DIPLOMADO EN DIVULGACIÓN DE LAS HUMANIDADES
ENSAYO DE EVALUACIÓN. MÓDULO 2.
MARIO ALBERTO ISLAS FLORES
Difundir-promover-divulgar como actividad indisoluble
Introducción
El objetivo es plantear la necesidad de actuar de manera articulada en términos de difusión
promoción y divulgación, a partir de la hipótesis de que es por lo menos cuestionable decir que la
actividad de divulgación de las humanidades y ciencias sociales es pobre; es decir, que no es
cierto que existan pocas actividades en ese sentido, sino que no existe la suficiente interacción o
integración de las tres áreas para lograr el objetivo principal: acercar las CSH a un público amplio.
***
Pensar en la divulgación de las humanidades no resulta tan sencillo si consideramos que,
de inicio, definir el propio término es un proceso complejo, puesto que se relaciona con el
humanismo, cuyos orígenes se pueden rastrear desde el Renacimiento, como lo señala Rivero
Franyutti (2013), aunque como objeto de estudio se remonta incluso al mundo clásico. Algo similar
pasa con las ciencias sociales, de las cuales encontramos tantas clasificaciones casi como el
número de universidades y facultades dedicadas a ellas. Este aspecto, que podría traducirse en
una identidad un tanto inasible, se refleja también en la diversidad de publicaciones existentes
sobre CSH, tal como el exhaustivo índice elaborado por Curiel, Ramírez y Sierra (2007) lo
consigna. De tal forma, afirmar que existen pocos materiales de difusión relacionados con las
humanidades y las ciencias sociales sería por lo menos impreciso. La enorme cantidad de revistas
reportadas por dichos autores y la pluralidad de sus temáticas (desde literatura, arte y cultura en
general hasta economía, sociología o música rock) confirman su buen estado de salud; por lo
tanto, el asunto no sería definir cuantitativamente si se generan productos de divulgación o
difusión, sino si los existentes cumplen con su cometido, esto es, si realmente llegan a un pú blico
más allá de las fronteras universitarias o disciplinares. A esto se debe añadir el hecho de que
algunas publicaciones se constituyen como espacios de interacción y supervivencia para grupos de
intelectuales, por ejemplo, la Revista de la Universidad, Letras Libres, entre otras.
Para ilustrar el punto, podemos continuar con el repaso de medios disponibles. Además de
las revistas, en el ámbito periodístico se puede apreciar que los principales periódicos del país (El
Universal; La Jornada; Reforma; Milenio) tienen suplementos culturales y algunos incluso de
divulgación de las ciencias (naturales); además, de acuerdo con el Sistema Público de
Radiodifusión del Estado Mexicano, contamos “con 26 estaciones [emisoras públicas] ubicadas en
20 Estados de la República, lo que permite una cobertura aproximada de 49.72%* a nivel nacional”
(www.spr.gob.mx/), medios que incluyen canales de televisión como TV UNAM, Once TV y Canal
22, donde los contenidos culturales y de difusión de las ciencias tienen una importante presencia.
También se deben considerar ahí las estaciones radiofónicas públicas, como Radio Educación,
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Radio UNAM y las estaciones del Instituto Mexicano de la Radio. No obstante, en el ambiente
académico se puede advertir una percepción generalizada de una deficiencia en cuanto a
actividades de difusión y divulgación de las CSH.
El caso de la UNAM es de particular interés, ya que cuenta tanto con emisoras de
televisión como de radio, además de múltiples medios impresos. Estos espacios idealmente
deberían garantizar una divulgación de las ciencias (en general) eficiente; aunque lo que se reporta
es que respecto a las CSH no es así. La crítica, en todo caso, radica en que el conocimiento
académico de las CS parece invisibilizarse, pues los productos disponibles se centran en la
divulgación de las ciencias naturales, por un lado, o en las artes y la literatura, por el otro, lo que en
otros términos denominan difusión cultural. Al respecto, Sánchez Islas (2009, 8) menciona, por
ejemplo, que la Encuesta de Percepción Pública de la Ciencia y la Tecnología 2005 “evidenció que
existe un desinterés dentro de la población en general por temas vinculados con las ciencias
sociales”. En ese sentido, los saberes disciplinarios quedan relegados a sus propios campos de
conocimiento al no contar con un público potencialmente amplio, como al que supuestamente
están destinadas las artes o la difusión de hallazgos de las ciencias naturales.
A la presencia de la Universidad en medios masivos de comunicación podemos agregar su
fuerte actividad editorial, pues si revisamos su catálogo de publicaciones, la cantidad de títulos la
coloca como una de las principales editoriales del país, y dentro de esta actividad, sus colecciones
de divulgación son destacadas, tal como el Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades
lo confirma, con las ejemplares colecciones Nuestros Clásicos o la Bibliotheca Scriptorum
Graecorum Romanorum Mexicana o Biblioteca del Estudiante Universitario.
De tal suerte, mi reflexión me lleva a considerar que el problema (por decirlo de alguna
forma) no pasa por el volumen de productos de divulgación de CSH que una universidad sea capaz
de generar, sino que, desde mi punto de vista, hay una desarticulación entre las actividades
involucradas en la dinámica de transmisión del conocimiento, a saber: difusión, promoción y
divulgación. La propuesta es que cada una de las áreas no puede olvidar a la otra si pretende tener
éxito. Un escenario ideal debería considerar, desde la planeación de un producto de divulgación,
cuál será su ámbito de difusión, de qué manera se adaptará el contenido para ser accesible y cómo
se presentará para atraer a ese público meta que se definió de antemano.
Para introducirnos al tema, podemos repasar lo que se menciona en el número de la
revista Encuentros2050 dedicado a los términos difusión, promoción, divulgación. En cuanto al
primer término, Ayala Blanco menciona que “en ciencias sociales y humanidades puede
entenderse como la socialización de conocimientos, información y mensajes, en códigos o
lenguajes de alcance universal. […] que abarque un extenso espacio en una unidad geográfica,
sociopolítica y cultural; por lo tanto, la difusión tiene como tarea principal transmitir al público en
general los conocimientos adquiridos en los procesos de investigación” (2019, 12). En este sentido,
destaca el factor del alcance, es decir, de la voluntad de que los conocimientos lleguen a la mayor
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cantidad de personas posibles, pues “es la acción de difundir, que se traduce como extender,
derramar, dispersar, divulgar, propagar y diseminar algún tipo de conocimiento […] una forma de
socialización y comunicación entre personas (Ayala Blanco 2019, 12), y aquí me parece
interesante destacar la última parte en tanto deja ver la importancia de la interacción y esboza una
forma dialógica de la difusión.
Por otro lado, en cuanto a la promoción, Estrada Castro, citando a Mota, resalta su carácter
intencional, pues cuando se realiza promoción se pretende estimular el interés hacia una cosa o
persona y tiene un fin concreto. A su vez, menciona:
“… la promoción efectiva se orienta a lograr en los ciudadanos certidumbre respecto a una
situación contextual, política, social, económica y cultural que pudiera resultar caótica y compleja
[…] sin la correcta construcción de un discurso, el contenido político podría quedar en una esfera
demasiado ambigua e incomprensible para los ciudadanos, por lo que los efectos de legitimación
serían prácticamente nulos. Asimismo, la promoción discursiva permite crear un marco de
legibilidad a partir del cual las personas puedan comprender” (Estrada Castro 2019, 20).
Lo mencionado por Estrada Castro lleva a un punto importante implícito en la promoción: la
persuasión. En el mismo tenor, Peña García menciona que la promoción “pretende persuadir al
consumidor para que compre determinados bienes y servicios (2019, 24). Su propuesta concreta
es emplear herramientas de la publicidad para lograr que las CSH superen las fronteras del á mbito
académico: “Hacer más visibles las Ciencias Sociales y las Humanidades, enfatizar su atractivo, su
riqueza, sus contribuciones a la vida social”. Aunque no pierde de vista que para la comunidad
académica esto suele generar cierta aversión, por lo que menciona: “La renuencia a poner énfasis
en la promoción se basa en la idea de que lo importante es el conocimiento, no su publicitación. Se
parte del supuesto de que, si los resultados de las investigaciones son pertinentes y de excelencia,
encontrarán eco en los espacios extracientíficos” (Peña García 2019, 24). A fin de subsanar el
riesgo percibido por el campo, Peña García introduce un factor trascendental para toda actividad
humana: la ética, en este caso, hacia la ciencia, por lo que invita a mantener la seriedad y
rigurosidad científica. Es decir, emplear estrategias promocionales provenientes de un ámbito
comercial no significa necesariamente traicionar la rigurosidad de la investigación y del
conocimiento; emplearlas se orienta más a iniciar ese diálogo necesario con aquellos a quienes en
muchas ocasiones se dirige el conocimiento (o quienes fueron objeto de investigación social),
puesto que “Los públicos semiespecializados o no especializados poco se acercan a mundos tan
intrincados y complejos como los de las ciencias; pero es justamente dentro de esos sectores
sociales donde existe mayor necesidad de las aportaciones de los saberes científicamente
probados, y donde también éstos pueden tener influencias positivas decisivas” (Peña García 2019,
25).
En cuanto a la divulgación, tanto Lince Campillo (2019) como Granados (2019) enfatizan la
necesidad de hacer entendible un conocimiento con determinado grado de especialización a un
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público más amplio; es decir, de hacerlo del dominio del vulgo, entendido como público no
especializado. Es decir, “el significado del término divulgación pues, no sólo hace referencia a la
acción de extender o difundir un conocimiento entre la población, sino también a la forma en la que
se hace, puesto que estos conocimientos científicos deben presentarse de forma asequible e
inteligible para esa población” (Solanas, Martorell y Serra 2013, 817). Esto es importante porque,
como menciona Granados, las actividades de divulgación requieren la centralidad del papel del
lector (o destinatario); por lo tanto, si el objetivo es atraer a un público lego hacia el conocimiento
derivado del discurso de especialistas, no se puede soslayar la necesidad de poner en sintonía el
lenguaje:
La divulgación científica requiere un doble proceso de adaptación. Por un lado, es
necesario traducir el lenguaje científico –de carácter especializado o técnico– al registro estándar,
con el objeto de facilitar su comprensión al público en general. Por otro lado, el divulgador científico
debe realizar una labor de simplificación. Este proceso, como argumenta Calvo, siempre conlleva
un cierto “factor de riesgo” (Calvo 1999, 15), en tanto que el divulgador opta deliberadamente por
omitir cierta información en aras de lograr una mayor comprensión por parte de la audiencia
(Solanas, Martorell y Serra 2013, 819).
A partir de lo anterior, considero fundamental considerar los tres términos en el momento
de plantear una actividad de divulgación del conocimiento científico, en particular, de las CSH. Se
debe considerar la diversidad de enfoques, materias, medios, canales y sobre todo, públicos o
receptores objetivo. El caso de las CSH tiene la característica peculiar de que pueden involucrarse
en cualquier actividad, ya sea desde una disciplina u otra, o a partir de la trans o multidisciplina;
dad su naturaleza, están presentes en cada interacción humana, de una forma u otra, e inciden (a
veces de forma imperceptible) en nuestra calidad de vida. Por ejemplo, “en nuestro país, en menos
de 50 años se han logrado prácticas cívicas muy sanas, como actitudes antirracistas, legalización
de la igualdad de sexos, mayor tolerancia política y religiosa, mejoría en la libertad de expresión y
conciencia de derechos humanos” (Barba Ahuatzin 2006, 79); en buena medida, esto se debe a la
difusión de conocimientos derivados de las CSH, de ahí la importancia de que la mayor cantidad de
personas accedan a ellos, pero más aun, que los comprendan a cabalidad.
Las estrategias de comunicación-difusión-divulgación deben centrarse en un cuidadoso
análisis del circuito comunicativo (emisor-receptor-mensaje) pero con énfasis en el destinatario,
pues en general, el trabajo de divulgación consistirá en escoger los demás elementos de manera
pertinente en función de las características de a quién va dirigido el mensaje. En concreto: en
primer lugar, elegir al especialista (si no es propio investigador o productor de conocimiento) que
cumpla con rasgos de carácter o personalidad afines a su público, o que tenga la capacidad de ser
empático ante él; extraer el contenido en función de las capacidades esperadas del público, es
decir, no es pertinente desestimar las capacidades del público, pero el mensaje tampoco debe ser
más profundo o especializado que el nivel esperado (p. ej. grado escolar), de ahí la importancia de
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definir de antemano el segmento de población al que se orienta el mensaje, de lo contrario, se
corre el riesgo de que no exista congruencia entre los canales de difusión elegidos y el destinatario
final, o sea, que materialmente no llegue el producto. Posteriormente, se debe definir el alcance
buscado junto con el objetivo, porque de ahí derivará también el grado de adaptación necesario en
términos del lenguaje; es decir, el objetivo de una colección de divulgación del tipo de Biblioteca del
Estudiante Universitario o Nuestros Clásicos, no pretende adaptar a un lenguaje más accesible sus
textos, sino poner a disposición de todo el estudiantado y del público en general aquellos textos
considerados canónicos para el aprendizaje y la construcción de una cultura general sólida. No
obstante no se descuida al lector, pues la inclusión de paratextos (prólogos, introducciones,
estudios introductorios) cumplen con el papel de acercar y contextualizar el contenido. De igual
forma, como se aprecia en la figura 1 tomada del estudio de Sánchez-Mora (2016), definir al
público interesado o al que se destina el mensaje permitirá elegir de mejor manera todas las
estrategias relacionadas, y con ello, mejorar las posibilidades de éxito. Esto incluye también las
técnicas o actividades de promoción, que a veces pueden ser como tal una actividad de
divulgación, y no perder la seriedad en términos de contenidos. Un ejemplo de ello es la infografía,
un formato informativo que conjuga recursos gráficos con la presentación de datos acerca de un
tema específico pero con una fuente (normalmente) confiable la cual se consigna de manera
simplificada. Esta estrategia, de amplia circulación en los medios actuales, demuestra su eficacia
porque se puede compartir fácilmente y sus cualidades facilitan la comprensión del mensaje,
además, cuando se realiza de manera adecuada, atrae a su lector para profundizar en el contenido
que plantea. No obstante, no basta con tener un producto “ideal” de divulgación, ya que de poco
serviría si no sale de su contexto de origen. Ahí entra en juego la difusión, entendida como la
capacidad de hacer llegar a la mayor cantidad de público posible un mensaje. De tal suerte, se
puede apreciar que cuando hablamos de divulgación de las ciencias (o de la cultura científica) en
realidad hablamos también de la difusión y la promoción.
Figura 1
Componentes del campo comunicación pública de la ciencia, sus objetivos, medios y resultados
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Fuente: Sánchez-Mora (2016).
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Referencias bibliográficas
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Curiel Defossé, Fernando, Carlos Ramírez y Antonio Sierra. 2007. Índice de las revistas culturales
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Estrada Castro, Luis Jaime. 2019. “Promoción y comunicación política: una estrategia
performativa”. Encuentros2050 3 (30): 18-20.
Granados, Tomás. 2019. “Visita a la torre de marfil: sobre los libros de divulgación”.
Encuentros2050 3 (30): 32-34.
Lince Campillo, Rosa María. 2019. “Algunas reflexiones en torno a divulgar”. Encuentros2050 3
(30): 28-31.
Peña García, Alejandro. 2019. Promover las Ciencias Sociales y las Humanidades: el papel de los
especialistas”. Encuentros2050 3 (30): 24-27.
Rivero Franyutti, Agustín. 2013. “¿Qué son hoy las humanidades y cuál ha sido su valor en la
universidad?”. Revista de la Educación Superior 52 (168): 81-100.
Sánchez Islas, Liliana. 2009. “La presencia de las ciencias sociales en la divulgación de la ciencia.
Análisis temático de las revistas: Ciencia y Desarrollo, ¿Cómo ves? y Conversus”. Tesis de
maestría en Comunicación, Universidad Nacional Autónoma de México.
Sánchez-Mora, María del Carmen. 2016. “Hacia una taxonomía de las actividades de comunicación
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Solanas García, Isabel, Cristina Martorell Castellano y Carolina Serra Folch. 2013. “La divulgación
científica en ciencias sociales a través de las exposiciones: un estudio de caso”. Historia y
Comunicación Social 18 (E): 815-826.