Lección 8

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LECCIÓN

8
El Perdón
IDEA CENTRAL
El Evangelio que trabaja en nosotros siempre trabaja a través de nosotros.
Muestra su poder en nuestras relaciones interpersonales y acciones. Una
de las formas claves en que esto sucede es cuando perdonamos a otros
bíblicamente.

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Lección 8

ARTÍCULO

El Evangelio nos Da
Poder para Perdonar
Perdonar a la gente que nos ha lastimado es una de las cosas más difíciles
de hacer en la vida. Y mientras más profunda es la herida, mayor es el
reto. Frecuentemente nos sentimos confundidos por lo que el verdadero
perdón debería ser. ¿Debemos “perdonar y olvidar”? ¿Es posible hacer
eso? ¿Qué es exactamente lo que significa “amar a nuestros enemigos”?
¿Qué de la persona que abusó de mí sexualmente? ¿O del jefe que salió
adelante en su carrera a mis expensas? ¿O de mi esposo(a) que me engañó?
¿O del amigo que habló de mí a mis espaldas y dañó mi reputación?

Hemos visto que cuando el Evangelio realmente penetra en nosotros,


empieza a trabajar a través de nosotros. El perdón es un área donde el
Evangelio “tiene que trabajar” en nuestras vidas. De hecho, perdonar a
otros no es posible a menos que estemos viviendo a la luz del perdón de
Dios en nosotros. Así que consideremos cómo el Evangelio nos compele
hacia el perdón.

El Evangelio empieza con Dios alcanzándonos. Dios toma la iniciativa,


aunque sea la parte ofendida. Él actuó para reconciliarnos en esta
relación cuando aún éramos sus enemigos (Romanos 5:10). Nuestro
pecado nos había separado de Él (Isaías 59:2). Él tenía todo el derecho de
condenarnos, resistirnos y romper la relación, pero no lo hizo. En lugar
de ello, nos alcanzó: “Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”
(Romanos 5:8).

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L ec ción 8

Sin embargo, la reconciliación con Dios requiere de nuestro


arrepentimiento. Al perdonar nuestro pecado, Dios extiende el
ofrecimiento de la reconciliación, pero la reconciliación no está completa
hasta que nos arrepentimos y recibimos su perdón por fe. Nota cómo
ambas dinámicas se reflejan en 2 Corintios 5:19-20: “Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta
a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la
reconciliación. Así que, somos embajadores en el nombre de Cristo,
como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en el nombre
de Cristo: Reconciliaos con Dios.”

La Escritura le da todo el crédito, la gloria y la alabanza a Dios por nuestra


salvación, porque es sólo por su buena iniciativa que somos capaces de
responder (Efesios 2:8-9). Pero nuestra respuesta de arrepentimiento
y fe es esencial. La salvación no es universal. Sólo aquellos quienes se
arrepienten y reciben el buen ofrecimiento de Dios serán reconciliados
con Él.

Así que podríamos resumir el perdón de Dios de esta manera:


Alcanzándonos, Dios nos invita y nos capacita para alcanzarlo. El
Evangelio inicia con Dios (la parte ofendida) alcanzándonos a nosotros
(los ofensores). Él cancela nuestra deuda y abre una oportunidad de
reconciliación. Si reconocemos nuestro pecado y nos arrepentimos,
somos reconciliados con Dios y podemos experimentar el gozo y el
deleite de nuestra relación con Él.

¿Qué significa, entonces, que podemos perdonar a otros como Dios nos
ha perdonado? Después de todo, esto es lo que la Biblia nos manda: “Antes
sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a
otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios
4:32). La Escritura asume que si verdaderamente hemos experimentado
el perdón en el Evangelio, estaremos radicalmente perdonando a los
demás. En contraste, el no perdonar, o el tener resentimiento o amargura
hacia los demás, es un rasgo certero de que no estamos viviendo del gozo
profundo y de la libertad del Evangelio.

ARTÍCULO 69
L a Vi da C e n t r a da E n E l Eva n g e l i o

El perdón que otorgamos a otros es el reflejo del perdón que Dios


nos ha dado. Tenemos que tomar la iniciativa: “Por tanto, si traes tu
ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra
ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con
tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24).
Debemos ofrecer el perdón y abrir la puerta para la reconciliación. Pero la
reconciliación depende siempre del arrepentimiento de la otra persona.
El autor y consejero cristiano Dan Allender ha sugerido una útil analogía:
“El perdón involucra un corazón que cancela la deuda pero no presta
más dinero hasta que se lleva a cabo el arrepentimiento”*. Como Dios,
nosotros tomamos la iniciativa para acercarnos a aquellos quienes nos
han ofendido y les invitamos a acercarse a nosotros en arrepentimiento.

Lo que esto significa es que nuestro trabajo no concluye una vez


que hemos perdonado a alguien. El deseo de nuestro corazón no es
simplemente perdonar la ofensa; es, en última instancia, ver a la otra
persona reconciliada con Dios y con nosotros. Queremos ver destruido
el poder del pecado sobre la persona. Nosotros no podemos hacer
que esto suceda, pero sí podemos orar por ello, anhelarlo, y acogerlo.
¿Dónde encontramos el poder para hacer esto? Después de todo, el solo
hecho de perdonar a alguien que nos ha herido profundamente es lo
suficientemente difícil. ¿Cómo encontramos la gracia y la fuerza para
anhelar la restauración?

Evidentemente la respuesta es el Evangelio. El Evangelio no sólo nos


muestra cómo perdonar, también nos imparte el poder para perdonar.

Cuando decimos, “No puedo perdonar a esta persona por lo que me


hizo”, estamos esencialmente diciendo, “El pecado de esa persona es más
grande que el mío”. La conciencia que tenemos de nuestro propio pecado
es muy pequeña, mientras que la conciencia que tenemos del pecado
de otros es enorme. Nuestro sentimiento más profundo es que nosotros
sí merecemos ser perdonados, pero la persona que nos ha ofendido
no. Estamos viviendo con una perspectiva estrecha de la santidad de

* Dr. Dan B. Allender y Dr. Trempler Longman III, Bold Love (Colorado
Springs: NavPress, 1992), p. 162.

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Dios, con una perspectiva estrecha de nuestro propio pecado, y con una
perspectiva estrecha de la Cruz de Jesús.

Pero cuando abrazamos la perspectiva del Evangelio de nuestro


propio pecado, reconocemos que la deuda del pecado que Dios nos ha
perdonado es más grande que cualquier pecado que ha sido cometido en
contra nuestra. Y conforme vamos creciendo en nuestra conciencia de
la santidad de Dios, empezamos a ver más claramente la distancia entre
Su perfección y nuestra imperfección. Mientras el significado de la obra
de Jesús en la Cruz crece en nuestras conciencias, nuestra voluntad y
habilidad por buscar la restauración con otras personas también crecerá.
Después de todo, si Dios perdona la ofensa masiva de nuestro pecado,
¿cómo es que no podemos perdonar el pecado de otros – el cual, aunque
severo, palidece en comparación con nuestra propia culpa delante de un
Dios santo y justo?

El perdón es costoso. Significa cancelar una deuda cuando sentimos


que tenemos todo el derecho de reclamar un pago. Significa absorber
el dolor, el daño, la vergüenza y la aflicción del pecado de alguien sobre
nosotros. Significa anhelar el arrepentimiento y la restauración. Pero así
es exactamente como Dios ha actuado para con nosotros en Jesucristo.
Y a través del Evangelio, el Espíritu Santo nos da poder para hacer lo
mismo con otros.

ARTÍCULO 71
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EJERCICIO

Llegando al Corazón
del Perdón
DEBERES

(Responde las siguientes preguntas antes de la próxima reunión.


Necesitarás otra hoja de papel para contestar por escrito.)

1. Piensa en una o dos personas a quienes necesitas perdonar (o perdonar


más profundamente). Si no puedes pensar en alguien, pídele a Dios
que traiga a tu memoria un nombre. Estos son algunos escenarios
y sentimientos que pueden ayudarte: una persona de la que te has
distanciado, gente con quien te sientes incómodo, gente de quien ya no
disfrutas de su compañía, conflictos relacionales que mantienes vivos
en tu memoria, alguien que dijo o hizo algo que te hirió; sentimientos
de enojo, amargura, irritación, temor o chisme, o un espíritu crítico.

Escribe uno o dos nombres de personas que vienen a tu mente.

2. ¿Qué es lo que más te irrita o te perturba de esa persona?

3. ¿Qué situaciones de “justicia” existen en esta situación? ¿Qué mal te ha


hecho esta persona, cómo te ha lastimado o cómo ha pecado contra ti?

4. ¿Qué condiciones le pones instintivamente a esta persona para que


puedas verdaderamente perdonarla? En otras palabras, ¿qué es lo que

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tu corazón exige de esta persona antes de liberarla de su culpa? ¿Qué te


gustaría que esta persona dijera o hiciera?

5. Describe tu propia deuda delante de Dios. ¿Cómo es tu deuda mayor


que la deuda de las personas que has enlistado (y aun así ha sido cancelada
y perdonada)? No te apresures a contestar esta pregunta. Toma tu tiempo
para describir tu endeudamiento según las formas específicas en que el
pecado se manifiesta en tu vida.

6. ¿Cómo es que la forma de relacionarte con estas personas refleja una


perspectiva estrecha de tu propia deuda con Dios y una perspectiva
estrecha del perdón de Cristo?

EJERCICIO 73

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