SUEÑOS CARDINALES Román Villeg
SUEÑOS CARDINALES Román Villeg
SUEÑOS CARDINALES Román Villeg
4
Sueños cardinales * * * Román Villeg
5
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Dedicatoria
Mi madre Filomena,
6
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Presentación
ROMÁN VILLEG
7
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Prólogo de la 1ª edición
8
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Todo buen cuento –y este libro tiene varios de ellos y algunos con
sus buenas gotas de humor- debe tocar alguna fibra íntima en el lector.
Necesariamente. Por eso un buen cuento no es el que surge de las puras
ganas del autor, ni es el que deviene de un intento catártico. Un buen cuento
es el que nace sencillamente de la inevitabilidad de su existencia. Es decir: se
lo escribe porque no se puede dejar de escribirlo.
Lonardo Adavares
9
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Sueños cardinales
10
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Sueños Cardinales
Los sueños de Lorena seguían cierta lógica onírica. Soñaba con desiertos y
cuando despertaba su pijama o camisa de dormir tenía vestigios de arenas
11
Sueños cardinales * * * Román Villeg
12
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Abejas ferroviarias
1
Habitado por pumas.
13
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Mientras corrían por los carros, los dos gañanes iban distribuyendo abejas
a diestra y siniestra, con una generosidad tal, que ningún pasajero fue privado en los
seis coches de recibir a lo menos un lancetazo. El conductor del tren, que gustaba de
usar una colonia floral, en su rostro mofletudo, recibió el aporte de tres docenas de
abejas y desde el carro de equipaje se encaramó al carro del carbón de piedra y
pidió a gritos al maquinista que detuviera el tren, en el túnel de Dichato, para que el
humo espantara a las iracundas abejas. Y así se hizo; en medio del túnel los
atribulados pasajeros, fueron obligados a respirar el denso humo del carbón de
piedra, como incienso purificador que finalmente los libró de las abejas furibundas.
Los dos gañanes y el conductor del tren, sin desearlo terminaron su viaje
en el hospital. Al otro día sus patéticos rostros, como calcetines con bolos,
recorrieron el mundo como insólita noticia.
De las papas causantes del descalabro, lo único que se supo, fue que al
otro día los sacos vacíos aparecieron flameando como banderas, en el faro selector
de señales de la vacía estación ferroviaria.
14
Sueños cardinales * * * Román Villeg
El hecho, de no tener “cara de niño que pone atención” y de rara vez mantener
la vista puesta en el profesor y el pizarrón, le valió ser estigmatizado como un “niño
pajarón que vivía en las nubes”, y de tanto escuchar lo mismo, logró convencerse de ello.
Cuando se le preguntaba por su domicilio, él contestaba muy ufano: “Vivo en la Nube
número 1980”.
Hasta los más escépticos lograron tomar conciencia de su poder, el día en que la
inspirada profesora de Historia, le habló del feudalismo y Silvano construyó castillos en el
aire, con tal convicción y talento que sus compañeros y profesores del colegio salieron al
patio a admirar, con la boca descontrolada de asombro, el enorme castillo, con sus
torreones y almenas, que en pocos minutos el viento desvaneció.
Lo que pudo haberle dado fama y tal vez fortuna, le significó a Silvano una
semana de suspensión de clases por haber alterado el orden establecido en el colegio,
razón por la cual después de severa reprimenda y par de coscachos en la cabeza, sus
padres le exigieron exclusiva dedicación al estudio y que se dejara de tontear con las
nubes, pues siendo ellas cosa de Dios, el cambiar su forma constituía una flagrante
herejía.
Los años pasaron, con facilidad las personas olvidaron el talento de Silvano,
pero él, en sus momentos de soledad y en lo posible muy lejos de la Escuela,
especialmente cuando iba al campo a ver a sus abuelos, aprovechaba de dar insólitas
formas a sus algodones de agua, solamente para probar la permanencia de su extraña
facultad.
15
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Ahora Silvano, vive con su familia en un lugar muy retirado cerca de la cordillera.
Allí sus hijos pequeños se divierten jugando con las nubes, mientras él y su esposa se
dedican a la conservación de huemules, que jamás estuvieron en el cielo.
16
Sueños cardinales * * * Román Villeg
17
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Estando desocupado, don Marín nos alentaba por las tardes en nuestra pasión
futbolera de infantiles jugadores con pelota de trapo. El nos regaló arcos desarmables y
fuimos ganadores de muchos partidos con niños de otros barrios que también jugaban
como nosotros en canchas de adoquines, cuyos límites eran las veredas y las esquinas.
Al otro día, después que volvíamos del colegio nos regalaba sabrosos caramelos
envueltos en papel dorado y hacíamos votos para que pronto otra señora, o la misma
anterior, lo viniera a buscar en forma perentoria.
El único día que abandonaba el barrio, era el domingo. Los lunes en la tarde,
nosotros le contábamos con lujo de detalles los hechos acontecidos en la bodega de vino,
que tenía un permiso especial para vender vino después de terminados los partidos de
fútbol en el estadio. Para evitar aglomeraciones de las hinchadas, antes del partido y
desde el mediodía el “Tuerto Feliz”, que en verdad se llamaba Félix, vendía fichas que
daban derecho a medio litro de vino sin conversar, es decir, beber y marcharse.
Terminado el partido tenían preferencia de atención los hinchas del equipo ganador, y en
caso de empate eran preferidos los del equipo del primer gol. A pesar de estar todo tan
bien organizado, de igual modo habían situaciones divertidas o pugilatos breves que
entretenían gratuitamente nuestras tardes domingueras.
Así pasó un bello trozo de nuestra infancia, cuyo encanto destruyó un día, aquel
a quien tanto admirábamos.
Las cosas ocurrieron más o menos así. Estábamos jugando la pichanga de las seis
de la tarde, cuando nuestro territorio fue invadido por una horda de quiltros de diferentes
portes y pelajes que intentaban obtener los favores de una perra en celo. Nosotros
detuvimos el partido para no alterar la situación y dar la oportunidad a los más pequeños
18
Sueños cardinales * * * Román Villeg
a que conocieran esas cosas de la vida. Nosotros apostábamos a quien sería el perro
favorecido, sin hacer mayor barullo, para evitar que nuestras madres fueran alertadas del
escándalo y nos hicieran encerrarnos en nuestras piezas. Por fin un perro fue aceptado
por la perra lujuriosa y todos nosotros mirábamos atentos y nos reíamos de los más
pequeños a quienes les faltaba boca para dar cabida a su asombro. Todo iba bien, el perro
y la perra querían arrancar en distintas direcciones. ¡Se abotonaron! gritaron los expertos
y otros los hicieron callar. Y ahí fue cuando de improviso y sin darnos cuenta apareció don
Marín quien, blandiendo como un sable su navaja toledana, dio el corte preciso entre las
colas de los perros. Una explosión de sangre marcó nuestros rostros y ropajes, antes que
huyéramos despavoridos ante un hecho tan repudiable. Muchos de nosotros tuvimos
pesadillas, otros se orinaron en sus camas, o se resistieron por varios días de ir al baño.
Casi al mes nos fuimos para el norte, y en la memoria me llevé esa calle de la
infancia. Nunca más dejé que un hombre me cortara el pelo. La semana pasada después
de tantos años volví a ese lugar. Los italianos ya no discuten, sus herederos tienen un
supermercado. El negocio de leña y carbón ahora es depósito de gas licuado, atendido por
una señora de ojos verdes. La bodega fue clausurada hace muchos años por vender vino
“mecanizado” o arreglado con “meca” y el peluquero, que era diabético, falleció víctima
de las heridas propinadas por una jauría de perros, mientras recolectaba hermosas
mariposas en el bosque de nuestra infancia.
19
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Hora y media de curvas, saltos y tumbos, separaban Digueñe del claro en medio
del extenso robledal, en donde una rancha y dos rucos triangulares profanaban con su
dura geometría la armoniosa sencillez de la floresta.
20
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Han pasado demasiados años. Una bruma silenciosa y fantasmal cubre ahora al
despoblado Perpén. Esporádicos trenes arrastran su nostalgia sobre rieles oxidados y con
indiferencia pasan por la vacía y destartalada Estación de Perpén, que sólo se llenó para
despedir un puma que viajó a la Universidad.
En el patio escolar, la lluvia lava las inmensas vocales que el viento intenta
derribar, resignado de no poderlas pronunciar jamás. Las hornillas carboneras de soledad
se derrumbaron. Un galvano sobre tumba solitaria mira al cielo ausente de trinos y
plumajes.
21
Sueños cardinales * * * Román Villeg
El perfume de Oclidia
OCLIDIA, jamás fue bautizada con ese extraño nombre. Su padre siempre tuvo la
obsesión de tener una docena de hijos y para evitarse confusiones en el orden cronológico
de sus natalicios, decidió darle nombres asociados al orden numérico. El hijo mayor se
llamó Primigenio Eliecer y la menor Duodécima Isidora.
En el primer brindis que ofreció el novio, dejó establecido que su joven esposa
se llamaría solamente Oclidia y que nadie más podría usar ese nombre que él había
inventado.
22
Sueños cardinales * * * Román Villeg
lo único que puedo regalarte para que seas feliz–. Pero para que esto resulte es necesario
que quemes de inmediato tu traje de bodas. En la misma chimenea del dormitorio, ardió
el traje poco antes que llegara el novio. Cuando le preguntaron por el traje, Oclidia con
timidez manifestó que lo había quemado para que nadie se lo pidiera prestado.
23
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Mi primera bolsita de té
Cumplido su propósito, antes del mediodía, se dirigió guiado por señas escritas
hacia la Escuela de Carabineros, donde su hermano cursaba para ascender, quien, para
demostrar la felicidad del encuentro, le invitó a almorzar en el Casino de Oficiales.
¡Qué lugar más agradable! Preciosas mesas vestidas con manteles de fino
granité. Candelabros colgantes de abundante iluminación eléctrica. Amplios ventanales
abrigados por visillos transparentes y verdes cortinajes de grueso terciopelo.
24
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Frente a él, tres cuchillos, tres cucharas, tres tenedores, tres copas y una
servilleta muy blanca, como las que bordaba su madre y que solo se usaban en ocasiones
importantes. El garzón ofreció el menú. Su hermano leyó con rapidez y eligió. Confundido
por palabras ignoradas y para salvar la situación, Daniel pidió lo mismo que él y decidió
imitarlo como si fuera un espejo.
Finalmente el garzón les ofreció té, café o “agüita de hierbas”. Ahí fue cuando
Daniel demostró su ruralidad y ausencia de conocimientos de los avances de la
modernidad. El hermano tomó un sobre que decía Nescafé, rompió un extremo y lo vació
sobre el agua caliente, al mismo tiempo que Daniel tomaba una bolsita que tenía un hilo,
unido a una pequeña etiqueta. Con seguridad rompió la bolsita y vació todo su contenido
en la taza, ante la sorpresa de su hermano y el garzón.
Ya en la tarde, para hacer hora y mitigar el frío, antes de tomar el tren de regreso,
Daniel ingresó a una Fuente de Soda a servirse café. Mientras ingería el segundo sorbo,
una agraciada señorita le solicitó compartir la mesa, ya que las otras estaban ocupadas.
25
Sueños cardinales * * * Román Villeg
26
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Garzón de moscas
ANTES de los veinte años, Ernesto ya era alcohólico. Había adquirido el vicio por
pura imitación, para sentirse más hombre y ahuyentar la soledad. Asumía diariamente el
agrado de vivir en permanente somnolencia y despreocupación por su existencia, más aún
cuando su familia satisfacía plenamente sus necesidades materiales, al mismo tiempo que
le brindaban total indiferencia afectiva y espiritual, que él confundía por libertad. Su
máximo placer, era permanecer adormilado por algunos minutos en los incómodos
asientos de la plaza, protegido por las gafas oscuras que utilizaba hasta en días sin sol.
Don Arcadio, viejo garzón del restaurante frente a la plaza, en cuanto vio entrar
a Ernesto, dispuso la caña de vidrio sobre el mesón y se dispuso a descorchar la botella de
su vino preferido, pero en el momento mismo que ofreció el vaso a su habitual cliente,
una mosca suicida o despreocupada de su vuelo, se sumergió en el mosto oscuro. El local
comercial era higiénico a toda prueba, por lo que resultó bastante insólita la presencia del
insecto. El garzón abochornado, abrió otra botella y en vaso limpio cumplió con el servicio
acostumbrado.
Al tercer día, el mismo garzón, previendo la visita de Ernesto, tomó todas las
precauciones necesarias, incluido un insecticida de efecto inmediato. Cuando el habitual
cliente llegó al mesón, le esperaban dos copas llenas de vino, eligió la que estaba más
cerca de su mano izquierda, y mientras tragaba el primer sorbo, una mosca solitaria cayó
en la tranquila superficie del vino en reposo. Arcadio retiró discretamente la copa con un
27
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Era otra tarde de jueves. El garzón esperó que Ernesto llegara al mesón. Le
saludó con la falsa cordialidad de un ritual comercial, le preguntó por su salud y enseguida
le consultó qué deseaba servirse, a pesar que ya lo sabía, a lo que el cliente respondió "lo
de siempre". Arcadio sacó de lo alto del estante una botella, la limpió con el mantel, a
pesar que estaba limpia, sacó una copa y la miró a contraluz para probar su limpieza y en
seguida con toda parsimonia descorchó la botella y lentamente fue vaciando su contenido
en la copa cristalina, ante la absorta mirada de Ernesto que no comprendía la razón de
tanto ceremonial. En el mismo momento que el garzón llenó el vaso y retiraba la botella
para ponerla vertical, dos moscas cayeron copulando sobre el vino tinto y terminaron su
vida embriagadas de amor.
Al local, no volvieron las moscas ni Ernesto. Pero cada vez que Arcadio recibía
una propina, no podía de dejar de evocar la recomendación, que le ayudaba a mejorar sus
ingresos.
28
Sueños cardinales * * * Román Villeg
desagradable contenido. Luego terminó sus labores de aseo y como no había clientes sacó
un cigarrillo. No alcanzó a saborear el humo. La explosión inesperada pronto fue noticia.
Don Arcadio en su obligado reposo hogareño, escuchó por la radio la incendiaria tragedia.
Una vaso de vino tinto con dos moscas que se amaban, fue el último pensamiento,
mientras el infarto trancaba su corazón y ahogaba su voz envejecida.
29
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Las vecinas aventuraron los más extraños diagnósticos para justificar tan
sorpresivo mal: que estaba poseído por el demonio, que tenía los pulmones inmaduros,
que se había tardado en nacer, que estaba ojado y que era urgente bautizarlo sin demora,
no fuera a ser cosa que se muriera como niño moro y trajera una epidemia para los niños
sanos.
30
Sueños cardinales * * * Román Villeg
31
Sueños cardinales * * * Román Villeg
DESPUÉS, cuando pasaron los años y aparecieron los problemas, nos dimos
cuenta que desde siempre Gatica había sido un ser extraño y precursor incomprendido.
Quienes le conocimos cuando estudiábamos para profesor, tuvimos que aceptar su fama
de árbitro de fútbol, lo cual le reportaba ingresos económicos que le permitían disponer
de más dinero que nosotros, que apenas teníamos las míseras tres monedas semanales
que nos aseguraban un incómodo lugar en la parte más elevada del cine, mientras él se
daba el lujo de estar en la platea y, más encima, acompañado por alguna de nuestras
compañeras preferidas y admiradas. Pero, a veces Gatica tenía ataques de generosidad y,
ante nuestra admiración, más frágil que pompa de jabón, le acompañábamos a platea, a
cambio de asegurarle ayuda suficiente en las pruebas trimestrales.
A veces Gatica se vestía con ropajes que no correspondían a la estación del año
o decidía comprar un ejemplar de cada uno de todos los periódicos existentes en el kiosco
de la esquina, con el solo propósito de llenar los puzles o contradecir las opiniones de
quienes escribían cartas a los Directores de periódicos capitalinos. Otras veces ponía a
prueba a los médicos más caros y famosos para ver si coincidían en sus diagnósticos y
recetas para sus enfermedades imaginarias. Cuando llegaban los circos les pagaba a los
payasos para que lo mencionaran en algún chiste y así acrecentaran su fama. Pero a pesar
de todas estas excentricidades nosotros no solamente lo aceptábamos y queríamos sino
que, teníamos poderosas razones para admirarlo, ya que, era capaz de realizar cosas que
nuestra imaginación y valentía conjunta jamás podría hacer, con la naturalidad y
desparpajo con la que él las ejecutaba y asumía. Una de las cosas que nos llamaba la
atención, es que no perdía la oportunidad de recomendarle determinadas lecturas a los
profesores, cuando jamás le vimos leer un libro.
Así pasaron los años, hasta que un día nos vimos con el título de profesor en la
mano, cantamos la canción del adiós y nuestra amistad se esfumó en el tiempo y la
distancia. Cada cierto tiempo, en publicaciones futboleras, nos imponíamos de los
progresos y aciertos de Gatica, quien seguía escalando posiciones como árbitro de fútbol,
gracias a su innegable profesionalismo. Nadie dudaba que llegaría a convertirse en árbitro
internacional y estaría en el próximo Mundial.
32
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Así fue como el Gatica inició un tratamiento psicológico, que al no tener los
resultados esperados, le significó, a los siete años de servicio, estar pensionado por
invalidez mental.
Todos los alumnos de tercer año quedaron repitiendo y hubo que someterlos a
un programa especial, incluidas sesiones de hipnosis, para sacarles de la cabeza o mejor
dicho borrarles de la memoria tantas leseras que les había enseñado Gatica. Hasta hubo
que enseñarles a leer de nuevo, ya que él les había dado otros significados a las letras e
incluso los números representaban cantidades equívocas. Pero lo peor estaba en las
asignatura de Historia, en donde los Araucanos habían bombardeado a los Japoneses en la
Segunda Guerra Mundial y los Romanos habían exterminado a los Aztecas por haberse
atrasado en el pago de las contribuciones y permisos de circulación. En la Geografía,
nuestro país limitaba con naciones que no existían y los accidentes geográficos se
clasificaban según las estaciones del año o los lugares de vacaciones. El clima dependía
exclusivamente de la voluntad de la televisión.
La esposa de Gatica comenzó a sospechar que algo andaba mal, cuando en las
mañanas hacía agotadores e infructuosos intentos para que se levantara y fuera a trabajar
a la escuela. Según ella, siempre su esposo le daba argumentos diferentes para evadir su
responsabilidad laboral: No tengo ropa, no estudié para la prueba, el Director me tiene
mala, incluso llegó a desconocer la validez del calendario e inventar feriados para
efemérides desconocidas.
Con facilidad olvidó que alguna vez fue profesor. Estaba más arraigado en la
memoria su oficio de árbitro y, para sorpresa de todos, siguió arbitrando con el mismo
33
Sueños cardinales * * * Román Villeg
profesionalismo que todos reconocían y elogiaban. Fue así como en una final de
campeonato, en un estadio repleto de euforia y fanatismo le correspondió arbitrar el
encuentro entre Blancos y Azules. Las barras agitaban sus voces y banderas dando ánimo
a sus parciales y desanimando a los contrarios en un partido de alto riesgo en las galerías y
poderosas patadas en la cancha. Quedaba el último cuarto de hora para que finalizara el
encuentro y el marcador se encontraba empatado a dos tantos. Atacaban los Blancos en el
área Azul, cuando el centro delantero albo cometió una infracción descalificadora que le
astilló la tibia al defensor Azul. Gatica hizo sonar el silbato con toda su personalidad
experimentada y ante la sorpresa de cincuenta mil espectadores, tres millones de
televidentes y cinco millones de radioescuchas, decretó lanzamiento penal a favor de los
Azules ya que según él la falta era de tal magnitud y de acuerdo a lo que había escuchado
en la radio en un programa deportivo, la FIFA estaba estudiando cambiar el reglamento, a
objeto que cualquier falta que significara quebradura para un jugador en cualquier lugar
de la cancha se castigaría con tiro penal y que no era necesario sacarle una radiografía al
defensor azul para darse cuenta que el jugador estaba quebrado. Jugadores y dirigentes
se vieron envueltos en una batahola de empujones y groserías en contra del árbitro y
Gatica pidió la intervención de la policía, el tiro penal se ejecutó, fue convertido y la
trifulca que se armó fue tal, dentro y fuera de la cancha, en el campo y lejanas ciudades,
que Gatica dio el pitazo más fuerte de su vida y suspendió el partido por falta de garantías.
Al otro día Gatica apareció en la portada de todos los periódicos, los mismos
que una vez compró para sorprendernos en la época de estudiante. Allí se apagó la fama
del árbitro estrella. El país se dividió en dos opiniones, a favor o en contra de la decisión
de Gatica. Hasta la Corte Suprema y la Iglesia dieron su opinión calificada y ambas a favor
de Gatica: Un delito o un pecado no importa cuándo ni dónde se cometa, de igual forma
están afectos a un castigo o penitencia.
Gatica sigue siendo árbitro de fútbol, claro que ahora gasta parte de su mísera
pensión en pagarle a los niños del barrio, para que jueguen según las reglas que cada
semana cambia para optimizar el juego y las ocasiones de gol. Muchos ociosos se divierten
contemplando sus originales partidos, como aquellos en que se ha jugado con dos
arqueros por lado o en que los defensores sólo pueden cabecear, o en que los partidos se
han jugado en tres tiempos de media hora cada uno.
34
Sueños cardinales * * * Román Villeg
35
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Los afanes personales de los cuatro, no los habían colocado en la misma vereda
desde hacía muchos meses, por eso, cuando se encontraron los tres primeros decidieron
ir al encuentro de quien faltaba.
36
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Avanzaron por entre las tumbas blancas de pintura y grises de olvido. A lo lejos
se divisaban mujeres inclinadas disponiendo las flores de su aprecio, mientras dos
panteoneros preparaban la tumba necesaria para la tarde.
¡Aquí está el Goyo! Dijo Mario sorprendiendo a los amigos. En la blanca cruz aún
era notorio su nombre completo y la fecha de su deceso.
37
Sueños cardinales * * * Román Villeg
mientras colocaba las flores frescas, se puso a pensar que a lo mejor su esposo, en el más
allá, aún sigue entretenido en sus conchas marinas que le dieron fama a su nombre. Hizo
un hoyito en la tierra y enterró los restos de jaiba para que no se le fueran a perder.
Después de persignarse se fue a vivir su soledad.
Los tres amigos, nunca más visitaron juntos el cementerio, sin embargo, jamás
se olvidaron del Goyo, cuando se servían apancoras en la explanada costera.
38
Sueños cardinales * * * Román Villeg
La “Zapatitos Blancos”
Sobre el apodo de "La zapatitos blancos", los más osados contaban que
provenía del hecho que una vez la habían sorprendido ejercitando el amor entre
retamillos del cerro y que en el fragor de su devaneo, se le soltaron los zapatos, los cuales
se deslizaron unos metros por el suelo inclinado, ocasión que aprovecharon los mirones
para apropiarse de ellos. Con tan mala suerte para Blanca, que ese sábado había fiesta en
su casa, eran los únicos zapatos dignos para el baile y no tenía argumentos para justificar
su pérdida. Su amante ocasional le consiguió un par parecido, de numeración más
pequeña y con los cuales tuvo que bailar toda la noche y que la tuvieron tres días en cama
con jaqueca y dolor de espalda. Al sábado siguiente recibió como regalo sus zapatos
perdidos y en la suela de ellos decía "Te pillamos, cochina". Blanca sufrió un ataque de
dignidad y nunca más volvió a los retamillos. De ahí para adelante siempre lo hizo en
camas formales y privadas.
39
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Vivía en una mediagua de dos piezas en las que apenas cabían ella y sus cinco
chiquillos, a los que nunca les faltaba el alimento ya que ella trabajaba en casas de familias
importantes y numerosas, ejerciendo el oficio de planchadora de ropa. Costaba
convencerse que ella, con su edad y figura, era madre de cinco chiquillos. Tenía rostro
agraciado, dentadura completa, porte suficiente y caminar espigado; vientre, caderas y
busto bien formados.
Con sus blancos ropajes, eran una estrella que resplandecía en las tardes
invernales y caminaba con tal cuidado que el barro jamás logró ofender la blancura de sus
botas, medias o zapatos. En verano causaba sensación con su presencia, ya que todos los
días vestía blusa y falda blanca que dejaban traslucir e imaginar su ropa interior de
calidad. Las envidiosas decían que se la robaba a quienes les planchaba. Ella, siempre muy
ufana, decía que eran regalos, sin decir de quién.
Trabajaba hasta los días domingos, pero los días sábados eran sagrados para
ella, en la mañana iba a la peluquería, en la tarde atendía y bañaba a sus niños y después
de aconsejar a los mellizos, como a las diez de la noche se iba a fiestear, ocasión en la que
no solamente bailaba, sino que también aprovechaba de cantar con bastante aceptación.
Soñaba algún día actuar en la televisión en un programa de concursos, sin otra ambición
que sus vecinas y conocidas la vieran desempeñando un rol diferente.
Blanca, no volvió a conversar con persona alguna. Todos los días y desde muy
temprano la veían hincada y rezando junto a Bernardita, en la gruta de Lourdes, allá en el
cerro. Cuando lo más fijados se dieron cuenta que ella no se alimentaba, pensaron que
estaba en piadoso ayuno. Nadie se atrevió a molestar su profundo recogimiento, hasta
que una anciana que llevó flores a la Virgen, percibió su inmovilidad y mal olor. Nunca se
pudo precisar cuántos días la muerta estuvo rezando por sus hijos que se perdieron en
una noche de fuego, mientras ella cantaba “La vida es un Carnaval”.
40
Sueños cardinales * * * Román Villeg
John Kylman
JUAN agradeció por siempre a su padre el que lo haya expulsado del hogar y, a
su madre, el que le hubiera enseñado a hacer pan con ajo. Su padre lo mandó a cambiar a
los catorce años, cuando ya tenía un cuerpo de veintiuno, entre otras razones, porque
tenía la nariz diferente a la de sus nueve hermanos y además, prefería oficios tan
mujeriles como hacer pan y lavar ropa.
41
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Juan no pudo dormir el día que descubrió la magia del cine, más aún, cuando vio
tres veces el mismo programa rotativo. No logró comprender como las personas podían
hacer las mismas cosas en forma exactamente repetida y que el día y la noche fuera de
tan poca duración en la pantalla.
Fue tal el éxito del aroma y sabor del pan con ajo, que desde ese día la
panadería olvidó su nombre en la clientela y pasó a ser conocida como "Pan sabroso", las
ventas superaron la fama y largas colas justificaron la apertura de cinco sucursales, las
cuales tenía que recorrer Juan para preparar la fórmula correcta del pan tan afamado.
Vanos fueron los intentos de copiar el sabor y aroma del autor, sólo él sabía a qué dioses
invocar, en el mudo inglés de su memoria .
42
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Por varios días volvió John a buscar el repuesto y siempre hubo razones para
que lo olvidara retirar, hasta que finalmente la misma Jo lo puso en sus manos, junto a la
cordial invitación para cenar en su hogar, esel fin de semana.
43
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Hace más de cinco años que Jo y John viven en Seúl, ambos se perfuman con
limón después de bañarse. De vez en cuando, John prepara pan con ajo para alimentar la
nostalgia, por su tierra tan lejana, donde nadie le recuerda.
44
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Cena zodiacal
Efraín tenía fama de escribir con pelos y señales hasta los suspiros, toses y
silencios de los profesores, en una época en que todavía no se popularizaba el uso de las
grabadoras de audio y no existían fotocopiadoras para textos. Fue durante el reposo
ocasionado por el accidente en su mano derecha, en que descubrió su habilidad
ambidextra, que le permitía escribir en dos cuadernos en forma simultánea, con idéntica
perfección.
Cuando Efraín puso sus pies en la tremenda casona de las tías de Emiliano, se
dio cuenta que estaba ingresando a un palacio con historia y no a una simple vivienda
anticuada. Las tías no tenían edad en sus rostros de cuidados pergaminos y sus ropajes
hacían juego con el ambiente del salón. Fueron amables y efusivas en el saludo, a pesar de
sus manos heladas, luego le invitaron a pasar al amplio comedor, pues era hora de once.
Ante la sorpresa de Efraín, la tía Mercedes le preguntó sin preámbulos ¿Cuál es su signo
zodiacal joven?. -Soy Tauro- contestó confundido. Al poco rato tuvo frente suyo toda la
vajillería individual, platos, taza y servilleta con el mismo diseño tauriano. La once, para el
siempre vacío estómago de Efraín, fue más que una cena y almuerzo juntos. Las tías eran
45
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Las tías, nativas de Virgo y Acuario, se quejaron que ya estaban perdiendo las
esperanza de servir una cena para personas de los 12 signos. Emiliano les sugirió que si
ellas querían podía celebrar sus 21 años allí y con amistades de los otros ocho signos
completarían la docena de comensales. Las tías aceptaron con entusiasmo.
Antes de retirarse, las tías gentiles invitaron a Efraín a conocer las dependencias
del primer piso de la mansión. En cada una de ellas se deslumbró por la belleza de
estantes, muebles, objetos e iluminación de la amplia biblioteca, la imaginería de la
solemne capilla familiar y el espacioso salón de juegos con su mesa de billar. En cada uno
de esos lugares, se aspiraba aún la presencia de presidentes y ministros que ya no
existían.
Unos quince años después, Efraín pasó por el lugar en que había participado del
cumpleaños de su compañero y amigo Emiliano. Observó el lugar y lo embargó la nostalgia
al recordar los agradables y placenteros momentos vividos y constatar que ya nada
quedaba como testimonio material. El antiguo palacete había sido sustituido por un
edificio de departamentos sin gracia arquitectónica
46
Sueños cardinales * * * Román Villeg
mañana había adquirido un magnífico juego de vajillería con los signos zodiacales.
Temprano al día siguiente concurrió al negocio de su esposa y para su sorpresa tuvo ante
su vista todo el juego zodiacal que había pertenecido a las tías de Emiliano, solo faltaban
las servilletas bordadas con los signos del horóscopo.
47
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Una terapeuta sugirió la importancia que la enferma asumiera una rutina para
consumir el tiempo en forma agradable y le evitara estados de profunda depresión. La
misma Maribel sugirió que le gustaría recibir cartas de niños de todo el mundo. Se
consiguieron un Almanaque Mundial, de ahí sacaron las direcciones de los más
importantes periódicos de habla hispana y, antes de quince días, comenzaron a llegar
cartas de diferentes países, que sirvieron de verdadero bálsamo a las dolencias de
Maribel. Dada la gran cantidad de correspondencia recibida, fue necesario que muchas
personas ayudaran a dar respuesta y llevar un registro de ellas. Para cancelar tanto
franqueo se realizaron beneficios y colectas. Rápidamente entró en funciones una
verdadera organización de redactores, escribas y lectores de cartas internacionales.
Pasado más de dos meses de afanes epistolares, llegó desde Centroamérica una
carta cuyo matasellos decía "Puerto Limón". Todos se extrañaron del insólito nombre y la
sorpresa superó lo imaginado, cuando se dieron cuenta que el remitente era un niño de la
misma edad y dolencia que Maribel. A contar de entonces dejaron de tener importancia
las otras cartas y de ahí en adelante surgió la hermosa amistad de dos enfermos
terminales, que gracias a las palabras escritas mitigaban sus crueles dolores.
48
Sueños cardinales * * * Román Villeg
se aseguró el dinero para sobres, estampillas y drogas. Los padres de Maribel se dedican a
tiempo completo a atender la correspondencia de su hija moribunda, que renace cada
día, con la llegada del cartero. Los vecinos renunciaron a sus trabajos a fin de dedicarse a
redactar e imitar la letra de Maribel, para publicar nuevas cartas, las que cada mes
transforman en libro. Otros imitan la voz de Maribel y graban hermosos mensajes de
diferentes temas en caset o confeccionan recuerdos para los turistas que llegan atraídos
por lo insólito que resulta el conocer a una niña de tan pocos años y tan buena para
escribir, en un época en que el computador y el teléfono, han convertido la carta y el
correo, como algo poco menos que arqueológico. Así, toda la vida y economía del
poblado, en forma directa o indirecta está vinculado a Maribel.
El país vivía momentos difíciles, problemas limítrofes con el país vecino hacían
imprescindible tener habitantes y turistas en un pueblo tan cercano a la frontera. La
muerte de Maribel habría significado el fin de la mejor razón de ser del poblado, privando
al ejército de importantes informes en caso de guerra, al mismo tiempo que no permitiría
justificar la presencia de personas extrañas al lugar.
La delicada niña fue ubicada en su cama y nadie duda que esta en coma. El
médico la visita cada semana para comprobar el estado de conservación y hacer funcionar
los surtidores de suero que simulan alimentarla. Nadie puede pasar al dormitorio a parte
de sus padres y el médico, por el peligro que significaría contagiar a la paciente con algún
virus y complicar aún más su precaria salud, que por supuesto no posee. Por un amplio
ventanal, turistas y lugareños la contemplan dormir plácidamente.
49
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Nadie pudo descubrir el secreto silencio que se producía en cada curso en que
hacía clases. Hasta los más bochincheros se rendían al motivador hechizo de sus palabras
bien pronunciadas. Iniciaba su labor con ejercicios de relajación que los alumnos
obedecían sin oposición y, en el momento propicio, decía la hipnótica frase “duérmanse
mirando el pizarrón” y así quedaban los inmóviles estudiantes, mientras Casiano, con las
palabras precisas los llevaba a visitar y participar de espacios geográficos o momentos
históricos que no olvidarían jamás, asegurándoles además, muy buenas calificaciones en
las pruebas escritas o interrogaciones orales. El único problema, es que de tanto observar
el pizarrón sin pestañear, a algunos alumnos se le irritaban los ojos, quedando sus miradas
como deudos en velorio.
50
Sueños cardinales * * * Román Villeg
el extravagante profesor, desapareció de la vida del pueblo sin que nadie supiera de
donde había venido ni para dónde había partido.
51
Sueños cardinales * * * Román Villeg
“Que una fotografía con su rostro adornara todas las salas de clases de la patria;
que un monumento se levantara en la escuela en que trabajó; que se escribiera un libro
con su vida, obra y pensamiento, que el estado regalara forros para los cuadernos con su
rostro y biografía; que un equipo de fútbol llevara su nombre; que el día de su muerte
fuera feriado nacional; que todos los niños que nacieran ese día llevaran el valiente
nombre de Casiano. Entre cada discurso se agitaban las banderas y se gritaban las
consignas. Cuando ya eran más de la una de la tarde, uno de los sepultureros se acercó al
que dirigía la intervención de los oradores y, al oído, le preguntó si faltaban muchos
discursos todavía, ya que, ellos tenían que ir a almorzar, a lo que el líder del funeral
aprobó diciéndole que fueran nomás, ya que todavía faltaban siete discursos y la lectura
de 29 cartas y 58 telegramas de diferentes líderes políticos del mundo, incluidos un
telegrama de Nikita Krushov y una carta de ocho páginas de Fidel Castro.
Los restos del guerrillero profesor fueron abrazados por la tierra a las tres y
media de la tarde, bajo un cielo de gaviotas. La multitud acalorada, del cementerio se fue
a la playa. La policía calculó la asistencia al entierro en unas doce mil personas. Ese día fue
inolvidable para el comercio, se acabó el pan, la mortadela, los chicles, las bebidas y los
helados. También fue inolvidable para los deudos de los muertos del cementerio, por la
destrucción provocada por la multitud. Prados, floreros, cruces y ángeles quedaron en un
estado tan calamitoso que recién recuperaron su hermosura cuando llegó el 1º de
noviembre.
52
Sueños cardinales * * * Román Villeg
- Dígame doctor, por mera curiosidad, ¿cuándo fue dado de alta mi colega
Casiano Montero?.-
- Está muy bien. Todos los domingos, da una charla a los familiares que visitan a
los pacientes, y muy a menudo, estudiantes universitarios de historia lo entrevistan sobre
los egipcios y “El Libro de los Muertos”.
53
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Pérez Gil era considerado gracioso y educado por sus vecinos. Siempre contaba
chistes a los adultos y le gustaba repetir frases en diferentes idiomas, las cuales traducía
posteriormente.
54
Sueños cardinales * * * Román Villeg
El grito tuvo tal eco, que una multitud se despertó en la noche y llegó al
conventillo con diferentes conjeturas a saciar la curiosidad. Los vecinos de don Beto lo
rescataron del mierdal y las vecinas prepararon la más desagradable mixtura de hierbas
medicinales para evitarle infecciones intestinales.
Doña Rosalía tuvo la mala idea de bañar a Perejil en el pilón. Por varios días se
perdió la armonía del conventillo. Algunas señoras se abstuvieron de lavar la ropa y los
niños tuvieron la mejor excusa para no bañarse. El orgullo higiénico del conventillo fue
mancillado, hasta el día en que doña Rosalía, con cinco litros de cloro, lavó y desinfectó
totalmente el pilón, devolviendo a la comunidad el ritual de las normas de aseo.
Como las piezas eran muy pequeñas para ser usadas como velatorio y además,
era pleno verano, las mismas vecinas compungidas, sugirieron velar al finado Pérez Gil en
el patio, un par de metros antes del pilón. Los negros cortinajes fueron colgados de las
canales de agualluvia y un par de sábanas blancas ocultaban el pilón y servían de fondo al
crucifico de bronce iluminado.
55
Sueños cardinales * * * Román Villeg
rosario y, dándole incierto sentido y destino a los cortinajes albinegros y a las coronas
funerarias.
En el puerto vecino la otra viuda también tenía Libreta de Matrimonio, claro que
con una antigüedad menor en cuatro meses, según pudo comprobar el leguleyo familiar
de Rosalía, pero cuando obtuvo el dictamen judicial para devolver el difunto a Rosalía y
sus hijos, se encontró que desde el otro puerto, ubicado más al sur, habían sido retirados
los restos mortales de Gil Pérez por otra mujer mucho más joven, que aseguraba con
libreta ser su legítima esposa.
56
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Lo más curioso de todo, es que hasta en sueños Gil Pérez, mantuvo su secreto.
Nunca se fue de lengua ni se confundió con el nombre de sus mujeres, ya que las tres se
llamaban igual.
57
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Nunca Javier Valladares pudo recordar en qué momento tomó conciencia de sus
extraordinarias dotes telekinésicas, que le permitían mover, con su fuerza mental, todo
tipo de objetos a su entera voluntad.
Su madre, le comentó que desde que era un bebé, sucedían cosas extrañas en el
lugar en donde se encontraba: se abrían o cerraban puertas y ventanas, los objetos se
caían sin haber motivo y, más de una vez, ella vio volar la mamadera hacia los labios de
Javier o enviarla vacía hacia el velador.
Sin embargo, su buena estrella para delinquir, le abandonó la noche en que fue
sorprendido por una oculta cámara de vídeo y tuvo que enfrentar el peso de la ley.
58
Sueños cardinales * * * Román Villeg
59
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Todos los años el circo invadía la cancha del pueblo, para entregarnos su magia
en dos funciones exclusivas: una para niños y otra para adultos. Ese par de actuaciones
bastaba para que todo el pueblo fuera acogido en la carpa del Circo "Sofanor"; ese no era
su nombre, pero todos lo identificábamos así, ya que su original denominación en inglés,
estábamos seguro, ni el dueño sabía pronunciar. Pero más importante que el nombre era
el alegre payaso de eterna sonrisa que en tres letreros iguales informaba la llegada del
gran espectáculo que nos desvelaba y al mismo tiempo, nos hacía soñar.
Tan sólo una decena de personas constituían el elenco estable del espectáculo y
ellos se multiplicaban para cumplir diferentes roles, antes, durante y después de las
funciones. Y como esta visita tan esperada rompía la agobiadora rutina de aquellos años
sin novedades, nosotros ayudábamos a instalar la carpa de mil parches y ubicar las
gastadas tablas de las aposentadurías con tanto entusiasmo que olvidábamos hasta la
fatiga.
A don Sofanor, dueño del circo, le faltaba la pierna izquierda desde la mitad del
muslo, pero eso no impedía que jugara a la pelota e hiciera goles en la tarde previa al
debut. Hacía de chofer de uno de los camiones, vendedor de entradas, anunciador, mago
y hombre orquesta; tocaba guitarra y armónica al mismo tiempo y con el pie derecho
percutía el bombo o el platillo. Cuando interpretaba el tema del "Trompetista feliz", con la
mano izquierda tocaba tambor y los platillos. Ese solo espectáculo valía más de la mitad
del valor de la entrada, el público aplaudía de pie y él, muy orgulloso, saludaba con su
muleta.
60
Sueños cardinales * * * Román Villeg
perros boxeadores, ataviados con pantalón corto y guantes de box, peleaban round de
medio minuto, dentro de un pequeño cuadrilátero, ante la algarabía de todos los
presentes y el enérgico arbitraje de doña Clérida que no aceptaba golpes bajo el cinturón
o después que sonara la campana. La pelea siempre terminaba al quinto round cuando
uno de los perros recibía un nocaut de ficción. Dos payasos, disfrazados ridículamente de
enfermeros, retiraban entre risas y aplausos, la camilla con el perro perdedor.
Catenia, esposa de Sofanor era quince años más joven y la belleza de su cuerpo
y esplendor de su sonrisa en las alturas la convertían en la reina del trapecio y motivo de
sinceros suspiros en los varones y despectivas envidias femeninas. Con traje rojo se
elevaba desde la pista mordiendo una especie de estribo, después giraba abriendo manos
y piernas en forma de mariposa. Con vestimenta azul y peinado especial, que incluía una
argolla de fierro, era levantada desde el suelo por un gancho que se introducía en la
argolla del peinado y repetía los mismos movimientos y saludos de su número anterior y,
finalmente, ataviada de verde luminoso realizaba acrobacias y saltos en el trapecio junto a
su hijastro, quien además realizaba pruebas de fuerza como clavar clavos sin martillo y
enroscar herraduras nuevas.
Con su turbante y pases mágicos, Sofanor encerraba, en una bolsa que había
dejado de ser verde, a la hermosa Catenia, vistiendo traje de baño, la ocultaba en un baúl
de corsario arruinado y después de un rápido juego y movimiento de cortinas, la hacía
aparecer completamente vestida de novia, con una belleza que hacía suspirar a los
varones y soñar a las solteras.
61
Sueños cardinales * * * Román Villeg
62
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Iglesia de colores
Pero, el nuevo color parroquial no duró por mucho tiempo. Por desconocidas
circunstancias el granito rechazó la pintura, y esta se fue descascarando y formando
extrañas figuras, que el eidetismo colectivo le dio una gama de bíblicos y heterogéneos
significados.
63
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Los verdaderos fieles ya no rezan por pecados ni por favores concedidos, ponen
toda su fe en invocar a Dios, para que la Iglesia de rosados muros de granito recobre su
tono original.
64
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Todo ello fue suficiente para desconcentrar mi lectura y desbocar mis ideas, así
que opté por cerrar el libro y mis párpados.
He repetido el viaje cientos de veces y nunca más he tenido que regalar un libro.
65
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Mauricia, la convencida
Después de postular a varios trabajos, Mauricia por fin logró ser contratada por
una empresa multinacional de alimentos innecesarios. Después de la entrevista de rigor,
le hicieron firmar un compromiso secreto, en el cual se comprometía a decir que se
bañaba todos los días y que tenía tres delantales.
Mauricia fue despedida, no por su falta de aseo personal, sino porque llegaba a
la empresa sin delantal, a pesar que ella aseguraba y mostraba tenerlo puesto.
66
Sueños cardinales * * * Román Villeg
La playa ya no amanece aseada por las olas. Ellas son incapaces de ocultar
desperdicios surtidos, envases vacíos, preservativos usados, toallas de privilegiada
intimidad femenina. La arena seca se convirtió en sede de ocios permanentes, vicios
extremos y placeres efímeros; nuevas acepciones del concepto libertad.
No existen culpables. Quizás no vale la pena buscarlos. Nadie sabe nada y hay
quienes se atreven a culpar a las mareas.
67
Sueños cardinales * * * Román Villeg
La edad es un delito
68
Sueños cardinales * * * Román Villeg
El espejo de Nacimiento
69
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Peligro supremo del tren en movimiento era pasar de un vagón a otro, ya sea
para ir al encuentro de un conocido o arrancar del conductor y así no pagar pasaje.
Algunos ebrios o atrevidos, faltos de equilibrio, no fueron capaces de sortear el desafío y
terminaron impedidos de usar zapatos.
¡Tanta gente que cabía en los coches populares! En cada estación los pasajeros se
iban renovando parcialmente. Los personajes en varias partes del trayecto se repetían. El
borrachito con los dedos crespos buscando por todos los bolsillos el boleto extraviado. El
dormilón de boca abierta y ronquidos que espantaban las moscas. Los comilones de
huevos duros, pan amasado y tutos de pollo. Los brisqueros utilizando una maleta como
improvisada mesa de juego. Los observadores del paisaje, con la nariz aplastada sobre el
ventanal. Los conversadores apurando los acuerdos antes de llegar a la estación. Las
guaguas y cabros chicos ocupando dos asientos “sin pagar boleto” y durmiendo mejor que
en su cama. Los niños escolares, contando vanamente los postes del telégrafo que
avanzaban a la misma velocidad del tren, pero en sentido contrario. Las señoras tejiendo a
palillo y sin mirar el tejido.
70
Sueños cardinales * * * Román Villeg
El par de vendedores del tren, con traje de garzón sin restorán, se turnaban para
ofrecer sus productos cada cierto tiempo. Uno de ellos era cojo, pero con el movimiento
del tren ni se le notaba. Ofrecían sin entusiasmo periódicos y revistas. En las estaciones se
bajaban a ofrecer lectura y otras veces se asomaban por una ventana. Así llegaba a todos
los pueblos, grandes y pequeños, “La Discusión”, de Chillán, “El Sur” y “La Patria”, de
Concepción. “Vea”, “Vistazo”, “Aquí Está”, “Okey” y “Fausto”. Las damas compraban “Para
Tí”, “Chabela”, “Eva” y “Rosita”. Los niños se deleitaban con “El Cabrito”, “El Peneca” y el
“Billiken”.
Pero, también había que alimentarse. El mismo garzón de las bebidas, ofrecía
cada mañana el desayuno. Había que ser muy diestro con la taza, de lo contrario el café
terminaba quemando desde la garganta a las piernas. Además se vendían las sustancias de
Chillán, las tortas Curicanas, galletas y pastillas.
71
Sueños cardinales * * * Román Villeg
A veces el tren esperaba inútilmente en Coigüe, ya que ningún pasajero del sur
bajaba en su estación. Pero el tren respetaba el reglamento ferroviario y siempre
esperaba saludar al tren sureño para emprender viaje a Nacimiento, que estaba a ocho
kilómetros de distancia.
72
Sueños cardinales * * * Román Villeg
coche y espantaba el sueño de los niños que se desbocaban llorando inútilmente, ya que
su sinfonía de lágrimas se hacía inaudible con el ruido de la máquina y el traqueteo de las
ruedas sobre los rieles.
Los sacos con aves ocupaban los espacios bajo los asientos, en donde patos,
gansos, pavos y gallinas, sacaban sus asfixiadas cabezas por los orificios que les permitían
respirar. Los canastos provocaban toda clase de incomodidades tanto por su forma como
por sus asas que no permitía introducirlos totalmente bajo los asientos, ni en las repisas
sobre las ventanas. Además los canastos ubicados cerca del pasillo rasguñaban las piernas,
especialmente de las mujeres.
Esa verdadera Arca de Noé ferroviaria, después de pocos minutos llegaba a la gris
y solitaria estación de Nacimiento. Había que despertar a los chiquillos que sabían caminar
y bajar con premura los bultos y animales. La gente que viajaba en primera clase, se
acomodaba en las ágiles “cabritas” tiradas por caballos iluminadas por “chonchones” de
trémulas velas encendidas.
En las noches despejadas, las estrellas reflejadas en el río, semejaban peces que
nos miraban con ojos de admiración. La iluminación del pueblo era otorgada por un
locomóvil, cuyo operador pocas veces lograba mantener el promedio de voltaje, lo que
provocaba que las ampolletas parpadearan como si estuvieran a punto de quedarse
dormidas.
73
Sueños cardinales * * * Román Villeg
para abordar la precaria embarcación, que zigzagueando avanzó con rumbo a la otra
orilla, en donde un farol mortecino era la única referencia para no perdernos en la
húmeda oscuridad.
Mis tías abuelas usaban trenzas con las cuales se hacían diferentes peinados
usando horquillas y peinetones curvos. La única oportunidad en que tuve la ocasión de
ver su pelo desenvuelto, fue una vez para Semana Santa. En esos días de fe inclaudicable,
se dejaron totalmente sueltos los cabellos que de tantas trenzaduras se quedaron
definitivamente ondeados. Con el pelo suelto, sus rostros demostraban con naturalidad
sus agobiados sentimientos por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Esos tres días de
recogimiento cristiano, fueron terribles para mi estómago ansioso de roscas y sopaipillas.
Mis tías durante esos días no cocinaban. El jueves en la noche cocían una olla grande con
papas y ése era el único alimento hasta el Domingo de Resurrección. En esos días de
insólita inmovilidad, sólo se dedicaban a rezar, con tal concentración espiritual y olvido
por las cosas terrenales, que hasta los gatos perdían el apetito y las gallinas se
enculecaban sin esperanza de empollar.
74
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Para un niño inquieto como yo, era agobiante tanto recogimiento espiritual, a
causa del cual lo único que se podía hacer sin provocar regaños era respirar y observar el
desfile de las hormigas. No se podía jugar, saltar, correr, cantar, silbar, es decir no se
podía conjugar con la acción, ningún verbo propio de la infancia. Ante cualquier desatino
uno escuchaba la frase clave "Agáchate Semana Santa". Cuando llegaba el Domingo de
Pascua de Resurrección todo volvía a la normalidad y otra vez la cocina abría sus puertas.
La cocina era amplia y habitable. Su puerta doble tenía gruesas argollas que
jamás conocieron un candado. Bastaba una amarra de cáñamo o lana para cerrar la puerta
de noche, en una época en que la honradez era una virtud que todos practicaban. La
ventana era una tarima que se abría totalmente en verano y parcialmente en invierno.
Todo el mobiliario era obra de mi abuelo: mesa y sillas para almorzar y cenar y bancas de
madera y pisos de batros para matear alrededor del fogón o “pollo” ubicado justo al
medio y en el suelo de la cocina sobre el cual colgaba una olleta de tres patas que siempre
estaba en funciones. De las vigas colgaban ristras de ajos y ajíes colorados y las cebollas
formaban un desfile apoyadas en un alambre que colgaba de norte a sur.
Otro fogón más pequeño y con parrilla, estaba ubicado sobre una estructura de
adobe y cerca de la ventana y servía para cocinar. Allí la tía Carmen preparaba las
cazuelas, carbonadas, pancutras y charquicanes junto a lentejas, porotos y garbanzos que
con una cucharadita de color adquirían un sabor que mi paladar no ha olvidado ni vuelto a
saborear. Mientras cocinaba al calor del carbón, la tía Carmen aprovechaba de rezar el
Rosario, marcando cada Misterio con una papa que iba dejando sobre una tarima bajo la
ventana.
Al igual que la cocina, los dormitorios tenían piso de tierra nivelado con el “paso”
de los años y de los pies y las diarias caricias de la escoba de curagüilla. La única pieza con
piso de madera y ventana con vidrio, era el comedor para atender a las visitas. De la
muralla emblanquecida con cal, colgaba una Santa Cena, un retrato presidencial y un
diploma del Ejército. Sobre la mesa cubierta con un mantel tejido a crochet, un florero de
75
Sueños cardinales * * * Román Villeg
vidrio contenía un ramillete de espigas de trigo a manera de flores. Sin embargo, lo más
importante y lujoso de todo, era un espejo grande, que le daba al comedor un aire
distinguido y duplicaba el espacio y mi imaginación. Ese espejo señorial, era el antídoto
con el cual me curaba del aburrimiento, encaramado en una silla para poderme reflejar.
Nunca en ese comedor fui testigo de almuerzos o cenas, siempre las personas preferían la
sencilla y acogedora incomodidad de la cocina, donde la olleta multiplicaba sopaipillas,
empanadas o roscas, como conejos en el sombrero de un mago.
Regresamos a Tomé, con la mitad del espejo que mis tías abuelas me regalaron.
Aún el espejo me acompaña. A pesar que su luna está muy empañada, aún se reflejan en
él, las felices imágenes de mi infancia, algunas de las cuales me he atrevido a escribir,
antes que la ausencia de memoria empañe mis recuerdos.
76
Sueños cardinales * * * Román Villeg
Román Villeg
77