Otra Intromision Que No Debio Permitirs

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“Otra intromisión que no debió permitirse”: la revista Cabildo frente a

la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a la Argentina


en 1979i.

Marcelo Borrelli

Argentina

Universidad de Buenos Aires

Nacido en la Ciudad de Buenos Aires. Es Doctor en Ciencias Sociales (Universidad de Buenos Aires -
UBA), Magíster en Comunicación y Cultura (UBA) y Licenciado en Ciencias de la Comunicación
(UBA). Es Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET). Es profesor de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias
Sociales (UBA) y ha integrado varios proyectos de investigación vinculados a la historia de la prensa
argentina. Es autor de los libros Voces y silencios. La prensa argentina y la dictadura militar (1976-1983)
(Eudeba, 2011) (coordinado junto a Jorge Saborido); “El diario de Massera”. Historia y política editorial
de Convicción: la prensa del “Proceso” (Koyatun, 2008) y El fundamentalismo islámico (coautor,
Dastin, 2006), así como de numerosos artículos en revistas y ponencias en jornadas sobre la historia de la
prensa argentina durante los años setenta.

[email protected]

Dirección postal: Neuquén 2736, Ciudad de Buenos Aires, Código Postal 1406

EDICIÓN No. 84 LOS USOS Y LAS PRÁCTICAS DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL ENERO – JUNIO 2012.
1 AÑO DE PUBLICACIÓN 2012.
Florencia Lanfranco

Argentina

Universidad de Buenos Aires

Nacida en la Ciudad de Buenos Aires. Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social por la


Universidad de Buenos Aires.

[email protected]

Resumen

Este artículo plantea el análisis del pensamiento editorial de la revista Cabildo, vinculada al
nacionalismo católico argentino, frente a la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH) a la Argentina en septiembre de 1979 durante el gobierno de la dictadura militar autodenominado
“Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983). Esta visita de la Comisión dependiente de la
Organización de Estados Americanos (OEA) fue clave para la difusión internacional de las masivas
violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura en el marco del sistema represivo
denominado como terrorismo de Estado. La revista Cabildo, al igual que otros sectores sociales de la vida
nacional, fue un opositor tenaz a la visita basado en posiciones políticas e ideológicas particulares que se
analizarán.

Para una comprensión integral de su posición, se revisarán también algunos elementos históricos
relevantes de la época, así como el contexto comunicacional en el cual la prensa desarrolló su labor.

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Abstract

This article presents the analysis of the magazine Cabildo, linked to the Argentine Catholic nationalism,
in relation to the visit of the Inter-American Commission on Human Rights (IACHR) to Argentina in
September 1979 during the military dictatorship government itself "National Reorganization Process"
(1976-1983). This visit by the commission under the Organization of American States (OAS) was key to
the international spread of the massive human rights violations committed by the dictatorship under the
repressive system known as state terrorism. The magazine Cabildo, like other social sectors of national
life, was a tenacious opponent of the visit based on particular political and ideological positions that will
be discussed.

For a comprehensive understanding of their position, we review some relevant historical elements of the
time, as well as the communicative context in which the press developed his work.

Palabras clave: nacionalismo católico, revista Cabildo, prensa argentina, prensa católica argentina,
derechos humanos, dictadura militar argentina, terrorismo de Estado.

Origen del artículo: el trabajo fue fruto de la tesis de licenciatura en Ciencias de la Comunicación
(UBA) de Florencia Lanfranco (defendida en 2011), dirigida por Jorge Saborido y Marcelo Borrelli.

1.Introducción
En este artículo analizaremos la posición editorial de la revista católica Cabildo frente a la visita
de la CIDH durante su estadía en el país del 6 al 20 de septiembre de 1979 para recabar denuncias e
información sobre las violaciones a los derechos humanos que se presumía en ese momento habían sido
cometidas por el Estado argentino. La invitación del gobierno militar argentino a la Comisión tuvo como
intención mejorar su imagen a nivel internacional, muy relevante para mantener el apoyo financiero para
sus iniciativas económicas; sin embargo, el trabajo de la CIDH obligó al gobierno a dar ciertas
explicaciones sobre lo ocurrido durante la represión ilegal e instaló el tema en la esfera pública luego de
años de desinformación y ocultamiento deliberado con respecto a lo ocurrido. Por otra parte, la visita
galvanizó las posiciones en defensa de lo actuado por las Fuerzas Armadas por parte de diversos sectores
de la sociedad civil argentina que habían apoyado el “retorno del orden” luego del golpe militar del 24 de
marzo de 1976. Justamente, Cabildo se situará en ese abanico de objetores de la visita y defensores de lo

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que el gobierno militar denominaba como “lucha antisubversiva”, aunque con argumentos distintivos y
desde una posición de distanciamiento de lo que consideraba como un sector “moderado” dentro de las
propias Fuerzas Armadas en el poder.

El trabajo se inscribe en su aspecto teórico y metodológico dentro de la tradición de análisis


crítico del discurso (Van Dijk, 1990), entendida en amplio sentido como una sociosemiótica que se
orienta a analizar las prácticas sociales de producción y reconocimiento de significados en una comunidad
determinada, y “las estrategias de manipulación, legitimación, creación de consenso y otros mecanismos
discursivos que influyen en el pensamiento de las personas, a través de los medios” (Kornblit, 2004, p.
118). En este caso se trabajará en el ámbito de la producción discursiva, más específicamente sobre la
sección editorial de la revista donde se sistematiza explícitamente la posición institucional y la línea
política e ideológica de todo medio de comunicación (Borrat, 1989, p. 33)

2. La comunicación masiva durante la dictadura militar: el caso de la prensa

Antes de analizar el caso de Cabildo en particular, realizaremos un breve panorama del contexto
de la comunicación masiva durante la dictadura militar argentina (1976-1983), enfatizando en las
condiciones en las que la prensa realizó su labor.

En 1976 se publicaban en la Argentina 297 diarios, 765 periódicos y 960 semanarios, además de
250 publicaciones en idiomas diversos (Postolski y Marino, 2005: 166). Los lectores más avezados leían
dos periódicos, y también más en casos particulares. Además existía una pluralidad de publicaciones
vinculadas a partidos u organizaciones políticas. La clase media exhibía hábitos de lectura consolidados;
en sus hogares se leía al menos un diario y una o dos revistas. Argentina era el país de América -luego de
Estados Unidos y Canadá- que más había desarrollado sus medios masivos de comunicación (Ford y
Rivera, 1987). En 1976 los diarios más importantes de alcance nacional se editaban en la Capital Federal:
La Nación, La Prensa, Clarín, Crónica, La Razón y La Opinión. También la oferta de revistas era
amplia: una veintena superaba la tirada de 50 mil ejemplares. Los magazines de espectáculos y actualidad
llevaban la delantera, pero las revistas políticas tenían sus fieles lectores, destacándose Panorama, Somos,
Redacción, Confirmado y Primera Plana. En el ámbito de la prensa católica, se destacaban Cabildo,
Criterio, Familia Cristiana y Esquiú Colorii.

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Durante los años 1976-1983 en el que gobernaron las Fuerzas armadas la crisis económica
general que caracterizó el periodo afectó directamente a la circulación y venta de los diarios y las revistas.
La inflación y la crisis de los sectores medios redundaron en la baja del poder adquisitivo de los
consumidores y la consecuente disminución de las ventas y la circulación (directamente asociada a los
niveles de desarrollo socioeconómico y educativo de la población). La uniformidad de contenidos por la
censura y la autocensura también desalentó la compra de segundos diarios (Postolski y Marino, 2005:
166). Y según un estudio de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA), el número de
compradores de diarios de Buenos Aires pasó de casi dos millones en 1970 a un millón en 1980 (cit. por
Getino, 1995). Una reducción similar ocurrió con las revistas (Varela, 2001: 52; Postolski y Marino,
2005: 166).

El contexto de la producción discursiva de los medios escritos estuvo signado por las vicisitudes
políticas. El incremento de la violencia política luego de la muerte del entonces presidente Juan Domingo
Perón en julio de 1974 había transformado el ejercicio del periodismo en una profesión en asedio
permanente. Ya su breve y tercer gobierno (1973-1974) había generalizado una serie de procedimientos
autoritarios en el campo cultural que afectó la producción en este ámbito; en tanto los periodistas y los
medios de prensa se encontraban bajo la presión directa de las bandas parapoliciales de derecha, de las
organizaciones político-armadas de izquierda y también de la propia administración peronista. En ese
tiempo fueron asesinados conocidos periodistas, mientras que otros sufrieron intimidaciones u atentados.
Muchos decidieron marchar al exilio. Por su parte, las empresas editoras de periódicos sufrieron
reiteradas “advertencias”, amenazas y atentados.

En esta línea, el gobierno de María Estela Martínez de Perón -más conocida como Isabel- que
sucedió al de su esposo Perón profundizó políticas que reprimieron el ejercicio de la libertad de prensa.
La nueva mandataria determinó la clausura de diarios, impulsó medidas de asfixia económica a través de
la quita de la publicidad oficial o la política sobre importación del papel, entre otras regulaciones
palmariamente restrictivas para la prensa. También hubo agresiones verbales, protagonizadas por la
presidenta y otros funcionarios de gobierno, que catalogaron a la acción de la prensa como “terrorismo
periodístico” y “guerrilla periodística”.

Luego del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 que derrocó a la mandataria, el gobierno
militar refrendó una política restrictiva y autoritaria para el ejercicio de la libertad de prensa,
profundizando el sesgo de los años 1974 y 1975, pero en el marco nuevo de la supresión de las garantías
constitucionales y bajo una etapa cualitativamente diferente en la lógica de la exclusión que prevalecía en
la política nacional, signada ahora por los efectos criminales del terrorismo de Estado. En efecto, la

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dictadura militar, en el marco de su plan represivo, fue responsable de la desaparición forzada, asesinato y
encarcelamiento de periodistas, la confección de “listas negras”, una política de censura previa, la
intervención o clausura de publicaciones y la creación de un marco de férrea autocensura, entre otras
características (Saborido y Borrelli, 2011).

De todas maneras en este nuevo escenario se abren dos grandes momentos culturales y políticos
para analizar la labor de la prensa y de los medios masivos en general: una primera etapa que puede
sintetizarse como de represión, persecución y censura/autocensura (1976-1980); y una segunda etapa a
partir de la década del „80 que se caracteriza por el quiebre del discurso dictatorial y el paulatino
debilitamiento del aparato represivo, habilitándose instancias de crítica que serán aún más frontales luego
de la derrota argentina en la guerra de Malvinas, en junio de 1982 (Varela, 2001).

Una de las características destacables de la comunicación masiva de la época fue que el gobierno
militar se caracterizó por difundir un mensaje homogéneo a la población en el que se resaltaron los
valores propios de una sociedad “occidental y cristiana” en contraposición de lo que se presentaba como
un modelo social “marxista” de inspiración foránea (Avellaneda, 1986: 17). Desde un comienzo se exaltó
el discurso de la “cultura nacional” caracterizado por tres conceptos subordinados a la moral: la identidad
sexual, que definió a la familia como su prototipo; la defensa de la religión y la seguridad pública o
interés de la Nación; y la definición de un “estilo de vida argentino” que supuso su identificación con el
modelo “occidental y cristiano” en oposición al materialismo marxista. En este contexto, la universidad,
la escuela, el teatro, el cine, los medios de comunicación, la pintura, la música, fueron considerados
“campos de batalla” donde el “enemigo” podía actuar subrepticiamente a través de la “infiltración
ideológica”.

Muchos medios de comunicación reprodujeron esta lógica binaria y maniquea, al menos en una
primera etapa, la de mayor legitimidad del gobierno militar. Por su parte, Cabildo, como fiel
representante del nacionalismo católico, tuvo un rol importante ante sus lectores como difusor de estas
antinomias, aunque no por ello fue una voz complaciente con el gobierno militar, sino que desde un
principio se ubicó como un duro juez que evaluó al gobierno para que no se apartara de este camino
“occidental y cristiano” y profundizara en las políticas que fortalecieran lo que se concebía como la
“nación católica”.

En lo que respecta al marco que regulaba el accionar de la prensa, el mismo 24 de marzo su labor
quedó regida bajo el Comunicado nº 19 de la Junta Militar que gobernaba formalmente el país, que en los
hechos suprimía la libertad de prensa al reprimir con la cárcel a quien difundiera actividades
“subversivas” o desprestigiara a las Fuerzas Armadas o de Seguridad. Y, en abril de 1976, la Secretaría

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de Prensa y Difusión emitió otro comunicado a los medios prohibiendo difundir información sobre
muertes de “subversivos”, aparición de cadáveres o desaparición de personas, a solo que lo informara una
fuente oficial. A la omnipresencia del terrorismo de Estado como método disciplinador se sumaron otros
mecanismos coercitivos como comunicados, memorandums, recomendaciones informales y “listas
negras” que conformaron una forma particular de censura, amplia pero difusa (Avellaneda, 1986). Junto
con ello cabe resaltar que el régimen también utilizó con motivo ejemplificador el andamiaje legal censor
heredado de la etapa constitucional, como la Ley Nº 20.840 de “Seguridad Nacional” o “antisubversiva”
de septiembre de 1974, que incorporaba la imposición de prisión de tres a ocho años a quien preconizara
por cualquier medio “alterar o suprimir el orden institucional y la paz social de la Nación”; o el Decreto
Nº 1.273 de 1975 sobre Agencias Noticiosas que prohibía a los medios de comunicación nacionales o
extranjeros la difusión de noticias referidas al país que hubieran sido suministradas por agencias
noticiosas extranjeras (a mediados de 1978 fue derogado por la dictadura en un sobreactuado gesto de
moderación).

El sistema de censura previa se volvió rápidamente impracticable para la dictadura, que apuntaría
principalmente al funcionamiento de la autocensura. En eso colaboraría el hecho de que en la Argentina
no existiera una oficina de censura centralizada, con ciertas prácticas regulares e institucionalizadas, sino
que las prácticas censoras parecían “estar en todas partes y en ninguna”, aplicadas también por diferentes
estamentos del Estado que muchas veces se contradecían entre sí, lo cual profundizaba la autocensura
(Avellaneda, 1986: 14). Consecuentemente, en los primeros años los medios privados respetaron los
límites impuestos por el nuevo gobierno militar. En un principio, los temas “sensibles” que debían
controlarse fueron las informaciones sobre la “lucha antisubversiva” (léase: desapariciones forzadas,
secuestros, asesinatos, aparición de cadáveres), las denuncias internacionales sobre la violación a los
derechos humanos, el accionar de las organizaciones guerrilleras y las disputas de poder hacia dentro del
régimen.

Sin embargo, aquí es preciso destacar que, pese a su práctica censora, para el gobierno militar la
actividad periodística no debía silenciarse totalmente. Por el contrario, se toleraba una prensa “moderada”
y “tibia”, que juzgara con un estilo mesurado al propio gobierno y que informara sobre ciertas
especulaciones y trascendidos vinculados al reducido ámbito de la política. En efecto, al menos para un
sector de las Fuerzas Armadas debía combatirse la imagen de las tradicionales dictaduras
latinoamericanas caracterizadas por un autoritarismo cerril. En definitiva, la faceta pública o “diurna” del
régimen buscaba una prensa que se posicionara en el “justo medio” y que se moviera dentro de ciertos
“límites del disenso”. En los primeros años del terrorismo de Estado esto fue funcional para hacer más
inverosímiles los rumores sobre las desapariciones, las torturas, los asesinatos, los centros clandestinos de

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detención y los grupos de tareas; versiones que sotto vocce recorrían el cuerpo social y que muy pocos
desconocían -al menos parcialmente-, aunque no eran proclives a aceptarlo.

En este punto, es necesario destacar que la fragmentación interna y las disputas inter e intra
Fuerzas Armadas que se sucedieron durante todo el periodo dictatorial dieron pábulo a que diferentes
sectores de la sociedad civil pudieran criticar más o menos abiertamente ciertas políticas del gobierno, o a
ciertos funcionarios. El ejemplo paradigmático fueron las objeciones hacia la gestión económica
encabezada por José Alfredo Martínez de Hoz, cuyos planes eran resistidos desde un sector importante de
las fuerzas castrenses, lo cual permitía que crecieran sin mayores problemas las voces disidentes. Por lo
tanto, pese al contexto dictatorial, existió una esfera de opinión pública reducida y controlada, pero lo
suficientemente dinámica como para ir evaluando críticamente al “Proceso” a medida que su derrotero fue
cada vez más errático.

En resumen, el espacio de la comunicación masiva se convirtió en un ámbito signado por


prácticas oscilantes entre la colaboración y el apoyo al gobierno dictatorial a través de la apología, la
omisión informativa y la autocensura sistemática; y en mucha menor medida y en casos muy puntuales,
por una serie de prácticas y estrategias diversas de quienes intentaron restar consenso a través de
pequeñas operaciones críticas o de denuncias abiertas, con mayor recurrencia a partir de la década del „80.

3.Cabildo: orígenes y línea editorial

Cabildo publicó su primer número en formato revista el 17 de mayo de 1973 bajo la dirección de
Ricardo Curutchetiii. Desde ese momento se posicionará como cabal expresión del nacionalismo católico
en Argentina. Luego de ser clausurado en tres oportunidades por el gobierno peronista de Isabel Perón
(1974-1976), reapareció en agosto de 1976 con el lema “Por la Nación contra el Caos”, enumerando su
ejemplar con el 1 y señalando que se trataba de una “segunda época”.

En el periodo que se extendió la dictadura militar (1976-1983) fue de publicación mensual,


aunque en varias ocasiones un número abarcó dos meses. Estaba compuesta por 36 páginas donde se
destacaban su editorial en la primera página seguido de una extensa “crónica nacional” donde comentaba
temas de actualidad y secciones fijas dedicadas a la economía local, política exterior, religión, asuntos
internacionales, avisos culturales y castrenses, un espacio fijo dedicado al comentario de libros de
actualidad y un espacio que variaba de acuerdo a cuestiones coyunturales. En esta etapa su tiraje

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promedio llegó a ser de 5000 ejemplares vendidos y Curutchet se mantuvo en la dirección. Sus lectores
pertenecían a ámbitos vinculados al mundo católico, sectores dirigentes y militares.

Los pilares del pensamiento de Cabildo pueden ser definidos como una “teología política”, es
decir como un intento de legitimar una determinada praxis política a partir de una doctrina religiosa
(Saborido, 2011, p. 189). Sus concepciones se enraizaban en el nacionalismo católico que, si bien careció
de una presencia masiva en el conjunto de la sociedad argentina, ejerció una fuerte influencia sobre
determinados sectores de poder -fundamentalmente los militares– en ciertos momentos históricos. Desde
fines del siglo XIX, ante la hegemonía política y cultural de la elite liberal y positivista, se fueron
formando corrientes de pensamiento nacionalistas que reivindicaron las raíces hispánicas en la
conformación identitaria de la Argentina. En la década de 1920 el nacionalismo se fue consolidando, y en
paralelo a ese proceso fue vigorizándose una corriente de pensamiento que demandaba recuperar para el
catolicismo el lugar predominante que había tenido tradicionalmente en el país. Al calor de estas ideas, y
con el apoyo de la Iglesia Católica argentina, se forjó un modelo alternativo al liberal que propuso
reconstruir la “nación católica”; es decir, considerar a la religión católica como el elemento fundante de la
identidad nacional. Una visión antiliberal y antidemocrática de la que Cabildo será un pertinaz defensor.

En forma muy resumida reseñaremos las principales coordenadas ideológicas de Cabildo: a)


reivindicación de la Edad Media como etapa de plenitud alcanzada por el hombre y crítica a la
Modernidad en tanto periodo de autonomía de la razón y el hombre que rompe la ligazón “natural” de éste
con Dios y lo desvía de su senda moral; b) crítica al liberalismo y la democracia como reflejos de la
decadencia de la civilización occidental y exaltación de la dictadura encarnada en una personalidad
central junto a un equipo de hombres; c) defensa de la hispanidad como elemento constitutivo de la
nación argentina en tanto sostén espiritual de la fe católica, y d) visión conspirativa de la historia
contemporánea con base en la alianza “judeo-marxista”, entre sus principales características (Saborido,
2011).

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4. Cabildo y el “Proceso”

En los primeros meses luego del golpe militar Cabildo expresó su enfático apoyo a la asonada del
24 marzo, momento en el cual para la revista el Estado había recuperado “la dignidad y la Nación su
honor” (Cabildo, 9/1976, nº 2). Pero junto al apoyo se demandaba que los militares no realizaran una
mera labor reorganizadora para luego encauzar la Nación hacia la democracia, sino que finalmente se
acometiera la tarea de refundación nacional hacia un “orden nuevo” que desterrara para siempre la
democracia e instalara definitivamente las bases de la “nación católica”. En esa línea es que sus
editoriales justificaron las violaciones a los derechos humanos en tanto la Nación se encontraba en estado
de “guerra interna”, además de rechazar la defensa misma de los derechos humanos “por intrínsecamente
subversiva y por basarse en una ideologización condenable” (Cabildo 4/1977, nº 7).

Pero al poco andar de la dictadura militar comenzaron a manifestarse las diferencias.


Principalmente, porque los hombres de Cabildo observaban que las definiciones políticas e ideológicas
del gobierno eran demasiado ambiguas en virtud de la concepción dogmática de la revista, y es en este
sentido que Cabildo se posicionará como un verdadero actor político para influenciar al gobierno militar
para que adoptara el credo nacional-católicoiv. Las distancias se hicieron más amplias a partir que diversos
jerarcas militares, entre ellos el general y presidente Jorge Videla, declararon que uno de los objetivos del
“Proceso” era arribar a una democracia “madura” y “moderna”. Y aún en el tema “derechos humanos”
Cabildo manifestó sus diferencias con el gobierno de Videla cuando éste realizara gestiones
internacionales para mejorar la imagen del país en el exterior (como cuando se reunió públicamente con el
presidente estadounidense James Carter en septiembre de 1977). Además, la revista cuestionaba el hecho
que la “lucha antisubversiva” contra las organizaciones político-armadas del peronismo revolucionario y
de la izquierda trotskista solo había estado acotada al plano militar, cuando en realidad de lo que se
trataba era de eliminar las “ideas subversivas” y de ganar la batalla por las conciencias en el terreno
espiritual e ideológico-cultural. También la revista objetó la dirección económica impuesta por el ministro
de Economía José Martínez de Hoz durante el periodo 1976-1981 de raíces liberales, de sobrevaloración
del sistema financiero, pro mercado y, para la revista, sustentada en el capital extranjero; política que a la
vez consideró un fracaso, como lo atestiguaba el titular de tapa de marzo de 1978: “Economía: un
mandato de las FF.AA. no cumplido” (Cabildo, 3/1978, nº 14.). Por último, la recuperación de las Islas
Malvinas por las Fuerzas Armadas el 2 de abril de 1982 fue apoyada de manera incondicional por la
revista, pero en cuanto las acciones militares en la guerra contra Gran Bretaña fueron marcando la derrota
argentina acaecida el 14 de junio de ese año Cabildo se distanció definitivamente del “Proceso”,
señalando su ineficacia y la “traición” de las cúpulas militares al no cumplir con sus obligaciones ante la
“Patria” en la batalla.

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5.La visita de la CIDH

A partir de 1977, Estados Unidos -presidido por el demócrata Carter desde enero de ese año-, la
Organización de las Naciones Unidas y varios países europeos impulsaron una campaña internacional
para investigar las violaciones a los derechos humanos del gobierno militar en Argentinav. Frente a la
creciente presión internacional y la toma de conciencia sobre que había que mejorar la imagen del país en
ese tema el gobierno de las tres Fuerzas Armadas presidido por Videla invitó a mediados de 1978 a la
Comisión de Derechos Humanos de la OEA para que visitara el país en septiembre de 1979. La Comisión
tendría como objetivos primordiales recabar las denuncias sobre “posibles” violaciones a los derechos
humanos que tuvieran como sospechoso al Estado argentino y toda aquella información pertinente para
aclararlasvi.

Videla y el ala más “política” del Ejército pensaban que la visita de la CIDH podría mejorar la
imagen del país en el exterior, frenar al sector denominado “duro” del Ejército -directamente vinculado
con la represión ilegal y contrario a negociar una rápida salida política del “Proceso”- y aplacar la
creciente tarea de los organismos de derechos humanos dentro del país (Novaro y Palermo, 2003, p. 279).
Complementariamente a la invitación, el régimen puso en marcha una estrategia publicitaria para
desmentir las sospechas sobre violaciones a los derechos humanos, mientras sus apoyaturas civiles -
cámaras empresarias, grandes medios de comunicación, la Iglesia Católica, políticos conservadores y
otros sectores no orgánicos- argumentaron que la visita de la CIDH no era más que una “intromisión”
inaceptable en los asuntos internos del país.

Hacia mediados de 1979 la represión ilegal ya había cobrado su mayor cantidad de víctimas y la
maquinaria represiva estaba desarticulándose. De hecho, el arribo de la comisión al país coincidió con una
estrategia gubernamental de mostrar una “flexibilización” pública del marco represivo.

Para los medios de comunicación la visita de la CIDH marcaría un punto de inflexión en relación
a su política de autocensura con respecto a todo lo actuado en la “lucha antisubversiva” y su negación a
brindar espacio a las denuncias de familiares sobre las desapariciones (Novaro y Palermo, 2003: 305).
Esta mayor “visibilidad” tuvo una primera expresión paradigmática en la publicación de las fotos donde
miles de familiares de desaparecidos hacían cola frente al edificio céntrico de la OEA en Buenos Aires
para dejarle su denuncia a la Comisión y transmitirle información sobre el accionar represivo y
clandestino del estado. Aunque la prensa no le dio la oportunidad de hablar a estos familiares, la
publicación de las fotografías funcionaba, para una sociedad que aún negaba los alcances de la represión,
como una especie de prueba de la desaparición: sus cuerpos colmando las veredas céntricas daban cuenta

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prematura del exterminio que se había consumado. En definitiva, la visita de la Comisión daría lugar a
una importante presencia en la opinión pública, y en particular en los medios de prensa, sobre la cuestión
de la violación de los derechos humanos.

Paralelamente a la invitación, el régimen puso en marcha su aparato publicitario y concibió una


de las frases más cínicas y efectistas con las que se recuerda al “Proceso”: “Los argentinos somos
derechos y humanos”, que aparecía en miríadas de calcomanías que se invitaba a exhibir en público a la
población. A través de esta “contracampaña” (Novaro y Palermo, 2003: 304-5), difundida también por los
apoyos civiles del “Proceso”, -cámaras empresarias, grandes medios, Iglesia Católica, políticos
conservadores y otros sectores no orgánicos- se intentó mostrar la falsedad de las denuncias que pesaban
sobre el país, así como también mostrar a la visita de la CIDH como una “inspección” e intromisión
inaceptable en los asuntos internos del país. Como se analizará, el caso de la revista Cabildo debe
ubicarse en esta línea de opinión.

6.Cabildo ante la visita de la CIDH

Meses antes de la visita de la Comisión en septiembre de 1979, la revista hizo una alusión menor
pero que ya preanunciaba su posicionamiento posterior. En abril de ese año Cabildo cerraba una crónica
sobre temas de actualidad mencionando el cercano arribo a “nuestras playas de un grupo de curiosos que
constituye la Comisión de Derechos Humanos de la OEA” (Cabildo, 4/1979, n° 23). La utilización
irónica de la palabra “curiosos” guardaba un uso despectivo y que menospreciaba la tarea que llevaría
adelante la Comisión, así como ya demostraba la molestia de los hombres de Cabildo frente a su pronto
arribo.

Pero el núcleo de su pensamiento se expresará en el número 27 de septiembre de 1979,


coincidente con la llegada de la Comisión al país. Allí Cabildo dedicaba toda su portada al tema con una
foto del Canciller argentino Carlos Washington Pastor que ocupaba toda la página, junto con un título en
la parte inferior que no daba lugar a ambigüedades: “Comisión de Derechos Humanos: OTRA
INTROMISION QUE NO DEBIÓ PERMITIRSE”. Además de la tapa, Cabildo le dedicó un editorial al
tema, una referencia en su sección sobre actualidad nacional y una nota para explicar el motivo del arribo
de la CIDH (donde lo vinculaba a una estrategia marxista), lo cual demuestra una importante presencia en
sus páginas que, en función de su editorialización opositora, permite observar que el tema era sensible
para estos sectores que apoyaron la represión estatal.

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El lenguaje que utilizó Cabildo en su editorial para caracterizar la tarea de la Comisión fue
irónico y su contenido tendió a desprestigiar su rol. Tal fue así que en ningún párrafo mencionó el motivo
del arribo de la CIDH (Cabildo, 9/1979, n° 27). Tampoco detalló información sobre quiénes eran las
personas que la integraban, qué tareas realizarían, con quiénes se entrevistarían, o qué lugares visitarían.
Sin vacilaciones, Cabildo describió que al momento que la Comisión pisara tierra argentina sería un “día
de vergüenza nacional” (Ibidem), revalidando su postura de defensa cerrada de la represión implementada
por el gobierno militar para poner fin a lo que denominaba la “guerrilla subversiva”: “si hay algo, en este
último cuarto de siglo, de lo que los argentinos podemos estar orgullosos, es exactamente de la lucha
entablada para enfrentar y derrotar a la guerrilla”, sentenciaba (Ibidem).

Esta elección que tomó Cabildo implicó no referirse a las violaciones a los derechos humanos
acontecidas en el país durante ese período sino, por el contrario, a concentrarse en el “valor” y el
“compromiso” de las Fuerzas Armadas de “asumir la responsabilidad de enfrentar en una guerra completa
a la subversión y a la violencia” (Ibidem). Habían sido las fuerzas castrenses argentinas quienes “hablaron
en nombre de la Nación” y “por eso todo el país las acompañó en esa toma de posiciones” (Ibidem).
Argumento que, como lo hacían los propios militares, intentaba ampliar la responsabilidad de la represión
hacia toda la sociedad argentina. En su último párrafo, Cabildo era elocuente:

Carter es un pequeño bandido, su política de derechos humanos es una burda pero eficaz
técnica (…) los Derechos Humanos, última ética de un mundo sin ética, no se invocan sino para
proteger al guerrillero, el más amoral de los hombres. Hoy a la vista de esa delegación de
pontífices y de catones que hurgarán en nuestros archivos, que juzgarán de nuestra justicia, que
examinarán nuestras cárceles y que dictaminarán sobre nuestros muertos, solo podemos afirmar
que la Argentina ha destruido su bello gesto, su hermosa política: la de pensar soberanamente su
propia batalla y su propia solución (Ibidem).

La referencia implícita al nosotros inclusivo “argentinos” apelaba a lo que Verón (1987, p. 18)
denomina como entidades meta-colectivos singulares que construyen un sentido de pertenencia para
definir un “nosotros” a diferencia de un “ellos”, que en este caso estaría encarnado por quienes atentaban
contra la soberanía nacional: la CIDH, por elevación la OEA y, principalmente, Estados Unidos (quien
formaba y forma parte del organismo internacional con un peso decisivo). Esta argumentación con
reminiscencias “antiimperialistas” era muy común de encontrar en las corrientes políticas argentinas de

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diferente extracción, desde la derecha a la izquierda política, y tenían amplia legitimidad en la sociedad
civil.

Por otra parte, es destacable señalar cómo en este editorial Cabildo colocaba a la llegada de la
CIDH como un efecto de la “defección” del gobierno militar, vinculado al fracaso de la plena restauración
de los valores católicos en la Argentina y la reedición de una indeseable apertura democrática en el futuro
cercano del país:

(…) todo hace prever que el proceso culminará en un honesto y aséptico centro, aquél
donde será pensado para que florezca la democracia, débil, indefensa y suicida, que caerá como
madura y podrida en la boca de la guerrilla, que por supuesto, nunca dejó de acechar (Ibidem).

En este mismo número la revista publicó una crónica sin firma con el llamativo título “Nadando
de la Nadería a la Nada”, donde señalaba la falta de decisión propia del gobierno militar en ciertos temas
internos y externos que estaban afectando a la sociedad argentina. Entre ellos citaba la cuestión de la
CIDH, asegurando que su arribo podía compararse con “un ejército de enemigos que puede invadir la
Nación sin ruido de armas” (Cabildo, 9/1979, n° 27), lo que era completado con una desembozada
manifestación contra la convocatoria de familiares de desaparecidos para hacer llegar su denuncia a la
CIDH -en la sede del organismo internacional en la Capital Federal-, que directamente era definida como
“una manifestación del zurdaje” a la que si el gobierno militar “se lo permite, bien; si los muele a palos,
mejor” (Ibidem)vii.

En este mismo número la revista dedicó una página entera a la visita con el título: “La CIDH:
Estrategia Marxista”. En la parte superior derecha colocó, casi al lado del título, una foto de Edmundo
Vargas Carreño, quien era en ese momento Secretario ejecutivo de dicha Comisión. En el texto explicaba
que la CIDH

(…) no es otra cosa más que un instrumento del Poder Mundial Revolucionario; y esto
queda demostrado por su origen, conformación, actuación, bases filosófico-jurídicas y las
entidades locales e internacionales que le brindan su apoyo (Cabildo, 9/1979, n° 27).

Allí aleccionaba que desde EE.UU “hay una estrategia judeo-marxista que se inició bajo la
conducción de Carter. Es una estrategia en la que el tema de los derechos humanos hace de núcleo y
motor (…)”. Ante ello sentenciaba que:

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(…) el país va camino de afiliarse al nuevo humanitarismo de Carter y las Naciones
Unidas, donde no hay lugar para el sentido ni para el espíritu nacional; un humanitarismo de
signo izquierdista y universalista, donde se exalta al hombre y se olvidan los derechos de Dios
(Ibidem).

Para demostrar cómo la CIDH formaba parte de esa estrategia marxista, que era acompañada por
el gobierno estadounidense, informaba que:

(…) esta Comisión-colateral de la OEA, creada en 1959 tiene como objetivo explícito
“promover el respeto de los derechos humanos” (…) Y bien, el contenido de este documento,
idéntico en su espíritu y en su letra a la Declaración Universal aprobada por la ONU, el 10-12-
1948 es la más acabada síntesis del pensamiento filosófico-jurídico marxista (…) Basta acercarse
a la nómina de los colaboradores que redactaron semejante declaración de „derechos‟. Allí
aparecen representantes soviéticos tales como: Jacobo Lomakin, Lev Sychrava (…) (Ibidem).

Luego de esta información la revista nombraba por primera vez a cada integrante de la Comisión
y los describía brevemente resaltando que “poco sabemos de ellos” (Ibidem). Será finalmente en esta nota
donde Cabildo informe por única vez, y con un tono por demás despectivo, lo que harían en su parecer los
enviados de la OEA en su visita a la Argentina: “Ellos irán a entrevistar a Isabelita, a Cámpora y a los
asesinos de los militares (hombres de bien) quienes nada tendrán para decir o en todo caso pueden
contarles sobre la „subversión‟ que existió y existe en nuestro país” (Ibidem)viii.

Al mes siguiente, en el número 28, Cabildo reafirmaba su posición al anunciar en la parte


superior derecha de su tapa: “CIDH: Instrumento del gobierno mundial” (Cabildo, 10/1979, nº 28).
Dentro de una nota sobre actualidad nacional dedicaba un apartado especial a la reciente partida de la
CIDH de Buenos Aires. En esas líneas la revista distinguía favorablemente a aquellas figuras públicas que
habían optado por oponerse a la visita de la Comisión por sobre quienes le habían brindado sus
testimonios. En ese sentido destacaba las declaraciones de los generales “duros” Guillermo Suárez Mason
y Luciano Benjamín Menéndez, acérrimos opositores a la invitación del gobierno a la Comisión; en efecto
Menéndez había declarado que “solo había recibido a la CIDH por orden superior y que había quedado
dolorido al tener que hablar con extranjeros de temas argentinos” (Ibidem). La elección de estos
testimonios no era azarosa, sino que formaba parte de la posición crítica que Cabildo exhibía frente al
presidente Videla por considerarlo un “moderado” frente a las presiones externas sobre derechos humanos
y el máximo exponente del extravío refundacional del “Proceso”, entre otros motivos porque se lo
acusaba de ser el precursor de algún tipo de apertura democrática y el principal sustento de la política
económica de Martínez de Hoz. De allí su desprecio evidente cuando asegurara que habría que esperar

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luego de la partida de la CIDH “el capcioso informe de los invitados del Presidente Videla y su canciller
Pastor” (Ibidem).

6.Conclusiones

A modo de síntesis, corresponde decir que Cabildo le otorgó una cobertura relevante a la visita y
a la labor de la CIDH durante su estadía en el país. Pero vista en su integridad esa cobertura informativa
apuntó a desacreditar, deslegitimar y disolver el efecto político que la visita implicaba para el relato del
régimen militar en torno a su defensa de lo actuado en la “lucha antisubversiva”.

Veamos cuáles fueron las modalidades argumentativas y de presentación noticiosa con que la
revista expresó su estrategia de contraposición con respecto a la visita y el trabajo de la CIDH:

a) La ausencia de las voces opositoras al gobierno militar, ya sea de parte de los familiares de
desaparecidos, de los organismos defensores de derechos humanos o de otros referentes opositores. Como
es sabida, la ausencia de estos testimonios fue una constante en los diarios y revistas durante los primeros
años dictatoriales (Borrelli, 2008: 93). Como era lógico en relación a su línea editorial, no hubo espacio
en la revista para estos sectores y, cuando se hizo mención a ellos, fue con afán estigmatizador.

b) En contraposición a estas ausencias se observó la presencia de declaraciones militares que


objetaron la visita de la CIDH reivindicando al gobierno militar por su desempeño en la “lucha contra la
subversión”. El argumento que enhebraba tales testimonios era que el gobierno había actuado en
beneficio de la Nación y por demanda de la sociedad argentina para restaurar el orden público.

c) La desacreditación del origen, la composición y el objetivo de la CIDH, con un estilo irónico y


despectivo.

d) La defensa en términos históricos de la “lucha antisubversiva” encarada por las Fuerzas


Armadas y la justificación de la represión como método para resolver los conflictos políticos internos del
país.

e) La defensa de la “soberanía nacional” y la denuncia de la “intromisión extranjera” en temas


internos, con eje en que la política de derechos humanos impulsada por Estados Unidos era parte de una
estrategia “judeo-marxista” que incluía a la labor de la OEA y de la CIDH.

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Los argumentos con que defendió su credo nacional-católico fueron ostentados desde una
concepción rígidamente maniquea y radicalizada, formato que si bien distinguió al discurso de Cabildo,
fue parte también del contexto de extrema polarización política e ideológica que caracterizó a la
Argentina de esos años.

7.Referencias Bibliográficas

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Verón, E. (1987). “La palabra adversativa. Observaciones sobre la enunciación política”, en
AA.VV., El discurso político. Lenguajes y acontecimientos. Buenos Aires, Hachette.

i
Los autores desean agradecer el apoyo del Proyecto UBACyT 2011-2014 (20020100100608) y el primer autor el
apoyo del CONICET-Argentina.
ii
En relación a las emisoras de TV, las más importantes estaban en manos del Estado y su conducción fue repartida
entre las tres Fuerzas Armadas. Algo similar ocurrió con las radios. Las emisoras fueron manejadas
discrecionalmente por los interventores militares, bordeando permanentemente la corrupción administrativa,
limitándose a ejercer una fuerte censura sobre noticieros y programas periodísticos (Muraro, 1987: 22-3).
iii
La revista recogía una tradición de periodismo nacionalista que había tenido su expresión en la década de 1940 en
un diario homónimo dirigido por Santiago Díaz Vieyra.
iv
Hacemos extensivo a la revista Cabildo la conceptualización de Borrat (1989: 10) sobre el periódico como un
“actor político” que tiene la capacidad de “afectar al proceso de toma de decisiones en el sistema político”, y cuyo
rol distintivo es la capacidad de ejercer influencia en la opinión pública.
v
Bajo el sistema denominado como terrorismo de Estado, por el cual las Fuerzas Armadas argentinas
implementaron un sistema represivo ilegal y clandestino de secuestro, tortura, desaparición forzada y asesinato de
opositores políticos.
vi
Recordemos que hacia mediados de 1979 la maquinaria represiva estaba desarticulándose y ya había cobrado su
mayor cantidad de víctimas durante el periodo 1976-1978. Según la CONADEP (2006: 302), Comisión encargada
de recabar denuncias sobre desapariciones, durante 1976 se cometieron cerca del 45% de las desapariciones forzadas
de personas que documentó en su informa Nunca Más (en total: 8961); en 1977 cerca del 35%; en 1978 un poco más
del 10% y en 1979 no llegaron al 5%.
vii
La convocatoria fue amplia y se formó una larga y abigarrada fila de personas sobre la Avenida de Mayo, en el
centro de Buenos Aires.
viii
Héctor Cámpora, de extracción peronista, presidió la Argentina desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 13 de julio
de ese año. Isabel Perón había sido derrocada por los militares el 24 de marzo de 1976. Ambas figuras fueron
estigmatizadas duramente por los sectores que apoyaban a la dictadura.

EDICIÓN No. 84 LOS USOS Y LAS PRÁCTICAS DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL ENERO – JUNIO 2012.
18 AÑO DE PUBLICACIÓN 2012.

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