Evolución Del Sable Desde El Renacimiento Hasta Nuestros Días

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EL SABLE DESDE LA ANTIGÜEDAD HASTA EL RENACIMIENTO


 
 
Adolfo R. Bernalte Sánchez
Especialista de Arma Blanca del Museo del Ejército de Madrid
Asesor Técnico del Museo Naval de Madrid.
Miembro de la Asociación Española de Esgrima Antigua.
 
 
Dentro del amplio abanico que, en cuanto a tipologías morfo-estilísticas encontramos en
la gran familia de las armas blancas, en la cual la espada representa el papel
protagonista,  el siguiente papel en cuanto a importancia se refiere, se lo debemos
adjudicar sin duda alguna al sable.
 
Dicho vocablo, nos induce de forma automática, a visualizarlo como armamento
indiscutible del arma  de Caballería o de la Marina, enclavándolo en un marco
cronológico, que aunque antiguo desde nuestra perspectiva actual, no hace justicia en
absoluto a sus verdaderos orígenes ni historia. Dicha historia que se iniciará como una
subcategoría de la espada, arma blanca por excelencia, correrá de forma paralela al
desarrollo de la misma durante un breve periodo de tiempo, para posteriormente
escindirse, formando una de las más importante familias de armas blancas existentes,
tomando incluso el relevo, ya en tiempos modernos, a su gran predecesora en el
armamento portátil del soldado.
 
El concepto del Sable, vamos a sintetizarlo como un arma blanca, cuya hoja presenta una
arquitectura curva, frente a la hoja recta de la espada. En dicha forma curva, predomina la
existencia de un único filo al exterior de la misma lo que facilita la penetración y
trayectoria del corte, siendo por tanto un arma diseñada exclusivamente para tal fin.  Este
concepto aún sentando las bases en cuanto a su diseño se refiere, presenta algunas
excepciones de las que hablaremos posteriormente.
 
El origen del sable como el arma que conocemos, tema ampliamente discutido por los
expertos, y tradicionalmente situado en el marco oriental de tradición islámica, debemos
buscarlo en los pueblos de la Europa balcánica como los Magiares, una tribu nómada
procedente del Alto Volga y que controlaba buena parte de los territorios de la actual
Hungría durante los inicios de la Alta Edad Media. Aunque, no obstante para ser
coherentes con la descripción dada, debemos retroceder varios siglos en busca de las
primeras armas usadas por los pueblos primitivos, que se ciñeran a los preceptos de hoja
curvada provista de un solo filo.
 
Sin duda, el descubrimiento de los metales, así como su forma de trabajarlos, supuso un
gran avance en la incipiente industria armamentística, al sustituir de forma fehaciente el
material lítico, hasta entonces dominante en la fabricación de armas y herramientas. El
metal proporcionaba no solo un elemento más resistente en dicha fabricación, sino que
ofrecía aparte la posibilidad de reutilizar las piezas rotas o deterioradas, circunstancia esta
prácticamente imposible en las formas anteriores. El inicio de esta importante etapa,
surgirá con la obtención del cobre a partir del mineral, fabricándose distintos utensilios con
él, pero debido a su falta de dureza en estado puro, pronto hubo que implementar
diversas formas de endurecimiento, originalmente mediante la técnica de batido del
material.
 
No cabe duda que el desarrollo del horno metalúrgico, posiblemente a partir de un horno
de cerámica, supuso el segundo gran avance en la producción de armas y utensilios,
proporcionando la posibilidad de utilizar distintos aditamentos que como el arsénico o el
estaño, una vez añadidos al cobre, producían una mayor resistencia en el conjunto final,
además de permitir nuevos diseños morfológicos, que mediante las técnicas de batido
anteriores, eran imposibles de obtener.
 
Este nuevo material conseguido, significará un gran avance en esa incipiente industria,
dando lugar a una de las primeras y muy importantes etapas de fabricación de armas en
metal de la antigüedad, la denominada Edad del Bronce. Durante este importante periodo
cronológico, van a surgir infinidad de formas y diseños en cuanto al armamento se refiere,
en función de los logros alcanzados en materia de fundición y nuevas aleaciones. La
mayor parte de estos diseños, representan arquitecturas de hoja recta y doble filo corrido,
con lo que no vamos a detenernos mucho más en su descripción.
 
Una de las primeras muestras documentadas en cuanto a un arma de hoja curva
fabricada en cobre, es posiblemente el conocido como Kopis[1], arma dotada de un filo en
forma de hoz, con la cual se armaban los egipcios en la antigüedad, y que se halla
profusamente representada en relieves y pinturas.
 
Como ya indicábamos anteriormente, la relativa escasa dureza que presentaba el cobre
en su estado puro, provocó el desarrollo de nuevas tecnologías en materia de fundición,
que condicionaron el armamento de los ejércitos de la antigüedad, dándose el paso
definitivo con el descubrimiento del hierro.
 
El descubrimiento del hierro, supone el inicio de la segunda gran edad en la fabricación
del armamento portátil. Los primeros en usar el nuevo metal en el desarrollo y fabricación
de sus espadas, fueron el imperio Hitita, quedando claramente de manifiesto su
superioridad frente al resto de los antiguos materiales como el cobre o el bronce, en sus
interminables luchas contra los egipcios, en las cuales la dureza y tenacidad de las
espadas de hierro, causaban estragos frente a los Kopis de cobre. En siglos posteriores
hacia el año 1200 a.C. el desmembramiento de dicho imperio, supuso la expansión de los
secretos de fundición por todo el oriente próximo. De esta forma y usando como base los
antiguos diseños de espadas y dagas realizadas en bronce, va a surgir hacia principios
del siglo XI y finales del  IX a.C. una nueva serie armas blancas realizadas en el nuevo
metal. De ellas las más antiguas halladas son las de los valles altos de Luristan, región
fronteriza entre los actuales Irán en Irak.  Sabiendo pues que el conocimiento y desarrollo
del hierro surge en oriente, debemos suponer que su transmisión a Europa se realizase a
través del Mediterráneo, y de esta manera se tuviesen los primero contactos en la
península ibérica, mucho antes incluso del descubrimiento del citado metal en la misma.
 
En Europa la producción de armas de hierro aparece de forma más tardía que en oriente,
siendo el yacimiento más antiguo que se conoce el de Hallstatt, que data del siglo VIII
a.C. y que da nombre a la primera Edad de Hierro. El citado yacimiento, formado por una
gran necrópolis situada en un valle de los Alpes, en el Tirol Austriaco cercano a las minas
de sal de Hallstatt, presenta una gran riqueza artística, mostrando espadas de gran
longitud, cercana a los 140 centímetros, aunque en este caso concreto, la forma de sus
hojas es la línea recta de doble filo corrido. De esta primera edad existen pocas muestras
en la península ibérica, salvo en el noroeste, donde aparecen algunos puñales de los
denominados “de Antenas”,  correspondientes al final de este periodo.
 
Varios siglos habrán de transcurrir, hacia mediados o finales de la segunda Edad del
Hierro, en el periodo conocido como “La Ténne”, para encontrar precisamente en la
península ibérica lo que podríamos considerar como el antecesor del sable.
 
Quizás una de las muestras más antiguas que podemos citar, sea la famosa Falcata
Ibérica, hacia el siglo IV a.C. la Falcata, arma por excelencia del guerrero ibérico tanto a
pie como a caballo, en cuyo original diseño el filo se curva hacia el interior, provocó no
pocos quebraderos de cabeza a la importantísima máquina de guerra romana, obligando
a reforzar sus escudos y tácticas de combate como cita Polibio[2] en sus crónicas. Este
modelo primigenio está ampliamente documentado, apareciendo en múltiples yacimientos
en la península, bien en modelos físicos muchas veces encontrados en enterramientos,
como representado en estelas[3]. El origen de su peculiar diseño, aún no está muy claro,
tratándose,  según algunos autores, de una evolución del anteriormente citado Kopis
egipcio, aunque Homero en su Iliada, narra como los guerreros griegos portaban un tipo
de espada prácticamente idéntica, denominada Machaira, y que aparece en infinidad de
representaciones de época, principalmente en cerámica. La Falcata aún considerada
como una espada, es sin duda uno de los más antiguos ejemplares en los cuales el
diseño de su arquitectura se modifica en función de una mayor efectividad de corte,
premisa principal del concepto que posteriormente daría lugar al sable como lo
conocemos en la actualidad.
 
El desarrollo de las armas blancas comenzará entonces una imparable carrera, en la cual
las nuevas tecnologías de forja, así como el descubrimiento del acero,  van a ir
conformando espadas cuyas propiedades de dureza y tenacidad producirán hojas de
mayor longitud, estableciéndose la arquitectura de línea recta y doble filo como premisas
fundamentales en las nuevas tipologías, teniendo que transcurrir varios siglos, para que
las ventajas de la hoja curva volviesen a aparecer en los campos de batalla.
 
El profesor Petersen[4] en su obra, cita algunas tipologías de espada recta de un solo filo
destinadas al uso principalmente de corte. Estas piezas hacen su aparición en el norte de
Europa hacia principios del siglo VI de nuestra era, posiblemente como evolución lógica
de los grandes cuchillos o dagas denominados “Sax”, utilizados por los pueblos sajones y
vikingos del periodo de las grandes  migraciones. Estas nuevas espadas, aún
manteniendo la forma recta de sus hojas, abogan de manera incipiente al uso de un único
filo cuya misión principal es tajar frente al uso de la punta. Estas nuevas morfologías, se
irán implementando dando lugar a una corriente que se desarrollara de forma paralela a la
ya clásica de doble filo corrido, y que con la posterior adquisición de la arquitectura de filo
curvado, determinará, de alguna forma el patrón definitivo consistente en una hoja curva
de filo corrido al exterior, es decir el Sable que conocemos.
 
El término Sable, no se está muy de acuerdo en cuanto a su origen, proviniendo según
algunos autores de los países caucásicos, en el caso del ruso y serbio en la forma
“sablea”, del polaco “szabla”, del magyar “szablya” con apenas variaciones en el alemán
“säbel”, francés “sabre”, italiano “sciabla” o en el castellano “Sable”. Sus formas curvas
van a estar determinadas por la necesidad de proveer al jinete o guerrero a caballo de un
arma ligera, cuya arquitectura facilite la penetración del filo sin embrazarse como ocurriría
con un arma de hoja recta y pesada. Esta particularidad que la confiere como el arma por
excelencia del jinete, sin duda surge tras siglos de experiencia en el combate a caballo
por los guerreros de las tribus nómadas, tanto en el  este de Europa como fue el caso de
los citados Magiares, como en las amplias estepas y llanuras comprendidas entre Rusia y
Mongolia. El conocido como “Sable de Carlomagno”[5], también llamado “Espada de Atila”,
es una de las muestras más arcaicas conservadas que responden a la nueva tipología. En
este caso, la curva de la hoja es mínima, estando dotado de un filo corrido al exterior y
contrafilo al interior desde prácticamente la mitad de su longitud total. Si observamos la
guarnición de este sable, podemos observar que está comprendida por una corta
empuñadura destinada al uso con una sola mano, así como unos cortos gavilanes de
guarda, perfectamente diseñados para su uso a caballo sin presentar molestia alguna al
jinete.
 
Uno de los pueblos guerreros que mejor asimiló el uso de la hoja curva, fue sin duda el
japonés. Partiendo de hojas rectas de un solo filo y de influencia china, llegaron a
desarrollar hacia mediados del periodo Heian (siglo X-XI de nuestra era), lo que hasta
nuestras fechas se ha considerado el sable por excelencia. Los guerreros japoneses
llamados Samurais, desarrollaron una de las más sofisticadas técnicas de combate a
caballo, para ello debieron dotarse de largos y ligeros sables provistos de una gran
curvatura, la cual facilitaba el desenvainado y el corte prácticamente en el mismo
movimiento, son los conocidos popularmente como “Tachis”. Posteriormente durante los
largos periodos de guerras civiles en los cuales el uso de grandes contingentes de
infantería suplió a los antiguos jinetes, el uso del sable siguió su desarrollo, adecuándose
a las nuevas necesidades del ejército de infantes, en la forma de un arma ligeramente
más corta y pesada que aún conservando la curvatura de su hoja,  no era tan pronunciada
como la de su predecesor, nos referimos a la “Uchigatana” o comúnmente conocida como
“Katana”.
 
Oriente ha sido por tradición si no cuna, sí un importante caldo de cultivo en el cual, el
sable ha encontrado la aceptación que en Europa no conseguirá hasta ya entrado el siglo
XVIII, en que sustituyendo a la espada, fue designado como armamento principal del
soldado. Por citar algunas de las más importantes muestras, tenemos los famosos
“Shamshires” de origen persa, del cual se supone que desciende nuestro vocablo
“Cimitarra”, a través de sus formas “Shamshir, o Schimir”, y que comúnmente se conocen
como Alfanjes. Estas armas de pronunciado filo curvo, están provistas de empuñaduras
simples, es decir de una sola mano, y con gavilanes rectos. Uno de estos ejemplares, lo
podemos admirar en el Museo del Ejército de Madrid, el conocido como “Alfanje de
Mehemet Alí”[6], del que hablaremos posteriormente. De esta misma familia son los “Kilij”
otomanos, prácticamente idénticos a excepción del pronunciado contrafilo existente en la
punta y conocido como “Yelman”.
 
En Europa, como ya dijimos, el desarrollo del sable, va a surgir como sub-categoría de la
espada, llegando a escindirse y formar una línea evolutiva paralela a ésta hasta su
solapamiento ya en época moderna. De las antiguas formas descritas por Petersen,
evolucionadas del Sax o Scramasax, surge hacia mediados del siglo XIII un tipo de sable
de hoja ancha y ligera curvatura de la misma, el denominado “Falchión” conocido en
España como “Bracamarte” del francés “Braquemart”. Este importante espécimen cuya
ancha hoja se presenta en varias longitudes, tiene uno de sus más antiguos exponentes
en el Apocalipsis fechado hacia 1300 [7], que el profesor Oakeshott reseña en su obra. En
España podemos verlo representado ampliamente en las Cantigas del Rey Sabio, siendo
uno de los ejemplares más antiguos que se conserva el “Falchion de Puente Genil”[8], de
mediados del siglo XIV. Este tipo de arma ampliamente documentado en ilustraciones del
renacimiento italiano, ha sido habitualmente utilizado para designar de forma gráfica a los
bárbaros procedentes del este en las citadas obras.
 
Otros ejemplares europeos de gran relevancia, son los denominados “Sables Suizos”
(Schweizersäbels) de una mano o mano y media, con la particularidad de la aparición del
aro guardamanos en sus guarniciones, como protección de los nudillos de la mano, hacia
principios del siglo XVI. En la misma línea tenemos los llamados “Dussage”,
emparentados con las guarniciones de farol de origen escocés, en este caso con
guarnición de vela, en el mismo marco cronológico y situados principalmente en la zona
norte de Europa, Alemanía, Austria y Escandinavia. Por último citaremos los grandes
sables alemanes y suizos de dos manos, los “Zweihänder säbels” o Grosse Messer”,
conservados en el Kunsthistorisches Museum de Viena, y ampliamente representados en
multitud de ilustraciones como armamento de los mercenarios Lansquenetes.
 
Las técnicas de uso del sable al igual que la espada, se encuentran fielmente
reproducidas en múltiples tratados de la antigüedad, siendo probablemente una de las
más antiguas que se conoce la de Joachim Meyer datada en 1570.

[1]
             Kopis, Khrobi, Khopsh. Cameron Stone, G. / A Glossary of the Construction, Decoration and use
of Arms and Armor in all Countries and in all Times.
[2]
             Político e historiador griego nacido hacia 210 a.C. entre sus obras destacan el relato de la Guerra
de Numancia.
[3]
             Por citar alguna de las más importantes muestras de falcatas, nos referiremos a la célebre
“Falcata de Almenedilla”, una de las piezas mejor conservadas en la cual es posible apreciar su
arquitectura original de filo curvado al interior y ligero contrafilo en la punta. En cuanto a las
representaciones en relieves la  denominada “Estela de Osuna” en la que se aprecia con gran realismo un
guerrero ibérico de perfil, empuñando una falcata en una mano y un escudo en la otra. Museo Arqueológico
Nacional de Madrid.
[4]
             Petersen, Jean. / The Norvegian Viking Swords, 1919.
[5]
             Seitz, Heribert. / Blankwaffen I / Säbel Karls des Grossen.
[6]
             M.E.M. nº 24.912
[7]
             Oakeshott, Ewart / Archaeology of Weapons
[8]
             Museo Arqueológico de Córdoba.

EVOLUCIÓN DEL SABLE DESDE EL RENACIMIENTO HASTA NUESTROS


DÍAS
 
José Antonio González Suárez
Conservador Jefe  del Departamento de Armas Y Metales  del Museo del Ejército.
 
 
Uno de los países pionero en la utilización del sable para sus ejércitos en el viejo
continente fue Hungría. Las invasiones turcas a finales del siglo XV, mostraron a los
húngaros el empleo de una caballería ligera, armada con alfanjes, modelo que pronto
imitaron y al que dieron tanta importancia, que su ejército se organizó, primero con la
mitad de sus efectivos que debían de ser regimientos de Húsares, y mas tarde la casi
totalidad de su ejército. De esta manera igualaban a sus enemigos en las tácticas de
combate. El armamento del Húsar ofensivo era el sable curvo muy afilado y la lanza, y el
defensivo una cota de malla y un casco a imitación de los modelos turcos que le cubría la
cabeza.
 
Durante todo el siglo XVI y XVII, en el resto de Europa, el empleo del sable por los
ejércitos no va a estar muy extendido, siendo mas partidarios del uso de la espada.
 
En España el uso del sable fue muy restringido durante esta época, ya que hasta la
creación de los regimientos de húsares hacia 1.705, ya bajo el reinado de Felipe V, no
empieza este arma a hacerse popular. Esto no indica que estas armas fuesen poco
conocidas, todo lo contrario, durante muchos años el poder poseer estas armas llegadas
desde oriente hasta el continente era un deseo muy generalizado, que además distinguía
al propietario.
           
Como ejemplo de lo anterior citaremos el arma del Emir cordobés Abderrahman Al-Gafeki,
quién la perdió en la batalla de Poitiers (723) pasando a manos del guerrero Carlos
Martel, posteriormente a Pipino el Breve, y de este a su hijo Carlomagno quién la bautizó
con el nombre de “Joyosa”, y de la que decía “...esta espada muda de reflejos treinta
veces al día...”. El héroe Roldán  arrebató al Rey Aumot su espada, a la que llamó
“Durandal” o “Durandarte” y que según la leyenda podía herir hasta la roca sin romperse.
 
La  aceptación definitiva en Europa del sable como arma para la dotación de sus ejércitos,
se va a deber a un hecho histórico, la campaña de Egipto llevada a cabo por el ejército
francés. Terminada la campaña de Italia en octubre de 1.797, Napoleón Bonaparte es
nombrado general en jefe de un ejército destinado a impedir, en tierras de Egipto, el paso
de los ingleses hacia la India. Llegó a Alejandría el 1 de julio de 1.798 y el 21 de ese
mismo mes se libró la batalla de las pirámides, en donde dispersó a los “Mamelucos”, la
caballería de elite egipcia.
 
Durante esta campaña habían llamado poderosamente la atención de los invasores los
sables empleados por la caballería egipcia, cuyos jinetes, como ya hemos dicho recibían
el nombre de “Mamelucos”. Esta fuerza estaba formada por tropas de caballería ligera,
con una gran capacidad de movimiento y acciones en consecuencia muy rápidas. Sus
jinetes estaban armados con un sable muy curvo con filo extremadamente cortante,
fabricada su hoja en trabajado acero de damasco. Este tipo de forja, que ha dado origen a
las mejores y mas bellas hojas jamás forjadas, tiene un origen oscuro. Algunos autores la
sitúan en la lejana China, otros en Indo-Persia, otros en Siria, de cuya capital Damasco
recibe el nombre. En España fue durante el reinado de los Omeyas, siendo Emir Abd Al-
Rahman II (792-852), que procedentes de Siria llegaron unas armas bellamente
trabajadas y de una calidad superior a cuanto se conocía. El Emir, impresionado, fomentó
la fabricación de hojas con este tipo de forja en la península.
 
Conseguidas estas armas como trofeo viajaron a Francia, donde gozaron de una gran
acogida y fueron el capricho y la moda de la oficialidad francesa, haciéndose extensivo al
resto de Europa. Los hechos de armas contados por testigos presenciales aumentaron la
leyenda del poder de estas armas. De la campaña de Egipto contamos con la narración
de dos de ellos. La primera corresponde al General Colbert que así nos relata su
experiencia:
“Cuando estos sables son manejados por manos expertas producen efectos
extraordinarios. Debido a la fuerza de la mano que lo empuña lanzado violentamente
desde atrás, y ayudado por la velocidad del caballo, hiere o mas bien sierra y penetra de
tal manera que produce espantosas heridas. En una carga, un húsar del 7º Regimiento
tenía literalmente el cuerpo cortado en dos, sujetándose solamente por la columna 
vertebral”.
 
El Capitán François de un regimiento de camellos, nos cuenta:
“Después del combate de Salakich, he visto a varios de nuestros soldados muertos, y
puedo asegurar lo mismo que mis camaradas, que unos tenían cortada la cabeza, otros a
la mitad, brazos, muñecas, piernas cortadas y separadas del cuerpo. Entre otros golpes
he visto a un cazador del 22 hendido desde el hombre izquierdo hasta la mitad de los
riñones”.
 
Estos relatos dan cuenta de la impresión que producían las heridas de estas armas y el
por qué  del deseo de obtenerlas, tanto como trofeo como para su uso. Por algunos
ejemplares llegaron a ofrecerse cuantiosas sumas, algunas tan elevadas como la de
11.000 francos.
  
Resultado de los anterior y como ya hemos apuntado, la demanda de sables “a la oriental”
se impuso, por lo que los centros de fabricación oficiales y talleres artesanales se
volcaron en la producción de estas armas. Citando como ejemplo de los primeros las
Manofacturas Imperiales de Versalles y Klingental, y en cuanto a los segundos la escuela
de Nicolás Boutet, armero del Emperador. Francia que era el estandarte de la moda de la
época, fue prontamente imitada por el resto de Europa, incluida su eterno rival Inglaterra.
 
Con este estilo se fabricaron ejemplares de lujo, recibiendo el nombre de “Sables de
Presentación” en los que las guarniciones, la cruz o defensa y las empuñaduras se
fabricaron en metales nobles, oro y plata, marfil, hueso, maderas nobles etc. Las hojas no
siempre forjadas en acero de Damasco, solían estar pavonadas a fuego al azul y  con
dibujos y leyendas dorados a fuego, las mas sencillas con grabados al ácido. Es la Edad
de Oro del sable en Europa, que va dotar tanto a la Caballería, como a la Oficialidad y
tropa de Infantería, hasta casi desterrar a la espada.
 
Poco a poco a partir del último tercio del siglo XIX el sable va perdiendo protagonismo,
viéndose relegado como parte de la uniformidad para desfiles. Su forma va a cambiar
empleando una hoja ligeramente curva con poco o ningún filo, que va a ser utilizado para
herir de punta. A excepción de la caballería va a ser de uso exclusivo de la oficialidad, que
va a prescindir de él en el combate sustituyéndole por el revólver o pistola, mucho mas
prácticos. Aún así a principios ya del siglo XX, se proyectan los últimos modelos, entre los
que se da origen a un arma con hoja recta de un solo filo y con guarnición típica de sable.
En España va a sustituir a los anteriores de hoja curva y su diseño se debe al
anteriormente citado Oficial de Caballería, el Marqués de Puerto-Seguro, y que él mismo
va denominar con el nombre de “Espada-Sable”.
 
En España las campañas de Marruecos fueron las protagonistas del empleo del sable en
combate por última vez. Curiosamente los oficiales al ir destinados a aquellas tierras
Norte Africanas, solían forrar las vainas y empuñaduras de sus sables reglamentarios de
cuero color marrón, de esta forma evitaban los reflejos de los rayos solares al incidir sobre
sus pulidas superficies, lo que vistos desde mucha distancia, podría delatar su presencia
al enemigo. En Europa la Gran Guerra de 1.914-18  fue el último episodio de su empleo.
 
Afortunadamente  son abundantes los ejemplares históricos tanto de modelos
reglamentarios como de capricho, que han llegado a nuestros días, lo que nos ha
permitido estudiar su evolución, sus técnicas de forja, su empleo etc. e incluso por qué no
la idiosincrasia  de los pueblos y de cada momento en particular.
 
El objeto de las personas que han intervenido en hacer esta exposición realidad, no es
hacer un muestrario  de armas hirientes, todo lo contrario, es exponer una colección de
objetos inanimado, tesoros de y para la historia,  productos de una técnica de fabricación, 
como muestra de la capacidad de superación del ser humano.

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