y culturas políticas implicados.
El tema de las mujeres y su relación con los partidos políticos, es un tema por explorar
aún. Entre otras cosas, porque en México el sistema de partidos está aún en
construcción y el diverso carácter, conformación y trayectoria de los partidos están por
ser estudiados, en el contexto de una realidad política contradictoria y en ocasiones
confusa.
De esta manera, contamos con muy pocos artículos (que no libros) que den cuenta de
la vida partidaria, tanto en los discursos como en las prácticas políticas, y del papel que
en ella juegan las mujeres. Carecemos de cifras más o menos confiables y detalladas de
cada uno de los partidos, en cuanto a la proporción de afiliados y simpatizantes que son
mujeres, sus posiciones en la estructura partidaria y en las candidaturas (Fernández P.,
1995; Barrera, 1998a; Tuñón, 1997; Martínez R., 1996).
En el caso específico del PRI, el primer problema detectado en los escasos artículos
que analizan la situación de las mujeres del partido es, además de la imposibilidad de
determinar el número y peso específico de sus militantes mujeres, que el principal
impedimento para la apertura de espacios para ellas es precisamente su cultura política,
las prácticas políticas “tradicionales”, que deberán ser transformadas, para poder dar
paso a las mujeres, así como a los jóvenes, etc., en los espacios de toma de decisiones
(Rodríguez, 1995 y 1998; O’Farrill, 1995; Olmedo, 1997).
Es decir, que la democratización interna sería la base para lograr un mayor acceso de
las mujeres, que se afirma constituyen cerca de 50% de sus militantes. De otra parte, los
estudios que han seguido a las mujeres con alta jerarquía en la estructura partidaria, o
con cargos de representación popular, encuentran que las vías de acceso a estos cargos
son las “tradicionales” como la pertenencia a un grupo de presión dentro del partido, el
“padrinazgo” de un alto político, entre otras. También se afirma que, en aras de
permanecer allí, las priístas con conciencia feminista subordinan ésta a los intereses
políticos del grupo, actuando “de manera igual que los hombres”, a la hora de hacer
política (Hidalgo, 1997).
Contamos también con algunos estudios sobre el liderazgo femenino priísta en el
movimiento urbano en las colonias populares. Quedan pues, por llenarse múltiples
lagunas, como el seguimiento de las mujeres priístas que hicieron política durante los
largos años del partido de Estado, de las simpatizantes y militantes en los diversos
sectores (campesino, obrero y popular), de los liderazgos femeninos construidos a lo
largo de esos años (más allá del discurso oficial al respecto), en fin, estudios que darían
pistas para conocer la cultura política priísta y el papel jugado en ella por las mujeres, la
construcción de espacios “femeniles” en el partido y de agendas y demandas desde el
punto de vista de las mujeres (Craske, 1992; Rangel, 1992).
Una veta muy interesante es el análisis de los discursos en torno a la mujer a lo largo
de los años de vida del partido, en los que la imagen de la abnegación centrada en la
maternidad, juega un papel persistente, incluso hasta la actualidad (Fundación Cambio
XXI, 1992; CIM, 1995, 1987; Instituto de Capacitación Pública, s/f; Paredes, 1989;
Secretaría de Gobernación, 1997).
De otra parte, como “hacer política” durante varios decenios significaba hacerla
dentro del partido de Estado, faltarían estudios regionales que dieran cuenta de la
construcción de liderazgos femeninos, y las formas de organización y control de las
mujeres por dicho partido, en los diversos sectores sociales. Finalmente, sería
importante analizar a lo largo del tiempo los esfuerzos de modernización del discurso
sobre las mujeres y de las demandas que dicho partido enarbolaría a favor de los
diversos grupos de mujeres en la estructura social.
NOTAS FINALES
Una primera reflexión que surge al finalizar este balance, es que a lo largo de cerca de
dos décadas hay una transición de los estudios de la mujer a los estudios desde la
categoría de género, sin que estos últimos hayan logrado una visión compleja, que logre
rescatar el aspecto relacional de esta concepción, emprendiendo análisis comparativos
entre hombres y mujeres y las representaciones compartidas o diferenciadas entre ellos.
Pensamos, sin embargo, que en esta área del conocimiento sobre mujeres y política, en
nuestro país nos encontramos aún en una fase de “visibilización” de las mujeres en estos
espacios. Al avanzar en este sentido, se han puesto en cuestión conceptos como el de
participación política “formal” e “informal” (Fernández P., 1995; Barrera, 1998;
Fernández Ch., 1995), “espacios privados” y “espacios públicos” (Tarrés, 1989), así como
los conceptos de democracia representativa y democracia participativa, desarrollándose
conceptos como el de democratización social (Schmukler, 1995), campos de acción social
y política femenina (Tarrés, 1991) y el de redes de mujeres (Tuñón, 1995).
Otras temáticas abordadas también han sido las del papel de las mujeres en los
procesos de democratización (Barrera, 1998; Schmukler, 1995; Fernández P., 1995), la
importancia del feminismo en la legitimación de los problemas específicos de las
mujeres (Massolo, 1995), la relación de los liderazgos femeninos y el impulso de ciertas
propuestas (Martínez, 1993c; Staudt, 1998; Stevenson, 1998), así como la importancia
del seguimiento y comunicación entre los diferentes grupos o sectores de mujeres y sus
representantes en los congresos, sindicatos y organizaciones varias (Tuñón, 1997;
Staudt, 1998).
Aspectos como la relación de las mujeres con el poder en diferentes espacios
(gobiernos, partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales, etc.), así como la
formación de liderazgos femeninos, quedan aún como problemáticas a estudiar, tomando
en cuenta las diversas culturas políticas en que se inscriben y los distintos factores que
inhiben o favorecen el acceso de las mujeres a los espacios de poder (Barrera y Massolo,
1998).
Finalmente, resalta la necesidad de continuar con los estudios específicos de la
participación femenina en diversos aspectos de la vida política, por medio de estudios de
caso, con el empleo de historias de vida, testimonios, cuestionarios, etc., sin olvidar los
aspectos de la historia política regional, que marcarían las trayectorias y experiencias
políticas de las mujeres, a lo largo de nuestro país.
Tenemos entonces que, de una etapa de “visibilización” de las mujeres en la vida
política de nuestro país (que ha implicado incluso el repensar los conceptos sobre lo que
constituiría precisamente dicha vida política, si se considera la participación de las
mujeres en ella), se ha ido desarrollando una serie de estudios puntuales que permitirán
tener un panorama complejo y rico de la heterogénea inserción de las mujeres en los
distintos movimientos y organizaciones sociales y políticos, de acuerdo con su clase
social, etnia, etc., en medio de contextos e historias regionales muy diversas, a lo largo
de todo el país.
Ante nuestros ojos vemos también el proceso de construcción de una agenda de las
mujeres, especificada de acuerdo con los contextos de participación, abordando
aspectos como la educación, la salud, el trabajo, la organización familiar y social, etc.,
agenda que va expresándose cada vez más en las plataformas políticas de los partidos y
que resulta de la compleja y aún poco reconocida y estudiada relación entre el
feminismo, las transformaciones en las relaciones de género y las experiencias de las
mujeres en las variadas formas que adquieren los movimientos sociales y políticos de las
últimas tres décadas. Nos encontramos entonces ante el paso de una investigación y
reflexión ocupada de las necesidades de “visibilización”, a otra más compleja, con un
desarrollo hacia la especialización de diversas temáticas, regiones espaciales, y que
implican un desarrollo de las discusiones teórico-metodológicas y del análisis político
mismo. Bienvenido sea el reto.
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MERCEDES BARQUET
Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer,
El Colegio de México
EL CONTEXTO INTERNO
ACTORES Y ESTRATEGIAS
En el complejo panorama del proceso que media entre la enunciación de problemáticas y
la creación de políticas públicas —pasando por la identificación de derechos y la
construcción de demandas, la elaboración de estrategias y la toma de decisiones
prácticas— intervienen numerosos actores que toman parte con distinta presencia e
intensidad. Indudablemente que tanto los organismos internacionales —oficiales, no
gubernamentales y financieros— así como la academia, han sido actores involucrados en
las políticas públicas de diverso corte dirigidas a las mujeres. Resta por registrar aquí
cómo la literatura se ha ocupado de las organizaciones de y para mujeres, y de los
poderes Ejecutivo y Legislativo, en sus relaciones recíprocas.
En términos incluyentes, hoy es ampliamente reconocido, en la región
latinoamericana, el papel de las organizaciones no gubernamentales como nuevo actor
social en la escena política (León, 1994), representando, por un lado, una alternativa al
parcial vacío dejado por la crisis en los partidos políticos y como respuesta al déficit en
políticas públicas ante el retiro o la reducción del Estado de ciertas funciones sociales, y
por otro lado, como participantes en una nueva fundamentación de la ciudadania social
(Marques-Pereira y Bizberg, 1995: 12) en la medida en que, para el caso de los grupos
de mujeres, han abierto cauces a nuevas identidades, a la consecución de beneficios y a
la inserción de sus demandas en la agenda pública.
Para Aguilar (1997), el quiebre en la estructura hegemónica de mediación política y la
práctica de “legitimidad por gestión” —que producía lealtades y dependencia de las
políticas gubernamentales— se da en momentos de debilidad de la sociedad civil por el
reducido espacio público existente que limita su presencia y desarrollo, y por la
resistencia del régimen postrevolucionario a su democratización pluralista. Sin embargo,
la subsiguiente apertura es producto del agotamiento de la estructura cerrada del
sistema político, pero también de la irrupción discursiva del reclamo por un estado de
derecho y por prácticas democráticas. En este contexto aparecen o renacen las
organizaciones civiles con autoridad moral y reconocimiento social crecientes. Si bien la
relación entre gobierno y organizaciones civiles ha estado teñida de recelos mutuos —
sobre la legitimidad de sus respectivos propósitos, sobre el origen y destino de los
financiamientos y el control de los recursos, y por la ausencia de un marco institucional
que normara sus relaciones y atribuciones respectivas—, hoy se plantean nuevas
posibilidades de colaboración, de reconocimiento recíproco y de pluralidad efectiva en el
accionar público.
El Movimiento Amplio de Mujeres (mam) en México ha recorrido un camino semejante
al descrito, que se puede atestiguar en encuentros y desencuentros frente al Estado y
que también ha sido tema de estudio como protagonista de la política pública (Lamas,
Martínez, Tarrés y Tuñón, 1994). De la denuncia, la suspicacia sobre la posible
cooptación, el escepticismo y el rechazo, se pasó sucesivamente a una distensión en las
relaciones, que sin superar totalmente los recelos, habla hoy de la paulatina
institucionalización de los vínculos. En este tránsito también se señala la
profesionalización de las organizaciones de mujeres, así como un proceso de aprendizaje
en los mecanismos de negociación (Tarrés, 1993) que permitió dejar atrás el purismo de
las actitudes separatistas que probaron ser poco productivas.
Las organizaciones no gubernamentales de y para mujeres no sólo han sido actoras
fundamentales sino que han sido en sí mismas objeto de atención y estudio. Desde la
reunión pionera de ONG convocada por el PIEM en 1987 se han elaborado varios
directorios por parte del PIEM, el PUEG y la Secretaría de Gobernación. Tarrés (1996: 12–
15) señala que a pesar de su fragilidad y heterogeneidad, las ONG representaron una
cierta amenaza para los actores institucionales, tal vez por la imprecisión en los
parámetros de sus relaciones, constituyendo por otro lado, un espacio social destinado a
precisar demandas y necesidades así como a proponer políticas públicas vinculadas con
los intereses de las mujeres desde una perspectiva de género, a partir de un diagnóstico
común relacionado con la condición de subordinación en los ámbitos público y privado,
referente sobre todo —aunque no exclusivamente— a poblaciones en situación de
pobreza. Es la inmediatez de su actividad en la atención y solución de problemáticas de
salud, propiedad o legislación, por ejemplo, que trasciende en propuestas y evaluación
de política pública (Milenio Feminista, 2000).
Además de constituir un espacio privilegiado para la elaboración de un discurso
feminista y para el ejercicio de actividades públicas comprometidas que muchas de sus
integrantes encontraron cerradas por otros canales, las ONG de mujeres han ido
ciudadanizando sus objetivos. Hoy día, pero claramente a partir de la mitad de la década
de los ochenta (tras los sismos de 1985 en el D.F. y la posibilidad de nuevos escenarios
político-electorales en 1988), vemos cómo prácticamente todas estas organizaciones,
incluidas varias de las más antiguas, constituidas o no en redes, amplían sus ámbitos de
acción para incursionar en temas ciudadanos, politizando sus planteamientos y
demandas —como en el caso de APIS, del Grupo de Educación Popular con Mujeres
(GEM) (Loria, 1990) y Salud Integral para las Mujeres (Sipam), Grupo de Investigación en
Reproducción Elegida (GIRE) o Consorcio para el Diálogo Parlamentario, de formación
más reciente— por ejemplo. Sus compromisos son explícitamente lograr
transformaciones legislativas, incidir en política pública, dar seguimiento a las promesas
de campaña de candidatos electos y a la gestión de funcionarios designados, así como el
monitoreo sobre el cumplimiento gubernamental de los acuerdos internacionales
suscritos por nuestro país. Cabe mencionar que esta ampliación del espectro de
actividades a cuestiones más de corte ciudadano, se da como respuesta a las
posibilidades de participación que se fueron concretando desde los años ochenta.
En 1996 se organiza con éxito la Asamblea Nacional de Mujeres (que las reúne como
individuos, grupos, e integrantes de partidos políticos) y surgen nuevas organizaciones
de carácter más explícitamente político como Ciudadanas en Movimiento por la
Democracia, y varias organizaciones ya existentes se convierten en asociaciones
políticas nacionales, como es el caso de Mujeres en Lucha por la Democracia, Diversa,
Mujeres y Punto (Barquet, 1998). La variedad de sus estrategias también se ha
ampliado: desde establecer relaciones personales con sujetos clave en puestos de poder,
o presionar por la incidencia en el discurso público y el monitoreo de los organismos
internacionales mediante medios electrónicos, colocar demandas en la agenda de los
partidos políticos, pugnar por cuotas de representación o acciones afirmativas, y
elaborar estratégicas campañas promocionales en los medios de comunicación, hasta la
impartición de talleres de sensibilización a funcionarias/os involucradas/os en la toma de
decisiones, o la participación en espacios institucionalizados como “femócratas”, sin
descuidar, por supuesto, la formación de redes internacionales en el mejor estilo de la
globalización.
La evaluación de estos procesos no es sencilla. Desde un punto de vista positivo hay
avances sensibles en la producción de información sistemática con una visión de género
en la que participan notoriamente las agencias del Ejecutivo (Martínez, 1995; INEGI,
1995; UNIFEM, 1995;
Barquet, 1996; INEGI y Pronam, 1997). Existen ya mecanismos institu cionales
dedicados a las mujeres, —que han aprovechado la experiencia sobre todo de países
como España y Chile— como el Programa Nacional de la Mujer (1996) que pasa a
consolidarse en la Comisión Nacional en 1998, y que se plasma en Instituto Nacional de
las Mujeres en 2001; Promujer DF —ahora también Instituto desde 1999, y casi todos los
estados de la República (27) cuentan con alguna agencia equivalente de gobierno en la
que incorporan consejos consultivos ciudadanos en el desarrollo de sus funciones
(Alvarez, en Milenio Feminista, 2000). Varias secretarías de estado (educación, trabajo,
salud, desarrollo social, entre otras) además del DIF y el Conapo tienen programas
específicos, y la presencia de mujeres en puestos de decisión es cada vez más notoria.
Una de las estrategias con presencia relevante para modificar las condiciones de las
mujeres se refleja en el ámbito legislativo, instancia en la que además se han
conformado comisiones de Equidad y Género en ambas cámaras, y que ha tenido
importantes —aunque numéricamente escasos— logros en temas de salud, violencia
intrafamiliar, y códigos civil y penal, por ejemplo.
Las ONG de mujeres empiezan a sistematizar sus propuestas (CNONGM, 1995; Milenio
Feminista, 2000) más allá de los documentos internos de trabajo, aunque todavía hay un
déficit al respecto. Se han producido numerosos textos críticos sobre la pobreza (Barme,
1990; Gimtrap, 1994) y sobre las experiencias de planificación de género en la región
(Barrig y Wehkamp, 1994; Grassi etaL, 1995; UNIFEM, 1995; De Villota, 1999) que
abordan tanto circunstancias locales, como el debate sobre la cooperación internacional
Norte-Sur, básicamente en el estilo de la reflexión de experiencias de “desarrollo” y
aplicación de financiamientos de fundaciones y financieras internacionales. Las
Naciones Unidas (PNUD) tienen ya años —desde 1995— incorporando indicadores de
género en sus reportes sobre el desarrollo humano: el índice de Desarrollo de Género y
el índice de Potenciación de Género, que matizan y acotan los indicadores más
conocidos, supuestamente neutrales.
Otra línea de producción editorial reciente se aboca a la elaboración de manuales
didácticos con propósitos de sensibilización para quienes toman decisiones sobre
políticas públicas y para quienes llevan a cabo programas para mujeres (DIF, 1997;
Cazés, 1998; OCDE, 1998), en los que el énfasis está claramente orientado a una visión
relacional del género, y que han probado ser una necesidad ineludible para proporcionar
conocimiento y darle referentes teóricos, contenido empírico y posibilidad de aplicación
práctica a un concepto que con frecuencia se maneja en el vacío. En este mismo sentido,
un esfuerzo valiosísimo se ha hecho entre la Comisión Nacional de la Mujer y UNIFEM en
la elaboración de un sistema de indicadores de seguimiento (Sisesim) para los proyectos
que pretendan incidencia en relaciones intergenéricas. Estas herramientas resultan
fundamentales para empezar a compensar la falta de categorías conceptuales y
metodológicas que ha prevalecido más que todo en el diseño y la ejecución y que a la
larga dificulta —si no es que impide— la evaluación cuando se trata de transformaciones
cualitativas de relaciones de género.
La evaluación de los actores presenta otras facetas en las que persisten dudas o
escepticismos. Las organizaciones de mujeres todavía presentan rezagos en la
sistematización de sus avances, en la profesionalización de sus actividades y en la
evaluación de su impacto efectivo; sus propuestas son a veces ambiguas —por su
carácter cualitativo— difícilmente evaluables cuantitativamente, y el inmediatismo o
pragmatismo con frecuencia permean sus propósitos. Sigue habiendo, asimismo, una
discusión sobre los necesarios y casi inevitables financiamientos que les permiten a las
ONG actuar y sobrevivir, que incluye una seria reflexión (Bedregal, 1996) sobre su
fragilidad, la dependencia económica que implican respecto a organismos o fundaciones
internacionales, la imposición o no de temas y prioridades venidas de fuera, así como la
rivalidad que suscitan entre las propias organizaciones no-gubernamentales.
A pesar del incremento en la atención a las mujeres y sus organizaciones como nuevos
actores sociales —y a la inclusión de las mismas en el contexto de los temas de
democracia y ciudadanía— por el lado de la academia resta mucho por hacer. Al igual
que en el caso anterior, aún hay lagunas en la producción de conocimiento en la que la
visión de género permee la metodología de acercamiento así como la elaboración de
instrumentos, la recolección de información y las consideraciones sobre su posible
aplicación. La complejidad teórica que supone abordar cuestiones que aluden a las
condiciones inmediatas de las mujeres, en la interrelación de espacios institucionales y
en distintos niveles de atribución simbólica, con miras a la transformación de la
normatividad cultural, no es un reto sencillo.
Desde los distintos espacios institucionales, ya sea el federal o el estatal, el
pragmatismo sigue jugando el papel más importante. El Estado, conservando aún en
buena medida su papel tradicional de agente promotor del desarrollo social y
económico, se compromete a atender reclamos diversos —entre los que destaca el
combate a la pobreza—, y lleva a cabo programas compensatorios de subsidios,
selectivos por grupos poblacionales, y sectoriales por áreas de atención.5 Es indudable
que en este contexto, el discurso de las mujeres y del género ha logrado penetrar en
cierta medida y concientizar en mayor o menor grado a funcionarios (as) responsables
de la toma de decisiones; aunque también, como ya lo advertía más arriba (Anderson,
1992), con frecuencia ese discurso se vulgariza o simplemente permanece vacío de
contenidos significativos. Más allá de la tendencia pragmática, subsiste la dificultad de
conceptualizar a las mujeres por sí mismas, aplicando más bien perspectivas
instrumentales que no dejan de vincularlas en el binomio materno-infantil/familiar, y con
frecuencia se padece el traslape o la inconexión entre programas y proyectos, así como
la falta de presupuestos etiquetados. Los esfuerzos institucionales se dirigen hoy en día,
en gran medida, a lograr transversal izar la política de género de modo que esté
incorporada en todo programa de cualquier agencia gubernamental. El tema no es un
asunto menor, y los obstáculos van desde el desconocimiento hasta la resistencia
abierta, la falta de presupuesto y el traslape de programas.
En el mismo sentido de lo anterior el debate se ha centrado entre la pertinencia de
colocar las políticas hacia las mujeres como parte integral de las líneas prioritarias de
atención social (mainstreaming), acercamiento estratégico ya apuntado como preferente
por Tinker desde 1979, porque generalmente cuentan con más recursos pero en las que
se corre el riesgo de desdibujar sus especificidades (León, 1993); o la versión opuesta de
promover políticas y programas diferenciales, pero que por el estado de cosas,
generalmente son motivo de menores presupuestos y atención. Esta última tendencia
parece predominar actualmente desde las organizaciones de mujeres —con una
vertiente de acciones afirmativas— que insisten, con pertinencia, en el mecanismo de
etiquetación presupuestal que permita garantizar los recursos necesarios a proyectos
específicos.
Las mujeres en puestos de decisión y responsabilidad públicos han sido motivo de
atención reciente, pero sobre todo desde las identidades y el ejercicio de poder en un
espacio público, de gobierno, relativamente novedoso como campo de desempeño de
mujeres. Poco se ha analizado, sin embargo, su capacidad o habilidad de incidencia o si
su presencia ha significado alguna transformación en la gestión gubernamental. Desde
el espacio legislativo nos encontramos con una serie de obstáculos. Ya en la pasada LVII
Legislatura Federal (1997–2000) quedó constituido el Parlamento de Mujeres —que
integra las recientes comisiones de Equidad y Género de las cámaras de Diputados y
Senadores—, el proceso para trascender en este espacio es lento. Sin embargo, a pesar
de que ya se trata de comisiones ordinarias, con capacidad de dictamen, su éxito es
todavía reducido (Tapia, 1999), y los “temas de mujeres” no parecen ser prioritarios sino
que en ocasiones son aún motivo de burla; las agendas partidarias prevalecen sobre los
intereses de otros actores; las mujeres electas no necesariamente responden a los
intereses —por demás heterogéneos— de sus congéneres; su representación numérica
no ha logrado alcanzar una masa crítica (Dahlerup, 1986) que, sensible y consciente, se
anime a consensar una agenda mínima transpartidaria, con las organizaciones de
mujeres. Uno de los rezagos más notables se refiere al hecho de que no existen
mecanismos institucionales para exigir la rendición de cuentas (accountability) a las
(los) legisladoras(es) sobre su gestión, y en este sentido falta el último eslabón de la
cadena de derechos y responsabilidades ciudadanas.
Aun así, la apertura del espacio legislativo a la pluralidad partidaria —hasta hace
poco, todavía impensable— y el establecimiento de las comisiones de Equidad y Género,
que cuentan con una asesoría informal de múltiples organizaciones, sobre todo de
aquellas agrupadas en la Asamblea Nacional de Mujeres parecen haber favorecido un
“efecto de osmosis” (Stevenson, 1999) que tiene visos promisorios para la gestión y
consecución de las demandas en este importantísimo espacio y que empiezan a ser
sistematizados como experiencias de vínculos tanto transpartidarios como entre
organizaciones y legisladoras (Cámara de Diputados, 2000).
Es indudable que nos encontramos aquí frente a un análisis del modelo liberal de la
modernidad que instaura la posibilidad de la democracia fundada en la igualdad
universal. Sin embargo, no podemos menospreciar los efectos que el discurso
postmoderno ha tenido en las políticas y los reclamos sobre el reconocimiento de la
diferencia, que se han planteado tanto en el espacio internacional como en el nacional.
El acotamiento de las especificidades, la crítica a las pretensiones de universalidad y
neutralidad —aun dentro del propio feminismo y los movimientos de mujeres— originan
toda una corriente de pensamiento y de práctica política.
En este marco interpretativo, los programas de igualdad de oportunidades, por
ejemplo, marcan un piso mínimo, liberal, de reclamo de derechos, sobre el cual se
construyen demandas específicas que acrediten las diferencias y que en muchos casos
toman la forma de una política de meras acciones afirmativas, pero que en otros casos
intentarán transformaciones estratégicas de fondo, y que a final de cuentas pretenden
una redefinición de las relaciones del Estado y la ciudadanía.
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NOTAS AL PIE
1
Algunos de los trabajos sí lo fueron. Véase, por ejemplo, el libro de Azaola y José(1996), los textos
del programa Salud Reproductiva —programa conjunto del PIEM, el Centro de Estudios Demográficos
y de Desarrollo Urbano y el Centro de Estudios Sociales— (por ej., Szasz y Lerner, 1998), así como el
volumen publicado por GIMTRAP (1994), entre cuyos objetivos se señala explícitamente el de hacer
aportes que conllevenseñalamientos sobre políticas públicas en cada uno de los temas del contenido
sobre mujeres en situación de cárcel, sobre salud sexual y reproductiva y en pobreza, con todos
suscondicionantes.
2 Los “estudios de la mujer” que, como ya se sabe, aparecen de manera prácticamente simultánea
con apenas unos años de diferencia en Europa, Estados Unidos y AméricaLatina en la década de los
setenta, comienzan a influir en las argumentaciones sobre población, desarrollo, desigualdad,
distribución de recursos y pobreza.
3 Los orígenes del concepto se podrían rastrear en América Latina hasta los movimientos
JULIA TUÑÓN
Dirección de Estudios Históricos,
Instituto Nacional de Antropología e Historia
1
¿Cómo se vinculan la historia y las mujeres? Tradicionalmente se trataba de términos
excluyen tes y, aunque lo anterior pueda sorprender a algunas y algunos, todavía se
encuentra quien así lo quisiera. Joan Wallach Scott1 menciona los problemas que existen
para incluir la historia de las mujeres en la academia, de manera que la dificultad para
su estudio no parece privativa de México.2 Consolarnos pensando que son rezagos del
pasado no parece suficiente. Se impone reflexionar: ¿qué buscamos en su historia?, ¿qué
tan diferentes son ellas de otros sujetos sociales?, ¿tiene sentido el esfuerzo?, ¿tenemos
una metodología propia?, ¿en qué radica la novedad de su estudio?, ¿-cuál ha sido la
historia de la historia de las mujeres?, ¿se puede hablar de una historia feminista?
En la exclusión de las mujeres de la historiografía, en su “invisibilidad”3 tiene mucho
que ver el concepto de historia que se tenga. Cabe apuntar aquí que el término historia
se refiere tanto a lo que ha sucedido cuanto a la disciplina que lo analiza.4 Los textos
que resultan de esta práctica constituyen la historiografía. En el análisis de los hechos
toma parte, inevitablemente, el marco conceptual de los y las historiadores(as), el que
comparten con la sociedad que habitan y son parte de su bagaje mental. La escuela
positivista comparte el olvido del sujeto femenino con corrientes historiográficas previas
y sus concepciones han marcado, en mucho, el quehacer de Clío, la musa de la historia,
al grado de ser el punto de referencia contra el que se construyen otras teorías, que
permiten, entre otras cosas, la atención a las mujeres.
Hoy en día no se piensa al (la) historiador (a) tanto como un (a) rescatista del pasado,
sino como un(a) constructor(a): la historia se asume como una reconstrucción de los
hechos que permite y propicia una memoria colectiva. Su sentido organizador rebasa la
acumulación de datos y la diferencia de la crónica. La historia acepta gustosa ser más
que el recuento de los acontecimientos: es también la interpretación que de ellos se
hace y en este proceso se advierten las ideas de su tiempo: ciertamente todo momento
pasado se observa desde el presente, desde los problemas e inquietudes que desvelan a
sus contemporáneos.
La historia positivista, en boga durante el siglo XIX y buena parte del XX, se concibe
como una ciencia que dará cuenta de las leyes que rigen el desempeño de los hombres y
tiene como misión el rescate del mundo público, que se separa tajantemente del privado.
La disciplina de Clío se ocupa de las noticias de la política y de la guerra, del dominio de
los hombres sobre su entorno u otros sujetos. Responde así a su momento político (la
construcción simbólica de las naciones) y al énfasis en el desarrollo de la ciencia y la
tecnología como motores del “progreso”, término que enuncia la feliz meta del proceso
histórico, con carácter universal. La humanidad se piensa separada de la naturaleza, por
lo que puede dominarla, pero las mujeres se consideran entes naturales, son vistas tan
sólo como un fenómeno de la biología. El sujeto histórico se supone neutro, pero son
ciertamente los hechos masculinos los motores de una historia construida como la
marcha al “progreso”.
Historia y mujeres parecen, entonces, términos antagónicos. Incluirlas implica una
ruptura fundamental: la de su identificación con la naturaleza, con ese misterioso
aunque zoológico “eterno femenino” y posibilita su entrada al mundo social. Implica
también un supuesto: el de su especificidad y, por ende, el de una historia propia. Se
trata, dice Gise la Bock,5 de restituir a las mujeres a la historia pero también de
encontrar la que les pertenece. Hacerlo desde lo que es importante para ellas, sin
aplicar modelos androcéntricos que deformen la mirada, pero con la conciencia plena de
su relación con la otra mitad de la humanidad: los varones.6 La historia coloca ante las
mujeres un espejo para que ellas se vean a sí mismas y se reconozcan como sujetos
sociales.7
La empresa ha sido ardua, pero ha dado frutos: tiene ya su propia historia. Joan Scott
dice que es un campo que ha surgido como un “terreno definible”.8 En su proceso han
surgido una serie de problemas metodológicos que hacen que se hable de una nueva
historia de la mujer9 o de un tránsito de la historia de las mujeres a la historia del
género.10 Esta inquietud es también común entre las historiadoras del tema en México.
Cuando se cambia de lente para observar el pasado surgen algunas inquietudes que
permiten el proceso que nos ocupa. Resultan de analizar las fuentes primarias que son la
materia prima para el (la) historiadoría), pues en ellas es evidente que las mujeres han
estado presentes en el pasado y participado de diversas maneras en la sociedad. Esto
contrasta con el hecho de que su presencia no ha trascendido a la historiografía.
Parecen “invisibles”, pero ellas no están fuera de los procesos humanos, aunque por lo
general sí de ciertas formas de poder, los llamados, por George Duby y Michelle Perrrot,
los tres santuarios masculinos: el religioso, el militar y el político.11 Ellas han sido sujeto
de la historia, a veces activo y a veces pasivo pero, como hacen notar Duby y Perrot: “A
las mujeres se las representa antes de describirlas o hablar de ellas y mucho antes de
que ellas mismas hablen”,12 de hecho, agregan: “La historia de las mujeres es, en cierto
modo, la de su acceso a la palabra”.13 La historia tradicional ilumina algunos aspectos de
sus vidas mientras oculta otros: “Las luces construyen un arquetipo. Las sombras
ocultan las opciones y realidades que, como género, ha vivido”.14
En forma pasiva o activa ellas están en los procesos sociales. La investigación con los
documentos y testimonios del pasado las muestra en las labores económicas, los datos
demográficos, las distintas facetas de la vida social, las actividades cotidianas y la
cultura en sus variadas acepciones. Incluso las podemos atender en la vida política,
especialmente si abrimos los conceptos que definen esta práctica, ¿por qué, entonces,
quedaban excluidas? El reto es discernir, como dice Joan Scott “por qué y cómo las
mujeres se vuelven invisibles para la historia cuando, de hecho, fueron actores sociales y
políticos en el pasado”.15
A pesar de que la diferencia sexual significa cosas diferentes en cada contexto
histórico, siempre remite a un cuerpo natural. Con este argumento se reduce a las
mujeres a su biología. La diferencia sexual deriva en inferioridad social que también se
transmina a la disciplina de Clío. Por fortuna parece que en los albores del año 2000
estamos en un momento adecuado para enfrentar esta situación. En este siglo se habló
mucho del derecho a la igualdad, pero en sus últimos años se insiste en el derecho a la
diferencia. Ahora se trata de tolerar y respetar al “otro”, a todo aquel que no responda al
modelo paradigmático de la humanidad, representado por el varón de cultura occidental
y de raza blanca. Lola Luna plantea que la historia tradicional (tanto la liberal como la
marxista) se apoya en el supuesto de un proceso único, común a todas las culturas que
deben, entonces, transitar hacia el progreso por las mismas etapas. No sólo se trata de
un androcentrismo sino también de un eurocentrismo.16 Hoy en día, en cambio, se
manifiesta el derecho de todos los grupos humanos a tener un lugar en la historia desde
sus propios valores, esto es, no sólo con argumentos de igualdad sino también de
diferencia. Es la oportunidad para la historia de las mujeres.
¿Cómo se inserta en la historia global? Si bien pensamos que es un campo propio, con
sus preguntas y sus inquietudes particulares, eso no la exime de las que configuran la
disciplina de Clío, no deja de rendirle pleitesía a la musa, con sus rigores habituales: el
respeto a la contextualización, al aparato crítico, al sentido propio de las fuentes, el
temor al anacronismo. La historia tiene un camino propio para cumplir su propósito y, al
decir de Marc Bloch “Allí donde huele la carne humana sabe que está su presa”.17
Una vez planteado lo anterior, la primera necesidad es superar la omisión de la mitad
femenina de la humanidad, pero resulta que al incluir a este nuevo sujeto la perspectiva
de la sociedad como un todo uniforme se modifica: este sujeto ayuda a repensar la
disciplina de la historia y apunta otras posibilidades para la historiografía. Hace
aparecer una serie de problemas que exigen solución. Al verse desde otra atalaya la
historia deja de ser una sola para mostrar sus múltiples aristas y esto desata muchas
pasiones y discusiones. Mientras se resuelven, la marcha se demuestra andando, la
historia de las mujeres se legitima, se realiza con objetivos, posiciones y métodos
diversos, se discuten las teorías más adecuadas y se logran diferentes interpretaciones.
Incorporar a las mujeres trastoca el conocimiento tal y como se ha dado hasta ahora e
implica una nueva metodología, aunque también es el resultado de nuevos conceptos y
abreva de las nuevas teorías.
A pesar de esto, o quizás a causa de esto, el campo se ha convertido, no sólo en
México sino también en otras latitudes, en una sección de los departamentos de historia,
un anexo que se permite por considerarse políticamente correcto y por la tolerancia
deseada en nuestros centros de estudio, pero no ha modificado los paradigmas del
quehacer de Clío. Dice Joan Scott que “el proyecto de la historia de las mujeres
comporta […] una ambigüedad perturbadora pues es al mismo tiempo un complemento
inofensivo de la historia instituida y una sustitución radical de la misma”.18 Se añade
información a la ya existente, pero, al completar lo ausente se hace subversiva: “pone en
duda tanto la suficiencia de cualquier pretensión de la historia de contar la totalidad de
lo sucedido, como la integridad y obviedad del sujeto de la historia: el Hombre
universal”.19
Vale la pena abundar en algunas de las cuestiones que hacen la carne de esta
situación.
2
¿Cómo se construye esta historia? Las mujeres, como todo colectivo que vive un
momento fundamental de su historia, tenemos necesidad de una memoria que dé cuenta
del carácter propio del grupo, de sus procesos y de sus luchas. Jacques Revel comenta
que esta historia quiere llenar a la vez un vacío y una nostalgia.20 Louise Tilly21 ha
escrito que la historia de las mujeres ha sido en un alto grado un “movement history”. Se
trata, ciertamente, de una historia comprometida, “inspirada por el movimiento
feminista y escrita con el deseo de promover la igualdad de la mujer al señalar la
importancia de sus contribuciones a la sociedad y al demostrar que su posición
subordinada ha sido históricamente una construcción social y no un estado natural”.22
También en nuestro país el feminismo de la tercera ola, el de los años setenta (la
primera ola fue durante el porfirismo y la segunda en los veinte y treinta del siglo XX), ha
sido un impulsor básico de estos estudios, por su consideración de que lo personal es
político y del sexo como una categoría para el análisis social, pero además porque en sus
demandas de reivindicación política requiere apoyarse en el conocimiento de la
condición femenina y en sus antecedentes. Es necesario fincar una serie de problemas
en el pasado. El feminismo le pide a la historia modelos de mujeres, y proporciona las
lectoras más atentas del tema23 pero en los años ochenta, una vez abastecido de los
datos fundamentales, el campo se desarrolla en forma menos dependiente de las
necesidades militantes: su cobijo son entonces las instituciones académicas, aún dentro
de los límites que ya se apuntaron.
Este inicio implicó en su momento algunas dificultades. El feminismo militante tiene
un carácter pragmático y requiere respuestas rápidas, porque la urgencia de sus
acciones está siempre presente. Aquí se da una dificultad, pues el estudio de la historia
implica un proceso lento para su construcción: investigar, fatigar los archivos, las
hemerotecas, analizar y construir la interpretación, constatar los datos, atender el
aparato crítico. Todo eso dilata sus tiempos que son siempre morosos. Los ritmos entre
los dos campos no son sincrónicos y se pide al (la) profesional de Clío un banco de
información cuando la labor de rescate está apenas en obra negra. Michéle Perrot decía,
en 1985, que se pasa apenas de la etapa de “acumulación primitiva de información” a la
reflexión sobre el tema.24
Sin embargo, hay prisa y presión por validar lo que simultáneamente se está
cimentando, y esto propicia premuras y conclusiones demasiado rápidas, como, dicho
sea de paso ha sucedido también con otros campos de la historiografía.
Por otro lado, el feminismo tiene sus propias estrategias y no faltó la tentación de
adecuar las situaciones del pasado a las necesidades urgentes del momento. Se buscan
los orígenes, como si éstos ilustraran por sí mismos los procesos25 y se colocan los datos
en un proceso lógico de acuerdo con las luchas de su presente. Esto propicia la
tendencia a dotar con ideas contemporáneas a mujeres de otros tiempos, de manera que
sus concepciones y sus luchas parecen precursoras de proyectos actuales: el
anacronismo es, a veces, evidente. Más que entender y explicar a sus protagonistas se
ve su historia marcada por su liberación o su caída en la marcha al progreso. Predomina
la idea positivista y la historia de las mujeres se centra en gran medida, en la historia
política del feminismo.
También es común en estos primeros ensayos hablar de “la mujer” en abstracto, lo que
da por resultado un bloque de “lo femenino”. Es una tendencia a homogeneizar, bajo el
capítulo “mujer”, a las diferentes mujeres históricamente dadas, que viven en
sociedades siempre complejas y enfrentan situaciones contradictorias. “La mujer”
aparece como un ente eterno, tan sólo colocado en diferentes escenarios.
Estas tendencias del periodo de fuerte vínculo con el feminismo son todavía hoy un
argumento de descalificación por parte de los académicos más conservadores,26 pues
para la disciplina histórica la parcialidad o el sesgo a favor de una situación política va
en detrimento del conocimiento objetivo, obtenido mediante una investigación neutral y
no falseado por consideraciones interesadas. Se parte del supuesto de que la historia no
debe tener posiciones políticas definidas, lo cual merecería una mayor discusión.27 Se
acusa a la historia de las mujeres de presentismo e ideologización y, con base en estas
tendencias de su momento, se cuestiona la necesidad de la mitad femenina de la
humanidad de conocer su pasado.
En 1992, Silvia Arrom se preguntaba por qué, si la historia de la familia y la de las
mujeres se inician en América Latina más o menos al mismo tiempo, la primera se
desarrolló más que la segunda. Considera que quizá se debe a que ésta la escriben más
mujeres que hombres y por el vínculo con el feminismo, que sufre un fuerte rezago en la
región.28
Hoy en día, a pesar de compartir intereses y preocupaciones, el feminismo y la historia
han precisado su propio territorio. No obstante, esta asociación se sigue esgrimiendo
como un argumento para la descalificación. Poco vale recordar que la historia ha
justificado muchos activismos. En México, dice Luis González, el quehacer de Clío ha
servido desde la Colonia para avalar la presencia española y la conquista y en nuestro
siglo ha sido un elemento fundamental para construir un país de acuerdo con un
proyecto determinado por razones de índole política.29
Además, en América Latina, los años setenta lo son de grandes inquietudes sociales.
Selma Leydersdorff caracteriza la historia que se hace en esta región por su gran
solidaridad con los grupos de resistencia contra regímenes políticos que oprimen a
hombres y mujeres.30 Son tiempos de militancia y de utopías, y la de las mujeres por
buscar un mundo más justo ha sido de las pocas que ha demostrado su persistencia.
Si el feminismo moviliza esta historia, otras influencias también la permiten. Me
refiero a las que desde los años sesenta y setenta se manifiestan en México, primero
como una inquietud y después como una práctica, de la escuela francesa de los Armales,
en sus distintas etapas, del marxismo, de la conocida en Inglaterra como “historia
social”31 y el Ta ller de Historia,32 caminos por los que Clío transita y que han sido
llamados la “nueva historia”.33 También la influencia de otras disciplinas como la
sociología o la antropología social guían las nuevas miradas. Cabe decir que en México
algunos historiadores, ciertamente visionarios, planteaban posiciones novedosas desde
los años cincuenta y creo que, en este sentido, Edmundo O’Gorman merece un
reconocimiento.
Se trata de perspectivas que permiten el planteamiento de nuevos temas de análisis,
como son la vida privada y aun secreta de los sujetos sociales, la demografía histórica, la
vida cotidiana, la microhistoria, las mentalidades, las sentimentalidades y las
representaciones, temas que propician nuevas preguntas y la búsqueda de otras fuentes
y que abren también al protagonismo a nuevos sujetos, aquellos que tradicionalmente no
tenían voz, los “sin historia”, los obreros, campesinos y hasta los bandidos que le abren
gentilmente la puerta a las mujeres que comparten con ellos esta situación.
Frente al hecho y los datos que se analizaban tradicionalmente como paradigmas de lo
histórico, frente a una historia que se quería científica en la pretensión de objetividad
absoluta y la premisa de una marcha universal al “progreso” se pone atención a los
procesos que explican cómo se conforma “la carne humana” (Bloch dixit) en sociedad y
se destaca la multiplicidad de las historias y de los tiempos, la confluencia de los ritmos
lentos y los procesos largos con los acelerados para ver la relación entre ambos sin
temor a los desfases, a la convivencia de los cambios con las continuidades que
configuran todo momento social y le dan densidad y riqueza a los procesos humanos.34
Se aspira a una historia total que dé cuenta de las relaciones entre los diversos procesos
humanos, pero se está consciente de la necesidad de realizar historias parciales. Los
territorios de la cultura, la política, la sociedad, la economía se perciben con hilos de
continuidad y sus fronteras se hacen menos precisas. Así pues, la historia se enriquece
con temas, métodos y técnicas. Se habla, incluso, de una historia bulímica que todo lo
engulle.35 Estas escuelas desarrollan preocupaciones planteadas anteriormente, pero
nunca desarrolladas con igual insistencia y consistencia. En México hay una notoria
influencia de estas corrientes, pero son aires que no logran desbancar a la tradicional
historia positivista: el de Clío es también indudablemente, un campo de tensiones, de
cambios y continuidades.
Estas tendencias propician la historia profesional de la mitad femenina en nuestro
país. En Europa el tema se impone en los años setenta y en Estados Unidos de América
se anuncia desde los sesenta,36 influyendo al resto del mundo. En el país vecino la
historia de las mujeres se aborda después de la historia de la negritud y ambas son
acusadas de ideologización y presentismo.37 En 1973 y 1974 la primera y segunda
conferencias de historia de las mujeres en Berkshire legitiman su estudio.38 Su éxito es
tal que empieza la crítica por ser una moda, pues proliferan en esos países los centros
de estudio de las mujeres y la historia gana un lugar en ellos, se publican revistas39 y
libros. En los últimos tiempos, en gran medida bebiendo de los logros de la historia de
las mujeres, que ha hecho evidente la necesidad de historiar los hechos antes
considerados tan sólo propios de la biología, se han iniciado los estudios sobre la
homosexualidad y el género masculino.40
Es importante precisar cuáles han sido las líneas básicas de este proceso. Mary Nash
ha visto en la historiografía de las mujeres varios planos de análisis.41 El más tradicional,
de corte neopositivista, destaca el papel de las mujeres notables y los temas de la
política y los grupos de élite en los que ellas, si acaso están, son sin duda excepciones.
Esta historia tradicional parte de un supuesto androcéntrico de la historia y se rescata a
las mujeres que avalan ese orden: son las heroínas, las que ejercen valores masculinos
que las hacen trascender al ámbito público.42 En México este tipo de historia fue y sigue
siendo común. Se trata de la que tradicionalmente conocemos como la historia de
bronce, en la que sus sujetos, no sólo los femeninos, tienen vocación de estatuas.
Otra línea, más ambiciosa, pretende llenar huecos de conocimiento: Mary Nash la
llamó, basándose en Gerda Lerner43 “historia contributiva”. Se trata de incluir los
aportes femeninos en el conocimiento del pasado y de hacer la historia de las mujeres.
En esta etapa puede darse una visión de ellas como víctimas o como protagonistas. La
primera postura tiene sus antecedentes en El segundo sexo de Simone de Beauvoir y la
segunda, también en los años cuarenta, en la obra de Mary Beard.44 La comprensión de
los sujetos, el rescate de la “carne humana” que quería Marc Bloch se apunta apenas en
una historia que intenta más juzgar y/o justificar que explicar. Sin embargo, me parece
que este tipo de análisis es necesario para romper el hielo de la tradición y para
construir un banco de información que es requisito para avanzar hacia miradas más
profundas.
Vislumbrada como una meta más que como una realidad, Nash propone construir una
nueva historia de las mujeres. Se trata no sólo de ampliar el conocimiento sobre ellas en
las múltiples dimensiones de su participación, sino de comprender el significado de los
sexos, dar cuenta de las relaciones entre ellos, las modificaciones que sufren, la
conciencia al respecto en el caldo confuso y sabroso de la vida social. Es una historia
que se inscribe en la tensión de las duraciones y se vincula con otros campos y
disciplinas. Como se apuntó antes, incorporar una perspectiva del pasado desde la
atalaya de la otra mitad de la humanidad tiene un efecto subversivo para el
conocimiento histórico en su conjunto. No sólo se incluye a un nuevo sujeto sino que, al
hacerlo, se trastoca el sentido universal y exclusivista de la historia. Se modifican
algunos de los supuestos que hacen a la disciplina, como el sentido de las cronologías y
algunos enunciados de valor. Se trata de una vuelta de tuerca en el conocimiento de la
musa Clío. Hoy en día esta nueva historia se caracteriza diciendo que hay un tránsito de
la historia de las mujeres a la historia del género.
Si tratamos de aplicar este modelo en nuestro país veremos que las dos primeras
etapas están bastante cumplidas y es la tercera la que con dificultad se empieza a
transitar.
Durante los años ochenta, tanto en Estados Unidos como en Europa las teorías
postestructuralistas y la influencia del psicoanálisis ha animado las discusiones de
manera notable. Se trata del también conocido como postmodernismo que conjunta una
serie de ideas y estudia situaciones de muy diversa índole desde las teorías, entre otros,
de Jacques Derrida, Michel Foucault y Jacques Lacan. Desde esta mirada se
problematizan algunos términos y categorías de las ciencias sociales y se pone el acento
en la fluidez y contingencia de los fenómenos. Se trata de una crítica a la teoría liberal
surgida de la ilustración racionalista y del marxismo, que analiza básicamente el
desarrollo intelectual y los aspectos materiales en los procesos humanos en busca del
“progreso”, planteando un proceso que asimila éste a la occidentalización. Estos teóricos
destacan la importancia del discurso, del lenguaje como constructor y/o vía de acceso
de/a la realidad. Se critica el pensamiento teleológico y la asignación retrospectiva de
sentido al pasado y por ende se cuestiona su poder epistemológico: se duda de la
posibilidad de la historia de procurar conocimiento “objetivo”, ya no es clara su
inteligibilidad. A cambio, se destacan las representaciones y el lenguaje como
constructores de significados lo que propicia un interés creciente en las manifestaciones
de la cultura.45 El postestructuralismo es, entonces, un marco de referencia teórico que
cuestiona gravemente una serie de paradigmas de la historia más añeja, pero con sus
exigencias ciertamente justifica la necesidad de que Clío elabore sus conclusiones.
Desde nuevas miradas y con otras herramientas se impone ofrecer alternativas al
universalismo de las disciplinas sociales y al materialismo, al esencialismo, a la
imposición de una sola verdad, al dualismo conceptual y es cada vez más necesario
proponer una diversidad metodológica que dé cuenta del mundo en su heterogeneidad y
su diversidad. Estas posiciones ya habían sido planteadas, como vimos, por algunas
corrientes del pensamiento historiográfico y se enriquece ahora con los debates que
sacuden al mundo del pensamiento.
3
La inclusión de una historia propia de las mujeres demanda una reflexión metodológica y
conceptual. Ésta no ha sido muy común en México, y menos aún la derivada de la propia
realidad, pues más bien se asumen para la discusión los modelos llegados del exterior.
En otro lugar planteé la necesidad de construir marcos de análisis propios,46 pero es
claro también que el desarrollo de la teoría, se haga donde se haga, ayuda de una
manera importante a formular preguntas e hipótesis. Carmen Ramos ha tenido un papel
destacado en la difusión de textos fundamentales para la reflexión metodológica del
tema.47
Lo anterior es importante porque la nueva historia de las mujeres implica una serie de
problemas. El primero de ellos es su especificidad: ¿Qué es lo que la hace propia?,
¿puede abordarse con la categoría de clase social o la de opresión?, ¿se puede hablar de
una historia feminista? Joan Kelly Gadol ha dicho que “las mujeres son una categoría en
sí mismas […] deben definirse como mujeres. Somos el opuesto social, no de una clase,
una casta o una mayoría (pues nosotras somos una mayoría), sino de un sexo: los
hombres. Somos un sexo”.48 Parece claro que la difusión de la categoría género ha sido
fundamental para la historia.49
El término género no es sinónimo de mujeres. Se trata de una categoría netamente
histórica, pues pone el acento en la construcción social, cultural y simbólica del sexo, es
decir, en la incidencia humana en el mundo. Joan Scott la define como “un elemento
constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen a los
sexos y […] es una forma primaria de relaciones significantes de poder”.50
Gracias al empleo de la categoría género se distingue a los hombres y mujeres, como
tales, en un momento histórico y se destaca que son más que naturaleza: son el
resultado de un proceso social que configura sus características en cada tiempo y
espacio. La identidad sexual no es algo dado sino que se construye. Así, la historia
podría contestar la pregunta de cómo y por qué la diferencia sexual ha producido
inferioridad social y como ha conllevado la invisibilidad considerada natural durante
siglos. Para lograrlo debe rebasar la simple descripción para destacar la dinámica de las
relaciones, tomando en cuenta los roles o papeles sociales.51 El géne ro deviene así en
un factor integrador: “las relaciones de género son tan importantes como el resto de las
relaciones humanas, […] están en el origen de todas ellas y las influyen y, a la inversa
[…] todas las demás relaciones humanas contribuyen y actúan en las relaciones de
género”.52
Sin embargo, el conocimiento que nos permite se debe complementar con otros
indicadores que den cuenta del ser social que se analiza, como son clase social, raza,
etnia, región, generación, actividad, y eventualmente, creencia religiosa. El género no es
ni puede ser el único elemento de análisis porque la realidad es multicausal y
contradictoria. Lola Luna ha hecho notar que en los países latinoamericanos se resalta la
raza por su carácter pluriétnico y pluricultural. También se destacan las desigualdades
de clase, por la enorme desigualdad socioeconómica en nuestras historias. Este punto
implica el fraccionamiento de los sujetos, con sus consecuentes riesgos y ventajas.
Es también clara la necesidad de no empatar la historia de las mujeres con la de la
familia, la sexualidad, el mundo privado o lo cotidiano, territorios ciertamente
importantes para ellas, pero que no son suficientes para explicar lo que las mujeres
tienen de propio. Si bien es cierto que en esos territorios crecientemente valorados por
la historia, las mujeres aparecen con más claridad que en otros, es importante ver que
ellas están en todos los lados y se mueven tanto en lo público como en lo privado, tanto
en las casas como en las calles. La historia de las mujeres debe atenderse en la
economía, la demografía, la sociedad, la política, la cultura, las representaciones. Ellas
están ahí, pero en todos esos espacios están como mujeres. La diferencia sexual otorga
experiencias históricas propias y una identidad. Se requiere entonces de categorías
particulares de análisis. Algunas preguntas que surgen al pensar en términos de género
son: ¿qué es ser mujer en cada sociedad?, ¿cómo se legitima en una sociedad el género?,
¿cómo están construidas las relaciones genéricas?, ¿cómo funcionan?, ¿cómo se dan los
cambios y las continuidades? Este análisis debe hacerse siempre en relación con los
hombres, en contraste con lo cual se construye la feminidad.
También es importante ampliar la mirada sobre algunos territorios, como el de la
política, pues si vemos más allá del acceso al gobierno o de las tomas públicas de
decisión se convierte en un ámbito de acción femenina muy importante. La vida política
se enriquece al observar otros actores, la influencia de los sectores subalternos y las
prácticas no formales y eso otorga otra dimensión al poder. Mediante esta perspectiva,
los ámbitos públicos y los privados ya no aparecen diametralmente separados y se
destacan los vínculos entre ambos. Este carácter recupera la importancia otorgada al
tema por las feministas clásicas, como Kate Millet,53 pe ro ahora se analiza como parte
de un proceso social. Scott plantea que el género se construye intrínsecamente ligado
con el tema del poder.54
Como resultado de la reflexión se cuestionan una serie de categorías de análisis que
fueron comunes en los primeros estudios del tema, como la de “patriarcado”, que se
aplicó de una manera uniforme a todas las realidades55 así como la de “inconsciente”
derivada del psicoanálisis y que supone la estructura de la psique idéntica en todos los
humanos; la de “clase social” que, junto con la división del trabajo en esferas productiva
y reproductiva fue una piedra de toque del marxismo reductora para la comprensión de
las mujeres.56 Lola Luna ha hecho notar que la categoría de “opresión” incide en el
victimismo.57 En otro trabajo cuestioné el modelo de separación tajante entre público y
privado para analizar nuestra realidad.58 Se revisa la aplicación indiscriminada de
categorías que supuestamente explican la realidad, porque califican de determinada
manera esa realidad cuando lo que enuncian es lo que requiere ser no sólo descrito, sino
también explicado.
En cambio, gracias a la categoría género nos acercamos más a la carne humana de
nuestros sujetos. Eso lo permite su flexibilidad, su carácter abierto que propone rescatar
precisamente lo propio de cada sociedad en lugar de llenar con contenidos
preestablecidos la realidad que se aborda. Insisto: los marcos de análisis deben surgir de
la propia materia que se analiza y no homogeneizar los procesos con una descripción
que actúa como un libreto previo.
La historia de las mujeres implica buscar a un sujeto femenino, personal o colectivo, y
abarca todos los temas, pero ¿debe organizarse como un campo separado o debe
incorporarse a otros territorios de análisis? Lo primero conlleva el riesgo de la
marginación y lo segundo el de pérdida de su especificidad.
El punto es delicado y puede filtrarse de muchas maneras, por ejemplo cuando se
analiza la cultura femenina como categoría para el análisis, como lo plantea en 1975
Gerda Lerner para estudiar a las mujeres.59
El riesgo con ella es que al buscar el mundo propio (rituales, sistemas simbólicos y de
valores, modos y medios de comunicación, lenguaje, concepción del mundo, redes de
vínculos, conciencia de sí mismas) se la separa de su contexto, lo que además reafirma
la mirada androcéntrica del mundo.60 Revel plantea que la “cultura femenina” se puede
convertir en una contra-cultura alternativa a la cultura de los hombres, y que la división
puede encerrarlas nuevamente en el gueto del sexo.61 Lo mismo sucedió con la llamada
her-story, que pretendía centrarse en los sujetos femeninos obviando el hecho de que la
sociedad humana es plural. Si la historia permite restituir la dimensión social a las
mujeres para evadir con mayor éxito el dictado de la naturaleza, del “eterno femenino”,
el aislamiento implica el riesgo de volver a caer en un universo femenino separado. Es
necesario no perderlas en el análisis global pero tampoco, en aras de su rescate,
separarlas en forma tajante. El reto es, ciertamente, difícil de lograr.
Los estudios de mujeres, como ha hecho notar Ana Lau,62 son pio neros en la
perspectiva pluridisciplinaria, porque para entenderlas es importante ver sus
actuaciones en diversos territorios y las explicaciones que proporcionan las diferentes
disciplinas, pero, como ha señalado Gabriela Cano, en estos centros existe el riesgo de
diluir el conocimiento que otorga cada una de ellas.63 La historia debería ser
fundamental en los centros de estudios de las mujeres, pues restituye una dimensión
compleja que permite entender más allá del escenario en que actúa una abstracta mujer
eterna.
La categoría género evita ver a las mujeres como una entelequia, como un principio
abstracto enunciado en el término “la mujer”. Cuestiona así la fantasía de que somos
idénticas por el hecho de la biología y se accede a las múltiples y variadas formas de la
existencia humana. Además permite teorizar sobre la cuestión de la diferencia y la
relación con el otro paralelo: los hombres. Como dice con claridad Gisela Bock: “La
preocupación del género como una relación compleja y sociocultural implica que la
acción de rastrear a las mujeres en la historia no es simplemente una búsqueda de cierto
aspecto antes olvidado; es, más bien, un problema de relaciones entre seres y grupos
humanos que antes habían sido omitidos, relaciones entre sexos y dentro de los sexos”.64
Natalie Zemon Davies y Arlette Farge plantean que el género no se refiere a relaciones
inamovibles entre los sexos sino que atiende: “este frágil equilibrio entre dos mundos
hechos para entenderse y devorarse. De esta tensión nacen conflictos, pero también
coparticipaciones y sistemas de compensación ante la pérdida de los poderes oficiales y
de los contrapoderes oficiosos […] Todo un universo se abre entre los sexos”.65 Se trata
de poner el acento en la fisiología de ese peculiar ser vivo que es la sociedad, lleno de
relaciones, contradicciones y desfases.66
Es necesario ver el proceso de dominación de un género sobre otro como un contrato y
atender los mecanismos por los que logra el consenso. El punto es complejo, pues
requiere entender cómo y hasta dónde las mujeres ceden y/o se resisten en cada
situación. Así, se rescata la experiencia femenina como un terreno propio, pero no se le
separa del contexto en el que vive junto con los varones en un proceso de relaciones,
influencias, resistencias y antagonismos simultáneos y/o sucesivos. Al respecto dice
Arlette Farge, refiriéndose a la política que “no significa retorno a un relato de
acontecimientos, sino reflexión sobre las posturas, los agentes, las formas de
movilización, los consentimientos tanto como las seducciones y las resistencias”.67
Desde esta perspectiva se puede aprehender a las mujeres como partícipes de la
historia y no como uno de sus objetos. Pasa de ser la eterna esclava dominada por los
varones a formar parte de un mundo en tensión entre lo femenino y lo masculino.
Estamos ante un campo cruzado por relaciones múltiples en el que es necesario ver
tanto las prácticas como las normatividades, tanto los símbolos y representaciones
cuanto los hechos y actuaciones. Es un campo de tensión. El estudio de las normas es
importante porque éstas influyen en las mujeres que han sido condicionadas en forma
precisa por la moral dominante, pero hay que tomar en cuenta, por un lado, que estas
consignas son dictadas por distintos medios, entre los que no existe necesariamente
coherencia y además que las experiencias humanas van a campear entre lo propugnado
y lo posible y por eso se impone ver tanto la práctica cuanto las reglas de conducta
consideradas debidas en cada momento.68 Arlette Farge dice que “para construir en
nuestros días una historia distinta de las mujeres, hay que desprenderse de un cierto
pasado y dirigir una mirada diferente a las cosas: en lugar de dejarse invadir por los
discursos y las representaciones, es menester articular lo mejor posible todos los
conocimientos sobre la realidad femenina y verlos interactivos”.69
Si entendemos el género como una construcción social del sexo surgen diversas
preguntas, pues lo femenino asignado a las mujeres, rebasa a su destinatario para
conformar una serie de caracteres que estructura una forma de ser social. Revel
propone analizar los papeles sexuales, asignados de una manera binaria a hombres y
mujeres, desde una perspectiva horizontal mejor que vertical, para ver las conexiones y
confusiones que existen entre ellos. Él observa que en el análisis de las representaciones
se manifiesta esta situación y que se hace evidente, entonces, la manera en que los
papeles sexuales están construidos socialmente.70 Así nos preguntamos ¿cómo se define
y se construye lo femenino?, ¿cómo se relaciona con lo masculino?, ¿cómo se jerarquiza?
Al atender los procesos y no sólo los orígenes, las simbolizaciones y no sólo los hechos
concretos, las prácticas y no sólo la normatividad, se rompe el carácter binario que
divide en cotos separados a hombres y mujeres. Resulta que unos y otras viven
situaciones complejas, en que los papeles pueden ejercerse en forma diversificada por
unos y por otras aunque no sea lo debido o lo esperado. Se abre con esto la posibilidad
de analizar los grupos homosexuales porque el campo de tensión entre los términos
masculino y femenino como principios que se estructuran socialmente se hace más
complejo. Se trata de ver, como dice Arlette Farge “el juego de las oposiciones
simbólicas entre masculino y femenino, siempre móvil y de significaciones diferentes
según épocas y motivos”.71
Parece superada la idea de que la vida social puede ser simple y sin conflictos, se
asume la contradicción y desde esta premisa se trata de rescatar la complejidad que es
siempre su pasta.
Todos estos problemas implican cuestiones técnicas y metodológicas. Respecto a la
cronología surge indefectiblemente la pregunta por el carácter de los tiempos femeninos
y la necesidad de periodizar en su función. Se trata de discernir lo importante o
significativo para las mujeres y si acaso es sincrónico o diacrónico con otras situaciones.
Esto tiene que ver con los temas que se analizan, por ejemplo, si se observan temas del
cuerpo la periodización será forzosamente más larga que si se abordan coyunturas de
orden político. Joan Kelly Gadol estudia la situación femenina en el Renacimiento para
concluir que, para las mujeres,éste no fue un periodo de florecimiento sino de
retroceso.72
Un tema fundamental es el de las fuentes, pues proporcionan el material con el que el
(la) historiador (a) construye sus interpretaciones. Las fuentes son la pasta del
conocimiento de Clío, pero no son en sí la historia, que implica un análisis y una
interpretación regida por una disciplina precisa y estricta. Los acervos tradicionales no
consideran a este nuevo sujeto, porque se construyeron cuando la historiografía no se
refería a sus ámbitos de actuación. Por eso es necesario ser imaginativo en la búsqueda
de información y diseñar con cuidado las preguntas y problemas a investigar. Se impone
buscar nuevos documentos pero también acudir a los tradicionales con nuevas
cuestiones. Es preciso preguntar al documento, sea visto o leído: qué dice, quién dice
eso, a quién, por qué, para qué, desde dónde, en qué momento, qué significa eso y
confrontar las respuestas con las que fuentes paralelas puedan ofrecer o sugerir. Es
importante, además, buscar fuentes diversas que den cuenta del sujeto femenino así
como construir en la medida de lo posible nuevos testimonios, por ejemplo mediante la
historia oral. Ana Lidia García Peña plantea una serie de propuestas para obtener
información de fuentes diversas.73
En nuestros días se insiste en la pregunta de cuál metodología es necesaria para hacer
una historia de las mujeres. Gisela Bock no piensa que la originalidad radique tanto en
su método “como en las preguntas que plantea y en las relaciones de conjunto que
establece”74 que, como en toda historia, depende de las hipótesis previas, que pueden
ser conscientes o inconscientes, políticas o teóricas. Algunas otras personas se
preguntan, en cambio, si se puede hablar de una investigación feminista,75 Lola Luna
plantea que “se trata de la visión histórica de las mujeres desde el enfoque de la
opresión, que las muestra víctimas o de un patriarcado universal o del capitalismo, y de
la nueva perspectiva que ofrece el enfoque de género, desde el que las mujeres pueden
visibilizarse históricamente en posiciones más activas”.76 El punto es polémico porque el
término ha designado la militancia política y resulta confuso para las actividades de
orden académico. Resta la pregunta acerca de las múltiples y variadas trincheras desde
las que puede realizarse la lucha feminista.
Lo importante, al final de cuentas, es hacer buena investigación y lograr buenas
historias. Bien dice Joan Scott que “las mujeres no pueden simplemente añadirse sin que
se produzca un replanteamiento fundamental de los términos, pautas y supuestos de lo
que en el pasado se consideraba historia objetiva, neutral y universal, porque tal noción
de historia incluía en su misma definición la exclusión de las mujeres”.77 Incluirlas
modifica el bagaje de Clío y trastoca el supuesto de que los varones son el paradigma de
la humanidad.
La nueva historia de las mujeres se consolida con fuerza pero también con ambiciones.
Su carácter subversivo produce temor en unos y también tentaciones y exigencias en
otras. Se critican los trabajos que no cumplen cabalmente con las expectativas y existe
el riesgo de que esta demanda maximalista paralice a las y los investigadoras (es) de las
mujeres, que en México, al menos, todavía deben llenar muchos huecos y proporcionar
mucha información básica.
4
Si bien en México la elaboración teórica del feminismo y de la historia de las mujeres no
ha avanzado de una manera notable, la categoría género se ha difundido y las
argumentaciones de Mary Nash, Teresa de Lauretis, Michelle Perrot, Joan Kelly Gadol,
Joan Scott, Gisela Bock, Arlette Farge, entre otras, son citadas por las colegas. Los
textos producidos bajo la advocación de la musa Clío, sean tesis, libros o ensayos son
cada vez más matizados y profundos.
Silvia Arrom ha hecho notar que en la historiografía tradicional mexicana hay
bastantes trabajos que dan cuenta de las heroínas.78 Gabriela Cano destaca Mujeres
notables mexicanas de Laureana Wright de Klein-hans,79 pionera del feminismo
mexicano, porque ella hace notar la omisión en la historia de “las proezas cívicas de las
mexicanas”.80
Se puede decir entonces que en México hay trabajos de rescate de las mujeres con una
intención feminista desde principios del siglo. Adelina Zendejas escribió una serie de
artículos que hoy están dispersos, entre ellos uno que aborda las luchas femeninas entre
1821 y 1975 y no se pu blicó.81 También publicó en 1962 La mujer en la intervención
francesa.82 En 1961 Ángeles Mendieta escribe un estudio de la Revolución mexicana que
recoge semblanzas de mujeres, heroínas de bronce que participaron en ese
movimiento.83 En 1969, Ifigenia Martínez de Navarrete escribe La mujer y los derechos
sociales y aunque no es propiamente histórico rescata a las mujeres, en su participación
social.
Se trata de textos muy pautados por necesidades políticas y realizados desde una
perspectiva tradicional. El propósito fundamental es el rescate de hechos pasados en
que participaron mujeres y se hace desde un punto de vista positivista, por lo que la
información se organiza mediante la técnica de tijeras y engrudo, o sea la acumulación
de textos y datos sin que medie en ellos una interpretación explícita. Hay que decir que
hoy en día este carácter es casi una bendición, pues gracias a eso se conserva parte del
material perdido en los acervos originales. La concepción de la historia de estas
pioneras parece ingenua, si se la observa desde el estado actual de la reflexión teórica,
pero ellas rescatan la fuerza y la autonomía de las mexicanas, frente a los ideales de
sumisión y pasividad y éste es, sin duda, un logro importante.
Otro estilo, ciertamente de orden académico, es el de Josefina Muriel, que sin
intenciones feministas rescata la participación de las monjas en labores de índole
cultural y social durante la colonia y los inicios del siglo XIX.84
En 1975, se celebró en México el Año Internacional de la Mujer y la UNESCO dedicó la
década de 1975–1985 a la mujer. Se hacen entonces muchos trabajos que analizan la
mitad femenina de la población y que serán una bendición para los historiadores del
futuro, pero también resulta evidente en ese contexto la carencia de investigaciones que
den cuenta del pasado de las mexicanas. En 1975 se publica Imagen y realidad dela
mujer, coordinado por Elena Urrutia85 que recoge algunos textos de índole histórica.86
La intención feminista es manifiesta en esta obra.
En México la historia de las mujeres como una disciplina sistemática y profesional
cobra vitalidad en los años ochenta. En Estados Unidos el interés por las mujeres del sur
de la frontera se manifiesta con productos diversos, muchos de ellos de gran calidad,
desde los setenta.87 Los trabajos que compila Asunción Lavrin, por ejemplo, se publican
en ese país en 1979 pero en México no son traducidos sino hasta 1985.88 Algunas tesis
como la de Ann Sherlene Soto o la de Ana Macías se convierten en clásicas.89 Carmen
Ramos hace notar que el tema forma parte de los congresos de historiadores a partir de
1977.90
En 1988 el INAH publica una bibliografía sobre la participación de la mujer en México
desde una perspectiva histórica.91 En esta obra se hace un balance de 1 046 obras de los
siglos XIX y XX y se observa que casi la mitad o la mayor parte de los textos fue escrita a
partir de los años setenta. De esta producción, 68% son artículos, 21% libros, 5% tesis y
el resto folletos diversos. El tema más estudiado es el trabajo femenino, tanto el
doméstico como el asalariado, y de cerca le sigue el de la participación social y política
de las mujeres. En cambio, a diferencia de la historiografía francesa, los temas referidos
al cuerpo como son los de la maternidad, sexualidad, salud, o los que refieren a
imágenes y representaciones de las mujeres ocupan los últimos lugares, situación que
está cambiando en los últimos tiempos. Por otro lado, se consigna que los autores
varones se preocupan más por las biografías, los temas de carácter histórico o los
análisis de la familia mientras las mujeres atienden con más frecuencia el trabajo y la
participación política de ellas, tanto como la política institucional hacia ellas. En el
momento de este balance (1985) 59% de las obras las habían escrito mujeres, 32%
varones, 6% lo firman instituciones y 39% son de autoría mixta92 pero los hombres
escriben más en los años sesenta y setenta en que empiezan las mujeres a integrarse al
campo, para dominar la escena en los años siguientes. Sería importante actualizar esta
información.
Para Silvia Arrom la historia de las mujeres en América Latina se ha concentrado en
tres problemáticas: los movimientos en favor de la emancipación femenina, la
incorporación de las mujeres comunes a la historia por medio de la vida cotidiana y la
normatividad que refiere a ellas.93 Lavrin también hace un balance y observa que es en
la década de los ochenta cuando se inicia la búsqueda histórica de lo específicamente
femenino.94
¿Quiénes estudian este nuevo campo de la historia? Carmen Ramos ha caracterizado
tres grupos de interesadas, y aquí vale hablar en femenino porque ella destaca una
mayoría de mujeres que se ocupan del tema. Ramos distingue a las precursoras
militantes (1870–1920), a las burócratas de partido (1920–1960) y a las académicas
feministas (1960–1990). Cada uno de estos grupos surge en momentos diferentes del
país y trabaja desde diferentes conceptos de historia. Las colegas de los dos primeros
grupos aparecen poco preocupadas por el rigor académico de la investigación, pero
entre I960 y 1990 las académicas feministas dan una vuelta de tuerca. Se trata de
profesoras universitarias cuya edad nos permite integrarlas a la llamada generación del
sesenta y ocho. Muchas, además, advierte Ramos, provienen de grupos feministas.95
Cabe asimilar esta tónica con la que distingue Luis González para la historia de la
historiografía en México en nuestro siglo: él apunta una creciente academización gracias
a la enseñanza en las universidades, de manera que la historia responde menos a los
intereses políticos o burocráticos que a las influencias profesionales penetradas, eso sí
de notable influencia del exterior. Luis González dice que a fin del siglo XX hay muchos
historiadores en México, la mayoría menores de sesenta años.96 El los disfrutan de
mayor seguridad laboral que sus antecesores, así como de un incremento de las
bibliotecas y archivos, fototecas, cinetecas y recursos variados, entre los que cabe
mencionar la internet.
En cuanto al tipo de historia que se hace, Luis González nota en nuestros días una
preocupación menor por la narrativa y por constatar los hechos acontecidos que por
describir y explicar las ideas detrás de ellos y las conexiones entre los diferentes
territorios históricos. Importa menos —dice— saber los cómos que los porqués. Ha
disminuido la inquietud por la erudición. La interdisciplinariedad se ha incrementado al
tratar de responder las nuevas cuestiones y la ciencia social ha ganado terreno a la
historia. Pese a estas tendencias se conservan las capillas tradicionales: la historia de
bronce, la neopositivista, el historicismo y el marxismo.97
Una constante de la historiografía es el escaso número de lectores que convoca. El
lenguaje que se emplea no es de uso común y se tiene poco acceso a los medios masivos
de divulgación: parece que Clío se mantiene en una torre de marfil. Además, seguimos
sin salir de las fronteras nacionales y sólo muy poco a poco se integran al conocimiento
general las historias regionales y las microhistorias. Los periodos que se trabajan más
son los de corte épico: la Revolución, la guerra de Independencia y la Revolución liberal.
La historia de las mujeres comparte en mucho estas tendencias, salvo en lo referente a
los temas de mayor atención. En este campo el periodo más trabajado es el colonial,
evidentemente por las opciones que ofrecen las fuentes, pero le siguen muy de cerca el
porfirismo y la Revolución.
En México, la historia de las mujeres no ha influido todavía en los modos tradicionales
del quehacer profesional: la historia general y la de las mujeres pasan paralelas sin
tocarse lo suficiente. Las instituciones académicas aceptan en mayor o menor grado que
se estudie el tema, pero sus resultados rara vez se integran a los textos generales y se
corre el riesgo de aislarse en espacios separados que parecen anexos. La función
transgresora del campo no se ha consumado, es más una amenaza que podría explicar el
miedo y el rechazo de algunos colegas.
En 1982 se crea el seminario “Participación social de la mujer en la historia del México
contemporáneo 1930–1953”, en la Dirección de Estudios Históricos del INAH; en 1984 el
Taller de Historia de México del PIEM, en El Colegio de México. En espacios
interdisciplinarios como el mismo PIEM o el PUEG (Programa Universitario de Estudios de
Género de la UNAM) ha existido el diálogo y se han hecho publicaciones. En varias
universidades del interior del país se han creado centros de estudio. En la docencia
universitaria también la historia de las mujeres ha tenido un lugar, con cursos y
seminarios en la Ciudad de México y en todo el país, pero como un reflejo de su
marginalidad en la investigación, las mujeres casi no aparecen en los libros de texto ni
en los planes de estudio de otros campos de la historia en las escuelas, sean
elementales, medias o universitarias. Parece que no se han modificado los paradigmas
históricos tradicionales.
En cuanto a las publicaciones, éstas se han incrementado tanto en número como en la
profundidad de sus análisis. En su mayor parte se trata de ensayos o artículos
publicados en revistas de historia o de otra índole y en libros de compilación. Algunas
revistas han dedicado números especiales al tema.98
Los libros son resultado de investigaciones a profundidad y se puede decir que gracias
a ellos se ha avanzado en forma notable. La tónica ha sido, en cada una de las temáticas
tratadas, ofrecer información que atañe a las mujeres y llenar así huecos de
conocimiento. Hoy tenemos un acervo de información mucho mejor que hace 20 años. La
mayor parte de los trabajos giran en torno a las normas y conocemos menos de las
prácticas de vida, sobre todo de las mujeres de los sectores populares y habrá también
que tener paciencia para contar con información de todo el país. Sólo algunas de las
actividades femeninas se han historiado pero la inquietud por abarcar otras es grande.
En espera del análisis están algunos momentos culminantes para las mujeres, sea por
cambios generales, por situaciones que directamente las afectan o por coincidencia de
ambas, como es el caso de la Reforma de mediados del siglo XIX.
También las antologías, que rescatan material disperso en acervos de diverso orden,
son de ayuda invaluable para la investigación." En los últimos años las biografías han
tenido exponentes interesantes y parece ser uno de los géneros que irrumpe con ímpetu,
pues rescatar las formas en que las vidas individuales dan cuenta del pasado encuentra
en nuestro tiempo un interés especial. Algunos trabajos excelentes han sido presentados
como tesis de licenciatura o de doctorado y presumiblemente serán publicadas y
difundidas.100
En este momento hay diferencias de conceptos y propósitos en la manera de enfrentar
el tema y, lo que es grave, existen muchos huecos temáticos, por lo que es difícil precisar
las continuidades y los cambios para hacer síntesis de esta historia que nos ocupa. Esta
ausencia de trabajos que rastreen periodos amplios es lo que ha dado a Mujeres en
México. Una historia olvidada la oportunidad de ser reeditada en una versión ampliada y
actualizada, ahora con el subtítulo de Recordando una historia? También ha sido
traducida al inglés y publicada por la Universidad de Texas en Austin. La divulgación
parece un aspecto importante en la empresa que nos ocupa.
Las traducciones de textos escritos en inglés han sido fundamentales, pues en Estados
Unidos de América hay mucho interés por la historia de las mexicanas. Algunos de los
trabajos más importantes y conocidos son los de Asunción Lavrin, Patricia Seed, Silvia
Arrom, Anna Macias, Ann Shirlene Soto.102
Es importante hacer notar que en el tema se utilizan nuevas metodologías y fuentes
diversas, como la historia oral, los papeles de la Inquisición, la demografía histórica, las
representaciones. Con frecuencia se aprecia un interés en ver los desfases entre la
práctica y la norma. Me parece que, en parte gracias a esto se ha superado el
estereotipo de las mexicanas pasivas y víctimas por naturaleza. Se ha logrado adelantar
pero se requiere seguir trabajando y divulgando el tema: las ausencias son todavía
enormes.
Creo que se impone realizar algunas traducciones de textos que tienen ya tiempo de
haber sido publicados pero que mantienen su vigencia, como son el de Ana Macías y el
de Ann Shirlene Soto.103
Otra labor que puede ayudar a sistematizar la información es la compilación de
artículos que están dispersos en memorias de congresos, revistas, algunas en lengua
extranjera, sin traducir y otros en publicaciones muy antiguas y de difícil acceso, como
los que Asunción Lavrin publicó en The Americas,104 referentes a las monjas. Esta labor
de recirculación podría extenderse a algunos textos clásicos, como la Repúblicafemenina
de Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, los artículos de la revista Mujer editada por
María Ríos Cárdenas en los años veinte, los textos de Margarita Robles de Mendoza y
tantos otros folletos de difícil acceso que nos ayuden a entender a las mujeres de otros
momentos. Gabriela Cano ha cumplido parcialmente esta labor de divulgación de
materiales antiguos en algunos números de la revista Debate Feminista.
Las mujeres hemos sido condicionadas de múltiples formas y recuperar la memoria es
una manera de lograr el reconocimiento y la valoración. Requerimos tanto la propia
como la ajena, tanto de nosotras mismas como de los varones con los que compartimos
el mundo. La historia nos ofrece un espejo. Como dicen Gabriela Cano y Verena Radkau:
“la Historia con mayúscula es un mito;… quedan muchas historias por escribirse y… la
historia de las mujeres es una de ellas”.105
BIBLIOGRAFÍA
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1979.
Historia Obrera, México, Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero
Mexicano, vol. II, núm. 5, junio de 1975.
Encuentro, Guadalajara, El Colegio de Jalisco, vol. II, núm. 5, octubre-diciembre de 1984.
Nueva Antropología. Revista de Ciencias Sociales, “Estudios sobre la mujer. Problemas
teóricos”, México, vol. VIII, núm. 30, noviembre de 1986.
fem. Publicación feminista trimestral, México, Nueva Cultura Feminista, vol. III, núm. 11,
noviembre-diciembre de 1979.
Bibliografías
NOTAS AL PIE
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Perrot (comp.), Une histoire des femmes, est-elle possible?, París, Rivages, 1985. pp. 122–140.
21 Louise Tilly, “Gender, Womens History and Social History”, en Social ScienceHistory, XIII: 4, cit.
por Silvia Marina Arrom, “Historia de la mujer y de la familia latinoamericana”, Historia Mexicana,
vol. XLII, núm. 166, octubre-diciembre, 1992, pp. 379–418.
22
Arrom, op. cit., 1992, p. 380.
23 Gabriela Cano hace notar lo anterior en una apreciación que comparto. “La historia de las
mujeres: algunas preocupaciones metodológicas”, en Ensayos. Problemas en torno ala historia de las
mujeres, op. cit., pp. 17–23.
24 Michéle Perrot, Une histoire des femmes, est-elle possible?, op. cit., 1985, p. 7.
25
Marc Bloch da cuenta de esta obsesión, op. cit., pp. 37–42.
26 Que ostentan una visión esclerotizada del conocimiento, de un saber que excluyeotros posibles y
se basa en lugares comunes aceptados sin discusión que reifican los esquemas y modelos
tradicionales.
27
Véase los argumentos de Joan Scott, op. cit., 1994, pp. 66–69.
28 Arrom, op. cit., 1992, pp. 379–380.
29 Luis González, “El quehacer histórico en México”, Nexos, México, núm. 241 (número especial de
Contemporary Historical Writing in the United States, Ithaca y Londres, CornellUniversity Press,
1980, pp. 308–326.
37 Id., p. 309.
38
Nash, op. fz.,1984, p. 21.
39 Italia: Memoria Inglaterra: Gender and History, Womens History Review, EstadosUnidos de
América: Journal of Womens History, Francia: Penelope. Además revistas interdisciplinarias como
Signs, Cahiers du Grif Gender, Feminist Studies, y revistas de historiaque publican artículos del tema
como Anuales, Past and present, American Historical Review, History Workshop.
40 En México todavía no hay mucho trabajo al respecto. Un artículo en la revista LaVentana.
Estudios de Género que publica la Universidad de Guadalajara, ha dedicado el número 5 del año
1997 a la masculinidad: Roberto Miranda Guerrero, “Exploraciones históricas sobre la masculindad”.
41 Mary Nash, op. cit., 1984, pp. 21–31.
42
Id.
43 Id., p. 22.
44 Mary Beard, Women as Force in History, McMillan, 1962.
45 Véase para una síntesis de este proceso; Michel Barret, “Palabras y cosas: materialismo y método
pp. 123–141.
49 Inicia con Joan Kelly Gadol con “La relación social entre los sexos”, publicadooriginalmente en
Signs. Journal of Women in Culture and Society, vol. I, núm. 4, verano, 1976.
50 “El género, una categoría útil para el análisis histórico” (1986), en James S. Ame-lang y Mary
Nash (eds.), Historia y género. Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Valencia, Ed.
Alfons el Magnánim, 1990, pp. 23–56.
51 Revel, op. cit., 1985.
52
Bock, op. cit., p. 77.
53 Kate Millet, Política sexual, México, Aguilar, 1975.
54
Véase Joan Scott, Gender and the politics of History, Nueva York, Columbia University Press,
1988. También Joan Scott, “El género. Una categoría útil para el análisis histórico”, en Marta Lamas,
op. cit. (1990), 1996.
55 Scott ha prevenido de los riesgos de su uso indiscriminado (1996). También Sheila Rowbotham,
“Lo malo del patriarcado” en Raphael Samuel (ed.), Historia popular y teoría socialista, Barcelona,
Editorial Crítica, 1984, pp. 249–250.
56 Scott, op. cit., 1996.
57
Lola Luna, op. cit., 1994, p. 32.
58 Tuñón, 1991, op. cit., p. 13.
59
Gerda Lerner, “Placing Women in History: Definitions and challenges”, en Feminist Studies, vol.
3, num. 1–2, otoño, 1975.
60 Nash, op. cit., 1984, pp. 36–37.
61
Revel, op. cit., 1985, p. 131.
62 Ana Lau Jaiven, “Cuando hablan las mujeres”, en Mary Goldsmith y Eli Bartra (comps.), Debates
1991, p. 13.
66 Tuñón, op. cit., 1991, p. 7.
67
Arlette Farge, “La historia de las mujeres. Cultura y poder de las mujeres: ensayode
historiografía”, Historia social, op. cit., 1991, p. 89.
68
Julia Tuñón, El álbum de la mujer. Antología ilustrada de las mexicanas, vol. 3: Elsiglo XIX.
México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1991, p. 14.
69
Zemon Davis y Farge, 1991, op. cit., p. 12.
70 Revel, op. cit., 1985, p. 130.
71
Farge, Historia social, op. cit., 1991, p. 81.
72 Kelly, Joan, “¿Tuvieron las mujeres Renacimiento?”, en James Amelang y MaryNash (comps.),
Historia y género: las mujeres en la historia moderna y contemporánea, Valencia, Ed. Alfons el
Magnánim (1984), 1990.
73 Ana Lidia García Peña, Problemas metodológicos de la historia de las mujeres: la historiografía
dedicada al siglo XIX mexicano, México, Programa Universitario de Estudios deGénero, Universidad
Nacional Autónoma de México, 1994, p. 12–13.
74 Bock, op. r/V.,1994, p. 58.
75 De reciente aparición es el libro de Mary Goldsmith, Eli Bartra (comps.), op. cit.
Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, México, Instituto Mora, vol. 36, 1996.
96 González, op. cit p. 269.
97
Id.
98 Véase bibliografía anexa.
99 Véase bibliografía anexa.
100
Véase bibliografía anexa.
101 Julia Timón, 1998, op. cit.
102
Véase bibliografía anexa.
103 Véase bibliografía anexa.
104
Véase bibliografía anexa.
105 Gabriela Cano y Verena Radkau, “Lo público y lo privado o la mutación de losespacios (Historias
de mujeres, 1920–1940)”, en Textos y pre-textos. Once estudios sobre lamujer mexicana, México,
PIEM-El Colegio de México, p. 417.
¿CÓMO LEEMOS Y CÓMO LEER A NUESTRAS
ESCRITORAS?
En La risa de la Medusa,1 Heléne Cixous lanza una propuesta que nuestro taller de
“Teoría y crítica literaria Diana Morán” ha practicado desde sus inicios en septiembre de
1984: “La mujer debe escribirse a sí misma, escribir sobre mujeres y hacer que las
mujeres escriban”, y por supuesto que también lean a nuestras escritoras. Más allá o
más acá de la necesidad o el mandato de escribir, el grupo de profesoras e
investigadores que inició el llamado por entonces “Taller de Narrativa Femenina
Mexicana”, del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer (PIEM, en El Co legio
de México), abordó la tarea, en colectivo, de leer a las escritoras mexicanas y analizar
sus textos mediante instrumentos cada vez más precisos o específicos para tal fin. Los
talleres se convocaron por iniciativa de quien fuese la fundadora del PIEM, Elena Urrutia,
y la coordinación del de literatura estuvo a cargo de Aralia López González con mi
colaboración. La convocatoria fue pública y llegaron a las laderas del Ajusco un nutrido
grupo de profesoras de distintas universidades y algunas (os) investigadores de otras
disciplinas. Los objetivos eran “investigar las producciones narrativas de mujeres, en
México, entre las décadas de 1910 (fecha de inicio de la Revolución mexicana) y 1980”
que era la década en que nos encontrábamos, con el propósito de “mostrar la evolución
o cambios producidos en dicha escritura dentro de las instituciones literarias y el
contexto sociohistórico y cultural del país”. Además pretendíamos detectar “marcas”
específicamente femeninas, en caso de que tales señales existieran, en el corpus
seleccionado.
En el equipo coordinador teníamos asimiladas las corrientes críticas en boga y
queríamos ponerlas a trabajar en la producción de escritoras. Iniciamos con la revisión
de las “historias de la literatura”, generales y particulares existentes para detectar “la
presencia o la ausencia de escritoras”, su ubicación en el contexto literario nacional y
los criterios valorativos utilizados para analizarlas. En su comienzo la orientación del
taller era claramente ideológica pero no de “género” sexual; académica y no de praxis
feminista. La metodología aplicada la habíamos puesto a prueba en un seminario
anterior del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios del mismo Colegio, del cual
éramos egresadas varias de nosotras; el seminario se llamó “Literatura y sociedad”, y
abordó el estudio de narradores mexicanos contemporáneos, aunque en aquella ocasión
sólo Aralia López estudió la obra de una escritora, Rosario Castellanos. A pesar de no
desdeñar los aportes estructuralistas y semióticos nos inclinábamos a la búsqueda de las
“visiones de mundo” y la inserción de los autores y textos en la “estructura social” donde
tenía su origen la llamada “producción literaria”.
A la distancia puede decirse que el desarrollo teórico y metodológico del taller que
luego llevaría el nombre de nuestra compañera la poeta y luchadora social panameña,
Diana Morán (quien nos acompañó en la primera etapa) siguió, en cierta medida, las
etapas que Diana Decker señala en su artículo: “Hacia una revisión de la crítica literaria
feminista”,2 en diversos países. Para Decker la primera fase, en la década de los setenta,
se concentró en revelar la misoginia en la práctica literaria; la búsqueda y exhibición de
imágenes estereotipadas de la mujer como ángel o monstruo y el “acosamiento textual”
(en palabras de Mary Jacobus), junto a la sistemática exclusión de la historia literaria.
Fueron los años de múltiples estudios de “Imágenes de la mujer” y de los trabajos de
Elaine Showalter y de Kate Millet, Política sexual, que según la crítica Toril Moi fue un
estudio compacto que resultó “un potente puñetazo en el plexo solar del machismo”.3
Nosotras, en el taller del PIEM revisábamos, una década después que las anglosajonas,
nuestra literatura y descubríamos las ausencias y los “ninguneos” de una crítica escrita
desde el canon y el androcentrismo, que Luzelena Gutiérrez de Velasco denominó (y
nosotros adoptamos) como la “machocrítica”.
Descubrimos autoras espléndidas no incluidas en programas de nuestras licenciaturas
ni en los posgrados; datos curiosos como que en los concursos florales de la sociedad
novohispana regalasen a las ganadoras de los mejores poemas, costureros y tijeritas de
plata; o explícitas exclusiones sexistas, como la ausencia de Nellie Campobello de una
antología de narradores de la Revolución mexicana aunque su autor, Max Aub, había
reconocido en un artículo anterior que era la escritora más interesante del periodo; o,
por supuestos ciertos rechazos viscerales contra las novelas exitosas de algunas
escritoras contemporáneas.
En la segunda etapa, según la citada crítica Diana Decker, se descubren obras de
considerable valor artístico no tenido en cuenta por círculos académicos o historias
oficiales; se debe realizar entonces una verdadera labor de rescate de “madres” y
“abuelas” literarias; al mismo tiempo cobra importancia la obra de grupos marginales,
dentro de la por sí relegada cultura de las mujeres. Se rescatan y promueven en Estados
Unidos a escritoras de origen afroamericano, chicanas y también de minorías sexuales,
como las lesbianas. En el caso de nuestro taller después de la primera etapa centrada en
los años 1910–1980, nos vimos en la necesidad de remontarnos al siglo XIX para
comprender mejor la producción del siglo XX: nos encontramos con muchas dificultades
para consultar los textos y de esa búsqueda surge, por decisión grupal, la preparación
de una antología crítica que finalmente se publicó en 1991 con el nombre de Las voces
olvidadas,4 cuya segunda edición es de 1997. Aunque hayamos iniciado nuestro trabajo
del taller con el estudio de escritoras del siglo XX, retrocedimos al XIX para comprender
mejor la génesis del proceso de producción literaria de las escritoras, pero debido a los
azares y complejidades de la producción editorial, el primer libro que aparece publicado
después de las memorias de los encuentros de Tijuana, es la antología crítica de
narradoras mexicanas nacidas en el siglo XIX.
El corpus de análisis abarcó desde la guerra de la Independencia hasta el porfiriato.
Para contextualizar los términos iniciamos la investigación con sesiones panorámicas
sobre el lugar que ocuparon las mujeres en la historia y en la cultura decimonónicas, así
como la revisión de las principales corrientes literarias de la época en Hispanoamérica.
Como señalábamos en la presentación del libro “la tarea de rescate de materiales fue
ardua y la cosecha escasa, ya que nos enfrentamos con serios escollos para localizar los
textos”. Al casi desaparecer el apoyo crítico debimos realizar estudios inmanentes y
vincularlos con los datos históricos contemporáneos de los textos.
Si en la muestra del siglo XX sólo trabajamos cuentos y novelas, en nuestro
acercamiento al siglo XIX debimos ser más flexibles y permitir que se integraran a la
muestra las periodistas, con Las violentas del Aná - huac, los relatos de viajes con las
hermanas Larráinzar, hijas de un diplomático del emperador Maximiliano, con el título
de Viaje a varias partesde Europa en cinco tomos; las memorias de Concepción
Lombardo viuda de Miramón, escritas ya septuagenaria sobre los recuerdos de su
infancia y juventud, y también una selección de biografías de mujeres mexicanas, desde
las princesas indígenas, pasando por monjas de la colonia y heroínas de la
Independencia hasta llegar a las contemporáneas de la autora —Laureana Wright de
Kleinhans—, las damas porfirianas; el libro se publicó de forma póstuma dentro de los
festejos del Centenario de la Independencia.
También estudiamos y antologamos cuentos y novelas: desde Stau-roftla de María
NéstoraTéllez, texto de origen oral y contenido alegórico-religioso, que fue transmitido
durante generaciones a las pupilas de escuelas de monjas, y dictado por su autora
invidente a una de sus fieles discípulas y publicado en 1893, hasta los cuentos de dos
importantes escritoras de “vuelta de siglo”: Laura Méndez de Cuenca y Dolores Bolio de
Cantorell, incluidos en Simplezas (1910) y La cruz del maya (1922).
De Dolores Bolio, escritora yucateca, también se incluyen fragmentos de su novela
Una hoja del pasado (1929) que a diferencia de la mayoría de los textos antalogados
dedicados por sus autoras a autoridades masculinas, públicas o familiares, la escritora
yucateca dedica su obra a “México, a sus mujeres, a sus intelectuales”. El género del
folletín está representado en nuestra antología con fragmentos de La hija del bandido
deRefugio Barragán de Toscano, editado en Guadalajara en 1887, y la autora de los
libros escolares Rosas de la infancia María Enriqueta Camarillo, se hace presente con la
novela El secreto (1922) que fuera traducido avarios idiomas y seleccionado para
representar la escritura femenina hispanoamericana por una colección francesa.
Gabriela Mistral en su antología Lecturas para mujeres (1924) realizada en México a
pedido de JoséVasconcelos, recomienda la lectura de toda la obra de María Enriqueta.
Desde una perspectiva de otro final de siglo podemos decir queprácticamente todas
las escritoras decimonónicas antologadas son tradicionales y quedaron atrapadas en las
redes de la sociedad patriarcal, noobstante la idea de educación de la mujer es un
principio en sus vidas, aun en las más conservadoras» religiosas y moralistas, como un
proyectopara el resto de sus congéneres. Podemos clasificar a las representantes dela
anterior vuelta de siglo como de una moderada modernidad, debatiéndose entre las
enseñanzas del positivismo y una sensibilidad romántica. En términos generales esta
muestra nos permitió “realizar incursiones enel imaginario social femenino” del siglo
antepasado y conocer los antecedentes literarios directos de nuestras escritoras del XX.
En cuanto a nuestro contacto con grupos marginales en lo cultural y social entre 1988
y 1990 participamos en tres encuentros en Tijuana, Baja California, llamados “Mujer y
literatura mexicana y chicana. Culturas en contacto”, donde descubrimos a las escritoras
chicanas y escribimos una polémica ponencia colectiva que se llamó: “Las chilangas
leena las chicanas”. En los encuentros, organizados por el PIEM, El Colegio dela Frontera
Norte y la Universidad de California, ya se presentaban trabajos desde el punto de vista
de Us estudios culturales y la problemáticade las fronteras.
De esos encuentros se publicaron dos volúmenes coordinados porElena Urrutia, Aralia
López y Amelia Malagamba.5Posteriormente serealizaron dos encuentros con
investigadoras cubanas, uno en la Casa delas Américas, en La Habana, en 1990 y otro en
El Colegio de México bajo el título de “Escritoras mexicanas y cubanas”. La revista Casa
de las Américas publica un número con los resultados del encuentro6y se inicia un
fructífero intercambio. En Cuba comienzan a trabajar la categoría “género” sexual como
productiva junto con la de clase social y etnia y se instaura, en 1994, el Premio Camila
Henríquez Ureña, el coloquioanual “Mujer y literatura” y se crea un departamento
especializado en eltema dentro del marco institucional de la Casa de las Américas.
La tercera etapa de esta historia de la crítica literaria feminista es laque presenta
mayores retos: replantearse las bases conceptuales y los presupuestos teóricos que han
regido, desde un punto de vista androcéntri-co o “falologocéntrico” (al decir de Derrida)
el estudio y la crítica de la literatura. Desde 1987 el taller inició un seminario paralelo
para revisar laproducción teórica de línea feminista en países anglosajones, europeos
ylatinoamericanos, bajo la coordinación de Luzelena Gutiérrez de Velasco.
Partiendo de los aportes de las “madres”: Virginia Woolf, con Uncuarto propio (1927) y
Simone de Beauvoir, El segundo sexo (1949), tradujimos y discutimos textos de Mary
Eagleton, Elaine Showalter (y supropuesta de la ginocrítica), Toril Moi, Teoría literaria
feminista y algunos textos experimentales de Luce Irigaray y Heléne Cixous, junto a
laantología de Estética feminista compilada por Giselle Ecker (alemana). En el ámbito
latinoamericano trabajamos los textos de Rosario Castellanos (México), Rosario Ferré
(Puerto Rico), Elena Araujo (Colombia) yNelly Richard (Chile), entre otros, además de la
discusión en las sesionesde nuestros propios textos críticos producidos en el taller.
Los trabajos monográficos de la primera etapa, reelaborados a la luzde los aportes
teóricos adquiridos en el seminario “Teoría y Crítica Feminista”, se incluyeron en un
libro coordinado por Aralia López que llevacomo título una frase de Rosario Castellanos:
Sin imágenes falsas, sin falsos espejos. Narradoras mexicanas del siglo XX7
Los trabajos monográficos que se escribieron en la primera etapa deltaller, antes de
iniciar el buceo en el siglo XIX, fueron luego incorporados (y en su mayoría reescritos) en
el libro coordinado por Aralia LópezGonzález, donde se incluyen a otras investigadoras
de México y de Estados Unidos, Canadá y Europa. La muestra abarca 20 escritoras,
desdeNellie Campobello nacida a principios del siglo XX hasta Carmen Boullosa nacida a
mediados de los años cincuenta, y más de 30 artículos junto a una “Justificación teórica:
fundamentos feministas para la crítica literaria” a cargo de Aralia López. En este ensayo,
fundamental para comprender “el estado de la cuestión” en el estudio de la literatura
escrita pormujeres, en México, están incorporadas las teorías sobre género sexual yla
crítica literaria feminista, junto a una revisión de lo que se ha dado enllamar “imágenes
de la mujer” en la literatura mexicana desde la época dela Revolución hasta la década de
los ochenta, que fuera uno de los propósitos de análisis del taller desde sus inicios.
En este terreno del género, Aralia suscribe la definición de Linda Al-coff8 quien afirma
que nos es “un punto de partida en el sentido de seruna cosa determinada, pero en
cambio, es una postura o construcción, formalizable en forma no arbitraria por una
matriz de hábitos, prácticas y discursos” y de esa subjetividad femenina y la identidad
social emergende “una experiencia historizada y no de una sustancia de lo femenino”,
afirma Aralia, subrayando que la llamada condición femenina constituye una posición
“particular y relativa en un contexto histórico y socialsiempre cambiante” y no en un
esencialismo o nominalismo postestruc-turalista. Del mismo modo que las feministas
inglesas y francesas reivindican y retrabajan las figuras y la obra de Virginia Woolf y
Simone deBeauvoir como “madres” nutricias y teóricas, Aralia López rescata para
elámbito de México y América Latina, él nombre y la obra de Rosario Castellanos, de
cuyos escritos elige el título para este libro, “el rechazo de lasfalsas imágenes que los
falsos espejos ofrecen a la mujer en las cerradasgalerías donde su vida transcurre”.9
En el camino de descubrir lo que somos y también de inventamos, como era la
propuesta de Rosario Castellanos en El eterno femenino, el siguiente libro que
acometimos en grupo fue uno sobre el tema de la infancia que propuso Nora Pasternac,
quien participó en el equipo decoordinación desde el comienzo de nuestros 16 años de
trabajo en común. Lo veía como una recurrencia en las escritoras leídas; el proyectonos
entusiasmó ya que nos permitía una mirada al sesgo (o “la miradabizca” propuesta por
Sigrid Weigel, en un artículo incluido en el volumen Estética feminista).10La propuesta
era comprobar hasta qué puntoera cierto el apego a la veta confesional y familiar que,
según la crítica tradicional (y masculina) predominaba en las escritoras. En un país
comoMéxico donde el culto a la madre es cívico y mítico (la Virgen de Guadalupe como
protectora y “madre” nacional), encontrábamos pocos textos donde se hablase de
“madres” (más bien era “hijas”). La investigación resultó larga pero productiva y el libro
Escribir la infancia,11 se presentó en El Colegio de México a finales de 1996. Abarca el
estudio de 16 autoras nacidas en el mismo lapso que el libro anterior (Sin imágenes
falsas, sin falsos espejos) desde 1900 a mediados de los años cincuenta. Sin
necesariamente seguir sus propuestas teóricas, acordamos con Anette Ko-lodney, que
“sólo empleando una pluralidad de métodos nos protegeremos de la tentación a
supersimplificar cualquier texto”.12
A pesar de que el tratamiento de la infancia en la literatura constituye un asunto de
hombres y mujeres, indistintamente, nos preguntábamos ¿por qué se advierte en la
actualidad como un campo más propiciopara la escritura de las mujeres? Y también, en
qué medida la inclusióndel registro autobiográfico en los textos de ficción conforma un
rasgoque pudiera denotar una especificidad en el discurso producido por mujeres. Sin
embargo, en el transcurso de la investigación optamos porahondar en el análisis de la
infancia en cuentos y novelas escritos por mujeres, dejando en suspenso las preguntas
teóricas iniciales. Como afirmamos en la introducción de nuestro libro, al ahondar sobre
el valor de lainfancia en los textos seleccionados encontrábamos, entre líneas, una
especie de “divina tragicomedia familiar”, en la medida en que se representaban
espacios y atmósferas en los que ocurre o había ocurrido lo óptimo, lo feérico, lo
irrescatable, entonces con los recuerdos felices y losamores correspondidos se figura el
mito “del paraíso perdido” que abarca la primera parte del libro con la recuperación de
la madre. En esta sección se incluyen los estudios sobre Nellie Campobello, Elena
Poniatows-ka, Margo Glantz, Bárbara Jacobs, Elena Garro y Rosario Castellanos. Las
escritoras vuelven sobre estos temas para añorar o representar la nostalgia de un
tiempo difuminado en el recuerdo, con la memoria como arma de salvación, para crear
con los textos lo que para Georges Bataille erael símbolo de la literatura: “La infancia al
fin recuperada”. Pero otras escritoras rescatan de la infancia un espacio del horror, del
vacío, del abandono y de la separación de los padres. En los estudios que conforman
latercera parte, “De la educación sentimental al abismo”, se abordan escritoras para las
cuales la expulsión del paraíso es definitiva, el retorno almundo infantil es angustioso y
el espacio rescatado en ésos cuentos corresponde al infierno, porque el amor que
“mueve al sol y a las demás estrellas” según la cosmogonía poética de Dante, ha
abandonado parasiempre a estas criaturas de ficción. Las escritoras que se incluyen
aquíson: Aliñe Petterson, Olga Harmony, Amparo Dávila, Inés Arredondo yAngelina
Muñoz.
Entre ambas visiones extremas de la infancia, puede trazarse el espacio de un limbo
en que la orfandad opera como impronta y como motor para la reconstrucción de las
imágenes materna y paterna, y que constituye la segunda parte del libro. El dolor de la
pérdida sirve comofundamento para la generación de una escritura que explora las
figurasdel pasado en el recuerdo de otros y la memoria de la escritora misma. Las
incluidas en el limbo son: María Luisa Puga, Silvia Molina, JosefinaVicens, Guadalupe
Dueñas y Carmen Boullosa.
Nosotras, contra las normas patriarcales de una exigida coherenciametodológica
elegimos la experimentación y un cierto camino “ecléctico” que pone a dialogar los
hallazgos de las críticas francesas, sobre todoen su vertiente de discursos
psicoanalíticos, del análisis del discurso femenino, de ese “hablar mujer”, con las críticas
más pragmáticas y formalistas de las anglosajonas y las más políticas de las
latinoamericanas. Buscamos también las borradas huellas de la madre en los textos
analizados, enfrentado el esencialismo sólo como una variable estratégica, como
propone Gayatri Chakravorty Spivak. Para organizar los trabajos que componen Escribir
la infancia, decidimos poner el revés el canon y lo armamos como la Divina comedia,
pero comenzando por “el verde paraíso delos amores infantiles” para cerrar con “una
temporada en el Infierno”.
El siguiente proyecto fue propuesto por Luzelena Gutiérrez de Ve-lasco y es una
reflexión sobre la temática de los “pesares” y las “alegrías”en un universo más amplio
que abarca escritoras latinoamericanas y caribeñas. Esta investigación contó con un
apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a pesar de que hace un lustro ya
somos un grupo independiente y de autogestión.
Esta investigación sobre pesares y alegrías se inicia con el capítulo titulado “Procesos
multiculturales: etnia y nación”, que incluyen ensayossobre un ámbito geográfico
privilegiado en el mestizaje y la hibridaciónde culturas: el Caribe. Desde ese espacio en
que comienza la literaturahispanoamericana y latinoamericana, se aborda, en tres
ensayos, la producción de dos escritoras francófonas nacidas en la isla de
Guadalupe:Maryse Condé y Simone Schwartz-Bart y otra de lengua española, AnaLydia
Vega, de Puerto Rico. A pesar de que sus libros fueron verdaderoséxitos editoriales son
poco conocidos en el resto de nuestros países. Enlas novelas de Guadalupe está presente
la marca de la esclavitud de dossiglos y también los conflictos raciales que provocaron,
junto a los movimientos de la “negritud”, la “creolidad” y el utópico regreso a los
orígenes africanos. Estas escritoras crean verdaderas sagas femeninas conuna fuerte
presencia rural en las historias y la creación de personajes sólidos, plenos de sabiduría
vital pero sin concesiones al pintoresquismo nia la autovictimización. Sus novelas
probarían que sí puede hablar el subalterno en respuesta a la pregunta teórica de
Spivak. Los placeres y sinsabores del amor, la maternidad y el trabajo se asumen con
entereza, mientras que la muerte es para la mayoría de estos personajes femeninos, un
tránsito a otra dimensión de la existencia. Puerto Rico, por su parte, está representado
por personajes más urbanos e intelectualizados, en losque se nota el paso por la
militancia o las lecturas feministas. La muertese despoja en los textos de Ana Lydia Vega
de animismo y trascendenciapara convertirse en acoso y violencia machista contra las
mujeres. El territorio geográfico-literario se abre desde el Caribe hacia Europa (en
especial a Francia en el caso de las tres escritoras), a Estados Unidos y elAfrica (por
parte de las francófonas).
Otro de los capítulos se centra en la configuración poético-narrati-va de la violencia.
Frente al espanto creado en las vidas privadas y públicas por las dictaduras instauradas
en nuestro continente, escritoras comoIsabel Allende, Diamela Eltit (chilenas), Diana
Morán (Panamá) y Luisa Valenzuela (argentina), crean cercos de palabras para contener
el horror, para nombrarlo y, de alguna manera, para tener un embate destructor. La
tarea crítica en torno a estos textos ha consistido en develar losprocedimientos literarios
que las autoras han elegido para abordar losprocesos políticos latinoamericanos, la
representación de las dictaduras militares y los esfuerzos para oponerse al poder invasor
de la violencia. En los cuatro textos analizados se destaca la voluntad de sus autoras
para encontrar sendas alternativas de expresión al reinventar y resignificarla utilización
de géneros literarios considerados como marginales: la novela rosa (Allende), la
descripción, acompañada con fotografías de unmanicomio (Eltit), la poesía patriótica
(Morán) y el género negro (Valenzuela). No sólo se logra dar cuenta de este trabajo de
reformulación degéneros literarios sino que las obras y sus análisis muestran la
condiciónde vida de las mujeres en Chile, Panamá, en Argentina y en el caso deLuisa
Valenzuela de latinoamericanos trasterrados en Nueva York; vidasmediadas por las
luchas nacionales para recobrar la dignidad y la democracia convirtiendo a los
personajes en protagonistas de esas luchas.
El horror frente a la dictadura es una herida que no cierra, por esose advierte en sus
bordes el fluir de una sangre textual que incorpora laironía, el trasvestismo, la locura, el
crimen, como señales de esa violencia que nunca más deberá regresar. En este material
es útil preguntarse, como lo hace Andrés Avellaneda en su libro Memorias colectivas y
políticas del olvido, ‘cómo se dice, desde el lenguaje de lo real; cómo se seman-tiza, con
las estrategias del relato, el cuerpo duro de los hechos”.
Otro grupo reelabora la historia como si fuera necesario, como afirma Fernando Ainsa,
“incorporar el pasado colectivo al imaginario individual”. En esta tarea están las
escritoras Rosario Ferré, de Puerto Rico yAna Miranda, de Brasil. Otras regresan a la
intimidad de los géneros menores como las autobiografías, memorias y diarios, como es
el caso de laargentina Victoria Ocampo, la anglocaribeña Jean Rhys o la costarricense
Rima de Valbona. El último capítulo de De pesares y alegrías, lleva portítulo “Erotismo,
autorreflexión y concepción estética” y aborda el estudio de tres escritoras ya
desaparecidas: María Luisa Bombal, Julia deBurgos y Clarise Lispector y una más joven
y en producción, la uruguaya Cristina Peri Rossi. En “la lucha por el poder
interpretativo” que proponía Jean Franco presentamos estos estudios donde el cuerpo, al
decirde la crítica Nelly Richard, “es la primera superficie a reconquistar (a descolonizar)
mediante una autoerótica femenina de la letra y de la página”.
En cuanto a los pesares y a las alegrías que han constituido nuestroshilos de Ariadna
de los ensayos, puede decirse que se “puede aprender todo, hasta tener alegría”
(Cixous) y si escribir “es una maldición, es unamaldición que salva”, como aseguraba
Clarise Lispector.
De pesares y alegrías. Escritoras latinoamericanas y caribeñas contempo- raneas fue
editado por el PIEM de El Colegio de México y por la División de Ciencias Sociales y
Humanidades de la Universidad Autónoma Metro-politana-Iztapalapa, en 1999. Estamos
trabajando en un nuevo proyectoque continúa con el camino de la experimentación e
incluye estudios sobre “masculinidad”. Este nuevo libro se llamará, tentativamente,
Masculino/femenino. Escrituras en contraste y volverá a estar circunscrito a la literatura
mexicana contemporánea en un primer volumen y a toda América, incluyendo Canadá en
un segundo volumen. El proyecto cuenta con elapoyo de una beca del Consejo Nacional
de Ciencia y Tecnología.
Así hemos leído a nuestras escritoras y también las hemos escuchado en el ámbito de
trabajo del taller. Nos acompañó durante varios añosBrianda Domecq; continúa con
nosotras, en nuestras sesiones de losviernes en Coyoacán, Aline Petterson, a quien el
PIEM y el taller DianaMorán le hemos organizado un homenaje con motivo del merecido
premio por la totalidad de su obra, Gabriela Mistral 1998, de la editorialCoté-Femmmes,
de Francia. Nos ha acompañado otra escritora a quienle rendimos homenaje en el PIEM
hace algunos años: Angelina Muñiz y a cuya obra le ha dedicado su tesis doctoral una de
nuestras compañerastalleristas, Luz Elena Zamudio. En algunos encuentros,
presentaciones ocoloquios han participado otras escritoras como Margo Glantz,
BeatrizEspejo, Bárbara Jacobs, Rosa Beltrán y Laura Esquivel, a quien le organizamos la
primera mesa de trabajo para analizar su luego famosísimanovela: Como agua para
chocolate.
Pero también estuvieron con nosotras por un par de sesiones o unbreve lapso, Josefina
—Peque— Vicens y Leonora Carrington. La primera nos acompañó a la lectura de los
ensayos que preparamos sobre susdos novelas y la visitamos en su casa para una
entrevista, y Leonora asistió a las sesiones en El Colegio de México unos meses en uno
de sus viajes de regreso de Estados Unidos; a su obra como escritora surrealista
lehemos dedicado varios artículos, vinculados también con su obra pictórica. Gracias a
la invitación de Elena Urrutia pudimos escuchar comoconferencistas y/o en la lectura de
sus textos a escritoras extranjeras como la nicaragüense Gioconda Belli, la cubana
Mirtha Yáñez, la chicanaSandra Cisneros y la italiana Dacia Maraini. Y junto a las
escritoras nosvisitaron a lo largo de todos estos años múltiples investigadores, críticas y
estudiantes de distintas universidades de Estados Unidos, América Latina, Europa e
incluso África y Australia.
Éste, a grandes rasgos, ha sido el camino de investigación y sororidad (hermandad de
género) en la tarea de leer a nuestras escritoras. Parafinalizar, brevemente, enumeraré
algunos trabajos publicados en Méxicoque dan cuenta de cómo leen a nuestras
escritoras otras investigadoras.
En el taller revisamos los dos tomos del trabajo de Martha Robles: Lasombra fugitiva.
Escritoras en la cultura nacional, que abarca estudios desdeSor Juana hasta las
escritoras contemporáneas;13de Fabienne Bradu, también del ámbito académico de la
Universidad Nacional Autónoma de México, Señas particulares: escritora14que reúne
siete ensayos sobre escritorasdel siglo XX. Ninguna de las dos aplica los lineamientos de
la crítica literaria feminista, pero es de gran importancia su aporte para el estudio de
lasescritoras.
Sobre el tema de cómo se están leyendo a las escritoras desde México se publica una
breve polémica en la revista Literatura Mexicana,, delCentro de Investigaciones
Filológicas de la UNAM. En el número 1 de1991, Aralia López González publica
“Narradoras mexicanas: utopíacreativa y creación” y en el número 2 del mismo año,
Fabienne Bradu escribe un artículo titulado “Algunas reflexiones sobre la crítica
feminista”, donde comenta el citado artículo de Aralia y los dos volúmenes de Mujer y
literatura mexicana y chicaría. Culturas en contacto. Aralia le critica aBradu no aplicar
en su libro la crítica feminista, desde una posición teórica distinta a la militancia
práctica. También analiza la relación de la crítica feminista con la ideología, el
colonialismo cultural masculino y el“fálologocentrismo” y se opone en el ámbito cultural
al mito del eternofemenino, que “ha petrificado al sexo femenino, presentando a la
mujercomo un universal dentro del sistema de géneros”. Fabienne Bradu defiende su
posición de no proponer generalidades sobre las escritoras mexicanas apelando al
“derecho a la diferencia, a la pluralidad, a la individualidad, en el seno mismo de la gens
femenina…” y luego añade: “me he percatado que la dichosa crítica literaria feminista
no es sino un remedo de la antigua sociología de la literatura’”. Como vemos el material
espolémico y las posiciones ideológicas y sexistas tiñen la discusión entre las estudiosas
de la escritura de mujeres.
Otro libro fundamental que sí discute las nuevas tendencias de lacrítica es el de Jean
Franco que se publica primero en inglés: Las conspi radoras. La representación de la
mujer en México Consta de dos partes, la primera, “La narrativa religiosa”, que incluye
a Sor Juana y otras monjas y la segunda parte, “La nación”, desde la Independencia
hasta FridaKahlo y Elena Poniatowska. Otros textos importantes sobre literatura ycrítica
feminista son un número de Debate Feminista,16que incluye varios artículos, entre ellos
uno de Nelly Richard; el libro de Nattie Golubov, De lo colectivo a lo individual: la crisis
de identidad de la teoría litera-ría feminista17y por último el importante Glosario de
términos de críticaliteraria feminista,18de Cecilia Olivares, publicado por el PIEM.
Para este balance retrospectivo realicé una breve investigación de algunas
instituciones de posgrado en literatura para saber qué se ha presentado en estos “tres
lustros” sobre escritoras. En la Universidad NacionalAutónoma de México, entre la
maestría y el doctorado en letras hispánicas y estudios latinoamericanos, encontré
nueve tesis sobre autoras mexicanas: cuatro sobre Elena Garro, una sobre Rosario
Castellanos, sobreInés Arredondo, sobre Nellie Campobello y otra de maestría sobre
escritoras y escritores del XIX de una egresada de la especialización del PIEM, Susana
Montero, y por último, dos de doctorado, una titulada “Con mirada de mujer”, que
abarca el estudio de siete narradoras contemporáneas, y la de nuestra compañera del
taller, Luz Elena Zamudio, sobre laobra de Angelina Muñiz.
Salvo en las dos estudiosas vinculadas con el PIEM y tangencialmente en Dromundo
(“Con mirada de mujer”) no hay perspectiva de género en los trabajos. Sin embargo,
están presentes en estas tesis otras calasteóricas importantes que también hemos tenido
en cuenta en nuestraspropias investigaciones, por ejemplo, la búsqueda de rasgos
autobiográficos en las llamadas “escrituras del yo” y el análisis psicoanalítico, en
elestudio de Rizo Campomanes sobre Elena Garro; o la teoría de la recepción y los
contextos socioculturales en la obra de Nellie Campobello analizada por Rodríguez
Gaona, y el indigenismo y la dimensión mítica enla obra de Rosario Castellanos de Leal
Fernández, junto al riguroso análisis textual que realiza Crelis Secco de los cuentos de
Inés Arredondo.
En el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio deMéxico salvo la tesis
de Aralia López sobre Rosario Castellanos que luego se convertiría en libro: La espiral
parece un círculo,19las investigaciones sobre escritoras brillan por su ausencia, más aún
la perspectiva de género o la crítica literaria feminista, aunque existe una tesis en
procesoque se ocupa de escritoras desde nuestras perspectivas pues la doctorando
realizó antes la especialización en el PIEM; se trata de Rocío Mejía.
En el posgrado en letras modernas de la Universidad Iberoamericana, sólo ha dirigido
tesis sobre escritoras nuestra compañera de taller, Gloría Prado; una de ellas es el
importante ensayo, ya publicado de nuestra joven tallerista, Graciela Martínez Zalee:
Inés Arredondo. Una poética de lo subterráneo.20Otras tesis concluidas son las de
Becerra Zamora sobrela obra de Angelina Muñiz y la de Ramos de la Rosa sobre Elena
Garro. En proceso, también dirigida por Gloria Prado está la investigación deNorma
Segovia sobre Petterson, Arredondo, Puga y Molina, en el campusde la Ibero de Puebla y
sí con enfoque de crítica literaria feminista.
Todas las autoras de tesis sobre escritoras son mujeres así como susasesoras salvo dos
estudios sobre género teatral que dirigió Carlos Solór-zano. Los estudios de posgrado en
teoría literaria de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, se han iniciado
hace un par de años y se incluyen diversas variantes de la crítica y la teoría literarias
contemporáneas, incluyendo los estudios de género y la crítica feminista. Enproceso
existen tesis de maestría sobre literatura homosexual, sobre escritoras y sobre
narraciones indígenas en Chiapas, masculino, femenino, encontraste, para abarcar esa
subjetividad múltiple y transgenérica sobre laque escribe Nelly Richard. Son estudios
que dan cuenta de esa eclosión de los márgenes que se da a partir de la década de los
ochenta en contraposición o en franco debate con el canon académico.
De este somero recorrido se desprende que hay un amplio campopor investigar y es
necesario repensar y reescribir sobre muchos aspectos de nuestra literatura, resaltando
el lugar que ocupa la mujer como escritora, como lectora, como personaje, pero no
aislada sino en interaccióncon el resto de los actores o protagonistas del quehacer
cultural.
Un posible tema de investigación es el de la censura y autocensuraque padecen las
escritoras en nuestros países y en el resto del mundo y sus compromisos políticos; otro
es el papel que juegan las llamadas “exitosas”, las escritoras de best sellers que han
invadido no sólo nuestrosmercados editoriales (siempre magros) sino también los de
América Latina, Estados Unidos, Europa y Asia; sólo para nombrar algunas muy
conocidas: Laura Esquivel, Ángeles Mastretta, Julia Álvarez, Marcela Serrano, Toni
Morrisson, Amy Tan, Rosa Montero, entre otras.
¿Qué pasa con este fenómeno? No es suficiente el apoyo del públicolector porque está
también el rechazo de la “machocrítica” y la censura dela crítica académica en muchos
aspectos. Es necesario probar nuevas lentes críticas para acercarse a éstos y a otros
textos más experimentales enestudios que abarquen la especificidad literaria y además
el contexto histórico, el imaginario social y el género sexual con sus matices y variantes.
Regresando a nuestra experiencia de trabajo, debo decir que a pesarde que, según
Marcela Lagarde,21“el mundo patriarcal no tolera la solidaridad entre mujeres por
compartir la condición de género más allá desus diferencias en su situación de vida”,
este espacio para reflexionar ytrabajar en libertad se ha mantenido a lo largo de 16
años.
En nuestra experiencia se han privilegiado nuevos modos de relacionesintersubjetivas
en torno a una tarea compartida y de una afectividad que nose elude, pero tampoco se
privilegia. El taller “Teoría y crítica Diana Mo-rán” ha sorteado el peligro de convertirse
en un “club de amigas” interesadas en la literatura, tampoco se ha transformado en un
grupo feminista militante o en un seminario donde el rigor teórico y la búsqueda
de“excelencia” (tan en boga en los ámbitos académicos neoliberales) cree
resentimientos competitivos. Se ha construido, en colectivo, un espacio detrabajo y
autorreflexión, donde es posible conjugar la discusión académica, la experiencia crítica,
el goce del conocimiento compartido y la sororidacL
México, diciembre de 2000
BIBLIOGRAFÍA
NOTAS AL PIE
1
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3 Moi Toril, Teoría literaria feminista, Madrid, Cátedra, 1988.
4 Ana Rosa Domenella y Nora Pasternac, Las voces olvidadas. Antología crítica de narradoras
mexicanas nacidas en el siglo XIX (1991), México, PIEM-El Colegio de México, la. reimp., 1997.
5
Aralia López González, Amelia Malagamba y Elena Urrutia, Mujer y literatura mexicana y
chicana. Culturas en contacto, México, PIEM-El Colegio de México/El Colegio de la Frontera None,
Tijuana, 1988. El segundo volumen, con el mismo título y las mismas editoras se publicó en 1990.
6 Revista Casa de las Américas, núm. 183, La Habana, abril-junio de 1991.
7
Aralia López González, Sin falsas imágenes, sin falsos espejos. Narradoras mexicanasdel siglo XX,
México, PIEM-El Colegio de México, 1995.
8 Linda Alcoff, “Feminismo cultural versus postestructuralismo: la crisis de la identidad en la teoría
México, 1997.
19
Aralia López González, La espiral parece un circulo, México, Universidad Autónoma
Metropolitana-Iztapalapa, (Col. Texto y Contexto), 1991.
20 Graciela Martínez Zalee, Inés Arredondo. Una poética de lo subterráneo, México, Consejo
del Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Social, vol. IV, núm. 28, septiembre-octubre de 1989,
pp. 24–27.
SOCIOLOGÍA DE LA CULTURA, RELACIONES DE
GÉNERO Y FEMINISMO: UNA REVISIÓN DE
APORTES1
VANIA SALLES
Centro de Estudios Sociológicos
El Colegio de México
Estas notas empiezan con una breve revisión de aportes teóricos sobre la cultura, que se
hace para enmarcar la reflexión feminista en el campo cultural y señalar su pertinencia
—aunque no siempre reconocida— para deslindar y aclarar algunos de los debates que
marcan los estudios culturales.
Por ello, la revisión de aportes no obedece a las pautas generalmente utilizadas para
este tipo de labor (examen de escuelas situadas cronológicamente), sino que se centra
en algunos aspectos —sobre todo aquellos relativos a la concepción simbólica de la
cultura— seleccionados en función de la importancia que tienen para el feminismo.
El texto, en su segunda parte, incluye algunos argumentos y ejemplos derivados de la
reflexión feminista y considerados de utilidad para pensar la cuestión de los cambios
culturales; se termina con una breve incursión en la problemática de las relaciones
sociales que ineludiblemente son de crucial importancia para la reflexión feminista.
una posición binaria básica, la de mujer/hombre, genera una simbolizaciónde todos los aspectos
de la vida. El género es el conjunto de ideas sobre la diferencia sexual que atribuye características
‘femeninas y ‘masculinas’ a cada sexo, a sus actividades y conductas y a las esferas de la vida.
Esta simbo lización cultural de la diferencia anatómica incide tanto en cuestiones denaturaleza
objetiva como subjetiva.
La referencia, previa a las desigualdades sociales obliga a incluir en esta parte final del
texto algunas precisiones sobre las distinciones entre la desigualdad social y la
desigualdad de género (inequidad social e iniquidad de género si la alusión implica un
umbral de justicia).
Los términos desigualdad e inequidad son frecuentemente tomados como sinónimos,
no obstante la inequidad se reporta más claramente a cuestiones de justicia y se refiere
a las cualidades de un acuerdo, convenio o trato, en el cual ninguna de las partes
involucradas sale perdiendo en términos de justicia. Mientras que la desigualdad reporta
situaciones y estados vinculados con la diferencia de las circunstancia que los rodean.
Para la actual exposición se utilizan los términos desigualdad social y desigualdad de
género.
La desigualdad social es un fenómeno irreductible a las desigualdades provenientes
del género; más bien estas últimas constituyen una dimensión de la desigualdad social,
cuyas ramificaciones son sumamente complejas y diversas. La desigualdad social puede
ser visualizada como un fenómeno estructural, culturalmente instituido que opera por
medio de estructuras de oportunidades, poderes, recompensas diferenciales y prestigio,
de acuerdo con la posición que los individuos y grupos guardan en la sociedad y, su
rasgo más profundo es que incide en la conformación de una estratificación diferenciada
—en cuyos extremos se encuentran los ricos y los pobres— funcionando también como
eje organizador de las clases sociales.
La desigualdad se reproduce intergeneracionalmente en el ámbito de la familia y de
otras instancias, mediante la transmisión de la riqueza o de su privación (vista en
términos materiales, culturales y simbólicos). Lo cultural y lo simbólico hacen alusión a
los componentes subjetivos implicados en la vivencia de la desigualdad social. Debe
también tenerse en cuenta que la desigualdad social está presente y permea todos los
ámbitos de la vida en sociedad, constituyéndose, además de uno de los núcleos centrales
de las clases sociales —como ya se mencionó— en uno de los contextos de inserción de
las relaciones de género. Pero sería ilusorio pensar que las desigualdades de género
sintetizan la desigualdad social. Por el contrario, las desigualdades de género forman
parte de lo que consideramos un ámbito mayor que es el de la desigualdad social.
Dicho de otra manera, la desigualdad de género se construye con base en un conjunto
de normas que jamás pueden ser consideradas como derivaciones simples de las
diferencias entre personas de sexos distintos, sino más bien como componentes del
macrofenómeno de la desigualdad social, de la cual la de género es una modalidad entre
otras.
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NOTAS AL PIE
1
Versión modificada de la ponencia preparada para el Encuentro de Talleres (PIEM, 21 y 22 de
septiembre, 1998) que sirvió de base para una exposición en el Consejo Nacional de Población, 1998.
2
La producción de sentido se remite a las visiones de mundo (Giménez, s.f.). A suvez un sistema de
sentido se remite al “conjunto de valores y creencias propias de una comunidad” (Di Cristofaro
Longo, 1993, citado por Giménez, 1999).
3
Esta aseveración parte de la ineludible constatación de que todos los humanos tenemos marcas y
diferencias sexuales, mismas que están culturalmente nominadas (discursos) y procesadas en
términos de la experiencia tanto individual como colectiva, lo cual tiene un contundente impacto en
la realidad, en las instituciones, en el orden social (Flax, 1987).
4
Es muy importante tener presente que las asimetrías y desigualdades provenientesde las
relaciones de género no operan aisladamente sino más bien en estado de intercesióncon otros ejes de
desigualdad/inequidad como la pertenencia étnica y la pertenencia a unaclase social (véase a este
propósito Ariza y Oliveira, 1996).
5
Esta manera de pensar la cultura la identifica con ciertas manifestaciones como laópera, el ballet,
la literatura, el arte, etc., lo cual se refleja en la idea de la alta cultura o enla idea, muy divulgada, de
que la cultura significa la educación, el refinamiento que sonpropios de las élites.
6
Mientras los valores designan aquellas creencias o ideas que adquieren un peso (unestatus) de
juicio y por ello devienen elementos constitutivos de la ética (una norma porejemplo es la
formulación de un valor), los significados encierran la perspectiva del sentido y se remiten a
cuestiones sustantivas, de contenido. Encontramos en la lingüística deSassure elementos valiosos
para conceptuar sociológicamente los significados.
7 Con respecto al cambio cultural vale la pena destacar la reflexión de Giménez (1999: 1), quien
afirma que desde la concepción simbólica, el análisis de la dinámica y delcambio cultural debe tener
como objetivo el estudio de lo que pasa con los signos, o sea“se tratará siempre de: (a) desaparición-
sustitución de signos; (b) significados nuevos atribuidos a significantes antiguos; (c) significantes
nuevos con significados antiguos. Ademásagrega: “por esto, la dinámica cultural en el plano de la
semiótica de la cultura [implica]operaciones […] de resignificación, […] de retorno a los orígenes,
reivindicación de identidades primordiales etcétera”.
8 Guardadas las distancias y respetadas las diferencias me parece válido recordar —aeste propósito
— la siguiente afirmación de Marx quien en una de sus pocas referencias ala cultura se remite a ella
como la “argamasa” que da cohesión a lo social, a lo humano.
9 Con una trasfondo semejante a éste, Saussure (1993) define el signo lingüístico como compuesto
por un significante y a la vez y por un significado, que constituyen la doble cara de los símbolos en
general.
10
Giménez (1998: 5) alude a un componente retóricoy persuasivo.
11 Son conocidas las reflexiones que indican —al tiempo que critican— el contenido de ciertos
específicas, la enfermedad posee un componente cultural irreductible, que incluye —entre otros
aspectos— la percepción y experiencia de los pacientes (síntomas), elsignificado atribuido a los
estados “anormales”, los tipos de ayuda buscada, los juicios odiagnósticos (signos) de los terapeutas
y las percepciones acerca de las ventajas del tratamiento. En este sentido, puede decirse que la salud
y la enfermedad se hallan fuertemente estructuradas por las categorías culturales que legitiman,
normalizan y reconocen tanto los síntomas como los signos (Zoila y Carrillo, 1998, citados en Salles y
Tuirán, 1998).
16
Algo semejante pasa con la construcción de la paternidad que también tiene uncomponente
biológico.
17
Es evidente que el sentido de pertenencia de las mujeres “confinadas” al hogar seconstruye
primordialmente a partir de este espacio y de otros conexos como, por ejemplo, las redes familiares
de parentesco. Para las mujeres que desarrollan actividades laborales ex-tradomésticas, la
construcción del sentido de pertenencia incorpora otros espacios, construidos con base en relaciones
sociales de índole laboral, que crean lazos “religantes” ineludibles.
18
Se hizo previamente una diferenciación y a la vez un vínculo entre significados yvalores.
19 Para un reflexión sostenida de las diferencias entre el ámbito de la interacción social y el de las
relaciones sociales que se generan en su seno véase Schütz, 1974 y Simmel, 1934.
20 Para una ampliación de estas ideas, véase Salles, 1996.
21
Tal tematización se inscribe en la discusión de la relación acción versus estructura, siendo que —
a diferencia de los debates entablados sobre este tema desde la sociología clásica— tanto la acción
como la estructura están marcadas por el género. Como losubraya Marshall (1994) ambas son
“gendered”.
Estudios sobre las mujeres y las relaciones de género
en México: aportes desde diversas disciplinas
se terminó de imprimir en septiembre de 2005
en los talleres de la Imprenta de Juan Pablos, S.A.
Malintzin 199, col. del Carmen Coyoacán, 04100 México, D.F.
Se imprimieron 1 000 ejemplares más sobrantes para reposición.