ARRIETA Acompañar en La VC
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INTRODUCCIÓN
Me sorprendo al escribir este epígrafe: acompañamiento espiritual. ¿Cómo decir
una palabra sobre él si la especialidad para la que me he preparado durante años ha
sido la psicoterapia? Del acompañamiento espiritual no he partido, a él voy llegando por
la experiencia compartida con muchas mujeres y varones en el itinerario de mi ser y
vivenciarme como mujer buscadora de Dios.
Hablar de acompañamiento espiritual es pura gracia, cada día me provoca a la
acogida y a la adoración. Todo lo que puedo compartir en estas líneas no me pertene-
ce, se lo debo a los que conmigo van haciendo el camino, como acompañantes o acom-
pañados, en el lento y rápido discurrir de la vida cotidiana.
Dos ideas quiero compartir en este breve artículo. La primera responde a la
pregunta: ¿Qué es acompañar espiritualmente en la vida cotidiana? La segunda mucho más
práctica aún: ¿Qué hacen -hacemos- los acompañantes para acompañar? Acabaré con unas
breves conclusiones.
1. Acoger la Vida
Para los que nos decimos creyentes y cristianos, la vida en el Espíritu es conti-
nuo itinerario a través de los diferentes acontecimientos vividos cada día en esta socie-
dad siempre cambiante y sorprendente. Todo cambia, permanece lo esencial. Y lo
esencial -en nuestra condición de creyentes- es buscar a Dios. Buscar a Aquel que había
por su Espíritu en el fondo de cada corazón para consentir en libertad a esa gracia re-
cibida «porque en El vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). ¡Todo un escándalo
desde la realidad de nuestros días!
ñamiento escrita en 1999 en los Cuadernos Frontera del ITVR de Vitoria (España). Nº 26.
Acompañar en la Vida Cotidiana. Lola Arrieta, CCV
4 Claire Dumouchel es una religiosa del Buen Pastor de Quebec. Define así el acompañamiento:
«La realidad de Dios, vivida en lo profundo del misterio de la persona, nos invita a reflexionar, a profundizar esa
ciencia del corazón que es el acompañamiento espiritual». «En conceptos previos al acompañamiento espiri-
tual». Un artículo muy sugerente que cayó hace tiempo en mis manos y del que no sé precisar la reseña
bibliográfica completa.
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Acompañar en la Vida Cotidiana. Lola Arrieta, CCV
quedará ahí, irá más allá. Su sentido de discernimiento le permitirá guiarse por el
«principio de trascendencia» para escuchar -una vez clarificadas sus emociones más pri-
marias -lo que grita por mostrarse en ese su ansia de tener palabra adecuada ante el dolor.
¿Hay que admitir que ese deseo de palabra para consolar y alentar al otro es irreal e im-
posible? No. En esa ansia aparecen mezclados el afán de omnipotencia con los deseos
de recibir una «lengua de discípula para que sepa sostener con mi palabra al abatido» (cf. Is
50,4-5).
Será importante remitir a la experiencia del profeta, ¿qué ha hecho?: «No se ha
hechado atrás», dice literalmente Isaías. Por la fe estamos llamados a purificar todos los
deseos infantiles o deformados desde el mismo Dios, hay que aprender a resituarlos,
en última instancia desde El. «En la fe solo se confía en El, que se comporta de modo absolu-
tamente fiel, no hay lugar para el engaño. El será el único destinatario reconocible a quien
apuntan y se dirigen desde el inicio, nuestras historias relatadas»5.
Acoger la Vida no se hace de repente. Se vislumbra, poco a poco, entre imáge-
nes nítidas y deformadas; se va haciendo actitud configurada y configuradora de un
peculiar estilo de vida en el que no falta la oración. Porque acoger la Vida es fruto de
un encuentro. Todo encuentro es comunicación. En la relación con Dios, El siempre tie-
ne la primera palabra, nosotros recibimos esta Palabra, la acogemos en el interior y -
por gracia- quedamos dinamizados por ella. «He venido para que tengan vida y vida en
abundancia» (Jn 10,10).
Acoger tiene siempre una doble dimensión: recibir y activarse. Recibir, esto es:
ver, oír, conocer, recordar a Jesús en la pasividad interior y en los acontecimientos dia-
rios. Activarse, porque la contemplación es determinante de una práctica de vida reno-
vada. Activarse es poder llegar a actualizar a Jesús en la vida cotidiana.
Acoger la Vida significa interiorizar y personalizar la fe. Que el mensaje de Jesús
quede interiorizado, así la persona de Jesús se convierte en manantial interior e impul-
so para vivir en misión. ¿No fue eso lo que experimentó la mujer sin nombre de Sama-
ria? (cf. Jn 4,14). No nos lo inventamos, no es un sueño ilusorio, Jesús lo afirmó solem-
nemente, puesto en pie ante la muchedumbre: «Si alguien tiene sed, que venga a mí y be-
ba. Como dice la Escritura, de lo más profundo de todo aquel que crea en mí brotarán ríos de
agua viva» (Jn 7,37).
2. Acompañando la vida
La búsqueda de Dios no puede hacerse mirando al cielo solamente. Muy claro
lo dijeron los hombres vestidos de blanco a los discípulos «mientras estaban atentamente
mirando al cielo viendo como se marchaba Jesús» (Hch 1,9). Las mujeres transmitieron cla-
ramente la pista de dónde encontrarlo desde entonces: «Id a decir a sus discípulos que El
va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, tal y como os dijo» (Mc 16,7).
No partimos de cero; somos seguidores y seguidoras de Jesús. Nuestro camino
de búsqueda de Dios es posible porque en Jesús ya se ha realizado. Iluminados por su
luz descubrimos su misterio como Vida y Palabra encarnada, encontramos a Dios.
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Acompañar en la Vida Cotidiana. Lola Arrieta, CCV
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Acompañar en la Vida Cotidiana. Lola Arrieta, CCV
lugar de nuestro amor. Vivir no requiere tiempo: vivimos todo el tiempo; y el Evangelio, sea lo
que sea para nosotros, debe ser, ante todo, vida».
«Nuestras idas y venidas -aunque sean tan breves como pasar de una habitación a otra-,
los momentos en que nos vemos obligados a esperar, son momentos de oración preparados para
nosotros en la medida en que nosotros estemos preparados para ellos»7.
Acompañar el presente de la vida cotidiana supone interesarse a fondo por la ca-
lidad con la que el acompañado vive. No queremos decir meterse en su vida para diri-
gir sus pasos hacia tal o cual punto de destino, no. Se trata de captar su interés por lo
real, por lo que acontece en sí y en los otros. Una realidad que lo libra de fantasías (en
ello se aplicará el terapeuta), lo saca de peligrosos ensimismamientos individualistas y
lo induce a relacionarse a fondo, implicarse y comprometerse en la vida diaria con los
criterios que ofrece el Evangelio de Jesús (en esto otro se aplicará el acompañante).
Acompañar así la vida cotidiana es camino de conversión. Los frutos son lentos
pero seguros: Aprender a encarar lo real como opuesto a lo trivial, abrirse a lo inespe-
rado, abrirse al gozo y al dolor propios y ajenos, no rodearlo, establecer una «honrada
relación con lo real», como le gusta decir a Jon Sobrino. Abrirse al encuentro con el otro,
cuando el otro se presenta como próximo/prójimo, o como lejano/separado. Salir a su
encuentro es lo que hará que esa lejanía se transforme en proximidad. Así, poco a po-
co, cambia la mirada sobre la realidad, se van purificando las imágenes de uno mismo,
del mundo, de Dios.
Acompañar la vida significa también aprender a proyectarse hacia el futuro. El te-
rapeuta despedirá a su paciente cuando este haya clarificado los problemas que le hi-
cieron solicitar su ayuda. El acompañante puede ir más allá; su relación puede ser de
mucho más largo alcance, ya que su objetivo no es resolver problemas, sino enseñar pa-
cientemente a descubrir en cada situación vivida lo que el Espíritu va revelándonos.
Acogerlo se traducirá en cambios concretos en la manera de estar en la vida, en la rela-
ción con Dios, en las relaciones con los demás, en los intereses y prioridades por las
que movernos.
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1. Mediar
Si algo debemos tener claro es nuestro papel en el acompañamiento. El verdade-
ro acompañante es el Espíritu de Dios. No somos nosotros los que llevamos la iniciati-
va, lo nuestro es la mediación. El encuentro de acompañamiento es asistir como testigos
a un diálogo entre Dios y cada persona que nos elige para presenciar y mediar en ese
quehacer del Espíritu en ella. El acompañado se interesa por descubrir las huellas de
Dios en su realidad cotidiana, necesita de alguien que le ayude y verifique en su modo
de interpretar y leer estas visitas del Señor.
A nosotros nos corresponde estar ahí, como verdaderos pedagogos que escu-
chan, acogen, procesan lo que llega, se sitúan al lado y del lado del acompañado; no
delante ni detrás. Lo nuestro es mediar, no suplantar al Espíritu, verdadero acompa-
ñante.
Con la mediación contribuimos a hacer posible la toma de conciencia de cómo va
realizándose la acción de Dios en el acompañado. Porque el acompañamiento es una
dinámica procesual e integral, no se hace en un solo encuentro, se realiza a lo largo de
un camino, desde el punto donde el acompañado está. Se le ayuda a dar pasos hacia
adelante, a su ritmo y desde sí, de forma metódica y pautada, sin presionar ni abando-
nar, sin forzar ni aflojar.
¿Cómo hacer esta mediación? La mediación se realiza con una actitud de apertu-
ra para escuchar al acompañado, ofrecer preguntas abiertas que ayuden a explayarse,
reflejos oportunos que ayudan a profundizar. Operaciones tales como: asociar, rela-
cionar, disociar en un momento para identificar todo lo que acontece en una situación;
hacer síntesis, ampliar perspectiva, abrir horizonte, reinterpretar vivencias, verificar,
etc. Todos estos quehaceres se ponen en juego en cada encuentro. La mediación pide
lucidez para descubrir el momento de ofrecer tareas y pautas para la vida y la oración,
siempre con finalidad de ayuda, según el momento en el que el acompañado esté.
La experiencia de acompañamiento no puede darse si no es algo previamente acordado y
decidido por ambas partes. Por parte de la persona exige una disciplina de búsqueda ele-
gida libremente; por parte del acompañante un compromiso de acompañar realmente el
proceso, con lo que supone de sacrificio de tiempo y de entrega incondicional sin bus-
car nada para sí ni desear nada por el otro.
2. Clarificar
El fundamento de la clarificación lo encontramos en la afirmación siguiente: «la
experiencia de decirnos a nosotros mismos, conocernos y nombrarnos, exige la dinámica del
encuentro y la presencia de un interlocutor-mediador que no “nos configura a su medida”, sino
que nos “presta su presencia y su palabra” para llegar a pronunciar la verdad interior que nos
hace libres y nos conecta con nuestro centro vital».
Clarificar tiene mucho que ver con el «ayudar a nacer», poner palabra y dejar
que la palabra -con minúscula y mayúscula- sea pronunciada y escuchada. Se hace
ayudando a los otros a hacerse las preguntas adecuadas, a conectar los sentimientos
con la razón, a simbolizar con la palabra la experiencia, aproximándonos, casi sin dar-
nos cuenta, a lo que es la interioridad.
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Acompañar en la Vida Cotidiana. Lola Arrieta, CCV
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persona humana. ¿Cómo superar estos dos escollos importantes? Además de resaltar
de nuevo la importancia de una formación adecuada para el servicio de acompaña-
miento, no podemos olvidarnos de lo dicho en la mediación: lo nuestro es ser testigos,
no otras cosas.
b. Clarificar pide recordar en todo momento nuestro papel de testigos. Por lo tanto, en la
clarificación no cabe interpretar como si la nuestra fuera la última palabra, tampo-
co «sermonear», hablar y hablar con intención de «convencer», «hacerle ver que…».
Estas son trampas frecuentes que debemos superar. Lejos de clarificar contribuyen
a confundir.
Lo nuestro es identificar aquello que se le está señalando para contemplar, pro-
fundizar. Lo nuestro es el relato, la narración, el canto de lo que acontece, no otra cosa.
Suele ayudar mucho, para clarificar, la propuesta de testimonios escritos, textos y re-
flexiones sobre temas de su interés para que el acompañado se mire en su luz, y pueda
poner palabra a cosas que le ocurren a él mismo.
c. La propuesta de hacer lectura y contemplación creyente de experiencias vividas suele ser
un sencillo recurso que también ayuda mucho a clarificar e interiorizar hasta des-
cubrir la bondad interna y externa que encierra cada realidad. Este recurso propi-
cia un paciente cambio de actitudes ante la vida. La propuesta es muy sencilla y
pueden ofrecerse variaciones diversas según el interés y la situación del acompa-
ñado.
Cuando hay confusión por algo vivido proponemos profundizarlo sencillamen-
te. ¿Cómo? Describir la situación vivida como se describiría la secuencia de una pelícu-
la y a partir de ahí preguntarse: ¿qué he vivido en esta situación?, ¿qué he sentido a
partir de lo que vivía?, ¿qué significado tiene para mí?, ¿qué descubro como bueno en
eso que he vivido?, ¿qué tiene de bueno para otros?, ¿qué he hecho, cómo he actuado?,
¿cómo se me muestra el Señor en esta situación?, ¿a qué empuja y anima?, ¿hay algo
de inadecuado/nuevo/ desconcertante en esta situación?
d. El acompañamiento para la toma de decisiones. La clarificación también se realiza
cuando ayudamos a los acompañados a tomar decisiones. Parece algo sencillo, pe-
ro no lo es tanto. Es una de las materias que más abunda en el acompañamiento.
Clarificar llevará en determinado momento a dar un consejo abierto o una opinión
sobre algo cuando se nos solicita abiertamente. Pero la clarificación será más au-
ténticamente espiritual si -por ella- ponemos al acompañado en situación de deci-
dir a la luz de Dios. No hacerlo por El; no ahorrar que El lo haga. ¿Cómo hacerlo?
Sencillamente ayudando a que defina bien la situación a decidir; a partir de ahí,
ahondar en las ventajas e inconvenientes que se derivan de decidir una cosa u
otra, así como identificar y profundizar en todos los sentimientos que acompañan.
Será importante ayudar a captar desde qué claves (psicológica, existencial, religio-
sa) describe su reflexión y qué valores se señalan como prioritarios en su vida. No
acaba ahí el proceso de decisión, sino que será necesario procesarlo a la luz de la
oración, presentarlo al Señor. Caer en la cuenta de los sentimientos que se produ-
cen en la presencia de Dios, animar a esa toma de decisión y actuar en consecuen-
cia.
e. Aporte de información oportuna o sugerencias de contraste del acompañante con alguna
otra persona, según la situación que el acompañado viva. Hay muchos momentos que,
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3. Vincular
La función de vinculación se hace presente a lo largo de todo el acompañamien-
to. Sin embargo, en cada momento tiene un matiz específico. El camino de la búsqueda
es muy apasionante y en algunos momentos muy cálido, pero en otros es arduo, nece-
sita nexos, apoyos, estímulos.
La vinculación es la experiencia de hacerse compañero con el otro en todo el iti-
nerario, pero de forma específica en los momentos en que se hace más duro por causas
diversas. No podemos confundir la vinculación con la relación afectiva dependiente.
Esto es lo primero que hay que aclarar.
En situaciones puntuales es fácil vivir momentos de encuentro emotivos por
grandes alegrías o por profundos desencantos, pero esto corresponde a otro modo de
acompañar; es lo propio de los encuentros esporádicos. Aquí la vinculación se realiza
tanto cuanto la persona se siente entendida, clarificada e iluminada en aquello que ha
acontecido y se sintió movida a compartirlo.
En un acompañamiento de más largo alcance en la vida cotidiana la vinculación
significa el compromiso claramente acordado de encontrarse las dos personas, con una
periodicidad previamente fijada de forma flexible, para compartir alegrías y sorpresas
de la búsqueda de Dios en esa etapa de su vida.
Vinculación significa establecimiento de límites, relación clara y diferenciada en
la que ninguna de las dos partes -acompañante y acompañado- viven con la expectati-
va de que el otro va a cubrir sus necesidades suyas encubiertas. Vincularse es la alter-
nativa a una relación de dominio-dependencia.
La vinculación normal y sana no propicia la lógica de la manipulación, incluso
inconsciente: «si yo puedo solo, no te busco; si no puedo, contaré contigo». Tampoco la que
pueda surgir por parte del acompañante: «Creo que hablaré contigo siempre que lo vea
conveniente porque necesitas mucha ayuda y yo quiero demostrarte que estoy a tu lado». Este
modo de razonar denota dominación y dependencia, propicia que el acompañado no
se responsabilice de su proceso, aborta la esencia del acompañamiento al dejar el ti-
món en manos de los estados de ánimo.
Vincularse es comprometerse. Vincularse es -simbólicamente hablando- estable-
cer claramente un contrato con acuerdos claros, definidos y consistentemente flexibles.
La vinculación ayuda a forjar la voluntad -no el voluntarismo-, fortalece la autonomía
-no la independencia-, enseña la interdependencia, descubre la mística de acompañar-
nos unos a otros, como un rasgo propio de los discípulos de Jesús.
La vinculación como referencia estimulante y cálida genera la certeza de hacer
el camino verdaderamente acompañado. Alguien le habla a Dios de mí, se alegra con mis
gozos, me estimula y apoya en las dificultades, me alienta en la oscuridad y el
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desánimo, me confronta en los engaños y desvíos, no hace el camino por mí; sí, conmi-
go.
a. La vinculación pide un continuo ejercicio de tantear la forma oportuna de autorre-
gularse al lado del acompañado. Cuándo aparecer, cuándo desaparecer; empujar o
frenar; animar, apretar, acercarse, retirarse. La experiencia va enseñando que la
forma de alentar, sostener, acoger, confrontar, es tanto más efectiva cuanto se hace
con sobriedad, serenidad y discreción. No se trata de fingir, tampoco de forzarse; cada
uno debe acertar a saber ser uno mismo al lado del otro, no guiado por las propias an-
siedades emocionales, sino por la situación concreta del acompañado y las insi-
nuaciones del Espíritu. ¿Será posible tan fina encomienda sin hacer nosotros mis-
mos de nuestros acompañamientos materia de diálogo con el Señor?
b. Otras variaciones sobre la vinculación las practicamos cuando ofrecemos a la per-
sona vínculos consistentes que estimulan a continuar en el proceso, sobre todo en
momentos de especial dificultad. Esta experiencia vincular se logra con la mera
presencia atenta y consistente; con la capacidad de alegrarse y solidarizarse en el
momento oportuno, haciéndose cargo de los sentimientos de la persona.
c. Ofrecer nexos que den coherencia, unidad, significación y perspectiva a todo el proceso tam-
bién es un modo de practicar la vinculación, ahora no en función de la relación en-
tre las personas, sino de la relectura del proceso. Así se construye y sana la memo-
ria. Así, la mera cotidianidad se descubre como realidad habitada por el Espíritu.
4. Discernir
Discernir tiene mucho que ver con clarificar pero va mucho más allá. Tiene mu-
cho que ver con la función sapiencial, se realiza desde la clave estrictamente teologal.
La función de discernir se nutre de la sabiduría suplicada, de mirar y escuchar a Jesús
para empaparse de su forma de hacer y decir.
Ayudar a discernir supone experiencia. ¿Quién puede presentarse con tal preten-
sión? Sólo quien de verdad vive y ahonda en su propia condición de discípulo. A
acompañar no se aprende de una vez por todas, podemos acompañar porque somos
acompañados, porque tratamos de escudriñar también nosotros su voluntad, al igual
que aquellos que se nos acercan.
Solo la experiencia nos hace expertos. Expertos por pura gracia, expertos desde la
experiencia, expertos con y por experiencia. Expertos porque se nos da, poco a poco,
aprender a colocarnos en el lugar que nos corresponde y reconocer a Dios el suyo.
Así se forja un acompañante. Así se va aprendiendo a vivir con cierta sabiduría.
Se nos da acercarnos a la propia vida y a las vidas de los otros con confianza, la que
surge al tener una cierta seguridad para saber qué hacer, qué decir, cuándo callar, có-
mo confrontar. Pero una confianza siempre compañera del respeto, porque nunca nos
las sabemos todas, porque en cualquier momento la vida con toda su virulencia puede
presentar su peor cara. Porque no es tópico sino verdad honda que cada persona es un
misterio y su historia única.
Cuando nos sabemos (con un saber de sabiduría, no meramente mental) en las
manos de Dios, la confianza no se tambalea, aun en medio de las dificultades; la sere-
nidad permite ahondar en el discernimiento y afinar en posturas de solidaridad.
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Acompañar en la Vida Cotidiana. Lola Arrieta, CCV
¿Qué recursos son los más frecuentes y efectivos para ayudar a discernir, su-
puesto todo lo anterior?
a. Mirar la vida y la persona del acompañado con los ojos de Dios. Para ello hay que tomar
en serio las palabras del Evangelio «El Reino de Dios está dentro de vosotros». No es
tan fácil esto. Hay que superar dos dificultades: Una, el intimismo, se expresa en el
quedarnos en las sensaciones y cosas agradables; muy propio de los acompaña-
mientos mal llevados. Otra, quedarnos en la anécdota, en los contenidos en sí, pri-
sioneros de los impactos propios de lo externo y plano, sin entrar en más en lo
profundo. Lo importante del acompañamiento y de lo que la persona trae no son
los contenidos en sí, sino aquello que se encierra más allá del contenido: el meta-
mensaje, la huella de Dios.
b. Describir lo que hay de signo y sacramento de Dios en los acontecimientos que la persona
vive y en su persona en sí. Mostrárselo en su momento, ayudar, cuando así acontece,
a que la misma persona lo exprese como verdadera experiencia de gracia. La expe-
riencia enseña lo impresionante de esos momentos en los que se va intuyendo la
presencia del Espíritu que todo lo fortalece.
c. El discernimiento profundo de las emociones que acompañan a cada experiencia. Y aquí sí
que entra de lleno la necesidad de ser experto. Se trata con lenguaje clásico de sa-
ber distinguir si lo que se vive es de Dios, o no; en lenguaje ignaciano, es rastrear
las mociones del Espíritu.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Hasta aquí mi aportación hoy. Acompañar en la vida diaria, como he tratado de
trasmitir, pide formación, sí. Pero una formación que pase por la experiencia, de lo
contrario sirve de poco; eso también la experiencia lo va enseñando.
La tarea de no engañarse, saber esperar, señalar el núcleo más adecuado en ca-
da encuentro, aprender a regularse al lado del acompañado exige paciente discerni-
miento con lucidez sapiencial
Si el acompañamiento sólo se piensa como una dinámica afectiva que se satisfa-
ce en sí misma en la relación con la otra persona, usurpamos el sitio al Señor. Si se
piensa como un proporcionar siempre bienestar al acompañado sin confiar en su posi-
bilidad, matamos el Espíritu.
El acompañamiento en la vida diaria pide mística y compromiso. Confianza y res-
peto. Sólo así podremos mediar para acoger la Vida, acompañando la vida.
Para la reflexión
¿Te sientes motivado/a por la lectura de este artículo a acompañar y ser acompañado/a? ¿Logras
alimentar tu ánimo en esta reflexión?
¿Qué orientación y contenidos les das a esa expresión de la autora «acoger la Vida, acompañando
la vida»?
Acompañar en la vida cotidiana supone: mediar, clarificar, vincularse, discernir. ¿Cuáles son tus
fortalezas y tus debilidades en esas cuatro tareas?
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