La Repoblación Murciana en El Siglo Xiii
La Repoblación Murciana en El Siglo Xiii
La Repoblación Murciana en El Siglo Xiii
POR
(1) Las noticias que nos quedan señalan cierta prosperidad y población castellana bastante
copiosa —la raayor del reino— en Alicanta antes de la rebelión mudejar de 1264 y consiguiente
intervención aragonesa. Las plazas de Orihuela y Lorca pudieron mantenerse independientes,
aunque Orihuela, al convertirse en base de operaciones de don .Taime trente a Murcia y efectuar
se una nueva partición de sus tierras con posterioridad a 1266, queda fuera de duda el que fue
comarca de asentamiento aragonés. No sucedió así en Lorca y Cartagena, reconquistada ésta por
fuerzas castellanas y en estrecho contacto con las que resistían en Lorca, por lo que ninguna de
ellas conoció la presencia de las huestes del rey de Aragón. La próxima publicación de los Re-
partimientos de Orihuela y Lorca permitirán .ipreciar esta realidad; la transcripción del
primero, bajo la dirección del profesor Sáez, y la del segundo, que tenemos ya en estudio, pro-
porcionarán base suficiente parn conorer la distribución, lu'miero y naturaleza de sus repobladores.
No queda Repartimiento de Cartagena, aunque sí algunos documentos sueltos de donación de
tierras, pero nos consta que en el siglo XIII, lo mismo que en los dos siguientes, la población
de Cartagena fue siempre escasa y sin proyección hacia el asentamiento en las estériles tierras
de sus jurisdicción; todo se redujo al núcleo urbano ciudadano, con cifras exiguas en cuanto a
JUAN TORRES FONTES
(3) ToBRES FoNTES, J u a x i ; Los judíos murcianos en el siglo XIII, ciMvrgetanan 1962, XVIII,
5-20; y El poblamiento murciano en el siglo XIII. Mozárabes y conversos. «Mvrgetana», 1962,
XIX, 89-99.
JUAN T O B R B S FONTES
huerta y los más en el arrabal de la Arrixacá, junto con los que buscaron
el amparo de la Iglesia, Ordenes militares o grandes señores, porque el
trato y condiciones de vida que en ellos recibían era inmejorable, y en que
se les respetaba sus leyes, jueces y utilización de sus mezquitas (4).
Las dificultades fueron mayores en el llamado campo de Cartagena
y comarcas serranas integradas en la jurisdicción de la ciudad de Murcia;
a la inseguridad existente, se agregaban los escasos rendimientos económi-
cos que podían proporcionar el cultivo de sus tierras, por lo que, en su casi
totalidad, el campo quedó en manos de mudejares. A la falta de agua, de
riego, de lluvias propicias y de aparceros que cultivaran los rafales, se unía
también la inseguridad personal para los cristianos, porque las correrías
de los granadinos, los asaltos y robos —ejecutados más de una vez por
grupos de mudejares de las morerías cercanas a dicho campo, o en conco-
mitancia con los almogávares granadinos—, hacía imposible la existencia
de núcleos o pobladores cristianos en zonas alejadas de sus centros de con-
centración o de las proximidades de alguna fortaleza (5).
Pero al poco tiempo, como esta inseguridad repercutía también sobre
los propios mudejares, los campos dejaron de cultivarse y sólo eran apro-
vechados para el pastoreo de ganados y recogida de leña. Mucho más tar-
de en el reinado de Fernando IV, hubo un intento de dar vida y repoblar
nuevamente el campo de Cartagena. Para ello se concedieron diversos pri-
vilegios, medios de asentamiento y cuantas facilidades se pudieron pro-
porcionar a los nuevos pobladores, entre quienes se repartieron los here-
damientos que «auian fincado vagados». Esta concesión de 1308 habla de
que los «sennores dellos se son ydos a otras partes e non fazen y ninguna
vezindad» (6). Los propósitos del Concejo murciano no podían ser mejo-
res, ya que, conforme exponían al monarca, «si tales eredamientos fueren
dados e partidos... seria mi servicio e pro e poblamiento del logar». Bue-
na voluntad también por parte de Fernando IV y desconocimiento del
problema, «e yo tengo por bien, porque vos mando que si tales ereda-
mientos y a, que dos o tres omes buenos de vos, que los dedes e los par-
tades luego entre vos».
Todo inútil, puesto que faltaba el elemento esencial para llevar a efec-
to esta repoblación, como era número suficiente de gentes extrañas o po-
(4) TORRES FONTES, .luán : Los mudejares inurciunos en el siglo XIII, «Mvrgelana», XVII,
págs. 57-89.
(5) Las correrías y asaltos de los almogávares g r a n a d i n o s por el reino de Murcia, incluso
en las cercanías de la capital, es apreciablc por el cuantioso n ú m e r o de cautivos conseguido y
repetición d e sus penetraciones en territorio cristiano, cosa q u e nos informa a m p l i a m e n t e el
m o n j e P e d r o Marín en sus Miráculos romanzados... de Siento D o m i n g o de Silos, Madrid, 1763,
págs. 128-229.
(6) Torres Fonles, J u a n : Privilegios de Fernando IV a Murcia, AHDE, XIX, 15. Partición
q u e se realizó s e g u i d a m e n t e , y q u e F e r n a n d o IV confirmaba en 27 de agosto de 1309 (id. id ,
págs. 18-9).
10 J U A N T O B R E S F O N T E S
(7) Pont Rius, J. M.*: La Reconquista y repoblación de Levante, pág. 113. Este artículo,
que es un resumen de un ciclo de conferencias sobre dicho lema, aunque no deja de ser un
LA REPOBLACIÓN MURCIANA EN EL SIGLO XIII 11
las casas de una misma calle para vivienda, e incluso integrarlos conjun-
tamente en las cuadrillas de herederos, para que se partieran entre sí y
conforme a su categoría social, las tierras que se les adjudicaban. El asen-
tamiento de pobladores de igual oficio en una misma calle ocasionaría
que su denominación vulgar y oficial fuera la del oficio predominante
entre los habitantes de ellas. A este hcho se refería Alfonso X cuando
en el año 1267 concedió al Concejo y vecinos de Murcia las calles de los
armeros, silleros, freneros, bruneteros, blanqueros, zapateros correeros,
carpinteros, carniceros y pescadores, las cuales debían señalar los partido-
res en los lugares más apropiados para ellos con consejo de los hombres
buenos de la ciudad,
Esta concentración de oficios por calles, dispuesta por don Alfonso,
y que dejaba al buen arbitrio de los partidores, se reafirmó con la dispo-
sición del rey Sabio fijando personalmente algunas de ellas. Así ordenó
el establecimiento de las tiendas donde se vendían las telas francesas, las
tiendas de cambio de monedas y la pellejería, que habrían de situarse
en la calle principal de la ciudad, aquella que anteriormente había orde-
nado abrir el rey de Aragón por el centro de la capital, y para lo que
hubo que derribar un cuantioso número de casas. Calle que se extendía
desde la iglesia de Santa María hasta el muro de la ciudad, hacia la Arri-
xaca, y que no muchos años más tarde se denominaría ya, entonces como
ahora, calle de la Trapería. Calle principal, que también pocos años des
pues haría exclamar al cronista Muntaner que era <(hu deis bells carrer
qui sia en nenguna ciutat del mon».
De los numerosos traperos y mercaderes dedicados a la fabricación
y comercio de telas avecindados en esta calle, sólo conocemos el nombre
de uno de ellos, Pedro, y el el de un «drapero», Bernat Zatorre, quizá ha-
bitante también en esta vía central urbana (9). Faltan igualmente los nom-
bres de los pellejeros, puesto que sólo conocemos el nombre de uno, el
pellejero Domingo. No mucho después los pellejeros fueron desplazados
por los traperos y se establecieron entonces en la zona más septentrional
de la ciudad, donde formaron el «cantón de la Pellejería» extendién-
(9) La existencia y vecindad de Iraperos en esta calle está testimoniada por muchos docu-
mentos. En 1309 Fernando IV, a solicitud del obispo don Martín, ordenó que no se obligase
a los traperos y menestrales que «moran en la calle de la Trapería» a que salieran al real de la
feria a vender sus mercancías, ya que «dicha calle de la Trapería es mucho a cerca del logar
do, se taze la feria». Disposición en respuesta a una queja de los traperos, que habían expuesto
los daños que podrían ocasionárseles por el fuego, agua y hurtos, lo cual indirectamente sería
también perjuicio para los obispos de Cartagena, a quienes Alfonso X había concedido los cen-
sos de dichas tiendas, y lo que explica su intervención. Solucionó Fernando IV los antepuestos
intereses al ordenar que la calle de la Trapería «asi como tiene fasta el mercado, sea acrecenta-
da al lugar do se faze la feria, e que los traperos e otros njenestrales e los moradores que son
e serán en esta calle sobredicha o otros qualesquier, vendan en tienpo de la feria en tiendas o
ante sus puertas los pannos e las otras mercancías que lovieren». (Torres Fontes, Privilegios de
FeTnando IV a Murcio, pág. 16).
LA REPOBLACIÓN MURCIANA SN EL SIOLO XIII 15
(13) Torres Fontes, Juan ; La cultura murciana en el reinado de Alfonso el Sabia, «Mvrge-
lana», 1960, XIV, 57-89.
18 J U A N T O R R E S F O N T E S
(14) Torres Fontes, J u a n : El obispado de Cartagena en el siglo J7//, passim. Vid, en gene-
ral, Torres Fontes, J u a n : Reparíimiento de Murcia, Madrid-Murcia, 1960.
(15) Sobre la familia Jofré de Loaysa, vid a García Martínez, Antonio: La Crónica de los
Reyes de Castilla, Murcia, 1961, págs. 14-58.
(16) Torres Fontes, Juan: Maestre Nicolás, médico alfonsi. «Mvrgetana», 1954, VI, 9-16.
(17) En Valencia, en noviembre de 1286 confirmaba Pedro III privilegio de 20-X-1276 a fa-
vor de Miguel de Aguilar, juglar, de franquicias que le habían sido otorgadas por Jaime I en Va-
lencia y Murcia (A. G. A., Reg. 38, fol. 61 v. Doc. 98 de la Colección diplomática de Jaime t).
LA REPOBLACIÓN MURCIAN I EN EL SIGLO XIII 19
Como quiera que sea, sí podemos apreciar cuál fue la idea de Alfonso
el Sabio y que presidió el Repartimiento murciano. El monarca castella-
no entendió que la mejor manera de engrandecer la ciudad, asegurar su
progreso y afincar a sus habitantes, era el conceder beneficiosos privile-
gios a sus vecinos, otorgarles cuantiosas heredades de tierra, proporcio-
narles casas y facilitarles suficientes medios de vida para arraigarlos de-
finitivamente. De esta forma consolidaba su labor de repoblación y ase-
guraba la permanencia de Murcia y su reino en su corona, haciendo
desaparecer la amenaza de nuevas sublevaciones de los mudejares o posi-
bles apetencias aragonesas.
Fueron muchos los privilegios, franquezas y exenciones concedidas a
los vecinos de Murcia, más que suficientes para decir a los conquistadores
y después a otros cristianos, a fijar de forma definitiva su vivienda en
Murcia; sumó a ello la concesión de beneficiosos heredamientos en las
fértiles tierras de su huerta, donde sin gran esfuerzo se obtenían produc-
tivos resultados o rentas suficientes para completar su economía familiar;
añadió después amplias perspectivas económicas para los comerciantes,
mercaderes y artesanos, con intención de decidirlos a establecerse en la
capital y que progresaran en el desarrollo de sus oficios, y a los que ayu-
dó con concesión de tierras, para que con sus rentas completaran sus in-
gresos. Todo ello estrechamente unido con las mínimas, pero forzosas,
obligaciones a cumplir por cada poblador, por los ya vecinos, y en espe-
cial su presencia ininterrumpida durante cinco años, con objeto de ase-
gurar la permanencia de la población y evitar el mayor peligro para su
obra: la despoblación. De aquí también la prohibición de venta de ca-
sas y heredades, porque, como manifestaba el propio monarca, «podien
venir algunos ornes con grandes averes e compraren muchos heredamien-
tos e fincarien en la cibdat poca gente».