Tercer Grado 51-75

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ADMINISTRACIÓN FEDERAL DE SERVICIOS EDUCATIVOS EN EL DISTRITO FEDERAL

DIRECCIÓN GENERAL DE OPERACIÓN DE SERVICIOS EDUCATIVOS


COORDINACIÓN SECTORIAL DE EDUCACIÓN PRIMARIA

LEEMOS MEJOR
DÍA A DÍA

Tercer entrega

Tercer grado
LEEMOS MEJOR DÍA A DÍA
TERCER GRADO

51. Ahí vienen los monos

Ahí vienen los monos Ya vienen los monos,


de Cualichandé vienen de Tepic
y el mono más grande y elmono más grande
se parece a usted. se parece a ti.

Baila la costilla Baila la costilla,


baila el costillar; baila el costillar;
con cuidado chata, con cuidado chata,
no se vaya a caer. no se vaya a caer.

Vicente T. Mendoza (recopilación) “Ahí vienen los monos” en Lírica infantil de México. México, FCE, 1984.

52. ¿Cómo inyecto las medicinas?

¿Les han puesto alguna inyección? ¿A quién le gusta? En general, a nadie le gustan mucho las inyecciones,
pero a veces son necesarias. Y, por otra parte, créanme que las formas que antes se usaban para curar a
la gente eran peores. Escuchen con atención.

Los primeros médicos administraban las medicinas por la boca, pero el cuerpo tardaba
mucho en absorberlas. Este tiempo podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Si
los medicamentos llegaran a la sangre con más rapidez, se podrían salvar más vidas.
Muchos médicos sabían que era vital administrar la medicina en la sangre lo más
rápido posible. Una forma era extender la medicina sobre una herida.
Ingerir los medicamentos era más seguro pero, o se tardaba mucho tiempo en darlos,
o la medicina no llagaba al sitio correcto.
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Una forma mejor era usar una espina, agujerar la piel y luego introducir la medicina en
esta diminuta herida.
Francis Rynd, un médico irlandés, pensó entonces en usar, en lugar de una espina,
una jeringa y una aguja hueca, de metal, para hacer llegar el medicamento a las venas. De
esa manera, en 1844, terminó por inventar las inyecciones.
Diez años más tarde, un médico también irlandés, Francis Wood, y uno francés,
Charles Pravaz, trabajando cada quien por su lado, perfeccionaron una aguja hipodérmica
que se podía lavar y usar en varios pacientes.
[Hipodérmica quiere decir que puede colocar el medicamento debajo, hipo, en griego, de
la piel, dermos, también en griego.]
Hoy en día, muchas jeringas son de plástico, se utilizan una sola vez y después se tiran.
Las agujas nunca deben usarse en más de una persona.

¿Cómo prefieren, entonces, que les den una medicina para curarse: por la boca, haciéndoles un hoyo con
una espina, o con una jeringa? Lo mejor, desde luego, es no enfermarse, pero eso de la espina, lo siento
muyyyy picudo, jajajaja.
Gerry Bailey, Avances Médicos. México, SEP-SM, 2005.
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53. El amor es un niño travieso

El amor es un niño En realidad él quiere


travieso y mofletudo una caricia, un beso:
que siempre anda desnudo es un niño travieso,
volando sin cesar: alegre y juguetón;
mañana, tarde y noche, mimos, besos, caricias
sin importar edades, él te da por montones
en campos y ciudades y de aladas canciones
flechas lanza al azar. te llena el corazón.
Está en todas las cosas Es un niño travieso,
porque en todas se esconde, entrégale tu vida
sólo hay que saber dónde y hallarás repartida
buscar para encontrar; tu vida sin cesar;
él nunca pide nada como el vuelo del niño
y da la vida entera que en todo te visita
y tú de igual manera y por amor te invita
se la tienes que dar. a amar a todo amar.

David Chericián, El amor es un niño travieso. México, SEP-Panamericana Editorial, 2005.


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54. El hipo de Inés

El otro día leímos sobre las inyecciones. Vamos ahora a leer sobre otro remedio que actualmente se usa muy
poco, por ejemplo cuando hay hematomas, o sea moretones, muy grandes. Ese remedio son las sanguijuelas,
unos animalitos parecidos a las babosas, que chupan la sangre. Antes se creía que algunas enfermedades las
producía tener demasiada sangre en el cuerpo y se practicaban sangrías o se ponían sanguijuelas para quitarle
sangre al enfermo.

–¡Otra vez a coser! –se quejó Inés–. Pero dice mi señora madre que como algún día me
casaré, debo estar preparada para ser una buena esposa.
–Pero sólo tienes siete años –le contestó su hermana María.
“Se me tiene que ocurrir algo –pensó Inés–. Mañana, después de comer, fingiré que
estoy enferma –se dijo–. Pero, ¿de qué? Puede venir el viejo don Gaspar, ese médico tan
estricto.”
Todo transcurrió con normalidad la mañana siguiente... pero su madre fue la primera
en notarle algo extraño.
–Pero, hija, ¿qué es lo que tienes?
–Pues... yo... ¡hip! Me ha dado hipo y no se me quita, madre –contestó Inés
entrecortando cada frase.
Al poco rato de haber comenzado la labor de costura, su continuo ¡hip! le provocó
que se picara los dedos con la aguja y manchó la tela con sangre.
Cada ¡hip! era motivo de nuevas discusiones y, aunque Inés trataba de disimular, a
veces dejaba escapar una risita.
–Si mañana amaneces igual, Pedro irá a buscar al médico –concluyó doña Catarina–, y
a ver quién se ríe.
–Más vale que me cuide de ese viejo matasanos –dijo Inés.
Antes del almuerzo, llegó el médico. Intrigado por el continuo ¡hip! ¡hip! y un poco
nervioso por la mirada acechante de doña Catarina, recomendó que si el hipo persistía,
debían de purgar.
Pero después de tanto y una vez descubierto el engaño de Inés, el médico dio el
remedio para dar una buena lección…
¿Qué habrá sido de ti Inés? ¿Habrán sido las sanguijuelas una buena lección para no mentir?
María Cristina Sacristán, El hipo de Inés. México, SEP-FCE, 2001.
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55. De la A a la Z por un poeta

La almohada, Otra cosa nadie espere:


por arte de magia, un cerro se vuelve “cero”,
se vuelve hada y un perro se vuelve “pero”
La a si la “erre” se hace “ere”.
La “A” sabe que es un reto Al revés, que nadie yerre [se
–no se le puede negar– equivoque],
hallarse en primer lugar y para que quede claro:
de todito el alfabeto. deja un carro de ser caro
Al mismo tiempo, la “A”, si la “ere”, se hace “erre”.
inveterada viajera [que acostumbra viajar
desde antiguo], El zapato,
se aparece donde quiera: con pico y plumas,
aquí, acá y acullá. parece pato.
La red, La z
por más que bebe agua, Con la “Z” me despido
se muere de sed. –y con todo mi respeto–
de este locuaz alfabeto,
La r y les quedo agradecido.
Me despido con la “Z”
y también se va conmigo
este servidor, amigo,
y afectísimo poeta.

Y si quieres saber de las demás letras, busca el libro en los acervos de la escuela.

Fernando del Paso, De la a a la z por un poeta. México, SEP-CONACULTA, 2000.


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56. Dinosaurios

Seguramente ustedes saben mucho de dinosaurios: cómo aparecieron, cuáles eran los más peligrosos, qué
comían... pero, se han preguntado ¿cómo le hacían para elegir pareja y tener crías? De eso trata esta
lectura.

Cortejo
En el mundo animal, el macho más fuerte o el que luzca mejor, tiene una mayor
oportunidad de atraer a una hembra. Algunos dinosaurios pueden haberse enfrentado en
combates de fuerza.
Los machos rivales se empujaban uno a otro para mostrar su fuerza.
Batalla de cascos
Dentro de las manadas, los dinosaurios machos se enfrentaban para ganarse a una
hembra. Quizá los Pachycelosaurus machos lo decidían a cabezazos.
Al elegir a los machos campeones como pareja, las hembras escogían padres
saludables para sus crías.
Cráneo con picos
La gran orla del cuello de la “lagartija con picos”, o Styracosaurus, estaba rodeada de
seis picos. Los machos pueden haberlos usado para impresionar a las hembras.

David Lambert, Dinosaurios. México, SEP-Publicaciones CITEM, 2002.


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57. Más adivinanzas para jóvenes detectives

Hace unos días leímos algunas adivinanzas para jóvenes detectives. Como ustedes se las saben de todas
todas, aquí les va una nueva tanda.
Cae del cielo y nos moja,
Be... Be... Benita se llama, friega con fuerza el tejado,
es su bebé de algodón, quita el polvo a cada hoja
su lana tengo en la cama, y el campo deja empapado.
también en el almohadón. La lluvia
La oveja
Aunque parece algodón
Caca... caca... cacarea es agua que al cielo sube;
antes de poner el huevo, allí espera la ocasión
y aunque ninguno la vea para mojarte, la...
después lo hace de nuevo. La nube
La gallina
Ella es el peine del suelo Regalos de la gallina
aunque en él no haya ni un pelo: al granjero y la granjera,
lo mismo barre un pañuelo se los lleva tu vecina
que un papel de caramelo. y los guarda en la nevera.
La escoba Los huevos

El que sale en las historias Líquido blanco, ordeñado


de dibujos animados a una vaca gorda y bella,
comiendo las zanahorias se vende bien envasado
con sus dientes alargados. en un cartón o en botella.
El conejo La leche

Bicho verde que no falta La fruta que le ofreció,


en el agua que ha nacido, a Blancanieves la bruja,
y por algún cuento salta y que en cuanto la mordió
en príncipe convertido. supo que era una granuja.
La rana La manzana.

Antonio A. Gómez Yebra, Oro parece: Libro de adivinanzas para jóvenes detectives. México, SEP-Hachette, 2002.
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58. Los tres deseos

Había una vez un leñador que fue al bosque a cortar un viejo árbol. En el viejo árbol vivía
un duende, quien le pidió que no cortara el árbol.
El leñador decidió no cortar el árbol.
El duende agradecido, le dijo:
–Les cumpliré tres deseos a ti y a tu esposa.
El leñador fue corriendo a contarle a su esposa.
La mujer se puso tan contenta que olvidó preparar la comida.
Después el leñador dijo:
–Me gustaría comer una gran salchicha. Entonces una gran salchicha apareció sobre la
mesa.
La mujer enojada le dijo:
–¡Ojalá que la salchicha se te pegara en la nariz!
Y la salchicha se le pegó a la nariz.
El leñador dijo:
–¡Que la salchicha se me despegue de la nariz!
Y la salchicha cayó.
Después, los dos se quedaron callados.
Por discutir, perdieron las tres oportunidades.
Entonces, se pusieron a comer la gran salchicha.
Fue lo único que obtuvieron!
“Los tres deseos” en Español. Primer grado. Lecturas, SEP, 1998.

59. El banquete

Vamos a leer una extraña conversación. Pongan atención. Vamos a ver si adivinamos quiénes están
hablando.
–¿Y cuántos ojos tienen?
–Dos.
–¡Agh! ¿Los mueven con esas cosas que les cuelgan?
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–No, los tienen arriba, en la parte de adelante.


–¡No sigas, mamá, que después tengo pesadillas! (se quejó la hermana).
El hermano, fascinado por el relato, prosiguió:
–Ándale, mami, ¿pueden moverlos por separado?
–No, sólo en la misma dirección y sirven para recibir la luz. Pero lo más feo, lo más
feo... son esas cosas que les salen del cuerpo, sus extremidades.
–¿Por qué, mamá? ¿Tienen muchas?
–Cuatro.
–¿Y para qué?
–Dos son para pararse y las otras dos para agarrar objetos, y las mueven
continuamente.
–¡¿Y no irradian?!
–Déjame terminar, las de agarrar son más pequeñas que las otras y terminan... y
terminan en...
–¡Mamá, en serio, no hagas así! (se quejó nuevamente la pequeña).
–¡Terminan en “dedos”!
–Sí, y oigan esto... no tienen antenas
–¿Y cómo le hacen para no chocar?
–Tienen una cosa boluda, llamada “cabeza” ¡Qué onda!
–Y además oigan esto... la cabeza tiene más agujeros y les crece algo llamado
“cabello”.
–¡Mamá, no inventes! ¡Después no voy a comer!
–¿Qué es? Pregunta el hermano.
–Les crece arriba de los ojos, cubre toda la cabeza. ¿Para qué es?... la verdad no lo sé,
supongo que para esconderse y miren papá los consiguió a un precio carísimo.
–Mamá, yo no voy a comer eso.
–Son muy ricos, mi amor, y papá los consiguió muy caros en el mercado.
–Sí, pero no quiero.
–¡Yo sí!, gritó el hermano, aunque a él también le daba asco.
¿Quiénes están hablando? Y, ¿de qué están hablando? ¿Qué es lo que van a comer? ¿Quién lo sabe?
Luis María Pescetti, Nadie te creería. México, SEP-Santillana, 2005.
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60. ¿Existen planetas más allá del Sistema Solar?

Estamos seguros de que existen otros planetas más allá del Sistema Solar desde hace muy
poco tiempo. De momento se han descubierto unos treinta, pero con toda seguridad
existen muchos más que todavía se desconocen.
¿Se pueden ver estos planetas desde la Tierra?
No, no los podemos observar ni a simple vista ni con ayuda
de instrumentos. Los científicos han descubierto estos planetas
gracias a cálculos complicados.
¿Se podría ir a estos planetas?
Si un cohete fuera tan potente como para ir hasta el más
próximo de estos planetas, tardaría miles de años en llegar.

¿Les gustaría vivir en otro planeta, que no fuera la Tierra? ¿Creen que algún día exista algún
transporte que nos lleve a otros planetas? Sería interesante, muy interesante. Los que quieran, dibujen uno
de esos otros planetas, o escriban cómo sería; o las dos cosas. Y traigan sus escritos y sus dibujos a la
escuela.
Ana Alter, El Universo. México, SEP-Larousse, 2002.

61. ¿Tú sabes por qué tenemos sed?

El agua es una de las sustancias más importante de nuestro cuerpo, por


eso no podemos vivir sin ella. Prácticamente las dos terceras partes de
nuestro cuerpo están compuestas de agua.
Cada vez que orinamos, respiramos, hablamos, sudamos o lloramos
perdemos una pequeña cantidad de agua, que debe ser reemplazada para que la sangre
siga corriendo. Cuando la sangre está espesa, porque está demasiado concentrada,
tenemos sed.
Mantengan el equilibrio
Para reemplazar el agua que perdemos, bebemos y comemos. La fruta y la verdura,
entre otros alimentos, contienen una cantidad de agua sorprendente.
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Además, todas las personas deberían beber dos litros de agua al día.
Cuando no tenemos suficiente agua en la sangre, el detector de agua de nuestro
cerebro hace que tengamos la boca seca y que nos den ganas de beber.

Y ustedes, ¿le hacen caso a su cuerpo cuando tienen sed? Si la respuesta es no, tal vez, éste sea un buen
momento para empezar a hacerlo. Tomar agua purifica nuestros sistemas orgánicos y ayuda a que nos
mantengamos más alertas, más despiertos.

Janice Lobb, Con las manos en la masa. México, SEP-VOX, 2003.

62. El señor de los siete colores. Leyenda mazateca

Pues señor, cuentan los que lo vieron, que hace mucho tiempo el arco iris era un señor
muy pobre. Tan pobre que no tenía ni ropa para ponerse.
Su desnudez le apenaba mucho y decidió un día buscar una solución. Pero no se le ocurría
nada y decía:
¿De dónde voy a sacar yo ropa?
Y se ponía aún más triste.
Un día brilló en el cielo un gran relámpago, y el señor decidió ir a visitarle.
–Tal vez él pueda ayudarme.
Así que se puso en camino y, después de varios días de viaje, llegó ante él.
Mientras le contaba sus penas, el relámpago le miraba con tristeza y parecía estar muy
pensativo.
Hasta que habló:
–Grande es mi poder, pero no tanto como para darte ropa. Sin embargo, tu historia me
ha conmovido y por eso te voy a hacer un regalo.
Y siguió hablando:
–Te voy a dar estos siete colores. Con ellos podrás pintarte el cuerpo y te vestirás para
siempre.
El hombre pobre sonrió.
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–Además –siguió el relámpago–, aparecerás ante la gente después de las


tempestades y anunciarás la llegada del sol. La gente te querrá y te mirará
con asombro.
Y así fue como, a partir de ese momento, el arco iris se le llamó el Señor
de los Siete Colores.
Y, como me lo contaron, te lo cuento.

“El Señor de los Siete colores” en Ana Garralón (antologadora), Cuentos y leyendas hispanoamericanos, México, SEP-Larousse, 2007.

63. Canción del querer

Te quiere el viento del monte ¡Quiérelos, quiérelos, quiérelos!


y el bote del pescador Te quiere el Sol cuando enciende
y el sinsonte con sus trinos tu alegría y tu candor
de inspirado trovador. y el mar con todos sus peces
¡Quiérelos tú y el volcán con su vapor;
como los quiero yo! y yo más que todos ellos,
Te quiere el agua del río sí señor y cómo no.
y el sueño del soñador ¡Quiéreme tú
y la doble mariposa como te quiero yo!
con su vuelo y con su color.

David Chericián, El amor es un niño travieso. México, SEP-Panamericana, 2005.


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64. ¿Por qué dan comezón los piquetes de mosquito?

La respuesta loca del doctor Quenó


Justo debajo de la piel viven unos animalitos, los dermíticus. En general, están
tranquilos y no los sentimos.
Cuando nos pica un mosquito, despierta a los dermíticus, que se agitan en todas
direcciones. Su pánico dura mucho, y nos da comezón hasta que se calman.
–Je, je, voy a picarte (Mosquito).
–Pic (Mosquito)
–¡Despierten! ¡Arriba! ¡Es el malvado mosquito! ¡Rápido! (Dermíticus).
¡Vamos, Doctor Quenó! ¡Los dermíticus no existen!
La respuesta exacta del Doctor Quesí
–¡Delicioso! ¡Mmm! ¡Slurp! (mosquito)
Cuando te pica un mosquito, hunde su trompa en la piel y succiona un poco de tu
sangre. Esta picadura es tan pequeña que ni la sientes.
Antes de succionar la sangre, el mosquito envía a tu piel un producto, llamado
anticoagulante, que hace que la sangre esté más aguada: así le resulta más fácil extraerla.
–¡Ahí va un poco de producto! (mosquito)
Cuando el mosquito se va, el anticoagulante se queda bajo la piel. Se forma un bulto
que te irrita. La piel dice: ¡Cuidado! ¡Hay un producto extraño! No hace mucho daño, sólo
molesta. En unas cuantas horas, el cuerpo destruye el producto y desaparece la comezón.
–Bzzzz ¡Bebí demasiado! ¡Hip! (mosquito)
Gracias, doctor Quesí. Ahora entiendo.
Los aciertos del doctor Quesí (no hay quien lo pare)
Pica menos
Cuando nos pica, el cerebro recibe la información de que “da comezón”. Al rascarse,
el cerebro recibe la información “me rasco” y olvida un poco la otra (“da comezón”). Por
eso, al rascarse da menos comezón. Pero si dejamos de rascarnos, da más.
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Da más comezón
Las picaduras producen comezón porque el cuerpo se defiende del producto que le
ha inyectado el mosquito.
A gusto de los mosquitos
A algunos de nosotros, los mosquitos nos pican con más frecuencia. Otros tienen
muchas menos picaduras. Se dice que hay pieles que atraen a los mosquitos. En realidad,
no se sabe a qué se debe. Algunos creen que es una cuestión de olor.
¡Basta, doctor Que sí! ¡Ya es suficiente!

Paul Martin et al., Los porqués de la salud. México, SEP-SM, 2007.


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65. Icnocuicatl

Hoy vamos a leer dos poemas. El primero es la traducción de una antigua poesía náhuatl. El segundo es
de Amado Nervo. El primero es un “canto triste”, eso es lo que significa su nombre. El segundo es alegre y
vivaracho.

¿Qué podrá hacer mi corazón? “La ardilla”


En vano hemos llegado, La ardilla corre,
hemos brotado en la tierra. la ardilla vuela,
¿Sólo, así he de irme, la ardilla salta
como las flores perecieron? como locuela.
¿Nada quedará de mi nombre? –Mamá, ¿la ardilla
¿Nada de mi fama aquí en la tierra? no va a la escuela?
¡Al menos flores, al menos cantos! Ven ardillita:
Lo dejó dicho Tochihuitzin, tengo una jaula
lo dijo también Coyolchuihqui: que es muy bonita.
“Que no venimos a vivir, –No, yo prefiero
solo venimos a soñar, mi tronco de árbol
sólo venimos a pasar, y mi agujero.
como la primavera”.
Nuestra vida brota,
Amado Nervo
florece, se marchita,
florece, se marchita.
Eso es todo.
Poema náhuatl

A la orilla del agua y otros poemas de América Latina. México, SEP-Artes de México, 2002.
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66. Los colibríes

Los colibríes zumban cuando vuelan porque agitan las alas al igual que lo hacen las abejas y
las libélulas.
Vuelan como helicópteros multicolores: hacia adelante, hacia atrás o de lado, sin cambiar
la posición de su cuerpo. En cámara lenta, pues ya se ha podido filmar su vuelo, se aprecia
su vertiginoso movimiento de hasta 75 aletazos por segundo.
Se llama también chupamirto, chuparrosa o chupaflor porque con el pico cerrado, a
manera de popote, liba el néctar de las flores, sin necesidad de posarse.
Con su lengua, larga y delgada, puede alcanzar a sus presas a una distancia hasta el doble
de pico.
En la punta de la lengua tiene espinitas con las que ensarta a los insectos y arañitas que le
sirven de alimento. El colibrí habita solamente en el continente americano. De las 500
especies que existen, en México viven más de 50.
Los machos tienen brillantes colores metálicos en la frente, la garganta y el pecho.
Las hembras construyen preciosos nidos en forma de copa con pelusa de algodón y
telarañas. Depositan dos huevecitos, los incuban, y luego alimentan con insectos a sus
polluelos.
Algunos colibríes son tan pequeños que pesan menos 2 gramos. 500 colibríes no llegan a
pesar un kilo.
“Los colibríes” en Animales mexicanos, aves y mariposas. México, SEP, 1995 (col. Colibrí).
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67. De cómo Fabián acabó con la guerra

Había una guerra. Todos los días los hombres partían al


campo de batalla. Los que volvían por la noche llevaban a
los muertos y a los heridos. La guerra duraba desde hacía
tanto tiempo que ya nadie recordaba por qué había
empezado.
Víctor II, rey de los Rojos, contaba y recontaba sus soldados. “Diez más veinte son
treinta; si sumo cincuenta más... ¡Ochenta hombres! Ochenta hombres no son suficientes
para la guerra. Y rompía a llorar. Afortunadamente para él, tenía un hijo que se llamaba
Julio. Julio entraba en la sala del trono y le decía “Ánimo papá” Y el rey se animaba.
Armando XII, rey de los Azules, también tenía ochenta soldados y un hijo. Pero
cuando Armando XII se afligía, su hijo no sabía que decirle.
El hijo de Armando XII se llama Fabián y no le interesaba la guerra. Un día Fabián
recibió una carta del príncipe Julio:
“Nuestros padres ya casi no tienen soldados, así que, si eres hombre, coge tu caballo
y tu armadura. Te reto a un duelo y el que gane ganará la guerra. Firmado. Julio.”
Fabián suspiró. Al día siguiente acudió a la cita montado en una oveja.
–¡En guardia! –gritó Julio.
“¡Beee!”, baló la oveja. El caballo se asustó y se encabritó.
Julio cayó.
–¿Te lastimaste? –le preguntó Fabián a Julio. Pero Julio no sólo se había hecho daño:
había muerto en el acto.
Los soldados Rojos se dirigieron a Fabián, él trató de explicarles, pero prefirió salir
corriendo. Su padre, el rey Armando XII, rey de los Azules, lo esperaba:
–¡Debería darte vergüenza! –lo regañó.
–¡Pero si no hice nada! –dijo Fabián. Enfadado su padre, lo expulsó de su reino.
El príncipe Fabián se escondió en el parque y la guerra siguió. Así que decidió hacer
algo: enviar una carta a los dos reyes y fingir tener un ejército poderoso, Amarillo.
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Los dos ejércitos, Azul y Rojo, se reunieron y esperaron que el ejército Amarillo
llegara. Como nunca llegó, las mujeres se acercaron a los soldados, sus hijos, los
vencedores, y al poco tiempo eso parecía un verdadero pueblo.
Al ver esto, Fabián entendió que la guerra había terminado gracias a él. Decidió
contárselo al rey Amarillo. Éste, contento de la intención de Fabián, lo adoptó como hijo,
porque no los tenía, y tiempo después Fabián fue rey de un gran pueblo, donde por
supuesto no hubo guerras.

Anais Vaugelade, De cómo Fabián acabó con la guerra. México, SEP-Corimbo, 2002.

68. La bicharacha tabla del nueve

Nueve, nueve, nueve, a bailar la tabla del nueve.


Nueve, nueve, nueve, a bailar la tabla...
Nueve, nueve, nueve, a bailar la tabla del nueve.
Nueve, nueve, nueve...
Nueve por uno nueve, hormigas viendo que llueve.
Nueve por dos dieciocho, pulgas manejando moto.
Nueve por tres veintisiete, ratones en un paquete.
Nueve por cuatro treinta y seis, gusanitos de maguey.
Nueve por cinco, cuarenta y cinco, chapulines dando brincos.
Nueve por seis cincuenta y cuatro, pulgas viajando en gato.
Nueve, nueve, nueve, a bailar la tabla del nueve.
Nueve, nueve, nueve, a bailar la tabla...
Nueve, nueve, nueve, a bailar la tabla del nueve.
Nueve, nueve, nueve...
Nueve por siete setenta y tres, calcetines de ciempiés.
Nueve por ocho setenta y dos, cucarachas que tienen tos.
Nueve por nueve ochenta y uno, catarinas en apuro.
Nueve por diez noventa, caracoles sin pagar renta.
Nueve, nueve, nueve, a bailar la tabla del nueve.
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Nueve, nueve, nueve, a bailar la tabla...


Nueve, nueve, nueve, a bailar la tabla del nueve.
Nueve, nueve, nueve...

Paula Rodríguez, “La bicharacha tabla del nueve” en Baila la tablita yo ya la canté. Tablas de multiplicar para jugar en
clase. México, SEP- Hecho con amor x Hecho a mano, 2003.

69. Corazones perdidos

¿Qué les parece que hoy leamos algo un poquito siniestro, misterioso, peligroso...? Que nos haga sentir
amenazados. A ver qué les parece.

Stephen Elliott tenía once años recién cumplidos. A los seis meses de quedarse huérfano
se había ido a vivir con su primo, el señor Abney.
El señor Abney era un tranquilo viejo de vida retirada. Era un gran erudito [sabio] en
religiones antiguas, y había escrito muchos artículos sobre supersticiones y mitos del
mundo entero. Vivía tan embebido [concentrado] en sus estudios que sus vecinos se
sorprendieron de que se enterara siquiera de que su primo se había quedado huérfano. Y
aún se sorprendieron más de que el señor Abney decidiera adoptarlo.
Stephen llegó a su nueva casa una fresca noche del mes de
septiembre. El señor Abney recibió con alegría a su joven primo. Tras
charlar un rato con él, ordenó a su ama de llaves, la señora Bunch,
que le preparara la cena al niño.
La señora Bunch y el niño se hicieron muy amigos. El ama de
llaves llevaba veinte años trabajando para el señor Abney y contestaba
gustosamente a todas las preguntas que Stephen le hacía sobre la casa y su dueño.
Procuraba que Stephen se sintiera lo más a gusto posible.
Una noche, Stephen se hallaba sentado junto al fuego con la señora Bunch.
–¿Es bueno el señor Abney y va a ir al cielo? –preguntó de repente.
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–¿Qué si es bueno? –repitió el ama de llaves–. El señor es un santo como no hay otro.
¿No te he contado nunca cómo recogió en una ocasión a un niño de la calle? ¿Y a una niña
también?
–No, cuéntamelo, señora Bunch –suplicó Stephen.
–Bueno, –dijo la señora Bunch–, de la niña no me acuerdo muy bien. El señor Abney
la trajo a casa dos años después de que entré yo a trabajar. La pobre criatura era
huérfana. Vivió aquí tres semanas. Luego, una madrugada, se marchó antes de que se
levantase ninguno de nosotros. Nadie volvió a verla más.
–¿Y qué pasó con el chico? –preguntó Stephen.
–¡Ah! ¡Pobre muchacho! –suspiró la señora Bunch–. El señor lo encontró hará unos
siete años. Era extranjero y no tenía a nadie en el mundo. Estuvo aquí un tiempo; luego se
fue una mañana, igual que la niña. Y no volvimos a saber más de él.
Esa noche, Stephen tuvo un sueño extraño...

¿Qué sucedió con aquellos niños? ¿Amenaza algún peligro a Stephen? Si alguno de ustedes lo sabe,
luego me lo cuenta.

Steven Sorn, Relatos de fantasmas, John Bradley ilus. México, SEP-Limusa, 2007.
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70. Trabalengüero I

Ni al agua le eche Al saltar la malla


leche ni le eche la llama se talla
agua a la leche. y al brincar
Le falta a Mafalda su falda tableada. la tabla, la cabra
Come el gusano sanas se traba.
gusanas, sanas Mugre de bruja,
gusanas come el bruja mugrosa.
gusano. ¡Mugrebruja
El perro brinca la tranca, brujimugrosa!
trepa la rampa y con la trompa, Pancha
rompe la trampa. apapacha
al pocho
en el chopo.

Valentín Rincón et al., Trabalengüero. México, SEP-Nostra, 2005.

71. El valor del agua

¿Dónde creen que hay más agua: en los océanos, los ríos, las nubes, los glaciares? Si
su respuesta fue que en los océanos, en esta lectura descubrirán que no es así.
Espero que, además, puedan entender lo importante que es cuidarla.

Hay más agua debajo de la superficie terrestre que la que hay en todos los lagos, ríos,
riachuelos, charcas, glaciares y océanos en la superficie.
Generalmente, hasta en las zonas desérticas hay agua en las profundidades, debajo de
la superficie.
El agua subterránea proviene de la lluvia que se absorbió en la tierra y quedó atrapada
en capas, como una esponja gigantesca. La primera capa de arriba se llama nivel freático.
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En el mundo, la gente que trabaja en la industria y la agricultura obtiene agua


subterránea, haciendo pozos y bombeando el agua a la superficie. En algunos lugares, la
gente ha sacado tanta agua subterránea que el nivel freático ha desaparecido.

Ahora sí sabemos que conservar el agua es indispensable para conservar la vida.

Avelyn Davidson, El valor del agua. México, SEP-McGraw-Hill, 2004.

72. Canción del estornudo

En la guerra le caía Le pusieron cataplasmas


mucha nieve en la nariz, de lechuga y aserrín,
y Mambrú se entristecía, y el termómetro en la oreja.
Atchís. Atchís.
Como estaba tan resfriado Se volcó en el uniforme
disparaba su arcabuz el jarabe de orozuz,
y salían estornudos. cuando el boticario dijo:
Atchús. Atchús.
En la mitad de la batalla Le escribió muy afligido
se sonaba la nariz una carta al rey Pepín,
con un pañuelito blanco. con las últimas noticias.
Atchís. Atchís.
Con el frío y el resfrío Cuando el rey abrió la carta
le dio un patatús, la miró bien al trasluz,
que al ratito pidió gancho y le contagió en seguida.
Atchús. Atchús.
Los soldados se sentaron “¡Que suspendan esa guerra!”,
a la sombra de un fusil ordenaba el rey Pepín.
a jugar a las barajas Y la reina interrumpía:
Atchís. Atchís.
Mientras hasta la farmacia Se pusieron muy contentos
galopando iba Mambrú, los soldados de Mambrú,
y el caballo estornudaba. y también los enemigos.
Atchús. Atchús.
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A encontrarse con su esposa que la guerra con salud.


don Mambrú volvió a París. Los dos bailan la gavota.
Le dio un beso y ella dijo: Atchús.
Atchís.
Es mejor la paz resfriada
María Elena Walsh, El reino del revés. México, SEP-Santillana, 2005.

73. La patita

La patita, La patita,
de canasta y con rebozo de bolita, de canasta y con reboso de bolita,
va al mercado se ha enojado
a comprar todas las cosas del mandado, por lo caro que está todo en el mercado,
se va meneando al caminar como no tiene para comprar
como los barcos en altamar. se pasa el día en regatear.

La patita,
va corriendo y buscando en su bolsita Sus patitos
centavitos para darles de comer van creciendo y no tienen zapatitos,
a sus patitos, y su esposo
porque ya sabe que al regresar es un pato sinvergüenza y perezoso,
toditos ellos preguntarán: que no da nada para comer
¿Qué me trajiste, mamá cuacuá? y la patita, pues que va a hacer,
¿Qué me trajiste, cuaracucacuá? cuando le pidan, contestará:
–Coman mosquitos, cuaracucuá.

Francisco Gabilondo Soler, “La patita” en Ma. Luisa Valdivia (selección). Cancionero Mexicano, México, SEP-Trillas, 1988.
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74. ¿Te arriesgarías a una aventura en el espacio?

Antes de responder al título de esta lectura, escuchen lo que tendrían que hacer para lograrlo.
El entrenamiento de los astronautas
Antes de viajar al espacio, los astronautas se entrenan durante meses, a veces incluso
durante varios años.
Para aprender a flotar en el espacio, donde no hay fuerza de gravedad y los cuerpos
no tienen peso, los astronautas se entrenan en el fondo de una piscina, con un equipo que
pesa 300 kilos.
En otro ejercicio, los astronautas pasan algunos minutos en una centrifugadora, una
máquina que da vueltas muy deprisa. De este modo se preparan para las grandes
aceleraciones que sufrirán durante el lanzamiento del cohete.
Los astronautas deben tener una espléndida condición física, así que siguen un
entrenamiento deportivo muy variado: tenis, carreras, gimnasia, esquí de fondo, natación.
Un astronauta tiene que ser un buen atleta.

¿Qué dicen? ¿Una aventura en el espacio? Cuando hagan deporte, piensen que están fortaleciendo su
cuerpo y que eso es bueno, para ser astronautas, o para ser cualquier otra cosa.

Ana Alter, El Universo. México, SEP-VOX, 2002.


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75. Versos para jugar

Pueden comernos fritas, El fuego me tiene miedo,


¡qué ricas!, las plantas me quieren bien,
O en puré, limpio todo lo que toco,
que también estamos bien. me tomas al tener sed.
En tortilla, El agua
¡qué maravilla!,
cocidas o asadas, ¿Qué es lo que ustedes
solas o acompañadas no han visto ni verán,
y hasta en ensaladas. pero si lo oyen lo conocerán?
Las papas. El viento

Cantando olvido mis penas Vi sentada en un balcón


mientras voy hacia la mar; a una hermosísima dama
las penas se van y vuelven fíjate en el primer renglón
pero ya no vuelvo más. y verás cómo se llama.
El río Vicenta
Manuel Peña Muñoz, Del pellejo de una pulga y otros versos para jugar. México, SEP-Alfaguara, 2003.
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ÍNDICE

51. Ahí vienen los monos 63. Canción del querer


52. ¿Cómo inyecto las medicinas? 64. ¿Por qué dan comezón los piquetes de
53. El amor es un niño travieso mosquito?
54. El hipo de Inés 65. Icnocuicatl
55. De la A a la Z por un poeta 66. Los colibríes
56. Dinosaurios 67. De cómo Fabián acabó con la guerra
57. Más adivinanzas para jóvenes 68. La bicharacha tabla del nueve
detectives 69. Corazones perdidos
58. Los tres deseos 70. Trabalengüero II
59. El banquete 71. El valor del agua
60. ¿Existen planetas más allá del Sistema 72. Canción del estornudo
Solar? 73. La patita
61. ¿Tú sabes por qué tenemos sed? 74. ¿Te arriesgarías a una aventura en el
62. El señor de los siete colores. Leyenda espacio?
mazateca 75. Versos para jugar

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