CAP 6 y 7oblitas

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PSICOTERAPIAS CONTEMPORANEAS (Oblitas 2008)

CAPITULOS 6 Y 7 Lilian Nohemí López Morales/8817943


El estudio de los trastornos más “tradicionales” por parte de la terapia de conducta ha dado
como resultado el establecimiento de bases teóricas y conceptuales y estrategias de
evaluación y tratamiento muy eficaces. La intervención en la depresión se ha desarrollado
en el marco de los enfoques cognitivos y conductuales. La evaluación está dirigida a
establecer los síntomas depresivos, los desórdenes cognitivos relacionados (distorsiones
cognitivas, ideas irracionales, expectativas negativas, atribuciones causales) y los correlatos
conductuales (en especial, el número de actividades agradables y desagradables que se
llevan a cabo), que son esenciales para la planificación del tratamiento. El interés actual de
la investigación en este campo se centra en: a) establecer los mecanismos de actuación de
las terapias de exposición y prevención de respuesta; b) identificar variables de pronóstico;
c) delimitar la aplicación de la exposición y prevención de respuesta en pacientes con
obsesión sin compulsión; y, d) precisar en qué medida factores interpersonales, como el
apoyo familiar, participan en el curso de la terapia (Vázquez, 1995). Un área en creciente
expansión dentro de la medicina conductual es la de los “trastornos asociados o producidos
por el estrés” (Labrador y Crespo, 1993), que en el DSM-IV se incluyen dentro de “factores
psicológicos que afectan al estado físico”. La conceptualización de la etiología de estos
trastornos ha variado y, en la actualidad, se consideran consecuencia del estilo de vida del
sujeto, por lo que los objetivos de intervención se centran en la modificación de los
patrones conductuales con los que el sujeto hace frente a su medio habitual. Una limitación
que presentan los trabajos de medicina conductual, quizá debido a su rápido crecimiento, es
la carencia de investigación adecuada (Agras, 1982). Gran parte de los trabajos publicados
en esta área incumplen uno o varios requisitos metodológicos, carecen de replicaciones y
no obtienen o no informan de datos sobre generalización y mantenimiento de los cambios
conductuales logrados. Se pone de manifiesto la masiva utilización de estudios de caso, lo
que se justifica por tratarse de trastornos consolidados, cuyo tratamiento psicológico, en
muchos casos, se halla en una fase inicial de exploración.
PSICOLOGÍA COMUNITARIA: La consideración de que el estilo de vida está implicado
en numerosos trastornos, que figura en la mitad de las diez primeras causas de muerte de la
población (Hamburg, 1982) y que comporta factores de riesgo identificados para diversas
patologías (consumo de tabaco, alcohol o drogas, dietas desequilibradas, ejercicio
insuficiente, entre otras) ha puesto de manifiesto la necesidad de la evaluación ambiental y

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de la delimitación de los factores de riesgo para la salud individual y comunitaria. Si se usa
en sentido amplio, el término “comunitaria” incluye el estudio del área ambiental, cuyas
intervenciones se encaminan a la modificación de las relaciones entre las personas y su
medio ambiente físico y social y cuyo campo abarca desde la construcción de mapas
cognitivos hasta el estudio de la influencia de los diseños urbanos sobre los
comportamientos, la seguridad vial y, sobre todo, las conductas vinculadas con la ecología:
control de basura, ahorro de energía, control del tráfico urbano, entre otras (Caballo, 1991).
ÁREA LABORAL: La diversidad de conductas y situaciones consideradas en este ámbito
es muy amplia y el desarrollo de programas de intervención, extraordinariamente rápido, en
las distintas subáreas o líneas de desarrollo, entre las que se pueden destacar las siguientes
(Labrador, 1990): a) La modificación de conductas laborales relacionadas con trastornos o
problemas de salud; b) El desarrollo de conductas que se asocian con aspectos propiamente
laborales (búsqueda de empleo, mejora del rendimiento, incremento de la motivación de los
trabajadores, entrenamiento y desarrollo de recursos personales, control de robos,
prevención de accidentes y control del ausentismo laboral); y c) El desarrollo de programas
para la reconversión de las personas a tareas distintas de las que desempeñan.
ÁREA ESCOLAR: Después de la clínica, quizá es el área más importante para la terapia de
conducta, tanto por el número de comportamientos y contextos estudiados como por el de
publicaciones que ha generado. No hay que olvidar que fue en el ambiente educativo en el
que se desarrollaron los primeros trabajos del condicionamiento operante con sujetos
humanos (Bijou, 1959, 1963), aplicándolos a problemas evolutivos y de retraso mental.
Desde entonces, se han desarrollado numerosos programas y aplicaciones, aunque las
directrices básicas dentro del área no han cambiado de manera sustancial. Entre las fuentes
principales de consulta e investigaciones se hallan: el fracaso escolar (de hecho, los
Problemas de rendimiento académico son los que más consultas motivan en el ámbito
infantil), la demanda de aprendizaje de técnicas de estudio y las fobias escolares (Méndez y
Maciá, 1990). En los últimos años se ha dado una expansión en la intervención en este
ámbito que trasciende el área meramente escolar, de modo que se amplía al contexto
familiar y social, estudiando variables como apoyo social y relaciones con los padres
(Frankel y Simmons, 1992; Doll y Kratochwill, 1992).

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EL ENFOQUE PSICOTERAPÉUTICO CENTRADO EN LA PERSONA/Cap.7
Algunos psicólogos del aprendizaje prescinden de cualquier variable subjetiva o
intrapsíquica que no tenga manifestaciones concretas en la conducta externa para explicar
el cambio terapéutico. Centran su atención en la modificación de la conducta y, para ello,
diseñan técnicamente el cambio, efectuando, en primer término, un estudio de las
contingencias condicionantes en la historia de la persona para generar el plan o el programa
apropiado que conducirá a los objetivos de modificación conductual. Formulan hipótesis y
explican el aprendizaje y el cambio con base en el paradigma clásico de estímulo-
reforzamiento-respuesta. Más allá del proceso psicoterapéutico que considera al análisis del
psicodiagnóstico como la esencia de los fenómenos de cambio favorable; más allá de la
técnica e ingeniería del cambio, que ignoran la realidad del fenómeno interno y de los
significados de la experiencia subjetiva, es indispensable buscar las condiciones necesarias
y suficientes para el cambio favorable y prolongado, a través del proceso psicoterapéutico,
sugeridas por la evidencia de la investigación a partir de hipótesis emanadas de la práctica
(Lafarga, 1986).
La Empatía: Con el fin de poder diseñar un programa adecuado a la persona que recibe
ayuda, los modificadores de la conducta requieren la empatía para explorar los factores
condicionantes con la mayor precisión posible. En este sentido, podría decirse que, en
general, la actitud empática, es, en la actualidad, reconocida por todas las corrientes como
un elemento indispensable del proceso psicoterapéutico. La aportación del enfoque
centrado en la persona consistió en la identificación y análisis de tal actitud y en el énfasis
que puso en ella como un factor terapéutico de primer orden en el proceso. La actitud
empática en el enfoque centrado en la persona supone que ésta es capaz, en condiciones
favorables, de explorar su propia experiencia y, debido a su impulso natural al crecimiento,
efectuar los cambios que considera más apropiados para sí. Tiene como propósito
inmediato facilitar y estimular esta exploración y estos cambios.
En las corrientes psicoanalíticas, el modelo psicoterapéutico es médico. En realidad, el
analista no se comunica con la persona, sino que interactúa con ella analizando el discurso.
El analista, como el médico, diagnostica a su “paciente”, decide cuáles son los elementos
importantes en la génesis de la “enfermedad”, fija los objetivos del “tratamiento” y
prescribe los procedimientos para la “curación”.

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En la psicología conductual, el modelo médico de los enfoques psicoanalíticos ha sido
sustituido por el modelo técnico ingenieril. El técnico pregunta, indaga, formula y
reformula las condiciones que produjeron el trastorno; la persona cuya conducta debe ser
modificada es un mero colaborador de aquél.
La Actitud Positiva Incondicional: La permisividad del psicoterapeuta para facilitar la
manifestación de la experiencia implica, de su parte, no emitir juicios de valor, explícitos o
implícitos, sobre la persona o sobre su conducta. Esta permisividad ha sido una de las
características del proceso psicoterapéutico en las distintas corrientes analíticas. En los
procesos de modificación de la conducta, la permisividad queda circunscrita por los límites
que impone (con toda claridad y según su criterio) el ingeniero o modificador, quien, desde
un principio, refuerza los repertorios de conductas apropiadas y procura inhibir las que no
lo son, de acuerdo con objetivos establecidos. A la persona se le permiten exclusivamente
conductas que contribuyan a la formulación y aplicación del programa (Frank, 1961).
Autenticidad: A menudo, en la práctica psicoterapéutica, se acepta que la mayor
autenticidad o correspondencia entre lo que una persona percibe y lo que dice de sí misma
es índice de buen funcionamiento psíquico. En realidad, que llegue a existir un alto grado
de esta correspondencia en la comunicación de las personas es uno de los objetivos
prioritarios del proceso psicoterapéutico que se centra en que la persona que recibe ayuda,
en la misma relación con el psicoterapeuta, se vaya liberando del conflicto y de la
inconsistencia entre lo que experimenta y lo que expresa de sí misma.
Enfoque Existencial: A medida que se suceden las experiencias en la vida, éstas van siendo
percibidas, simbolizadas y organizadas en relación con la imagen que el individuo se va
formando de sí mismo. Si estas experiencias son satisfactorias y compatibles con una
imagen aceptable de sí mismo, van siendo integradas; si, por el contrario, son percibidas
como amenazadoras y destructivas, pueden llegar a ser distorsionadas o totalmente
ignoradas. Toda experiencia visceral, sensorial o cognoscitiva que es percibida como
amenaza a la imagen de uno mismo, ocasiona un estado de ansiedad que pone en
movimiento todos los recursos del individuo para transformar tal experiencia en favorable a
la propia imagen. Sentirse en contacto directo con la propia experiencia del “aquí y ahora”,
asociada ésta con sentimientos de autoestima, produce en la persona reacciones

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psicoterapéuticas inmediatas. Los trastornos emocionales no fueron forjados por procesos
conceptuales, sino por experiencias vividas en un momento dado, en un “aquí y ahora” en
el pasado de la persona. Por tanto, si la comprensión racional y conceptual sustituye a la
experiencia actual, el proceso psicoterapéutico se estanca o se prolonga de manera
indefinida. Los sistemas psicoterapéuticos existenciales coinciden en no perder de vista, en
la interacción presente de cada una de las sesiones, el objetivo final del proceso
psicoterapéutico: facilitar en la persona que busca ayuda la libertad para actuar en
congruencia consigo misma y para asumir una creciente responsabilidad por sus acciones.
Los enfoques existenciales ofrecen a las personas en busca de ayuda un encuentro personal
con el terapeuta, en el que la experiencia de una buena relación es más importante que el
aprendizaje conceptual acerca de ellas mismas; en el que se manejan el presente y el futuro,
y en el que las memorias y condicionamientos del pasado, vividos necesariamente en el
presente, son uno de tantos ingredientes del “aquí y ahora”. La aportación especial del
enfoque centrado en la persona a las corrientes existenciales ha sido la introducción de una
metodología más sistemática para la observación del fenómeno psicoterapéutico y la
verificación de las hipótesis emanadas de esta observación.

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