Teologia Joánica. Apocalíptica. (U. Vanni)
Teologia Joánica. Apocalíptica. (U. Vanni)
Teologia Joánica. Apocalíptica. (U. Vanni)
DicTB
SUMARIO
IV. La teología:
1. La dialéctica de la historia;
2. Ángeles y demonios
3. Escatología;
4. El mesías y el hijo del hombre;
5. Lo específico cristiano.
El primer paso que se impone para una comprensión de la apocalíptica es una verificación
de los escritos que la expresan. Aun cuando la atribución de la mayor parte de los textos al
género literario apocalíptico no presenta ninguna dificultad, sobre algunos de ellos los
autores no están de acuerdo.
En realidad, no todos los escritos apocalípticos lo son en el mismo grado. Pero algunas
características literarias típicas permiten trazar un cuadro bastante completo. El primer
apocalíptico en orden cronológico que se señala como tal es el libro de Ezequiel, que,
especialmente en los capítulos 38-39, parece expresar, junto con la conciencia aguda de la
misión profética y la exuberancia de la forma literaria, un primer síntoma del paso de la
profecía a la apocalíptica. También el libro de Isaías contiene algunas partes reconocidas
como apocalípticas: el gran apocalipsis de Isaías, que comprende los capítulos 24-27, y
que puede fecharse en el siglo v o más tarde, así como el pequeño apocalipsis de Isaías,
que comprende los capítulos 34-35, de fecha más reciente. Encontramos luego, siguiendo
siempre un probable orden cronológico, al Segundo Zacarías (Zac 9-14), que hay que
situar después del destierro, y el libro de Daniel, que más que cualquier otro escrito del AT
presenta las características literarias de la apocalíptica. Se compuso probablemente entre
el 167 y el 163 a.C.
La apocalíptica, presente sin duda en el NT, no se detiene en él, sino que continúa
desarrollándose posteriormente durante algunos siglos en dos filones distintos, aunque
con influencias mutuas: el judío y el cristiano.
El V Esdras se compone de dos partes: 1,4-2,9: mensaje de maldición contra Israel por su
infidelidad; 2,1048: mensaje de exhortación y promesas (la nueva Jerusalén) al pueblo
cristiano. Se escribió por el año 200.
El juicio de san Agustín (" ... personas frívolas, con una presunción loca han inventado
el Apocalipsis de Pablo..., lleno de no sé cuántas fábulas", recogido por M. Erbetta es quizá
demasiado severo. Pero estamos ya en el ocaso de la verdadera apocalíptica -que
apreciaba san Agustín- y se va cayendo en una pura y simple descripción imaginativa del
más allá, del juicio, de las penas, de los premios. El estilo se va haciendo cada vez más
artificioso.
Partiendo de este dato de hecho, algunos autores consideran que la apocalíptica es, bajo
otras formas, una continuación de la profecía: representaría la antítesis de tipo profético a
la tendencia legalista, que encuentra en el movimiento farisaico su expresión más patente
(Charles, Rowley, Frost, Russel, Eissfeldt).
Pero esta solución no convence del todo. La gran apocaliptica, especialmente en el libro
de Daniel, presenta rasgos indudablemente sapienciales. El primero y más destacado es la
existencia de una interpretación, de un desciframiento de enigmas, expresados en sueños,
visiones o imágenes de otro tipo. Y a Daniel se le designa expresamente como un sabio (cf
Dan 2,48). ¿Por qué, entonces, no ver la apocalíptica como un desarrollo de la literatura
sapiencia¡? (G. von Rad). Sobre todo si se tiene en cuenta que el estilo profético en su
sentido más pleno parece haber sido empleado, a partir del siglo v, sólo por Juan Bautista
y por Jesús (J. Wellhausen, G. Duhm), mientras que la apocalíptica se ocupa del plan
general de Dios sobre la historia (O. Plóger, D. Rössler).
¿Origen profético u origen sapiencial? Una mirada a la situación histórica judía sugiere una
tercera solución. Las causas que llevan a un agotamiento de la gran profecía son múltiples.
Una de las más evidentes hay que buscarla en el hecho de que, tras la vuelta del destierro,
había desaparecido el elemento político oficial. Cesaba así aquella antítesis dialéctica
entre el rey y el profeta que encontramos en tantas grandes figuras proféticas, desde Elías
hasta Jeremías. Esta antítesis acaba con la destrucción de Jerusalén y con Ezequiel, que es
un profeta típico del drama religioso de la destrucción y, a la vez, es también el primer
apocalíptico. Una vez reconstruido el templo y reorganizado el culto, nace una religiosidad
nueva, que se desarrolla casi durante dos siglos.
La situación socialmente aséptica y tranquila supone, por una parte, la posibilidad de una
profundización y de un desarrollo sin perturbaciones; por otra, eliminando los diversos
tipos de antítesis (religión-política, religiosidad-culto, disparidades sociales-religión, etc.),
le quita a la profecía tradicional su espacio de supervivencia.
En el pueblo judío no existe ya libertad política. Se da, sin embargo, una notable libertad
para la vida religiosa, que se desarrolla y se profundiza unidireccionalmente, casi por su
propia cuenta, sin la confrontación obligada con la situación política y social. Una nueva
prueba de esta profundización silenciosa que se ha llevado a cabo se tiene cuando los
dominadores políticos intentan entrar en el terreno religioso (Antíoco IV Epífanes);
entonces la reacción es tan fuerte que se convierte en sublevación política.
En este punto nace la verdadera y auténtica apocalíptica. Es fruto, por una parte, de la
profundización religiosa que fue madurando en el AT; y por otra, de la urgencia imprevista
de interpretar religiosamente unos hechos nuevos y desconcertantes, como las
persecuciones de Antíoco IV Epífanes. La apocalíptica intenta aplicar a la historia concreta
la visión religiosa del AT. Para hacer posible el paso de las categorías religiosas abstractas
a una interpretación válida de los hechos, interviene una forma nueva de discernimiento
sapiencial. El sabio es aquel que, por un lado, sabe comprender el plan de Dios sobre la
historia en sus dimensiones fundamentales y lo sabe explicar; por otro lado, sabe
identificar y señalar las implicaciones concretas que atañen al comportamiento de los
personajes contemporáneos. Los hechos históricos desconcertantes provocan una
exigencia de lectura profética, que se realiza de una forma en la que ocupa un papel
predominante el intérprete sabio. Vuelven a nacer la sabiduría y la profecía, pero
constituyen ahora una nueva síntesis original: "La apocalíptica es una hija legítima de la
profecía, aunque tardía y particular, la cual, aunque no sin haber sido instruida en sus
años juveniles, se fue abriendo a la sabiduría con el correr de los años" (P. von der Osten-
Sacken, Die Apokalyptik in ihrem Verhültnis zu Prophetie und Weisheit, München 1969,
63). Un desarrollo análogo se encuentra en la apocalíptica cristiana. Las expresiones más
antiguas que tenemos -Pablo, apocalipsis sinóptico- muestran una clara dependencia de la
apocalíptica judía en su contenido teológico y en su forma literaria. Pero en el I Apocalipsis
de Juan la apocalíptica cristiana encuentra su propia expresión original y autónoma, que la
distingue también de la judía. El vacío en el tiempo que había habido en el área judía entre
la profecía y la apocalíptica aquí simplemente no existe. El Apocalipsis de Juan se presenta
expresamente como "profecía" (Ap 1,3); la función del sabio la ejerce aquí la comunidad
que escucha (cf Ap 1,3), la cual tiene que utilizar "la mente que tiene sabiduría" (cf Ap
13,18) tanto en la interpretación del mensaje del Espíritu como en el desciframiento y en
la aplicación del símbolo a la realidad histórica.
Nacido en tiempo de "tribulación" (Ap 1,9), como eí libro de Daniel, el Apocalipsis de Juan,
lo mismo y más aún que el de Daniel, presenta ciertas categorías teológicas que habrá que
aplicar en todos los tiempos. La Iglesia podrá siempre, descifrando el mensaje y
aplicándolo a su simultaneidad histórica, interpretas su propia hora, con la misma validez
y eficacia incisiva de la gran profecía del AT.
Nacida a impulsos del afán de contactar con la revelación divina anterior, que fue
madurando y que se profundizó en el trato con el campo fluido de la historia, la
apocalíptica tenía que recurrir al símbolo. Una exposición sin símbolos se habría resuelto
fácilmente o en una repetición del mensaje teológico anteriormente madurado, pero sin
ninguna vinculación con. las realidades históricas concretas, o bien en una exposición de
los hechos con una interpretación religiosa inevitablemente circunscrita.
El contenido de las visiones se expresa a través de diversas cifras simbólicas que, por
repetirse con una cierta constancia, constituyen una de las características literarias más
típicas de la apocalíptica. El símbolo más llamativo suelen ser las convulsiones cósmicas: el
sol, la luna, las estrellas cambian de naturaleza; la tierra tiembla y sobre ella se ciernen
fenómenos particulares, totalmente fuera del curso ordinario de las cosas. De este modo
se señala una presencia muy especial de Dios en el desarrollo de la historia que, presente
en la evolución de los hechos, los orienta hacia una consumación positiva que supere el
mal o potencie infinitamente el bien. Bajo el impulso de Dios, el mundo actual tendrá que
cambiar.
Una forma literaria típica de la apocalíptica, que aparece también en los escritos
sapienciales, es la pseudonimia. El autor se expresa en primera persona, pero sin decir su
verdadero nombre; se presenta como un personaje conocido del pasado remoto o
reciente, con el que siente cierta afinidad y al que considera particularmente adecuado
para pronunciar su mensaje. De este modo vamos escuchando a Henoc, a Moisés, a Elías,
a Isaías, a Baruc, a Esdras, a Juan, a Pedro, a Pablo, etc. Esta evocación de los personajes
del pasado nace de la exigencia de la apocalíptica de unir el pasado con el presente. No se
trata de una falsedad literaria -eso sería increíble-,sino de un recurso literario de eficacia
particular.
IV. LA TEOLOGÍA.
La apocalíptica se propone una meta atrevida, que no siempre logra alcanzar plenamente:
la lectura de la historia concreta a la luz de un mensaje religioso anterior.
Es posible trazar un cuadro a grandes rasgos de los elementos que están implicados en
esta función.
La apocalíptica tiene como materia específica los hechos de la historia. Pero los hechos no
se ven ni se prevén en los detalles de su crónica. Tienen una lógica superior, un hilo que
los liga por encima de cada episodio; existe un plan que los encierra y los engloba a todos
ellos; es el plan de Dios, creador y artífice trascendente de la historia. Los hechos "tienen
que acaecer"; están unidos entre sí en un proyecto de Dios, proyecto que no se le revela al
hombre en su totalidad, sino sólo en aquellos puntos de referencia orientativos que le
permiten captar el sentido religioso de su situación.
La situación definitiva que se constituye de este modo traerá consigo la resurrección, una
renovación radical del ambiente en el que se desarrollará la vida, que ya no se verá
acechada por las dificultades y limitaciones de ahora (muerte, enfermedad, cansancio).
En este marco se le atribuye una importancia destacada a la situación de los justos que
desaparecieron de la escena de este mundo. Aguardan la conclusión final, están seguros;
los malos ya no pueden hacer daño ni librarse del juicio de Dios; los buenos están ya
parcialmente recompensados y colaboran con sus oraciones al desarrollo positivo de la
historia.
4. EL MESÍAS Y EL HIJO DEL HOMBRE. El gran protagonista que impulsa hacia su conclusión
positiva el choque entre las fuerzas positivas y las negativas es el "mesías". Se recogen y
condensan los datos que se encuentran sobre él en el AT; en la apocalíptica judía surge ya
con claridad la figura del mesías elegido por Dios: hijo de Dios, resume en sí toda la fuerza
que Dios manifiesta en la "guerra santa" del AT. Sabrá derrotar a todos los enemigos del
pueblo de Dios, realizando de este modo el reino definitivo, que coincide con la situación
escatológica final. El reino de Dios realizado por el mesías no será una situación soñada,
sino que tendrá su concreción. Ésta llega a veces hasta el punto de que se afirma la
existencia de un reino del mesías, previo al reinado final, de duración limitada. La
concepción de un reino mesiánico preescatológico ronda por toda la apocalíptica,
asumiendo duraciones, tonos y contenidos diversos: situación de premio, participación
funcional en el reino definitivo en devenir, expresión puramente simbólica de la presencia
activa del mesías en la historia. Relacionada más o menos estrechamente con el mesías,
identificada a veces con ella, está la figura enigmática del "hijo del hombre". Expresión
inicial probablemente de una personalidad corporativa y casi identificado con el pueblo, el
hijo del hombre adquiere poco a poco un relieve más marcadamente personal. En unión
con el mesías, subraya su vinculación con la historia propia de los hombres [l Jesucristo III;
I Mesianismo].
La figura central del mesías y la otra más fluida del hijo del hombre de la apocalíptica judía
confluyen en Cristo y encuentran en él una expresión nueva, inconcebible a nivel del AT:
en Cristo mesías (cf Ap 12 10) e hijo del hombre (cf Ap 1,13; 14,14), aparecen los atributos
operativos de Dios mismo. Se da una cierta intercambiabilidad entre ellos: son Padre e
Hijo, y esto lleva su acción en la historia a un nivel vertiginoso de paridad recíproca: Dios
"vendrá" en Cristo y Cristo será llamado alfa y omega, no menos que Dios (cf Ap 1,4 y 1,7;
1;8 y 22,13). Se da un desplazamiento de perspectiva también en lo que se refiere a las
fuerzas intermedias, entre el cielo y la tierra, que colaboran en el desarrollo de la historia
de los hombres. Lo demoníaco se hace más histórico la conexión entre las fuerzas del
abismo y la historia humana se hace más estrecha y más completa: afecta al Estado, a los
centros de poder negativos, a "Babilonia", a la concreción consumista de la ciudad secular
(cf Ap 17,1-18).
Las fuerzas positivas reciben mayor claridad e importancia: los ángeles colaboran con el
hijo del hombre (14,14-20); el hijo del hombre asocia a su acción activa al pueblo que le
sigue (cf Ap 1,5 y 19,14). Y el mesías hijo del hombre es presentado audazmente como una
fuerza positiva inmersa en la historia al lado y en contraste con las fuerzas hostiles (cf 6,1-
2).