Pedro Puig Adam

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D Pedro Puig Adam

Cuando se intenta hacer un resumen histórico de la investigación científica en España


durante la primera mitad del siglo XX, sorprende sobre todo el exiguo número de
personas que llevaron sobre sus hombros la labor de alzar esa investigación a niveles
con reconocimiento internacional, a partir prácticamente de la nada.
En el campo de las Matemáticas brillan con luz propia Rey Pastor y Puig Adam. Hemos
de referirnos ahora a la labor de este último, al que tanto debemos los que nos hemos
dedicado a la enseñanza de esa ciencia algunos años más tarde.
Don Pedro Puig Adam nació en Barcelona el 12 de Mayo de 1900. Era, por tanto, 22
años más joven que Cabrera, y tanto Torres Quevedo como Cajal le aventajaban en casi
medio siglo de edad. No cabe duda sobre la influencia que estas figuras, las dos
primeras sobre todo, tuvieron sobre él.
Precisamente la tesis doctoral de Puig Adam versó sobre “Resolución de algunos
problemas elementales de Mecánica Relativista Restringida” y fue publicada en 1923, el
mismo año en el que Blas Cabrera sacó a la luz su libro “Principio de Relatividad” y
poco después de que José María Plans diera a conocer su “Mecánica Relativista”. En
España, en aquellos tiempos, muy pocas personas eran capaces de comprender las
teorías que Einstein había dado a conocer algunos años antes y menos aún de poder
hacer aportaciones originales acerca de ellas.
A partir de su tesis doctoral, nunca abandonó su labor investigadora en Matemáticas y
de ello dan fe sus numerosas publicaciones a las que nos referiremos después. Pero no
convirtió nunca en profesión su tarea de creación matemática. Esta actividad fue el
espontáneo ejercicio de uno de sus impulsos vocacionales que le llevaban a buscar la
verdad y la belleza. Esta es la clave que nos permite entender bien las especiales
características de sus trabajos de investigación, que llenarían de sorpresa a quien los
estudiase sin haber conocido al autor. Sorprende, en efecto, ver la extraordinaria
profundidad y originalidad de sus hallazgos, en contraste con la brevedad que
caracteriza al desarrollo de sus consecuencias. Podríamos decir que, descubierto el filón
y comprobada su riqueza, lo entregaba enseguida a su explotación por los demás. Sólo
con sus ideas originales, un investigador minucioso hubiese tenido para toda una vida
de trabajo.
La inclinación de don Pedro hacia la investigación aplicada a los problemas técnicos es
una consecuencia directa de su manera de concebir las Matemáticas, del mismo modo
que sus estudios de Ingeniería no fueron simple concesión a consideraciones de orden
económico, sino una etapa esencial en su formación.
Una de las ideas más arraigadas en el pensamiento de Puig Adam es precisamente que
las Matemáticas, aun siendo de naturaleza abstracta, no deben desligarse nunca del
juego de abstracciones y concreciones que, por una parte, las originan, y por otra les dan
aplicación, so pena de perder lo más importante de su valor educativo y formativo, e
incluso de hacerse estériles para su evolución posterior. Por eso buscaba en la técnica
tanto una valiosa fuente de inspiración como un campo al que aplicar sus resultados. y
es buen ejemplo de ello toda su obra.
Como una prueba de su habilidad para descubrir estructuras matemáticas interesantes en
las actividades de la vida corriente, es decir, de llevar a cabo la operación de abstracción
a que nos referíamos antes, publicó sus trabajos sobre las curvas de distribución por
edades de una colectividad profesional y sobre una teoría matemática de escalafones
cerrados y sus aplicaciones a problemas de Hacienda y Previsión.
En esa línea de investigación en matemática aplicada, en 1949 publica un trabajo sobre
Un teorema general de funciones compuestas y sus aplicaciones geométricas y físicas, y
más tarde, otro sobre La transformación de Laplace en el tratamiento matemático de
fenómenos físicos. Ambos tienen un carácter que en apariencia es más metodológico
que de investigación, pero que, en realidad, arroja una nueva luz sobre esas cuestiones,
además de procurarles demostraciones más simples y generales que las usuales.
También son notables sus estudios sobre las catenarias de tensión mínima, y otros sobre
comportamiento de materiales ferromagnéticos, sobre la estabilidad del movimiento de
las palas del autogiro y sobre la absorción de la energía cósmica por la atmósfera.
En el año 1951 y en los dos siguientes publica sus trabajos sobre fracciones continuas
de cocientes incompletos diferenciales, que constituyen quizá la parte más original, más
interesante y más en consonancia con las ideas científicas de su autor.
Inspirado en la consideración de un fenómeno de interés técnico (la impedancia de una
línea eléctrica con autoinducción y capacidad repartidas a lo largo de ella), define una
función de partición aplicando a las diferenciales de dos funciones dadas el algoritmo de
las fracciones continuas y mediante un paso al límite análogo al que utiliza la definición
de la integral de Riemann, crea un funcional de la citada pareja de funciones que,
además de su posible aplicación al problema técnico que le dio origen, presenta
interesantes propiedades; por supuesto, no es lineal. Comparado con la integral de
Riemann, utiliza el algoritmo de las fracciones continuas en lugar de la suma, y así
como la primera resuelve la ecuación diferencial consistente en la obtención de la
función primitiva, este nuevo funcional constituye la solución natural de la ecuación de
Riccati.
En seis artículos científicos lanza la idea, la expone magistralmente y muestra el campo
de sus aplicaciones; no agota sus posibilidades. En cuanto ha hecho lo difícil, el
verdadero acto creador, abandona el tema. No se esmera en encontrar condiciones
suficientes de convergencia más ajustadas, no intenta generalizaciones, como podía
haber sido la de Stieltjes.
Había aportado la idea genial y cuando muchos esperaban que seguiría el fácil camino
que él se había abierto, asombra a todos con la publicación de un nuevo trabajo que
pronto alcanza resonancia internacional. Su título es modesto: Un ingenio eléctrico para
la resolución de problemas de lógica formal. En la traducción francesa, él mismo puso
“jouet” en lugar de “ingenio”. Se trata en realidad de una muestra muy ingeniosa de
cómo se puede hacer sencillo lo que hasta entonces se había hecho de modo
complicado, y de cómo esta sencillez de procedimiento puede arrojar nueva luz sobre el
problema. Por supuesto, tampoco agotó el tema.
Don Pedro Puig Adam tuvo una prolongada y apasionada actividad docente. Entró en el
Instituto San Isidro, como catedrático por oposición, en 1926. Era joven, de 26 años,
aunque antes ya había tenido experiencia docente en la Universidad y en el I. C. A. I.
Desde 1934 estuvo también al frente de la Cátedra de Cálculo de la Escuela de
Ingenieros Industriales. Ese constante contacto con alumnos de todas las edades le llevó
a preocuparse profundamente por la enseñanza de las Matemáticas, al observar que la
mayor parte de esos alumnos parecían padecerla más que disfrutar con sus beneficios.
Esta reflexión le hizo centrar cada vez más sus actividades en torno a la Didáctica
Matemática, con el fin de mejorar las enseñanzas de la aritmética, del álgebra, de la
geometría y del cálculo en todos los niveles, que en aquella época necesitaban una
profunda revisión. La enseñanza de las Matemáticas caía entonces en la primaria en un
exceso de empirismo y en el bachillerato en un prematuro logicismo, con un vacío
difícilmente salvable entre ambos Puig Adam tenía brillantes ideas acerca de este
problema, inspiradas siempre en un sentimiento de amor a los demás, especialmente a
sus alumnos y a todos los alumnos del futuro, que le llevaron a consagrar su vida a
servirles con sus contribuciones a la mejora de la enseñanza.
Comenzó ejercitando sus hallazgos con los discípulos del Instituto San Isidro, con lo
que consiguió, en poco tiempo, elevar considerablemente el prestigio de ese Centro,
hasta el punto de que tuvo entre sus alumnos al Infante don Juan de Borbón, a nuestro
actual Rey, entonces príncipe don Juan Carlos, y a su hermano el Infante don Alfonso,
que falleció en Estoril. En el Instituto, no sólo fueron discípulos suyos los alumnos de
bachillerato, sino también los compañeros que compartían con él la docencia, entre los
que me encontraba yo.
Partía de la idea de que las Matemáticas manejan un conjunto de representaciones
idealizadas, que por su sencillez son aptas para el razonamiento deductivo, pero que han
sido obtenidas de una realidad enormemente compleja, a través de un proceso de
abstracción. Si los resultados obtenidos a través de esas representaciones han de
utilizarse en la realidad compleja, es necesario un nuevo paso de concreción.
El trabajo del matemático se realiza exclusivamente sobre esas sencillas
representaciones abstractas, ajeno completamente a su origen y sin atender a su futura
aplicación. Pero, como nos explicó en su maravillosa conferencia “El papel de lo
concreto en la Matemática”, en la enseñanza de las matemáticas nunca se debe ignorar
el papel de esos procesos de abstracción y concreción que le dan origen y finalidad.
Hacía notar también el importante papel que la intuición desempeñaba en la labor del
investigador matemático y, aunque en su producto final, abstracto y de naturaleza
lógico-deductiva, no quedase rastro de esa intuición, era improcedente, e incluso
fraudulento, ocultar al alumno cómo había sido obtenido. Había, por el contrario, que
ayudarle a desarrollar su intuición orientada al manejo de los entes matemáticos. Había
que enseñarle que la intuición no puede suplantar al razonamiento, pero casi siempre es
su origen.
Esa concepción del objeto de la enseñanza de las Matemáticas, unido a un conocimiento
profundo de la psicología infantil, le llevó a establecer las bases de un didáctica
matemática que definió como activa y eurística (palabra ésta que él escribió siempre sin
h). Más tarde, en 1956, recogió algunos de sus trabajos en ese sentido en un precioso
libro titulado “Didáctica matemática eurística”.
Comprendió pronto que el ámbito del Instituto San Isidro resultaba estrecho para el
desarrollo de sus ideas renovadoras y que era necesario materializarlas en una colección
de libros de texto que cambiase radicalmente la marchita metodología empleada en los
que eran usuales en la época, pero le asustaban la magnitud de la empresa y las
dificultades editoriales que suponía.
Comentó sus sueños con Rey Pastor, que también estaba preocupado por la deplorable
calidad de los libros de matemáticas que se utilizaban en el bachillerato; don Julio se
percató inmediatamente de la capacidad de Puig Adam para hacer una obra renovadora,
y mostrando una gran fe en sus posibilidades, le invitó a preparar una colección
completa de nuevos textos, desarrollando las brillantes ideas que tenía sobre la
enseñanza de las matemáticas. Había que vencer la timidez de don Pedro, pero insistió,
ofreciéndole colaborar y firmar la obra conjuntamente, así como resolverle los
problemas de edición y distribución.
Puig Adam se puso a la labor y el resultado fue la publicación durante los años treinta,
de una colección de textos que supusieron una verdadera revolución en la didáctica de
las matemáticas: eran algo totalmente distinto de lo que se había utilizado anteriormente
y produjeron un saludable efecto en la enseñanza, no sólo directamente, sino a través de
las innumerables copias, verdaderos plagios a veces, que surgieron inmediatamente.
La colección de textos se fue adaptando a los distintos planes de bachillerato que se
sucedieron, conservando su original concepción y mejorando cada vez su presentación.
Los beneficios de la innovación didáctica que motivaron, alcanzaron a toda la población
de habla española.
De todo el trabajo que supuso la redacción de esos libros, fue destacable especialmente
el dedicado a renovar la forma de enseñar la geometría, por lo que pensó que merecía la
pena el esfuerzo de publicar un “Curso de Geometría Métrica” que recogiese sus
originales ideas sobre la enseñanza de esa ciencia. Fue impulsado a ello, en 1944, por la
Escuela de Ingenieros Industriales, que deseaba mejorar la preparación de los alumnos
que concurrían a las pruebas de ingreso, pero don Pedro aborrecía el mismo concepto de
“preparación” y escribió un curso que buscaba más una formación fundamental que una
preparación para superar unas pruebas.
Su propósito, ampliamente cumplido, en esa obra, publicada en 1947, fue “despertar el
respeto al rigor sin ahogar la intuición”. Su redacción, aparte de sus valiosas
aportaciones didácticas, comprendía construcciones de gran originalidad, que dieron
lugar a publicaciones científicas en la Revista Matemática Hispano-Americana.
La primera innovación fue la de elegir como punto de partida los axiomas del
movimiento en sustitución de los de congruencia, habitualmente utilizados por los
autores anteriores. Puig Adam explica brillantemente por qué prefiere hacerlo así,
siguiendo las ideas de Klein: «Los axiomas de la congruencia - dice - conducen
invariablemente a la “triangulación” de la Geometría, al rígido reticulado euclídeo cuyas
mallas triangulares aprisionan las figuras dictando leyes de igualdad y de proporción.
Más educativo parece caracterizar desde un principio los movimientos y ligar a cada
figura aquellas transformaciones que ponen de manifiesto sus propiedades».
Todo el libro es fiel a esta idea, tan certeramente expuesta, y a pesar de que casi todos
sus capítulos versan sobre temas clásicos de Geometría, la unidad que preside su
construcción y la originalidad de su desarrollo, lo convierten en una preparación
excelente para una iniciación posterior a los aspectos más modernos de la Geometría.
Poco después, en 1950, publicó un libro en dos tomos, como auxilio a sus alumnos de la
Escuela de Ingenieros Industriales: “Cálculo Integral” y “Ecuaciones Diferenciales”,
ambos como “Cursos aplicados a la Física y la Técnica”. Sin ser tan innovadores como
el de Geometría, están escritos con tanta habilidad didáctica que aun hoy día, medio
siglo después, nuestros alumnos de ingeniería siguen encontrando en ellos un apoyo útil
y grato para su formación.
Debido a la labor de unos esforzados pioneros, las matemáticas españolas, a mediados
de siglo, se habían hecho ya un sitio en los medios científicos mundiales, con un plantel
de jóvenes, tan esforzados como escasos en número. A retaguardia quedaba, no
obstante, el punto débil de los problemas didácticos, cuyo olvido no era ajeno a esa
escasez de peones.
A cubrir ese frente acudió Puig Adam, que se dio cuenta de que donde su labor era más
necesaria y podía ser más fecunda, era en el campo de la Didáctica Matemática. A esta
disciplina dedicó sus mejores esfuerzos en los últimos años de su vida. Era consciente
de que entre los caminos que se le ofrecían, era ése el más espinoso, en el que había de
encontrar mayores incomprensiones y menos ocasiones de recoger éxitos fáciles.
La experiencia docente directa de don Pedro en el Instituto San Isidro en los años
cincuenta, aun siendo ejemplar, le resultaba un tanto penosa, con clases de más de 100
alumnos, falta de medios, rígida reglamentación y necesidad de “preparar” las diversas
reválidas y exámenes de estado. El declive de la enseñanza oficial en aquellos años le
ocasionó grandes amarguras que trató de compensar presentado sus ideas en diversas
publicaciones internacionales y en algunas maravillosas conferencias. Su labor no fue
reconocida como merecía, ni por la Administración ni por el profesorado español de
matemáticas en general, con algunas excepciones.
Llegaron, en cambio, noticias de sus hallazgos a las grandes figuras de la Didáctica
Matemática en el mundo y pronto comenzó a intercambiar sus experiencias con el
profesor belga W. Servais, con la italiana Emma Castelnuovo, con la francesa Lucienne
Félix, con el alemán F. Drenkhan y con tantos otros.
Especialmente inició una gran amistad con el profesor Caleb Gateño, que visitó España
en 1955 para dar a conocer sus famosas “regletas de color” (o material de Cuisenaire).
Venía de la Universidad de Londres, pero hablaba un perfecto español, aprendido en su
infancia, como judío sefardita, con lejanos antepasados procedentes de Zaragoza. Era
entonces secretario de la “Comisión Internacional para el Estudio y la Mejora de la
Enseñanza Matemática” , creada cinco años antes por iniciativa suya, y pronto
reconoció el gran valor de los trabajos de Puig Adam, por lo que apoyó calurosamente
su propuesta de que la 11ª Reunión de esa Comisión se celebrase en Madrid.
En 1957 tuvo lugar efectivamente esa Reunión bajo el título de “El Material de la
Enseñanza Matemática”, coincidiendo con una brillante “exposición de modelos y
material didáctico matemático”. Ambos acontecimientos, de gran repercusión
internacional, tuvieron su sede en el Instituto San Isidro y a ellos asistieron, no sólo las
grandes figuras citadas antes, sino otros muchos investigadores de gran renombre. La
descripción del material expuesto allí, en gran parte creado por don Pedro, quedó
recogida por éste en un libro que, con el título de “El Material Didáctico Matemático
Actual” , fue publicado, con algún retraso, por la Revista “Enseñanza Media” del
Ministerio de Educación Nacional.
En España, estos dos acontecimientos de rango internacional fueron acogidos, salvo
algunas excepciones, con lamentable indiferencia, de la que don Pedro se quejaba
amargamente, por lo que suponía de menosprecio para la Didáctica Matemática, y para
la Enseñanza Media en general. En contraste con esa situación, a partir de ellos, Puig
Adam fue considerado en toda Europa como una de las principales figuras mundiales de
la Didáctica Matemática.
Poco después don Pedro reunió sus principales aportaciones a la citada Reunión y la
Exposición aneja, con algunas de sus conferencias y trabajos anteriores, dando lugar a
un maravilloso libro que con el título de “La Matemática y su Enseñanza Actual” se
publicó en 1960, es decir, en el año de su fallecimiento, por lo que tan sólo llegó a ver
sus pruebas de imprenta. Tampoco llegó a ver publicado su innovador libro de
“Matemáticas para el Curso Preuniversitario” que apareció ese año.
En “La Matemática y su Enseñanza Actual” podemos encontrar piezas tan valiosas
como su conferencia sobre “La Matemática y la Belleza” , la titulada “Sobre la
enseñanza eurística de la Matemática” o la genial “Lo concreto en la Enseñanza
Matemática”. Y también, sirviendo casi de testamento, su “Decálogo de la Didáctica
Matemática Media” , que deberíamos tener presente siempre en nuestras clases.
La Sociedad “Puig Adam” de Profesores de Matemáticas, creada en 1983, tomó para
ella el nombre del maestro, que conserva con orgullo, y recientemente ha adoptado
como logotipo una figura basada en la que don Pedro dibujó para la portada del libro
últimamente mencionado.
La obra de don Pedro Puig Adam ha trascendido a toda la docencia española y rebasado
nuestras fronteras. En España, los que nos hemos iniciado en las Matemáticas en los
últimos años, debemos expresar nuestra gratitud por lo que su obra ha allanado el
camino de nuestra formación.

Julio Fernández Biarge


Discípulo y colaborador de Puig Adam
Miembro Fundador de la Soc. Puig Adam

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