Tejiendo - Vinculos - Ana Cerutti
Tejiendo - Vinculos - Ana Cerutti
Tejiendo - Vinculos - Ana Cerutti
ana cerutti
Introducción ................................................................................................................................................. 4
Son las maneras en que los hombres, sociedad por sociedad, en forma tradicional sa-
ben valerse de su cuerpo para criar a los niños. Dan cuenta de una sociedad y de su
momento histórico, llevan una impronta cultural y están influenciadas por la educa-
ción, de aquí que no se las pueda considerar un producto exclusivamente individual
ni familiar. La educación a través de estas técnicas tiene como propósito ir ajustando
el uso del cuerpo para permitir la adaptación del hombre a la cultura y a la sociedad.
[...] buscan asegurar al niño la protección y cuidados necesarios para su sobrevivencia,
desarrollo y crecimiento, y por su definición también alertan sobre pensar que lo que
pasa entre el niño y sus padres es algo natural o solo particular de ese núcleo familiar.
Las prácticas de crianza se presentan en tres registros: corporal, material y ritual.
La estabilidad se vincula con las posibilidades del adulto para sostener esas
actividades durante cierto lapso y contener al niño diariamente. La flexibilidad refie-
re a la gradualidad con que esas actividades se van incorporando en la vida del niño
desde el nacimiento, a cómo el adulto las va ajustando a las posibilidades de respuesta
del niño, es decir, al grado de correspondencia con las competencias que el niño va
demostrando. También comprende la manera en que se adaptan a los cambios prove-
nientes de situaciones externas, con modificaciones mínimas, dentro de lo posible.
El niño necesita que se mantenga un contexto que sea estructurador y le brin-
de seguridad (horarios, secuencias de las acciones). Estas actividades que se realizan
diariamente para atender sus necesidades vitales de alimentación, descanso e higiene
se transforman en momentos previsibles, que entre otros aprendizajes permiten que
el niño vaya incorporando las nociones temporales de antes y después, a la vez que
le generan seguridad y confianza, las cuales viabilizan la asunción progresiva de res-
ponsabilidades. Además, favorecen la comunicación entre el niño y sus cuidadores,
al generar intercambios significativos y enriquecedores que inciden en el desarrollo
cognitivo y emocional. Para ello, tienen que acercarse más a lo ritual y alejarse de lo
rutinario, en el sentido de actividades llevadas adelante como simple obligación, sin
entusiasmo. Dicho de otra manera, deben distanciarse de aquellas actividades que
se practican de manera utilitaria y mecánica, sin emociones ni afectos. Siguiendo a
Evans y Myers 1994 (basado en Ilfed, 1992):
[…] una rutina es algo más que saber la hora a la que el niño debe alimentarse, descan-
sar, bañarse: tiene también que ver con la forma en que se hacen las cosas […]. Estas
[…] no hay crianza sin la evocación de los sucesos que gestaron a la persona que cría.
Y esto se debe, en parte, a que la crianza necesita de gestos cotidianos, de saberes
«heredados», que se instalan en el propio cuerpo sin estridencias, porque no han ac-
cedido a la enunciación conceptual, o sea, al conocimiento. Saber, en cambio, es haber
probado.
El tercer mecanismo, en cambio, corresponde a la información recibida en edades
Cabe mencionar también que hoy en las sociedades occidentales, por un lado,
comienzan a estar en boga prácticas ancestrales, como los masajes que se implemen-
tan en la India desde la antigüedad. Por otro lado, en el mercado hay una verdadera
invasión de dispositivos, juguetes y otros objetos que se ofrecen a los adultos para los
niños, de modo que aquellos diseñados para facilitar la crianza (vestimenta, cochecitos
y sillas de seguridad para el transporte, etcétera) coexisten con otros cuyo diseño y jus-
tificación se basan en el recorte y la descontextualización de información proveniente
de las investigaciones sobre el desarrollo infantil. En este último grupo se pueden ubi-
car, por ejemplo, los llamados juegos didácticos para niños menores de dos años que se
ofrecen en videos, en imágenes, en lenguaje digital. Los fabricantes indican que estos
juegos se diseñan para favorecer el desarrollo cognitivo del niño y señalan que su uso
debe ser limitado, no mayor de cinco minutos, pero esta información se da al pasar, sin
la debida explicación y jerarquización. Sin embargo, se sabe que producen en el niño
un efecto adictivo, que ha llevado a denominarlos el chupete electrónico o la niñera
electrónica, razón por la cual como experiencias únicas o privilegiadas se vuelven con-
traproducentes para el desarrollo infantil.
En la misma línea, en los años noventa surgió lo que se denominó el efecto
Mozart: se publicitaban los supuestos beneficios que tendría para el sistema nervio-
so y el desarrollo cognitivo infantil escuchar música de este compositor, afirmando
además que ello contribuía al incremento de la inteligencia. En realidad, la música de
Mozart enriquece al niño al permitirle ampliar su repertorio cultural, pero produce
los mismos efectos benéficos que otros tipos de música. El riesgo está en considerar
que estos materiales tienen un efecto mágico sobre aspectos fundamentales del de-
sarrollo de los niños, cuando de hecho logran los mismos efectos que otros o no son
imprescindibles, y en ocasiones pueden ser contraproducentes si no se los utiliza con
el debido equilibrio.
Otro ejemplo se vincula con las supuestas ventajas que para el desarrollo motor
de todo niño tendría el uso del andador. En los niños supuestamente «normales», el
andador no favorece la adquisición de la posición de pie ni de la marcha; al contrario,
la enlentece. La indicación para su uso debería ser siempre resultado de un análisis.
En esta línea, constituyen otro ejemplo los corrales que no tienen un suelo fir-
me —los que están suspendidos y rodeados de una malla abierta—. Estos impiden la
experiencia de sentir con firmeza y seguridad el apoyo de todo el cuerpo en la planta
de los pies y de un sostén con las manos que brinde seguridad al niño para comenzar
a ponerse de pie e intentar dar los primeros pasos, así como tampoco tienen una
superficie lo suficientemente amplia que permita vivenciar con facilidad diferentes
cambios posturales (rolar, trasladarse). Tanto el andador como los corrales surgen,
entre otras razones, para dar respuesta a los problemas de espacio y/o del estado del
piso que se encuentran en muchas viviendas, a costa de sacrificar los requerimientos
¿Qué espacio-tiempo se les ofrece a los niños para el despliegue de sus intere-
ses, inclinaciones y necesidades? ¿Qué grado de disponibilidad para las experiencias
de comunicación, intercambio y juego tienen los adultos para con los niños?
Por último, se considera relevante sintetizar planteos realizados por cientistas
de la psicología antropológico-cultural (Stork y otros, 1993) sobre la necesidad de
reconocer tanto la variedad de prácticas de crianza como las invariantes del pensa-
miento y el comportamiento humanos, evitando los riesgos de:
social, al hacerlas funcionar como un verdadero diálogo. A la vez, estas van tomando
un significado sociocultural como consecuencia de la elaboración que hace el bebé
de la vivencia compartida, de manera que progresivamente se va produciendo un
aprendizaje (Kaye, 1982).
La intervención que la dependencia y los rasgos comportamentales del recién
nacido provocan tiene una significación capital, porque, apuntalándose en la atrac-
ción mutua y en las emociones que se originan, abren el camino hacia la atención
mutua, hacia la atención conjunta, hacia el intento de entender la intervención del
otro, hacia la acción conjunta con intenciones compartidas, hacia la atención por
turnos, hacia el acceso del niño a instrumentos psicológicos (herramientas y signos)
(Molina, 1997).
Los primeros días constituyen, entonces, un período de mutuo conocimiento y
aprendizajes. Los reflejos y reacciones difusas del recién nacido, aunque no parezcan
tener una utilidad directa, son utilizados por las personas que ejercen los cuidados
para interpretar sus estados y emociones. Los ritmos biológicos del bebé en cuanto
a su alimentación, su actividad, su descanso, son objeto de negociaciones recíprocas
que van escribiendo la historia de la relación, en un proceso de humanización que
construye tanto al niño como a sus cuidadores. La relación se edifica paso a paso, a
través de los contactos piel a piel, las caricias, las experiencias interactivas y de comu-
nicación verbal y no verbal, los momentos de juego y el establecimiento progresivo
de rutinas y normas claras y consistentes. Lo anterior favorece la evolución adecuada
del sistema nervioso central, de las distintas dimensiones del desarrollo infantil, del
crecimiento y de los procesos de aprendizaje.
Desde el primer encuentro, especialmente con la madre o con quien cumpla
este rol, se inicia entre ambos un diálogo corporal; al decir de Ajuriaguerra (1990), «un
diálogo tónico-postural entre la madre y el bebé». Si todo transcurre suficientemente
bien, los cuidados maternos/paternos irán adoptando un carácter rítmico-musical.
Estas experiencias recíprocas emocionales, motoras y sensoriales constituirán la ma-
teria prima a partir de la cual el niño se irá construyendo como un sujeto singular y
desarrollándose de acuerdo a su potencial.
El diálogo rítmico-temporal entre el niño y quienes lo cuidan se va estable-
ciendo poco a poco, con momentos de encuentro y de desencuentro, de cuyo equili-
brio, y de la capacidad de reparación de los adultos en los momentos de desencuen-
tro, dependerá en gran medida la calidad del vínculo, es decir, de la relación que se
construya. La adecuación en términos de ritmo implica la alternancia: que el bebé
pueda experimentar momentos de expresión y de satisfacción de sus necesidades, de
interacción intensa con sus cuidadores y de separación, de palabras y de silencios, de
presencia y de ausencia.
En el transcurso de una interacción social, una madre normal busca mantener su recién
nacido en un estado de atención y despierto para suscitar la aparición de comporta-
mientos como la sonrisa, los gorjeos, [y] estos a su vez desencadenan en ella conductas
que mantienen este estado en el bebé. (Stern, 1985)
Casi siempre el adulto capta la atención del niño en una interacción cara a cara;
le dice algo al bebé y se detiene el tiempo suficiente para esperar que este haga su con-
tribución en la conversación, dentro de su turno. A veces es el adulto el que responde
por él, antes de retomar su palabra. De este modo, el bebé aprende en una etapa muy
temprana muchas peculiaridades de la comunicación entre dos personas. Aprende la idea
de captar la atención antes de decir algo, de esperar su turno para hablar y de escuchar,
aprende la duración de estos turnos y sobre la sincronización de la mirada, del habla, de
la expresión facial y de la orientación del cuerpo (Natanson, 2000). Todo ello constituye
los cimientos de la comunicación.
Estos primeros intercambios y diálogos personales entre el niño y sus cuidadores,
cuyo tema central es el afecto, favorecen el aprendizaje de las reglas de la conversación.
No se trata aquí de un intercambio de ideas; el tema de conversación, el material que
circula entre los sujetos es simplemente el afecto (David, 1994). El niño no comprende el
contenido semántico de lo que le envían quienes lo cuidan, pero toma las invariantes y la
comprensión global del mensaje, lo que irá evolucionando poco a poco en una compren-
sión más analítica y mejor diferenciada. En general, las madres interpretan cada ruido o
movimiento como si fuera una contribución significativa de una conversación en curso.
Esta atribución de algún tipo de comunicación intencionada en nombre del bebé es muy
importante para el desarrollo de la comunicación y de las posteriores habilidades del
lenguaje. Es la forma ideal para los bebés de aprender las normas de comunicación mucho
antes de que nos planteemos qué es lo que intentan decirnos (Cerutti, A., 2002).
Desde otra perspectiva, se sostiene que el niño necesita de los cuidados, así como de ex-
perimentar y reexperimentar cierta continuidad en ellos y en los modos de comunicación,
dentro de un ambiente donde predomine el sentimiento de amparo, para ir cimentando
un sentimiento de confianza que le permitirá tolerar esperas y fallos (Winnicott, 1961).
ce como tal estaría una de las claves para un desarrollo sano. La escisión-fusión va
instalándose en una continuidad entre el sí mismo y el ambiente. Esta continuidad
es interrumpida por los estados de excitación del niño y cambios en el ambiente que
crean cierto caos, y serán quienes cuidan al niño los encargados de reestablecer esta
continuidad, otorgándole la oportunidad de crear un mundo de ilusión donde el ob-
jeto de la satisfacción sea creado por él, en la medida en que es hallado, reencontrado
(Winnicott, 1975).
Los tipos de juegos que se le presentan al niño, junto con la demostración que
este hace de sus preferencias, dependen de la etapa de su desarrollo, de aspectos pro-
pios del niño y de factores culturales. Sin embargo, todos los juegos, más allá de sus
diferencias, para poder ser denominados como tales, deben mantener como constante
el ser siempre una actividad muy absorbente y gratificadora, que se realiza en el con-
texto de un afecto positivo y se inicia espontáneamente.
El juego también tiene un valor destacado como transmisor de normas, cos-
tumbres, creencias de una sociedad o un grupo determinado. Cuando se estudia el
juego, no solo se debe incluir la capacidad del niño y de los adultos para jugar, sino
también los aspectos culturales que están influyendo en esa capacidad. Nuestros mo-
dos de jugar muestran ideas, creencias, costumbres, y los objetos con los que jugamos
reflejan valores, creencias y tradiciones del contexto cultural en que se despliega el
juego, además de condiciones socioeconómicas. En la posibilidad o no de que un niño
pueda jugar, en la forma en que lo hace, influyen entre otras cosas las relaciones que
se establecen en ese contexto entre el trabajo y el ocio, los materiales disponibles para
el juego, la concepción local de la infancia, la historia y los recuerdos que cada adulto
guarda de su infancia, así como el valor que se le da al juego en la educación de los
niños.
Para un buen desarrollo, crecimiento y estado de salud, el niño necesita dis-
frutar de momentos para jugar con los adultos que lo cuidan, solo —con libertad de
iniciativa y movimiento— y con otros niños. El predominio de uno de estos momentos
sobre otros y su alternancia dependerán de la etapa del desarrollo por la que transita.
Víctor Guerra (2009) plantea que en los primeros encuentros lúdicos entre los
adultos y el niño se pueden describir una serie de etapas:
El adulto utiliza la participación del bebé, su interés y su respuesta para repetir, modi-
ficar o abandonar el juego. Son cortos y repetitivos, tienen una secuencia fácilmente
predecible y si hay escucha por parte del adulto llevan a un final feliz. El bebé pronto
reconocerá el significado del juego y esperará el divertido desenlace. Se inician desde la
propia respuesta del bebé a un estímulo y crean un contexto dentro del cual este disfru-
ta aprendiendo a prever algún acontecimiento agradable.
Estos juegos se observan desde los primeros meses de vida y forman parte del
repertorio de juegos entre los cuidadores y el niño, junto con las canciones y cuentos.
Dentro de esta colección se encuentran aquellos que son particulares de cada díada o
tríada, además de aquellos que se trasmiten de generación en generación. La mayoría
de los juegos que se trasmiten entre generaciones se inician en los primeros meses y se
van transformando y modificando hasta la edad adulta.
El contenido de los juegos corporales desarrollados durante los primeros años de vida
constituye la matriz desde la cual se organizan los juegos de la niñez, adolescencia y de
la vida adulta. (Calmels, 2001)
Mantienen a lo largo del ciclo vital el contenido primario que los originó y,
además de ir adquiriendo mayor complejidad, muchos de ellos dejan de jugarse sobre
el cuerpo para pasar a hacerlo sobre los objetos y el espacio. Por este motivo, Calmels
(2001), además de juegos corporales, también los denomina juegos generadores y Na-
tanson (2000) los llama juegos básicos.
No todos los juegos de crianza son juegos generadores, pero los juegos de sostén, ocul-
También son un apoyo para los adultos en las funciones de crianza. En este
sentido, cumplen con lo que podríamos llamar una función derivativa, porque muchas
veces los adultos los utilizan para sostener los tiempos de espera, para entretener al
niño mientras se prepara el alimento o el baño, así como para desviar preocupaciones,
resolver conflictos, desplazar tensiones sobre otra parte del cuerpo o sobre otros re-
gistros (por ejemplo, calmar el dolor), además de trasmitirle al niño legados culturales.
Asimismo, cuando el niño asiste a una institución de cuidado y educación, estos
juegos pueden ser un excelente pretexto para establecer puentes entre esta y la fami-
lia.
Por otra parte, al investigar los llamados juegos tradicionales de crianza se cons-
tata que cada familia cuenta con un repertorio propio, el cual tiene algunos aspectos en
común con los de otras familias y también particularidades. Al respecto se encuentran
variaciones, por ejemplo, en los estribillos y en las secuencias gestuales (David, 1994).
En la etapa hasta los dos años, generalmente los adultos recurren a diferentes formas
musicales, entre las que se destacan, al inicio, las cantilaciones o salmodias —entona-
ciones sobre una sola vocal o consonante (sah, mmm)—, canciones de cuna, y poste-
riormente expresiones musicales —versos cortos, canciones de fórmula, junto con las
canciones de moda emitidas por los medios de comunicación—.
Desde el primer mes se pueden poner en escena las cantilaciones y canciones
de cuna. La canción de cuna es una práctica milenaria, a la cual ya Platón le recono-
cía un papel beneficioso tanto para el cuerpo como para el alma de los niños (Cerutti,
S., 1998). Estas son actividades de gran valor en la relación madre/padre-hijo, puesto
que con ellas se despliegan en los implicados múltiples aspectos. En el niño desa-
1 Basado en A. Cerutti y G. Roca, «De ida y de vuelta: Actividades y juegos para crecer», en A. Cerutti y
C. Balestra, El cuerpo en la primera infancia: espacio de comunicación y aprendizaje. Montevideo: Intendencia de
Montevideo, Programa Nuestros Niños, 2007; A. Cerutti, Juegos tradicionales de crianza y desarrollo infantil. Pri-
mera Infancia. Aportes a la formación de educadores y educadoras, Montevideo: aeci, cnd e inau, 2002, cap. III.
Juegos de balanceo…
[…] en estos juegos, entre el cuerpo del bebé y aquel del otro, se da un lugar de reen-
cuentro, de puesta en común, pero también de separación, pues tienen por efecto y por
finalidad el reconocimiento de los dos participantes: uno por el otro. (David, 1994)
Estos son juegos más bulliciosos que los anteriores. Promueven sensaciones de equi-
librio/desequilibrio y, a medida que se van desarrollando, el estado de excitación del
niño aumenta. Asimismo, presentan variaciones según la edad, como sucede por
ejemplo, con «¡Arre, arre, caballito…!» o «¡Nos vamos a Belén/París en un caballo…!».
Entre los seis y los siete meses se juegan con el niño sentado en la falda del adulto;
luego, entre los ocho y los nueve meses, el niño se ubica parado sobre la falda del
adulto, quien lo sostiene por la cintura con sus manos; después del año generalmente
el adulto se desplaza con el niño sentado sobre sus hombros y más adelante lo lleva
sobre su espalda.
Es habitual que finalicen con una caída simulada, punteada por la risa a car-
cajadas, una pérdida de equilibrio sin peligro. La risa es liberadora de tensiones y
contagiosa; en este caso, el adulto también ríe, a la vez que reasegura con su palabra:
«Es para divertirnos, no te asustes».
Estos juegos dan la oportunidad de vivenciar corporalmente experiencias de
desequilibrio postural (cambios bruscos de posición) ligadas a variaciones del tono
muscular, a rupturas tónicas, facilitando la experimentación de sensaciones integra-
doras que contribuyen al conocimiento y la apropiación por el niño de la noción de
cuerpo propio, estableciendo lazos entre el todo y las partes.
Tanto en estos juegos como en aquellos que terminan con cosquillas, caídas
simuladas y/o abrazos fuertes, al final se da siempre un tiempo de detención, de sus-
penso, que sigue a las manifestaciones de alegría, a la hiperexcitación. En ese mo-
mento el gesto, la palabra, quedan como suspendidos en el aire y cada uno de los
participantes está atento al otro, como si de alguna manera tomaran la «temperatura»
para diagnosticar la situación: el grado de placer o displacer, de cansancio, de cuya
consecuencia dependerá el relanzamiento o la detención del juego (David, 1994).
Juegos de ocultación…
Los juegos de ocultación implican las diversas versiones del juego de la escondida,
tanto entre personas como de objetos. La escondida es uno de los juegos favoritos en
los niños de todas las culturas y de diferentes edades. Asimismo, según Arminda Abe-
rastury (1984), podría considerarse como la primera actividad lúdica. Ella planteaba:
[…] los niños de todos los tiempos y las culturas han jugado con un sonajero, también
con él algo aparece y desparece: el sonido. […] También juegan con sus ojos: al abrirlos
o cerrarlos, tienen el mundo o lo pierden. […] Jugar a las escondidas es su primera ac-
tividad lúdica y en ella liberan la angustia del desprendimiento, el duelo por un objeto
que deben perder.
A los cuatro meses el niño juega con su cuerpo y con los objetos; desaparece
parcial y accidentalmente tras la sabanita, la toalla, la camiseta y vuelve a aparecer; de
este modo el mundo se oculta momentáneamente y cuando sus ojos se liberan del ob-
jeto tras del cual quedó escondido vuelve a recuperarlo. El adulto toma estos índices
que le ofrece el niño y comienza a jugar: «¿Dónde está…? ¡Ah, aquí está!». También se
juega cuando el adulto se cubre los ojos con sus manos y pregunta al niño: «¿Dónde
estoy?», «¿Dónde está tu mamá?» o «¿Dónde está…?».
Los ejemplos precedentes tienen implícito el par ausencia/presencia y son an-
Juegos de persecución…
Cuentos
Relatos cotidianos…
El relato es, en sentido genérico, toda narración, y estrictamente se refiere a una se-
rie de hechos generalmente reales que no presentan un nudo dramático sino que
son sucesos en el tiempo. Consiste en contar, recordar lo que se hizo o se va hacer, y
puede partir de experiencias personales. En estos la secuencia cronológica de cómo
se presentan los hechos actúa como un ordenador del pensamiento (Padovani, 1999).
En general, el adulto relata situaciones relacionadas con los cuidados diarios del niño
que acaban de suceder o van a venir: «Ahora voy a cocinar…, vas a hacer… y después
vamos a…». De esta forma, a la vez que impregna al niño de un baño de palabras, le
da estatus de sujeto con comprensión, diferenciado de él, y también le posibilita poco
a poco ir anticipando lo que va a venir, dándole seguridad.
Cuentos de fórmula…
Las caídas consisten en una brusca pérdida del equilibrio, desnivelación del cuerpo
bajo el efecto de la gravedad. Pueden ser voluntarias o involuntarias.
En general, el niño entre los 12 y los 18 meses descubre los efectos placenteros
de una caída en forma accidental. Aprendiendo a parase o durante los primeros pasos,
pierde el equilibrio y cae sentado, sin lastimarse y sin que haya reacciones aprensivas
del adulto. Buscará entonces repetir esta experiencia en varias oportunidades. Las caí-
das voluntarias son una ocasión para experimentar vivencias corporales tales como
perder la postura vertical, sentir el peso del cuerpo, dominar el equilibrio/desequili-
brio, sentir un cuerpo que tiene volumen a través de las sensaciones propioceptivas
que se ponen en juego. De la misma manera que a los niños les encanta dejarse caer
por tierra, les gusta dejarse caer en los brazos del adulto; en la brusquedad de la caída
se juega la confianza que puede tenerse en la solidez y el sostén de quien lo recibe.
Entre los dos y tres años les atraen y disfrutan las experiencias de dejarse caer
voluntariamente: tirarse al suelo, dejarse caer sobre el pasto o almohadones, así como
también dar saltos para experimentar caídas. Estos últimos son diferentes del salto
efectuado para experimentar la elevación del cuerpo. La calidad del suelo (almoha-
dones, alfombras, arena, pasto, agua) ejerce cierta atracción o invita a dejarse caer.
Lo mismo sucede con los espacios vacíos donde hay lugar para caer sin riesgo de
lastimarse. La existencia de lugares para subirse —como una mesa, una escalera o un
muro, la cama, etcétera— favorecen los juegos de saltos y de caída. Esto se potencia si
están junto a un suelo confortable, el cual se transforma en una invitación ineludible
para casi todo niño.
Por otra parte, a menudo las caídas también marcan el fin de una actividad (ca-
rrera, juego de un niño con un adulto, lucha o combate), y en ciertas ocasiones sirven
como paso intermedio antes de retomar otra actividad. Entre los tres y los cinco años
los juegos de caída no son actos aislados; con frecuencia son actividades repetidas que
adquieren diferentes significaciones; por ejemplo, jugar con la inhabilidad sin lasti-
marse (a menudo los niños juegan a resbalar y caer, llegar corriendo y dejarse caer);
jugar a caer unos encima de otro (sentir el contacto corporal con otros); probarse en
sus posibilidades de controlar el movimiento; jugar a estar muertos, lo cual implica
dominar la inmovilidad; asustar al otro fingiendo una caída o despertar otro tipo de
emociones en el observador; jugar a los heridos o accidentados.
En estos ejemplos uno encuentra un gesto motor que se transforma en juego
y que se basa en el control de la caída, el cual responde a una doble vertiente: por un
lado, al control en la realidad del acto de caer y, por otro, al control imaginario de
lo que podría llegar a simbolizar la caída (una zambullida a la piscina, caer herido o
muerto, desmayarse, asustar a otro). Se puede pensar que el niño revive así, en for-
ma lúdica, un hecho que lo inquieta, dosificándolo según su voluntad y verificando
al mismo tiempo que luego de la caída puede levantarse, que no ha pasado nada. Se
podría pensar también que, al ser él quien controla y domina la caída, esto se haría
extensivo a las posibles significaciones que la caída pudiera tener, a la satisfacción de
su necesidad de omnipotencia y a la canalización de sus pulsiones agresivas.
En otras ocasiones el niño busca a través de la caída el contacto del cuerpo con
el suelo, sentir su peso, comprobar el espesor de su cuerpo al chocar contra un objeto
experimentando fundamentalmente sensaciones propioceptivas, al mismo tiempo que
verifica los límites de su cuerpo (sensibilidad exteroceptiva). Ambos tipos de sensacio-
nes se asocian para brindar una sensación placentera de integración psicosomática.
Otras actividades le permiten al niño experimentar sentimientos de superiori-
dad al elevarse en el aire, ya sea saltando, trepando o escalando: ser más alto, más gran-
de que otros y dominar el entorno mediante un mayor control visual. En cambio, en las
caídas se produce el fenómeno inverso. Rycroft (1953, citado por Gilbert y Vial, 1976),
Gilbert y Vial (1976) y Calmels (1998) postulan que la caída voluntaria podría interpre-
tarse, además, como la búsqueda de regresar a un elemento asegurador primario.
Existen también juegos de caída colectivos. Forman parte de este grupo los
juegos de lucha y algunos de ronda. En los niños de dos y tres años se puede observar
que el interés mayor en un juego de ronda como «A la rueda, rueda» está centrado
en la espera del momento de culminación, cuando se dejan caer, más que en el resto
del desarrollo del juego. Caer juntos amplifica el placer de la caída y promueve una
comunicación tónico-emocional ligada al placer del contacto corporal con el otro.
Las caídas voluntarias revisten a veces la forma de juego y otras revelan una
reacción emotiva, como un medio para exteriorizar emociones frente al otro, incluidas
la cólera, el displacer, la oposición, el rechazo. En función de estos contextos y de las
características individuales, cada caída reviste una calidad tónica diferente. Wallon
(1982) plantea que el tono está hecho para servir de tejido, de trama, de cuerpo para
Los movimientos giratorios pueden ser pasivos o activos. Los primeros incluyen las
vueltas espalda/abdomen y otros cambios de orientación del cuerpo del niño realizados
por el adulto durante las acciones de cuidado diarias, así como aquellos juegos en que el
adulto gira con el niño en brazos (danzar) o lo hace dar vueltas o girar, como en el juego
del avioncito. En este, que en general se realiza a partir de los nueve meses, el adulto lo
hace girar alrededor de sí teniéndolo sujeto del tórax con ambas manos.
Los movimientos giratorios considerados activos se inician entre los cuatro y los
seis meses, cuando el niño comienza a tomar la iniciativa para cambiar de posición, al
rolar sobre su eje longitudinal. A medida que su maduración avanza irá incorporando
otras acciones de rodadas en el suelo, volteretas, movimientos de tronco, trompo, rondas,
rueda de carro y otros. Estos van surgiendo y evolucionando conforme el niño desarrolla
su maduración en cuanto al tono muscular, el equilibrio y la postura, progresos que se
relacionan con el control de los ejes corporales y la dirección del movimiento.
Cuando se rueda sobre un plano (suelo, cama), toda la superficie del cuerpo genera
La capacidad de imitación está presente en el niño desde los primeros días de nacido.
Se despliega y desarrolla en los primeros años, pero se mantiene durante toda la vida.
Es relevante tanto para el desarrollo emocional, cognitivo y del lenguaje como para los
procesos de aprendizaje.
Junto con la circulación de emociones y afectos, la capacidad de imitación
es el tejido que sostiene los primeros encuentros interactivos y juegos interacciona-
les, como se expuso al hablar de comunicación e interacción. Pueden agregarse aquí
las características de las primeras imitaciones: a) Exageración. El carácter exagerado
de la expresión revierte la atribución de la emoción y capta la atención del bebé. b)
Ausencia de consecuencia. La expresión del rostro materno no implica una acción
dramática como consecuencia. c) Sincronía. El efecto de espejo de la expresión facial
materna es fuertemente sincrónico y da la sensación de controlar la situación (Gue-
rra, Canosa y Ravera, 2008).
Entre los 18 meses y los dos años, imitar y hacer de cuenta están entre los jue-
gos favoritos. El niño dedica mucho tiempo a jugar a imitar los gestos y actividades de
las personas que lo rodean y sus compañeros de juego, si bien en esta etapa aún está
muy centrado en sí mismo. Es capaz de reproducir a la perfección los gestos, acciones,
verbalizaciones y tonos de voz que usan especialmente sus padres y educadores du-
rante los cuidados diarios. Se puede observar cómo acuesta a los muñecos, los viste,
les da de comer, los baña, les habla, o imita a los adultos en su forma de caminar, su
gestualidad o formas de hablar con otros adultos. Al principio lo hacen al mismo tiem-
po que se desarrolla la escena que están imitando; más adelante también lo harán en
forma diferida.
Además, estos juegos de simulación permiten a los niños hacerse una idea de
cómo se siente uno en el papel del otro, por lo que son una buena experiencia para sus
futuros intercambios sociales. También permiten a los adultos recibir un espejo de
sus acciones y comportamientos, dado que los niños suelen hacer lo que los adultos
hacen y no lo que predican. A través de la imitación se busca reproducir el sentido de
una acción, su intención.
La imitación de la vida adulta por los niños parece ser un juego universal. En
la mayoría de las sociedades, si no en todas, los niños juegan a ser mamás o papás; lo
recrean con juguetes muy elaborados que representan casa, muebles de cocina, bebés
y otros, o bien improvisan con bastones, telas, latas, cajas y demás objetos que tengan
a mano (Chanan y Hazel, 1984).
Los primeros juegos de imitación derivan en los juegos de como si. Hacia el
final de los dos años e inicio de los tres, al tiempo que cada vez más les interesa com-
partir sus juegos con otros niños, comienzan a representar roles sociales que implican
a personas cercanas, a las cuales conocen, ven en la televisión (almacenero, doctor,
chofer, maestra, deportista) o toman de los cuentos, y cada vez menos necesitan ob-
jetos específicos para llevar adelante las acciones. Son capaces de aplicar sobre los
objetos un gesto que dé cuenta de la acción que están representando. Por ejemplo:
toma un cubo y hace el movimiento de beber, como si fuera una taza; o con un palo de
escoba juega a andar a caballo; o a una caja grande la trasforma en mesa, casita, cama,
o con un trozo de tela hace un pañuelo, manta o mantel. Los niños no necesitan tanto
juguetes específicos sino más bien objetos sencillos, de diferentes tamaños y formas,
a los que puedan darles diferentes usos.
Estos juegos de representación son muy importantes para el desarrollo cog-
nitivo, del pensamiento, social, del lenguaje y emocional, así como para el desarrollo
de la creatividad, la imaginación y la flexibilidad del pensamiento. Poco a poco, las
representaciones duran más tiempo, tienen mayor riqueza, y el niño es capaz de ar-
mar secuencias de escenas sobre hechos de la vida cotidiana, sobre los contenidos
de los cuentos que escucha, de lo que ve en la televisión, etcétera. Arma verdaderos
guiones donde combina representaciones de aspectos de la realidad con otros, frutos
de la imaginación.
También importan…
Son importantes, además, los juegos y actividades lúdicas que impliquen acciones de
meter y sacar, llenar y vaciar, entrar y salir, acercar y alejar, juntar y separar, abrir y
cerrar, tapar y destapar.
[…] todos los juegos básicos (generadores) pueden evolucionar al incorporar las ha-
bilidades y el repertorio de conductas que se están desarrollando en el bebé. Lo más
importante es que los cuidadores estén sensibilizados a las necesidades y habilidades
del bebé en estas interacciones lúdicas. Necesitan adaptar su conducta a la capacidad
A lo mejor lo que voy a decir resulte obvio, pera la razón por la que a los bebés les gus-
tan estos juegos sociales es porque están compartiendo un acontecimiento divertido
con alguien cercano a ellos. Son las emociones positivas las que importan, más que el
juego en sí. Es vital demostrar con el tono de voz y la expresión facial lo que nos es-
tamos divirtiendo con el juego para recibir emociones positivas similares. (Natanson,
2000). n
cillos y objetos simples de diferente tamaño, forma, textura, peso, color, con
sonidos agradables o sin ellos. Los niños que acceden a esta variedad de
fuentes de estímulos tienen un desarrollo diferente de aquellos para los que
la diversidad está restringida.
La diversidad también implica que un juguete dé la oportunidad de tener más
de una experiencia o de establecer más de una relación; por ejemplo, un
libro con relieves promueve experiencias visuales y de lenguaje verbal, ade-
más de táctiles; un sonajero transparente permite manipularlo, escuchar el
sonido y observar de dónde proviene.
En cuanto a los colores, hoy se sabe que los niños, desde que nacen, prefieren
fijar su mirada en el rostro humano y en objetos y juguetes de colores con-
trastados —por ejemplo, negro y blanco—. Más adelante, entre los cuatro y
los siete meses, su capacidad visual aumenta, comienza a distinguir algunas
tonalidades (rojo, azul y amarillo) y manifiesta preferencia por el rojo.
La multifuncionalidad refiere a que un objeto pueda dar lugar a más de un uso,
con lo que contribuye a fomentar tanto el aprendizaje como la creatividad.
Por ejemplo, una palangana puede ser utilizada para jugar y aprender las
nociones espaciales de adentro y afuera (poner y sacar objetos), o como
base para generar sonidos (tambor), o como sombrero en los juegos de imi-
tación, entre otros.
c. Adecuados al momento del desarrollo del niño. A modo de guía se presenta
a continuación un listado de juguetes y objetos por edades.
3.1.2. Juguetes y objetos para jugar desde el nacimiento hasta los tres años
Juguetes y objetos para niños entre el primero y el séptimo mes
Juguetes y objetos para jugar para niños de entre ocho y doce meses
Juguetes y objetos para jugar para niños de entre uno y tres años
comparados con aquellos que realizan actividades variadas y son más activos.
Mirar televisión es una acción pasiva. Cuanto más tiempo pase frente a ella u
otros juegos de pantalla, menos se utilizará en otras experiencias. En los tres
primeros años de vida, esto restringe sus oportunidades de adquirir todas las
habilidades y experiencias necesarias para el desarrollo integral.
Por otro lado, para obtener beneficios de las pantallas es necesario que los
padres ayuden a los niños a hacer un uso inteligente de estos medios, lo cual
requiere que compartan estos momentos con los niños y, en el caso de la tele-
visión, controlen lo que miran. A los niños los benefician algunos programas
educativos, los documentales para niños sobre temas de la naturaleza, los
programas de música y bailes, pero estos nunca deben sustituir ni el juego,
ni la lectura de cuentos, ni los momentos de intercambio con otros niños y
adultos.
Es necesario estar alertas y analizar los contenidos de los programas dirigi-
dos a los niños. Los dibujos animados muchas veces son violentos y/o envían
mensajes con estereotipos de género o ideas discriminatorias por motivos re-
ligiosos, étnicos, culturales, todo lo cual influirá en un niño que es dejado solo
frente a la pantalla, máxime en estas edades en que la imitación cumple un
papel tan importante.
En muchos dibujos animados la violencia está naturalizada y aceptada como
vía de comunicación y resolución de conflictos. Hay que evitar aquellos donde
sin razón los personajes se insultan, se pegan, las víctimas a veces no manifies-
tan sentir dolor o quedan heridas sin expresar malestar, donde tanto héroes
como malvados se atacan mutuamente con armas letales y reaparecen como
si nada hubiera pasado, dejando como mensaje que la violencia es una forma
aceptable y natural de resolver problemas y que en el fondo no hace mal a
nadie. En estas edades, los niños que ven muchas horas de violencia televisiva
durante la semana pueden, o bien volverse insensibles a la violencia, o bien
comenzar a ver al mundo como aterrador, o bien comportarse de forma más
agresiva. El adulto puede usar un mal programa para enseñar valores, hablar
con el niño de los contenidos, de los personajes, de los aspectos negativos para
enseñarle a hacerles frente.
Además, hay programas para adultos que exponen a los niños que los ven a es-
cenas cuyos contenidos no están preparados para entender y tampoco cuen-
tan con herramientas para poder procesarlas; es el caso de algunas escenas de
accidentes, robos, guerras, sexo, que los dejan inquietos y confundidos.
También hay que acompañar a los niños durante los avisos publicitarios, para
• En primer lugar hay que hacer referencia a los brazos de los padres. Un niño
en los primeros meses no sostiene aún su cabeza, debido a que no tiene su-
ficiente tono muscular en el cuello. Por ello se debe cargarlo con la cabeza
apoyada en alguna parte del cuerpo del adulto, cuidando que quede bien
erguida y evitando que bambolee. Llevarlo en brazos cariñosamente (acu-
rrucado contra el cuerpo del adulto) hasta el tercer mes, sosteniéndole la
cabeza contra el brazo si se lo lleva en posición horizontal. Si va en posición
vertical, se apoya la cabeza en el hombro del adulto y con una mano se le
sostienen la cabeza y el cuello. Entre el tercero y el sexto mes se lo puede
llevar lateralmente, y a partir del quinto o sexto mes también se lo puede
cargar delante del cuerpo del adulto. El adulto apoya la espalda del niño en
su pecho; el cuerpo del niño queda sostenido por el tronco de su madre/
padre, de forma tal que pueda mover libremente la cabeza y los brazos y
observar lo que pasa en el entorno. Una posibilidad cómoda para llevarlo
en brazos a partir del séptimo mes, acompañando su desarrollo, es hacerlo
delante del vientre del adulto: un brazo del niño es sostenido hacia arriba y
adelante por el brazo flexionado del adulto, cuyo antebrazo rodea el pecho
del niño y cuya mano mantiene el tronco en la flexión lateral y el otro brazo
del niño va hacia adelante. A partir del décimo mes se lo puede llevar apo-
yado en la cadera del adulto. Al llevarlo en brazos, hay que tener cuidado de
evitar quemaduras con el mate y el termo u otros objetos.
• El zapato es un medio de trasporte muy útil que se aconseja utilizar des-
de el nacimiento hasta que el niño pueda girar sin ayuda sobre el eje del
cuerpo, cambiando de posición de boca arriba a boca abajo, lo cual se da
por lo general entre el sexto y el séptimo mes. En ese momento hay que
dejar de usarlo, por razones de seguridad. También hay que recordar que el
niño debe ir en posición boca arriba y el zapato debe apoyarse siempre en
el suelo para evitar que pueda caerse o volcarse desde una mesa, una silla,
etcétera.
• El cochecito es el medio de transporte más antiguo. Un coche seguro re-
úne los siguientes requisitos: a) armazón que pueda abrirse y cerrarse con
facilidad, así como también la capota, lo que permite que el adulto pueda
manejarse sin dificultad cuando va solo con el niño; b) capota que se ajuste
perfectamente al coche para evitar corrientes de aire o mojaduras; c) rue-
das grandes y anchas o dobles, para que sea más fácil de empujar por un
terreno irregular; d) una altura del suelo de 60 centímetros como mínimo
(Zunkunft-Huber, 1998).
• El paño portabebé se recomienda usarlo cuando los músculos abdominales
y de la espalda estén lo suficientemente fortalecidos, lo que para la mayoría
de los niños ocurre alrededor del sexto mes. No obstante, puede usarse an-
tes de esa edad.
• La baby-silla es otro medio útil, pero hay que evitar que el niño pase mucho
tiempo en ella, ya que no contribuye al fortalecimiento de la musculatura
del abdomen y la espalda, necesario para lograr sentarse. Además, se debe
colocar en lugares seguros, preferentemente en el piso, para evitar acci-
dentes, pues el niño al moverse puede hacer que la silla vaya cambiando de
lugar y llegue a caerse.
• El andador es desaconsejable, salvo que el pediatra lo recomiende por una
razón particular. Por lo general, impide que el niño adquiera un buen apoyo
con toda la planta del pie, estimula la posición en puntas de pie y dificulta
el desarrollo del equilibrio, lo que lo convierte en un obstáculo para que el
niño realice los movimientos naturales para una buena marcha. También
tienden a volcarse, dando lugar a una serie de accidentes, por lo que deben
ser usados bajo la supervisión del adulto.
• El saltador para bebés se puede utilizar a partir del séptimo mes, aunque es
de algodón.
En caso de que el niño tenga una cama muy amplia o no cuente con ningu-
na durante el primer trimestre, puede utilizarse un cesto o construirle una
cuna semejante a las que se llaman zapatos. Para ello se necesita una caja
de cartón duro, cuidando que la altura de los lados sea un poco más del
doble que la ocupada por el niño acostado y que el largo supere la talla. Es
necesario asegurar las aberturas de la caja, tanto de la parte inferior como
de los costados, pegándolas con una cinta pato o similar. Para fortalecer las
paredes, se colocan varias capas de papel de diario unidas entre sí por cola,
que una vez secas se pueden pintar o forrar con tela lavable. Es importante
que el adulto abrace la caja cuando la traslade, para evitar que se abra. Si
el niño tiene solo un cochecito, puede ser interesante construirle esta cuna
como un lugar distinto, que le permita estar en diferentes espacios durante
el día.
Se recomienda que tanto la cuna como el corral tengan una base llana, firme
y recta. Toda base inestable y curva es desaconsejable, pues impide ejercitar
correctamente los apoyos motores y da mucha inseguridad.
En las cunas o camas con barrotes hay que cuidar que los espacios entre las
barras tengan una distancia menor que el diámetro de la cabeza del niño; de
lo contrario, se corre el riesgo de que en sus intentos de exploración pueda
quedar atrapado entre ellas. Además, para prevenir accidentes, la altura de
los barrotes debe ser de 65 centímetros o más por encima del colchón. Re-
cuérdese que durante los dos primeros años los niños no tienen conciencia
del peligro.
Desde que el niño puede sentarse solo, hay que retirar de la cuna los móviles
que estén a su alcance, pues podría enredarse con los hilos o cintas. Cuando
se pare solo, también se deben sacar aquellos que cuelgan a cierta altura
dentro de su campo visual, pues intentará atraparlos. Asimismo, es preciso
colocar el colchón lo más bajo posible respecto a la altura de los barrotes y
no dejar en la cama objetos que el niño pueda apilar para trepar y tratar de
salir por encima de ellos. Tener en cuenta que las camas con barrotes son
útiles hasta que el niño comienza a caminar y a trepar, luego es preferible
sacárselos, dado que es muy probable que intente salir de la cama pasando
por encima; lo mismo podría suceder con las sillas u otros objetos que se
colocan a su alrededor a modo de barrera. En estos momentos es más con-
veniente dejar la cama libre, permitiéndole que pueda subirse y bajarse sin
dificultades. Para amortiguar una posible caída puede colocarse al lado, en
el suelo, una frazada doblada, un pedazo de poliuretano, un colchón viejo o
ambos casos de plástico duro, que sea dif ícil de romper cuando lo muerda
o se le caiga.
Para que la casa sea un lugar seguro para los niños, conviene tener en cuenta las si-
guientes recomendaciones:
• Tener siempre a mano los teléfonos útiles: servicio médico de urgencia, po-
liclínica de la zona, policía, bomberos.
• Evitar que cerca de los lugares donde pasa el niño o a su altura haya cuer-
das, cintas, bolsas de plástico, cables con o sin electricidad, manteles, glo-
bos o pedazos de ellos, dado que con estos elementos puede ahogarse o
lastimarse. También es preciso mantener fuera de su alcance objetos con
los que pueda atorarse, ahogarse o intoxicarse: trozos de alimentos, objetos
pequeños (botones, clavos, tornillos, tapitas, clips), recipientes con agua,
artículos de limpieza, medicamentos, plantas ornamentales, etcétera.
• Proteger los enchufes que se ubiquen al alcance del niño colocándoles tapas
de seguridad o corchos en sus agujeros.
• Colocar protectores de seguridad en las escaleras, escalones y ventanas.
Pueden ser portones, barandas o redes firmes, evitando que los huecos que
quedan entre ellos permitan que el niño se trabe o atore cuando comienza
a desplazarse.
• Aunque sea muy pequeño, nunca dejarlo sin protección en lugares elevados
—camas, sillón, mesa, cambiador— sin la presencia de un adulto.
• No colocar al alcance del niño aparatos eléctricos ni fuentes de calor, ni per-
mitir que se acerque a ellos. Esto incluye los electrodomésticos de la cocina,
planchas, calentadores y otro tipo de estufas, donde pueda meter la mano,
lastimarse o quemarse.
• Tomar todas las precauciones con el termo, el mate y las tazas con líquidos
calientes cuando se está con el niño en brazos o cerca. Cuidar también que
la mesa no tenga un mantel del que el niño pueda tirar y hacer caer sobre él
los objetos que estaban encima, ni dejar recipientes con bebidas o comidas
calientes cerca del borde de la mesa o mostrador.
• Mantener limpio el piso, fieltro o alfombra sobre los que el niño pasa la ma-
yor parte del tiempo. Recuérdese que las alfombras juntan ácaros y polvo,
lo que no es bueno para los niños alérgicos o con dificultades respiratorias.
Si el piso es de madera, hay que cuidar que no tenga astillas (en ese caso,
rato a gas o kerosene, mientras este se encuentre prendido hay que dejar
siempre una rendija pequeña para que entre aire. Hay que evitar también
quemar plásticos dentro de la vivienda, debido a la toxicidad del humo.
• Para que el niño mantenga el calor en su cuerpo es mejor vestirlo con varias
capas de ropa que con pocas prendas muy gruesas, y cubrirle la cabeza.
• La ropa del niño debe lavarse con jabón neutro. No utilizar detergente.
• Debe procurarse que la ropa le quede cómoda, holgada, que no esté dema-
siado ajustada al cuerpo ni tirante, para que no le impida los movimientos.
Tener cuidado con los cordones, botones y broches: que estén bien cosidos,
que no puedan lastimar su piel y que no sean fáciles de tironear y arrancar,
para evitar que pueda llevárselos a la boca y tragarlos o atorarse. También
es necesario prestar atención a los zapatitos, a su forma, tamaño y tipo de
suela. En el calzado, la seguridad y comodidad debe primar sobre la esté-
tica. Actualmente en el comercio hay gran variedad de zapatitos para usar
antes de que el niño se pare. En los primeros meses, lo más importante es
cuidar que los pies estén bien abrigados, para lo cual lo más indicado son
las medias, soquetes o escarpines, mientras que el uso de zapatos es mejor
postergarlo hasta que el niño comience a pararse solo.
• Cuidar que los juguetes sean lavables, irrompibles y seguros, que no tengan
filos, puntas o piezas pequeñas (botones, ojos, adornos) que el niño pueda
tragarse, así como que la pintura no sea tóxica. No dejar jugar a los niños
con computadoras en desuso, electrodomésticos rotos, pilas o baterías vie-
jas, ni con objetos pintados de los que se desconozca la procedencia de la
pintura. Todos estos objetos pueden contener elementos tóxicos que afec-
ten la salud, el crecimiento y el desarrollo del niño.
• Para evitar intoxicaciones, guardar los medicamentos o similares —deter-
gentes, jabones, insecticidas, venenos (para roedores, hormigas, cucara-
chas)— en recipientes a prueba de niños, fuera de su alcance, en lugares
altos y en lo posible bajo llave. También poner fuera de su alcance las flores
y plantas naturales, pues algunas son tóxicas. Si se desconoce esta informa-
ción, es mejor tomar precauciones.
• No dejar al niño solo, ni siquiera por un instante, dentro de un recipiente
con agua o cerca de él —bañera, balde, piscinita, pileta de cocina, lavama-
nos, inodoro abierto, palangana, pozo, regadera, drenaje—, cualquiera sea
su tamaño y la cantidad de agua que contenga, pues en un momento y con
muy poca cantidad de agua puede ahogarse.
La mayoría de los niños a partir del octavo mes —algunos antes y otros des-
Este apartado pretende reunir notas que sirvan al equipo para apoyarse en los encuen-
tros y el intercambiando con los padres y niños. Como se plantea en la introducción,
por un lado, se sostiene en las referencias teóricas que lo preceden y, por otro, se abre
siguiendo las dimensiones y edades que presenta la Guía nacional para la vigilancia
del desarrollo infantil del niño y de la niña menores de cinco años (msp, 2010). Las
primeras intentan dar las bases que sustentan las prácticas de crianza y su articulación
con el desarrollo infantil, con la pretensión de que se pueda contar con una gama de
herramientas que posibiliten ajustar las intervenciones de acuerdo a las características
y necesidades de cada niño y cada familia, así como según las particularidades del con-
texto. Lo segundo, por su parte, trata de orientar las intervenciones de acuerdo a las
necesidades de la etapa del desarrollo por la que transita el niño, y también es una refe-
rencia que permite, a partir de los resultados obtenidos en la evaluación del desarrollo
infantil, fortalecer en cada niño tanto aquellas dimensiones que van desarrollándose
aparentemente sin dificultades como aquellas que están más descendidas, y de acuer-
do a las respuestas contribuir a la toma de decisiones.
como responder a los llantos. Debe recordarse que si el adulto le presta atención al
niño, no lo está malcriando; por el contrario, logrará que llore cada vez menos.
Se ayuda a consolar al niño, en primer lugar, asegurándose de que no tiene
hambre o frío, ni está sucio o enfermo. En segundo lugar, arrullándolo en los brazos o
en una mecedora y balanceándolo suave y rítmicamente de un lado al otro; acaricián-
dolo o dándole palmaditas suaves en la espalda, o arropándolo con una manta que lo
envuelva ajustándose a su cuerpo, dejando al descubierto la cabeza y los brazos; ha-
blándole, cantándole, paseándolo, poniéndole música suave o haciéndole escuchar un
ruido rítmico o una vibración (prender un extractor o aspiradora); o, en brazos de los
padres, imitando sus expresiones faciales negativas de manera respetuosa; o dándole
un baño tibio si ya se le cayó el ombligo. Puede pasar que nada de esto funcione; en
estos casos es importante pedir ayuda a un familiar, amigo o vecino y dejarse ayudar.
A los padres los alivia y muchas veces el niño, al ver una cara distinta, se calma.
El niño necesita pautas y normas consistentes. Por un lado, hay que asegurarse
de que todos los que lo cuidan o participan de su crianza sigan las mismas normas y,
por otro, que estas se vayan adaptando a las capacidades del niño, es decir, a las habi-
lidades que va adquiriendo a medida que se desarrolla. La coherencia ayuda al niño a
saber qué puede esperar de su entorno, a la vez que le da seguridad.
Jugar no es algo que se le haga al niño desde afuera, sino que implica participar
junto con él, interactuando y compartiendo el disfrute e interés por lo que va sucediendo
y surgiendo, donde ambos protagonistas tienen mucho para decir y disfrutar juntos.
La detección temprana de problemas de lenguaje, auditivos u otro tipo de dificul-
tades en su desarrollo puede evitar que estos interfieran con otras áreas y con el proceso
de aprendizaje en la edad escolar. También es importante la consulta para descartar
posibles problemas en el desarrollo y crecimiento cuando el niño es muy retraído, muy
pasivo, está siempre triste, insatisfecho o enojado.
Si el niño recibe tratamiento debido a una patología, todos aquellos que lo atien-
den deben contactarse y coordinar las acciones con el equipo de especialistas o con el
profesional, para evitar acciones iatrogénicas y apoyar mejor al niño y a la familia.
A los niños prematuros por edad gestacional se les debe corregir la edad, al menos
hasta los dos años, para considerar en qué etapa del desarrollo se encuentran.
• Experiencias de exploración
Durante el cambio de pañales, cuidando la temperatura ambiente, permi-
tirle al niño en posición supina (boca arriba) tener oportunidades de pata-
lear con poca ropa, o que el adulto se acerque y se encuentren cara a cara, o
que le muestre un objeto llamativo y le hable. El niño responderá moviendo
sus piernas y brazos con diferentes intensidades. Durante el día, al tenerlo
en brazos, llevarlo unas veces de un lado y otras del otro.
Hacia la sexta semana de nacidos, la mayoría de los niños sienten si están in-
teractuando con el padre o la madre, saben lo que pueden esperar de cada uno y que
es algo diferente. Se asiste aquí al nacimiento de la conciencia cognitiva y emocional,
al reconocer el olor, la voz y diferenciar el rostro de la pareja parental (Brazelton y
Greenspan, 2005).
Se puede encontrar a niños de dos meses que debido a pautas familiares o
problemas biológicos no son capaces de emitir señales emocionales, pero también es
frecuente que puedan aprender.
• Experiencias de juegos
Al cambiarlo, dejarlo moverse libremente, con la menor cantidad de ropa
posible de acuerdo a la temperatura del ambiente, al menos una vez al día.
Hacia el tercer mes, también dejarlo jugar a patalear con libertad y con ac-
titud lúdica flexionar y estirar sus piernas, así como jugar a hacer bicicleta.
Jugar a los abrazos (acostado el niño boca arriba, abrir y extender los brazos
horizontalmente y cerrarlos, llevándolos a la línea media)
Permitirse estar boca abajo para fortalecer los músculos del tronco y la nuca.
En esta posición se puede jugar haciéndole cosquillas suaves a un lado y
otro de la columna, o pasándole suavemente la mano por la espalda, o mos-
trándole un objeto llamativo colocado en su campo visual (20 a 30 centíme-
tros) y moverlo lentamente en dirección ascendente, siempre sin forzar al
niño, siguiendo su ritmo y sus intereses. Cuando está en brazos en posición
vertical, rozarle la parte posterior del cuello suavemente con las manos o
una pluma, para que levante la cabeza.
Ofrecerle juegos de sostén: en los brazos, balancearlo con movimientos de
ascenso y descenso y laterales, acompañados de canciones o vocalizacio-
nes. Al principio a ritmo lento, y hacia el final del tercer mes combinarlos
• Experiencias de juego
Posibilitarle que juegue boca arriba con sus piernas y pies, para que intente
llevárselos a la boca; si no lo hace, observar si el espacio en que el niño se
encuentra a diario y su vestimenta se lo permiten y tratar de motivarlo para
ello. También darle la oportunidad, cuando se lo cambia de pañales, de que
juegue a patalear, y a sentir la resistencia en la planta de sus pies cuando
estos se apoyan en el abdomen del cuidador.
Jugar a rolar con él, acostados en el piso o en una cama; si el niño no lo logra
espontáneamente, se lo puede ayudar estimulando el movimiento desde el
hombro o la cadera.
Bailar, girar, moverse juntos al son de la música.
Tanto para el niño como para los padres es un período emocionante, de progresos muy
visibles en el desarrollo. Al adquirir la posición sedente, poder alcanzar objetos por sí
mismo y comenzar a tratar de mantenerse de pie, trasladarse en diferentes posiciones
y a veces dar los primeros pasos, el niño descubre desde otras perspectivas los objetos
Ofrecerle espacio para que se mueva libremente, cambie de posición (sentado, para-
do, acostado), se traslade, explore, experimente con su cuerpo diferentes sensaciones,
contribuyendo al proceso de adquisición de la noción de cuerpo propio, de las carac-
terísticas de los objetos y de las nociones espaciales.
Dejarlo experimentar en el piso con su cuerpo espontáneamente diferentes
posturas para beneficiar su equilibrio. Recordar que hay algunos niños que comien-
zan a pararse y dar los primeros pasos con apoyos, otros se sueltan a caminar, mien-
tras la mayoría se paran solos y se trasladan por el espacio en diferentes posiciones,
entre ellas el gateo, aunque este no es condición para la marcha; hay quienes la ad-
quieren sin pasar por él.
Invitar al niño a trasladarse colocándolo en el piso y dejando objetos que le
interesen dentro de su campo visual pero lejos de su alcance, para que vaya a buscar-
los.
Jugar a hacerle cosquillas, al topa-topa (el adulto toca, empuja con su cabeza el
abdomen del niño y cuando a este le agrada, responde con risas y carcajadas), a juegos
de sostén y de persecución.
surgirán otros.
• Experiencias de exploración
Permitirle utilizar la cuchara y el vaso a la hora de la alimentación, acep-
tando que haya momentos de juego junto con momentos en que el niño
intentará usarlos para alimentarse y beber. Reconocerle con palabras los
logros.
Dejarlo observar cuando se preparan los alimentos, presentárselos para que
sienta y aprenda los olores, sonidos, colores, gustos, texturas y su nombre,
cuidando su seguridad para evitar accidentes. Incluir también la posibili-
dad de que pueda tener a su alcance miguitas y pequeños trozos de comida
para que intente llevárselos a la boca usando los dedos en forma de pinza.
Proporcionarle masa para jugar, así como crayones y lápices gruesos con ho-
jas para dibujar, rayar.
Ofrecerle libros, revistas con imágenes que lo inciten a mirarlos, tocarlos;
señalar las imágenes. Dejarlo pasar las hojas por sí mismo, aunque saltee
algunas.
Durante el baño, permitirle que manipule diferentes objetos y juguetes, para
que experimente acciones de llenar y vaciar, de flotar y hundir.
Proporcionarle recipientes (cajas, baldes) y objetos de diferentes formas, co-
lores y tamaños para que tenga experiencias relacionadas con nociones
espaciales: llenar y vaciar, ubicación dentro y fuera, meter y sacar.
Procurarle objetos con huecos pequeños para que experimente metiendo los
dedos por los agujeros.
Ofrecerle cubos o cajas para que juegue a apilar, hacer torres, tirarlas y desar-
marlas. Mostrarle la acción y luego esperar, motivarlo a que lo haga él.
Animarlo a que intente lavarse las manos solo y trate de cepillarse los dientes,
al menos una vez al día.
Es la edad para que comience a utilizar el inodoro, lo cual no es aconsejable
antes de los 18 meses, pues solo se logra alargar el proceso y desinteresar-
lo. Para enseñarle el control de esf ínteres es necesario que el niño haya
adquirido la marcha con seguridad, haber pasado en parte la etapa del ne-
gativismo, dar señales de que quiere ser más independiente y de que está
muy interesado en imitar a sus padres y querer complacerlos. La mayoría
de los niños pueden iniciar este proceso entre los 18 y 24 meses; otros lo
harán más adelante. Tener presente que es un proceso que puede llevar
un largo tiempo, hasta los tres años, para que empiece a tener el control
peligros mayores.
El niño de esta edad espera y necesita de la protección de los adultos, pero cuan-
do le ponen límites se enoja y puede llegar a experimentar verdaderas rabietas y ataques
de furia (pega, golpea, se pega, grita, patalea). Se debe tener presente que este es el me-
dio con el que cuenta para afrontar las frustraciones y los impedimentos que se le pre-
sentan en la vida cotidiana. No se hace el vivo; es que no puede evitarlo, lo necesita para
saber cuáles son sus límites y aquellos de los adultos, a la vez que va evaluando el grado
de consistencia que tienen los adultos en aquello que le permiten hacer o no. Es proba-
ble que estas manifestaciones se presenten con mayor frecuencia en la casa y frente a
quienes lo cuidan a diario, mientras que se comporta sin problemas fuera del hogar o
con otras personas conocidas pero con las que no comparte la vida diaria. Esto muestra
que tiene confianza en sus padres o quienes cumplen este rol para poner a prueba sus
límites, y para que lo contengan cuando reacciona con emociones negativas.
Necesita poder manifestar estas emociones, al mismo tiempo que se lo debe
ayudar a que se exprese de manera lo menos violenta posible. Cuando está comenzan-
do a reaccionar se sugiere derivar la atención hacia otro lado; si esto no da resultado,
distraerlo, ignorarlo, siempre y cuando el enojo no implique morder, pegar, llorar y pa-
talear en exceso. En estos casos, contenerlo, sosteniéndolo a la vez que se le verbaliza
calmadamente que no debe comportarse así; llevarlo a otro espacio y dejarlo pensar,
que se le pase. Si se está en un lugar público y no se logra derivar su atención, sacarlo y
esperar a que se calme antes de volver. No usar castigos f ísicos, pues de esta forma no
se lo ayuda y se le va fijando el mensaje de que la agresión es una forma adecuada de
responder y resolver problemas.
Sus juegos son cada vez más complejos. Es capaz de crear y seguir secuencias
lógicas de acciones. Aprende que los números son para contar y comienza a incorporar
el concepto de dos. Sin embargo, entre estos avances cognitivos también se encuentra
una limitación: se atribuye todo lo que pasa a su alrededor, es decir, piensa que lo que
sucede es por su causa o resulta de algo que él ha hecho. En consecuencia, le cuesta
entender los conceptos de muerte, divorcio y enfermedad, y cuando eso sucede en su
entorno inmediato, tiende a responsabilizarse por ello.
Comienza a formarse imágenes mentales de objetos, acciones y conceptos. Es
capaz de solucionar problemas mentalmente, utilizando la técnica de ensayo y error, en
lugar de tener que utilizar los objetos f ísicamente, y avanza a medida que sus habilida-
des cognitivas y su capacidad de memorizar son mayores. También comienza a com-
prender mejor conceptos temporales (por ejemplo, antes y después) y a clasificar, pues
entiende mejor las relaciones entre los objetos. Además avanza en la noción de causa
y efecto, la cual busca experimentar prendiendo y apagando luces o prestando mucha
atención cuando se prenden y apagan electrodomésticos o juguetes de cuerda.
estos momentos.
• Experiencias de juego
Jugar a aparear: relacionar un objeto que tiene en la mano o se encuentra en
la habitación con imágenes similares que puede encontrar en un libro, en
una revista o en una pantalla.
Continuar con los juegos de imitación, incentivándolo a memorizar gestos y
mensajes.
Jugar a lo que es mío y lo que es tuyo. También a cantar y memorizar canciones
sencillas.
Ofrecerle papel para picar, rellenar, doblar y cortar con tijeras de punta roma.
Motivarlo y dejar que se desvista solo, y empezar a enseñarle a vestirse. En lo
posible, permitirle que se bañe solo.
Dejarlo ayudar en casa con tareas sencillas, así como que recoja y ordene los
juguetes.
Proporcionarle objetos para desenroscar y enroscar; estimularlo a que abra y
cierre las canillas.
• Experiencias de juego
Fomentar juegos creativos de construcción, de disfraces.
Jugar a hacer sombras en la pared.
Evitar que la tv se convierta en una niñera a tiempo completo. Supervisar los
programas, impedir que vea dibujos animados violentos, darse oportunida-
des de mirar y comentar juntos algún programa.
Jugar a decir (colores, formas, tamaños de los animales, objetos, juguetes), así
como a las adivinanzas.