Ensayos de Semiotica Pagina Web PDF
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Instituto Nacional
de Investigación e
Raúl Cuadros Contreras Centro de Publicaciones Innovación Social
Ensayos de semiótica
y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
ISBN 978-958-56509-9-2
Hecho del depósito legal que ordena la Ley 44 de 1993 y su decreto reglamentario 460 de 1995.
El presente texto fue evaluado en la modalidad de doble y contó con una evaluación editorial.
A mis estudiantes del semillero Mimesis: narración, estética y formación, de la
Licenciatura en Artes visuales de la Universidad Pedagógica Nacional, con quienes
estamos construyendo verdaderas rutas de investigación interdisciplinaria y para
quienes este esfuerzo compilatorio cobra verdadero sentido.
Prólogo............................................................................................................................ 13
Introducción................................................................................................................... 17
Epílogo...........................................................................................................................207
Referencias....................................................................................................................211
[7]
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
APA: Cuadros, R. (2018). Ensayos de semiótica y estética aplicada. La producción social del sentido de los
otros. Bogotá: Instituto Nacional de Investigación e Innovación Social.
MLA: Cuadros Contreras, Raúl, Ensayos de semiótica y estética aplicada. La producción social del sentido de
los otros. Bogotá: Instituto Nacional de Investigación e Innovación Social, 2018. Impreso.
Prólogo
C
omo suele suceder, el título de este libro no se ajusta del todo a los asuntos
que trata. Menciona un género (el ensayo) y un par de disciplinas (semiótica
y estética) de extenso linaje, que nos inducen a una engañosa impresión de
generalidad. La obra es, en realidad, una penetrante lectura —con fases teóricas y
fases analíticas— desplegada sobre un campo bien demarcado de objetos que habitan
nuestro presente. A partir de una lectura superficial —aunque no equivocada— del
texto se hace manifiesta la preocupación del autor por objetos que consideró ya en
obras anteriores, como ser el lugar de la interdiscursividad en los fenómenos trans-
positivos y en la semiotización de la experiencia, o la figuración de lo monstruoso en
algunas obras y géneros, marcadamente en la ciencia ficción. Pero Ensayos de semiótica
y estética aplicada es, en última instancia, una indagación sobre la producción de la
alteridad, tópico andado en las ciencias humanas y sociales por autores tan disímiles
como Ricoeur, Freud, Lévi-Strauss, Said, Todorov, Bruner, Levinas, Marx y Sartre, en
cuya estela y parado sobre esa cuestión clave se ubica una vez más Cuadros Contreras
para reflexionar en torno a ciertos aspectos decisivos en la comprensión de lo humano
y de las dimensiones éticas y políticas que proyecta el problema de la convivencia
(como son la técnica, el cuerpo o la noción de justicia). Sin embargo, estos tópicos no
son, para el autor, algo disociable de la producción y circulación del sentido, dado que
las operaciones que dinamizan la configuración imaginaria del par identidad/alteridad
son siempre discursivas. Para decirlo en términos apenas diferentes, la modulación
simbólica del imaginario sobre los otros es la problemática frente a la cual el autor nos
sitúa una y otra vez, explorando distintos enclaves de su existencia contemporánea: los
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
dispositivos del cine, de la literatura o del sueño, y las operatorias que los construyen y
atraviesan, como, por caso, aquellas involucradas en los procesos transpositivos.
Vale la pena subrayar el alcance de la apuesta de Cuadros Contreras, evidente en
los estudios que componen este libro, por los abordajes complejos. En estos Ensayos…,
la instancia teórica no constituye un fin en sí misma. Los dispositivos conceptuales
implicados no son la toga para una legitimación institucional o autorial, sino que están
al servicio de la iluminación y explicación de los fenómenos considerados. En realidad,
se trata de un proyecto más interesante, tanto como imprescindible, vista la dinámica
actual de las disciplinas científicas en general y de las humanidades en particular:
poner en práctica enfoques multidisciplinares —término que se volvió algo sospechoso
por un empleo insustancial que patrocinaron algunas modas académicas—. Como en
sus libros anteriores, en estos Ensayos… Cuadros Contreras hace converger, con rigor
y creatividad, distintos saberes, para abordar en toda su complejidad problemáticas
culturales que, como tales, se presentan escurridizas y multifacéticas. Alejada de dog-
matismos y miopías, esta articulación encuentra su piedra angular en el espacio de la
producción social del sentido. A partir de esta referencia, las problemáticas filosóficas,
antropológicas e, incluso, psicoanalíticas convergen con los aparatos de la semiótica,
el análisis del discurso y la retórica, en un intento logrado por explicar, como ya se
señaló, el funcionamiento de ciertos mundos imaginarios.
Me permito remarcar un dato no menor. En tiempos donde, como síntoma de
su hipertrofia, de manera incesante se multiplican en las humanidades categorías y
conceptos, al mismo ritmo que, paradójicamente, decrece su poder transformador,
es de agradecer la llaneza con la que aparecen dispuestas las ideas en estos Ensayos…
Sin vanilocuencias, con la amable seguridad de quien sabe lo que quiere decir y cómo
decirlo, Cuadros Contreras no pretende hacer pasar enunciados banales amparados
por referencias bibliográficas supuestamente “novedosas” y “refinadas” o por figuras
esotéricas. Los dispositivos conceptuales en esta obra están al servicio de los análisis
y las reflexiones; no al revés. En estas estrategias expositivas —que alejan su palabra
de toda mueca criptográfica— y en la elección del ensayo por sobre el paper para
iniciados como modo de intervención pública, se puede ver también la actualización
de una idea de pulso democrático sobre el rol de la universidad latinoamericana y de
sus investigadores en la producción y la socialización del conocimiento.
Una conocida máxima del mundo de la crítica cinematográfica sostiene que los
malos directores no tienen ideas; los buenos, por su parte, tienen muchas; los real-
mente interesantes, solo una. Mutatis mutandis, se podría decir que tras la diversidad
de cuestiones que se encaran en estas páginas el lector puede hallar, al fin y al cabo, una
única y obsesiva idea. Contra un sustancialismo ingenuo o una ontología burdamente
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Prólogo
esencialista, el autor consigue mostrarnos una y otra vez que lo humano no puede pen-
sarse sino como la resultante de una actividad productiva y relacional; que cualquier
elaboración identitaria compromete aquello que construimos como el otro.
Nicolás Bermúdez
Doctor de la Universidad de Buenos Aires
Docente del Área de Crítica de Artes de la Universidad Nacional de las Artes y
de los departamentos de Letras y de Ciencias de la Comunicación
Universidad de Buenos Aires.
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Introducción
Los objetos
S
e trata de una compilación y como tal de recorridos dispersos por múltiples
caminos, recuperados aquí por un efecto de memoria reflexiva. Son dos los gran-
des asuntos que, de una u otra manera, atraviesan todo el libro: el problema de
la técnica y el problema de la alteridad. Ambos mediatizados por dispositivos teóricos
y analíticos provenientes de la semiótica y de la estética, que revisten en mi historia
intelectual un carácter antropológico.
Por lo demás, ambos, por más que se hallen tratados aquí —en la mayoría de
los casos— en el marco de universos ficcionales, mantienen gran actualidad social y
política. Hace unos pocos años Ángela Merkel se vio precisada a decir que el multicul-
turalismo había fracasado, con esto simplemente reconocía las tremendas dificultades
que representa para las sociedades capitalistas —incluso las más avanzadas— asumir
la cuestión de esos otros de los que se sirven gustosamente tanto dentro como fuera
de sus países. Hoy no dicen ni una palabra, la cuestión del otro les ha estallado en la
cara con la crisis de los inmigrantes, provocada por las guerras desatadas por ellos, y
que han llevado a la destrucción de los países de origen de esos otros problemáticos. El
escándalo provocado por Donald Trump al separar a niños inmigrantes de sus padres,
lo ratifica de manera contundente.
En cuanto a la técnica, como discurso, hace parte del gran meta relato posmo-
derno de la Globalización. Insiste en todos los ámbitos de la vida contemporánea, por
más que las ciencias sociales y las filosofías posmodernas hayan declarado, hace ya
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
mucho, la muerte de los grandes relatos. Como fenómeno, hoy no se puede pensar la
semiótica y mucho menos la estética dejando por fuera la mediatización simbólica que
la técnica representa en nuestras vidas.
Por último, es necesario recordar que nuestros temas revisten universalidad. La
técnica es una constante antropológica, como el trabajo, siempre que hablamos del
hombre en cualquier momento de la historia lo encontramos trabajando, lo encon-
tramos transformando la naturaleza y produciendo artificios, él mismo es un artificio.
En cuanto a la alteridad, no hay sentido sin los otros, aun en la más terrible
soledad. Por aquello que decía el joven Marx: “[…] toda relación del hombre consigo
mismo, sólo encuentra realización y expresión verdaderas, en la relación en que el
hombre está con el otro” (Marx, 1970, p. 113).
Los enfoques
Semiótica y Estética tienen que ver con la producción de los sentidos, emergida en medio
de las cambiantes relaciones culturales de época. Nunca la semiótica ha sido un asunto
de objetos, lo suyo son los sentidos y la producción social de dichos sentidos. Pero los
sentidos emergen en el entramado de complejas relaciones humanas. Algo semejante
ocurre con la estética, entendida no como un discurso especulativo, sino como el ejerci-
cio de dar cuenta de los efectos de las formas sensibles en los modos de ser. De allí que
semiótica y estética se complementen, pues las formas sensibles aparecen investidas en
distintas materialidades, en distintos formatos y lenguajes. Dar cuenta de los sentidos de
los efectos de las formas sensibles, que discurren en múltiples materialidades, lenguaje y
formatos, es hoy en día el objeto de la semiótica y de la estética aplicada.
Hay estética porque hay efectos estéticos, que son siempre efectos de lectura de los
otros. Hay semiótica porque estamos imbuidos de sentidos, que también son efectos de
lectura, por eso son sentidos sociales y no mera subjetividad, por eso reclaman de nuestra
parte un esfuerzo constante por ingresar a los mundos sociales en los que estos emergen.
De allí que, de una u otra manera, semiótica y estética estén atravesadas siempre por el
problema de la alteridad. Pero en los trabajos presentados aquí lo que emerge por todos
lados es la pregunta por la producción misma del sentido de los otros.
18
Introducción
Los textos
Se han distribuido los materiales en dos partes: Debates teóricos y Ejercicios analíticos,
sobre todo por una cuestión de focalización; no obstante, el lector podrá darse cuenta
muy rápido que, a pesar de ello, no encontrará reflexiones teóricas desprovistas de
asidero empírico, así como que los ejercicios analíticos no ocurren sin un afán de
busca reflexiva o teórica.
Los textos que conforman este libro proceden de distintas épocas y lugares: el
primero, Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época, apareció por pri-
mera vez en la revista Cuadernos de Investigación de la Universidad de Ibagué (2007),
luego tuvo muchas variaciones en mis dos primeros libros en los que abordo trans-
versalmente el problema de la transposición, Técnica y alteridad: el robot humanoide
en las transposiciones de la literatura al cine (2011) y Los otros de la ciencia ficción:
transposiciones de la literatura al cine (2016), publicado por Aula de humanidades.
El segundo, Discusiones propedéuticas sobre teoría de la transposición: acerca de
la ausencia de una teoría de la enunciación y los prejuicios de la semiótica de la literatura
en la consideración del cine (2013), es un artículo publicado en la revista Literartes de
la Universidad de Sao Pablo.
El tercero, Experiencia y narración o la semiótica del deseo (2006), fue publicado
también por la revista Cuadernos de Investigación de la Universidad de Ibagué.
El cuarto, Ontología y epistemología cyborg: representaciones emergentes del
vínculo orgánico entre el hombre y la naturaleza, fue publicado primero por la revista
CS de la Universidad ICESI, en 2010 y, posteriormente, por la Revista Iberoamericana
de Ciencia Tecnología y Sociedad en un dossier sobre filosofía de la técnica en el 2011.
El quinta, El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción,
aparece en una versión ligeramente modificada en mi libro y Los otros de la ciencia
ficción: transposiciones de la literatura al cine (2016).
El sexto, El cuerpo como artefacto, surge de la elaboración de diversas ponencias
presentadas en eventos nacionales e internacionales, en las que arriesgaba reflexiones
antropológicas sobre el sentido del cuerpo en contextos tecnológicos autopoieticos.
El séptimo, El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural surge en el contexto de ejercicios
escolares realizados durante los estudios de mi maestría en Análisis del Discurso en la
Universidad de Buenos Aires.
El octavo, Alteridad e injusticia: el problema de las representaciones imaginarias
de los otros (2018), fue publicado recientemente en la revista Polisemia de uniminuto.
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
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Parte I
Debates teóricos
Transposición: la lectura como dispositivo
técnico de época
El hecho es que [la estructura artística de una obra de arte] puede cambiar
notablemente con la mirada de épocas sucesivas. Definir su significado en relación con
la estructura social de su momento de origen significa, por tanto, [...] definir, a través
de la historia de sus efectos, su capacidad de dar a las épocas históricas más remotas y
diversas un acceso a la época de su origen.
Walter Benjamin
A
ntes de abordar la noción de transposición, y su delimitación, resulta necesa-
rio realizar dos tentativas —o conjuntos de tentativas— que ayuden a allanar
el terreno para la adopción razonada de nuestras preferencias conceptuales.
Se trata, por un lado, de una breve reflexión sobre los problemas relacionados con la
materialidad del sentido, motivada por la necesidad de tener un acercamiento a las
condiciones preliminares —debido a las cuales el sentido es investido en las materias
significantes— que hacen posible el establecimiento propiamente dicho de operaciones
semióticas o discursivas, y que le confieren especificidad a la tarea analítica, cuando
esta discurre sobre operaciones intercódicas; y, por otro, de la consideración de algu-
nas nociones emparentadas con la de transposición (relacionadas todas con el doble
juego de la permanencia y la mudanza de los sentidos cuando tienen lugar operaciones
transemióticas, en distintos niveles y en distintos ámbitos de la discursividad social:
reformulación, reescritura, traducción, transposición o transformación literaria, y que
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
sobre los textos en sus distintas ediciones. Esta noción es de gran importancia en el
ámbito de los estudios de génesis textual y crítica genética (Lois, 2001).
La reescritura ya aparece en Borges (1979a): «El concepto de texto definitivo no
corresponde sino a la religión o al cansancio» (p. 239). Borges plantea el problema de
la reescritura en el marco del problema de la traducción: la traducción vendría a ser
un caso límite que posibilitaría iluminar un campo más amplio de problemas estéticos:
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
¿Cuál de esas muchas traducciones es fiel?, querrá saber tal vez mi lector. Repito
que ninguna o que todas. Si la fidelidad tiene que ser a las imaginaciones de
Homero, a los irrecuperables hombres y días que él se representó, ninguna puede
serlo para nosotros; todas, para un griego del siglo diez. Si a los propósitos que
tuvo, cualquiera de las muchas que trascribí, salvo las literales, que sacan toda su
virtud del contraste con hábitos presentes (Borges, 1979a, p. 243).
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
Uno es aquel fragmento filológico de Novalis —el que lleva el número 2005 en la
edición de Dresden— que esboza el tema de la total identificación con un autor
determinado. Otro es uno de esos libros parasitarios que sitúan a Cristo en un
bulevar, a Hamlet en la Cannebiere o a don Quijote en Wall Street. Como todo
hombre de buen gusto, Menard abominaba de esos carnavales inútiles, sólo aptos
—decía— para ocasionar el plebeyo placer del anacronismo o (lo que es peor) para
embelesarnos con la idea primaria de que todas las épocas son iguales o de que
son distintas. Más interesante, aunque de ejecución contradictoria y superficial, le
parecía el famoso propósito de Daudet: conjugar en una figura, que es Tartarín, al
ingenioso Hidalgo y a su escudero... Quienes han insinuado que Menard dedicó su
vida a escribir un Quijote contemporáneo, calumnian su clara memoria (Borges,
1979b, p. 446).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Con ello Borges acentúa una diferencia, una peculiaridad de las transposiciones,
mostrando un caso límite: el de una reescritura completamente idéntica. Es lo que
advierte Genette (1989) cuando indica que es mucho más difícil imitar una obra que
adaptarla a otro contexto de comunicación, pues hay que tener mucha destreza y cono-
cimiento del texto y sus rasgos genéricos, de sus operaciones, para encarar una buena
imitación. El de Menard es un caso extremo, pues él se propone escribir un texto como
los del siglo XVII, en el español de entonces, y, más aún, se propuso escribir un texto
que coincidiera palabra por palabra y línea por línea con el de Cervantes. Pero en la
desmesura y rareza de esta empresa se ilumina toda la complejidad de nuestro asunto:
que aun la más fiel de las transposiciones conlleva un desplazamiento de sentido, una
ruptura, y que, en ocasiones, la mayor fidelidad conduce a la mayor distancia, a la
mayor ambigüedad, pues es la lectura de época la que reserva las congruencias, los
acentos y las distancias con respecto al texto fuente.
Otro aspecto es revelado cuando Borges compara los dos textos idénticos, el de
Cervantes y el de Menard, de los que concluye que la historia es la madre de la verdad.
El comentario elogioso de la postura de Menard se justifica, pues una verdad nueva
aparece por contraste. En otras palabras: el texto de Menard resalta de otra manera,
nos dice otras cosas, pues se lo ve en relación con otros discursos de la época. Su
ubicación en nuevos encadenamientos discursivos revela otros sentidos. De allí que
Borges (1972b) diga:
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
histórica para él, no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió. Las cláu-
sulas finales —ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir— son
descaradamente pragmáticas (p. 450).
La transposición
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
Aunque no sea más que para situar en un horizonte teórico y metodológico claro,
sin la pretensión de elucidar en toda su amplitud el asunto, es necesario hacer una
consideración del problema de la materialidad del sentido, si es cierto que el sentido
o los sentidos acaecen y, por ello mismo, deben ser estudiados así: en determinados
soportes que les confieren o imprimen determinadas restricciones1.
1 Así lo postula Eliseo Verón (2004b): «Esta idea de la ubicación en el espacio y en el tiempo del discurso
remite a una problemática a la vez extremadamente importante y poco estudiada: la de la materialidad
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
del sentido incorporado. Un discurso no es en definitiva otra cosa que una ubicación del sentido en el
espacio y en el tiempo» (p. 49).
2 Verón aclara que, aun estando en el plano de lo perceptual, se trata de reglas sociales —de conven-
ciones— que regulan las relaciones entre las materias y los sujetos productores-receptores de men-
sajes, cuya función es la de estructurar la percepción de las materias significantes. Menciona cuatro
dimensiones: discontinuidad/continuidad; arbitrariedad/no arbitrariedad; similaridad/no similaridad;
y sustitución/contigüidad, a las que considera como un continuo, más que como un conjunto de
oposiciones binarias, y se ocupa de ocho combinaciones de dieciséis posibles (Verón, 1974).
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
3 Metz (1974) es categórico con respecto al caso del lenguaje cinematográfico: «La ausencia de toda
unidad discreta (= elementos sintácticos, dentro de una perspectiva generativa) que fuese común a
todos los filmes y que por lo tanto fuese propia del cine y pudiera ser concatenada, mediante una
formalización, con otras; la ausencia de toda instancia que tuviese alguna mínima semejanza con el
morfema o con el formante; de todo alfabeto (vocabulario), fuese éste terminal o no terminal» (p. 42).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
determinante para la labor del semiólogo, pues las distintas operatorias o conjuntos
operatorios —que invisten de sentido las materias significantes— se codeterminan.
En una dirección muy similar discurre Metz (1974), cuando alude a una noción
acuñada por Hjelmslev: materia de la expresión. Allí se ocupa de conceder toda la
importancia a la dimensión física y sensorial del significante, como criterio para esta-
blecer distinciones básicas entre los distintos códigos y sus combinaciones. Al igual
que Verón, Metz destaca que las distinciones técnicas o sensoriales que sirven de base
a los distintos códigos que invisten de sentido a las materias han sido elaboradas por
la cultura que ha llegado a construir clasificaciones y a diferenciar códigos. Y, como
Verón, reconoce que dichas clasificaciones, cuando se las piensa teóricamente, dejan
ver marcadas restricciones, en palabras de Metz, ‘ausencias y presencias’ que permiten
establecer diferencias4.
De manera que, si se comparan distintos lenguajes por pares sucesivos, se encon-
trarán casos de exclusión, de inclusión y de intersección. Esto porque, a diferencia de
como suele representarse el sentido común, los distintos lenguajes guardan entre sí,
aun en el nivel puramente físico, precódico o pregramatical, relaciones lógicas comple-
jas. De allí que Metz añada que, en virtud de dicha complejidad, y vistos los lenguajes
como conjuntos, sea necesario desprenderse de todo fanatismo normativo de la espe-
cificidad: «las especificidades existen, pero se encuentran de entrada entreveradas»
(Metz, 1974, p.41).
El estudio de las peculiaridades del filme permite a Metz situarse por encima de
esos fanatismos y abrirse a considerar las singularidades de una combinación compleja
y específica y, por esta vía, reflexionar sobre la tarea del semiólogo, que, a diferencia del
lingüista, debe enfrentar la especificidad de las materias significantes y sus complejas
variaciones.
Es posible precisar, aún más, la reflexión sobre los problemas de la materialidad
del sentido apelando a la noción de dispositivo (Traversa, 2001), que se anuncia, de
cierta manera, con lo dicho hasta aquí. Se trata de destacar que, siempre que se alude
a los sentidos y a las materialidades en las que estos se asientan, nos encontramos ante
el ejercicio de determinadas técnicas —técnicas y técnicas sociales— que hacen esto
posible; pero también se trata de reconocer la particular manera de articular dichas
técnicas. De acuerdo con lo anterior, no es suficiente identificar técnicas y medios, lo
4 «Cada lenguaje se define por la presencia, en su significante, de ciertos rasgos sensoriales, y por la
ausencia de ciertos otros. En resumen, cada lenguaje posee su específica materia de la expresión o bien
(como en el caso del cine) su específica combinación de muchas materias de la expresión» (Metz, 1974,
p. 39). Y en el caso del cine, marca dos ausencias muy importantes: ausencia de toda unidad discreta y
ausencia de todo criterio de gramaticalidad.
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
que no permite hacer mayores distinciones. En cambio, el espacio que se nos revela, y
que denominamos dispositivo, es un espacio que se sitúa entre las técnicas y los medios
y es el que deja ver distintos desplazamientos enunciativos —distintas maneras de
gestionar las relaciones entre producción y reconocimiento, que implican distintas
relaciones temporales y espaciales—, los cuales tienen lugar en la determinada con-
jugación de técnicas y técnicas sociales que le ofrecen su particularidad al fenómeno
estudiado.
Así, una cosa es considerar lo audiovisual, en general, y aun lo cinematográfico,
en particular, y otra muy distinta es estudiar el cine en su condición de producto y
mercancía que circula dentro de un circuito comercial masivo que impone específicas
condiciones de recepción preceptuales, ergonómicas y culturales (el hecho de que se lo
vea en salas de un circuito comercial, que se asista a una recepción que exige determi-
nada postura corporal y un emplazamiento espacial gobernado por la oscuridad, etc.);
y otra cosa es considerar la mera técnica cinematográfica o verla articulada con otras
técnicas y otras atribuciones sociales, como pueden ser los múltiples usos sociales
familiares, institucionales o científicos de esta misma dimensión técnica.
Traversa (2001) se refiere también a los hiperdispositivos5. Piénsese, por ejemplo,
en la articulación entre cine y video, relación que ha modificado tanto las relaciones
entre el público y los filmes como la relación entre el analista y estos mismos obje-
tos discursivos. Asunto económico y de circulación que hace aún más complejo e
interesante el problema del desfase entre producción y reconocimiento; cambian las
condiciones de recepción o se conjugan con las del cine (se puede ver sólo en video
o DVD una película, pero suele ocurrir que se la ve primero en cine y luego se la
alquila o se la compra para verla). Se suma a esto el hecho de que comprarla abre paso
a otra forma de relación económica y cultural que suele dar origen a un vínculo muy
particular, la condición de coleccionista, por ejemplo.
Así mismo, involucra otros aspectos enunciativos, como el problema de la vero-
similitud y los efectos de verdad. Un solo aspecto es suficiente para indicar la ruta de
los cambios que se dan en este espacio: el hecho de que, en la actualidad, la mayoría de
los DVD vienen dispuestos con otro disco en el que se describe y comenta con minu-
ciosidad las maneras técnicas de producir el filme. Esto significa una particular impor-
tancia que se le conceden a las técnicas que permiten construir la realidad diegética
5 «Aquellos que articulan de manera singular técnicas o medios (o variantes de algunos de ellos):
televisión y pantalla gigante, televisión o radio y teléfono “al aire”, en toma directa. O los que incluyen
segmentos conversacionales, que reintroducen segmentariamente una plenitud “subjetiva” de reglas de
un grado de labilidad mayor a las propias de los cursos parcialmente determinados del deporte o de
ciertas emisiones donde se ventilan, en estudio, conflictos personales» (Traversa, 2001, p. 243).
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
sumo otro matiz, esa transformación es sólo posible de capturar a partir de tener
claro cómo funcionan las correspondencias, más allá de que éstas no sean más que
un artefacto analítico (p. 85).
6 «Tanto entre las condiciones de producción como entre las de reconocimiento de un discurso, hay
otros discursos. En realidad, puede decirse que todo discurso producido constituye un fenómeno de
reconocimiento de los discursos que forman parte de sus condiciones de producción» (Verón, 2004, p.
54).
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
entre los relatos y la experiencia del público, mediación que también se encuentra
atravesada por relatos. No obstante, el autor no está preocupado por el fenómeno
semiótico propiamente dicho, por el cambio de lenguaje7.
La entrada genérica
En Semiótica de los medios masivos: el pasaje a los medios de los géneros populares
(1998), Steimberg presenta una suerte de teoría global del fenómeno de la transpo-
sición, en la que incluye y reformula trabajos anteriores. Según esta perspectiva, el
abordaje semiótico de los medios masivos y de la transposición debe circunscribirse,
en primera instancia, y como punto de anclaje teórico y empírico, al campo de los
géneros discursivos:
Esa “vida social” no era para Saussure solamente una vida de textos, pero siem-
pre conviene aclarar que también lo era. La noción de semiosis infinita de Peirce
acabaría, como se verá, por imponerse incluso en los espacios de desarrollo de la
semiología de raíz saussureana y devolviendo complejidad y movilidad a las rela-
ciones entre “semiótica y sociedad”. Toda práctica, cuando influye en los textos,
pasa por otros textos; nunca llega a ellos en estado de pureza extra-semiótica. Aun
la referencia a un estado particular del imaginario individual o social implica, en
relación con la lectura, el recorte de un determinado texto, y su relación con un
área textual externa a él (Steimberg, 1998, p. 17).
7 Una aproximación teórica al asunto de la mediatización con anclaje semiótico muy fuerte se encuentra
ya en Verón (1997): si bien el autor no está interesado por el estudio particular de los procedimientos
de pasaje de obras o géneros, sí se centra en la elucidación de los elementos semióticos que es preciso
tener en cuenta a la hora de considerar las diferencias de las materialidades discursivas.
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
insistan en la larga duración, como la comedia o el cuento popular. De allí que deba
entenderse su condición de expectativas y restricciones sociales como marcadores de
diferencias culturales. El género no se define sino a través de la focalización de discursos
sobre discursos y de cambios de soporte, que dan fe de la insistencia de una expectativa
social siempre en conflicto con los cambios materiales y técnicos propios de la circu-
lación discursiva, y con lo imprevisible de su procesamiento estilístico. No obstante,
los encuadres de la previsibilidad social toman rápidamente posiciones en cada nuevo
espacio de los medios, no sólo instalando nuevos géneros, sino también importando y
adaptando los que estaban ya implantados en la circulación discursiva previa.
Por otra parte, resulta necesario recordar la idea de Todorov (2003), según la
cual un género se define con relación a los géneros que le son próximos, que coincide
con la indicación de Steimberg respecto de que los géneros hacen sistema en sincronía;
de manera que es el contraste y oposición de los rasgos de un género con los de otros,
que le son próximos y contemporáneos, lo que permite avanzar en su distinción8.
8 Es necesario tomar en cuenta para los fines de la caracterización genérica, las indicaciones de Genette
(1989, 1998) con respecto al rol de lo metadiscursivo en la tarea de adscripción genérica, así como las
relativas a los títulos y demás rasgos paratextuales, que, como se sabe, pueden ser intra o extratextuales.
Conviene aprovechar, igualmente, la noción de lector ideal, de Eco (1981, 1996), y la noción de contrato
de lectura, de Verón (1988), que insisten en los vínculos socialmente establecidos entre el soporte y sus
destinatarios, en determinado circuito comunicativo. En cuanto al reconocimiento de los núcleos fuer-
tes del relato y al tratamiento de las descripciones en los textos, resultan pertinentes las aportaciones de
Genette (1989) y de Hamon (1991).
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La producción social del sentido de los otros
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Transposición: la lectura como dispositivo técnico de época
sobre la base de paralelismos entre series diversas, no puede continuar las convo-
caciones de sentido abiertas por el texto inicial. Pero, en relación con uno de los
sentidos de lo verosímil (la adecuación a la normatividad de un género, en este caso
un transgénero que recorre distintos medios), la desverosimilización puede operar
recursos múltiples. Como los de la omisión, la exageración y la puesta a la vista de
los clichés funcionales del tipo de narración transpuesto. [...] Y en el otro sentido
de la verosimilización (el de la proposición de lo artístico como confirmación de
una cierta representación de lo real), un verosímil novelístico puede ser cuestio-
nado por la modificación que la transposición opere en la relación entre relato y
descripción (Steimberg, 1998, pp. 100-102).
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Discusiones propedéuticas sobre teoría de
la transposición: acerca de la ausencia
de una teoría de la enunciación y los
prejuicios de la semiótica de la literatura
en la consideración del cine
P
ara avanzar en el estudio del problema de la transposición, es preciso dar un
rodeo por los debates que se han suscitado en algunos lugares de la tradición
semiótica literaria y cinematográfica, en especial en lo que concierne a las rela-
ciones entre literatura y cine, de acuerdo con las presuntas potencialidades de cada
uno. Al respecto, dos puntos de vista aparecen como inevitables: uno, el de Bettetini
(1996), que se ocupa directamente del problema transpositivo; el otro —que no tiene
este problema como su ocupación central—, el de Chatman (1980), que sí se refiere al
mismo por la vía de un trabajo comparativo dedicado a exhibir las potencialidades y
las debilidades de los dos lenguajes.
Para discutir sus tesis centrales, nos hemos visto precisados a enfrentar una
consideración semiótica de alcance más general, que, si bien no está referida al mismo
asunto ni se presenta en los mismos niveles, tiene puntos en común: la identificación
de las debilidades o la ausencia de una teoría de la enunciación adecuada para enten-
der las peculiaridades de uno y otro lenguaje, y la ausencia de una teoría del problema
transemiótico, que trascienda los estrechos límites del inmanentismo de las técnicas
y de los medios.
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
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Discusiones propedéuticas sobre teoría de la transposición: acerca de la ausencia de una teoría
de la enunciación y los prejuicios de la semiótica de la literatura en la consideración del cine
Esto porque
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
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Discusiones propedéuticas sobre teoría de la transposición: acerca de la ausencia de una teoría
de la enunciación y los prejuicios de la semiótica de la literatura en la consideración del cine
12 Por cierto, este dispositivo guarda similitud con la televisión —utiliza sus técnicas y las combina con
otras—, pero se aparta de ésta en múltiples aspectos que merecen ser estudiados; algunos tienen que
ver con la conformación de un circuito comercial —de producción y circulación— dependiente de la
industria cinematográfica. La recepción no está pautada por las programadoras de televisión que impo-
nen los ritmos y los tiempos de las audiencias; pero, al lado de este circuito oficial de venta y alquiler, se
encuentran los de descargas en línea, tan perseguidos últimamente por la justicia estadounidense, así
como otros circuitos singularizados, más vinculados a los gustos y al capricho, que se beneficia, entre
otras cosas, de las posibilidades que la Internet ofrece. Ni qué decir sobre el hecho de que las condicio-
nes de recepción se modifican radicalmente porque se rompe el encuadre de la sala oscura y porque se
abre paso a la manipulación directa del producto audiovisual por parte del espectador, que pasa, por
esta vía, a tener un vínculo muy personal con estos productos. Por otra parte, esta circunstancia de la
posibilidad de manipulación técnica de reproducción, y hasta de edición de las obras cinematográficas,
lleva al extremo la tendencia, señalada por Benjamin, de destrucción del aura por la reproductibilidad
técnica.
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
perceptivas que obligan a guardar ciertas normas, o, de lo contrario, los textos serían
ininteligibles, y que la articulación temporal sobre la relación lector-espectador con
el texto conlleva adaptaciones, supresiones y, en general, reducciones en el paso de la
literatura al audiovisual13. Sólo precisamos anotar, a este respecto, que en todo caso
esas condiciones perceptivas que regularían las posibilidades de la comprensión y que,
por ello, condicionan la disposición de la sucesión narrativa no son algo estricto, esta-
blecido de una vez por todas, sino que son culturales e históricas y, por tanto, cambian
con el tiempo y con los contextos, según las distintas maneras de relacionarse con
los dispositivos técnicos y según otras condiciones culturales14. Piénsese, por ejemplo,
en las competencias de velocidad de lectura de las que disponen los consumidores
de videoclips, o en ciertos filmes cuya configuración estética se regodea en el juego
de las aceleraciones y las distorsiones, e incluso en las tradiciones cinematográficas
nacionales y en los géneros, para no hablar de las construcciones nada convencionales
del cine de vanguardia. En general, la velocidad promedio del cine más comercial ha
ido variando, de modo que, al ver filmes viejos, de hace tres o cuatro décadas, es fácil
tener la sensación de que se trata de filmes muy lentos, sensación que se agudiza si el
espectador es un joven de las actuales generaciones; pero lo mismo ocurre —aunque
seguramente no de manera absoluta— si se compara filmes europeos con filmes
estadounidenses.
En relación con estos aspectos, Bettetini (1996) menciona también el caso de la
extensión convencional de los textos audiovisuales, que en el caso de los filmes coinci-
diría más en la transposición del cuento o de la novela corta, pero en ningún caso con
la novela tradicional, que «en su paso a la pantalla, corre el riesgo de reducirse a un
armazón genérico, a la propuesta de una formula iterativa de narración» (pp. 90-91).
Por ello anota que la televisión ofrece otras posibilidades, por tener formatos
caracterizados por duraciones más largas, que facilitan, por ejemplo, organizar la
narración en capítulos, teniendo así «la posibilidad de una exposición narrativa más
fiel a la novela original de la que puede tener el cine» (Bettetini, 1996, pp. 90-91). Estas
observaciones, a primera vista evidentes, no dejan de ser superfluas si se pregunta
detenidamente por cuál fidelidad es a la que se alude15 y si se repara en que, si bien
13 Otro tanto ocurriría con la duración, cuya concentración sería impuesta pragmáticamente por el
sistema productivo y distribuidor, y que derivaría la necesidad de elecciones que destacan algunos
aspectos del enunciado narrativo, en desmedro de otros de transformaciones semióticas que tenderían
a reproponer el sentido primitivo, al menos, a nivel de una cita o un reenvío.
14 Los cambios en el sensorium de los que hablan Benjamin (1973) y, a partir de él, Martin Barbero (2003).
15 Recuérdense las anotaciones hechas por Borges en «Las versiones homéricas» (1979).
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Discusiones propedéuticas sobre teoría de la transposición: acerca de la ausencia de una teoría
de la enunciación y los prejuicios de la semiótica de la literatura en la consideración del cine
16 Sergio Wolf, en Cine/Literatura: Ritos de pasaje (2004), insiste en el error de asumir rutinariamente o
de manera naturalizada la eficacia en el uso de determinados procedimientos cinematográficos con la
creencia y el propósito de acercarse a procedimientos similares en el texto literario.
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La producción social del sentido de los otros
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Discusiones propedéuticas sobre teoría de la transposición: acerca de la ausencia de una teoría
de la enunciación y los prejuicios de la semiótica de la literatura en la consideración del cine
18 Metz (1991) discute centralmente con Casetti, a quien se refiere como al más importante teórico actual
de la semiótica del filme. Así, menciona cómo este autor, impregnado de esta concepción deíctica de
la enunciación, por más que trate de ponerse y de ponernos sobre aviso en su contra, construye un
dispositivo interpretativo expresamente montado sobre las figuras deícticas: «Así, para la mirada a
cámara: YO (: enunciador) y ÉL (: personaje) TE (: enunciatario) miramos, y así siguiendo para las
grandes ‘formas’ que dibuja la enunciación» (p. 120). Pero también con Bettetini, a quien le reprocha
de entrada el nombre de su libro La conversación audiovisual.
19 Incluso, Metz (1991) aclara que, aun en el intercambio cara a cara «se tiene la impresión de que ver, o
tocar, al foyer y al blanco de la enunciación (quienes en realidad se sustraen a ese contacto, pues con-
sisten en pronombres gramaticales). Se los confunde, aquí, todavía con sus instancias de encarnación,
con las dos personas que conversan: lo que se toma por el foyer de la enunciación es otro enunciado,
simultaneo, el enunciado mímico-gestual del sujeto que habla, es decir de la propia persona (de ahí la
confusión)» (p. 121).
20 «Toda concepción de la enunciación muy marcada por la deixis comporta, desde el momento en
que se la separa del estudio de los intercambios hablados, tres riesgos principales, antropomorfismo,
traslación lingüística y deslizamiento de la enunciación hacia la comunicación (: relaciones ‘reales’,
extratextuales). El mismo Casetti no cede a menudo a estas tentaciones, nos pone en guardia contra
ellas, pero en teoría, el riesgo permanece (‘el riesgo’, en singular, pues los tres no hacen sino uno, son
indisociables)» (Metz, 1991, p. 130).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
general, con su capacidad de plegarse sobre sí mismo. Pero, en todo caso, no se trata
de algo que tenga que ver con alguna instancia puesta a mitad de camino entre el filme
y fuera del filme, sino de diversas configuraciones textuales que se encuentran siempre
dentro del propio filme, que es, en definitiva, lo único que tenemos.
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Discusiones propedéuticas sobre teoría de la transposición: acerca de la ausencia de una teoría
de la enunciación y los prejuicios de la semiótica de la literatura en la consideración del cine
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Chatman hace consideraciones muy precisas para ilustrar ese tipo de diferencias,
y también hace algunas afirmaciones que dejan ver una actitud prejuiciosa hacia el
lenguaje cinematográfico, actitud que se funda, a nuestra manera de ver, en una suerte
de ‘identificación primaria’ del analista con los textos literarios. Junto a esto, encon-
tramos en sus planteamientos una apreciación del lenguaje cinematográfico que no ha
sabido asumir la complejidad del carácter impuro, combinado, del mismo, además de
que su concepción teórica se ve debilitada por su no incorporación de una teoría de
la enunciación21.
Chatman llega a afirmar que:
Inclusive los sofisticados cinéfilos que llaman a una película ‘hermosa’, se están
refiriendo más a su literatura que a los componentes visuales [...]. La contempla-
ción de hermosos escenarios, o color, o luces es un placer limitado a aquellos que
pueden ver la película varias veces, o aquellos que afortunadamente tienen acceso
al equipo que les permite parar la imagen (Chatman, 1980, p. 126).
21 En cambio, encontramos, de conjunto, una apreciación más justa de la naturaleza del lenguaje cine-
matográfico y, dentro de él, de las relaciones entre lengua e imagen en los trabajos de Gaudreault y Jost
(2001), y, antes que ellos, en los de Jean Mitry —que Metz comenta— y en los de Metz (2002).
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Discusiones propedéuticas sobre teoría de la transposición: acerca de la ausencia de una teoría
de la enunciación y los prejuicios de la semiótica de la literatura en la consideración del cine
los otros lenguajes, y que se descuidan las especificidades perceptuales que las materias
imponen a los lenguajes.
En cuanto al segundo caso, la idea de que, cuando se apela a la voz de un per-
sonaje o a la de un comentarista, no se lo está describiendo fílmicamente, sino trans-
cribiendo una descripción literaria al filme, revela que Chatman considera la banda
de sonido como algo agregado, accesorio al filme, en lugar de considerarlo como una
parte integral que ofrece otra posibilidad de describir en el cine. Más aún: es necesario
insistir en que el cine no es sólo imagen en movimiento, y que hace mucho tiempo
que nadie imagina el cine por fuera de su compleja articulación de lenguajes, pues,
como lo plantean Gaudreault y Jost (2001), el cine siempre ha sostenido una relación
con la palabra, la presupone como una parte suya. Además, es sabido que existen otros
procedimientos fílmicos para describir. Piénsese, por ejemplo, en el papel que juegan
los detalles en los filmes policiacos o de suspenso. En éstos los detalles son centrales
y los procedimientos suelen ser, ante todo, visuales, y son tan centrales, que cuentan
como indicadores, al punto que parecieran poder decir «He ahí tal comportamiento...
He ahí tal personaje», con una economía visual y la exigencia de una complicidad del
público, sin la cual estas películas no podrían ser vistas.
Chatman (1980) plantea que la cámara tampoco tiene el poder de invocar el
tono —cuando el lenguaje es capaz de contarnos algo del que nos habla—, como en
el caso en el que quien describe está apenas adivinando, no aseverando, y parece ser
alguien proclive a los encantos femeninos. De lo que se trata, en realidad, es de la posi-
bilidad de producir ciertos efectos, de modalizar lo que se dice, de insinuar, de apenas
mostrar, de dejar en la ambigüedad, o, incluso, de mostrar detalladamente y después
sugerir apenas otra posible interpretación. No obstante, hemos de insistir en que todos
éstos son posibles efectos enunciativos, tanto en la literatura como en el cine, que sólo
pueden ser juzgados en la recepción. Como puede apreciarse, Chatman (1980) se apre-
sura a señalar una incapacidad del cine —y una fortaleza de la literatura— que sólo
tiene lugar si se asume en extremo naturalizada la relación con los textos literarios.
En definitiva, se habla desde la perspectiva de un lector literario cómplice que no ha
podido escapar a su identificación primaria con un soporte, por lo que se olvida de
que el cine también puede, de hecho, ser leído en una relación de complicidad entre
la fuente y el destino. Esto tiene que ver con su olvido —o desentendimiento— de la
teoría de la enunciación, lo que le resta posibilidades para comprender determinados
efectos narrativos que bien pueden ser explicados como efectos enunciativos.
Por otro lado, Chatman (1980) se ocupa de mostrar muy bien cómo el cine
puede resolver problemas, a la hora de transponer una narración literaria, apelando
a sus propias posibilidades técnicas, como ocurre con los puntos de vista. Aclara que
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
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Discusiones propedéuticas sobre teoría de la transposición: acerca de la ausencia de una teoría
de la enunciación y los prejuicios de la semiótica de la literatura en la consideración del cine
lugar gracias a los instrumentos de grabación. Es preciso anotar que otros autores,
como Genette (1998) y Eco (1996), no ven tan rígida la distinción. La descripción se
entiende más como detención que como desaceleración, y de cualquier manera puede
tener múltiples sentidos en el texto, sentidos asociados a distintas temporalidades.
Según Eco (1996, pp. 74-82), algunos de los sentidos son: tiempo del espasmo, tiempo
del extravío, tiempo de la insinuación y tiempo para dar impresión de espacio. En
estos casos, la descripción estaría al servicio de la delectación morosa, de la imposición
de un determinado ritmo, y para estos fines se hacen coincidir o no los tres tiempos.
Todo esto depende de las posibilidades de encontrar un lector modelo —destinatario
ideal— que asuma el ritmo que se le propone. Como puede observarse, siempre reapa-
recen de por medio las cuestiones enunciativas.
A todo lo anterior debemos agregar, como lo cuenta Steimberg (1998, p. 102),
que, en efecto, es posible que una transposición reinterprete y ponga en cuestión un
verosímil novelístico, justamente por el hecho de abundar en descripciones que no
aparecían marcadas así en el texto literario, modificando las relaciones entre relato y
descripción. Tal es el caso de Luchino Visconti, que transforma en un exponente de
una narrativa de época lo que en el texto fuente sólo eran estereotipos paisajísticos
propios de su momento estilístico.
Ahora, si puede aceptarse que es distinto atribuir cualidades a personajes o cosas
al escribir que al hacer una película, algo que parece razonable, no se debe descuidar
que, en todo caso, una cosa es atribuir y otra es describir, y que otra es tener consenso
con los receptores respecto de la justeza de la descripción. Es decir: que un escritor
puede afirmar o decir que un personaje es bello, pero esto no es lo mismo que reco-
nocer que haya logrado el efecto de sugerir al lector, con y por su descripción, que, en
efecto, es bello. Lo que deseo sostener es que, si se trata de dicha eficacia, también el
escritor se las tiene que ver con lo que el lector ponga en la recepción, pues no sólo
se trata de si es un buen descriptor (Hamon, 1991), sino de si las cosas que describe y
califica de bellas lo son también para los lectores, lo que indica que el texto literario no
se encuentra muy lejos, en este terreno, de la situación de la película. Evidentemente,
Chatman incurre en debilidades que proceden de su desentendimiento de la teoría de
la enunciación.
En definitiva, todas estas dificultades son muestras de las tribulaciones de una
búsqueda semiótica y narratológica que intenta adecuarse a las particularidades del
lenguaje cinematográfico, inspirada en los desarrollos de la lingüística y de la narrato-
logía de la literatura; búsqueda que sigue su marcha y a la que no podemos reprochar
nada, excepto que sepa reconocer que la semiótica y la narratología del cine están
encontrando sus propias herramientas, que, incluso, pueden servir de apoyo a otros
59
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
60
Experiencia y narración o
la semiótica del deseo
U
na inquietud me ronda: saber cómo es la relación entre experiencia y narra-
ción o experiencia y producción de textos. Oscuro problema éste que no me
veo en condiciones de enfrentar directamente en este momento. No obstante,
sí puedo apuntar una idea de Benjamin —que le viene de Freud, en su esfuerzo por
comprender la poesía de Baudelaire y que va elucidando a medida que comenta a
Proust—. Me refiero a la noción de experiencia. Lo que encuentra Proust, y que Benja-
min nos cuenta, es que existe una relación compleja entre memoria y conciencia y, más
precisamente, que existen dos tipos de experiencia: una que se escapa al poder de la
conciencia y otra que ha sido pasada por el tamiz de ésta. Pero lo que interesa a Proust
es esa conciencia no controlada, la que es considerada propiamente como experiencia
y que escapa a la toma de conciencia. Y la hipótesis que sobre estos problemas asume
Benjamin, a partir de Freud, es la siguiente:
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
convicción que tiene Proust, quien se encuentra con esa genuina experiencia por
azar y, al reconocerla, se dedica a rastrearla, y es así como termina embarcado en su
gigantesco proyecto literario.
[…] Para Proust depende del azar la circunstancia de que el individuo conquiste
una imagen de sí mismo o se adueñe de su propia experiencia. Depender del azar
en tal cuestión no resulta en modo alguno natural. Los intereses interiores del
hombre no tienen por naturaleza ese carácter irremediablemente privado, sino
que lo adquieren únicamente cuando disminuye, debido a los hechos externos, la
posibilidad de que sean incorporados a su experiencia (Benjamin, 1999, pp. 11-12).
62
Experiencia y narración o la semiótica del deseo
22 El concepto procede de Jakobson (1959, p. 145), quien distingue tres tipos de traducción: intralinguís-
tica (que tiene que ver más con la reformulación), interlinguística (que tiene que ver más con lo que
llamamos comúnmente traducción) e intersemiótica. Pero, cuando habla de traducción intersemiótica,
Jakobson está pensando en el paso de contenidos lingüísticos a sistemas de signos no lingüísticos.
63
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
[…] El sueño expresa la arqueología privada del durmiente, que a veces coincide
con la de los pueblos; por eso Freud suele limitar la noción de símbolo a los temas
oníricos que repiten la mitología. Pero aun cuando no coincidan, lo mítico y lo
onírico tienen en común esta estructura del doble sentido; el sueño como espec-
táculo nocturno nos es desconocido; no nos es accesible sino por el relato del des-
pertar; es este relato lo que interpreta el analista, que lo sustituye por otro texto que
a sus ojos es el pensamiento del deseo, lo que diría el deseo en una prosopopeya
sin restricción; hay que admitir, y ese problema nos ocupará largamente, que el
sueño en sí mismo está próximo al lenguaje, ya que puede ser contado, analizado e
interpretado (pp. 9, 10, 17).
Su concepción de lenguaje hace juego con una noción de texto que está inspirada
en Spinoza, quien habla del libro del mundo, la idea de texto como algo que puede ser
interpretado, algo que escapa al sistema de la escritura.
[...] Con él no es sólo una “escritura” lo que se ofrece a la interpretación, sino todo
conjunto de signos susceptible de ser considerado como texto por descifrar; así,
pues, tanto un sueño, un síntoma neurótico, como un rito, un mito, una obra de
arte o una creencia (Ricoeur, 1990, pp. 26, 27).
Ricoeur distingue entre los signos, constituidos por una doble dualidad —sig-
nificante y significado y significado y cosa—, de los símbolos, que, más allá de esta
dualidad, guardan otra relación, a saber: de sentido a sentido, entre un sentido mani-
fiesto que es equívoco o multívoco y que exige de suyo una interpretación, para hacer
emerger otro sentido, que sea inteligible.
Lo único que quisiera añadir a lo dicho por Ricoeur, polemizando un tanto con
su postura, es que, si bien podemos hablar con justeza de un lenguaje que se hace
simbólico y que guarda una relación intencional de sentido a sentido, que reclama, por
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
ello, una exégesis, una interpretación, no nos está permitido hablar del lenguaje común
y de los signos lingüísticos como de signos que remiten simplemente a cosas y que,
por ello, guardarían una relación directa con éstas, de manera que pudiera hablarse
de un sentido directo y unos sentidos figurados. Por cuanto hemos de admitir que
todo signo lingüístico, toda palabra y todo discurso remiten siempre a otras palabras
y discursos, lo que tenemos siempre son discursos que remiten a discursos, sin que
esto niegue que el asunto de la referencia sigue estando presente, y lo está tanto en uno
como en otro caso, si bien revistiendo formas distintas.
Nos vemos, entonces, avocados a una exploración en la obra de Freud. Y lo que
la lectura de La interpretación de los sueños (Freud, 1997b) parece dejar ver es que
esa captación de la experiencia sólo es posible en la narración y por la mediación del
otro. Lo que hace el análisis es producir un nuevo texto, una nueva versión del relato
onírico, y ese nuevo texto es otro relato, otra narración.
Las ideas latentes y el contenido manifiesto se nos muestran como dos versiones
del mismo contenido, en dos idiomas distintos, o, mejor dicho, el contenido mani-
fiesto se nos aparece como una versión de las ideas latentes a una distinta forma
expresiva, cuyos signos y reglas de construcción hemos de aprender por la compa-
ración del original con la traducción. Las ideas latentes nos resultan perfectamente
comprensibles en cuanto las descubrimos. En cambio, el contenido manifiesto nos
es dado como un jeroglífico, para cuya solución habremos de traducir cada uno
de sus signos al lenguaje de las ideas latentes. Incurriríamos, desde luego, en error
si quisiéramos leer tales signos dándoles el valor de imágenes pictóricas y no de
caracteres de una escritura jeroglífica. Supongamos que tenemos ante nosotros un
jeroglífico [...]. En él vemos una casa sobre cuyo tejado descansa una barca, y luego,
a continuación, una letra y una figura humana, sin cabeza, corriendo desespera-
damente, etc. Ante estas imágenes podríamos expresar la crítica de que tanto su
yuxtaposición como su presencia aislada son absurdas e insensatas, pues las barcas
no anclan nunca sobre los tejados y un hombre decapitado es incapaz de correr.
Así mismo, esta última figura resulta más grande que la casa, y si el conjunto ha
de representar un paisaje, sobran las letras, que jamás hemos visto surgir espon-
táneamente de la naturaleza. Pero estas objeciones dependen de que formamos
sobre el jeroglífico un juicio equivocado. Así pues, habremos de prescindir de ellas
y adaptarnos al verdadero carácter de aquél, esforzándose en sustituir cada imagen
por una sílaba o una palabra susceptibles de ser representadas por ellas (Freud,
1997b, p. 516).
65
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
La labor del analista, como la del descifrador de jeroglíficos, es una labor de tra-
ducción intersemiótica, en la que, por demás, ocurre como con toda otra traducción
de cualquier otro lenguaje: en últimas, el lenguaje común es el metalenguaje de todos
los lenguajes, pues la traducción o reformulación, la nueva versión que se produce nos
hace inteligible la versión traducida sólo por referencia a ese lenguaje común. Por eso
dice: «esforzándose en sustituir cada imagen por una sílaba o una palabra susceptibles
de ser representadas por ellas»; es decir: produce un texto escrito que suele tener la
forma de un relato.
Ricoeur habla de una semántica del deseo; pero, en realidad, también se puede
hablar, y quizá más justamente, de una semiótica del deseo. Esto es, que la primera
operación que se realiza, cuando el paciente intenta reconstruir, con sus palabras, un
relato del sueño, lo que hace es una suerte de traducción intersemiótica, por la que
trata de pasar del sistema semiótico onírico, que tiene sus propias reglas y trabaja con
imágenes, sonidos y palabras, al sistema semiótico de la lengua. Segundo, porque lo
que trata de hacer el analista es ayudar a que ese relato sea incorporado al relato más
general o a la trama de la vida del sujeto analizado. Tercero, porque lo que se advierte
en el propio trabajo de Freud es su develamiento de múltiples operaciones que están
presentes en la elaboración onírica y que guardan estrecha similitud con operaciones
discursivas o semióticas comunes a otros fenómenos de la cultura. Cuarto, porque
para hacer ese trabajo debe entregarse a la ardua tarea de reformulación lingüística del
relato que reconstruye el analizado, para explicarlo y darle coherencia. Se trata de una
reformulación explicativa que un segundo sujeto —el analista— realiza sobre el texto
de otro sujeto.
Por eso decimos que interviene también la mediación del otro, además de la
introspección y la autobservación, porque es en la conversación con el analista como
va surgiendo la nueva versión. Y es ese diálogo el que da lugar a la tensión, a la lucha
contra la represión que nos impide recodar e interpretar. No en vano, quizá, es por
eso que Proust narra que Baudelaire narra…; lo hacen para acceder a su experiencia
y sólo pueden hacerlo en relación con otros, cuando escriben. Escriben para otros,
pero hablan de sí. La narración es egoísta, casi tan egoísta como el sueño; pero, en ese
narrar para otros, se develan. Y es así como el yo se va construyendo: en relación con
el otro. No obstante, se trata de algo nada fácil o evidente. También porque ese yo está
habitado por otros, como lo están sus sueños y como lo están todos los relatos. En este
sentido, resulta necesario pensar la propia escritura del analista cuando reformula el
texto de ese otro que es el sujeto analizado.
Vemos, entonces, cómo Freud reconoce operaciones discursivas o semióticas en
su trabajo de análisis; pero, al mismo tiempo, él utiliza algunas de esas operaciones
66
Experiencia y narración o la semiótica del deseo
La transtextualidad y el interdiscurso
23 Hablamos de la reformulación como práctica discursiva y como operación discursiva pensada teóri-
camente por distintas disciplinas relacionadas con el estudio del lenguaje: «La reformulación como
el volver a decir lo mismo de otra manera o, incluso, decir de la misma manera algo diferente [...]. El
estudio de la reformulación es encarado por distintas disciplinas y en relación con distintas prácticas
sociales. Aborda tanto lo intradiscursivo como lo interdiscursivo y lo conversacional. Puede ser ampli-
ficadora o condensadora, puede mantener o cambiar el género del texto fuente, y puede, así mismo,
hacer intervenir o no distintos sistemas semióticos. En algunos casos, involucra a dos locutores; en
otros, a uno sólo que reformula sus propios textos. Al estudiar la reformulación, se puede, además,
atender, según los objetivos del análisis, a series de textos o confrontar dos» (Arnoux, 2004, p. 4-5).
24 Ya hemos visto cómo Freud reconoce el suyo como un trabajo de traducción, y hemos visto también
cómo esa labor se entiende ante todo como un ejercicio de interpretación; pero es importante destacar
cómo ese trabajo interpretativo precisa de ciertas técnicas. Cuando decimos que Freud apela a la
reformulación, queremos remarcar cómo su labor de escritura —de reescritura— del relato narrado
por el sujeto analizado consiste esencialmente en decir lo mismo de otra manera: esto quiere decir que,
en un primer momento, la labor discursiva del analista tiene que ver, ante todo, con producir un relato
más o menos inteligible con el cual trabajar; pero sólo más adelante, con la interpretación simbólica y
con las asociaciones libres, es cuando llega a producir otros textos que se presumen coherentes con la
vida psíquica del sujeto analizado. Pero este nuevo texto vendría a ser también, en buena medida, una
reformulación explicativa de los textos anteriores. Y lo que queremos sugerir es que la reformulación
vendría a ser una práctica corriente dentro del campo social del psicoanálisis, como lo es de otros
campos sociales tales como el campo pedagógico, el campo jurídico y el campo religioso.
25 Gérard Genette, en Palimpsestos (1989), ha estudiado este fenómeno cultural tomando como punto de
partida las múltiples relaciones que existen entre los textos literarios. Así nos habla de intertextualidad,
a la que piensa como una relación de copresencia de un texto en otro, que puede ser tanto una cita
como una alusión; de paratextualidad, como la relación que un texto guarda con lo que lo circunda
y que incluye borradores y proyectos de escritura; metatextualidad, que es la relación de comentario
de un texto con otro; la hipertextualidad, que es la más amplia y que tiene que ver con cómo un texto
procede o deriva de otro texto, por transformación o adaptación de la historia a otra situación de
comunicación, o por imitación, lo que quiere decir por apropiación de sus rasgos genéricos. La noción
más abarcadora es la de transtextualidad o literariedad de la literatura, es decir, la trascendencia del
67
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Entre los fenómenos y las cualidades típicos de toda narración y de todo relato,
se encuentran las distintas relaciones que estos tienen con otros relatos y textos dentro
de la cultura, a lo largo de la historia. Se trata de la transtextualidad (Genette, 1989).
A este respecto, llama la atención el hecho de que Freud, para interpretar los sueños,
apela recurrentemente a otros textos o relatos de la cultura. En el trabajo de interpre-
tación onírica, encontramos todo el tiempo referencias muy importantes a poemas,
fábulas, cantos, mitos y todo tipo de narraciones del amplio espectro cultural. Resulta
muy interesante pensar cómo están tejidas esas relaciones entre los distintos relatos de
la cultura y el relato onírico.
Ese carácter interdiscursivo o transtextual del sueño, así como el carácter trans-
textual o interdiscursivo del análisis del mismo, se muestra en las alusiones a pasajes
y a ideas presentes en textos literarios y en diversos productos culturales que tienen
importancia en el contenido de los sueños, así como en muchos otros casos traídos por
Freud. En unos casos se trata de adivinanzas que han sido planteadas antes al paciente
y que luego contribuyen a la elaboración de un sueño absurdo sobre la muerte de su
padre. O en el que Freud mismo reproduce en su sueño un grabado en madera que
ilustraba un pasaje de la historia de Austria, y en el que aparecía como mediadora
una expresión del lenguaje corriente: «No necesitamos juez ninguno» (Freud, 1997b,
p. 606). O aquél en el que, bajo un simbolismo abigarrado, se relaciona la alargada
soltería y los deseos amorosos reprimidos con un trozo de carbón, y que tiene de
trasfondo una canción popular alemana: «Ningún fuego ni carbón ninguno / quema
tan ardientemente / como el amor secreto, /del que nadie sabe nada» (Freud, 1997b,
p. 555).
[…] desciende la sujeto por unas singulares pasarelas, llevando en la (“las flores de
la muchacha”, en ‘des Madchens Bluten’, de Goethe) representa, a la sujeto son la
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
figura del ángel que en las pinturas de la Anunciación aparece ante la virgen (la
sujeto se llama María) con una vara de azucenas en la mano, y el recuerdo de las
niñas vestidas de blanco que acompañan a la procesión de Corpus Christi por las
calles tapizadas de verdes ramas, habremos de deducir que la florida rama de su
sueño constituye, sin duda alguna, una alusión a la inocencia sexual. Pero tal rama
aparece cuajada de flores encarnadas, muy semejante a camelias. La combinación
del sueño muestra que al llegar la sujeto al final de su descenso se han deshojado
ya casi todas las flores. Luego siguen claras alusiones al período. De este modo,
la misma rama, llevada como una vara de azucenas y como por una muchacha
inocente, es, simultáneamente, una alusión a la “dama de las camelias”, que como
es sabido, se adornaba siempre con una de estas flores, blanca de ordinario y roja
durante los días del período (p. 540).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
misma forma que las cabinas telefónicas. Al extremo de este foso comienza una
larga plataforma, después de la cual hay otro foso idéntico...»
El sueño que antecede fue interpretado por él casi en su totalidad. «La rotonda
—dijo— representa mis órganos genitales, y el globo cautivo que se encuentra ante
ella no es otra cosa que mi pene, cuya facultad de erección ha disminuido desde
hace algún tiempo.» O más exactamente traducido: la rotonda es la región anal
—que el niño considera generalmente como parte integrante del aparato genital—,
y el pequeño anejo que ante esta rotonda se alza y al que se halla sujeto el globo
cautivo representa los genitales. En el sueño le pregunta su padre qué es lo que todo
aquello significa; esto es, cuáles son el objeto y la función de los órganos genitales.
Sin temor a equivocarnos, podemos invertir la situación y admitir así que es el
hijo quien realmente interroga. No habiendo el sujeto planteado nunca en la vida
real tal pregunta a su padre, debe considerarse esta idea latente del sueño como un
deseo a tomarla condicionalmente; esto es, en la forma que sigue: «Si yo hubiera
solicitado de mi padre una información sobre las cuestiones sexuales...» Más ade-
lante hallaremos la continuación y el desarrollo de esta idea.
[...] El sujeto, que ha comenzado a ayudar al padre en sus negocios, ha visto con
gran repugnancia desde el primer día lo incorrecto de algunos de los procedimien-
tos en los que reposa gran parte del beneficio obtenido. Así, pues, podemos dar a
la idea que antes dejamos interrumpida la continuación siguiente: («Si yo hubiera
preguntado a mi padre, me hubiera engañado como engaña a sus clientes»).
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
[…] comunicaré aquí el análisis parcial de otro sueño que debo a una señora, ya de
edad madura, sometida a tratamiento psicoanalítico. Correlativamente a los graves
26 «En este conjunto distingo las formas marcadas que señalan el lugar del otro con una marca unívoca
(discurso directo, comillas, bastardillas, incisas de glosa) y las formas no marcadas de lo mostrado,
donde se da a conocer al otro sin marcación unívoca (discurso indirecto libre, ironía, pastiche, imita-
ción, etc.)» (Authier-Reveuz, 1984, p. XX [INDICAR PÁGINA]).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
«Recuerda que tiene encerados en una caja dos coleópteros (Maikaefer) a los que
habrá de dar libertad si no quiere que se ahoguen. Al abrir la caja ve que los dos
insectos se hallan muy deprimidos. Por fin, vuela uno a través de la ventana abierta;
pero el otro queda machacado contra uno de las hojas de la misma al cerrarla ella,
obedeciendo a la indicación que alguien le hace en tal sentido (manifestaciones de
repugnancia).»
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
Durante la tarde anterior al sueño había estado revisando cartas antiguas y había
leído, a los suyos, varias de ellas, serias unas y cómicas otras. Entre esas últimas se
hallaba una, altamente ridícula, de un profesor de piano que le había hecho la corte
de muchacha. Luego leyó otra de un aristocrático pretendiente.
Se reprocha no haber podido impedir que una de sus hijas leyese un libro poco
recomendable de Maupassant.
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
el momento de morir una enérgica erección. Así, pues, el deseo de dicha erección
era lo que, bajo tal disfraz atemorizante, resurgía de la represión. El imperativo
ahórcate significaba tanto como el de «procúrate una erección a cualquier precio».
Las píldoras de arsénico del doctor Jenkins, en El Nabab, pertenecen a este círculo
de ideas. La paciente sabía también que el más enérgico afrodisíaco, la cantaridina,
se prepara machacando los cuerpos de unos coleópteros. Tal es el sentido al que
tiende la parte principal del contenido manifiesto (Freud, 1997b, pp. 523-524).
También en este caso, el analista marca la presencia del otro usando las citas
entrecomilladas y poniendo en cursiva las palabras que tienen un valor simbólico o
metafórico o las que corresponden a ideas latentes. Pero, en este caso, el analista nos
hace aún más explícito el hecho de que se trata de una reformulación del texto del
paciente cuando declara que se trata de la «edición» de ese texto, cuando dice que no
presentará la totalidad del sueño, sino que los fragmentos del mismo irán apareciendo
en su nuevo texto. Esta circunstancia agrava aún más la heterogeneidad del texto, pues,
aunque en muchos casos esa heterogeneidad es mostrada, como se deja ver con el uso
de las citas marcadas entre comillas, en otros esa heterogeneidad no es mostrada por
el analista, sino que la advertimos en los pasajes en los que apela al estilo libre y al
estilo libre indirecto: «y al verla por la mañana lamenta la muerte del pobre animalito»,
«Afortunadamente se ha corregido ya de estas tendencias crueles y hoy se horrorizaría
de tales actos», «Así, el aristócrata que seduce y abandona a una infeliz muchacha y
el obrero de nobles y elevados pensamientos. El carácter de una persona no puede
deducirse de su aspecto exterior. ¿Quién podría conocer por su aspecto los deseos
sexuales que a ella la atormentaban?».
Se trata de reformulaciones de las palabras del otro, reformulaciones no mani-
fiestas, que no aspiran a la literalidad propia de las citas. Lo importante en estos casos
es que esa ambigüedad hace problemática esa escritura, pues no se sabe a ciencia
cierta cuándo habla el analista y cuando habla el sujeto analizado. Esa polifonía es
problemática; no obstante, no hace más que confirmar el carácter interdiscursivo del
texto psicoanalítico.
El juego infinito de transposiciones y de reformulaciones no es otra cosa que
la expresión de ese proceso interminable de conformación de sentidos sociales que
se construyen y se entretejen apelando a elaboraciones anteriores o contemporáneas,
pero, en todo caso, exteriores a cada discurso, y que, sin embargo, al mismo tiempo lo
hacen posible. De allí que el discurso y sus sentidos sólo son posibles en el interdis-
curso. Esto mismo acontece en la elaboración onírica, pues los sueños construyen sus
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
27 «El concepto de interdiscurso definido por Pêcheux (1975) apunta hacia el exterior específico de todo
discurso (esto es, el universo de lo decible) que ofrece a cada sujeto su realidad en cuanto sistema de
evidencias y de significaciones percibidas-aceptadas-experimentadas. El interdiscurso interviene en la
textualidad como efecto de pre-construído (ofreciendo los objetos de pensamiento) y como efecto de
sustentación (introduciendo pensamientos laterales que soportan las articulaciones entre los enuncia-
dos)» [Traducción nuestra] (Zoppi-Fontana, 1999, p. 58, nota 6).
28 Según Ginzburg (1999), a Freud se le escapó el contenido folklórico de ese sueño por desconocimiento
de la tradición mítica Eslava, y en especial, de rituales chamánicos ligados a creencias relacionadas con
hombres lobos y lobizones: «[…] el paciente provenía de un mundo cultural demasiado distante del
suyo. Cuando de lo que se trataba era de interpretar los sueños de sus pacientes vieneses (o bien, con
mayor razón, de sus propios sueños), Freud dominaba a la perfección el contexto diurno, descifrando
alusiones literarias o de otra clase, incluso las más recónditas. Pero en este caso no se dio cuenta de
que en una fábula de la recopilación Afanásiev (El lobo imbécil) hubiera podido encontrar la respuesta
a la pregunta sobre el número de los lobos presentes en el sueño, que planteó (¿por qué seis o siete?)
al paciente. Pero desde el punto de vista hermenéutico la no identificación del vínculo entre el haber
nacido con la camisa puesta y los lobos (lobizones) revestía consecuencias más graves. Freud, que años
antes había escrito en colaboración con D. E. Oppenheim un ensayo titulado Sueños en el folclore, no
reconoció el elemento folclórico presente en el sueño del hombre de los lobos» (p. 200).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
dice, ese lenguaje se nos aparece en muchos otros ámbitos de la cultura en los que el
inconsciente se expresa.
La simbolización
Así, pues, los elementos simbólicos del contenido manifiesto nos obligan a emplear
una técnica combinada que se apoya, por un lado, en las asociaciones del sujeto,
y completa, por otro, la interpretación con el conocimiento que el interpretador
posee del simbolismo (Freud, 1997b, p. 560).
Más aún:
Ambas técnicas de la interpretación onírica tienen que completarse entre sí; pero
tanto práctica como teóricamente pertenece el lugar principal al procedimiento
primeramente descrito que atribuye la importancia decisiva a las manifestaciones
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
Por otra parte, como ya hemos indicado, el autor parte de reconocer que la
actividad simbólica es un fenómeno mucho más amplio, que excede con mucho el
ámbito de lo onírico:
Y reconoce que falta todavía mucho trabajo para llegar a dar cuenta de todas las
determinaciones contenidas en el concepto general de símbolo, al mismo tiempo que
se percata de la necesidad de reconocer los aspectos peculiares de la simbolización
onírica.
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Añadiré aquí algunos ejemplos del empleo de tales símbolos en los sueños, ejem-
plos que demostrarán cuan imposible es llegar a la interpretación de un sueño sin
tener en cuenta el simbolismo y cuan imperiosamente se nos impone la existencia
del mismo en muchos casos.
[…] Cuando más nos ocupamos de la interpretación de los sueños, más obligados
nos vemos a reconocer que la mayoría de los soñados por sujetos adultos elaboran
un material sexual y dan expresión a deseos eróticos. [...] Afirmamos, pues, desde
ahora, que este hecho no constituye sorpresa ninguna para nosotros, sino que
coincide perfectamente con los fundamentos de nuestra explicación de los sueños.
Ningún instinto ha tenido que soportar, desde la infancia, tantas represiones como
el instinto sexual en todos sus numerosos componentes, y de ningún otro perduran
tantos y tan intensos deseos inconscientes, que actúan luego durante el estado de
reposo provocando sueños (Freud, 1997b, pp. 564, 587).
Todos esos procesos de simbolización que Freud describe nos recuerdan los
procedimientos creativos de la retórica y de la poesía, las llamadas figuras. Se trata de
operaciones muy diversas del pensamiento, entre las cuales se destacan la metáfora y
la metonimia. El rasgo común de estas dos operaciones es la fuerza condensadora y
sustitutiva de representaciones y sentidos.
Según Perelman29, las metáforas están presentes en todo pensamiento creativo, y
es con ellas que podemos capturar lo más fuerte, lo crucial de nuestros pensamientos;
29 Perelman (1997) define la metáfora como una analogía condensada. A partir de reconocer el origen
algebraico o proporcional de la analogía, Perelman llega a definir la metáfora. Según él, en la analogía
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
están en la vida cotidiana y sin ellas no podríamos pensar. Pero lo importante aquí
es ver su fuerza expresiva30, que posibilita hablar a nuestro deseo. La elaboración
onírica se nutre de las metáforas que han sido construidas por el lenguaje popular, y
éstas le facilitan su trabajo de expresión encubierta. Procedimientos muy semejantes
encontramos en la producción de imágenes, tanto literarias como pictóricas o cine-
matográficas. Y la imaginación es otra facultad psíquica, es otra manera de pensar,
caracterizada justamente por la capacidad de transfigurar31 la misma fuerza que está
presente en la elaboración onírica:
Esta elaboración onírica propiamente dicha se aleja del modelo del pensamiento
despierto mucho más de lo que han opinado los investigadores que menos valor
han concedido a la función psíquica del sueño. No es que sea negligente, inco-
rrecta, olvidadiza e incompleta en comparación con el pensamiento despierto;
lo que sucede es que constituye algo cualitativamente distinto y, por tanto, nada
comparable a él. No piensa, calcula ni juzga; se limita a transformar. Puede descri-
bírsela por entero, teniendo en cuenta las condiciones a las que su producto tiene
se afirma que a es a b como c es a d. De manera que una relación cualquiera se asimila a otra relación:
«Entre la pareja a-b —el tema de la analogía— y la pareja c-d —el foro de la analogía—, no se afirma
una igualdad simétrica por definición sino una asimilación que tienen por fin aclarar, estructurar y
evaluar el tema gracias a lo que se sabe del foro, lo que implica que el foro proviene de un dominio
heterogéneo, puesto que es mejor conocido que el tema [...]. Para nosotros la metáfora no es sino una
analogía condensada, gracias a la fusión del tema y del foro. A partir de la analogía: A es a B como C
es a D, la metáfora tomará la forma: “A de D”, “C de B”; “A es C” [...]. Son las metáforas de la forma
“A es C” las más engañosas, pues se ha intentado ver en ellas una identificación, mientras que no
pueden comprenderse de una manera satisfactoria sino reconstruyendo la analogía supliendo los dos
términos faltantes. Observemos que esta especie de metáfora puede expresarse de una manera aún
más condensada y resultar de la confrontación entre una calificación y la realidad a la cual se aplica.
Escribiendo sobre un guerrero valiente, “este león se lanzó”, se sobreentiende que este guerrero es un
león, lo que se explica por la analogía: “este guerrero es con relación a los demás hombres como un león
con relación a otros animales” [...]. Esta fusión metafórica puede indicarse mediante un adjetivo (una
exposición luminosa), un verbo (se puede piar), un posesivo (nuestro Waterloo), una determinación
(la noche de la vida), la cópula (la vida es un sueño), o aún por el empleo de una sola palabra colocada
en un contexto que excluya el sentido literal» (pp. 161-162).
30 Tal es la importancia que le concede Aristóteles a la metáfora, que la estudia tanto en la Poética como
en la Retórica, por cuanto reconoce tanto su capacidad de síntesis expresiva en la poesía y la literatura
como su capacidad de síntesis y su contundencia en la argumentación.
31 Es preciso anotar que, justamente, es de eso de lo que se percata Propp (1981), pues lo suyo es trabajo
de morfología. Cuando Propp defiende como método la necesidad de abordar el análisis de los cuentos
maravillosos, descomponiéndolos en sus partes y comparándolas, es consciente de esa actividad trans-
figuradora constante de la imaginación popular. Pero, al mismo tiempo, él se esfuerza en dar cuenta
de los cuentos indagando en las formas fundamentales que los preceden, en la vida práctica y, ante
todo, en la religiosidad arcaica, en la que encuentra la fuente privilegiada de la mayoría de las formas
recurrentes de los cuentos maravillosos.
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
que satisfacer. Este producto —el sueño— ha de ser sustraído, en primer lugar, a
la censura, y con ese fin se sirve la elaboración onírica del desplazamiento de las
intensidades psíquicas, hasta lograr la transmutación de todos los valores psíquicos
(Freud, 1997b, p. 655).
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
Mas para la psiquis del hombre es muy violenta cualquier renunciación y halla
un expediente en el chiste tendencioso, que nos proporciona un medio de hacer
ineficaz dicha renuncia y ganar nuevamente lo perdido.
[…] Si, como antes indicamos, es posible referir de este modo el vencimiento de
obstáculos exteriores al de coerciones y represiones interiores, podremos decir que
el chiste tendencioso demuestra más claramente que ningún otro de los grados
evolutivos del chiste el carácter esencial de la elaboración del mismo, constituido
por el hecho de dar libertad a magnitudes de placer por medio de la remoción de
coerciones. El chiste tendencioso fortifica las tendencias a cuyo servicio se coloca,
aportándoles auxilios procedentes de sentimientos reprimidos o entra abierta-
mente al servicio de tendencias reprimidas (Freud, 1997a, pp. 1084, 1104).
Se hablaba un día, delante de esta persona, de un escritor al que se conocía por una
aburrida serie de artículos, publicados en un diario vienés sobre insignificantes
episodios de las relaciones políticas y guerras entre Napoleón I y el de Austria. El
autor de estos artículos ostenta una abundante cabellera de un espléndido color
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
rojo. Al oír su nombre exclamó el señor N: ¿No es ése el rojo Fadian que se extiende
por toda la historia de los Napoleónidas? (Freud, 1997a, p. 1038).
De modo que es éste el sujeto que no sabe escribir una y otra vez más que aburridos
folletones sobre Napoleón en Austria [...]. De modo que ese individuo rojo es el
que escribe unos artículos tan aburridos sobre Napoleón (Freud, 1997a, p. 1038).
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Hemos visto después que cuando la fachada de una historieta muestra una apa-
riencia lógica, el pensamiento de la misma da la razón a su protagonista; pero,
cohibido por determinados obstáculos, no se ha atrevido a verificarlo más que en
un solo punto en el que la sinrazón del sujeto es fácilmente demostrable. La pointe
ahí elegida es la justa transacción entre su razón y su sinrazón, término medio que,
naturalmente, no resuelve el dilema, pero si corresponde al conflicto que en noso-
tros mismos hace al tratar de enjuiciar el caso. Ambas historias son sencillamente
epicúreas, pues lo que quieren decir es: «Sí, ese hombre tiene razón; no hay nada
superior al placer, y es indiferente la forma en que podamos proporcionárnoslo.»
Esto parece francamente inmoral, y en el fondo no es otra cosa que el carpe diem
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
Pero, así como en el caso del chiste el trabajo consiste en desentrañar la técnica
de su producción, en el caso del sueño se trata es de reconocer las formas y, digámoslo
así, la técnica de la elaboración onírica. De hecho, el modelo de interpretación del
que dispone Freud para acometer su análisis del chiste ha sido elaborado antes en La
interpretación de los sueños. Y allí la voz cantante la lleva, como ya vimos para el chiste,
la operación de condensación. La condensación, que selecciona los elementos repeti-
damente presentes en las ideas latentes, forma nuevas unidades (personas colectivas
y productos mixtos a veces muy extraños), y da lugar a la constitución de elementos
comunes intermedios. La condensación toma objetos, palabras y nombres, los mezcla
y produce nuevas unidades. De manera que, también en el sueño como en el chiste,
la condensación da lugar a combinaciones verbales muy peculiares y a veces bastante
cómicas32.
La otra operación clave en la elaboración del sueño, que va de la mano con la
condensación, es el desplazamiento. Se trata de un procedimiento por el cual las ideas
latentes más importantes no entran a formar parte del contenido manifiesto, y en su
lugar entran otras secundarias y hasta incidentales.
32 Freud (1997b, p. 527) da muchos ejemplos, algunos tan raros como los siguientes: «Este es un estilo
verdaderamente norekdal», que Freud explica como producto de una parodia de superlativos tales
como «colosal» y «piramidal», y que procedían de dos personajes de dos obras de Visen, Nora y Ekdal.
O este otro: «Esto acabará en un Maistollmutz general», y que se refiere a una especie de plato raro, pero
la palabra era el resultado de fragmentos de una conversación familiar; el análisis la descompuso así:
mais (maíz)-toll (loco)-manstoll (ninfómana) y Olmutz (nombre de una ciudad).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
De manera que las combinaciones que el sueño realiza no son arbitrarias; existe
una relación entre los elementos que combina, cuando se lleva a cabo el análisis, en las
ideas latentes. Es decir, que une a los elementos que se encuentran relacionados entre
sí en las ideas latentes.
Muestra, entonces, cómo el sueño no realiza operaciones de alternatividad o
disyunción ni de antítesis y contradicción, y que para establecerlas se requiere del
análisis; y cómo, en cambio, sí puede acomodarse más a las operaciones de analogía,
coincidencia o contacto:
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Es por ello que toda actividad narrativa, textual y, más todavía, escritural se
encuentra atravesada por ese conflicto entre deseo y represión. Las analogías que
pueden establecerse entre el fenómeno onírico, en especial, entre la elaboración
onírica, y la narratividad oral y escrita tendrían que ver, en última instancia, con esa
determinación. Podemos sostener esta hipótesis, a pesar de las conocidas diferencias
entre un régimen de pensamiento y otro, pues está claro que, en el sueño, la capacidad
de sustraerse a la tutela de la conciencia es casi total, mientras que ni la literatura ni la
33 Al respecto, resulta pertinente traer a cuento las palabras de Schiller, en las que responde a los críticos
que le atribuyen falta de productividad. El texto es una carta que envía a Körner el 11 de diciembre de
1788, y a la que Freud cita: «“El motivo de tus quejas reside, a mi juicio, en la coerción que tu razón
ejerce sobre tus facultades imaginativas. Expresaré mi pensamiento por medio de una comparación
plástica. No parece ser provechoso para la obra creadora del alma el que la razón examine demasiado
penetrantemente, y en el mismo momento en que llegan ante la puerta las ideas que van acudiendo.
Aisladamente considerada, puede una idea ser harto insignificante o aventurada, pero es posible que
otra posterior le haga adquirir importancia, o que uniéndose a otras, tan insulsas como ella, forme un
conjunto nada despreciable. = La razón no podrá juzgar nada de esto si no retiene las ideas hasta poder
contemplarlas unidas a las posteriormente surgidas. En los cerebros creadores sospecho que la razón
ha retirado su vigilancia de las puertas de entrada; deja que las ideas se precipiten pêle-mêle al interior,
y entonces es cuando advierte y examina el considerable montón que han formado. = Vosotros, los
señores críticos, o como queráis llamaros, os avergonzáis o asustáis del desvarío propio de todo creador
original, cuya mayor o menor duración distingue al artista pensador del soñador. De aquí la esterilidad
de la que os quejáis. Rechazáis demasiado pronto las ideas y las seleccionáis con excesiva severidad.”»
(Freud, 1997b, p. 410).
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Experiencia y narración o la semiótica del deseo
narración oral —aun la fantástica— terminan por romper sus lazos con la conciencia.
Y en todo caso, que es un hecho que la lucha constante entre el deseo y la repre-
sión —tanto interna como externa— están presentes siempre en estas dos actividades
lingüísticas34. El deseo está latente. Vivimos, pero no toda nuestra vida diurna entra
dentro de esto que llamamos, aquí, experiencia. El deseo está reprimido. Quizá por eso
no podemos narrar.
Por último, encuentro otra idea, en La interpretación de los sueños, que podría
iluminar un intento de respuesta al problema original que nos planteamos al comienzo
—el problema de las relaciones entre experiencia y narración, y el problema mismo
de lo que es la experiencia—. Me refiero a aquellos pasajes en los que Freud intenta
mostrar cómo en el origen de los sueños se encuentran deseos inconscientes. Explica
entonces cómo, en últimas, esos deseos corresponden a deseos surgidos en la infancia.
Allí, explica lo que entiende por deseo35, al tiempo que explica la conexión que existe,
en el sueño, entre deseos inconscientes y los otros elementos que intervienen en la
formación del sueño:
Concedo que existe una clase de sueños cuyo estímulo procede predominante o
hasta de un modo exclusivo de los restos de la vida diurna, y opino que incluso mi
deseo de recibir algún día el título de profesor extraordinario me hubiera dejado
dormir tranquilo aquella noche si no hubiera perdurado aun en mí el cuidado que
la salud de mi amigo me inspiraba. Pero este cuidado no habría provocado, sin
embargo, sueño ninguno, pues la fuerza impulsora de que el sueño precisaba tenía
34 «Así, toda producción psíquica es una transacción entre la fuerza del deseo y la potencia rechazante
del consciente. De allí que la noción de conflicto psíquico sea esencial (conflicto entre deseo y prohi-
bición, deseo inconsciente y deseo consciente, entre deseos inconscientes —sexuales y agresivos, por
ejemplo—) [...]. Para Freud, además, los mismos procesos y los mismos conflictos actúan en todas las
formaciones psíquicas: sueño, lapsus, acto fallido, síntoma, creaciones artísticas, etc., si bien es evidente
que estas producciones no son idénticas. Pero tienen una estructura en común: el fantasma, esa puesta
en escena imaginaria en la que el sujeto está presente y en la que se representa, de manera más o menos
deformada por los procesos defensivos, el cumplimiento de un deseo, y en última instancia, de un
deseo inconsciente”. (Lois, 2001, p. 28).
35 «El niño hambriento grita y patalea; pero esto no modifica en nada su situación, pues la excitación
emanada de la necesidad no corresponde a una energía de efecto momentáneo, sino a una energía
de efecto continuado. La situación continuará siendo la misma hasta que por un medio cualquiera se
llega al conocimiento de la experiencia de satisfacción, que suprime la excitación interior. La aparición
de cierta percepción (el alimento en este caso), cuya imagen mnémica queda asociada a partir de este
momento con la huella mnémica de la excitación emanada de la necesidad, constituye un componente
esencial de esta experiencia. En cuanto la necesidad resurja, surgirá también, merced a la relación esta-
blecida, un impulso psíquico que cargará de nuevo la imagen mnémica de dicha percepción y provocará
nuevamente esta última, esto es, que tenderá a reconstituir la situación de la primera satisfacción. Tal
impulso es lo que calificamos de deseos» (Freud, 1997b, p. 689).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
que ser reforzada por un deseo. Así, pues, para formar el sueño tuvo mi preocupa-
ción que buscar tal deseo y aliarse con él. Trataremos de aclarar estas circunstan-
cias por medio de una comparación tomada de la vida social. Es muy posible que
la idea diurna represente en la formación del sueño el papel de socio industrial: el
socio industrial posee una idea y quiere explotarla; pero no puede hacer nada sin
capital y necesita un socio capitalista que corra con los gastos. En el sueño el capi-
talista que corre con el gasto psíquico necesario para la conformación del sueño
es siempre, cualquiera que sea la idea diurna, un deseo de lo inconsciente (Freud,
1997b, p. 686).
Entonces, aclara la diferencia entre los sueños infantiles y los sueños de los
adultos: los primeros elaboran sueños en los que se transparentan muy fácilmente
sus deseos, realizándolos en sus sueños; los adultos, en cambio, han aprendido por la
dura experiencia civilizadora que el desear es inútil y han aprendido con esfuerzo a
aplazar sus impulsos hasta que se modifiquen las circunstancias y sea posible entonces
su realización. En el adulto se desarrolla una instancia psíquica que no está en el niño
y que ejerce una severa vigilancia y coerción sobre los sentimientos anímicos: «Una
parte de los sentimientos infantiles ha sido reprimida, como inútil para la vida, por
esta instancia, y todo el material de ideas que de dicha parte se deriva se halla en estado
de represión» (Freud, 1997b, p. 748).
Esa represión que se acentúa y que opera en los más diversos aspectos de la vida
cumple, como ya hemos dicho, un papel muy importante en la esfera de la sexualidad:
90
Experiencia y narración o la semiótica del deseo
corresponde a un estadio psíquico precoz que nunca nos abandona, que nos habita y
se nos impone irrumpiendo, de tanto en tanto, sin que podamos evitarlo.
Junto con esto, aparece que esa condición de estar habitados por otro —que somos
nosotros mismos, pero de otra manera—, y que irrumpe para hablar con su propio
lenguaje —no sólo en el sueño sino, incluso, en las asociaciones libres—, se encuentra
en estrecha relación con el interdiscurso que también se nos impone y sin el cual no
podríamos articular discurso alguno. Es ese juego infinito de transformaciones que se
reactualiza en cada nuevo relato de la cultura y que también se manifiesta en nuestros
sueños. Si esto es cierto, también lo es, entonces, que el problema de la significación se
complica aún más, dado que la significación nunca se completa y las manifestaciones
lingüísticas, por más acabadas y coherentes que aparezcan, no dejarán de ser más que
fragmentos. Fragmentos que remiten a otros fragmentos, y que proceden de otros, y
de otros lugares de nosotros mismos.
No creo que con estas reflexiones finales me halle, ahora, en posición de aclarar
el asunto que me preocupaba al inicio; en cambio, sí pienso que éste se ha complicado
aún más. No obstante, ésa parece ser la única tentativa posible de encararlo poste-
riormente, en mejores condiciones. Pues no es posible soslayar el hecho de que, si no
somos dueños de nuestro lenguaje —como hace tiempo está establecido— y tampoco
lo somos de nuestra propia habla, ¿cómo poder saber si lo somos o no de nuestra
experiencia?, dado que, al parecer, no nos acercamos a ella más que por medio del
lenguaje.
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Ontología y epistemología cíborg:
representaciones emergentes del vínculo
orgánico entre el hombre y la naturaleza
H
asta ahora, en los múltiples esfuerzos por pensar la relación entre el hombre
y la naturaleza, prevalecen las consideraciones sustancialistas, que se esfuer-
zan en encontrar las peculiaridades de cada una de las dos identidades. Se
quiera o no, se procede al modo aristotélico: buscando la unidad, aquello que permite
distinguir inequívocamente a un ser de otros —su sustancia—, de modo que no sea
posible la confusión nacida del error de pensar que un ser o un objeto puede ser posee-
dor de un doble atributo —de ser y no ser a la vez— (Aristóteles, Met. 1006a-1009a).
Persiste el paradigma de la identidad. Una reconsideración de la relación técnica entre
hombre y naturaleza podría reportar nuevos beneficios y ayudar a tomar distancia
con respecto de algunas tendencias, tanto de la antropología de la técnica como del
ecologismo vulgar, que nos devuelven al sustancialismo aristotélico.
La relación hombre-naturaleza es la relación entre un ser vivo artificial y otro
ser vivo artificial, o, mejor, quizás entre dos seres vivos artefactuales. El hombre es una
creación de sí en su esfuerzo transformador de la naturaleza y, desde su aparición, la
naturaleza vino a ser un inmenso ser natural transformado incesantemente, es decir
artificial o artefactual. De allí que sea necesario enfocar los problemas atinentes a esta
relación desde una perspectiva relacional que indague la constitución de ambos, a
través de sus mutuas afectaciones.
Este cambio de perspectiva supone la asunción de los desplazamientos acaecidos
en las maneras de representar tanto a uno como a otro, los cuales tienen que ver con la
[ 93 ]
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
36 En la medida en que la teoría de la enajenación de Marx tiene como punto de partida la pérdida del
objeto por parte del hombre, que pasa a enfrentársele como algo ajeno, y su concepto del fetichismo
implica atribuir a las producciones humanas facultades y potencias que sólo corresponden al propio
hombre, la confusión entre el creador y lo creado —por la vergüenza prometeica—; el desfase entre
las necesidades y los productos —o lo que podemos producir y lo que podemos llegar a necesitar o
a usar—; y el hecho de no ser ya sujetos de la historia, pues ese lugar pasaría a ser ocupado por los
artefactos, son efectos actuales que pueden ser comprendidos, perfectamente y sin violencia, a partir de
una suerte de nueva teoría de la enajenación para la sociedad contemporánea.
94
Ontología y epistemología cíborg: representaciones emergentes
del vínculo orgánico entre el hombre y la naturaleza
Esta idea temprana es precisada, aún más, en las Tesis sobre Feuerbach (2004), en
las que Marx formula el sentido de su materialismo, en oposición a los materialismos
anteriores. Es así como en la «Tesis I» empieza diferenciando cosa (Gegenstand) de
objeto (objetk). Todos los materialistas anteriores sólo conciben la realidad como
objeto, es decir, como algo existente pero nunca producido, nunca como algo que
es, ante todo, el producto de la actividad humana. Ignoran o desestiman que, en el
segundo caso, además de los factores objetivos —la materialidad natural—, están
presentes y son determinantes los factores subjetivos que modifican y han dado forma
y una nueva existencia a la materialidad natural.
En la «Tesis V», indica que los materialismos anteriores a él, cuando reconocen la
actividad, sólo la conciben como actividad intelectual o contemplativa; no reconocen
la actividad humana como una actividad, ante todo, sensorial, y que, paralelamente, la
sensibilidad (los sentidos) es producida por la actividad. Es decir, que, al transformar
la naturaleza, el hombre no sólo produce cosas, sino que también produce, de cierta
manera, sus propios sentidos, les da nuevas formas y nuevas propiedades, produce sus
sentidos como sentidos humanos.
En síntesis, bajo esta perspectiva, el mundo, la tierra, es cosa, no objeto, porque
es el producto de la interacción entre naturaleza y actividad humana. Pero, al mismo
tiempo, el hombre es también cosa, es el producto de la transformación de la natura-
leza. Esto último se verifica con mayor fuerza en la medida en que, históricamente, los
sentidos humanos son producidos y transformados incesantemente, como resultado
de esa interacción constante entre hombre y naturaleza, y como resultado de la inte-
racción entre los hombres. En este sentido, es por eso que Marx habla de industria,
de trabajo y de intercambio orgánico, y se refiere a la naturaleza como el «cuerpo
inorgánico» del hombre.
La teoría Gaia postula a nuestro planeta como un ser inteligente y sensible, que no
es mera objetividad, sino un mundo animado. Dicha postulación representa un
importante desplazamiento tanto en el plano de las representaciones como en el de los
afectos, una importante transformación en el ámbito de la sensibilidad, que conlleva la
emergencia de una perspectiva nueva tanto en el conocer como en el concebir la tierra
y nuestras relaciones con ella:
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
[Inicio cita]Digo que Gaia es un sistema fisiológico porque parece tener el objetivo
inconsciente de regular el clima y la química de forma que resulten adecuados
para la vida. [...] Debemos pensar en Gaia como un sistema integral formado por
partes animadas e inanimadas. El exuberante crecimiento de los seres vivos, posi-
ble gracias al sol, hace a Gaia muy poderosa, pero este caótico y salvaje poder está
constreñido por las propias limitaciones de esa entidad que se regula a sí misma en
beneficio de la tierra.
[...] ‘La Tierra se comporta como un sistema único y autorregulado, formado por
componentes físicos, químicos, biológicos y humanos’ (Lovelock, 2007, pp. 38, 40,
51).
La matización (‘como si’) no sólo destaca el carácter ficticio del diálogo (el ‘cuerpo
de la naturaleza’ es un interlocutor metafórico que nunca puede alcanzar plena
autonomía ni llegará jamás a estar realmente articulado), pero también destaca
el carácter experimental del acto del pastor. Es una primera exploración de una
palabra a la que nos vinculamos, pero de la que aún no nos hemos apropiado.
Es en este diálogo cauto y condicional (‘como si’) y en estos experimentos donde
ampliamos nuestro mundo, avanzando siempre con cautela para evitar catástrofes
(una posibilidad que nunca preocupó a Fausto) (p. 67).
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Ontología y epistemología cíborg: representaciones emergentes
del vínculo orgánico entre el hombre y la naturaleza
Por supuesto que una actitud como la que reseñamos precisa de un movimiento
espiritual previo: es necesario desacralizar nuestra concepción de la vida y abandonar
la vieja y dogmática representación que la reduce a algo que se reproduce y corrige los
errores de reproducción por el mecanismo de la selección natural, y entenderla como
algo mucho más elemental, para llegar a pensar a la tierra —o a la parte viva de ella—
como un ser vivo. Lovelock (2007) declara abiertamente que trabaja con una metáfora,
la metáfora de la tierra viva, para hablar de Gaia. No se refiere a que conciba la tierra
como un individuo consciente, pero sí a que se trata de un gran sistema autorregulado
que tiende a conseguir equilibrios o estados estables para adaptarse a los cambios cli-
máticos que ponen en peligro las condiciones que hacen posible la existencia de seres
vivos en nuestro planeta. Tal descripción es la de un ser sensible que sólo puede existir
en función de las múltiples relaciones que entabla con otros seres, relaciones que son,
por definición, inestables e históricas.
Si uno ve que:
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Entonces, uno puede sentirse capaz de reconocer el estatus cultural a ese patrón.
La definición adoptada aquí intenta ser lo más incluyente posible: la cultura es
considerada como el comportamiento específico de un grupo que es adquirido,
al menos en parte, por influencias sociales. Por ‘grupo’ se entiende la unidad de
especies típicas, sean una tropa, linaje, subgrupo, etc. (McGrew, 1998, p. 305).
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Ontología y epistemología cíborg: representaciones emergentes
del vínculo orgánico entre el hombre y la naturaleza
cerebro social’, de Robin Dunbar (2008), que sostiene que las sociedades de primates
son contratos sociales implícitos establecidos para resolver los problemas ecológicos
de la supervivencia y la reproducción de manera más eficaz de lo que podían hacer por
su cuenta. David Tumbull (2010) postula una explicación de la evolución neocortical
en términos de una evolución técnica, no sólo exterior, como se pensaba tradicional-
mente, sino como un desarrollo técnico social, corporal y cognitivo:
Las sociedades de primates trabajan tan eficazmente como lo hacen en este aspecto
porque se basan en una vinculación social profunda que es cognitivamente costosa.
Por lo tanto, es la demanda de cómputo de la gestión de complejas interacciones
la que ha impulsado la evolución neocortical. Esta concepción de la dinámica de
la evolución neocortical humana como social y no simplemente tecnológica encaja
bien tanto con el modelo propuesto por Stanley Ambrose del co-desarrollo del len-
guaje, simbolización, un cerebro más grande y la fabricación de herramientas que
se inició en África cerca de 300.000 BP, y con la demanda de Ben Marwick según
la cual el lenguaje y la simbolización se desarrollaron con la extensión de redes de
intercambio (p. 6).
Especies de compañía
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
[…] Especies de compañía es una categoría mucho más grande y heterogénea que
animales de compañía, y no sólo porque incluye organismos tales como el arroz,
abejas, tulipanes, flora intestinal y todo lo que haga vida para los humanos y vice-
versa. […] La máquina y lo textual son internas a lo orgánico y viceversa de manera
irreversible (Haraway, 2005, pp. 4, 15).
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Ontología y epistemología cíborg: representaciones emergentes
del vínculo orgánico entre el hombre y la naturaleza
Como puede advertirse, la figura del cíborg cubre un espectro mucho más amplio que
el acordado a ella, tanto por la administración de la ciencia y la tecnología que le dio
origen como por el género de ciencia ficción que la acogió y la puso en circulación37;
corresponde a toda una ontología y una epistemología, que hunden sus raíces en los
cambios de la representación de los objetos de la naturaleza y de la tecnología —los
seres vivos y las máquinas—. Como sostiene Donna Haraway (1991):
37 Cyborg (en español, cíborg) es una palabra inventada por la NASA en 1960, y que significa ‘ser humano
hipotético, constituido con miras a adaptarse a la vida de ambientes no terrestres mediante la sustitu-
ción de partes de su cuerpo por órganos artificiales’ (Haraway, 2005, p. 4). En la ciencia ficción, cyborg
es todo ser híbrido entre ser orgánico y máquina.
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
38 Al respecto, resulta necesario destacar lo dicho por Simondon (2008): «La oposición que se ha erigido
entre la cultura y la técnica, entre el hombre y la máquina, es falsa y sin fundamentos; sólo recubre
ignorancia o resentimiento. Enmascara detrás de un humanismo fácil una realidad rica en esfuerzos
humanos y en fuerzas naturales, y que constituye en mundo de los objetos técnicos, mediadores entre
la naturaleza y el hombre» (p. 32).
102
Parte II
Ejercicios analíticos
El monstruo como figura de alteridad: de
Aristóteles a la ciencia ficción
L
a figura del monstruo, que tiene una trayectoria mítica y literaria tan antigua
como diversa, es una pieza clave para la indagación de la problemática de la
alteridad. Los monstruos tienen que ver siempre con lo otro, con lo extraño, con
lo anormal; son figuras de alteridad por excelencia. Exhiben y problematizan diversas
maneras de imaginar las relaciones entre identidad y alteridad, referidas no sólo al
yo, sino también a la especie, al género, a la raza, al mundo, a la naturaleza. La pri-
mera señal de alteridad, de disconformidad con la identidad, presente en la inmensa
mayoría de los monstruos, es la de la deformidad, la desemejanza de las formas y, en
consecuencia, la fealdad39. No obstante, esa desemejanza, que remite a la diferencia, al
alejamiento de lo que se considera normal, adquiere con frecuencia manifestaciones
menos intuitivas y evidentes. Puede mostrarse en la manifestación de conductas o en
la adopción de creencias consideradas extrañas o anormales: lo monstruoso moral y
social, y también estas manifestaciones de monstruosidad tienen lugar en la ciencia
ficción.
Por supuesto, al manifestar distintas figuraciones imaginarias del otro o de lo
otro, en las que no se trata de simples diferencias naturales, sino, ante todo, de dis-
tintas maneras de representar, de imaginar y de valorar la diferencia —que tienden
a naturalizarse—, no todo lo diferente es considerado monstruoso, y siempre existen
39 En ocasiones, puede ocurrir que algo o alguien pueda ser considerado monstruoso aun siendo muy
bello, y a veces su monstruosidad puede consistir precisamente en ese exceso de belleza que lo haría
extraño o muy diferente.
[ 105 ]
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
El monstruo social
Si bien lo monstruoso moral40 es algo que está presente como fenómeno cultural en
muchos otros momentos, como comenta Le Goff (1999) con respecto a la propia Edad
Media, aparece con mayor fuerza y va adquiriendo rasgos cada vez más específicos a
lo largo de la Modernidad. Como comenta Foucault en su texto Los anormales (2001),
hasta mediados del siglo XVII existía un estatus criminal de la monstruosidad, pero
éste aparecía todavía referido a la infracción de leyes naturales o jurídicas: esa mons-
truosidad era en sí misma criminal, el fondo natural seguía siendo lo determinante.
No obstante, Foucault (2001) advierte que:
Luego, hacia 1750, en medio del siglo XVIII […], vemos aparecer otra cosa, es
decir, el tema de una naturaleza monstruosa de la criminalidad, de una monstruo-
sidad que surte efecto en el campo de la conducta, el campo de la criminalidad, y
no en el de la naturaleza misma. Hasta mediados del siglo XVIII, la criminalidad
era un exponente necesario de la monstruosidad, y ésta no era todavía lo que llegó
a ser a continuación, es decir, un calificativo eventual de aquélla. La figura del cri-
minal monstruoso, la figura del monstruo moral, va a aparecer bruscamente, y con
una exuberancia muy viva, entre fines del siglo XVIII y principios del XIX (p. 82).
Asimismo, dice que el modelo de esa monstruosidad es Luis XVI, vinculado con
la idea del monstruo como el poderoso que abusa del poder, pero que también están
los marginados que adoptan comportamientos monstruosos, entregándose a una vida
en la que predominan los instintos, el monstruo que vuelve a la naturaleza:
40 «Contra el fondo de lo que no es más que una imperfección, una desviación (podríamos decir, por
anticipado, una anomalía somática), aparece la atribución de una monstruosidad que ya no es jurídico
natural sino jurídico-moral; una monstruosidad que es la de conducta, y ya no de la naturaleza» (Fou-
cault, 2001, p. 80).
106
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
También son esas dos formas de monstruos, claro está, las que encontramos en
Sade. En la mayor parte de sus novelas […] está presente ese acoplamiento muy
regular entre la monstruosidad del poderoso y la monstruosidad del hombre de
pueblo […]. En Sade, el libertinaje siempre está ligado a un desvío del poder. En él,
el monstruo no es simplemente una naturaleza intensificada, una naturaleza más
violenta que la de los demás. El monstruo es un individuo a quien el dinero o la
reflexión o el poder político brindan la posibilidad de volverse contra la naturaleza.
De modo que en el monstruo de Sade, por ese exceso de poder, la naturaleza se
vuelve contra sí misma y termina por anular su racionalidad natural, para no ser
ya una especie de furor monstruoso que se encarniza no sólo contra los otros, sino
contra sí mismo (Foucault, 2001, pp. 102-103).
El loco criminal también aparece como monstruo: «El loco criminal hace su apa-
rición ante todo como monstruo, es decir, como naturaleza contra natura» (Foucault,
2001, p. 107).
107
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Y por eso, a continuación, hay que hablar de las causas de tales monstruos. Al final,
cuando los movimientos se relajan y la materia no es dominada, queda lo más
general, o sea, el animal. Entonces dicen que el ser que se forma tiene cabeza de
camero o de buey; y lo mismo en los demás animales, uno con la cabeza de otro,
por ejemplo, un ternero con cabeza de niño o una oveja con cabeza de buey. Todo
esto ocurre por las causas anteriormente citadas, pero estos seres no son nada de
lo que se dice que son, sino solo algo parecido, lo que sucede incluso no dándose
ninguna deformación. Por eso, muchas veces los bromistas comparan a algunos
que no son precisamente de los guapos, o bien con una cabra soplando fuego o con
un carnero topando. Cierto fisonomista reducía todos los aspectos físicos a los de
dos o tres animales y a menudo convencía al explicarlo.
41 Como puede observarse, la identidad aparece restringida al individuo masculino, y desde el comienzo
la mujer es figurada como haciendo parte de los otros, si bien se encuentre mucho menos lejos de la
identidad que otro tipo de seres.
108
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
Sin embargo, que es imposible que nazca un monstruo semejante, o sea, un animal
dentro de otro diferente, lo demuestran los periodos de gestación, que difieren
mucho entre un hombre, una oveja, un perro y un buey: es imposible que se forme
cada uno de ellos fuera de sus periodos propios.
Pues bien, se dice que así es un tipo de monstruos; otros lo son por tener su cuerpo
con demasiados miembros, naciendo con muchos pies o muchas cabezas. Las
explicaciones de la causa están próximas y son similares en cierto modo en el caso
de los monstruos y de los animales mutilados: pues también la monstruosidad es
una especie de mutilación (Aristóteles, G. A., 769b11-30).
Y agrega:
109
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
sus relaciones de semejanza o de diferencia» (San Agustín citado por Kappler, 1986, p.
240). Y justifica la existencia de individuos monstruosos entre los hombres, así como
la existencia de razas monstruosas:
¿Por qué Dios no habría querido crear de la misma manera ciertas gentes? ¿por
miedo de que creyésemos, al ver nacer un monstruo entre nosotros, que la sabidu-
ría que ha dado forma a la naturaleza humana ha errado en su obra? [...] Tampoco
debe parecernos absurdo que haya en la humanidad razas de monstruos, como hay
en cada una algunos monstruos humanos (San Agustín citado por Kappler, 1986,
p. 240).
Hace algunos años, nació en oriente un hombre doble en los miembros superio-
res y simple en los inferiores. Tenía dos cabezas, dos pechos y cuatro manos [...].
¿Quién será capaz de recordar todos los seres humanos que nacen desemejantes en
extremo a los que les engendran? Y como no se puede negar que estos individuos
traen su origen de aquel único padre, así es preciso confesar que pueblos cuyo
cuerpo, según la historia, sea como desorbitado y alejado del curso ordinario de
la naturaleza, de que gozan todos o casi todos, si puede aplicárseles la definición
de animales racionales y mortales, proceden también del tronco único del primer
hombre [...] por consiguiente, no debe parecernos absurdo que haya en el género
humano ciertas razas monstruosas, pues es igual que el caso de que haya indivi-
duos monstruosos en una nación (San Agustín, 1958, pp. 1095-1096).
Y señala:
Con todo, cualquiera que nazca hombre, es decir, animal racional y mortal, por
más rara y extraña que nos parezca su forma, color, movimiento o voz, o por cual-
quier otra virtud, parte o cualidad natural, ningún fiel dudará que traiga su origen
del primer hombre (San Agustín, 1958, p. 1094).
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El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
los portentos son las cosas que parecen nacer en contra de la ley de la naturaleza.
En realidad, no acontecen contra la naturaleza, puesto que suceden por voluntad
divina, y la voluntad del creador es la naturaleza de todo lo creado [...]. En conse-
cuencia, el portento no se realiza en contra de la naturaleza, sino en contra de la
naturaleza conocida (Cabarcas, 1994, p. 51).
De forma muy similar, en el siglo XII razona Hugo de San Víctor, el primer esteta
medieval:
Y afirma que el hallazgo de América coincidía con una época de maravillas y era
percibido como un vaticinio del porvenir: y “Así, pues, los monstruos son bellos
porque complementan, y el hallazgo de América fue poderosamente significativo
porque con ella se completó (“salvó” o confirmó) la belleza, semejanza o diversidad
del universo hasta entonces solamente imaginado o conocido por Dios (Cabarcas,
1994, pp. 54, 60).
111
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
42 En esta apreciación coinciden Kappler (1986) y Le Goff (1999). Según Le Goff (1999): «Toda sociedad
segrega —más o menos— algo de lo maravilloso, pero sobre todo se nutre de lo maravilloso prece-
dente en el sentido baudelariano de viejas maravillas. Anticipándome un poco a la exposición de otro
problema, declaro ya ahora mi convicción de que el cristianismo creó muy poco en el dominio de lo
maravilloso [...] que en el cristianismo no representa algo esencial» (p. 12). Y añade: «La recuperación
cristiana arrastró lo maravilloso, por un lado, hacia el milagro y, por otro, hacia una recuperación sim-
bólica y moralizante. Existe un ejemplo muy hermoso. Se trata de la evolución de las versiones latinas
del physiologus. Al principio tenemos versiones que nos cuentan maravillas sin dar significaciones ni
explicaciones simbólicas. Luego, cada vez más las explicaciones simbólicas y moralizantes comen, por
decirlo así, la sustancia del physiologus y le quitan vida» (p. 17). Por su parte, Kappler (1986) afirma:
«Todavía se considera a esta “fábrica” de monstruos como fenómeno particular de la Edad Media, por
no decir original y único. Sin embargo, hemos visto que tal fenómeno fue en el Medioevo cosa en buena
medida prestada: sólo al final de aquella época la imaginación desborda todo límite y la originalidad se
hace presente» (p. 291).
43 Aby Warburg (2005) muestra cómo una de las formas en las que se percibe el renacimiento de la
Antigüedad en el humanismo alemán, la proliferación de libelos —textos de difamación política
ilustrados— en los que predominan los monstra proféticos y la adivinación babilónica y cómo estos
fueron la base en muchos casos de obras de arte como las de Durero («La cerda de Landser» —de una
cabeza, dos cuerpos y ocho patas— o «Melancolía I», que retoma la fecha de la gran conjunción de 1484
y presenta la imagen de un hombre afectado por la peste francesa profetizada entre otros por el mismo
Lutero), en donde no aparece ya el texto profético pero sí se conserva la ilustración que mantiene
todos los signos adivinatorios. Destaca muy especialmente el uso político de estos libelos ilustrados
por Lutero —que también fue víctima de estas mismas prácticas—, quien, a pesar de no admitir los
demonios astrales de apariencia humana, sí creía que el maligno existía y que tenía una figura muy
definida. Y muestra cómo Lutero y Melanchthon usaron los monstra muy eficazmente para su lucha
política profética, así aparecen los casos de los libelos de 1523 del asno-papa y el ternero-monje, que
dijeron haber encontrado a orillas del Tiber y que usaron contra las altas autoridades eclesiásticas.
La mayoría de las figuras monstruosas de esta época se remontan a los monstra propios de las artes
adivinatorias de la época del emperador Maximiliano que a su vez se retrotraen al arte babilónico de la
profecía a través de Etruria.
44 A propósito, Umberto Eco, en la Historia de la fealdad (2007), comenta: «El mundo clásico era muy
sensible a los portentos o prodigios, que se interpretaban como signos de desgracias inminentes. Se tra-
taba de sucesos maravillosos como lluvia de sangre, hechos inquietantes, llamas en el cielo, nacimientos
anómalos, niños de doble sexo, tal como se cuenta en el Libro de los prodigios de Julio Obsecuente (que
112
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
Nos parece muy útil traer a colación el análisis que R. Bloch dedica a la distinción
entre presagio y el grupo monstruo-prodigio. El presagio era considerado como
una “advertencia rápida, fugaz, relativa a una empresa inmediata”, mientras que el
monstruo o el prodigio son “el rayo que trastorna la conciencia”:
en el siglo IV d.C. anota todos los hechos prodigiosos sucedidos en Roma en los siglos anteriores)» (p.
107).
113
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Para la Edad Media, el monstruo, el prodigio, son signos que preceden a los
acontecimientos y los prefiguran, un aviso a través de un sentido oculto; por ello,
monstruos y prodigios son materia de interpretación, por no decir de adivinación.
Durante toda la época medieval, pero más especialmente al final y durante el siglo
XVI, el monstruo es considerado como un sigo premonitorio [...]. Dios ha dado
a cada uno su propio ser, su finalidad y su puesto en el mundo. Ha impuesto a
la Naturaleza un curso que debe seguir fielmente y con el cual debe acordarse en
todo. El creador no abandona con facilidad la norma de las cosas, la mantiene, a
menos que quiera anunciar algo oculto y de la mayor importancia (Kappler, 1986,
p. 269).
Por otra parte, está el problema de la etimología. En primer lugar, con las mira-
bilia tenemos una raíz mir (miror, mirari) que implica algo visual. Se trata de una
mirada. Pero, naturalmente, los mirabilia no son sólo cosas que el hombre puede
admirar con la mirada, ante las cuales abre tamaños ojos; sin embargo, desde un
comienzo se da esta referencia al ojo que me parece importante, porque todo un
mundo imaginario puede ordenarse alrededor de esa apelación a un sentido, el de
la vista, y alrededor de una serie de imágenes y de metáforas que son metáforas
visuales. Si pensamos en la obra tan citada de Pierre Mabille Le Miroir du mervei-
lleux (1962) y también utilizada por Tzvetan Todorov, nos vemos inducidos a esta-
blecer una relación, particularmente pertinente en el Occidente Medieval, entre
mirari, mirabilia (maravilla) y miroir (por más que esto en latín se traduzca por la
palabra speculum); pero la lengua vernácula restablece los parentescos con todo lo
que un mundo imaginario y una ideología del espejo (miroir) pueden representar
(Le Goff, 1999, pp. 9-10).
Según Umberto Eco (2007), esos monstruos producían una gran fascinación
a las gentes de la época, tanta como producirían más tarde los espectáculos de la
114
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
deformidad del cuerpo que se exhibían en las plazas públicas y en las ferias o como a
nosotros nos cautivan los zoológicos:
Prueba de ello es el énfasis con que un rigorista como San Bernardo (en la Apo-
logía a Guillermo) condena las esculturas de los capiteles en cuya contemplación
se detenían los fieles con excesivo placer […]. “¿Qué pinta en los claustros […]
esa ridícula monstruosidad, esa especie de extraña hermosura deforme y deformi-
dad hermosa? ¿Qué pintan allí los inmundos simios? ¿O los fieros leones? ¿O los
monstruos centauros? ¿O los semihombres? ¿O los manchados tigres? [...] Pueden
verse muchos cuerpos bajo una única cabeza y, viceversa, muchas cabezas sobre un
único cuerpo. A un lado se divisa un cuadrúpedo con cola de serpiente, al otro un
pez con cabeza de cuadrúpedo. Allí una bestia tiene aspecto de caballo y arrastra
medio cuerpo posterior de cabra, aquí un animal cornudo tiene la parte posterior
de caballo. En resumen, surge por doquier una variedad de formas heterogéneas
tan grande y tan extraña que produce mayor placer leer los mármoles que los códi-
ces y pasar todo el día admirando una por una estas imágenes que meditando la
ley de Dios (p. 113).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Eso es el monstruo: una presencia repentina, una exposición imprevista, una alte-
ración perceptiva intensa, una suspensión temblorosa de la mirada y del lenguaje,
una cosa irrepresentable. Pues el monstruo es, en el sentido más pleno y más anti-
guo del término, una maravilla, es decir, un acontecimiento que sus raíces etimoló-
gicas (mirabilis) relacionan sobre todo con el campo de la mirada (miror), con un
trastorno imprevisible de los escenarios perceptivos, con un abrir los ojos de par en
par, con una aparición. Aparición de lo inhumano, de la negación del hombre en
el espectáculo del hombre vivo (Courtine, 2005, p. 368).
En el apartado «El cuerpo anormal», se refiere a las ferias populares del siglo
XIX, en las que el gran espectáculo es gozar de la deformidad, del cuerpo humano,
de los animales extraordinarios. De modo que la historia del monstruo es también la
«historia de las miradas» que se fijaron sobre ellos y de los dispositivos de exhibición
que fueron perfeccionándose con el tiempo (Courtine, 2005, p. 540):
116
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
Detrás de las rejas del zoo humano o en el recinto de las aldeas indígenas de las
Exposiciones Universales, el salvaje sirve para enseñar la civilización, para demos-
trar sus beneficios, al mismo tiempo que fundamenta esa jerarquía “natural” de
las razas que exige la expansión colonial. Detrás de las vitrinas de la morgue, el
cadáver que recibe a la muchedumbre dominical de curiosos refuerza el miedo al
crimen. En la penumbra del museo de cera anatómico, las figuras de carnes devas-
tadas por la heredosífilis inculcan el peligro de la promiscuidad sexual, la práctica
de la higiene y las virtudes de la profilaxis.
Ésta fue, pues, una de las fórmulas esenciales de la formación de poder de nor-
malización en el cambio de siglo: la difusión del dominio de la norma se realizó a
través de un conjunto de dispositivos de exhibición de su contrario, de puesta en
escena de su imagen invertida. No hay necesidad de medios coercitivos para esta
pedagogía masiva, todo lo contrario de un espacio panóptico y una vigilancia de
Estado: una red floja y desperdigada de establecimientos de espectáculos, privados
o públicos, permanentes o efímeros, sedentarios o nómadas, primicias y después
formación de una industria de diversión masiva que distrae y fascina (Courtine,
2005, p. 206).
117
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
cultural del siglo XX46, en donde los monstruos también aparecen encuadrados en
ambientes que disponen al espectador para el choque, pero también para la fruición
del choque perceptivo de lo extremo-anormal.
Todos estos aspectos relacionados con la interpretación de los sentidos de los mons-
truos en épocas anteriores nos sirven como punto de partida para una consideración
de las significaciones que los monstruos fueron adquiriendo después. De todos ellos, el
sentido más decisivo es el relativo a su condición de figura de alteridad, que se presenta
como un signo de tendencias futuras que augura sucesos extraordinarios e importan-
tes: el monstruo como signo.
El monstruo, como figura de alteridad referida a múltiples esferas de la expe-
riencia y de la imaginación, se trasladó a espacios de representación variados, y,
recuperando y reformulando parte de su larga memoria discursiva, se anidó en los
distintos géneros, en donde adquirió sentidos y formas muy diversas.
El monstruo de origen maravilloso, en muchas ocasiones modulado por las
restricciones propias de la religiosidad católica de origen medieval, encuentra su lugar
privilegiado en la literatura fantástica y de horror, en donde lo sobrenatural, ligado
a las apariciones espectrales y a veces demoníacas, lleva la voz cantante47. Piénsese
46 Se trata de un proceso largo, en el que los espectáculos son cada vez más masivos y elaborados: «La
versatilidad cultural del monstruo era indisociable de la intensidad del comercio de que era objeto.
Así pues, la historiografía del viejo París hace un sitio considerable a los “fenómenos vivos” entre las
distracciones parisienses. La ciudad acaba por aparecer como la capital mundial de la curiosidad, un
cruce de caminos de lo único y de lo extraño, el gran bazar de las monstruosidades» (Courtine, 2005, p.
207).
Phineas Taylor Barnum funda en 1841 su American Museum en el corazón de Manhattan, que se
convertirá en la atracción más frecuentada de la ciudad y de todo el país: «de 1841 a 1886, fecha en
la que el museo fue destruido por un incendio, se calcula en 41 millones el número de sus visitantes
[…], no era nada más que el disparo de salida de una nueva época en la historia de los espectáculos,
la entrada en la época industrial de la diversión: la inauguración del primer gabinete de curiosidades
de la era de las masas, de una especie de Disneylandia de la teratología […] antes que él, el cuerpo
monstruoso no era mucho más que una rareza solitaria que desprende un beneficio marginal en una
pequeña economía de la curiosidad. Después de él, es un producto que dispone de un valor añadido
considerable, comercializable en un mercado masivo, que satisface una demanda creciente y suscita sin
cesar nuevos apetitos de la mirada. Hay que insistir por última vez: el espectáculo y el comercio de los
monstruos, muy lejos de ser actividades turbias o marginales, sirvieron de campo de experimentación
a la industria de la diversión de masas en Estados Unidos» (Courtine, 2005, pp. 209-210).
47 No obstante, es necesario aclarar que la presencia del monstruo en las sociedades antigua y medieval no
tenía nada que ver con lo fantástico, dado que hacía parte de la experiencia —pues no existía la sepa-
ración moderna entre fantasía y realidad—; eran, como ya hemos dicho antes, signos que anunciaban
118
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
en la literatura y el cine de vampiros, los hombres lobos, los muertos vivientes, los
fantasmas… Narraciones construidas alrededor de esquemas maniqueos: el bien vs.
el mal; lo diabólico vs. lo sagrado; lo luminoso vs. lo oscuro, y en las que el monstruo
personifica esas antinomias y encarna la presencia de la alteridad maligna.
El monstruo también suele manifestar de forma oblicua los miedos más terri-
bles con respecto a alteridades cercanas consideradas peligrosas48. Así la xenofobia,
el racismo, las representaciones animalizantes de los otros, procedentes de los otros
mundos coloniales, también suelen hacer parte de las figuraciones de este tipo de
monstruos. Según Robin Wood (2002), el cine de horror concentra la historia de las
ansiedades del siglo XX y, en él, el monstruo es el lugar en el que se representan todos
los malestares49. Para Wood (2002) el cine de horror puede definirse como un conjunto
de filmes en los que «la “normalidad” es amenazada por un monstruo» (p. 31).
El monstruo social, el criminal, encuentra su lugar en la literatura negra, en la que
la desmesura de la maldad o de la demencia aparece con toda crudeza, encarnada en
figuras criminales que causan sobrecogimiento. Piénsese en personajes tan memora-
bles como Jack el destripador. Si bien el criminal aparecía en la literatura negra inglesa,
era más importante el crimen que la figura misma del criminal, y, como recuerda Ron
desgracias futuras. En la sociedad moderna y en nuestro mundo en cambio, en donde prevalece una
separación casi absoluta entre el mundo interior y el mundo de los objetos, la presencia de lo mons-
truoso sobrenatural en la literatura y en el cine parece tener que ver con otro tipo de asuntos, quizá con
la añoranza de un orden metafísico perdido, como sugiere Luigi Volta (1992, p. 12). También es preciso
anotar, como mostraremos más adelante, que los monstruos pueden cobrar sentidos muy diversos,
según aparezcan en distintos contextos sociales y estéticos, a veces expresando temores sociales propios
de cada época; otras veces expresando el deseo de la emergencia de nuevos ordenamientos éticos y
políticos. En estos casos aparecen de nuevo como especie de signos proféticos.
48 Podemos ver en una narración tan clásica como Drácula la encarnación de la libidinosidad que
adquiere formas diabólicas y la presencia de la enfermedad asociada con ella. De hecho, el mundo del
que procede el Conde corresponde a esa zona del este de Europa en la que las fronteras nunca estuvie-
ron muy claras, en donde se conserva la presencia de los extranjeros turcos, zona de una europeidad
dudosa. Y el Conde es un extranjero de extrañas costumbres que no ha podido perder su raro acento
cuando usa la lengua inglesa, y que, para colmo, es ayudado por los gitanos.
49 Así, por ejemplo, puede mencionarse la emergencia de todo un género cinematográfico centrado en la
figura de los monstruos fruto de la radiación nuclear, los Kaiju eiga. El famoso Gojira (Honda, 1954),
que fue la respuesta japonesa al Godzila del filme de Eugene Lourie, El monstruo de tiempos remotos
(1954) creado por Hollywood el mismo año, y representa el terror del pueblo japonés ante los efectos
destructivos de la bomba atómica. Se trata de un monstruo gigantesco, un dinosaurio anfibio cuyo
huevo se encontraba en las proximidades del océano y es activado por la radiación nuclear y, una vez
despierto, avanza hacia las grandes ciudades destruyendo todo a su paso. Las dos películas aparecen
justo en el momento en el que Estados Unidos inicia las pruebas de la bomba de hidrógeno en el
pacífico, y en Japón pasó a encarnar el sentimiento nacional surgido de la experiencia de Hiroshima y
Nagasaki, que no había podido expresarse abiertamente, a causa de la ocupación del país por parte de
los estadounidenses en la inmediata posguerra. Pero el filme de Honda da origen a una larga serie de
filmes centrados en la figura del monstruo Gojira, pues tuvo gran acogida por el público.
119
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Wilson (2000), la novela negra estadounidense aparece como una reacción contra la
novela inglesa de detectives refinados:
Ahora bien, el cine noir ha oscilado, una y otra vez, entre una presentación
del criminal o del crimen; por momentos ha enfatizado la figura del detective, pero
siempre ha palpitado en él la presencia de lo siniestro que puede anidar en cualquier
ser humano, del mal, como algo que está cerca y que puede irrumpir en lo cotidiano
cuando menos se lo espera. Y, con frecuencia, es algo que anida en lugares cercanos al
poder o comprometidos con la preservación de la seguridad y el orden, y en los que
predomina la corrupción y la brutalidad, como los monstruos morales de Sade50.
Pero, en nuestros días, han ido madurando representaciones más elaboradas,
que tienen un origen social inocultable: la figura del asesino serial, propia de un
subgénero del triller, y del asesino en masa, que tienen una presencia tan fuerte tanto
en el cine como en la televisión51. El subgénero de los asesinos seriales expone más
claramente la figura del monstruo social y moral. También en este caso, las narraciones
se inspiran en datos de los archivos criminales52 y de la prensa: el criminal aparece
como un monstruo moral por su incapacidad para sentir como semejante el rostro del
otro, la frialdad, la «racionalidad» y hasta la estética del crimen, la destreza técnica y el
seguimiento de protocolos muy precisos, y la desmesura de la violencia de la empresa
criminal aparecen como monstruosas.
50 Recuérdese filmes como Barrio chino (Polanski, 1974), Abuso de poder (Tamahori, 1996), Los Ángeles
al desnudo (Curtis Hanson, 1997), La ciudad de la corrupción (Becker, 1996). Entre tanto, el cine de crí-
menes de 1990 focaliza ante todo la figura del criminal: Sospechosos comunes (1995), Tiempos violentos
(1994), Perros de reserva (1992).
51 Antecedentes precoces de este subgénero son: Psicosis (Hitchcock, 1960) y El estrangulador de Boston
(Fleischer, 1968). En la actualidad, piénsese en películas como El silencio de los inocentes (Demme,
1991), Tumbas a ras de tierra (Boyle, 1994), Diabólicas (Chechik, 1996), La jurado (Gibson, 1996),
Dragón rojo (Brett Ratner, 2002), o El coleccionista de huesos (Phillip Noyce, 1999). Y en la televisión
la exitosa serie Dexter, de Fox, el asesino serial que caza asesinos seriales. En el caso de los asesinos en
masa ocupa un lugar muy destacado Asesinos por naturaleza (Oliver Stone, 1994).
52 «El término “asesino en serie” fue acuñado en 1978 por Robert Ressler, agente del FBI, para distinguir
“al creciente número de asesinos reiterativos con motivaciones sexuales de la mayor parte de los que
matan por sacar algún provecho» (Ardí Phil, citado por Ron Wilson, 2000, p. 65).
120
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
53 «El término Splatter fue usado por el cineasta norteamericano George Romero, director de The Night of
the Living Dead y Dawn of the Dead (La noche de los muertos vivientes, 1968 y El amanecer de los muer-
tos, 1978), dos de las películas de horror más importantes e influyentes, para describir el contenido de
sus películas» (Cuellar, 2008, p. 236). La noche de los muertos vivientes (1968) es un filme característico
de esta clase, en el que el terror no tiene que ver nada con lo sobrenatural. Hay una explicación cientí-
fica para El despertar de los muertos que está motivado en la exposición a radiaciones emitidas por una
sonda que regresa de Venus. La muerte aparece por todos lados, pero representada en la exposición
permanente de cuerpos reducidos a objetos. No aparece la dimensión sacrificial; más bien, pareciera
que la muerte de los jóvenes protagonistas, que no tiene ningún sentido, indicara la inutilidad de esa
dimensión de la muerte en nuestro mundo. Y en ella, como dice Luigi Volta (1992), el miedo reviste
un sentido muy particular, de época: «El gran miedo es el paranoico delirio que caracteriza a los vivos,
que se comportan como si todo lo que los rodeara estuviera infectado […]. Por esta razón son muy
importantes las técnicas de lo pornográfico, que se utilizan para producir la expectativa, y al mismo
tiempo el horror frente a cualquier contacto» (p. 218).
54 Tendencias estéticas que tienen como telón de fondo prácticas sociales muy extendidas, tales como los
piercings, los tatuajes o las intervenciones cosméticas (cirugía plástica, liposucciones…).
121
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Los monstruos de la ciencia ficción tienen una herencia diferente. Se trata de los
monstruos ligados a la tradición de los viajes extraordinarios, de la literatura de viajes
y hasta de la literatura de conquista y colonia —que es otra literatura de viajes—, en
donde pululan las maravillas56, pero también monstruos más realistas destinados a
figurar lo raro, lo extraño de los otros mundos naturales y sociales: lugares extraor-
dinarios, animales desconocidos57 que no se parecen casi en nada a los del mundo
55 «La Nueva Carne, ya sea a través de las pinturas de H. R. Giger, las fotografías de Joel-Peter Witkin o
las viñetas de Charles Burns, acomodándose con los filmes de David Cronenberg o en los cuentos de
Clive Barker, hace que el infierno sea algo físico, no imaginado. Así pues, uno de los principales méritos
de la Nueva Carne consiste en su habilidad para crear monstruosidades creíbles y tangibles» (Navarro,
2002, pp. 12-13). En este tipo de arte y, muy especialmente, en el cine, los monstruos están referidos a la
enfermedad, a la fragilidad del cuerpo y a sus inevitables transformaciones: «Una de las novedades del
cine de las tres últimas décadas es la identidad carnal aquí y ahora del sujeto y su monstruo. El sujeto
es el monstruo o lo lleva dentro y le da vida. Es, literalmente, su propia madre o se identifica con él por
metamorfosis sin dejar residuos. Los lugares del monstruo no son ya las tinieblas, el subterráneo o el
espacio exterior, sino el propio cuerpo, ese apéndice siniestro, a la vez conocido y desconocido, que
envejece, incuba tumores en silencio, reclama drogas, propaga virus y traiciona al alma negándose a
continuar vivo indefinidamente» (Pedraza, 2002, p. 35).
56 Los monstruos de la pulp fiction se sitúan en un espacio heterogéneo, entre la fantasía en sentido
tradicional, la ciencia ficción y, en ocasiones, el gore, si bien con frecuencia bajo un tono paródico o no
serio. Algo parecido ocurre con los monstruos de las historias de superhéroes del comic, de la televisión
y del cine de la primera ciencia ficción, los monstruos de la Space Ópera.
57 Los bestiarios del Nuevo Mundo representan, como lo dice Cabarcas (1994), tanto la continuidad de
formas de representación heredadas de la tradición medieval y clásica, que buscan ser confirmadas, en
muchos casos, como el asombro ante seres tan extraños que no se parecen a ningún otro de los ani-
males conocidos (la danta o tapir, la llama, el caimán, el cóndor en América o el rinoceronte en África
y Asia). Pero también indican el esfuerzo por apropiarse de ese mundo de seres extraños apelando a
las formas de representación conocidas y al recurso de la analogía. La ciencia ficción también tiene su
bestiario que opera, aunque solamente en el plano de lo imaginario, con recursos muy similares, pues
transpone a sus mundos imaginarios figuras o partes de figuras de los seres conocidos en la Tierra, y
con ellos construye seres nuevos, y con frecuencia también recurre a figuras de los viejos bestiarios.
122
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
propio y hombres tan distintos, cuyo mundo resulta incomprensible. La ciencia ficción
se nutre de esa larga tradición y va desarrollando y puliendo sus propias formas de
representación y sus propias figuras. No obstante, hay otras figuras monstruosas que
entran en el género, como creaciones propias, por obra de la presencia arrobadora de
la técnica en la sociedad moderna: la figura del robot —en especial del robot huma-
noide—, y más tarde la del cíborg —mucho más problemática—, tiene que ver con una
sensibilidad moderna como fruto de la inquietud por las aceleradas transformaciones
tecnológicas y sociales.
Esto es así, por más que esas nuevas figuras tengan también su antecedente en
figuras míticas y literarias como el Golem o los autómatas de Hefestos. Sus verdade-
ros antecesores son los autómatas modernos de los espectáculos de salón del siglo
XIX. Así, el Frankenstein de Mary Shelley, que pertenece ya a la imaginería moderna,
expresa preocupaciones morales profundas ante el avance de la ciencia. De allí que la
existencia del monstruo no obedezca a causas sobrenaturales, por más que emerja en
medio de la imaginería gótica, y, como ya se ha dicho, el monstruo de Frankenstein
anticipa la figura del androide. Un caso similar es el de la figura del extraterrestre y, con
frecuencia, más específicamente, la del marciano, que podemos emparentar tanto con
los viajeros de las sátiras de la Antigüedad y de los viajes imaginarios y las sátiras de la
Edad Moderna. Aparece ligada a la especulación motivada por las exploraciones de la
astronomía moderna, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, con respecto a
las posibilidades de vida en Marte.
Pero en la ciencia ficción los monstruos pasan a figurar una amplísima gama de
ámbitos en los cuales la imaginación indaga las relaciones entre identidad y alteridad.
Si bien en ocasiones la imaginería del género lastra imágenes y representaciones pro-
pias de esos otros ámbitos de la imaginación y de la experiencia a los que hemos hecho
referencia, lo predominante en ella es la desmesura de la propia imaginación disparada
hacia la figuración del futuro, de otros mundos naturales y sociales posibles, en los que
aparecen otras formas posibles de subjetividad. Y, si a menudo se sitúan en el ámbito
de lo sobrenatural, no se trata de una sobrenaturalidad mística o mítica, sino de una
sobrenaturalidad que tiene su base en la especulación científica, y, en la mayoría de
los casos, más que de una sobrenaturalidad, se trata de otras naturalezas o de aspectos
hasta entonces desconocidas de la naturaleza conocida58.
58 «Es difícil pensar en alguna forma de vida alienígena que alguna vez no haya imaginado algún escritor
del género, desde aquellas basadas en una química distinta (el elemento favorito era el silicio) hasta las
que resultaban más improbables para la ciencia.
Hubo seres plásticos, capaces de tomar cualquier forma, como ese ser de pesadilla que creó Campbell
en 1938 y fue llevado dos veces al cine. Se imaginaron formas de vida metálicas y vegetales, entidades
123
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Los monstruos de la ciencia ficción son fruto de la acción humana, del avance
espectacular de la ciencia y la tecnología, ya sea por pericia o por error (los monstruos
surgidos de los cruces entre animales y seres humanos en La isla del doctor Moreau;
todo tipo de mutantes, seres híbridos entre humanos y máquinas, como los cíborgs,
o completamente artificiales —metálicos o hechos a base de sustancias orgánicas—,
como los robots y los androides), o bien son fruto de la naturaleza, de otras naturalezas
antes desconocidas, propias de lugares distantes a nuestro mundo, y que pueden llegar
a ser conocidas gracias al avance de la ciencia y de la tecnología. Estos monstruos sue-
len pertenecer a otros mundos sociales en los que las instituciones, las costumbres y las
formas de la subjetividad suelen ser muy distintas de las humanas. Suelen mostrar otras
posibles maneras de ser y, en muchos casos, representan la posibilidad de la continui-
dad de la condición de humanidad en otros tipos de seres59. Su sola presencia reclama
la pregunta por la validez de la centralidad de la identidad —de nuestro mundo, de
nuestra especie— a la que estamos acostumbrados por simple naturalización, y se llega
a esa indagación mediante la imaginación o postulación de nuevos tipos de relaciones
de la identidad con diversas alteridades. En esa medida, ayudan a pensar las relaciones
con la alteridad en nuestro propio mundo y a repensar los alcances y los caracteres de
nuestras identidades más firmes —de especie, raciales, nacionales, sexuales, de género,
de naturaleza ontológica, etc.—.
No obstante, existe algo común entre los monstruos de la ciencia ficción y otra
cantidad de monstruos de nuestra época, presentes en los más diversos géneros y en
múltiples materialidades significantes. Se trata de la espectacularidad y de lo misterioso
o de lo enigmático, propio de estas figuraciones, dos características presentes en otros
momentos, como ya se ha indicado. Como comenta Calabrese (1989), esa presencia
tan abundante de monstruos en nuestra época debe llevarnos a pensar que:
Ya esta constatación sería suficiente para reflexionar sobre una superficial rela-
ción con el barroco y con otras épocas “similares” productoras de monstruos: baja
hechas “de pura energía” y seres capaces de vivir en las estrellas. Hasta hubo una nebulosa de inteligen-
cia cuasi-divina, creada por el astrofísico Fred Hoyle en La Nube Negra (1957). Stanislaw Lem imaginó
todo un planeta dotado de conciencia que intentaba infructuosamente comunicarse con los humanos
(Solaris, 1961)» (Capanna, 2006, pp. 56-57).
59 Como pude mostrar en mi libro Técnica y alteridad: el robot humanoide en las transposiciones de la
literatura al cine (2011), en muchos casos, el cine de ciencia ficción contemporáneo, en ruptura con las
representaciones predominantes en los textos literarios fuente y en el género, erige al robot humanoide
en verdadero sujeto, deja oír su voz, en la que se presenta su visión de sí mismo y del mundo humano, y,
más aún, se los presenta como los continuadores de la humanidad, de una humanidad mejorada abierta
a la posibilidad de la reconciliación con la alteridad, empezando por la propia naturaleza.
124
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
latinidad, baja Edad Media, romanticismo, expresionismo. Todos ellos son perío-
dos en los cuales el monstruo se emplea para representar no tanto lo sobrenatural
o lo fantástico, como sobre todo lo “maravilloso”, que depende de la rareza y casua-
lidad de su génesis en la naturaleza y de la oculta misteriosa teleología de su forma.
La palabra monstruo procede de la palabra latina monstrum, cuyo sentido más cons-
tante fue el de augurio y premonición, modo en que los animales y los seres humanos
que nacían deformes eran considerados como advertencias divinas de desgracias
futuras; de allí que en la Edad Media, cuando persistía la homología aristotélica entre
fantasía y experiencia (Agamben, 2001; Eco, 2007), se pintara o esculpiera a los mons-
truos en los portales de las iglesias, como amonestaciones, como avisos sobre la vida
real. Guarda gran parte de su sentido en el mundo de la ciencia ficción, en cuanto en
ella los monstruos aparecen también como anuncios de posibles maneras de ser60.
Por otra parte, si los monstruos han aparecido casi siempre vinculados a la
transgresión de límites normales, de una ley interior, de una ley social o de un rito
(Volta y Ciocchini, 1992), en la ciencia ficción suelen aparecer también relacionados
con la ruptura de límites naturales y sociales de la mayor significación, sugiriendo la
60 Debe notarse que hablamos de indicio en lugar de signo para designar ese carácter revelador del
monstruo. Aquí seguimos una sugerencia de Perelman (1997): «Se entiende por signo un fenómeno
susceptible de evocar lo que designa, en la medida en que es utilizado en un acto de comunicación
con el fin de esta evocación. Los índices, al contrario, remiten a otra cosa de manera, por así decirlo,
objetiva, independientemente de toda voluntad de comunicación» (p. 69). Si bien el monstruo, como
signo, era entendido o postulado —como se indicó en el caso de Lutero— como la manifestación de
un acto divino que era preciso interpretar, aquí, aunque también se trata de interpretar, no se trata
de actos voluntarios de ninguna divinidad, sino de rastros de inquietudes éticas y políticas presentes
en manifestaciones estéticas, que se conjugan con esa particularidad del género de ciencia ficción de
narrar sus historias en el futuro, sugiriendo posibles tendencias sociales.
125
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
61 Según Calabrese (1989), «el modo de imaginar los monstruos, de hecho, esconde los modos de imagi-
nar las categorías de valor» (p. 116).
126
El monstruo como figura de alteridad: de Aristóteles a la ciencia ficción
Ahora bien, la ciencia ficción que exhibe todas estas características en el tra-
tamiento de los monstruos también tiende a replantear su papel, aprovechando su
condición liminal, para abrir paso a nuevas posibilidades:
Los monstruos han definido siempre los límites de la comunidad en las imagina-
ciones occidentales. Los centauros y las amazonas de la Grecia antigua establecie-
ron los límites de la Polis central del ser humano masculino griego mediante su
disrupción del matrimonio y las poluciones limítrofes del guerrero con animales y
mujeres. Gemelos no separados y hermafroditas eran el confuso material humano
en la temprana Francia moderna que basaba el discurso en lo natural y en lo sobre-
natural, en lo médico y en lo legal, en portentos y en enfermedades, todo ello de
suma importancia para el establecimiento de la identidad moderna. Las ciencias
evolucionistas y del comportamiento de los monos y simios han marcado las múl-
tiples fronteras de las identidades industriales de final de siglo. En la ciencia ficción
feminista, los monstruos cyborgs definen posibilidades políticas y límites bastante
diferentes de los propuestos por la ficción mundana del Hombre y de la Mujer
(Haraway, 1991, p. 180).
En este contexto aparecen las criaturas fronterizas que, como en las ciencias
y en la sociedad contemporánea —simios, cíborgs, mujeres—, han actuado como
desestabilizadoras de sus respectivos órdenes. En la ciencia ficción, esas criaturas
fronterizas y sus modos de ser revulsivos pueden contar como augurios, como indicios
de mundos posibles (Haraway, 1991). En la ciencia ficción, monstruos son entonces
aquellos ‘otros inapropiados’ que no pueden encasillarse dentro de las clasificaciones
establecidas, naturalizadas, del yo y del otro, que abren las posibilidades a una relación
deconstructiva, relacional y crítica con la alteridad. No obstante, es preciso no olvidar
que el género ha estado involucrado con el colonialismo y el imperialismo, como otra
literatura de viajes62.
Como puede apreciarse, la lectura que Haraway (1991) hace del sentido de los
monstruos en los mundos de la ciencia ficción se encuentra muy cerca de la postura
de San Agustín, si bien desprovista de sus compromisos ideológicos, en la que aparece
62 También lo está con la producción social de metáforas literales y cuerpos poéticos de ordenamientos
sociales de alta tecnología. Y en algunos momentos ha fomentado imágenes que han adquirido la forma
de una «mitología», de una representación naturalizada de un punto de vista ideológico, como la que
Barthes (1985) denomina la mitología marciana, que consiste en una manera estrecha de imaginar al
otro, consistente en un antropomorfismo que corresponde al mito de lo idéntico, en el que Marte sería
la tierra —el mito del doble— y a la vez el cielo de donde proviene la muerte atómica.
127
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
128
El cuerpo como artefacto
¿Por qué nuestros cuerpos deberían terminarse en la piel o incluir como mucho,
otros seres encapsulados en ésta?
Donna Haraway
A
quí partimos de lo imaginario, de una ficción en la que aparece cierto tipo
de representación del cuerpo, del sujeto y de lo humano como pretexto para
pensar ciertas transformaciones que están teniendo lugar en la vida social.
Pero esa decisión no es fortuita. Tratamos de situarnos en un terreno en el que parece,
cada vez más claro, que existe una dialéctica constante, un ir y venir signado por una
influencia recíproca entre imaginación y experiencia, entre representaciones sociales
y vida social.
Según Mary Duglas (1978) y su teoría de los dos cuerpos,
[ 129 ]
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
su esperanza de vida, etc., es decir, todas las categorías culturales por medio de las
cuales se le percibe deben estar perfectamente de acuerdo con las categorías por
medio de las cuales percibimos la sociedad ya que éstas se derivan de la idea que
del cuerpo ha elaborado la cultura (p. 89).
63 Se trata de una novela corta que lleva el mismo nombre de la película y que fue publicada en 1976 por
Isaac Asimov. Curiosamente, el texto inspiró a Robert Silverberg, en 1994, a escribir una novela titulada
El robot humano. El filme es de 1999 y fue dirigido por Chris Columbus.
64 «Maruyama tuvo el mérito de exhumar el feed-back positivo, de examinarlo y comprender que era la
fuente de una segunda cibernética, apta para captar los fenómenos evolutivos. En efecto, si el feed-back
negativo, que anula la desviación, es morfoestático, el feed-back positivo, que amplifica la desviación,
es fuente de crecimiento, de heterogeneidad, de transformación de los sistemas, de morfogénesis;
también, por cierto, es fuente de desorganización (por enloquecimiento, dislocación, runawa), pero la
desorganización es a su vez la gran fuente de los procesos evolutivos» (Morin, 1976, p. 72).
65 Morin (1995), en su intento por construir una noción de sujeto biológica, no metafísica, insiste en
que las máquinas vivas se diferencian, por ejemplo, de las grandes computadoras que tienen cierta
capacidad autorreguladora, en que esa autonomía depende de la energía que se le suministra desde el
exterior y del ingenio humano para su reparación cuando se producen fallos; en cambio, las máquinas
vivientes tienen la capacidad de autorepararse y autoregenerarse. Plantea incluso que una bacteria tiene
esa capacidad de computo que ésas otras no tienen, computa, es decir, opera con información para
vérselas consigo misma y con el exterior, y hace todo esto para sí y por sí misma, tiene autofinalidad, y
esto desde mucho antes de que existiera el cogito cartesiano (Morin, 1995, pp. 70-73).
Es decir, aclara que existe cierta noción biológica de sujeto que presupone un cierto tipo de identidad
sin la cual los seres vivos no podrían conservarse, mediante un tratamiento objetivo de sus moléculas,
aunque con fines subjetivos. Aquí hay autoreferencia que es auto-exo-referencia, pues para referirse a sí
130
El cuerpo como artefacto
como moral y legalmente. En procura de ese objetivo, lucha durante toda su existencia:
va superando cada obstáculo hasta poder conseguir, con su muerte, la humanidad
física y legal que deseaba obtener.
Andrew siempre demostró condiciones intelectuales superiores y complejas,
razón por la cual los Martin, quienes eran, en inicio, sus propietarios oficiales, se mos-
traron dispuestos a respetarlo como un individuo, incluso como un humano real. La
familia Martin estaba conformada por el Señor, la Señora, la Señorita y la Niña, quienes
reconocieron en Andrew el talento para tallar la madera, que fue la primera muestra
de espectacularidad en su naturaleza robótica, ya que sus talles eran verdaderas obras
de arte. En poco tiempo dejan de regalar sus producciones y empiezan a venderlas;
el negocio resulta tan exitoso que contribuye a agrandar su patrimonio, pero esto los
lleva a plantearse un problema novedoso: si Andrew era el responsable de ese enrique-
cimiento y si se lo apreciaba como uno más en la familia, surge la preocupación por
asegurar su futuro económico. Entonces, el Señor consulta el abogado de la familia,
John Feingold, acerca de la plausibilidad de que Andrew llegue a tener una cuenta
bancaria; finalmente optan por conformar un fondo fiduciario que administrara sus
recursos.
Pasados treinta años de vivir en casa de los Martin, y poco antes de la muerte
del Señor, con los ahorros que había logrado adquirir, Andrew compró al Señor su
libertad. Cuestión que fue llevada hasta un tribunal, donde el juez determinó que «si
un objeto era tan avanzado como para comprender el significado de ser libre y de
desearlo, estaba en todo el derecho de ser legalmente libre». Esa decisión fue ratificada
por el tribunal mundial.
Mucho tiempo después de la muerte del Señor, Andrew empieza a utilizar ropa,
haciendo uso de su libertad, y empieza también a investigar para escribir una historia
de los robots. Por esos días tiene lugar un incidente que provoca una acción legal. En
mismo es preciso referirse al medio exterior; la noción también incluye el principio de exclusión —nadie
puede decir «yo» para referirse a mí, aun teniendo mi misma información genética— y el de inclusión,
por los cuales un sujeto incluye a otros en su subjetividad y es capaz de integrar su subjetividad indivi-
dual en otra más colectiva; también está el principio de intercomunicación, común a todas las especies.
No obstante, plantea que la noción de sujeto humano implica otra noción más compleja de identidad;
ésta incluye necesariamente la posesión de un aparato neurocerebral que gobierna a la vez el conoci-
miento y el comportamiento (aunque éste lo tenemos en común con los animales superiores), así como
la afectividad (que también compartimos con los mamíferos), y lo más característico, que es el lenguaje
y la cultura: «El individuo-sujeto puede tomar conciencia de sí mismo a través del instrumento de
objetivación que es el lenguaje. Vemos aparecer la conciencia de ser consciente y la conciencia de sí en
forma claramente inseparable de la autoreferencia y de la reflexividad» (Morin, 1995, pp. 80-81). Añade
la libertad, la capacidad de elegir entre diversas alternativas y la capacidad de amar, que tienen que ver
con una dimensión en la que precisamos de otro para ser restituidos.
131
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
cierta ocasión, cuando Andrew iba para la biblioteca, tres jóvenes que lo reconocieron
y sabían de su nueva condición de libertad, al verlo vestido, sintieron aversión por su
conducta y quisieron desmontarlo ordenándolo que lo hiciera él mismo. Esta acción
provocó que la Niña, quien ya había alcanzado la edad de 90 años, iniciara por medio
de su hijo Georges un proceso en procura de obtener amparo legal para la defensa
de los derechos de los robots, para imponer sanciones a quienes se aprovechen de su
indefensión constitutiva, el cumplimiento insalvable de las tres leyes de la robótica.
A partir del precedente sentado por Andrew, la USR Robotics determinó que ya
no fabricaría más robots con sendas neurales generales66, que se cuidaría la ultraespe-
cialización de las funciones y capacidades de los robots; también limitó la duración de
éstos a sólo veinte años, y empezó a fabricar robots sin cerebro incorporado, dirigidos
a distancia por inmensos cerebros positrónicos para asegurar su control. Para aquel
tiempo, Andrew, a través de Paul, el hijo de Georges y bisnieto del Señor y sucesor
de su padre en la firma de abogados Feingold y Martin, consigue entrevistarse con
Harley Smythe Robertson, el presidente de la empresa de Robots y Hombres Mecánicos,
para solicitar que le fabriquen un cuerpo orgánico, con el objetivo de alcanzar una
apariencia más humana. El presidente se resiste al comienzo, pero termina por aceptar,
para evitar un pleito legal.
Más tarde, fueron insertados al cuerpo androide de Andrew componentes que
imitaban las funciones de los órganos humanos: un conjunto de prótesis tan sofistica-
das que inauguraron una verdadera revolución en la medicina de trasplantes huma-
nos, todas diseñadas por él. También se incorpora a su cuerpo un sistema propio para
obtener energía de la combustión de hidrocarburos, para desechar así el de células
atómicas. El cuerpo de Andrew llega a estar tan bien dotado de componentes orgáni-
cos que hasta puede ingerir y desechar alimentos con un sistema orgánico; también
perfecciona su apariencia, sus gestos y ademanes que lo hacen ver más humano. Llega
después a hacerse un científico, un robobiólogo, que al comienzo sólo tiene como
objeto de estudio a sí mismo, un ser que tiene un cerebro positrónico y un cuerpo
orgánico —de hecho, un cíborg—, pero más tarde da lugar a una nueva ciencia, no ya
la robobiología, sino la protetología.
Cuando Andrew llega a la edad de ciento cincuenta años, Paul, el último des-
cendiente directo de los Martin, ya había muerto; por esa época, el hombre ya había
colonizado la luna y varios planetas. Andrew se había convertido en un rico, poderoso
66 Aquí aparece el problema de la indeterminación bajo la forma del error, de la anomalía, que remite a
una cualidad muy particular, la de la inespecialización, característica antropológica por excelencia.
132
El cuerpo como artefacto
Tanto en la novela como en el filme, aparece en primer plano —si bien en el filme se
acentúa aún más, por el hecho de mostrar— una idea muy importante: la noción de
cuerpo como algo artefactual y la propia noción de yo como algo desnaturalizado,
como una construcción. Así pareciera que la vieja noción humanista de autocons-
trucción se hiciera realizable en todas sus dimensiones, porque, contrario a lo que
suele pensarse, la idea de un cuerpo humano que se acopla con múltiples artefactos,
al punto de integrar una unidad nueva, la orgánica y mecánica —el cíborg—, más que
una idea posmoderna, es una idea moderna o sobremoderna que se corresponde con
el ideal del autodesarrollo, que quiere romper con las limitaciones del mundo natural
y profundizar la condición artificial de la especie humana. Esa conciencia moderna
del deseo de trascender lo natural aparece muy claramente en el movimiento estético
de la nueva carne:
133
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
67 Telote (1995) ha insistido en la idea de que el gran aporte del género ha sido precisamente introducir
la idea del artificio humano, algo que se evidencia ante todo en las maneras de presentar el cuerpo. En
una dirección similar discurre Haraway (1991): «¿Por qué nuestros cuerpos deberían terminarse en la
piel o incluir como mucho otros seres encapsulados por ésta? [...] Para nosotras, en la imaginación y en
134
El cuerpo como artefacto
que lo humano —que está cargado de humus, que es cuerpo en gran medida— es algo
que se construye.
La idea del cuerpo artefactual y del yo que se construye, es una idea que sólo
puede aparecer en un momento en el que el mismo cuerpo se considera parte cons-
titutiva del yo y de la subjetividad, en el que «se es el que se es», con todo y cuerpo,
una subjetividad encarnada que no admite su reducción a la polaridad privilegiada del
dualismo occidental: el alma o el espíritu. Una sensibilidad de época sobremoderna, al
mismo tiempo humanista y materialista. Como lo piensa Maffesoli (2004), apoyándose
en Gilbert Durand y en Edgar Morin: «Dicho a mi manera, más cerca de la etimología,
es algo que remite al hecho de que hay humus en lo humano, no solamente lo cognitivo,
también un cuerpo, también lo sensible, también olores, humores, instintos» (p. 27).
Todo esto puede sostenerse a pesar de que en el texto literario sigue teniendo
mucho peso el papel del cerebro, que ha simbolizado durante mucho tiempo el privile-
gio del intelecto sobre el cuerpo: pese a que el cerebro es un órgano biológico, ha sido
imaginado como algo de otra naturaleza, y en la obra de Asimov el Cerebro positrónico,
una figura en sí misma, continúa esa tradición. Puede sostenerse porque, si bien ese
imaginario sobre el cerebro es afirmado en el texto fuente y en el texto cinematográfico,
aparece en ambos como el lugar del prejuicio. La sociedad no considera que Andrew
sea un humano mientras tenga un cerebro positrónico, es decir, que lo definitorio es
el cerebro, y ya había quedado establecido que la posesión abundante de prótesis no
priva a un humano de su humanidad.
Pero la conclusión que saca Andrew es antropológicamente más profunda: lo
que no se admite es la idea de la inmortalidad. En el fondo, mientras Andrew tenga
cerebro positrónico, y cuanto más humano parezca, no será más que un monstruo, una
criatura liminal, peligrosa, difícil de asimilar68. Es inaceptable la desmesura temporal,
y Andrew, que quiere ser humano, abandona su envidiable condición de monstruo
para acoger la más temida e inevitable experiencia humana: la muerte.
En últimas, es la condición de cuerpo y de yo artefactual la que aparece en primer
plano. La película nos muestra con toda transparencia un cuerpo humano, abierto con
otras prácticas, las máquinas pueden ser artefactos protésicos, componentes íntimos, partes amigables
de nosotras mismas. No necesitamos un holismo orgánico que nos dé una totalidad impermeable» (p.
178).
68 Recuérdese lo dicho por Calabrese (1989) referido a que todos los grandes prototipos de monstruos
son al mismo tiempo desafíos a la regularidad de la naturaleza y a la regularidad de la inteligencia
humana, y que, por ello, el gran principio de la teratología es basarse en el estudio de la irregularidad,
de la desmesura. Pues los monstruos son siempre excesivos, escapan a la perfección natural que es una
medida media.
135
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
un mecanismo azul en movimiento, que está siendo intervenido. Como en esos pro-
gramas de televisión que muestran todo lo que nunca antes podía verse, los recovecos
más íntimos del cuerpo en primer plano. El color azul sugiere artificialidad, pero al
mismo tiempo naturalidad y belleza. El cuerpo de Andrew es un cuerpo humano que
se exhibe orgánico, natural y artificial a la vez. Y a lo largo de la película asistimos a
sus mutaciones, sin que se pierda la continuidad. Andrew es otro cada vez, pero sigue
siendo el mismo.
Andrew se hace a sí mismo, se construye permanentemente… Eso es algo que
ya nos había enseñado el humanismo clásico en sus comienzos: lo propio del ser
humano es su capacidad para la continua autoconstrucción69, y eso significa también
su capacidad de perfectibilidad. Ese humanismo tenía claro que no se es humano por
el hecho de nacer biológicamente parte de la especie homo sapiens; más bien, entiende
esa condición biológica como una predisposición que debe actualizarse, pero que sólo
se llega a ser un humano por contagio, porque otros seres humanos nos contagien
su humanidad, algo social y antropológico que tiene que ver con el trabajo, con la
educación y con el lenguaje, con el aprendizaje social de los significados.
69 Como se advierte en la oración a la dignidad humana: «No te hice ni celeste ni terreno, ni mortal ni
inmortal, a fin de que casi como libre y soberano artífice te plasmaras y te esculpieras en la forma que tu
escogieras. Tú podrás degenerar hacia las cosas inferiores que son los brutos; podrás regenerarte según
tu voluntad en las cosas superiores que son divinas. [...] ¡O! ¡Suprema y admirable felicidad del hombre
a quien está concedido obtener lo que desea, ser lo que quiere!» (Della Mirandola, 1992, pp. 15-17).
136
El cuerpo como artefacto
70 «El sistema se presupone a sí mismo como estimulación autoproducida, sin que pueda subsumirse a sí
mismo en su totalidad, mediante la operación. El sistema se mantiene ocupado con el procesamiento
de las estimulaciones, para transformarlas en informaciones que produce para la sociedad (y para
sí mismo en la sociedad). Por eso, la realidad de un sistema es siempre un correlato de sus propias
operaciones: siempre una construcción propia» (Luhman, 2000, p. 17). Así Luhman define la condición
de autoreferencia de los medios de comunicación masivos, noción que es común a los sistemas que son
abiertos y tienen la capacidad de autoproducirse en una relación inseparable de su entorno.
137
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
a sí mismo y llega a ser humano porque es capaz de devenir ser orgánico, sensible,
sexuado y mortal.
Un antecedente teórico muy importante de la noción de cuerpo artefactual lo
encontramos en la noción de cuerpo sin órganos, de Gilles Deleuze (1988) —inspirada
en los sistemas abiertos y cerrados, orden, desorden y fluctuaciones—, que postula la
posibilidad de desestratificar el cuerpo, para que no obedezca al mecanismo estable-
cido que le prescribe cierto tipo de funcionamiento, romper la dominancia —moral,
fisiológica— de una organización jerarquizada. Dejar de ser organismo, dejar de tener
órganos especializados y abrirse a la posibilidad del libre agenciamiento sobre el propio
cuerpo. Se trata de romper con la naturalización del cuerpo y con su cristalización
orgánica para que llegue a ser, para que devenga algo heterogéneo y plástico, y que, por
ejemplo, pueda producir nuevos órganos.
En un sentido antropológico más general, todo lo que venimos diciendo se
encuentra relacionado con el planteamiento de Arnold Gehlen (1958), quien define al
hombre como un ser especializado en la inespecialización. Esta idea se articula con la
de que el hombre es un ser carencial, en el sentido de que no tiene órganos e instintos
especializados y, por ello, es inepto para la vida en cualquier ambiente natural, razón
por la cual el hombre depende ante todo de la acción, de la transformación inteligente
de cualesquiera circunstancias naturales que se le presenten. En consecuencia, esta
perspectiva concibe la relación entre hombre y técnica como una relación fundamen-
tal, que tiene que ver con la articulación entre la inteligencia inventiva del hombre, su
equipamiento orgánico y la capacidad de aumento de sus necesidades.
138
El cuerpo como artefacto
71 «Parece bien claro que la esencia de la Nueva Carne es la mutación del ser humano, fundamentalmente
en tanto en cuanto criatura material, netamente física [...] Como expone claramente Pedro Duque en
su ensayo “Larga vida a la carne nueva” (Goremanía 2, Alberto Santos Ed., 1999): “estamos asistiendo
a toda una fiesta de cambios corporales en los que el tatuaje, el piercing o el body-building son las más
inocentes y vulgares de las prácticas, y donde la cirugía radical, la automutilación, los trasplantes y las
drogas nos cambian por fuera cambiándonos por dentro” [...] La ciencia misma, centrada en las últimas
décadas en el estudio de la genética, la biología, la nanotecnología y la cirugía, es el mayor y más claro
exponente de la Nueva Carne» (Palacios, 2002, p. 16).
139
El ocultamiento y la cosificación del otro:
la persistencia del discurso colonialista en
la museografía y la industria cultural
M
e ocuparé de un objeto discursivo muy singular, el número especial de la
revista National Geographic en Español, publicada en el año 2004 y titu-
lada Los tesoros de Egipto. Singular porque se trata de un dispositivo gráfico
preciosista que encuadra un relato fascinante pero que, al mismo tiempo, está prece-
dido por una larga tradición científica y política de conocimiento de ese otro —que
aparece como muy conocido—, el antiguo Egipto. Para abordarlo analíticamente lo
asumo como un objeto complejo que emerge en el entramado de una larga y compleja
red de sentidos que procede de la larga duración, lo cual plantea algunos problemas
metodológicos.
Eludo hablar de determinadas formaciones discursivas, y en su lugar hablo
de interdiscurso, tanto porque no quiero caer en el error de hacer tipologías como
porque no estoy en condiciones de rastrear de manera exhaustiva el decurso histórico
de grandes masas discursivas que se relacionan con el asunto que me preocupa; pero,
ante todo, porque asumo la concepción elaborada por Pêcheux (1990), según la cual
el interdiscurso es un espacio discursivo e ideológico en el que se desdoblan las for-
maciones discursivas con vistas a relaciones de dominación, de subordinación y de
contradicción.
El segundo problema metodológico que enfrento es el de saber conjugar en el
análisis el abordaje de dos materialidades discursivas que aparecen conjugadas de
[ 141 ]
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
hecho en la revista: enunciados e imágenes fotográficas, en tanto que dejo de lado todo
lo que corresponde al diseño y la diagramación.
Una consideración discursiva de un producto como éste puede ayudar a mostrar
cómo aparece lo ideológico72 en un ámbito discursivo que se presupone y se presenta
a sí mismo como neutro, al tiempo que puede ayudar a pensar las relaciones entre
discurso científico e industria cultural, asunto que preocupó tanto a la escuela de
Frankfurt y que fue quedando relegado con el desarrollo de una tendencia hacia la
exclusión del pensamiento crítico y la problematización ideológica y política de los
temas, problemas, y métodos propios de las ciencias sociales.
Intentaré mostrar cómo se expresa la dimensión ideológica política en un
producto como la revista —que suele aparecer desprovista de toda sospecha etnocén-
trica—, a través de la puesta en evidencia de ciertas operaciones discursivas, tales como
la elaboración del dispositivo narrativo que corresponde al de la historia y la arqueolo-
gía —dispositivo que se pretende objetivo—, y que incluye tanto ciertas formas típicas
de conjugación verbal como cierto tipo de modalizaciones —la pretendida ausencia
de modalización—; la construcción imaginaria del otro a través de las designaciones
y el recurso de ciertas operaciones metonímicas y metafóricas que lo simbolizan y
que constituyen, al mismo tiempo, formas de silenciarlo. Conviene señalar que ese
otro simbolizado está constituido, en este caso, por los millones de personas que han
habitado Egipto durante cerca de cinco mil años, y a los que se presume pertenecientes
a la misma cultura y ligados por vínculos de descendencia.
Por otra parte, me apoyaré en una perspectiva teórica contemporánea de las
ciencias sociales, que se encuentra emparentada con la tradición crítica del análisis
del discurso, en cuanto que piensa a las culturas, y las relaciones entre culturas, desde
el ángulo de la dominación y del conflicto, y estudia las distintas representaciones y
construcciones simbólicas que elaboran los discursos especializados sobre los otros, a
partir de dichas relaciones históricas y políticas, que fundamentan la mirada que una
cultura tiene de otra. Me refiero a las elaboraciones de Edward Said a propósito del
Orientalismo, un complejo de representaciones acerca de las civilizaciones y pueblos
72 Adopto el concepto de Ideología propuesto por Eni Orlandi (2003) a partir de Pêcheux, que ve al
discurso como el lugar en el que se muestra la relación entre la materialidad específica de la ideología
y la materialidad de la lengua. Según esta perspectiva no se piensa a la ideología como ocultación de la
realidad, sino como principio constitutivo de la misma; y en ella no se parte de los sentidos producidos,
sino que se pone el acento en el modo de producción de éstos y de la constitución de los sujetos. Aquí
no se puede separar lenguaje de ideología porque la ideología se manifiesta en el lenguaje.
142
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
asentados, tanto en el presente como en el pasado remoto, en el área del mundo que se
ha dado en denominar Oriente73.
La narración
Lo que se pondrá de manifiesto, según creo, es que la misma distinción entre acon-
tecimientos reales e imaginarios, básica en las formulaciones modernas tanto de la
historia como de la ficción, presupone una noción de realidad en la que se identi-
fica “lo verdadero” con “lo real” sólo en la medida en que puede mostrarse que el
texto de que se trate tenga el carácter de narratividad” (p. 22).
73 Éste tendría su origen en los países occidentales desarrollados que desde el siglo XIX expandieron su
influencia en la región, y constituye, según el mismo autor, «una visión política de la realidad cuya
estructura acentuaba la diferencia entre lo familiar (Europa, Occidente, “nosotros”) y lo extraño
(Oriente, el Este, “ellos”)» (Said, 1978, p. 67).
74 Como comenta Hayden White (1992, pp. 21-22), los historiadores no tienen que contar sus verdades
sobre el mundo en forma narrativa; pueden adoptar otras formas no narrativas y hasta antinarrativas,
tales como la anatomía, la meditación o el epítome. Muchos historiadores modernos así lo hicieron, y
las formas de representación de la realidad histórica propias de la historiografía tradicional, como los
anales y la crónica, eran ciertamente no narrativas. Lo dicho es válido también para la crónica, pues
ésta no aspira a conferir la unidad de sentido y se puede decir que incluso termina los relatos, pero no
los resuelve.
143
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
podemos sostener que el discurso histórico que narrativiza produce una ilusión de
realidad, un efecto de verosimilitud. De este modo, el problema del discurso histó-
rico no es si es verdadero (en el sentido de si se corresponde con los hechos de los
que pretende dar cuenta), sino si es verosímil (es decir, creíble, aceptable) (p. 76).
Sin embargo, como plantea Maingueneau (1987), y como veremos más adelante,
es común que la historia se intercale con el discurso, es decir, que se produzcan rup-
turas en las que de pronto el autor manifieste su subjetividad directamente o lo haga a
través de algún personaje.
75 Mainguenaeu (1987, p. 127) distingue, dentro de las modalidades de enunciado, las modalidades
lógicas, que caracterizan la manera en que el hablante sitúa el enunciado en relación con la verdad, la
falsedad, la probabilidad, la certidumbre, la verosimilitud.
144
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
hacer explícita la distancia existente entre el analista y sus objetos de estudio, ya que
dicha distancia propicia un gran número de sesgos e impone la necesidad de asumir
discursivamente la falibilidad de las inferencias arqueológicas.
Con lo anterior no he querido decir que en otras especialidades de las ciencias
sociales no existan los mismos problemas; pero en el ámbito al que nos referimos,
la exigencia de estas mediaciones se acentúa por el hecho de que la arqueología es
una disciplina que vive especialmente sometida a un continuo replanteamiento de sus
certezas, dado que un nuevo hallazgo puede obligar a la comunidad científica a recon-
siderar y reformular, por ejemplo, las teorías o las secuencias cronológicas. Quiero
hacer énfasis, entonces, en que, si no se trata de afirmar verdades contundentes y libres
de toda duda en ningún otro ámbito de las ciencias sociales, mucho menos se puede
hacerlo en un terreno como éste. Este problema ha sido central en las discusiones
tendientes a replantear el quehacer de la museología76.
145
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
146
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
147
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
imágenes, las narrativas, los discursos, los textos etc.), las “cosas-a-saber” coexis-
ten así mismo como objetos a propósito de los cuales nadie puede estar seguro de
“saber de lo que se habla”, porque esos objetos están inscriptos en una relación y no
son el producto de un aprendizaje: esto acontece tanto con los secretos de la vida
“privada” como en el nivel público de las instituciones y los aparatos del Estado. El
fantasma de la ciencia regia es justamente el que trata, en todos los niveles, negar
ese equívoco, dando la ilusión que siempre se puede saber de qué se habla, esto es,
si se entiende bien, negando el acto de interpretación en el propio momento en el
que él aparece (p. 55).
También tiene que ver con el olvido o con el intento de soslayar que el lenguaje
siempre, y por supuesto el lenguaje científico también, remite a discursos y no al
mundo; o, mejor dicho: que los objetos a los cuales se refiere el discurso (científico)
son objetos ya construidos, ya significados, de manera que el sujeto que habla sobre
ellos se encuentra posicionado ideológicamente desde el inicio.
El relato
Una franja de tierras inundadas por la creciente del Nilo sustentó una civilización
durante más de tres mil años. El desierto circundante protegía a Egipto de toda
invasión extranjera. El tesorero del rey Tutankamón, un hombre llamado Maya,
adora a los dioses en un relieve que proviene de su tumba ricamente decorada en
Saqqara. Mientras gozara del favor del Rey, aun un contable recibía trato real a la
hora de su muerte.
AL INUNDAR SUS RIBERAS todos los años entre julio y octubre, el Nilo depo-
sitaba una fresca capa de limo, inspirando a los antiguos egipcios a que llamaran
148
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
a esa región Kemet: la tierra negra. Este beneficioso ciclo de renovación nutría las
tierras campesinas, llenando los graneros y dándole a la gente tiempo libre para
disfrutar la vida. Los primeros reyes de Egipto cavaron diques, canales de riego y
depósitos para ayudar a controlar las inundaciones y mantener la prosperidad y la
estabilidad política.
AKENATÓN Y NEFERTITI
El reinado de un apóstata
149
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
a las conquistas, y más bien vivió magníficamente en su hogar. Sus artistas adop-
taron un estilo más natural, muy distinto a las estilizadas figuras que habían sido
características del arte egipcio temprano. Incluso la belleza de su reina, la legenda-
ria Nefertiti, envejeció y se volvió mustia bajo la óptica de un escultor de Amarna.
Akenatón reinó durante 17 años. Una vez desaparecido, sus revisiones radicales
murieron con él, y su religión pereció tan rápido como había sido creada. Su
capital fue abandonada y quedó a merced del viento y la arena del desierto. Y los
que temían esta desviación de una cultura probada por los años, destruyeron sus
monumentos, y estuvieron a punto de relegar al olvido los nombres y las hazañas
de la tristemente célebre pareja: Akenatón y Nefertiti.
También acá se observan las fisuras de la narración histórica que dan paso a
observaciones o comentarios que se insertan sin ninguna mediación. Pero lo más
importante por destacar es el despliegue de lo asertivo, de lo afirmativo, que nunca es
matizado ni relativizado, a pesar de referirse a fenómenos sociales tan distantes. Quien
escribe da la impresión de saberlo todo y de no tener ninguna duda sobre todo tipo
de detalles, es un narrador omnisciente. Por otra parte se deja ver en este fragmento
la perspectiva teórica que va a dominar todo el texto: se trata de una concepción de
la historia que no se aparta de la historiografía tradicional, es una historia de héroes y
de reyes, en la que no aparecen ni las circunstancias históricas ni las fuerzas sociales
que configuraron esa sociedad, mucho menos los fuertes antagonismos de clase que
la signaban, es una historia de la vida y las hazañas de grandes personalidades y de los
representantes de las clases dominantes.
Estos aspectos nos llevan a preguntarnos por las condiciones de producción de
este discurso y del tipo de receptor al que quiere dirigirse. Pero, para ello, se hace nece-
sario detenernos en otros rasgos discursivos relacionados con este problema, y que
también aparecen en la revista. Se trata de los rasgos propios de la industria cultural.
Junto con la pretensión de objetividad propia del discurso histórico científico,
aparece la invitación a la búsqueda de lo secreto, de lo misterioso y, más todavía, de
lo espectacular, tal cual se advierte en los títulos y en algunos textos breves que van
guiando la narración. Aquí entran en juego los recursos de la publicidad y, más con-
cretamente, de la publicidad ligada al entretenimiento propios de la televisión. Todos
esos recursos se despliegan para invocar y reforzar la vieja imagen de Egipto como
un mundo exótico, lleno de misterios provenientes de la oscuridad de los tiempos,
construida por la fascinación europea desatada por la campaña napoleónica sobre esa
zona del mundo, y continuada por mercaderes, exploradores, arqueólogos, agentes
turísticos, cineastas, periodistas y productores de televisión, entre otros (recuérdese
150
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
murió? ¿Fue asesinado y enterrado con gran prisa? Tutankamón se llevó esos
secretos a la tumba, y su sonrisa pareciera sugerir que prefiere mantenerlos con él
[itálicas añadidas].
Máscaras funerarias luminosas de lino y yeso dorado cubrieron alguna vez los
rostros de dos de las momias mejor conservadas. Yuya y Tuyu fueron los padres
de la reina Tiye de Amenofis III. Usando sus relaciones con el poder, obtuvieron
una tumba en el Valle de los Muertos, donde fueron hallados en 1905. Doscientos
enseres para la otra vida los acompañaban, incluidas sillas, camas, una peluca y 52
jarrones con bálsamos.
Ahora bien, el sumun se encuentra en las páginas ciento cuatro y ciento cinco,
que aparecen bajo el indicador temático «EL MÁS ALLÁ» —frase que aparece en
muchas otras páginas— y el título «La casa de la muerte». El fragmento habla de
las prácticas funerarias y de las creencias religiosas del antiguo Egipto, relacionadas
con la vida después de la muerte, acompañado de una fotografía de dos estatuas de
Anubis —divinidad del embalsamamiento— que aparecen custodiando una cripta de
la era romana. Lo destacable es que, mediante un truco elemental con el aumento de
la velocidad de exposición de la cámara, se ha logrado que aparezca al fondo de la
cripta la imagen espectral de un hombre vestido de blanco, al cual no se le puede ver
bien el rostro ni los detalles de las formas corporales. Se introduce allí una imagen
hollywoodense de lo sobrenatural.
Lo anterior deja ver cómo la adopción del lenguaje del otro y la exposición
de sus imágenes para hacer referencia a su gran cultura y tradiciones funerarias no
152
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
El enunciador
77 Respecto a la proliferación de sociedades geográficas en los países industrializados durante las dos
últimas décadas del siglo XIX —de las cuales data la National Geographic Society—, como expresión
del salto en el control directo o indirecto de vastas áreas del planeta por parte de esos países que se
produjo en ese periodo, Said (1978) cita a un entusiasta de la época: «Las sociedades geográficas se
formaron para romper el encanto fatal que nos mantiene encadenados a nuestras costas» (p. 263).
153
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
para conocer, aunque sea sin gran profundidad, que es lo que se presume buscan
quienes leen revistas de divulgación científica elemental.
Además, es un enunciador que busca impactar y vender; de allí la recurrencia
a los adjetivos grandilocuentes, el uso del alto grado78 que, haciendo juego con las
magníficas fotografías, quieren producir un efecto de asombro. Es una composición
estética publicitaria que apela a operaciones similares a las de la historia y la museo-
grafía, pero que las acentúa y exagera hasta llegar casi a lo caricaturesco. Se trata de
relatos simplistas pero persuasivos que conducen a ‘la verdad de las cosas’, en los que
predomina el tono asertivo y el formato de narración, casi de suspenso, pero de sus-
penso predecible.
La revista (National Geographic, 2004) presenta una imagen del otro que ha sido
construida antes en otros lugares discursivos. Se trata de una construcción imaginaria
de ese otro, y, en cuanto construcción, se trata de un efecto de sentido. Pero lo más
importante y problemático es que ese otro es una compleja civilización desaparecida.
Desde el comienzo se advierte una reducción, una operación metonímica, en
la que el otro —la civilización egipcia— es reducido a sus ‘tesoros’ y a sus ‘misterios’.
De hecho, la portada de la revista presenta una fotografía magnífica de la máscara
de oro de la tumba de Tutankamón y se titula Los tesoros de Egipto, y las letras del
enunciado están impresas en su mayoría en color amarillo, quedando sólo en blanco la
palabra Egipto. La inmensa mayoría de las fotografías corresponden, en efecto, a joyas
y tesoros, o a pinturas y estatuas de reyes que dejan ver la suntuosidad de los vestidos
y de los adornos (al menos treinta de las noventa imágenes son de ese tipo). Por todas
partes aparecen las palabras y expresiones dorado, de oro, joya, tesoro. Los tesoros o
riquezas se refieren tanto a objetos preciosos fabricados por hombres como a recursos
de la naturaleza, de manera que Egipto va quedando simbolizado por la fastuosidad
de las joyas y por la exuberancia de su naturaleza. Por una operación metonímica, de
hecho, Egipto es sus tesoros.
78 García Negroni (1996, pp. 312-315) retoma la caracterización que hace Milner de los llamados adjetivos
calificantes, que son usados por el locutor para expresar su subjetividad, y que tienen la particularidad
de escapar de la escala en la que se los querría situar, y que designan la intensidad en cuanto están fuera
de la gradación. García precisa que éstos no es que escapen a la gradación, sino que se los ve desde otro
ángulo, pues no están ya en la escala ordinaria, sino en la escala extrema.
154
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
En la página cuatro (National Geographic, 2004), junto a una gran fotografía que
cubre esa y la página siguiente, aparece el siguiente texto:
Una copa, la elegancia evocada en alabastro, lleva los nombres originales del rey
herético, Akenatón, quien construyó una nueva capital en Amarna en el siglo XIV
a.C. y se regodeó en todos los lujos que el río y la tierra podían ofrecer. Una botella
en forma de pescado y un racimo de uvas reluciente, naturaleza congelada en cris-
tal, dan fe de una buena vida.
A primera vista, podría decirse que sobran los comentarios, pues bastaría con
señalar cada objeto y si fuera posible indicar para qué se usaba o qué valor tenía en esa
sociedad. Sin embargo, se los presenta con anotaciones cargadas de sustantivos y adje-
tivos calificativos que atribuyen valores a esos objetos, sin que se sepa si corresponden
a los valores y a la ideología propios de esa sociedad; para el guionista, la copa evoca
«la elegancia», el rey se regodeaba en «los lujos que el río y la tierra [por sí mismos]
podían ofrecer». Igualmente, tanto la botella con forma de pescado como el racimo
de uvas son presentados como símbolos de «una buena vida», y aquí se entiende que
«buena vida» se asocia con «los lujos». Todo esto es dicho sin que medie ninguna
explicación proveniente de algún trabajo de investigación que haya interpretado esos
objetos como símbolos de aquel tipo de valoraciones dentro de esa sociedad.
Es importante destacar que la naturaleza es caracterizada como algo que ofrece
lujos. Esta es una reformulación de enunciados referidos a las tierras descubiertas y
colonizadas por los europeos, las cuales fueron representadas como el paraíso, como
lugares exuberantes y de una riqueza inagotable en las que los pobladores nativos vivían
felices. Pero aquí la naturaleza aparece resemantizada, de modo que la naturaleza no
sólo es vista como fuente de riqueza, sino como ofrecedora de lujos.
Ya hemos hecho referencia a un fragmento en el que el Nilo era designado como
río de vida, y en el que se presentaba, aunque de manera quizá un poco más atenuada,
enunciados similares:
155
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Este beneficioso ciclo de renovación nutría las tierras campesinas, llenando los gra-
neros y dándole a la gente tiempo libre para disfrutar la vida. Los primeros reyes
de Egipto cavaron diques, canales de riego y depósitos para ayudar a controlar las
inundaciones y mantener la prosperidad y la estabilidad política (National Geo-
graphic, 2004, p. 21).
156
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
importante son las joyas y las piedras preciosas y no la cultura material de la antiquí-
sima civilización egipcia.
En la medida en la que lo que aparece como muestra de lo que es Egipto se
reduce a sus tesoros, sus reyes y su exuberante naturaleza, se silencia ese otro que es
toda la cultura egipcia y, en especial, los hombres y mujeres, los miles de personas que
la construyeron. Aún más: cuando la revista (National Geographic, 2004) se refiere
a «la gente», las pocas veces en que lo hace, realiza una operación muy peculiar de
identificación que presenta a los hombres egipcios de hoy como si fueran los mismos
de hace 5000 años, no hace ninguna diferencia entre unos y otros.
[…] Las inundadas ruinas de la antigua capital de Menfis hacen las veces de una
piscina para los niños de la actual ciudad de Mit Rahina. Aquí, los campesinos
viven siguiendo un ritmo parecido al de sus antepasados: labran la tierra, cuidan de
los rebaños y recogen dátiles de las palmeras.
[…] Los vendedores del mercado de Saqqara llevan dátiles sobre la cabeza
(izquierda), uso que también se aprecia en relieves de antiguas tumbas. Los cánta-
ros de arcilla (abajo), apilados en forma de pirámide en una feluca, aún recorren
grandes distancias en el Nilo [énfasis nuestro] (pp. 20, 29, 31)
157
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
La ilusión es doble. Consiste en creer que las generaciones que se suceden durante
siglos en un territorio más o menos estable, con una denominación más o menos
unívoca, se transmiten una sustancia invariable. [...] El núcleo simbólico de la idea
de raza (y sus equivalentes demográficos, culturales) es el esquema de la genealo-
gía, es decir, simplemente la idea de que la filiación de los individuos transmite de
una generación a otra una sustancia biológica y espiritual y les inscribe al mismo
tiempo con una comunidad temporal llamada “parentesco” (pp. 136, 155).
Memoria y discurso
La perspectiva asumida en la revista, que no es otra que la que proporciona una mirada
colonialista imperialista de los otros pueblos y culturas, ha sido desplegada antes en
158
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
otros lugares desde las ciencias naturales y sociales del siglo XIX, y con anterioridad a
éstas, en la práctica y discurso coloniales de los viajeros y exploradores europeos. Esta
perspectiva deja ver acá su continuidad ideológica política79.
La operación metonímica que equipara Egipto a sus tesoros —joyas y naturaleza
exuberante— y a sus secretos es en realidad el resultado de lo que Pêcheux (1975)
llama un efecto de preconstruido, procedente del interdiscurso, pues esos sentidos
fueron construidos hace ya mucho tiempo en el discurso de los colonizadores ingleses
y franceses, desde cuando intentaban penetrar a las pirámides e interpretar sus ins-
cripciones, sin contar aún con la piedra de Roseta80. En la revista aparecen, entonces,
estas operaciones metonímicas de manera natural, como lugares comunes, pero
resultan chocantes para quien se sitúa desde un lugar ideológico diferente. Ahora bien,
la continuidad ideológica entre el discurso colonial decimonónico y contemporáneo
(es decir, la que moviliza el efecto de preconstruido al que hace referencia Pêcheux)
puede ser reforzada en la actualidad por el discurso etnográfico o pseudoetnográfico
(y sus equivalentes en la industria cultural), que pueden operar como continuadores
y reformuladores de esos mismos enunciados y de la manera en que se asumen los
relatos y las imágenes del antiguo Egipto u otras sociedades del pasado, operaciones
ideológicas que son comunes a todas las disciplinas e instituciones que tienen alguna
relación con la empresa colonizadora y semicolonizadora81.
79 Lea (2004) dice: «La conjunción de esta nueva ubicación subjetiva y el fecundo proceso de intensifi-
cación del mercado internacional y la expansión colonial de los países más desarrollados de Europa
supuso, a su vez, el surgimiento de la ambición por ir en busca de los objetos (incluido los pueblos), y
la información que podían entregar a quien los interrogara usando el código apropiado, en sus lugares
de origen; importa bastante tener en cuenta que esta era sólo la prolongación y puesta a tono con los
tiempos de los viajes exploratorios proporcionados por el descubrimiento y colonización de América.
El hecho es que, desde el siglo XVIII en el que se dieron los viajes del inglés James Cook por el Pacífico
Sur, pero con mayor fuerza en el XIX, ejércitos de especialistas de todas las áreas se pusieron en marcha
como lo habían hecho siglos atrás en diferentes momentos, esta vez —como las anteriores—, llevaban
consigo las representaciones de la realidad, los objetivos, y los métodos para indagar que les había
impuesto su momento histórico, y continuarían sus viajes y expediciones hasta bien entrado el siglo
XX» (p. 36).
80 El desciframiento de la escritura jeroglífica por el arqueólogo Jean-François Champollion, fue posible
gracias al hallazgo en 1799 de la piedra de Rosetta, una estela con inscripciones en griego antiguo,
demótico, y escritura jeroglífica que fue usada por él, quien en 1826 fue nombrado conservador del
departamento egipcio del museo de Louvre.
81 Zoppi-Fontana (1999): «El concepto de interdiscurso definido por Pêcheux (1975) apunta hacia el
exterior específico de todo discurso (esto es, el universo de lo decible) que ofrece a cada sujeto su
realidad en cuanto sistema de evidencias y de significaciones percibidas-aceptadas-experimentadas.
El interdiscurso interviene en la textualidad como efecto de pre-construido (ofreciendo los objetos de
pensamiento) y como efecto de sustentación (introduciendo pensamientos laterales que soportan las
articulaciones entre los enunciados)» (p. 58).
159
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
160
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
industria cultural, y, no obstante, adquiere una manifestación mucho más grosera, por
cuanto se la reformula directamente como mercancía, como objeto lujoso fabricado
para ser consumido. Así aparece, lisa y llanamente, en la revista, nada menos que en
la página contigua a la del Editorial, una promoción de lujo de Dupont, que aparece
sobre un fondo que se asemeja a un mural egipcio con sus motivos de animales y con
jeroglíficos; es una colección de textos en un suntuoso estuche dorado, y el fragmento
que la anuncia dice así:
Hoy, junto a la Serie Pharaoh, llega a sus manos una gran parte de esta antigua
civilización, en la que podrá descubrir los secretos que siguen fascinando a los
arqueólogos de todo el mundo.
161
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
dice: «Hoy, junto a la Serie Pharaoh, llega a sus manos una gran parte de esta antigua
civilización». Por último, aparece la idea de lo espectacular que produce fascinación,
«los secretos» que «siguen fascinando a los arqueólogos de todo el mundo», con lo que
se efectúa una banalización total de la disciplina, a través del dispositivo de la industria
cultural y sus intereses. A través de estas operaciones, se efectúan el encubrimiento y el
silenciamiento del otro, su cosificación.
Todo lo anterior recuerda, por una parte, las palabras de Horkheimer y Adorno
(1994):
En este caso, esas tendencias se han hecho literales. El discurso colonial que
cosificó por completo a los otros, que habían sido conquistados y explotados como
botín de guerra, reaparece bajo una apariencia inocente, la del discurso publicitario;
en este la cosificación es total. Pero lo más importante es que en él se ha producido
un efecto de naturalización que encubre todo lo que había de ominoso en ese otro
discurso. Se expresa acá nuevamente el fenómeno de mercantilización y estetización
de la cultura de los grupos subordinados descrito por Ana María Alonso (1994) al que
hicimos referencia líneas arriba.
Es necesario destacar que se ha ido construyendo un conjunto de narracio-
nes que configuran una imagen global de los pueblos del pasado y de algunos de
los del presente, los cuales han sido y son puestos bajo el lente de la investigación
arqueológica, histórica y antropológica, y que estas disciplinas han autorizado cierta
162
El ocultamiento y la cosificación del otro: la persistencia del discurso
colonialista en la museografía y la industria cultural
representación verdadera de esos pueblos, que han servido a los fines de los estados
imperialistas. Así mismo, estos discursos articulan el tejido de representaciones que se
ha ido construyendo respecto a tales sociedades en otros terrenos, y unos con otras se
rearticulan y retroalimentan constantemente y atraviesan desde las instituciones cien-
tíficas y museos hasta la escuela, los programas televisivos y las revistas de divulgación
distribuidos por las transnacionales de la industria de la información.
163
Alteridad e injusticia: el problema de las
representaciones imaginarias de los otros
E
ste capítulo se inscribe en una amplia investigación referida al problema de la
alteridad. Este problema parece atravesar múltiples ámbitos de la vida social y
se plantea de distintas maneras, o, más bien, reviste distintas formas fenoméni-
cas, dependiendo de los lugares de incidencia teórica en los que se sitúe. Así, una cosa
es asumir de frente la pregunta por la alteridad en el contexto de una indagación de
filosofía ética o política y otra en el marco de una investigación antropológica.
Nuestra primera inquietud al respecto se nos impuso en el contexto de una
investigación semiótica sobre el género de ciencia ficción, que nos condujo a una
reconstrucción de la representación del monstruo como figura de alteridad. Por esta vía
fue inevitable abrirse a una multiplicidad de perspectivas que permiten aseverar que el
problema de la alteridad roza algunos de los más acuciantes problemas ético, políticos y
estéticos de nuestro tiempo. Sin embargo, una conclusión semiótica de alcance general
resulta útil a todas esas otras indagaciones: la alteridad o el problema de los otros implica
siempre una dimensión representativa o figurativa, según la cual desplegamos determi-
nadas operaciones de acercamiento o de distanciamiento simbólico sobre los otros, y es
esta operatoria la que nos guía en nuestro comportamiento práctico hacia ellos. Dicha
operatoria requiere ser develada en cada caso, pues sin ello resulta difícil avanzar en la
comprensión del fenómeno social específico que se intenta conocer.
Invitados a reflexionar sobre el problema de la injustica en un ambiente inter-
disciplinario y de amplias miras ideológicas, hemos optado por arriesgar una nueva
incursión sobre este inevitable problema de la alteridad. A tales fines, el presente
capítulo presenta, primero, una aproximación al estudio de la justicia elaborado por
[ 165 ]
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Chaim Perelman, quien a partir de postular una regla formal de justicia («Los seres
pertenecientes a la misma categoría esencial deben ser tratados de la misma manera»)
introduce, sin saberlo, importantes pistas relacionados con el problema de la injustica.
Nos referimos a la dificultad que encuentra y sobre la que llama la atención: ¿cómo
llegar a determinar criterios adecuados para establecer quiénes son esos que perte-
necen a la misma categoría esencial? En efecto, sin saberlo, el filósofo belga abre una
perspectiva de indagación valiosa sobre las relaciones entre la alteridad y la justica —o
bien entre alteridad e injusticia—. En un segundo momento, abordamos el asunto de
la representación imaginaria de los otros y pasamos a mostrar con variados ejemplos
históricos la agudeza del problema de la representación y sus preocupantes implicacio-
nes éticas y políticas en ciertos casos extremos.
Leibniz presupone que existen seres idénticos a los cuales se les debe tratar de la
misma manera. No obstante, esto encierra varios problemas, a saber: determinar en
qué condiciones es plausible asemejar a dos seres hasta postularlos como idénticos, y
así justificar el tratarlos de la misma manera. Pues, en realidad, no es posible sostener
la identidad absoluta de dos seres, sino que es posible asimilarlos, afirmando lo que
tienen en común, sin tener en cuenta sus diferencias. Perelman (1997) lo expresa de
la siguiente forma:
166
Alteridad e injusticia: el problema de las representaciones imaginarias de los otros
El problema que se quiere resaltar es que a los seres o a las personas que se
trataría de la misma forma son aquéllos con los cuales nos sentimos identificados,
con los cuales encontramos cosas en común y que, por tanto, incluimos dentro de un
mismo grupo. Pero, entonces, ¿qué pasaría con las que no se encuentran semejanzas
fundamentales? ¿Estaríamos justificados para tratarlos de modo diferente porque no
asimilamos sus diferencias? Perelman (1997) lo explica mucho mejor cuando dice:
En efecto: cuando estas reglas pasan de ser meras descripciones a ser reglas nor-
mativas, la forma de relacionarse con los demás estará determinada por los fines que
la regla establezca; así, el ejemplo que pone Perelman sobre la igualdad de ante la ley es
muy explícito, pues dicha igualdad será determinada por la ley: se tratará de manera
equitativa a aquellos seres que la ley reconozca como iguales; los que no, simplemente
serán excluidos del amparo de dicha norma.
Puedo concebir a esos otros como una abstracción, como una instancia de la con-
figuración psíquica de todo individuo, como el Otro, el otro y otro en relación con
el yo; o bien como un grupo social concreto al que nosotros no pertenecemos. Ese
grupo puede, a su vez, estar en el interior de la sociedad: las mujeres para los hom-
bres, los ricos para los pobres, los locos para los “normales”; o puede ser exterior
167
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
a ella, es decir, otra sociedad, que será, según los casos, cercana o lejana: seres que
todo acerca a nosotros en el plano cultural, moral, históricos; o bien desconocidos,
extranjeros cuya lengua y costumbres no entiendo, tan extranjeros que, en el caso
límite, dudo reconocer nuestra pertenencia común a una misma especie (p. 13).
Hay que aclarar, sin embargo, que cuando hablamos de representaciones imagi-
narias de los otros, no reducimos el problema de los otros a la representación; por el
contrario, en concordancia con los planteamientos de Said (2006), consideramos que
aquellas relaciones de identidad y alteridad tienen una base material.
No se quiere decir con esto que todo se reduce a un asunto de representaciones,
que no existe ninguna base material, empírica —ya sea natural o social— en la base
168
Alteridad e injusticia: el problema de las representaciones imaginarias de los otros
169
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
socialmente grupos determinados. De esta forma, los orientales estarían siendo ins-
taurados desde Occidente, se tendrían representaciones imaginarias determinadas de
los orientales.
Así que este es el principal tema intelectual suscitado por el orientalismo: ¿se puede
dividir la realidad humana, como de hecho la realidad humana parece estar autén-
ticamente dividida, en culturas, historias, tradiciones, sociedades e incluso razas
claramente diferentes entre sí y continuar viviendo asumiendo humanamente las
consecuencias? Al decir esto último me refiero a si hay alguna manera de evitar la
hostilidad expresada por la división de los hombres entre, por ejemplo, ‘nosotros’
(occidentales) y ‘ellos’ (orientales) (Said, 2006, p. 75).
Los orientales son víctimas de varios ataques, por ejemplo, los ataques contra las
mujeres que visten los tradicionales hiyabs islámicos, o los grafitis racistas e historias
sobre acoso de niños inmigrantes indica una reacción violenta hacia las minorías en
Estados Unidos por parte de seguidores de Donald Trump después de su victoria en
las elecciones presidenciales.
En una declaración, Donald Trump dijo: «De dónde viene este odio y por qué,
debemos determinarlo. Hasta que seamos capaces de establecerlo y de comprender
este problema y la amenaza que representa, nuestro país no puede ser víctima de
ataques hostiles de parte de gente que sólo cree en la yihad y no tiene respeto alguno
por la vida humana»83.
Ahora bien, las descripciones que se pueden hacer de los otros suelen revestir formas
metafóricas, como lo indica Perelman (1997):
83 http://www.elpais.com.uy/mundo/donald-trump-prohibir-ingreso-musulmanes.html
170
Alteridad e injusticia: el problema de las representaciones imaginarias de los otros
Bajo esta idea, se podría entender la equiparación que hacían los nazis de los
judíos con las ratas. A propósito, en un texto llamado Las películas del odio (Gitlis,
1997), se expresa lo siguiente:
Esta imagen mental también puede ser equiparada con la representación imagi-
naria de los otros. Además, el papel que desempeña la propaganda en esta construcción
es muy importante, pues, como dice el autor, a partir de ésta se crean estereotipos que
atribuimos a los demás y por los cuales nos distanciamos o nos identificamos o acer-
camos a ellos. Según el autor, hay dos componentes que pueden definir un estereotipo.
El primero es el núcleo de verdad:
Por ejemplo, la representación del judío como hábil hombre de finanzas proviene
seguramente de acontecimientos históricos de la Edad Media, cuando se prohibió
a los judíos adquirir tierras o dedicarse a otras profesiones fuera de prestar dinero,
y por otra parte se prohibió a los cristianos el préstamo de dinero a interés (Gitlis,
1997, p. 96).
Las representaciones nazis de los judíos iban desde compararlos con animales,
hasta el punto de considerarlos de otra raza:
171
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
El Ratón Mickey es el ideal más miserable que jamás haya habido… Las emociones
sanas le indican a cualquier joven independiente y muchacha honorable que esa
sabandija inmunda, el mayor portador de bacterias en el reino animal, no puede
ser un tipo ideal de personaje… ¡Fuera la brutalización judía del pueblo! ¡Abajo
el Ratón Mickey! ¡Usemos la cruz esvástica! (p. Citado por Spiegelman, 2006, sin
paginación al inicio del tomo II).
La identidad del otro queda tan anulada que hasta su nombre desaparece y se
convierte sólo en un número:
Es Null Achtzehn. No, se llama de otra manera, Cero Diez y Ocho, las últimas tres
cifras de su número de registro: como si todos se hubieran dado cuenta de que sólo
un hombre es digno de tener un nombre, y de que Null Achtzehn no es ya un hom-
bre. Creo que él mismo habrá olvidado su nombre, la verdad es que se comporta
como si así fuera (Levi, 2005, p. 66).
Pero esto no sólo pasó en la Alemania nazi, o en Estados Unidos contra las perso-
nas de Medio Oriente a las que se tilda de terroristas o delincuentes; en Colombia pasó
lo mismo con Laureano Gómez, quien emprendió toda una propaganda antiliberal
valiéndose de comparaciones con una bestia como el basilisco:
172
Alteridad e injusticia: el problema de las representaciones imaginarias de los otros
que se hace de la consideración de los últimos hechos del país, con el cuidado con
el que un químico en un laboratorio seguirá la trayectoria de las reacciones para
sacar la conclusión; así tenemos que el fenómeno mayor que ha ocurrido en los
últimos tiempos, el 9 de abril, fue un fenómeno típicamente comunista, pero eje-
cutado por el Basilisco. La cabeza pequeña e imperceptible, lo dispuso, y el cuerpo
lo llevó a cabo para vergüenza nacional (Henderson, 1984, p. 168).
Así mismo, ocurre en épocas más actuales en medio del conflicto armado
colombiano, donde se deshumaniza al otro. Los actos contra las personas cometidos
por miembros de la fuerza pública, los paramilitares o de las Farc llegaron a tal punto
de crueldad que negaron todo tipo de humanidad en las victimas:
Después de estar desnuda, empezaron uno por uno a penetrarme, todos me gol-
peaban la cara, arrancaron mi cabello, me metieron sus penes por la boca y en un
momento empezaron a meterme sus pistolas en mi vagina […] después de que
cada uno hizo conmigo lo que se le ocurrió, me llenaron de arena y piedras en mi
vagina y me dijeron que yo nunca me iba a olvidar de ellos. Que me iban a dejar
viva solo para que recordara que nunca debía meterme con guerrilleros. Que todo
eso me pasaba por guerrillera, por ser una prostituta ‘cochina’. […] Después de
esa noche mi vida cambió mucho, yo como mujer quedé como inservible. Durante
meses yo no quise ver a nadie. La violación me dejó fracturada el lado derecho de
mi cadera. Perdí a mi bebé, me sacaron el útero y mi rostro quedó desfigurado. No
continué con mis estudios y por muchos años no pude estar con nadie. Ahora sigo
sola, sin la posibilidad de ser madre, sin ejercer la prostitución. Supe que mi novio,
después de mi violación, se convirtió en un sicario, dicen que para vengar lo que
me hicieron a mí, nunca más lo volví a ver y supe también que lo mataron. Él no
era guerrillero, y yo tampoco (CMH, 2012, p. 166-167).
173
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Esto ocurre porque tendemos a usar la expresión ‘seres humanos’ para significar
‘la gente que es como nosotros’. Esa calidad humana se va disipando en tanto nos
alejamos de ese caso paradigmático que somos nosotros mismos, de manera que
cuando nos topamos con personas quizá muy diferentes, o que las imaginamos
muy diferentes, es posible que lleguemos a considerarlas como pseudohumanos o
no humanos. […] Se trata siempre de una misma visión: nosotros los humanos y
esos otros (Novoa, 2016, p. 38).
174
La mosca: de la mirada fatalista a la
mirada ambivalente de lo monstruoso
E
n este trabajo analizamos un relato que se hizo popular gracias a David
Cronenberg, La mosca. No obstante, consideraremos tanto el relato original,
el cuento de George Langelaan (1970), como las películas de Kurt Neumann
(1959) y de Cronenberg (1986), dos transposiciones muy distintas entre sí y que entran
en complejas relaciones semánticas con el texto original.
La primera84 transposición acentúa los rasgos verosimilizadores del texto fuente,
practica una lectura de género —si bien conservando la ‘impureza’ genérica propia del
texto fuente (policial, de ciencia ficción y hasta de horror)— y puede decirse que es
fiel al texto literario. No obstante, en la relación entre géneros, la transposición marca
una dominancia: la ciencia ficción prevalece sobre el policial, y eso define una manera
distinta de interpretar los hechos y de resolver la trama.
La segunda transposición, en cambio, se aparta sensiblemente del relato fuente
e introduce una lectura propia que, no obstante, permanece dentro de una lectura de
género; introduce gran cantidad de peculiaridades propias de cierto estilo de época. En
la transposición de David Cronenberg la lectura de época ha dejado su impronta de un
modo muy particular, ha tenido lugar un desplazamiento, se evidencia la emergencia
de una sensibilidad nueva en la que aparece una actitud diferente hacia lo monstruoso,
84 El filme se estrenó en 1958. El guion es de James Clavell y Kurt Neumann fue el productor y el director.
La producción es de Wari films. El cuento fue publicado originalmente en la revista Playboy en 1957;
más tarde aparece como parte de un conjunto de relatos bajo el título Relatos del antimundo.
[ 175 ]
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
que ya no es visto como algo fatídico, sino como la posibilidad de un nuevo modo de
ser, híbrido, problemático, pero posible, si bien no idílico.
Continuidades formales
Se conserva asimismo la misma estructura global del relato, articulada en dos narracio-
nes. La primera, que adquiere los rasgos de un relato policial; la segunda, que es propia-
mente una narración de ciencia ficción. En el texto literario aparece un primer narrador,
el señor Arthur Browning —el hermano del científico Robert Browning—, el narrador
principal, quien habla en primera persona desde el comienzo y que narra el primer relato
que es un cuento policial; después toma el turno la señora Anne —la esposa del cientí-
fico—, quien narra una historia de ciencia ficción, los hechos más importantes del relato
acaecidos en el laboratorio de su esposo hasta el momento de su muerte, cuando ella lo
aplasta con la prensa. Después retorna al lugar del narrador el señor Arthur Browning,
y el relato es cerrado de manera ambigua, pero prevalece la configuración del cuento
policial. De esta manera, el segundo relato queda interpretado como un desvarío, como
algo que ocurre sólo en la mente trastornada de la señora Anne.
En el filme no aparece el primer narrador; en cambio sí se conserva el segundo.
No obstante, al final parece como si la totalidad del relato cinematográfico hubiera
sido narrada desde el punto de vista de Arthur, cuando su contestación a su sobrino
Philippe le impone su visión final al relato y a la manera como debe ser interpretado85.
176
La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
El final es distinto al del cuento, y en él se enfatizan los rasgos del género de ciencia
ficción.
En cuanto a la diégesis, se conserva en esencia la misma. Ni en el cuento ni en el
filme se sitúan claramente las coordenadas espacio-temporales en las que discurre la
historia. En el filme se nos deja saber que todo ocurre en Montreal; en el cuento no se
hace ninguna alusión al lugar. Se entiende que la historia sigue situada más o menos
en la misma época, a mediados del siglo XX, pero en ningún caso se dan indicaciones
precisas. En cuanto a todos los otros aspectos de la diégesis más inmediata86, se conser-
van todos los relevantes: los acontecimientos tienen lugar en la casa y en el laboratorio
del científico, y ambos quedan muy cerca de la fábrica del cuñado, de manera que, en
los momentos de mayor dramatismo, la pareja accede fácilmente a las instalaciones de
la fábrica, y es en ella donde tiene lugar el asesinato, representado también mediante el
aplastamiento con la prensa hidráulica.
Se conservan los mismos personajes, aunque con algunas pequeñas variaciones.
El señor Francois Delambre (en el cuento, el señor Arthur Browning), conserva los
rasgos fundamentales y ejecuta las mismas acciones que en el texto literario, con un
leve matiz: en el filme aparece como un personaje de acción, como el otro polo de la
relación con su hermano; es el encargado de administrar la fortuna y los negocios de
la familia mientras que su hermano se dedica a la investigación científica, que puede
llevar a cabo porque los dos tienen mucho dinero. En el cuento también aparece como
un empresario, pero no se muestra la misma relación con el hermano. En el texto
literario, el trabajo de su hermano corre por cuenta del Ministerio de Aviación; además
Arthur es figurado como un hombre muy reflexivo, que delibera íntimamente antes de
dar cada paso. En el filme no aparece esta característica, aunque el personaje cumpla
las mismas acciones que en el cuento. En el filme aparece otro aspecto en relación con
su cuñada: en cierto momento de la investigación, el inspector Charas (en el cuento,
Twinker) le pregunta directamente qué siente por su cuñada y éste le confirma que está
enamorado de ella, pero aclara que ella nunca tuvo ojos para él, de modo que ella no
sabe nada de sus sentimientos.
177
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
El científico-monstruo
Al comienzo del cuento se presenta una imagen del científico que es, al mismo tiempo,
una imagen de la ciencia o, más precisamente, de la práctica científica:
Mi hermano era el típico sabio partidario de la prueba del nueve. Sentía horror
por la intuición y por los golpes de genio. Algunos científicos elaboran teorías que
178
La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
87 Hecho que actúa a favor de una cierta actitud moralizante en relación con la práctica científica arries-
gada, algo así como «hay cosas con las que no debemos jugar, porque no está claro que podamos
controlar plenamente y resultan muy peligrosas para la vida».
179
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
180
La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
subir a la casa, sin comer ni dormir con los suyos, ni siquiera comenta con su hermano,
quien incluso va a visitarlo a la casa, y en ningún momento accede a compartir la
experiencia con sus colegas.
Así va apareciendo lo monstruoso tímico y moral (Calabrese, 1989) en el compor-
tamiento del científico, como una ruptura progresiva con sus criterios, con sus propios
límites, que son al mismo tiempo los límites de su práctica científica y de su moral
personal. Bob deviene monstruo por una transgresión creciente de límites sociales y
de su moral personal, y esa transgresión queda inscrita con trazos monstruosos en su
propio cuerpo.
88 Según Isaac Asimov (1999), en la ciencia ficción, los científicos u otros cercanos a ellos, como los
ingenieros o los técnicos, tienen tanta posibilidad de ser héroes como de ser bribones: «Quiero decir
con esto de ‘bribón’ que los objetivos del científico deben ser frustrados para que la crisis tenga un
final feliz. [...] Es un signo de la ambivalencia que la gente siente hacia la ciencia, el hecho de que
los científicos sean tan frecuentemente bribones en la ciencia ficción» (pp. 71-73). Y describe cinco
tipos de representaciones sobre el científico: el presuntuoso, el loco, el malo o sádico, el arrogante y el
indiferente.
89 Como se ha dicho, se trata de una perspectiva de época, lo que hace pensar que, bajo dicha perspectiva,
la donación de órganos, por ejemplo, sería vista, entonces, como algo monstruoso.
181
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
de romper los lazos que la unen a esas antiguas tradiciones, y si bien es cierto que los
grandes logros de Fausto tienen que ver, aunque no solamente, con la intervención de
una fuerza sobrenatural.
Los rasgos de monstruosidad son los mismos: lo excesivo de sus aspiraciones y
de sus comportamientos; su deseo infinito de conocimiento; su separación del mundo
de la vida, como producto de una consagración absoluta a su trabajo en busca del
conocimiento; la arrogancia que los lleva a emparentarse con un ser superior —y
a realizar acciones propias de ese ser superior, como dar la vida—. Las acciones de
uno y otro engendran monstruos, pero su comportamiento es en sí monstruoso. Sus
acciones excesivas pueden desatar fuerzas incontrolables. Su comportamiento, por
desmedido, por exceder los límites comunes de una persona, puede ser juzgado como
acto de locura90.
La figura del científico loco, tan característica de cierto tipo de ciencia ficción,
vino a sintetizar y a poner en circulación la misma preocupación esencial que aparece
en esas otras narraciones: la inquietud por las acciones desmedidas de los científicos, el
cuestionamiento a una actividad científica desprovista de criterios éticos y la denuncia
de la condición de indefensión de la sociedad con respecto al poder que los científicos
concentran. Refleja también el viejo temor a la imposibilidad de controlar las produc-
ciones humanas. De allí que, ante el peligro nuclear, se hayan acuñado enunciados que
identifican a los científicos con el Fausto91.
90 Aquí aparece, al lado del deseo incontrolable de desarrollo, un sentimiento de inquietud y de culpa,
los mismos que Berman (1991) atribuye a Fausto en su interpretación de la segunda parte de la obra de
Goethe como una tragedia del desarrollo. En efecto, la situación de Fausto es trágica: «Para compren-
der la tragedia del desarrollista, debemos juzgar su visión del mundo no sólo por lo que ve —por los
inmensos nuevos horizontes que abre a la humanidad— sino también por lo que no ve: las realidades
humanas que rehúsa mirar, las posibilidades con las que no soporta enfrentarse. Fausto imagina, y
lucha por crear, un mundo en el que el crecimiento personal y el progreso humano se puedan obtener
sin costes humanos significativos. Irónicamente, su tragedia surgirá precisamente de su deseo de
eliminar la tragedia de la vida» (Berman, 1991, p. 58).
91 «Aunque la figura de Fausto ha tomado muchas formas, prácticamente siempre es un ‘muchacho de
pelo largo’, un intelectual inconformista, un personaje marginal y sospechoso. En todas las versiones
también, la tragedia o la comedia se produce cuando Fausto ‘pierde el control’, de las energías de
su mente, que entonces pasan a adquirir una vida propia, dinámica y altamente explosiva. [...] Los
pioneros nucleares que experimentaron la enceguecedora explosión de luz de Alamogordo (‘¡Dios mío!
¡Estos muchachos de pelo largo han perdido el control!’) nunca aprendieron a exorcizar al tremendo
Espíritu de la Tierra nacido de la creatividad de sus mentes. Los ‘científicos preocupados’ de la época
de posguerra establecieron un estilo de ciencia y tecnología típicamente fáustico, impulsados por el
sentimiento de culpa y la inquietud, por la angustia y la contradicción» (Berman, 1991, pp. 28, 78).
182
La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
Berman (1991) de hecho interpreta el Fausto —al que emparenta con Frankens-
tein — como una tragedia del desarrollo. Y, en ambos, el afán de progreso aparece
92
como un imperativo. Y las dos narraciones tienen que ver con ese espíritu de revuelta
romántico contra el racionalismo y contra la sensibilidad moderna que se imponía y
se desplegaba dejando estragos a su paso.
Ahora, si bien Bob tiene tanto semejanzas como diferencias con respecto a
Fausto y Frankenstein, todavía no es un científico loco. El suyo es un comportamiento
monstruoso —de monstruosidad moral—, en el mismo sentido de lo excesivo y de la
trasgresión de ciertos límites. Pero, además, en este caso, los efectos de sus acciones se
evidencian en el cuerpo del propio científico, el monstruo es, en todo el sentido de la
palabra, él mismo. Y son una serie de excesos y transgresiones sociales y morales las
que lo llevan a la monstruosidad que se encarna en su propio cuerpo93: violación de
sus propios valores morales —su bioética personal—; enclaustramiento; deseo desme-
dido de conocimiento; racionalismo exacerbado; automarginación; separación de la
comunidad científica; y el olvido de lo contingente, que, sin embargo, se le impone94.
183
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
pero él lo desestima, ella le pregunta qué hace y él contesta: «observando a Dios quizá». Entonces
conversan: «Helene: “Eres un hombre raro, tan meticuloso y práctico, pero a la vez tan... no sé cómo
describirlo...”. Andre: “¿Tan consciente del infinito? Entre más sé, más me convenzo de lo poco que
sé. La eterna paradoja... Dices que el progreso te asusta, a mí me llena de asombro”. Helene: “Pronto
llegará la primavera”. Andre: “Es mi estación favorita; es cuando la vida crece y se renueva. Estar vivo
es fantástico”. Helene: “¿Qué quieres decir?” Andre: “No lo sé... es sólo que... estoy muy feliz de estar
vivo es todo”» (Neumann, 1958).
95 «Me dirigiré al más alejado y septentrional lugar del hemisferio; allí recogeré todo cuanto pueda arder
para construir una pira en la que pueda consumirse mi mísero cuerpo. De este modo nadie podrá hallar
mis restos y ningún investigador tendrá la desdichada idea de crear un ser semejante a mí» (Shelley,
1995, p. 313).
184
La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
96 Sentimientos similares animan las magníficas proyecciones que Fausto hace sobre el dominio de la
naturaleza y su aprovechamiento para el bienestar de la humanidad: «“En mi mente, rápidamente se
desarrolla un plan tras otro. Súbitamente el paisaje que lo rodea se transforma en un lugar definido.
Esboza grandes proyectos para utilizar el mar con fines humanos: puertos y canales artificiales por los
que puedan circular barcos llenos de hombres y mercancías; presas para el riego a gran escala; verdes
campos y bosques, pastizales y huertos; una agricultura intensiva; fuerza hidráulica que atraiga y apoye
a las nuevas industrias; asentamientos pujantes, nuevas villas y ciudades por venir» (Berman, 1991, p.
54). El mismo Berman comenta, y curiosamente se trata del mismo tipo de invento, que Goethe estaba
obsesionado con los descomunales proyectos —casi impensables, inimaginables para la época— de
transporte propuestos por Saint Simon, de hacer el canal de Panamá y el canal de Suez.
185
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Es común que muchos filmes sean configurados a partir de una mezcla o combinación
de los rasgos de géneros distintos; más aún: ha habido momentos privilegiados en
los que las grandes productoras han incentivado dicha práctica, con el fin de llegar
a un número más amplio y variado de espectadores, aprovechando los resultados de
los estudios de recepción para precisar su estrategia de mercadeo (Altman, 2000)98.
No obstante, también es sabido que esa práctica ha obedecido y puede obedecer a
búsquedas estéticas propias de los realizadores, como, antes, de los escritores, e incluso
186
La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
99 Formalmente, esa relación se presenta así: desde el inicio —de la edición consultada— hasta el inicio
de la página 27, vemos claramente un texto policial; desde la página 27 hasta la mitad de la página 48
tenemos un característico relato de ciencia ficción, el cual aparece en un manuscrito de Anne, que
Arthur lee; desde allí hasta la página 49 parece retomarse el relato policial y éste pasa de nuevo a cargo
de Arthur como narrador.
187
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
o por otro. Y tiene que ver, ante todo, con las peculiaridades abductivas y conjeturales
de los dos géneros100.
Se advierte también que el componente de horror y de fantasía aparece en los
dos relatos, aunque con más fuerza en el segundo; todo indicaría que su emergencia
tendría que ver con problema de elecciones expresivas, pero que implican decisiones
enunciativas relacionadas con las maneras de asumir y figurar lo monstruoso, pero
esto lo retomaremos más adelante.
En el cuento nos encontramos con lo siguiente: no es sólo que la resolución de la
trama tiene que ver directamente con las posibilidades de resolver o no el caso (un caso
policial, el develamiento del responsable del crimen y sus verdaderos móviles), sino,
principalmente, con la posibilidad o imposibilidad de fijar un objeto —un caso real o
ficticio— y con la decisión de optar por una u otra estrategia de verosimilización101.
Llegado cierto momento, Arthur Browning dice:
Pasé revista a todas las novelas policiales que había leído en mi vida. Este género
literario no carece de lógica, incluso cuando presenta casos muy complicados. En
la historia de las moscas, por el contrario, no había nada lógico, nada que pudiese
encajar. Todo era sorprendentemente sencillo y, al mismo tiempo, misterioso. No
existía culpable alguno que desenmascarar: Anne había asesinado a su marido, se
había declarado autora del hecho e incluso había reconstruido la escena.
100 Ambos tienen que ver con un trabajo de desciframiento, de construcción de hipótesis, si bien con
respecto a asuntos y en niveles muy distintos. En las narraciones de detectives, el acento está puesto
en el desciframiento de las lagunas que han sido dispuestas para generar la curiosidad y el suspense,
lo cual se logra a través del manejo de la dosificación de la información: «La película de detectives
justifica sus lagunas y dilaciones por el control del conocimiento, la autoconciencia y la comunicabili-
dad» (Bordwell, 1996, p. 64-65) . La ciencia ficción se mueve también en el terreno de la construcción
de hipótesis, pero centralmente en la indagación de lo que puede venir en el mundo humano, en la
sociedad, no en función, necesariamente, del desciframiento de un caso particular; al contrario, suele
estar referida a grandes problemas humanos, con frecuencia a problemas abstractos: «Insisto sobre la
ciencia-ficción como narrativa de conjetura por un motivo bastante sencillo: la ciencia-ficción buena
es científicamente interesante no porque hable de prodigios tecnológicos —y podría incluso no hablar
de ellos—, sino porque se propone como juego narrativo sobre la propia esencia de toda ciencia, es
decir, su conjeturabilidad. En otros términos, la ciencia-ficción es una narrativa de la hipótesis, de la
conjetura o de la abducción» (Eco, 1988, p. 189) . Pero en ambos casos se plantea siempre, tanto en
el plano de la configuración narrativa como en el de la actitud que se exige al destinatario, el trabajo
conjetural.
101 Esa tensión se advierte en las propias vacilaciones del narrador protagonista. Así aparece aun cuando
él se dice a sí mismo no creer en la posibilidad de la relación entre la existencia de la mosca —que
según el inspector debía articular una explicación para el caso, en particular para el comportamiento
de Anne—; no obstante, vacila incomprensiblemente sobre ésta y sobre la posibilidad de permitir que
el inspector la encuentre: «Me daba miedo que buscara y encontrara la mosca mencionada por mi
sobrino. Y ese miedo era, por incomprensible, profundamente turbador» (Langelaan, 1970, p. 21).
188
La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
Desde luego, no podía esperar lógica en un drama provocado por la locura, pero
aun admitiendo que fuera así, ¿cómo explicar la extraña pasividad de la víctima?
(Langelaan, 1976, p. 21).
Arthur Browning apela al género policial como un acervo de saber confiable para
encarar la resolución o, al menos, la caracterización del caso. Pero se hace patente que
ese saber es insuficiente, y dado que es él quien narra, esa dificultad reviste una gran
importancia, pues de lo que se trata es de conferir sentido a los hechos y a las acciones.
El problema aparece, a la vez, como una dificultad que se presenta al personaje que
hace las veces de narrador y como un problema de composición, de configuración
narrativa, que remite a un problema de decisión metadiscursivo, y en donde se plantea
el asunto de los límites de la imaginación creativa.
El género policial, que suele plantear difíciles retos a la imaginación de los lec-
tores, y puede llegar a manifestar los límites morales de una comunidad o, al menos,
de lo que ésta se encuentra dispuesta a aceptar como posibles102, pero la imposibilidad
aquí tiene que ver con un tipo de fenómenos que trascienden los límites de lo posible
en un sentido más radical, ontológico, si se quiere, pues se trata de realidades que
literalmente no son o no pueden ser en el tiempo y en el espacio en el que se vive.
Para caracterizar el caso, el saber lógico e intuitivo propio del género policial
no basta, no es suficiente; la imaginación reclama un tipo de saber distinto y ése sólo
es posible en el campo ficcional de la ciencia ficción. El texto literario mantiene la
tensión propia de esa disputa casi hasta el final y no puede afirmarse que la resuelva
claramente; más bien, deja abierta las dos posibilidades al lector. No obstante, se
percibe un esfuerzo por desligarse de una posible interpretación de ciencia ficción
para los hechos y las acciones. En el final se nos cuenta que Anne se suicidó con una
cápsula de cianuro «que debía llevarla encima desde hace tiempo», y se nos presenta el
último diálogo entre Arthur y el inspector Twinker. Arthur le deja leer el manuscrito.
Cuando Twinker termina, Arthur empieza a lanzar las hojas a la chimenea «con cierta
delectación», mientras fuma una pipa. Le pregunta qué piensa del relato, a lo que el
inspector responde que confirma que su cuñada estaba loca de atar. Arthur asiente y
pasa a contarle que estuvo en la mañana a solas en el cementerio; el inspector le dice
que estuvo allí observándolo:
102 Es frecuente que nos refiramos a ciertas acciones atroces como «imposibles»; en esos casos, lo imposi-
ble se refiere tanto a lo inaceptable moralmente como a lo que, por esa misma razón, no puede existir,
no puede ser, no puede tener lugar en nuestro tiempo, en nuestra sociedad, en nuestra manera de ver
la vida.
189
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
—¿Entonces me vio...?
—Sí. La encontré de buena mañana en el jardín. Había caído en una tela de araña.
—¿Estaba muerta?
—No del todo. Tuve que acabar con ella...La aplasté entre dos piedras. Tenía la
cabeza blanca..., completamente blanca (Langelaan, 1976, p. 49).
Como se ve, no queda claro si se asume que los hechos narrados por Anne son
ciertos; por lo que dicen primero, se puede concluir rápidamente que los dos coinciden
en que Anne estaba completamente loca. No obstante, Arthur entierra la mosca junto
con su hermano. ¿Será acaso por un gesto incomprensible movido por la nostalgia?
¿O acaso por una cierta duda? Lo cierto es que Arthur quema el manuscrito «con
cierta delectación» y que el inspector Twinker emite su veredicto sobre el manuscrito,
pero «en lugar de responder inmediatamente, esperó a que el fuego devorara por
completo las blancas hojas». Y, en fin, no fue posible resolver el caso, no existe manera
de saber cómo fue que Bob accedió a ser aplastado por su esposa; el decir que estaba
completamente loca no alcanza a resolver lo más complicado del enigma. No obstante,
al acoger como explicación la «interpretación» de la locura se descarta una lectura de
ciencia ficción.
En el filme también aparecen alusiones metadiscursivas ante la dificultad de la
resolución y de la caracterización del caso. Cerca del final, en un momento de deses-
peración, Charas le dice a Francois:
Francois: —Bueno, explica todos los hechos; el motivo para la prensa, la mosca y
todo lo demás.
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La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
—Es que no conoce... perdón, no conoció a Andre. En cierta forma era un genio
(Neumann, 1958).
191
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Francois: —Él era como un explorador en un territorio salvaje y nunca antes pisado
por el ser humano. Iba en búsqueda de la verdad. Estuvo a punto de encontrarla,
pero por un instante se descuidó.
Philippe: —¿Y eso fue lo que lo mató?
—La búsqueda de la verdad es el trabajo más importante del mundo... y el más
peligroso.
—Me gustaría. Me gustaría ser explorador como él. ¿Me ayudarás, tío Francois?
—Sí, Philippe (Neumann, 1958).
Del relato original sólo se conserva lo más básico: se cuenta la historia de un científico
que, por un accidente, termina fusionado con una mosca. Pero, fuera de eso, todo es
muy distinto: se trata de una transposición emisión (Steimberg, 2003), en la que a la
lectura de época se suma la configuración muy particular de los elementos narrativos
y estéticos de un estilo de época.
103 La película se estrenó en 1986. La producción es de Brook Films para 20th Century Fox; el guion es
de Edward Pogue y David Cronenberg. El filme es rodado en Toronto (Canadá), aunque la historia se
sitúa en Nueva York.
192
La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
193
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
El tema parece ser el mismo, pero no lo es: la segunda transposición focaliza el proceso
de la metamorfosis. A primera vista, de lo que se trata es de reformular el tema del
peligro de las prácticas irresponsables de la ciencia, que pueden dar lugar a la apa-
rición de monstruosidades. Pero no. A medida que la narración avanza, se advierte
que el foco está puesto en otra parte; si bien ese tema permanece, aparece en segundo
plano. Lo que gana fuerza y toma el centro de la escenificación es el espectáculo de la
mutación, la aparición y transformación misma del monstruo y la experiencia de esa
transformación.
Si bien el cuerpo aparecía, como dice Cronenberg105, como la premisa central en
el primer filme, si bien había algo sobrecogedor en su presencia, no llega a estar en el
centro y, en ningún caso, el espectáculo de sus transformaciones es lo más importante.
Tampoco parece haber ninguna particular postura estética o filosófica con respecto a
él. En cambio, en el filme de Cronenberg la problemática del cuerpo y sus transforma-
ciones, las «mutaciones de la carne» y las vicisitudes del yo que las padece son el tema
fundamental.
Todos los pasajes en los que la piel del monstruo empieza a pudrirse, cuando sus
órganos empiezan a caerse en medio del estallido de fluidos viscosos, o aquéllos en
los que se muestra su manera de comer derramando la enzima corrosiva sobre los
alimentos para tragarlos; los momentos intermedios de decrepitud; o incluso desde
antes, cuando se muestra el amasijo de carne palpitante de lo que queda del babuino;
así como cerca del final, el espectáculo asqueroso y cruel de la descomposición de
la pierna y el brazo de Stathis Borans, el exnovio y jefe de Verónica, por efecto de la
enzima corrosiva, hasta la secuencia final en la que emerge del telepod un monstruo
informe, mezcla de carne, cable y partes metálicas, en el que se advierten ciertos rasgos
que sugieren la forma humana con cara de mosca… Todas son formas propias de
una retórica hiperbólica de la exhibición de la carne desvelada, a veces putrefacta. Un
espectáculo crudo que está ahí para evidenciar la condición desacralizada del cuerpo
hecho simple carne, sufriente y mudable.
105 «Pero fue la reflexión sobre la premisa básica lo que me ofreció unas enormes posibilidades. Estaba
muy orientada hacia lo corporal, tenía una gran conciencia del cuerpo» (Rodley, 2000, pp. 187-188).
194
La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
Cinismo y enunciación
106 Según Mary Duglas (1978), «el cuerpo social condiciona el modo en que percibimos el cuerpo físico.
La experiencia física del cuerpo, modificada siempre por las categorías sociales a través de las cuales
lo conocemos, mantiene a su vez una determinada visión de la sociedad. Existe pues un continuo
intercambio entre los dos tipos de experiencia de modo que cada uno de ellos viene a reforzar las cate-
gorías del otro. Como resultado de esta interacción, el cuerpo en sí constituye un medio de expresión
sujeto a muchas limitaciones [...] el cuidado que le otorgamos en lo que atañe al aseo, la alimentación,
o la terapia, las teorías sobre sus necesidades con respecto al sueño y al ejercicio, o las distintas etapas
por las que ha de pasar, el dolor que es capaz de resistir, su esperanza de vida, etc., es decir, todas las
categorías culturales por medio de las cuales se le percibe deben estar perfectamente de acuerdo con
las categorías por medio de las cuales percibimos la sociedad ya que éstas se derivan de la idea que del
cuerpo ha elaborado la cultura» (p. 89).
107 «Yo hablo de una posición enunciativa en la que uno reconoce el propio lugar de ambivalencia, en el
sentido de deber vs. deseo, en el sentido de moral vs. interés.
Cuando digo cinismo hablo de un poner afuera lo que uno hace aceptando, públicamente y como des-
cripción (no como confesión o autoinculpación), aquello que uno hace de malo [...] en sus comienzos
el cinismo griego era otra cosa. Antístenes decía que era un cínico en el sentido de que mostraba lo
que era, pero también tenía un programa moral muy duro, y se dedicaba principalmente a señalar lo
malo de los demás. Yo no estoy tratando de recuperar toda la complejidad del concepto fundacional,
estoy diciendo que mientras la hipocresía es la puesta en escena de una abstracción de la bondad y de la
virtud ocultando los comportamientos que la desmienten, el cinismo implica la asunción de un riesgo,
de un riesgo agónico, el de sobrevivir mostrándolos» (Steimberg, 2001, pp. 42-45).
195
Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
Podemos barruntar algunas ideas que ayuden a hacer una caracterización del estilo
del que participa David Cronenberg: un rasgo muy característico de su estilo, que
aparece como una precondición que incide en su disposición retórica, como parte
muy importante de sus condiciones de producción, es la simplicidad y hasta lo precario
de sus producciones, que llevaron a que durante un buen tiempo se juzgara su cine
como perteneciente a las producciones de serie B; característica que si se la piensa bien
aparece como una suerte de guiño a las primeras manifestaciones del género de ciencia
ficción y a buena parte del fantástico de horror. Cronenberg circunscribe temática y
formalmente sus historias en ese universo precario en recursos técnicos, pero lleno de
vitalidad imaginativa y de aguda reflexión sobre problemas importantes de la cultura.
Sus temas son la tecnología y la enfermedad y, con frecuencia, la enfermedad
tecnológica (Scanner, Cromosoma 3, Videódromo, La mosca, Crash) que se manifiesta
como distintas formas de correspondencia entre enfermedad corporal y enfermedad
psíquica. No obstante, si la enfermedad aparece vinculada con la tecnología, lo que
hace que la crítica se insinúe por momentos, la díada tecnología-enfermedad suele
aparecer también bajo las formas de una imaginación que sugiere la posibilidad de
nuevos acoplamientos entre tecnología y humanidad, problemáticos pero posibles
(ante todo en Videódromo, en Scanner, La mosca).
De cualquier manera, la enfermedad parece ser algo inmanente, algo que va
con lo humano y de lo que no podemos escapar: «Todos tenemos la enfermedad: la
enfermedad de ser finitos. Y la conciencia es el pecado original: la inevitabilidad de
nuestra muerte» (Rodley, 2000, p. 194).
Su retórica es la retórica de lo grotesco y de lo hiperbólico, llegando con frecuen-
cia al límite del amarillismo, de lo escandaloso. Sus diégesis y, como parte privilegiada
de ellas, sus personajes son realistas pero inverosímiles o imposibles. Todo lo anterior
aparece matizado, en ocasiones, cuando apela a lo onírico y a lo pesadillesco (El
almuerzo desnudo), pero con el agravante de que, cuando apela a ese recurso, lo hace
sin demarcar claramente los límites entre el sueño y la vigilia.
De los dos últimos párrafos, se deducen los rasgos enunciativos de su estilo: se
sitúa entre la crítica y la simple presentación —cínica— de lo posible aunque extraño
y difícil de asumir. A ambos fines trabaja apelando a lo escandaloso y por momentos
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La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
a lo lacerante; de allí que sea muy exigente con sus destinatarios, como si quisiera
obligarlos a enfrentar lo impensable, si bien apelando para ello a puntos de partida
muy cercanos; es como si les dijera: «Traten de ver, de reconocer en los objetos de su
cotidianidad lo monstruoso del mundo, y, a la vez, piensen que eso monstruoso es otra
posibilidad de ser, de vivir en este mundo».
Ahora bien, con frecuencia se discute la pertinencia de situar los filmes de
Cronenberg dentro del género de ciencia ficción. Él mismo ha hecho saber sus puntos
de vista108, y, sin embargo, de lo que se trata es de interpretar, con base en una consi-
deración semiótica informada, las múltiples relaciones que pueden entablarse entre
género —ante todo como campo de posibilidades de decir o de mostrar, a partir de
una codificación fuerte pero sujeta al cambio constante, del trabajo de configuración y
de composición estética— y estilo como manera de hacer (Steimberg, 1998), que opera
con determinadas materialidades y determinados discursos o ámbitos discursivos, que
también implican restricciones y posibilidades de decir, de mostrar. Al respecto, vemos
que los géneros ofrecen posibilidades a los autores proporcionando temas, formas y
perspectivas imaginativas, y que los autores pueden ayudar a enriquecer los géneros
matizando, enfatizando, desplazando, combinando temas, formas y perspectivas
dentro del mismo género o jugando en lugares de intersección y de tensión. Pero, en
términos más generales, con frecuencia aparece planteado el problema de la relación
entre estilo y género109 y de cómo el estilo tiene que ver más con las fracturas y con
108 «Me gustaría crear un género propio. Es halagador verse reconocido por gente como Carpenter y
Romero, pero creo que no tengo mucho que ver con ellos. Aunque parezca que mi cine forma parte
de determinado género, yo me siento como un agente secreto que estuviera buscando algo muy, muy
distinto» (Weinrichter, 1987, p. 21).
109 «Estableciendo un paralelo con el tratamiento del tema de los géneros, podemos advertir que, también
aquí, en el comienzo y en el final del recorrido bibliográfico nos encontramos con el privilegio de la
circunscripción de componentes enunciativos, temáticos y retóricos. El estilo define sus productos de
manera similar al género; pero su doble emplazamiento, definido tanto en el espacio de una relativa
previsibilidad social como en el del acto sintomático y diferenciador (con respecto a la historia o al
contexto cultural presente), nos remite más fuertemente a la consideración del cambio histórico y el
carácter original de cada momento de la producción discursiva. En cada etapa histórica, insiste en el
género un pasado semiótico aún vigente, mientras que en el estilo se manifiesta la conflictiva imbri-
cación de ese pasado con un presente de producción sígnica todavía en articulación. El malestar que
suscitan las obras de vanguardia se origina en su desenganche simultáneo con ese pasado vigente (el
de los géneros) y con las articulaciones socialmente perceptibles que los estilos de época establecen con
la contemporaneidad, a través de sus configuraciones retóricas, de los temas que legitiman y rechazan
y de las imágenes de enunciador y enunciatario que crean a través del conjunto de sus dispositivos de
producción de sentido» (Steimberg, 1998, pp. 60-61).
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
las emergencias que con las continuidades y las insistencias, y con la tendencia a una
configuración transemiótica110.
El caso de Cronemberg y la ciencia ficción sintetiza bien las dos tendencias, y, en
la transposición que nos ocupa, no podía haber sido más ilustrativo: tiene lugar una
recuperación de un texto clásico del género, el cual es enriquecido agudizando tensio-
nes que en él apenas se sugerían y ahora se las amplifica o exagera. Pero se trata de un
conjunto de operaciones que no involucra sólo el texto aludido, sino al género en su
conjunto, lo grotesco y lo hiperbólico son puestos al servicio de una reinterpretación
de lo monstruoso que hace más problemática, pero a la vez más rica, la experiencia
de la enfermedad tecnológica. No obstante, el universo de problemas, de temas, de
formas y de perspectivas imaginativas al que apela a menudo el autor para pensar y
mostrar sus problemas-temas es el de la ciencia ficción111, un género que suele poner
en perspectiva relevantes problemas de la cultura al mismo tiempo que indaga las
relaciones entre identidad y alteridad.
Pero esa especial manera de reinterpretar viejos temas y de introducir otros que,
como se ha indicado, están conectados con transformaciones culturales y formas de
sensibilidad presentes en la sociedad actual, tienen que ver con una suerte de movi-
miento más amplio que cubre múltiples prácticas culturales y materias significantes
que van perfilando un estilo; el movimiento de la Nueva Carne, un conjunto de expre-
siones estéticas y discursivas que está en proceso de configuración, que parece perfilar
un conjunto de rasgos comunes y una persistente articulación metadiscursiva, aunque,
como suele suceder, esa metadiscursividad adquiera con frecuencia trazos diversos,
de allí la dificultad de ofrecer definiciones abarcadoras y suficientes. Como ha dicho
Antonio José Navarro (2002):
110 «Los estilos de época, los de región o corriente artística o los correspondientes a un área socialmente
restringida de intercambios culturales son transemióticos: no se circunscriben a ningún lenguaje,
práctica o materia significante» (Steimberg, 1998, p. 61).
111 Aunque muchas veces también el género fantástico de terror o cine de miedo, o una oscilación cons-
tante entre los tres.
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Sin embargo, la gran paradoja de la Nueva Carne es que numerosos eruditos afines
a lo fantástico, a lo bizarro, saben lo que es, pero no pueden acotar su esencia en un
discurso hermenéutico más o menos consensuado entre las diferentes corrientes
artísticas de vanguardia (pp. 12-13).
112 «Una de las novedades del cine de las tres últimas décadas es la identidad carnal aquí y ahora del
sujeto y su monstruo. El sujeto es el monstruo o lo lleva dentro y le da vida. Es, literalmente, su propia
madre o se identifica con él por metamorfosis sin dejar residuos. Los lugares del monstruo no son ya
las tinieblas, el subterráneo o el espacio exterior, sino el propio cuerpo, ese apéndice siniestro, a la vez
conocido y desconocido, que envejece, incuba tumores en silencio, reclama drogas, propaga virus y
traiciona al alma negándose a continuar vivo indefinidamente» (Pedraza, 2002, p. 35).
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computadora lo mismo que a las viejitas. Pero aún no, aún no le he enseñado a la
computadora a enloquecerse. La poesía del bistec. Le enseñaré ahora113 (Cronen-
berg, 1986).
No es sólo sexo y penetración, pero penetración... más allá del velo de la carne. Una
profunda y penetrante zambullida en la piscina de plasma (Cronenberg, 1986).
113 Aquí aparece por primera vez, de manera explícita, la alusión al asunto de la carne, que más tarde
remitirá, si bien no explícitamente, al de la nueva carne. Pero quizá lo más importante para destacar
sea que, de lo que dice Seth, se desprende que la máquina debe aprender a disfrutar la carne, debe poder
asimilarla para procesar su información particular porque una cosa es trabajar con objetos hechos de
materia inorgánica y otra es hacerlo con objetos compuestos de materia orgánica, pero parece haber
algo más. La máquina debe aprender a disfrutar la carne.
114 Tampoco se trata de una metonimia, pues no se trata de tomar la parte por el todo. La carne debe ser
asumida en su totalidad.
115 «Parece bien claro que la esencia de la Nueva Carne es la mutación del ser humano, fundamentalmente
en tanto en cuanto criatura material, netamente física [...] Como expone claramente Pedro Duque
en su ensayo Larga vida a la carne nueva (1999): “estamos asistiendo a toda una fiesta de cambios
corporales en los que el tatuaje, el piercing o el body-building son las más inocentes y vulgares de las
prácticas, y donde la cirugía radical, la automutilación, los trasplantes y las drogas nos cambian por
fuera cambiándonos por dentro’ [...]. La ciencia misma, centrada en las últimas décadas en el estudio
de la genética, la biología, la nanotecnología y la cirugía, es el mayor y más claro exponente de la Nueva
Carne (Palacios, 2002, 16).
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La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
116 Las circunstancias en las cuales acaece el trágico accidente así lo sugieren: Seth Brundel entra en las
cabinas teletransportadoras en estado de embriaguez porque su nueva novia ha tenido que salir a
ajustar cuentas con su exnovio —y jefe inmediato, quien ha estado hostigándola y tratando de estar
muy presente en la vida de los dos— y lo ha dejado solo en un momento de euforia por los avances
del proyecto. Se puede decir también que es propio del científico bribón mantener una conducta irres-
ponsable en un trabajo tan delicado como el suyo; de hecho, Seth empezó muy pronto a experimentar
con monos, y cuando ingresó a las cabinas recién había tenido una experiencia positiva con los monos,
pero aún no había practicado las pruebas necesarias para asegurarse de su verdadero estado. Por otra
parte, apenas sale de las cabinas, despliega una conducta arrogante y desenfrenada que indicaría que
ha perdido el control; más aún, desde el comienzo pareciera que no es alguien de personalidad estable.
Pero, aun así, no se puede imputar a Seth Brundel un deseo de dominación de otras personas o del
mundo, además su conducta parece estar relacionada con su soledad y su falta de experiencia en los
asuntos de la vida y de las relaciones de pareja; Seth parece ser un científico muy brillante, de esos que
tienen éxito muy temprano, pero que no ha tenido tiempo de vivir una vida afectiva, personal y social
en sentido más amplio.
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
117 Debemos recordar la importancia de las diferencias en las figuraciones de lo monstruoso, dado que,
según Calabrese (1989), la teratología es social, expresa transformaciones más profundas en la cultura...
En la primera transposición tiene lugar un intercambio de órganos —la cabeza y una pata— entre el
científico y la mosca. En el filme de Cronemberg se produce una fusión genética entre los dos orga-
nismos en la que, luego se sabrá, la mosca ocupa el lugar dominante. La mutación no tiene que ser
necesariamente negativa, no tiene por qué haber una actitud condenatoria hacia ella —juzgada como
transgresión en sentido judeo-cristiano—, como tiende a prevalecer en el género de horror; tampoco
tiene por qué ser celebrada ingenuamente como en cierto tipo de ciencia ficción, como aparece en el
filme y en casi todos los filmes de Cronemberg, así como en muchos filmes de ciencia ficción recientes,
cierta ambigüedad moral, y, en el caso que nos ocupa, cierta ironía (Palacios, 2002, p. 18).
118 Es cierto que aparece en otros momentos y en otros géneros —¿no son ésos los casos de Dorian Gray,
de El Dr. Jeckyll y Mr. Hyde y de Gregorio Samsa?—, pero en todos ellos se trata más de metáforas
que de transformaciones verosímiles de la carne que muta. También es cierto que se trata de viejos
temores: el temor a la muerte, a la enfermedad o a la enajenación mental, pero aquí se los presenta tan
acentuados como se manifiestan en una sociedad en la que la genética y la cirugía aparecen en primer
plano, y en la que la enfermedad es en sí misma horrorosa: «En el cine posmoderno, lo reprimido
que regresa para producirnos inquietante extrañeza no viene de las sombras ni de la animación de
lo inorgánico o lo muerto a la manera expresionista (Golem, Frankenstein, Alraune, Futura) sino del
propio cuerpo viviente, de su misteriosa e insidiosa manera de traicionar, de expresarse obscenamente
en las radiografías y los análisis clínicos, de sufrir mutaciones incontrolables, incluso de arrugarse y
perder piezas con la edad» (Pedraza, 2002, p. 39).
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La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
nueva piel y ya no come como un ser humano, sino que vierte de su boca una enzima
corrosiva sobre los alimentos y después los ingiere.
No obstante, en cierto momento, Seth asume e interpreta la mutación como
algo que tiene sentido: la mutación no significa muerte, sino que busca convertirlo en
una mosca, una mosca de noventa y dos kilos, como él mismo dice. Al poco tiempo
vemos a Seth Brundle, o a Brundle-mosca —como él mismo se autodesigna— trepado
en las paredes y pegado al cielo raso, desarrollando sus nuevas habilidades. Lo más
destacable es que el personaje asume tranquilamente su nueva condición. En ese
momento Brundle-mosca no se queja ni sufre, se lo ve entusiasmado al comprender
que la mutación «tiene un propósito»; la actitud del personaje aparece también bajo la
forma de la ironía119. Se trata de una ruptura importante con los dos textos anteriores:
lo monstruoso aparece como la posibilidad de ser otro, un nuevo tipo de ser que no es
un humano pero que tampoco es exactamente una mosca.
Por último, Brundle-mosca reconoce que no sólo está cambiando la forma de
su cuerpo, sus movimientos y sus hábitos, sino que su psicología y hasta sus instintos
están cambiando en una dirección que representa peligro para los humanos. Reconoce
que es otro, por eso advierte a Verónica:
—Estoy diciendo... soy un insecto que era humano y me encantó. Pero ahora el
sueño terminó y el insecto ha despertado. [...] Estoy diciendo que te haré daño si te
quedas (Cronenberg, 1986).
119 Brundle-mosca habla de sí mismo... y hasta le asigna su nuevo nombre al proyecto: ya no será el «pro-
yecto Seth Brundle», sino el «proyecto Brundle-mosca». Filma todo tipo de circunstancias en las que
aparecen sus nuevas habilidades y comenta cada una de ellas. Así asume su nueva condición como una
realidad nueva digna de ser documentada y estudiada.
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La mosca: de la mirada fatalista a la mirada ambivalente de lo monstruoso
Devenir otro
—¿En qué?
—¿Qué crees? Una mosca. Una mosca de 92 kilos. Me estoy convirtiendo en algo
que nunca ha existido. Soy un Brundle-mosca. ¿Eso merece un premio nobel?
(Cronenberg, 1986)
Hay ironía en las palabras de Brundle-mosca, pues sabe que un resultado como el
suyo sólo puede ser valorado socialmente como un error, como un error monstruoso
y repulsivo. Esa ironía es la forma que adquiere la asunción de su nueva condición.
No llora, no sufre, no está preocupado, sólo trata de entender el desarrollo del nuevo
fenómeno. Pero hay más, hay entusiasmo: «a muchos les gustaría ser otra cosa… [...]
Me estoy convirtiendo en algo que nunca ha existido».
La enfermedad es asumida como algo que simplemente es otra manera de ser,
y hasta un nuevo tipo de ser. Por eso no hay sufrimiento, es otro modo de estar de la
carne. Ciertamente un modo monstruoso, pero lo monstruoso es justamente aceptado
como algo que caracteriza a lo otro. Pero se trata de una monstruosidad creíble, tangi-
ble, no de una metáfora.
La actitud de Brundle-mosca parece cambiar sólo cuando se entera de que
Verónica se encuentra embarazada y pretende abortar. La busca para pedirle que no
lo haga pues eso será lo único que quede de Seth. Ante la negativa de Verónica, no
intenta forzarla a que lo tenga; en cambio, intenta que ella se funda con él en las cabi-
nas. Pero, antes de que esto ocurra, se ha dejado claro que Brundle-mosca pretende
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Ensayos de semiótica y estética aplicada
La producción social del sentido de los otros
fusionarse con otro humano para evitar que la mosca domine por completo la nueva
combinación. Cuando se entera del embarazo, sólo pasa a tener un motivo adicional
para esa pretensión. También podría esperarse que intentara proteger a Verónica hasta
que pudiera nacer la cría, pero no es así, lo que quiere es la fusión total en la piscina de
plasma, lugar donde quedará la familia.
Pero Brundle-mosca fracasa en su intento porque el amigo de Verónica —su
exnovio— se interpone en el último momento, interrumpiendo con un disparo el
proceso de fusión y posibilitando la salida de la mujer de la cabina. Como resultado,
Brundle-mosca se fusiona con la cabina en el momento de la interrupción, del aparato
surge un nuevo monstruo cíborg informe que se arrastra penosamente. El monstruo le
pide con un gesto a Verónica que le dispare, ella se resiste llorando, pero el monstruo
insiste poniendo con una extraña extremidad el cañón del rifle en su cabeza; final-
mente la mujer dispara.
El sueño es truncado, como si se sancionara el exceso, como si el camino, en
principio imparable, de las fusiones y las mutaciones de la carne, no debiera conti-
nuarse. Aquí confluyen tanto la lectura de época como el estilo de autor: por una parte,
no aparece una valoración negativa de las mutaciones ni de los posibles múltiples
acoplamientos entre lo humano y otros tipos de seres. En la época de los cíborgs
nada de eso parece asustar o conmover la imaginación estética, la condición híbrida y
problemática del yo es asumida sin mayores sobresaltos. No obstante, tampoco se trata
de presentar una visión idílica de los mismos, como dice Robert Haas (1996): «La inte-
gración entre el humano, el animal y la máquina, entre la ciencia y la naturaleza, entre
la mente y el cuerpo es, de hecho, un desastre en todas las películas de Cronenberg»
(p. 5). Como ya hemos indicado, ese desastre no es figurado trágicamente: aunque
hay dolor, prevalecen la ambivalencia moral y, más aún, la ironía y el cinismo como
perspectiva estético-enunciativa.
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Epílogo
A
lo largo de la obra pudimos constatar que, de entrada, la transposición se
acentúa como un problema que atañe principalmente a la sensibilidad, al
cuerpo (recuérdese la preocupación de Marx por el cuerpo como constitu-
yente del mundo): el primer aspecto, si bien no el conclusivo, para considerar la cons-
titución de un sistema semiótico es la materia susceptible de significación (Benveniste,
1999, p. 55; Verón, 1974). No es gratuito, entonces, haber apelado a las transposiciones
cinematográficas de textos literarios y a éstos en sí mismos, ambos en cuanto mate-
rialidades visuales y referidas, al menos en parte, al problema de la metamorfosis del
cuerpo, como rasgo de la alteridad.
Reconocemos, no obstante, que a primera vista hay una cierta insuficiencia
respecto del espectro de sistemas semióticos analizados. En efecto, recurrir a mate-
rialidades que reclaman principalmente el sentido de la vista (texto escrito y texto
cinematográfico) parece un descuido hacia materialidades que son también lo sufi-
cientemente ricas, esto con respecto a la dimensión significativa ideológica que puede
adquirir la preeminencia de uno o varios sentidos sobre otros.
Sin embargo, tal como lo indicara Verón (1974), la materia no posee rasgos o
propiedades inherentes, sino que adquiere unos tales únicamente hasta que entra a
pertenecer al circuito de «reglas constitutivas» que permiten, de ahí en más, la forma-
ción de sistemas semióticos en los que la materia es susceptible de significación, de
convertirse, propiamente hablando, en una materia significante. Y éste es el hecho que,
en el fondo, cobra la mayor importancia, pues el problema no es el de la materia en sí
misma, sino el de los procesos de significación que la atraviesan e, incluso, la forman,
y el de las condiciones de producción que procuran tales procesos de significación.
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Referencias
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