ECOLOGÍA
ECOLOGÍA
ECOLOGÍA
Roberto Andrés
El capitalismo ha llevado a la interrupción de un complejo ciclo natural que tardó millones de años
en estabilizarse y evolucionar. Miles de científicos en el mundo han declarado a nuestro planeta
en emergencia climática, una situación crítica de peligro evidente para la vida en él, mientras que
millones de jóvenes en el mundo se han movilizado en el último año para denunciar a las grandes
corporaciones y exigirles a los gobiernos medidas urgentes y radicales para evitar la catástrofe
ecológica que se avecina.
El año 2019 marcó un punto de inflexión en la lucha contra la crisis climática con la aparición de un
nuevo fenómeno juvenil a nivel internacional, cuatro huelgas mundiales (las “climate strike”),
nuevos movimientos como Fridays for Future o Extinction Rebellion, que se expandieron
rápidamente por todo el mundo, y la formidable movilización de más de siete millones de
personas a finales de septiembre durante la Semana de Acción Climática (la más grande
movilización coordinada desde las protestas contra la Guerra de Irak) de la que participaron unos
70 grandes sindicatos.
La irrupción de los trabajadores irlandeses del astillero Harland and Wolff, que ocuparon las
instalaciones exigiendo su nacionalización ante la quiebra de la empresa y reclamando su
reconversión tecnológica para combatir la crisis climática, plantea la perspectiva de la unión entre
la clase trabajadora, con sus históricos métodos de lucha, y el movimiento estudiantil, que ya
viene impulsando el paro internacional con movilización frente a la causa climática. Todo esto
sumado a la aparición de fenómenos aberrantes, por un lado, con Trump, Bolsonaro y los
nacionalismos xenófobos en Europa y, por otro lado, la emergencia del “socialismo millennial”, el
“fenómeno Greta” como un movimiento centennial que refleja una crisis generacional y una crisis
de las instituciones clásicas de la política y gestión ambiental, las luchas contra el ajuste y por los
derechos de los refugiados. Esto obliga a los revolucionarios socialistas a actualizar el marco
teórico-estratégico, cuyo telón de fondo es la tendencia a la descomposición de las condiciones
naturales de producción.
En el marco de la crisis climática y ecológica global, es vital sentar las bases para una política
socialista que se proponga abiertamente enfrentar la crisis climática. En vísperas de la Semana de
Acción Climática de 2019, nuestra corriente internacional Fracción Trotskista - Cuarta
Internacional (FT-CI) emitió una declaración de apoyo a la huelga climática en español, inglés,
portugués, alemán, catalán, italiano y francés, titulada “El capitalismo destruye el planeta,
destruyamos el capitalismo”. En ella dimos cuenta de “la necesidad de combatir el cambio
climático con medidas drásticas”, explicando la gravedad de la crisis en el plano social;
denunciamos los intentos fraudulentos de sectores del imperialismo de pretender dar una salida
racional a la crisis a través del capitalismo verde (o variantes neokeynesianas como el Green New
Deal); dimos cuenta de la relevancia del movimiento juvenil, sus límites y potencialidades, y
ofrecimos un “programa transicional anticapitalista para evitar la catástrofe” invocando el llamado
de la revolucionaria socialista polaca Rosa Luxemburg, “socialismo o barbarie”.
Para el desarrollo de este artículo se han tomado como referencia los aportes hechos por los
científicos del Programa Internacional Biosfera Geosfera y de la ciencia del Antropoceno y los
Límites planetarios: el físico teórico Hans Schellnhuber, los químicos atmosféricos Wil Steffen y
Paul Crutzen, el geógrafo físico Frank Oldfield, la oceanógrafa Katherine Richardson, el historiador
ambiental John McNeill, los geólogos Jan Zalasiewicz y Mark Williams, el climatólogo James
Hansen y el científico ambiental Johan Rockström, entre otros, así como también los aportes y el
desarrollo hecho por los sociólogos marxistas Ian Angus (Facing the Anthropocene: Fossil
Capitalism and the Earth System Crisis) y John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York (The
Ecological Rift: Capitalism´s War in the Earth).
La segunda revolución copernicana y el sistema Tierra
“Los instrumentos de aumento óptico provocaron una vez la revolución científica que puso a la
Tierra en su contexto astrofísico correcto”, señaló Schellnhuber en la prestigiosa revista Nature en
1999. Quinientos años después de Copérnico, Cusano y Galileo,
Si bien esto ha sido posible porque −tal como indica Schellnhuber− en las últimas tres décadas
nuevos instrumentos tecnológicos han estado disponibles (satélites diseñados para recopilar
información acerca del estado del planeta, sistemas informáticos capaces de transmitir y analizar
vastas cantidades de datos, sondas marinas que envían información en vivo y en directo sobre la
composición del agua, etc.), también esto se volvió necesario porque la comunidad científica
comenzó a darse cuenta de que las armas nucleares, los químicos que destruyen el ozono y los
gases de efecto invernadero podrían perturbar radicalmente el estado general del planeta con
consecuencias potencialmente catastróficas para toda la humanidad [2].
Estas discusiones alcanzaron gran notoriedad en las reuniones del Consejo Internacional de
Ciencias (ICSU), institución que agrupa a más de 31 uniones científicas del mundo (como la Unión
Internacional de Química Pura y Aplicada, la Unión Internacional de Física Pura y Aplicada y la
Unión Geográfica Internacional, entre otras), y 120 sociedades científicas nacionales, como el
Conicet de Argentina, la Academia Brasileña de Ciencias y la Academia Mexicana de Ciencias, así
como también FLACSO y CLACSO. Tras una serie de simposios e informes en los encuentros del
ICSU en Varsovia, Polonia (1983) y Ottawa, Canadá (1985), se recomendó la creación de un
programa internacional de investigación. Así, en 1986 el Consejo Internacional de Ciencias lanzó el
Programa Internacional Biosfera-Geosfera (IGBP), “el programa de cooperación científica
internacional más grande, complejo y ambicioso jamás organizado”, según indicó en ese momento
Juan G. Roederer, miembro de la Unión Geográfica Norteamericana.
Su objetivo consistía, por una parte, en a) desarrollar “una ciencia sustantiva de integración,
uniendo las piezas de manera innovadora e incisiva hacia el objeto de comprender la dinámica del
sistema de soporte vital planetario en su conjunto”; y, por otra parte, b) “describir y comprender
los procesos interactivos físicos, químicos y biológicos que regulan todo el sistema Tierra, el
ambiente único que proporciona para la vida, los cambios que están ocurriendo en ese sistema y
la forma en que estos cambios están influenciados por las actividades humanas” [3].
Un resultado fundamental del IGBP ha sido la definición del sistema Tierra. Tal como señalan el
químico atmosférico Will Steffen y el geógrafo físico Frank Oldfield, se trata del “conjunto de ciclos
interactivos físicos, químicos y biológicos de escala global (a menudo llamados ciclos
biogeoquímicos) y flujos de energía que proveen las condiciones necesarias para la vida en el
planeta”.
a) “Se trata de un sistema materialmente cerrado que tiene una fuente única primaria de energía
externa, el Sol”;
b) “Los principales componentes dinámicos del sistema Tierra son un conjunto de procesos físicos,
químicos y biológicos interconectados que circulan (transportan y transforman) materiales y
energía en formas complejas y dinámicas dentro del sistema. Los forzamientos y
retroalimentaciones dentro del sistema son, al menos, tan importantes para su funcionamiento
como los conductores externos”;
c) “Los procesos biológicos/ecológicos son una parte integral del funcionamiento del sistema
Tierra, y no solo los receptores de cambios en la dinámica de un sistema fisicoquímico. Los
organismos vivos son participantes activos, no simplemente receptores pasivos”;
d) “Los seres humanos, sus sociedades y sus actividades son un componente integral del sistema
Tierra, y no son una fuerza externa que perturba un sistema natural. Hay muchos modos de
variabilidad natural e inestabilidades dentro del sistema, así como cambios impulsados
antropogénicamente. Por definición, ambos tipos de variabilidad son parte de la dinámica del
sistema Tierra. A menudo son imposibles de separar por completo e interactúan de formas
complejas y, a veces, de refuerzo mutuo”;
e) “Las escalas de tiempo consideradas en la ciencia del sistema Tierra varían según las preguntas
que se hacen. Muchos problemas de cambio ambiental global consideran escalas de tiempo de
décadas a un siglo o dos. Sin embargo, una comprensión básica de la dinámica del sistema Tierra
exige la consideración de escalas de tiempo mucho más largas para capturar la variabilidad a largo
plazo del sistema, comprender la dinámica fundamental del sistema y poner en contexto el
conjunto actual de los rápidos cambios a escala global que ocurren dentro del sistema. Por lo
tanto, los enfoques de modelado paleoambiental y pronóstico son fundamentales para la ciencia
del sistema Tierra” [4].
El proceso de síntesis de las investigaciones del IGBP comenzó a tener lugar en la medida que se
acercaba el nuevo milenio y sus diversos proyectos preparaban informes exhaustivos sobre lo que
se había aprendido en diez años. Sus nueve proyectos centrados en aspectos amplios del sistema
Tierra, incluidos los ecosistemas terrestres, la química atmosférica y los ecosistemas oceánicos,
contribuyeron al objetivo del IGBP de producir una imagen integrada de la naturaleza y dirección
de las transformaciones planetarias.
Sin embargo, el proyecto más importante de todos, en sus objetivos como en sus resultados, fue el
proyecto Past Global Changes (PAGES), encargado de proporcionar una comprensión cuantitativa
del clima y del medioambiente pasado de la Tierra. “Hay muchas maneras de mirar hacia adelante
en el tiempo. Una de las más divertidas (y en ocasiones también de las más aterradoras) es la del
‘Forward View Mirror’, es decir, la contemplación del futuro mediante la reflexión sobre el
pasado”, había señalado Schellnhuber en Earth System Analysis and the Second Copernican
Revolution. “Si estimamos que los médicos hayan desentrañado los misterios del cuerpo humano
por más de tres milenios, más estimaremos desentrañar los misterios de la física de la Tierra o
‘cuerpo de Gaia’”.
La destacada importancia del proyecto PAGES reside en que no podemos comprender la dinámica
y dirección de la Tierra cambiante actual a menos que sepamos cómo las condiciones actuales
difieren de las del pasado:
Dos ejemplos de los resultados sorprendentes de esta nueva ciencia integrada del sistema Tierra
son, por un lado, el descubrimiento de la relación estrecha que existe entre los ciclos de
Milankovitch (nombrados así en homenaje al ingeniero serbio que los calculó minuciosamente en
la década de 1920) y el ciclo del carbono terrestre: las pequeñas cantidades de enfriamiento o
calentamiento causadas por el balanceo del globo en el espacio actúan como desencadenantes
que hacen que los océanos absorban o liberen dióxido de carbono, con lo cual se producen
“cambios abruptos y desproporcionados con respecto a los cambios de la radiación solar
entrante”. Por otro lado, hoy se sabe que la última vez que la concentración atmosférica de CO2
había alcanzado las 410 partes por millón (ppm), como ocurrió hace unos meses, fue durante el
Plioceno, un periodo geológico del Cuaternario previo al Pleistoceno y el Holoceno, ubicado hace
cinco millones de años, cuando el nivel del mar alcanzaba los 20 metros por sobre el nivel actual y
la biosfera tendía a ser más tropical.
“Ningún registro es más intrigante que la ‘respiración’ rítmica del planeta tal como se revela en
los registros del núcleo de hielo de Vostok”, señaló en el Newsletter del IGBP Will Steffen,
vicepresidente ejecutivo [6]. El “patrón metabólico planetario notablemente regular demostrado
por el núcleo de hielo de Vostok” proporcionó “un panorama fascinante del metabolismo de la
Tierra durante cientos de miles de años”. Los mecanismos exactos de este “sistema de control
estricto” aún no se comprenden en forma íntegra, pero no hay duda de que el CO2 atmosférico es
la perilla de control del termostato de la Tierra [7].
Geología de la humanidad
Si bien es necesario destacar, como se señaló anteriormente, que “los seres humanos, sus
sociedades y sus actividades son un componente integral del sistema Tierra, y no son una fuerza
externa que perturba un sistema natural”, uno de los principales descubrimientos del Programa
Internacional Biosfera-Geosfera es que
las actividades humanas ahora son tan penetrantes y profundas en sus consecuencias que
afectan a la Tierra a escala global de formas complejas, interactivas y aparentemente
aceleradas. Los humanos ahora tienen la capacidad de alterar el sistema Tierra de
maneras que amenazan los procesos y componentes, tanto bióticos como abióticos, de los
que depende la especie humana [8].
“La rápida expansión de la humanidad en número y la explotación per cápita de los recursos de la
Tierra ha continuado rápidamente”, señaló en el año 2002 el químico atmosférico neerlandés y
premio Nobel de química Paul Crutzen en Geology of Mankind.
Durante los últimos tres siglos, la población humana se ha multiplicado por diez a más de
seis mil millones y se espera que alcance los diez mil millones en este siglo. La población
de ganado que produce metano ha aumentado a 1.400 millones. Alrededor del 30–50 %
de la superficie terrestre del planeta es explotada por humanos. Las selvas tropicales
desaparecen a un ritmo acelerado, liberando dióxido de carbono y aumentando la
extinción de las especies. La construcción de presas y la desviación de ríos se han
convertido en un lugar común. Más de la mitad de toda el agua dulce accesible es utilizada
por la humanidad. Las pesquerías eliminan más del 25 % de la producción primaria en las
regiones oceánicas de surgencia y el 35 % en la plataforma continental templada. El uso de
energía se ha multiplicado por 16 durante el siglo XX, causando 160 millones de toneladas
de emisiones de dióxido de azufre atmosférico por año, más del doble de la suma de sus
emisiones naturales. Se aplica más fertilizante nitrogenado en la agricultura que el que se
fija de forma natural en todos los ecosistemas terrestres. La producción de óxido nítrico
por la quema de combustibles fósiles y biomasa también anula las emisiones naturales. La
quema de combustibles fósiles y la agricultura han provocado aumentos sustanciales en
las concentraciones de gases de efecto invernadero: dióxido de carbono en un 30 % y
metano en más del 100 %, alcanzando sus niveles más altos que en los pasados
cuatrocientos milenios, con más por seguir. Hasta ahora, estos efectos han sido causados
en gran medida por solo el 25 % de la población mundial. Las consecuencias son, entre
otras, la precipitación ácida, el smog fotoquímico y el calentamiento climático. Por lo
tanto, según las últimas estimaciones del Panel Intergubernamental sobre el Cambio
Climático (IPCC), la Tierra se calentará entre 1,4° y 5,8° C durante este siglo [9].
El planeta ahora está dominado por actividades humanas. Los cambios humanos en el
sistema Tierra son múltiples, complejos, interactivos, a menudo exponenciales en
velocidad y globalmente significativos en magnitud. Afectan a todos los componentes del
sistema Tierra: suelos, costas, atmósfera y océanos. Las fuerzas impulsoras humanas para
estos cambios, tanto próximos como últimos, son igualmente complejas, interactivas y con
frecuencia conectadas en todo el mundo. La magnitud, la escala espacial y el ritmo del
cambio inducido por el hombre no tienen precedentes. Hoy, la humanidad ha comenzado
a igualar e, incluso, superar algunas de las grandes fuerzas de la naturaleza para cambiar la
biosfera e impactar otras facetas del funcionamiento del sistema Tierra. En términos de
ciclos de elementos fundamentales y algunos parámetros climáticos, los cambios
impulsados por el hombre están empujando al sistema Tierra fuera de su rango operativo
normal. Además, las estructuras de las biosferas terrestres y marinas han sido
significativamente alteradas directamente por las actividades humanas. No hay evidencia
de que el sistema Tierra haya experimentado previamente estos tipos, escalas y tasas de
cambio. El sistema Tierra se encuentra ahora en una situación no análoga, mejor conocida
como una nueva era en la historia geológica de la Tierra, el Antropoceno.
Como admite el marxista canadiense Ian Angus, no se trata de una exageración o una suposición,
sino de la conclusión central de uno de los proyectos científicos más grandes jamás emprendidos,
lo que requiere que pensemos en nuestro planeta de una manera completamente nueva [10].
Will Steffen recuerda: “Los científicos del proyecto de paleoambiente del IGBP estaban
informando sobre su última investigación, refiriéndose a menudo al Holoceno, la época geológica
más reciente de la historia terrestre, para establecer el contexto de su trabajo. Paul,
vicepresidente del IGBP, se estaba volviendo visiblemente agitado con este uso y después de que
el término Holoceno fuera mencionado nuevamente, los interrumpió: “Dejen de usar la palabra
Holoceno. No estamos más en el Holoceno. Estamos en el… el… (buscando la palabra correcta) ¡el
Antropoceno!” [12].
Para entonces Crutzen era un científico superestrella, siendo −según el Instituto de Formación
Científica− el más citado en los últimos diez años en el mundo de las geociencias. En 1995 había
ganado el Nobel por haber ayudado a demostrar que los productos químicos ampliamente
utilizados estaban destruyendo la capa de ozono en la atmósfera superior, con efectos
potencialmente catastróficos para la humanidad. En su discurso de aceptación dijo que su
investigación lo había convencido de que el balance de fuerzas en la Tierra había cambiado
dramáticamente: “las actividades humanas habían crecido tanto que podían competir e interferir
con los procesos naturales”.
Los geólogos británicos Jan Zalasiewicz y Mark Williams, junto a McNeill, Crutzen, Steffen y otros,
periodizaron en 2014 el tránsito entre el Holoceno y el Antropoceno. En When did the
Anthropocene begin? A mid-twentieth century boundary level is stratigraphically optimal
indicaron:
1. “Existe una creciente conciencia de los primeros impactos humanos en el paisaje, en términos
de modificación del hábitat, cambio biótico terrestre, cambio microbiótico marino como
consecuencia de los cambios en el uso de la tierra ya en 3.700 BP (before present; antes del
presente) y, en parte relacionado con esto, una hipótesis de que la agricultura temprana alteró los
niveles de dióxido de carbono lo suficiente (elevándolos de 260 a 280 ppm sobre varios miles de
años) para mantener el calor estable del Holoceno y evitar o retrasar la transición a la siguiente
fase glacial. Esto ha llevado a apoyar un concepto de “Antropoceno temprano”.
2. “Las primeras propuestas del Antropoceno vincularon claramente el inicio del Antropoceno con
la Revolución industrial, a principios del siglo XIX, tras la invención de la máquina de vapor por
James Watt. Esto marca el cambio de un largo período de crecimiento lento, aunque desigual, de
la población humana, expansión de la modificación agrícola del paisaje y uso de energía,
principalmente de una combinación de leña y potencia muscular, a un intervalo de rápido
crecimiento de la población, crecimiento urbano e industrialización impulsada por el uso creciente
de combustibles fósiles”.
3. Sin embargo, “el examen de la historia ambiental más reciente ha identificado una fase de
mayor crecimiento de la población, crecimiento económico global y el cambio ambiental asociado
a partir de mediados del siglo XX, después del final de la Segunda Guerra Mundial. Esto se ha
denominado la ‘Gran Aceleración’. Incluye, por ejemplo, la mayor parte del aumento en los niveles
de dióxido de carbono desde tiempos preindustriales, el aumento del automóvil privado, una
intensificación muy grande en la agricultura, hecha posible por el mayor uso de energía y por el
mayor uso de fertilizantes, y el fenómeno que llamamos ‘globalización’. Representa un umbral
pronunciado y relativamente agudo en la modificación humana del medioambiente global, y la
gran extensión de los efectos discernibles en áreas muy distantes de los centros urbanos ya ha
llevado a sugerir que se puede colocar un límite de Holoceno/Antropoceno alrededor de este
nivel” [14].
Incluso, Zalasiewicz y compañía van más allá y han propuesto “un nivel límite apropiado aquí por
ser el momento de la primera explosión de bomba nuclear del mundo, el 16 de julio de 1945 en
Alamogordo, Nuevo México. Se detonaron bombas adicionales a una tasa promedio de una cada
9,6 días hasta 1988, y las consecuencias mundiales correspondientes se identificaron fácilmente
en el registro quimiostratigráfico. Por lo tanto, los depósitos de Antropoceno serían aquellos que
pueden incluir la señal de radionúclidos artificiales primarios distribuidos globalmente, mientras
que también se reconocen utilizando una amplia gama de otros criterios estratigráficos. Esta
sugerencia para el límite entre el Holoceno y el Antropoceno puede, en última instancia, ser
reemplazada, ya que el Antropoceno se encuentra solo en sus primeras fases, pero debe seguir
siendo práctico y efectivo para ser utilizado por, al menos, la generación actual de científicos”.
Como un cambio radical en la actividad humana en la Tierra, la “Gran Aceleración” (este periodo
que se corresponde con el inicio del boom de posguerra y continúa con el periodo de
contrarreformas neoliberales o “globalización”), parece reflejarse también −según la evidencia
actual−, en otros marcadores estratigráficos. Éstos incluyen:
c) “La creación y la amplia dispersión (global) de nuevos materiales hechos por el hombre y
artefactos que pueden considerarse tecnofósiles en el medioambiente (casi todos los desechos de
plástico y aluminio desechados en los sedimentos superficiales datan de mediados del siglo XX, por
ejemplo)”;
f) Un “paso significativo en la tasa de aumento del cambio biótico antropogénico, incluidas las
invasiones aceleradas de especies en tierra y mar que alteran las composiciones de especies en un
amplio espectro de comunidades terrestres y marinas, de manera que dejarán una clara señal
paleontológica a medida que avanzamos en el futuro”.
g) “Una señal significativa en el hielo polar marcada por indicadores como el plomo de la gasolina
de características isotópicas diferentes que el plomo romano de la fundición que forma una señal
anterior”.
h) “Aceleración en la quema de hidrocarburos que ha producido gran parte del aumento de 120
ppm en los niveles de dióxido de carbono atmosférico desde mediados del siglo XX y, por lo tanto,
gran parte de la señal de isótopos de carbono asociada”.
i) “La mayoría de los restos fósiles creados por el hombre se derivan de la perforación de
sedimentos y rocas. La perforación de petróleo es a menudo particularmente profunda […] Estos
restos fósiles antropogénicos durarán decenas de millones de años”.
j) “Un aumento masivo en el tráfico de petroleros marinos que ha llevado a numerosos derrames
accidentales de petróleo en las costas a nivel mundial (especialmente a lo largo de las rutas de los
petroleros)”.
k) “Un número creciente de grandes represas (por ejemplo, Asuán) que han reducido radicalmente
la escorrentía y el suministro de arena y limo a los mares costeros a nivel mundial, lo que lleva a la
retirada de los grandes deltas” [15].
Aunque ha venido teniendo un creciente uso desde hace dos décadas, el concepto Antropoceno
como nueva época o periodo geológico aún no ha sido definido oficialmente por la Comisión
Estratigráfica Internacional. No es algo extraño en geología. Conceptos como Hádico o Terciario
tienen también uso extendido, aunque ya no sean oficialmente reconocidos como épocas
geológicas. En la perspectiva de su reconocimiento oficial, Zalasiewicz y el Grupo de Trabajo del
Antropoceno (AWG) presentaron en 2019 su libro The Anthropocene as a Geological Time Unit: A
Guide to the Scientific Evidence and Current Debate, que
presenta la evidencia geológica que sustenta la definición del Antropoceno como una
época geológica, escrito por un equipo internacional de alto perfil encargado de analizar
su posible adición a la escala de tiempo geológico. Discute la estratigrafía antropocena y
los cambios en curso en el sistema Tierra, incluyendo el clima, los océanos y la biosfera.
no radica tanto en ver dentro de él las ‘primeras huellas de nuestra especie’, sino en la
escala, importancia y longevidad del cambio en el sistema Tierra. Los humanos
comenzaron a desarrollar una influencia creciente en el sistema Tierra hace miles de años,
pero generalmente regional y altamente diacrónica. Con el inicio de la Revolución
industrial, la humanidad se convirtió en un factor geológico más pronunciado, pero desde
nuestro punto de vista actual, fue a partir de mediados del siglo XX que el impacto
mundial de la Revolución industrial acelerada se volvió global y casi sincrónico” [16].
Más que la aparición de una nueva época geológica estable, el tránsito al Antropoceno marca el
comienzo del fin del Holoceno, o más ominosamente, el comienzo del fin del Cuaternario. Es decir,
se trata de un evento terminal, una forma de referirse a las extinciones en masa que a menudo
separan las eras geológicas.
Sin embargo, como indican los científicos del IGBP, “enumerar el amplio conjunto de cambios
biofísicos y socioeconómicos que se está produciendo no captura la complejidad y la conectividad
del cambio global, ya que no se incluyen los numerosos vínculos e interacciones entre los cambios
individuales”. En 2007, una investigación comenzó “a identificar cuáles de los procesos de la Tierra
son más importantes para mantener la estabilidad del planeta tal como lo conocemos”, y a
determinar qué se debe hacer “para mantener condiciones similares a las del Holoceno”. Esto
llevó al concepto clave de “límites planetarios”.
El proyecto fue iniciado por el Centro de Resiliencia de Estocolmo y dirigido por el científico
ambiental Johan Rockström. Entre sus colaboradores se encuentran Paul Crutzen, Will Steffen, el
exdirector del Instituto Goddard de la NASA James Hansen, la oceanógrafa Katherine Richardson, y
una veintena más de científicos. Hicieron una primera presentación de sus conclusiones en 2009,
titulada “A safe operating space for humanity” [17], en vísperas de la Conferencia de Copenhague,
y una reactualización en 2015, titulada “Planetary boundaries: Guiding human development on a
changing planet”, en vísperas de la Cumbre de París.
con una probabilidad incómodamente alta, a un estado muy diferente del sistema Tierra,
uno que probablemente sea mucho menos hospitalario para el desarrollo de las
sociedades humanas. El marco de los límites planetarios tiene como objetivo ayudar a
guiar a las sociedades humanas lejos de esa trayectoria al definir un “espacio operativo
seguro” en el que podamos seguir desarrollándonos y prosperar. Lo hace al proponer
límites para la perturbación antropogénica de procesos críticos del sistema Tierra.
Respetar estos límites reduciría en gran medida el riesgo de que las actividades
antropogénicas pudieran llevar inadvertidamente al sistema Tierra a un estado mucho
menos hospitalario.
El estudio de los límites planetarios identificó nueve procesos, estrechamente vinculados entre sí:
3. Flujos biogeoquímicos (antes “ciclos del nitrógeno y el fósforo”). Aunque, “el límite original fue
formulado solo para fósforo (P) y nitrógeno (N)”, el grupo de Rockström ahora propone “un límite
planetario más genérico para abarcar la influencia humana en los flujos biogeoquímicos en
general”. El ciclo del carbono está cubierto en el límite de cambio climático, pero aún no ha sido
establecido un límite para el silicio. Los fertilizantes que contienen nitrógeno y fósforo se usan
ampliamente en la agricultura moderna. El 50 % del nitrógeno termina en lagos, ríos y océanos,
donde puede provocar cambios abruptos en el ecosistema, como la tristemente conocida “zona
muerta” en el Golfo de México. Para el fósforo, basado en la prevención de un evento anóxico
oceánico (oxígeno agotado) a gran escala, se establece el límite global en un flujo sostenido de 11
Tg P año-1 desde los sistemas de agua dulce hacia el océano; y a nivel regional, para evitar la
eutrofización generalizada, a un flujo de 6,2 Tg P año-1. El límite regional se aplica principalmente
a las tierras de cultivo. En el caso del nitrógeno, el límite global para prevenir la eutrofización de
ecosistemas acuáticos es de 62 Tg N año-1 a partir de la fijación biológica industrial.
4. Agotamiento del ozono estratosférico. Productos químicos basados en los CFC ampliamente
utilizados destruyen el ozono que bloquea la radiación ultravioleta. La variable de control es la
concentración de ozono (O3) en unidades Dobson (DU) y el límite ha sido establecido en 275 DU.
“Este límite solo se transgrede sobre la Antártida en la primavera austral, cuando la concentración
de O3 cae a 200 DU. Sin embargo, la concentración mínima de se ha mantenido estable durante
15 años y se espera que aumente en las próximas décadas a medida que el agujero de ozono sea
reparado. Este es un ejemplo en el cual, después de que un límite haya sido transgredido
regionalmente, la humanidad ha tomado medidas efectivas para retornar el proceso dentro del
límite”.
5. Acidificación oceánica. Está íntimamente relacionada con la variable de control del cambio
climático, el CO2. Este gas se disuelve en el mar, por lo que su agua se vuelve mucho más ácida.
Esto afecta la supervivencia de corales, moluscos y plancton, lo que lleva al colapso de las redes
alimenticias y una reducción drástica de la fauna. “La concentración de iones H+ libres en la
superficie del océano ha aumentado aproximadamente un 30 % en los últimos 200 años debido al
aumento del CO2 atmosférico”, señala Rockström. “Esto a su vez influye en la química del
carbonato en las aguas oceánicas superficiales. Específicamente, reduce el estado de saturación de
omega aragonita (Ωarag), una forma de carbonato de calcio constituida por muchos organismos
marinos. En Ωarag < 1, la aragonita se disolverá. El límite propuesto es de ≥ 80 % del promedio
global anual. En la actualidad, Ωarag es aproximadamente igual al 84 % del valor preindustrial. Este
límite no se transgrediría si se respetara el límite de cambio climático de 350 ppm de CO2”.
6. Uso de agua dulce. Las extracciones significativas para usos agrícolas e industriales están
agotando los principales acuíferos, mientras que el derretimiento de los glaciares está eliminando
la fuente de agua de muchos ríos. El uso mundial actual de agua asciende a unos 2.600 kilómetros
cúbicos al año, un nivel menor al límite global de 4.000 km3/año, pero en muchas zonas las
extracciones son superiores a los límites regionales. La variable de control a nivel global es el uso
consultivo de agua azul (ríos, lagos, embalses y reservas renovables de agua subterránea). Para la
variable de control el grupo de Rockström se basó en “el concepto de Flujos de Aguas Ambientales
(EWF), que define el nivel de los flujos de los ríos para diferentes características hidrológicas de las
cuencas fluviales adecuadas para mantener un estado del ecosistema de regular a bueno”.
7. Cambio del sistema de tierras (antes “cambio del uso del suelo”). Alrededor del 42 % de la tierra
sin hielo se usa para agricultura: esa tierra sostenía el 70 % de las praderas del mundo, el 50 % de
las sabanas y el 45 % de los bosques templados caducifolios. La pérdida de esta tierra reduce la
biodiversidad y tiene efectos negativos en el clima y en los sistemas de agua. El límite se enfoca
“en una restricción específica: los procesos biogeofísicos en los sistemas de tierras que regulan
directamente el clima: intercambio de energía, agua e impulso entre la superficie terrestre y la
atmósfera. La variable de control es la cantidad de cobertura forestal restante, ya que los tres
biomas forestales principales (tropical, templado y boreal) desempeñan un papel más importante
en el acoplamiento de la superficie terrestre y el clima que otros biomas”. El límite a nivel de
bioma para bosques tropicales y boreales se ha establecido en 85 %, y el límite para bosques
templados se ha propuesto en 50 %. Es casi seguro que estos límites se alcanzarían si se respetara
el límite propuesto de 90 % del Índice de Integridad de la Biosfera (BII).
a) “Dos de los límites planetarios –el cambio climático y la integridad de la biosfera– se reconocen
como límites planetarios “centrales”, en función de su importancia fundamental para el sistema
Tierra. El sistema climático es una manifestación de la cantidad, distribución y equilibrio neto de
energía en la superficie de la Tierra. La biosfera regula los flujos materiales y energéticos en el
sistema Tierra, y aumenta su resiliencia ante el cambio abrupto y gradual”;
b) “Los niveles de perturbación antropogénica de cuatro de los procesos del sistema Tierra
(cambio climático, integridad de la biosfera, flujos biogeoquímicos y cambio del sistema de tierras)
exceden los límites planetarios propuestos”.
La razón fundamental por la cual nuestra sociedad es incapaz de responder de manera efectiva a
esta crisis planetaria pasa por el hecho de que se trata de un problema estructural del sistema
capitalista. Es característica interna de la economía capitalista ser esencialmente ilimitada en su
expansión. El “impulso para acumular capital” no reconoce límites físicos. Todos los obstáculos son
tratados como simples barreras a ser superadas en una secuencia infinita.
Karl Marx, en los Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse),
considerados los borradores de su obra cumbre El capital y solo publicados póstumamente en
1939, explica que
Según lo señalado por los sociólogos marxistas John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York en
The Ecological Rift (Capitalism’s War in the Earth):
No debería sorprender, entonces, que los economistas ortodoxos o neoclásicos, que se
preocupan principalmente por articular las necesidades del sistema capitalista, se hayan
resistido rotundamente (o minimizado) a la noción de que existen límites físicos
insuperables para el crecimiento económico más allá de los cuales la viabilidad ecológica
del planeta está comprometida.
A esto deberemos sumar que “la noción de “desarrollo sostenible”, aunque es un concepto
esencial en el contexto de la creciente crisis ecológica en la medida en que enfatiza la necesidad
de la sostenibilidad ecológica, a menudo se ha utilizado como una categoría para reforzar la
necesidad de mantener el crecimiento económico”. Sin embargo, “la noción de que la producción
económica, en general, bajo el sistema actual puede expandirse continuamente sin desperdicio
ecológico y degradación (la hipótesis de la desmaterialización) va en contra de las leyes básicas de
la física”.
El capitalismo socava las dos fuentes de donde manan los elementos que permiten la satisfacción
de las necesidades materiales y espirituales de la humanidad: la naturaleza y el trabajador.
Respecto a la explotación de la naturaleza y su capacidad de absorción ambiental, el capital
desplaza los costos de esta explotación sobre la propia Tierra, incurriendo así en una enorme
deuda ecológica que se va acumulando progresivamente mientras se expande el capital. Cuando el
capitalismo es relativamente pequeño puede seguir expandiéndose hacia el exterior (como en los
inicios de la Revolución industrial), desplazando de esta forma la deuda ecológica, a menudo sin
ningún reconocimiento de los costos. Una vez que el capitalismo comienza a acercarse no solo a
sus límites regionales, sino también a los limites planetarios, la creciente deuda ecológica se
volverá cada vez más precaria, amenazando con un colapso ecológico. Esto es, en esencia, la crisis
del sistema Tierra, lo que dinamita las fantasías decadentes de un “capitalismo verde”.
Cada una de las nueve grietas ecológicas del planeta constituye en sí misma una crisis ecológica
global, revelando que los límites del sistema Tierra no están determinados por la escala física pura
de la economía, sino por divisiones particulares en los procesos naturales que se generan. Algunas
grietas, que han superado los límites planetarios, proyectan la desestabilización del sistema Tierra
tal como lo hemos conocido en nuestra historia, es un “alerta roja” en donde la humanidad se
encamina hacia grandes cambios abruptos e irreversibles, los puntos de inflexión. Otras brechas
emergentes son apenas menos amenazantes, lo que se refuerza si consideramos que el sistema
Tierra es un sistema integrado e interactivo.
En el siglo XIX, en el contexto del robo de nutrientes del suelo por parte de la gran industria
británica (los ciclos del nitrógeno y el fósforo) y su envío a las ciudades en forma de alimento y
ropa, contribuyendo a la contaminación de los barrios obreros y el Támesis, Marx introdujo al
pensamiento revolucionario la noción de “fractura metabólica”, una fractura “irreparable bajo el
capitalismo” en el intercambio de recursos materiales y energéticos entre la humanidad y la
naturaleza [21]. Argumentó en favor de la restauración de ese metabolismo para garantizar la
sostenibilidad ambiental en pos de las futuras generaciones, lo que implicaba una transformación
revolucionaria del régimen social y político, de las fuerzas productivas forjadas en el capitalismo y
de las relaciones de producción en las que se basan no solo las relaciones sociales sin que también
la relación con la naturaleza. Es decir, en la proyección de una sociedad de productores libres que
regulen racionalmente su metabolismo con la naturaleza, viviendo en armonía con ella. Esta
última puede verse como un tejido formado por innumerables procesos, relaciones e
interacciones, cuyo desgarro finalmente resulta en un colapso del sistema ecológico. En este
sentido, el análisis metabólico sirve como un medio para estudiar estas complejas relaciones de
degradación ecológica y sostenibilidad, mientras que el concepto-guía de “fractura metabólica” es
fundamental para pensar desde el marxismo clásico una política socialista acorde a los desafíos
planteados por la crisis del sistema Tierra en general y la crisis climática en particular, un
“socialismo climático”, es decir, un socialismo que apunte a restablecer, por ejemplo, el ciclo del
carbono dentro de los límites planetarios, un socialismo que surja como un movimiento real en
respuesta a las actuales contradicciones del capitalismo, una revolución destinada a alinear las
relaciones sociales de producción con las condiciones de sostenibilidad ecológica.
NOTAS AL PIE
[1] Schellnhuber, H. J. “Earth System Analysis and the Second Copernican Revolution”, Nature,
402, 1999:19.
[2] Para un análisis más detallado ver: Ian Angus, Facing the Anthropocene: fossil capitalism and
the Earth System Crisis, Nueva York, Monthly Review Press, 2016; y John Bellamy Foster, Brett
Clark y Richard York, The Ecological Rift: capitalism’s war in the Earth, Nueva York, Monthly Review
Press, 2011.
[3] “The Earth System”, en Steffen, W. et al. Global Change and the Earth System: A Planet Under
Pressure, Nueva York, Springer Verlag, 2004, p. 7.
[4] Idem.
[10] El Programa Internacional Biosfera Geosfera concluyó en 2015, “después de tres décadas de
fomentar la investigación colaborativa internacional y la síntesis sobre el cambio global”. Sin
embargo, su sitio web www.igbp.net permanecerá accesible hasta 2026. Un archivo electrónico de
documentos importantes quedó a disposición del ICSU, mientras que la versión impresa quedó en
manos de la Real Academia de Ciencias de Suecia, que alojó sus oficinas. Como señaló en su
comunicado de despedida, “los proyectos y redes del IGBP, por supuesto, continuarán en el
futuro. Muchas subcomunidades ya han hecho la transición a Future Earth, lo que marca un
cambio radical en la forma en que se diseñará, producirá y comunicará la investigación del cambio
global”.
[11] Ver Paul J. Crutzen, ob. cit. También Ian Angus, ob. cit., p. 27.
[12] Steffen W., “Commentary”, 486. Y Ian Angus, ob. cit., 28.
[13] Will Steffen; Paul J Crutzen; John R McNeill. The Anthropocene: Are Humans Now
Overwhelming the Great Forces of Nature?, Ambio, diciembre 2007; 36, 8; Sciences Module, 614.
[14] Zalasiewicz, J., et al., “When did the Anthropocene begin? A mid-twentieth century boundary
level is stratigraphically optimal”, Quaternary International, 2014, p. 3.
[16] Ídem.
[17] J. Rockström et al., “A safe operating space for humanity”, Nature, 461, 2009, pp. 472–475.
[18] W. Steffen et al., “Planetary boundaries: Guiding human development on a changing planet”,
Science 347, 2015, p. 736.
[20] Karl Marx, Plusvalía y fuerza productiva, en El capital, del cuaderno III. Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858. Volumen 1, México
DF, Siglo XXI Editores, 1971, pp..276-277.
[21] Este concepto ha sido rescatado por Paul Burkett en Marx and Nature: A Red and Green
Perspective de 1999, por John Bellamy Foster en Marx’s Ecology: Materialism and Nature de 2000
y, más recientemente, por el alemán Elmar Altvater en Engels neu entdecken: Einführung in die
“Dialektik der Natur” und die Kritik von Akkumulation und Wachstum (Redescubriendo a Engels:
Introducción a la “Dialéctica de la naturaleza” y la crítica de la acumulación y el crecimiento) de
2015, y el japonés Kohei Saito en Karl Marx’s Ecosocialism: Capital, Nature and the Unfinished
Critique of Political Economy de 2017. En 2016 Foster y Burkett publicaron su obra colaborativa
Marx and the Earth: An Anti-Critique, a través de la cual respondían a las principales críticas
hechas a Marx’s Ecology: Materialsm and Nature.