Supuestos Especiales de Responsabilidad Civil (Obligaciones)

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UNIVERSIDAD PARTICULAR DE CHICLAYO

FACULTAD DE DERECHO Y EDUCACIÓN


CARRERA PROFESIONAL DE DERECHO

“SUPUESTOS ESPECIALES DE RESPONSABILIDAD


CIVIL”
INTEGRANTES:

CESPEDES MUNDACA CLAUDIA

PAREDES CAVERO CINTHYA

RIVERA JIMENEZ JULISSA

CURSO:

DERECHO DE OBLIGACIONES

DOCENTE:

CESAR NUÑEZ SÁNCHEZ

TEMA:

SUPUESTOS ESPECIALES DE RESPONSABILIDAD CIVIL

CICLO:

IX

SEMESTRE:

2020 - I
INTRODUCCIÓN

El presente trabajo consiste netamente en la responsabilidad civil, para que


exista está presente un hecho jurídico, así nace el derecho de daños el cual se
dividen en tres campos importantes: la responsabilidad penal, administrativa y
civil, esta última dividiéndose en contractual y extracontractual, a lo que vamos
hacer alusión en el presente estudio.

Trataremos que temas como la los daños causados contra el honor, la


intimidad y la buena imagen, a los seres no pensantes y los objetos caídos.
Ergo la responsabilidad por actividades industriales, el medio ambiente, los
vehículos a motor, el daño corporal y la navegación aérea, utilizando en estos
temas derecho comparado con respecto a España.

Por otro lado, el estudio hace hincapié en temas importantes como la


responsabilidad de la energía nuclear, el ejercicio de caza y la utilización de la
ley 29571, utilizando netamente nuestra legislación.

Es un estudio de gran importancia pues versa sobre la responsabilidad civil que


tienen ciertos explotadores, y las diferencias que existen en nuestra jurisdicción
y la Española, aplicando leyes Peruanas.
SUPUESTOS ESPECIALES DE RESPONSABILIDAD CIVIL

CAPITULO I: RESPONSABILIDAD CIVIL POR DAÑOS CAUSADOS


CONTRA EL HONOR, LA INTIMIDAD Y LA PROPIA IMAGEN

DERECHO A LA IMAGEN Y RESPONSABILIDAD CIVIL

I. DERECHO A LA IMAGEN PERSONAL

“El derecho a la propia imagen o derecho a la imagen, como también se


denomina, puede definirse como aquel derecho humano, concreción o
especificación del derecho a la intimidad, por virtud del cual el titular del
mismo, toda persona individual, puede exigir que su imagen no sea
reproducida a través de ningún medio si él previamente no otorga su
consentimiento.
Los caracteres de este derecho son los siguientes:
 Pertenece, dentro del bloque de derechos pertenecientes a la primera
generación, a los derechos civiles.
 Es un derecho personalísimo.
 Es un derecho de exclusión.
 Es un derecho personal, no patrimonial.
 Es un derecho inalienable.
 Es un derecho imprescriptible.
 Es básicamente aunque no exclusivamente, un derecho de titularidad
individual, no colectiva”
El primero de éstos aborda la relación directa que existe entre el derecho a la
intimidad, al honor y a la propia imagen.
La necesidad de intimidad es inherente a la persona humana ya que para que
el hombre se desarrolle y geste su propia personalidad e identidad es
menester que goce de un área que comprenda diversos aspectos de su vida
individual y familiar que esté libre de la intromisión de extraños.
Así pues, debemos entender que todos los seres humanos tenemos una vida
"privada" conformada por aquella parte de nuestra vida que no está
consagrada a una actividad pública y que por lo mismo no está destinada a
trascender e impactar a la sociedad de manera directa y en donde en principio
los terceros no deben tener acceso alguno, toda vez que las actividades que
en ella se desarrollan no son de su incumbencia, ni les afectan.
Ciertamente el concepto de vida privada es muy difícil de definir con precisión
pues tiene connotaciones diversas dependiendo de la sociedad de que se
trate, sus circunstancias particulares y la época o el periodo correspondiente.
... La necesidad de intimidad podemos decir que es inherente a la persona
humana y que el respeto a su vida privada manteniendo alejadas injerencias
no deseables e indiscreciones abusivas, permitirá que la personalidad del
hombre se desarrolle libremente.
De esta forma la protección a la vida privada se constituye en un criterio de
carácter democrático de toda sociedad. Sin duda alguna, el respeto a la vida
privada y a la intimidad tanto personal como familiar se constituye en un valor
fundamental del ser humano, razón por la cual el derecho ha considerado
importante tutelarlo y dictar medidas para evitar su violación así como para
intentar subsanar los daños ocasionados.
De esta manera surge el llamado derecho a la privacidad, a la vida privada o
simplemente derecho a la intimidad, como un derecho humano fundamental
por virtud del cual se tiene la facultad de excluir o negar a las demás personas
del conocimiento de ciertos aspectos de la vida de cada persona que solo a
ésta le incumben.
Este derecho que tiende a proteger la vida privada del ser humano, es un
derecho complejo que comprende y se vincula a su vez con varios derechos
específicos que tienden a evitar intromisiones extrañas o injerencias externas
en estas áreas reservadas del ser humano como son:
 El derecho a la inviolabilidad del domicilio,
 El derecho a la inviolabilidad de correspondencia,
 El derecho a la inviolabilidad de las comunicaciones privadas,
 El derecho a la propia imagen,
 El derecho al honor,
 El derecho a la privacidad informática,
 El derecho a no participar en la vida colectiva y a aislarse
voluntariamente,
 El derecho a no ser molestado.

Igualmente este derecho se relaciona con muchos otros derechos como son:
el derecho a la no exteriorización del pensamiento e ideas como parte de la
libertad de expresión, la libertad de religión y creencias, la libertad de
procreación y de preferencia sexual, la libertad de pensamiento y de
preferencia política, así como muchos otros derechos de índole familiar.
Por supuesto, también es importante mencionar la relación del derecho a la
privacidad con los derechos de libertad de expresión, de imprenta y de
información ya que como veremos la vida privada constituye un límite al
ejercicio de estas libertades.
Así pues el derecho al respeto a la vida privada o intimidad, al honor e incluso
a la imagen propia, son considerados ya como derechos humanos
fundamentales, establecidos por diversos instrumentos internacionales como
son la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la
Asamblea general de las Naciones Unidas en 1948 (artículo 12), el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos de 1966 (artículos 17 y 19), la
Convención Americana sobre Derechos Humanos de 1969 (artículos 11 y 13),
y en la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989 (artículo 16),
instrumentos todos estos firmados y ratificados por nuestro país (cabe señalar
que también existen otros instrumentos que establecen este derecho como
son: la Convención de Roma para la protección de los Derechos Humanos y
las Libertades Fundamentales de 1959, la Declaración de los Derechos y
libertades fundamentales aprobadas por el parlamento europeo y la Carta
Africana de los Derechos del Hombre y de los Pueblos de 1981 y de los que
México no es parte.)
DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS (1948)
En su artículo 12 establece que nadie será objeto de injerencias arbitrarias en
su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia ni de ataques a
su honra o a su reputación y que toda persona tiene derecho a la protección
de la ley contra esas injerencias o ataques.
PACTO INTERNACIONAL DE DERECHOS CIVILES Y POLÍTICOS (1966)
En su artículo 17 establece las mismas disposiciones que el artículo 12 de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos y en su artículo 19 al hablar
de la libertad de expresión señala que el ejercicio de ese derecho entraña
deberes y responsabilidades especiales por lo que podrá estar sujeto a ciertas
restricciones fijadas por la ley y que sean necesarias para asegurar el respeto
a los derechos o a la reputación de los demás, así como para proteger la
seguridad nacional, el orden público, la salud o moral públicas.

CONVENCIÓN AMERICANA SOBRE DERECHOS HUMANOS (1969)


-PACTO DE SAN JOSÉ
El artículo 11 se refiere a que toda persona tiene derecho al respeto de su
honra y al reconocimiento de su dignidad y que por tanto no deberá ser objeto
de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, familia, domicilio,
correspondencia, ni deberá sufrir ataques ilegales a su honra o reputación. Y
establece también el derecho de la persona a ser protegida por la ley contra
esas injerencias o ataques. El artículo 13 establece la libertad de pensamiento
y expresión determinando que no deberá existir previa censura, pero que el
ejercicio de esos derechos estará sujeto a responsabilidades ulteriores,
mismas que deberán estar expresamente fijadas por la ley y que deberán
tender a asegurar entre otras cuestiones, el respeto a los derechos o a la
reputación de los demás.
CONVENCIÓN SOBRE LOS DERECHOS DEL NIÑO (1989)
En su artículo 16 menciona que ningún niño será objeto de injerencias
arbitrarias o ilegales en su vida privada, su familia, su domicilio o su
correspondencia, ni de ataques ilegales a su honra o a su reputación; y que el
niño tiene derecho también a la protección de la ley contra esas injerencias y
ataques.
Considero que sería oportuno tomar en cuenta lo que otros países ya han
hecho en lo que respecta a esta materia y que consagran en sus
Constituciones como derechos fundamentales de manera expresa el derecho
a la intimidad, al honor y a la propia imagen. Entre ellos podemos encontrar a
Alemania, Austria, Finlandia, Portugal, Suecia y España.
II. LESIONES A LA IMAGEN PERSONAL Y SU RELACIÓN CON OTROS
DERECHOS DE LA PERSONALIDAD

Ha sido motivo de discusiones la existencia de lesiones al derecho a la


imagen personal con independencia de daños a la vida privada, honor y fama,
todos estos derechos conforman parte de los derechos de la personalidad, por
tanto, tienen el mismo fundamento el respeto de la dignidad de la persona en
sus relaciones sociales, es decir, en relaciones de igualdad entre particular y
particular.
Pero cabe preguntarse ¿puede lesionarse sólo la imagen personal con
independencia del honor, fama y vida privada?
Tradicionalmente se ha considerado que las lesiones a la imagen existen si y
sólo si, la captación ilegítima de la imagen daña a la persona en su honor,
fama o vida privada. Encontramos razonamientos en el sentido de considerar
a la imagen personal como parte del derecho al respeto a la privacidad. Los
razonamientos se encaminan en el sentido de considerar las circunstancias
normales que rodean una fotografía o un video, que generalmente se da en
ámbito familiar o de amistad, y que sin duda forman parte de los recuerdos de
familia y de la privacidad familiar.
Así se asegura que el derecho a la imagen “pretende respeto a la esfera
íntima y personalísima del sujeto y permite a éste impedir que su imagen sea
explotada comercialmente sin su consentimiento”. Se afirma, entonces, que la
imagen como representación física de la persona sólo es parte de su
personalidad y sólo cuando de su divulgación se produce un daño al honor o
la privacidad, entonces es posible su reparación, de lo contrario no se causa
un daño material o moral que legitime la acción de reparación mediante una
indemnización de daños y perjuicios.
Sin embargo, con la modernidad de las técnicas actuales de información,
comunicación, esparcimiento y publicidad se afecta tanto a personas comunes
(pensemos en los programas de cámaras escondidas) como a personajes de
notoriedad pública (realizando actividades normales), sin que su privacidad u
honor se vulnere. La facilidad para la captación de la imagen personal hace
preponderante su protección, con independencia de que, a su vez, por la
acción captada en la gráfica se atente contra su privacidad. El hecho es que
en la mayoría de los casos cuando se vulnera la privacidad, la fama y el honor
personal al publicarse una imagen, se dañan en primera instancia el respeto a
la imagen personal, por ser su representación física parte indivisible de ella, y
se suman a ello, los daños ocasionados al honor, fama o privacidad.
Rovira expresa y ejemplifica estos supuestos de la siguiente manera:
Sostener que el derecho a la propia imagen y su regulación con los otros dos
derechos garantizados por la Constitución implicarían la negación de algo
más evidente en la realidad puesto que muchas veces la imagen es simple-
mente el soporte material de un mensaje con otras connotaciones. Es el caso
de la STS del 15 de diciembre de 1998 dictada en relación a dos africanos
padre e hijo nacionalizados españoles que ejercían el comercio en el Rastro
madrileño con licencia, permisos y pago de los impuestos correspondientes y
en un reportaje periodístico se decía al pie de los efigiados: “Estos dos
africanos ilegales montan un tenderete en el Rastro Madrileño”.

Este ejemplo da sustento al argumento de la lesión al honor y fama, derivada


de la captación de la imagen. Lo cual no siempre es así. Cuando la persona
manifiesta el rechazo a la captación, publicación o difusión de su imagen no
implica necesariamente el daño a otro derecho de la personalidad.
Sólo busca el respeto a su imagen personal, lo cual sostenemos es razón
suficiente para impedir el daño que pueda representar a la persona al omitir su
voluntad y publicar su imagen aun cuando expresó su negativa para dicha
conducta.
Consideramos además que el derecho a la imagen es autónomo porque la
persona puede disponer de su imagen para celebrar contratos válidos sobre
un bien material, tangible como es una serie de fotografías o un video,
aspecto que es cuestionable al estar frente al derecho al honor, acto jurídico
que arremete contra la dignidad de la persona y trae aparejada la ilicitud y por
tanto su nulidad.
La simple negativa a ser fotografiado es motivo suficiente para respetar la
imagen, máxime cuando ésta ha de ser utilizada para publicitar un pro- ducto.
En España se suscita un asunto donde un trabajador deshuesador de
jamones recibe de su empresa el encargo de colaborar circunstancialmente
en un acto público de presentación del producto “jamón de bellota” con la
misión de realizar el corte de jamón como habitualmente lo hacía. En la orden
así dada, no hay el ánimo de causar un daño al trabajador, podría pensarse
hasta como una distinción honrosa, pues bien, el trabajador se niega a ser
captado en fotografías por considerar que se atentaba contra su imagen. El
empresario insiste en la orden y ante la negativa, el trabajador es despedido.
El trabajador presenta demanda ante los tribunales de trabajo, funda-
mentando que la negativa a la orden del empresario se debió al atentado a su
imagen, en primera instancia ante el tribunal de lo social, se niega existencia
al daño a la imagen, argumentando que la figura del trabajador era accesoria,
y no fundamental. Sin embargo, el trabajador interpone el re- curso de
amparo, señalando una violación a su derecho fundamental de la imagen
consagrado en el artículo 18.1. de la Constitución española, recurso
desechado por considerar que no hay violación a un derecho fundamental, el
de la imagen, porque este derecho se plantea ante relaciones entre
particulares trabajador-patrón, y no interviene ninguna autoridad como posible
agresora de un derecho fundamental.

II. DERECHOS DE LA PERSONALIDAD

Los llamados derechos de la personalidad, que también se denominan


derechos sobre la propia persona, individuales o personalísimos, constituyen
un tipo singular de facultades reconocidas a las personas físicas para el
aprovechamiento legal de diversos bienes derivados de su propia naturaleza
somática, de sus cualidades espirituales y, en general, de las proyecciones
integrantes de su categoría humana. Es aún motivo de debate en la doctrina
la correcta definición de los mencionados derechos, pues llega a sostenerse
que se trata de meros efectos reflejos procedentes del derecho objetivo.
Así Carnelutti asegura que no pueden ser erigidos como bienes jurídicos,
porque solo son atributos de la persona y carecen de objetividad externa a lo
que Diez Díaz le refuta afirmando que “la individualización de un bien se
deriva de la individualización de una necesidad y, si consideramos que las
exigencias de la vida, de la integridad física, de la libertad, del honor, etc.,
constituyen auténticas necesidades específicas y esenciales, no tendremos
otro remedio que concluir que todas ellas merecen la consideración de
bienes, que se corresponden a las diversas facultades personales”. En
consecuencia, parece indiscutible la existencia de los derechos de la
personalidad a pesar de que su explicación resulte cuestionada, porque en
última instancia representan la máxima defensa de los valores de la
personalidad en el campo del derecho civil, y recientes codificaciones los han
incorporado.
Los derechos de que se trata ostentan los siguientes caracteres:
a. son originarios, porque nacen con su sujeto activo;
b. son subjetivos privados, porque garantizan el goce de las facultades del
individuo;
c. son absolutos, porque pueden oponerse a las demás personas;
d. son personalísimos, porque solo su titular puede ejercitarlos;
e. son variables, porque su contenido obedece a las circunstancias en que se
desarrollan;
f. son irrenunciables, porque no pueden desaparecer por la voluntad;
g. son imprescriptibles, porque el transcurso del tiempo no los altera, y
h. son internos, por su consistencia particular y de conciencia.
Es así, que hablar de derechos de la persona, o personalidad, como vemos
conlleva a su vez, a ahondar en diversos rubros, entre ellos, se encuentra el
del honor, que como podremos apreciar es por demás subjetivo y contextual.

III. HONOR:

En estricta subjetividad, alude a aquella cualidad de carácter moral que nos


lleva al más rígido cumplimiento de nuestros deberes tanto respecto del
prójimo como de nosotros mismos. El honor es un valor cultural, un bien
esencial y eminentemente cultural, de ahí que (desde un punto de vista
jurídico-penal) se trata de uno de los bienes jurídicos más difíciles de captar y
de concretar.
Existen bienes jurídicos de la colectividad (bienes jurídicos universales), como
la protección de los secretos del Estado, la seguridad del tráfico vial, la
autenticidad de la moneda, etc., y bienes jurídicos de los particulares (bienes
jurídicos individuales) (la vida, la libertad, la propiedad, etc.), y, dentro de este
último grupo, los que pueden denominarse bienes jurídicos altamente
personales, entre los que pueden señalarse, a guisa de ejemplo, la integridad
corporal y sin duda el honor.
En general los bienes jurídicos no constituyen objetos aprehensibles del
mundo real, sino valores ideales del orden social, sobre los que descansan la
seguridad, el bienestar y la dignidad de la existencia de la colectividad.
Y aquí conviene precisar que el objeto concreto, en el cual se realiza la acción
típica, recibe el nombre de objeto de la acción o del ataque. Dicho objeto de la
acción puede manifestarse bajo formas distintas: como unidad psíquico
corporal (integridad o vida de una persona), como valor social (honor del
ofendido), como valor económico (patrimonio), como cosa inanimada o
animada (animal susceptible de ser cazado) y en fin como estado real
(posibilidad de utilización o de uso de un objeto).
Por consiguiente, bien jurídico y objeto de la acción (y esto es perfectamente
aplicable al honor), como idea y fenómeno, son conceptos recíprocamente
relacionados, pero cuya conceptualidad es nítidamente diferenciable.
El desvalor del resultado del hecho consiste precisamente en el deterioro
material, real, del objeto de la acción, por contar en cuanto valor ideal, el bien
jurídico elude a la acción inmediata del agente. La lesión del bien jurídico
garantizado radica en el desdén del interés específico de la convivencia
comunitaria, que toma cuerpo solamente en el objeto de la acción y, lo
anterior, es muy relevantemente cierto en los tipos protectores del honor.
EL PRESTIGIO Y EL HONOR
En la teoría, para intentar un análisis coherente de esta cuestión, es necesario
abordar distintos problemas. En un primer orden, se debe señalar que en
doctrina se suele igualar el prestigio con el honor constitucionalmente
garantizado. La relevancia de distinguir entre uno y otro, radica en que el
honor, como derecho fundamental y dada su relación directa con la dignidad
humana, es inherente a todas las personas sin variación ni distinciones. En
cambio, el llamado prestigio, “buen nombre” o “fama”, se construye o adquiere
con el tiempo, según la conducta del sujeto.
En este orden, se entiende que a diferencia del honor, es un hecho, “una
notoriedad adquirida voluntariamente por algunos”, en razón de su profesión o
de la actividad que desarrollen. Ahora, sin perjuicio de que parece discutible
que el prestigio merezca el mismo tratamiento que el honor como derecho
fundamental (pareciera que el primero tiene un rango inferior), el que se
acepte la afirmación anterior como válida por gran parte de la doctrina, obliga,
al menos, a situarse en ese escenario y analizar el problema desde esa
perspectiva, asumiendo que los atentados al prestigio merecerían seguir la
misma suerte que las vulneraciones al honor, con lo que la distinción pasaría
a ser casi semántica.
EL HONOR Y LOS DAÑOS MORALES
Luego, asumiendo que el prestigio o reputación comercial de una persona
sería asimilable a su derecho a la honra (o al honor, esta distinción
terminológica hoy no tiene trascendencia científica), una de las cuestiones
más relevantes en el ámbito teórico es determinar la relación que existiría
entre los derechos de la personalidad (y, en este caso, también
fundamentales) y la responsabilidad civil.
Un sector respetable de la doctrina comparada considera que el daño moral
se identifica con las lesiones a los derechos de la personalidad, lo que en la
práctica produce que baste la sola lesión para que se entienda configurado el
perjuicio, sin que sea necesario acreditarlo (y así sucede también, en general,
en la jurisprudencia europea continental, como la española y la francesa).
Pese a que el planteamiento recién expuesto no está exento de críticas, que
se resumen principalmente en que la responsabilidad civil no tendría como
función la protección de derechos subjetivos, y en que la lesión a un derecho
no necesariamente es equiparable a perjuicio indemnizable, el hecho de que
no pocos autores entiendan que la vulneración de un derecho de la
personalidad es una de las hipótesis de daños morales, obliga a analizar si
esta relación causa-efecto se está aplicando en los casos prácticos. Esto
porque si se considera la afirmación anterior como verdadera, y se entiende, a
su vez, que el prestigio es identificable con el honor de la persona, las
lesiones a él deberían tener como consecuencia la ocasión de daños
extrapatrimoniales a la víctima, acreditándose sólo el atentando a la señalada
prerrogativa.
En consecuencia, se podría afirmar que en teoría, pese a las objeciones que
se pudieran plantear, se ha construido un vínculo entre la responsabilidad civil
y la protección del honor (y del prestigio) sumamente cercano, formando parte
ambas cuestiones, de una relación causa-efecto prácticamente automática.
En la doctrina nacional, parece haber consenso respecto a que las lesiones
en el prestigio ajeno (lo que sucedería en casos de inclusiones erróneas en
boletines comerciales de deudores morosos) pueden generar un daño
indemnizable de carácter extrapatrimonial, no obstante, hay quienes
discrepan y advierten que la naturaleza del mismo debiera ser, por regla
general, patrimonial. Sin perjuicio de ser una cuestión discutible, pareciera ser
que esta última opción es más adecuada, motivo por el cual parece
arriesgado afirmar sin prevenciones que una vulneración al honor de una
persona será siempre causa de un perjuicio extrapatrimonial, debiendo
analizarse otras hipótesis, caso a caso.
EL HONOR Y LAS PERSONAS JURÍDICAS
Es razonable afirmar que las personas jurídicas pueden ser titulares del
derecho fundamental al honor. Y hecho esto, resolver si es teóricamente
admisible que las personas jurídicas puedan sufrir daños extrapatrimoniales, y
que, a su vez, les sean indemnizados pecuniariamente, sobre todo cuando se
trata de entidades que persiguen una finalidad lucrativa.
El problema de las personas jurídicas y el derecho al honor, es uno de los
más polémicos en lo que a la aplicación de derechos fundamentales a
personas jurídicas se refiere. A continuación, se expondrá el estado actual de
la cuestión en doctrina, realizándose, al mismo tiempo, una revisión de los
diversos argumentos con los que se justifican las dos principales posturas
(dedicándosele especial atención a los que defienden la titularidad del
derecho al honor, dado que se partirá de la premisa de que en principio
parece poco convincente que las personas jurídicas puedan gozar de dicha
prerrogativa); para luego atender a la cobertura que le ha dado la
jurisprudencia al problema.
 LAS PERSONAS JURÍDICAS NO SON TITULARES DEL DERECHO AL
HONOR
Hay un sector (que en la actualidad se podría calificar como minoritario) de la
doctrina comparada38 que entiende que las personas jurídicas no son
susceptibles de titularizar el derecho al honor. Los principales argumentos con
que se niega la titularidad de este derecho consisten a grandes rasgos en que
el derecho al honor está íntimamente ligado a la dignidad humana (y, por
tanto, a la persona humana), carácter que emana de su supuesto significado
personalista40; en que la consagración constitucional del honor siempre está
orientada a garantizar y facilitar el libre desarrollo de la personalidad de
hombres y mujeres, considerados individualmente y en que conceptualmente
en principio el honor es imposible de atribuir a sujetos distintos a la persona
humana. Es en este último aspecto donde se puede situar la discordia entre
quienes defienden la negativa del honor a las personas jurídicas y los que
sostienen lo contrario. Si bien para ambas posiciones hay otros argumentos,
la forma de entender el honor es el factor

 LAS PERSONAS JURÍDICAS SON TITULARES DEL DERECHO AL


HONOR
En la actualidad, la doctrina mayoritaria comparada se inclina por defender la
titularidad al honor por las personas jurídicas. Los argumentos para sustentar
esta posición son de la más variada índole, y en general de una contundencia
relativa, dado que todos se pueden rebatir sin la necesidad de tener que
recurrir a construcciones teóricas muy complejas. Entre las razones más
relevantes y recurrentes se pueden señalar los siguientes:
- En primer lugar, se ha defendido que las personas jurídicas deben ser
titulares del derecho al honor, porque en un terreno meramente
instrumental, lo que se defiende al proteger el derecho al honor de las
personas jurídicas, es el honor de los individuos o colectividades que
forman parte de las mismas (en otras palabras, se protege el honor de sus
miembros), planteándose una especie de defensa corporativa del honor.

Este planteamiento es discutible, dado que desde el momento en que se


asume que la persona jurídica es un sujeto de derecho distinto e
independiente de los miembros que la forman, se le debe dar un tratamiento
diferenciado y abstracto, desentendiéndose la persona jurídica de los sujetos
que la componen.
Distinto sería el caso de un colectivo no personificado, o la hipótesis en que
una persona jurídica asume en forma corporativa la defensa del honor de sus
miembros, dado que en este último caso, si bien se legitima a la entidad, no
se trata de “su” honor, sino el de los individuos que la componen. No se
resuelve tampoco qué sucede con las fundaciones, personas jurídicas con
sustrato patrimonial que no tienen –en teoría– miembros con honra que
defender. En suma, esta posición, al final, no ataca el problema propiamente
tal, que consiste en resolver si las personas jurídicas como tales pueden ser
titulares del derecho al honor de manera independiente a los miembros que la
componen.

- Otro argumento que se ha formulado en este sentido, es el que se resume


en que la protección del derecho de asociación, es motivo suficiente para
extender la tutela de los derechos fundamentales a las personas jurídicas,
incluyéndose por esta vía el honor, entre otros.

Lo anterior, porque el reconocimiento del honor sería también necesario para


el correcto funcionamiento de las personas jurídicas, el que es indispensable
para que se cumplan los fines de las mismas y, de esa forma –a la vez–, se
asegure el respeto al derecho de asociación.

El derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen integra el amplio


abanico de los derechos de la personalidad.

Constituyen derechos innatos o fundamentales que nacen con la persona en


sí misma, sin necesidad de acto jurídico que motive su nacimiento,
atribuyéndole a su titular amplias facultades para su protección. Si el concepto
de bien debe ponerse en relación con la utilidad que representa para la
persona, en cuanto sirve para satisfacer una necesidad, no se comprende que
pueda haber bien más importante que la vida, el honor, la intimidad o la propia
imagen, pues constituyen elementos esenciales de la persona.

CONCEPTO DE INTIMIDAD
NOCIÓN DOCTRINAL
Partimos de su acepción, del latín “intimus”, que significa “zona espiritual
reservada de la persona”, derecho de la persona por el solo hecho de
“ser”.103 El derecho a la intimidad, como concepto fue mutando con el
devenir del tiempo y las circunstancias. En un principio configuró una
expresión netamente negativa según DE CUPIS, quien consideraba este
derecho como un modo de ser negativo de la persona frente a los demás. El
mismo consistía en la exclusión de terceras personas. En este sentido lo
expresa el juez Cooley, haciendo referencia a esta como “Right to be let
alone”. En la actualidad, esta visión negativa ha sido superada y podemos
decir que hoy se define de forma positiva, donde la persona tiene el control y
amplia disposición de los datos o elementos referidos a su persona.

Desde este ámbito encontramos que se han ensayados muchas definiciones


del derecho a la intimidad. En este sentido un concepto amplio de intimidad
comprendería diversos aspectos y contenidos. Así, estaría incluido el derecho
a ser dejado en paz, a la preservación del secreto, a la autonomía que incluye
la libertad de toma de decisiones en la esfera privada, excluyendo del dominio
lo que pertenece a la esfera pública, prohibiendo injerencia de terceros, y por
último el control de la información personal.
La necesidad de intimidad es inherente a la persona humana, como elemento
esencial para que el hombre se desarrolle y geste su propia personalidad e
identidad, gozando de un área que comprenda diversos aspectos de su vida
individual y familiar, libre de la intromisión de extraños.
Todos los seres humanos tenemos una vida “privada”, conformada por
aquella parte de nuestra vida que no está consagrada a una actividad pública
y que por lo mismo no está destinada a trascender e impactar en la sociedad
de manera directa, y en donde en principio los terceros no deben tener
acceso alguno, toda vez que las actividades que en ella se desarrollan no
sean de su incumbencia.
NOVOA MONREAL, realiza una conceptualización de la intimidad, realizando
una separación de dos aspectos de la vida privada, sin que ello importe
gradación alguna, pues funcionan de modo diverso. El ámbito más amplio
consiste en el derecho de todo ser humano a disponer de sus momentos de
soledad o de reflexión. Por otro lado, existe un aspecto más íntimo, y que
consiste en los actos o hechos que son propios de la persona. Así mismo este
autor expresa “es preciso admitir que la noción general de vida privada queda
determinada, en cierta medida, por los diferentes regímenes, sociales,
políticos y económicos que existen en el mundo”.

LÍMITES DEL DERECHO A LA INTIMIDAD


El juicio de legitimidad de la intromisión al derecho a la intimidad tiene
inicialmente casi los mismos factores que concurrían en el supuesto de los
límites del derecho al honor (Veracidad, condición pública o privada del sujeto
afectado, referencia a asuntos de interés general relevantes para la formación
de la opinión pública).
En este sentido el Tribunal Constitucional ha señalado que la veracidad como
supuesto excluyente de la antijuridicidad juega de modo muy distinto, según la
intromisión afecte al derecho al honor o a la intimidad. 138 Y ello, porque,
como ha explicado con posterioridad el TC, si bien “la veracidad funciona, en
principio, como causa legitimadora de las intromisiones en el honor [...] el
criterio fundamental para determinar la legitimidad de las intromisiones en la
intimidad de las personas es la relevancia pública del hecho divulgado, es
decir, que siendo verdadero, su comunicación a la opinión pública resulte
justificada en función del interés público del asunto sobre el que se informa.
A lo manifestado ut supra entendemos que el derecho a la intimidad, como
todo derecho, tiene sus limitaciones o restricciones, las que pueden surgir del
contenido y desarrollo del mismo derecho o de la convivencia con otros de
idéntica jerarquía. Aquí encontramos como límites y restricciones las
siguientes conjugaciones:
 El derecho a la intimidad no impide la publicación de aquello que es de
interés público, científico, histórico o cultural relevante. El objetivo general
del derecho, es proteger la intimidad de la vida privada de las personas.
Ahora bien la intimidad debe limitarse cuando la conjunción de algunos de
estos elementos está en confrontación con este derecho.
 El derecho a la intimidad no prohíbe la información sobre un tema, aun
siendo éste de naturaleza privada, si la publicación se hace en las
circunstancias en que, conforme a la ley de difamación y libelo, sería
calificada de información privilegiada. El derecho a la intimidad no se
transgrede por hacer público algo ante una autoridad judicial, legislativa,
administrativa.
 El derecho a la intimidad decae con la publicación de los hechos por el
individuo, o con su consentimiento. Esto es por aplicación de la ley de
propiedad literaria y artística.
 El derecho a la intimidad está delimitado por las leyes y por los usos
sociales, atendiendo al ámbito que por sus propios actos, mantenga cada
persona reservado para sí misma o su familia. La conducta (en sentido
amplio) del sujeto respecto a sus propios actos resulta un medida auto
protectora de su intimidad.
 El derecho a la intimidad decae cuando la intromisión está autorizada por
ley o autorizadas o acordadas por la autoridad competente de acuerdo con
la ley.

CAPITULO II: RESPONSABILIDAD CIVIL POR DAÑOS CAUSADOS POR


ANIMALES

ANIMALES OBJETO DE IMPUTACIÓN DE LA RESPONSABILIDAD.

De la redacción del artículo 1979 CC se desprende que no hace referencia a


ningún tipo de animal específico, sino que simplemente indica que debe ser
un animal que se encuentre bajo la posesión o al servicio del ser humano. De
ahí que el art. 1979 CC sea de aplicación en los supuestos en los que exista
un animal bajo la posesión o al servicio humano. Es decir, no discrimina a los
animales en función de su naturaleza (no se le da importancia si son
domésticos, domesticados o salvajes); la importancia radica en el hecho de si
se encuentra subordinado a la acción o poder de una persona (incluso cuando
a ésta se le escape o extravíe).
Muestra de ello es la Sentencia del Tribunal Supremo, de 12 de abril de
200014 al decir en su Fundamento de Derecho, Primero, “El Código Civil
español no distingue la clase de animales.
[…]”. En la mencionada sentencia se estaba juzgando un supuesto en el que
varios menores sufrieron graves lesiones por ataque de unos perros, los
cuales se escaparon de la explotación agropecuaria que custodiaban, El
artículo 1905 CC del código Español no discrimina a los animales atendiendo
a su clase, especie o naturaleza, sino que los diferencia entre animales que
se encuentran sometidos o no a la posesión y servicio humano. Mediante
dicho artículo se han reclamado los daños causados por los animales que se
encuentran sometidos a la posesión y servicio humano, y con carácter general
no se ha aplicado para aquellos animales “salvajes” y/o “libres” de dicha
posesión y servicio humano.
En conclusión, el art. 1905 CC del código en custión presenta a “la posesión”
como el criterio determinante para identificar los animales, y así el legislador
se evita diferenciarlos entre domésticos, domesticados o salvajes.
A) LA POSESIÓN
Una vez determinado que el criterio de imputación del art. 1905 CC es la
posesión del animal debemos preguntarnos ¿qué es la posesión? Nuestro
Código Civil trata a dicha institución en su Título V. Según LACRUZ
originariamente, y actualmente en vocabulario común, “la posesión es la
dominación de una cosa que se tiene”. Asimismo, en palabras de DÍEZ-
PICAZO “la posesión es un señorío de hecho sobre la cosa, un poder de
hecho que se ejerce sobre ella”. En suma, la posesión es un hecho jurídico
que consiste en que una persona tenga o disfrute en su poder una cosa o un
derecho. Sin embargo, nuestro Código Civil no define a dicha figura sino que
realiza una clasificación de la misma diferenciando entre posesión natural y
posesión civil.
En el art. 430 CC se define a la posesión natural como la “tenencia de una
cosa o el disfrute de un derecho por una persona”; y la posesión civil como “la
misma tenencia o disfrute (de una cosa o derecho) unidos a la intención de
haber la cosa o derecho como suyos”.
Debe mencionarse que si interpretamos literalmente el mencionado precepto,
al especificar que la posesión civil es “la misma tenencia o disfrute”,
podríamos llegar a considerar (tal y como hace LACRUZ) que nuestro Código
Civil sí que otorga una definición de posesión, es decir, la entiende como “la
tenencia de una cosa o disfrute de un derecho”.
Por tanto, tanto la posesión civil como la natural significan “la tenencia de una
cosa o el disfrute de un derecho”, sin embargo el poseedor civil será aquel
que posee una cosa o derecho con la intención de haberla como suyos, es
decir, la posesión civil es una especificación dentro de la natural a la que se le
suma el elemento subjetivo de la voluntad y conciencia de poseer.
LA ADQUISICIÓN DE LA POSESIÓN.
Una vez determinado que es la posesión según nuestro Código Civil debemos
preguntarnos ¿cómo puede adquirirse dicha posesión? El artículo 438 CC
concede una respuesta al prescribir que “la posesión se adquiere por la
ocupación material de la cosa o derecho poseído, o por el hecho de quedar
éstos sujetos a la acción de nuestra voluntad, o por los actos propios y
formalidades legales establecidas para adquirir tal derecho.” Por lo general la
doctrina ha sido crítica con la redacción del mencionado artículo por
considerarlo poco claro e insuficientemente técnico. Ante la mencionada falta
de claridad han surgido distintas clasificaciones relativas a las posibles formas
de adquirir la posesión. Una parte de la doctrina, entre la cual destaca
LACRUZ, consideran que los modos de adquisición previstos por el art. 438
CC hacen referencia a las adquisiciones originarias y a las adquisiciones
derivativas. En virtud de ello, serían considerados como adquisición originaria
la ocupación y la sujeción a la acción de nuestra voluntad; mientras la
adquisición derivativa ser

Igualmente destaca MARTÍN PEREZ que distingue tres formas de


adquisición. La primera sería la toma de posesión unilateral, es decir, la
adquisición por ocupación; la segunda sería la adquisición de posesión
bilateral, o sea, la adquisición por entrega o traditio; y en tercer lugar la
adquisición determinada por medios establecidos por la propia Ley. Asimismo,
encontramos a ALBALADEJO21 que distingue entre las forma de adquisición
de la posesión como hecho y las formas de derecho.

SUJETOS RESPONSABLES.

El artículo 1.905 del Código Civil Español (CC) prescribe que “el poseedor de
un animal o el que se sirve de él, es responsable de los perjuicios que
causare, aunque se le escape o extravíe”. Acorde con la literalidad, del
mencionado artículo, resulta indudable que nuestro legislador ha considerado
oportuno que el deber de indemnizar el daño, ocasionado por animales, es
consecuencia de la posesión del mismo, y no de la propiedad. De ahí que
para ser responsable, por los daños causados, no se precisa la existencia de
dominio sobre el animal. Por consiguiente, para poder ser considerado
responsable (de los daños producidos por el animal) debe observarse si se es
o no poseedor del animal, o si se ha servido del mismo. No obstante, debe
señalarse que habitualmente el poseedor resulta ser el propio propietario del
animal. Por ello, en la práctica, suele haber un gran número de demandas
dirigidas contra quien presuntamente es el propietario del animal; y muchas
sentencias solo manifiestan interés por determinar si el demandado ostenta la
condición de propietario.
En determinados supuestos el propietario sí que será responsable de los
daños causados, esto es así en el supuesto que el propietario además de
ostentar el dominio (como propietario) ostente la posesión del animal, siempre
y cuando ambas condiciones se ostenten en el momento de causación del
daño. De todo esto se infiere que el propietario no responde por su condición
de ser propietario, sino por el hecho de ser poseedor o usuario del animal.

LOS PRESUPUESTOS DE LA RESPONSABILIDAD.


Ya es sabido que el art. 1905 CC genera una responsabilidad objetiva, y que
se produce con independencia de toda culpa por parte del responsable. Sin
embargo, antes de introducirnos plenamente en los requisitos necesarios para
la existencia de la mencionada responsabilidad creo que es necesario
comentar los requisitos que exige el art. 1902 CC.
El art. 1902 CC presenta un sistema de responsabilidad extracontractual
subjetivista, es decir, exige que en el comportamiento del responsable
concurra la culpa o negligencia, sino no se le podrá exigir el resarcimiento del
daño.
Para que surja dicha responsabilidad se exige la presencia de un
comportamiento, el art. 1902 CC especifica que sea una “acción” u “omisión”;
asimismo que dicha acción u omisión produzca un daño, y una relación o
nexo causal entre el mencionado comportamiento (acción u omisión) y el
daño producido.
Y según DÍEZPICAZO, junto a los tres mencionados requisito, se exige un
criterio que permita imputar dicha responsabilidad al demandado. Según el
mismo autor, el criterio más generalizado es el de la culpabilidad, En general
los primeros tres requisitos mencionados son los que también se exigirán para
que surja la responsabilidad del art. 1905 CC, sin embargo con alguna
particularidad. Además, es necesario recordar que es una responsabilidad
objetiva por lo que no se exigirá culpa o negligencia alguna (a diferencia del
art. 1902 CC). Por ello, para poder responder en virtud de la responsabilidad
contenida en el art. 1905 CC deberán de cumplirse los tres siguientes
presupuestos (en palabras de COLINA GAREA5):
 “El hecho o comportamiento de un animal.
 La existencia de un daño cierto, efectivo y real.
 La concurrencia de una relación causa-efecto entre la actuación del
animal y el daño cuya indemnización se reclama”.

Puede verse cierta semejanza entre los requisitos con los que se exige para la
responsabilidad subjetiva del art. 1902 CC, siempre recordando que no es
necesario culpa o negligencia alguna. La similitud a la que me refiero es la
propia de los requisitos de la responsabilidad civil en general, es decir, se exige
un comportamiento, que en el art. 1902 CC consiste en una acción u omisión,
mientras en el 1905 debe ser el comportamiento de un animal. En ambos
artículos es necesario la existencia de un daño, y finalmente una relación o
nexo de causalidad entre comportamiento y daño. Sin embargo, como ya se
observará más adelante, dicho nexo de causalidad tiene sus propias
particularidades porque estamos ante una responsabilidad objetiva.

EL DAÑO RESARCIBLE.

El segundo de los presupuestos objetivos necesarios para la aparición de la


responsabilidad contenida en el art. 1905 CC es el daño.

Para que surja la obligación de indemnizar, para el poseedor o usuario del


animal, no es suficiente la simple presencia del riesgo y peligro inherente en
toda posesión o servicio de un animal; sino que es indispensable que se
produzca un resultado dañoso que se considere como una agresión o lesión de
un interés humano jurídicamente protegido. Por lo tanto, para que se pueda
exigir la responsabilidad por vía del art. 1905 CC será necesario que el animal
poseído o al uso y/o servicio de un humano, se comporte conforme a su
naturaleza inconsciente e intuitiva (la llamada “conducta típica animal”) y que,
consecuentemente, cause un daño que lesione un interés jurídicamente
protegido. En palabras de RAMOS MAESTRE “la responsabilidad del poseedor
del animal está subordinada también a la existencia de un daño. No basta para
que nazca la obligación de resarcir con ser titular de una cosa peligrosa, es
necesario además que el riesgo generado por el animal se concrete en un
resultado dañoso y que el demandante así lo acredite”.

REQUISITOS DEL DAÑO

La responsabilidad del art. 1905 CC exige, además de que la existencia del


daño causado quede apropiadamente acreditada, que concurran otra serie de
características en el daño:

a) Ha de ser imputable a un ser humano. Ciertamente el suceso o causa


del daño es el “comportamiento típico del animal”, también resulta
necesario que el daño se pueda imputar normativamente a una persona
humana identificable como el poseedor o usuario del animal.
b) Debe lesionar un interés humano jurídicamente protegido.
c) Ser directo. Debe ser consecuencia directa del “comportamiento típico del
animal” considerado como reflejo de su naturaleza inconsciente.
d) Certeza, tanto en su existencia como en su cuantía. Dicha certeza significa
afirmar que no existen dudas sobre la existencia del daño, es decir, que es
cierto, es real. Sin embargo, la certeza no representa únicamente
actualidad, sino que existen los daños futuros: aquellos que aún no existen
en el momento de reclamarse su resarcimiento, pero respecto a los cuales
se tiene el convencimiento de que indudablemente se van a concretarse en
un futuro cercano e inmediato si se continúa en el camino normal de los
sucesos.

Este sería el caso, por ejemplo, de los costes económicos y sufrimientos


morales que una persona sufrirá en una operación quirúrgica futura, que resulta
absolutamente necesaria). En los supuestos de daños futuros los Tribunales no
suelen establecer como indemnización una concreta cuantía, sino que dejan
abierta la ejecución de sentencia; sin embargo esto significa ejecuciones
continuas de la misma sentencia (DÍEZ-PICAZO). Por ello, tanto los daños
presentes como futuros son reparables en virtud de la responsabilidad
contenida en el art. 1905 CC, ya que ambos cumplen con el requisito de la
certeza.

CAPITULO III: RESPONSABILIDAD CIVIL POR DAÑOS CAUSADOS POR


OBJETOS CAIDOS O ARROJADOS

El último párrafo del capítulo regulador de la responsabilidad extracontractual


(art. 1910) preceptúa que “cabeza de familia que habita una casa o parte de
ella es responsable de los el daños causados por las cosas que se arrojaren o
cayeren de la misma”.

La norma transcrita trae causa del Derecho Romano (actio de effusis vel
deiectis) y, más cercanamente, de las Partidas (7, 15, 25 y 26), pretendiendo
afrontar las consecuencias dañosas inherentes a una convivencia desordenada
y desconocedora de las más mínimas reglas de buena vecindad, limpieza y
salubridad ambiental (el ¡agua va! De las calles de nuestra capital del Estado,
referido a las aguas fecales, contra el que emprendió su particular cruzada el
rey Carlos III, no es mal ejemplo).

Su sentido y significado propio, hasta el momento de la codificación, acaso


estuviera referido sólo a los objetos sólidos que cayeren o a los fluidos que se
vertieren a la vía pública, con daño para los viandantes; resultando que, en un
buen número de ocasiones, ha venido provocado por la actuación de menores,
cuya edad, en más de un caso, los hacía absolutamente inimputables (niño de
cortísima edad que, paciente pero insistentemente, logra hacer caer una
maceta desde un sexto piso, hiriendo a un transeúnte o arruinando la
carrocería de un automóvil correctamente aparcado).

En la actualidad forense española, sin embargo, la aplicación del art. 1910 ha


encontrado un campo abonado en los casos de reclamación de indemnización
por filtraciones de agua a locales o viviendas sitos en plantas inferiores, sea por
quedar inadvertidamente abierto algún grifo (cfr. SSTS de 12 de abril de 1984 y
12 de mayo de 1986), sea por mal estado o rotura de cañerías o tuberías de
toma de agua de algún electrodoméstico (así, SSTS de 9 de abril de 1987, 24
de febrero de 1988 y 9 de marzo de 1988).
La víctima del daño, una vez acreditada la relación de causalidad, puede
reclamar directamente al “cabeza de familia” la reparación del daño causado,
basándose en el art. 1910, al recocer éste –según reiterada jurisprudencia–
una “norma que es clara muestra de un supuesto de responsabilidad objetiva,
que constituye una obligación legal de indemnizar (art. 1090 CC) e impone el
deber de resarcir a quien sufrió el daño, medie o no culpa achacable al cabeza
de familia”.

Esta última expresión (“cabeza de familia” posiblemente haya quedado hoy


anticuada y,) en todo caso, es inadecuada en el precepto, pues generalmente
es exclusiva de la legislación administrativa. Hubiera sido preferible, por tanto,
mantener el encabezamiento de la edición primitiva del Código (“Todo el que
habita, como principal, una casa o parte de ella… ” Pese a), ser más premioso
gramaticalmente hablando. En todo caso, es claro que la expresión se
encuentra referida al “habitante de la casa” es decir, a la persona (o personas)
responsables, del buen orden y concierto de la vivienda, local u oficina de que
se trate. No se requiere pues, en el supuesto, la existencia de una vinculación
dominical con el inmueble, sino que basta una situación de uso o disfrute del
mismo.

Por desgracia, las consecuencias dañosas de los elementos “caídos” son muy
frecuentes. En enero de 1999 un trozo de la cornisa del Teatro Calderón de
Madrid, provocó muerte y lesiones en los ocupantes de un automóvil detenido
en la esquina de las calles Dr. Cortezo y Atocha. De los ocupantes algunos
eran alumnos de la UNED, a los que días antes explicaba el autor la STS (1ª)
de 5 de diciembre de 1998, dictada en un supuesto en el que u peatón,
paseando también por una avenida de Madrid, resulta lesionado de gravedad al
caerle encima un rótulo o anuncio luminoso que se hallaba en mal estado.

Razona el Tribunal: “ La adopción de medidas de conservación de cualquier


elemento … incorporado a un inmueble y sometido a la influencia de agentes
atmosféricos entre de lleno en la natural y lógica obligación de atención y
cuidado a exigir del propietario o titular del establecimiento en que aquél fue
colocado, sobre todo… cuando… se desprendían chirridos demostrativos del
sufrimiento y quebranto de sus elementos de sujeción, por lo que la falta de
atención al respecto denotó la existencia de una conducta negligente por vía
omisiva, imputable a la entidad comercial propietaria del rótulo cuestionado… ” 

CAPITULO IV: RESPONSABILIDAD CIVIL CAUSADA POR ACTIVIDADES


INDUSTRIALES NOCIVAS O PELIGROSAS. ESPECIAL REFERENCIA LA
RESPONSABILIDAD CIVIL POR LOS DAÑOS CAUSADOS AL MEDIO
AMBIENTE

EL DAÑO AMBIENTAL PURO EN EL DERECHO PERUANO

El tratamiento del daño al ambiente tiene algunas particularidades que lo


diferencian dela aproximación que hace la responsabilidad civil
extracontractual. A este daño también se le conoce como daño ambiental puro,
daño ecológico, daño público ambiental o daño ambiental autónomo; siempre
haciendo el deslinde con aquellos daños que afecten intereses particulares.

Este daño, que en sí mismo se hace al ambiente, afecta a la sociedad en su


conjunto, a la calidad de vida de sus miembros; y, más aun, a su desarrollo,
porque el ambiente la biosfera es el sustento que hace posible la vida en la
Tierra hoy y la hará posible mañana.

El daño ambiental puro, será, pues, el daño que se causa al ambiente con
independencia de la afectación a intereses particulares. Será, por ejemplo, el
daño al río Rímac, a los bosques en Madre de Dios y al mar de Ventanilla,
entre otros. Es, precisamente, por su carácter colectivo que el artículo IV del
Título Preliminar de la Ley General del Ambiente, en adelante “LGAMB”,
reconoce el derecho de todas las personas de salir en defensa del ambiente sin
que sea necesario acreditar un perjuicio directo.

El ambiente El ambiente puede ser definido si es que cabe definir aquello que
no se conoce completamente como la integración de todos los elementos que
componen el sistema en el que vivimos la biosfera y la interacción entre ellos
mismos. Esto incluye, pues, lo vivo y lo inanimado, lo visible y lo invisible, lo
natural y lo construido; así como la relación entre los mismos, sea ésta tangible
o intangible. En buena cuenta, el ambiente es aquello que nos rodea. Pero no
sólo aquello que rodea a la especie humana, sino también a los demás seres
vivos y, además, las relaciones existentes entre todas las especies que habitan
la Tierra.

Los componentes del ambiente pueden ser clasificados en tres grupos: (i) el
ambiente natural, que incluye el aire, el agua, el suelo, la flora y fauna, y las
interrelaciones entre éstos; (ii) el ambiente construido por el hombre, que
comprende las ciudades y obras de infraestructura; y, (iii) el ambiente social,
que comprende a los sistemas sociales, políticos y culturales.

Esta definición amplia, por la naturaleza del objeto definido, comprende


también a lo urbano. Por eso la construcción del centro comercial Larcomar en
el antiguo Parque Salazar de Miraflores, en Lima, fue materia de
cuestionamientos ambientales. La identidad de los vecinos miraflorinos con su
entorno estaba vinculada a ese espacio público, y por eso, alrededor de 1996,
una infraestructura que hoy alberga 160 tiendas, fue objeto de evaluación
ambiental por las autoridades competentes.

El daño en la Ley General del Ambiente

El daño, en general, según Bustamante Alsina es “el menoscabo que se


experimenta en el patrimonio por el detrimento de los valores económicos que
lo componen (daño patrimonial) y también la lesión a los sentimientos, al honor
o a las afecciones legítimas (daño moral)”.

Y respecto del daño ambiental puro, este mismo autor lo define señalando que
“es toda lesión o menoscabo que atente contra la preservación del entorno –
constituido por los recursos naturales vivos, inertes, culturales materiales e
inmateriales–, en tanto influya en la calidad de vida, desde el punto de vista del
interés humano”.

Hemos querido citar a este autor porque la LGAMB, al definir el daño


ambiental, utiliza, precisamente, el mismo término –“menoscabo”– y le otorga
ciertas características, como lo veremos más adelante.

A su vez, el daño ambiental –ya sea generado por un vertimiento contaminante


al Lago Titicaca o por la emisión de gases tóxicos por las industrias en un
barrio industrial de Lima– puede tener, simultáneamente, efectos patrimoniales
y no patrimoniales sobre los derechos de las personas. Es el caso, por ejemplo,
de quien adquiere una enfermedad por consumir de manera continua agua de
un río que ha sido contaminado por el desagüe de una curtiembre. Es en el río
contaminado donde se verifica el daño ambiental puro, mientras que en la
persona se verifica un daño a su salud, daño de carácter particular como
consecuencia del daño ambiental de carácter colectivo.

El Derecho, como toda disciplina, muta y hoy algunos ya hablan de una


subespecie de daño ambiental puro: el daño moral colectivo ambiental. Éste es
un concepto utilizado por los tribunales argentinos en un fallo que confirmó la
condena de la demandada –el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y una
empresa constructora– por la demolición de un inmueble considerado
patrimonio histórico cultural, la Casa Milla . El desarrollo conceptual en materia
de daños al ambiente seguirá desarrollándose y nos llevará a conceptos
nuevos, siempre dependiendo de lo que el Derecho entienda por ambiente y
daño ambiental en determinada jurisdicción y tiempo.

En el Perú, la definición de daño ambiental que debemos tomar en cuenta es la


del artículo 142 de la LGAMB: “todo menoscabo material que sufre el ambiente
y/o alguno de sus componentes, que puede ser causado contraviniendo o no
disposición jurídica, y que genera efectos negativos actuales o potenciales”

De este texto podemos identificar los tres elementos siguientes: (i) el


menoscabo material, (ii) la generación de efectos negativos actuales o
potenciales derivados del menoscabo material, y (iii) la independencia de éste
respecto de si se ha contravenido o no disposición jurídica alguna.

Es decir, el Derecho peruano exige que se produzca un menoscabo material en


el ambiente para que se verifique un daño. Esto parece retórica, pero para la
Administración pública no lo es, la cual ha pretendido sancionar por daño
ambiental sin verificar la real ocurrencia del menoscabo; es decir, sin demostrar
el daño, lo cual ha obligado a algunas empresas a recurrir en vía contencioso
administrativa ante los tribunales.

Para el Diccionario de la Lengua Española, “menoscabo” es el “efecto de


menoscabar”. Y “menoscabar” tiene las siguientes acepciones: “disminuir algo,
quitándole una parte, acortarlo, reducirlo”; “deteriorar y deslustrar algo,
quitándole parte de la estimación o lucimiento que antes tenía”; y “causar
mengua o descrédito en la honra o en la fama”. De otro lado, la palabra
“material”, según el Diccionario tiene la siguiente acepción: “perteneciente o
relativo a la materia”. Y, la palabra “materia” la define como“ realidad primaria
de la que están hechas las cosas”.

Por lo tanto, debemos entender que la LGAMB exige un daño cierto. En esto,
como es obvio, coincide con el Código Civil, que en materia de responsabilidad
civil extracontractual, exige la existencia del daño y la verificación del mismo
para que se pueda exigir la reparación. Sin daño no cabe atribuirle
responsabilidad a persona alguna. Sin la ocurrencia de un daño el Derecho no
actúa. Como se puede notar de los artículos 1969 y 1970 del Código Civil, el
daño es la piedra angular de esta rama del Derecho. Fernando de Trazegnies
nos dice que “existen diferentes tipos de daños reparables. Pero, ante todo, es
importante destacar una característica general de todo daño susceptible de
reparación: el daño, cualquiera que sea su naturaleza, debe ser cierto si quiere
aspirar a una reparación”.

ALGUNOS ASPECTOS DE LA RESPONSABILIDAD CIVIL Y EL DA ÑO


AMBIENTAL

El camino jurídico que ha seguido el tratamiento de la protección del ambiente


ha ido transformando la disciplina jurídica. En este camino se distinguen, al
menos dos grandes etapas. Una inicial, caracterizada por un Derecho que
protegía indirectamente algunos componentes del ambiente considerados
propiedad privada; para luego pasar a una segunda etapa en la que ya se
reconoce a la naturaleza como un bien jurídico que debe ser protegido por sí
mismo.

Un ejemplo de la primera etapa de este andar del tratamiento de la protección


del ambiente, es el proceso judicial, iniciado en la década del treinta y
culminado en 1957, entre doña Elvira Santa María de Bazo, representante de la
Testamentaría de don Juan Bazo Velarde, contra la Cerro de Pasco
Corporation, por indemnización de daños causados por los humos de la
Fundición de La Oroya sobre el ganado de la Hacienda Jatunhuasi. Por otro
lado, un ejemplo de la segunda etapa, en la que ya se reconoce a la naturaleza
como un bien jurídico que merece protección por sí mismo, es la sentencia del
9 de febrero de 2009, recaída en el expediente Nº 03343-2007-PA/TC, en la
cual el Tribunal Constitucional declaró fundada una demanda de amparo en
defensa del ambiente interpuesta contra tres empresas pe - troleras,
suspendiendo sus actividades en el Lote 103 hasta que no se cuente con el
Plan Maestro del Área de Conservación Regional Cordillera Escalera.

En el Código Civil la reparación del daño se fundamenta en los conceptos de


legitimación y titularidad, respecto a derechos subjetivos, enfocándose hacia la
protección de situaciones particulares. Es el sistema de responsabilidad civil
clásico emanado del Derecho romano –Lex Aquilia. Un marco normativo que se
complementa con las normas que sobre abuso del Derecho y relaciones de
vecindad también están contenidas en el Código. Sin embargo, es evidente que
el ambiente carece de una delimitación concreta y tiene, además, un carácter
colectivo. Éste carácter, precisamente, es el incorporado en la legislación
peruana a través del derogado Código del Medio Ambiente y de los Recursos
Naturales de 1990, y posteriormente ampliado por la LGAMB en el 2005. Sin
embargo, aunque hablamos de normas distintas, no podemos perder de vista
que estamos hablando de un mismo Derecho de daños, regido por los mismos
principios.

Por lo tanto, aunque en este ensayo distinguimos las normas del Código Civil,
de las dispuestas por la LGAMB, hablamos de un mismo Derecho de daños,
cuyas normas, aunque diferentes, deben ser interpretadas en conjunto y a la
luz de los mismos principios generales del Derecho.

Las disposiciones del Código Civil no fueron pensadas para la protección del
ambiente, ciertamente; y, menos aún para enfrentar la reparación del daño
ambiental puro. Sin embargo, algunas de sus disposiciones sí tienen relación,
aunque lejana, con éste ya que otorgan a los individuos los medios legales
para hacer que se respete su entorno y tranquilidad. Tal es el caso, por
ejemplo, de las normas sobre inmisiones y relaciones de vecindad, las cuales
constituyen, aunque en un ámbito bastante limitado, unas de las disposiciones
precursoras del Derecho Civil en lo que a calidad de vida se refiere. Hoy, el
Código Civil –al igual que en su momento lo dispuso el Código de 1936–,
contiene disposiciones que protegen a los ocupantes de inmuebles de
molestias causadas por sus vecinos. Se les protege, porque, entre otros
aspectos, son perjudicados en su sosiego y salud. Se les protege de todo
aquello que exceda de la tolerancia –concepto, como vimos arriba,
indispensable para el Derecho ambiental– que mutuamente se deben los
vecinos. Junto con éstas, hay otras disposiciones de nuestro Código Civil que
pueden ser utilizadas para fines ambientales; sin embargo, sus conceptos
deben ser complementados con otros para reparar el daño ambiental puro.

Vincent Rebeyrol señala que el Derecho de la responsabilidad civil permite


aportar una cierta respuesta a los daños ambientales individuales, en particular,
a través de la teoría de los problemas de vecindad que justamente ha sido
construida por la jurisprudencia para analizar este tipo de daños específicos.
Ciertamente, esta respuesta puede y debe ser mejorada, a lo cual el Derecho
ambiental puede contribuir. Pero en todo caso, en materia de daño ambiental
individual el Derecho de la responsabilidad no es del todo impotente de aportar
una solución. La situación es completamente diferente en materia de daño
ambiental puro: todos los autores no hacen más que subrayar la impotencia del
Derecho de la responsabilidad civil común a aportar una respuesta satisfactoria
a este tipo de daño.

La responsabilidad civil extracontractual ya no puede ser objeto de una


concepción individualista exclusiva, sino que debe cobijar también la tutela de
los nuevos intereses colectivos que surgen por problemas ambientales de
naturaleza difusa. Para Arazadi, la tutela del daño ambiental debe ser
preventiva; antes que reparar el daño, se debe buscar prevenirlo; incluso,
señala, se trata de una nueva institución del Derecho procesal. Una nueva
tutela que busca una sentencia que escape al esquema clásico de las
sentencias declarativas, constitutivas o de condena. Y añade que si el derecho
de contenido ambiental no es disponible, si la protección del ambiente compete
a todos, incluso al juez, éste no debe ser neutro, debe ser partícipe de la
necesidad de conservar el ambiente.
El artículo VIII del Título Preliminar de la LGAMB, bajo el epígrafe “Del principio
de internalización de costos” establece que “toda persona natural o jurídica,
pública o privada, debe asumir el costo de los riesgos o daños que genere
sobre el ambiente. El costo de las acciones de prevención, vigilancia,
restauración, rehabilitación, reparación y la eventual compensación,
relacionadas con la protección del ambiente y de sus componentes de los
impactos negativos de las actividades humanas debe ser asumido por los
causantes de dichos impactos”. Antes que llegar a la reparación la LGAMB
propone la prevención los daños, de tal manera que la industria está obligada a
tomar acciones y asumir los costos de prevención, para, de esa manera, no
trasladar los costos de reparación a la sociedad.

Este principio de internalización de costos, pues, obliga al Derecho Ambiental a


requerir que la industria y los ciudadanos no sólo asuman los costos de los
daños que pudieran causar –en muchos casos irreversible–, sino también de
los riesgos que generan en sus actividades, independientemente de la
ocurrencia o no de un daño. El meollo del Derecho ambiental reside en su
carácter preventivo; por lo tanto, de no lograr imprimirlo en las normas y en las
conductas de las personas, mermará su eficacia.

En el ámbito del Derecho Internacional Ambiental, el tratadista inglés Philippe


Sands resalta la enorme importancia del principio preventivo en toda política
ambiental eficaz. Éste es el carácter que hay que imprimirle a la actual política
ambiental peruana, la cual sigue únicamente escrita en un papel luego de más
de un año de haber sido aprobada por un decreto supremo.

La reparación, el restablecimiento y la indemnización

El artículo 147 de la LGAMB define a la reparación del daño como “el


restablecimiento de la situación anterior al hecho lesivo al ambiente o sus
componentes, y de la indemnización económica del mismo”. Y añade que “de
no ser técnica ni materialmente posible el restablecimiento, el juez deberá
prever la realización de otras tareas de recomposición o mejoramiento del
ambiente o de los elementos afectados”. Luego, a párrafo seguido, dispone que
“la indemnización tendrá por destino la realización de acciones que compensen
los intereses afectados o que contribuyan a cumplir los objetivos
constitucionales respecto del ambiente y los recursos naturales”.

De esta disposición se advierten tres términos: reparación, restablecimiento e


indemnización. El primero de estos términos contiene a los dos últimos. Es
decir, para la LGAMB la reparación opera por medio del restablecimiento de la
situación anterior y de la indemnización económica.

Consideramos que esta disposición puede interpretarse en el sentido de que el


causante del daño está obligado a incurrir dos veces en los costos de
restablecimiento de la situación anterior a la realización de la conducta dañosa.
En efecto, ésta lo obliga a asumir el costo del restablecimiento de la situación
anterior, así como el pago de la indemnización correspondiente. Sin embargo,
la indemnización estaría destinada a las “acciones que compensen los
intereses afectados o que contribuyan a cumplir los objetivos constitucionales
respecto del ambiente”. Este texto debería revisarse para evitar posibles
interpretaciones que contravengan su sentido. Si, además, contamos ya con la
“compensación en términos ambientales” del artículo IX del Título Preliminar.

Son diversos los términos que la LGAMB utiliza, prestándose a confusión.


Además de los contenidos en el artículo 147 –reparación, restablecimiento e
indemnización–, esta ley menciona a los siguientes, pero sin darles contenido
específico alguno: restauración (artículos VIII y IX), rehabilitación (artículos VIII
y IX), compensación (artículo VIII), compensar en términos ambientales
(artículo IX), asumir los costos (artículos 142 y 144), reparar (artículo 144),
indemnización (artículo 144), recuperación (artículo 144), mitigar (artículo 144)
y evitar que vuelva a ocurrir (artículo 144). No es clara la distinción entre estos
términos, algunos parecerían similares, aunque la LGAMB los utiliza en
diferentes contextos.

Es interesante advertir los términos utilizados por la Directiva 2004/35/CE de la


Unión Europea, una norma muy bien pensada y elaborada. Para esta directiva,
las medidas de reparación se subdividen en: reparación primaria, reparación
complementaria y reparación compensatoria. Por su precisión conceptual vale
la pena transcribir su definición. La reparación primaria es definida como “toda
medida de reparación por la cual los recursos naturales dañados o los servicios
deteriorados, regresan al estado inicial o por lo menos se acercan a ese
estado”. Su objetivo es “poner los recursos naturales o los servicios dañados
en su estado inicial o por lo menos a un estado cercano a este”. La reparación
complementaria es definida como “toda medida de reparación iniciada con
respecto a los recursos naturales o a los servicios, con el fin de compensar el
hecho que la reparación primaria no llega a la restauración completa de los
recursos naturales o de los servicios”. Su objetivo es que “cuando el regreso al
estado inicial no se lleva a cabo, se trata entonces de aportar un nivel de
recursos naturales o de servicios comparables a los que hubieran sido
aportados si el estado inicial del lugar dañado hubiera sido restablecido”.
Finalmente, la reparación compensatoria es definida como “toda acción iniciada
para compensar las pérdidas de los recursos naturales o de los servicios que
aparecen entre la fecha en la cual ocurre el daño, y el momento en el cual la
reparación primaria ha producido plenamente su efecto”. Su objetivo es
“compensar las pérdidas provisorias de los recursos naturales y de los
servicios, mientras se espera la regeneración”. Quizás la LGAMB debió ser tan
concreta como la Directiva 2004/35/CDE, en lugar de ser tan vaga y extensa
que pareciera ir en contra de la técnica legislativa.

En el Derecho de daños, resarcir –reparar– es desplazar el peso económico del


daño: liberar de éste a la víctima y colocárselo a otra persona (el culpable, el
causante, el empleador, el dueño del animal, el asegurador, etc.)12. La
reparación por equivalencia dineraria –la indemnización– no tiene sentido
alguno en la reparación del daño al ambiente, porque con ella no se repara el
objeto dañado sino que se otorga un subrogado pecuniario que no puede
restituir en su totalidad el bien ambiental (imposibilidad de efectuar reparación
in natura) 13. Aquí podemos observar una clara diferencia entre la reparación
del daño ambiental respecto de las reglas generales de la responsabilidad civil,
en las que la indemnización dineraria equivalencial, que busca reemplazar o
compensar el bien dañado, es la regla general. Esto sucede, porque en el
Derecho Civil clásico el demandante tiene mayor libertad para disponer si el
dinero pagado por su bien lesionado lo reinvierte en el mismo o no.
En el ámbito del Derecho Ambiental el pago dinerario nunca podrá ser
equivalencial, porque el dinero no se puede dar para cambiar un bien por otro
sino que obligatoriamente se tiene que invertir en la reparación del
ecosistema14. Esta idea está plasmada en el artículo 7 de la Ley 491 sobre
Responsabilidad Civil Ambiental y otras disposiciones promulgada por el
Congreso de la República de Colombia en enero 15 de 1999: “Cuando las
actividades de reparación, reposición o restauración no sea posible realizarlas,
el monto de la indemnización será invertido directamente en proyectos
ecológicos o ambientales de especial interés para la comunidad”.

Según señala Rebeyrol, a propósito de la indemnización, el Derecho francés de


la responsabilidad civil no es el único en revelarse impotente para responder a
este tipo de daño. La ley alemana del 10 de diciembre de 1990, a pesar de
estar adelantada al Derecho francés en muchos aspectos, dispone claramente
que el daño ambiental puro –entendido como el deterioro de la naturaleza o del
paisaje– sólo podrá ser el objeto de una indemnización con la condición de
estar acompañada del daño a la propiedad de una persona. Otros derechos no
conocen ni siquiera el concepto de daño ecológico puro, ya que la idea de
reparar daños que no son padecidos por personas, les parece inconcebible.

La legislación nacional, en el artículo 1985 del Código Civil la indemnización


comprende las consecuencias derivadas del hecho que generó el daño,
incluyendo: (i) lucro cesante, (ii) el daño a la persona; y, (iii) el daño moral; la
LGAMB dispone que el causante del daño está obligado a reparar: (i) los daños
ocasionados por el bien o la actividad riesgosa y los que correspondan a una
justa y equitativa indemnización, (ii) los de la recuperación del ambiente
afectado; y, (iii) los de ejecución de las medidas necesarias para mitigar los
efectos del daño y evitar que éste se vuelva a producir; por lo que estaríamos
ante un régimen especial. Para una adecuada aplicación del Derecho de daños
ambientales, la reflexión de la doctrina y la jurisprudencia se deben encargar de
dar contenido a estos conceptos.

La cuestión de la antijuricidad y el ejercicio regular de un derecho

El estudio de la antijuricidad, como presupuesto de la responsabilidad en


materia del daño ambiental puro, no representa mayor complejidad. La
naturaleza del ambiente como bien jurídico constitucionalmente protegido,
sustento de la vida de las personas, determina que todos tengamos la
obligación de preservarlo. Esta obligación, contenida en nuestra legislación
nacional y en instrumentos internacionales, determina, pues, que toda conducta
que afecte el ambiente sea antijurídica. En ese sentido, el apartado 2 del
artículo 142 de la LGAMB señala que el daño debe ser reparado, sea causado
contraviniendo o no contraviniendo una disposición jurídica.

El párrafo 1 del artículo 1971 del Código Civil establece que no hay
responsabilidad en el ejercicio regular de un derecho. Sin embargo,
entendiendo esta norma en el contexto del sistema jurídico, el ejercicio de un
derecho no es irrestricto. ¿Esta norma del Código Civil es una exención de
responsabilidad para todos los casos de derechos afectados? Es decir,
¿cualquier ejercicio regular de un derecho libera de la obligación de no afectar
el ambiente? No es así. Recordemos, para esto, que toda facultad otorgada por
un derecho no es absoluta. Por ejemplo, ¿alguien puede sostener que está
eximido de responsabilidad por matar a alguien en el ejercicio regular de un
derecho? No. Por eso es que en el régimen especial de responsabilidad
ambiental se establece la obligación de todo aquél que causa un daño al
ambiente de asumir las consecuencias del mismo, aun cuando su actuación
hubiera sido conforme al marco legal que regula su actividad.

Para María del Carmen Sánchez-Friera, la adecuación del actuar de la


instalación generadora de daño a las prescripciones administrativas que en
dichas licencias se establecen no sólo no exonerará de responsabilidad a la
misma sino que la responsabilidad que del hecho dañoso se deriva puede ser
reclamada ante los tribunales. Por su lado, Raúl Brañes, al propósito de las
limitaciones del requisito de la culpa, señala que buena parte de las conductas
lesivas del ambiente no sólo no son contra la ley sino que también cuentan con
la autorización administrativa requerida.

No cabe, pues, apoyarse en el cumplimiento estricto de reglamentos y demás


disposiciones legales para exonerarse de la obligación de reparar el daño.
Podríamos decir que las disposiciones constitucionales, las de la Ley Orgánica
para el Aprovechamiento Sostenible de los Recursos Naturales, Ley 26821, así
como lo establecido en los artículos VIII y IX del Título Preliminar de la LGAMB
lo prohíben.

CAPITULO V: Responsabilidad civil por los daños causados a personas


mediante la circulación de vehículos a motor. Especial referencia a la
valoración del daño corporal.

El sistema de responsabilidad civil en el ámbito de la circulación de vehículos


a motor cuando se producen daños en las personas es el de responsabilidad
objetiva o por riesgo atenuada en la medida en que admite dos causas de
exoneración cuando interfieren en la relación de causalidad: la culpa exclusiva
del perjudicado o la fuerza mayor extraña a la conducción o al funcionamiento
del vehículo. Incluso, según doctrina jurisprudencial reciente, este mismo
sistema de responsabilidad objetiva se aplica cuando se produce una colisión
recíproca de vehículos y se ignora cuál ha sido el causante del siniestro
dando lugar a la doctrina de las condenas cruzadas.

La particular peligrosidad de la existencia de vehículos de motor,


cotidianamente acreditada en multitud de accidentes automovilísticos, justifica
que el Ordenamiento jurídico atienda de forma especial a dicha realidad
estableciendo una responsabilidad absolutamente objetiva en esta materia. La
responsabilidad civil originada por la utilización de tales vehículos ha sido
objeto de extenso tratamiento por parte de la doctrina y de consideración,
prácticamente inacabable, por la jurisprudencia.

Aquí naturalmente, deben bastar unos apuntes sobre la materia. La Ley de 24


de diciembre de 1962 sobre Uso y Circulación de Vehículos de Motor, objeto
posteriormente de Texto Refundido por Decreto de 21 de marzo de 1968,
estableció ya (en su art. 39 .) que nace la obligación de indemnizar en todo
caso, aunque no existiera culpa del conductor; el cual queda exonerado sólo
cuando el hecho fuese debido exclusivamente a culpa del perjudicado o a
fuerza mayor extraña a la conducción o funcionamiento del vehículo.

Dichos principios básicos en la regulación de la materia, objeto además de una


rigurosa objetivación por parte de la jurisprudencia, se han mantenido desde
entonces en las sucesivas disposiciones legislativas reguladoras de la misma,
cuyo Texto Refundido básico es el ofrecido por el Real Decreto Legislativo
1301/1986, de 28 de junio de 1986, dictado para adaptar el contenido de la Ley
especial al Ordenamiento jurídico comunitario. Dicha regulación se
complementa, fundamentalmente, con las siguientes disposiciones:

 Real Decreto de 30 de diciembre de 1986, por el que se aprueba el


Reglamento del seguro de responsabilidad civil derivada del uso y
circulación de vehículos de motor.
 Real Decreto de 22 de diciembre de 1989, por el que se aprueba el
Reglamento del seguro obligatorio de viajeros.

El vigente texto legislativo se encuentra representado por la Ley sobre


responsabilidad civil y seguro en la circulación de vehículos a motor (con las
modificaciones de que ha sido objeto por parte de la Ley 30/1995, de 8 de
noviembre, de ordenación y supervisión de los seguros privados.

Daños Corporales

Existe unanimidad en considerar que el sistema de responsabilidad civil por


daño a las personas, a diferencia de los daños en los bienes, en es de
naturaleza objetiva pues solo permite al conductor causante del daño
exonerarse de la responsabilidad oponiendo dos causas tasadas de
interpretación restrictiva: la culpa exclusiva del perjudicado y la fuerza mayor
extraña a la conducción o al funcionamiento del vehiculo.

Desaparece, en materia de daños personales,del doble régimen de


responsabilidad para este tipo de daños: hasta una determinada cifra (la
representada por los limites cuantitativos del Seguro Obligatoria)la
responsabilidad era objetiva , mientras que mas alla de ese limite el sistema
era por culpa. Ahora se unifica el régimen de responsabilidad en el caso de
daños corporales sin distinción alguna pudiendo calificarse como
responsabilidad objetiva en que el conductor solo puede exonerarse de
responsabilidad en los dos supuestos ya referidos.

El fundamento de la responsabilidad objetiva por daños causados a las


personas es el riesgo que entraña el sector de la circulación viaria que ha de
permitir la inmediata reparación de ese tipo de daños no obligando al
perjudicado a tener que acreditar la concurrencia de la culpa del conductor.

La relevancia del sistema de responsabilidad objetiva se pone de manifiesto en


la STS Pleno 10 de Septiembre de 2012 (ROJ STS 7647/ 12): “El principio de
responsabilidad objetiva en cuya legitimidad constitucional no es necesario
entrar aquí, en efecto, no solo supone el establecimiento de criterios de
imputación ajenos a la concurrencia de la culpa o negligencia , sino que
comporta también establecer una presunción de causalidad entre las
actividades de riesgo y consecuencias dañosas que aparezcan como
carácter’isticas de aquellas, como ocurre con los daños derivados de una
colision cuando se trata de responsabilidad objetiva por el riesgo creado por la
conducción de un vehículo de motor. Esta presunción solo puede enervarse
demostrando que concurren las causas de exhoneracion configuradas por la
ley como excluyentes del nexo de causalidad entre la acción y el daño.

Los daños y perjuicios causados en las personas como consecuencia del daño
corporal ocasionado por hechos de la circulación se cuantificaran en todo caso
con arreglo a los criterios del Título a IV y dentro de los limites indemnizatorios
fijados en el Anexo.

Para el cálculo del Lucro Cesante en el caso de lesiones temporales (anterior


incapacidad temporal) se prescinde de la concurrencia de la culpa en el
causante del daño( artículo 143 TR LRCSCVM) a diferencia de lo previsto en la
STC 181/200, de 29 de junio que declaro que la indemnización de los perjuicios
económicos derivados de la incapacidad temporal , cuando intervine culpa en
el agente, no está sujeta a los límites del anterior apartado si no que se
determinara conforme a lo que alegue y acredite el perjudicado. Con la
legislación vigente la prueba de la determinación y cuantía del lucro cesante en
las lesiones temporales no está supeditada a la concurrencia de la culpa de
agente sino hasta la concurrencia del criterio en general de imputación de
responsabilidad por riesgo. Como tendremos ocasión de exponer más adelante
no merece una opinión favorable la Sentencia mencionada porque reintrodujo
de modo desacertado al criterio de la responsabilidad por culpa para poder
alegar y probar la existencia y cuantía del lucro cesante cuando para los daños
corporales, con carácter general, regia el sistema de responsabilidad de riesgo.

La culpa como criterio de imputación de responsabilidad solo está previsto


respecto de la víctima bien como causa de exclusión de responsabilidad
(artículo 1.2.II TR LRCSCVM), bien como causa de reducción proporcional de
la indemnización (artículo 1.3 TR LRCSCVM) “en atención a la culpa
concurrente hasta un máximo de un setenta y cinco por ciento”. Aunque, más
que referirse al título de imputación subjetiva de la conducta del perjudicado
hace alusión a la interferencia de una conducta del conductor y el resultado
dañoso o bien contribuye causalmente a la producción del resultado lesivo.

En el ámbito penal , en la medida en que el artículo 280 del Código Penal


establece que por ejecución de un hecho descrito por la ley como delito obliga
a reparar , en los términos previstos en la leyes, los daños y perjuicios por el
causados y como la condena penal exige, al menos, imprudencia (articulo 5
C.P), de forma indirecta se esta exigiendo la prueba de la culpa del conductor
causante del siniestro para obtener la correspondencia reparación que requiere
como presupuesto la previa condena penal.

Tras la reforma operada por la ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo, que entro
en vigor el pasado día 1 de julio 2015, las infracciones penales relativas al
homicidio y a las lesiones cometidas mediante imprudencia han sufrido una
importante modificación:

En primer lugar, resultan atípicas las muertes o las lesiones causadas mediante
imprudencia simple, así como las lesiones previstas. Cualquiera que sea la
clase de imprudencia mediante la que se haya producido este resultado.
También son atípicas las lesiones previas en el artículo 282, cometidas
mediante imprudencia menos grave. En estos casos los perjudicados tienen a
su disposición el orden civil para la reclamación de la cantidad en concepto de
indemnización por muerte o lesiones sufridas.

En segundo lugar, aparece una nueva clase de imprudencia, la menos grave


inexistente.

En tercer lugar, el Preámbulo de la Ley Orgánica explica las novedades


anteriores con los siguientes términos “Se recoge así una modulación de la
imprudencia entre grave y menos grave, lo que dará lugar a una mejor
graduación de la responsabilidad penal en función de la conducta merecedora
de reproche, pero el mismo tiempo permitirá reconocer supuestos de
imprudencia leve que deben quedar fuera del Código Penal. No toda actuación
culposa de la que deriva un resultado dañoso debe dar lugar de
responsabilidad penal, sino que el principio de intervención mínima y la
consideración del sistema punitivo como ultima ratio, determinan que es al
esfera penal deban incardinarse exclusivamente los supuestos graves de
imprudencia, reconduciendo otro tipo de conductas culposas a la vía civil, en
modalidad de responsabilidad extracontractual o aquiliana , a la que habrá de
acudir quien pretenda exigir responsabilidad por culpa de la entidad”.

CAPITULO VI: LA RESPONSABILIDAD CIVIL EN EL TRANSPORTE AÉREO

La Ley de 21 de julio de 1960, reguladora del régimen de la navegación Aérea


(LNA) establece de forma expresa en su art. 120 que “razón de indemnizar
tiene su base objetiva la en el accidente, incluso en el accidente fortuito y aun
cuando el transportista, operador o sus empleados justifiquen que obraron con
la debida diligencia”.

Únicamente si se prueba que el daño es el resultado de una acción u omisión


del perjudicado, en la que exista dolo o culpa grave, cabrá la exoneración de
responsabilidad según el art. 121.

Derecho Aeronáutico
Desde el escenario jurídico internacional, y para comprender el concepto de
responsabilidad civil en el derecho aeronáutico y de los pilotos, es fundamental
tener conocimiento acerca del concepto y la definición sobre el tema del
derecho aeronáutico, el cual puede ser definido como:

El conjunto de principios y reglas que ordenan las condiciones en que debe


utilizarse el espacio aéreo por las aeronaves y los servicios de apoyo a la
circulación por este espacio, así como las relaciones jurídicas que tienen lugar
con motivo de tal actividad. Con dicha definición se comprende un complejo
sistema normativo, pues abarca disposiciones tanto de carácter público
administrativo, penal, fiscal, etc., como privado (civil, mercantil), nacionales o
internacionales. Tal complejo normativo es consecuencia de la proyección
internacional de la navegación aérea y del extraordinario número y diversidad
de cuestiones que esta navegación puede implicar. Por ello, cabe advertir que
no nos encontramos ante un Derecho plenamente original o autónomo, sino
ante un conjunto de disposiciones de la más variada procedencia
administrativa, civil, mercantil, penal, fiscal, etc., que se aplican a un fenómeno
nuevo como es el hecho aviatorio y las relaciones jurídicas que de este hecho
se derivan.

Características del derecho aeronáutico

Siendo un área de poco reconocimiento en el medio jurídico, puede


caracterizarse por los siguientes componentes: Internacionalidad: Las
aeronaves son los medios de transporte que más fronteras atraviesan, al cubrir
grandes distancias. Por este motivo es absolutamente necesaria la existencia
de una legislación internacional aeronáutica. Carácter comercial: El mero hecho
de la contratación del transporte aéreo imprime el carácter de comercialidad a
la actividad aeronáutica. Dinamismo: Debido al desarrollo de la técnica y de la
práctica, el derecho aeronáutico tiene que aplicar normas nuevas ante
fenómenos y actividades que van surgiendo con el paso del tiempo.
Normatividad unificadora: Esta rama del Derecho impone a las legislaciones
nacionales líneas de adaptación uniforme a principios considerados
internacionalmente como imperativos.

CONSECUENCIAS JURÍDICAS DE LA ACTIVIDAD AERONÁUTICA


Las consecuencias de los accidentes aéreos pueden dar lugar a una serie de
indemnizaciones, compensaciones que son dadas a raíz de la causación de un
daño, generado por un hecho. Se puede afirmar que las consecuencias
jurídicas más frecuentes de esta actividad son la destrucción o daños de la
aeronave; la muerte, lesiones o daños sufridos por los pasajeros, la muerte,
lesiones o daños sufridos por terceros en la superficie; la muerte, lesiones o
daños sufridos por el personal navegante; la muerte, lesiones o daños sufridos
provenientes del abordaje; los daños sufridos por equipajes y mercancías
transportadas, las indemnizaciones provenientes de responsabilidad civil, y las
indemnizaciones por retraso o cancelación del viaje.

Para comprender el tema debemos comenzar por conocer el significado de la


expresión responsabilidad. El diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española la define como: Capacidad existente en todo sujeto activo de
derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado
libremente”, u otra de sus acepciones es: responsabilidad que entra en juego
en defecto de la directa y principal de otra persona” (Diccionario Real Academia
de la Lengua Española). Al mismo tiempo, hay que conocer el término de
responsabilidad civil, el cual es reparar, por medio de una indemnización
pecuniaria, el daño que se ha causado a otros, de manera que ser civilmente
responsable significa “estar obligado a reparar por medio de una
indemnización, un perjuicio sufrido por otras personas” .

A ello cabe agregar que la obligación de reparar nace, cuando alguien resulta
perjudicado como consecuencia de la violación de un deber jurídico
preexistente, pues los individuos están sometidos a un ordenamiento jurídico,
con el doble alcance de observar el deber de cumplir las normas o de atenerse
a las consecuencias derivadas del incumplimiento, que consiste en este caso,
en la indemnización de daños y perjuicios. En materia de responsabilidad civil
en el derecho aeronáutico y de los pilotos existe una responsabilidad
profesional, y de acuerdo como se presenten las circunstancias de modo,
tiempo y lugar se puede hablar de una responsabilidad contractual o
extracontractual, pero para el caso de los pilotos por estar ligados a un contrato
laboral y ser el oficio que desempeñan, están ligados a la responsabilidad
contractual. Dentro de las obligaciones contractuales propias de los
profesionales, se encuentran las obligaciones de medio y las obligaciones de
resultado, dándose las primeras en los siguientes términos:

el deudor se compromete a realizar todos los actos tendientes a obtener el


resultado buscado y si media toda la diligencia, experiencia, conocimiento en el
desarrollo de la misma, se entiende que cumplió así no haya obtenido el
resultado buscado, por lo tanto será la conducta del deudor la que permite
tener como cumplida o no la obligación, v.gr. la obligación del abogado frente a
su poderdante en la atención de un litigio”; en tanto en la segunda “el deudor se
obliga a obtener un resultado preciso, que en el evento de no obtenerlo se
entiende responsable a no ser que pruebe que el incumplimiento se debió a un
evento de causa extraña, y la conducta del deudor no importa frente al
resultado buscado por las partes, este último será la única forma que tiene el
deudor de demostrar que cumplió con lo pactado v.gr. la obligación del
trasportador frente a los pasajeros y/o los propietarios de la carga.

Responsabilidad civil contractual

Cuando se hace alusión a esta clase de responsabilidad tendremos que decir


que es aquella que se define de la siguiente manera: La obligación de reparar
los perjuicios provenientes del incumplimiento, o del retraso en el cumplimiento,
o del cumplimiento defectuoso de una obligación pactada en un contrato. Para
que exista esta clase de responsabilidad es necesario que haya una relación
anterior entre el autor del daño y quien lo sufre y que el perjuicio sea causado
con ocasión de esa relación. Dentro del estudio de este tema se pueden
observar claramente dos grupos de teorías bien definidas: de una parte,
aquellas que presentan la responsabilidad contractual cuando se ha incumplido
una obligación proveniente de un contrato anteriormente celebrado; otras
teorías sostienen que se está en presencia de responsabilidad contractual
cuando se ha incumplido una obligación emanada no solamente de un
contrato, sino cuando se incumple obligación derivada de vínculo jurídico
anterior o de la ley.

Para el autor colombiano Gilberto Martínez Rave, la responsabilidad


contractual es aquella que “nace para una persona que ocasiona un daño por
el incumplimiento, demora o desconocimiento de determinadas obligaciones,
adquiridas a través de un contrato o convención”.

Responsabilidad civil extracontractual

Contrario a la responsabilidad civil contractual, en la responsabilidad civil


extracontractual no hay un incumplimiento del contrato o un cumplimiento
defectuoso, lo que se presenta es que: “entre víctima y autor del daño no exista
vínculo anterior alguno, o que aun así exista tal vínculo, el daño que sufre la
víctima no proviene de dicha relación anterior sino de otra circunstancia. El
autor del daño está obligado a indemnizar a la víctima de un perjuicio que no
proviene de un vínculo jurídico previo entre las partes”

El autor colombiano Martínez Rave define la responsabilidad extracontractual


como “la obligación de asumir las consecuencias patrimoniales de un hecho
dañoso”. En esta definición el autor no hace referencia alguna al hecho de que
las partes de la relación dañosa, es decir, la víctima y el autor del daño tengan
o no relación o vínculo jurídico anterior, pero en la misma obra en páginas
anteriores al referirse a la responsabilidad en general, consagra lo que
tradicionalmente se ha entendido por responsabilidad extracontractual como “la
que nace para la persona que ha cometido un daño en el patrimonio de otra y
con la cual no la liga ningún nexo contractual legal. Es decir, que nace para
quien simple y llanamente ocasiona un daño a otra persona con la cual no tiene
ninguna relación jurídica anterior”.

Elementos de la responsabilidad

La responsabilidad surge tanto en el ámbito contractual como el


extracontractual, cualquiera que sea el caso, la persona perjudicada por el
actuar negligente del profesional, debe probar la existencia de cuatro
elementos indispensables, los cuales son: el hecho ilícito o antijuridicidad, el
daño ocasionado, la relación de causalidad, y la imputabilidad. Analicemos
cada uno de estos elementos:

Hecho ilícito o antijuridicidad


Este elemento es aquel que se reduce a obrar contrario a la norma jurídica,
donde se lesiona o pone en peligro, sin justa causa, un bien jurídico tutelado,
que en el caso que nos ocupa, es el hecho de no cumplir con las obligaciones
contractuales, es el incumplimiento o violación de los deberes. De igual
manera, estos incumplimientos y violaciones en eventos muy específicos
pueden no conllevar sanciones, es decir, una responsabilidad, debido a que se
ha actuado bajo una causa extraña fuerza mayor, caso fortuito, culpa exclusiva
de la víctima El hecho antijurídico puede ser tanto por acción o por omisión, si
existe acuerdo de que no constituye un hecho ilícito sobre una de ellas, se
podría pensar que conduce a una causal de justificación, para lo cual, es
posible concluir que no, dado que el acuerdo no es excusa para liberarse de la
responsabilidad que la conducta acarrea, ya que no ha mediado en el acuerdo
un vicio del consentimiento, bien sea por error, fuerza o dolo, además su
función es social.

Daño causado

“El daño puede definirse como aquella lesión patrimonial o extra-patrimonial,


causada en forma lícita o ilícita, que el perjudicado no está en el deber jurídico
de soportar” (Corte Constitucional, 2001, sentencia C-100). El daño puede ser
definido como la consecuencia del incumplimiento que afecta a una persona
tanto patrimonial como extra-patrimonialmente, en tanto todo daño
desencadena la calidad de reparable por los perjuicios ocasionados. El daño
deberá ser cierto, directo, personal, licito y subsistente.

Imputabilidad

Para poder responder es necesario que el profesional se encuentre en la


capacidad de hacerlo, según las normas del Código Civil. Ahora bien, siendo
una persona hábil, éste responderá de los hechos antijurídicos en los que haya
incurrido de manera personal o propia, razón ésta para que el factor de
imputación en la obligación de resultado sea netamente objetivo.

Agente responsable por los daños ocasionados a terceros en la superficie


En virtud del tipo de responsabilidad aplicable a este caso, es pertinente
advertir que, por tratarse de una responsabilidad civil extracontractual en la
modalidad de actividades peligrosas, en principio, podría pensarse que el
agente responsable de los daños ocasionados es el propietario, pero para la
jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil (Corte
Suprema de Justicia, 1972, sentencia 18 de mayo), el guardián de la cosa
también puede ser responsable. La importancia de determinar el agente
responsable es que en el caso concreto la aerolínea no es la propietaria de la
aeronave, y en algunos casos podrá ser declarada responsable por
encontrarse la misma bajo su control, mando o dirección. En conclusión, los
agentes responsables por los daños ocasionados a los terceros en la
superficie, de acuerdo a lo anterior es el operador, por constituirse este un
guardián del mando y control de la aeronave7 (Convenio de Roma de 1953), la
persona que se apodere ilícitamente de la aeronave, que es denominado un
usuario ilegitimo, y según el Código de Comercio, el explotador8 (Código de
Comercio). Si el operador en el evento del usuario ilegítimo no demuestra la
diligencia en la utilización ilícita deberá responder de manera solidaria con el
usuario ilegítimo9 (Código de Comercio); salvo en el evento del apoderamiento
ilícito, en donde el explotador no está obligado a indemnizar (Código de
Comercio), siempre y cuando se cumplan los presupuestos de exterioridad,
imprevisibilidad e irresistibilidad de la causa extraña.

Daños materiales y morales

Para este concepto debemos decir que los daños materiales radican en la
afectación al patrimonio de la víctima, mientras en los morales la afectación no
es económica sino emocional. La indemnización de los perjuicios materiales se
puede determinar con “el valor comercial del bien, el valor de su reparación o
por medio del detrimento que ha sufrido el patrimonio de la víctima después del
acaecimiento del daño” (Romero, 2005, p. 62). A diferencia de los perjuicios
morales en donde en estricto sentido no hay indemnización, sino una
compensación apreciable en dinero por los daños ocasionados con “la pérdida
de la vida de una persona, la lesión en la integridad personal propia o ajena, o
por la pérdida total o parcial de una cosa de especial valor sentimental”, en tal
sentido dicha compensación de manera subjetiva, tal como se dijo si es
apreciable en dinero y por lo tanto se convierte en la práctica en una
indemnización monetaria, tal como sucede con la indemnización de los
perjuicios materiales.

En los daños materiales encontramos las modalidades de daño emergente y


lucro cesante (Código Civil), como parámetros para la cuantificación del daño.
Pero en los daños morales no hay una clasificación para el quantum
indemnizatorio, es un elemento que se deja a la discrecionalidad del juez según
el caso concreto.

CAPITULO VII: RESPONSABILIDAD CIVIL POR LOS DAÑOS


CAUSADOS POR LA ENERGIA NUCLEAR
El daño resarcible es el que hace referencia en el artículo 1969 cc y, desde
luego, por derivación el articulo 93 CP. Este se clasifica en dos rubros: daño
patrimonial lesión de derechos de naturaleza económica, que debe ser
reparada , que a su vez se clasifica en daño emergente: pérdida que
sobreviene en el patrimonio del afectado por haber sido perjudicado por un acto
ilícito; y, lucro cesante: ganancia patrimonial neta dejada de percibir por el
dañado; y, daño extra patrimonial lesión a la persona en si misma considerada,
estimada en su valor espiritual, psicológico, inmaterial, dentro del cual está el
daño moral o el daño a la persona, tales como el ansia, la angustia, los
sufrimientos físicos o psíquicos, etc. , padecido por el perjudicado daño moral
subjetivo, así como también el menoscabo patrimonial sufrido como
consecuencia del traumatismo psíquico causado por el hecho punible, que en
este caso se denomina daño moral objetivo.
El daño es la lesión de un interés o bien jurídico legalmente tutelado, que
incluye los perjuicios que el individuo sufre en su persona y en sus bienes
jurídicos. Comprende el daño patrimonial como el daño extra patrimonial.

La reparación del daño: es resarcir el daño, cualquier sea la forma que


adquiera la reparación

La restitución implica la devolución del bien que es objeto de daño, por lo que
solo opera en daños de bienes patrimoniales.

Fundamentación de la reparación:

 Por el principio de reparación plena o integral, la victima debe de ser


resarcida por el daño causado.
 El principio “todo daño debe ser reparado”, basado en la equidad y la
razón, exige toda persona debe ser responsable de sus acciones y por
tanto si causa daño debe repararlo.

Por lo tanto, entendemos por responsabilidad la obligación de resarcir las


consecuencias lesivas para los derechos o intereses de otra persona derivadas
de la actuación propia o ajena, bien procedan aquellas del incumplimiento de
contratos, o bien de daños producidos por simple culpa o negligencia. 

Desde que comenzó a desarrollarse la utilización de la energía nuclear con


fines pacíficos se reconoció que la energía atómica acarrearía riesgos que, por
su posible magnitud y características peculiares, no serían comparables con los
riesgos convencionales. La primera evaluación de los riesgos de la energía
nuclear con fines civiles, denominada comúnmente Informe Brookhaven, se
realizó en 1957. Para el peor caso de accidente nuclear en una central
eléctrica, se pronosticaba desde ninguna exposición letal hasta un máximo
calculado de 3400, desde ninguna lesión no letal hasta un máximo de 43 000, y
daños a la propiedad calculados entre 500 000 dólares y 7000 millones de
dólares.

Era lógico que conociéndose esto, y con la experiencia de dos explosiones de


bombas nucleares durante la Segunda Guerra Mundial, se considerara
conveniente elaborar una legislación especial que estableciera normas y
procedimientos encaminados a garantizar la máxima protección financiera
posible al público. No obstante, también se reconoció que las nuevas industrias
nucleares (explotación, fabricación y transporte) no debían estar expuestas a
una carga de responsabilidad irrazonable e indefinida y al riesgo de verse
acosadas por pleitos judiciales.

La primera legislación especial se promulgó en los Estados Unidos de América


en virtud de la Ley PriceAnderson. A raíz de esta Ley, que allanó el camino en
esta esfera, casi todos los miembros de la Organización Europea de
Cooperación Económica (la actual OCDE) firmaron en 1960 un primer convenio
regional que establecía los principios de responsabilidad de terceras partes y el
seguro para los explotadores de las instalaciones nucleares situadas en Europa
occidental. Este instrumento —el Convenio de París— revisado en 1964 por un
Protocolo Adicional, entró en vigor en 1968. Actualmente sus partes
contratantes son catorce: Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia,
Grecia, Italia, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido de Gran Bretaña e
Irlanda del Norte, República Federal de Alemania, Suecia y Turquía*. No
obstante, como la precipitación radiactiva no respeta las fronteras nacionales
(y, por tanto, las soluciones nacionales o regionales no bastarían para abordar
todos los aspectos de los riesgos nucleares), en 1963 se aprobó bajo los
auspicios del OIEA una Convención Internacional sobre Responsabilidad Civil
por Daños Nucleares (Convención de Viena), que entró en vigor el 12 de
noviembre de 1977 y tiene diez partes contratantes: Argentina, Bolivia,
Camerún, Cuba, Egipto, Filipinas, Niger, Perú, Trinidad y Tobago y Yugoslavia.
Los objetivos de los regímenes establecidos en virtud de los dos instrumentos
son similares: brindar a las víctimas de un accidente nuclear la garantía de una
indemnización rápida, eficaz y equitativa, y proteger la industria nuclear
emergente contra las incertidumbres que plantea responsabilidad conforme al
derecho consuetudinario. Las características fundamentales de ambos
regímenes también son idénticas y pueden resumirse como sigue:

• Responsabilidad estricta (objetiva, absoluta, ineludible) del explotador. Para


facilitar a las víctimas la presentación y el litigio de las reclamaciones, y a las
personas responsables la adquisición de una cobertura financiera para cumplir
su responsabilidad, ambos instrumentos asignan la responsabilidad por daños
nucleares a una sola persona respecto de cada incidente. Esta persona es el
explotador de la instalación nuclear de que se trate, quien siempre será
responsable únicamente de los incidentes que ocurran en esa instalación. Los
proveedores no incurren en ninguna responsabilidad aun cuando hayan sido
sólo ellos los causantes del daño. La víctima que entable una reclamación de
indemnización sólo tiene que demostrar el vínculo causal entre el accidente y el
daño sufrido. No es necesario probar fallos o negligencias.

• Limitación de la responsabilidad: La primera limitación está relacionada con


el importe de la responsabilidad del explotador de la instalación nuclear. De
conformidad con el Convenio de París, el importe máximo de la responsabilidad
no debe exceder de 15 millones de DEG ni ser inferior a 5 millones de DEG*.
Con todo, en la legislación nacional se podría fijar una suma superior a 15
millones de DEG con sujeción a la garantía financiera de que se disponga. La
Convención de Viena no establece una cifra tope más elevada para el importe
de la responsabilidad. De conformidad con el texto de la Convención, el Estado
en que esté ubicada la instalación podrá limitar la responsabilidad del
explotador a no menos de 5 millones de dólares de los EE.UU. en caso de
cualquier incidente nuclear. Asimismo, ambos instrumentos limitan la
responsabilidad del explotador en cuanto al tiempo. Las acciones para la
obtención de indemnizaciones deberán entablarse, bajo pena de prescripción,
en el plazo de 10 años a contar de la fecha del incidente nuclear. No obstante,
se podrá fijar un plazo de prescripción superior a 10 años en virtud de los
términos de la legislación nacional.

• Garantía financiera obligatoria: Está claro que la cuantía de la responsabilidad


dependerá en gran medida del activo con que se cuente para hacer frente a
esa responsabilidad. Por tanto, con arreglo a ambos instrumentos el explotador
queda obligado a tener un seguro u otra garantía financiera aprobada por el
Estado por el importe correspondiente a su responsabilidad. • Unidad de
jurisdicción y ejecución de las sentencias: De conformidad con ambos
instrumentos, la jurisdicción sobre las acciones entabladas en virtud de ellos
compete exclusivamente a un tribunal de la parte contratante en cuyo territorio
haya tenido lugar el incidente nuclear causante del daño. Las sentencias
pronunciadas por este tribunal competente conforme a la Convención o el
Convenio serán ejecutorias en el territorio de cualquiera de las partes
contratantes en el instrumento aplicado. De esta forma se garantiza el
cumplimiento de la limitación de la responsabilidad, así como el reparto
equitativo de la indemnización.

• No discriminación: Ambos instrumentos manifiestan expresamente que


deberán aplicarse sin discriminación alguna basada en la nacionalidad, el
domicilio o la residencia, principio que también deberá reflejarse en la ejecución
y complementación pertinente del derecho nacional. Así, tanto el Convenio
como la Convención recalcan que uno de los pilares que sustenta este sistema
de responsabilidad civil es el trato igual a todas las personas interesadas.

7.1 PROTOCOLO COMÚN

A pesar de sus principios básicos comunes, no había ninguna relación entre el


Convenio de París y la Convención de Viena. La idea original de que las partes
en el Convenio de París se adhiriesen a la Convención de Viena no se llevó
jamás a la práctica. El hecho de que estos instrumentos se aplicaran por
separado tuvo las siguientes consecuencias:

• Ninguno de los dos instrumentos se aplica a los daños nucleares sufridos en


el territorio de una parte contratante en el otro, lo que es especialmente
pertinente en los casos en que el daño se origina en instalaciones emplazadas
en tierra.

• Podían surgir conflictos jurídicos, ya que ambos instrumentos se aplicarían a


incidentes nucleares que ocurrieran en el territorio de una parte contratante en
el otro instrumento, lo cual se aplica particularmente en los casos de transporte.
Por lo tanto, desde los años setenta, el OIEA y la AEN vienen tratando de
elaborar una solución que establezca una relación entre la Convención de
Viena y el Convenio de París y que tenga el doble propósito siguiente:

• extender mutuamente el régimen de responsabilidad civil establecido en el


marco de cada uno de los dos instrumentos con el objeto de dar una protección
más amplia a las víctimas de un accidente nuclear; y eliminar los conflictos
jurídicos que pueden surgir de la aplicación simultánea de los dos instrumentos
en el caso de un accidente nuclear que afecte a partes en ambos instrumentos.
En 1987 los órganos rectores de ambas organizaciones convinieron que la
solución más simple y práctica para lograr esos propósitos consistiría en
formalizar la relación entre el Convenio y la Convención por medio de un
Protocolo Común. También se consideró que esa armonización podría ofrecer
un incentivo para una adhesión más amplia a la Convención de Viena. El 30 de
octubre de 1987, el texto del Protocolo Común fue aprobado por consenso en
una reunión del Grupo de Trabajo Mixto OIEA/AEN, de expertos
gubernamentales y el 21 de septiembre de 1988 el Protocolo Común fue
aprobado oficialmente y abierto a la firma en ocasión de la Conferencia sobre
las relaciones entre el Convenio fcde París y la Convención de Viena. El día de
su aproba- "ción, el Protocolo Común fue firmado por diecinueve Estados:
Argentina, Bélgica, Chile, Dinamarca, Egipto, España, Filipinas, Finlandia,
Grecia, Italia, Marruecos, Noruega, Países Bajos, Portugal, Reino Unido de
Gran Bretaña e Irlanda del Norte, República Federal de Alemania, Suecia,
Suiza y Turquía.

El primer principio en que se basa el Protocolo Común es el de la creación de


un vínculo o "puente" entre ambos instrumentos mediante la supresión de la
distinción entre las partes contratantes y Estados no contratantes en lo que se
refiere a la parte dispositiva de ambos. El segundo principio consiste en hacer
que a un incidente nuclear se aplique con exclusividad la Convención de Viena
o el Convenio de París mediante la selección adecuada de una norma de
derecho. Estos principios se recogen en los artículos fundamentales del
Protocolo Común.

En el Artículo I del Protocolo Común se definen los dos instrumentos. Las


definiciones incluyen cualquier enmienda al instrumento correspondiente que
esté en vigor para una parte contratante en el Protocolo. Este lenguaje tiene
por objeto dejar en claro que toda parte que sea a la vez contratante en el
Protocolo y en la Convención de Viena o el Convenio de París está obligada,
con respecto a las demás partes en el Protocolo, a aplicar cualquiera de los
dos instrumentos en la misma forma en que lo hace en relación con las demás
partes en su propio instrumento.
El Artículo II extiende la responsabilidad del respectivo explotador a los daños
nucleares sufridos en territorios de las partes en el otro instrumento. De este
modo, si ocurre un incidente nuclear en una instalación nuclear situada en el
territorio de una parte en el Convenio de París (Convención de Viena) y causa
daños a personas o bienes situados en el territorio de una parte en la
Convención de Viena (Convenio de París), el explotador de la instalación es
responsable por dichos daños. Su responsabilidad está determinada "conforme
a" dicho instrumento, vale decir, tal explotador es siempre responsable con
arreglo al instrumento en que sea Parte el Estado en que se encuentre su
instalación y la cuantía de la responsabilidad está determinada por la
legislación de dicho Estado de conformidad con el instrumento aplicable.

El Artículo III determina el instrumento aplicable. Como ambos instrumentos se


aplican no sólo a los incidentes nucleares que ocurran en las instalaciones
nucleares, sino también a los incidentes nucleares que ocurran durante el
transporte de materiales nucleares, se incluye una selección de normas de
derecho aplicables a ambas situaciones.

El Artículo IV complementa los Artículos II y III y especifica que todos los


Artículos de la parte dispositiva de ambos instrumentos se aplican en caso de
un incidente nuclear, vale decir, aquellos que se refieren a las cuantías de la
responsabilidad, a la cobertura financiera, a los recursos y a la subrogación, a
la jurisdicción y a la ejecución de las sentencias, y también a la indemnización y
a su distribución equitativa. En cambio, se excluyen los Artículos "de
procedimiento" de ambos instrumentos (por ejemplo, los que se refieren a
firmas, ratificaciones, adhesiones, enmiendas), pues el Protocolo Común no
otorga la plena calidad de parte en el otro instrumento. Los demás Artículos del
Protocolo Común, a saber, del V al XI, contienen las cláusulas finales y siguen
la práctica habitual por lo que no necesitan aclaración.

7.2 ESFERAS PARA DESARROLLAR LA LABOR FUTURA

Si bien el Protocolo Común ha sido un primer paso importante en el proceso


de armonización y perfeccionamiento del régimen de responsabilidad civil hay
algunas deficiencias graves que se deben abordar en el futuro. En este
contexto podemos mencionar las siguientes: • Ámbito territorial de aplicación
limitado: Sólo 24 Estados son parte en la Convención de Viena y el Convenio
de París, por lo que su ámbito de aplicación sigue siendo limitado. Muchos
Estados que realizan actividades nucleares importantes no se han adherido a
ninguno de los dos instrumentos, como son, por ejemplo, Canadá, los Estados
Unidos, la India, el Japón, la Unión Soviética y los demás Estados socialistas
de Europa oriental. De aproximadamente 417 centrales nucleares que hay en
el mundo, menos de 5 están amparadas por la Convención de Viena y unas
125 por el Convenio de París. Se espera que el Protocolo Común atraiga a los
Estados que hasta el momento no se han adherido a nin guno de los dos
instrumentos, y pasen a ser parte en uno de ellos y gozar de la protección que
brinda el nuevo régimen de responsabilidad civil ampliada; de este modo, a su
vez, ampliarían el ámbito de su aplicación.

• Responsabilidad limitada: Como ya se mencionó, ambos instrumentos


estipulan la responsabilidad limitada del explotador. Con todo, la cuestión está
en saber si esas limitaciones siguen siendo adecuadas o no. Aunque a menudo
se aduce que la limitación es necesaria para contrarrestar la responsabilidad
objetiva, también hay Estados en que la responsabilidad nuclear es ilimitada
(Bulgaria, Hungría, Polonia, República Democrática Alemana, República
Federal de Alemania y Suiza). El accidente de Chernobil es una prueba de que
los posibles efectos del daño causado por un incidente nuclear podrían ser muy
grandes y de que quizás no sea suficiente la cantidad tope de responsabilidad
fijada por el Convenio de París y la Convención de Viena. También se aduce
que la limitación en cuanto al tiempo establecido por ambos instrumentos (10
años) tal vez no sea apropiada en todos los casos dadas las peculiaridades de
los efectos de la radiación.

• Falta de definición del daño nuclear: En ninguno de los dos instrumentos se


define el concepto de "daño nuclear". Ello significa que la posibilidad de
determinar su alcance se deja a la legislación nacional de los Estados
contratantes o a los tribunales, lo que puede provocar diferentes definiciones e
incertidumbres respecto de la cuantía de la indemnización que habrá de
pagarse. Por ejemplo, en lo que respecta a la cuestión de si se deben incluir o
no las reclamaciones de indemnización relacionadas con las medidas
preventivas que adopten los Estados para proteger al público, el problema
radica, empero, en que estas reclamaciones no se refieren al daño nuclear
como tal, sino a la indemnización por el costo financiero que entrañe la
adopción de esas medidas por las autoridades públicas, con lo cual se rompe
el vínculo causal directo entre el accidente y el daño producido. Esto plantea de
inmediato reservas en cuanto a la sensatez de este tipo de medidas y destaca
la importancia de que se defina el concepto de daño nuclear.

7.3 RESPONSABILIDAD INTERNACIONAL (DEL ESTADO)

El mejor entendimiento alcanzado a raíz del accidente de la central nuclear de


Chernobil respecto de las consecuencias sociopolíticas que pueden tener a
nivel internacional los daños nucleares transfronterizos, ha centrado la atención
pública en la ineficacia de las normas jurídicas internacionales vigentes en la
esfera de la responsabilidad nuclear. Se ha hecho evidente que los actuales
acuerdos basados en el concepto del derecho privado, a saber el Convenio de
París y la Convención de Viena, no son suficientemente amplios para abarcar
las diferentes situaciones que se pudieran presentar. La aprobación del
Protocolo Común, que establece un vínculo entre ambos instrumentos, aunque
sin dudas constituye un paso de adelanto, en realidad no ha propiciado un
cambio radical. Además de las limitaciones mencionadas anteriormente, debe
añadirse que el propio carácter civil del Convenio de París y de la Convención
de Viena impone determinadas limitaciones a su alcance y a los mecanismos
que se puedan aplicar en virtud de estos instrumentos para atender las
posibles reclamaciones. Por ejemplo, no se ocupan de las cuestiones
relacionadas con el arreglo de reclamaciones entre Estados, la responsabilidad
por consecuencias perjudiciales que causen el deterioro del medio ambiente,
res communis como al aire, el agua, la tierra, la flora, la fauna; o por daño
genético a la población; o la responsabilidad internacional del Estado por los
daños políticos y morales derivados de medidas injustificadas que adopte en
relación con un accidente nuclear. Ambos instrumentos establecen el derecho
a entablar acciones jurídicas de derecho civil ante un tribunal competente como
procedimiento para resolver las reclamaciones relativas a daños nucleares,
excluyendo así la posibilidad de que se presenten reclamaciones entre los
Estados en su nombre o en nombre de los ciudadanos que hayan sufrido
pérdidas o daños transfronterizos. No obstante, puede que un tipo de
mecanismo no judicial se avenga mejor a las situaciones antes expuestas y a
los casos de reclamaciones entre Estados parte y no parte en las convenciones
sobre responsabilidad existentes y entre estos últimos. También es posible
que el procedimiento de derecho civil no resulte eficaz en casos en que un gran
número de personas sufran los daños.

Además, como ya se ha señalado, la aceptación limitada ha sido durante años


el punto débil de ambos instrumentos. En realidad el Convenio de París es un
acuerdo regional y la Convención de Viena, aunque es de carácter universal,
sólo tiene en estos momentos diez Estados Parte. Por diversas razones,
ninguno de los dos instrumentos ha logrado la adhesión de muchos países que
realizan actividades nucleares. Por ende, sólo una tercera parte del total de
reactores nucleares de todo el mundo está cubierta por estos instrumentos.

CAPITULO VIII: RESPONSABILIDAD CIVIL POR LOS DAÑOS


CAUSADOS POR EL EJERCICIO DE LA CAZA

8.1 DEFINICIONES Y FORMAS DE CAZA

Artículo 102. Caza de subsistencia

La caza de subsistencia es la que se practica exclusivamente para la


subsistencia del cazador y de su familia. Está permitida solo a los integrantes
de las comunidades campesinas y nativas. En el caso de los pobladores
rurales, se realiza en ámbitos autorizados por la autoridad regional forestal y de
fauna silvestre.

Las autoridades comunales, mediante acuerdos internos, regulan y


administran el aprovechamiento de las especies de fauna silvestre en el ámbito
de sus tierras en función al número de habitantes, área de la comunidad y
situación de la conservación de la fauna silvestre, respetando las regulaciones
sobre especies amenazadas y asegurando la conservación del recurso,
estableciendo un listado de especies susceptibles de ser empleadas para la
caza para consumo doméstico fijando temporadas y cuotas, siendo este el
instrumento de gestión reconocido por la autoridad regional forestal y de fauna
silvestre.

Artículo 103. Caza o captura con fines comerciales

La caza o captura con fines comerciales es la que se practica en áreas


autorizadas para obtener un beneficio económico. Debe tener la respectiva
licencia, autorización o contrato y está sujeta al pago de los derechos
correspondientes. Cada autoridad regional forestal y de fauna silvestre elabora
y aprueba el calendario regional de caza comercial de acuerdo a la especie,
distribución, cantidad y valor comercial.

Este calendario se basa en la información científica obtenida de los estudios


poblacionales de las especies que consigna, realizados por el SERFOR o las
autoridades regionales forestales y de fauna silvestre o por terceros,
considerando su impacto en las poblaciones de las especies y en los
ecosistemas que sustentan dichas poblaciones. Fija las temporadas de caza y
los volúmenes totales autorizados a extraer.

La comercialización de carne de especies de fauna silvestre solo procede en


caso de que provenga de zoocriaderos o áreas de manejo. Con este fin, para
las áreas de manejo, la autoridad regional forestal y de fauna silvestre
establece las especies y el volumen máximo permitido para comercializar por
temporadas a cada cazador comercial registrado y a la comunidad en su
conjunto.

Artículo 104. Caza deportiva

La caza deportiva es la que el cazador practica únicamente con fines


deportivos y sin fines de lucro, contando con la licencia y la autorización
correspondiente otorgadas por la autoridad regional forestal y de fauna
silvestre, de acuerdo a los tipos y modalidades especificados en el reglamento.
La licencia tiene alcance nacional, la autorización es de alcance regional.

La autoridad regional forestal y de fauna silvestre elabora y aprueba los


calendarios regionales de caza deportiva, considerando las unidades de
gestión forestal y de fauna silvestre dentro de su jurisdicción, de acuerdo a la
especie, distribución, abundancia e interés cinegético, fijando las temporadas
de caza y las cuotas de extracción totales y por autorización.

El reglamento regula la práctica de la caza deportiva y de las actividades


económicas y servicios vinculados a esta actividad a fin de optimizar sus
beneficios ecológicos y socioeconómicos.

Artículo 105. Cetrería

La cetrería es la caza de animales silvestres en su medio natural mediante el


empleo de aves de presa adiestradas por el hombre y con fines deportivos.
Solo se permite el uso de aves de presa reproducidas en zoocriaderos o cuya
captura haya sido autorizada por el SERFOR. Está sujeta a los calendarios
regionales de caza deportiva en los aspectos que corresponda. Su práctica
requiere contar con licencia y autorización para la tenencia de cada ave de
presa, otorgada por la autoridad regional forestal y de fauna silvestre, salvo que
se trate de especímenes extraídos del medio natural, en cuyo caso
corresponde al SERFOR otorgar la autorización.

La responsabilidad civil en los accidentes de caza puede tener su origen tanto


en la acción de las piezas de caza como en la de los propios cazadores. El
daño ha de producirse con motivo o como consecuencia del ejercicio de la caza
mediante el uso de las artes, armas o medios apropiados.

8.2 ¿QUÉ RESPONSABILIDAD CIVIL TIENEN LOS CAZADORES?

En todas las actividades de la vida humana, incluso en las socialmente más


útiles, hay riesgo de causar perjuicio a otros y, en el sector de la caza, esos
perjuicios pueden tener su origen tanto en la acción de las piezas de caza
como en la de los cazadores
Hablar de la responsabilidad civil del cazador es hablar de la responsabilidad
derivada no de delito sino de ilícito civil, esto es, de la infracción del
principio alterum non laedere, por lo que su sanción jurídica en la legislación
común viene establecida en el artículo 1969 del Código Civil, conforme al
cual el que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o
negligencia, está obligado a reparar el daño causado, y en la legislación
específica en el artículo 93 inciso 4) del reglamento para la gestión de fauna
silvestre , a cuyo tenor todo operador cinegéticos y conductor certificado son
responsables solidarios de las infraciones tipificas…sin perjuicio de la
responsabilidad civil”, asimismo en el artículo 94 en el tercer párrafo, se trata”
El cazador es responsable de los daños que cause a terceros y al medio
ambiente en general”.

 El resultado lesivo ha de ser consecuencia del ejercicio de la caza, el


accidente in itinere, esto es, el que se produce cuando el cazador, provisto de
su arma, se dirige al lugar de caza o vuelve de éste, queda excluido de la
categoría de accidente de caza. Esto mismo es predicable respecto del
accidente ocasionado durante el período de descanso dentro de una cacería,
ya que la acción de descansar no está ordenada directamente a la actividad
cinegética.

CAPITULO IX: RESPONSABILIDAD CIVIL POR LOS DAÑOS


CAUSADOS POR LOS PRODUCTOS DEFECTUOSOS
9.1 NOCION DE PRODUCTO

De acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española una de las acepciones


de producto, que proviene del latín productus, es definido como una cosa
producida.

Por su parte, el CPDC define como producto a cualquier bien mueble o


inmueble, material o inmaterial, de origen nacional o no. Está definición a
diferencia de la derogada ley de protección al consumidor no hace referencia a
que tiene que ser materia de una transacción comercial con un consumidor y
más bien se orienta por generalizar la noción de producto, tendencia que existe
en Latinoamérica, como por ejemplo el Código de Defensa del Consumidor de
Brasil, en el cual se señala que producto es cualquier bien, mueble o inmueble,
material o inmaterial; y la Ley 17.189 de Uruguay, que prescribe en su artículo
5°que producto es cualquier bien corporal o incorporal, mueble o inmueble.

Por lo tanto, hasta lo aquí descrito, podemos afirmar que se ha dado un noción
general de producto en la mayoría de legislaciones incluido nuestro
ordenamiento jurídico, lo cual permite una esfera de protección más amplia a
favor de los consumidores.

9.2 DEFINICION DE PRODUCTO DEFECTUOSO

Conforme al artículo 102°del CPDC un producto defectuoso es aquel que no


ofrece la seguridad que cabría legítimamente esperar, teniendo en cuenta
todas las circunstancias, tales como su diseño, la forma como han sido puestos
en el mercado, la publicidad, el empleo de instrucciones o advertencias, el uso
previsible del producto, los materiales, el contenido y la condición del producto.
En ese sentido, hay que entender que un producto es defectuoso cuando no
ofrece la seguridad normalmente ofrecida por los demás ejemplares de la
misma serie, de esta manera se distingue fielmente el carácter de defectuoso o
no de un producto, lo cual nos permitirá diferenciar cuando estamos frente a un
producto defectuoso de aquél que se pone posteriormente en circulación de
forma más perfeccionada.

Artículo 100.- Responsabilidad civil, El proveedor que ocasione daños y


perjuicios al consumidor está obligado a indemnizarlo de conformidad con las
disposiciones del Código Civil en la vía jurisdiccional correspondiente, sin
perjuicio de la responsabilidad penal, así como de las sanciones
administrativas y medidas correctivas reparadoras y complementarias que se
puedan imponer en aplicación de las disposiciones del presente Código y otras
normas complementarias de protección al consumidor.

Artículo 101.- Responsabilidad civil por productos defectuosos El proveedor es


responsable de los daños y perjuicios causados a la integridad física de los
consumidores o a sus bienes por los defectos de sus productos. La
responsabilidad civil por productos defectuosos es objetiva, en concordancia
con lo dispuesto en el artículo 1970 del Código Civil. La responsabilidad de los
diversos proveedores de un producto conforme a este artículo es solidaria. Sin
perjuicio de ello, cada proveedor tiene derecho a repetir contra el que le
suministró el producto defectuoso u originó el defecto.

9.3 CLASIFICACION DE LOS PRODUCTOS DEFECTUOSOS

Siguiendo la clasificación ofrecida por la doctrina alemana, respecto a las


características de las cosas y no a la aplicación de un determinado sistema
legal, se distinguen los productos defectuosos en tres tipos: aquellos con
defectos de fabricación, aquellos con defecto de diseño y aquellos con defectos
relativos a una inadecuada presentación de sus características y usos.

 Defectos de fabricación. Son aquellos que, siendo su diseño normal y no


defectuoso, han sufrido una desviación en su fabricación: el producto no
tiene las características estándar sino que peca por omisión o exceso.
Se caracteriza porque la falla afecta sólo a algunos de los ejemplares de
una serie. Como bien señala Santa María Mecq se trata de defectos
inherentes e inevitables en la moderna producción en masa y que se
deben a un fallo humano o mecánico.
En este tipo de defectos es fácil de determinar la prueba, puesto que
sólo bastara con comparar el o los ejemplares defectuosos con el resto
de la misma serie o con otros productos del mismo tipo. Por ejemplo,
imaginemos que compramos un escritorio, cuyo modelo ha sido
producido en masa, para una computadora, pero notamos un desnivel
debido a que le faltan varios tornillos en la base. En este caso estaremos
frente a un defecto de fabricación.
Otro caso similar sería un fallo técnico al controlar la presión de gas en
una empresa de agua mineral, que ocasiona que algunas botellas
presenten condiciones diferentes de la generalidad, esto es que puedan
fácilmente explotar.
Es cierto que en estos dos ejemplos expuestos resaltan dos rasgos
característicos: su previsibilidad y su relativa inevitabilidad, y a pesar que
esto se puede evitar con una tecnología más avanzada, es verdad
también que siempre existirá una cuota de riesgo que nos impedirá
eliminar por completo todo tipo riesgo, sobre todo cuando se trata de
fabricación de productos en masa.
Un caso muy particular acontecido en nuestro país fue el resuelto
mediante Resolución Nº 0277-1999/TDC-INDECOPI14, referido a la
adquisición de una botella de néctar de frutas en una tienda de
abarrotes, la cual al ser agitada dejo ver en su interior una mosca. En
dicho procedimiento se determinó efectivamente que el proveedor, es
decir, la fábrica de néctares, producía y embotellaba el producto de
acuerdo a los estándares establecidos en las normas técnicas; no
obstante, ello no lo exoneraba de responsabilidad, más aún al no poder
demostrar que el defecto en el producto no le era imputable, llegándose
a la conclusión que el insecto se introdujo a la botella durante el proceso
de envasado. En definitiva, la presencia del insecto hizo que un producto
inocuo, el jugo de néctar de fruta, se volviera defectuoso, poniendo en
riesgo la salud de los consumidores.
 Defecto de diseño:
Denominado por la doctrina alemana como defecto de construcción. Los
productos con defecto de diseño son aquellos que fueron concebidos
inadecuadamente, dando lugar a riesgos innecesarios. Evidentemente,
la presencia de este tipo de defectos es muy difícil de establecer en la
práctica. Generalmente se manifiesta a través de la existencia de fallos
en la proyección o concepción del producto.
Se diferencia de los defectos de fabricación en que el fallo o deficiencia
no afecta sólo a un ejemplar aislado, sino que por el contrario, puede
reproducirse en toda la serie, lote o ejemplares del producto.
Un caso muy conocido es el del Ford Pinto que era un automóvil
compacto para los estándares norteamericanos, pero que tenía dos
grandes defectos:
o El depósito de combustible estaba por detrás del eje trasero,
con lo cual el coche explotaba con mucha facilidad en caso
de colisión por alcance. Este defecto de diseño es
compartido por otros vehículos.
o La carrocería era muy endeble, con lo cual en caso de
colisión por alcance el coche se deformaba y las puertas
quedaban bloqueadas, atrapando a sus ocupantes en un
coche en llamas.

De igual forma podemos citar el caso del Chevrolet Corvair, fue un automóvil
de la marca Chevrolet, de General Motors fabricado en Estados Unidos de
1959 a 1969 y que se hizo famoso por las críticas de un libro titulado Unsafe at
any speed escrito por Ralph Dannels o Ralph Nader. En dicho libro se pone en
entredicho el diseño del coche por considerarlo inseguro.

Otro caso muy conocido y difundido es el de la Talidomida , que era fármaco


que fue comercializado entre los años 1958 y 1963 como sedante y como
calmante de las náuseas durante los tres primeros meses de embarazo; sin
embargo, una investigación química y médica insuficiente antes de su
comercialización no permitió advertir que se trataba de un producto capaz de
crear graves anormalidades en el feto. Hay aquí un “defecto de diseño”
químico-farmacéutico.

Pero en otros casos, la situación no es tan evidente. Puede suceder que el


diseño riesgoso sea lo más avanzado que puede crear la tecnología: no se
conoce la forma de obtener la ventaja del producto sin traer aparejado el
riesgo.

En este caso, mal podría imputarse a un fabricante la existencia de un defecto


de diseño cuando no hay otro posible; todo lo que puede exigírsele es que
informe adecuadamente la existencia del riesgo, a fin de evitar incurrir en el
tercer tipo de producto defectuoso que mencionaremos a continuación, salvo
que la existencia del riesgo sea notoria y de amplio dominio público.

Para ver más clara esta situación, podemos referirnos al ejemplo de los
automóviles, de los que no cabe duda alguna que son generadores de daño en
función de su diseño (masa, velocidad, etc.); pero no se conoce otra forma de
aprovechar las ventajas de la velocidad sin incurrir en tales riesgos. No pueden,
entonces, imputarse al fabricante todos los accidentes automovilísticos, bajo el
pretexto de que tiene un defecto de diseño al no haberse eliminado su
peligrosidad. Una acción contra el fabricante sólo sería posible si pone en
circulación un modelo que no utiliza todos los medios tecnológicos a su alcance
para contrarrestar o atenuar el riesgo: verbigracia, si coloca en el mercado un
automóvil que tiene frenos muy débiles en proporción al peso de ese automóvil
y a sus capacidades de desarrollar altas velocidades. Sólo en esta hipótesis
reencontramos el defecto de diseño. Pero, incluso después de adoptadas todas
las precauciones razonables en el diseño, queda un riesgo residual cuya
existencia no es posible aún de controlar tecnológicamente; éste no podría ser
imputado al fabricante. Para tal caso, nuestro código ha previsto el artículo
1970: si el fabricante ha señalado claramente el peligro o éste es de dominio
público, queda liberado de la responsabilidad; pero el usuario responde
objetivamente por tratarse de un bien riesgoso o peligroso.

Debe precisarse que el ámbito de los productos con defecto de diseño no es


claramente determinable porque no sólo hay un aspecto técnico que debe ser
establecido previamente, sino que además pueden influir otros factores. Tal es
así, que los aspectos económicos pueden ser igualmente condicionantes de la
decisión de producir un determinado producto. Bien puede suceder que la
eliminación de un determinado riesgo de diseño sea tecnológicamente posible;
pero que el costo de tal cambio de diseño fuera tan alto que quedaría más allá
de las posibilidades económicas de los consumidores. En este caso, si el
producto es socialmente importante (es decir, si el producto es necesario o
conveniente para la vida en común), tendría que ser fabricado con ese diseño
técnicamente inferior pero que económicamente constituye la única alternativa
posible, esto se encuentra desarrollado por el análisis económico de su costo
de oportunidad. Por eso, en vez de hablar de factores específicos
(tecnológicos, económicos, morales, etc.) es preferible decir que el producto
con defecto de diseño es aquél que genera riesgo por no haberse adoptado las
precauciones "razonables" en su concepción o diseño. El criterio de
razonabilidad es suficientemente abierto como para que el juez tenga que
contemplar todas las variables culturales, tecnológicas, económicas, etc., que
intervienen en el caso específico. Pero, al mismo tiempo, ese criterio es
suficientemente operativo como para que un juez decidido, teniendo en cuenta
todos los factores necesarios, resuelva que un determinado producto ha sido
diseñado de manera no razonable, con el único objeto de que el fabricante
pudiera hacer una mayor ganancia sobre la base de reducir indebidamente los
costos de fabricación hasta poner en riesgo la seguridad de los consumidores.

En última instancia, hay siempre que tomarle el peso a la ventaja de contar con
el producto y a las desventajas y riesgos del mismo; y decidir en favor de lo que
sea más significativo. Sin embargo, esta significación no puede ser entendida
desde el punto de vista individual y subjetivo del fabricante (para quien puede
ser lucrativamente "razonable" no aumentar el costo con un diseño
tecnológicamente más avanzado y más seguro) o del consumidor (quien puede
ser suficientemente irresponsable como para considerar "razonable" ahorrar a
costa de su seguridad y/o —lo que es peor— de la seguridad de terceros), sino
desde el punto de vista de la sociedad. Así, si un determinado insecticida es la
única alternativa económicamente razonable para un país en vías de desarrollo
con el objeto de combatir el paludismo, no se puede responsabilizar al
fabricante por los daños que inevitablemente tal producto cause a ciertos
sembríos. Pero si en un país en vías de desarrollo se vende un producto con
riesgo de diseño cuya comercialización está prohibida en su país de origen
únicamente porque se quiere hacer negocio explotando la tendencia natural del
consumidor de un país pobre para comprar lo que sea más barato aun cuando
hubiera podido adquirir algo más seguro, en ese caso el defecto de diseño
vuelve a adquirir relevancia.

En este campo, nuestros jueces tendrán por delante una delicada función de
evaluación, por lo que deberán tener en cuenta los derechos fundamentales
contemplados en la Constitución, dado que su labor al decidir casos de
responsabilidad extracontractual no será facilitada por los reglamentos
existentes que regulan la comercialización de productos; porque podría
suceder que la entidad administrativa correspondiente autorice la venta de un
producto con riesgo de diseño, pero ello no exonera de responsabilidad civil al
fabricante si el riesgo involucrado en el producto se cumple y causa daño.

 Defecto de información.
El tercer grupo de productos defectuosos es el que corresponde a los
artículos que resultan peligrosos por defecto de indicaciones,
información o advertencia por el fabricante sobre la manera razonable
de usarlos o sobre su riesgo implícito (suponiendo, en este último caso,
que sus ventajas sociales sean superiores a la desventaja social de la
existencia del riesgo y, por tanto, no estén incluidos en el grupo de
defectos de diseño).
La falta de correspondencia entre lo que el fabricante dice que un
producto es y lo que realmente es, puede ser en algunos casos un
"defecto" del producto capaz de dar lugar a la producción de daños por
usos indebidos pero acordes con las expectativas abiertas por el
fabricante.
Puede que un producto no tenga defectos de diseño ni de fabricación,
pero llevan ínsitos una serie de peligros, los cuales forman parte de su
propia naturaleza, que el fabricante deberá dar a conocer. Es por ello,
que en estas circunstancias, el producto no puede ser calificado como
inseguro si su expendio va acompañado de instrucciones sobre su uso,
información sobre los riesgos que puede acarrear su consumo,
advertencias sobre su utilización, etc.
De esta manera, por ejemplo, si un fabricante anuncia que sus gatas
hidráulicas soportan dos toneladas pero se comprueba que tales gatas
sólo soportan una tonelada (sin necesidad de que exista defecto de
fabricación ni de diseño) ese fabricante sería responsable por los
accidentes que causen tales gatas al ser usadas para cargas superiores
a una tonelada e inferiores a dos. Es interesante señalar que aquí no
hay defecto de fabricación: las gatas han salido al mercado con las
características estándar previstas; la gata del accidente no es una
desviación del patrón de producción. Tampoco hay un defecto de
diseño: la gata estaba bien diseñada para la carga originalmente
prevista. Todo lo que hay es un defecto de información: fue presentada
como capaz de hacer más de aquello para lo que había sido diseñada y
fabricada.
Existen algunos productos como el consumo de cigarrillos, cuya falta o
ausencia de información exponen al consumidor a riesgos que para él
son desconocidos y, por ende, no podrá adoptar las medidas pertinentes
respecto al consumo del producto. Es por ello que el CPDC ha previsto
en su artículo 25° que los productos o servicios ofertados en el mercado
no deben conllevar, en condiciones de uso normal o previsible, riesgo
injustificado o no advertido para la salud o seguridad de los
consumidores o sus bienes. Y en caso de ser previsible dicho riesgo,
deberá informase al consumidor. Por lo que los proveedores de
cigarrillos pueden poner a disposición de los consumidores sus
productos, siempre y cuando contengan la información requerida por las
normas especiales que regulan lo concerniente al consumo de
cigarrillos, que establecen la ubicación y tamaño de la advertencia en la
cajetilla, así como el texto que ésta deberá incluir: “Fumar es dañino
para la salud, está prohibido fumar en lugares públicos, según Ley N°
25357”.
Dentro de este grupo de productos defectuosos por defecto de
presentación al público se encuentran también, por ejemplo, las
preparaciones medicinales cuyas contraindicaciones no han sido
señaladas en los folletos respectivos; o los artículos peligrosos (pero
cuya producción y comercialización es socialmente conveniente)
respecto de los cuales el fabricante no ha advertido de manera clara y
expresa la existencia del riesgo o peligro. También están dentro de este
grupo aquellos productos cuyas instrucciones de uso son
manifiestamente equivocadas o insuficientes, llevando al consumidor a
usarlos de manera que podría ser considerada razonable si no se cuenta
con la información correspondiente, pero que en realidad es riesgosa.
Debemos indicar que la presentación defectuosa del producto al público
no requiere haber sido hecha por escrito ni estar expresada de manera
más o menos formal: puede ser oral y consistir simplemente entre la
conversación entre el vendedor y el comprador. Habrá indudablemente
en estos casos una dificultad de probanza; pero ello no altera la
naturaleza de la situación jurídica. Del mismo modo hay que tener
presente que la presentación defectuosa no requiere haber estado
motivada en un deseo del fabricante de vender a toda costa el producto:
puede no haber habido engaño ni exageración intencional sobre las
cualidades del producto; hubo un simple error respecto de lo que era el
producto vendido. Por consiguiente, la responsabilidad extracontractual
se configura sin necesidad de que haya mediado conciencia en el
fabricante: si pensamos que todo producto mal presentado (con defecto
de advertencia) es peligroso, se aplica el artículo 1970 del Código Civil y
el fabricante no se libera probando ausencia de culpa sino únicamente si
demuestra una de las fracturas causales contenidas en el artículo 1972.

9.3 CRITERIOS DETERMINANTES DE LA EXISTENCIA DE DEFECTOS EN


LOS PRODUCTOS

Como bien se ha mencionado ut supra, el CPDC ha definido al producto


defectuoso como aquel que no ofrece seguridad a la que las personas tienen
derecho, para la cual se debe considerar los siguientes criterios:

o El diseño del producto: En tanto involucra el análisis de la


planificación o proyección acerca de la fabricación del producto,
trae como consecuencia el poder descubrir un defecto de diseño,
y porque no decirlo, uno de fabricación, de ser el caso.
o La puesta en el mercado: Tiene que ver con la presentación del
producto, el cual está referido al aspecto externo, lo cual incluye
el envase, envoltorio, prospecto de uso, instrucciones de manejo,
etc.; y es que, a través de la presentación, el proveedor tiene de
alguna manera un importante mecanismo de predeterminación
respecto a los eventuales usos del producto, así como de los
consumidores a los cuales va dirigido. Al ser involucrada además
la confianza del consumidor, a partir de la manera como el
producto es puesto en el mercado por el proveedor, será éste
último responsable en la medida que sus productos no cumplan
con las expectativas creadas en un consumidor razonable.
o Uso previsible del producto: Previsible significa que es previsto o
entra dentro de las previsiones normales, es por ello que
podemos equiparar la expresión “uso previsible” al uso o
utilización normal o cotidiana que un consumidor otorga a
determinado producto.
Un ejemplo de previsibilidad sería el supuesto de los juguetes,
que son fabricados y destinados a los niños, quienes a pesar del
uso que le pueden dar, es normal que se los lleven a la boca, por
lo que mal haría el fabricante de producirlos con elementos
tóxicos, y no realizar las advertencias necesarias, debiendo por lo
tanto ser responsable por los daños causados.
Ahora bien, siguiendo el mismo ejemplo, ¿cómo diferenciar la
razonabilidad de la previsibilidad? Pues bien, no sería razonable
que un niño mastique o muerda un juguete, pues no estaría
cumpliendo con la finalidad para la cual fue creado éste último; no
obstante ello, hay que entender que aun cuando el uso no es
razonable sí es previsible evitar causar daños a los niños no
fabricando dichos juguetes con elementos tóxicos.
o Los materiales, contenido y condición del producto: Se debe tener
en cuenta no solamente el análisis del contenido y condición del
producto, esto es, si es o no riesgoso, puesto que además deberá
tenerse en cuenta si sus componentes activos, en el caso de
medicamentos, por ejemplo, son los apropiados para el fármaco
de que se trate, de lo contrario estaríamos frente a un producto
médico con defectos.

9.5 RESPONSABILIDAD CONTRACTUAL Y RESPONSABILIDAD


EXTRACONTRACTUAL

Es importante señalar que ante la inobservancia de los criterios determinantes


de los defectos en los productos, conllevará a hablar de responsabilidad por
parte del proveedor si estos llegasen a causar algún tipo de daño al
consumidor.
A pesar de ello y analizando el Código Civil peruano, podemos afirmar que
establece un sistema de responsabilidad civil contractual en la transferencia de
bienes defectuosos. Por lo mismo, el adquirente tiene el derecho a resolver el
contrato obligando al transferente al pago del valor que tiene el producto al
momento de la resolución (acción redhibitoria); o, en todo caso, el adquirente
puede optar por exigir la reducción en el precio del producto defectuoso (acción
quanti minoris).

Por otro lado, el CPDC adoptando un sistema distinto, el de la responsabilidad


civil extracontractual, dispone que en caso de productos defectuosos el
proveedor (transferente) está obligado a pagar al consumidor (adquirente) una
indemnización que comprenda todas las consecuencias causadas por el
defecto, incluyendo el lucro cesante, el daño a la persona y el daño moral.

Es una tendencia, aunque no pacíficamente aceptada, el considerar al


saneamiento por vicio oculto como una responsabilidad por incumplimiento
contractual , vale decir, que el transferente incumple con su obligación de
entregar un producto en estado apto para la finalidad por la cual se adquiere,
cometiendo una conducta negligente que lo hace incurrir en responsabilidad.

La diferencia entre la aplicación de una u otra responsabilidad, radica


precisamente en que la responsabilidad contractual alcanza sólo al directo
transferente, situación distinta a la responsabilidad extra-contractual presente
en la transferencia de productos defectuosos a los consumidores, en donde
incluso los anteriores transferentes tienen que responder por el vicio o defecto
en el bien.

Sin embargo, se debe tener en cuenta que el saneamiento por vicios ocultos se
da “cuando el bien carece de las cualidades prometidas por el transferente que
le daban valor o lo hacían apto para la finalidad de la adquisición”, mientras que
la responsabilidad por productos defectuosos se da cuando el producto “no
ofrece la seguridad a que las personas tienen derecho” causando daños a la
integridad de los consumidores o a sus bienes (art. 102°del CPDC). Ello pone
en evidencia que el concepto de vicio está en función del uso de la cosa, es
decir, del interés económico del comprador, mientras que el concepto de
defecto está en función de seguridad del producto frente a la integridad o salud
del consumidor.

Por lo tanto, ateniéndonos a la concepción dispuesta por el Código Civil, sólo


en el caso que el bien transferido provoque daños al adquirente, los
transferentes pueden responder extracontractualmente por dichos daños,
siempre que exista entre tanto una conducta culposa, salvo que el bien sea
riesgoso o peligroso en cuyo caso responde objetivamente (artículo 1970).

9.6 RESPONSABILIDAD MANCOMUNADA Y RESPONSABILIDAD


SOLIDARIA
Como se ha señalado, el Código Civil siguiendo la línea de la responsabilidad
contractual sólo faculta al adquirente a accionar contra su transferente.
Situación contraria se presenta en el CPDC, en donde el consumidor
(adquirente) puede dirigirse no sólo contra su transferente (proveedor
inmediato), sino también contra toda la cadena de proveedores que han
intervenido en la circulación del producto en el mercado (incluyendo al
fabricante mismo), todos los cuales responden solidariamente ante el
consumidor, reforzando de esta manera el CPDC, su adhesión, al sistema de
responsabilidad extracontractual.
Ahora bien, ¿qué pasaría si el consumidor denuncia ante el Poder Judicial
solidariamente al proveedor que le vendió el producto, así como al proveedor
que lo fabricó?, ¿qué vía utilizar?, ¿contractual o extra-contractual? Con
respecto al vendedor será contractual y con respecto al productor,
extracontractual.
¿Pero si es solidaria? Aquí, según refiere Espinoza Espinoza22 caben dos
opciones interpretativas:
a. Entender a la responsabilidad de los proveedores no como solidaria, sino
concurrente, de tal manera que ambos responden in solidum (vale decir, uno a
título contractual y otro, extra-contractual) con la misma prestación
indemnizatoria.
b. Que el consumidor opte por demandar solidariamente a ambos la vía que
más le favorezca (o contractual o extra-contractual), teniendo como
fundamento legal que la normatividad de protección al consumidor tiene que
ser interpretada en un sentido más favorable para éste.
En opinión del autor antes citado, si bien la primera opción, es impecable en lo
que a aplicación de la responsabilidad concurrente se refiere, generará no
pocas confusiones al operador jurídico al dar un tratamiento diferenciado a las
responsabilidades de los proveedores; por lo que la alternativa b, es la más
adecuada por estar en concordancia con el espíritu de unificar, en este caso, a
través del criterio de la opción, ambos tipos de responsabilidades.
En el caso de Uruguay, por ejemplo, se contempla el principio de reparación
integral a la víctima. En el art. 36 de la Ley No. 17.189, sobre normas relativas
a las relaciones de consumo, del Uruguay, del 20.09.99, se regula lo siguiente:
“El proveedor no responde sino de los daños y perjuicios que sean
consecuencia inmediata y directa del hecho ilícito e incluyen el daño
patrimonial y extra patrimonial.”
En nuestro sistema es necesario que se diseñe un modelo jurídico que, bajo el
principio de reparación integral de la víctima (y no de limitación a la reparación
en beneficio del causante del daño), deba tratar de hacer que vuelvan las
cosas al estado original anterior a la producción del daño. De esta manera,
correspondería a la víctima acreditar los daños, así como la relación causal
entre éstos y el evento dañino y, si lo prueba, no debería haber limitaciones en
el resarcimiento. No resulta adecuado establecer a priori un tope en la
indemnización: basta con imponer al demandante la carga de la prueba de lo
que pretende.
Por lo tanto, el consumidor ante una adquisición de un producto en estado
defectuoso puede exigir la indemnización correspondiente al proveedor,
distribuidor, importador y/o fabricante de dicho producto, quienes responderán
ante él de manera solidaria.
Podemos señalar que, contrariamente, en el saneamiento por vicios ocultos la
responsabilidad es mancomunada, pues si en la transferencia de un bien
defectuoso intervienen varios transferentes, la obligación de saneamiento recae
sobre todos ellos, pero de forma divisible por cuanto la solidaridad no se
presume, debiendo de ser establecida de manera expresa en virtud del artículo
1183 del Código Civil, lo que evidentemente no beneficia al perjudicado con la
adquisición del bien defectuoso.

9.7 RESPONSABILIDAD POR CULPA Y RESPONSABILIDAD OBJETIVA


En la legislación especial se ha consagrado un régimen específico para
sancionar la responsabilidad del proveedor por productos defectuosos basado
en factores objetivos de atribución y dejando de lado a la culpa como único
criterio de imputación, que en el sistema de responsabilidad por vicios ocultos
establecido por el Código Civil a favor del comprador, coexiste a la
responsabilidad objetiva.
En ese mismo sentido expresa Calabresi: “Esta cuestión se ha convertido o se
está convirtiendo en un sector de responsabilidad objetiva; esto es, que el
resarcimiento de los consumidores por defectos en los productos opera con
independencia de la culpa del fabricante y del vendedor” ; así, según el sistema
de responsabilidad objetiva, son los fabricantes quienes asumen totalmente los
riesgos del producto, mientras que según el sistema de responsabilidad por
culpa las pérdidas se asignan enteramente a los consumidores (siempre que
los fabricantes observen el estándar de diligencia adecuado).
Para Payet, la garantía por los vicios ocultos, en cuanto está destinada a
restablecer el equilibrio entre las prestaciones del contrato, opera
independientemente de la culpa del transferente, pero, sin embargo, para
reconocer al adquirente el derecho a la indemnización de daños y perjuicios, se
requiere un elemento subjetivo que permita formular un reproche al
transferente. Ante tal evidente inconveniente, la normas de protección al
consumidor vienen variando a una responsabilidad totalmente objetiva con la
finalidad de lograr una protección eficiente de los compradores, siendo que
este aspecto es el que consideramos más relevante en la evolución de la
responsabilidad civil por bienes defectuosos o con vicios ocultos. En
consecuencia, con ello se vienen exigiendo modernamente una actitud diligente
de los proveedores y fabricantes en los bienes que ponen al alcance de los
consumidores, respondiendo automáticamente por los defectos que estos
presenten.
Es importante indicar también, que pareciera que a los supuestos de
responsabilidad por productos podrían aplicárseles el artículo 1970° del Código
Civil, lo que nos llevaría a entender en líneas generales, que los productos o
actividades defectuosas engendran un riesgo o peligro para las personas,
quedando solamente por definir qué productos o actividades pueden ser
calificadas como riesgosas o peligrosas, que según Trazegnies, el artículo
1970° presenta una noción amplia de riesgo o peligro, quedando comprendidas
todas las actividades que sean riesgosas de cualquier manera o que en
cualquier forma puedan engendrar peligro.
No obstante, el problema de la responsabilidad del proveedor no se resuelve
aplicando normas civiles sobre responsabilidad por riesgo, que como es de
verse no toman en cuenta la defectuosidad del producto como imputación de
responsabilidad, sino el riesgo de toda actividad de fabricación, que desde mi
punto de vista no toda fabricación o producción de un bien, implica
necesariamente, que la actividad sea riesgosa. Entonces es valedero hablar de
responsabilidad objetiva por riesgo y responsabilidad objetiva por producto
defectuoso, que en palabras de Woolcott Ayague puede explicarse de la
siguiente manera: “Quien realiza una actividad riesgosa o utiliza un bien
riesgoso tiene el control de la actividad o del bien que engendran los daños a
terceros; no ocurre así en el caso de los daños causados por productos
defectuosos pues el criterio de defectuosidad se configura no sólo en función
de la actividad del productor sino también en relación a la actividad desplegada
por el consumidor, esto es, la conducta razonable para evitar la producción del
daño.
En ese sentido, podemos decir que no necesariamente en todos los supuestos
cabe la aplicación de artículo 1970° del Código Civil, ya que como ha quedado
expuesto la defectuosidad no siempre proviene del ejercicio de una actividad
riesgosa.

9.8 DAÑOS INDEMNIZABLES


De acuerdo al artículo 103° del CPDC, la indemnización por daños y perjuicios
causados a la integridad física de los consumidores o a sus bienes por los
defectos de sus productos, comprende todas las consecuencias causadas por
el defecto, incluido el daño emergente, el lucro cesante, el daño a la persona y
el daño moral.
De esta manera podemos afirmar que el CPDC no sólo ha considerado los
daños patrimoniales que se pudieran ocasionar por productos defectuosos,
sino también los daños extra patrimoniales.
Dentro de los daños patrimoniales encontramos al daño emergente, entendido
como la pérdida patrimonial efectivamente sufrida, y el lucro cesante, que no es
otra cosa que la renta o ganancia frustrada dejada de percibir.
Entre los daños extra patrimoniales se encuentran el daño a la persona, que se
produce cuando se lesiona la integridad física del sujeto, su aspecto sicológico
y/o su proyecto de vida; y el daño moral, que se entiende como la lesión a los
sentimientos de la víctima y que producen un gran dolor, aflicción o sufrimiento
en la víctima. La competencia para determinar el daño emergente, el lucro
cesante, el daño moral y el daño a la persona, así como su correspondiente
indemnización, corresponde al Poder Judicial, por ser tipos de daño de
naturaleza civil.
9.10 EXCLUSION DE RESPONSABILIDAD Y PLAZOS DE CADUCIDAD Y
PRESCRIPCION
Respecto a la exclusión de la responsabilidad o causas de exoneración, estas
están referidas a la ruptura del nexo causal. Aun cuando el CPDC no diga nada
al respecto, se aplican las tres causas de exoneración previstas en el derecho
común. Esto es, el caso fortuito o fuerza mayor, el hecho de tercero y el hecho
de la víctima.
Ahora bien, el saneamiento por vicio en la práctica sólo resulta útil para hacer
responsable al transferente inmediato, pues como ha dicho De La Puente y
Lavalle, el comprador, por regla general, puede exigir el saneamiento no sólo a
su vendedor sino también a los anteriores transferentes de la cosa que
hubieran estado obligados también a saneamiento, pero que, sin embargo,
puede ocurrir que en una de las anteriores transferencias de la cosa se hubiera
pactado la supresión de la obligación de saneamiento, al amparo de lo
dispuesto por el artículo 1489 del Código Civil. En tal caso, sólo podría
recurrirse contra el adquirente de ese transferente y los que le suceden.
De igual forma, debido a los breves plazos de caducidad de las acciones
redhibitoria y estimatoria a las que tienen derecho los adquirentes de un bien
con vicio oculto, establecidos en el artículo 1514 del Código (tres meses si se
trata de bienes muebles y seis en el caso de inmuebles), hacen prácticamente
inviable una acción de saneamiento contra los transferentes anteriores, pues la
caducidad opera a partir de la celebración de sus respectivos contratos
traslativos del bien (artículo 1488), lo que hace -en la generalidad de los casos-
que cuando el perjudicado adquiere la cosa con vicio oculto, ya se ha
extinguido el derecho a pedir el saneamiento a varios (sino a todos) los
transferentes anteriores a su inmediato transferente.

Por su parte la acción indemnizatoria por responsabilidad extracontractual, no


tiene un plazo de caducidad, sino más bien un plazo prescriptorio que en
aplicación del Código Civil es de dos años. Por lo que queda claro que en los
supuestos de responsabilidad civil por productos defectuosos se extinguirá a
los dos años la acción pero no el derecho.

CONCLUSIONES

1. Honor, intimidad y propia imagen constituyen conceptos independientes,


relativos, complejos, mutables y hábiles, dependientes de las normas, valores
e ideas sociales en un determinado momento de espacio y tiempo. La
conceptualización de estos términos debe estar inspirada en valores
superiores como la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo; fundados
principalmente en la dignidad de la persona, el libre desarrollo de la
personalidad y el respeto a la ley.
2. La realidad jurídica de España a la legislación civil peruana, observamos la
contemplación de leyes que integran al honor, intimidad, propia imagen, como
el daño ocacionado por los animales como por los objetos caídos o arrojados.
Esta contemplación darán el sostén a una protección privilegiada a la libertad
de expresión e información, mediante la aplicación de un factor subjetivo de
atribución, han experimentado la mutación de sus fundamentos históricos,
sociológicos, económicos y culturales tornándose en la actualidad,
inexistentes como argumentos de sustentación que puede tomar la legislación
peruana el cual resulte necesario adaptar la hermenéutica jurídica a la nueva
realidad de estos derechos fundamentales y su nomenclatura cuando
confrontan con otros derechos de idéntica jerarquía.
3. El incremento de supuestos legales de responsabilidad no culposa es un
fenómeno generalizado en todos los países evolucionados. Su razón de ser,
brevemente expuesta, es fácil de comprender: desde al revolución industrial el
incremento de bienes de producción y de servicios o de actividades que, en sí
mismos considerados, representan una mayor dosis de peligro o de riesgo de
daños para terceras personas.
4. Cuando era tradicional que la problemática ambiental se canalizara mediante
instituciones del Código Civil –como es el caso de las normas de relaciones
de vecindad e inmisiones, las de abuso del derecho y las de responsabilidad
civil extracontractual–, la protección del ambiente por la vía administrativa
empezó a ganar terreno y tener un crecimiento dinámico.
5. En el caso del Derecho de daños peruano, creemos que aún está pendiente
desvelar el sistema interno. Sin embargo, a pesar de ello, las normas
ambientales deben ser interpretadas y aplicadas obedeciendo al Derecho y no
a la literalidad de un artículo, lo cual está siendo común en la actual gestión
ambiental del Estado peruano. Finalmente, habrá que decir que llevar el
Derecho Ambiental peruano a su madurez requerirá de tiempo, pero, sobre
todo, del insumo conceptual de las decisiones de los tribunales y de la
reflexión de la doctrina, Si bien, se pretende una unificación en la
responsabilidad del transporte aéreo en Perú, no obstante, aún no se logra,
por existir tanto Convenios, Protocolos, Reglamentos y Leyes que regulen
sobre el tema.
6. El sistema de responsabilidad civil en el ámbito de la circulación de vehículos
a motor cuando se producen daños en las personas es el responsable
objetiva o por riesgos atenuada a la medida en que admite dos causas de
exoneración cuando interfieren en la relación de causalidad: la culpa exclusiva
del perjudicado o la fuerza mayor extraña a la conducción o al funcionamiento
del vehículo.
7. Este sistema de responsabilidad objetiva se aplica cuando se produce una
colisión recíproca de vehículos y se ignora cuál ha sido el causante del
siniestro dando lugar a la doctrina de las condenas cruzadas.
8. La indemnización de los daños corporales (muerte, secuelas y lesiones
temporales) responde al mismo esquema que producen perjuicios personales
o morales que no pueden ser atendidos mediante una reparación integral al
no existir en el mercado si no una compensación cuando presenten unos
perjuicios personales o morales.
9. Los daños causados por la energía nuclear se rigen por el Protocolo Común,
donde su responsabilidad civil es netamente del explotador.
10. La responsabilidad civil por los daños ocasionados por el ejercicio de la
caza es del cazador y además de los operadores cinegéticos y conductores
certificados
11. La responsabilidad civil de productos defectuosos es de su transferente
y sus anteriores proveedores, existe una responsabilidad solidaria.

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