Las Artes Visuales de Nicaragua
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Las Artes Visuales de Nicaragua
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Las Artes Visuales
de Nicaragua
J u l i o Va l l e - C a s t i l l o
Las Ar tes Visuales de Nicaragua
N
709
V181 Valle-Castillo, Julio
Las artes visuales de Nicaragua / Julio Valle-Castillo.
1a ed., Managua:
PBS Nicaragua, 2012
144 p. : il. col.
ISBN 978-99964-0-150-3
1. PINTURAS NICARAGUENSES 2. PINTORES NICARAGUENSES-BIOGRAFIAS
3. ARTES VISUALES
Managua, Nicaragua
© Reservados todos los derechos, no pudiéndose reproducir, o transmitir
por ningún sistema mecánico, electrónico de fotocopia o similar esta
publicación, ni en su parte, sin previo permiso del editor.
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Contenido
Presentación 7
Capítulo I 9
Rodrigo Peñalba; El fundador de la pintura nacional
Capítulo II 23
Fernando Saravia; Del neoimpresionismo al abstraccionismo
Capítulo III 37
La colaboración de Enrique Fernández Morales
Capítulo IV 43
Omar d´ Leon; color, variedad e identidad
Capítulo V 53
El primitivismo de Doña Asilia Guillén a la Escuela de Solentiname
Capítulo VI 59
Armando Morales; El primer nicaragüense universal
Capítulo VII 69
Grupo Praxis
Capítulo VIII 99
Otros pintores y otras tendencias
Capítulo IX 117
Mujeres en la Plástica
Capítulo X 133
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Presentación
Estimados clientes y amigos, una vez más, llegamos a esta época de Navidad,
deseándoles lo mejor para ustedes y sus familias y a la vez agradeciéndoles su preferencia
y lealtad de hacer negocios con PBS Nicaragua.
Afectuosamente,
Marco A. Almendárez
Gerente General
PBS Nicaragua
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Rodrigo Peñalba,
El Fundador de la pintura nacional
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Capítulo I
RODRIGO PEÑALBA:
EL FUNDADOR DE
L A PINTURA NACIONAL
C
ontemplado en perspectiva, se puede afirmar que Rodrigo
Peñalba (León de Nicaragua, 1908 - Honduras,1979)
nació para pintor, fue producto de la pintura y es el
fundador de las artes visuales de Nicaragua en un sentido
moderno, en tanto remozó con disciplina, método y entusiasmo
la maltrecha Escuela Nacional de Bellas Artes, que carecía de
director, pues el escultor Genaro Amador Lira (Managua, 1910-
México, 1983) había abandonado el cargo y el país, llegándose al
extremo de que el portero del edificio funcionó por mucho tiempo
como director. Precisamente, en los meses inmediatos anteriores
al nacimiento de don Rodrigo, don Pastor Peñalba, su progenitor,
optometrista y pintor, entre otros miembros de la Academia de
Bellas Artes de León, organizaba por tercera vez el concurso y
la muestra de artes plásticas con motivo de las fiestas patrias, 14
y 15 de septiembre de 1907, en la expondrían por igual jóvenes
aficionados y adultos autodidactas.
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Consciente del vacío plástico, esta empresa fue más ardua y solitaria que la de los
vanguardistas en los años treinta, en cuanto a literatura se refiere. La Vanguardia encontró
nada menos que a Rubén Darío (1867-1916), un hombre y un nombre, una época, un
lenguaje, todo un universo y una generación, a las cuales oponerse y respetar, profanar y
heredar. Peñalba, por el contrario, no halló más que indicios indígenas, populares y coloniales
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y atisbos en las xilografías de Joaquín Zavala Urtecho (Granada, 1910- Managua, 1971) y
algunos caricaturistas. Tenía que crear todo de la nada. Crear su pintura y procrear pintores,
lo que requería introducir las escuelas modernas y amaestrar alumnos para generar un
movimiento plástico en aquel precario contexto. Su mayor mérito radica en haber resuelto
su humanidad y su americanidad en lenguaje artístico y plástico sin precipitarse en la
antropología o el folklore. Ostenta mundo inferior, personal, alentado y alimentado por sus
obsesiones, por sus pasiones y plasmado por su oficio. Su obra está más codificada de lo
que podría demandarse, y redondeada y acabada, de lo que suele suponerse.
Si Peñalba ingresó al arte jugando, haciendo caricaturas, poco después lo tomó muy
en serio. Este cambio ya ocurrió y se profundizó en Estados Unidos, México y Europa, a lo
largo de casi dos décadas. En los veinte estudió en el Instituto de Arte de Chicago, en los
treinta en la Academia de San Fernando, Madrid, y en la antigua Academia de San Carlos,
México, y en los cuarenta, en la Regia Scuela di Belle Arti, de Roma. En su momento fue
el artista nicaragüense mejor y más sólidamente educado dentro y fuera del país, con un
conocimiento amplio y profundo en el sentido técnico, artesanal, teórico e histórico. De esos
años quedan copias de yesos clásicos, estudios anatómicos a lápiz que ilustraron el dominio
que iba adquiriendo y, a su vez, sus niveles de exigencia, que lo llevaban a desechar o
descalificar sus bocetos.
Si bien es verdad que Peñalba se nutrió del arte grecolatino, de los primitivos, de los trecentistas
y renacentistas y se relacionó con sus coetáneos italianos, hasta pasar como uno de ellos,
también es cierto que fueron los franceses y alemanes de finales de siglo y principios del XX,
los que se constituyeron en sus modelos e influencias, para romper con el academicismo y
propiciarle una plena modernización: el expresionismo, el abstraccionismo. De modo que la
seguridad académica le dispensa a Peñalba correr la aventura permanente del arte moderno:
el arte excéntrico, o sea, de las periferias (las tribus, los naif o naiv, niños, locos e inexpertos),
el abandono de los cánones estéticos occidentales, el irracionalismo o automatismo. Por muy
tardías que parezcan las concepciones y técnicas del postimpresionismo y del expresionismo
y, sobre todo, la libertad o libertinaje que habían proclamado, resultaron determinantes para
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Dos mujeres,
Oleo sobre cartón.
110 x 46 cms. 1970.
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mayas ígneos, telar de colores antigüeños al soplo del surrealismo y del constructivismo en
París y Wilfredo Lam se hizo el antillano anguloso por medio de Picasso. Guardando las
proporciones y distancias, Peñalba se descubre americano y nicaragüense en el expresionismo
alemán y encuentra en las propuestas del impresionismo francés las recetas para encarar el
entorno, la realidad, la luz y el color del trópico centroamericano.
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anchurosas, “muy antiguas y muy modernas”, que arrastraban los códigos e imaginarios de
las culturas primitivas y mestizas de nuestro continente; más intuidos, sentidos e inventados,
lo que es mejor para el arte, que científicamente estudiados. No había capital del arte sino
una zona bastante elástica que iba y volvía de Estados Unidos a México. Pollock mantenía
buenas relaciones con el muralismo y los artistas y artesanos mexicanos. Los nuevos pintores
cubanos exponían en Nueva York desde 1944. Rufino Tamayo pintaba en Estados Unidos su
primera madurez. Los surrealistas de Francia y de América, como el peruano César Moro,
prolongaban, acaso ignorándolo, la propuesta modernista: la maravilla del arte, de la escritura
y de las religiones aztecas, mayas e incas.
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El arte para Peñalba es, en sus diferentes lenguajes, autorretrato, o sea, confesión
del autor o artista, revelación personal, visión de sí mismo y, a veces, rebelión contra el
mundo. Luis Cardoza y Aragón decía que toda la obra de Diego Rivera es autorretrato. El
retrato puede ser de dos clases: histórico y novelístico. El histórico es leal a la fisonomía del
modelo y el novelístico es interpretativo, capaz de crear y recrear el mundo interno y externo
del mismo.
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Lustrador,
Oleo sobre madera. 47 x 30 cms.
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El machetero, La anunciación,
Oleo sobre tela. 122 x 87 cms Oleo sobre tela. 48 x 38 cms
Mujer dormida,
Oleo sobre madera. 37.5 x 68 cms
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Malinche Etereo,
Oleo sobre tela. 57 x 77 cms. 1977
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Capítulo II
Fernando Saravia:
DEL NEOIMPRESIONISMO AL
ABSTRACCIONISMO
E
n cuanto a Fernando Saravia (Managua, febrero
de 1922- febrero de 2009), doce años menor que
Peñalba y sin haber tenido escuela ni salido fuera del
país, empezó con decoraciones de altares populares, telones
azules con estrellas y medialunas plateadas, después pasó
a las acuarelas y óleos primerizos cuyos temas se centraban
en el paisaje lugareños y costumbrista, reveladoras de una
inquietud y aptitud plástica, que denotaba una vocación
artística. Saravia se inscribió en la Escuela de Bellas
Artes cuando aún la dirigía Amador Lira (Managua, 1910
– México, 1983), formándose como pintor y por insistencia
de sus compañeros y maestros, también estudió escultura.
La llegada de Peñalba a la dirección de Bellas Artes en
1948 fue determinante en tanto le amplió la visión y aspiraciones a Saravia: libros de
artes, reproducciones, conversaciones, ejercicios…Desde el principio, se le tuvo como un
prospecto de escultor más que de pintor—quizá porque Amador Lira se dedicó a formarlo
en su primera época de Bellas Artes. Peñalba completó su formación de pintor y lo destinó
a la docencia, durante su administración. Contemplado en perspectiva, esta localización o
apreciación se justifica, porque es obvio que Saravia estaba especialmente dotado para la
escultura, amén de que fue constante, dueño de su técnica y autor de una serie de piezas de
barro, yeso, cemento y piedra que lo ratifican como escultor tan figurativo como abstracto.
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Guayacan,
Oleo sobre tela. 80 x 120 cms. 1993
escultor consiste en repetir y experimentar paso a paso y por su propia cuenta, el recorrido
efectuado por varias generaciones de artistas, más quizás, que cualquier otro plástico. Es
decir, que el escultor debe de ser conocedor, dueño y señor de su oficio. Escultor, en verdad
de oficio. Y maestro de escultores y dejó a lo largo de cincuenta años, escultores de diversas
tendencias: el neo indigenista Leoncio Sáenz, el metálico Noel Flores, el simplista Ernesto
Cardenal, el búho poliforme de Orlando Sobalvarro y últimamente las obras redondas,
cerradas, de mujeres obesas de Erasmo Moya.
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Por su parte, Saravia hizo infinidad de esculturas: cabezas de próceres como Darío
(Ciudad Darío), Martí (Managua) y Benjamín Zeledón (Catarina y La Concordia, Jinotega);
frisos, bajorrelieves sobre el cultivo de la caña, el algodón y el desarrollo industrial en varios
bancos de Chinandega; estatuas como el San Ignacio de Loyola del umbral del complejo
universitario UCA, Managua; poseía un verdadero muestrario religioso e interpretaciones
indígenas y una verdadera convergencia de influencias y modelos, desde Rodin para
sus esculturas alegóricas y simbólicas, Renoir y Maillol para el volumen de sus desnudos
masculinos o femeninos, Gauguin para sus relieves, hasta Henry Moore y Brancusi para
sus estilizaciones y abstracciones. Reitero. Su producción escultórica como su pintura fue
pendulante, entre la tradición y la ruptura, entre la figuración y la abstracción. Practicó alguna
vez el arte integral con el arquitecto Julio Cardenal, diseñador del nuevo templo de Santo
Domingo, Managua, a la vez que interpretó en altos relieves y fundió en cemento el Cristo
resucitado, o sea, la iglesia triunfante sobre el mundo moderno, la ciencia, el renacimiento,
la historia nacional y las artes, cuyos cartones había concebido y trazado Peñalba. En las
líneas religiosas y cívicas, esculpió con sus discípulos, el Vía crucis del Colegio La Asunción
de Managua, una virgen monumental y varias escenas de la historia nacional.
En los sesenta irrumpió Praxis con su propuesta ético-estética para los intelectuales
nicaragüenses en general. Dicha propuesta cuestionaba la estética vigente –los bodegones
y naturalezas muertas de Alejandro Alonso Rochi (1898-1973).,la Escuela de Bellas Artes,
maestros y alumnos-, demandaba beligerancia política del gremio y erigiéndose en un centro
de acción e irradiación cultural –galería y grupo--, amenazaba con desplazar a la Escuela de
Bellas Artes como tal. El joven Alejandro Aróstegui captó a sus coetáneos, quienes habían
sido discípulos de Saravia, para la causa y para configurar el grupo e, incluso, arrastró a
Peñalba y al mismo Saravia hacia estadios más avanzados del abstraccionismo: action
painting, art brut, arte informal, el tachismo, el materismo. Praxis rindió un público homenaje
a Peñalba con una amplia muestra en su galería. Si Peñalba mostró un entusiasmo sin
reservas por Praxis, según refiere José Gómez Sicre (Cuba, 1916- USA, 1991); Saravia,
por el contrario se resistió y entendió aquello como un atentado contra la Escuela, que era
su mundo. Sin embargo, Saravia, apreciado únicamente como escultor, resultó una de
las revelaciones entre las revelaciones de la plástica abstracta, matérica y expresionista;
repito que acertó con el abstraccionismo, demostrando tener una sensibilidad inusitada y tan
nueva como la de los jóvenes y con tanto o más dominio técnico que ellos, incluso, con una
paleta personal, llena de luz y color, procedente del impresionismo y del neoimpresionismo
en los que se había formado, que refuta la paleta austera y deliberadamente pobre –negros,
blancos, grises, ocres, algún rojo—de Praxis. Paletas que son dos visiones y actitudes
ante la realidad nacional. Saravia percibe y plasma, imprime la sensación inmediata, la luz,
el “nicaragüense sol de encendidos oros” y los colores del trópico: azul, verde, pitahaya,
amarillo. Praxis, reflexivo, intelectual, hace la abstracción lejos del color local y aplica sus
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Saravia no sólo no perteneció a Praxis, sino que fue de sus principales detractores;
pero fue uno de sus testigos en tiempo y espacio, maestro de los miembros del grupo,
su contendiente, y a pesar y despecho suyo, se movió en ese ámbito compartiendo sus
postulados y obsesiones, porque Saravia es un expresionista abstracto y como los matéricos
localiza sus temas y motivos en las paredes, bardas y muros en los cráteres volcánicos y en
los petroglifos indígenas como sistema de signos inventados. Véase su “Cráter del volcán
Santiago” (¿1970?, óleo/tela, 85 x 65 cm), una vista aérea y a la vez telúrica; dos de sus más
recientes óleos/tela: “Santuario Asososca” (1996, 100 x125 cm.), relectura de la serpiente
emplumada, y “Roca” (1996, 100 x 125 cm.), una especie de petroglifo cósmico o interestelar.
Desde aquellos años sesenta, Saravia experimentó las posibilidades del abstracto: texturas
táctiles y composiciones muy simples y contundentes a partir de los campos de color; rasgo
que se le facilita más a un descendiente, como él, del impresionismo y neoimpresionismo.
En sus tres últimas décadas (1960-2007), Saravia pintor se mantuvo en su acostumbrada
oscilación, de la figuración al abstracto, del abstracto a la figuración, del expresionismo
al impresionismo, del volumen al color, logrando a veces una síntesis del paisaje, de la
figuración y del abstraccionismo, verdaderamente deslumbrante. Paisajes abstractos, que
conservan y mantienen referentes con la realidad, elementos identificables.
Por ejemplo, su óleo sobre tela, titulado “Ola” (1966, 80 x 120 cm.) ilustra su síntesis
de abstraccionismo y figuración y su referente con la realidad. Se trata de tres planos de
color horizontales, casi sin profundad; el campo superior es azulceleste y el inferior azul
oscuro. Estos dos campos son interferidos por un campo blanco que estalla y rompe entre
Pedazo de luna,
Oleo sobre tela. 80 x 120 cms. 1966
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el cielo y el mar. Otro óleo sobre tela suyo, “Flor en la grieta” (1975, 62 x 44 cm.) aparenta a
primer golpe visual ser un abstracto, pero bien visto es una pared o una barda que rebasa
el formato, más bien, un detalle del muro; pero de la grieta o de la reventadura, surge,
elemento que corre el riesgo de la sensiblería, una florecilla roja, tallo y hojas verdes, que
revelan que aquella plancha pétrea es una pared cualquiera.
Hay varias piezas de la primera mitad de los sesenta que pueden calificarse de
ejemplares en verdad, puesto que no ceden en calidad y novedad ante ninguna de las
que se pintaban entonces. Me refiero a “Perfil de una musa” (1963, mixta/ madera, 101
x 146 cm.); “Pesadilla en tecnicolor” (1966, óleo/ tela, 120 x 80 cm.) y “Pedazo de luna”
(1966, óleo/tela, 120 x 80 cm). El primero inscrito dentro del expresionismo abstracto me
parece una versión de las majas de Goya, un tributo a un clásico moderno y a su vez una
profanación. El segundo y el tercero constituyen un alarde en cuanto a los campos de color.
Y el tercero, paralelo a los viajes espaciales, es toda una desmitificación de ese satélite y
personaje romántico, letal, suicida, que ha sido la luna, al ofrecer una versión moderna, una
vista científica o un paisaje lunar, lleno de cráteres y texturas táctiles circulares. No es la
diosa de la fecundidad, ni el ave de alabastro posada sobre lagos y lagunas, sino una visión
fotográfica de astronauta, es la luna vista científicamente. Artista laborioso, hombre huraño
pero afable, de una franqueza demoledora, padeció en muchos sentidos la discriminación o
marginación y sufrió hasta una tragedia personal en el terremoto de 1972, que lo sustrajo
de muestras y exposiciones en la primera parte de la década del setenta.
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De modo que ya en 1956 y 1957, Cardenal participaba como el escultor, en las dos
exposiciones que organizó la galería de la Unión Panamericana de Washington, en su plan
de convertirse en plataforma de lanzamiento y control de quienes vendrían a ser los artistas
representativos de América Latina en la década del sesenta. En el catálogo de la segunda
exposición de Artists of Nicaragua (14 de febrero al 21 de marzo de 1957), José Gómez Sicre
describía y calificaba con una sola línea sus esculturas: “Las ingeniosas simplificaciones del
poeta-escultor Ernesto Cardenal”.
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han combinado en una forma clara y segura los dones del contemplativo y del
artista. Su trabajo poético sin embargo, por un plan deliberado, estuvo bastante
restringido en el noviciado”.
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¿Cuánto autorretrato del Cardenal místico y cuánta ars escultórica de Cardenal habrá igualmente
en esa escultura suya titulada “Monje” (novicio), aunque carezca de fisonomía?
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surrealismo; una corriente, pues, circunscrita sólo al arte, en procura de los rasgos y de la fuerza
primitiva de la modernidad, y de la modernidad con fuerza y rasgos primitivos. Y la otra corriente,
aquella que rescatando las culturas primitivas, nada inferiores y sí superiores en muchos
aspectos, las compara y confronta con la cultura occidental, colonialista y neocolonialista a
veces, casi siempre opresoras de estas culturas marginales. La segunda corriente no pretende
recuperar estas culturas para occidente, sino para las propias culturas marginales, para su
patrimonio, para su arte y su liberación. Por eso lo “primitivo” –vocablo con connotaciones
colonialistas– equivale a popular, tal y como prefiere usarlo Cardenal, en correspondencia con
su ideología. Arte “primitivo”, “naif’, “ingenuo” es arte “popular”, que vuelve por la cultura que
expresa y de la cual es producto.
Es muy decidor que la escultura de Cardenal hasta finales de los setenta, no haya sido ni
estatuaria ni monumental –recuérdese que Cardenal derribó un monumento y una estatua–,
de aquí que todo este tiempo no haya salido a la calle, a los parques o a las plazas públicas; a
lo sumo llegó para quedarse en el bosque de un convento, a la capilla de los novicios y al altar
de la ermita de Solentiname: lugares comunitarios, pero exclaustrados. Pero en 1990, con el fin
de la Revolución Popular Sandinista, se plantó en la loma de Tiscapa, Managua, para perpetuar
en 18 mts, “La sombra de Sandino” sobre la patria. Como la cerámica utilitaria y junto al hombre,
ha ocupado muy humildemente el espacio – porque es un arte fundamentalmente de espacio –
destinado a los utensilios de barro: tinajas, porongas, maceteras o pitos, ocarinas.
Recogió elementos del paisaje campesino y lacustre, como son los animales y las plantas
y los trajo, los integró al paisaje doméstico, casero. Acordó sus piezas –acordó en el sentido
cordial, de corazón– con un espacio intimo, remanso, recodo familiar o patio para los cactus y
las pencas. Cardenal es el primer intento y el primer logro moderno de convocar las vertientes
de nuestra fragmentada tradición escultórica. Y esa ha sido una labor consciente. El mismo
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Muchas veces admirando sus “Cristos” blancos hemos evocado los “Cristos” de la
melcocha envueltos en papel celofán de colores y expuestos en bateas a la entrada de los
mercados o de las puertas mayores y atrios de las iglesias en las fiestas patronales. No es
gratuito que los pájaros que actualmente hacen los artesanos de Solentiname y las garzas que
esculpen en piedra los artesanos de San Juan de Limay, Estelí, se parezcan a sus pájaros, a
sus garzas, a sus aves. Lo que aquí ha sucedido es algo extraordinario: Los artistas “cultos”
siempre han recurrido a las fuentes populares para aprovechar sus temas y recursos, para nutrir
su obra; ahora son los artistas populares, los
mal llamados artesanos quienes se procuran
las fuentes, se aprovechan y nutren de un
artista culto, que a través del tiempo modela
su mismo barro, talla su madera, esculpe su
piedra, decide su historia, aplica sus colores y
pule hasta el fulgor de espejos y baratijas sus
artesanías. Un arte que proviene del pueblo,
pasa por las manos de Cardenal y torna a su
pueblo.
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Capítulo III
La Colaboración
DE ENRIQUE FERNÁNDEZ MORALES
E
l aporte de Enrique Fernández Morales (1918-1982) al
desarrollo de las Artes Plásticas de Nicaragua se suma
a la empresa de Peñalba; aporte por partida doble, como
coleccionista, crítico, valorador del patrimonio artístico y como
artista porque fue un dibujante heterogéneo. Su afán coleccionista
ha permitido una mirada de conjunto sobre el disperso y semi
destruido arte colonial popular y burgués de los siglos XVII al
XIX. Y por otra, su labor divulgadora de las corrientes modernas
en un medio atrasado y desinformado como el nicaragüense de
los cuarenta, a través de libros, de monografías sobre artistas,
guías de museos y catálogos de exposiciones, generalmente
extranjeras. En cuanto a su labor creativa, es decir, su abundante y
paciente producción de dibujante fue modesto, acaso menor, pero
Fernández Morales fue uno de los primeros dibujantes modernos
de nuestro proceso.
“Durante mis estudios de Arte en la California School of Fine Arts y en Art Students
League de Nueva York donde tuve el privilegio de recibir lecciones de distinguidos artistas
europeos y norteamericanos, algunos de reconocido mérito internacional como Maurice
Sterne, en ese tiempo profesor huésped de Pintura y conocer y tratar a Diego Rivera, gloria
de la pintura americana y universal, que entonces pintaba un mural en mi Escuela y con
quien compañeros y maestros me encontraron un fabuloso parecido –escribe Fernández
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Cristos
8 x 10”
“Las clases de Historia del Arte y de la Cultura, con la eficaz ayuda del Proyector, las
exposiciones de la escuela y de los salones de arte, la visita a los museos especialmente el
de Arte Moderno de Nueva York, la asistencia a charlas y conferencias y la Biblioteca, que
entonces empecé a formar de textos y libros con magníficas reproducciones, que todavía
es bastante regular a pesar de los periódicos, saqueos que en ella han hecho mis amigos
artistas y poetas, y sobre todo la tertulia, con apasionados comentarios y controversias, que
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la natividad, el vía crucis, la crucifixión, Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz,
San Francisco de Asís y otros santos de la Orden franciscana. Mostrándose en este sentido,
heredero del arte católico colonial.
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Consagración de la primavera
16 x 20”
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Capítulo IV
Omar d´ Leon
C O LO R , VA R I E DA D E I D E N T I DA D
E
ntre los primeros alumnos de la Escuela de Bellas Artes que ya contaron se encuentra
Omar D´ León (1929), quien aportó a la fundación de la moderna plástica nicaragüense
y a la cultura que en aquellos días pugnaba por el futuro, por la genuino, la exaltación
por la naturaleza y las artes: Véase su época grecolatina su más reciente serie “Hijas de
Lesbos” y sus paisajes bucólicos.
Omar es un lírico que además de escribir sus cuadros, papeles y lienzos, ha pintado y
dibujado innumerables poemas con una forma muy libre y un verso muy ancho, a la manera
de Walt Whitman.
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Leda,
8 x 10”.
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Los amantes,
18 x 24”
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La tentacion del Angel
30 x 50”
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Zapotes,
20 x 24”
en el medio y asimilaron. Tiene acuarelas
de los 50 que recrean el mundo lineal y
cromático indígena, precolombino de nuestra
cerámica; apropiación que se operaría hasta
bien entrados los 60 o principios de los 70,
fomentado por Pablo Antonio Cuadra.
Creo que lo que estás haciendo es un camino de pureza que tiene sólo dos escalones
por encima de ti: Morandi y, en un después casi inasible, Piero della Francesca. Ese es el
linaje de tu nueva labor y lo voy a decir, (…) La ternura, la gracia, el reposo, y sobre todo, esa
pureza angélica del color me hace verte en el pináculo de tu trabajo y me tienes, así como
suena, rendido a tus pies (…).
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Vastagos de la crucifixion
120 x 90 cms
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Sandías
20 x 24”
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Capítulo V
El Primitivismo
DE DOÑA ASILIA GUILLÉN A LA
ESCUELA DE SOLENTINAME
A
puntamos que junto a lo más moderno y vanguardista, ha subsistido el arte primitivo, lo
cual no es nada extraordinario, sino un hecho explicable en una Nicaragua sin mayor
desarrollo de las artes plásticas. No es gratuito que el ya mencionado poeta y crítico
Fernández Morales fuera el mentor hacia 1950, en pleno despegue de nuestra pintura, de la
primitivista nicaragüense que integrada a la modernidad inconscientemente, pudo realizar la
obra y expresar su mundo personal: Doña Asilia Guillén (1887-1964). Fernández Morales
ha evocado los orígenes y peripecias de su iniciación. Doña Asilia “bordaba mucho, como
casi todas las damas granadinas old fashion (los bordados granadinos ya han trascendido
nuestras fronteras) pero sus bordados no seguían los modelos usuales, sino que tenían
elementos decorativos muy personales: confeccionaba sombreros, pantallas, bolsos y otros
objetos que adornaba en forma muy curiosa. Bordaba también sobre manta en puntada de
raso, pequeños tapices donde su rica imaginación exultaba flora y fauna tropical en idílicas
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escenas de la Conquista. Fue después del matrimonio de Mirtle la hija mayor que se casó
por último, que yo le dije, viendo uno de sus pequeños tapices –dice siempre Fernández
Morales--: ¿Por qué no trata de hacer con pintura lo que hace con los hijos? Y después
de muchas conversaciones la decidí a mostrarle sus bordados al Director de Bellas Artes
de Managua. Supo valorar el profesor Peñalba la imaginación y sensibilidad de la dama y
reforzando mis ideas la puso a pintar esa misma tarde con pinceles y pinturas que facilitó
uno de los alumnos, el magnífico pintor Omar D´ León, que recuerda el incidente con gran
satisfacción. Ha sido una de las grandes vergüenzas que he sufrido en mi vida –me cuenta
la pintora--, aquella tarde que, anciana de 63 años, ante las sonrisas maliciosas y medio
burlonas de los muchachos, me senté en un banco de la Escuela de Bellas Artes, para pintar
mi primer cuadro. El cuadro –concluye Fernández Morales—lo terminó en su casa y desde
entonces no ha regresado a la Escuela sino en las exhibiciones, para mostrar sus pinturas que
han sido el regocijo y la admiración de todos los entendidos”.
Así durante los últimos catorce años de su existencia, Doña Asilia Guillén, “La Bordadora”
anciana de Nicaragua, pintó constante y muy lenta, pacientemente sus obras de las más
variadas medidas, en medio del reconocimiento de críticos, pintores y profanos, de encargos
institucionales y para las exposiciones nacionales y extranjeras en las que participaría: Brasil
(1956), México (1959), Alemania (1960) y Estados Unidos (1957-1962).
Al margen de esta su obsesión, Doña Asilia hizo algunos retratos, “Mis amigos los
poetas” y “Rubén Darío”, poco afortunados y con ciertos elementos alegóricos, así como otros
cuadros de asuntos históricos, tales como “llega Colón a Cabo gracias a Dios” (1963), “Batalla
de San Jacinto”, “Rafaela Herrera defiende El Castillo” y “El incendio de Granada” (1957),
que son recreaciones de la memoria patriótica: cuento pueril, leyenda trágica: incendios,
erupciones, guerras, ciudades perdidas en el cataclismo. Relato escolar, encantador y por
tanto nostálgico, que se agota y se prolonga en el encanto, en la gracia, nada más, casi
sin implicaciones ideológicas. Obra hecha con el diminutivo del trato, de la relación tierna
y profunda con la naturaleza, con su paisaje: el niñito o la niñita, el desnudito, la casita, el
arbolito, el caminito, el perrito, la mujercita, el hombrecito… Miniaturas del “El incendio de
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Granada”, por el filibustero Walker y sus fuerzas en 1856, o “La batalla de San Jacinto”, donde
fueron derrotados estos mismo filibusteros por campesinos y artesanos nicaragüense, cuya
admiración y afecto es notorio por parte de Doña Asilia. Ella es fundamental para el desarrollo
de la actual pintura primitivista nicaragüense. Es punto de partida hacia el pasado y hacia el
futuro. A su luz resaltan nombres oscurecidos y perdidos, se articula la tradición y se vislumbra
el porvenir. Sin su existencia no tendríamos que volver ahora la atención hacia los cuadros
de doña Salvadora Henríquez de Noguera , cuya temática se centra en los ordeños de finca,
en el destace de un cerdo, en unas gallinas en la zona de Río San Juan. Pintura rústica, que
provoca ternura y humor. Y de doña Adela Vargas de Ycaza (Granada,1906- León, 2000),
granadina también, pero trasladada a León, quien ya en edad mayor hizo una serie de lienzos
imaginativos basados en poemas de Rubén Darío y en los libros sagrados mayas.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Más tarde, en los ochentas, los pintores primitivistas se multiplicaron por todo Nicaragua
al amparo de la acción cultural, conformando un movimiento, casi una Escuela comparable
con la haitiana y la yugoslava pero con sus rasgos y características sociales y estéticas y
culturales propias, particulares. Ha habido y hay de todo. Primitivistas cuya belleza reside
en su torpeza, en su inaptitud graciosa; primitivismo histórico y diestro como el de Mercedes
Estrada de Graham (1941), Julio Sequeira, o Mario Marín; primitivismo rural como el de Hilda Vogel
o Armando Mejía Godoy, primitivismo urbano como el de cierta época de Mariana Sansón
Arguello, Manuel García, July Aguirre , Olga Maradiaga, Luis Alvarado, Alvaro Gaitán, Carlos Marenco,
Thelma Gómez, Edmundo y Xavier Arburola; primitivismo de la negritud antes del primitivismo de
Solentiname, June Beer (Bluefields, 1935-1986)
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
, Marina Ortega
y verdes con toda la gama del azul y del verde, del verde y del azul, en la atmósfera diáfana,
matinal, límpida en la que envuelve el paisaje.
Entre todos sus elementos, hay uno que Marina Ortega pinta, cultiva con una
propiedad terrenal y vegetal asombrosa. Sus chagüites son inolvidables. Quién sabe qué
oscura y animal identificación posea esta mujer, su cuerpo, brazos y piernas con los tallos
de los plátanos, con el despliegue de sus hojas hacia el sol o las noches líquidas y lunares,
transparentes, de su espacio entrañable. Quien ve una de sus telas quedará para siempre,
como en aquel verso de Rubén Darío, «bajo el verde patio del platanar”. La apuntada
atmósfera diáfana, purísima, la humedad y el brillo de sus verdes chagüites, el vuelo aéreo
y blanco de sus garzas sobre fondos o cielos clarísimos que contrastan con el follaje y la
verdura, dicen que su visión, su ojo preserva incontaminado, la pupila virgen abarcándolo
todo y todo tragándolo en la luz. Lo verdaderamente admirable es que esta frescura de visión,
esta percepción de su medio, se hace arte, se comunica o comunica su espontaneidad en una
factura y en un acabado igualmente limpio, perfecto. Ante la pintura primitiva de Marina Ortega
suelto palabras como un conjuro para definirla: fresco, pulcro, matinal, exacto, inocencia.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
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Capítulo VI.
Armando Morales
E L P R I M E R N icarag ü ense
UNIVERSAL
C
oetáneo de este fenómeno contradictorio que
podrían representar Omar D´León y Asilia
Guillén, el joven, no pasaba los veinte años,
e irregular asistente de la Escuela Nacional de Bellas
Artes de Nicaragua, Armando Morales (Granada
1927 - USA, 2011) ya practicaba con disciplina
acuarelas urbanas y lacustres, copiaba a Paul Klee
(véase su “Casa” con un encanto infantil de 1953 y
la no menos poética y encantada “Jaula de pájaros”;
1953), intentaba el abstracto (1953) y esbozaba
unos “Zopilotes” (1952). En una época que podría
tenerse como de búsquedas insistentes, aprendizaje
y experimentación suyas. A principios de la década
del cincuenta, el entonces joven Morales irrumpió
con seguridad en el panorama de las artes visuales
del continente superando las limitaciones formales,
imaginativas y conceptuales provincianas, para
alcanzar una inmediata y decisiva presencia entre sus
contemporáneos Manuel Felgueres (1928), Alberto
Guironella (1929), Omar Rayo (1928), Julio Leparc (1928), Jacobo Borges (1931), Fernando
Botero (1932), Vicente Rojo (1932), Lilia Carrillo (1930-1974) y José Luis Cuevas (1934). Con
obras semi abstractas que mezclaban el mítico y misterioso universo visual americano baste
pensar en su “Luna mordida por perros” que es una recreación del los mitos aztecas o náhuatl
cósmicos y terrenales o en su magnífico ”Árbol- espanto” (1956, óleo / Tela,1.30 X 57 cm), al
que se le ha señalado el influjo de Wilfredo Lam (Cuba, 1902- París,1982),algo que no termino
de identificar ni de asimilar, ni en su universo simbólico afro caribeño, ni en su paleta ni en
su diseño; porque Lam está lleno de emblemas, lanzas rituales y danzas guerreras, mientras
el árbol de Morales es hijo de las quema agrícolas, del pensamiento mágico o fantasmagoría
indígena, y de la gestualidad sugestiva nocturna.
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Mujer acostada
35 x 43 cms
Sin embargo “Guerrillero muerto (1958), de esa misma época, evoca la entonces reciente
“Elegía a la República Española” (Óleo tela, 303.4 x 254) de Robert Motherwell, lo que ya
denotaba su encuentro con el expresionismo abstracto o Escuela de Nueva York.
A fines del 50, ya había obtenido premios y reconocimiento internacional (El Joaquín
Díaz de Villar, en 1954, I Bienal Centroamericana, en 1956 y la II Bienal de La Habana, 1956 y
la V Bienal de Sao Paulo, 1959.
Algunos críticos, entre ellos el calificado Damián Bayón, desde las metrópolis, suponía
que el “Fenómeno” o “Caso Morales”, que no sólo trascendió en América, sino dentro de
Nicaragua, constituyendo toda una enseñanza e incitación plástica y llamando la atención
sobre la emergente pintura nacional, debió de haber tenido escuela. ¿Dónde se había
formado Morales? ¿Quién o quiénes habían sido sus maestros?, lo cual remitía de inmediato
y con sorpresa ratificando en la sociología del arte los procesos de desarrollos desiguales en
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Al clausurar los 50, Morales ya era dueño de celebridad y señor de cuatro o cinco
motivos, que se reiterarían, yendo y volviendo, desapareciendo y tornando a aparecer, con
distintos tratamientos y lenguajes a lo largo de su producción y de sus búsquedas, configurando
un código reflejo de su vivencia interior y de la sociedad de Centroamérica violentada: 1.-El
paisaje tropical mítico. 2.- Los grupos de desnudos femeninos y masculinos tan reales como
irreales, las mágicas bañistas en la playa y monos y bicicletas circenses. 4.-La tauromaquia
española anacrónica y decorativa después de las enérgicas líneas de Picasso y máxime antes
de las humorísticas y voluminosas corridas de Botero.5.-Los personajes o protagonistas de la
belicosa historia continental y nacional.
3 mujeres en el río
24 x 32 cms
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Monimbó
159 x 202 cms
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Sandino
159 x 202 cms
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Paul Cézanne, que exhiben en caderas y espalas una subyacente paleta de Morales. Apología
de mamas y caderas. Esto lo condujo a establecer las analogías o símiles o metáforas frutales,
peras de regular tamaño que son nalgas, mamas que son manzanas o naranjas jugosas, glúteos
con celulitis y piernas diluidas y sensuales, siempre con ojo y mano de Rubens, naturalezas
vivas. Papayas fulgurantes en cortes transversales…
“Dogana y La Salute vistas desde el Molo “(1987), y un tópico doble muy renacentista, la
“Puesta en el sepulcro” (1989) y el otro, ”EL descendimiento” con más personajes, entre ellos los
soldados con los cráneos mortuorios y calcados en una escultura inconclusa de Miguel Ángel.
Pero de los inmensos palacios renacentistas, de la cultura y las columnatas, se refugió en lo no
menos inmensos palacios y gigantes árboles verdes, con toda la gama de verdes, lianas, bejucos,
raíces aéreas, su época verde, bóvedas de luz, domos de la naturaleza, vapor y humedad, la
jungla, la sagrada selva americana, su paisaje tropical mesoamericano: los platanares bajo los
torrenciales aguaceros o chagüitales ( que algo o mucho deben al primitivismo nicaragüense,
en especial a Marina Ortega) las haciendas cafetaleras y la solemne Amazonía.
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Cabe advertir, que los autorretratos de Morales, que siempre tuvo por anecdóticos y
que no cultivo con su acostumbrada pasión o garra, de rápida ejecución, son mejores o más
logrados, que los retratos formales. Morales pasó a la historia como uno de los mayores
pintores de Occidente del siglo XX. Bien podría disputarle a “Morales el divino”, también el
calificativo de Divino. Siempre, en todas sus etapas o períodos, en sus grafitos y carboncillos,
en sus grabados, en sus acuarelas preparatorias, en sus esbozos, bocetos, apuntes, en sus
óleos de capas raspadas con cuchillas y bisturices, para aplicar veladuras, en sus abstractos
matéricos y lineales, semi-abstractos, en su neo surrealismo, en sus naturalezas muertas y
en su figuración, demostró algo más, mucho más que dominio, pericia, maestría, perfección
en su acabado y factura, para lograr la creatividad lúdica, el rapto placentero, acaso, equilibrio
de clásico y romántico como el último renacentista del Orbe Novo y el primer renacentista
de Centroamérica, cinco siglos después, en esta otra orilla, ejecutando plásticamente la
naturaleza exuberante, lujosa y lujuriosa, el vaho del primer día de la creación, el hombre de
estas latitudes y el realismo mágico o lo real maravilloso nuestro.
Desnudo vistiéndose
150 x 200 cms
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Paisaje Nocturno
Alejandro Aróstegui, 60 x 80 cms
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Capítulo VII.
Grupo
PRAXIS
A
unque la plástica nicaragüense ya contaba
con la el ejemplo, la incidencia y figura
continental, de Armando Morales integrada en
la redefinición del arte hispanoamericano ―Cuevas,
Vicente Rojo, Botero, Omar Rayo― la consolidación
de su movimiento pictórico se producirá en la década
de los 60, cuando Alejandro Aróstegui (1935-2011)
regresa del viejo continente y Estados Unidos.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Praxis procura concretar, ya no el acento gentilicio, sino una expresión americana cruda
más amplia y profunda, o sea, esencial, de donde valora, redescubre y lee como un “art brut”
milenario y propio el legado indígena: escultura, cerámica y petroglifos. También recupera
la imaginería criolla y mestiza de los siglos coloniales, el arte popular, las artesanías y las
piezas automotrices, tuercas, latas, chatarra, empaques de maquinarias. Praxis compromete
el cambio social, pero sobre todo con el arte. Ya no pinta los temas o motivos pintorescos
o folklóricos de la tierra, sino que crea con tierra verdadera, arena objetos de desechos:
cartones, papeles, trapos, en busca de los valores intrínsecos de la pintura. La nacionalidad,
la americanidad o la identidad planteada resuelta como lenguaje plástico.
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Ruinas de Managua,
Alejandro Aróstegui, 1977
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
A pesar del liderazgo de Aróstegui, Leonel Vanegas (1942-1989), fue el Praxis por
excelencia: materista, iconoclasta y abstracto, la radicalización de la modernidad plástica
nicaragüense, es decir, hizo plástica, moderna y nicaragüense, que puede exhibirse en
cualquier parte del mundo. Por tanto, un aporte nicaragüense al mejor momento de la pintura
en Centroamérica y uno de los momentos de la latinoamericana: las décadas emergentes
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Sus planchas, medidores, sus asfaltos, sus paredes, sus señas o graffiti secretos
denotan el mundo urbano capitalino y la Nicaragua. De esta época es un cuadro llamado “El
Intelectualoide” que se inscribe en la crítica a los intelectuales nacionales y en especial a
los snobs de entonces, pero sobre todo realización plástica.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Muro
Leonel Vanegas,
Mixta sobre madera 49 x 49”
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
El segundo período de Vanegas, quizá entre 1974 y 1979, después del terremoto,
es decir, entre su cambio de vecindad urbana, por una marítima (Masachapa, costa del mar
Pacífico), incorpora a su paleta otros colores: los rojos, marrones y ocres quemados, los
azules y su gama, el gris y el verde, siempre opacos entre los blancos y negros. No participa
en el muralismo neo indígena.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
,Leonel Vanegas
Y su tercer período puede demarcarse
de 1980 hasta su muerte, febrero de 1989, o
sea, desde sus enfermedades que agudizaron
su crisis y erosionaron o deterioraron al
hombre y al pintor. Invariablemente abstracto,
su paisajismo urbano y sideral, se reveló
subjetivo, interior. Su sinuosidad pareció
insinuar o aproximarse a cierta figuración,
pero fue una neofiguración sustentada
en visiones atormentadas, revelaciones o
delirios. Nada geométrico, nada biomorfico,
sino desgarrado, tremendista, terrible.
Para mí esos murales son (…) una obra maestra y hasta quizá la obra maestra de
la pintura nicaragüense. Basta decir que en la perspectiva de nuestro desarrollo cultural,
yo considero ese conjunto o serie de murales como el cordón umbilical de la pintura o la
plástica nicaragüense.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Participó de Praxis pero se marchó a Estados Unidos, a cuyo sistema de vida parece
haberse integrado y también a las tendencias y experimentaciones conceptuales. Con un
geométrico ha pintado urbes, monumentos y serpientes prehispánicas.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Como escultor, ha sido tan abstracto como figurativo, sus personajes flacos,
estilizados, evocan a Alberto Giacometti; pero sus esculturas abstractas humanas acusan
algo de lúdico y mucho de vital, está más cerca de los arlequines, de los equilibristas en
bicicletas, de los artistas circenses, que de las trágicas y esqueléticas figuras de Giacometti,
aunque también ha forjado crucificados esquemáticos. También tiene circunferencias,
signos solares en chatarra, en pedazos de metales, soles giratorios, platos o cuencos
indígenas indígenas y modernos: Flores ha hecho con la escultura lo que PRAXIS en sus
instantes germinales con la pintura, texturas gruesas, chatarras…: es el escultor matérico
y metálico, más decididamente matérico de los que incursionaron en la escultura, porque
construye sus piezas con varillas de hierro y acero, pernos, tubos, tuercas, tornillos. Articula
o suelda material automotriz, sin embargo, logra transparencia y levedad en sus volúmenes
y monumentos. Ha construido varias esculturas metálicas para edificios institucionales y
parques de la ciudad, entre ellos los homenaje a los obreros y a la madre. Sin embargo,
Flores, dedicado además por años a la docencia. Ha sido un artista plástico marginal y sobre
todo, marginado de los diversos discursos oficiales de cultura en su propia Nicaragua.
Continuidad Agilidad
Noel Flores
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
cierto público consumidor y llamando la atención de la crítica profesional, ya que invitó a visitar
Nicaragua a la controvertida crítica colombino-argentina, Marta Traba, para mostrarle la obra
de los artistas, para que lo conociera y tratara en persona y dictara unas conferencias. Años
después, Marta Traba firmaría el libro, Mirar en Nicaragua que se ha quedado , lamentablemente,
inédito.
Orlando Sobalvarro, por su parte, es tal vez el más dinámico de nuestros artistas.
Concibe y practica la pintura como movimiento: múltiples índoles, símbolos como el búho,
estados de ánimo y paletas. Cíclico, circular. Acaso pueda reprochársele que no se ha
codificado. Precisamente, esa dinámica o movimiento, es la base de su código. Materialista,
científico pero mágico, cristiano, con varias devociones y religiones. Abstracto, pero figurativo;
otra versión de la neofiguración, muy cercano el geometrismo orgánico. Pintor de caballete,
pero muralista. Comprometido, registra el espanto, lo sombrío, lo monstruoso como denuncia;
pero inventa mitos y grafías para sustentar identidad y celebrar el paisaje.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Crucifixión
Orlando Sobalvarro, Óleo / lienzo, 176 x 233 cms
Doliente, pero asimismo gozoso, delirante, que rasga el velo de la mística y se queda
en el misterio. Rústico y refinado. Cala hondo, a la raíz, a la esencia. Por esto se le ha sentido
un pintor telúrico ―su paleta está en las tierras, pinta su tierra con barro―. Sin embargo,
es un pintor de vuelo y cielo, aspira a altas inmensidades: visiones, que son revelaciones.
Texturas táctiles, collage, empastes gruesos, dibujos incisos y a su vez, levedad, tersura de
superficies planas, puliendo la textura visual: superposición, transparencias, veladuras.
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Mujer
Luis Urbina, Mixta sobre madera, 36 x 42”
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Su mundo limita por sus cuatros costados con las posibilidades que ofrece el dibujo.
Límite y alternativa. Un mundo abarcador y abarcado, fijado en línea y visto por sus dos lados:
negro y blanco, abstracto y figurativo, telúrico y solar. De aquí que Leoncio Sáenz se sumerja en
tierra y haga cortes transversales que, transcritos en papel, aparenten ser pequeños cuadros
abstractos: pero bien mirados, podemos reconocer en ellos las diversas capas geológicas,
sedimentaciones de cerámica, ríos feroces de huesos, fosas comunes, magma ardiente,
dentelladas, escombros, etc. ¿Paisajes subterráneos? Tal vez.
De aquí también que Leoncio Sáenz emerja y nos deje en testimonio –porque el dibujo
aquí se propone como testimonio – el mundo cotidiano: niños, casas, escenas familiares,
históricas y de torturas en las cárceles desde distintos ángulos, las fiestas y los personajes
folklóricos y religiosos, el agro y los animales, que tienen para él implicaciones simbólicas,
alegóricas muy simples, acaso son las señales que el propio artista nos va dejando para
facilitarnos la comunicación o para que no nos perdamos en su lectura: los pájaros y el sol
(la libertad), las mariposas (vida en movimiento, metamorfosis, alma de los héroes según la
mitología mesoamericana), la serpiente y el jaguar (divinidades), la iguana o el caimán (la
tierra) y las calaveras y el osario (la muerte). ¿Paisaje urbano y humano? Sin duda. Cronista,
por lo tanto y por otros rasgos que señalaremos inmediatamente.
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Güegüense
Leoncio Sáenz
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
No es vano, Leoncio Sáenz es la mejor pluma, plumilla nicaragüense con tinta china
y no por el poeta que es como creador de mundos, sino por dibujante metido a narrador,
porque narrador se convierte en él: el pintor y dibujante. El dibujo y la pintura a veces, en
diversos momentos históricos, han sido narrativos. Y esa capacidad suya narrativa, le ha
permitido realizar las dos únicas crónicas o murales de verdadera importancia que existen en
la Nicaragua, de autor nacional.. Otros murales de Leoncio Sáenz, Gran Hotel y supermercado
La Colonia en la vieja Managua, que fueron destruidos por el terremoto del 23 de diciembre
de 1972 y una serie de propuestas no realizadas. Los dos murales a los que me he referido
se localizan en el supermercado de la Plaza España, en la misma Managua y describen,
narran profusa y progresivamente el mercado popular, mestizo nicaragüense y el tiangüe
indígena, antes de la conquista: hombres y mujeres en el comercio de frutas, comales,
tortillas y animales. Sus animales están concebidos y ejecutados con un primor admirable y
entrañable de indio. No obstante la similitud temática con los murales de la banda izquierda
del Palacio Presidencial de México, pintados por Diego Rivera, estos murales no tienen
relación ni influencia de la escuela mexicana ni con Rivera, ya que fueron tratados a pincel y
a cincel – bajos relieves- y si con algún artista se les quiere buscar parentesco sería en todo
caso con el guatemalteco Carlos Mérida, por su figuración geométrica y por la integración de
la arquitectura con la escultura-mural.
He escrito por ahí la palabra Tlahcuilo, pintor de códices. Sí, Leoncio Sáenz me lo
recuerda continuamente y no sólo por su carácter narrativo, sino por los colores. En los
códices, el negro, el rojo y ocre, fueron aplicados en forma plana y la mayor parte de la
producción de Leoncio Sáenz es plana: figuración, dibujo, colorido y superficie, aún en sus
óleos, que no son más que dibujos coloreados, sobre madera con una textura básica de
arena y vinílica. Tanto el dibujo como su pintura carecen deliberadamente de volumen. Y de
los códices aztecas o mayas, Leoncio Sáenz me hace saltar para admirar en él la convivencia
armónica de tiempos y culturas diversas al Arte Bizantino, especialmente cuando su línea
negra y marcada define, como en los mosaicos, las vestiduras y la anatomía de sus personajes
y escenarios. El negro plano es recurrente y predilecto en Leoncio Sáenz, y esto determina su
monocromía, pero las variaciones de punto y línea, casi como una excelente y trascendente
caligrafía, le sacan a este valor: el negro, múltiples partidas, matices tales, que llega hasta
a convertirlo en color y manejarlo como color. Las superficies lisas pulidas y pulidas y los
colores planos son reiterados y afirmados, cuando frota el óleo con tela o algodón.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Desierto
Leoncio Sáenz
Entre el dibujo a plumilla y el color y óleo plano y frotado, Leoncio Sáenz suele
superponer objetos metálicos, chatarra menor que se encuentra tirada por las calles y en los
talleres de mecánica automotriz y sobre ellos suelta el spray o pringa la tinta –un poco de azar
controlado-, para conseguir dos efectos, que son concesiones al dibujo: volúmenes vacíos y
fondos volátiles, puntillos aéreos, finos. Técnica mixta sabiamente gobernada, de aquí que
su producción acuse una factura, uno de los acabados más nítido, límpidos que se pueden
encontrar en las artes plásticas nicaragüenses. Una obra llena de asepsia. Estas virtudes y su
identidad confirmada, hacen que la producción de Leoncio Sáenz sea rica, pero invariable y
por supuesto, siempre reconocible, identificable al primer vistazo.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Asimismo Leoncio Sáenz ha fundado y participado de las dos épocas de grupo y galería
Praxis, ha dirigido la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional Autónoma en León y
expuesto en las galerías y museos del continente. Pertenece, pues, al núcleo de nuestros artistas
plásticos representativos, por su calidad, que la configura su fuerte individualidad creadora y
su natural identidad americana: Omar D`León, Armando Morales, Orlando Sobalvarro, Róger
Pérez de la Rocha, Leonel Vanegas y Alejandro Aróstegui.
La crítica de arte ya hasta lo ha encarcelado en una celda muy elástica; según ella,
Leoncio Sáenz como dibujante simbólico, alegórico y testimonial está inserto en al neofiguración
contemporánea, que por su geometrismo en trazos y líneas evoca el Constructivismo y que por
su agresividad y placidez y por la integración de distintas técnicas y elementos comunicantes
tiene un acentón Expresionista. Tal vez sea verdad quizá: lo único que yo sé de Leoncio
Sáenz es que es la tribu y de la tribu del guatemalteco Carlos Mérida, de los mexicanos Rufino
Tamayo y Francisco Toledo, y del peruano Fernando de Szyszlo.
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Amanecer
Arnoldo Guillén, mixta sobre madera, 48 x 65”
La trayectoria de Guillén arranca de los sesentas ya sobre pasa cinco décadas. Si los
sesentas fueron la formación, la iniciación y la ruptura con la academia y sus profesores, los
setentas respondieron a las demandas del arte publicitario, propio del auge urbano; si los
ochentas sandinistas fueron de una intensidad y diversidad inigualables: activismo político,
viajes, temas insurreccionales y revolucionarios: barricadas, balas, adoquines y combatientes,
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Estas tres piezas prefiguraban y bien podrían integrar este espléndido conjunto de
“Homenaje a mi tierra”, realizando entre 1992 y 1993, 22 obras que en verdad constituyen
una celebración de la tierra nicaragüense, más exactamente de la isla natal del artista.
Celebración, exaltación, sólo comparable con la que experimentaba al hablar y escribir sobre
Ometepe, aquel viejo escritor, Carlos A. Bravo, hoy inédito y en el olvido. Una pintura que me
arriesgaría a llamar religiosa porque no sólo registra el paisaje sagrado de los indígenas de
Nicaragua y la señal de promisión para los náhuatl en sus migraciones, sino porque penetra
a crear y recrear lo sagrado expresando la más raigal y honda perplejidad y dependencias de
la pobre criatura que es el hombre con los accidentes y fenómenos geográficos y naturales,
que por desconocidos e inesperados, brutales o maravillosos, tiene por divinidad. Guillén
ha encontrado un concepto pleno de contenido, y por tanto, constante en sus emisiones y
variaciones, a pesar de ser monotemático. Únicamente pinta Ometepe, su universo lacustre y
volcánico, agua, fuego y cielo, dos volcanes que se funden en uno solo, dos volcanes que para
los indígenas eran un par de dioses, los gemelos nimbados de nubes irguiéndose sobre las
aguas del Lago de Nicaragua o Gran Lago, el Cocibolca, Cozabolca, gemelo del lago Xolotlán,
y en Ometepe u Ometepel, en sus volcanes están representados Quetzalcóatl y Xólotl: la
serpiente emplumada y el cara de perro.
Quema en Ometepe
Arnoldo Guillén, 1989, 121 x 162 cms
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
De modo que Guillén lo que ha plasmado en esta serie son los diversos rostros de nuestra
más remota idea y representación de Dios. De aquí lo religioso, De aquí que la geometría se le
convierta en cosmogonía y teología. De aquí la fusión de lo simbólico y de lo Figurativo. Por eso
Guillén va de la figuración («’Paisaje y ‹Puerto›”) a la abstracción. Como dibujante, sus trazos
frenéticos, delirantes, como corresponde a lo religioso, circulares, ovoidales sugieren formas
cónicas, triangulares que, bien vistas, son lagos, lunas, lagunas y volcanes. Ante algunas de
sus telas se experimenta la sensación de estar frente a un altar, un altar lunar, a la diosa circular
y luminosa que corona las cimas de su tierra, que a su vez se coronan de fuego. Faros de los
puertos lacustres. Volcanes, faros del paisaje.
Como pintor, toda la paleta de Guillén se reduce al azul y su gama de azules, esmeraldas,
turquesas, celestes y grises, el rojo, el negro, con eso le basta para pintar el oro de los cráteres,
el fuego, el agua, la noche. Pintura telúrica, indígena, que evoca (‘Coloso III’) el cromatismo
y las formas mixtilíneas de la cerámica prehispánica. Otro tratamiento novedoso en tanto
mítico del paisaje nicaragüense, distinto a la polémica que sostiene Alejandro Aróstegui, su
compañero de Praxis, entre el paisaje, la naturaleza y los desechos de la cultura de consumo.
Otro abordaje de lo indígena o precolombino, diferente. Una misma realidad natural y cultural
sustentando diversos, opuestos mundos plásticos. Pintura religiosa, que pide, que exige vuelo,
espacio, cielo abierto, hacia la más alta profundidad transparente. A veces, la visión de Guillén
es aérea. Desde el aire o el cielo contempla los cráteres ardientes, como otras lunas de la
tierra. Rupestre en sus empastes, a veces consigue con el aerógrafo texturas visuales: la
piedra, las coladas del magma, siempre la piedra. Diverso, personal, Guillén aporta a la plástica
contemporánea nicaragüense y centroamericana una pintura volcánica, como sólo antes las
soñó y realizó el gran pintor mexicano, Dr. Atl, con la diferencia de que Guillén alcanza la
religiosidad, integrándose así a la pintura indígena y religiosa por cósmica, y a los instrumentos
y fetiches ceremoniales. Una pintura que emerge del subsuelo embarrada de barro, de sangre
y de fuego, como Quetzalcóatl, en busca de espacio, de cielo, para convertirse en astro, en
estrella sobre las aguas del Lago de Nicaragua.
Julio Vallejo (Managua, 1942 - Managua, 2008) fue otro pintor figurativo que equiparaba
el paisaje volcánico de Nicaragua, con el paisaje humano popular, quizá populista, las vivanderas
y sus estufas y cocineros metálicos. Volúmenes triangulares Y volúmenes ovalados, redondos,
la estética del volumen que se remite a las diosas de la fertilidad, las madres tierras de los
indígenas: mamas, caderas anchas, crío y en esto radica su acento gentilicio. El triángulo y la
circunferencia compuestos de una manera que dan la impresión de que están sobrepuestos,
independientes y dependientes. Un pintor cuya obra está plasmada bajo el pleno sol.
“En sus naturalezas muertas, Julio Vallejo ha sabido elegir, para gala y honor
de su composición, los frutos más espléndidos de su tierra nicaragüense –afirma la crítica
española de arte María Dolores Torres “chiltomas gigantescas e incandescentes, calabacines,
ayotes, marañones y papayas de tamaño excepcional, que han sido colocados flotando en
el espacio o sobre lienzos blancos de caprichosos y almidonados pliegues. De esta manera
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Convive el romanticismo con el pasado más remoto. Promete una creación sin
antecedente alguno. Se desvive entre la tradición y la ruptura; genera la tradición sin
antecedente alguno y propicia la tradición de la ruptura. Es posible apreciar la historia del
arte moderno en América, capítulo de la occidental, como una dinámica de la contradicción.
Contradicción que no hace más que ratificar la básica naturaleza romántica. Baste pensar
en la Escuela de Pintura de Nueva York en la segunda postguerra mundial, 1945-1950; o en
poetas del modernismo como el peruano José María Eguren (1882-1942), del vanguardismo,
como el mexicano Xavier Villaurrutia (1903-1950), o los nicaragüenses Luis Alberto Cabrales
(1901-1974) y Manolo Cuadra (1907-1957). El mismo Rubén Darío preguntando y afirmando
a su vez, cantó: “¿Quién que es, no es romántico?”.
Pero, reitero, si hay un romántico puro, si cabe hablar de pureza, ese es Róger Pérez
de la Rocha (1949), quien inventa su personalidad y su familia de artistas, sustenta su
visión del mundo, cifra su modernidad, los rasgos y caracteres, la factura de su obra en el
romanticismo. Es un pintor de la raza de los románticos; desciende de ellos en línea recta.
Está condenado y libre, libérrimo a su vez, preso y reinante en la celda del romanticismo.
Desde en la Escuela Nacional de Bella Artes, se le tuvo como un enfant terrible, haciendo
gracias, desplantes, espantando o subvirtiendo al medio; se le vio como un niño prodigio,
otro niño genio, el pintor niño en el arte nacional, acaso como antes sólo se había admirando
en literatura a los poetas niños Rubén Darío, Joaquín Pasos o Carlos Martínez Rivas. El
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
precoz artista procaz y refinado que, a punto de perderse, es encontrado para ser mimado y
cuidado por las figuras mayores de la cultura local.
Fue el centro de atención del maestro Peñalba. Pablo Antonio Cuadra reprodujo
tempranamente sus dibujos y tintas en el suplemento sabatino La Prensa Literaria y en la
revista El Pez y la Serpiente. Salió becado por el Instituto de Cultura Hispánica hacia Madrid,
España, Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Y allá, Carlos Martínez Rivas
lo anduvo de la mano por las galerías del Museo del Prado. Pasó de regreso por México,
donde lo esperaba Ernesto Mejía Sánchez., en la última época del grupo Praxis, y no sólo el
más joven, sino el único que entre ellos, abstractos todos, se mantenía figurativo.
Y este mismo año se alzó en San José, Costa Rica, I Bienal de Arte Centroamericano,
con una mención entre los premios otorgados por la exigente crítica Marta Traba y los pintores
José Luis Cuevas y Fernando de Szyszlo. Desde su infancia hasta su adultez, el romántico
se ha pasado en la zozobra, inventando su mito, que es su verdad, su leyenda, que es su
biografía, su personaje, su personaje que es su persona y que, plásticamente se plasma en
sus múltiples autorretratos – un retratista excepcional.
Petición de mano,
Róger Pérez de la Rocha, 1977, 32 x 48”
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Presos políticos,
Róger Pérez de la Rocha, 1978, 48 x 48”
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Bernard Dreyfus
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Capítulo VIII.
Otros Pintores
Y OTRAS TENDENCIAS
C
asi todos los pintores nicaragüenses a través de becas de instituciones europeas,
Italia, España, Alemania, han viajado tanto a Europa como a los Estados Unidos
en busca de escuelas o academias, materiales, tecnologías, museos y galerías,
en aras de un mejor conocimiento del proceso plástico metropolitano, de un mejor dominio
técnico, de revolucionarias teorías estéticas y de una más amplia proyección personal. Las
artes plásticas han pasado a ser artes visuales, conceptuales, matéricas, conceptistas,
tridimensionales, xilografías y fotografías intervenidas, etc. Renovar el arte siempre en
renovación. Otros pintores, en cambio, se han quedado arraigados en Nicaragua, sin
necesitar nada más que lo aprendido con maestros o en la Escuela de Bellas Artes, con la
savia de su tierra, para aleccionar y proseguir la Escuela que cada vez más se modernizada
hasta su destrucción en el terremoto de 1972.
Acaso el máximo viajero de nuestros pintores y el más distante a la vez, sea Rolando
Castellón (1937), se marchó con su familia desde niño. En 1956 se radicó en San Francisco
de California donde terminó sus estudios de secundaria y se residenció. En el Colegio
de San Francisco estudia dos años de publicidad .Ha visitado por cortas temporadas a
Nicaragua y a partir en 1968 vivió en España, Francia e Inglaterra. En 1971 participa en la
Primera Bienal de Pintura Centroamericana, organizada por el Consejo Centroamericano de
Universidades, con motivo del Sesquicentenario de la Independencia de América Central,
1821, realizada en San José de Costa Rica. Recibió un doble Premio, el Nacional de
Nicaragua y el conocimiento de su obra y nombre. A su distancia se debe que Castellón no
tenga mucha influencia en el desarrollo de nuestra plástica. Labora o reelabora tejidos de
tonalidades fuerte, sus dibujos abstractos son de temas prehispánicos, altares piramidales,
indígenas, más soñados, imaginados, que imitados. Mezclado con colores acrílicos, usa el
carbón. Sus dibujos en tinta china abordan temas similares en sobre posición de cuerpos
y rostros. Ha trabajado un claro oscuro moderno, el cartón y papel doblado y coloreado
en azules, negros y café que denotan el arte-proceso, arte-material y otros objetos que
pretenden devolver el misterio de la antigüedad. Pese al desarraigo, sus obras acusan la
identidad americana.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Bernard Dreyfus (1940) es el artista nicaragüense que menos relación guarda con
el proceso de las artes visuales nicaragüense. Ni se formó aquí ni pertenece a ningún grupo
o generación ni se identifica con alguna de las tendencias dominantes en el medio, ni se
plantea recrear, documentar o reflejar evidentemente la realidad de su Nicaragua natal.
Todo lo cual no tiene nada de reprochable. Es una personalidad diferente e identificable de
inmediato, como corresponde a un verdadero artista. Su obsesión y su reto es ser única y
exclusivamente un artista plástico moderno dispuesto a crear su obra, con sólo referentes y
materiales plásticos.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
La pintura, sus técnicas y lenguajes son su patria, su identidad y su tendencia. Desde sus
cubos esmaltados, que ocupan el espacio y aprovechan las instalaciones del arte conceptual,
hasta su más reciente muestra, en Gary Nader fine arte, Coral Gables, Fla., 1992, acrílico
y óleo sobre tela, cuya energía y cuyo batido de volumen –masas de figuras, sobre rojos,
naranjas, azules, morados- evocan a la vez la action painting y uno de los ideales del
futurismo italiano y ruso de principio de siglo, que fue plasmar la velocidad, estamos ante un
mundo estrictamente plástico.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Hugo Palma Ibarra (1942) salió a Europa a estudiar medicina, pero se reconoció
pintor. Mientras más italiano o romano parece Palma Ibarra, más se evidencia su identidad
latinoamericana. Ha hecho interpretaciones de mitos y leyendas italianas, que recuerdan los
trazos y la figuración pompeyana. Pero su producción posterior ha abordado temas político-
históricos de Nicaragua, donde incursiona en retratos muy interpretativos: Rubén Darío,
los homenajes a Pedro Joaquín Chamorro y la visita del papa Juan Pablo II. Su paleta, su
textura, con reminiscencias matéricas, dan la sensación de cacharros, ollas, comales de
barro, igual que la cáscara de sus frutas. Máscaras, rostros de Cristo y collage de pinceles.
Un sabor y colores ocre y azules, unas formas genésicas. El cuerpo de las mujeres una de
sus constantes, son de un barro o roca, mientras más moderno, más clásico se revela. Pero
hay que advertir, que este pintor neofigurativo, cuando pinta el cuerpo femenino lo dota de
dos características, una antigüedad milenaria y un volumen pétreo, como si la mujer fuera
el origen de la tierra y de la permanencia, madre tierra. Y eterna, materia mineral, la mujer
en Hugo Palma está en continua gestación.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Y tu caballo blanco que miró el visionario
Hugo Palma, 122 x 220 cms
Cortadora de café,
Alejandro Canales
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
La importancia de este mural es doble, porque ya fue otro el pintor y porque era uno
de los escasos murales que merecían sobrevivir. Es muy revelador, que este su mural se
articulara a partir de grandes figuras femeninas clamantes con las cabelleras negras al
desgaire y niños o niñas empeñados en la lectura, sobre, ante y entre los cuales, se posan
zanates, se abren cartillas o libros, perros, frutas y elementos decorativos que adquieren
valor simbólico como las llaves del saber o del conocimiento.
Talleres de alfabetización en la barriada, escuelas rurales, gente del pueblo como era
el pintor mismo, vivencia elemental y directa, sin pintoresquismo, sino que planteadas y
ejecutadas con calidades pictóricas: creatividad, limpieza y composición eficaz. Confirmando
al dibujante, sus figuras se trazan como masas ovoides propias de la estética de la tinaja.
Imaginería y elementos todos que asimismo constituyen su contribución a la tan buscada
identidad americana de nuestra plástica en todas sus épocas.
Reitero: a partir de los ochenta, irrumpieron sus colores planos y brillantes (azules,
rojos, café, amarillos, naranjas, negros, verdes) y se afirmaban en los límites de los espacios
que llenaban para configurar cabezas de mujeres, brazos y manos, vestidos y florestas
de un gusto popular muy refinado. A veces unas cuantas líneas a pluma acentuaban un
rasgo, un perfil, un contorno. Sus carteles y estampas, sus témperas, desplazaron un mundo
terrible, sombrío o un cuerpo como un grito celebratorio, festivo, alegre, solar, tropical y
tropicalista, como afirmación de sensualidad y de vida, como ratificación de que el personaje
protagónico de aquella nuestra historia, era la mujer, el barro terso y fresco del primer día del
nuevo mundo. De nuevo el arte trasmuta la tragedia o la discapacidad, en acto creador, en
capacidad, en canto, el poder de la poesía.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Muro y esquina,
Plumilla, tinta china, 23 x 19 cms. 1996
Carlos Montenegro
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
De aquí que el realismo esté opuesto al arte moderno del siglo XX. Sin embargo, este siglo ha
tomado y replanteado el realismo y su problemática según sus concepciones y perspectivas:
realismo crítico, realismo socialista como estética partidaria; realismo a secas, neorrealismo,
hiperrealismo y hasta realismo mágico, localizaciones y divisiones todas que no suponen ni
calidad ni carencia de ella. Es una opción, como cualquier otra.
A lo largo de su trabajo Beteta ha usado el empaste grueso, las texturas táctiles propias
del impresionismo y del expresionismo; pero últimamente, es decir, quizá a partir de 1985,
su factura y su acabado se aproximan al hiperrealismo. Hay un conjunto de telas con el
tema de casas y edificios en ruinas, paredes de adobe o de concreto, edificios en demolición,
abandonados por los seres humanos, por sus antiguos moradores, que tienen una atmósfera
muy particular y una combinación más interesante. Este conjunto suyo entrega una ciudad
o una provincia abandonada, envejecida, destruida: tablas, reglas, oxidados pliegos de zinc,
alambrados, cartones. Ruinas. Un destinos y una realidad muy nuestra, tópica de nuestra
historia y urbanismo. Pero esas paredes descascaradas, cal sobre cal sucia, esos muros ya
sin repello, tomados y abordados en detalle parecen a simple vista piezas abstractas que, en
relación con un detalle hiperrealista, ya una puerta, ya un marco de ventana, ya una escala
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Puerta
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Procesión
Ventanas
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Ernesto Cuadra (Managua, 1950), se dio a conocer a mediados de los 70, a su regreso
de España y Estados Unidos. Un automatista nato, un apasionado de la espontaneidad.
Dibuja con energía picassiana y pinta sobre papel de grandes dimensiones. Su producción
de abigarradas y densas anatomías humanas, rostros, torsos, piernas, manos, hombres y
mujeres, hablan de erotismo y orgías. Ejecuta otro alfabeto, otro sistema de signos: una
suerte de partituras, de música pintada con tinta, pentagramas singulares y notas musicales,
corcheas y semicorcheas, fusas y semifusas delirantes. Posteriormente fue de los primeros
en ensayar la escultura ecológica, otorgarle valor artístico a los objetos, la basura, muebles
viejos y chatarra. Informalista en blanco y negro sobre lona, mezclando óleo, acrílico y
grafito. El colorido expresionista y el trazo más expresionista, empezaron a abrirle más
espacio hacia la abstracción. Un pintor de líneas y colores en constante movimiento.
Sagrada Familia,
Ernesto Cuadra, Óleo sobre tela, 42 x 55”
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Salvador Castillo es un pintor del Taller Fernando Saravia, pertenece a esa cofradía,
grupo o gremio, como se habría dicho en la Edad Media. Esa es la cruz de su parroquia. Si
bien es verdad que todo en él acusa esa marca: la temática, sis pitayas, sus malinches y el
paisaje nicaragüense rural y provinciano, el abordaje de la luz y la factura, sus empastes
gruesos en busca de las texturas táctiles y otros efectos, también es cierto que Salvador
Castillo ha empezado a salvarse, a rescatarse a si mismo, ya se distingue, ya empieza a ser
él mismo y eso dice bien de su maestro y de él.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Eslabón,
Técnica mixta sobre madera, 150 x 125 cms
Ilse Ortiz de Manzanares
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Capítulo IX.
Mujeres
EN LA PLÁSTICA
E
ntre las décadas del 60 y 70 del pasado siglo XX, irrumpieron, asumiéndose como
auténticas pintoras, algo que en nuestro proceso no había sido común, una trilogía de
damas, que el tiempo, la disciplina, la trayectoria han venido ratificando, sus códigos,
hasta convertirlas hoy en maestras. Curiosamente procedente de la burguesía, lo que
implicaba culturas, informaciones y formaciones, miradas diferentes de la realidad: Claudia
Fuentes Cardenal de Lacayo (1938), Ilse Ortiz de Manzanares (León, 1941) y Rosario Ortiz
de Chamorro (1949). Se salieron por la tangente para volver al centro de la problemática
de la creación, de la producción de un nuevo lenguaje americano, nacional, de otra plástica
moderna y arcaica, de un más amplio concepto de las artes visuales.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua Tríptico.
Ilse Ortiz de Manzanares, 1974, Técnica mixta sobre tela
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
el primer cubista, pareciera no ser de su gracia, el color gris es básico en su paleta. Desde
entonces, la composición de los cuadros de la pintora oscila entre las esferas o círculos, el
cono y el cilindro.
Si el cubismo fue uno de los ismos con los que el arte occidental comenzó a cerrarse
y encerrarse para abrirse a la destrucción y autodestrucción, también es verdad que con él
se inauguran las revoluciones plásticas. El futuro, la novedad de la plástica. Pareciera que
Ilse Ortiz responde al cubismo analítico porque su preocupación es el análisis, siguiendo un
proceso de abstracción, para representar otra realidad. Se trataba de descubrir una realidad
desde todos los ángulos y perspectivas posibles. Aquí la geometría era lo principal, es decir,
el orden y la racionalidad; pero después, el orden estructural se precipita y da lugar a estados
de ánimo, como la violencia, o a la memoria, a la evocación, al recuerdo.
Tendencias, corrientes, artistas, todos han aprovechado los logros del cubismo desde
antes que finalizara en 1914, año de la Primera Guerra Mundial: la pintura, la escultura, la
arquitectura y el diseño en general. Ilse Ortiz es otro ejemplo de su sobrevivencia aunque
muy enmascarado en América Central, y no sólo en lo geométrico sino en la pintura de
memoria, madre de la poesía, en la intensidad del claroscuro y en la violencia de sus
confesiones, logrando una artista con una pintura fuerte, con garra que agarra y desgarra y
se torna acariciadora del volumen y del color.
Este concepto genera su propia dinámica, muy sencilla y a su vez muy compleja, muy
antigua y muy moderna. Su óleo sobre madera, titulado “Doblones” (1976), es muy simple,
pero el juego circular o semicircular nueve veces repetido y el fulgor de las monedas de oro,
tan refulgentes o más que en la imaginación del pobre Güegüense.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
objetivado, que será componente del reflejo en su concepto; pero también su claroscuro
se me antoja doméstico y no devoto, es decir, se remonta a la infancia de la artista que
quizá de niña circulaba o correteaba por los corredores y salas contrastantemente solares
y oscuras de las casas solariegas leonesas. Estas casas tenían una mueblería criolla muy
particular, armarios de grandes copetes y rechinantes bisagras, roperos labrados por mano
sabia de artesano, cofres, alacenas y alhajeros, puertas, ventanas, portones de madera
cuyas aldabas y aldabones, cerraduras y llaves, cabezas de clavos, hierro forjado, candados
sonoros, cadenas herrumbrosas, oxidadas, aceitadas o relumbrantes, que guardaban quizá
tesoros, secretos, relaciones con el otro mundo, el más allá y misterios de las familias.
Es probable que la artista en su memoria o participando del inconsciente colectivo haya
guardado esos fulgores, esos brillos y la vaga figuración de estos objetos metálicos que
resaltaban mucho más en las penumbras de los aposentos.
Ilse Ortiz de Manzanares es un nombre y una obra que se ratifican; una obra sólida,
palabra que ella usa con frecuencia para titular sus piezas. Advirtiendo, a veces que sus
“sólidos” son “heridos”, para que nos arriesguemos a entrar, pasar o leer más allá de sus
formas o entre sus formas. Una suerte de geometría, más bien, volumetría sensible, que
se revienta, que se agrieta, que se rasga y en algún momento, hasta sangra… sometida
a una atmósfera sugestiva, misteriosa. Si uno de los rasgos del arte moderno fue la
heterogeneidad, aún en un mismo autor (recordemos el trillado ejemplo de Picasso, fue
muchos pintores, escultores, grabadores, ceramistas a la vez), la post-modernidad es la
disolución de nacionalidades, identidades e individualidades, involuciones y evoluciones,
desacralizaciones para sacralizar el ingenio, el humor, la “ocurrencia” más o menos genial,
el propio oficio y el arte; mega-arte y minimalismo de megalópolis…
Picasso afirmaba que es el cuadro o marco el que hace el paisaje. Ilse Ortiz de
Manzanares viene no sólo a refutar esa teoría, sino a que la plástica como hecho visual,
táctil y estético se salga del encuadre..Otro rasgo novedoso suyo es la modulación de la
superficie dada y plana, y no sólo con el volumen obtenido por el contraste y el color, sino
por el relieve o sobre posición de niveles de pliegos de madera; más que escultura en alto
relieve, es un doble gobierno de la madera y la materia. La superficie se torna accidentada:
mixta, quebrada, suavemente quebrada y muy tersa, pulida, lisa, deleite del tacto e ilusión
del ojo.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Rosario Ortiz de Chamorro, es hermana de Ilse Ortiz de Manzanares y ambas, como artistas,
están ubicadas en polos opuestos, lo cual es saludable pues ratifica las individualidades u
originalidades de cada creadora. Ilse es declaradamente abstracta e interiorista, fuerte y me
atrevería a afirmar que dramática; circunda a la mujer de un mundo metálico, filoso y sinuoso
en esta cultura patriarcal, pero las heridas, punzadas o máquinas de torturas las trasmuta
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
en arte, mientras Rosario Ortiz de Chamorro es figurativa, vive literalmente encantada en las
flores, frutos y paisajes de la tierra y el mar e interesada en retomar de manera celebratoria
y lúdica la estética aristotélica de copiar la naturaleza. Ambas son compañeras de trabajo
artístico de Claudia Fuentes de Lacayo que se les separa al plantear una relectura de la
cerámica indígena, de sus formas circulares y ovoidales y de su colorido marrón, tierra
roja: ollas, porongas, tinajas, comales del barro indígena, en su búsqueda de expresar la
americanidad y la feminidad. Las tres, bien pudiera afirmar, son síntesis de la enseñanza y
del proceso de las artes visuales nicaragüenses que arrancó en 1948 y que ha continuado
hasta el presente.
Peras
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Peras Rojas
Pero retornó a dibujar al grafito las frutas y flores de su ámbito: orquídeas, lirios,
magnolias, avispas, hongos, cucuyos, malinches, calas y naranjas. Dibujos sobre papel con
tal aprovechamiento que hasta la granulación o las texturas diversas de las láminas se
integran a la representación y con tal dominio del blanco y negro -–aquí empiezan sus
contrastes-- que lo que plasmó fue una luminosidad apenas delineada, la línea, el esbozo
por muy gris o negro que fuera no compite con la luz, no con lo blanco del papel, no con
la blancura esfumada, sino con la luz, que se transforma en centro y volumen. Volumen
esférico de las naranjas, volumen de los sacuanjoches, volumen de las corolas de pétalos
leves, pero que el conjunto las hace resaltar, volumen de los fondos ondulados que la artista
llamará después montañas se iluminan o ensombrecen para cerrar el espacio, acordes
con las figuras centrales que generan otro espacio irreal o creado –he aquí otro de sus
contrastes--. A pesar de la luz, del juego de los volúmenes, de la textura del papel, la línea
se impone en su simplicidad y sencillez. Sus dibujos a grafito pueden representar tres
circunferencias que se vuelven naranjas, o dos , hasta alcanzar la depuración un solo fruto,
que no es más que el milagro de una línea curva, cerrada, no plana por el volumen, que
juega con dos, tres o un centro casi tangencial, gracias a la ilusión óptica. Igual ocurre, con
mayor complejidad, con las flores, pétalos, corolas, pistilos y tallos. De aquí la trascendencia
de su segunda exposición personal en Tagüe, octubre de 1976 . Esta muestra acusa la
conciencia de la reivindicación del dibujo, afán de aquella década. Su catálogo junto a su
nombre dice: DIBUJOS.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Bodegón
Del dibujo pasó al color, es decir, del grafito, de los lápices de colores, a la pintura y
al pincel --he aquí otro de sus contrastes--; pero su pintura no rompió con la línea y recurrió
al óleo. Desafortunadamente, en la década de los ochentas, las tres pintoras salieron a
un exilio voluntario por estar en desacuerdo con la propuesta de la nueva fundación de
Nicaragua. Fueron proscritas de muestras internacionales, como la que se organizó en el
Museo Carrillo Gil, de México, en 1980, no participaron en concursos no fueron premiadas
ni expusieron bajo el auspicio oficial y sus nombres eran pronunciados en voz baja. Entre
tanto, las tres ellas en distintos puntos de América continuaron pintando y exponiendo.
Rosario –como suele firmar sus telas— expuso en el Salvador, Honduras, Guatemala y
Florida, Miami; profundizó su temática y amplió su dominio técnico, se apropió del color,
tal y como puede observarse desde sus exposiciones de 1985 en Miami, en China, 1993,
Palacio de Naciones Unidas, Ginebra, Suiza (1996). Hasta las de principios del siglo XXI
dentro y fuera de Nicaragua: Galería Códice, Managua, en 1997 insistió con las orquídeas
blancas y moradas, las naranjas pero partida por la mitad (óleo / tela, 50 x 40 cms, 1995-96)
y aparecieron pitahayas, mandarinas, limas, limones, azahares, caimitos, zapotes, mangos
y marañones revueltas con frutas de otros climas americanos como las peras, los duraznos,
grapefruits.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Hay que apreciar y valorar la producción artística de Rosario Ortiz de Chamorro, como
una exploración tan subjetiva como objetiva por dominar el mundo de las artes visuales;
sus formas, instrumentos, materiales, técnicas. Y, a su vez, tendrá que valorarse como un
logro de expresión nueva. Libre, simbólica de la identidad americana. La pintora descubre
sus americanidades en Nicaragua como en el exilio en algo que podría ser obvio, las flores,
frutas y conchas: pero en el arte no importan tanto, como ya sabemos hasta la saciedad,
los temas o motivos, sino la novedad u originalidad de su representación. Rosario Ortiz
de Chamorro con los colores y las formas fórmula un sistema de signos reveladores de su
origen, de su vitalidad y de su sensualidad, con los que se comunica con sus espectadores
y establece una fiesta de los sentidos.
Grapefruit
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Cuando el mundo entero en este principio del siglo XXI anda en la postmodernidad,
cuando las trans vanguardias van y viene con propuestas de hace un siglo o actualizadas con
80 años de retraso o con la heterogeneidad de un mundo que al menos por la tecnologías
de la comunicación, nos hace pensar con ilusión colonialista que pertenecemos a él o que
formamos parte de él (La universalidad es ahora mediática), Claudia Fuentes de Lacayo,
reaparece con la veta autóctona, indígena, sin folklorismos o pintoresquismo, lo que revela
que la veta está viva, fuerte y por tanto, con mucho que expresar. Confirma además la
trayectoria de la pintura nicaragüense como expresión americana y a la pintura, cuyo
concepto se abre a otras dimensiones y la ubica como una personalidad plástica, cierta y
segura. Ha dado un salto cualitativo notable, de la interioridad de la tierra, del entierro, a la
imaginación, a un primer plano visual poético, nostálgico.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Tres de sus piezas de mediano formato están llenas del absoluto indígena: Trípode al
tagüe y al til Urna sagrada y ofrenda al agua. Las tres piezas son de una sencillez extrema a
ojos vistas, pero bien vista la rotundidad de sus sombras las dotan de un espacio misterioso:
el trípode servía para quemar el copal y sahumar a los dioses y a los fenómenos de la
naturaleza que los expresaban. La urna sagrada pareciera más occidental o al menos mestiza
que las otras, pero su color, ocre, rayas negras e insinuaciones de serpiente le dan el toque
indígena; y el otro trípode, con similares características que el primero, es una ofrenda al
agua, al agua que fecunda la tierra en los meses lluviosos y al agua que apacigua la sed de
los muertos, los habitantes del mixtlán.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Sus muros, sus piedras, cabe preguntarse, ¿denotan la destrucción de nuestra cultura?
¿Un plano primero e inmediato que deja entrever incensarios, tinajas, signos del agua, que
significan vida para culturas esencialmente agrícolas? Quizás. De donde Claudia Fuentes,
quiere resurgir como todos estos objetos, salir de entre las piedras y comunicarse con la
actualidad.
El diálogo entre la estela y la olla funeraria acaso denota todo un lenguaje no muerto,
con sus claves fósiles, sino un lenguaje hermético, recóndito, donde la estela que narraba
hechos históricos y la urna que guardaba hombres y mujeres muertos. Ni la olla ni la estela
están completas, son fragmentadas. ¿Es el silencio como diálogo? ¿Lo que no podemos saber
o entender o leer exactamente? ¿Es acaso el enigma y la elegía de una olla rota, quebrada,
Cerámica Rota, junto al pilar de una casa moderna?
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Claudia Fuentes de Lacayo no solo se afianza como pintora, sino como alfarera,
la creadora de vida con las manos y el barro, en las edades remotas, antes de que nos
descubrieran y pasáramos a formar parte de Occidente, y en las edades recientes, por la
tradición artística familiar.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
Con Ilse Ortiz de Manzanares, neo barroca, claroscuro, semi abstracta y metálica y
con las flores y frutos en grafito y vitales coloridos del trópico de Rosario Ortiz de Chamorro,
Claudia Fuentes de Lacayo, con más de cuatro décadas de estudiar pintura y emborronar
lienzos, en Nicaragua y fuera de Nicaragua, redondea con excelencia el planteamiento de
sus dos compañeras y el suyo propio. Distintas pero ya plenamente pintoras, realizadas, hay
obra: aportes.
Claudia Fuentes de Lacayo encierra el mito telúrico y celestial, el telar y los ideogramas
en turquesas, ocres, celestes claros, tagües y blancos calizos, toda una paleta misteriosa. Al
codificarse, Claudia Fuentes de Lacayo se ha incorporado a la familia de la plástica indígena,
americana, no pintoresca ni folklórica.
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Las Ar tes Visuales de Nicaragua
en homenaje
Capítulo X.
A R T E FA C T O
1980 - 2012
Ametralladora
1. Obra mecánica hecha según arte.
2. Máquina, aparato.
Las últimas décadas del siglo XX y los primeros años del XXI invirtieron o revirtieron?
Revolucionaron o involucionaron por completo la historia político social de Nicaragua?
Esto provocó en los artistas novísimos una dinámica y un status distintos. Unos se afirmaron
como pintores y otros como objetistas; unos se reafirmaron en sus técnicas y materiales y
otros los inventaron
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Dice un refrán al revés que los árboles a veces no dejan ver el paisaje y al derecho,
se dice que el paisaje no deja ver los árboles.
Paisaje místico
Ricardo Morales, 95 x 76 cms
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los colores: el colorista que se niega afirmándose. Pintar con la pintura, crear a partir de los
maestros, colorear o girar lo colores a tal velocidad que sólo queda el blanco. Búsquedas y
experimentaciones.
Contra la tela o lienzo y en pro del aluminio, han aparecido los cuencos de barro
indígenas, los metaglifos o petroglifos primitivos y modernos de Luis Morales Alonso (1960),
quien; contra la bidimensión y las distintas dimensiones, haciéndolas y deshaciéndolas,
trabaja motivos prehispánicos, que él, como arqueólogo en un momento dado domina con
gracia; juegos populares como las ruletas de las ferias o fiestas patronales, relatos simbólicos
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La Rosa
Luis Morales Alonso, Aluminio repujado y policromado, 60 x 80 cms
Abstracto
Rafael Castellón,43 x 48”
Mixta sobre madera
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lumínicas. Juegos muy serios. Serios trabajos llenos de humor e imaginación.. Todos ellos
formaron otro frente cultural o grupo entusiasta, beligerante, generacionalmente enfrentado,
experimental y descalificador, con su pronunciamiento colectivo: ArteFACTO, revista y
espacio, Arte factoría. Su revista fue un cruce de diseños muy ingeniosos y de difusión de
textos que descubrían la modernidad o postmodernidad de Rubén Darío.
Se decretó la muerte de Bellas Artes y el fin de Praxis, para proclamar, el no muy nuevo
dadá, cruzado del arte conceptual, objetual y gestual, desacralización, el humor negro, el
objetivismo, ensamblajes (Quintanilla), instalaciones, crítica social, o anárquica, marginalidad
deliberada desde cierta posición de poder anárquico y desde abajo.
David Ocón, procediendo de la pintura metafísica, del arte cinético y del pop, se integró
a ARTEfacto. Hace una relectura del legado europeo en general y del español en particular,
reinterpretando en una libre apropiación del espacio los motivos perrunos, caninos, críticos
del poder, de don Francisco Goya y de Francis Bacón, y creando quizá otra pintura religiosa,
de origen católico, colonial, no indígena, con temas iconográficos de la mística, Santa Teresa
de Jesús y San Juan de la Cruz, pero como enmascaramiento y reafirmación del erotismo,
imponiendo así su nota subversiva.
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Nidos de Lágrimas
Patricia Belli
Técnica mixta, 160 x 100 cms
Coloquio
Javier Sánchez,
Óleo / Tela, 96 x 126 cms
He aquí, pues, medio siglo de pintura nicaragüense activa y más de cinco siglos de
tradición discontinua.
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Las Cruces
Javier Valle Pérez, Óleo / Lienzo 85.5 x 85.5
La Casa
Javier Valle Pérez ,
120 x 100 cms
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He aquí, pues, una vez más, como afirmaba Octavio Paz, la prueba de que los pueblos
poéticos no son plásticos. Nicaragua es un pueblo poético y esta producción heterogénea
reseñada prueba, de que se puede ser poético y visual, antiguo y moderno, sencillo y
complicado
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