TESIS Tito
TESIS Tito
TESIS Tito
INTRODUCCIÓN………………………………………………………………………………….3
CAPÍTULOS
I. DELIMITACIÓN DE TÉRMINOS………………………………………………………….…5
3. Descenso y salvación……………………………………………………………………13
23
CONCLUSIONES………………………………………………………………………………...48
BIBLIOGRAFÍA………………………………………………………………………………….50
2
INTRODUCCIÓN
Una madre de familia declaraba angustiada en un canal de televisión: “mi vida es un infierno”.
Por las imágenes se podía ver la situación de pobreza en la que vivía, el número de hijos que tenía
que alimentar, el poco espacio del que disponía para vivir, y sus esperanzas a punto de terminar.
Ante situaciones como estas cabe hacerse la pregunta: ¿Realmente la vida puede ser un infierno?
¿Lo que llamamos “infierno”, no pertenece al más allá? Así es como pensamos muchas veces,
ignorando la verdadera dimensión de esa palabra. Hasta olvidamos, en ocasiones, que el propio
Jesús descendió a los infiernos. Y no es casualidad decir “olvidamos”, porque de todos los artículos
de fe, aquel que habla del descenso de Cristo a los infiernos es el menos entendido y el menos
predicado.
Esta realidad nos ha impulsado a realizar este trabajo de investigación. A medida que lo
llevábamos adelante fuimos descubriendo toda la riqueza que esconde esta afirmación. Decir que
Jesús bajó a los infiernos es desvelar todo su afán por liberar al hombre de aquello que le puede
Dado que pretendíamos hacer teología, debimos establecer un contexto. Sabíamos que una de las
el que el teólogo se mueve y a la realidad que se quiere iluminar. Nosotros estamos en América
Latina y a ella nos dirigimos. No hay que ser un experto en sociología para deducir que esta tierra
está marcada por una situación social difícil. Lo de la señora en la televisión es solo un ejemplo de
tantos. Ante esta realidad, nos preguntamos: ¿Cuál es la mejor manera de interpretar el artículo del
credo que habla del “descenso de Cristo a los infiernos” para los pueblos de América Latina, de
3
suerte que ellos perciban toda la fuerza liberadora y esperanzadora que posee? En este trabajo
Dado que el “descenso de Cristo a los infiernos” necesita tener en cuenta muchas realidades, a fin
de que se pueda captar todo su sentido, hemos querido empezar esta investigación esclareciendo
qué entendemos por pecado, infierno y salvación. Una vez abordadas estas realidades, nos
aventuramos a buscar en los textos bíblicos aquellos indicios que nos hablen de la intención
liberadora de este dogma de fe. Este es el contenido del segundo capítulo. La interpretación
teológica ocupa el tercer capítulo, y, conscientes de que una teología puramente especulativa no es
teología, dedicamos un cuarto capítulo a proponer algunas aplicaciones pastorales de este artículo
de fe.
Ha dicho Hans Kung que ningún Papa se ha atrevido a decir, falible o infaliblemente, lo que
significa este artículo de fe. Sin embargo, la teología ha dado sus interpretaciones y nosotros
mismos proponemos aquí una en la perspectiva especial de los pueblos oprimidos de América
Latina. No pretendemos desvelar todo el misterio que el descenso de Cristo a los infiernos encierra,
pero sí acercar este dogma a la gente, hacerlo más comprensible, de manera que pueda ser captado
Aun cuando esta investigación es cristológica, el lector notará que las líneas que siguen se
mezclan con la escatología y la soteriología. Es inevitable en un trabajo como este. Jesús salva
tanto en este mundo como en el más allá, con la diferencia de que aquí necesita de nuestras manos.
Jesús ha liberado a los hombres del pecado que los mantenía en un infierno, pero necesita hombres
que comuniquen esta Buena Noticia “hasta los confines de la tierra” (Mc 16,15). Hasta en los
lugares donde reina la muerte, los infiernos vitales, Jesús desciende para salvar. Este, querido
lector, ha sido el mayor descubrimiento del presente trabajo. Esperamos que, como a nosotros,
4
CAPÍTULO I
DELIMITACIÓN DE TÉRMINOS
La doctrina del “descenso de Cristo a los infiernos” engloba muchas realidades. Además de las
mencionadas en el mismo dogma de fe (descenso, infiernos), también hay que tener en cuenta
aquellas que no aparecen explícitamente, pero que influyen en gran medida en su comprensión.
Nos referimos específicamente a las nociones de pecado y salvación. Sin una correcta comprensión
de estas realidades, difícilmente se podrá determinar cuál es el sentido de la bajada de Cristo a los
Por esta razón, queremos dedicar este primer capítulo al esclarecimiento de estas realidades
de este artículo de fe. Hay que tener en cuenta que las definiciones o concepciones de estas cuatro
realidades que presentamos a continuación obedecen a una particular manera de verlas, y están
orientadas hacia la interpretación que queremos proponer del “descenso de Cristo a los infiernos”.
5
1.- Pecado: realidad personal y social1
Muchas definiciones han dado los teólogos a lo largo de la historia acerca del pecado. Sin
embargo, todas ellas tienen un punto en común: el pecado es una falta contra Dios y contra el
prójimo. Aun con todos los matices que la teología ha dado a la definición de pecado, hay un punto
central que nunca se ha dejado de lado, y es precisamente el hecho de que el hombre, cuando pone
su vida y su mente en todo aquello que lo aleja de Dios y del prójimo, comete una gran ofensa
contra el amor que Dios le tiene. Según un análisis de Gn 3, este es el pecado por excelencia: la
ingratitud al amor gratuito de Dios. “El hombre debería haber acogido la voz de la vida que le
sostiene e impulsa; pero escucha otra voz de sospecha que le dice: Dios quiere engañarte, vive y
decide por ti mismo”2. Con razón el Catecismo de la Iglesia Católica afirma que el pecado es
“faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a
ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana.” 3 De esta
definición que nos da el Catecismo podemos extraer algunas ideas principales: el pecado
En la Biblia queda claro que el pecado es personal, es decir, es una opción libre del hombre. 4 Es
la idea que se desprende, por ejemplo, de Rm 5,12: “por un hombre entró el pecado en el mundo”.
Como el pecado es ofensa al amor de Dios, la relación entre Dios y el hombre es la que se ve
afectada. Siendo esta una relación personal, el pecado es, por esencia, un acto personal. Según San
Agustín, el pecado personal del hombre consiste en “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la
ley eterna”.5 La ley eterna es la ley divina o ley natural que todos los hombres llevan en su corazón,
a través de la cual Dios les habla y les comunica sus designios. El pecado personal es, por tanto,
negarse a escuchar la voz de Dios, negarse a oírle, no creer en él ni en su amor.6 Pero no debemos
1
El tema del pecado ha sido uno de los más trabajados en la historia de la teología. Se podría recurrir a
abundante bibliografía para redactar un tratado acerca del pecado, pero no es este el propósito de la presente
investigación. Lo que exponemos en esta sección es solo la concepción de pecado que manejamos a
propósito del descenso de Cristo a los infiernos.
2
X. Pikaza, Diccionario de la Biblia, historia y palabra, p. 761.
3
Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) nº 1849.
4
Cf. X Pikaza, o.c., p. 761.
5
San Agustín, Faust. 22,27; citado en CEC nº 1849.
6
Cf. L. Lochet, La salvación llega a los infiernos, p. 38.
6
entender el pecado simplemente como una negación a la letra de la ley divina. Muchas veces, y de
esto nos dan testimonio los evangelios, Jesús dejó de lado un precepto legal por hacer el bien al
prójimo7. Más bien, es más propio afirmar que el cumplimiento de la ley es pecado cuando se deja
(El pecado) procede esencialmente de una perversión del espíritu y del corazón capaz de
pervertir la Ley y el culto. El pecado fundamental, tal como resulta de la enseñanza de los
profetas y de Jesús, es el “endurecimiento del corazón”, la “falta de fe”; es la obstinación a
cerrar el propio corazón a la palabra que Dios dirige a los hombres…8
Como se deduce de esta cita, el pecado no es tanto un rechazo a la ley de Dios en su definición,
sino a la voz de Dios que nos habla mediante esa ley; es rechazo a Dios mismo que quiere entrar en
La definición de pecado que hemos citado del Catecismo nos hablaba de que el pecado “atenta
contra la solidaridad humana”. Y es que, si el pecado ofende en primer lugar a Dios (pretender ser
como él), el pecado personal también es ofensa contra el prójimo, con quien estamos llamados a
vivir en comunidad (solidaridad) por naturaleza. Dios ha hecho a todos los hombres a su imagen y
semejanza, por tanto, cualquier atentado contra el hombre es un atentando contra Dios; y, al mismo
tiempo, la ofensa directa contra Dios repercute en el prójimo. Ya lo aseguró Jesús durante su vida:
“…cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40).
J. Moingt afirma:
Fijémonos que el autor de esta cita entiende el pecado como una perversión de la naturaleza
humana, caracterizada por una serie de atentados contra el prójimo, que nos hacen olvidar que
estamos llamados a vivir en unidad. Cuando el hombre se desentiende de Dios, por consecuencia
termina desentendiéndose de los hombres: “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?” (Gn 4,9).
7
Ver por ejemplo Mc 3,1-6; 7,1-13; Mt 12,1-14.
8
J. Moingt, El hombre que venía de Dios. Vol. II, p. 188.
9
Ibid, p.189.
7
De lo dicho hasta acá podemos deducir la otra cara del pecado. Este no es solo personal, sino que
también repercute en las personas que nos rodean. De esta manera, si el pecado es rechazar a Dios,
la otra dimensión del pecado es el rechazo a aquellos con los que Dios se ha identificado, es decir,
los pobres, los hambrientos, los encarcelados, etc., según la misma cita de Mt 25,31-46. La
repercusión en los demás del pecado personal es lo que la teología llama “pecado social”.
Es claro, pues, que todos los pecados contra Dios contaminan la relación con el prójimo, y, poco
a poco, este pecado se va universalizando. Esto lo notamos claramente en la carta a los Romanos:
“Pablo denuncia el pecado de los paganos (Rm 1,18-32), desvela el pecado de los judíos (Rm 2,1-
pecado es la raíz del pecado social, esto es, el pecado tiene evidentes repercusiones sociales
Al pecado social también se le conoce como pecado estructural, término muy usado por Juan
Pablo II11. Se refiere a las estructuras de pecado que dominan al mundo, ya que “por un hombre
entró el pecado en el mundo” (Rm 5,12). Podemos decir que el pecado estructural es el resultado de
una serie de pecados personales previos12; pecados personales que, como hemos visto, afectan no
solo a Dios sino también al prójimo. Cuando el pecado se mete en la sociedad y en sus
instituciones, tanto que es imposible salir de él, entonces tenemos un pecado estructural. Un
ejemplo de ello sería la creación de una serie de leyes que justifican las injusticias y que muy a
Una vez establecida la injusticia, se le recubre con ese manto justificador que hemos llamado
ideología y que, arrancando muchas veces de la mentira oficial, llega a configurar toda una
mentalidad, una manera de pensar y de sentir, ofrecida a todos aquellos que ya no son capaces
de llamar al pecado por su nombre, o simplemente de reconocerlo.13
Esta es la característica principal del pecado estructural: el no ser reconocido o, peor aún, ser
mundo que llega a ser costumbre. El pecado estructural o social hace que se olvide fácilmente a
10
L. Lochet, o.c., p. 48.
11
El término aparece en la Sollicitudo rei socialis, pero también en los documentos de Medellín y Puebla.
12
Cf. J. González Faus, Fe en Dios y construcción de la historia, p. 191.
13
Ibid, p. 191.
8
aquellos que sufren las consecuencias de ese pecado. Siguiendo a J. Moingt podemos describir de
Este tipo de sociedad descrita aquí no difiere mucho de esta en la que vivimos. Basta solo leer los
diarios o ver los informativos para darnos cuenta de ello. El pecado se ha instalado en nuestra
sociedad y ello acarrea otra consecuencia: las secuelas del pecado personal no solo repercuten en
detrimento de uno mismo hiriendo la naturaleza del hombre, no solo afectan la relación con el
prójimo condenándolo a vivir en situaciones de injusticia, sino que también influyen en toda la
creación. En efecto, el pecado social se extiende hasta todo el universo, hasta el punto de verse
afectado por las malas decisiones de algunos. Todos los desastres ecológicos surgen básicamente
por no tener en cuenta que el hombre vive en un mundo que, a la vez que es frágil, es compartido
por otros hombres. El afán desordenado de desarrollo y de poder de muchos países ha hecho que se
olvide el principio fundamental de convivencia humana. El pecado aquí, como hemos visto más
arriba, es olvidar que somos llamados a vivir armónicamente: es pecado contra el prójimo, contra
su hábitat, contra la imagen de Dios. No cabe duda, pues, de que el deterioro del medio ambiente,
Todo lo dicho hasta aquí nos coloca en una posición clara: el pecado es negación del amor de
Dios por uno mismo, decisión que repercute en los demás y en toda la creación. La aceptación o
rechazo de ese amor llevará consigo la felicidad o la desgracia eternas, el cielo o el infierno.15
14
J. Moingt, o.c., pp. 191-192.
15
L. Lochet, o.c., p. 39.
9
El fruto del pecado es la muerte (Rm 5,12). Y tradicionalmente se ha identificado el infierno
como el lugar de los muertos que han pecado. Ciertamente esta concepción del infierno tiene raíces
veterotestamentarias, de las que nos ocuparemos más adelante; sin embargo, la concepción que la
mayoría de personas tienen del infierno actualmente, tiene mucho de imaginario popular.
Nuestros pueblos piensan en el infierno como un lugar de grandes calderas, fuegos eternos donde
se cuecen los condenados, personajes con tridentes y cuernos, etc. Esta manera de concebir al
protestantismo (ss. XVI-XVII). Hablar del infierno con estas imágenes era la manera de amenazar
a los cristianos para que no sucumbieran ante esta “herejía”. Han pasado más de cuatro siglos de
aquella época y aún se siguen escuchando sermones sobre el infierno con estas categorías. Sobre
Estos son cuentos de hadas para meter miedo a los niños. Pero nosotros somos personas
adultas, cultas y mayores de edad. El meter miedo no sirve. Un infierno del cual se sirviera la
Iglesia para atemorizar no sirve.16
¿Quiere esto decir que el infierno no existe? Definitivamente no; la existencia de una realidad a la
que la teología llama infierno ha sido aceptada por la Iglesia desde siempre 17. Pero, ¿cómo
lógica. El pecado es el rechazo libre por parte del hombre al amor de Dios, y si el infierno es el
ambiente donde están todos los pecadores, entonces el infierno debe ser una situación donde el
El pecado es la falta de amor, a Dios y al prójimo, y no hay más vida que en el amor, tal
como lo enseña san Juan siguiendo a Jesús; el amor da la vida, la lleva en él; a la inversa, la
falta de amor da la muerte que lleva en ella.18
Como se puede deducir de la afirmación anterior, vivir sin amor es como estar muerto; es vivir en
el infierno. Esta es una situación trágica para el hombre, pues por vocación está destinado a amar.
16
J. Moltmann, Conversión al futuro, p. 109.
17
Recientemente, en una reunión con los párrocos de la diócesis de Roma el 7de febrero del 2008, el Papa
Benedicto XVI afirmó que “el infierno del que se habla poco en este tiempo existe y es eterno”
18
J. Moingt, o.c., p. 192.
10
El infierno, por tanto, es la negación del hombre a su propia vocación y a su felicidad. Es la
infelicidad total, puesto que, por el contrario, estar con Dios es la felicidad plena.
Trágica no solo para el hombre, que puede frustrar el sentido de su existencia, su propia
salvación, sino para Dios mismo, que se ve forzado a tener que juzgar allí donde querría salvar
y –en el caso extremo- a tener que juzgar justamente porque solo quería aportar amor. De este
modo el tener-que-ser-repudiado del hombre que repudia el amor de Dios aparece como una
derrota de Dios, que fracasa en su propia obra de salvación.19
Todo lugar donde no se dé cabida al amor puede ser considerado como un infierno de hoy. Y este
infierno puede ser considerado como una derrota de Dios. Es contradictorio, pero la obstinación del
hombre en el pecado, en negarse al amor, puede producir la frustración del plan salvador de Dios.
Imaginemos una situación donde no haya ningún vestigio de amor. Si el amor es el motor que
une a la humanidad, entonces el infierno, como una realidad privada de amor, es la negación total
del prójimo, es la soledad plena. Más allá de los debates teológicos acerca de si el infierno es un
lugar o un estado, cuando nos referimos al infierno como realidad escatológica podemos decir que
“el infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y
definitivamente se aleja de Dios…”20 Pero como hemos visto, las realidades infernales no hay que
buscarlas en la otra dimensión, por eso aquí entendemos el infierno como el estado de aquellos que
se encuentran en situaciones infernales. Esta es una buena imagen del infierno en nuestra
actualidad: el hombre que vive solo, negándose totalmente al amor de Dios y al de los demás
hombres, vive en un infierno. Así pensaba, por ejemplo, el entonces cardenal Ratzinger:
…Si hubiese un abandono tan grande que ningún tú pudiese entrar en contacto con él,
tendríamos la propia y total soledad, el miedo, lo que el teólogo llama “infierno”. Ahora
podemos definir el preciso significado de la palabra: indica la soledad en la que ya no puede
resonar la palabra amor, una soledad que comporta la inseguridad de la existencia.21
Vemos, pues, que hoy los infiernos han cambiado; ahora están más cerca, en uno mismo, en la
sociedad, en la creación entera. Como dice Moltmann: “Después que el más allá se ha oscurecido
hemos convertido el más acá, la vida y esta tierra en un infierno y la hemos empedrado de
19
H. U. Von Balthasar, citado en A. Torres Queiruga, ¿Qué queremos decir cuando decimos “infierno”?,
pp. 35-36.
20
Juan Pablo II, Catequesis pronunciada en 28 de julio de 1999.
21
J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, p. 262.
11
infiernos.”22 En nuestra tierra, muy cerca, en nuestra sociedad, se viven verdaderos infiernos:
personas al borde de la depresión, que han perdido completamente la esperanza y ganas de vivir,
pobreza, marginación, esclavitud, contaminación, guerras… Estos son los infiernos de hoy,
situaciones donde está ausente el amor. Para aquellos que se encuentran en estas realidades
infernales la vida no tiene sentido. El “sin-sentido” quizá sea la característica de los infiernos de
Es cierto que antes se hablaba del infierno como lugar de sufrimientos y de eternos tormentos.
Hoy no podemos seguir con el discurso del fuego abrasador y de personajes con cola y cuernos.
Pero, también hay una realidad que no podemos obviar: ¿Acaso en los infiernos de hoy no hay
sufrimientos y tormentos? Hoy también escuchamos ese “rechinar de dientes”. Lo curioso es que
aquellos que están inmersos en este sufrimiento no lo están solo por su propia acción, sino por las
malas decisiones (pecado social) de otros. Ya no podemos hablar de fuego abrasador, pero sí de
estructuras injustas que muchas veces torturan más que el fuego. Ya no podemos creer en imágenes
diabólicas, pero sí en personajes que hacen de la vida de los demás auténticos infiernos.
Nosotros no solamente somos sus víctimas, sino que avivamos el fuego. Porque nadie nos
garantizará que “el infierno de Auschwitz” ha sido el último infierno sobre la tierra. Nadie
puede asegurar que no va a convertir a su prójimo la vida en un infierno.23
Es increíble, pero la historia nos muestra la capacidad del hombre para producir realidades
infernales, como la que menciona en la cita anterior J. Moltmann. Pero, por más terribles que sean
estas situaciones, siempre el hombre tiene una posibilidad de salir de ellas, no por sus propios
medios, sino porque otro lo rescata. Ese es el “tú” que es capaz de romper la soledad de los
infiernos, capaz de devolver el amor perdido, capaz de devolver el sentido a las vidas de los que
allí se encuentran. Por eso hoy, al hablar de evangelización, hay que tener en cuenta estas
realidades. La salvación de Jesús ha llegado hasta los infiernos, y esa es la razón por la que una
evangelización que no tenga en cuenta estas realidades temporales es una evangelización a medias.
22
J. Moltmann, o.c., 109.
23
Ibid, pp. 110-111.
12
La predicación de la salvación (eso es evangelizar) debe pasar por los infiernos de hoy y
En el capítulo correspondiente nos vamos a ocupar de la teología del “descenso de Cristo a los
infiernos” y su talante soteriológico. Ahora, teniendo en cuenta lo que hemos dicho acerca del
pecado y del infierno, vamos a describir lo que entendemos por descenso y salvación en la misma
línea de las propuestas anteriores.24 Definitivamente, ambas realidades están muy ligadas: ¿Para
Tal como hemos entendido la realidad de los “infiernos” aquí, podemos muy bien comprender a
qué se refiere este descenso. Descender a los infiernos de hoy es comprometerse con la situación de
los pobres y marginados, es llegar al nivel de ellos, es sufrir con ellos, acompañarlos en el sin-
sentido de su vida, es sufrir con ellos el pecado y sus consecuencias. Y todo esto tiene un objetivo:
revertir esta situación. Porque no hay que olvidar que la bajada de Cristo al infierno tiene una
dimensión salvadora. Como veremos ampliamente más adelante, Jesús en su descenso al lugar de
los muertos y del pecado, no fue con las manos vacías, sino que llevó consigo la Buena Noticia de
la salvación para los que se encontraban inmersos en esta realidad de sufrimiento. Así dice L.
Lochet: “Cuando proclamamos con toda la Iglesia: “Bajó a los infiernos”, habrá que reconocer
algún día que eso es también una dimensión de la misión de Cristo y un aspecto siempre actual del
misterio de salvación.”25 Según este autor, la bajada de Cristo a los infiernos sigue siendo actual; no
fue solo un acontecimiento ubicado en un solo momento de la historia. El descenso a los infiernos,
que formó parte de la misión de Jesús, como veremos después, se debe actualizar como todo lo que
hizo Jesús durante su vida; es lo que le corresponde a cada cristiano. En otras palabras, existen hoy
24
Como en el caso de lo escrito acerca del pecado y del infierno, no tratamos de elaborar una teología
completa del hecho de la salvación. Solo hacemos algunos aportes que nos ayuden a entender lo que para
nosotros significa el “Descenso de Cristo a los infiernos”.
25
L. Lochet, o.c., p. 17.
13
infiernos a donde descender para salvar. La salvación también se puede predicar hoy en los
infiernos de nuestros días, y para eso hay que ir hasta ellos: hay que descender.
¿Cómo entender la salvación que trae consigo Jesucristo? Dejamos aquí que J. Moingt nos dé una
respuesta: “¿Qué es salvación? La Escritura la define esencialmente como liberación del pecado y,
por vía de consecuencia, de la muerte.”26 Entonces, si como hemos visto, el pecado tiene una
dimensión personal, social y universal, es lógico que la salvación de Cristo, entendida como
La fuente de donde brota la salvación es la vida, muerte y resurrección de Cristo: “Hay un doble
aspecto en el misterio pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el
acceso a una nueva vida.”27 La resurrección de Jesús puede concebirse, en este sentido, como la
victoria sobre el infierno, por ser la derrota del pecado y de la muerte. Entendamos aquí, entonces,
que no es solo una derrota a la muerte física; es también una derrota a la muerte en el sentido
destrucción de ese pecado que había sumergido al hombre en su propio infierno de una vida sin
Esa victoria es la cima, la corona de todas las victorias de Dios sobre las impotencias del
hombre. Sin embargo, el significado último de la Resurrección en sí misma no es solo el Cristo
vencedor de la muerte física, sino mucho más el Cristo victorioso de la muerte segunda,
vencedor del pecado con todas sus atroces consecuencias, vencedor del infierno.28
Las páginas del Nuevo Testamento aclaran esta dimensión personal de la salvación. En los
evangelios vemos a un Jesús salvador del hombre: curaciones, milagros, revivificaciones. Estas son
restauraciones del hombre y de su relación con Dios. 29 Además, le devuelven a la persona su lugar
en la sociedad; ese lugar que por causa del pecado, propio o de otros, había perdido. Esta última
idea, nos abre hacia la segunda dimensión de la salvación: la salvación a nivel social.
26
J. Moingt, o.c., p. 187.
27
CEC nº 654.
28
L. Lochet, o.c., p. 66.
29
No olvidemos que según la mentalidad judía, toda enfermedad o posesión tenía como origen un pecado
(Cf. Jn 9,2). Jesús, al sanar no solo restituye la salud física, sino que también renueva la relación con Dios
(Cf. Mc 2,1-12).
14
Así como el pecado se vuelve estructural y alcanza a todos los hombres, de manera que por el
pecado de uno todos los demás seres humanos sufren sus consecuencias, así también la salvación
de Jesucristo alcanza a todos aquellos que padecen las consecuencias del pecado social: “Así pues,
como el delito de uno atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia
de uno procura a todos la justificación que da la vida” (Rm 5,18). De esta manera, la salvación que
Jesús ganó para los hombres, debe hacerse efectiva entre aquellos que viven en situaciones de
pecado social. La Buena Noticia que nosotros hemos recibido debemos, no solo anunciarla, sino
también realizarla; debemos bajar hasta los infiernos sociales para liberar:
Siguiendo a Jesús mismo, el mundo actual descubre una nueva dimensión del misterio de la
salvación: la solidaridad por amor: llegar a ser, bajo el impulso del Espíritu Santo, hombre
entre los hombres, pobre entre los pobres, trabajador entre los trabajadores, emigrante con los
emigrantes. Que la vida de ellos se convierta en nosotros en ofrenda de amor por la salvación
de todos.30
Pero, hay una perspectiva más de la salvación que queremos señalar, y es la que Moltmann llama
“salvación integral”. Por mucho tiempo en la teología se entendió la salvación como “salvación de
las almas” únicamente. Es cierto, la salvación incluye al alma, pero implica también al hombre
entero. Es salvación de todo el hombre y sus estructuras, ya que el hombre no es solo su alma, es
también su cuerpo; cuerpo con el que precisamente se relaciona con el mundo. El hombre está en el
corazón del mundo y la salvación no se le puede otorgar fuera de toda su realidad. El himno de la
carta a los Colosenses (Col 1,12-20) canta la reconciliación de Dios “con todas las cosas” a través
Dios con “todo cuanto hay en cielo y tierra” (Ef 1,9-10), porque, como vimos, a toda la creación
alcanzó los efectos del pecado. “La solidaridad de los hombres y del universo en el mal no es, en el
Jesucristo.”31
30
Ibid, pp. 130-131. Ver también J. Moingt, o.c., p. 199.
31
Ibid, pp. 124-125.
15
El hombre y el universo están relacionados. El hombre vive en un mundo, viene de él y lo
gobierna. Por eso, el destino del hombre es el destino del mundo, así en el pecado, así en la
A esta liberación del mundo de la que habla la carta a los Romanos, entendida como la
destrucción del pecado que la domina y que entraña la aparición de un “cielo nuevo y una tierra
nueva” (Ap 21,1), se le conoce como “nueva creación”.32 El documento Gaudium et Spes en el nº
Hay, pues, un destino salvífico que espera a toda la creación. Ese destino pasa por lo que los
hombres realicen por la transformación del mundo. Sin embargo, como también nos advierte la
Gaudium et Spes33, no hay que confundir lo que el hombre pueda hacer en este mundo por liberarlo
de los efectos opresores del pecado, y lo que será su liberación plena, que se dará al final de los
tiempos.
Como conclusión de este capítulo podemos decir que, así como el pecado tiene una dimensión
personal y social, que crea en nuestro mundo verdaderos infiernos, así también la salvación
empieza por la liberación personal de ese pecado, pasa por la ruptura de las estructuras de pecado
32
Cf. J. Ruiz de la Peña, La otra dimensión. Escatología cristiana, pp.215-226.
33
Cf. Vaticano II, Gaudium et Spes (GS) nº 39b.
16
Esta glorificación de Dios en el mundo incluye la salvación y la vida eterna de los hombres,
la redención de toda criatura y la paz de la nueva creación.34
Ahora, teniendo en cuenta las descripciones expuestas en este capítulo, ya podemos adentrarnos
fundamentación bíblica, en donde ahondaremos más sobre el infierno y el descenso de Cristo a él.
34
J. Moltmann, La venida de Dios. Escatología cristiana, p. 19. Esta hipótesis manejada por Moltmann de
una salvación integral, entendida como salvación del hombre, de la sociedad y de todo el universo, y que
nosotros asumimos, está profundamente trabajada en otras obras del autor. Al respecto ver del mismo autor
Teología de la esperanza y Esperanza y planificación del futuro; ambas obras revisadas para este capítulo
y registradas en la bibliografía final.
17
CAPÍTULO II
FUNDAMENTACIÓN BÍBLICA
Vamos a buscar en la revelación escriturística algunos testimonios que nos ayuden a entender el
misterio del descenso de Cristo a los infiernos teniendo en cuenta lo siguiente: siempre el horizonte
de los datos analizados en esta sección será el mensaje liberador y esperanzador que este dogma de
fe lleva en sí. Por tanto, dejaremos de lado las discusiones exegéticas y escatológicas para
Aun cuando en el capítulo anterior ya hemos tratado el tema de infierno, ahora vamos a volver
sobre él para estudiar qué concepción se tenía de este “lugar” (?) en el Antiguo y Nuevo
Testamento. Nos parece importante abordar este aspecto ya que en él encontramos los fundamentos
de lo que después en la teología cristiana será la idea de la liberación de los que se encuentran
encerrados en este ámbito de muerte y sufrimiento. En un segundo momento, buscaremos los datos
que nos permitan afirmar que ya en las primeras comunidades cristianas se tenía la idea de un
18
1.- Imágenes del infierno en la Escritura
Lo primero que hay que decir es que en la Escritura el tema del infierno carece de uniformidad.
Testamento, se le aborda desde muchas perspectivas; incluso existen muchos términos para
denominarlo. Aún cuando el más conocido y mencionado en la Escritura es sheol (lugar de los
muertos), en el Nuevo Testamento aparecen otros, como hades (el equivalente griego de sheol,
entendido como mundo subterráneo), gehena (lugar del fuego), abyssos (abismo), katoteros
(inferior), etc.35 Sin embargo, hay un aspecto del infierno que ha permanecido a lo largo de toda la
tradición bíblica e incluso posterior, y es el hecho de que siempre ha tenido una connotación
negativa. En algún momento de la historia se le concibió como lugar de los muertos; en otro, como
lugar donde habitan los impíos; y, en épocas más posteriores, fue concebido como el lugar de
aquellos que no gozan del favor de Dios. Esta multiplicidad de concepciones las señala muy bien
Dolores Aleixandre:
El sheol es el reino de los muertos (…), de donde el hombre no puede salir nunca (Job 7,9).
En él se albergan buenos y malos (1 Sam 28,19). Es una cárcel sin retorno, la tierra de las
tinieblas eternas (Job 10,21), del silencio, del abandono (…), de la soledad, de la incapacidad
de alabar a Dios (Is 38,18; Sal 6,6). Es el reino absoluto de la negatividad, del caos, de la falta
de bien.36
Ahora bien, la originalidad de Jesús frente a estas concepciones negativas del infierno se basa en
que su predicación no es de condenación, sino de salvación: “No he venido para juzgar al mundo,
sino para salvar al mundo” (Jn 12,47). Lo que nos deja una luz para pensar que el infierno, aquella
realidad que siempre fue entendida como un lugar de condenación y sufrimiento, también puede ser
concebida como un lugar de salvación. Vamos a ver estos aspectos más detalladamente.
35
Cf. J. M. Castillo, Dios y nuestra felicidad, p. 164.
36
D. Aleixandre, “Descendió a los infiernos”. El médico debe estar junto a los enfermos, en Revista Sal
Terrae, Artículos difíciles del credo, p.408.
19
1.1. El infierno en el Antiguo Testamento
En el Antiguo Testamento, lo más cercano a la idea de infierno, como ya dijimos, es lo que los
israelitas llamaban sheol. Literalmente era el lugar a donde iban los muertos. Esta denominación
provenía de la cosmología tripartita que tenían: la parte superior o bóveda celeste, era el lugar
donde habitaba Dios junto con los astros; la parte intermedia, la tierra propiamente, era el lugar
donde habitaba el hombre y donde ocurrían los fenómenos naturales; el sheol era el lugar que
estaba debajo de la tierra, a donde acudían los muertos. Por eso el sheol era entendido como la
entrada al mundo inferior, a un mundo subterráneo al cual los muertos (o sus espíritus: refaim)
debían descender (Cf. Gn 37,35; 42,38; Nm 16,30.33; 1Re 2,6; Is 14,15). Por esa razón existen
pasajes en los que a los muertos se les denomina “los que bajan a la fosa” (Cf. Sal 28,1; 88,5;
143,7). Podemos extraer de aquí una intención teológica: el sheol es el lugar inferior porque está
opuesto al cielo, lugar donde habita Dios. Los que se encuentran en el sheol están lejos de Dios.
Pero la idea de sheol fue evolucionando según las etapas históricas de Israel. En un primer
momento, en la época patriarcal, “el sheol se concibe (…) como un domicilio común de los
muertos, de todos los muertos, sin que la suerte de justos e impíos sea diversa en él.” 37 Más
adelante, cuando nació la idea de una retribución, la concepción del sheol cambió. En la época de
los profetas aparece por primera vez la idea de que el sheol es un lugar para los impíos. Por
ejemplo, en Is 14,15 se lee respecto del rey de Babilonia: “¡Ya!: al sheol has sido precipitado, a lo
más hondo del pozo”. El rey de Babilonia es considerado un impío a los ojos de Dios, y a su
muerte irá a parar al lugar de los impíos. Pero, al decir el profeta que el rey irá “a lo más hondo del
pozo”, se nos sugiere que estaba naciendo la concepción de que el destino de los que iban a ese
lugar no era el mismo. En Prov 7,27 y 9,18 ya se nota la idea de un sheol con estratos
diferenciados, pero se añade la idea de que “la parte inferior aparece destinada no a los
perseguidores de Israel, sino a los pecadores del pueblo de Israel, adúlteros e insensatos
respectivamente (…), a la vez que indirectamente reserva para el justo una suerte mejor en los
37
C. Pozo, Teología del más allá, p. 205.
20
niveles superiores del sheol”.38 El sheol pasa entonces a ser un lugar diferenciado, aunque el
Importante para nuestra intención en este estudio es el dato que aportan los llamados salmos
místicos (15, 48 y 72, según la numeración griega): “El salmista expresa en los tres la esperanza de
que Yahvé lo libere del sheol y lo lleve consigo”.40 Por ejemplo, en el salmo 48 expresa el autor:
“Dios rescatará mi vida, me cobrará de las garras del sheol”. Hay pues una clara conciencia, ya en
esta época, de que no todo en el sheol está perdido. Hay una esperanza para los que se encuentran
allí; una esperanza de liberación por parte de Dios. Así, el infierno, tal como se entendía en el
Antiguo Testamento, pasó de ser un lugar donde habitaban los muertos y pecadores a ser un lugar
Entramos en este apartado a una nueva etapa en la concepción del infierno. Ahora, la referencia
Empecemos diciendo, junto con José María Castillo, que “en el N.T. no existe ninguna
descripción, ni especie de geografía del más allá” 41, como sí sucedía en el Antiguo Testamento. Sin
embargo, eso no quiere decir que no se hable de él. En efecto, en los evangelios encontramos
muchas alusiones de Jesús a realidades infernales. Heredero de las tradiciones judías, Jesús tuvo en
su mente el esquema clásico de sheol que manejaba Israel y que ya hemos descrito. No lo
menciona como tal, pero describe las realidades a las que se enfrenta todo aquel que orienta su vida
contra Dios. Así por ejemplo, aparecen frases como “los arrojarán al horno de fuego; allí será el
llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13,42); “gehenna, fuego que no se apaga y donde el gusano no
muere” (Mc 9, 43.48); “apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus
38
Ibid, p. 212.
39
Dolores Aleixandre propone la siguiente división del sheol: “La visión del sheol se complejiza y se divide
en compartimientos especializados: 1) para las almas de los justos; 2) para los pecadores que no han sufrido
en su vida el castigo por sus pecados; 3) para los justos martirizados; 4) para los pecadores ya castigados en
la vida.” Cf. D. Aleixandre, o.c., 409.
40
C. Pozo, o.c., p. 215.
41
J. M. Castillo, o.c., p. 165.
21
ángeles” (Mt 25,41), etc. Queda claro entonces que Jesús concibe la existencia de un lugar especial
para los que viven contrarios al espíritu de la ley y no gozan del favor de Dios. Es un infierno que
Cada vez que los evangelios hablan de este infierno, lo hacen con un realismo pretendido…
Alcanza al hombre entero (Mc 9,43-48). Es eterno (Mc 3,29)… Lo que cuenta únicamente para
Jesús es expresar la temible gravedad del juicio de Dios. “Este llanto y rechinar de dientes”
frente a la comunidad de mesa de los paganos con los patriarcas, son la expresión de la
desesperación que se experimenta a causa de la salvación perdida por propia culpa.42
donde no existe espacio para Dios, debemos también aceptar que existe en las páginas del Nuevo
Testamento, ante todo y sobre todo, un deseo de salvación por parte de Dios para el hombre: “Dios
quiere que todos los hombres se salven” (1 Tim 2,4). Dios quiere apartar al hombre del camino del
mal, quiere rescatar al hombre de aquellas estructuras infernales que le causan sufrimiento. Por
tanto, teniendo en cuenta los datos que nos da el Nuevo Testamento, no podemos negar ninguna de
estas dos realidades: existe el infierno como una situación de tormentos y dolor, pero no es el
Jesús entendió su vida como Buena Noticia de salvación, por tanto, su descenso a los infiernos
tiene también un carácter salvífico. Vemos, pues, que la intención de aquella bajada a los infiernos
42
J. Jeremías, Teología del N.T., Salamanca, Ed. Sígueme, 1977; citado por L. Lochet, o.c., pp. 36-37.
43
Ch. Schonborn, Fundamentos de nuestra fe. El “Credo” en el Catecismo de la Iglesia Católica, p. 106.
44
A. Amato, Jesús el Señor, p. 520.
22
2. Bases bíblicas del “descenso de Cristo a los infiernos”
Se suele decir que el artículo de fe sobre el “descenso de Cristo a los infiernos” no tiene una base
bíblica.45 En efecto, la Escritura, y sobre todo el Nuevo Testamento, es muy escueto al hablar del
momento intermedio entre la muerte y la resurrección de Cristo. Sobre esto, hay que tener en
cuenta que la mayoría de escritos cristianos primitivos tuvieron como finalidad anunciar el
kerigma, la muerte y resurrección de Jesucristo y su oferta salvadora. Como veremos, habrá que
esperar hasta los escritos tardíos para que aparezca algún dato sobre ese instante medio entre la
muerte y la resurrección de Jesús. A pesar de estos límites, nosotros creemos que podemos
encontrar en los datos bíblicos algunos rasgos, no tanto del dogma de fe en sí, sino de su
No hay ningún texto del NT que contenga en explicitud literal la afirmación precisa del credo.
Más bien se trata de la confluencia de una serie de ellas de origen diverso, que se han sumado
para dar un contenido teológico al espacio cronológico que va entre su muerte y resurrección.46
Teniendo en cuenta lo que nos apunta este autor, vamos a analizar algunos textos bíblicos que, a
nuestro entender, nos sugieren un tinte solidario y liberador de la bajada de Cristo al lugar de los
muertos.
En el Antiguo Testamento hay una clara idea por parte de los hagiógrafos de que Dios camina
con su pueblo, se mete en su historia y en sus circunstancias, vive con ellos y siente sus dolores, se
identifica con los más desfavorecidos, con aquellos que sufren la injusticia de una sociedad que los
margina. Aparte de esto, queda clara la conciencia del pueblo de que Yahvé es Dios liberador, no
solo de la muerte, sino también del pecado o lo que en ese contexto se entendía sobre las
derivaciones de ese pecado. Por ejemplo, el éxodo es la máxima expresión de aquella liberación de
Dios sobre el sufrimiento del pueblo (sobre el infierno): “He visto la aflicción de mi pueblo en
Egipto, he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para
librarlo de mano de los egipcios y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa” (Ex
45
Cf. H. Kung, Credo, p. 101.
46
O. González de Cardedal, Fundamentos de Cristología II, p. 544.
23
3,7-8). También en los cánticos del Siervo de Yahvé del Deutero-Isaías encontramos una
solidaridad por parte del enviado de Yahvé con el pueblo sufriente: “Yo, Yahvé, te he llamado…
para abrir los ojos a los ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a los que viven en
tinieblas” (Is 42,7). Aun cuando no quede claro si el calabozo o la cárcel que menciona esta cita se
refieren a esos lugares concretos o a la situación que vivía el pueblo de Israel en el exilio, en todo
caso sí podemos darnos cuenta de que son realidades infernales. En el salmo 88 el salmista se
pregunta si “Dios hará maravillas por los muertos” (Sal 88, 7-15). La respuesta la encontramos en
el libro de Jonás: “Desde el seno del abismo grité y tú me escuchaste… pues tú sacaste mi vida de
la tumba” (Jon 2,2.7). Perfectamente se nota en estas citas la idea de una actuación de Dios en el
intervención salvífica de Dios sobre las realidades de pecado, sufrimiento y dolor (infiernos, en
- Mt 12, 40: “…de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres
noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches.” Esta
frase tomada del libro de Jonás parece querer explicar qué pasó con Jesús en el intervalo
transcurrido entre su muerte y su resurrección. Sin embargo, lo único que se puede extraer de ella
es la certeza de la muerte de Jesús: “el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra.”
- Mt 27, 52-53: “Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y,
aparecieron a muchos.” Tenemos aquí una de las primeras expresiones de fe en la liberación de los
muertos por el descenso de Cristo a los infiernos para “que entren en una ciudad santa”. Además,
se afirma que la liberación fue de los “santos difuntos”, es decir, sujetos que se hallaban en el lugar
de los muertos.
- Hch 2,31: “… (David) vio el futuro y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado
certeza de los primeros cristianos de la realidad de la muerte de Cristo: “ni fue abandonado en el
24
Hades”. Pero inmediatamente se expresa que ese descenso al lugar de los muertos tuvo un límite,
es decir, Jesús no se quedó allí para siempre, y ahora vive: “ni su carne experimentó la corrupción.”
- Ef 4, 8-10: “Subiendo a la altura, llevó cautivos y repartió dones a los hombres. Si subió, ¿no
significa que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que
subió por encima de todos los cielos, para llenar el universo.” Se presenta aquí a un Jesús exaltado,
viviendo en la gloria de Dios, después de haber experimentado la muerte. Pero se añade algo
nuevo: Jesús subió consigo a los que estaban cautivos. Empieza a aparecer una luz soteriológica:
- Hb 2, 14-15: “Por tanto, como los hijos comparten la sangre y la carne, así también compartió él
las mismas, para reducir a la impotencia mediante su muerte al que tenía el dominio sobre la
muerte, es decir, al diablo, y liberar a los que, por temor a la muerte, estaban de por vida
sometidos a la esclavitud.” La novedad de este texto es que se afirma que con su muerte y
resurrección Jesús rescató a todos los que estaban bajo el dominio del príncipe de la muerte. La
Como hemos visto, todos estos textos subrayan, en primer lugar, la realidad de la muerte de
Cristo como una participación en el destino de todos los muertos, pero con la idea de una victoria
sobre esta muerte. Los autores de estos textos “han escenificado con términos de nuestro mundo
tanto el lugar de estancia de los muertos y la llegada de Cristo a ellos como su apropiación de ese
Sin embargo, el texto que más elementos tiene para descifrar el misterio del descenso de Cristo a
Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por
los injustos, muerto en la carne, vivificado por el espíritu. En el espíritu fue también a predicar
a los espíritus encarcelados, en otro tiempo incrédulos, cuando les esperaba la paciencia de
Dios, en los días en que Noé construía el arca, en los que unos pocos, es decir ocho personas,
fueron salvados a través del agua (…). Por eso, hasta a los muertos se les ha anunciado la
Buena Nueva, para que, condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu según Dios.
47
Ibid, pp. 545-546.
25
De este texto se tomó, por muchos años, la base bíblica del artículo de fe que habla del “descenso
de Cristo a los infiernos”. Es una cita que aparece en un libro cristiano tardío (aproximadamente,
año 120 d.C.), cuyo autor ha tenido el suficiente tiempo como para reflexionar más a fondo sobre la
muerte y resurrección de Cristo. Específicamente sobre el texto citado, hay que afirmar que hoy en
día la exégesis realizada sobre esta cita es tan diversa que es muy difícil adivinar su sentido
Lo primero que notamos en este texto es que Jesús fue al “lugar” que en el pasado estaba
reservado para los muertos impíos, es decir, al más profundo de los infiernos, hasta el que
denomina el lugar de los “en otro tiempo incrédulos” (v. 3,20a), y que, como hemos visto, era un
tierra, por eso es lógico pensar aquí en un descenso, aunque sea de manera espacial. Lo que Jesús
lleva con su muerte hasta allí es indudablemente la Buena Noticia de la salvación y de la vida (v.
Cristo se dirigió a un ámbito sobrehumano, distinto del divino, con el fin de anunciarse a sí
mismo como vencedor definitivo de la muerte y el mal, mediante su muerte y resurrección.
Este es el anuncio de salvación que se proclama no solo para los destinatarios de la carta, ni los
futuros receptores del mensaje, sino también para aquellos rebeldes que en el pasado se
apartaron de Dios (cf. 3,19-20).49
Es claro, pues, que según la cita de la primera carta de Pedro hay un descenso, un viaje al reino
de los muertos por parte de Jesús. Sobre este descenso, Hans Kung dice que “se trata aquí más bien
de la primera parte de la ascensión a los cielos, de las regiones inferiores a las superiores “del
cielo”.50 En otras palabras, Jesús desciende para subir, va a los infiernos para salir de ellos
acompañado de los que los habitaban y “llevarnos a Dios” (verso 3,18), baja para liberar y exaltar:
“Cristo resucitado predicó a los muertos, ante todo a los patriarcas de Israel, para llevárselos con él
al reino de los cielos, al reino de Dios”51 Esta es la base de la reflexión teológica del artículo de fe.
48
Cf. Ibid, p. 545.
49
J. Cervantes, Primera carta de Pedro, en AA.VV., Comentario Bíblico Latinoamericano, p. 1132.
50
H. Kung, o.c., p. 103.
51
Ibid, p. 103.
26
CAPÍTULO III
PROFUNDIZACIÓN TEOLÓGICA
Como hemos visto en el capítulo anterior, aun cuando hemos encontrado datos en el Nuevo
Testamento sobre la percepción que las primeras comunidades cristianas tenían sobre cierta
actividad de Jesús después de su muerte y antes de su resurrección, con todo su matiz soteriológico
y liberador, no por eso podemos negar que existe una sobriedad a la hora de describir y reflexionar
acerca de la instancia de Jesús en los infiernos. Por tanto, sigue siendo para nosotros un silencio
misterioso. Por eso la liturgia, por ejemplo, ha entendido al sábado santo, día en que se recuerda a
Jesús en el sepulcro en espera de la resurrección, como el día del gran silencio. Nosotros en este
capítulo, sin pretender desvelar todo este misterio, ni muchísimo menos, vamos a sistematizar lo
infiernos”, hacer un breve recorrido histórico acerca de esta formulación de fe, ya que lo que se ha
dicho, y hasta ahora se afirma, sobre el cuarto artículo de fe del Credo, proviene de una elaboración
27
1.- Breve recorrido histórico
En los orígenes del cristianismo, las reflexiones en torno a Jesús se basaron en los
Apóstoles, libro de los orígenes cristianos, veremos que la predicación y reflexión que se hacía
sobre Jesús tenía como base el kerigma, es decir, la salvación que brota del misterio pascual52. Es
lógico, entonces, que durante estos primeros años, no se mencionara nada acerca del “descenso de
Cristo a los infiernos”. Tuvieron que pasar algunos años para que se empezara a reflexionar sobre
este tema. Sin embargo nunca este artículo de fe tuvo la misma importancia que la declaración de
La declaración de que “Jesús descendió a los infiernos” fue incluida en el credo de la Iglesia
recién en el año 359, siempre ligada al hecho de la muerte y resurrección. La formuló por primera
vez el sirio Marcos de Aretusa, en Sirmio. Se dice que fue redactada en presencia del emperador
Constancio como fórmula de unión entre los partidarios de las doctrinas del Concilio de Nicea y los
simpatizantes de Arrio: “Y bajó al infierno y ordenó allí las cosas y a quien viendo los porteros del
En el año 404 aparece un dato importante. Un pastor llamado Rufino de Aquilea, al comentar la
frase del credo de su Iglesia “Descendit ad infera”, dijo que “este artículo no existe en los credos
de otras Iglesias, y que en el fondo es una manera de afirmar la real muerte y sepultura.” 54 Como se
ve, la primera interpretación que se le dio a esta expresión tiene relación con la muerte de Jesús.
Con el tiempo, este artículo de fe se extendió a todas las demás Iglesias de oriente, en cada una con
A partir de aquí, la fórmula “Cristo descendió a los infiernos” empezó a formar parte de los
credos de muchos concilios. Por ejemplo, el símbolo Pseudoatanasiano (430-500) dice: “… el cual
padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos.” 55
52
Ver por ejemplo Hch 2,22-24; 3,12-16; 13,26-31.
53
O. González de Cardedal, o.c., p. 541.
54
Ibid, p. 541.
55
H. Denzinger – P. Hunermann, El Magisterio de la Iglesia (DS), nº 76.
28
El Concilio IV de Letrán (1215-1216) afirmó: “Él también sufrió y murió en el madero de la cruz
por la salud del género humano, descendió a los infiernos, resucitó de entre los muertos y subió al
cielo.”56 Y el Concilio de Lyon (1271-1276) añade: “…en la humanidad padeció por nosotros y
nuestra salvación con verdadero sufrimiento de su carne, murió y fue sepultado, y descendió a los
infiernos.”57 Queda clara, pues, la conciencia de la Iglesia de vincular el descenso de Cristo a los
En la Edad Media se empezó a entender este dogma como “un descenso al lugar de los no
bienaventurados”, en sintonía con la idea que se desprende de la propia predicación de Jesús. Era la
interpretación que se había heredado de las Iglesias de oriente, pero con el añadido de que Jesús
con su bajada a los infiernos, se hacía solidario con aquellos que estaban en él producto del pecado
y compartía sus sufrimientos. La doctrina protestante, de corte psicologista en este tema, aportó lo
suyo:
Los reformadores añadieron a las viejas explicaciones una nueva interpretación psicológica:
“Descendió a los infiernos” quiere decir, para ellos, que, en la cruz, Jesús pasó tormentos
infernales, al experimentar a la hora de la muerte la ira de Dios y la tentación de la
desesperación definitiva.58
El grito de Jesús en la cruz (Cf. Mc 15,34) es el dato en el que los protestantes basan su
afirmación. Muy pronto, sin embargo, en las iglesias de occidente empezó a surgir una nueva
interpretación teológica que entendía el descenso de Cristo a los infiernos, no solo como una
solidaridad de parte de Jesús con los sufrimientos de aquellos que padecían por el pecado, sino
La Iglesia latina de occidente, sin embargo, pronto le dio otra interpretación. Según ella, el
viaje de Cristo a los infiernos quería decir: viaje triunfante del salvador a través del reino de los
muertos, conquista triunfante del infierno, redención de los justos allí cautivos de la Alianza
antigua empezando por Adán y Eva (…).59
56
DS nº 801.
57
DS nº 852.
58
H. Kung, o.c., p. 102.
59
L. Moltmann, Conversión al futuro, p. 112.
29
Estas interpretaciones teológicas que se han dado a lo largo de la historia sobre el “descenso de
Cristo a los infiernos” están en la base de lo que hoy la Iglesia afirma sobre dicho artículo de fe. De
Como hemos visto hasta aquí, el dogma del descenso siempre estuvo ligado al de la muerte y la
resurrección de Jesús. Es más, podría ser considerado como un puente entre ambas. Visto desde la
sepultura del Señor, y, a la vez, el anticipo de su victoria triunfal sobre el pecado y la muerte.
Ahora, visto desde la perspectiva de aquellos que se hallaban en los infiernos, este artículo se
interpreta como el compartir por parte de Jesús los dolores y sufrimientos que trae consigo el
Ya lo intuía san Pablo cuando escribió a los Filipenses: “Cristo, siendo de condición divina (…)
se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 6-8).
Siempre ha existido un énfasis en la Iglesia por afirmar que Jesús, por puro amor a los hombres,
aceptó la muerte producto de una vida ya de por sí entregada a ellos. La muerte de Jesús, el Hijo de
Dios, es una realidad atestiguada históricamente y que ya en este tiempo no tiene lugar a dudas.
Pero, no fue siempre así. Sabemos que cuando la doctrina cristiana se empezó a expandir, tuvo que
hacer frente a los cuestionamientos propios de una inculturación. Sobre la muerte de Cristo, los
cuestionamientos vinieron por parte de aquellos que no concebían que Cristo, el Hijo de Dios,
pudiera morir de una manera tan escandalosa. Para salvar la dificultad, los docetas60 afirmaron que
la muerte de Cristo fue aparente, porque Dios no puede morir. Aún cuando esta herejía de manera
60
El Docetismo, del griego dokein (parecer), fue una herejía que interpretó la encarnación del Verbo como
una mera apariencia. Según ellos, Cristo solo parecía humano. Su cuerpo no sería un cuerpo real sino una
apariencia de cuerpo, por tanto la muerte en la cruz también fue aparente. Ésta creencia brota de la idea
helénica de que Dios no puede morir.
30
organizada solo duró hasta los primeros años del siglo III (aunque hasta hoy encontramos vestigios
de ella entre los fieles), se hizo necesario que la Iglesia aclarara el asunto afirmando que Jesús
murió realmente. Así aparece, por ejemplo, en los credos del los concilios de Nicea y
afirmación “Cristo descendió a los infiernos”. Fue la Iglesia oriental, como hemos visto, la que
introdujo la frase “Descensus ad infera”, es decir, “descenso al mundo subterráneo”, a aquel lugar
Lo primero, pues, que debe quedar claro es que con la doctrina de que Jesús “descendió a los
infiernos” se quiere expresar que Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, experimentó la muerte
como cualquier otro hombre; y como cualquier otro hombre, en la concepción judía, descendió al
Que Cristo haya ido a los infiernos significa, por tanto, que murió realmente y que, según la
opinión más corriente, permaneció entre los muertos. La mención en la confesión de fe de esta
bajada puede ser que no quiera decir nada más que la autenticidad de la condición humana de
Jesús y, por tanto, la verdad de su muerte. Su destino no es diferente al nuestro.61
Obviamente, cuando se formuló este artículo de fe, se seguía creyendo que el lugar de los
muertos quedaba en las profundidades de la tierra, por eso el énfasis en el verbo “descender”. De
esta manera, la Iglesia creyó siempre que aquel que se hizo hombre, descendiendo a la condición
humana, compartió todas las realidades humanas, incluida la muerte, por más absurdo que esto
pueda sonar. Dice Karl Rahner al respecto: “Al morir, él ha compartido con nosotros este absurdo
incomprensible es el amor de Dios del que habla el texto del evangelio de Juan: “Tanto amó Dios
El Catecismo resume esta interpretación de la siguiente manera: “Es el primer sentido que dio la
predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los
61
Ch. Duquoc, Cristología. Ensayo dogmático sobre Jesús de Nazaret el Mesías, p. 317.
62
K. Rahner, Sentido teológico de la muerte, citado en D. Aleixandre, o.c., p.415.
31
hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos.” 63 Este viaje de Cristo a los infiernos
es, por consiguiente, una prolongación de su pasión, muerte y sepultura; una manera de decir que
Jesús murió como todos los hombres, pero expresada en categorías veterotestamentarias que quizá
Ahora bien, como hemos visto anteriormente, la muerte del hombre es consecuencia directa del
pecado; por tanto, junto con la muerte de Jesús, habría que afirmar también que Jesús con su
descenso a los infiernos se hace solidario incluso con el pecado del hombre y sus efectos:
“‹Padeció, fue crucificado, fue sepultado›: lo que estas expresiones quieren realmente decir que
sucedió fue la entrada de Cristo en el infierno del pecado, del sufrimiento, de la muerte y lo que
excede a eso.”65 Jesús no se contamina con el pecado, pero sufre las consecuencias humanas de él.
Se hace solidario con el sufrimiento del hombre producto del pecado, pero también con el mismo
pecado, o mejor dicho, con la soledad y el dolor que brotan de él. Así, Jesús soportó el
anonadamiento y la bajada al sheol no solo de forma física, sino también espiritual.66 San Pablo
expresa este misterio de manera categórica: “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios
lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios” (2 Cor 5,21).
La solidaridad que brota del amor es la clave para entender la vida, la pasión, la muerte, el
descenso y la resurrección de Jesús. Sabemos que él, durante toda su vida, fue solidario con el
hombre, sobre todo con los pobres, los principales afectados por el pecado social, y la mayor
prueba de ello fue la cruz. Ahora, su bajada a los infiernos es una confirmación de esa solidaridad.
Jesús baja a los infiernos del hombre, “baja hasta lo más bajo”, a esos infiernos que, como hemos
visto, no son otra cosa que la contaminación de la historia por el pecado. Jesús es solidario con los
pobres y con los que sufren injusticias. No podía ser de otra forma: Jesús siempre fue consecuente.
“Descender a los infiernos” quiere decir (…) que Jesús, por amor, se hizo solidario de todos
los sufrimientos humanos que proceden del pecado, de todos los sufrimientos de los pecadores,
63
CEC nº 632.
64
Cf. T. Schneider, Lo que nosotros creemos. Exposición del símbolo de los apóstoles, p. 247
65
J. Moltmann, Conversión al futuro, p. 112.
66
Cf. L. Lochet, o.c., p. 99.
32
no solo los sufrimientos de la tierra, sino lo que penetran en las tinieblas de los infiernos; no
solo los de los vivos, sino también los de los muertos: no solo los de su tiempo, sino los de
todos los tiempos; no solo los de los justos, sino los de los réprobos.67
Como el pecado contamina la historia y el mundo, es lógico pensar que Jesús no solo se
solidariza con el pecado del hombre, con sus consecuencias sociales (pobrezas, injusticias,
marginaciones, etc.) sino que también hace suyo el dolor de toda la creación:
En su solidaridad con el hombre ha ido hasta el final, hasta la solidaridad con los pecadores,
en solidaridad con los pecadores ha ido hasta el final, llegando hasta el fondo del abismo; en su
solidaridad con su creación ha ido hasta el final, solidarizándose con todos y con todo, desde lo
más alto de los cielos hasta lo más profundo de los infiernos. ¡Qué misterio!68
Ya había dicho Ireneo que “lo que no es asumido no es redimido”. Por tanto, para rescatar al
hombre, el Hijo tuvo que hacerse hombre; para sacar al hombre del infierno Jesús tuvo que
“descender” allí. Por eso, gracias a un admirable designio de amor por parte de Dios, gracias a la
solidaridad de Jesús con el extremo desamparo de los que se encuentran en el infierno, brota una
luz de esperanza. El camino del cristiano debe seguir estos derroteros: descender a los infiernos.
Esta frase, “la salvación llega a los infiernos”, que es el título de la obra de Louis Lochet, es la
que mejor describe el significado, complementario al anterior, del artículo de fe “Cristo descendió
a los infiernos.” ¿Para qué bajó Cristo a los infiernos? Para salvar.
Tal como vimos, en la Edad Media la Iglesia latina de occidente le dio otra significación al
artículo del credo. Ellos lo entendían como “Descensus ad inferos” o “bajada a los del mundo
subterráneo”; es decir, que Jesús acude a aquellos que están sumergidos en este mundo de dolor y
que se irradia a todos los que la esperan con él. Asumido ya que Jesús conoció la muerte, el dato
bíblico nos revela que la muerte no fue su destino final: “no fue abandonado en los infiernos ni su
carne experimentó la corrupción” (Hch 2,31), pues “era imposible que el santo estuviese ahí
67
Ibid, pp. 108-109.
68
Ibid, p. 109.
33
retenido bajo el dominio de la muerte” (Hch 2,24). Jesús, al resucitar de entre los muertos, al salir
del mundo de la desolación, abre el camino de la vida. Desde ese momento, la muerte ya no tiene
poder sobre él ni sobre el mundo. El destino de los que se encuentran en el infierno y con los que
Jesús se solidarizó, debe ser el mismo: él es la primicia, nosotros la cosecha (Cf. 1 Cor 15,20). Al
vincular, pues, el descenso de Cristo a los infiernos con la resurrección adquiere este dogma de fe
Cristo experimenta toda nuestra condición mortal, pero, al volver de los infiernos, abre el
camino de la vida y rompe el destino. La confesión de fe es sencilla. (…) Ya no puede hablarse
de lo irremediable de la muerte, ahora está vivo. La bajada a los infiernos en el credo
apostólico no está separada de la resurrección, sino que subraya por el contrario la verdad de la
vida nueva de Jesús, al subrayar la verdad de su muerte.69
El Catecismo sobre este punto nos da un dato importante: “(Jesús) ha descendido como salvador
proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos.”70 Es la idea que nos
insinuaba la citada carta de Pedro: “hasta a los muertos se ha anunciado la buena nueva” (1 Pe 4,6).
Jesús comunicó la Buena Nueva de la salvación a los que estaban desolados en medio del infierno.
Fue a llevarles una buena noticia: que el pecado ya no tiene dominio sobre ellos, que si están
dispuestos pueden salir de esa situación de sufrimiento y dolor. Toda la vida de Jesús fue un
anuncio salvífico; toda la predicación de Jesús fue una aclamación del triunfo de la vida sobre la
muerte. Eso fue precisamente lo que mandó a comunicar Jesús a sus discípulos: la salvación dada
por él “hasta los confines del mundo” (Cf. Mc 16,15; Hch 1,8). Pues bien, él mismo dio el ejemplo
yendo hasta el confín de la tierra a predicar y dar la salvación: bajó a los infiernos. Fue la última
fase de su misión. Esta es, pues, una invitación a todos los discípulos de Jesús a salvar a los que se
Jesús no vino al mundo para condenar a los hombres, sino para curarlos, perdonarlos, darles vida,
salvarlos: “No he venido para juzgar el mundo, sino para salvar al mundo” (Jn 12,47). Va a los
infiernos no para condenar, ni siquiera solo por solidaridad, sino como salvador. Por eso, desde que
Jesús descendió a los infiernos, ese lugar que antes era de dolor y sufrimiento, puede ser ahora un
69
Ch. Duquoc, o.c., p. 317.
70
CEC nº 632.
34
sitio donde resuene una buena noticia. El lugar de la opresión puede ser ahora lugar de liberación,
porque ha sido Jesús quien le dio la vuelta a la moneda. Ese infierno que antes describimos como
ausencia total de amor, de soledad, ha quedado revertido por la presencia salvadora de Jesús.
La frase afirma, pues, que Cristo pasó por la puerta de nuestra última soledad, que en su
pasión entró en el abismo de nuestro abandono. Allí donde ya no podemos oír ninguna voz,
está él. El infierno queda así superado, mejor dicho, ya no existe la muerte que antes era el
infierno. El infierno y la muerte ya no son lo mismo que antes, porque la vida está en medio de
la muerte, porque el amor mora en medio de ella.71
Todo este tinte liberador de la bajada de Cristo a los infiernos también sigue el mismo itinerario
salvador que ya antes habíamos tratado inspirados por Moltmann. Si Jesús se solidariza con el
debe llegar a todos estos ámbitos. Jesús baja a los abismos para dar un nuevo comienzo a todo: la
humanidad entera, junto con su medio ambiente se ve renovada con la bajada de Cristo a los
ve anunciados el futuro de la justicia y la destrucción de las fuerzas del mal, el futuro de la vida y
En resumen, bajar a los infiernos, para Jesús, es compartir nuestra indigencia, como la compartió
durante su vida terrena; es abrazar el destino trágico del hombre y acompañarlo hasta lo último.
Una vez ahí, destruye las cadenas que impiden la salida, y tiende la mano al hombre para ayudarlo
a salir de ese lugar de muerte y soledad. Con este dogma se demuestra cuánta es la lejanía de Dios
que produce el pecado, pero al mismo tiempo se atestigua la esperanza de que aún en el más
profundo abandono, Dios está con el hombre. La liturgia del sábado santo expresa este misterio de
Un gran silencio reina hoy sobre la tierra, un gran silencio y una gran soledad. Un silencio
porque el rey duerme. La tierra ha temblado y se ha calmado porque Dios se ha dormido en la
carne y ha ido a despertar a los que dormían hacía siglos… Va a buscar a Adán, nuestro primer
Padre, la oveja perdida. Quiere ir a buscar a todos los que se encuentran en las tinieblas y a la
sombra de la muerte. Va para liberar de sus dolores a Adán encadenado y a Eva, cautiva con él,
El que es al mismo tiempo su Dios y su Hijo… “Yo soy tu Dios y por tu causa he sido hecho tu
71
J. Ratzinger, o.c., p. 262-263.
72
Cf. J. Moltmann, Esperanza y planificación del futuro, p. 443.
35
Hijo. Levántate, tú que dormías porque no te he creado para que permanezcas aquí encadenado
en el infierno. Levántate de entre los muertos, yo soy la vida de los muertos.”73
Sobre el tema del descenso de Cristo a los infiernos hay un punto más que tratar, quizá el más
espinoso de todos, y es acerca de los destinatarios de la salvación ofrecida por Jesús. El tema es
espinoso porque hasta hoy los teólogos no se ponen de acuerdo sobre si la salvación otorgada en
los infiernos es para todos o solo para los justos. La Iglesia oriental, con Orígenes y su idea del
apokatástasis a la cabeza, es mucho más abarcativa que la occidental, que fue la que introdujo la
idea de salvación para los justos. Ciertamente, creemos que no es decisivo tomar posición en este
trabajo, por cuanto el sentido liberacionista y esperanzador del dogma de fe queda resguardado de
esta discusión. Sin embargo, nos parece acertada la posición que toma la Iglesia al respecto: “Jesús
no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (…) ni para destruir el infierno de la
condenación (…), sino para liberar a los justos que le habían precedido.”74 Sobre este tema seguirá
habiendo controversias, como afirma Hans Kung75, pero creemos que lo más importante no está en
las condiciones de la persona para ser salvada. Es cierto que quien se niega a la salvación puede
quedarse en su propio infierno. Pero nosotros queremos poner el énfasis en los efectos salvíficos
del “descenso de Cristo a los infiernos”, al margen de si la persona está en las condiciones de
recibirlos. El cristiano, que quiere ser fiel a Cristo, debe imitar el itinerario de su vida: predicar la
salvación, llevarla hasta los confines de la tierra, hasta aquellos que se encuentran como en un
infierno con la intención de salvarlos. Lo demás lo hace Dios, por caminos que muchas veces no
conocemos. Hemos de tener confianza en que la salvación ofrecida por Jesús ha de llegar a todos
73
Parece que este texto pertenece a Pseudo-Epifanio: Homilía para el Sábado Santo. En la liturgia cristiana se
propone en el Oficio de Lectura del mismo día.
74
CEC nº 633.
75
“El descenso al mundo inferior se puede seguir entendiendo hoy como símbolo de posibilidad de salvación
de la humanidad pre-cristiana, y, por tanto, no cristiana: de la posibilidad de salvación de los hombres
piadosos del Antiguo Testamento, de aquellos a los que no ha llegado el mensaje cristiano, de todos los
muertos, finalmente”. H. Kung, o.c., p. 103.
36
CAPÍTULO IV
APLICACIONES PASTORALES
Toda teología se realiza desde un contexto determinado e intenta iluminar una realidad concreta
desde los criterios evangélicos. Si no es así, se corre el riesgo de que la teología termine siendo una
Esto pasa con todas las ramas teológicas, en especial con la cristología. El fin de la cristología no
puede ser una reflexión teórica, sino motivar al seguimiento de Cristo de manera concreta y
comprometida, es decir, histórica. Seguir a Cristo significa imitarle en lo que fue su praxis
histórica77, que, por cierto, tuvo una inclinación salvadora y liberadora, y luego dar testimonio de
él. El seguimiento de Jesús que pretende todo cristiano, por tanto, debe estar marcado por esa
También al hacer esta investigación nos ubicamos en un contexto determinado: América Latina,
un contexto que, como veremos a continuación, tiene características especiales que influyen sobre
cristología por aplicar a esta misma realidad: “El teólogo no solo reflexiona dentro de la Iglesia
76
A la aplicación de la reflexión teológica en una realidad concreta y las acciones eclesiales que se derivan de
esta fusión entre teología y realidad, se le llama “teología pastoral”.
77
Cf. CELAM, Documento de Aparecida (DA) nº 131.
37
sino dentro de América Latina. Esto último podría parecer evidente, pero no lo es, pues se trata de
estar en la verdad de América Latina.”78 ¿Cuál es esta verdad latinoamericana en la que se hace
teología? La podemos describir así: “En América Latina no se hace teología después de Auschwitz,
verdadero infierno. Este tipo de infierno, con matices propios en nuestra sociedad, es el que vive
Con respecto a la bajada de Cristo a los infiernos, lo dicho hasta acá debe ser tenido en cuenta. Es
una verdad de fe que no debe quedar en el simple dato, en la simple reflexión o en la simple
Confesar que Jesús bajó a los infiernos, no es seguir la odisea de su alma con una curiosidad
sobre el más allá, ni es tampoco especular sobre la condición de la almas “muertas”, sino
referir un acontecimiento salvífico, esto es, un acontecimiento que ilumina, también hoy, la
situación del hombre delante de Dios y lo libra de la perdición.80
El dogma del “descenso de Cristo a los infiernos”, como hemos visto en el capítulo anterior,
implica liberación y esperanza de salvación. ¿Puede este ser vivido sin una implicancia histórica
que permita transformar realidades económicas, sociales, políticas, con un sentido liberador?
situaciones que hemos llamado infiernos? Mientras en nuestra sociedad haya gente que viva en el
explotación, es decir, viva en un infierno, la Iglesia no puede celebrar, o, si lo hace, esta realidad
dolorosa debe estar presente en una práctica que sea una verdadera lucha para destruir infiernos
concretas.
Para comprender mejor cuáles son esos infiernos a los que la Iglesia en América Latina se
78
J. Sobrino, Jesús en América Latina, p. 106.
79
E. Bueno, Los rostros de Cristo, p. 80.
80
Ch. Duquoc, o.c., p. 315.
38
1.- Los infiernos en América Latina
Tal como hemos visto en el primer capítulo, no debemos entender la realidad del infierno como
un lugar donde existen seres con cuernos y tridentes, con personas ahogándose en un mar de fuego
abrasador. Los infiernos, en el aspecto en que queremos enfatizar, no pertenecen solo al más allá,
sino que también están más cerca de nosotros. Es cierto que el infierno sigue siendo hoy un lugar
de sufrimiento y dolor, producto de la condenación que trae el pecado, pero ese supuesto lugar no
hay que buscarlo en las profundidades de la tierra. En nuestra sociedad también se dan estas
realidades dolorosas, también producto del pecado, a veces propio, a veces de terceras personas.
No hay que ir hasta las profundidades para encontrar un infierno; basta abrir los ojos y mirar de
Como hemos visto también, el pecado diseminado por toda la sociedad hace que la configuración
de la misma cambie. Se habla así de estructuras de pecado. Ya no es una sociedad auténtica, sino
que está dominada por el afán de poder, injusticia, explotación, marginación. Una sociedad así
siempre está polarizada: pobres muy pobres por un lado, a costa de ricos muy ricos por otro lado.
Si los pobres son los empobrecidos, los ricos son los empobrecedores; si los pobres son los
desposeídos, los ricos son los poseedores; si los pobres son los oprimidos y reprimidos, los
ricos son los opresores y represores.81
Esta cita complementa lo que acabamos de decir: el pecado de unos repercute en otros. Es el
pecado social, característica del infierno de hoy. Estas situaciones se dan de manera alarmante en
Los pueblos de America Latina y de El Caribe viven hoy una realidad marcada por grandes
cambios que afectan profundamente sus vidas (…). La novedad de estos cambios trae
consecuencias en todos los ámbitos de la vida social, impactando la cultura, la economía, la
política, la ciencia, la educación (…).82
81
I. Ellacuría, Conversión de la Iglesia al Reino de Dios. Para anunciarlo y realizarlo en la historia, p.
157.
82
DA nnº 33 y 35
39
Toda la sociedad se ve afectada por el pecado, creando verdaderos infiernos sociales que el
mismo documento describe. En ellos se encuentran aquellos indígenas y afroamericanos que no son
tratados con dignidad e igualdad de condiciones; están también las mujeres excluidas, los jóvenes
con poca educación y sin oportunidades de surgir ni trabajar; están los pobres, desempleados,
migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, niños y niñas sometidos a abusos, familias que viven
en el más extremo desamparo; están todos aquellos que sufren enfermedades graves como la
malaria, tuberculosis, SIDA y son excluidos de la convivencia social; están los que son víctimas de
la violencia de todo tipo, llámese terrorista o simplemente inseguridad ciudadana; están todos
aquellos que viven sin ninguna manifestación de amor, cerrados en sí mismos, negándose a la
solidaridad.83 Todas estas personas son los condenados en los infiernos de hoy. Lo lamentable es
que en la mayoría de los casos, estas personas sufren las consecuencias de los errores de terceros.
Son condenados sin culpa. Son los pobres que habitan los infiernos de América Latina.
Resumiendo, podríamos preguntarnos entonces: ¿Quiénes son los pobres, los condenados, los que
habitan en este infierno? Ignacio Ellacuría, sacerdote que vivó por muchos años tratando de paliar
Ante todo, los que son “materialmente” pobres. La materialidad de la pobreza es el elemento
real insustituible, y consiste no tanto en carecer incluso de lo indispensable, sino en estar
desposeído dialécticamente de fruto de su trabajo y del trabajo mismo, así como del poder
social y político, por quienes, con ese despojo, se han enriquecido y se han tomado el poder.84
Son, pues, los que no cuentan, los excluidos sociales, los que sobran, los “desechables” para un
mundo que solo se maneja por el pecado. Estos son los infiernos de América Latina; realidades de
dolor y sufrimiento, que están esperando una intervención salvadora que les devuelva la esperanza
Cuando Jesús dice: “Yo estaba mirando al Adversario, que caída del cielo como un rayo”
(Lucas 10,18), o “Ahora es la condena de este mundo; ahora el jefe de este mundo va a ser
83
Cf. DA nº 65.
84
I. Ellacuría, o.c., p. 159.
40
expulsado fuera” (Juan 12,31), esto significa que Dios ha quebrado ya la fuerza del mal y ha
comenzado su marcha victoriosa en este mundo. En principio se trata de una oposición
sangrienta que debe costar la vida a muchos enemigos de Dios. “No he venido a traer la paz,
sino la espada” dice Jesús (Mateo 10,34). Y con esto no aludía a una guerra contra los
romanos, sino la violencia con la que Dios mismo había comenzado a realizar su reinado, en la
tierra.85
Esta violencia liberadora se debe a que el amor, por el que Jesús descendió a los infiernos, entra
en contradicción con la cultura dominante de hoy que, como acabamos de describir, está muy
influida por el pecado. Sin embargo, Jesús descendió a los infiernos y los venció. El cristiano que
quiere ser fiel a Cristo debe seguir el mismo rumbo, pues ha de ser otro Cristo.
Empecemos este apartado con una sentencia radical de Moltmann: “Si Cristo resucitó realmente
de la muerte y del infierno, esto nos lleva a sublevarnos contra los infiernos de esta tierra y contra
todos aquellos que la encienden.”86 Es decir, mientras exista en nuestra sociedad, en particular en la
tranquilo.
Sabemos que Dios da la vida allí donde aparentemente domina la muerte: es el Dios de los
imposibles.87 Con este presupuesto, todas aquellas estructuras de nuestro mundo en las que se
intenta apagar la vida, tienen una esperanza de la actuación de Dios; actuación que definitivamente
pasa por nuestras manos. Nosotros somos ahora los que debemos reavivar la esperanza de los “sin-
sentidos” de nuestro mundo. ¿Qué hay que hacer? Pues seguir el mismo itinerario de Jesús en su
bajada a los infiernos. En primer lugar, compadecerse y solidarizarse con el sufrimiento de los
cristiano debe llevar a esos lugares de dolor y desesperanza el mensaje del amor salvífico de Dios 88;
85
AA.VV., Salvador del mundo. Historia y actualidad de Jesucristo Cristología fundamental, p. 47.
86
J. Moltmann, Conversión al futuro, p. 115.
87
Cf. L. Lochet, o.c., pp. 51-66.
88
Lochet cita un párrafo de la Historia de un alma de Santa Teresa de Lisieux: “Una tarde, no sabiendo
cómo decir a Jesús que yo le amaba y cuánto deseaba yo que fuera amado y glorificado en todas partes,
pensaba con dolor que El no podía recibir jamás del infierno un solo acto de amor; dije entonces al Buen
Dios que, por darle contento, yo aceptaría de mil amores verme metida allí para que fuera eternamente amado
en aquel lugar de blasfemias.” Cf. L. Lochet, o.c., pp. 138-139.
41
debe hacer que a esos infiernos llegue el mensaje de salvación. Así se podría interpretar, por
ejemplo, la “comunión de los santos” de la que habla nuestro credo: una comunión física y
espiritual con los que sufren en su alma y en su cuerpo las consecuencias del pecado.
Hemos visto en el capítulo anterior que una de las interpretaciones que se dio al artículo referente
a la bajada de Jesús a los infiernos fue la solidaridad de Jesús con las consecuencias del pecado en
discípulo de Cristo debe también solidarizarse con los que se encuentran en los infiernos que
La solidaridad de Jesús con los oprimidos y marginados es evidente y total. Durante toda su vida
Jesús mostró una atención especial hacia los pequeños: “En verdad les digo que cuanto hicieron a
uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40). Hay, pues, en todo el
evangelio, una identificación de Jesús con los pobres en todas sus formas.
Cuando Jesús habla de “pobres” se está refiriendo a los que no tienen nada: gentes que viven
al límite, los desposeídos de todo, los que están en el otro extremo de la élite de los poderosos.
Sin riqueza, sin poder, sin honor.
No componen una masa anónima. Tienen rostro, aunque casi siempre esté sucio y aparezca
demacrado por la desnutrición y la miseria extrema. De ellos, muchos son mujeres; hay
también niños huérfanos que viven a la sombra de alguna familia. La mayoría son vagabundos
sin techo. No saben lo que es comer carne ni pan de trigo (…).89
Todos estos rasgos coinciden con la situación de los pobres de nuestro continente que, a menudo,
son víctimas del abuso de los que ostentan el poder y el dinero. Jesús vivía como ellos, se hizo
como ellos. Esta solidaridad de Jesús con el sufrimiento del hombre se mostró durante toda su vida,
asumiendo esos mismos sufrimientos humanos, tanto físicos como espirituales. Todos los
sufrimientos que vienen por el pecado los tomó sobre sí y los vivió por pura solidaridad con el
solidario fue su muerte en la cruz. Pero la odisea solidaria no quedó allí, sino que continuó después
de su muerte con su descenso a los infiernos y con la salvación que entregó en esa realidad.
89
J. A. Pagola, Jesús. Aproximación histórica, p. 181.
42
Tal es la paradoja de la salvación: el que es inocente llevó en su carne y en su corazón, en su
alma y en su espíritu, el indecible sufrimiento de los pecadores. Y esto, no en virtud de una
interpretación jurídica que haría cargar al inocente con la pena de los culpables, sino por una
solidaridad de amor que hace que el que ama se identifique por amor con aquel a quien ama,
aunque sea miserable por sus pecados. Tal es la lógica del amor, la revelación del misterio de
Dios.90
Todo cristiano, pues, que se haya tomado el seguimiento de Jesús en serio debe solidarizarse con
el sufrimiento de aquel que está en este infierno. Y solo el amor será la fuerza que movilice una
acción liberadora. Únicamente el amor puede hacer que sintamos el sufrimiento de los hombres en
nuestra carne y en nuestro corazón. Por esta razón, es imprescindible que la Iglesia viva entre los
pobres y haga una opción preferencial por ellos. Solo viviendo entre los pobres, aquellos que en
nuestro continente sufren las consecuencias del pecado social, podrá la Iglesia llevarles a
Jesucristo; podrá llevar una amistad que los dignifique; podrá llevarles un amor que salva.91 Se
aplica aquí el mismo principio de que lo que no es asumido no es redimido: solo asumiendo la
condición de los pobres, de los que sufren, sufriendo con ellos y yendo a sus infiernos, se les puede
seres humanos dignos que por el pecado de otros les fue quitado.
Si confesamos, pues, el descenso de Cristo a los infiernos, debemos también volvernos hacia esos
infiernos de nuestra sociedad. Si Cristo liberó a los que se hallaban en ellos, nosotros también
opresión. Dios quiere liberar al hombre, pero como siempre ha sido a lo largo de la historia, lo hace
contra las fuerzas del infierno social se necesitan acciones concretas y reales, porque así son de
reales las consecuencias del pecado en nuestro continente. Combatir, entonces, la marginación,
destruir los infiernos, exige poner en cuestión y transformar todas estas estructuras de pecado. A
esto invita la Gaudium et Spes, es decir, a la construcción de un mundo nuevo gracias al trabajo del
90
L. Lochet, o.c., p. 94.
91
Ibid, p. 132.
92
Cf. GS nº 39.
43
2.2.- Anunciar la Buena Nueva
Según la reflexión teológica que hemos venido haciendo, Jesús bajó a los infiernos para anunciar
allí la Buena Nueva de la salvación: la muerte ha sido vencida, el pecado ha sido aniquilado, los
infiernos han sido destruidos, el Reino de Dios ha llegado. El cristiano, de por sí, es también un
anunciador de buenas noticias. Siguiendo el ejemplo de Jesucristo, debe llevar ese mensaje de
salvación hacia aquellos que necesitan saberlo y experimentarlo, es decir, a los que viven en los
infiernos que hemos descrito. Ellos también deben saber y experimentar que el Reino de Dios les
esperándoles, donde los que están arriba sean los últimos y ellos, los pobres, los primeros 93. El
documento Evangelii Nuntiandi, del Papa Pablo VI, habla así de la evangelización:
Pueblos (del Tercer mundo) empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha
por superar todo aquello que los condena a quedar al margen de la vida: hambres,
enfermedades crónicas, analfabetismo, depauperación, injusticia en las relaciones
internacionales y, especialmente, en los intercambios comerciales, situaciones de
neocolonialismo económico y cultural, a veces tan cruel como el político, etc. La Iglesia,
repiten los obispos, tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos, entre
los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar
testimonio de la misma, de hacer que sea total. Todo esto no es extraño a la evangelización.94
Fue una voz profética la del Papa Pablo VI. El anuncio de la Buena Nueva debe contemplar
aquellas estructuras donde reina el pecado; y no solo eso, sino que también debe hacer lo posible
para transformarlas, porque, como ya hemos visto, la salvación implica cambio de estructuras. Ya
“Asumiendo con fuerza esta opción por los pobres, ponemos de manifiesto que todo proceso
tiempo y en nuestro continente, toda evangelización debe estar a favor de la vida y debe
promoverla, y, por consiguiente, debe estar en contra de los mecanismos de muerte y de pecado. En
93
Cf. J. A. Pagola, o.c., p. 179.
94
Pablo VI, Evangelii Nuntiandi (EN), nº 30.
95
DA nº 399.
44
otras palabras, tal como lo hizo Jesús, la evangelización del cristiano de hoy debe destruir infiernos.
El sueño de Jesús fue el Reino, es decir, ver este mundo liberado del pecado y de sus
repercusiones sociales; en otras palabras, ver el Reino de Dios aquí y ahora sabiendo que la
plenitud llegará al final de los tiempos. El primer paso para cumplir este sueño lo dio él mismo,
liberando al hombre del pecado y de la muerte que lo habían arrojado al infierno. Ahora son sus
porque liberadora fue la vida de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación de los
cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos…” (Lc 4, 18); liberadora también fue su
ciertamente, está en Dios y es para todos los hombres, pero que pasa por la acción histórica de los
96
L. Boff, La nueva evangelización. Perspectiva de los oprimidos, p. 85.
97
G. Girardi, La túnica rasgada. La identidad cristiana, hoy, entre liberación y restauración, pp. 347-
348.
45
Entendamos, pues, que la liberación cristiana, aquella que brota de la vida de Cristo, pero en
especial de su misterio pascual, incluido su descenso a los infiernos, consiste en hacer que la fe en
él sea motor de liberación y factor de crítica del orden imperante, que en América Latina es
inhumano98: una fe que actúe en el amor, como dice San Pablo (Cf. Gál 5,6). Por eso, mientras
Reino de Dios no habrá llegado: “Nunca, ni en Galilea ni en parte alguna, se construirá la vida tal
como la quiere Dios si no es liberando a estos hombres y mujeres del hambre, la miseria y la
humillación.”99 El descenso de Cristo a los infiernos obliga, pues, a los cristianos a tener una
opción liberadora: liberadora de las estructuras de pecado, liberadora de los signos de muerte en
nuestra sociedad, liberadora de la creación entera, liberadora de los infiernos. Todo esto exige una
praxis que vaya más allá de la evangelización catequética y doctrinal. Se necesita, más bien, una
En esta tarea y con creatividad pastoral, se deben diseñar acciones concretas que tengan
incidencia en los Estados para la aprobación de políticas sociales y económicas que atiendan a
las variadas necesidades de la población y que conduzcan hacia un desarrollo sostenible. Con la
ayuda de distintas instancias y organizaciones, la Iglesia puede hacer una permanente lectura
cristiana y una aproximación pastoral a la realidad de nuestro continente, aprovechando el rico
patrimonio de la Doctrina Social de la Iglesia.100
La liberación cristiana, pues, es netamente histórica. Ya que Jesús salió de los infiernos y liberó
al hombre, la manifestación histórica de esa liberación debe darse en el mismo nivel que se había
dado el pecado, esto es: liberación del hombre, de manera personal, de esa alienación del egoísmo
injusticia y opresión; liberación de las ataduras de la muerte en todas sus manifestaciones, enlazada
con la victoria de la resurrección que otorga esperanza a los que se encuentran sumergidos en ella
(Cf. 1 Cor 15,20-23); liberación de todo el mundo y de la historia, puesto que el hombre no se
desvincula de su realidad.
98
Cf. L. Boff, o.c., pp. 79-80.
99
J. A. Pagola, o.c., p. 187.
100
DA nº 403.
46
Hay una cosa más para tener en cuenta. El cristiano con su propio esfuerzo liberador puede ir
transformando el mundo, pero el advenimiento del Reino de Dios es ante todo un don. La
liberación total, la derrota de la muerte y la desaparición para siempre de los infiernos se dará al
Siguiendo esta cita podemos decir que si la esperanza en la liberación la dejamos simplemente
para la escatología, para el momento de la consumación final, estaremos dejando nuestra historia y
desencarnada de estos artículos de fe, es lo que ha llevado a mucha gente a desentenderse de sus
Por el contrario, sabemos que la misión de la Iglesia es la construcción del Reino. Este reino que
anunció e inauguró Jesús tiene características especiales: “Los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena
Nueva.” (Lc 7, 22); es decir, es un Reino donde no existe el pecado, donde el hombre es libre,
donde la justicia y el derecho son el pan de cada día. Todo esto se contrapone a la realidad que
vemos en Latinoamérica. Si el Reino de Dios se opone rotundamente al infierno, eso quiere decir
que, mientras haya este tipo de infiernos en este lado del mundo, América Latina no podrá
parecerse a ese Reino querido por Jesús. Es nuestra misión destruir los infiernos, liberar a los que
se encuentran en ellos. Solo así estaremos cumpliendo con fidelidad nuestra misión de
101
J. Lois, Jesús de Nazaret, el Cristo liberador, p. 155.
47
CONCLUSIONES
El artículo de fe que habla del “descenso de Cristo a los infiernos” es uno de los menos
entendidos por el común de los cristianos. Sin embargo, encierra en sí una gran carga liberadora
que, entendida correctamente, puede llenar de esperanza a aquellas personas que viven en
injusticia, desamparo y opresión, hace que sea necesario, y hasta imperativo, reflexionar sobre este
artículo del credo con la finalidad de proporcionar la esperanza en una pronta liberación de esas
estructuras.
1.- En primer lugar, hay que tener en cuenta que la situación en la que viven muchos hombres y
del pecado: “...pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra (…). Millones
de personas y familias que viven en la miseria e incluso pasan hambre…” El pecado, que empieza
siendo un rechazo personal al amor de Dios, termina extendiéndose a toda la sociedad, creando lo
que Juan Pablo II ha llamado “estructuras de pecado”. Las personas que viven en un ambiente así,
rodeadas de miseria, pobreza, marginación y explotación, producto de ese pecado que se ha hecho
social, viven en auténticos infiernos. Estos son los infiernos de hoy. Por tanto, es válido pensar que
la situación en la que viven muchas personas en América latina es una realidad infernal.
2.- La salvación que otorgó Jesucristo, por su muerte y resurrección, es precisamente la liberación
de estas estructuras de pecado. En su misterio pascual, dentro del cual tenemos su descenso a los
infiernos, Jesús venció a la muerte y liberó a los hombres de las ataduras del pecado. El misterio
del descenso de Cristo a los infiernos tiene, pues, este tinte liberador. ¿Para qué Jesús descendió a
3.- La Escritura nos proporciona datos importantes para entender el descenso de Cristo a los
infiernos. Sabemos que para los israelitas el lugar de los muertos o sheol fue concebido a lo largo
48
de su historia como un lugar con estratos diferenciados en el que los impíos ocupaban la parte
inferior (Cf. Prov 7,27; 9,18), pero en el que existía la esperanza de una liberación por parte de
Dios (Cf. Sal 48). En el Nuevo testamento, Jesús asume esta concepción del “más allá”. Él concibe
la existencia de un lugar especial para los que han vivido contrarios al amor de Dios y del prójimo.
Sin embargo, la intención de Jesús no es condenar, sino salvar (Cf. Jn 12, 47).
4.- Aun cuando no exista un texto bíblico que trate directamente el tema de descenso de Cristo a los
infiernos, el pasaje de 1 Pe 3,18-20; 4,6 nos sugiere una cierta actividad de Jesús durante el periodo
comprendido entre su muerte y resurrección. En este texto se nos dice que Jesús pasó por el lugar
de los muertos (infierno) y llevó hasta allí la Buena Nueva de la salvación. Esta bajada a los
5.- La teología del “descenso de Cristo a los infiernos” toma, entonces, dos caminos. El primero
entiende este artículo de fe como la constatación de que Jesús murió verdaderamente (Cf. CEC
632); es decir, se inclina por la solidaridad del Hijo de Dios con el hombre que sufre las
consecuencias del pecado: Jesús asume los sufrimientos del hombre. La segunda interpretación,
afirma que Jesús desciende a los infiernos para salvar, destruir al pecado y a la muerte, y liberar a
6.- Estas interpretaciones teológicas deben ser en América Latina motivadoras de una
evangelización que trate de destruir los infiernos sociales que existen. Debe ser una evangelización
liberadora de las estructuras de muerte, porque así de liberadora fue la vida de Jesús, su pasión, su
49
BIBLIOGRAFÍA
AA.VV., Comentario Bíblico Latinoamericano, Estella (Navarra), Ed. Verbo Divino, 2003.
ALEIXANDRE Dolores, “Descendió a los infiernos”, El médico debe estar junto a los
enfermos, en Artículos difíciles del credo, Revista Sal Terrae, Santander, Ed. Sal Terrae, 1998.
BOFF Leonardo, La nueva evangelización. Perspectiva de los oprimidos. Santander, Ed. Sal
Terrae, 1991.
CASTILLO José María, Dios y nuestra felicidad, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 2001.
GONZÁLEZ FAUS José Ignacio, Fe en Dios y construcción de la historia, Madrid, Ed. Trotta,
1998.
LOCHET Louis, La salvación llega a los infiernos, Santander, Ed. Sal Terrae, 1980.
50
LOIS Julio, Jesús de Nazaret, el Cristo liberador, Madrid, Ed. Hoac, 1995.
MOINGT Joseph, El hombre que venía de Dios, Vol. II, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 1995.
PIKAZA Xavier, Diccionario de la Biblia, historia y palabra, Estella (Navarra), Ed. Verbo
Divino, 2007.
RAMOS REGIDOR José, Jesús y el despertar de los oprimidos, Salamanca, Ed. Sígueme, 1984.
RUIZ DE LA PEÑA Juan L., La otra dimensión. Escatología cristiana, Santander, Ed. Sal
Terrae, 1987.
SCHNEIDER Theodor, Lo que nosotros creemos, exposición del símbolo de los apóstoles,
Salamanca, Ed. Sígueme, 1991.
----- Jesús en América Latina. Su significado para la fe y la cristología, Santander, Ed. Sal
Terrae, 1982.
----- Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret, Madrid, Ed. Trotta,
1991.
TORRES QUEIRUGA Andrés, ¿Qué queremos decir cuando decimos “infierno”?, Santander,
Ed. Sal Terrae, 1995.
VON BALTHASAR Hans U., Tratado sobre el infierno. Compendio, Valencia, EDICEP, 2000.
51